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Anuario de Estudios Americanos, 72, 1
Sevilla (España), enero-junio, 2015, 23-56
ISSN: 0210-5810. DOI: 10.3989/aeamer.2015.1.02
Nueva Francia y Nueva Inglaterra en el contexto
de los Tratados de Utrecht (1713).
Lucha por el Imperio e Historia Transatlántica/
New France and New England in the context
of the Treaties of Utrecht (1713).
Struggle for the Empire and Transatlantic History
José Manuel de Bernardo Ares
Universidad de Córdoba
Después de fijar las coordenadas espacio temporales del trabajo, así como la óptica
interpretativa de la historia política, se analizan los poderes metropolitanos de Francia e
Inglaterra en su expansión americana, los poderes autóctonos-amerindios y los poderes
coloniales de Nueva Francia y Nueva Inglaterra entre 1661 y 1713.
PALABRAS CLAVE: Nueva Francia; Nueva Inglaterra; Tratados de Ryswick y Utrecht; Historia
Transatlántica; Guerras de Sucesión; Comercio Transoceánico.
After establishing the spatiotemporal coordinates of the work, along with an interpre-
tive perspective of political history, the metropolitan powers of France and England in their
American expansion, autochthonous-Amerindian powers and colonial powers of New
France and New England between 1661 and 1713 have been analysed.
KEYWORDS: New France; New England: Treaties of Ryswick and Utrecht; Transatlantic History; Wars
of Succession; Transoceanic Commerce.
23
Introducción
Las causas y consecuencias de los importantes tratados de Utrecht del
11 de abril de 1713 han sido bien estudiadas para Europa, pero no tanto en
su estrechísima relación con América. En este trabajo se tendrán en cuenta
unas y otras en el contexto interdependiente euro-americano. Pero esta inex-
cusable «Historia atlántica» hay que abordarla, como mínimo, en un «tiem-
po coyuntural» (unos cincuenta años), que nos permita entender cabalmente
la gran significación internacional de aquellos tratados de Utrecht. De ahí
que, si el período de la guerra de Sucesión a la Corona española fue decisivo
(1702-1713), no tuvo menos importancia el precedente período de la guerra
de sucesión a la Corona inglesa (1689-1697).
Además de precisar estas coordenadas espacio-temporales, se especi-
fica a continuación la óptica o paradigma interpretativo desde el que se ana-
liza el tema básico del trabajo, cual es la estructura y dinámica del poder
político de las metrópolis europeas y de las colonias americanas. Se trata,
en efecto, de una «Historia política», pero totalmente entroncada con los
hechos sociales, económicos y culturales.1
Con estas delimitaciones espacio-temporales y teniendo como hilo
conductor aquella concepción de la organización política de la sociedad, el
tema central de esta colaboración consiste en perfilar la naturaleza de las
tres dimensiones interrelacionadas del poder metropolitano de Francia e
Inglaterra, del poder autóctono de los aborígenes y del poder colonial de
Nuevas Francia y de Nueva Inglaterra con el fin de explicar la caída del
imperio colonial francés y el auge del imperio colonial inglés, cuyo proce-
so se inicia en Ryswick y se consolida en Utrecht.
Coordenadas espacio-temporales: La historia atlántica
Para John Elliott, al menos en la época colonial, el «Atlántico» es un
espacio común de relaciones recíprocas.
That common history, however, at least as far as the colonial period is concerned,
 cannot and should not be divorced from its wider, Atlantic, context. The interrelation
1 Este trabajo ha sido realizado en el contexto del Proyecto de Investigación HAR2011-24529
(PLUTARCO XXI: Biografías y Procesos desde las perspectivas interdisciplinares de la Historia, la
Traductología y la Literatura, 1600-1800), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación
(MICINN) con fondos PGE (Presupuesto General del Estado).
JOSÉ MANUEL DE BERNARDO ARES
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between Europe and America was constant, and throughout the colonial period
Europe remained the standard point of reference for these new American societies.
The common history of the Americas was, for three centuries at least, the common
history also of the whole Atlantic world.2
Elliott recogió esta misma idea de Daniel W. Howe, que se manifestó
en este sentido en su discurso inaugural de Oxford en 1993.3
Para la fijación conceptual y metodológica de este «mundo atlántico»
son imprescindibles los trabajos de Baily, Armitage y Canny.4 P. Coclanis,
en un artículo sobre la «idea de la historia atlántica» y el «mundo como
una isla» de Bailyn, amén de insistir en las extraordinarias consecuencias
académico-científicas de la Bailynesque —«can be defined as a complex
and elaborate historical design of intersecting and in same cases intertwi-
ned parts»—, aboga decididamente por la necesidad historiográfica de ela-
borar una Historia atlántica, según la que ambas riberas de este mar no se
podrían comprender.5 Hay que reparar en que Bailyn abordó todos los
aspectos de la colonización americana: los políticos, económicos, sociales
y culturales.
Para James Muldoon —especialista en historia legal en general y en
derecho romano-canónico en particular— el «Atlántico» es el mare nos-
trum de la modernidad (imperios español, portugués, francés y británico) al
igual que el «Mediterráneo» lo fuera de la antigüedad, del Imperio
Romano. Aborda esta temática «universal», común, desde la perspectiva de
la jurisdicción sobre el mar, comentando las razones de Grotius (mare libe-
rum) y Selden (mare clausum); y desde la perspectiva del derecho romano-
canónico —ius commune—, que influyó decisivamente en la articulación
de un nuevo orden y, por lo tanto, de una nueva legalidad en el Atlántico
después de Westfalia, cuando la diagonal de la contrarreforma bajo la égi-
da del papado, deja paso a la construcción de la Europa horizontal de
Estados autónomos. El derecho romano-canónico se convierte en derecho
«nacional». Se diluye la universalidad cristiana para dar lugar a la univer-
salidad de la fuerza estatal (estados militares).6
2 Elliott, 1998, 40-41; este trabajo está basado en otro suyo publicado en 1996. Ver también
Elliott, 1994.
3 Howe, 1993.
4 Bailyn, 1996; Armitage, 1997 y 1999; Canny, 1999.
5 Coclanis, 2002, 169.
6 Muldoon, 1999, 2002 y en prensa a y b; Morton, 1992, 1-40.
NUEVA FRANCIA Y NUEVA INGLATERRA EN EL CONTEXTO DE LOS TRATADOS
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La coyuntura temporal de las dos guerras
de Sucesión a las Coronas inglesa y española
Para comprender el tiempo corto de los tratados de Utrecht de 1713 es
imprescindible tener muy en cuenta sus causas, que nos obligan a retrotraer-
nos a un período anterior, que se debe remontar hasta 1661.7 Desde esta
fecha hasta 1713 se pasó de una alianza entre Francia e Inglaterra contra
España y Holanda (1661-1688), a una lucha entre ellas por la hegemonía
política en Europa y por la expansión colonial en América durante las gue-
rras de Sucesión a la Corona inglesa (1689-1697) y a la Corona española
(1702-1714). Desde una perspectiva atlántica Pierre François Xavier de
Charlevoix explicó inmejorablemente las consecuencias territoriales de los
tratados de Ryswick (1697) y de Utrecht (1713), así como las del tratado fir-
mado el 8 de septiembre de 1700 entre Nueva Francia y las Naciones Indias.8
Y Bruce P. Lenman demostró que ambas guerras constituyeron un todo uni-
tario, desplegado en dos actos sucesivos.9 Es en esta singladura coyuntural
de medio siglo (1661-1714) como se podrá interpretar cabalmente la «atlan-
tización de las guerras europeas», puesto que en este contexto se desarrolla-
ron las guerras iroquesas, apoyadas por Inglaterra en contra de Francia entre
1682 y 1701. Y otro punto de inflexión básico lo constituyó la conquista
inglesa de Nueva Amsterdam, convirtiéndola en Nueva York en 1664.10
Fuentes y metodología
Las tres fuentes básicas para el estudio tanto de Nueva Inglaterra
como de Nueva Francia en la encrucijadainternacional liderada primero
por Francia y después por Inglaterra a partir de los tratados de Utrecht son
fundamentalmente las siguientes: 1) los tratados internacionales (informes
de embajadores, reunión de plenipotenciarios y tratados propiamente
dichos); 2) el Board of Trade de Inglaterra o el Ministere de Marine ou des
Colonies de Francia; 3) los gobernadores Generales de Nueva Inglaterra
(Andros, Dudley) y Nueva Francia (Frontenac y Vaudreuil); y 4) toda aque-
lla otra documentación relacionada directamente con los pueblos america-
7 Gerard, 1885.
8 Charlevoix, 1744, II, 236-374. Los tres volúmenes. de este libro son fundamentales por su
modélica organización formal, por su interesantísimo contenido y por sus magníficas ilustraciones.
9 Lenman, 2001. 
10 Beer, 1958; Lenman, 2001a, 272-279.
JOSÉ MANUEL DE BERNARDO ARES
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nos autóctonos, de los que el Archivo Secreto Vaticano contiene una amplia
y detallada información.11
El paradigma interpretativo desde el que se han de analizar las cues-
tiones históricas lo ha puesto de manifiesto, entre otros, J. L. Granatstein:
«The task of the current generation is to build on the past, to understand it,
and, where necessary, to triumph over it. If we cannot, the fault is not in
what happended one, three centuries ago, but in ourselves».12 Construir,
entender y triunfar, he ahí las tres tareas que se deben desprender de la rigu-
rosa investigación histórica. Así, pues, construir el hecho historiográfico de
las relaciones entre Inglaterra y Francia a propósito de América en las últi-
mas décadas del siglo XVII y primeras del XVIII se hace con el fin no sólo
de entenderlas, sino también de brindar claves explicativas que permitan
afrontar el presente de forma conciliadora.13
La historia política que nos interesa aquí, como perspectiva preferen-
te aunque no única, no es naturalmente la historia política decimonónica,
positivista y episódica. Por el contrario, entroncando con las líneas de
investigación más recientes, esta historia política es una parte esencial de
la vida social. Pero en cuanto estructura parcial autónoma, pero configura-
dora de un orden coercitivo o al menos cohesivo, necesita en su explicita-
ción que se tengan en cuenta tanto los elementos internos propios de la vie-
ja sociedad amerindia y de la nueva sociedad colonial como los factores
externos, pero decisivos de las respectivas sociedades metropolitanas. No
se ha de olvidar que la historia de América es también la historia de la riva-
lidad franco-inglesa por la hegemonía mundial en la segunda mitad del
siglo XVII y principios del XVIII. Por lo demás, no se hace otra cosa más
que aplicar un viejo, pero de gran vigencia actual, pensamiento historiográ-
fico de William John Eccles. La excelente selección de trabajos escritos por
este autor durante veinticinco años están organizados en torno a tres gran-
des temas, estrechamente relacionados entre sí: el imperialismo europeo,
las colonias norteamericanas y los pueblos indígenas.
Primarily the essays were, for the most part, an attempt to drag the history of New
France out of its narrow, all-confining, parochial context and into three boader stre-
ams of history: those of continental North America, European culture and imperia-
lism, and the stream, for too long neglected, of the indigenous peoples.14
11 Pâquet, 2013, 17-85.
12 Granatstein, 1998, 5.
13 Pocock, 1972.
14 Eccles, 1987.
NUEVA FRANCIA Y NUEVA INGLATERRA EN EL CONTEXTO DE LOS TRATADOS
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La elaboración de esa nueva historia política depende en gran medida
de la óptica que se adopte. Con el utillaje conceptual de Xavier Gil, Carlos
José Hernando Sánchez, F. Lorda y Alaiz y José María Mardones; y con los
ejemplos historiográficos de Luis González Seara y Michael Mann se abor-
da la historia política de Euro-América, teniendo en cuenta de modo com-
plementario la lucha por el poder, pero también la lucha contra el poder.
Con la primera dimensión se fijan todos los elementos intervinientes en la
configuración de la estructura política; y con la segunda se dan cuenta de
todas las fuerzas que se mueven en la estructura social.15
El poder imperial-metropolitano. Imperios
coloniales de Francia e Inglaterra
Hasta mediados del siglo XVII la hegemonía económica de los Países
Bajos en el Atlántico fue indiscutible.16 Pero a partir de entonces las cosas
cambiaron. La contracción de su comercio en la Europa del Norte hacia
1650-1660, del que dependía su crecimiento; y, sobre todo, las nuevas
ambiciones marítimas y coloniales de Francia e Inglaterra, obligaron a los
Países Bajos a compartir el botín atlántico.17 Según Paul Butel:
the measures taken by England and France to protect their shipping and their trade
(the English Navigations Acts of 1651 and 1660, Jean-Baptiste Colbert’s tariff-list
and ordinances of 1664, 1667 and 1674) had a long-terme effect. Added to this were
the consequences of the naval conflicts, in particular those of the first Anglo-Dutch
war of 1652-1654, where English seizures of enemy vessels amounted to a minimum
of 1,000 ships and enabled the merchant fleet, which until then had been condemned
to remain at a relatively low rank, to be rapidly enlarged.
Esta situación se agravó para los Países Bajos con la guerra entre Luis
XIV y la República Neerlandesa en 1672. «Their Hansard and English
rivals (the former using neutrality from the outset of the conflict, the latter-
doing likewise from 1674 rushed to take avantage of their difficulties. The
time of the United Provinces’economic hegemony was at end». A finales
del siglo XVII el control del Atlántico pasó a manos de Inglaterra, «when
15 Gil Pujol, 1983; González Seara, 1995; Hernando Sánchez, 1997; Lorda, 1988; Mann,
1991, I; Mardones, 1994.
16 Cordova-Bello, 1964; Shomette y Haslach, 1988.
17 Lintvelt, Ouellet y Hermans, 1994; Martínez Shaw y Oliva, 2005.
JOSÉ MANUEL DE BERNARDO ARES
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it became aware of a commercial revolution based on two principal
 elements, namely, a spectacular growth in exports to Europe, and the in -
creasing movement of capital, often of foreign (Dutch) origin, necessary
to the development of commerce».18
Expansión colonial francesa
Durante el período llamado Régimen Real (1663-1713), el Imperio
colonial francés en América se extendió desde Acadia en el Noreste hasta
Los Grandes Lagos en el Oeste; y desde la bahía de Hudson en el Norte
hasta el Golfo de México en el Sur, sirviendo de unión entre estas dilatadas
tierras los larguísimos valles de los ríos San Lorenzo, Ohio y Mississippi.
Pero esta vastísima exploración, guarnecida con fortificaciones estratégi-
cas, no implicaba traslado de población, que prácticamente se asentaba en
las tres pequeñas comunidades de Québec, Trois-Rivières y Montréal.19
Aunque Jolliet y Marquette fueron quienes descubrieron el río
Mississippi en junio de 1673, la fascinante hazaña de recorrerlo hasta su
desembocadura correspondió a La Salle, Tonty y Hennepin entre 1674 y
1682.20 A pesar de las permanentes rivalidades franco-inglesas, las inacaba-
bles guerras iroquesas y la separación oceánica entre metrópoli y colonia,
aquellos amplísimos territorios canadienses estuvieron unidos a la monar-
quía francesa hasta que en el tratado de Utrecht se comenzó a desmembrar
aquel vasto imperio con la devolución de la bahía de Hudson y la cesión de
Acadia y Newfoundland a Inglaterra.21
No obstante aquella extensión territorial, el genuino gobierno —toma
de decisiones— lo ejercía la Corte de Versalles, dejando para las autorida-
des coloniales la administración o ejecución de aquellas decisiones. La
relación entre aquel gobierno de Francia y esta administración de las auto-
ridades coloniales se mantenía a través de exigentes memoranda y detalla-
dascartas respectivamente.22
18 Butel, 1999, 95-96; Several Treaties of Peace and Commerce, 1685. Estos tratados de 1667,
1669, 1670, 1674 y 1676 fueron mandados imprimir por el rey Jacobo II en la corte de Whitehall el
1 de marzo de 1684; firma la orden Sunderland.
19 Graham, 1950, 26. 
20 Ibidem, 48. 
21 Lanctot, 1964, XIII. 
22 Ibidem, 210.
NUEVA FRANCIA Y NUEVA INGLATERRA EN EL CONTEXTO DE LOS TRATADOS
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Según George Durand «l’impératif économique se nommait à l’épo-
que mercantilisme. Cette pratique imposait la surveillance stricte des cir-
cuits des monnaies et des biens».23 Según esta doctrina mercantilista, la úni-
ca razón de la existencia de las colonias no era otra que económica:
aprovisionar a la metrópoli de las necesarias materias primas y proporcio-
nar mercados para exportar los productos elaborados.24 En estas generales
coordenadas mercantilistas, la economía de la Nueva Francia experimentó
en aquel largo período una expansiva colonización y sólida organización
institucional, que va de 1663 a 1713, dos coyunturas muy distintas. La pri-
mera, que coincide cronológicamente con la década inicial del Régimen
Real (1663-1673) y políticamente con el impulso del ministro Colbert en la
metrópoli y del intendente Talon en la colonia, se caracterizó por un fuerte
crecimiento económico, gracias a la explotación de los propios recursos
naturales de Canadá y a las ayudas de los no menos importantes subsidios
reales.25 A esta política económica expansiva sucede otra de notoria rece-
sión, protagonizada en la colonia por el conde de Frontenac (Louis de
Buade), en la que casi todos los esfuerzos económicos se concentraron en
los gastos militares, que implicaban las ya continuas guerras anglo-iroque-
sas.26 La imperiosa necesidad de hombres jóvenes para la guerra continen-
tal y los ingentes gastos militares de Luis XIV fueron dos de los grandes
obstáculos metropolitanos que dificultaron el desarrollo de Nueva Francia
en un momento, en el que la presión expansiva de Nueva Inglaterra era
todavía titubeante. Sin una decidida política de emigración y con unos sub-
sidios reales muy menguados, Canadá fue prácticamente abandonada a su
suerte, obligada a desarrollarse con sus propios recursos.27
En la primavera de 1686 los franceses atacaron los tres puertos de la
Compañía inglesa de las Indias (Moose Factory o Saint-Louis, Fort Charles
y Albany). Aunque ese mismo año se firmó el tratado de neutralidad entre
Luis XIV y Jacobo II (16 de noviembre de1686), poco después se consti-
tuyó la Liga de Augsburgo, que desencadenaría la guerra de los Nueve
Años contra Francia (del 17 de mayo de 1689 al 20 de septiembre de
23 Durand, 1969, 252.
24 Lanctot, 1964, 197.
25 Eccles, 1998, 66-99.
26 Lanctot, 1964, 217; Lorin, 1985; Parkman, 1897; Eccles, 1959. Las visiones de estos dos
últimos autores son contrapuestas: el primero es anglófono y liberal, mientras que el segundo es fran-
cófono y absolutista.
27 Lanctot, 1964, 226-227. 
JOSÉ MANUEL DE BERNARDO ARES
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1697).28 Esta declaración de guerra de Inglaterra contra Francia en 1689
dejó sentir sus efectos en la colonia francesa casi de inmediato. Al año
siguiente, 1690, William Phips (1651-1695) conquistaría Port Royal, po -
niendo en entredicho los límites que separaban la colonia francesa de Aca -
dia de Nueva Inglaterra.29 Durante esta guerra de los Nueve Años (1689-
1697) y la inmediata de Sucesión a la Corona española (1702-1713), la
colonia francesa de Canadá, aliada con los indios Abenakis, estuvo cons-
tantemente amenazada por una invasión inglesa, que se consumó cuando en
1710 por segunda y definitiva vez los ingleses conquistaron Port Royal. Por
el tratado de Utrecht (1713) Acadia, Newfoundland y la bahía de Hudson
pasaron definitivamente a poder de los ingleses.30
Así, pues, el point tournant de las relaciones internacionales tuvo
lugar en 1689, comienzo de la guerra de los Nueve Años. Antes de esta
fecha Francia, aliada con Inglaterra, luchaba contra España y los Países
Bajos. Después de aquel año, la Liga de Augsburgo, liderada por Inglaterra
e integrada por España, el Imperio y los Países Bajos, se coaligó contra el
poder hegemónico de la Francia continental. Las vicisitudes de las guerras
amerindias, no obstante sus propias motivaciones, hay que estudiarlas a la
luz de esta conflagración europea. En los tratados de Ryswick y Utrecht se
establecieron los límites territoriales entre Nueva Francia (Canadá) y
Nueva Inglaterra, pero los ingleses —además de Acadia— se fueron intro-
duciendo al sur de San Lorenzo en las tierras de los indios Abenaquis.31
Expansión colonial inglesa
Durante este período finisecular Inglaterra consolidó las trece colo-
nias, pero ya puso en marcha la conquista del Oeste traspasando los
Apalaches y, sobre todo, disputando constantemente a Francia, con la ayu-
da de los iroqueses, los territorios canadienses.32 En 1670 Carlos II de
28 Traité de Neutralité conclu a Londres le seiziéme Novembre 1686…, 1-12. De este impor-
tante tratado, que no se cumple porque estalla la guerra en 1689, merecen destacarse los acuerdos
siguientes: utilización conjunta de la isla de San Cristóbal: agua para los franceses y sal para los ingle-
ses; derecho de los franceses de pesca de tortugas en las islas Cayman; respeto y mantenimiento de lo
acordado en Breda (1667), según lo cual Acadia pasó a los franceses; y la utopía de que no hubiera gue-
rra en las colonias, aunque la hubiese en las metrópolis.
29 Lanctot, 1964, 227; Baker y Reid, 1998. 
30 Pritchard, 2004, 358-401.
31 Parkman, 1983, II, 410-439.
32 Graymont, 1985, 394-426.
NUEVA FRANCIA Y NUEVA INGLATERRA EN EL CONTEXTO DE LOS TRATADOS
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Inglaterra concedió a la Hudson’s Bay Company la explotación de todas las
tierras drenadas por los ríos que desembocaban en la bahía y estrecho de
Hudson. Era ésta una amplísima área territorial, que se extendía hacia el
Sureste hasta Dakota del Norte.33
Entre 1681 y 1682 se promulga la ley orgánica del imperio inglés.
Pero esta constitución imperial hay que encuadrarla en el marco general de
una grave amenaza de guerra civil, en la que peligraba la paz del país, la
autoridad de la Corona, la unidad de la Iglesia y, desde luego, la constitu-
ción de las colonias. En este horizonte delicado estallaron el Popish Plot y
la Exclusion Crisis. Los resultados de todos estos zarandeamientos fue
lograr un equilibrio entre el «imperio» (control y autoridad de la Corona) y
la «autonomía» (importancia de la legislación y de la representación de las
provincias o entidades locales).34
Partiendo de la «definición constitucional» de 1681, Webb califica al
«imperio» de la siguiente manera: «The essencial element in the definition
of empire is the imposition of state control on dependent peoples by force.
The instrument of that imposition is the army. There are no empires without
armies».35 En este proceso de imperio (militar) Webb distingue tres fases,
comenzando la primera en Europa los monarcas Tudor. Y en este proceso
de militarización y centralización administrativa se consolidó el «gobierno-
guarnición» por obra de Marlborough.
The result was that, by 1681, Anglo-American relations were dominated by an impe-
rial system whose principal agents were the governors-general. These officers of the
English army constituted nine-tenths of the royal provincial governors during the ado-
lescence of the old empire, that is, between the Restoration of the monarchy in 1660
and the death of King George I in 1727. The maturation of that empire, in the period
1681 to 1722, and its key event, the imperial achievement of Marlborough’s gover-
nors-general, is the subject of this volume’s immediate sequel. Here we may only note
that, by 1727, garrison government and its developmentby Marlborough’s subordi-
nates, was being overlaid, if not undone, by the commercial and colonial policies long
advocated by «country» politicians and whiggish merchants. These policies were at
long last effected by the Walpole regime. The renewal of imperial war after 1739,
however, ended this era of unsalutary jobbery. Once again, armed authoriy and im -
perial control were set against commercial motivation and colonial autonomy. «The
great war for the empire», between 1754 and 1763, at last achieved the imperial
33 Rich, 1961; Graham, 1950, 52; Hinderaker, 1999. Para este último autor el imperio inglés
fue un imperio comercial, un imperio territorial y también un imperio de libertad.
34 Claydon, 2007, 284-313; Armitage, 2000.
35 Webb, 1979, XVII.
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 ambitions of two centuries, but at the price of provoking the resistance of the colonial
elites and the revenge of imperial rivals that combined as the American Revolution.36
Tal vez sea demasiado tajante Webb en afirmar la antinomia absoluta
entre los intereses comerciales (yeomen farmers and small planters) de un
lado y los intereses imperiales de otro (monarchy and governors-general).
Pero esta es su tesis, que se debe tener muy en cuenta.
This Anglo-American conflict was fueled by incompatibility of imperial social and
political values with those of capitalism. Imperial ideals glorified monarchy.
Individualist economic pursuits fostered oligarchy. The empire reflected the political
authority of the king’s governors-general, and it gave priority to the social needs of yeo-
men farmers and small planters. Commercial explotation put political power in the
hands of rising merchants and engrossing landlords, and it served their social interests.37
En el importante trabajo de David Hancock —elaborado partiendo de
las cartas del capitán William Freeman, plantador de azúcar y comerciante
de esclavos, que abandonó el Caribe a finales de 1674 o principios de 1675
y se movió por Londres como agente— se demuestran —o tratan de
demostrar— dos ideas básicas: 1) hay que estudiar la reciprocidad de rela-
ciones entre los dos lados del Atlántico como un conjunto económico muy
unido; y 2) el imperio británico debe su construcción a un unificado grupo
administrativo, del que formaban parte individualidades señeras como el
capitán citado. Con esta tesis mercantil-individualista se opone a las tesis
militaristas de Webb. Esto escribe concretamente Hancock:
In the last few years, a number of historians have proposed alternative developmental
explanations that stress the interplay between metropolitan and colonial forces. Chief
among their concerns are the role played by agency and mutuality on the one hand
and credit and trust on the other hand. Many of these approaches have been styled
«Atlantic» [...]. However wide the ambit, Atlantic analysis takes the colonies and
colonial development seriously, as seriously as development in the mother country
itself, accentuating both inter-imperial exchanges and intra-imperial negotiations, and
views the whole as an interactive construction.38
Al fijar sus objetivos, que no son otros que demostrar que los asenta-
mientos ingleses persiguieron el desarrollo de una agricultura comercial
partiendo del esfuerzo individual y empresarial, Hancock contrasta estas
36 Ibidem, XVIII.
37 Ibidem, 446; Churchill, 1933. 
38 Hancock, 2000, 3-4.
NUEVA FRANCIA Y NUEVA INGLATERRA EN EL CONTEXTO DE LOS TRATADOS
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intenciones imperiales de Inglaterra con las que desarrollaban España,
basadas en la burocracia y en la extracción minera; y con las de Francia y
Holanda, basadas tan sólo en el comercio, al estilo del imperio político-
militar de Roma.39
Inglaterra sustituye a Francia
A modo de conclusión se podría afirmar que a finales del XVII y prin-
cipios del XVIII, Inglaterra creció económicamente, Francia —a pesar de
su agresiva expansión comercial directa e indirecta en la América Española
decreció—.40 Las causas de este proceso económico fueron tanto interiores
como exteriores. Las guerras civiles y luchas internas a lo largo del XVII
afectaron más negativamente a Francia que a Inglaterra. Y desde la pers-
pectiva exterior, Inglaterra dio pasos lentos pero decisivos para asegurar
una progresiva hegemonía marítima y comercial. En primer lugar están las
guerras victoriosas contra Holanda entre 1652 y 1674; después el benefi-
cioso tratado con Portugal de 1703, que le permitió introducirse en Brasil
cambiando productos manufacturados por oro; 41 y, finalmente, el tratado
de Utrecht de 1713, en el que logró de España el asiento de negros (la pro-
visión de negros a América española pasaba a manos de los comerciantes-
esclavistas ingleses) y el navío de permiso («annual ship»), en el que se
desplazaban a América (Porto Bello y Vera Cruz) cada año 300 toneladas
de productos ingleses; además de las importantísimas anexiones territoria-
les (Gibraltar, Newfoundland, etc.). Escribe Paul Butel:
English colonial expansion was precocious and during the 1660s the re-exportation of
the exotic products constitued the principal factor in the growth of overseas trade,
whereas France’colonies and her colonial trade remained negligible for a long time.
In 1715 the English merchant fleet was more important, and the accumulation of
commercial capital proportionally higher, as was trade.42
El poderío marítimo le permitió a Inglaterra controlar el comercio en
el Norte de Europa y en al Atlántico. Cuando a finales del XVII y princi-
pios del XVIII las guerras del Norte dificultaron la provisión de madera,
39 Lounsbury, 1969.
40 Frostin, 1971, 326.
41 Francis, 1966.
42 Butel, 1999, 151.
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cáñamo, alquitrán y hierro («naval munitions»), se aprovisionaron de gran
parte de estos productos en sus colonias americanas. «The means for this
domination (in the sea) —reitera Butel— were provided by the commercial
mastery of both the markets of northern Europe, where England success-
fully challenged the Dutch, but could not remove them altogether, and on
other side of the Atlantic».43
El poder autóctono-amerindio
Los pueblos aborígenes de Nueva Francia
Uno de los núcleos más importantes de población aborigen estuvo
constituido por «Los Indios de las Cinco Naciones»: los Mohawks, Sene -
cas, Oneidas, Onondagas y Cayugas.44 Estos amerindios, que formaron
entre sí la confederación de los Iroqueses, se opusieron prácticamente sin
tregua por todos los medios e, incluso, con la ayuda de los ingleses, a la
expansión y asentamiento de los colonos franceses.45
Estudios importantes sobre el poblamiento aborigen se deben a
Dickason y a Bumsted.46 Entre los pueblos aborígenes había grandes dife-
rencias, aunque estuvieran agrupados en «Las Cinco Naciones».47 La tesis
doctoral de François Larose, defendida en la Universidad de Québec en
Montréal, ha puesto de relieve las consecuencias de la ocupación de las tie-
rras de iroqueses y algonquians por los franceses.48 Uno de los capítulos más
importantes de la historia de Nueva Francia fue la casi permanente guerra
con los indios Iroqueses, al menos desde 1682 hasta 1701.49 En la clásica
historia escrita a mediados del siglo pasado por Etienne Michel Faillon se le
concede a este sangriento e irreductible conflicto una transcendencia decisi-
va para la comprensión de los avatares acaecidos a la colonia francesa.
Aunque no se compartan las ideas del autor por sus prejuicios decimonóni-
cos y de militancia católica en relación con los «salvajes», es indudable que
43 Ibidem, 195.
44 Colden, 1755. 
45 Graham, 1950, 21; Mcmillan, 1995. 
46 Dickason, 1977 y 1984; Bumsted, 1992. 
47 Denis, 1997. 
48 Larose 1997.
49 Gourmont, 1888, 111-123.
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el asentamiento de los colonos fue especialmente duro y estuvo permanen-
temente amenazado desde el interior del país por los propios nativos, que
defendían palmo a palmo sus tierras, sus intereses económicos —facilitados
muchas veces por los ingleses— y su propio modo de vivir.50
Es innegable que veinte años de ininterrumpida guerra franco-iroque-
sa —1682-1701— causaron terribles estragos tanto en vidas humanas
como en gastos militares. A la lucha por la tierra y por los recursos econó-
micos que ésta representaba, hay que añadir el antagonismo de culturas
irreductibles y de modos de vida muy distintos. Las graves consecuencias
negativas que se pueden derivar de ciertas interpretaciones historiográficas
las ilustra de modo fundado Patrice Groulx en su trabajo sobre Dollard des
Ormeaux. Este acontecimiento de 1660, que enfrentó a franceses y aliados
contra los iroqueses, se convirtió en un «mito» por obra y gracia de la
 ideologización del hecho histórico. Es la revisión del hecho historiográfico
—Faillon, Parkman, Lanctot, etc.— el que es especialmente analizado por
la autora para presentar las diversas y, a veces contrarias, interpretaciones
de un mismo hecho, según los vientos ideológicos que corren en cada uno
de los sucesivos presentes.51
El estudio de las cinco «reducciones» del valle de Saint-Laurent, man-
tenidas por los jesuitas según el modelo de las ya existentes en Paraguay,
no sólo tuvo un interés religioso de cristianizar a los indios preservándoles
de la «contaminación» externa, sino que sirvieron también como importan-
tes bastiones de defensa, utilizados muy beneficiosamente por los france-
ses contra las frecuentes invasiones iroquesas e inglesas.52 Después de fir-
mado el tratado de Ryswick en 1697 entre Francia y la Liga de Augsburgo,
los ingleses americanos dejaron de hostigar a los iroqueses contra los fran-
ceses canadienses. La paz, por fin, era posible. Ésta se firmó en 1701.53 Se
puede afirmar genéricamente que la sociedad francesa rechazó la fusión
con los nativos y éstos, a su vez, tampoco toleraron la asimilación. Este
irreconciliable antagonismo social, que si bien es cierto no dificultó la
estrecha colaboración y, desde luego, el comercio con algunos grupos de
indios (hurones), hizo que, andando el tiempo, la raza blanca canadiense se
mantuviese pura y homogénea en su descendencia no mestiza.54
50 Faillon, 1865, III, 119-158.
51 Groulx, 1998.
52 Jetten, 1994; Jones, 1986. 
53 Wallace, 1957.
54 Lanctot, 1964, 205.
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Los pueblos aborígenes de Nueva Inglaterra
Sobre la población aborigen las epidemias —smallpox (viruela) y
measles (sarampión)— fueron más nefastas que las guerras.55 Antes de la
conquista, Norteamérica (al Norte de Río Grande) tenía más de dos millo-
nes de habitantes, de los cuales la más alta densidad estaba en las costas del
Pacífico. En el XVII Quebec no tenía más que 100.000 habitantes y Nueva
Inglaterra no sobrepasaba los 30.000.56 Para Butel la colonización francesa
e inglesa fueron diferentes. La primera fue más integradora. Colbert y su
intendente Talon pretendían que en Canadá sólo hubiese un «solo pueblo y
una sola sangre» («one peple and one blood»). A pesar de estas buenas
intenciones las epidemias, los enfrentamientos con los iroqueses y con
todas las tribus aliadas de los ingleses diezmaron la población amerindia.
Los ingleses, por su parte, desde un principio fueron más agresivos, porque
necesitaban tierras y pieles:
The attitude of the English colonists was even more aggresive: since the very begin-
ning of colonization they had needed more land and more furs. In New England and
Virginia, the murderous Indian wars of 1630-1640 and 1670 became wars of exter-
mination.57
La nación Algonquin fue la primera en habitar Nueva Inglaterra. Eran
indios de los bosques, que cultivaban la tierra, cazaban, pescaban y acampa-
ban a lo largo de la costa. El grupo más numeroso de los Narragansett, una
tribu de Rhode Island, fue prácticamente aniquilado por los colonizadores
ingleses in the Great Swamp Fight durante la guerra del Rey Felipe (King
Philip’s War). La tribu Pequot de Connecticut fue diezmada por los coloni-
zadores y tribus enemigas en la guerra Pequot de 1637. En la actualidad los
indios Pequot Mashantucket poseen exitosas empresas cerca de Mystic
(Connecticut).58 El 19 de diciembre de 1675, durante el Great Swamp Fight
(en Mt. Hope), los colonizadores ingleses lanzaron un ataque sorpresa con-
tra los indios Narragansetts, la más poderosa tribu de Rhode Isaland. Esto
tenía lugar en el contexto de la guerra del Rey Felipe (King Philip’s War)
entre 1675 y 1676, en la que Felipe, jefe de los indios Wampanoags,
55 Wilbur, 1978, 47-49 y 74.
56 Biraben, 1966, 112.
57 Butel, 1999, 173. El autor denomina este apartado con el significativo epígrafe de «The des-
truction of the Amerindians». 
58 Hauptmann y Wherry, 1990.
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 condujo a su tribu, juntamente con los indios Narragansetts y Nipmucks
contra los colonizadores ingleses.59 Esta guerra anuló la fuerza y redujo la
población de los indios. A partir de ahora (1676), y con la amarga experien-
cia de la rebelión de Bacon y de la guerra del Rey Felipe, el poder metropo-
litano inglés ejercerá un fuerte control sobre todos los asuntos coloniales.60
Una de las más graves consecuencias de la guerra del Rey Felipe, en
la que murieron 5.000 indios y 2.500 ingleses, fue la división entre razas
opuestas. A partir de entonces los indios eran «los otros». Esto lo pone de
manifiesto Edmund Browne, un ministro de Sudbury (Massachusetts), que
escribe informes sobre el particular a las autoridades advirtiéndoles del
peligro constante que son los indios. Esto dice Jenny H. Pulsipher: «That
calamity cost the lives of nearly 5,000 Indians and 2,500 English and led to
the destruction and abandonment of more than a dozen English towns,
most, like Sudbury, on the frontier».61 Y termina el trabajo, matizando:
One century after the conclusion of King Philip’s War, the racial divide between
English and Indians was substantial. Whereas tensions between the two peoples in
Massachusetts had always been present, the war was pivotal in the development of
race as a dividin line. The beginnings of that process are evident in Browne’s letter
and in the legislation proposed and adopted in the decade following King Philip’s
War. During the next century, such attitudes and acts sealed the Indians’status as
racial «others» in their own land.62
En el crucial año de 1676 las colonias americanas se transformaron,
según Webb, en provincias inglesas. La autonomía de las colonias fue sus-
tituida por el control de la metrópoli a través del gobernador-general,
ampliando el modelo de Jamaica y de Nueva York, la propiedad personal
del líder imperialista inglés James, duque de York.63 En aquel año de 1676
se fraguó una auténtica revolución imperial. Ésta es la conclusion de Webb:
The Imperial Revolution altered the shape of American institutions; it redirected the
course of colonial growth; it made autonomous colonial politics Anglo-American.
Economic and social exchanges, as well as political culture, were anglicized in the
wake of the crown‘s «forcible substitution» of royal rule for that of colonial oligarchs.
American colonies thus became English provinces. The imperially instituted diplo-
matic union of the Anglo-American provinces encouraged even the most imperious
59 Schultz y Tougias, 2000.
60 Webb, 1984; Arneil, 1998, 168-171.
61 Pulsipher, 2001, 431.
62 Ibidem, 441.
63 Webb, 1984, XV.
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Lake». These alterations in America transformed Whitehall’s view of the world. Now
Eastern America was seen as a whole, with its political, diplomatic, strategic center
not, as formerly, at Boston or at Jamestown, the capitals of the old colonial cultures,
but, rather, at the headquarters of England’s continental empire in America, Fort
James, New York. The three revolutions of 1676 had ended American independence.64
El «Covenant Chain» de 1677 establece la paz entre los amerindios y
las colonias británicas y fija los límites territoriales de las respectivas
influencias hasta 1768. En esta última fecha los ingleses se adueñan de
todo el imperio iroqués. La consolidación del imperio inglés en América
pasaba por la alianza con los iroqueses, permitiéndole con ello enfrentarse
a los franceses, someter a los holandeses, controlar a las republicanas
 colonias de Nueva Inglaterra y Delaware. Según Webb ésta fue la obra del
gobernador Andros:
Edmund Andros’ parallel career was premised upon the rise of England to European
military prominence and the consequent expansion of its Atlantic empire. He first
encountered Indians and fought the French in defence of England’s staple-crop colo-
nies in the West Indies. Then Andros was ordered to garrison and govern conquered
New York on behalf of that eminent imperialist the duke of York, and as part of the
rising English empire’s deprivation of the Dutch. Andros’ career was not just a con-
sequence of European imperial rivalries; his instructions were premised upon English
recognition that the fledgling province of New York was an apt instrument by which
to extend imperial authority on the American continent. Yet Andros quickly saw that
his ability to defy the French, coerce New England, subdue the Dutch, and defined
Delaware all depended upon conciliating the Iroquois, a fact not hitherto appreciated
at Whitehall.65
El poder colonial-señorial
La configuración político-económica
y socio-cultural de Nueva Francia
A George Durand se debe esta lapidaria y certera frase: «Distance,
ignorance, indifférence, tout tendait à livrer les colonies à leur propre destin.
L’imperialisme n’a peut-être été qu’une démission de l’État».66 Si es
64 Ibidem, 410.
65 Ibidem, 356; Bates, 1938. 
66 Durand, 1969, 253.
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 indudable que la colonia francesa disfrutó en la práctica de la vida política
diaria de una gran autonomía, es muy oportuno recordar aquí el acertado
juicio historiográfico de Louise Dechêne, quien escribe estas enjundiosas
palabras: «dans une perspective de longue durée ce ne sont pas les compa -
gnies métropolitaines qui comptent, mais l’organisation locale, qui engen-
dre une société nouvelle». Ahora bien, mientras que a Duchêne le interesó
de esta «organización local» preferentemente el señorío, la familia y la
parroquia, aquí nos vamos a centrar en la «organización política local», sin
ignorar naturalmente la importancia de aquellas tres instituciones socio-
económicas estudiadas tan magistralmente por la autora en los ricos proto-
colos notariales de Montréal.67 La Compañía de Nueva Francia o de los Cien
Asociados —Compagnie de la Nouvelle-France ou des Cent Associés— fue
fundada por Richelieu en 1627. Esta colonia de explotación y poblamiento
duró hasta 1663, fecha en la que Colbert sustituyó aquella dominación indi-
recta de la Compañía por la administración directa de instituciones colonia-
les, que, al reproducir el esquema orgánico de la metrópoli, convertían a
aquellos territorios del hinterland del San Lorenzo en una «provincia de
ultramar».68
El gobernador fue el auténtico representante del rey y, por lo tanto, el
responsable de mantener la soberanía francesa en aquellos territorios ultra-
marinos.69 Aunque sus competencias abarcaban muchos campos, la que más
le distinguía era la exclusiva jurisdicción en los asuntos militares (fortifica-
ciones, guerra y paz). En los tres distritos de Québec, Montréal y Trois-
Rivières había otros tantos gobernadores locales, asumiendo el primero la
potestad suprema con el título de gobernador general.70 No se puede hablar
de este período sin mencionar a Louis de Buade, conde de Frontenac, que
gobernó Nueva Francia en dos momentos cruciales para la colonia: ambos
períodos abarcaron dos décadas, desde 1672 a 1682 la primera; y entre 1689
y 1698 la segunda. En estos veinte años de gobierno férreo de Frontenac se
consolidó el Régimen Real, a pesar de los casi insuperables obstáculos de
las guerras iroquesas, el hostigamiento inglés de la última década y los pro-
blemas internos que, por su carácter dictatorial, tuvo con el obispo Laval, el
intendente Duchesneaux y el propio Consejo Soberano.71
67 Dechêne, 1988, 10.
68 Durand, 1969, 254. 
69 Nassiet, 1997, 20-50.
70 Lanctot, 1964, 211.
71 Graham, 1950, 40-41.
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El régimen señorial canadiense —histórico esquema feudal de tenen-
cia de la tierra— hunde sus raíces en 1598, cuando se autorizó al lugarte-
niente general, Sieur de la Roche, establecer una jerarquía entre los propie-
tarios de la tierra. Pero fue con la llegada del intendente Talon, brazo
derecho de Colbert en la colonia, cuando realmente se desarrolló.72 Inde -
pendientemente de su significación económica, que no era desdeñable, el
régimen señorial trasladado a Nueva Francia tuvo una dimensión social
muy importante, en la medida en que los que ostentaban los títulos de pro-
piedad eran también los que ocupaban los primeros puestos de una socie-
dad piramidal.73 Si la agricultura y la ganadería fueron ganando terreno al
bosque, al menos en la ribera del gran río San Lorenzo, este proporcionó
también una abundante pesca. Las anguilas bajaban del lago Ontario; y el
salmón, el arenque, el bacalao, las focas y las marsopas subían desde el
Golfo hasta la Malbahía.74
Dada la abundancia de madera en los bosques canadienses, el inten-
dente Talon creó importantes aserraderos de madera y astilleros de cons-
trucción de barcos. La mayor parte de estos barcos eran vendidos a los
navieros franceses, quienes los empleaban para el comercio entre Canadá,
Francia y las Antillas. La vieja idea de Colbert de hacer mástiles a gran
escala con la madera de los bosques canadienses fue puesta en práctica en
1686 por el comerciante François Hazeur, quien se asoció con Champigny
para explotar esta rentable empresa maderera.75 En materiales de construc-
ción la colonia fue autosuficiente. Existían abundantes canteras de piedra
caliza, que era tratada en los dos hornos de cal de Montreal y en el de
Pointe-Lévis. La arena se localizaba en cualquier parte. Pero el ladrillo no
se fabricaría hasta más tarde.76
Sin duda alguna, el comercio de las pieles, procedente de Tadoussac,
de la bahía de Hudson y de las regiones occidentales, fue el más importante
tanto por su volumen como por los beneficios obtenidos. Este voluminoso y
beneficioso comercio se mantuvo boyante a lo largo de aquellos cincuenta
años, a pesar de dos graves obstáculos. Uno fue el contrabando, que era
imposible de extirpar por la inmensidad del terreno y los fuertes intereses de
muchos particulares. Y el otro, no menos perjudicial, se debió a que los
72 Ibidem, 31. 
73 Colebrook Harris, 1984; Massard, 1995. 
74 Lanctot, 1964, 220; Mathieu, 1993, 145-163.
75 Lanctot, 1964, 219-220.
76 Ibidem, 222. 
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indios preferían llevar las pieles de castor a Albany, en donde los ingleses
les pagaban precios más elevados y les vendían los productos más baratos,
incluidas naturalmente las bebidas alcohólicas. Esta vieja lucha comercial
fue uno delos permanentes frentes que opusieron a franceses e ingleses en
aquellas tierras canadienses, que se disputaban palmo a palmo en los prime-
ros momentos de febril asentamiento colonial.77 Hasta tal punto fue impor-
tante este comercio de las pieles que para William John Eccles constituía
una genuina frontera, que se intentaba preservar por todos los medios posi-
bles, incluidos naturalmente los militares.78 Hablando de este importantísi-
mo comercio de las pieles no se puede silenciar el trabajo e, incluso, la vida
aventurera y libre, de los «corredores del bosque» (coureurs de bois ou
boyageurs). A aquellos hombres, curtidos en las llanuras sin horizonte tan-
gible, no les arredraban las amenazas de palizas y mucho menos la condena
a galeras. Su vida, que giraba en torno a aquel provechoso comercio de las
pieles, consistía en la libertad de hacer y pensar al margen de toda ley y
organización social. Aunque menos importante que el anterior comercio de
las pieles, el comercio triangular entre Canadá, Francia y las Antillas, ade-
más de crear un circuito económico excepcionalmente ventajoso para las
tres partes, movilizaba el capital. Canadá exportó trigo, harina, vegetales,
pescado, madera, petróleo, bacalao, anguilas, salmón, mantequilla, queso
y huevos. De Francia se traía el vino, vestidos, productos de ferretería y
comestibles. Y de la Martinica y Santo Domingo salían el azúcar y el ron.79
Uno de los temas más ampliamente tratados por la historiografía
—Bruce Trigger, Karen Anderson, William Eccles, J. Baird Callicott y
Francis Parkman— fue y es el de la identificación de los «salvajes» iroque-
ses y algonquianos con el diablo por parte de los colonizadores en general
y de los jesuitas en particular. Peter A. Goddard explica, utilizando entre
otras fuentes las Jesuit Relations (1632-1672) y comparando la acción de
éstos con la de los misioneros de la península ibérica, las razones de esta
demonización generalizada, que hunde sus raíces en una arraigada tradi-
ción dualística o maniquea del pensamiento occidental, pero insiste tam-
bién en las particularidades de las misiones de los jesuitas en Nueva
Francia, muy diferentes a las que tenían lugar en la América luso-hispáni-
ca. Escribe Goddard:
77 Merwick, 2002, 188-219; Innis, 1962. 
78 Eccles, 1983, cap. 6.º: «The Fur Trade Frontier, 1663-1700».
79 Lanctot, 1964, 223.
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The position of missionaries in New France itself also contributed to the shift from
credulity to scepticism. In New Spain, the church enjoyed a position a great authority.
The Conquista involved the clear superimposition of Iberian social hierarchy; the
clergy were a «first estate»’ in Mexico or Peru as in Castile. Their «spitual conquest»
entailed privilege as well as responsibility. In contrast, New France supported a
modest number of missionaries (three in 1632, only fifty or so by mid-century),
tenuous habitation, total absence of conquest, and only a limited superimposition of
France on native society. In 1634 Paul Le Jeune wrote wistfully of the «great show of
power» by the Portuguese in the West Indies.This display had so intimidated aborigi-
nal peoples that they «embraced, without any contradiction, the belief of those whom
they admired». In New France, in contrast, missionaries were hostages of the fur tra-
de and of military alliance: they could not assume dominion. Canada was notable for
its phisical, social, and spiritual isolation, and for the vulnerability of its settlements.80
Sin entrar a discutir estos razonamientos, en principio bien formula-
dos, no hay que olvidarse de que la fuerza de la Iglesia en Nueva Francia
era considerable.81 El obispo y todo lo que significaba era una pieza esen-
cial en el entramado orgánico de la vida política canadiense. Se produjo
una impresionante aculturación. El mestizaje, que apenas se dio, dificultó
muchísimo este proceso. Pero en cualquier caso, la cohabitación, no siem-
pre convivencia, posibilitó la formación de nuevos valores en un sentido
integrador.82 Podíamos concluir asumiendo la tesis de Colin G. Calloway,
para quien, centrándose fundamentalmente en lo que posteriormente serían
los Estados Unidos de América, afirma que la activa relación entre los pue-
blos amerindios y europeos desembocó en «nuevos países» diferentes tan-
to para los indios aborígenes como para los inmigrantes europeos.83
La configuración político-económica
y socio-cultural de Nueva Inglaterra
Richard S. Dunn distingue cuatro períodos historiográficos: el prime-
ro abre la centuria de 1600 y la protagoniza Richard Hakluyt. El segundo
período va desde 1607 hasta 1660, es el período de los asentamientos. Los
historiadores de este período son Smith, Bradfort, Winthrop y Johnson. El
tercer periodo engloba al segundo asentamiento y se extiende desde 1660
80 Goddard, 1997.
81 Douville y Casanova, 1964, 124-161.
82 Turgeon, Delage y Ouellet, 1996.
83 Calloway, 1997.
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hasta 1680. Aquí los historiadores son Nathaniel Morton, William Hubbard
e Increase Mather. A este período pertenecen también John Ogilby, Richard
Blome, Nathaniel Crouch.84 El cuarto período cierra la centuria, hasta 1708,
y aquí hay que destacar a Cotton Mather (MA), Robert Beberley (Virginia)
y John Oldmixon (Inglaterra).85
Frente a un gobierno tradicional, de más de 50 años, organizado según
los postulados de las «cartas» (charters), se va imponiendo en un proceso
largo, que se extendió desde 1676 hasta 1688, un gobierno «imperial»,
militar. Los fechas claves son 1675 (guerras indias y revoluciones de colo-
nos), 1681 (definición constitucional del Imperio), 1685 (gobierno por
comisión de Edmund Andros, 1637-1714) y 1688 (revuelta de Nueva
Inglaterra contra Andros coincidiendo con la Revolución Gloriosa).86 Una
de las instituciones básicas del poder colonial son los gobernadores.87 Ellos
representaron la autoridad del rey y sus funciones eran preferentemente
militares.88 Una monografía modélica podía ser la del gobernador de
Virginia durante la Revolución Gloriosa, Francis Howard, escrita por
Billings.89 En la organización del poder colonial, como en toda organiza-
ción política, había que solventar dos problemas fundamentales: el de la ley
y el de la representación. Por la primera se buscaba un marco normativo
que obligara a todos; por la segunda se deseaba tener unas autoridades legí-
timas, que asumiesen las necesidades de la comunidad.90 En este sentido,
según el cual se perseguía establecer una adecuada relación entre gober-
nantes y gobernados, entre autoridad y obediencia, Cook trata de explicar
la estructura de la comunidad en Nueva Inglaterra durante el siglo XVIII
forjada bajo la dirección de los líderes locales.91 Los problemas de la ley
son tratados de manera general en una obra colectiva dirigida por Pencak y
Wright para la colonia de Nueva York;92 y por Mann al estudiar las trans-
formaciones de la comunidad puritana en una individualista sociedad yan-
kee en Connecticut.93 Las sensibles cuestiones de la representación política
84 Crouch, 1685.
85 Mather, 1702; Oldmixon, 1708; Dunn, 1959. 
86 Records of the Particulier Court of the colony of Connecticut…, 1935, 1; Whitmore, 1968,
III, V-XLVI; Newell, 1998. 
87 Raimo, 1980. 
88 Webb, 1979. 
89 Billings, 1991; Henige, 1970.
90 Force, 1846, IV, N.º 9, 51-58; y N.º 11, 3-7.
91 Cook, 1976.
92 Pencak y Wright, 1988.
93 Mann, 1987.
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o popular son abordadas por Morgan de manera general (oposición al dere-
cho divino de los reyes, elecciones locales, etc.);94 y por Jordan en el caso
concreto de Maryland.95 La distinta naturaleza política de los gobernados es
analizada por Bushman, que divide la coloniade la bahía de Massachusetts
en dos grupos: el más pequeño está sometido a la autoridad real y el otro,
más grande, está asociado como pueblo independiente.96 Nobles señala
diferencias también en esa única relación entre la política y la sociedad en
el siglo XVII para el condado de Hampshire.97 La organización política de
las colonias americanas es tratado de manera conspicua por Bernard Bailyn
en un trabajo fundamental.98
Sobre la transformación del gobierno de Nueva Inglaterra a raíz de los
acontecimientos de 1676, que supusieron la supresión de la autonomía de
la Massachusetts Bay Company, controlada por los puritanos (autonomía
colonial), por un gobierno colonial fuerte y militar, que a su vez supuso la
«anglicización» de las colonias (provincias inglesas), es puesto de mani-
fiesto por Webb de la siguiente manera:
But this praise for the hard-pressed planters re-emphasized courtly and metropolitan
contempt for the military inadequacy of their colonial governments, especially the
predominant puritan corporation, the Massachusetts Bay Company. The resulting
imperial impetus to English intervention produced, first, the elimination of the puri-
tan commonwealths by the short-lived Dominion of New England and then the per-
manent Anglicization of the New England society and culture. The unlikely instru-
ments of both processes were introduced to metropolitan opinion by the press in
1676: Edmund Andros, governor-general of the ducal dominions called «New York»,
and his Iroquoian allies, called the «Mohawk». Andros and the Iroquois, the king and
his council, all expressed a jaundiced view of New England’s territorial ambitions, its
mealy-mouthed leaders, and its oligarchical institutions.99
En 1700 la población colonial de las Trece Colonias continentales
excedía los 250.000 habitantes. Y su crecimiento fue enorme a lo largo del
XVIII. En 1659 la población canadiense alcanzaba 2.000 habitantes; mien-
tras que New England pasaba de 32.000 habitantes y las colonias de Che -
sapeake superaban los 24.000 habitantes. En 1713 la población canadiense
94 Morgan, 1988.
95 Jordan, 1987.
96 Bushman, 1992; Henneton, 2009, II, 603-658.
97 Nobles, 1983.
98 Bailyn, 1986.
99 Webb, 1984, 172-173.
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sólo llegaba a los 20.000 habitantes. En este incremento natural —nacidos
por matrimonio— jugó un papel fundamental la llegada del regimiento de
Carignan Sallières con 400 soldados.100
Para McCusker y Menard la economía en general de las colonias britá-
nicas tiene tres características fundamentales. La primera es que la economía
colonial no se puede entender si no es en el contexto de la economía atlánti-
ca. La segunda es la diversidad de la economía colonial. Y en tercer lugar la
prosperidad, al menos en el XVIII, de esa economía colonial. Interrelación,
diversidad y prosperidad fueron, por lo tanto, los signos distintivos de la eco-
nomía colonial británica.101 El relevante papel económico de los mercaderes
coloniales, así como la importancia de la construcción de barcos en Nueva
Inglaterra la han estudiado en profundidad Bernard Bailyn y Nuala
Zahedieh.102 Para Greene la construcción intelectual de América fue hecha
bajo la indudable influencia de la cultura británica. Es la teoría del «excep-
cionalismo americano».103 Para Fischer es indudable la existencia de cuatro
culturas regionales en las colonias británicas, que se fueron formando con la
llegada de otras tantas oleadas migratorias. A saber, la cultura regional de
Massachusetts (emigración de 1629-1640) con proyección a toda Nueva
Inglaterra; la de Virginia (emigración de 1640-1675) con la inclusión de toda
la Norteamérica Media; la del valle de Delaware (emigración de 1675-1725)
con la expansión hacia el sur costero; y la de Southern Backcountry (emigra-
ción de 1717-1775) con la incorporación de las tierras altas del Sur.104
Ampliando esta visión de Fischer de «región cultural», Meinig, sin olvidar la
indudable herencia metropolitana, añade juiciosamente otros condicionan-
tes culturales fundamentales, cuales son el distinto entorno ambiental (geofí-
sico y climático), las diferencias poblacionales de los amerindios, africanos
y europeos no británicos y la diversa disponibilidad de recursos materiales.
Todo ello, no sólo diferencia a unas culturas de las otras entre las mismas
colonias (Nueva Inglaterra, valle de San Lorenzo, bahía de Hudson, valle del
río Hudson, Pennsylvania, Virginia, islas tropicales, las Carolinas, Florida,
Luisiana, Tejas y el valle del Río Grande), sino que se distinguen todas ellas
en conjunto de la cultura metropolitana inglesa.105
100 Butel, 1999, 174. 
101 Papers relating to an Act of the Assembly of the Province of New York…, 1724; McCusker
y Menard, 1985.
102 Bailyn, 1955 y 1959; Zahedieh, 2010, 55-136. 
103 Greene, 1993.
104 Fischer, 1989.
105 Meinig, 1986.
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Sobre el puritanismo americano en general y de manera muy particu-
lar en Nueva Inglaterra se dispone de numerosas e importantes obras. El
primer estudio en profundidad se debe a Perry Miller.106 Otras obras ulte-
riores son menos monolíticas, abriéndose a otros factores condicionantes
del espíritu religioso de aquellos primeros colonizadores.107 Si es indudable
que los aspectos religiosos son básicos para la comprensión de la cultura en
Nueva Inglaterra, los aspectos de lo mágico y de la brujería también estu-
vieron presentes en la configuración de aquellas mentalidades del Nuevo
Mundo.108 Para Cohen la afición actual por la literatura de crímenes hunde
sus raíces en la época colonial, en que se cultiva ampliamente este género
como elemento intelectual básico de la cultura popular.109 El extraordinario
desarrollo de la historia criminal en el período colonial lo pone bien de
manifiesto Cahn.110 Según Cressy las ideas, la familia y la moneda eran los
tres vínculos que unían estrechísimamente a Nueva Inglaterra con
Inglaterra.111 El gran historiador de las colonias británicas, Bernard Bailyn,
ha escrito páginas de obligada consulta sobre la educación y la formación
en la sociedad americana.112
Conclusiones
En toda organización política lo que importa es saber quién toma las
decisiones, por qué y cómo. Por eso las biografías (sociología histórica),
historiográficamente hablando, son tan importantes como los mismos pro-
cesos (políticos, económicos, sociales y culturales). Aquéllas orientan o
mediatizan a éstos; y los procesos, a su vez, condicionan las biografías.
Además de esta dialéctica de biografías/procesos, ampliamente cons-
tatada en las páginas anteriores, se han podido observar otras dos cuestio-
nes bipolares y complementarias, cuales son centro/periferia y
unidad/diversidad. La primera ha sido bien estudiada por Inmanuel
Wallerstein y, en nuestro caso concreto, por Jack P. Greene.113 Para ambos
106 Miller,1939 y 1998.
107 Hall, 1989; Foster, 1991; Stout, 1986.
108 Godbeer, 1992; Gragg, 1992; Weisman, 1984.
109 Cohen, 1993.
110 Cahn, 1989.
111 Cressy, 1987.
112 Bailyn, 1960.
113 Wallerstein, 2007; Greene, 1987.
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autores el centro del poder político —de la toma de decisiones— cambia
constantemente, de ahí que su interrelación —hegemónica o independien-
te— sea imprescindible tenerla en cuenta en el análisis de la estructura y
dinámica de un poder concreto, sea el metropolitano, el amerindio o el
colonial. La segunda cuestión es la que relaciona la unidad con la diversi-
dad. Según Edgar Morin se ha confundido siempre la unidad del «hacer»
político con la «diversidad» incuestionable de cada pueblo, sea inglés o
francés, amerindio o colonial.114 Y, lo que todavía ha sido peor, es que ni
siquierahubo unidad en el «hacer» político, porque mientras unos perse-
guían fines estrictamente económicos, otros le daban preferencia a los
socio-culturales.
Y, como telón de fondo, de todas estas conclusiones parciales, aunque
complementarias, se ha demostrado la teoría interpretativa de Kennedy,
Duroselle y Chauprade, según la cual, con las matizaciones pertinentes,
todo imperio (político, territorial, etc.) crece primero y poco después
decae.115 En nuestro caso, de ahí la importancia del análisis de un tiempo
medio o coyuntural, los tratados de Utrecht de 1713 supusieron el hundi-
miento total de la monarquía hispánica, la caída parcial de la monarquía
francesa y la aparición del imperio británico. Por lo tanto, el mejor testimo-
nio del auge de Inglaterra a costa de Francia se ha reflejado de manera
fehaciente en la América del Norte, que pasó de ser francesa a convertirse
en la plataforma imperial del Reino Unido entre 1697 y 1713.
Recibido el 2 de junio 2014
Aceptado el 4 de febrero de 2015
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