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Ciudad de la furia

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Ciudad de la furia 
Conocí el Parque Botero cuando tenía 8 años, estaba con mis abuelos y tenía mis zapatos favoritos, 
unas ballerinas de Hello Kitty, me encantaban, nunca creí que se pudiese ser más feliz. Teníamos 
una cámara, creo que era una Canon digital, no sé cómo ni por qué; pero la mayoría de esas fotos 
se perdieron, hoy no están. 
Incluso el propio Botero, Cerati o mi abuelo no están, mucho menos mis zapatos favoritos, o la 
ciudad que vi antes; hoy volví a conocer Parque Botero, como dice la canción de Soda Stereo, 
ahora como la ciudad de la furia. 
¿Es que viví en sueños? ¿O acaso todos esconden esa furia de las ciudades? La misma que vi 
fascinada en la tarde, aquella por la que me gustaría tener más ojos, más manos, más cuerpos para 
habitar… ¿de verdad necesita más cuerpos esta ciudad? 
Llegamos temprano, Alejandro odia llegar tarde. ¿Por qué tanto estrés? A pesar de eso, estoy feliz, 
le debo de agradecer a final de cuentas, pues logró ver el atardecer y el último baile de medallo 
diurno. 
El camino comienza, siento que destacamos, es como si oliéramos, nuestra ropa, nuestros 
ademanes, e incluso nuestro caminar; por más paisas que digamos ser o que tanto hablemos de 
“pirobos” pa’ arriba, se nos nota lo turistas. ¿cuál es la deferencia entre nosotros y esos gringos 
cagados que vienen a explotar nuestra primavera? 
En mi mente queda el miedo y ansiedad de Alejo; me están rondando, e incluso si confío en el 
centro, si confío en la profe, si confío en nuestro guía. No quiero destacar, no quiero ese olor de 
turistas. Todos tan impresionables y algunos tan paranoicos 
Primero fue la calle del pecado, creo que es sólo una cuadra, lo que más recuerdo es el mural y el 
edificio color menta que tenía de lienzo. Creo que fue Freddie Mercury o su mitificación de 
internet, quién decía que las personas no mueren mientras su nombre sea recordado. Cada vez 
que alguien pase por esa cuadra, esa persona vive. 
Me fue demasiado irónico y hasta gracioso, como la parada inmediata al final de dicha cuadra, es la 
Metropolitana. ¿Cuántos no salen de comer travesti a llorarle de rodillas a dios? Porque claro, el 
que peca, reza y empata. 
Me gustan las capillas, me gustan las capillas porque ahí convergen toda clase de personas, de 
fantasmas y de vivencias sin forma, están los llantos de quienes estuvieron antes de mí, los 
guardan en el agua bendita para sentir las penas de otros. 
En la salida me descoloqué; un olor que jamás había percibido. No era drogas, no era sudor, no era 
orina, no era nada que yo conociese y en toda la salida de la iglesia estaba, como si bautizara la 
visita a la metropolitana. No lo sentí en 20 años y sabrá el dios al que le rezan cuándo lograré 
descifrarlo. 
 
Después de recibir la consagración comenzamos a caminar; Alejo me contó qué había debajo del 
Nutibara, de esos pasillos secretos. Lo hizo con un toque de coquetería y misterio; como si de 
repente se hubiese convertido en James Bond. Padres sin cabeza, algún que otro cargamento ilegal 
y vinos de la más fina clase, toda clase de cosas habían pasado literalmente por nuestras narices 
un centenar de veces. 
Barrio chino fue inesperado, en mi pequeña burbuja al oír el nombre, pensé en Chinatown y me 
emocioné ante la idea de comprar ciertas tonterías chinas. Creo que mi raciocinio y conocimiento 
de historia me traicionaron, ¿desde cuándo Antioquia tiene alguna colonia china? ¡Si nuestros 
antepasados fueron judíos! 
Al llegar sólo pude pensar en Camila, la hermana de mi amiga y la escena de apertura de Los reyes 
del mundo. El cielo era azul y lleno de palomas, hasta tranquilidad se sentía en la película. Más 
bien lo oposito de la noche; parecía que se cerrase la vista y lo único que se podía hacer, era tener 
cara de constipado y mirar al frente; 
Nada de amor, nada de amabilidad y amarra bien los zapatos. Qué estoy segura que vendían un 
izquierdo de Adidas y un derecho de Converse. 
Alejo estaba nervioso, me buscaba cada tanto entre el frame que era andar en línea recta, lo 
notaba estresado e intentaba hablarme mucho. Casi que parecía un soldado de cuerda, sólo al 
frente y nada más que al frente. Me sentí bien cuando me dijo que me veía calmada, de alguna 
forma u otra me adapté a la pila de cosas que veía panorámicamente. 
Bicicletas, repuestos de motos, relojes, chucherías acumuladas, más que chino parecía un mercado 
árabe. 
Si de por si todo había sido lo suficientemente inmersivo y periodístico, faltaba el remate. Qué 
forma tan elegante le llamamos a ese punto de tour “Parada de hidratación” Para que cuando 
entrase lo primero viese fura una adolescente en ropa interior. 
Si en la calle destacamos aquí parecemos una mezcla entre niños de kínder y degenerados, ¿por 
qué 15 muchachitos estarían entrando, así como así? 
Creo que se me aplasto algo un poquito adentro cuando noté cuantas niñas había, porque eso es o 
que eran varias, niñas. Algo, algo me llenaba de rabia y asco, con la situación que la empujo a eso, 
con la ciudad que las ignora, con los depravados que las miraban y compraban como si nada. Son 
niñas, son niñas no mayores que mi hermana. 
¿Es que no distinguen la diferencia que hay en sus cuerpos? En su forma de caminar aún chueca y 
titubeante. Ratas mentirosas donde digan que no ven las diferencias, sucias ratas asquerosas. 
Me reí del gringo al final de la expendición, ¿pero ¿qué más podía hacer? Ante el pudor y la rabia 
que sentía lo único que quedaba era ver quién estaba. 
Entre tanto calvo y obrero de uñas sucias, ese blanco parolo destacaba más que cualquiera, con su 
tomar lento de cervezas y ese caminado extraño que intentaba ocultar una erección. Era eso o ver 
el porno que teníamos en nuestras cabezas. 
Estaba el viejito calvo, le gustaba hacerse el bobo, decir que veía las noticias mientras se sentaba 
en todo el frente de tubo, o los dos amigos que se sentaban tal cual mi novio y yo, con brazos entre 
cruzados, eso sí, ellos veían fijamente el canal penthouse, donde “latina caliente hace trío” 
Fueron 15 minutos al final de cuentas, 15 que se multiplicaron en mi percepción del tiempo, pues 
sentí que me senté horas en silencio. 
Salir fue volver a sentir la piel, el poder hablar sin ser observados. Ver que a pesar de, el mundo 
seguía afuera, tal como debía estar ocurriendo en otros 100 lugares de la ciudad, y probablemente 
fue la peor parte; ¡Niños están jugando en el parque! Mientras que, a menos de 10 pasos, más 
infancias están siendo vendidas como carne. 
Es mi ciudad, la que me han dejado Quintero, Fico, Fajardo y la fila sigue de ahí para atrás. 
Es mi ciudad, la que amo y respiro todos los días, que me duele, me abraza, me golpea y me 
acompaña. Medellín, al fin y al cabo, sólo me devolvió la mirada con sus ojos de gato.

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