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Teología bíblica pentecostal © 2016 CPT Press Publicado por Editorial Patmos, Miramar, FL. 33025 Todos los derechos reservados. Publicado originalmente en inglés por CPT Press, 22 Greencoat Pl., Londres SW1P PR, Inglaterra con el título A Pentecostal Biblical Theology: Turning Points in the Story of Redemption A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas se toman de la versión Reina-Valera ©1960, Sociedades Bíblicas Unidas. Traducido por Loida Viegas Diseño de portada e interior por Elisangela Santos ISBN: 978-1-64691-237-7 eISBN: 978-1-64691-238-4 Categoría: Teología Conversión a libro electrónico: Cumbuca Studio CONTENIDO Introducción Primera Parte: Teología Del Antiguo Testamento Ciclos Uno A Cinco Capítulo 1 Ciclo Uno: Desde La Creación Hasta El Diluvio (Génesis 1.1–8.22) Capítulo 2 Ciclo Dos: Desde Noé Hasta La Torre De Babel (Génesis 9:1–11:9) Capítulo 3 Ciclo Tres: Desde Abraham Hasta Las Deambulaciones De Israel Por El Desierto (Génesis 12–Deuteronomio 34) Capítulo 4 Ciclo Cuatro: Desde Josué Al Exilio (Josué 1–2 Crónicas 36) Capítulo 5 Ciclo Cinco: Desde Josué Y Zorobabel Hasta La Revuelta Judía Segunda Parte: Teología Del Nuevo Testamento Ciclos Seis Y Siete Transición E Introducción Capítulo 6 Ciclo Seis: El Nuevo Pacto Capítulo 7 Ciclo Seis, Sigue: El Nuevo Comienzo Según Juan El Evangelista Capítulo 8 Ciclo Seis, Sigue: El Crecimiento Y La Propagación Del Cristianismo Capítulo 9 Ciclo Seis, Sigue: Pablo — Apóstol Y Profeta-Maestro Para El Nuevo Pueblo De Dios Capítulo 10 Ciclo Seis, Sigue: El Juicio — El Punto Culminante De La Historia Capítulo 11 Ciclo Siete Desde La Segunda Venida De Jesús Hasta La Vienaventuranza Eterna Bibliografía Índice De Autores INTRODUCCIÓN Esta introducción explicará las cuestiones generales preliminares al enfoque del libro a la teología bíblica. Preparará al lector para el primero de los siete ciclos de “puntos de inflexión” en la historia y la teología bíblicas. El primer ciclo lleva al lector desde la narrativa de la creación hasta el juicio por medio del diluvio en la época de Noé. En los tiempos antiguos, un sabio observó una vez: no hay final en la elaboración de un libro. Este ha sido el caso en los estudios bíblicos en general, y sobre todo en la teología. Por tanto, cabría preguntar por qué otro libro de la teología bíblica. Como instructor de cursos de teología bíblica a nivel universitario, con frecuencia he luchado por encontrar buenos libros de texto de fácil uso. Dos factores principales subyacen a mi insatisfacción con muchas teologías bíblicas contemporáneas: 1) Son demasiado extensas. Ningún universitario necesita una teología del Antiguo o del Nuevo Testamento de 600- 800 páginas. 2) Tratan (de forma adecuada) las cuestiones críticas, pero, a nivel universitario, los estudiantes precisan la oportunidad de lidiar con el texto. Este estudio de los puntos de inflexión en la historia bíblica de la redención trata ambos asuntos. Analiza todo el alcance de la Biblia —desde Génesis 1 a Apocalipsis 22—, pero yo he mantenido una extensión modesta. Asimismo, de los dos enfoques al hacer teología —la investigación o la exposición—, he minimizado la explicación de las cuestiones académicas críticas, la teología de la investigación, en favor del énfasis en los asuntos de fe, la teología de la exposición. Desde el principio, los lectores de la Biblia han buscado descubrir su tema unificador. Esto ha derrotado a las mejores mentes, porque está compuesta por libros independientes, en distintos marcos históricos, a lo largo de un periodo de unos 1500 años. Entre las propuestas de un tema unitario se hallan: 1) la presencia de Dios mismo, 2) la historia de la salvación, 3) la formación del pueblo de Dios (Israel; la Iglesia), 4) los pactos (noético, abrahámico, mosaico, davídico, jesuánico), y 5) La narrativa de la continuación (la promesa veterotestamentaria; el cumplimiento neotestamentario). Cada uno de estos y otros enfoques para descubrir el tema unificador tiene su propia combinación de puntos fuertes y puntos débiles. Esta teología encuentra su tema unificador en los ciclos recurrentes de los puntos de inflexión en la historia y la teología bíblicas, un enfoque que también posee sus fortalezas y sus debilidades. Este estudio desarrollará el tema unificador de los “puntos de inflexión”. Estos últimos constituyen los siete ciclos del complejo patrón: 1) comienzo/nuevo comienzo, 2) propagación del pecado, 3) el juicio divino y 4) un nuevo inicio posterior. Este modelo se con toda claridad en los primeros capítulos de Génesis, pero sigue apareciendo de forma histórica y profética a lo largo de la narrativa bíblica. El gráfico siguiente ilustra la estructura o patrón del ciclo Patrón Primer ciclo Segundo ciclo Inicio Adán y Eva Noé e hijos Orden Fructificad y multiplicaos (1:28) Fructificad y multiplicaos (9:1) Propagación del pecado La tierra estaba llena de violencia Construcción de una ciudad y falsa adoración Juicio El diluvio Confusión de las lenguas El patrón o estructura de estos tres primeros ciclos sigue apareciendo a lo largo del reato bíblico, y no acaba hasta el final de la historia misma. Esto queda ilustrado en el gráfico siguiente: Explicación del esquema: Cronología: la historia de la humanidad y/o el pueblo de Dios desde la creación (Génesis 1–2) hasta la nueva creación (Apocalipsis 21, 22). Izquierda, frente a la cabeza de flecha • El punto identifica el comienzo/nuevo comienzo • Los nombres (arriba) identifican los mediadores para el comienzo/nuevo comienzo • Las “V” horizontales ilustran el crecimiento numérico y la proliferación de la población • La línea vertical de cierre señala el juicio divino sobre una población pecadora Círculo: identifica cada ciclo completo en la secuencia de giros de inflexión Cruz: identifica el penúltimo giro de inflexión de la secuencia. Como se ilustra más arriba, los cinco puntos de inflexión se constatan según avanza la narrativa del Antiguo Testamento; el sexto ciclo es el tema del Nuevo Testamento (Mateo 1 a Apocalipsis 20), y el séptimo se transforma en dicha eterna (Apocalipsis 21, 22). A pesar de sus limitaciones obvias, este tema unificador de siete “puntos de inflexión” resulta interesante por varias razones: 1. Se centra en puntos de inflexión clave de la historia humana/bíblica. 2. Se concentra en personajes bíblicos clave como Adán, Noé, Abraham, Moisés, Josué... Juan el Bautista, Jesús, los Doce, Pablo, et al. 3. Explica cada pacto que Dios hizo con la humanidad, como el noético, el abrahámico, el mosaico, el davídico y el jesuánico. 4. Que existan siete ciclos de comienzo/nuevo comienzo argumenta la completitud o plenitud de la gracia de Dios. 5. Que los agentes del nuevo comienzo de los cuatro últimos ciclos lleven el nombre de Josué (hebreo) = Jesús (griego), que significa “Dios salva”, ilustra el triunfo repetitivo de la redención sobre la pecaminosidad cósmica humana y global. Primera Parte TEOLOGÍA DEL ANTIGUO TESTAMENTO 1 CICLO UNO: DESDE LA CREACIÓN HASTA EL DILUVIO (GÉNESIS 1.1–8.22) Algunas de las palabras más sublimes jamás escritas se encuentran en Génesis 1: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (1:1). Estas palabras de la creación podrían rivalizar con los vocablos visionarios de la re-creación, por ejemplo, “Vi”, escribe Juan, “un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron” (Ap 21:1). Sin embargo, estos términos de re- creación no están a la altura de lo que se dice sobre la creación, como tampoco cada “anuncio” alcanza a abarcar la realidad establecida. Las más sublimes de todas son, quizás, las últimas palabras agónicas de Jesús desde la cruz: “Consumado es” (Jn 19:30). En la imagen panorámica, la creación se da por acabada en la “redención” (compárense las visiones complementarias de Dios como Creador y Redentor en Apocalipsis 4:1–5:4). Por consiguiente, según el estándar eterno, las palabrascomplementarias de Dios sobre creación/re- creación y la redención son supremas. Por ello y, en cierto modo, mientras que la creación de Dios es una obra “buena en gran manera”, la redención por medio de Su Hijo es Su obra más sublime. El primer ciclo de giros de inflexión en la historia y la teología bíblicas trata, obviamente, sobre las primeras cosas. La narrativa de Moisés no es un registro completo de lo sucedido; es selectivo. Este primer ciclo se centra en los cuatro puntos siguientes. Uno, que Dios crea los cielos y la tierra... y todos los ejércitos de ellos (Gn 2:1). Dos, que Dios crea a los agentes humanos y les encarga que funcionen como subcreadores (1:26-30). Tres, que Moisés informa sobre el crecimiento y la proliferación de los descendientes de los primeros seres humanos, su caída en la desobediencia y la propagación del pecado (3:1–6:7). Cuatro, que Dios juzga a la humanidad mediante las aguas destructivas del diluvio (6:8–8:22). Estos aspectos del ciclo de “inicio” se convierten en el patrón de todo el informe bíblico de la historia humana. El esquema siguiente ilustra el lugar del primer ciclo de puntos de flexión en relación con los seis ciclos que conforman la historia humana. 1.1. Comienzo: Dios creó los cielos y la tierra (Génesis 1:1–2:4) En las prácticas literarias del Antiguo Oriente Cercano, las primeras frases del documento son también su título. En Génesis, “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, informa a los lectores que el relato empezará por el principio. Y este origen no es más que la creación de “los cielos y la tierra”. Esta frase es una especie de “hendíadis”, término griego que significa “uno mediante dos”. En el caso de Génesis 1:1, los dos vocablos “cielos” y “tierra” son, en conjunto, una realidad creativa global. Aun así, la frase cielo y tierra podría significar cosas distintas para personas diferentes. Por ejemplo, para Moisés podría limitarse al delta del río Nilo en Egipto, al desierto del Sinaí, al sol, la luna y los planetas, y las estrellas visibles a simple vista. Por otra parte, para un astrofísico del siglo XXI, esto incluiría las galaxias, las nebulosas, los agujeros negros y mucho más de lo que las personas hayan podido imaginar en las sociedades no técnicas. Aunque el lenguaje de la creación tiene una aplicación relevante para el siglo XXI, su significado primordial también la tiene para las culturas pretecnológicas. El sentido de la frase “cielos y tierra” no es ambiguo en su contexto bíblico. Moisés usa el término cuatro veces en su narrativa de la creación. Así: 1) En el principio creó Dios los cielos y la tierra (1:1), 2) a la expansión cubierta de agua del firmamento se le llama “cielo” (1:8), 3) La expansión de los cielos es donde se ubican el sol, la luna y las estrellas (1:14-18), y 4), todo lo que ha sido creado durante los seis días de la creación se resume en la declaración: “Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos” (2:1). En otras palabras, de principio a fin (1:1; 2:1) y todo lo que hay entremedio (1:8; 14-18) constituyen los cielos y la tierra. Por tanto, en su narrativa de la creación, Moisés ha definido “cielo y tierra” mediante la estrategia de la inclusio, información que se proporciona entre corchetes. La estrategia de los corchetes define por completo lo que significaba para Moisés la expresión “cielos y tierra”. Por consiguiente, estos son la creación tal como se experimenta en la tierra. Incluyen la creación de la luz que trae “día a la noche” (1:3-5). De modo que abarca el sol, la luna y las estrellas visibles (1:14- 19). Además, también engloba la atmósfera cubierta de agua, los mares y la tierra seca. Finalmente, describe todas las formas de vida que pueblan los mares, el cielo y la tierra (1:9-30). El dato bíblico real (1:1–2:1) aclara que la parte del universo que solo se puede observar a través de los telescopios no es, pues, el ámbito de la narrativa bíblica. En consecuencia, aunque ahora conocemos la magnitud del universo implícito en el relato de la creación, en la narrativa no se está describiendo como tal. 1.1.1 La narrativa de la creación describe cuatro temas Contemplar la narrativa de la creación desde distintas perspectivas revela la riqueza de la obra de Dios. Por ejemplo, en comparación con el Dios creador, el ser humano es muy limitado como subcreador (cp. Sal 8:1-9). Sin embargo, este breve estudio se centrará tan solo en cuatro temas. Uno, Dios pone orden en el caos. Una vez revelado que Dios creó los cielos y la tierra (1:1), Moisés describe el estado de la tierra. Estaba “desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo” (1:2). Por necesidad Dios empezó, pues, a poner orden en el caos; luz en las tinieblas (1:3). Esto se desarrolla en mayor detalle en los vv. 14- 19, que describen la función del sol, la luna y las estrellas. Además de crear la “noche y el día”, Dios separó también el agua que reposaba sobre el firmamento (niebla, bruma, nube, lluvia) de las aguas que cubrían la superficie de la tierra (1:6-8). A continuación, hizo que la tierra, es decir, los continentes, se separaran de las aguas oceánicas (1:9, 10). A esto le llamó “tierra”, el segundo término en la expresión “cielos y tierra” (1:19). De manera colectiva, estas palabras creativas transforman las “cosas” o la “materia” no diferenciadas de la creación en un sistema solar bien ordenado, que incluye una tierra bien ordenada. En segundo lugar, Dios fue la fuente de vida. Una vez estructurados los cielos (el sistema solar) y la tierra en la forma adecuada, Él empieza a crear diversas formas de vida adaptadas al entorno apropiado que ha generado. Para la tierra seca, Dios crea la vegetación (1:11). Añadió a la creación enjambres de criaturas vivas en las aguas y aves en el aire (1:20-22). También creó “animales de la tierra según su género, ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie” (1:25). Finalmente, “creó Dios al hombre a su imagen” (1:27). La creación de diversas formas de vida es, por tanto, conforme a su entorno (agua, aire, tierra) y sigue una jerarquía flexible de vida, desde el pensamiento de simples formas celulares a la humanidad, hecha a imagen de Dios. En tercer lugar, la obra de creación de Dios era buena. Después de generar la luz, contempló su obra, “y vio que la luz era buena” (Gn 1:14). Y así continúa de día en día: la separación del agua y de la tierra era buena (1:10); la vegetación era buena (1:12); el sol, la luna y las estrellas eran buenos (1:18), la creación de la vida en sus múltiples formas era buena (1:20, 21), como también lo era, en particular, la creación de los animales salvajes, los domesticados y los reptiles (1:25). Y, después de haber creado a los seres humanos (1:27), Dios consideró todo lo que había hecho, y vio que era “bueno en gran manera” (literalmente, “bueno, bueno” [1:31]). De modo que la obra del maestro creador fue buena desde el primer día (día 1) al último (día 6); era completamente buena (la séptuple declaración de bondad). En lo temático, esta bondad se aplica tanto a la ordenación de la creación como a la vida de esta. La bondad era, al mismo tiempo, agradable en lo estético y buena en lo moral. La creación era una serie de proyectos interdependientes, complementarios, un trabajo bien hecho en todos los sentidos. En cuarto lugar, la obra de la creación de Dios era completa. El hijo de David, el Predicador, observó en una ocasión: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Ec 3:1). Lo ilustra con catorce ejemplos, incluidos “tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de endechar y tiempo de bailar” (3.2, 4). En ningún lugar de su lista observa que, desde el principio, hubo “tiempo de crear y tiempo de descansar de toda la obra que había hecho”. Transcurridos los seis días de creación, Dios evaluó todo lo que había hecho y, sabiendo que había acabado de crear, sencillamente se detuvo.El séptimo día, como día de reposo, no significa “tomarse un respiro”, recobrar energías o abandonar el proyecto. Se trata de un cambio de actividad para Él; pasa de “crear” a “sustentar” lo que había generado. (Cp. la observación de Jesús: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” [Jn 5:17]). En resumen, El primero de los dos relatos de la creación ilustra el siguiente. Por ejemplo, presupone que Dios [Elohim] EXISTE; no ofrece “pruebas” de Su existencia, aunque mucho después el apóstol Pablo usará la creación como evidencia de ello (Ro 1:20). Manifiesta, asimismo, que la creación es la actividad preferida de Dios: Él no tenía obligación alguna de crear. Además, se patentiza que Dios crea según su propia naturaleza divina. Así, Él crea la luz; más adelante en la Biblia se nos señala que Él es luz (1 Jn 1:5). Dios es la fuente de vida; más tarde, las escrituras nos indican que Él es el Dios vivo (Jos 3:10). Dios acaba la creación; después sabremos que la remata con la redención (compárense las visiones de Dios como creador, y del cordero de Dios como redentor, Apocalipsis 4–5), y la amplía con la generación de un nuevo cielo y una nueva tierra (21:1). Por razones que solo Él conoce, Dios no lo creó todo de golpe; lo hizo día a día, de manera sistemática, progresiva, hasta haber completado lo que había empezado. Finalmente, el relato de la creación ilustra que la palabra de Dios es Su instrumento de creación; es decir, que sus pronunciamientos tienen efecto sobre el orden, la vida y la bondad. 1.2. Los agentes: Dios crea a los seres humanos (Génesis 2:4-26) En el primer relato de la creación (Gn 1:1–2:4), Dios creó un entorno adecuado donde situar a los seres humanos: el sistema solar, incluida la tierra misma. En este ambiente y como logro final y supremo colocó a los seres humanos, la gloria máxima de sus buenas obras (1:27-31). Esta historia determina que los seres humanos (también conocidos como el hombre, el género humano, la humanidad) tienen género (varón y hembra). Al “varón” (como género) se le ordena que lleve fruto y se multiplique, es decir que funcione según el estatus de su género. De esta forma, el “varón” opera como subcreador-progenitor nombrado por Dios, y puebla la tierra. Además, al haber sido creado a imagen de Dios, el “hombre” tiene que subyugar y gobernar al resto de la creación. Por esta razón, el “hombre” no solo funciona como subcreador, sino también como subgobernador de la tierra (por ej., domestica a los animales). Asimismo, el “hombre” es el subjardinero, que convierte el paraíso en el Edén. El “hombre”, subcreador, subgobernador y subjardinero, es verdaderamente el pináculo de la creación, y está hecho a imagen de Dios. En el segundo relato de la creación (2:4-5), Moisés amplía su informe sobre el “hombre” del capítulo uno, y desarrolla dos temas. Primero, la humanidad es la cumbre (la cima, el apogeo) de la creación. Con una sola excepción, la humanidad, Dios generó cada aspecto de la creación, desde la ordenación de la “materia” de la creación al otorgamiento de la vida, mediante la instrumentalidad de su palabra. “Dijo Dios... y fue así”. Sin embargo, cuando le llegó el turno a la humanidad, la diferenció o separó de todo lo demás: Dios hizo al hombre con sus manos (Gn 2:7). Como la describe Moisés, la creación de la humanidad es un proceso doble. Primero, Dios hizo una imagen de arcilla con forma humana. En segundo lugar, insufló a ese barro “el aliento de vida”. De esta forma ñunica en comparación con el resto de la creación, solo los seres humanos son hechos a imagen de Dios, el apogeo y la conclusión de la creación. Dios hizo también a la mujer de un modo exclusivo, es decir, de la costilla del varón. Cualquiera que pueda ser el significado de esa “costilla”, simboliza que como el primer varón de la especie (2:7), la primera hembra de la misma es producto de las manos de Dios (2:22-23). Segundo, los seres humanos son los custodios de la creación. Creados como Dios, es decir, a Su imagen (1:26-27), los seres humanos funcionan como jardineros, huerteros y cuidadores de rebaños. Según informa Moisés, el tercer día Dios hace que la tierra produzca vegetación (1:12). Tras llevar a la creación a un final adecuado al sexto día, Dios creó a la humanidad, varón y hembra (1:27), les encomendó que fueran sus jardineros (1:29), y los situó al este de Su jardín, la tierra que está entre los ríos Tigris y Éufrates (2:10-14). En un principio, el propósito de Dios para la humanidad consistía en que ambos (el varón y la hembra) fueran agricultores, cultivaran las semillas y las plantas del terreno (2:5). Asimismo, como huerteros eran libres de recoger el fruto de cada árbol (2:9). Además, como cuidador de rebaños, Adán pone nombre a los animales, ejerciendo probablemente el poder de domesticarlos para alimentarse. Una limitación es la necesidad de comida (2:9a) y la otra es una prueba de obediencia (2:8b). Dios les prohíbe comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal (2:16, 17). El propósito de esta segunda limitación es implícito, y no explícito. El propósito es ponerlos a prueba. Esto implica humillarlos (No tienen que conocer el bien, como lo conoce Dios, el creador de los cielos y la tierra), y que manifiesten lo que hay en su corazón (si querían cumplir Sus mandamientos), bajo advertencia de que la desobediencia tiene consecuencias (cp. Dt 8:1-20). Resumiendo, los primeros agentes de Dios en los giros de inflexión de la historia carecen, de forma exclusiva, de padre o madre. Son creados como adultos y, a la vez, son el objetivo de la creación y de Su gloria suprema. Como tal, Dios les encarga que funcionen como Su alter ego, y que hagan a pequeña escala aquello que Él realizó a gran escala. Deben ser labradores de la tierra y cosechadores del fruto. Además, deben subyugar y gobernar al reino animal. Dios, como creador, era quien ponía los nombres; llamó a la extensión “cielo” y a la tierra seca “tierra” (1:8, 10). De manera similar, como subcreadores de Dios, los seres humanos ponen nombres al reino animal (2:18-20). La humanidad fue creada con género, varón y hembra. Pero Dios los diseñó a cada uno a medida, los moldeó (2:7, 21-22), y los une en matrimonio como uno solo (2.24). Aunque Adán y Eva no tienen padre o madre, y han sido creados a imagen de Dios, acaban sus días como exiliados del jardín divino, avergonzados y maldecidos igual que la serpiente (3:14-24). 1.3. El origen del pecado humano (Génesis 3:1-24) El primer relato de la creación enseña que, en términos de orden y de vida, la creación de Dios es buena. De hecho, Él la calificó como buena en gran manera. El sol brilla y la lluvia cae sobre justos e injustos por igual (Mt 5:45), satisfaciendo los corazones humanos con alimento y felicidad (Hch 14:17). Sin embargo, la experiencia humana suele contradecir esta imagen. La naturaleza puede ser hostil y destructiva. Terremotos, sequías, volcanes y tornados dejan dolor y sufrimiento a su paso. Los seres humanos mismos son a menudo culpables de abuso y conflicto los unos hacia los otros. En Génesis 3:1-24 se explica esta discrepancia entre lo bueno humano en la creación y lo malo en la sociedad. Este capítulo se entiende mejor como el choque o el conflicto entre Dios y la serpiente. Es la historia de dos antagonistas, Dios y la serpiente, con Adán y Eva pillados en medio. Moisés inició su relato de la creación (1:1–2:4) presentando a Dios sin explicación, confiando en que sus lectores no necesitaban explicación alguna. De manera similar, expone su narrativa de conflicto (3:1-24), mostrando a la serpiente con muy poco detalle, sin duda considerando que no son precisos. Sin embargo, conforme prosigue el relato, su lectorado se entera directa o indirectamente de que la serpiente es el más astuto de los animales creados por Dios (3:1), una mentirosa (3:4), seductora (3:5) y una bestia (de cuatro patas) (3:14). Pero sobre todo, los lectores de Moisés reconocen que la serpiente es la enemiga de Dios, la criatura que ataca a su creador(3:1). Este capítulo, tradicionalmente descrito como “La Caída”, toca tres temas interdependientes. Uno, la serpiente acusa a Dios de ser un mentiroso. Le pregunta a Eva: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? (3:1). Ella asiente, e identifica al árbol del fruto prohibido (3:2, 3), y añade la advertencia “para que no muráis” (3:4b). La serpiente da a entender, a continuación, que Dios es un mentiroso, y afirma: “No moriréis” (3:4). Este dialogo no solo insinúa que Dios miente, sino que no hay consecuencias por desobedecerle. En segundo lugar, la serpiente acusa a Dios de mezquino (3:5). Seduce a Eva con esta perspectiva: “Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (3:5). La implicación del discurso de la serpiente es que Dios está negándole el bien a la humanidad, el derecho a ser como Él. Irónicamente, ellos ya son como Dios, creados a su imagen. La serpiente los seduce a querer más, a cruzar los límites divinos establecidos. El resultado es que Eva fue engañada porque era “agradable a los ojos”, y tanto ella como Adán comieron lo que Dios había prohibido (3:6). Esto ilustra la constante vulnerabilidad humana y, de manera específica, que el fruto prohibido es el más dulce. En tercer lugar, la serpiente obliga a Dios a maldecir a los seres humanos, la cúspide de Su creación. Obviamente, la estrategia de la serpiente ha consistido en seducir a Adán y Eva para que desobedezcan a Dios. Y esto es porque sabe que Él no es mentiroso. Por consiguiente, si Adán y Eva desobedecen, la serpiente sabe que Dios deberá castigarlos, y que lo hará. Esta punición es más que la simple muerte física. Empieza con la muerte de la inocencia (3:7). Y resulta en la pérdida de la comunión (3:8). Desata una serie de maldiciones: contra la serpiente (desde ese momento se arrastrará por tierra y, en última instancia, un hijo de Eva la aplastará [3:14, 15]. Dios maldice a Eva con dolores en el alumbramiento y una nueva relación con su marido (3:15, 17), y maldice a Adán, quien se ganará el sustento con el sudor de su frente (3.19). La pareja es expulsada del Jardín, para evitar que también coma del fruto del árbol de la vida y viva para siempre (3:22-24). A medida que el tiempo avanza, los cuantiosos años de vida de sus descendientes se van reduciendo, primero a ciento veinte años (Gn 6:3), y después a setenta (Sal 90:10). En este episodio es preciso tener en cuenta un giro. La mujer fue tentada y engañada (3:1, 13). Sin embargo, Adán desobedeció de forma intencionada. Esto significa que él (y no Eva) es el origen de la pecaminosidad humana (Ro 5:12). Aquí, el principio es que existe una diferencia entre el pecado no intencionado, involuntario y el que se hace de un modo deliberado. En resumen, como ilustra esta narrativa de conflicto, la discrepancia entre la bondad de la humanidad en la creación y su maldad en la sociedad, la pecaminosidad humana, es atribuible a un acto paradigmático, prepotente de desobediencia (3:1-24). Son cuatro las partes involucradas: 1) el tentador, 2) la engañada, 3) el pecador a sabiendas y deliberado, y 4) la naturaleza, la espectadora inocente. Las tres partes culpables reciben, cada una, el castigo adecuado y justo, pero incluso la parte inocente (la tierra misma) está manchada por su pecaminosidad y afectada por su castigo. Este episodio también ilustra que, ante todo, el pecado es contra Dios, el creador, y que sus consecuencias son mucho más graves (la segunda muerte) que la transgresión contra la humanidad. Además, el pecado es a menudo sociable, es decir, que el pecador busca por lo general incluir a otros en su pecaminosidad. Finalmente, en el momento adecuado, Dios triunfa sobre la serpiente por el primer y segundo advenimiento (aplastador) de Jesús. Esto significa que el mal, individual o de todo un imperio, no puede triunfar nunca sobre Dios, independientemente de las victorias aparentes que pueda conseguir. 1.4. La propagación del mal: El conflicto entre los seres humanos (Génesis 4–5) Cuando Dios creó a la humanidad, varón y hembra, ordenó: “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sojuzgarla” (Gn 1:28). Obedientes a este mandato, los hijos de Adán y Eva, y sus posteriores descendientes, empezaron a dispersarse y a poblar la tierra. Sin embargo, por las consecuencias del pecado de Adán (3:12), conforme se fue extendiendo la población, el pecado también proliferó. En aquel momento, el principal pecado es el conflicto entre los seres humanos. En su estrategia de narrativa, lo primero de lo que Moisés informa es de un conflicto entre dos de los hijos del hombre y de su esposa Eva (Gn 4:1-8). Al primero lo llama Caín y al segundo Abel (4:1-2). Caín era labrador, es decir, agricultor (cp. 3:24) y Abel era pastor, porque las ovejas habían sido sojuzgadas (domesticadas, 1:29). En el transcurso del tiempo, cada uno de ellos llevó una ofrenda al SEÑOR (4:3). Caín ofreció del fruto de la tierra (4:3b), y Abel, el pastor, presentó al primogénito de su rebaño (4:4). Ambas ofrendas, la primicia y el primogénito, eran legítimas, y le serían exigidas a Israel a lo largo de su historia posterior. Pero, por alguna razón que no se indica, Dios aprobó la ofrenda de Abel y desaprobó la de Caín. Es algo que no se puede vincular a que uno fuera un sacrificio de sangre y el otro no. Por consiguiente, la disconformidad de Dios con la ofrenda de productos agrícolas de Caín debía de tener algo que ver con la actitud de su corazón. Caín se airó por la desaprobación de Dios y, a pesar de Su advertencia, se levantó y mató a Abel (4:5-8). De este modo, la narrativa ilustra que desde el principio, los descendientes de Adán honrarían a Dios, a cuya imagen estaban hechos (1:27), o vivirían como el diablo, que era un mentiroso y un asesino desde los orígenes (3:1-7). 1.4.1. El asesinato de Abel tiene un resultado inmediato más allá de su muerte real (Génesis 4.9-11) El resultado de la muerte de Abel es que la tierra misma se ha contaminado con su sangre (4:10). Pero Dios había creado el terreno = la tierra de manera específica, y era buena (1:10). Sin embargo, la humanidad le ha trasladado ahora la maldición de Dios (3:17), y su hijo primogénito ha profanado la tierra derramando la sangre de su hermano. Esto da a entender que no solo debe ser redimida la humanidad 83:16), sino también la tierra (Ro 8:19-22) y, en última instancia, ser recreada (Ap 21:1). El segundo resultado de que Caín matara a Abel es que se le castiga con la excomunión o expulsión de la sociedad humana (Gn 4:12). Esto no solo protege a los demás seres humanos de la posibilidad de ser asesinados, sino que también evita que la tierra se contamine más. El destierro de Caín de la sociedad humana también simboliza su separación de Dios (4:14). Para el homicida, esto se añade a la separación de Dios que Adán introdujo en la relación Creador-criatura cuando, tras pecar, Adán y Eva se escondieron de la presencia divina (3:8-11). 1.4.2. Transcurre un tiempo inmenso, una generación tras otra (Génesis 5:1- 32) La maldad y la violencia continúan, al parecer descontroladas por la expulsión (6:5). El misterioso matrimonio mixto y la preocupación por hacer el mal caracterizan a la población humana de la época de Noé. Usando un lenguaje antropomórfico, Moisés describe la reacción divina como tristeza y dolor ante la profundidad de la maldad humana (6:6). Por consiguiente, decide: “Raeré [yo, Dios] de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado” [6:7). Y lo hará enviando un diluvio masivo (6:17). Este diluvio tendrá dos propósitos: 1) acabar con la violencia sobre la tierra (es decir, la pena capital sustituirá al destierro [6:13]), y 2) purificará la tierra de su contaminación. Sin embargo, en medio de toda esta violencia, contaminación y maldad desenfrenadas, una persona “halló gracia ante los ojos” del SEÑOR (6:8): Noé. Por su justicia, él y su familia serán rescatados de la muerte por ahogamiento, y serán los agentes de Diospara una tierra renovada, con un nuevo comienzo tanto para los animales como para las personas (6:17-21). 1.5. Juicio sobre la perversa humanidad (Génesis 6–8) Inicialmente, como ilustran los ejemplos de Caín y Lamec (Gn 4.1-24), el castigo de Dios por la violencia y el asesinato es el destierro. Sin embargo, conforme crece la población, el “exilio” demuestra ser ineficaz para reducir dicha violencia. Por consiguiente, en la generación de Noé, Dios envía juicio sobre toda la humanidad. No es un capricho. Es la pena adecuada para el delito: el castigo purifica la tierra de su contaminación. Tampoco es apresurado. La historia de los hijos de Adán (Génesis 4) está vinculada a la generación de Noé mediante una genealogía de diez generaciones. Es un período de tiempo indefinido, y los años de vida de personas como Matusalén demuestran que fueron diez eras muy extensas. La Biblia contiene muchos ejemplos del juicio divino inmediato sobre algunas personas, como el caso de Ananías y Safira (Hch 5:1-11), pero el juicio sobre la humanidad ilustra que se demora en ocasiones por la paciencia divina. Pero aunque se retrase, el juicio justo de Dios sobre el mal impenitente es seguro en última instancia. Después del encargo de Dios a Noé, respecto a la construcción de un arca que reuniera a una pareja de todos los animales, y que advirtiera a las personas sobre el inminente juicio divino (6:13-22), derramó el juicio. Este castigo por agua incluye a la vez “las fuentes del grande abismo (que se rompen) y las cataratas de los cielos (que se abren)” (7:11). Esto hace que la tierra vuelva a su condición cubierta de agua y sobresaturada del segundo día de la creación (1:6-8), y revierte el proceso del tercer día, cuando apareció la tierra seca (1:9-10). Así, en la creación, Dios hizo surgir la tierra seca y fue bueno; más tarde, la remplazó por el agua, y fue adecuado (por no decir bueno en realidad). El juicio mediante las aguas del diluvio destruyó a toda criatura viviente, cuya morada era la tierra, animales y seres humanos por igual. Como lo relata Moisés: “Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra... Así fue destruido todo ser que vivía sobre la faz de la tierra” (7:21-23). ¿Fin de la historia? Lo que Dios creó los días 3, 5 y 6 queda destruido. Pero, ¡no! Dios preservó a un remanente. Moisés señala: “quedó solamente Noé, y los que con él estaban en el arca” (7:23). Los lectores de la Biblia saben, porque las escrituras así lo ilustran desde Génesis a Apocalipsis, que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Ro 8:28). Esto es para el bien de Dios, desde la creación a la salvación. Así, las aguas del diluvio de juicio sobre los pecadores son, al mismo tiempo, las aguas del diluvio de salvación para los justos. Compárese el episodio de la “división del mar” (Éxodo 14) y la crucifixión de Jesús (Marcos 15). El episodio del diluvio ilustra también que el mal no puede frustrar nunca, en última instancia, los propósitos salvíficos de Dios. Esto es cierto de manera individual y local, y también global. Como lectores de la Biblia, no solo hemos leído el primer capítulo en los ciclos de los puntos de inflexión (Génesis 1–8), sino también el último (Apocalipsis 21, 22). 2 CICLO DOS: DESDE NOÉ HASTA LA TORRE DE BABEL (GÉNESIS 9:1–11:9) El siguiente círculo central ilustra el lugar del ciclo de puntos de inflexión de Noé en la historia y la teología bíblicas. Como agente del nuevo comienzo de Dios, Noé es el puente histórico entre el ciclo de Adán y el de Abraham. Noé, con su familia, es el último hombre del ciclo anterior y el primero del nuevo. El primer ciclo de puntos de inflexión acabó en juicio, la aniquilación total de la humanidad mediante ahogamiento. La única excepción a este destino es Noé y su familia, solo ocho personas. La función de esta familia es extraordinaria. Como Adán y Eva fueron los progenitores de la raza humana, ahora Noé y su familia se convertirán por segunda vez, en sus padres. Este ciclo trata los puntos siguientes: Los agentes: Noé y su familia reciben el encargo, como antes Adán, de ser fructíferos y multiplicarse, es decir ser los progenitores de la nueva familia humana. El nuevo comienzo: una familia rescatada, la restauración de la adoración correcta, y el pacto que Dios establece con Noé. La propagación de la humanidad: Los descendientes de Noé vuelven a poblar la tierra, pero cometen el pecado de la adoración panteísta e idólatra, y adoran a la creación y no al creador. El juicio: Dios “confunde las lenguas” en Babilonia, y dispersa a las naciones por toda la tierra. 2.1. El agente: Noé, un segundo Adán La narrativa de Génesis proporciona muy poca información biográfica sobre Noé, el jugador clave en el progreso de la historia humana. La genealogía de Génesis 5:1-32 informa a sus lectores que Noé procede de Adán por medio de Lamec (5:28-32), a quien se nos presenta en 4:23, 24. Noé aliviará a la humanidad de la ardua maldición de “trabajo” que Dios había impuesto con anterioridad (cp. 3:17). Tenía quinientos años cuando se convirtió en el padre de tres hijos: Sem, Cam y Jafet. De un modo único, aunque antes del diluvio viviera entre personas perversas y violentas (6:5, 13), halló favor a los ojos del SEÑOR (6:8). De hecho, en su época Noé fue una persona justa, irreprochable (6:9). Este y varios datos de otra información le hacen comparable a Adán en diversas formas relevantes. El gráfico inferior demuestra que Noé es el alter ego de Adán. La comparación que el esquema hace de Adán y Noé ilustra muchos paralelos significativos y explícitos entre estos dos agentes de los dos primeros ciclos de comienzo/nuevo comienzo. Ningún otro agente (Abraham, Josué, et al.) poseen estos tipos de paralelismos. En realidad, los paralelos entre Adán y Noé hacen que sean el alter ego funcional (aunque no ontológico) de Dios sobre la tierra. Para entender estas conclusiones se debe tener en mente que Jesús, el agente del sexto y séptimo ciclos de nuevos principios NO es el alter ego de Dios sobre la tierra. Él es Dios mismo en la carne (cp. Jn 1:1-18) y tiene un estatus incomparable e infinitamente más alto que el más alto de los seres humanos, como Adán y Noé. Aspecto Adán, agente del comienzo Estatus Creado a imagen de Dios (1:27) Progenitor de la humanidad Se le ordenó ser fructíferos, multiplicarse y llenar la tierra (1:28) Gobernador del reino animal Adán gobernará sobre toda cosa viviente (1:28) Calidad de la personalidad Los seres humanos son la parte “buena” de la creación de Dios, irreprensible ante Él (1:31) Relación con el Creador Dios caminó con Adán y Eva (3:8) Vocación 2.2. El nuevo comienzo: Adoración, bendición y pacto (Génesis 8:20–9:17) Existen dos factores del nuevo comienzo tras el diluvio: 1) Noé restaura la adoración correcta; y 2) en base a la relación restaurada entre Dios y la humanidad. Él establece un pacto con Noé. En su narrativa del diluvio, Moisés proporciona a sus lectores el Entorno en el que Noé retomará la adoración correcta (Gn 8:13-19). Informa: el diluvio ha acabado y, una vez más, la tierra seca ha aparecido. Por tanto, Dios le ordena a Noé, que sigue encerrado en el arca, que la abandone. Tiene que liberar también a todas las aves, los animales y los reptiles que han sido salvados del diluvio. Estos se reproducirán en abundancia y llenarán la tierra. En este entorno en el que la vida en la tierra empieza a regresar a la normalidad, lo primero que Noé hace es retomar la adoración correcta. Edifica un altar al SEÑOR y ofrece un holocausto de cada animal y cada ave puros (Gn 8:20). Moisés señala que el SEÑOR está complacido con la adoración de Noé y la acepta (8:21a). Una vez más, sirviéndose del lenguaje antropomórfico para describir a Dios, el SEÑOR decide que no volverá a destruir a toda cosa viviente, como hizo con el diluvio (8:21b-22). Una vez retomada la adoración correcta (Gn 8:13-19), el SEÑOR establece varias directrices para la vida en el nuevo orden mundial (9:1-7). Estas indicaciones oprincipios han de ser bendiciones para la humanidad irreprensible/justa (9:1a). Primero, Noé y sus hijos serán los progenitores de la nueva tierra repoblada (9:1b). Como tales, y al igual que Adán con anterioridad, Noé gobernará/subyugará el reino animal (9:2). Este reino animal se le da, por tanto, a la humanidad como algo bueno (9:3). El solo impone una restricción: la sangre ha de ser drenada por completo del cadáver del animal degollado (9:4). Y, finalmente, el SEÑOR cambia el procedimiento para ocuparse del asesinato. En un principio, los asesinos como Caín eran desterrados o exiliados de la sociedad humana. Sin embargo, un castigo así no frenó la violencia humana (6:13), de modo que tras el diluvio, los asesinos tenían que ser ejecutados en lugar de exiliarlos (9:5-7). La principal bendición que Dios le da a Noé tras el diluvio es establecer un pacto con él (Gn 9:8-17). Este pacto no es personal, como el que Dios hará después con Abraham, pero es para Noé, sus hijos y sus descendientes (9.8, 9). Merece la pena mencionar que es el primer pacto registrado entre Dios y la humanidad. Este pacto es unilateral, es decir, Dios no solo toma la iniciativa, sino también la responsabilidad de hacer que funcione (9:8, 9). El pacto es tan amplio o tan global como para extenderse al reino animal (9:10). En el pacto, Dios estipula que no volverá a destruir la tierra (en general) con las aguas de un diluvio (9:11). Dios garantiza el pacto con una señal, el arcoíris (9:12-15) que es un eco terrenal de la presencia soberana y eterna de Dios (Ap 4:1-3). De hecho, este pacto no solo es unilateral, sino también eterno (Gn 9:16). Para enfatizar esta dimensión, Dios estipula de nuevo que el arcoíris será Su señal, que garantiza el carácter eterno del pacto. 2.3. La proliferación del pecado: La familia de Noé vuelve a poblar la tierra (Génesis 9:18–10:32) La población humana que sobrevivió al diluvio consta de ocho personas. Conforme se desarrolla la narrativa, Moisés informa: “Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, y les dijo: ‘Mas vosotros fructificad y multiplicaos; procread abundantemente en la tierra, y multiplicaos en ella. Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra’” (9:7). Por tanto, Noé y sus hijos funcionan como subcreadores de Dios. Sus hijos son Sem, Cam y Jafet; y, como ilustrará Moisés en los detalles que siguen (10:1-32), “de ellos fue llena toda la tierra” (9:19). El registro genealógico identifica a las naciones que se formaron tras el diluvio (Gn 10:1): las generaciones de Jafet (10:2-5), de Cam (10:6-20) y de Sem (10:21-31). Así, la tierra se repobló, “cada cual según su lengua, conforme a sus familias en sus naciones” (10:5, cp. 10:20, 31). Moisés concluye su genealogía en 10:32 elaborando una inclusio con 9:19, y escribe: “Estas son las familias de los hijos de Noé por sus descendencias; y de estos se esparcieron las naciones en la tierra después del diluvio” (10:32). Llegados a este punto de la narrativa queda sin responder la pregunta, “¿cómo surgieron estas lenguas y naciones distintas, después del diluvio?”. Moisés responde la pregunta insinuada sobre el origen de las distintas lenguas y la dispersión de las naciones relatando un acontecimiento histórico en retrospectiva (Gn 11:1-9). El escenario para este suceso es que la totalidad de la tierra (= todos) hablaban el mismo idioma tras el diluvio (11:1) y se establecieron en la tierra de Sinar (11:2). Es el nombre en hebreo de la tierra de Sumer. La civilización sumeria es la primera de importancia en ser alfabetizada del territorio conocido más familiarmente por los lectores de la Biblia como Babilonia. Ese terreno es la llanura aluvial fértil entre los ríos Tigris y Éufrates, y es la ubicación original del jardín del Edén (2:14). Los griegos llamaron esta tierra Mesopotamia. Allí se asentaron los descendientes de los hijos de Noé, y desde allí el SEÑOR los dispersó. La narrativa de Moisés consta de dos focos: 1) la construcción de la ciudad y 2) la falsa adoración (Gn 11:1-6). Edificar la ciudad es el pecado de la autonomía humana. Caín fue el primero en actuar así (4:17) y es probable que fuera el marco del desarrollo de los instrumentos musicales y de la metalurgia (4:21, 22). El problema de construir/habitar una ciudad es que deja de ser teocrática. Los moradores de la ciudad empiezan a regular sus asuntos según el gobierno humano. En Sinar, cada ciudad-estado tiene su propio rey. No solo se institucionaliza la monarquía, sino que también busca la sanción religiosa. Y en Sumer, cada ciudad-estado desarrolló su propio sistema religioso. De este modo, el trono y el templo, el rey y el sacerdote, son aspectos de la evolución de la autonomía humana. El desarrollo de la falsa religión como aspecto complementario de la edificación de una ciudad está implícito en el deseo del cual se informa: “Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra” (11:4). La torre es un zigurat, una montaña artificial en forma de pirámide escalonada. Cada ciudad-estado poseía una, y aunque estaban fabricadas con ladrillos de barro, las ruinas de muchas de ellas han perdurado. El zigurat de Ur, ciudad natal de Abraham, es el más conocido de los que han sobrevivido y se ha restaurado de forma parcial. La parte inferior (del zigurat de Babilonia) fue llamado “la plataforma fundamento del cielo y de la tierra”. A unos noventa y dos metros sobre el nivel del suelo, el templo se construía como la casa del dios, y los sacerdotes escalaban mañana y tarde hasta el templo para realizar sus deberes, cuidando y alimentando a los dioses. De modo que esas torres siempre estaban asociadas a la falsa adoración. Esta solía incluir aspectos de astropanteísmo, es decir, la adoración al sol, la luna y/o “estrellas” como Marte y Venus, el politeísmo, que es la adoración a muchos dioses, y la idolatría (imágenes de las deidades fabricadas en madera, piedra y/o metal). Así, tras el diluvio, las criaturas (los descendientes de Noé) empezaron a adorar a dioses hechos a su propia semejanza. La construcción de ciudades y la falsa adoración provocó que Dios maldijera aquellas ciudades-estados mesopotámicas por los pecados complementarios de la autonomía humana y la falsa adoración. 2.4. El juicio El juicio que llevó el primer ciclo de puntos de inflexión a un final abrupto y universal fue la violencia desenfrenada (Gn 6:13). Este derramamiento de sangre había contaminado la tierra desde el momento del asesinado de Abel (4:10; 6:11). Las aguas del diluvio no solo acarrearon juicio sobre la humanidad por su maldad, sino que también purificó la tierra de su condición profanada. En el caso del juicio del segundo ciclo de comienzos/nuevos comienzos en la historia bíblica es una situación distinta. Los pecados que provocaron a Dios para juicio son los de la autonomía humana y la idolatría. Por consiguiente, el juicio que cierra este ciclo es de naturaleza diferente al diluvio. Su propósito no consiste en purificar la tierra contaminada, sino frustrar el afianzamiento de la falsa adoración. La narrativa bíblica no informe de los orígenes de la falsa adoración tras el diluvio. En la época del episodio de la “torre de Babel” ya se había hecho fuerte en la civilización de Sinar (=Sumer y Acad). Esta falsa adoración se agrava con la autonomía humana, endémica a esta civilización. Estos pecados gemelos contemplan la adoración de la criatura (la humanidad) a su creación (ídolos), en lugar de adorar a su creador (Gn 1:27). En el momento del suceso de la “torre de Babel”, Moisés informa: “Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras” (11.1). Esta condición se enfatiza en el v. 6: “He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje”. Esta condición facilita la autonomía humana. Por tanto, “nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer” (11b). Y así, 1) Dios confundió su lengua (11:7), y 2) los dispersó sobre la faz de toda la tierra (11:9).Este juicio fue eficaz, porque la humanidad se vio incapaz de entender lo que hablaba su vecino, y dejaron de edificar la ciudad (11:8). Esta es la condición universal y perdurable que resume la “mesa de las naciones” que sigue cronológicamente al episodio de la “torre de Babel”. El acta incluye la fórmula que se repite a menudo: “... cada cual según su lengua... en sus naciones (10:5; cp. 10:20, 25, 31). La tabla de naciones concluye con esta nota definitiva: “Estas son las familias de los hijos de Noé... en sus naciones; y de estos se esparcieron las naciones en la tierra después del diluvio” (10:32). 2.5 Conclusión La historia más antigua de la humanidad (también conocida como la “historia antediluviana”) se caracteriza por el origen y la proliferación del mal (Génesis 3–6). Sin embargo, haciendo caso omiso a la lección sobre la rendición de cuentas de los seres humanos a Dios, los descendientes de Noé rechazaron Su gobierno teocrático y empezaron a practicar la falsa adoración. Como resultado, Dios los juzgó confundiendo su lengua y dispersando a la población por toda la tierra. El extenso intervalo desde Noé hasta Babel ilustra la paciencia, la gracia y la misericordia de Dios, manifestada en las larguísimas genealogías (10:11). De esta historia de autonomía human y falsa adoración, Dios llamará a una nueva familia para iniciar un nuevo comienzo. 3 CICLO TRES: DESDE ABRAHAM HASTA LAS DEAMBULACIONES DE ISRAEL POR EL DESIERTO (GÉNESIS 12–DEUTERONOMIO 34) En el círculo de los puntos de inflexión en la historia y la teología bíblicas, el redondel ilustra el lugar del ciclo de Abraham tanto en la relación con el anterior ciclo de Noé (Gn 9:1–11:9) y el posterior ciclo de Josué (Josué 1–2; Crónicas 36). Avanzando desde el ciclo de Adán y el de Noé, el ciclo de Abraham se integra firmemente en la historia escrita y artefactual del antiguo Cercano Oriente. Como se observó con anterioridad, el intervalo desde el ciclo de puntos de inflexión de Adán al de Noé es una era indeterminada que dura varios milenios. De manera similar, el lapso entre el ciclo de Noé también es un período indeterminado de varios milenios. El ciclo de Abraham avanza a sus lectores al tiempo del florecimiento tanto de la civilización sumeria, y de la ciudad de Ur dentro de esta (es decir, la segunda mitad del tercer milenio). En contraste con el ciclo primigenio de Adán, que acabó con la aniquilación de sus descendientes mediante el diluvio global, el ciclo de Noé se cierra con la confusión de las lenguas y la dispersión de las naciones por toda la tierra. Tras este juicio, Dios llama a Abraham para que salga de su ciudad natal de Ur, al sureste de Sumer, y emigre con su familia a una nueva tierra (con distinto idioma). Los agentes del nuevo comienzo: Abram y su esposa Sarai. El nuevo comienzo: el patriarca Taré y sus tres hijos, Abram, Nacor y Harán. La dispersión de la humanidad: Los descendientes de Abram aumentan hasta ser una nación en Egipto, pero cometerán el pecado de rebelarse contra el SEÑOR. 3.1. Los agentes del nuevo comienzo 3.1.1. Dios llama a Abraham Los agentes de los ciclos de puntos de inflexión de Adán y Noé en la historia y la teología bíblicas eran familias “nucleares”. Ocurre lo mismo con los agentes del tercer ciclo. Son una pareja casada, el hijo de Taré y su esposa Sarai (a quienes el SEÑOR cambiaría los nombres por los de Abraham y Sara). Abraham es la décima generación de los descendientes de Noé, a través de su hijo Sem (Gn 11:10-32). Inicialmente, Taré era residente de Ur y practicaba la idolatría con su familia (Jos 24:2; cp. Gn 31:19, 32-35). Sin embargo, traslada a su familia desde Ur hasta Harán, en Siria, una ciudad donde la adoración a la diosa Sin también era prominente. La genealogía de Abraham le identifica como el hijo mayor de Taré y también como el marido de Sara, quien tristemente es estéril (11:27-30). Ahora, viviendo en Harán, el Señor lo llama para que abandone la ciudad y viaje a la tierra de Canaán (12:1-5). Esta reubicación de su extensa familia, que incluye a su sobrino Lot, es probablemente un traslado que supone un reto para alguien que, en esa época tiene ya 75 años (12:4). La mudanza de Abraham tampoco fue el resultado de las circunstancias ni un mero capricho. Era una cuestión de liderazgo divino. Así que el SEÑOR le dijo a Abraham: “Sal de tu tierra (es decir, de Harán)... a la tierra que yo te mostraré (es decir Canaán) (Gn 12:1). Es la exigencia de que Abraham se aparte de todo lo que conocía y de lo que había hecho antes. Por tanto, no solo debe mudarse a una tierra y una cultura nuevas, extranjeras, pero debe salir, “... de [su] parentela y de la casa de [su] padre” (12:1). Las narrativas posteriores indican por qué es necesario una ruptura tan decisiva. Su hermano más joven, Labán, no solo había adorado antes a los ídolos, sino que sigue haciéndolo (31:19). De hecho, Raquel, sobrina de Abraham, le robará a su padre Labán los dioses de la familia y se los llevará cuando ella y Jacob vuelven de Harán a Canaán (31:32-35). Aunque Dios le exige que se separe de su cultura y de su clan natales, así como de sus parientes cercanos, el SEÑOR ofrece mayores compensaciones. Las compensaciones que el SEÑOR le concederá a Abraham serán más grandes que la vida. Primero, incluyen la promesa de la tierra de Canaán (Gn 12:7; 13:14-18; 15:18). Segundo, incluyen la promesa de ser una nación —aunque Sara no puede darle ni un solo hijo a Abraham (12:2; 15:2-6; 17:1-6)—, la bendición personal y, por medio de él, bendiciones para el mundo entero (12:3). Ningún otro hombre en la historia bíblica recibe promesas de tal magnitud. Pero mayor relevancia tiene que estas promesas —cuyo cumplimiento sucederá a lo largo de generaciones— solo se materializarán a través de la intervención de Dios en la vida de Abraham, cuando sea de avanzada edad y cuando cada generación suceda a la siguiente. El cumplimiento de estas promesas presupone que Dios estará activo en la vida de los descendientes del patriarca, entre los que se encuentran Isaac, Jacob, José, Josué, David y Jesús, el Hijo de Dios (Lc 3:23- 38). Y lo asombroso es que “Abraham creyó [al SEÑOR] y le fue contado por justicia” (15:6). Y así, Abraham esperó el día del cumplimiento y no solo creyó, sino que se regocijó en lo que vio (Jn 8:56). Pero todo esto queda muy lejos del día en que le anunció a Sara y a su familia que se marchaban de Harán. 3.2. El nuevo comienzo Este nuevo comienzo cuenta con una geografía específica. Es una ciudad-estado llamada “Ur de los caldeos” en la narrativa bíblica. Está situada al sureste de Babel/Babilonia en la tierra de Sinar. Es el delta fértil de los ríos Tigris y Éufrates. Está rodeada de otras ciudades-estados cercanas como Uruc y Eridu. En la época de Abraham, el paisaje de un gran zigurat o templo torre dominaban el paisaje de Ur. Estaba dedicado a la diosa patrona de la ciudad, Nannar-Sin. Otros zigurats de las ciudades-estado vecinas más cercanas a Ur perforaban el horizonte plano. Una economía agrícola que producía en demasía y el acceso inmediato a las rutas comerciales adyacentes convertían a Ur en una ciudad bulliciosa y rica. También existe una cultura específica en ente (tercer) nuevo comienzo. Es la cultura de Sumeria y, de forma más concreta, la ciudad-estado identificada en el Antiguo Testamento como “Ur de los caldeos”. Es la ciudad de Ur en la tierra de Sinar y no la ciudad del mismo nombre en la tierra de Siria. Esta ciudad floreció a lo largo del tercer milenio y, en su momento de mayor apogeo, tuvo una población de unos 250.000 habitantes. El suelo fértil (hasta que lo estropeó la salinización), la irrigación, el fácil acceso a vías de agua y rutas comerciales contribuyeron a su riqueza. El templo, el trono y una clase rica alentaban el desarrollo de las destrezas artesanales, y proliferaban joyeros, obreros del metal, tejedores y alfareros. El templo y el trono también tenían a su servicio escribas muy cualificados, cuya producción queda representada porlos 100.000 documentos cuneiformes recuperados por los arqueólogos de las ruinas de la ciudad. Como era característico de la civilización sumeria en todas partes, la religión practicada en Ur era panteísta (la diosa patrona era Sin, diosa de la luna), politeísta (cerca de 300 dioses/diosas dominaban el paisaje religioso) e idólatra. El nuevo comienzo de Dios tras el episodio de la Torre de Babel saca a sus agentes de esta civilización, y los sitúa en una nueva cultura y contexto donde puedan desarrollar la adoración correcta. 3.2.1. El pacto abrahámico y las renovaciones Las promesas que Dios le había hecho a Abraham, cuando lo llamó, son estupendas en sus implicaciones a corto y largo término (Gn 12:1-4). Un marido y una mujer, todavía estéril, no crecen hasta ser una nación durante su vida. Tampoco pueden poseer la tierra en un día. En realidad, según avanza el tiempo, en lugar de ser una bendición prometida, la tierra está bajo dos maldiciones comunes: el hambre y la guerra (Gn 12:10–14:24). Por consiguiente, después de estas cosas, el SEÑOR se le aparece a Abraham, para establecer un pacto con él que garantizará el cumplimiento de las promesas. 3.2.1.1. El SEÑOR hace un pacto con Abraham (Gn 15:1-21). El ataque sobre Canaán por parte de una coalición de reyes mesopotámicos y la captura resultante del sobrino de Abraham, Lot y su familia, fue implícitamente muy traumática para Abraham. Parecía falsificar el énfasis sobre la “bendición” que las promesas anteriores conllevaban. Además, le hizo consciente de su vulnerabilidad como emigrante y nómada en la tierra. En este entorno, Moisés informa: “Después de estas cosas vino la palabra de [el SEÑOR] a Abram en visión” (Gn 15:1). Como Aquel que inicia el pacto que está a punto de hacer con Abraham, el SEÑOR le da una visión de su autoidentidad (15:1). Esta revelación es adecuada para el escenario de la vida de Abraham. Tras su guerra con los reyes de Mesopotamia, Abraham se había vuelto temeroso. El SEÑOR le aconseja: “No temas” (15:1a)”. La base para no temer es que el SEÑOR es “un escudo” para él (15:1b). Esto significa que aunque pueda tener que librar batallas futuras, como lo había hecho antes para rescatar a Lot, Dios seguirá dándole la victoria sobre sus enemigos. Para completar esta seguridad (el SEÑOR es su escudo), le comunica que su “galardón será sobremanera grande” (15.1c). En otras palabras, Abraham no tiene que involucrarse en saquear a sus enemigos para enriquecerse, porque el SEÑOR que ya le había bendecido con riqueza “en ganado, plata y oro” (13:2), seguirá siéndolo. La promesa de una recompensa grande resulta desconcertante para Abraham. Le recuerda que, aunque es un anciano que tiene cerca de 86 años, no tiene heredero para la riqueza presente ni para la prometida (Gn 15.2a). Por tanto, le pide a Dios que ratifique su decisión de adoptar a su esclavo, Eliezer de Damasco, para que fuera su heredero (15:2b-3). En ese momento, el SEÑOR rechaza esta propuesta —“no te heredará este”—, y le confirma de forma positiva “un hijo tuyo será el que te heredará” (15:4). Como marido sin hijos de una mujer todavía estéril, Abraham se habría contentado sin duda con el nacimiento de un solo vástago. Pero ese no es el camino que Dios tiene para él. Le colma prometiéndole una descendencia más numerosa que las estrellas, es decir, tanto que no se podrá contar (15:5). En las circunstancias de Abraham, esta promesa podría haber parecido ridículo. Pero él no se rio. En su lugar, creyó en Dios y Él se lo contó o se lo reconoció como justicia. Este acto de fe creó a Abraham, que todavía no tenía un hijo, para ser el padre de todos los que posteriormente serán tenidos por justos en base a su propia creencia, fe y confianza en Dios. El corolario natural de la promesa de un hijo y, en mayor grado, la promesa de muchos descendientes es la promesa renovada de la tierra (Gn 15:7, cp. 12:1– 13:12-18). Abraham, a quien se le acababa de confirmar que tendría un hijo (15:5), le pide al SEÑOR que reafirme esta promesa también (15:8). Con la ayuda del patriarca, Dios entra en un pacto con Él y lo ratifica con varios sacrificios (15:9-11). Pero la promesa de la tierra se complica con un período de exilio. Abraham debe tener por cierto que [su] descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años” (15:13). No obstante, los descendientes de Abraham “saldrán con gran riqueza”. Las fronteras de la Tierra Prometida serán “desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates” (15:18). Estos límites definen la tierra de los “-eos”, es decir, la tierra de los heteos, ferezeos, refaítas, amorreos, cananeos, gegeseos y jebuseos (15:19-21). Observaciones: Además de la relación anterior entre Dios y Abraham, basada exclusivamente en las promesas divinas, esta relación se basa ahora en un pacto. Este tratado no solo reitera la promesa de la tierra (12:1) e identifica sus fronteras (15:18-21), sino que especifica que al patriarca le nacerá un hijo natural (15:4). La respuesta de Abraham es una fe que agrada a Dios. Como las promesas anteriores, que se extiende en bendiciones a nivel mundial sobre una población global (1:2, 3), el pacto también es unilateral e incondicional. En otras palabras, tanto la promesa como el pacto dependen del poder y de la fiabilidad de Dios el SEÑOR y no en algo que Abraham aporte a la relación entre las partes. 3.2.1.2. El SEÑOR renueva el pacto con Abraham (Gn 17:1-27) En la vida de Abraham, Dios pactó hacer por él lo que nadie más en la tierra podía hacer: darle un hijo engendrado y no adoptado (Gn 15:2-4). Pero los años pasan. Abraham tenía ya 75 años cuando entró en Canaán (12:5). Sara es estéril (11:30). Transcurrió una década. Sara sigue siendo estéril, y toma la iniciativa de traerle al patriarca a Agar para que sea su concubina, y así pueda tener un hijo con ella. Esta estrategia funciona y al matrimonio les nace un hijo mediante esta mujer subrogada (16:1-16). De esta forma, cuando Abraham tiene 86 años, parece que la antigua promesa de Dios se ha cumplido. Pero Él tiene un plan diferente para satisfacer la necesidad que el patriarca tiene de un hijo. Trece años después del nacimiento de Ismael, el SEÑOR hace de nuevo una de sus apariciones periódicas a Abraham. Con anterioridad, cuando Dios estableció Su pacto con Abraham, se reveló a él como un escudo, es decir, el protector. A esto le añade una nueva autorrevelación, y es “Yo soy el Dios Todopoderoso” (17:1). Esta autorrevelación le asegura a Abraham que solo Él tiene poder para darle lo que le prometió en el pasado (12:1-4; 15:1-21), y también que lo que está a punto de prometerle. Las promesas presentes confirmarán las anteriores y también les añadirá nuevas dimensiones. En primer lugar, Dios establecerá su pacto (12:2a). En segundo lugar, aunque Sara no ha concebido aún un hijo, Dios multiplicará sus descendientes “en gran manera” (17:2b). En tercer lugar, Abraham no solo será el padre de una nación, sino que las naciones procederán de él. En cuarto lugar, Dios le dará por tanto un nuevo nombre a Abraham, uno adecuado a su nuevo estatus como padre de muchas naciones venideras. Desde ese momento, Abram se llamará (17:4, 5). En quinto lugar, conforme a su nueva condición Dios le promete descendientes, es decir, reyes de su linaje (17:6). De modo que, desde el principio, Dios reafirma la promesa de la tierra de Canaán como la posesión de los descendientes de Abraham (17:8). Solo alguien cuya identidad es “el Dios Todopoderoso” podía cumplir estas promesas con sus implicaciones “eternas” a largo plazo (17:7, 8). Además, Dios proporciona una señal de pacto: la circuncisión (17:7, 8). Además, Dios Todopoderoso le dará un hijo a Abraham concebido por Sara (el nuevo nombre de Sarai, 17:15-21). Transcurrido un año, ella le dará el hijo de la promesa y, por ello, será la madre de las naciones y de sus reyes (17:16, 17). Por esta promesa, Dios rechaza a Ismael como hijo prometido, como había hecho antes con Eliezer de Damasco (16:4).No obstante, Dios tiene sus propias promesas de bendición y el carácter de nación para Ismael (17:20). Por tanto, es irónico que los dos hijos de Abraham vayan a ser padres de naciones que, a lo largo del tiempo, se enfrentarán a menudo en una amaga guerra. Abraham tiene ahora noventa y nueve años, y lleva al menos veinticuatro caminando con Dios. Sin embargo, todavía no ha aprendido lo que significa que el Dios al que sigue sea el Dios Todopoderoso. Y, por ello, cuando Él vuelve a prometer que le nacerá un hijo, esto le parece una posibilidad absurda (Gn 17:17). Es irrisorio que él, que está cerca de los cien años y Sara, de noventa, vayan a ser padres. Esta noticia le provoca esta misma reacción: se ríe (17:17). Más adelante, cuando comparte la misma noticia con Sara, ella también se ríe (18:12); aunque cuando el SEÑOR la confronta por reírse, ella lo niega (18:13- 15). Pero la narrativa nos indica: “Visitó [el SEÑOR] a Sara, como había dicho, e hizo [el SEÑOR] con Sara como había hablado” (21:1). Como resultado, con la ayuda de Abraham, Sara concibió y le dio un hijo a Abraham en su avanzada edad, en el momento señalado que el SEÑOR le había dicho (21:1). El nacimiento de Isaac es cosa de risa. Abraham y Sara se habían reído antes con incredulidad, pero ahora ella y todos los demás que escucharon la noticia se reirán con gozo (21:6, 7). De esta forma, Abraham ha aprendido la lección de que el SEÑOR Dios es Dios Todopoderoso. En otras palabras, si Él tiene el poder de hacer que Isaac nazca de Abraham y Sara, quienes a su edad avanzada es como si estuvieran muertos, entonces el Todopoderoso tiene el poder de cumplir todas sus promesas (12:1-4) y sus pactos (15:1-21; 17:1-8). 3.2.1.3. Una vez más, Dios renueva el pacto con Abraham (Gn 22:1-19) El viaje de Abraham hacia la paternidad fue un largo camino de 25 años de obediencia y fe. Hubo rodeos (por ej. La huida a Egipto, Gn 12:10-20), peligros (14:1-24) y callejones sin salida (16:1-16). Pero también fue un viaje de destino, concretamente el nacimiento de Isaac (17:1-22; 21:1-3). Isaac es el enfoque de esta segunda renovación del pacto, como fue con anterioridad el centro de la renovación del primero. Esta segunda renovación del pacto se produce tras dos episodios en la vida de Abraham. El primero es la expulsión de Agar y su hijo de la familia (Gn 21:8- 21). Es una acción vergonzosa, corroborada por la conciencia culpable de Abraham (21:11, 12). Sin embargo, queda redimida por el cuidado sobrenatural de Agar e Ismael (21:17-21) y la renovación de las promesas divinas sobre el destino de Ismael, de manera específica, que Dios haría de él una gran nación (21:18). El segundo episodio es un pacto de paz/tratado de paz entre Abraham y Abimelec que zanjan un conflicto por los derechos al agua (21:22-34). Las implicaciones para Isaac son a largo plazo (cp. 26.1-22). La narrativa sobre Abraham indica a continuación que “después de estas cosas... probó Dios a Abraham” (22:1). Que Dios probara a Abraham puede tomar por sorpresa a muchos lectores, ya que también a él le podría haber asombrado. Existen varias razones para esta sorpresa. Una es que es la primera prueba mencionada en el relato hasta el momento; y dos, que muchos lectores limitan la prueba a la actividad del diablo, como sucedió en la narrativa de 3:1-8. Sin embargo, sorprendente o no, el relato es explícito: “probó Dios a Abraham”, como lo hará con posterioridad con sus descendientes tras su partida de Egipto (Dt 8:16). Dios prueba a Su pueblo del pacto con dos propósitos: 1) humillarlos; y 2) para demostrar lo que hay en sus corazones (8:1-16). De la narrativa en Deuteronomio podemos deducir que la prueba de Abraham es “para a la postre hacer[le] bien” (8:16). La prueba que Dios le impone a Abraham tiene que ver con su hijo Isaac. Consiste en que tiene que llevar a su vástago, que al parecer ya es un joven adulto, “a tierra de Moriah, y ofr[ecerlo] allí en holocausto” (Gn 22:2). El dolor y el patetismo de la prueba se halla en el doble hecho de que Isaac es el único hijo de Abraham, aquel al que ama (22:1). También radica en la cuestión de que Dios apruebe y/o se deleite en los sacrificios humanos (como los que practicaban los cananeos). Abraham tiene varias opciones. Una es limitarse a ignorar la prueba. Dos, negociar con Dios. Tres, obedecer. Estaba entre la espada y la pared. Conoce la voz de Dios, y no puede fingir que tan solo ha sido un mal sueño. En segundo lugar, ha aprendido que la relación de Dios con él es unilateral, de modo que no tiene más elección que obedecer. Pero esto sería rendirse respecto a todas las promesas estupendas de Dios, que dependen de Isaac. No obstante, también ha aprendido que Dios es Todopoderoso y, por tanto, cuando saca el cuchillo para sacrificar a su hijo, Él seguirá siendo fiel a su pacto. La prueba es real y no una farsa. Pero Dios no quiere la muerte de Isaac. Quiere demostrar lo que hay en el corazón de Abraham. Y ambas partes descubren que la fe y la obediencia siguen operando en el corazón del patriarca. En el momento crítico, Dios detiene el sacrificio (22:10-12) y, de manera providencial, provee un sustituto (22:13). Al ofrecer Abraham, su obediencia al SEÑOR, Él ratifica con un juramento tanto las promesas como los pactos anteriores. El Señor: 1) bendecirá a Abraham, 2) multiplicará a sus descendientes hasta ser incontables, 3) le dará a Abraham la tierra (que sigue siendo posesión de sus enemigos), y 4) bendecirá a todas las naciones de la tierra por medio de su “simiente”, alguien de sus descendientes (22:16-18). 3.2.2. Dios llama a Moisés para que sea Su subagente Tras la segunda renovación del pacto entre ¨Dios y Abraham, el ímpetu parece fallar. Las generaciones avanzan, Isaac sucede a Abraham como heredero de las promesas del pacto. A su vez, Jacob sigue a Isaac y tras él va José. Los hijos de Jacob, incluido José, formarán el núcleo de las doce tribus de la nación de Israel (Génesis 26–50). Finalmente, la pequeña familia de Jacob, que ahora consta de setenta personas abandonará Canaán en un momento de hambruna y se refugiará en Egipto (Ex 1.1-7). Durante los 400 años siguientes, el SEÑOR proporciona una explosión demográfica a los descendientes de Abraham. La narrativa indica que, cuando muere José, “los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra (de Egipto)” (1:7). En un mundo donde con frecuencia “la fuerza hace el derecho”, la explosión exponencial del número de los israelitas supone una amenaza potencial para la seguridad de Egipto. Alarmado, el faraón —posiblemente Ramsés II— observa: “he aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros” (Ex 1:9). Le asusta que, “viniendo guerra, él también se una a nuestros enemigos y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra” (1:10). Por consiguiente, Faraón pone en marcha dos estrategias con las que pretende acabar con la amenaza: la esclavitud (1:11-14) y matar a los varones recién nacidos (1:15-22). Originalmente, cuando Dios le prometió a Abraham que de él saldría una nación, la esterilidad de Sara amenazaba el cumplimiento del pacto, y esto mismo sucedió con las generaciones sucesivas de las esposas de los patriarcas (Rebeca, Lea y Raquel), que no podían concebir. Ahora, como emigrantes que viven en Egipto, la explosión demográfica de Israel se convierte en la amenaza de las promesas del pacto. A su vez, los miembros de la familia de Jacob son refugiados en Egipto. A continuación se convirtieron en una población emigrante asentada y, finalmente, en víctimas del genocidio. Pero Dios le había prometido a Abraham que después de que sus descendientes hubieron vivido en Egipto durante 400 años, Él los llevaría de regreso a Canaán, la Tierra Prometida (Gn 15:10-12). En este entorno de duro y malvado genocidio es donde nace un cierto niño varón que, ochenta años después, se convertirá en el agente de Dios a través de quien Él liberará a los descendientes de Abraham. Estebebé, conocido en el mundo por su nombre, Moisés, es adoptado por una de las hijas de Faraón tras una serie de circunstancias providenciales y, por tanto, se cría en la corte faraónica. Irónicamente, y de esta forma, el luchador por la libertad de Israel lleva el nombre de varios reyes de Egipto, como Ahmose y Tutmosis. Como resultado, Moisés es hebreo de raza y egipcio de cultura. Son cualidades ejemplares para el que será el subagente de Dios tras la agencia anterior de Abraham, para el nuevo comienzo del tercer ciclo de puntos de inflexión. Moisés extenderá y acelerará las promesas del pacto que Dios le había hecho a Abraham. Pero las circunstancias parecen negar la subagencia de Moisés. Tras cuarenta años de vivir en la familia extendida de Faraón, Moisés intenta rescatar a un esclavo israelita del duro trato. Para ello, mata al egipcio. Esto le obliga a huir al desierto del Sinaí. Allí se casará con una madianita y pasará los cuarenta años siguientes de su vida ganándose el sustento como pastor de las ovejas de su suegro. Pero un día —de repente y de forma extraordinaria— todo cambia. En su rutina diaria y en su aburrida vida, ve una maravilla. Es una zarza que está ardiendo pero que no se consume en las llamas (Ex 3.2, 3). Podría tratarse de un espejismo en el desierto, pero se demuestra que no lo es. Cuando Moisés se vuelve a mirar este espectáculo prodigioso y maravilloso, una voz habla desde las lenguas de fuego, y lo llama: “¡Moisés, Moisés!” (3:4). Primero, Dios revela Su santidad: “el lugar en que tú estás, tierra santa es” (3:5). Segundo, Dios revela su identidad: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (3.6). Ahora bien, cuando los ángeles se aparecen a los seres humanos, por lo general indican: “¡No temas!” (por ej. Lc 1:13, 30). ¡Cuánto más podría asustarse Moisés al estar en la santa presencia de Dios! Sin embargo, la zarza ardiente no el fuego del juicio, sino de la santidad y de la encomienda, tal vez una anticipación del fuego de Pentecostés. Ese día, apareciéndose junto al “monte de Dios” (Ex 3:1), el SEÑOR le encarga a Moisés que sea Su subagente para liberar a los descendientes de Abraham. La razón de esta tarea es que Dios está respondiendo al “clamor” por el duro trato que los israelitas están experimentando a manos de los egipcios (2:23-25). Al escuchar su gemido, Dios “recuerda” Su pacto con Abraham, Isaac y Jacob (2:24). Por consiguiente, ahora está prestando atención al grito de sufrimiento de Israel (3:8). Como resultado, Dios entra ahora directamente en la historia de Israel para librarlo de los egipcios y llevarlo de regreso a Canaán, una tierra que fluye lecha y miel (3:8). Con estas palabras, Dios le encomienda a Moisés: “Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel” (3:10). Claramente, para los puntos de inflexión del tercer ciclo en la historia y la teología, Abraham es el agente de Dios como “Padre” y Moisés es Su agente secundario como rescatador o libertador. En la relación precedente con Abraham, reveló aspectos selectos y adecuados de Su propia identidad. Por ejemplo, cuando las circunstancias hicieron que Abraham tomara consciencia de su vulnerabilidad militar, Dios reveló: “Yo soy tu escudo” (Gn 15:1). Más adelante, trece años después de la promesa aún incumplida del pacto respecto a un hijo, Dios se revela a Sí mismo: “Yo soy el Dios Todopoderoso” (17.1). Sin embargo, cuando Él llama a Moisés para hacerle Su encargo, se autorrevela de la manera apropiada como “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob” (Ex 3:10) (y todo lo demás [como el don de la tierra] que eso implica). Más importante aún, a punto de liberar a Israel de Egipto, revela Su nombre como Su Libertador o Redentor divino: YO SOY EL QUE SOY (abreviado como YO SOY). En hebreo, este nombre es el tetragrámaton YHWH (יהוה, vocalizado como Yahvé). Este nombre es más que algo meramente circunstancial —vinculado a la liberación de Israel— es el nombre memorial de Dios para todas las generaciones (3:15). Por tanto, es adecuado que Jesús, el Hijo de Dios, también se identificara como el YO SOY (Jn 8:58, 18:6). Y, enmarcando la autorrevelación de Dios, cierra las Escrituras en la formas complementarias de “Alfa y Omega” y el Dios “que es, y que era, y que ha de venir” (Ap 1:8). Observación: Dios se va revelando a lo largo de la historia humana. La autorrevelación divina es siempre adecuada para el escenario de vida en el que se hace. Esta revelación se extiende hasta el tiempo de Jesús, que es la revelación plena y final de quien Dios ES. 3.3. La proliferación del pecado: avance hacia la condición de nación Abraham vivió hasta los 175 años de edad. Isaac, Jacob y José tuvieron una existencia igualmente larga. Aunque fueron personas longevas en la mayoría de los casos, ninguno de ellos vivió para ver a Israel convertirse en nación. Sin embargo, antes de sacar a los descendientes de Abraham de Egipto, y llevarlos de nuevo a la tierra de Canaán, en el ciclo constante de nuevos principios, el tercero recibe un gran ímpetu por medio del liderazgo de Moisés. Consta de tres fases que se combinan para proporcionarle a Israel su identidad y estatus como nación: 1) la liberación de Israel y la salida de Egipto, 2) las deambulaciones en el desierto, y 3) el Pacto mosaico. En otras palabras, antes de que Israel sea rescatada de Egipto, es un grupo variopinto de esclavos. Durante la fase del desierto, Israel empieza a desarrollar un identidad coherente; y, finalmente, en el monte Sinaí Dios lo establece como nación única (Ex 19:5-6). 3.3.1. El agente secundario de Dios, Moisés, libera a Israel y los libera de Egipto (Éxodo 1–15) Cuando ven/oyen el nombre de Moisés, muchos lectores de la Biblia piensan en él sobre todo como el legislador. Esto se suele representar en el arte religioso en cuadros del “Moisés” imaginario sosteniendo las tablas de piedra sobre las que Dios ha escrito los Diez Mandamientos, que no solo son las estipulaciones básicas del pacto mosaico, sino también el fundamento de la jurisprudencia británica y estadounidense. Pero la narrativa del éxodo describe una estampa un tanto distinta. En ella, Moisés es primero, por no decir primordialmente, el gran libertador de Israel. Esta liberación se describe mediante varios términos distintos: redención, rescate, liberación, libertad. En el contexto del relato sobre la puesta en libertad de Israel de la esclavitud y la salida de Egipto, esta exposición usará los términos libertador/redentor y liberación /redención de manera sinónima. Cuando hablamos del tercer comienzo/nuevo comienzo, y de Moisés como subagente de Dios que supera la función de Abraham como agente divino, observamos que cierto faraón había adoptado dos estrategias para controlar la explosión demográfica de Israel: 1) la esclavitud de la nación, y 2) el asesinato de todos los varones recién nacidos (Ex 1:11-22). Cuando Dios llama y le encarga a Moisés que sea Su agente de liberación, explica las consecuencias de las acciones de Faraón. El SEÑOR le dijo a Moisés: Y dirás a Faraón: [el SEÑOR] ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito. Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo, para que me sirva, mas no has querido dejarlo ir; he aquí yo voy a matar a tu hijo, tu primogénito (Ex 4:22, 23). Esta es la clara y justa aplicación del principio de lex talionis (es decir, “ojo por ojo, diente por diente”), la norma de las consecuencias justas. Por tanto, porque Faraón había instigado la esclavitud de Israel y la matanza/el genocidio de los varones recién nacidos israelitas, Dios promulgará un juicio justo contra él por su asesinato. El temor que Faraón le tiene a Israel y sus acciones agresivamente hostiles hacia los israelitas, en conjunto con la determinación de Dios por ver hecha justicia, establece la confrontación entre ambas partes. Moisés y su hermano Aarón confrontan a Faraón: “[el SEÑOR] el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta
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