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PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO:
EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA 
ZAMBRANO
FOR AN EXHUMATION OF THE PEOPLE:
ENQUIRY ON «LA PERSONA» IN MARÍA ZAMBRANO
Gabriel Gálvez Silva
Universidad de La Serena, Chile
RESUMEN
 
El presente trabajo interroga por la naturaleza del «pueblo», examinando la figura de 
«la persona» en Zambrano de acuerdo a la hipótesis de que tal naturaleza puede ser así 
conocida. Tras explorar las relaciones entre el pueblo y la «realidad radical» de la que 
Zambrano escribe en Persona y democracia, nuestra investigación se concentrará en la 
persona, explicándola fundamentalmente como «lo viviente» y exponiendo luego sus 
vínculos con el alma, el amor, la consciencia y «la palabra».
Palabras clave: alma, amor, consciencia, democracia, palabra, persona, pueblo, (María) 
Zambrano.
ABSTRACT
This paper questions the nature of the «People», examining below the figure of «la 
persona» in María Zambrano’s work according to the hypothesis that such nature can 
be known in this way. After exploring the relationships between the People and the 
«realidad radical» that Zambrano writes about in Persona y democracia, our investiga-
tion will focus on la persona, explaining them fundamentally as «lo viviente» and then 
exposing their relations with the soul, love, consciousness, and the Word («la palabra»).
Keywords: consciousness, democracy, love, people, persona, soul, word, (María) Zam-
brano.
Convivium 35 (2022): 151-173 © Gabriel Gálvez Silva, 2022 – CC BY-NC-D || ISSN: 0010-8235
GABRIEL GÁLVEZ SILVA152
1. A modo de introducción: prevalencia del «pueblo»
Desde mucho antes de la pandemia, y también durante ella, el mundo 
ha podido ser testigo de múltiples levantamientos sociales identificables 
bajo el rótulo general de indignación. Para quien escribe, obviamente, des-
taca el caso de la «Primavera de Chile», que es como se le llamó también 
a la insurrección popular que sacudió al país a partir de octubre de 2019. 
Permítasenos referir a esta revuelta como para acusar el hecho que nos 
importa, y que es el espontáneo y generalizado uso del concepto de pueblo 
en cuanto indiscutible sujeto de la indignación. El caso de Chile, además, 
resulta particularmente interesante en la medida que la palabra en cuestión, 
tras su apogeo en la década de 1970, fue olvidada o al menos perdida de 
vista durante los decenios post dictadura, que también fueron los del «éxi-
to» neoliberal. Su revitalización durante la «Primavera de Chile» fue senci-
llamente impresionante: a la flamante entonación de «El pueblo, El pueblo, 
El pueblo ¿dónde está? El pueblo está en la calle pidiendo dignidad» se 
sumó el añoso lema «El pueblo unido jamás será vencido», aportando el 
celebérrimo himno de Sergio Ortega una emotividad, digamos, simbólica 
a las manifestaciones. La multitud, y en especial la juventud, lograron, en-
tonces, auto-reconocerse bajo la denominación pueblo, preferido este vo-
cablo por sobre cualquiera otra tipificación menos mítica y, por lo mismo, 
menos reñida con la función prioritariamente consumista que la moderni-
dad postrera acabó imponiendo a las muchedumbres. Consecuentemente, 
el concepto continuó su reposicionamiento: con el tiempo, y de acuerdo a 
la exigencia ciudadana por una nueva Constitución, se levantó una «Lista 
del Pueblo» integrada por candidatas y candidatos a reescribirla, del todo 
independientes respecto de políticas partidarias y estrechamente asociados 
a las causas de los pueblos originarios de Chile. Huelga señalar, no obs-
tante, que la presencia de la palabra está lejísimos de agotarse en el caso 
chileno o latinoamericano, presentando una extensión planetaria tan vasta 
como el malestar de las masas que, nuevamente, han venido a protagonizar 
la más bien trágica historia de los humanos.
Pues bien; nuestra inquietud gira aquí, precisamente, en torno a esta 
palabra a la que con tanta fuerza se vuelve: ¿por qué la recurrente gravedad 
de la voz pueblo? ¿Qué es lo que señala? ¿Apela su uso, en verdad, a lo que 
enuncia? Ciertamente su prevalente o remozado protagonismo político, 
amerita o, al menos, estimula una problematización del concepto. Esta, 
creemos, debería intentar, lo más posible, aproximarse a la profundidad sobre 
la que parece fundarse su vigencia. Y entendemos que esta profundidad es 
153PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO: EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA ZAMBRANO
inmensa, oscureciendo la palabra al punto de su pérdida de vista u olvido, 
tapiada por la inmediatez superficial hasta el momento en que sólo la 
ebullición y el estallido consecutivo vuelven a levantarla. Hablamos de una 
necesaria exhumación, que ahonde en el sentido del vocablo. Este sentido, 
por supuesto, lo entendemos no como lo que la palabra «meramente dice», 
sino como lo que «quiere decir»,1 apuntando nuestro intento de desentierro, 
cuanto se pueda, a iluminar la materia original que la palabra «pueblo» 
todavía parece querer señalar. Se trata la nuestra, en suma, de una 
inquietud arqueológica. Y es de acuerdo a esta vocación que proponemos 
interrogar aquí sobre el pueblo desde la perspectiva de María Zambrano. 
Señalamos las dos razones principales sobre las que se fundamenta esta 
propuesta, y que son, en definitiva, las que perfilan este trabajo. La primera 
de ellas toma en cuenta precisamente el carácter arqueológico que presenta 
el proyecto zambraniano en sí mismo. En efecto: tal como hemos sostenido 
en otro lugar,2 todo el programa de la filósofa —fuertemente influenciado, 
según se sabe, por el trabajo arqueo-musicológico de Marius Schneider— 
aparece orientado a la relación original o temprana entre hombre y 
realidad, aportando al respecto conceptos tan ilustrativos como el «sentir 
originario» y, especialmente, «la Aurora», exigidos por una declarada 
necesidad de volver al «fondo de los tiempos».3 Pero a esta primera razón 
hay que sumar la decisiva inquietud de la propia Zambrano por la cuestión 
del pueblo, tal como aparece expuesta en Persona y democracia, donde 
figura indisolublemente asociada al complejo significado de «la persona». 
Por lo mismo, al dilema específico del presente trabajo, que interroga sobre 
la materia original o primordial de lo llamado «pueblo», sólo podríamos 
responder, desde Zambrano, con la siguiente hipótesis: esta materia es lo 
que enseña la persona; únicamente emergiendo la persona es que puede 
saberse la naturaleza del pueblo. Pero, ¿qué es lo que la persona enseña? Es 
aquí donde nuestra hipótesis incorpora la siguiente precisión: la persona, 
desde Zambrano, enseña el alma. O, más exactamente, aquella sustancia 
otrora conocida como alma, la que, desde nuestra perspectiva, acaba 
posicionándose, además, como la materia originaria del pueblo.
Abordar un problema que involucre a la persona zambraniana constitu-
ye un desafío indiscutible, más aun teniendo en cuenta el gran número de 
1 Ortíz-Osés 2003: 31.
2 Gálvez Silva 2019a.
3 Zambrano 2007: 76.
GABRIEL GÁLVEZ SILVA154
investigaciones al respecto, especialmente tras cumplirse en 2018 los 60 
años de Persona y democracia. Con todo, si apostamos a exponer nuestro 
punto de vista es porque nos parece que la misteriosa persona no termina 
de exigir hondura, pese al tesón académico con que ha sido abordada. Una 
revisión de diversos trabajos al respecto, por supuesto, muestra notables 
iluminaciones de su figura. Así, por ejemplo, el publicado en 2012 por 
Roberta Johnson, que interroga sobre la posible genealogía de la persona 
en la contundente reflexión zambraniana sobre la mujer.4 O el más reciente 
artículo de Sara del Bello, María Zambrano e l’idea di persona, donde, 
apoyada en Scheler, la autora plantea la diferencia entre la trascendente 
interioridad de la persona y la ubicación social del individuo.5 La inquie-
tud que nos queda, no obstante, tras estas y otras lecturas, tiene que ver 
con una cierta impresión de, quizá, irremediable parcialidad. Como si la 
persona fuera una constelación multiforme de enigmas y problemas cuyas 
propias opacidadesoscurecieran aún más el arcano central. Nuestra apues-
ta es la de aproximarnos a este último, que, según hemos dicho, suponemos 
sin más como completamente identificable con el del alma. Una incursión 
suficientemente decidida en este horizonte eminentemente anímico, nos 
parece, bien podría contribuir a lo que Stefania Tarantino, en 2019, ha ex-
hortado como repensar el nexo entre persona y democracia. Se trata de 
poner en máximo relieve lo que creemos el principio de aquello tan me-
dular que Tarantino acusa cuando afirma que «Las manifestaciones de lo 
humano coinciden de forma paradójica con la adhesión a algo no humano 
en sentido estricto».6 Pero nuestro intento, en verdad, no pretende más que 
adecuarse a la propia Zambrano, realzando lo que se pueda la vocación 
órfico-pitagórica de su filosofía, que, como tal, no podría sino tener al 
alma como problema concluyente. Y debe tenerse en cuenta que cuando 
Zambrano publica Persona y democracia en 1958, su identificación con 
el orfismo-pitagorismo ya está trazada, testimoniada expresamente en tex-
tos como el delirio «La condenación de Aristóteles» y, por supuesto, «La 
condenación aristotélica de los pitagóricos», el imprescindible capítulo de 
El hombre y lo divino. Es decir: una perspectiva órfico-pitagórica de los 
problemas presentados en Persona y democracia no nos parece en modo 
alguno arbitraria sino del todo pertinente. Pero quepa aclarar todavía que 
4 Johnson 2012: 8-17.
5 Del Bello 2015: 6-17.
6 Tarantino 2019: 127.
155PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO: EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA ZAMBRANO
la consabida identificación zambraniana, arraigada en la tempranísima in-
quietud de la filósofa por un saber sobre el alma, traspasa heterodoxa-
mente el ámbito que en rigor admite ser descrito como «órfico-pitagórico», 
viniendo esta denominación a significar, más bien, lo que Oscar Adán ha 
despejado como «neopitagórico-neoplatónico-gnóstico».7 No es de extra-
ñar, entonces, que la identificación órfico-pitagórica de Zambrano acabe 
reuniendo a autores como Agustín o Plotino,8 considerados precisamente 
en la medida de su profunda atención a la cuestión del alma.
Valga, ya para concluir esta introducción, advertir también sobre la di-
ficultad que supone el estatuto escatológico de la persona zambraniana, 
que es lo que nos ha llevado a efectuar la hipótesis secundaria de que, para 
la filósofa, arqueología y escatología coinciden cuando lo que está en jue-
go es un problema como el que aquí interesa. Quepa aclarar, no obstante, 
intentando hacer justicia al proyecto zambraniano, que las implicancias 
auténticamente existenciales, luego políticas de la persona, sólo podrían 
ser sabidas, auténticamente, en la experiencia misma del alma, homolo-
gados los saberes que Zambrano refiere tanto como «de experiencia» y 
«sobre el alma» propiamente tal.9 Pero, tratándose la nuestra de una simple 
indagación filosófica, nos contentaremos aquí con examinar teóricamente 
a la persona, presentándola como el desenvolvimiento definitivo de la na-
turaleza o esencia del pueblo, permitiendo, finalmente, su conocimiento. 
La exégesis que efectuaremos en cuanto estrategia metodológica, arranca-
rá, básicamente, de ciertas descripciones y definiciones que aparecen en 
Persona y democracia para concentrarse rápidamente en la persona como 
principal objeto de estudio. Recurriremos entonces a una revisión más bien 
epitomar de Zambrano, apostando a recoger de diversos escritos suyos los 
elementos que, esperamos, permitan esclarecer un poco más el enigma de 
esta figura.
2. El pueblo como «realidad radical»
La reflexión de Zambrano acerca del pueblo parte, justamente, pregun-
tando por un sentido de «pueblo» huido de la instrumentalización que deja 
7 Adán 1998: 184.
8 Y también a Leibniz, citado veladamente en «La condenación de Aristóteles», y, por 
cierto, a Spinoza, en cuya Ética Zambrano observará una indocumentada reaparición 
del pitagorismo (Cf. Zambrano 2016: 91).
9 Cf. Gálvez Silva 2019b: 71-86. 
GABRIEL GÁLVEZ SILVA156
a las palabras «huecas o gastadas y sin valor como moneda fuera de curso 
y sin belleza».10 Exhibe, Zambrano, en verdad, un respeto profundísimo 
por las palabras. Y este respeto se sustenta en la particular consideración 
que hace justamente de su sentido como una cuestión no lograda; como 
potencia de «un futuro aún no actualizado».11 La palabra, entonces, aparece 
como la portadora de un germen, que siempre ha de desplegarse, pero que 
está ahí, germinal en su origen. La vocación de la palabra es señalar ese 
origen, que porta, en sí mismo, el sentido de su despliegue. Es justamente 
para vislumbrar este sentido, contenido en la potencia, que Zambrano echa 
mano al recurso arqueológico, desvistiendo a las palabras de significacio-
nes adquiridas e intencionadas a fin de poder toparse con la esencia germi-
nal que se esconde en su misma naturaleza; la orientación originaria que, 
latente, siempre apunta a un mayor desenvolvimiento de su complexión:
Entonces, habrá que dejar que de ellas [las palabras] caiga, como cami-
sa de serpiente, cierto sentido que tuvieron un día para que aparezca al 
descubierto el sentido a que apuntaban.12
Es de acuerdo a este sentido por cumplirse que Zambrano advierte cómo 
el de «pueblo» sólo puede ser iluminado por la escatológica comparecen-
cia de «la persona». Pero, en la raíz de este proceso, se halla la tasación 
que Zambrano hace del pueblo como «realidad radical»,13 manifiesta en 
dos dimensiones íntimamente relacionadas. La primera de ellas, Zambrano 
la explica en términos estrictamente antropológicos, identificando sin más 
«pueblo» y «hombre»:
Decir pueblo es decir ecce homo, mas no como individuo, sino en toda 
la complejidad y concreción del hombre en su tierra, en su tiempo, en su 
comunidad. La realidad de lo humano concreto, sin más. El sustratum 
de toda historia. El sujeto sobre el cual se apoya toda estructura y sobre 
el que se da todo cambio; la materia de toda forma social y política; el 
caudal de vida humana disponible para toda empresa; la sustancia, en 
suma.
10 Zambrano 1992a: 134-135.
11 Zambrano 1992a: 135.
12 Idem.
13 Zambrano 1992a: 137.
157PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO: EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA ZAMBRANO
Y como todo sujeto, un desconocido. Y como la sustancia: inagotable, 
prolífica, desbordante de toda forma, plena de promesas. Pues las sus-
tancias vivientes, siendo acto, poseen una potencia nunca enteramente 
actualizada; señal de vida.14 
«Pueblo», según Zambrano, no hace más que denominar a la huma-
nidad auroral, podría decirse. «El hombre del pueblo es, simplemente, el 
hombre», insistirá Zambrano, explicando la figura de este puro y simple 
hombre como «la primera aparición de la persona humana libre de perso-
naje, de máscara».15 La persona viene a adquirir, así, un estatuto antropo-
lógico originario, aquí radicando el hecho de que a la «democracia», como 
verdadero poder del pueblo, no pueda sino determinarla el cumplimiento 
de la persona en cuanto potencia primordial de lo humano:
Si se hubiera de definir la democracia podría hacerse diciendo que es la 
sociedad en la cual no sólo es permitido, sino exigido, el ser persona.16
Es así como el sentido originario de todo lo humano que la persona 
enseña, termina comprendiendo, trascendiendo y, por cierto, rescindiendo 
cualquiera significación reductivamente sociopolítica:
Pues el hombre como persona era realidad nueva que a través de la 
historia se ha ido descubriendo, poniendo de manifiesto. Y desde ella el 
concepto de pueblo y su contrario, el de aristocracia, pierde un tanto su 
oposición. Pues ser persona es lo propio de todo hombre previamente 
a su inclusión en una clase, y lo más decisivo hoy, lo que más nos im-
porta; aun después de que se gobierne por el pueblo y para el pueblo, 
aun después, diríamos, cuando no existan —si es que esto va a suceder 
alguna vez— clases sociales.17 
Pero esta amplitud antropológica está profundamente ligada a lase-
gunda dimensión que subyace en la consideración zambraniana del pueblo 
como «realidad radical», y que la filósofa devela mediante un tratamiento 
del pueblo en cuanto sujeto. Es decir: para bien o para mal, el pueblo, efecti-
14 Zambrano 1992a: 136.
15 Idem.
16 Zambrano 1992a: 133.
17 Zambrano 1992a: 135.
GABRIEL GÁLVEZ SILVA158
vamente, es sujeto de la historia. Pero, «como todo sujeto», el pueblo es «un 
desconocido». Identifica, entonces, Zambrano, con resonancias de Spinoza 
y Agustín, la esencia del sujeto pueblo —que es la de todo sujeto— con la 
sustancia misma, vislumbrada esta, empero, en cuanto móvil y viviente, 
siempre inconclusa, haciéndose, en eterna dimanación. Nos parece eviden-
te que la filósofa habla de aquello que aclarará en Notas de un método como 
«esa última realidad que se ha nombrado como espíritu y, supeditadamente, 
del “alma del mundo”».18 Es decir: creemos que no sólo habla del «caudal de 
vida humana», sino del principio y sentido definitivo de tal vida, recuperan-
do, como señalará en La confesión: género literario y método,19 la noción 
aristotélica de «alma» en cuanto «la entidad definitoria, esto es, la esencia»20 
de lo viviente, luego, también su entelequia.21 Pero, aun cuando Zambrano 
recurra a Aristóteles como para demostrar la validez filosófica del alma 
en cuanto «especie de lugar, de sede o de potencia, que alcanza contacto 
con todo»,22 lo cierto es que también denunciará el «plagio» que hace el 
estagirita de una concepción originalmente órfica. En efecto: Aristóteles, 
según Zambrano, toma para la razón lo que pertenecía al amor, adueñán-
dose teóricamente del alma, sabida en verdad, desde hacía mucho, por el 
orfismo, aclarando enfáticamente la filósofa, y repetidas veces, que el alma 
es «descubrimiento, revelación de inspiración órfica».23 Escribe acerca del 
alma en El hombre y lo divino:
Que Aristóteles la descubra, y aun la sistematice, nada quiere decir; es-
taba ya ahí y no era eludible. Al contrario, era lo que había que conceder 
al pitagorismo, sin decirlo. Pues a partir de Aristóteles sucederá algo 
muy normal con el pitagorismo. Lo que normalmente sucede con todos 
los vencidos, en cualquier historia de que se trate: se toma de los venci-
dos lo que hace falta sin nombrarlos; se les concede la razón ineludible, 
mas apoderándose de ella, y trasladándola al campo del vencedor, que 
lo hace con tranquilidad de conciencia, tanto que bien puede no darse 
cuenta de lo que hace. Todos los vencidos son plagiados, en el sentido 
amplio de la palabra «plagio», que puede llegar a ser hasta el desenvol-
vimiento, el desarrollo de un tema inicial; hasta el rapto de una figura 
18 Zambrano 2011b: 162.
19 Zambrano 2011a: 92.
20 Aristóteles 1983: 169.
21 Aristóteles 1983: 168.
22 Zambrano 2011a: 92.
23 Zambrano 2016: 89-90.
159PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO: EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA ZAMBRANO
representativa. La suerte de la razón del vencido es convertirse en semi-
lla que germina en la tierra del vencedor.24
Luego, la «sustancia» con la que Zambrano identifica al pueblo, nos 
parece, remite más bien a la tradición pitagórica transmitida por el Timeo y 
que Plotino retomará narrando cómo la psychē tou kósmou, en su desplie-
gue temporal, es movida por el deseo de «estar siempre transfiriendo a otra 
cosa lo que veía allá»,25 o sea de participar a la materia, y por cierto a lo 
humano, de la que es su naturaleza eterna. La persona luce así, ciertamen-
te, como germen y cumplimiento de todo lo humano, trascendiendo cual-
quiera parcelación social o cultural. Pero no sólo eso: su identificación con 
la sustancia misma alumbra lo que hay de común entre hombre y mundo, 
apuntando a la «inagotable» vastedad latente en el pueblo.
3. La persona como «lo viviente» 
Como tempranamente aclarará la propia Zambrano en su escrito «Or-
tega y Gasset universitario», una de las fuentes (quizá la más importante) 
de la tan gravitante noción de «persona» se encuentra en Zubiri, específi-
camente en su ensayo «En torno al problema de Dios», donde la define así:
Nos basta, de momento, con decir que la persona es el ser del hombre. 
La persona se encuentra implantada en el ser «para realizarse». Esa 
unidad, radical e incomunicable, que es la persona, se realiza a sí misma 
mediante la complejidad del vivir. Y vivir es vivir con las cosas, con los 
demás y con nosotros mismos, en cuanto vivientes.26
La inmensa proyección en Zambrano de la persona zubiriana en cuanto 
viviente, confirmando su filiación con el alma aristotélica, quizá admita 
cierto resumen mediante un breve examen de aquella otra figura zambra-
niana rotulada como «los enmurados», a quienes la filósofa precisamente 
define como «no solamente vivos, sino vivientes».27 La relación es corro-
borada por la misma Zambrano cuando enuncia su propia comprensión de 
la persona como «lo que subsiste y sobrevive a cualquier catástrofe, a la 
24 Zambrano 2016: 90.
25 Plotino 1985: 221.
26 Zubiri 1987: 426.
27 Zambrano 2015: 168.
GABRIEL GÁLVEZ SILVA160
destrucción de su esperanza, a la destrucción de su amor», añadiendo que 
«sólo se es persona en acto, enteramente, porque se cae en un fondo infi-
nito donde lo destruido renace en su verdad, en un modo de no perderse».28 
Podría aseverarse, entonces, que, desde Zambrano, personas son aquellas 
y aquellos (como Antígona, como Juan de la Cruz) que, aun padeciendo 
literalmente el enmuramiento en cuanto consistencia específica de la ocul-
tación, hallan el sentido de su sacrificio, redimiendo así de su insensatez 
a la historia sacrificial. Redimiéndola, decimos, o neutralizándola, como 
Zambrano señala del «sabio a estilo antiguo» en cuanto «persona lograda»: 
Al hombre maduro, a la persona lograda, colmada de experiencia, ape-
nas nada le puede suceder, ninguna historia brota de ella, no teje histo-
rias, no las engendra; caen sobre ella las desdichas como cosa que viene 
de la naturaleza o de la ignorancia y maldad ajena, y ella inmediata-
mente las disuelve o anula. Es extraño, y creo que poco observado, el 
que las personas que gozan de eso que se llama «sabiduría» reducen la 
historia, la disuelven, y en ocasiones, hasta llegan a anularla. Esa parece 
haber sido siempre su función en las comunidades donde habitan; se va 
a ellos con el cuento de aquello que pasa para que lo reduzcan a razón, 
para que hagan que no siga pasando, o que sea como si hubiera pasado. 
El sabio a estilo antiguo ha tenido la función no declarada de neutralizar 
las historias.29 
Pero la figura del viviente en cuanto víctima sacrificial —o sea, lo me-
jor—, Zambrano la explica aún más claramente mediante la mención del 
pueblo como ecce homo. Quepa aquí, para introducir un comentario al 
respecto, citar a José María Mardones cuando, abordando justamente el 
problema del sentido, lo define como la «orientación y razón de ser de la 
vida y de la realidad»30 que el hombre debe descubrir en su doble condi-
ción de «minusválido instintual» y, citando a Herder, «primer liberto de la 
creación».31 En el hallazgo del sentido radicaría la realización de la libertad 
humana y la «sutura del desgarro»32 que supone la experiencia cotidiana, 
tantas veces padecida como insensata. Según Mardones, este drama huma-
28 Zambrano M-347.
29 Zambrano 2011a: 48.
30 Mardones 2006: 530.
31 Idem.
32 Mardones 2006: 531.
161PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO: EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA ZAMBRANO
no «llena las páginas de todas las sabidurías»,33 viniendo inmediatamente 
al recuerdo la figura de Job, y por cierto, la de Cristo. La reflexión quedaría 
incompleta si no fuera recordado aquí cómo Soublette ha llamado la aten-
ción sobre la frase ecce homo en cuanto dicha sobre un condenado autode-
nominado «El Hijo del Hombre», perífrasis que, según este autor, «no tie-
ne más contenido que el sustantivo “hombre”».34 Como si lo propiamente 
humano o, si se quiere, terroso o terrestre, fuera la pasión ineludible, que, 
no obstante, puede acabar preñadade sentido. Califica, entonces, lo hom-
bre, como «vividor “sacramental” de la realidad»,35 sacrificando su vida 
para «extraer o absorber» lo que Ortíz-Osés, muy acorde con Zambrano, 
ha llamado «la quintaesencia musical o esencia existencial de la realida-
d».36 Desde esta perspectiva, la figura de Cristo indudablemente destella en 
Zambrano, no sólo asociada a lo «hombre» sino a la «persona» en cuanto 
esencia de lo humano y, ciertamente, modelo del sacrificio inseminado de 
sentido que vuelve «viviente» a la víctima sacrificial.
4. Logro de la persona
La condición de «persona» aparece como inmanente a lo hombre en 
cuanto puro y simple «hombre», equivaliendo a su pura calidad de ser ani-
mado como la más básica apreciación de lo viviente. Una suposición tal, 
sin embargo, cuenta con el inmenso problema que supone el abordaje zam-
braniano del alma, donde esta comparece tanto como condición del sujeto 
puntual, en su individualidad, como del mundo en su totalidad. La dificul-
tad, sin embargo, no se detiene aquí, observándose la cuestión del alma 
individual, en Zambrano, como el fruto de un proceso, trazando nuevas 
equivalencias con el cumplimiento de la persona. Este proceso anímico ad-
mite consideración como historia determinada por el amor. Efectivamen-
te: la condición ontológica del alma, en su pitagórico-platónico-plotiniana 
solidaridad con el tiempo, Zambrano la relevará también en el amor, des-
tacando el parentesco «mediador» entre ambos, tal como lo hará Durand 
cuando afirme al alma en cuanto «eco del gran sistema de intermediarios 
platónico, del que el Eros del Banquete es el paradigma para el alma in-
33 Idem.
34 Soublette 2006: 17.
35 Mardones 2006: 531.
36 Ortíz-Osés 2006: 539.
GABRIEL GÁLVEZ SILVA162
dividual».37 La solidaridad que Zambrano observa entre el alma y el amor 
quedará expresada mediante el mito de Eros y Psiqué, «casi indiscernibles 
en los momentos de máxima fortuna para ambos»,38 siempre subrayando 
la filósofa, por cierto, la abismal antecedencia mítico-ontológica de las dos 
entidades:
Alma y amor miden las distancias del universo, transitan entre las di-
ferentes especies de la realidad, se alojan en ellas y las vinculan. Pero 
conviene recordar que alma y amor existieron antes de que hubiera «co-
sas», antes de que hubiera seres; son anteriores al mundo del ser. Ser 
hombre, cobrar existencia humana, consiste en el adentrarse del alma 
en el hombre, y con ella el amor.39
Tal unificación entre alma y amor, Zambrano la emparentará directa-
mente a la movilidad como tiempo, con el tiempo y en el tiempo que iden-
tifica al alma de acuerdo a la narración de Plotino. Esta actividad será fre-
cuentemente mencionada por la filósofa mediante la metáfora del «viaje», 
de esta manera no sólo aviniendo con la extensión temporal y creadora del 
Alma del Mundo, sino, ante todo, recobrando el antecedente órfico de un 
alma extrañada de su origen y caída en el infierno de la materia para alguna 
vez regresar rompiendo el ciclo de la metempsicosis. La consideración de 
este padecimiento es absolutamente clave en la obra zambraniana, en él 
verificándose su aleación con el amor. Opera este como «agente de uni-
dad» anímica, lo que significa, a la larga, serlo «de la fijación del alma, de 
cada alma individual».40 Es por amor, entonces, que viene a constituirse la 
unidad que vendrá a ser cada alma. Siendo esta despliegue de tiempo y en 
el tiempo, no se conforma instantáneamente, sino que tarda en unificarse 
y ser, alcanzando cualidad de alma propiamente tal sólo en la medida en 
que el amor la moldea y determina en el tiempo. Logra su alma, entonces, 
sólo quien ama, cumpliéndose en el amor la finalidad del alma misma en su 
descenso «a lo que los pitagóricos llamaran “infierno terrestre”».41
Pues bien; la consideración del alma, digamos propia, como fruto de 
un proceso, presenta notables equivalencias con el logro de la persona, que 
37 Durand 2011: 156.
38 Zambrano 2016: 271.
39 Idem.
40 Zambrano 2016: 272.
41 Zambrano 2016: 105.
163PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO: EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA ZAMBRANO
admitiría así consideración en cuanto actualización individual del Anima 
Mundi. Por supuesto, la solidaridad entre alma individual y persona apa-
rece determinada por la vida en sí misma, remitiendo el proceso personal 
a la potencia que reside en el ser humano como pura criatura viviente; el 
«recinto cerrado que parece constituir la persona» es lo que «podemos pen-
sar como lo más viviente»,42 insistirá Zambrano, iluminando esta condición 
cuando asegura que «en el fondo último de nuestra soledad reside como 
un punto, algo simple, pero solidario de todo el resto, y desde ese mismo 
lugar nunca nos sentimos enteramente solos».43 Y, por cierto, advirtiendo 
que la pérdida de consciencia respecto de esta realidad común «comporta 
la locura».44 
5. Persona y «sentir originario»
Pero, ¿en qué consiste, para Zambrano, la más auroral experiencia del 
viviente? ¿Qué significa experimentar la vida, que es, en sí misma, trascen-
dente de lo propio? Comparece aquí la consciencia «en estado virginal»45 
—cuyo paradigma es la enmurada, o sea la persona Antígona, símbolo de 
la «aurora de la conciencia»—,46 poseída por aquello que Zambrano, tantas 
veces, mencionará como el «sentir originario».47 Testifica este la más pri-
mitiva necesidad: efectivamente, para Zambrano, «En el interior del hom-
bre anida oscuramente la esperanza y aún bajo ella el anhelo», que es «la 
primera manifestación de la vida humana».48 Este anhelo es señal de la ca-
rencia que determina al ser humano: su definición como «el ser que padece 
su propia trascendencia»,49 contenida en Los sueños y el tiempo, parece 
transparentarse si se le coteja con la que figura en Persona y democracia, 
donde es explicado como «el ser que alberga dentro de sí un vacío».50 El ser 
humano siente su incompletitud en cuanto mero ‘ser humano’, necesitado 
42 Zambrano 1992a: 17.
43 Idem.
44 Idem.
45 Zambrano 2015: 240.
46 Zambrano 2015: 152.
47 Para una aclaración de este concepto clave de la filosofía zambraniana recomendamos 
consultar la definición que da la propia filósofa en «María Zambrano: una vida verda-
dera, una verdad viviente», La Vanguardia, 25 de octubre de 1979.
48 Zambrano 1992a: 63.
49 Zambrano 1992b: 9.
50 Zambrano 1992a: 63.
GABRIEL GÁLVEZ SILVA164
de traspasar el perímetro metafísico que se ha autoimpuesto, históricamen-
te, para, finalmente, llegar a ser lo que en esencia es. Se trata de un deseo 
de suyo innombrable. Por esto es que «Esencial es a la soledad personal el 
ansia de comunicación y aun algo más a lo que no sabríamos dar nombre»,51 
que aspira a topar con lo que Zambrano llamará el «ser verdadero»,52 anhe-
lado en cuanto aún indefinido. Señala la filósofa:
El anhelar humano no tiene siempre un término conocido, puede muy 
bien no ser anhelo de algo determinado. Se muestra en él ya una tras-
cendencia aún en forma mínima.53
Y añade, precisando órficamente el anhelar como la naturaleza misma 
del alma:
El anhelar es como la respiración del alma. Presupone un vacío que ha 
de llenarse; ese dentro que es la vida donde quiera que se muestre. En 
el ser humano este vacío es metafísico, podría decirse, puesto que nada 
lo calma. Un vacío activo que es llamada y tensión. Sólo por el simple 
hecho de anhelar, el hombre se dispararía al hacer historia, es decir: a ir 
más allá de aquello que le rodea. Y aún más: a destruir lo que encuentra 
para sustituirlo por algo diferente, nuevo. Pues que el simple anhelar es 
por esencia destructor. Por ser algo abstracto, tiende a hacer el vacío allí 
donde encuentra un lleno, y también por su trascender, pues nada de lo 
que encuentra le satisface.54
El proceso personal, entonces, bien parece admitir consideración en 
cuanto fase concluyente y definitoria de la travesía anímica, partiendo 
justamente por asumir y, ciertamente, avaluar la incompletitud u oquedad 
interna que patentiza el «sentir originario».Este vacío será equivalente de 
una virginal «limpieza del corazón», frecuentemente descrita por Zambra-
no en cuanto «transparencia». Aparece muy tempranamente esta valora-
ción, señalando la más deseable característica anímica; escribe Zambrano 
en «Hacia un saber sobre el alma»:
51 Zambrano 1992a: 17.
52 Zambrano 2011a: 69.
53 Zambrano 1992a: 63.
54 Idem.
165PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO: EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA ZAMBRANO
Se ha predicado insistentemente del alma la pureza, la transparencia. 
¿No indicará este hondo anhelo de «catharsis», este perenne deseo de 
poseer un alma clara y transparente, alguna honda necesidad? Trans-
parente es algo que decimos en alabanza de un cristal, por ejemplo, de 
una cosa que es medio para dejar pasar otra cosa. Y no es condición 
contraria, la profundidad, cualidad que igualmente adjudicamos a un 
alma superior. Un alma clara y profunda… ¿para qué última función 
de su vida necesita el hombre el tenerla?, ¿qué tiene que dejar pasar el 
alma a través de su transparencia, qué hondas raíces tiene que albergar 
en su profundidad?55 
Preconizará Zambrano el vaciamiento del corazón en cuanto estrategia 
místico-sapiencial por excelencia. Subrayará cómo este procedimiento es 
«anterior a la Filosofía, anterior a la trasmutación del amor platónico» y 
«todavía más exigente que él», dejando en claro que «En la Filosofía mo-
derna solamente Spinoza se preocupó por ello».56 Especificando que se tra-
ta del «camino del sabio oriental que utiliza el corazón como espejo, como 
servidor de la objetividad», Zambrano ilustrará este método mediante un 
relato taoísta: 
Yan Hi dijo: «¿Podría saber qué es el ayuno del corazón?». Kung-Tsé 
dijo: «¡Tu objetivo sea la Unidad! No oigas con el oído sino con la 
conciencia; no oigas con la conciencia sino con el alma. El oído no 
puede hacer otra cosa sino oír, la conciencia no puede hacer otra cosa 
sino comprender. El alma ha de estar vacía y preparada para recibir las 
cosas. El sentido es quien puede reunir lo vacío. Este estar vacío es el 
ayuno del corazón».57
Este ejemplo que Zambrano prodiga nos parece clave definitiva como 
para iluminar lo que aquí nos interesa. En efecto: la «transparencia del co-
razón» equivale íntegramente a la tasación zambraniana del carácter aural 
del alma —que oye y, en ella, hace oír lo oído—, aproximando decisiva-
mente a la naturaleza de la persona, que es su condición acústica, canaliza-
dora y resonante de algo, en principio, otro.
55 Zambrano 1950: 23.
56 Zambrano 2011a: 60.
57 Idem.
GABRIEL GÁLVEZ SILVA166
6. La persona y la palabra
La persona en Zambrano es, ciertamente, la «máscara con la cual afron-
tamos la vida, la relación y el trato con los demás, con las cosas divinas y 
humanas».58 Pero no se trata de una máscara puramente encubridora, remi-
tiendo más bien al prósopon tal como lo explica Gavio Baso en El origen 
de las palabras, según transmite Aulo Gelio en el Libro V de sus Noches 
áticas:
Dado que la máscara [persona] cubre por completo la cabeza y el ros-
tro, no dejando abierta más que una vía de salida para la voz, dicha vía 
resulta clara y nítida, al recoger y canalizar la voz por una única salida, 
logrando con ello que los sonidos sean más claros y sonoros. Pues bien, 
como ese revestimiento del rostro hace más timbrada y resonante la 
voz, por tal motivo fue llamado persona, con la o alargada a causa de 
la naturaleza de esta palabra.59 
La resonancia nietzscheana en Zambrano es evidente; la convicción del 
alemán de que «Todo lo que es profundo ama la máscara»60 es aplicable 
aquí a lo que está detrás de la voz de lo hombre, precisamente definido 
por su condición parlante. Otorgando un concluyente esclarecimiento de lo 
que tiene por persona, Zambrano parece recurrir a la mención homérica de 
los méropes anthropoi (Ilíada, I: 250) en cuanto forma de referirse a «dos 
generaciones» de lo que después será simplemente traducido por «míseros 
mortales»;61 aquel epíteto para el ser humano, según Dennis Johannssen, 
ciertamente anterior a la «Plato’s ironic definition of the human being as 
the “two-legged animal without feathers” and Aristotle’s more serius deter-
minations as zoon politikon and zoon logon echon».62 Determina Zambrano, 
especificando a la palabra como que lo que se halla tras la humanidad:
La palabra que es una, por su unidad revela una primera dualidad en el 
hombre, pues que sale como de un centro remoto y convierte en más-
cara el rostro humano. La «persona» es la máscara de la palabra, la 
58 Zambrano 1992a: 79.
59 Aulo Gelio 2006: 238-239.
60 Nietzsche 2001: 69.
61 Homero 1996: 111.
62 Johannssen 2018: 1253.
167PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO: EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA ZAMBRANO
máscara parlante. Cosa o suceso que desrealiza más bien al ser humano, 
que queda en tantos momentos en simple portador de la palabra, de una 
palabra que hasta puede serle extraña, que puede provenir de más allá o 
de más acá, de otro lugar. Un mensajero o un profeta, en los dos casos 
sacrificado a la palabra y aún consumido por ella. O, por lo menos, un 
servidor que acepta el serlo o que ignora que lo está siendo. Por su uni-
dad la palabra muestra la dualidad del hombre, el parlante – «Mérope», 
parlante, es una de las designaciones que da al hombre la lengua griega, 
la fuente más viva y próxima a la que en nuestra tradición podemos 
recurrir para saber algo acerca del verbo en el hombre.63
Pero «mérope» no sólo es «parlante» o «elocuente», sino que también 
se relaciona con «miel», dando cuenta de la antigua tradición mediterránea 
que conectaba el complejo voz-canto-palabra-profecía a la presencia augu-
ral de las abejas. Es así como Plinio el Viejo narrará que estas «Se posaron 
en la boca de Platón, cuando todavía era niño, presagiando el atractivo de 
su muy dulce elocuencia»,64 atribuyendo al filósofo lo que ya Pausanias 
había relatado respecto de Píndaro:
Cuando Píndaro era joven y se dirigía a Tespias en el calor ardiente 
del verano, justo al mediodía, se apoderaron de él la fatiga y el sueño. 
Por eso, apartándose un poco del camino, se acostó y, mientras dormía, 
unas abejas volaron hacia él e hicieron miel sobre sus labios. De este 
modo fue como Píndaro empezó a componer cantos.65
Sirva para profundizar un poco más en la mención zambraniana de 
«mérope» recordar, finalmente, que la abeja es símbolo del alma en la tra-
dición órfica, tal como lo señala Cirlot:
Según los órficos, las almas eran simbolizadas por las abejas, no sólo 
a causa de la miel, sino por su individuación producida al salir en for-
ma de enjambre: igual salen las almas de la unidad divina según dicha 
tradición.66
63 Zambrano 2011c: 107.
64 Plinio el Viejo 2003: 480.
65 Pausanias 2008: 293.
66 Cirlot 1992: 49.
GABRIEL GÁLVEZ SILVA168
Conocedora de tales simbolismos, Zambrano también recurrirá a la 
abeja para señalar el alma, asociándola al carácter vibratorio que le atribu-
ye según la etimología de psyché. Escribe Zambrano, en El sueño creador, 
respecto de un «tiempo justo para que el ser del personaje [Melibea, en este 
caso] se abra por un instante, y deje oír su alma»:67
Tiempo nocturno en que todo se suspende y el alma de cada ser se aso-
ma, se descubre acudiendo a la llamada remota del ser al que pertenece, 
y que cuando se actualiza en un ser determinado, se hace perentoria 
esta llamada, y se nombra destino. Surge, entonces, la melodía, el canto 
del alma en este tiempo de vísperas de su, en un modo o en otro, boda. 
Canto nupcial siempre, que revela lo que de insecto musical hay, de 
abeja, de cigarra, en toda alma.68 
Se trata, en definitiva, de la naturaleza profundamente viva, móvil, vi-
brante, aleteante que Zambrano releva tanto en el alma (o en el espíritu)
como en la palabra misma, confundiéndose ésta con el alma propia en la 
medida que, exteriorizándolo, arranca del aleteo interior:
El interior humano no sería sentido como ese lugar más que vivo, vi-
viente, si de él no se escapara aleteantela palabra. La palabra que tiene 
el poder de atravesar esa fijeza que, por movible que sea, el rostro resul-
ta ser la máscara que el hombre lleva, y que queda detrás de la palabra. 
Y así la palabra que revela el interior humano al propio tiempo reduce 
a máscara su rostro, su figura.69 
La palabra figura así como solidaria del tiempo interior, o sea del alma. 
Como tal, se haya, originalmente, detrás —o antes, si se quiere, en el prin-
cipio— de la consciencia subjetiva. Tal solidaridad afirma la naturaleza 
temporal de la palabra. Así la persona se devela, finalmente, como voz del 
tiempo, sabiéndolo en su interior en cuanto alma que se manifiesta y vuelve 
cognoscible en la palabra. Y tras el alma, en su origen, la eternidad. Por 
esto es que la persona, último eslabón del proceso anímico en la medida 
que canaliza la palabra, «puede “unir” el tiempo»,70 recuperando en un 
67 Zambrano 1965: 124. 
68 Idem.
69 Zambrano 2011c: 107.
70 Zambrano 1992a: 130.
169PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO: EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA ZAMBRANO
instante la presencia eterna, según Plotino, no de «lo que está en espera de 
ser», sino de «lo que ya es».71
7. A modo de conclusión: la persona como trascendencia del Yo
La persona zambraniana, como apelando a lo eterno plotiniano, unifi-
ca arqueología y escatología de lo humano, presentando sus condiciones 
primordiales de viviente y, al mismo tiempo, constituyéndose como el lo-
gro de lo que, al menos, resulta indispensable para la vida en comunidad 
en cuanto Ítaca de los mortales. Pero la persona, si bien comparece como 
requisito de la democracia, no se agota en la pura cuestión histórica, en-
carnando la trascendencia que padece el ser humano respecto de su pro-
pia construcción. En este sentido, el cumplimiento de la persona coincide 
de manera precisa con el logro individual o personal del alma, entendida 
esta como realidad infinitamente trascendente del Yo moderno. La iden-
tificación del alma zambraniana con la tradición pitagórica del Alma del 
Mundo, por supuesto, encaja con la admiración de Zambrano por las ideas 
spinozianas acerca de las realidades individuales como modalidades de una 
divinidad-sustancia absoluta. La persona, así, aparece en primera instancia 
como depositaria de una consciencia «diferente de la dada por sabida»,72 
o sea, desidentificada por completo de la consciencia moderna que supo-
ne el Yo. Dadas las condiciones circulares de la persona, sería inexacto 
consignar a esta consciencia como nueva respecto de una vieja, apostando 
Zambrano a identificarla con una relación con la realidad cuya virginidad 
resulta más bien preexistente en cuanto metahistórica o arquetípica, y que, 
como tal, será simplemente ocultada o enmurada sacrificialmente por el 
progreso histórico. Tal es el símbolo de la virgen-víctima Antígona. Es de 
acuerdo a esta noción de consciencia primordial que debe entenderse cómo 
la persona comparece en cuanto su portadora:
La persona es algo más que el individuo; es el individuo dotado de con-
ciencia, que se sabe a sí mismo y que se entiende a sí mismo como valor 
supremo, como última finalidad terrestre y en este sentido era así desde 
el principio; mas como futuro a descubrir, no como realidad presente, 
en forma explícita.73
71 Plotino 1985: 202.
72 Zambrano 1998: 79-80.
73 Zambrano 1992a: 103.
GABRIEL GÁLVEZ SILVA170
Pero la persona es, ante todo, quien canaliza, comunica y amplifica —a 
escala humana, diríase— la sustancia viva que la antecede y, precisamente, 
de la cual es consciente. Esta sustancia, que es el Alma del Mundo, si bien 
se conoce musicalmente (como enseña el célebre delirio «La condenación 
de Aristóteles»),74 adquiere, para el ser humano, forma y sentido en cuanto 
palabra. Pues bien; he aquí, al parecer, el meollo de la cuestión del pueblo: 
si «la voz del pueblo es sagrada»,75 como aseguró Séneca, es porque no se 
oye en ella ningún moderno «Yo», sino la palabra que comunica, finalmen-
te, con el alma de todo. Por esto la exigencia de la persona que Zambrano 
observa en la auténtica democracia, que sólo se puede constituir en la me-
dida que advenga —o, quizá, se recupere— una consciencia que trascienda 
cuanto se pueda el Yo y su hipertrofia moderna. Nuestra conclusión tiende, 
por ahora, a confirmar nuestra hipótesis: pueblo, para Zambrano, no es 
más que lo arquetípicamente hombre (ecce homo), y, como tal, constituye 
el modo propiamente humano, o terrestre, en que se manifiesta la sustancia 
total, viva y móvil, que la filósofa identifica con el Anima Mundi pita-
górico-plotiniana. Pero todo esto se trata de una realidad latente, incluso 
extraña, en la medida que aún no florezca la persona, quien, parafraseando 
a Pablo, dejaría de ver las cosas oscuramente para conocer tal cual fue 
conocida.
La hipótesis del pueblo como encarnación, humanización o, quizá me-
jor, inhumación del Alma del Mundo, y que, una vez persona, despliega, si 
es que no la condición de «Un mensajero o un profeta» (como el Hijo del 
Hombre), al menos la de «un servidor que acepta el serlo o que ignora que 
lo está siendo»,76 supone, finalmente, la auténtica democracia —o sea, la 
comunidad fundada en el poder del pueblo— como una realidad escatoló-
gica que pondría fin a la «Era de ocultación».77 En otras palabras: no habrá 
real democracia sin la consciencia de la persona. Pero esta consciencia dis-
ta inconmensurablemente de aquello que los modernos reconocemos bajo 
esta denominación, tratándose de una experiencia tan viva y total como el 
alma. Tal experiencia, claramente, no la constituye la razón, fundándose 
más bien en aquello inseparable del alma, que es el amor. Es este el que de-
fine al alma individual, que bien puede ser considerada como otro nombre 
de la persona. Debe tenerse en claro, empero, que este amor-consciencia 
74 Zambrano 1987: 92.
75 Séneca el Viejo 2005: 101.
76 Zambrano 2011c: 107.
77 Zambrano 2004: 170.
171PARA UNA EXHUMACIÓN DEL PUEBLO: EXAMEN DE «LA PERSONA» EN MARÍA ZAMBRANO
no se agota en la mera humanidad; solidario del alma, lo es, entonces, de 
todo, en la medida que todo participa de la dimensión temporal propia 
del Anima Mundi. Por esto es que la Diótima zambraniana, conforme a la 
enseñanza sobre el amor que recibiera Sócrates en el Banquete, advierte, 
animistamente, que «Todo respira», pues «No hay cuerpo, no hay materia 
alguna enteramente desprendida del tiempo. Y todo cuanto se destruye va 
a dar a su corazón».78
Finalmente, una cuestión que no por obvia deja de merecer mención: 
la exhumación del pueblo, presumiblemente promovida por el propio, au-
todenominado «pueblo», no podría sino coincidir con una exhumación del 
alma, verificándose esta, a la luz de Zambrano, como la gran pérdida de 
Occidente, especialmente tras ser barrida por el Yo cartesiano.79 La cues-
tión es de una gravedad inmensa: ante la inminencia de una era posthu-
mana, la consideración zambraniana del pueblo llama la atención sobre lo 
que, humanado, se nos presenta como lo más humano. La antigua vocación 
órfica por salvar el alma, actualizada en y por Zambrano, acaba así deve-
lando la amplitud de su sentido soteriológico, que abraza la salvación de lo 
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