Logo Studenta

teologia_biblica_pentecostal_desde_genesis_hasta_el_apocalipsis

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

Teología	bíblica	pentecostal
©	2016	CPT	Press
Publicado	por	Editorial	Patmos,
Miramar,	FL.	33025
Todos	los	derechos	reservados.
Publicado	originalmente	en	inglés	por	CPT	Press,	22	Greencoat	Pl.,	Londres
SW1P	PR,	Inglaterra	con	el	título	A	Pentecostal	Biblical	Theology:	Turning
Points	in	the	Story	of	Redemption
A	menos	que	se	indique	lo	contrario,	las	citas	bíblicas	se	toman	de	la	versión
Reina-Valera	©1960,	Sociedades	Bíblicas	Unidas.
Traducido	por	Loida	Viegas
Diseño	de	portada	e	interior	por	Elisangela	Santos
ISBN:	978-1-64691-237-7
eISBN:	978-1-64691-238-4
Categoría:	Teología
Conversión	a	libro	electrónico:	Cumbuca	Studio
CONTENIDO
Introducción
Primera	Parte:	Teología	Del	Antiguo	Testamento	Ciclos	Uno	A	Cinco
Capítulo	1
Ciclo	Uno:
Desde	La	Creación	Hasta	El	Diluvio	(Génesis	1.1–8.22)
Capítulo	2
Ciclo	Dos:
Desde	Noé	Hasta	La	Torre	De	Babel	(Génesis	9:1–11:9)
Capítulo	3
Ciclo	Tres:
Desde	Abraham	Hasta	Las	Deambulaciones	De	Israel	Por	El	Desierto	(Génesis
12–Deuteronomio	34)
Capítulo	4
Ciclo	Cuatro:
Desde	Josué	Al	Exilio	(Josué	1–2	Crónicas	36)
Capítulo	5
Ciclo	Cinco:
Desde	Josué	Y	Zorobabel	Hasta	La	Revuelta	Judía
Segunda	Parte:	Teología	Del	Nuevo	Testamento	Ciclos	Seis	Y	Siete
Transición	E	Introducción
Capítulo	6
Ciclo	Seis:
El	Nuevo	Pacto
Capítulo	7
Ciclo	Seis,	Sigue:
El	Nuevo	Comienzo	Según	Juan	El	Evangelista
Capítulo	8
Ciclo	Seis,	Sigue:
El	Crecimiento	Y	La	Propagación	Del	Cristianismo
Capítulo	9
Ciclo	Seis,	Sigue:
Pablo	—	Apóstol	Y	Profeta-Maestro	Para	El	Nuevo	Pueblo	De	Dios
Capítulo	10
Ciclo	Seis,	Sigue:
El	Juicio	—	El	Punto	Culminante	De	La	Historia
Capítulo	11
Ciclo	Siete
Desde	La	Segunda	Venida	De	Jesús	Hasta	La	Vienaventuranza	Eterna
Bibliografía
Índice	De	Autores
INTRODUCCIÓN
Esta	introducción	explicará	las	cuestiones	generales	preliminares	al	enfoque	del
libro	a	la	teología	bíblica.	Preparará	al	lector	para	el	primero	de	los	siete	ciclos
de	“puntos	de	inflexión”	en	la	historia	y	la	teología	bíblicas.	El	primer	ciclo	lleva
al	lector	desde	la	narrativa	de	la	creación	hasta	el	juicio	por	medio	del	diluvio	en
la	época	de	Noé.
En	los	tiempos	antiguos,	un	sabio	observó	una	vez:	no	hay	final	en	la
elaboración	de	un	libro.	Este	ha	sido	el	caso	en	los	estudios	bíblicos	en	general,
y	sobre	todo	en	la	teología.	Por	tanto,	cabría	preguntar	por	qué	otro	libro	de	la
teología	bíblica.	Como	instructor	de	cursos	de	teología	bíblica	a	nivel
universitario,	con	frecuencia	he	luchado	por	encontrar	buenos	libros	de	texto	de
fácil	uso.	Dos	factores	principales	subyacen	a	mi	insatisfacción	con	muchas
teologías	bíblicas	contemporáneas:	1)	Son	demasiado	extensas.	Ningún
universitario	necesita	una	teología	del	Antiguo	o	del	Nuevo	Testamento	de	600-
800	páginas.	2)	Tratan	(de	forma	adecuada)	las	cuestiones	críticas,	pero,	a	nivel
universitario,	los	estudiantes	precisan	la	oportunidad	de	lidiar	con	el	texto.
Este	estudio	de	los	puntos	de	inflexión	en	la	historia	bíblica	de	la	redención	trata
ambos	asuntos.	Analiza	todo	el	alcance	de	la	Biblia	—desde	Génesis	1	a
Apocalipsis	22—,	pero	yo	he	mantenido	una	extensión	modesta.	Asimismo,	de
los	dos	enfoques	al	hacer	teología	—la	investigación	o	la	exposición—,	he
minimizado	la	explicación	de	las	cuestiones	académicas	críticas,	la	teología	de	la
investigación,	en	favor	del	énfasis	en	los	asuntos	de	fe,	la	teología	de	la
exposición.
Desde	el	principio,	los	lectores	de	la	Biblia	han	buscado	descubrir	su	tema
unificador.	Esto	ha	derrotado	a	las	mejores	mentes,	porque	está	compuesta	por
libros	independientes,	en	distintos	marcos	históricos,	a	lo	largo	de	un	periodo	de
unos	1500	años.	Entre	las	propuestas	de	un	tema	unitario	se	hallan:	1)	la
presencia	de	Dios	mismo,	2)	la	historia	de	la	salvación,	3)	la	formación	del
pueblo	de	Dios	(Israel;	la	Iglesia),	4)	los	pactos	(noético,	abrahámico,	mosaico,
davídico,	jesuánico),	y	5)	La	narrativa	de	la	continuación	(la	promesa
veterotestamentaria;	el	cumplimiento	neotestamentario).	Cada	uno	de	estos	y
otros	enfoques	para	descubrir	el	tema	unificador	tiene	su	propia	combinación	de
puntos	fuertes	y	puntos	débiles.	Esta	teología	encuentra	su	tema	unificador	en
los	ciclos	recurrentes	de	los	puntos	de	inflexión	en	la	historia	y	la	teología
bíblicas,	un	enfoque	que	también	posee	sus	fortalezas	y	sus	debilidades.
Este	estudio	desarrollará	el	tema	unificador	de	los	“puntos	de	inflexión”.	Estos
últimos	constituyen	los	siete	ciclos	del	complejo	patrón:	1)	comienzo/nuevo
comienzo,	2)	propagación	del	pecado,	3)	el	juicio	divino	y	4)	un	nuevo	inicio
posterior.	Este	modelo	se	con	toda	claridad	en	los	primeros	capítulos	de	Génesis,
pero	sigue	apareciendo	de	forma	histórica	y	profética	a	lo	largo	de	la	narrativa
bíblica.	El	gráfico	siguiente	ilustra	la	estructura	o	patrón	del	ciclo
Patrón Primer	ciclo Segundo	ciclo
Inicio Adán	y	Eva Noé	e	hijos
Orden Fructificad	y	multiplicaos	(1:28) Fructificad	y	multiplicaos	(9:1)
Propagación	del	pecado La	tierra	estaba	llena	de	violencia Construcción	de	una	ciudad	y	falsa	adoración
Juicio El	diluvio Confusión	de	las	lenguas
El	patrón	o	estructura	de	estos	tres	primeros	ciclos	sigue	apareciendo	a	lo	largo
del	reato	bíblico,	y	no	acaba	hasta	el	final	de	la	historia	misma.	Esto	queda
ilustrado	en	el	gráfico	siguiente:
Explicación	del	esquema:
Cronología:	la	historia	de	la	humanidad	y/o	el	pueblo	de	Dios	desde	la
creación	(Génesis	1–2)	hasta	la	nueva	creación	(Apocalipsis	21,	22).
Izquierda,	frente	a	la	cabeza	de	flecha
•	El	punto	identifica	el	comienzo/nuevo	comienzo
•	Los	nombres	(arriba)	identifican	los	mediadores	para	el	comienzo/nuevo
comienzo
•	Las	“V”	horizontales	ilustran	el	crecimiento	numérico	y	la	proliferación	de
la	población
•	La	línea	vertical	de	cierre	señala	el	juicio	divino	sobre	una	población
pecadora
Círculo:	identifica	cada	ciclo	completo	en	la	secuencia	de	giros	de	inflexión
Cruz:	identifica	el	penúltimo	giro	de	inflexión	de	la	secuencia.
Como	se	ilustra	más	arriba,	los	cinco	puntos	de	inflexión	se	constatan	según
avanza	la	narrativa	del	Antiguo	Testamento;	el	sexto	ciclo	es	el	tema	del	Nuevo
Testamento	(Mateo	1	a	Apocalipsis	20),	y	el	séptimo	se	transforma	en	dicha
eterna	(Apocalipsis	21,	22).
A	pesar	de	sus	limitaciones	obvias,	este	tema	unificador	de	siete	“puntos	de
inflexión”	resulta	interesante	por	varias	razones:
1.	Se	centra	en	puntos	de	inflexión	clave	de	la	historia	humana/bíblica.
2.	Se	concentra	en	personajes	bíblicos	clave	como	Adán,	Noé,	Abraham,	Moisés,
Josué...	Juan	el	Bautista,	Jesús,	los	Doce,	Pablo,	et	al.
3.	Explica	cada	pacto	que	Dios	hizo	con	la	humanidad,	como	el	noético,	el
abrahámico,	el	mosaico,	el	davídico	y	el	jesuánico.
4.	Que	existan	siete	ciclos	de	comienzo/nuevo	comienzo	argumenta	la
completitud	o	plenitud	de	la	gracia	de	Dios.
5.	Que	los	agentes	del	nuevo	comienzo	de	los	cuatro	últimos	ciclos	lleven	el
nombre	de	Josué	(hebreo)	=	Jesús	(griego),	que	significa	“Dios	salva”,	ilustra	el
triunfo	repetitivo	de	la	redención	sobre	la	pecaminosidad	cósmica	humana	y
global.
Primera	Parte
TEOLOGÍA	DEL
ANTIGUO	TESTAMENTO
1
CICLO	UNO:	DESDE
LA	CREACIÓN	HASTA
EL	DILUVIO
(GÉNESIS	1.1–8.22)
Algunas	de	las	palabras	más	sublimes	jamás	escritas	se	encuentran	en	Génesis	1:
“En	el	principio	creó	Dios	los	cielos	y	la	tierra”	(1:1).	Estas	palabras	de	la
creación	podrían	rivalizar	con	los	vocablos	visionarios	de	la	re-creación,	por
ejemplo,	“Vi”,	escribe	Juan,	“un	cielo	nuevo	y	una	tierra	nueva;	porque	el	primer
cielo	y	la	primera	tierra	pasaron”	(Ap	21:1).	Sin	embargo,	estos	términos	de	re-
creación	no	están	a	la	altura	de	lo	que	se	dice	sobre	la	creación,	como	tampoco
cada	“anuncio”	alcanza	a	abarcar	la	realidad	establecida.	Las	más	sublimes	de
todas	son,	quizás,	las	últimas	palabras	agónicas	de	Jesús	desde	la	cruz:
“Consumado	es”	(Jn	19:30).	En	la	imagen	panorámica,	la	creación	se	da	por
acabada	en	la	“redención”	(compárense	las	visiones	complementarias	de	Dios
como	Creador	y	Redentor	en	Apocalipsis	4:1–5:4).	Por	consiguiente,	según	el
estándar	eterno,	las	palabrascomplementarias	de	Dios	sobre	creación/re-
creación	y	la	redención	son	supremas.	Por	ello	y,	en	cierto	modo,	mientras	que	la
creación	de	Dios	es	una	obra	“buena	en	gran	manera”,	la	redención	por	medio	de
Su	Hijo	es	Su	obra	más	sublime.
El	primer	ciclo	de	giros	de	inflexión	en	la	historia	y	la	teología	bíblicas	trata,
obviamente,	sobre	las	primeras	cosas.	La	narrativa	de	Moisés	no	es	un	registro
completo	de	lo	sucedido;	es	selectivo.	Este	primer	ciclo	se	centra	en	los	cuatro
puntos	siguientes.	Uno,	que	Dios	crea	los	cielos	y	la	tierra...	y	todos	los	ejércitos
de	ellos	(Gn	2:1).	Dos,	que	Dios	crea	a	los	agentes	humanos	y	les	encarga	que
funcionen	como	subcreadores	(1:26-30).	Tres,	que	Moisés	informa	sobre	el
crecimiento	y	la	proliferación	de	los	descendientes	de	los	primeros	seres
humanos,	su	caída	en	la	desobediencia	y	la	propagación	del	pecado	(3:1–6:7).
Cuatro,	que	Dios	juzga	a	la	humanidad	mediante	las	aguas	destructivas	del
diluvio	(6:8–8:22).	Estos	aspectos	del	ciclo	de	“inicio”	se	convierten	en	el	patrón
de	todo	el	informe	bíblico	de	la	historia	humana.	El	esquema	siguiente	ilustra	el
lugar	del	primer	ciclo	de	puntos	de	flexión	en	relación	con	los	seis	ciclos	que
conforman	la	historia	humana.
1.1.	Comienzo:	Dios	creó	los	cielos	y	la	tierra	(Génesis	1:1–2:4)
En	las	prácticas	literarias	del	Antiguo	Oriente	Cercano,	las	primeras	frases	del
documento	son	también	su	título.	En	Génesis,	“En	el	principio	creó	Dios	los
cielos	y	la	tierra”,	informa	a	los	lectores	que	el	relato	empezará	por	el	principio.
Y	este	origen	no	es	más	que	la	creación	de	“los	cielos	y	la	tierra”.	Esta	frase	es
una	especie	de	“hendíadis”,	término	griego	que	significa	“uno	mediante	dos”.	En
el	caso	de	Génesis	1:1,	los	dos	vocablos	“cielos”	y	“tierra”	son,	en	conjunto,	una
realidad	creativa	global.	Aun	así,	la	frase	cielo	y	tierra	podría	significar	cosas
distintas	para	personas	diferentes.	Por	ejemplo,	para	Moisés	podría	limitarse	al
delta	del	río	Nilo	en	Egipto,	al	desierto	del	Sinaí,	al	sol,	la	luna	y	los	planetas,	y
las	estrellas	visibles	a	simple	vista.	Por	otra	parte,	para	un	astrofísico	del	siglo
XXI,	esto	incluiría	las	galaxias,	las	nebulosas,	los	agujeros	negros	y	mucho	más
de	lo	que	las	personas	hayan	podido	imaginar	en	las	sociedades	no	técnicas.
Aunque	el	lenguaje	de	la	creación	tiene	una	aplicación	relevante	para	el	siglo
XXI,	su	significado	primordial	también	la	tiene	para	las	culturas	pretecnológicas.
El	sentido	de	la	frase	“cielos	y	tierra”	no	es	ambiguo	en	su	contexto	bíblico.
Moisés	usa	el	término	cuatro	veces	en	su	narrativa	de	la	creación.	Así:	1)	En	el
principio	creó	Dios	los	cielos	y	la	tierra	(1:1),	2)	a	la	expansión	cubierta	de	agua
del	firmamento	se	le	llama	“cielo”	(1:8),	3)	La	expansión	de	los	cielos	es	donde
se	ubican	el	sol,	la	luna	y	las	estrellas	(1:14-18),	y	4),	todo	lo	que	ha	sido	creado
durante	los	seis	días	de	la	creación	se	resume	en	la	declaración:	“Fueron,	pues,
acabados	los	cielos	y	la	tierra,	y	todo	el	ejército	de	ellos”	(2:1).	En	otras
palabras,	de	principio	a	fin	(1:1;	2:1)	y	todo	lo	que	hay	entremedio	(1:8;	14-18)
constituyen	los	cielos	y	la	tierra.	Por	tanto,	en	su	narrativa	de	la	creación,	Moisés
ha	definido	“cielo	y	tierra”	mediante	la	estrategia	de	la	inclusio,	información	que
se	proporciona	entre	corchetes.
La	estrategia	de	los	corchetes	define	por	completo	lo	que	significaba	para
Moisés	la	expresión	“cielos	y	tierra”.	Por	consiguiente,	estos	son	la	creación	tal
como	se	experimenta	en	la	tierra.	Incluyen	la	creación	de	la	luz	que	trae	“día	a	la
noche”	(1:3-5).	De	modo	que	abarca	el	sol,	la	luna	y	las	estrellas	visibles	(1:14-
19).	Además,	también	engloba	la	atmósfera	cubierta	de	agua,	los	mares	y	la
tierra	seca.	Finalmente,	describe	todas	las	formas	de	vida	que	pueblan	los	mares,
el	cielo	y	la	tierra	(1:9-30).	El	dato	bíblico	real	(1:1–2:1)	aclara	que	la	parte	del
universo	que	solo	se	puede	observar	a	través	de	los	telescopios	no	es,	pues,	el
ámbito	de	la	narrativa	bíblica.	En	consecuencia,	aunque	ahora	conocemos	la
magnitud	del	universo	implícito	en	el	relato	de	la	creación,	en	la	narrativa	no	se
está	describiendo	como	tal.
1.1.1	La	narrativa	de	la	creación	describe	cuatro	temas
Contemplar	la	narrativa	de	la	creación	desde	distintas	perspectivas	revela	la
riqueza	de	la	obra	de	Dios.	Por	ejemplo,	en	comparación	con	el	Dios	creador,	el
ser	humano	es	muy	limitado	como	subcreador	(cp.	Sal	8:1-9).	Sin	embargo,	este
breve	estudio	se	centrará	tan	solo	en	cuatro	temas.	Uno,	Dios	pone	orden	en	el
caos.	Una	vez	revelado	que	Dios	creó	los	cielos	y	la	tierra	(1:1),	Moisés	describe
el	estado	de	la	tierra.	Estaba	“desordenada	y	vacía,	y	las	tinieblas	estaban	sobre
la	faz	del	abismo”	(1:2).	Por	necesidad	Dios	empezó,	pues,	a	poner	orden	en	el
caos;	luz	en	las	tinieblas	(1:3).	Esto	se	desarrolla	en	mayor	detalle	en	los	vv.	14-
19,	que	describen	la	función	del	sol,	la	luna	y	las	estrellas.	Además	de	crear	la
“noche	y	el	día”,	Dios	separó	también	el	agua	que	reposaba	sobre	el	firmamento
(niebla,	bruma,	nube,	lluvia)	de	las	aguas	que	cubrían	la	superficie	de	la	tierra
(1:6-8).	A	continuación,	hizo	que	la	tierra,	es	decir,	los	continentes,	se	separaran
de	las	aguas	oceánicas	(1:9,	10).	A	esto	le	llamó	“tierra”,	el	segundo	término	en
la	expresión	“cielos	y	tierra”	(1:19).	De	manera	colectiva,	estas	palabras
creativas	transforman	las	“cosas”	o	la	“materia”	no	diferenciadas	de	la	creación
en	un	sistema	solar	bien	ordenado,	que	incluye	una	tierra	bien	ordenada.
En	segundo	lugar,	Dios	fue	la	fuente	de	vida.	Una	vez	estructurados	los	cielos	(el
sistema	solar)	y	la	tierra	en	la	forma	adecuada,	Él	empieza	a	crear	diversas
formas	de	vida	adaptadas	al	entorno	apropiado	que	ha	generado.	Para	la	tierra
seca,	Dios	crea	la	vegetación	(1:11).	Añadió	a	la	creación	enjambres	de	criaturas
vivas	en	las	aguas	y	aves	en	el	aire	(1:20-22).	También	creó	“animales	de	la
tierra	según	su	género,	ganado	según	su	género,	y	todo	animal	que	se	arrastra
sobre	la	tierra	según	su	especie”	(1:25).	Finalmente,	“creó	Dios	al	hombre	a	su
imagen”	(1:27).	La	creación	de	diversas	formas	de	vida	es,	por	tanto,	conforme	a
su	entorno	(agua,	aire,	tierra)	y	sigue	una	jerarquía	flexible	de	vida,	desde	el
pensamiento	de	simples	formas	celulares	a	la	humanidad,	hecha	a	imagen	de
Dios.
En	tercer	lugar,	la	obra	de	creación	de	Dios	era	buena.	Después	de	generar	la	luz,
contempló	su	obra,	“y	vio	que	la	luz	era	buena”	(Gn	1:14).	Y	así	continúa	de	día
en	día:	la	separación	del	agua	y	de	la	tierra	era	buena	(1:10);	la	vegetación	era
buena	(1:12);	el	sol,	la	luna	y	las	estrellas	eran	buenos	(1:18),	la	creación	de	la
vida	en	sus	múltiples	formas	era	buena	(1:20,	21),	como	también	lo	era,	en
particular,	la	creación	de	los	animales	salvajes,	los	domesticados	y	los	reptiles
(1:25).	Y,	después	de	haber	creado	a	los	seres	humanos	(1:27),	Dios	consideró
todo	lo	que	había	hecho,	y	vio	que	era	“bueno	en	gran	manera”	(literalmente,
“bueno,	bueno”	[1:31]).	De	modo	que	la	obra	del	maestro	creador	fue	buena
desde	el	primer	día	(día	1)	al	último	(día	6);	era	completamente	buena	(la
séptuple	declaración	de	bondad).	En	lo	temático,	esta	bondad	se	aplica	tanto	a	la
ordenación	de	la	creación	como	a	la	vida	de	esta.	La	bondad	era,	al	mismo
tiempo,	agradable	en	lo	estético	y	buena	en	lo	moral.	La	creación	era	una	serie
de	proyectos	interdependientes,	complementarios,	un	trabajo	bien	hecho	en
todos	los	sentidos.
En	cuarto	lugar,	la	obra	de	la	creación	de	Dios	era	completa.	El	hijo	de	David,	el
Predicador,	observó	en	una	ocasión:	“Todo	tiene	su	tiempo,	y	todo	lo	que	se
quiere	debajo	del	cielo	tiene	su	hora”	(Ec	3:1).	Lo	ilustra	con	catorce	ejemplos,
incluidos	“tiempo	de	nacer	y	tiempo	de	morir;	tiempo	de	llorar	y	tiempo	de	reír;
tiempo	de	endechar	y	tiempo	de	bailar”	(3.2,	4).	En	ningún	lugar	de	su	lista
observa	que,	desde	el	principio,	hubo	“tiempo	de	crear	y	tiempo	de	descansar	de
toda	la	obra	que	había	hecho”.	Transcurridos	los	seis	días	de	creación,	Dios
evaluó	todo	lo	que	había	hecho	y,	sabiendo	que	había	acabado	de	crear,
sencillamente	se	detuvo.El	séptimo	día,	como	día	de	reposo,	no	significa
“tomarse	un	respiro”,	recobrar	energías	o	abandonar	el	proyecto.	Se	trata	de	un
cambio	de	actividad	para	Él;	pasa	de	“crear”	a	“sustentar”	lo	que	había	generado.
(Cp.	la	observación	de	Jesús:	“Mi	Padre	hasta	ahora	trabaja,	y	yo	trabajo”	[Jn
5:17]).
En	resumen,	El	primero	de	los	dos	relatos	de	la	creación	ilustra	el	siguiente.	Por
ejemplo,	presupone	que	Dios	[Elohim]	EXISTE;	no	ofrece	“pruebas”	de	Su
existencia,	aunque	mucho	después	el	apóstol	Pablo	usará	la	creación	como
evidencia	de	ello	(Ro	1:20).	Manifiesta,	asimismo,	que	la	creación	es	la
actividad	preferida	de	Dios:	Él	no	tenía	obligación	alguna	de	crear.	Además,	se
patentiza	que	Dios	crea	según	su	propia	naturaleza	divina.	Así,	Él	crea	la	luz;
más	adelante	en	la	Biblia	se	nos	señala	que	Él	es	luz	(1	Jn	1:5).	Dios	es	la	fuente
de	vida;	más	tarde,	las	escrituras	nos	indican	que	Él	es	el	Dios	vivo	(Jos	3:10).
Dios	acaba	la	creación;	después	sabremos	que	la	remata	con	la	redención
(compárense	las	visiones	de	Dios	como	creador,	y	del	cordero	de	Dios	como
redentor,	Apocalipsis	4–5),	y	la	amplía	con	la	generación	de	un	nuevo	cielo	y
una	nueva	tierra	(21:1).
Por	razones	que	solo	Él	conoce,	Dios	no	lo	creó	todo	de	golpe;	lo	hizo	día	a	día,
de	manera	sistemática,	progresiva,	hasta	haber	completado	lo	que	había
empezado.	Finalmente,	el	relato	de	la	creación	ilustra	que	la	palabra	de	Dios	es
Su	instrumento	de	creación;	es	decir,	que	sus	pronunciamientos	tienen	efecto
sobre	el	orden,	la	vida	y	la	bondad.
1.2.	Los	agentes:	Dios	crea	a	los	seres	humanos	(Génesis	2:4-26)
En	el	primer	relato	de	la	creación	(Gn	1:1–2:4),	Dios	creó	un	entorno	adecuado
donde	situar	a	los	seres	humanos:	el	sistema	solar,	incluida	la	tierra	misma.	En
este	ambiente	y	como	logro	final	y	supremo	colocó	a	los	seres	humanos,	la
gloria	máxima	de	sus	buenas	obras	(1:27-31).	Esta	historia	determina	que	los
seres	humanos	(también	conocidos	como	el	hombre,	el	género	humano,	la
humanidad)	tienen	género	(varón	y	hembra).	Al	“varón”	(como	género)	se	le
ordena	que	lleve	fruto	y	se	multiplique,	es	decir	que	funcione	según	el	estatus	de
su	género.	De	esta	forma,	el	“varón”	opera	como	subcreador-progenitor
nombrado	por	Dios,	y	puebla	la	tierra.	Además,	al	haber	sido	creado	a	imagen	de
Dios,	el	“hombre”	tiene	que	subyugar	y	gobernar	al	resto	de	la	creación.	Por	esta
razón,	el	“hombre”	no	solo	funciona	como	subcreador,	sino	también	como
subgobernador	de	la	tierra	(por	ej.,	domestica	a	los	animales).	Asimismo,	el
“hombre”	es	el	subjardinero,	que	convierte	el	paraíso	en	el	Edén.
El	“hombre”,	subcreador,	subgobernador	y	subjardinero,	es	verdaderamente	el
pináculo	de	la	creación,	y	está	hecho	a	imagen	de	Dios.	En	el	segundo	relato	de
la	creación	(2:4-5),	Moisés	amplía	su	informe	sobre	el	“hombre”	del	capítulo
uno,	y	desarrolla	dos	temas.
Primero,	la	humanidad	es	la	cumbre	(la	cima,	el	apogeo)	de	la	creación.	Con	una
sola	excepción,	la	humanidad,	Dios	generó	cada	aspecto	de	la	creación,	desde	la
ordenación	de	la	“materia”	de	la	creación	al	otorgamiento	de	la	vida,	mediante	la
instrumentalidad	de	su	palabra.	“Dijo	Dios...	y	fue	así”.	Sin	embargo,	cuando	le
llegó	el	turno	a	la	humanidad,	la	diferenció	o	separó	de	todo	lo	demás:	Dios	hizo
al	hombre	con	sus	manos	(Gn	2:7).	Como	la	describe	Moisés,	la	creación	de	la
humanidad	es	un	proceso	doble.	Primero,	Dios	hizo	una	imagen	de	arcilla	con
forma	humana.	En	segundo	lugar,	insufló	a	ese	barro	“el	aliento	de	vida”.	De
esta	forma	ñunica	en	comparación	con	el	resto	de	la	creación,	solo	los	seres
humanos	son	hechos	a	imagen	de	Dios,	el	apogeo	y	la	conclusión	de	la	creación.
Dios	hizo	también	a	la	mujer	de	un	modo	exclusivo,	es	decir,	de	la	costilla	del
varón.	Cualquiera	que	pueda	ser	el	significado	de	esa	“costilla”,	simboliza	que
como	el	primer	varón	de	la	especie	(2:7),	la	primera	hembra	de	la	misma	es
producto	de	las	manos	de	Dios	(2:22-23).
Segundo,	los	seres	humanos	son	los	custodios	de	la	creación.	Creados	como
Dios,	es	decir,	a	Su	imagen	(1:26-27),	los	seres	humanos	funcionan	como
jardineros,	huerteros	y	cuidadores	de	rebaños.	Según	informa	Moisés,	el	tercer
día	Dios	hace	que	la	tierra	produzca	vegetación	(1:12).	Tras	llevar	a	la	creación	a
un	final	adecuado	al	sexto	día,	Dios	creó	a	la	humanidad,	varón	y	hembra	(1:27),
les	encomendó	que	fueran	sus	jardineros	(1:29),	y	los	situó	al	este	de	Su	jardín,
la	tierra	que	está	entre	los	ríos	Tigris	y	Éufrates	(2:10-14).	En	un	principio,	el
propósito	de	Dios	para	la	humanidad	consistía	en	que	ambos	(el	varón	y	la
hembra)	fueran	agricultores,	cultivaran	las	semillas	y	las	plantas	del	terreno
(2:5).	Asimismo,	como	huerteros	eran	libres	de	recoger	el	fruto	de	cada	árbol
(2:9).	Además,	como	cuidador	de	rebaños,	Adán	pone	nombre	a	los	animales,
ejerciendo	probablemente	el	poder	de	domesticarlos	para	alimentarse.	Una
limitación	es	la	necesidad	de	comida	(2:9a)	y	la	otra	es	una	prueba	de	obediencia
(2:8b).	Dios	les	prohíbe	comer	del	fruto	del	árbol	del	conocimiento	del	bien	y
del	mal	(2:16,	17).	El	propósito	de	esta	segunda	limitación	es	implícito,	y	no
explícito.	El	propósito	es	ponerlos	a	prueba.	Esto	implica	humillarlos	(No	tienen
que	conocer	el	bien,	como	lo	conoce	Dios,	el	creador	de	los	cielos	y	la	tierra),	y
que	manifiesten	lo	que	hay	en	su	corazón	(si	querían	cumplir	Sus
mandamientos),	bajo	advertencia	de	que	la	desobediencia	tiene	consecuencias
(cp.	Dt	8:1-20).
Resumiendo,	los	primeros	agentes	de	Dios	en	los	giros	de	inflexión	de	la	historia
carecen,	de	forma	exclusiva,	de	padre	o	madre.	Son	creados	como	adultos	y,	a	la
vez,	son	el	objetivo	de	la	creación	y	de	Su	gloria	suprema.	Como	tal,	Dios	les
encarga	que	funcionen	como	Su	alter	ego,	y	que	hagan	a	pequeña	escala	aquello
que	Él	realizó	a	gran	escala.	Deben	ser	labradores	de	la	tierra	y	cosechadores	del
fruto.	Además,	deben	subyugar	y	gobernar	al	reino	animal.	Dios,	como	creador,
era	quien	ponía	los	nombres;	llamó	a	la	extensión	“cielo”	y	a	la	tierra	seca
“tierra”	(1:8,	10).	De	manera	similar,	como	subcreadores	de	Dios,	los	seres
humanos	ponen	nombres	al	reino	animal	(2:18-20).	La	humanidad	fue	creada
con	género,	varón	y	hembra.	Pero	Dios	los	diseñó	a	cada	uno	a	medida,	los
moldeó	(2:7,	21-22),	y	los	une	en	matrimonio	como	uno	solo	(2.24).	Aunque
Adán	y	Eva	no	tienen	padre	o	madre,	y	han	sido	creados	a	imagen	de	Dios,
acaban	sus	días	como	exiliados	del	jardín	divino,	avergonzados	y	maldecidos
igual	que	la	serpiente	(3:14-24).
1.3.	El	origen	del	pecado	humano	(Génesis	3:1-24)
El	primer	relato	de	la	creación	enseña	que,	en	términos	de	orden	y	de	vida,	la
creación	de	Dios	es	buena.	De	hecho,	Él	la	calificó	como	buena	en	gran	manera.
El	sol	brilla	y	la	lluvia	cae	sobre	justos	e	injustos	por	igual	(Mt	5:45),
satisfaciendo	los	corazones	humanos	con	alimento	y	felicidad	(Hch	14:17).	Sin
embargo,	la	experiencia	humana	suele	contradecir	esta	imagen.	La	naturaleza
puede	ser	hostil	y	destructiva.	Terremotos,	sequías,	volcanes	y	tornados	dejan
dolor	y	sufrimiento	a	su	paso.	Los	seres	humanos	mismos	son	a	menudo
culpables	de	abuso	y	conflicto	los	unos	hacia	los	otros.	En	Génesis	3:1-24	se
explica	esta	discrepancia	entre	lo	bueno	humano	en	la	creación	y	lo	malo	en	la
sociedad.	Este	capítulo	se	entiende	mejor	como	el	choque	o	el	conflicto	entre
Dios	y	la	serpiente.	Es	la	historia	de	dos	antagonistas,	Dios	y	la	serpiente,	con
Adán	y	Eva	pillados	en	medio.
Moisés	inició	su	relato	de	la	creación	(1:1–2:4)	presentando	a	Dios	sin
explicación,	confiando	en	que	sus	lectores	no	necesitaban	explicación	alguna.	De
manera	similar,	expone	su	narrativa	de	conflicto	(3:1-24),	mostrando	a	la
serpiente	con	muy	poco	detalle,	sin	duda	considerando	que	no	son	precisos.	Sin
embargo,	conforme	prosigue	el	relato,	su	lectorado	se	entera	directa	o
indirectamente	de	que	la	serpiente	es	el	más	astuto	de	los	animales	creados	por
Dios	(3:1),	una	mentirosa	(3:4),	seductora	(3:5)	y	una	bestia	(de	cuatro	patas)
(3:14).	Pero	sobre	todo,	los	lectores	de	Moisés	reconocen	que	la	serpiente	es	la
enemiga	de	Dios,	la	criatura	que	ataca	a	su	creador(3:1).
Este	capítulo,	tradicionalmente	descrito	como	“La	Caída”,	toca	tres	temas
interdependientes.	Uno,	la	serpiente	acusa	a	Dios	de	ser	un	mentiroso.	Le
pregunta	a	Eva:	“¿Conque	Dios	os	ha	dicho:	No	comáis	de	todo	árbol	del
huerto?	(3:1).	Ella	asiente,	e	identifica	al	árbol	del	fruto	prohibido	(3:2,	3),	y
añade	la	advertencia	“para	que	no	muráis”	(3:4b).	La	serpiente	da	a	entender,	a
continuación,	que	Dios	es	un	mentiroso,	y	afirma:	“No	moriréis”	(3:4).	Este
dialogo	no	solo	insinúa	que	Dios	miente,	sino	que	no	hay	consecuencias	por
desobedecerle.
En	segundo	lugar,	la	serpiente	acusa	a	Dios	de	mezquino	(3:5).	Seduce	a	Eva	con
esta	perspectiva:	“Sabe	Dios	que	el	día	que	comáis	de	él,	serán	abiertos	vuestros
ojos,	y	seréis	como	Dios,	sabiendo	el	bien	y	el	mal”	(3:5).	La	implicación	del
discurso	de	la	serpiente	es	que	Dios	está	negándole	el	bien	a	la	humanidad,	el
derecho	a	ser	como	Él.	Irónicamente,	ellos	ya	son	como	Dios,	creados	a	su
imagen.	La	serpiente	los	seduce	a	querer	más,	a	cruzar	los	límites	divinos
establecidos.	El	resultado	es	que	Eva	fue	engañada	porque	era	“agradable	a	los
ojos”,	y	tanto	ella	como	Adán	comieron	lo	que	Dios	había	prohibido	(3:6).	Esto
ilustra	la	constante	vulnerabilidad	humana	y,	de	manera	específica,	que	el	fruto
prohibido	es	el	más	dulce.
En	tercer	lugar,	la	serpiente	obliga	a	Dios	a	maldecir	a	los	seres	humanos,	la
cúspide	de	Su	creación.	Obviamente,	la	estrategia	de	la	serpiente	ha	consistido
en	seducir	a	Adán	y	Eva	para	que	desobedezcan	a	Dios.	Y	esto	es	porque	sabe
que	Él	no	es	mentiroso.	Por	consiguiente,	si	Adán	y	Eva	desobedecen,	la
serpiente	sabe	que	Dios	deberá	castigarlos,	y	que	lo	hará.	Esta	punición	es	más
que	la	simple	muerte	física.	Empieza	con	la	muerte	de	la	inocencia	(3:7).	Y
resulta	en	la	pérdida	de	la	comunión	(3:8).	Desata	una	serie	de	maldiciones:
contra	la	serpiente	(desde	ese	momento	se	arrastrará	por	tierra	y,	en	última
instancia,	un	hijo	de	Eva	la	aplastará	[3:14,	15].	Dios	maldice	a	Eva	con	dolores
en	el	alumbramiento	y	una	nueva	relación	con	su	marido	(3:15,	17),	y	maldice	a
Adán,	quien	se	ganará	el	sustento	con	el	sudor	de	su	frente	(3.19).	La	pareja	es
expulsada	del	Jardín,	para	evitar	que	también	coma	del	fruto	del	árbol	de	la	vida
y	viva	para	siempre	(3:22-24).	A	medida	que	el	tiempo	avanza,	los	cuantiosos
años	de	vida	de	sus	descendientes	se	van	reduciendo,	primero	a	ciento	veinte
años	(Gn	6:3),	y	después	a	setenta	(Sal	90:10).
En	este	episodio	es	preciso	tener	en	cuenta	un	giro.	La	mujer	fue	tentada	y
engañada	(3:1,	13).	Sin	embargo,	Adán	desobedeció	de	forma	intencionada.	Esto
significa	que	él	(y	no	Eva)	es	el	origen	de	la	pecaminosidad	humana	(Ro	5:12).
Aquí,	el	principio	es	que	existe	una	diferencia	entre	el	pecado	no	intencionado,
involuntario	y	el	que	se	hace	de	un	modo	deliberado.
En	resumen,	como	ilustra	esta	narrativa	de	conflicto,	la	discrepancia	entre	la
bondad	de	la	humanidad	en	la	creación	y	su	maldad	en	la	sociedad,	la
pecaminosidad	humana,	es	atribuible	a	un	acto	paradigmático,	prepotente	de
desobediencia	(3:1-24).	Son	cuatro	las	partes	involucradas:	1)	el	tentador,	2)	la
engañada,	3)	el	pecador	a	sabiendas	y	deliberado,	y	4)	la	naturaleza,	la
espectadora	inocente.
Las	tres	partes	culpables	reciben,	cada	una,	el	castigo	adecuado	y	justo,	pero
incluso	la	parte	inocente	(la	tierra	misma)	está	manchada	por	su	pecaminosidad	y
afectada	por	su	castigo.	Este	episodio	también	ilustra	que,	ante	todo,	el	pecado	es
contra	Dios,	el	creador,	y	que	sus	consecuencias	son	mucho	más	graves	(la
segunda	muerte)	que	la	transgresión	contra	la	humanidad.	Además,	el	pecado	es
a	menudo	sociable,	es	decir,	que	el	pecador	busca	por	lo	general	incluir	a	otros
en	su	pecaminosidad.	Finalmente,	en	el	momento	adecuado,	Dios	triunfa	sobre	la
serpiente	por	el	primer	y	segundo	advenimiento	(aplastador)	de	Jesús.	Esto
significa	que	el	mal,	individual	o	de	todo	un	imperio,	no	puede	triunfar	nunca
sobre	Dios,	independientemente	de	las	victorias	aparentes	que	pueda	conseguir.
1.4.	La	propagación	del	mal:	El	conflicto	entre	los	seres	humanos
(Génesis	4–5)
Cuando	Dios	creó	a	la	humanidad,	varón	y	hembra,	ordenó:	“Fructificad	y
multiplicaos;	llenad	la	tierra	y	sojuzgarla”	(Gn	1:28).	Obedientes	a	este	mandato,
los	hijos	de	Adán	y	Eva,	y	sus	posteriores	descendientes,	empezaron	a
dispersarse	y	a	poblar	la	tierra.	Sin	embargo,	por	las	consecuencias	del	pecado	de
Adán	(3:12),	conforme	se	fue	extendiendo	la	población,	el	pecado	también
proliferó.	En	aquel	momento,	el	principal	pecado	es	el	conflicto	entre	los	seres
humanos.
En	su	estrategia	de	narrativa,	lo	primero	de	lo	que	Moisés	informa	es	de	un
conflicto	entre	dos	de	los	hijos	del	hombre	y	de	su	esposa	Eva	(Gn	4:1-8).	Al
primero	lo	llama	Caín	y	al	segundo	Abel	(4:1-2).	Caín	era	labrador,	es	decir,
agricultor	(cp.	3:24)	y	Abel	era	pastor,	porque	las	ovejas	habían	sido	sojuzgadas
(domesticadas,	1:29).	En	el	transcurso	del	tiempo,	cada	uno	de	ellos	llevó	una
ofrenda	al	SEÑOR	(4:3).	Caín	ofreció	del	fruto	de	la	tierra	(4:3b),	y	Abel,	el
pastor,	presentó	al	primogénito	de	su	rebaño	(4:4).	Ambas	ofrendas,	la	primicia	y
el	primogénito,	eran	legítimas,	y	le	serían	exigidas	a	Israel	a	lo	largo	de	su
historia	posterior.	Pero,	por	alguna	razón	que	no	se	indica,	Dios	aprobó	la
ofrenda	de	Abel	y	desaprobó	la	de	Caín.	Es	algo	que	no	se	puede	vincular	a	que
uno	fuera	un	sacrificio	de	sangre	y	el	otro	no.	Por	consiguiente,	la
disconformidad	de	Dios	con	la	ofrenda	de	productos	agrícolas	de	Caín	debía	de
tener	algo	que	ver	con	la	actitud	de	su	corazón.	Caín	se	airó	por	la	desaprobación
de	Dios	y,	a	pesar	de	Su	advertencia,	se	levantó	y	mató	a	Abel	(4:5-8).	De	este
modo,	la	narrativa	ilustra	que	desde	el	principio,	los	descendientes	de	Adán
honrarían	a	Dios,	a	cuya	imagen	estaban	hechos	(1:27),	o	vivirían	como	el
diablo,	que	era	un	mentiroso	y	un	asesino	desde	los	orígenes	(3:1-7).
1.4.1.	El	asesinato	de	Abel	tiene	un	resultado	inmediato	más	allá	de	su
muerte	real	(Génesis	4.9-11)
El	resultado	de	la	muerte	de	Abel	es	que	la	tierra	misma	se	ha	contaminado	con
su	sangre	(4:10).	Pero	Dios	había	creado	el	terreno	=	la	tierra	de	manera
específica,	y	era	buena	(1:10).	Sin	embargo,	la	humanidad	le	ha	trasladado	ahora
la	maldición	de	Dios	(3:17),	y	su	hijo	primogénito	ha	profanado	la	tierra
derramando	la	sangre	de	su	hermano.	Esto	da	a	entender	que	no	solo	debe	ser
redimida	la	humanidad	83:16),	sino	también	la	tierra	(Ro	8:19-22)	y,	en	última
instancia,	ser	recreada	(Ap	21:1).
El	segundo	resultado	de	que	Caín	matara	a	Abel	es	que	se	le	castiga	con	la
excomunión	o	expulsión	de	la	sociedad	humana	(Gn	4:12).	Esto	no	solo	protege
a	los	demás	seres	humanos	de	la	posibilidad	de	ser	asesinados,	sino	que	también
evita	que	la	tierra	se	contamine	más.	El	destierro	de	Caín	de	la	sociedad	humana
también	simboliza	su	separación	de	Dios	(4:14).	Para	el	homicida,	esto	se	añade
a	la	separación	de	Dios	que	Adán	introdujo	en	la	relación	Creador-criatura
cuando,	tras	pecar,	Adán	y	Eva	se	escondieron	de	la	presencia	divina	(3:8-11).
1.4.2.	Transcurre	un	tiempo	inmenso,	una	generación	tras	otra	(Génesis	5:1-
32)
La	maldad	y	la	violencia	continúan,	al	parecer	descontroladas	por	la	expulsión
(6:5).	El	misterioso	matrimonio	mixto	y	la	preocupación	por	hacer	el	mal
caracterizan	a	la	población	humana	de	la	época	de	Noé.	Usando	un	lenguaje
antropomórfico,	Moisés	describe	la	reacción	divina	como	tristeza	y	dolor	ante	la
profundidad	de	la	maldad	humana	(6:6).	Por	consiguiente,	decide:	“Raeré	[yo,
Dios]	de	sobre	la	faz	de	la	tierra	a	los	hombres	que	he	creado”	[6:7).	Y	lo	hará
enviando	un	diluvio	masivo	(6:17).	Este	diluvio	tendrá	dos	propósitos:	1)	acabar
con	la	violencia	sobre	la	tierra	(es	decir,	la	pena	capital	sustituirá	al	destierro
[6:13]),	y	2)	purificará	la	tierra	de	su	contaminación.	Sin	embargo,	en	medio	de
toda	esta	violencia,	contaminación	y	maldad	desenfrenadas,	una	persona	“halló
gracia	ante	los	ojos”	del	SEÑOR	(6:8):	Noé.	Por	su	justicia,	él	y	su	familia	serán
rescatados	de	la	muerte	por	ahogamiento,	y	serán	los	agentes	de	Diospara	una
tierra	renovada,	con	un	nuevo	comienzo	tanto	para	los	animales	como	para	las
personas	(6:17-21).
1.5.	Juicio	sobre	la	perversa	humanidad	(Génesis	6–8)
Inicialmente,	como	ilustran	los	ejemplos	de	Caín	y	Lamec	(Gn	4.1-24),	el
castigo	de	Dios	por	la	violencia	y	el	asesinato	es	el	destierro.	Sin	embargo,
conforme	crece	la	población,	el	“exilio”	demuestra	ser	ineficaz	para	reducir
dicha	violencia.	Por	consiguiente,	en	la	generación	de	Noé,	Dios	envía	juicio
sobre	toda	la	humanidad.	No	es	un	capricho.	Es	la	pena	adecuada	para	el	delito:
el	castigo	purifica	la	tierra	de	su	contaminación.	Tampoco	es	apresurado.	La
historia	de	los	hijos	de	Adán	(Génesis	4)	está	vinculada	a	la	generación	de	Noé
mediante	una	genealogía	de	diez	generaciones.	Es	un	período	de	tiempo
indefinido,	y	los	años	de	vida	de	personas	como	Matusalén	demuestran	que
fueron	diez	eras	muy	extensas.	La	Biblia	contiene	muchos	ejemplos	del	juicio
divino	inmediato	sobre	algunas	personas,	como	el	caso	de	Ananías	y	Safira	(Hch
5:1-11),	pero	el	juicio	sobre	la	humanidad	ilustra	que	se	demora	en	ocasiones	por
la	paciencia	divina.	Pero	aunque	se	retrase,	el	juicio	justo	de	Dios	sobre	el	mal
impenitente	es	seguro	en	última	instancia.
Después	del	encargo	de	Dios	a	Noé,	respecto	a	la	construcción	de	un	arca	que
reuniera	a	una	pareja	de	todos	los	animales,	y	que	advirtiera	a	las	personas	sobre
el	inminente	juicio	divino	(6:13-22),	derramó	el	juicio.	Este	castigo	por	agua
incluye	a	la	vez	“las	fuentes	del	grande	abismo	(que	se	rompen)	y	las	cataratas
de	los	cielos	(que	se	abren)”	(7:11).	Esto	hace	que	la	tierra	vuelva	a	su	condición
cubierta	de	agua	y	sobresaturada	del	segundo	día	de	la	creación	(1:6-8),	y
revierte	el	proceso	del	tercer	día,	cuando	apareció	la	tierra	seca	(1:9-10).	Así,	en
la	creación,	Dios	hizo	surgir	la	tierra	seca	y	fue	bueno;	más	tarde,	la	remplazó
por	el	agua,	y	fue	adecuado	(por	no	decir	bueno	en	realidad).	El	juicio	mediante
las	aguas	del	diluvio	destruyó	a	toda	criatura	viviente,	cuya	morada	era	la	tierra,
animales	y	seres	humanos	por	igual.	Como	lo	relata	Moisés:	“Y	murió	toda	carne
que	se	mueve	sobre	la	tierra...	Así	fue	destruido	todo	ser	que	vivía	sobre	la	faz
de	la	tierra”	(7:21-23).	¿Fin	de	la	historia?	Lo	que	Dios	creó	los	días	3,	5	y	6
queda	destruido.	Pero,	¡no!	Dios	preservó	a	un	remanente.	Moisés	señala:
“quedó	solamente	Noé,	y	los	que	con	él	estaban	en	el	arca”	(7:23).
Los	lectores	de	la	Biblia	saben,	porque	las	escrituras	así	lo	ilustran	desde
Génesis	a	Apocalipsis,	que	“a	los	que	aman	a	Dios,	todas	las	cosas	les	ayudan	a
bien”	(Ro	8:28).	Esto	es	para	el	bien	de	Dios,	desde	la	creación	a	la	salvación.
Así,	las	aguas	del	diluvio	de	juicio	sobre	los	pecadores	son,	al	mismo	tiempo,	las
aguas	del	diluvio	de	salvación	para	los	justos.	Compárese	el	episodio	de	la
“división	del	mar”	(Éxodo	14)	y	la	crucifixión	de	Jesús	(Marcos	15).	El	episodio
del	diluvio	ilustra	también	que	el	mal	no	puede	frustrar	nunca,	en	última
instancia,	los	propósitos	salvíficos	de	Dios.	Esto	es	cierto	de	manera	individual	y
local,	y	también	global.	Como	lectores	de	la	Biblia,	no	solo	hemos	leído	el
primer	capítulo	en	los	ciclos	de	los	puntos	de	inflexión	(Génesis	1–8),	sino
también	el	último	(Apocalipsis	21,	22).
2
CICLO	DOS:	DESDE	NOÉ
HASTA	LA	TORRE	DE	BABEL
(GÉNESIS	9:1–11:9)
El	siguiente	círculo	central	ilustra	el	lugar	del	ciclo	de	puntos	de	inflexión	de
Noé	en	la	historia	y	la	teología	bíblicas.	Como	agente	del	nuevo	comienzo	de
Dios,	Noé	es	el	puente	histórico	entre	el	ciclo	de	Adán	y	el	de	Abraham.	Noé,
con	su	familia,	es	el	último	hombre	del	ciclo	anterior	y	el	primero	del	nuevo.
El	primer	ciclo	de	puntos	de	inflexión	acabó	en	juicio,	la	aniquilación	total	de	la
humanidad	mediante	ahogamiento.	La	única	excepción	a	este	destino	es	Noé	y
su	familia,	solo	ocho	personas.	La	función	de	esta	familia	es	extraordinaria.
Como	Adán	y	Eva	fueron	los	progenitores	de	la	raza	humana,	ahora	Noé	y	su
familia	se	convertirán	por	segunda	vez,	en	sus	padres.	Este	ciclo	trata	los	puntos
siguientes:
Los	agentes:	Noé	y	su	familia	reciben	el	encargo,	como	antes	Adán,	de	ser
fructíferos	y	multiplicarse,	es	decir	ser	los	progenitores	de	la	nueva	familia
humana.
El	nuevo	comienzo:	una	familia	rescatada,	la	restauración	de	la	adoración
correcta,	y	el	pacto	que	Dios	establece	con	Noé.
La	propagación	de	la	humanidad:	Los	descendientes	de	Noé	vuelven	a
poblar	la	tierra,	pero	cometen	el	pecado	de	la	adoración	panteísta	e	idólatra,
y	adoran	a	la	creación	y	no	al	creador.
El	juicio:	Dios	“confunde	las	lenguas”	en	Babilonia,	y	dispersa	a	las
naciones	por	toda	la	tierra.
2.1.	El	agente:	Noé,	un	segundo	Adán
La	narrativa	de	Génesis	proporciona	muy	poca	información	biográfica	sobre
Noé,	el	jugador	clave	en	el	progreso	de	la	historia	humana.	La	genealogía	de
Génesis	5:1-32	informa	a	sus	lectores	que	Noé	procede	de	Adán	por	medio	de
Lamec	(5:28-32),	a	quien	se	nos	presenta	en	4:23,	24.	Noé	aliviará	a	la
humanidad	de	la	ardua	maldición	de	“trabajo”	que	Dios	había	impuesto	con
anterioridad	(cp.	3:17).	Tenía	quinientos	años	cuando	se	convirtió	en	el	padre	de
tres	hijos:	Sem,	Cam	y	Jafet.	De	un	modo	único,	aunque	antes	del	diluvio	viviera
entre	personas	perversas	y	violentas	(6:5,	13),	halló	favor	a	los	ojos	del	SEÑOR
(6:8).	De	hecho,	en	su	época	Noé	fue	una	persona	justa,	irreprochable	(6:9).	Este
y	varios	datos	de	otra	información	le	hacen	comparable	a	Adán	en	diversas
formas	relevantes.	El	gráfico	inferior	demuestra	que	Noé	es	el	alter	ego	de	Adán.
La	comparación	que	el	esquema	hace	de	Adán	y	Noé	ilustra	muchos	paralelos
significativos	y	explícitos	entre	estos	dos	agentes	de	los	dos	primeros	ciclos	de
comienzo/nuevo	comienzo.	Ningún	otro	agente	(Abraham,	Josué,	et	al.)	poseen
estos	tipos	de	paralelismos.	En	realidad,	los	paralelos	entre	Adán	y	Noé	hacen
que	sean	el	alter	ego	funcional	(aunque	no	ontológico)	de	Dios	sobre	la	tierra.
Para	entender	estas	conclusiones	se	debe	tener	en	mente	que	Jesús,	el	agente	del
sexto	y	séptimo	ciclos	de	nuevos	principios	NO	es	el	alter	ego	de	Dios	sobre	la
tierra.	Él	es	Dios	mismo	en	la	carne	(cp.	Jn	1:1-18)	y	tiene	un	estatus
incomparable	e	infinitamente	más	alto	que	el	más	alto	de	los	seres	humanos,
como	Adán	y	Noé.
Aspecto Adán,	agente	del	comienzo
Estatus Creado	a	imagen	de	Dios	(1:27)
Progenitor	de	la	humanidad Se	le	ordenó	ser	fructíferos,	multiplicarse	y	llenar	la	tierra	(1:28)
Gobernador	del	reino	animal Adán	gobernará	sobre	toda	cosa	viviente	(1:28)
Calidad	de	la	personalidad Los	seres	humanos	son	la	parte	“buena”	de	la	creación	de	Dios,	irreprensible	ante	Él	(1:31)
Relación	con	el	Creador Dios	caminó	con	Adán	y	Eva	(3:8)
Vocación
2.2.	El	nuevo	comienzo:	Adoración,	bendición	y	pacto	(Génesis
8:20–9:17)
Existen	dos	factores	del	nuevo	comienzo	tras	el	diluvio:	1)	Noé	restaura	la
adoración	correcta;	y	2)	en	base	a	la	relación	restaurada	entre	Dios	y	la
humanidad.	Él	establece	un	pacto	con	Noé.	En	su	narrativa	del	diluvio,	Moisés
proporciona	a	sus	lectores	el
Entorno	en	el	que	Noé	retomará	la	adoración	correcta	(Gn	8:13-19).	Informa:	el
diluvio	ha	acabado	y,	una	vez	más,	la	tierra	seca	ha	aparecido.	Por	tanto,	Dios	le
ordena	a	Noé,	que	sigue	encerrado	en	el	arca,	que	la	abandone.	Tiene	que	liberar
también	a	todas	las	aves,	los	animales	y	los	reptiles	que	han	sido	salvados	del
diluvio.	Estos	se	reproducirán	en	abundancia	y	llenarán	la	tierra.
En	este	entorno	en	el	que	la	vida	en	la	tierra	empieza	a	regresar	a	la	normalidad,
lo	primero	que	Noé	hace	es	retomar	la	adoración	correcta.	Edifica	un	altar	al
SEÑOR	y	ofrece	un	holocausto	de	cada	animal	y	cada	ave	puros	(Gn	8:20).
Moisés	señala	que	el	SEÑOR	está	complacido	con	la	adoración	de	Noé	y	la
acepta	(8:21a).	Una	vez	más,	sirviéndose	del	lenguaje	antropomórfico	para
describir	a	Dios,	el	SEÑOR	decide	que	no	volverá	a	destruir	a	toda	cosa
viviente,	como	hizo	con	el	diluvio	(8:21b-22).
Una	vez	retomada	la	adoración	correcta	(Gn	8:13-19),	el	SEÑOR	establece
varias	directrices	para	la	vida	en	el	nuevo	orden	mundial	(9:1-7).	Estas
indicaciones	oprincipios	han	de	ser	bendiciones	para	la	humanidad
irreprensible/justa	(9:1a).	Primero,	Noé	y	sus	hijos	serán	los	progenitores	de	la
nueva	tierra	repoblada	(9:1b).	Como	tales,	y	al	igual	que	Adán	con	anterioridad,
Noé	gobernará/subyugará	el	reino	animal	(9:2).	Este	reino	animal	se	le	da,	por
tanto,	a	la	humanidad	como	algo	bueno	(9:3).	El	solo	impone	una	restricción:	la
sangre	ha	de	ser	drenada	por	completo	del	cadáver	del	animal	degollado	(9:4).	Y,
finalmente,	el	SEÑOR	cambia	el	procedimiento	para	ocuparse	del	asesinato.	En
un	principio,	los	asesinos	como	Caín	eran	desterrados	o	exiliados	de	la	sociedad
humana.	Sin	embargo,	un	castigo	así	no	frenó	la	violencia	humana	(6:13),	de
modo	que	tras	el	diluvio,	los	asesinos	tenían	que	ser	ejecutados	en	lugar	de
exiliarlos	(9:5-7).
La	principal	bendición	que	Dios	le	da	a	Noé	tras	el	diluvio	es	establecer	un	pacto
con	él	(Gn	9:8-17).	Este	pacto	no	es	personal,	como	el	que	Dios	hará	después
con	Abraham,	pero	es	para	Noé,	sus	hijos	y	sus	descendientes	(9.8,	9).	Merece	la
pena	mencionar	que	es	el	primer	pacto	registrado	entre	Dios	y	la	humanidad.
Este	pacto	es	unilateral,	es	decir,	Dios	no	solo	toma	la	iniciativa,	sino	también	la
responsabilidad	de	hacer	que	funcione	(9:8,	9).	El	pacto	es	tan	amplio	o	tan
global	como	para	extenderse	al	reino	animal	(9:10).	En	el	pacto,	Dios	estipula
que	no	volverá	a	destruir	la	tierra	(en	general)	con	las	aguas	de	un	diluvio	(9:11).
Dios	garantiza	el	pacto	con	una	señal,	el	arcoíris	(9:12-15)	que	es	un	eco	terrenal
de	la	presencia	soberana	y	eterna	de	Dios	(Ap	4:1-3).	De	hecho,	este	pacto	no
solo	es	unilateral,	sino	también	eterno	(Gn	9:16).	Para	enfatizar	esta	dimensión,
Dios	estipula	de	nuevo	que	el	arcoíris	será	Su	señal,	que	garantiza	el	carácter
eterno	del	pacto.
2.3.	La	proliferación	del	pecado:	La	familia	de	Noé	vuelve	a
poblar	la	tierra	(Génesis	9:18–10:32)
La	población	humana	que	sobrevivió	al	diluvio	consta	de	ocho	personas.
Conforme	se	desarrolla	la	narrativa,	Moisés	informa:	“Bendijo	Dios	a	Noé	y	a
sus	hijos,	y	les	dijo:	‘Mas	vosotros	fructificad	y	multiplicaos;	procread
abundantemente	en	la	tierra,	y	multiplicaos	en	ella.	Fructificad	y	multiplicaos,	y
llenad	la	tierra’”	(9:7).	Por	tanto,	Noé	y	sus	hijos	funcionan	como	subcreadores
de	Dios.	Sus	hijos	son	Sem,	Cam	y	Jafet;	y,	como	ilustrará	Moisés	en	los	detalles
que	siguen	(10:1-32),	“de	ellos	fue	llena	toda	la	tierra”	(9:19).
El	registro	genealógico	identifica	a	las	naciones	que	se	formaron	tras	el	diluvio
(Gn	10:1):	las	generaciones	de	Jafet	(10:2-5),	de	Cam	(10:6-20)	y	de	Sem
(10:21-31).	Así,	la	tierra	se	repobló,	“cada	cual	según	su	lengua,	conforme	a	sus
familias	en	sus	naciones”	(10:5,	cp.	10:20,	31).	Moisés	concluye	su	genealogía
en	10:32	elaborando	una	inclusio	con	9:19,	y	escribe:	“Estas	son	las	familias	de
los	hijos	de	Noé	por	sus	descendencias;	y	de	estos	se	esparcieron	las	naciones	en
la	tierra	después	del	diluvio”	(10:32).	Llegados	a	este	punto	de	la	narrativa	queda
sin	responder	la	pregunta,	“¿cómo	surgieron	estas	lenguas	y	naciones	distintas,
después	del	diluvio?”.
Moisés	responde	la	pregunta	insinuada	sobre	el	origen	de	las	distintas	lenguas	y
la	dispersión	de	las	naciones	relatando	un	acontecimiento	histórico	en
retrospectiva	(Gn	11:1-9).	El	escenario	para	este	suceso	es	que	la	totalidad	de	la
tierra	(=	todos)	hablaban	el	mismo	idioma	tras	el	diluvio	(11:1)	y	se
establecieron	en	la	tierra	de	Sinar	(11:2).	Es	el	nombre	en	hebreo	de	la	tierra	de
Sumer.	La	civilización	sumeria	es	la	primera	de	importancia	en	ser	alfabetizada
del	territorio	conocido	más	familiarmente	por	los	lectores	de	la	Biblia	como
Babilonia.	Ese	terreno	es	la	llanura	aluvial	fértil	entre	los	ríos	Tigris	y	Éufrates,	y
es	la	ubicación	original	del	jardín	del	Edén	(2:14).	Los	griegos	llamaron	esta
tierra	Mesopotamia.	Allí	se	asentaron	los	descendientes	de	los	hijos	de	Noé,	y
desde	allí	el	SEÑOR	los	dispersó.
La	narrativa	de	Moisés	consta	de	dos	focos:	1)	la	construcción	de	la	ciudad	y	2)
la	falsa	adoración	(Gn	11:1-6).	Edificar	la	ciudad	es	el	pecado	de	la	autonomía
humana.	Caín	fue	el	primero	en	actuar	así	(4:17)	y	es	probable	que	fuera	el
marco	del	desarrollo	de	los	instrumentos	musicales	y	de	la	metalurgia	(4:21,	22).
El	problema	de	construir/habitar	una	ciudad	es	que	deja	de	ser	teocrática.	Los
moradores	de	la	ciudad	empiezan	a	regular	sus	asuntos	según	el	gobierno
humano.	En	Sinar,	cada	ciudad-estado	tiene	su	propio	rey.	No	solo	se
institucionaliza	la	monarquía,	sino	que	también	busca	la	sanción	religiosa.	Y	en
Sumer,	cada	ciudad-estado	desarrolló	su	propio	sistema	religioso.	De	este	modo,
el	trono	y	el	templo,	el	rey	y	el	sacerdote,	son	aspectos	de	la	evolución	de	la
autonomía	humana.
El	desarrollo	de	la	falsa	religión	como	aspecto	complementario	de	la	edificación
de	una	ciudad	está	implícito	en	el	deseo	del	cual	se	informa:	“Vamos,
edifiquémonos	una	ciudad	y	una	torre,	cuya	cúspide	llegue	al	cielo;	y
hagámonos	un	nombre,	por	si	fuéremos	esparcidos	sobre	la	faz	de	toda	la	tierra”
(11:4).	La	torre	es	un	zigurat,	una	montaña	artificial	en	forma	de	pirámide
escalonada.	Cada	ciudad-estado	poseía	una,	y	aunque	estaban	fabricadas	con
ladrillos	de	barro,	las	ruinas	de	muchas	de	ellas	han	perdurado.	El	zigurat	de	Ur,
ciudad	natal	de	Abraham,	es	el	más	conocido	de	los	que	han	sobrevivido	y	se	ha
restaurado	de	forma	parcial.	La	parte	inferior	(del	zigurat	de	Babilonia)	fue
llamado	“la	plataforma	fundamento	del	cielo	y	de	la	tierra”.	A	unos	noventa	y
dos	metros	sobre	el	nivel	del	suelo,	el	templo	se	construía	como	la	casa	del	dios,
y	los	sacerdotes	escalaban	mañana	y	tarde	hasta	el	templo	para	realizar	sus
deberes,	cuidando	y	alimentando	a	los	dioses.	De	modo	que	esas	torres	siempre
estaban	asociadas	a	la	falsa	adoración.	Esta	solía	incluir	aspectos	de
astropanteísmo,	es	decir,	la	adoración	al	sol,	la	luna	y/o	“estrellas”	como	Marte	y
Venus,	el	politeísmo,	que	es	la	adoración	a	muchos	dioses,	y	la	idolatría
(imágenes	de	las	deidades	fabricadas	en	madera,	piedra	y/o	metal).	Así,	tras	el
diluvio,	las	criaturas	(los	descendientes	de	Noé)	empezaron	a	adorar	a	dioses
hechos	a	su	propia	semejanza.	La	construcción	de	ciudades	y	la	falsa	adoración
provocó	que	Dios	maldijera	aquellas	ciudades-estados	mesopotámicas	por	los
pecados	complementarios	de	la	autonomía	humana	y	la	falsa	adoración.
2.4.	El	juicio
El	juicio	que	llevó	el	primer	ciclo	de	puntos	de	inflexión	a	un	final	abrupto	y
universal	fue	la	violencia	desenfrenada	(Gn	6:13).	Este	derramamiento	de	sangre
había	contaminado	la	tierra	desde	el	momento	del	asesinado	de	Abel	(4:10;
6:11).	Las	aguas	del	diluvio	no	solo	acarrearon	juicio	sobre	la	humanidad	por	su
maldad,	sino	que	también	purificó	la	tierra	de	su	condición	profanada.	En	el	caso
del	juicio	del	segundo	ciclo	de	comienzos/nuevos	comienzos	en	la	historia
bíblica	es	una	situación	distinta.	Los	pecados	que	provocaron	a	Dios	para	juicio
son	los	de	la	autonomía	humana	y	la	idolatría.	Por	consiguiente,	el	juicio	que
cierra	este	ciclo	es	de	naturaleza	diferente	al	diluvio.	Su	propósito	no	consiste	en
purificar	la	tierra	contaminada,	sino	frustrar	el	afianzamiento	de	la	falsa
adoración.
La	narrativa	bíblica	no	informe	de	los	orígenes	de	la	falsa	adoración	tras	el
diluvio.	En	la	época	del	episodio	de	la	“torre	de	Babel”	ya	se	había	hecho	fuerte
en	la	civilización	de	Sinar	(=Sumer	y	Acad).	Esta	falsa	adoración	se	agrava	con
la	autonomía	humana,	endémica	a	esta	civilización.	Estos	pecados	gemelos
contemplan	la	adoración	de	la	criatura	(la	humanidad)	a	su	creación	(ídolos),	en
lugar	de	adorar	a	su	creador	(Gn	1:27).	En	el	momento	del	suceso	de	la	“torre	de
Babel”,	Moisés	informa:	“Tenía	entonces	toda	la	tierra	una	sola	lengua	y	unas
mismas	palabras”	(11.1).	Esta	condición	se	enfatiza	en	el	v.	6:	“He	aquí	el
pueblo	es	uno,	y	todos	estos	tienen	un	solo	lenguaje”.	Esta	condición	facilita	la
autonomía	humana.	Por	tanto,	“nada	les	hará	desistir	ahora	de	lo	que	han
pensado	hacer”	(11b).	Y	así,	1)	Dios	confundió	su	lengua	(11:7),	y	2)	los
dispersó	sobre	la	faz	de	toda	la	tierra	(11:9).Este	juicio	fue	eficaz,	porque	la
humanidad	se	vio	incapaz	de	entender	lo	que	hablaba	su	vecino,	y	dejaron	de
edificar	la	ciudad	(11:8).
Esta	es	la	condición	universal	y	perdurable	que	resume	la	“mesa	de	las	naciones”
que	sigue	cronológicamente	al	episodio	de	la	“torre	de	Babel”.	El	acta	incluye	la
fórmula	que	se	repite	a	menudo:	“...	cada	cual	según	su	lengua...	en	sus	naciones
(10:5;	cp.	10:20,	25,	31).	La	tabla	de	naciones	concluye	con	esta	nota	definitiva:
“Estas	son	las	familias	de	los	hijos	de	Noé...	en	sus	naciones;	y	de	estos	se
esparcieron	las	naciones	en	la	tierra	después	del	diluvio”	(10:32).
2.5	Conclusión
La	historia	más	antigua	de	la	humanidad	(también	conocida	como	la	“historia
antediluviana”)	se	caracteriza	por	el	origen	y	la	proliferación	del	mal	(Génesis
3–6).	Sin	embargo,	haciendo	caso	omiso	a	la	lección	sobre	la	rendición	de
cuentas	de	los	seres	humanos	a	Dios,	los	descendientes	de	Noé	rechazaron	Su
gobierno	teocrático	y	empezaron	a	practicar	la	falsa	adoración.	Como	resultado,
Dios	los	juzgó	confundiendo	su	lengua	y	dispersando	a	la	población	por	toda	la
tierra.	El	extenso	intervalo	desde	Noé	hasta	Babel	ilustra	la	paciencia,	la	gracia	y
la	misericordia	de	Dios,	manifestada	en	las	larguísimas	genealogías	(10:11).	De
esta	historia	de	autonomía	human	y	falsa	adoración,	Dios	llamará	a	una	nueva
familia	para	iniciar	un	nuevo	comienzo.
3
CICLO	TRES:	DESDE
ABRAHAM	HASTA	LAS
DEAMBULACIONES	DE
ISRAEL	POR	EL	DESIERTO
(GÉNESIS	12–DEUTERONOMIO	34)
En	el	círculo	de	los	puntos	de	inflexión	en	la	historia	y	la	teología	bíblicas,	el
redondel	ilustra	el	lugar	del	ciclo	de	Abraham	tanto	en	la	relación	con	el	anterior
ciclo	de	Noé	(Gn	9:1–11:9)	y	el	posterior	ciclo	de	Josué	(Josué	1–2;	Crónicas
36).	Avanzando	desde	el	ciclo	de	Adán	y	el	de	Noé,	el	ciclo	de	Abraham	se
integra	firmemente	en	la	historia	escrita	y	artefactual	del	antiguo	Cercano
Oriente.
Como	se	observó	con	anterioridad,	el	intervalo	desde	el	ciclo	de	puntos	de
inflexión	de	Adán	al	de	Noé	es	una	era	indeterminada	que	dura	varios	milenios.
De	manera	similar,	el	lapso	entre	el	ciclo	de	Noé	también	es	un	período
indeterminado	de	varios	milenios.	El	ciclo	de	Abraham	avanza	a	sus	lectores	al
tiempo	del	florecimiento	tanto	de	la	civilización	sumeria,	y	de	la	ciudad	de	Ur
dentro	de	esta	(es	decir,	la	segunda	mitad	del	tercer	milenio).	En	contraste	con	el
ciclo	primigenio	de	Adán,	que	acabó	con	la	aniquilación	de	sus	descendientes
mediante	el	diluvio	global,	el	ciclo	de	Noé	se	cierra	con	la	confusión	de	las
lenguas	y	la	dispersión	de	las	naciones	por	toda	la	tierra.	Tras	este	juicio,	Dios
llama	a	Abraham	para	que	salga	de	su	ciudad	natal	de	Ur,	al	sureste	de	Sumer,	y
emigre	con	su	familia	a	una	nueva	tierra	(con	distinto	idioma).
Los	agentes	del	nuevo	comienzo:	Abram	y	su	esposa	Sarai.
El	nuevo	comienzo:	el	patriarca	Taré	y	sus	tres	hijos,	Abram,	Nacor	y
Harán.
La	dispersión	de	la	humanidad:	Los	descendientes	de	Abram	aumentan
hasta	ser	una	nación	en	Egipto,	pero	cometerán	el	pecado	de	rebelarse
contra	el	SEÑOR.
3.1.	Los	agentes	del	nuevo	comienzo
3.1.1.	Dios	llama	a	Abraham
Los	agentes	de	los	ciclos	de	puntos	de	inflexión	de	Adán	y	Noé	en	la	historia	y
la	teología	bíblicas	eran	familias	“nucleares”.	Ocurre	lo	mismo	con	los	agentes
del	tercer	ciclo.	Son	una	pareja	casada,	el	hijo	de	Taré	y	su	esposa	Sarai	(a
quienes	el	SEÑOR	cambiaría	los	nombres	por	los	de	Abraham	y	Sara).	Abraham
es	la	décima	generación	de	los	descendientes	de	Noé,	a	través	de	su	hijo	Sem
(Gn	11:10-32).
Inicialmente,	Taré	era	residente	de	Ur	y	practicaba	la	idolatría	con	su	familia
(Jos	24:2;	cp.	Gn	31:19,	32-35).	Sin	embargo,	traslada	a	su	familia	desde	Ur
hasta	Harán,	en	Siria,	una	ciudad	donde	la	adoración	a	la	diosa	Sin	también	era
prominente.	La	genealogía	de	Abraham	le	identifica	como	el	hijo	mayor	de	Taré
y	también	como	el	marido	de	Sara,	quien	tristemente	es	estéril	(11:27-30).
Ahora,	viviendo	en	Harán,	el	Señor	lo	llama	para	que	abandone	la	ciudad	y	viaje
a	la	tierra	de	Canaán	(12:1-5).	Esta	reubicación	de	su	extensa	familia,	que
incluye	a	su	sobrino	Lot,	es	probablemente	un	traslado	que	supone	un	reto	para
alguien	que,	en	esa	época	tiene	ya	75	años	(12:4).
La	mudanza	de	Abraham	tampoco	fue	el	resultado	de	las	circunstancias	ni	un
mero	capricho.	Era	una	cuestión	de	liderazgo	divino.	Así	que	el	SEÑOR	le	dijo	a
Abraham:	“Sal	de	tu	tierra	(es	decir,	de	Harán)...	a	la	tierra	que	yo	te	mostraré	(es
decir	Canaán)	(Gn	12:1).	Es	la	exigencia	de	que	Abraham	se	aparte	de	todo	lo
que	conocía	y	de	lo	que	había	hecho	antes.	Por	tanto,	no	solo	debe	mudarse	a
una	tierra	y	una	cultura	nuevas,	extranjeras,	pero	debe	salir,	“...	de	[su]	parentela
y	de	la	casa	de	[su]	padre”	(12:1).	Las	narrativas	posteriores	indican	por	qué	es
necesario	una	ruptura	tan	decisiva.	Su	hermano	más	joven,	Labán,	no	solo	había
adorado	antes	a	los	ídolos,	sino	que	sigue	haciéndolo	(31:19).	De	hecho,	Raquel,
sobrina	de	Abraham,	le	robará	a	su	padre	Labán	los	dioses	de	la	familia	y	se	los
llevará	cuando	ella	y	Jacob	vuelven	de	Harán	a	Canaán	(31:32-35).	Aunque	Dios
le	exige	que	se	separe	de	su	cultura	y	de	su	clan	natales,	así	como	de	sus
parientes	cercanos,	el	SEÑOR	ofrece	mayores	compensaciones.
Las	compensaciones	que	el	SEÑOR	le	concederá	a	Abraham	serán	más	grandes
que	la	vida.	Primero,	incluyen	la	promesa	de	la	tierra	de	Canaán	(Gn	12:7;
13:14-18;	15:18).	Segundo,	incluyen	la	promesa	de	ser	una	nación	—aunque
Sara	no	puede	darle	ni	un	solo	hijo	a	Abraham	(12:2;	15:2-6;	17:1-6)—,	la
bendición	personal	y,	por	medio	de	él,	bendiciones	para	el	mundo	entero	(12:3).
Ningún	otro	hombre	en	la	historia	bíblica	recibe	promesas	de	tal	magnitud.	Pero
mayor	relevancia	tiene	que	estas	promesas	—cuyo	cumplimiento	sucederá	a	lo
largo	de	generaciones—	solo	se	materializarán	a	través	de	la	intervención	de
Dios	en	la	vida	de	Abraham,	cuando	sea	de	avanzada	edad	y	cuando	cada
generación	suceda	a	la	siguiente.	El	cumplimiento	de	estas	promesas	presupone
que	Dios	estará	activo	en	la	vida	de	los	descendientes	del	patriarca,	entre	los	que
se	encuentran	Isaac,	Jacob,	José,	Josué,	David	y	Jesús,	el	Hijo	de	Dios	(Lc	3:23-
38).	Y	lo	asombroso	es	que	“Abraham	creyó	[al	SEÑOR]	y	le	fue	contado	por
justicia”	(15:6).	Y	así,	Abraham	esperó	el	día	del	cumplimiento	y	no	solo	creyó,
sino	que	se	regocijó	en	lo	que	vio	(Jn	8:56).	Pero	todo	esto	queda	muy	lejos	del
día	en	que	le	anunció	a	Sara	y	a	su	familia	que	se	marchaban	de	Harán.
3.2.	El	nuevo	comienzo
Este	nuevo	comienzo	cuenta	con	una	geografía	específica.	Es	una	ciudad-estado
llamada	“Ur	de	los	caldeos”	en	la	narrativa	bíblica.	Está	situada	al	sureste	de
Babel/Babilonia	en	la	tierra	de	Sinar.	Es	el	delta	fértil	de	los	ríos	Tigris	y
Éufrates.	Está	rodeada	de	otras	ciudades-estados	cercanas	como	Uruc	y	Eridu.
En	la	época	de	Abraham,	el	paisaje	de	un	gran	zigurat	o	templo	torre	dominaban
el	paisaje	de	Ur.	Estaba	dedicado	a	la	diosa	patrona	de	la	ciudad,	Nannar-Sin.
Otros	zigurats	de	las	ciudades-estado	vecinas	más	cercanas	a	Ur	perforaban	el
horizonte	plano.	Una	economía	agrícola	que	producía	en	demasía	y	el	acceso
inmediato	a	las	rutas	comerciales	adyacentes	convertían	a	Ur	en	una	ciudad
bulliciosa	y	rica.
También	existe	una	cultura	específica	en	ente	(tercer)	nuevo	comienzo.	Es	la
cultura	de	Sumeria	y,	de	forma	más	concreta,	la	ciudad-estado	identificada	en	el
Antiguo	Testamento	como	“Ur	de	los	caldeos”.	Es	la	ciudad	de	Ur	en	la	tierra	de
Sinar	y	no	la	ciudad	del	mismo	nombre	en	la	tierra	de	Siria.	Esta	ciudad	floreció
a	lo	largo	del	tercer	milenio	y,	en	su	momento	de	mayor	apogeo,	tuvo	una
población	de	unos	250.000	habitantes.	El	suelo	fértil	(hasta	que	lo	estropeó	la
salinización),	la	irrigación,	el	fácil	acceso	a	vías	de	agua	y	rutas	comerciales
contribuyeron	a	su	riqueza.	El	templo,	el	trono	y	una	clase	rica	alentaban	el
desarrollo	de	las	destrezas	artesanales,	y	proliferaban	joyeros,	obreros	del	metal,
tejedores	y	alfareros.	El	templo	y	el	trono	también	tenían	a	su	servicio	escribas
muy	cualificados,	cuya	producción	queda	representada	porlos	100.000
documentos	cuneiformes	recuperados	por	los	arqueólogos	de	las	ruinas	de	la
ciudad.	Como	era	característico	de	la	civilización	sumeria	en	todas	partes,	la
religión	practicada	en	Ur	era	panteísta	(la	diosa	patrona	era	Sin,	diosa	de	la
luna),	politeísta	(cerca	de	300	dioses/diosas	dominaban	el	paisaje	religioso)	e
idólatra.	El	nuevo	comienzo	de	Dios	tras	el	episodio	de	la	Torre	de	Babel	saca	a
sus	agentes	de	esta	civilización,	y	los	sitúa	en	una	nueva	cultura	y	contexto
donde	puedan	desarrollar	la	adoración	correcta.
3.2.1.	El	pacto	abrahámico	y	las	renovaciones
Las	promesas	que	Dios	le	había	hecho	a	Abraham,	cuando	lo	llamó,	son
estupendas	en	sus	implicaciones	a	corto	y	largo	término	(Gn	12:1-4).	Un	marido
y	una	mujer,	todavía	estéril,	no	crecen	hasta	ser	una	nación	durante	su	vida.
Tampoco	pueden	poseer	la	tierra	en	un	día.	En	realidad,	según	avanza	el	tiempo,
en	lugar	de	ser	una	bendición	prometida,	la	tierra	está	bajo	dos	maldiciones
comunes:	el	hambre	y	la	guerra	(Gn	12:10–14:24).	Por	consiguiente,	después	de
estas	cosas,	el	SEÑOR	se	le	aparece	a	Abraham,	para	establecer	un	pacto	con	él
que	garantizará	el	cumplimiento	de	las	promesas.
3.2.1.1.	El	SEÑOR	hace	un	pacto	con	Abraham	(Gn	15:1-21).
El	ataque	sobre	Canaán	por	parte	de	una	coalición	de	reyes	mesopotámicos	y	la
captura	resultante	del	sobrino	de	Abraham,	Lot	y	su	familia,	fue	implícitamente
muy	traumática	para	Abraham.	Parecía	falsificar	el	énfasis	sobre	la	“bendición”
que	las	promesas	anteriores	conllevaban.	Además,	le	hizo	consciente	de	su
vulnerabilidad	como	emigrante	y	nómada	en	la	tierra.	En	este	entorno,	Moisés
informa:	“Después	de	estas	cosas	vino	la	palabra	de	[el	SEÑOR]	a	Abram	en
visión”	(Gn	15:1).
Como	Aquel	que	inicia	el	pacto	que	está	a	punto	de	hacer	con	Abraham,	el
SEÑOR	le	da	una	visión	de	su	autoidentidad	(15:1).	Esta	revelación	es	adecuada
para	el	escenario	de	la	vida	de	Abraham.	Tras	su	guerra	con	los	reyes	de
Mesopotamia,	Abraham	se	había	vuelto	temeroso.	El	SEÑOR	le	aconseja:	“No
temas”	(15:1a)”.	La	base	para	no	temer	es	que	el	SEÑOR	es	“un	escudo”	para	él
(15:1b).	Esto	significa	que	aunque	pueda	tener	que	librar	batallas	futuras,	como
lo	había	hecho	antes	para	rescatar	a	Lot,	Dios	seguirá	dándole	la	victoria	sobre
sus	enemigos.	Para	completar	esta	seguridad	(el	SEÑOR	es	su	escudo),	le
comunica	que	su	“galardón	será	sobremanera	grande”	(15.1c).	En	otras	palabras,
Abraham	no	tiene	que	involucrarse	en	saquear	a	sus	enemigos	para	enriquecerse,
porque	el	SEÑOR	que	ya	le	había	bendecido	con	riqueza	“en	ganado,	plata	y
oro”	(13:2),	seguirá	siéndolo.
La	promesa	de	una	recompensa	grande	resulta	desconcertante	para	Abraham.	Le
recuerda	que,	aunque	es	un	anciano	que	tiene	cerca	de	86	años,	no	tiene	heredero
para	la	riqueza	presente	ni	para	la	prometida	(Gn	15.2a).	Por	tanto,	le	pide	a	Dios
que	ratifique	su	decisión	de	adoptar	a	su	esclavo,	Eliezer	de	Damasco,	para	que
fuera	su	heredero	(15:2b-3).	En	ese	momento,	el	SEÑOR	rechaza	esta	propuesta
—“no	te	heredará	este”—,	y	le	confirma	de	forma	positiva	“un	hijo	tuyo	será	el
que	te	heredará”	(15:4).	Como	marido	sin	hijos	de	una	mujer	todavía	estéril,
Abraham	se	habría	contentado	sin	duda	con	el	nacimiento	de	un	solo	vástago.
Pero	ese	no	es	el	camino	que	Dios	tiene	para	él.	Le	colma	prometiéndole	una
descendencia	más	numerosa	que	las	estrellas,	es	decir,	tanto	que	no	se	podrá
contar	(15:5).	En	las	circunstancias	de	Abraham,	esta	promesa	podría	haber
parecido	ridículo.	Pero	él	no	se	rio.	En	su	lugar,	creyó	en	Dios	y	Él	se	lo	contó	o
se	lo	reconoció	como	justicia.	Este	acto	de	fe	creó	a	Abraham,	que	todavía	no
tenía	un	hijo,	para	ser	el	padre	de	todos	los	que	posteriormente	serán	tenidos	por
justos	en	base	a	su	propia	creencia,	fe	y	confianza	en	Dios.
El	corolario	natural	de	la	promesa	de	un	hijo	y,	en	mayor	grado,	la	promesa	de
muchos	descendientes	es	la	promesa	renovada	de	la	tierra	(Gn	15:7,	cp.	12:1–
13:12-18).	Abraham,	a	quien	se	le	acababa	de	confirmar	que	tendría	un	hijo
(15:5),	le	pide	al	SEÑOR	que	reafirme	esta	promesa	también	(15:8).	Con	la
ayuda	del	patriarca,	Dios	entra	en	un	pacto	con	Él	y	lo	ratifica	con	varios
sacrificios	(15:9-11).	Pero	la	promesa	de	la	tierra	se	complica	con	un	período	de
exilio.	Abraham	debe	tener	por	cierto	que	[su]	descendencia	morará	en	tierra
ajena,	y	será	esclava	allí,	y	será	oprimida	cuatrocientos	años”	(15:13).
No	obstante,	los	descendientes	de	Abraham	“saldrán	con	gran	riqueza”.	Las
fronteras	de	la	Tierra	Prometida	serán	“desde	el	río	de	Egipto	hasta	el	río	grande,
el	río	Éufrates”	(15:18).	Estos	límites	definen	la	tierra	de	los	“-eos”,	es	decir,	la
tierra	de	los	heteos,	ferezeos,	refaítas,	amorreos,	cananeos,	gegeseos	y	jebuseos
(15:19-21).
Observaciones:	Además	de	la	relación	anterior	entre	Dios	y	Abraham,
basada	exclusivamente	en	las	promesas	divinas,	esta	relación	se	basa	ahora
en	un	pacto.	Este	tratado	no	solo	reitera	la	promesa	de	la	tierra	(12:1)	e
identifica	sus	fronteras	(15:18-21),	sino	que	especifica	que	al	patriarca	le
nacerá	un	hijo	natural	(15:4).
La	respuesta	de	Abraham	es	una	fe	que	agrada	a	Dios.	Como	las	promesas
anteriores,	que	se	extiende	en	bendiciones	a	nivel	mundial	sobre	una	población
global	(1:2,	3),	el	pacto	también	es	unilateral	e	incondicional.	En	otras	palabras,
tanto	la	promesa	como	el	pacto	dependen	del	poder	y	de	la	fiabilidad	de	Dios	el
SEÑOR	y	no	en	algo	que	Abraham	aporte	a	la	relación	entre	las	partes.
3.2.1.2.	El	SEÑOR	renueva	el	pacto	con	Abraham	(Gn	17:1-27)
En	la	vida	de	Abraham,	Dios	pactó	hacer	por	él	lo	que	nadie	más	en	la	tierra
podía	hacer:	darle	un	hijo	engendrado	y	no	adoptado	(Gn	15:2-4).	Pero	los	años
pasan.	Abraham	tenía	ya	75	años	cuando	entró	en	Canaán	(12:5).	Sara	es	estéril
(11:30).	Transcurrió	una	década.	Sara	sigue	siendo	estéril,	y	toma	la	iniciativa	de
traerle	al	patriarca	a	Agar	para	que	sea	su	concubina,	y	así	pueda	tener	un	hijo
con	ella.	Esta	estrategia	funciona	y	al	matrimonio	les	nace	un	hijo	mediante	esta
mujer	subrogada	(16:1-16).	De	esta	forma,	cuando	Abraham	tiene	86	años,
parece	que	la	antigua	promesa	de	Dios	se	ha	cumplido.	Pero	Él	tiene	un	plan
diferente	para	satisfacer	la	necesidad	que	el	patriarca	tiene	de	un	hijo.
Trece	años	después	del	nacimiento	de	Ismael,	el	SEÑOR	hace	de	nuevo	una	de
sus	apariciones	periódicas	a	Abraham.	Con	anterioridad,	cuando	Dios	estableció
Su	pacto	con	Abraham,	se	reveló	a	él	como	un	escudo,	es	decir,	el	protector.	A
esto	le	añade	una	nueva	autorrevelación,	y	es	“Yo	soy	el	Dios	Todopoderoso”
(17:1).	Esta	autorrevelación	le	asegura	a	Abraham	que	solo	Él	tiene	poder	para
darle	lo	que	le	prometió	en	el	pasado	(12:1-4;	15:1-21),	y	también	que	lo	que
está	a	punto	de	prometerle.	Las	promesas	presentes	confirmarán	las	anteriores	y
también	les	añadirá	nuevas	dimensiones.	En	primer	lugar,	Dios	establecerá	su
pacto	(12:2a).	En	segundo	lugar,	aunque	Sara	no	ha	concebido	aún	un	hijo,	Dios
multiplicará	sus	descendientes	“en	gran	manera”	(17:2b).	En	tercer	lugar,
Abraham	no	solo	será	el	padre	de	una	nación,	sino	que	las	naciones	procederán
de	él.	En	cuarto	lugar,	Dios	le	dará	por	tanto	un	nuevo	nombre	a	Abraham,	uno
adecuado	a	su	nuevo	estatus	como	padre	de	muchas	naciones	venideras.	Desde
ese	momento,	Abram	se	llamará	(17:4,	5).	En	quinto	lugar,	conforme	a	su	nueva
condición	Dios	le	promete	descendientes,	es	decir,	reyes	de	su	linaje	(17:6).	De
modo	que,	desde	el	principio,	Dios	reafirma	la	promesa	de	la	tierra	de	Canaán
como	la	posesión	de	los	descendientes	de	Abraham	(17:8).
Solo	alguien	cuya	identidad	es	“el	Dios	Todopoderoso”	podía	cumplir	estas
promesas	con	sus	implicaciones	“eternas”	a	largo	plazo	(17:7,	8).	Además,	Dios
proporciona	una	señal	de	pacto:	la	circuncisión	(17:7,	8).	Además,	Dios
Todopoderoso	le	dará	un	hijo	a	Abraham	concebido	por	Sara	(el	nuevo	nombre
de	Sarai,	17:15-21).	Transcurrido	un	año,	ella	le	dará	el	hijo	de	la	promesa	y,	por
ello,	será	la	madre	de	las	naciones	y	de	sus	reyes	(17:16,	17).	Por	esta	promesa,
Dios	rechaza	a	Ismael	como	hijo	prometido,	como	había	hecho	antes	con	Eliezer
de	Damasco	(16:4).No	obstante,	Dios	tiene	sus	propias	promesas	de	bendición	y
el	carácter	de	nación	para	Ismael	(17:20).	Por	tanto,	es	irónico	que	los	dos	hijos
de	Abraham	vayan	a	ser	padres	de	naciones	que,	a	lo	largo	del	tiempo,	se
enfrentarán	a	menudo	en	una	amaga	guerra.
Abraham	tiene	ahora	noventa	y	nueve	años,	y	lleva	al	menos	veinticuatro
caminando	con	Dios.	Sin	embargo,	todavía	no	ha	aprendido	lo	que	significa	que
el	Dios	al	que	sigue	sea	el	Dios	Todopoderoso.	Y,	por	ello,	cuando	Él	vuelve	a
prometer	que	le	nacerá	un	hijo,	esto	le	parece	una	posibilidad	absurda	(Gn
17:17).	Es	irrisorio	que	él,	que	está	cerca	de	los	cien	años	y	Sara,	de	noventa,
vayan	a	ser	padres.	Esta	noticia	le	provoca	esta	misma	reacción:	se	ríe	(17:17).
Más	adelante,	cuando	comparte	la	misma	noticia	con	Sara,	ella	también	se	ríe
(18:12);	aunque	cuando	el	SEÑOR	la	confronta	por	reírse,	ella	lo	niega	(18:13-
15).	Pero	la	narrativa	nos	indica:	“Visitó	[el	SEÑOR]	a	Sara,	como	había	dicho,
e	hizo	[el	SEÑOR]	con	Sara	como	había	hablado”	(21:1).	Como	resultado,	con
la	ayuda	de	Abraham,	Sara	concibió	y	le	dio	un	hijo	a	Abraham	en	su	avanzada
edad,	en	el	momento	señalado	que	el	SEÑOR	le	había	dicho	(21:1).	El
nacimiento	de	Isaac	es	cosa	de	risa.	Abraham	y	Sara	se	habían	reído	antes	con
incredulidad,	pero	ahora	ella	y	todos	los	demás	que	escucharon	la	noticia	se
reirán	con	gozo	(21:6,	7).	De	esta	forma,	Abraham	ha	aprendido	la	lección	de
que	el	SEÑOR	Dios	es	Dios	Todopoderoso.	En	otras	palabras,	si	Él	tiene	el
poder	de	hacer	que	Isaac	nazca	de	Abraham	y	Sara,	quienes	a	su	edad	avanzada
es	como	si	estuvieran	muertos,	entonces	el	Todopoderoso	tiene	el	poder	de
cumplir	todas	sus	promesas	(12:1-4)	y	sus	pactos	(15:1-21;	17:1-8).
3.2.1.3.	Una	vez	más,	Dios	renueva	el	pacto	con	Abraham	(Gn	22:1-19)
El	viaje	de	Abraham	hacia	la	paternidad	fue	un	largo	camino	de	25	años	de
obediencia	y	fe.	Hubo	rodeos	(por	ej.	La	huida	a	Egipto,	Gn	12:10-20),	peligros
(14:1-24)	y	callejones	sin	salida	(16:1-16).	Pero	también	fue	un	viaje	de	destino,
concretamente	el	nacimiento	de	Isaac	(17:1-22;	21:1-3).	Isaac	es	el	enfoque	de
esta	segunda	renovación	del	pacto,	como	fue	con	anterioridad	el	centro	de	la
renovación	del	primero.
Esta	segunda	renovación	del	pacto	se	produce	tras	dos	episodios	en	la	vida	de
Abraham.	El	primero	es	la	expulsión	de	Agar	y	su	hijo	de	la	familia	(Gn	21:8-
21).	Es	una	acción	vergonzosa,	corroborada	por	la	conciencia	culpable	de
Abraham	(21:11,	12).	Sin	embargo,	queda	redimida	por	el	cuidado	sobrenatural
de	Agar	e	Ismael	(21:17-21)	y	la	renovación	de	las	promesas	divinas	sobre	el
destino	de	Ismael,	de	manera	específica,	que	Dios	haría	de	él	una	gran	nación
(21:18).	El	segundo	episodio	es	un	pacto	de	paz/tratado	de	paz	entre	Abraham	y
Abimelec	que	zanjan	un	conflicto	por	los	derechos	al	agua	(21:22-34).	Las
implicaciones	para	Isaac	son	a	largo	plazo	(cp.	26.1-22).	La	narrativa	sobre
Abraham	indica	a	continuación	que	“después	de	estas	cosas...	probó	Dios	a
Abraham”	(22:1).
Que	Dios	probara	a	Abraham	puede	tomar	por	sorpresa	a	muchos	lectores,	ya
que	también	a	él	le	podría	haber	asombrado.	Existen	varias	razones	para	esta
sorpresa.	Una	es	que	es	la	primera	prueba	mencionada	en	el	relato	hasta	el
momento;	y	dos,	que	muchos	lectores	limitan	la	prueba	a	la	actividad	del	diablo,
como	sucedió	en	la	narrativa	de	3:1-8.	Sin	embargo,	sorprendente	o	no,	el	relato
es	explícito:	“probó	Dios	a	Abraham”,	como	lo	hará	con	posterioridad	con	sus
descendientes	tras	su	partida	de	Egipto	(Dt	8:16).	Dios	prueba	a	Su	pueblo	del
pacto	con	dos	propósitos:	1)	humillarlos;	y	2)	para	demostrar	lo	que	hay	en	sus
corazones	(8:1-16).	De	la	narrativa	en	Deuteronomio	podemos	deducir	que	la
prueba	de	Abraham	es	“para	a	la	postre	hacer[le]	bien”	(8:16).
La	prueba	que	Dios	le	impone	a	Abraham	tiene	que	ver	con	su	hijo	Isaac.
Consiste	en	que	tiene	que	llevar	a	su	vástago,	que	al	parecer	ya	es	un	joven
adulto,	“a	tierra	de	Moriah,	y	ofr[ecerlo]	allí	en	holocausto”	(Gn	22:2).	El	dolor
y	el	patetismo	de	la	prueba	se	halla	en	el	doble	hecho	de	que	Isaac	es	el	único
hijo	de	Abraham,	aquel	al	que	ama	(22:1).	También	radica	en	la	cuestión	de	que
Dios	apruebe	y/o	se	deleite	en	los	sacrificios	humanos	(como	los	que	practicaban
los	cananeos).	Abraham	tiene	varias	opciones.	Una	es	limitarse	a	ignorar	la
prueba.	Dos,	negociar	con	Dios.	Tres,	obedecer.	Estaba	entre	la	espada	y	la
pared.	Conoce	la	voz	de	Dios,	y	no	puede	fingir	que	tan	solo	ha	sido	un	mal
sueño.	En	segundo	lugar,	ha	aprendido	que	la	relación	de	Dios	con	él	es
unilateral,	de	modo	que	no	tiene	más	elección	que	obedecer.	Pero	esto	sería
rendirse	respecto	a	todas	las	promesas	estupendas	de	Dios,	que	dependen	de
Isaac.	No	obstante,	también	ha	aprendido	que	Dios	es	Todopoderoso	y,	por	tanto,
cuando	saca	el	cuchillo	para	sacrificar	a	su	hijo,	Él	seguirá	siendo	fiel	a	su	pacto.
La	prueba	es	real	y	no	una	farsa.	Pero	Dios	no	quiere	la	muerte	de	Isaac.	Quiere
demostrar	lo	que	hay	en	el	corazón	de	Abraham.	Y	ambas	partes	descubren	que
la	fe	y	la	obediencia	siguen	operando	en	el	corazón	del	patriarca.	En	el	momento
crítico,	Dios	detiene	el	sacrificio	(22:10-12)	y,	de	manera	providencial,	provee
un	sustituto	(22:13).	Al	ofrecer	Abraham,	su	obediencia	al	SEÑOR,	Él	ratifica
con	un	juramento	tanto	las	promesas	como	los	pactos	anteriores.	El	Señor:	1)
bendecirá	a	Abraham,	2)	multiplicará	a	sus	descendientes	hasta	ser	incontables,
3)	le	dará	a	Abraham	la	tierra	(que	sigue	siendo	posesión	de	sus	enemigos),	y	4)
bendecirá	a	todas	las	naciones	de	la	tierra	por	medio	de	su	“simiente”,	alguien	de
sus	descendientes	(22:16-18).
3.2.2.	Dios	llama	a	Moisés	para	que	sea	Su	subagente
Tras	la	segunda	renovación	del	pacto	entre	¨Dios	y	Abraham,	el	ímpetu	parece
fallar.	Las	generaciones	avanzan,	Isaac	sucede	a	Abraham	como	heredero	de	las
promesas	del	pacto.	A	su	vez,	Jacob	sigue	a	Isaac	y	tras	él	va	José.	Los	hijos	de
Jacob,	incluido	José,	formarán	el	núcleo	de	las	doce	tribus	de	la	nación	de	Israel
(Génesis	26–50).	Finalmente,	la	pequeña	familia	de	Jacob,	que	ahora	consta	de
setenta	personas	abandonará	Canaán	en	un	momento	de	hambruna	y	se	refugiará
en	Egipto	(Ex	1.1-7).	Durante	los	400	años	siguientes,	el	SEÑOR	proporciona
una	explosión	demográfica	a	los	descendientes	de	Abraham.	La	narrativa	indica
que,	cuando	muere	José,	“los	hijos	de	Israel	fructificaron	y	se	multiplicaron,	y
fueron	aumentados	y	fortalecidos	en	extremo,	y	se	llenó	de	ellos	la	tierra	(de
Egipto)”	(1:7).
En	un	mundo	donde	con	frecuencia	“la	fuerza	hace	el	derecho”,	la	explosión
exponencial	del	número	de	los	israelitas	supone	una	amenaza	potencial	para	la
seguridad	de	Egipto.	Alarmado,	el	faraón	—posiblemente	Ramsés	II—	observa:
“he	aquí,	el	pueblo	de	los	hijos	de	Israel	es	mayor	y	más	fuerte	que	nosotros”
(Ex	1:9).	Le	asusta	que,	“viniendo	guerra,	él	también	se	una	a	nuestros	enemigos
y	pelee	contra	nosotros,	y	se	vaya	de	la	tierra”	(1:10).	Por	consiguiente,	Faraón
pone	en	marcha	dos	estrategias	con	las	que	pretende	acabar	con	la	amenaza:	la
esclavitud	(1:11-14)	y	matar	a	los	varones	recién	nacidos	(1:15-22).
Originalmente,	cuando	Dios	le	prometió	a	Abraham	que	de	él	saldría	una	nación,
la	esterilidad	de	Sara	amenazaba	el	cumplimiento	del	pacto,	y	esto	mismo
sucedió	con	las	generaciones	sucesivas	de	las	esposas	de	los	patriarcas	(Rebeca,
Lea	y	Raquel),	que	no	podían	concebir.	Ahora,	como	emigrantes	que	viven	en
Egipto,	la	explosión	demográfica	de	Israel	se	convierte	en	la	amenaza	de	las
promesas	del	pacto.
A	su	vez,	los	miembros	de	la	familia	de	Jacob	son	refugiados	en	Egipto.	A
continuación	se	convirtieron	en	una	población	emigrante	asentada	y,	finalmente,
en	víctimas	del	genocidio.	Pero	Dios	le	había	prometido	a	Abraham	que	después
de	que	sus	descendientes	hubieron	vivido	en	Egipto	durante	400	años,	Él	los
llevaría	de	regreso	a	Canaán,	la	Tierra	Prometida	(Gn	15:10-12).	En	este	entorno
de	duro	y	malvado	genocidio	es	donde	nace	un	cierto	niño	varón	que,	ochenta
años	después,	se	convertirá	en	el	agente	de	Dios	a	través	de	quien	Él	liberará	a
los	descendientes	de	Abraham.	Estebebé,	conocido	en	el	mundo	por	su	nombre,
Moisés,	es	adoptado	por	una	de	las	hijas	de	Faraón	tras	una	serie	de
circunstancias	providenciales	y,	por	tanto,	se	cría	en	la	corte	faraónica.
Irónicamente,	y	de	esta	forma,	el	luchador	por	la	libertad	de	Israel	lleva	el
nombre	de	varios	reyes	de	Egipto,	como	Ahmose	y	Tutmosis.	Como	resultado,
Moisés	es	hebreo	de	raza	y	egipcio	de	cultura.	Son	cualidades	ejemplares	para	el
que	será	el	subagente	de	Dios	tras	la	agencia	anterior	de	Abraham,	para	el	nuevo
comienzo	del	tercer	ciclo	de	puntos	de	inflexión.	Moisés	extenderá	y	acelerará
las	promesas	del	pacto	que	Dios	le	había	hecho	a	Abraham.	Pero	las
circunstancias	parecen	negar	la	subagencia	de	Moisés.
Tras	cuarenta	años	de	vivir	en	la	familia	extendida	de	Faraón,	Moisés	intenta
rescatar	a	un	esclavo	israelita	del	duro	trato.	Para	ello,	mata	al	egipcio.	Esto	le
obliga	a	huir	al	desierto	del	Sinaí.	Allí	se	casará	con	una	madianita	y	pasará	los
cuarenta	años	siguientes	de	su	vida	ganándose	el	sustento	como	pastor	de	las
ovejas	de	su	suegro.	Pero	un	día	—de	repente	y	de	forma	extraordinaria—	todo
cambia.	En	su	rutina	diaria	y	en	su	aburrida	vida,	ve	una	maravilla.	Es	una	zarza
que	está	ardiendo	pero	que	no	se	consume	en	las	llamas	(Ex	3.2,	3).	Podría
tratarse	de	un	espejismo	en	el	desierto,	pero	se	demuestra	que	no	lo	es.	Cuando
Moisés	se	vuelve	a	mirar	este	espectáculo	prodigioso	y	maravilloso,	una	voz
habla	desde	las	lenguas	de	fuego,	y	lo	llama:	“¡Moisés,	Moisés!”	(3:4).	Primero,
Dios	revela	Su	santidad:	“el	lugar	en	que	tú	estás,	tierra	santa	es”	(3:5).	Segundo,
Dios	revela	su	identidad:	“Yo	soy	el	Dios	de	tu	padre,	Dios	de	Abraham,	Dios	de
Isaac,	y	Dios	de	Jacob”	(3.6).	Ahora	bien,	cuando	los	ángeles	se	aparecen	a	los
seres	humanos,	por	lo	general	indican:	“¡No	temas!”	(por	ej.	Lc	1:13,	30).
¡Cuánto	más	podría	asustarse	Moisés	al	estar	en	la	santa	presencia	de	Dios!	Sin
embargo,	la	zarza	ardiente	no	el	fuego	del	juicio,	sino	de	la	santidad	y	de	la
encomienda,	tal	vez	una	anticipación	del	fuego	de	Pentecostés.
Ese	día,	apareciéndose	junto	al	“monte	de	Dios”	(Ex	3:1),	el	SEÑOR	le	encarga
a	Moisés	que	sea	Su	subagente	para	liberar	a	los	descendientes	de	Abraham.	La
razón	de	esta	tarea	es	que	Dios	está	respondiendo	al	“clamor”	por	el	duro	trato
que	los	israelitas	están	experimentando	a	manos	de	los	egipcios	(2:23-25).	Al
escuchar	su	gemido,	Dios	“recuerda”	Su	pacto	con	Abraham,	Isaac	y	Jacob
(2:24).	Por	consiguiente,	ahora	está	prestando	atención	al	grito	de	sufrimiento	de
Israel	(3:8).	Como	resultado,	Dios	entra	ahora	directamente	en	la	historia	de
Israel	para	librarlo	de	los	egipcios	y	llevarlo	de	regreso	a	Canaán,	una	tierra	que
fluye	lecha	y	miel	(3:8).	Con	estas	palabras,	Dios	le	encomienda	a	Moisés:	“Ven,
por	tanto,	ahora,	y	te	enviaré	a	Faraón,	para	que	saques	de	Egipto	a	mi	pueblo,
los	hijos	de	Israel”	(3:10).	Claramente,	para	los	puntos	de	inflexión	del	tercer
ciclo	en	la	historia	y	la	teología,	Abraham	es	el	agente	de	Dios	como	“Padre”	y
Moisés	es	Su	agente	secundario	como	rescatador	o	libertador.
En	la	relación	precedente	con	Abraham,	reveló	aspectos	selectos	y	adecuados	de
Su	propia	identidad.	Por	ejemplo,	cuando	las	circunstancias	hicieron	que
Abraham	tomara	consciencia	de	su	vulnerabilidad	militar,	Dios	reveló:	“Yo	soy
tu	escudo”	(Gn	15:1).	Más	adelante,	trece	años	después	de	la	promesa	aún
incumplida	del	pacto	respecto	a	un	hijo,	Dios	se	revela	a	Sí	mismo:	“Yo	soy	el
Dios	Todopoderoso”	(17.1).	Sin	embargo,	cuando	Él	llama	a	Moisés	para	hacerle
Su	encargo,	se	autorrevela	de	la	manera	apropiada	como	“el	Dios	de	Abraham,	el
Dios	de	Isaac,	y	el	Dios	de	Jacob”	(Ex	3:10)	(y	todo	lo	demás	[como	el	don	de	la
tierra]	que	eso	implica).	Más	importante	aún,	a	punto	de	liberar	a	Israel	de
Egipto,	revela	Su	nombre	como	Su	Libertador	o	Redentor	divino:	YO	SOY	EL
QUE	SOY	(abreviado	como	YO	SOY).	En	hebreo,	este	nombre	es	el
tetragrámaton	YHWH	(יהוה,	vocalizado	como	Yahvé).	Este	nombre	es	más	que
algo	meramente	circunstancial	—vinculado	a	la	liberación	de	Israel—	es	el
nombre	memorial	de	Dios	para	todas	las	generaciones	(3:15).	Por	tanto,	es
adecuado	que	Jesús,	el	Hijo	de	Dios,	también	se	identificara	como	el	YO	SOY
(Jn	8:58,	18:6).	Y,	enmarcando	la	autorrevelación	de	Dios,	cierra	las	Escrituras
en	la	formas	complementarias	de	“Alfa	y	Omega”	y	el	Dios	“que	es,	y	que	era,	y
que	ha	de	venir”	(Ap	1:8).
Observación:	Dios	se	va	revelando	a	lo	largo	de	la	historia	humana.	La
autorrevelación	divina	es	siempre	adecuada	para	el	escenario	de	vida	en	el
que	se	hace.	Esta	revelación	se	extiende	hasta	el	tiempo	de	Jesús,	que	es	la
revelación	plena	y	final	de	quien	Dios	ES.
3.3.	La	proliferación	del	pecado:	avance	hacia	la	condición	de
nación
Abraham	vivió	hasta	los	175	años	de	edad.	Isaac,	Jacob	y	José	tuvieron	una
existencia	igualmente	larga.	Aunque	fueron	personas	longevas	en	la	mayoría	de
los	casos,	ninguno	de	ellos	vivió	para	ver	a	Israel	convertirse	en	nación.	Sin
embargo,	antes	de	sacar	a	los	descendientes	de	Abraham	de	Egipto,	y	llevarlos
de	nuevo	a	la	tierra	de	Canaán,	en	el	ciclo	constante	de	nuevos	principios,	el
tercero	recibe	un	gran	ímpetu	por	medio	del	liderazgo	de	Moisés.	Consta	de	tres
fases	que	se	combinan	para	proporcionarle	a	Israel	su	identidad	y	estatus	como
nación:	1)	la	liberación	de	Israel	y	la	salida	de	Egipto,	2)	las	deambulaciones	en
el	desierto,	y	3)	el	Pacto	mosaico.	En	otras	palabras,	antes	de	que	Israel	sea
rescatada	de	Egipto,	es	un	grupo	variopinto	de	esclavos.	Durante	la	fase	del
desierto,	Israel	empieza	a	desarrollar	un	identidad	coherente;	y,	finalmente,	en	el
monte	Sinaí	Dios	lo	establece	como	nación	única	(Ex	19:5-6).
3.3.1.	El	agente	secundario	de	Dios,	Moisés,	libera	a	Israel	y	los	libera	de
Egipto	(Éxodo	1–15)
Cuando	ven/oyen	el	nombre	de	Moisés,	muchos	lectores	de	la	Biblia	piensan	en
él	sobre	todo	como	el	legislador.	Esto	se	suele	representar	en	el	arte	religioso	en
cuadros	del	“Moisés”	imaginario	sosteniendo	las	tablas	de	piedra	sobre	las	que
Dios	ha	escrito	los	Diez	Mandamientos,	que	no	solo	son	las	estipulaciones
básicas	del	pacto	mosaico,	sino	también	el	fundamento	de	la	jurisprudencia
británica	y	estadounidense.	Pero	la	narrativa	del	éxodo	describe	una	estampa	un
tanto	distinta.	En	ella,	Moisés	es	primero,	por	no	decir	primordialmente,	el	gran
libertador	de	Israel.	Esta	liberación	se	describe	mediante	varios	términos
distintos:	redención,	rescate,	liberación,	libertad.	En	el	contexto	del	relato	sobre
la	puesta	en	libertad	de	Israel	de	la	esclavitud	y	la	salida	de	Egipto,	esta
exposición	usará	los	términos	libertador/redentor	y	liberación	/redención	de
manera	sinónima.
Cuando	hablamos	del	tercer	comienzo/nuevo	comienzo,	y	de	Moisés	como
subagente	de	Dios	que	supera	la	función	de	Abraham	como	agente	divino,
observamos	que	cierto	faraón	había	adoptado	dos	estrategias	para	controlar	la
explosión	demográfica	de	Israel:	1)	la	esclavitud	de	la	nación,	y	2)	el	asesinato
de	todos	los	varones	recién	nacidos	(Ex	1:11-22).	Cuando	Dios	llama	y	le
encarga	a	Moisés	que	sea	Su	agente	de	liberación,	explica	las	consecuencias	de
las	acciones	de	Faraón.	El	SEÑOR	le	dijo	a	Moisés:
Y	dirás	a	Faraón:	[el	SEÑOR]	ha	dicho	así:	Israel	es	mi	hijo,	mi	primogénito.	Ya
te	he	dicho	que	dejes	ir	a	mi	hijo,	para	que	me	sirva,	mas	no	has	querido	dejarlo
ir;	he	aquí	yo	voy	a	matar	a	tu	hijo,	tu	primogénito	(Ex	4:22,	23).
Esta	es	la	clara	y	justa	aplicación	del	principio	de	lex	talionis	(es	decir,	“ojo	por
ojo,	diente	por	diente”),	la	norma	de	las	consecuencias	justas.	Por	tanto,	porque
Faraón	había	instigado	la	esclavitud	de	Israel	y	la	matanza/el	genocidio	de	los
varones	recién	nacidos	israelitas,	Dios	promulgará	un	juicio	justo	contra	él	por
su	asesinato.
El	temor	que	Faraón	le	tiene	a	Israel	y	sus	acciones	agresivamente	hostiles	hacia
los	israelitas,	en	conjunto	con	la	determinación	de	Dios	por	ver	hecha	justicia,
establece	la	confrontación	entre	ambas	partes.	Moisés	y	su	hermano	Aarón
confrontan	a	Faraón:	“[el	SEÑOR]	el	Dios	de	Israel	dice	así:	Deja	ir	a	mi	pueblo
a	celebrarme	fiesta

Continuar navegando

Materiales relacionados

1394 pag.
23 pag.
estuvo-casado-jesus

Vicente Riva Palacio

User badge image

Luis Vilca