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Alteraciones de la imagen corporal

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Juan F.Rodríguez Testa¡ (coord.)
 
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COORDINADOR:
Juan E Rodríguez Testal es profesor titular de Psicopatología Clínica en la
Universidad de Sevilla.
COLABORADORES:
María Valdés Díaz es profesora titular de Evaluación Psicológica en la
Universidad de Sevilla.
M.a Mar Benítez es profesora contratada doctor de Psicopatología Clínica en
la Universidad de Sevilla.
M.a Cristina Senín Calderón trabaja en el Servicio de Atención Psicológica y
Psicopedagógica de la Universidad de Cádiz.
Sandra Fuentes Márquez es psicóloga interna residente en el Hospital Juan
Ramón Jiménez de Huelva.
Eduardo Fernández Jiménez es psicólogo y becario FPU en la Universidad de
Sevilla.
 
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Prólogo
1. Introducción
Juan E Rodríguez Testal y M.a Cristina Senín Calderón
1.1. Conceptualización de la imagen corporal
1.2. Antecedentes
1.3. El punto de vista evolutivo
1.4. Componentes de la imagen corporal
1.4.1. Perceptivos
1.4.2. Afectivos
1.4.3. Cognitivos
1.4.4. Conductuales
1.5. La experiencia corporal
1.6. Apariencia y atractivo físico
1.7. Satisfacción vs. insatisfacción con la apariencia
1.8. Preocupación/sobrevaloración de la apariencia
1.9. Alteraciones de la imagen corporal
Resumen
6
2. La alteración de la imagen corporal y los diagnósticos
Juan E Rodríguez Testaly M.a Cristina Senín Calderón
2.1. Trastorno Dismórfico Corporal (TDC)
2.2. Trastorno de la identidad e integridad corporal
2.3. Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA)
2.3.1. Anorexia Nerviosa (AN)
2.3.2. Bulimia Nerviosa (BN)
2.3.3. Anorexia, bulimia e imagen corporal
2.3.4. Trastorno por Atracón (TA)
2.3.5. Trastorno del comedor nocturno
2.3.6. Unas notas de epidemiología, inicio y curso de los principales TCA
2.3.7. Obesidad
2.4. Trastorno de la identidad sexual
2.5. Esquizofrenia y otras psicosis
Resumen
3. Alteraciones corporales que inciden en la imagen corporal
M.a Cristina Senín Calderón y Juan E Rodríguez Testal
3.1. Condiciones congénitas o de desarrollo temprano
3.2. Condiciones adquiridas o de desarrollo posterior
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3.3. Agnosias corporales
3.4. Otras condiciones o situaciones especiales que atentan contra la imagen
corporal
Caso clínico
Resumen
Preguntas de autoevaluación (capítulos 1, 2 y 3)
4. Etiología
Eduardo Fernández Jiménez
4.1. Variables implicadas
4.1.1. Factores biológicos
4.1.2. Factores perceptivos
4.1.3. Factores cognitivo-conductuales
4.1.4. Factores afectivos
4.1.5. Factores ligados a la etapa evolutiva
4.1.6. Factores ligados al desarrollo físico
4.1.7. Factores socioculturales
4.2. Teorías y modelos explicativos
4.2.1. Modelos biológicos
4.2.2. Modelos explicativos psicodinámicos
4.2.3. Modelos explicativos de tradición conductista
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4.2.4. Modelos explicativos de tradición cognitivista
4.2.5. Modelos socioculturales
4.2.6. Desarrollo de un modelo integrador
Caso clínico
Resumen
Preguntas de autoevaluación
5. Evaluación
María Valdés Díaz
5.1. Aspectos clave
5.2. Entrevistas
5.3. Cuestionarios, inventarios y escalas de evaluación de la imagen corporal
5.3.1. Métodos de evaluación de aspectos perceptivos
5.3.2. Métodos de evaluación de aspectos emocionales
5.3.3. Métodos que evalúan el aspecto cognitivo
5.3.4. Métodos que evalúan aspectos conductuales
5.3.5. Métodos multidimensionales que evalúan la imagen corporal
5.3.6. Métodos para evaluar la presión social hacia un modelo estético
corporal
5.3.7. Métodos para evaluar la patología asociada
5.4. Otras técnicas de evaluación de la imagen corporal
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Caso clínico
Resumen
Preguntas de autoevaluación
6. Tratamiento: guía para el terapeuta
M. a Cristina Senín Calderón, M. a Mar Benítez Hernández y Juan F
Rodríguez Testal
6.1. Tratamiento psicológico basado en el modelo cognitivo conductual
6.2. Programas de intervención fundamentados en el modelo cognitivo-
conductual
6.2.1. Programas elaborados para la intervención individual
6.2.2. Programas para la intervención grupal
6.2.3. Programa para la intervención en formato de autoayuda
6.3. Propuesta de intervención sobre las alteraciones de la imagen corporal
6.3.1. Introducción
6.3.2. Objetivos del tratamiento
6.3.3. Psicoeducación
6.3.4. Técnicas cognitivas y de autocontrol
6.3.5. Técnicas para la reducción de la ansiedad: la exposición
6.3.6. Técnicas operantes
6.3.7. Técnicas fundamentadas en el aprendizaje social
10
6.3.8. Prevención de recaídas
6.3.9. Terapias de tercera generación
6.3.10. Tratamiento farmacológico de los trastornos relacionados con la
imagen corporal
Caso clínico
Resumen
Preguntas de autoevaluación
7. Tratamiento: guía para el paciente
Sandra Fuentes Márquez
7.1. ¿Tengo un problema con la imagen corporal?
7.1.1. Definición de mi problema
7.1.2. Mitos y supuestos erróneos
7.1.3. Objetivos a conseguir
7.2. ¿Cómo superar los problemas con mi imagen corporal?
7.2.1. Aceptarme y aceptar mi cuerpo
7.2.2. Desafía los pensamientos perturbadores
7.2.3. Solución de conflictos personales e interpersonales
7.2.4. Manejo de la ansiedad y de otras emociones negativas
7.2.5. El papel de las actividades placenteras
7.2.6. Desafía toda imposición social
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7.2.7. Las dietas y sus consecuencias
7.2.8. El aspecto físico y su transformación
7.2.9. La identidad sexual y la transformación del cuerpo
7.3. ¿Qué hacer ante una posible recaída? Prevención de las alteraciones de la
imagen corporal
Claves de respuesta
Bibliografia
 
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Esta obra actualiza y desarrolla el constructo de imagen corporal y sus
alteraciones o distorsiones. En la mayoría de las publicaciones se da una
asociación entre este contenido y los trastornos de la conducta alimentaria.
Sin embargo, la perspectiva que subyace a este texto trata de ser más amplia.
Aunque es cierto que dicho grupo de trastornos tiene en su núcleo la imagen
corporal negativa, podría implicarse a la gran mayoría de los trastornos
mentales especificando en qué medida y sentido está afectada la imagen
corporal. Es pues un constructo relevante, un verdadero organizador de la
psicopatología, aunque con una importancia variable según qué diagnósticos
se aborden.
En el primer capítulo se delimita el concepto de imagen corporal,
partiendo de una concepción multidimensional, donde las influencias
socioculturales e históricas tienen un peso extraordinario (baste con
mencionar el papel desempeñado por la variable causal de internalización del
ideal de belleza). Tiene sentido entonces que hablemos de la imagen corporal
como una representación mental compleja de índole actitudinal. Desde este
punto de partida se plantea también una perspectiva dimensional que dé
cuenta de la gran extensión en la población de malestar o insatisfacción,
probablemente relacionados con una concepción de culto a la belleza, la
delgadez, la juventud, o en general el cuerpo, sin que deba representar,
necesariamente, un trastorno o patología. A partir de una disfunción de
partida puede considerarse la imagen corporal negativa, núcleo esencial y
paso previo para dar cuenta de un trastorno y con ello un diagnóstico clínico,
principalmente centrado en una adición de actitudes, implicación sobre el
comportamiento y la significación clínica.
En el segundo capítulo se analizan las diferentes condiciones diagnósticas
relacionadas con la imagen corporal y sus principales características. Se hace
mención, aunque de forma somera, de diferentes trastornos que
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tradicionalmente no se refieren por su alteración de la imagen corporal pero
en los que ésta, indudablemente, participa. Piénsese, por ejemplo, en los
trastornos depresivos. En cualquier caso, la importancia de este capítulo
sugiere que podrían reunirse diferentes psicopatologías bajo la etiqueta
común de trastornos o alteraciones de la imagen corporal entre las que,
inevitablemente, sobresalen los trastornos de la conducta alimentaria y el
trastorno dismórfico corporal.
En el capítulo tercero se plantean igualmente condiciones de orden más
corporal o físico que pueden implicar a la imagen corporal y relacionarsecon
algunos trastornos, como el estrés postraumático o los trastornos adaptativos.
En este momento se plantea un caso clínico que se desarrolla a lo largo de los
siguientes capítulos.
El cuarto capítulo nos sirve para revisar y asentar las condiciones que
pueden considerarse causales en las alteraciones o distorsiones de la imagen
corporal, así como plantear diferentes modelos o perspectivas explicativas de
estas manifestaciones psicopatológicas. En función de estas perspectivas
comienza a darse sentido al caso clínico planteado en el capítulo precedente.
El quinto capítulo presenta una revisión de todos los procedimientos de
evaluación en relación con la imagen corporal. Se ponen numerosos ejemplos
de cuestionarios, escalas, entrevistas y otros instrumentos que de forma
directa o indirecta exploran este contenido. Los autores proporcionan los
primeros datos inéditos de los instrumentos que están adaptando a la
población española y que pueden ser de utilidad para su futura aplicación,
complementando los existentes y ayudando a las labores del diagnóstico
clínico. También se interpretan los resultados del caso clínico presentado al
hilo de los instrumentos aplicados.
El capítulo sexto revisa el abordaje terapéutico de este tipo de alteraciones.
Aparte de hacer una revisión de algunos de los programas más destacados y
conocidos en este ámbito, los autores defienden un planteamiento propio
fundamentado en la práctica clínica. Se parte de una concepción que podría
aplicarse de manera común a diferentes trastornos, si bien haciendo los
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ajustes pertinentes a la sintomatología específica y de las características del
paciente en particular. Se incluyen diferentes ejemplos clínicos donde puede
observarse el trabajo que se hace en consulta con este tipo de pacientes, de
diversa gravedad y diagnóstico. Se dan algunas sugerencias para el trabajo
del terapeuta, tanto desde una perspectiva cognitiva tradicional como desde
los abordajes de última generación. Por último, se revisa el caso clínico
planteado en el capítulo tres, resumiendo todo el proceso de intervención y el
progreso de esta paciente.
En el último capítulo, el séptimo, se proporciona un material de apoyo de
utilidad para trabajar con los pacientes. Es una lectura que puede ayudar al
conocimiento por parte del paciente de factores y circunstancias que pueden
estar en el origen de las alteraciones de la imagen corporal en sus principales
aspectos. Además, este material resulta de ayuda para el trabajo del terapeuta,
principalmente en el conocimiento de los aspectos fundamentales de la
terapia, las argumentaciones centrales acerca del manejo del malestar y las
dificultades que experimentan los pacientes, así como de algunos de los
contenidos de la psicoeducación.
Todo ello presenta una visión multifacética y comprehensiva de la imagen
corporal, probablemente un ejemplo claro en la psicopatología donde las
condiciones biológicas, psicológicas o sociales son insuficientes por sí solas
para explicar la diversidad de expresiones disfuncionales, convirtiéndose,
como imagen corporal negativa, en el denominador común de lo que pudiera
agruparse como alteraciones o distorsiones de la imagen corporal.
 
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1.1. Conceptualización de la imagen corporal
El cuerpo es lo más cercano y lo más externo de nuestro ser. Nos traslada y
procesa información procedente del exterior o exteroceptiva. El cuerpo
también es contenido. Reúne información interna o interoceptiva (y
propioceptiva). Es nuestro recipiente, el continente de nuestro yo. Es, sobre
todo, el vehículo de conexión y participación con los actores y escenarios en
los que nos desenvolvemos. Este espacio corporal, interno y externo;
objetivo, subjetivo, e intersubjetivo, se sustenta en una consciencia de entidad
personal y una experiencia vital (de Preester y Knockaert, 2005; Pera, 2006;
Raich, 2001). A su vez, nuestras experiencias vitales están condicionadas por
este espacio (corporal) en el que nos ha tocado vivir (Cash, 2004).
Así las cosas, continente y contenido se resumen conceptualmente en
nuestro autoconcepto fisico o identidad física y somática: "soy castaño, peso
78 kg, mis ojos son de color claro, mi piel..." (por ejemplo, para una
descripción de rasgos corporales externos). Y también del espacio interno: "la
emoción de una noticia me hace notar enseguida el corazón con toda su
fuerza", "a menudo siento acidez en el estómago", 11 me recupero rápido de
cualquier enfermedad", "resisto bien el esfuerzo físico".
Tiene, como se ha dicho, un lado externo, un límite reconocible con el
exterior, objetivable, la apariencia, sobre la que opino y opinan, es decir, la
tarjeta de visita que nuestro cuerpo presenta de forma habitual y reconocible
para los demás. Conlleva asimismo una valoración emocional. Este examen
de nosotros mismos, influido por la evaluación de los demás condiciona, al
menos en parte, nuestra estima, nuestro amor propio o, dicho de otro modo,
nuestra autoestima, en este caso dirigida al cuerpo y su aspecto, la autoestima
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corporal: "me gusta mi pelo", "dicen que hago siempre este gesto simpático
cuando sonrío", "tengo arrugas y unas sombras en la piel que me
desagradan", "enseguida me pongo colora da, todos se dan cuenta", "me han
dicho siempre que este pequeño lunar es atractivo", "mi nariz es muy grande,
sé que es lo primero que ven de mí".
Es difícil definir la imagen corporal porque es un constructo
multidimensional e interactivo (Veale y Neziroglu, 2010). Es una parte de
nuestra identidad global y tiene que ver con el desarrollo de nuestra
autoconsciencia. De hecho, se alude a la imagen corporal cuando la persona
hace consciente su propio cuerpo, por ejemplo al mirarse ante un espejo o al
apreciar con el tacto las características de su piel. Es el cuerpo como objeto
(Pérez Álvarez, 2012).
La imagen corporal se conforma a partir de la interacción con los demás,
con la valoración social interiorizada (Cash y Fleming, 2002; Tantleff-Duran
y Lindner, 2011). Se inscribe en la idea o definición general de nosotros
mismos (autoconcepto global), tanto desde el punto de vista más corporal
(una parte de la identidad física o autoconcepto físico, componente
cognitivo), como del componente subjetivo o emocional ligado a nuestro
autoconcepto físico (autoestima corporal). A su vez, esta autoestima corporal
se relaciona con el ideal corporal que me representa (no siempre estoy
atractiva, generalmente tengo buena figura, he conseguido fortalecer mis
músculos, etc.) versus el ideal que los demás (o la sociedad) suscitan o
favorecen en mí (figura 1.1).
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Figura 1.1. Relación teórica entre la imagen corporal con el autoconcepto,
autoestima y conducta.
La imagen corporal es una representación mental compleja (con su
correlato y organización neural), multifacética, estable, aunque en continua
actualización acerca de nuestro cuerpo y su experiencia emocional. Dada su
relación con el autoconcepto (físico), sus contenidos abarcan desde la
estatura, la figura o silueta, el peso, el sexo, el funcionamiento corporal, la
activación fisiológica y emocional o el mo vimiento, a la forma de moverse,
de relacionarse, el grado de expresión de la masculinidad o feminidad, de
nuestras habilidades y competencias, o el estado físico y de salud.
Resumidamente se suele referir la imagen corporal como las experiencias
perceptivas, subjetivas y actitudes sobre el propio cuerpo, particularmente
sobre la apariencia física (Jakatdar, Cash y Engle, 2006; Pruzinsky y Cash,
2002). La integración de los aspectos más externos y visibles para los demás,
junto con la perspectiva más interna e idiosincrásica, dan el sentido de
corporalidad al ser humano.
Dicho de otra manera, la apariencia física es una característica percibida,
experimentada o sentida, e integrada del ser humano en lo que llamamos
imagen corporal. Por tanto, esta representación mental es marcadamente
subjetiva, se alimenta del modo en que nos sentimos con respecto al cuerpo,
cómo lo valoramos, apreciamos y opinamos, cómo nos comportamoscon él,
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cómo estimamos o suponemos que los demás lo perciben y reaccionan ante él
(y de lo que en una determinada sociedad se considera atractivo). El
desarrollo de la imagen corporal lo es asimismo del autoconcepto global (y
físico), por ejemplo, a lo largo del proceso de maduración y el de
envejecimiento normales, por una anomalía corporal congénita, la aparición
de una discapacidad, la presencia de dolor crónico, el impacto del cambio en
el aspecto físico por una enfermedad, haber sufrido abusos sexuales, entre
otras muchas posibilidades.
La subjetividad de la imagen corporal influye en la actitud que se tiene
hacia el cuerpo, pues puede hallar discrepancias entre la asunción o
internalización de un ideal general o social (cultural), el yo-(corporal) ideal y
el yo-(corporal) actual, lo que necesariamente repercute en el bienestar y la
calidad de vida del ser humano. Es decir, apariencia e imagen corporal no son
sinónimos: una persona puede desarrollar una imagen corporal negativa
aunque no lo sea su aspecto o apariencia (de forma consensuada); y lo
contrario también es cierto: una persona cuya apariencia no responda al
estereotipo de belleza donde se socializa puede tener una imagen corporal
positiva de sí misma. En consecuencia, una imagen corporal favorable es
aquella en la que se experimentan sentimientos positivos sobre la propia
corporalidad y de autoconfianza en las situaciones sociales (Grogan, 2008).
A menudo, la importancia del ideal de belleza resulta un favorecedor de
insatisfacción y preocupaciones acerca de la apariencia. Como se verá más
adelante, cuando las personas experimentan sus cuerpos de forma poco
atractiva, indeseable, o se rechazan y avergüenzan de sí mismas, se alude a
alteraciones de la imagen corporal (Gilbert y Miles, 2002). Pueden dirigirse a
la apariencia en general, a diversas funciones del cuerpo, o a una parte en
particular del aspecto corporal.
Pongamos un ejemplo. Pablo, un varón de 21 años, acude a consulta por
sentirse deprimido. Se trata de un estudiante universitario con buenas
calificaciones, estudioso, e intereses intelectuales fuera de lo común. Escribe
novelas y participa en un taller de escritura. Objetivamente es una persona
con sobrepeso, siempre lo ha sido, aunque no es algo exagerado. En un
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autorregistro para la terapia anota: "Me veo cuando me ducho. Me doy asco,
no me aguanto ni yo, ¿cómo voy a gustar a alguien? Yo no debería estar en
este cuerpo. No quiero este cuerpo. No estoy preparado para vivir. Querría
estar muerto. Me siento hundido". A pesar de ser una persona con valores y
aptitudes, apenas los menciona como algo de interés o que le califiquen de
forma positiva. Desprecia su cuerpo y permanentemente se compara con los
chicos de su edad, los cuerpos "normales" de todo el mundo, como él destaca,
y su imposibilidad para tener pareja.
Se resalta el fundamento emocional evaluativo o valorativo de la imagen
corporal, pero su desarrollo no es ajeno a un contexto. Participan influencias
socioculturales globales (sociedad), nucleares (familia) y provenientes de la
red social (p. ej., los iguales), que contribuyen a darle contenido y a resaltar la
importancia de unos aspectos en lugar de otros, a favorecer unas conductas y
no otras. Es sabido, en este sentido, que el ideal de belleza lo establece cada
sociedad de algún modo y durante algún tiempo. En los momentos en que
vivimos actualmente, impera un ideal de belleza especialmente insistente y
poco variado para la mujer. El ideal de mujer se resume en la delgadez
(también ser alta, joven y, a ser posible, con buen pecho), de manera que se
convierte en un prototipo difícil de cumplir dada la heterogeneidad en el
biotipo de nuestra especie y los cambios a los que el tiempo somete al cuerpo.
En el caso del hombre, y cada vez de forma más patente, aunque con menos
insistencia y con mayor variedad que en el caso de la mujer (Buote, Wilson,
Strahan, Gazzola y Papps, 201 1), se valora y potencia la esbeltez y la
abundancia de músculos, sobre todo en brazos, pecho y abdomen.
La imagen corporal ha de entenderse por su posibilidad de cambio, aunque
con diferente impacto en según qué momento del desarrollo evolutivo del ser
humano, con diferente nivel de consciencia (o autoconsciencia), e integrada
en el conjunto del sí mismo o Self (concepto que aglutina el autoconcepto
global, la autoestima, la conducta y la propia imagen corporal o autoimagen).
Esto significa que el desarrollo de la imagen corporal depende de una enorme
variedad de influencias: desde el ideal de belleza de una sociedad, la
importancia que se concede al aspecto físico porque hoy significa éxito social
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y profesional (cantantes, actores y actrices, modelos, deportistas, etc.), a las
experiencias con relación al cuerpo y la imagen con los miembros de la
familia, amistades o iguales en general (criticismo, bromas y burlas,
sobrevaloración y preocupaciones en las conversaciones, comentarios en los
programas de televisión, comparaciones con las imágenes de las revistas,
carteles, anuncios, etc.). Además, qué duda cabe, que el proceso de desarrollo
de la imagen corporal no finaliza de manera temprana sino que ha de
adaptarse a la carrera de relevos característica de los cambios evolutivos:
configuración corporal hacia la adultez (por ejemplo, el ensanchamiento de
las caderas), abandono del aspecto de un niño o niña (cambios en la piel,
aparición de caracteres sexuales secundarios, por ejemplo), indicadores de
desgaste o envejecimiento del cuerpo y su aspecto (aparición de pelo canoso,
arrugas, flacidez).
Figura 1.2. Dimensiones de la imagen corporal.
Se considera que la imagen corporal es de naturaleza actitudinal (figura
1.2), con diferentes características o variables intervinientes de tipo afectivo,
cognitivo y de conducta, como se detallará posteriormente. La imagen
corporal se describe por dos actitudes o dimensiones fundamentales (Cash y
Smolak, 2011).
La primera dimensión o actitud es de tipo evaluativa o comparativa. En
21
ella, prepondera el componente emocional o afectivo identificado por su
carácter subjetivo, personalizado, y centrado en el agrado-desagrado o la
satisfacción-insatisfacción con la apariencia (desde el peso, o la figura, a
cualquier otro componente de nuestro aspecto) en la llamada autoestima
corporal. Es un componente dependiente del estado de ánimo, por lo que
puede resultar cambiante. En esta actitud participa el efecto de la
internalización del ideal de belleza de la sociedad en la que vivimos (un
contenido cognitivo de la segunda actitud de la imagen corporal), con la que
nos valoramos por un proceso natural de comparación social. Por tanto, la
zona problemática de la imagen corporal comienza por la importancia que
adquiere el ideal físico intemalizado frente a la propia valoración del cuerpo o
apariencia real, lo que favorece la insatisfacción corporal (disforia por el
cuerpo o el aspecto corporal).
La segunda dimensión o actitud es de tipo cognitivo y conductual, y se
refiere a la dedicación, carga, o inversión que ponemos en la apariencia
personal (figura 1.2). Es la importancia concedida, valencia, saliencia, e
implicación por la apariencia. En esta dimensión se analizan los cuidados,
atenciones y conductas, en relación con el cuerpo (componente funcional). Es
adaptativo dedicarse a la apariencia, mostrar nuestro atractivo; dedicar algún
tiempo a nuestro cuidado es un indicador de equilibro psicológico y de
organización de la conducta.
También se analizan aquí los autoesquemas de la apariencia (aspecto que
puede resultar disfuncional) y que derivan de los esquemas corporales
generales. Estos autoesquemas a propósito de la apariencia proceden de la
historia personal, de las experiencias interpersonales o sociales vividas por la
persona, por tanto, derivan de valoraciones y comparaciones cargadas de
afecto. Digamos que las vivencias y la información derivada de esas
experiencias se resumen, ordenan, o esquematizan cognitivamente, pues se
trata de información relevante para lapersona. Estos autoesquemas tienen
mucho que ver con las creencias estereotipadas que se tienen sobre el
atractivo de los demás o la apariencia en general, pues la apariencia es un
modelo y fuente de refuerzo social; son el producto cognitivo donde se
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aprecia la internalización del ideal de belleza. Nuevos sucesos a los que nos
enfrentamos activan el procesamiento esquemático de la autoevaluación, lo
cual, en principio, debería facilitar la adaptación a las situaciones, la
regulación de las emociones y los esfuerzos de afrontamiento, pero también
pueden ser una fuente de malestar continuo.
Las principales áreas problemáticas de la actitud de la dedicación o
importancia tienen que ver con la preocupación-sobrevaloración por el
cuerpo (el peso, la gordura, la flacidez, la escasez de músculos...) que se
deben a las discrepancias halladas en la valoración del cuerpo (actitud
evaluativa/comparativa) con respeto al ideal que la persona tiene de su propio
cuerpo o del que es socialmente seguido. Esto puede dar lugar y fortalecer los
autoesquemas negativos o autoevaluativos de la apariencia, por lo que el
ideal de belleza internalizado condiciona o afecta a la autoestima corporal
(ver figura 1.3).
En definitiva, todo depende de la inversión, dedicación, valencia o carga
que pongamos (en los autoesquemas) acerca de la apariencia física. Resulta
disfuncional, en todo caso, cuando la carga o dedicación de la apariencia es
exagerada (sobrecarga), cuando la apariencia se compara continuamente con
la de los otros, y cuando afecta a nuestra valía o definición de forma integral
(Cash, Melnyk y Hrabosky, 2004). Digamos entonces que la sobrecarga
facilita la sobrevaloración (ideas sobrevaloradas) del ideal de belleza, por lo
que los autoesquemas de la apariencia se convierten en un modelo estrecho a
seguir para valorar la valía personal (disminución de la autoestima y la
autoestima corporal).
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Figura 1.3. Relaciones teóricas entre las dimensiones de la imagen corporal.
Por último, ya se ha dicho que la imagen corporal se desarrolla e integra en
un contexto y que dicho escenario interviene e influye en la valoración que
hacemos de nosotros mismos y nuestras relaciones interpersonales (Pruzinsky
y Cash, 2002). En cierto sentido, la imagen corporal pilota el vehículo que es
el cuerpo. Pero ¿qué sucede si dicha actitud evaluadora es negativa o si la
dedicación, inversión, valencia o importancia son tan marcadamente
aversivas que empieza a ser lo más importante de la definición de la propia
persona?, o dicho de otra manera, ¿qué sucede si el autoconcepto de una
persona depende exclusivamente de su autoconcepto físico, su autoestima
(física) es negativa y central, su conducta está centrada precisamente en
disminuir las discrepancias halladas en el aspecto real frente al ideal (suyo y
social) y pretende cambiar el cuerpo y su aspecto? Nos referiremos entonces
a las alteraciones de la imagen corporal. Se verá más adelante en detalle.
1.2. Antecedentes
Las primeras aportaciones acerca de la imagen corporal se centraron en el
componente perceptivo de la misma (Bonnier, Pick, Head, Schilder, etc.). El
denominador común de los planteamientos de la primera mitad del siglo xx
es que las señales sensoriales (sensibilidad, posiciones, movimientos) dan
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lugar a una imagen espacial del cuerpo en el cerebro (aportaciones de Head,
Pick, Holmes, Penfield, Rasmussen). Por ello, el concepto de esquema
corporal suele considerarse el antecedente claro de la imagen corporal, tal y
como se entiende en la actualidad. Los inputs de los canales sensoriales
daban lugar a un reflejo o equivalente cerebral de cada zona corporal, la
coordinación del movimiento y los cambios posturales (Pruzinsky y Cash,
2002). En este sentido, el estudio de la imagen corporal nació a partir de la
información proporcionada por la neuropatología: el miembro fantasma,
autotopagnosia, hemisomatoagnosia, anosognosia, entre otras (Cash, 2004).
Como se observan casos muy tempranos de miembro fantasma (por falta
congénita de miembros o pérdida temprana de los mismos), se deduce que el
esquema corporal son representaciones neurales del cuerpo y sus funciones
en el cerebro, lo que permite la experiencia de imagen corporal (tesis de
Stamenov) (de Preester y Knockaert, 2005).
Paul Schilder (1935/1950), en su obra The Image and Appearance of the
Human Body, analizó los componentes neurológicos, psicológicos y
socioculturales, que participaban en la apariencia y la imagen corporal, e
influyó en la consideración científica de este tópico al considerar
intuitivamente que el esquema corporal es la imagen de nuestro propio
cuerpo en nuestra mente, o la manera en la que el cuerpo se nos aparece. Esta
imagen espacial que todo el mundo tiene de sí mismo, caracterizada por su
cualidad de gestalt (incluyendo los componentes libidinal, emocional y
subconsciente).
Otro antecedente, apenas recordado, es Thomas Szasz (1957), quien
contribuyó a la consideración de la imagen corporal desde el punto de vista
psicopatológico y de una forma amplia o integrada. En definitiva, aunque se
centró en las alteraciones y distorsiones corporales que podían apreciarse en
la esquizofrenia, interesa mencionarlo en este punto porque no consideró a la
imagen corporal de forma exclusivamente perceptiva, sino aunada con la
respuesta y funcionamiento emocional y del yo.
Es cierto que en la imagen corporal intervienen aspectos perceptivos. Pero
la atención al cuerpo o a una parte del mismo (como input sensorial), tal y
25
como se acepta actualmente, es una focalización perceptiva que permite
consciencia y experiencia del cuerpo, posibilitando que se tenga noción del
cuerpo (imagen corporal). Complementariamente, se entiende que la manera
integrada, natural, o no consciente en la que funciona el cuerpo, con unas
características que definen un estilo individual e idiosincrásico, es el esquema
corporal (el cuerpo como sujeto, en términos de Marino Pérez, 2012).
Gracias a este proceso de volcado de la conciencia sobre sí mismo, sobre
el propio cuerpo (como objeto) implica el desarrollo de la imagen corporal y
del sentido más global del sí mismo (Sed desde etapas muy tempranas. Pero
no es el único elemento a tener en cuenta. Probablemente tampoco es el más
importante. En el desarrollo de nuestra imagen corporal y, por tanto, de una
parte de nuestro Self, participa de manera decisiva el papel que desarrollamos
como agentes sociales. Nuestras emociones primarias (tristeza, miedo, o
enfado, por ejemplo, y sus versio nes marcadas, depresión, ansiedad e ira,
respectivamente) se van diversificando en las llamadas emociones
autoconscientes (culpa, vergüenza, orgullo...), expresamente ligadas a nuestra
competencia social, caracterizadas por significados autorrelevantes (Tangney,
1995) y favorecidas (retroalimentadas) por el contexto sociofamiliar en el que
tiene lugar nuestro desarrollo.
Esta amalgama de procesos cognitivos y emocionales en desarrollo
continuo ha ocasionado que, en muchas ocasiones, se hayan utilizado
conceptos próximos al de imagen corporal como satisfacción con el peso,
exactitud en la percepción de la talla, satisfacción corporal, satisfacción con
la apariencia, etc., de forma sinónima o intercambiable, precisamente dada la
riqueza de aspectos que intervienen y se simultanean en la experiencia
corporal.
La aportación de Tomas F.Cash a partir de los años noventa resulta capital.
Reformula la idea de Fisher de imagen corporal, para indicar que no había
una sino varias imágenes corporales. Define entonces la
multidimensionalidad del concepto y extiende las áreas en las que ha de
estudiarse su posible alteración para no limitarla a los trastornos de la
conducta alimentaria, como estaba sucediendo desde las décadas anteriores a
26
los años noventa. De esta manera, además del componente perceptivo,
interviene una variedad de procesos cognitivos y conductas (en la actitud de
dedicación que estableció Cash), más un componente esencialmente
emocional (en la actitud evaluativao comparativa).
Si se retoma el ejemplo de Pablo, se puede entender la importancia
excesiva concedida a la apariencia, ligándola con la valía personal. La
asunción de que es rechazado por los demás por su gordura y valorado
únicamente por este aspecto le hace concebir que no sirve, que es una
persona inútil. La escasísima dedicación al cuidado de su cuerpo e interés
desmedido por el mismo, dado que hay cosas que le gustaría que fuesen de
otro modo, no hace sino incrementar su rechazo personal. Detesta el deporte,
reconoce que come más de lo que debería y bebe para tranquilizarse,
conjunto que contribuye a estimar que no alcanzará una apariencia atractiva.
En consecuencia, no será suficiente si se interpreta lo que le sucede a Pablo
como algún tipo de alteración perceptiva acerca de si es preciso o no al
estimar su sobrepeso. Se trata de una diversidad de factores que interaccionan
y que podemos tratar de integrar en las actitudes que definen la imagen
corporal.
1.3. El punto de vista evolutivo
Evidentemente, estos procesos cognitivos han de situarse en una secuencia de
desarrollo. Nuestra aceptabilidad y estatus dependen de ser reconocido o
tener algún valor; ser aprobado, deseado o escogido por otros son aspectos
clave para la conformación de la autoestima y la confianza. Gustar, ser
aprobado y valorado, es altamente motivador para el ser humano. El
desarrollo de un autoconcepto positivo y una autoestima igualmente
favorable, permiten una evaluación constructiva del propio cuerpo y sirve de
amortiguador de los sucesos y cambios que de un modo u otro amenazan la
imagen corporal (Cash, 2011). Si la discrepancia entre la versión a la que
aspiro de mi cuerpo (ideal) y la que presento (real) no es destacada, como
tampoco desmesurada la importancia que la sociedad concede al ideal del
cuerpo y la apariencia, cuidaré mi cuerpo de forma aceptable y mis
autoesquemas de la apariencia serán esencialmente positivos.
27
En consecuencia, los embates sobre nuestro Self, en el ámbito corporal
específicamente, lo son porque lesionan nuestra función social. Si se percibe
que no se alcanza el ideal de la apariencia y se vive de forma negativa y
destacada, se experimentan como riesgo de rechazo (cuidado, apoyo) o
pérdida de estatus (consideración, aceptación). Con ello surgen emociones
negativas autoconscientes y primarias (algunas como la ira pueden
autodirigirse), puede alterarse la idea y opinión que tenemos de nosotros
mismos (autovaloración y autoesquemas negativos), y favorecer la
sobrefocalización (y rumiación, por ejemplo) como elemento perpetuador del
malestar y la preocupación/sobrecarga (o dedicación exagerada). Por tanto,
las experiencias y desarrollo del apego tienen un papel muy relevante en el
modo y tipo de información procesada desde el punto de vista social (Dykas
y Cassidy, 2011).
Un momento del desarrollo en el que las preocupaciones por la imagen
corporal son comunes es la adolescencia. Se trata de una época de suficientes
cambios físicos (que inciden por ejemplo en el índice de masa corporal, IMC)
y cognitivos (mayor capacidad y competencias), como para que se facilite la
evaluación y focalización en el cuerpo y la apariencia. Lo estimulan los
iguales, los padres o los medios de comunicación, dando lugar a la
internalización de determinados ideales de la apariencia ("una mujer delgada
es atractiva y vale") o, en general, la formación de los autoesquemas de la
apariencia ("no estoy delgada, no soy atractiva, no valgo"). Cuando
sobresalen las discrepancias en la estimación de la figura por cómo es la
apariencia de la persona y lo que se espera de ella, hay una baja estima
corporal, lo que se traduce en una enorme dedicación o inversión en la
apariencia, en definitiva, aparecen los problemas (Clark y Tiggemann, 2008).
Se sabe, especialmente entre las chicas y, sobre todo, con mayor IMC, de
la susceptibilidad y facilidad para la sobrevaloración de los ideales de la
apariencia internalizados, mostrando con ello mayor deseo de delgadez y
disminución de la estima corporal. En el caso de los varones, el ideal de
hombre musculoso difundido por los medios de comunicación se ha
convertido en el predictor más potente de la preocupación marcada por
28
aumentar el volumen muscular, favoreciendo la insatisfacción por el cuerpo
(Smith, Hawkeswood, Bodell y Joiner, 2011). Añáda se a lo dicho que, en
este momento evolutivo, el plano sexual incide en el desarrollo de la
autoconsciencia (como objeto de atención sexual), y una posible imagen
negativa, sobre todo en aquellos casos donde se da una madurez sexual
temprana (especialmente en chicas), o muy tardía (especialmente en chicos),
o de experiencias sexuales inadecuadas para el momento evolutivo.
En definitiva, resulta fácil deducir que en estas edades, donde la
evaluación de la apariencia es tan importante como los cambios de la misma,
la presencia de la insatisfacción corporal sea más norma que excepción
(Bearman, Presnell, Martínez y Stice, 2006). Hasta tal punto es así que se
considera que entre el 40% de los jóvenes y del 40 al 70% de las adolescentes
están descontentos con dos o más aspectos de su cuerpo (principalmente
donde hay tejido adiposo: caderas, glúteos, muslos, vientre). El declive de la
satisfacción corporal (o el auge de la insatisfacción) empieza a ser relevante
entre los 12-15 años (Levine y Smolak, 2002).
Se ha planteado que la socialización diferencial afecta al modo en que las
jóvenes han de considerar su cuerpo. La identidad femenina se ha definido
tradicionalmente por su relación con los otros o dirigida hacia los demás, por
lo que es sencillo entender la importancia que adquiere la apariencia como
índice de valía. Esto favorece una visión de la mujer como más insegura, un
cuerpo que hay que proteger, más susceptible de daño o abuso, así como es
más fácil hallar situaciones de fracaso académico o interpersonal en relación
con una imagen corporal más negativa o debilitada (e incrementa el riesgo de
la depresión, bastante más frecuente entre las adolescentes).
Aunque probablemente hace falta un mayor volumen de investigación,
sobre todo de tipo longitudinal, el papel de la televisión y las revistas, el de
los juguetes, los anuncios, las películas o, de forma más global, de los medios
de comunicación, no parece tener una función causal tan directa sobre las
alteraciones de la imagen corporal (Levine y Mumen, 2009) o al menos,
habría que decir, presenta un efecto variable o indirecto.
29
Del papel siempre destacado de la influencia de los iguales (por ejemplo,
conversaciones sobre el cuerpo o la apariencia), se observa que interviene, en
todo caso, en la preocupación y tal vez en algunos cambios conductuales
(restricciones alimentarias), pero no de forma lineal con los problemas del
nivel de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA, en adelante), por
ejemplo (Levine y Chapman, 2011; Paxton, Schutz, Wertheim y Muir, 1999).
Tomados en su conjunto, las presiones de familiares, de iguales y de
medios de comunicación favorecen una internalización de los estándares de
atractivo inalcanzables (y el desarrollo de los autoesquemas de la apariencia)
junto con la sobrevaloración del ideal de belleza, ocasionando, entonces sí, la
insatisfacción corporal. Llegados a este punto, la insatisfacción se relaciona
con el IMC y cam bios drásticos en el control del peso, como predictores
negativos potentes, dando lugar a una situación de vulnerabilidad para el
desarrollo de los TCA (Espinoza, Penelo y Raich, 2010).
Pero en esta descripción no deben omitirse las características personales, a
menudo menos analizadas. Por ejemplo, variables psicológicas como el estilo
de autonomía del adolescente (Mask y Blanchard, 2011). Puede ser, entonces,
que especialmente entre las chicas, una baja autonomía (necesidad de gustar y
de agradar a los demás) se relacione con una mayor búsqueda de la delgadez
y baja autoestima corporal. O, en sentido positivo, también se ha analizado la
autocompasión, una forma de autoaceptación (menor autocrítica,
reconocimientode que las experiencias son comunes a todo el mundo y
consciencia de las deficiencias), como un predictor de menos preocupaciones
corporales, menos culpabilidad y una presencia más baja de síntomas
depresivos (Wasylkiw, MacKinnon y MacLellan, 2012).
En consecuencia, la resistencia o vulnerabilidad individual resultan claves
para entender cómo una presión social generalizada (sobre todo se alude
siempre a los medios de comunicación) da lugar a una situación de riesgo
para los jóvenes, pero sin embargo ocasiona una imagen corporal alterada
sólo en una parte de estos jóvenes (aunque es, desde luego, una facción
demasiado amplia).
30
Por otro lado, el papel de los iguales no es único. Puede tener varios
rostros. De hecho, el papel de la actividad y apoyo sociales, es decir, cuando
hay verdadero compromiso social, representa un moderador para la imagen
corporal, incluso ante la presencia de sobrepeso (Caccavalea, Farhatb e
Iannotti, 2012). Esta relación parece ser cierta para las adolescentes, no para
los chicos.
Se ha retratado a la pubertad y la adolescencia como momentos claves en
la caracterización de la imagen corporal negativa (insatisfacción o
preocupación por la apariencia). Sin embargo, se han observado indicadores
de insatisfacción con la imagen corporal en niños de 5-7 años.
Desde edad muy temprana el niño va desarrollando habilidades cognitivas
que permiten suponer que estima e identifica su cuerpo correctamente. Desde
los 2 años en adelante existe una habilidad para representar el tamaño y peso
del cuerpo (Brownell, Nichols, Zerwas y Ramani, 2010). Y en este sentido, se
ha observado que los niños de entre 3 y 5 años con sobrepeso infraestiman su
peso en estas representaciones, como hacen sus padres con estos niños
(padres caracterizados además por insatisfacción corporal) (Tremblay,
Lovsin, Zecevic y Lariviére, 2011). Así pues, las actitudes negativas hacia la
gordura y el deseo de delgadez, aunque no de forma extendida o general,
pueden estar presentes entre los preescolares.
Entre los 4 y los 6 años, la preocupación de los chicos tiene que ver, en
mayor medida, con el sentimiento de querer ser mayor o ser demasiado
pequeño o gran de, todavía sin diferenciar la preocupación en cuanto a la
talla, ser musculoso, grueso o no. En las chicas, sobre todo, hay intereses por
la ropa, el pelo y los papeles relativos a la apariencia por género. Ellas sí
parecen más preocupadas por estar o llegar a estar gordas. Esto significa que
probablemente reciben más mensajes (en términos de comparación) acerca de
cómo debe ser el cuerpo.
A los 6 años comienza el interés por el peso y la figura de un modo
próximo al del adolescente. Entre los 6-12 años ya es posible hallar
insatisfacción con algún elemento del peso y la figura hasta en el 50% de los
31
casos (Smolak, 201la). Empieza el influjo y recepción significativa de los
mensajes sexualizados de los medios. Los datos sugieren que el papel de los
medios ya se ha estabilizado a los 9 años (incluyendo la internalización del
ideal de delgadez), del mismo modo que desde edades muy tempranas se
aprecian estereotipos negativos hacia la obesidad, aunque no esté todavía en
el foco de sus preocupaciones. Por estos motivos, Clark y Tiggemann (2008)
señalan que las preocupaciones por la imagen corporal son comunes en la
adolescencia, pero la imagen corporal pobre es incluso anterior a este
periodo.
Se ha constatado que cuando las preocupaciones sobre el peso y figura
están presentes a los 5 años predicen preocupaciones por la imagen corporal
entre los 7 y 9, y que la insatisfacción por la imagen corporal a los 5 y 7
predicen la restricción alimentaria y actitudes alteradas hacia la alimentación
a los 9 años de edad (Davison, Markey y Birch, 2003). También hay casos
descritos de trastorno dismórfico corporal (TDC) en niños de 5 años, con
creencias y sesgos cognitivos semejantes a los observados por los adultos. E
incluso este trastorno está en la historia de hasta un tercio de adultos con
TCA actual o antecedentes de TCA (Ruffolo, Phillips, Menard, Fay y
Weisberg, 2006).
En el ejemplo con el que iniciamos este capítulo se pueden observar
algunos elementos relacionados con todo lo dicho. Por un lado, Pablo destaca
un incidente surgido con 12 años, cuando recibió burlas en torno a su cuerpo
y su gordura. Señala que con menos años no se dieron episodios concretos, o
no los recuerda, aunque dice que era plenamente consciente de su cuerpo y
consciente del cuerpo grueso de su madre. Además, durante este periodo y
toda la adolescencia, evita en lo posible el ejercicio físico, ir a la playa, se
vuelve cada vez más pasivo e introvertido. Busca mucha ayuda y consuelo
emocional en sus padres. Es durante el comienzo de la carrera universitaria
cuando se da otro incidente consistente en comentarios desagradables acerca
de la gordura de los que se da cuenta, aunque no fueron dirigidos
directamente a él. Comienza a vestir ropas oscuras para disimular y,
ocasionalmente, bebe de forma intensa para sentirse más tranquilo al salir a la
32
calle. Al final opta por dejar la carrera de forma presencial y se matricula en
una universidad a distancia.
Desde los comienzos de la adultez se espera de la mujer que ligue su
apariencia a la juventud. Con independencia de la edad, la insatisfacción
entre las mujeres con respecto al estómago, caderas y muslos permanece, y el
peso sigue siendo una preocupación duradera (Grogan, 2011). Aunque hay
una clara distinción entre hombres y mujeres en este punto, más exigente con
ellas que con ellos (Grogan, 2008), se plantea que cuando las personas ganan
en edad es posible que hayan alcanzado sus necesidades de seguridad en la
red social (Vartanian y Hopkinson, 2010), por lo que se observará una menor
necesidad de sintonía social o conformidad y, con ello, una influencia inferior
a la sobrevaloración tras la interiorización del ideal de belleza. Dicho de otra
manera, la adultez y la vejez son etapas en las que tiende a mantenerse el
sentido del Self, por lo que la vivencia de amenaza al mismo disminuye.
Ha de partirse de la idea de que todo cambio corporal no significa,
necesariamente, una consecuencia negativa. Por ejemplo, los estudios que se
han hecho con mujeres embarazadas coinciden en que, a pesar del incremento
del peso, y a pesar de la alteración de la figura, el grado de satisfacción
corporal de las mujeres embarazadas es mayor que entre las mujeres no
embarazadas (Loth, Bauer, Wall, Berge y Neumark-Sztainer, 2011). Se ha
argumentado que esto se relaciona con varios aspectos a tener en cuenta: por
un lado, una situación buscada o deseada comúnmente, cambios que se
producen de forma paulatina, la idea de que estos cambios son reversibles en
gran medida, centramiento en el desarrollo del feto y la crianza posterior por
encima del propio cuerpo y el momento evolutivo en el que suceden, es decir,
como alteración normativa en la imagen corporal (y el aspecto). Con todo,
tras el parto, se considera que hasta el 75% de las mujeres muestra
insatisfacción por los cambios experimentados, a menudo con una
expectativa poco realista acerca de la ganancia de peso resultante (sobre todo
tras varios embarazos) y una duración de este malestar que puede llegar a ser
de seis a doce meses (Heinberg y Guarda, 2002).
Durante el envejecimiento hay que enfrentarse a los cambios corporales
33
que afectan a la apariencia y al atractivo (con menor efecto entre los hombres,
que lo amortiguan con una mejor posición social que a comienzos de la
adultez); los cambios en la competencia física propios de la edad (agilidad,
resistencia, potencia); y el papel de la salud física (enfermedad, dolor,
debilidad) que dan otra dimensión importante del cuerpo (Whitbourne y
Skultety, 2002). Entre las mujeres este proceso tampoco supone, de forma
inalterable, consecuencias negativas. Se observan actitudes favorables por el
hecho de no tener que pensar en la posibilidad del embarazo (o la
contracepción), pero más negativas hacia los cambios de la apariencia y la
feminidadpercibida. Las mujeres que se resisten a tratar el cuerpo como un
objeto de cara al exterior (objetivación) tienen actitudes más favorables hacia
la apariencia en la menopausia y sienten menos vergüenza corporal por su
cuerpo (McKinley y Lyon, 2008).
1.4. Componentes de la imagen corporal
Además de la definición de imagen corporal y de las actitudes que integran
los aspectos más estudiados de dicho concepto, podemos referir otras
variables o procesos que también forman parte de dicho concepto.
1.4.1. Perceptivos
Durante un tiempo se sobrevaloró la importancia del componente perceptivo
de la imagen corporal. Dado que una buena parte de la investigación acerca
de la imagen corporal se llevó a cabo sobre los TCA, y las primeras figuras
de referencia (Bruch, Slade, Russell...) siguieron la definición pionera de
Schilder que se centra principalmente en la imagen interna y la percepción
visual, se consideró que eran centrales en el fracaso en la sobrestimación de
la talla o el peso, de partes del cuerpo o de éste en su globalidad. Sin
embargo, cuando se ha profundizado sobre la fidelidad perceptiva los
resultados no indican que se den diferencias relevantes con respecto a los
participantes controles.
Aunque la percepción participe en el proceso de construcción de la imagen
corporal, parece que se trata más de la influencia de actitudes corporales, de
34
la intrincada relación ver/sentirse en cuanto a la autoimagen. Dicho de otra
manera, son las actitudes cognitivas y afectivas que indican insatisfacción y
preocupación/sobrevaloración por la imagen corporal las verdaderamente
predictivas de problemas de la imagen corporal (Allen, Byrne, McLean y
Davis, 2008).
Hacemos referencia entonces a representaciones abstractas/verbales que
están en nuestra memoria, que han sido interpretadas, organizadas y
construidas. Quiere esto decir que, más que un problema perceptivo, la
sobreestimación del peso y la talla procede de una imagen mental
(autoesquema) que es procesada de forma proposicional ("soy gordo") por
delante de la propia imagen visual (la imagen se percibe como delgada
cuando evaluamos la fidelidad perceptiva con procedimientos correctos). Ha
de entenderse una imagen mental como una (re)creación activa de una
experiencia, por lo que es esperable que haya desviaciones de la realidad
(Smeets, 1997). Cualquier aspecto del Self llevará a pensar y sentirse como
gordo.
Pero no es una cuestión de todo o nada. Se han dejado de lado otros
aspectos que también forman parte del complejo proceso de la percepción y
que intervienen en alguna medida en el concepto más global de imagen
corporal, como la sensación de ocupar un espacio, la composición corporal
(musculación o flacidez), forma de las partes del cuerpo (redondez,
protrusión), conectividad (partes del cuerpo percibidas como individuales o
interconectadas), percepción del cuerpo en movimiento, el olor, entre otros.
En suma, es evidente que participan aspectos de la percepción y que la
inexactitud en la estimación del tamaño, la forma o el cuerpo en su conjunto
contribuyen a las distorsiones de la imagen corporal. Sin embargo, estos
aspectos probablemente no son tan centrales en las alteraciones de la imagen
corporal como se había supuesto al analizar los TCA, e incluso el trastorno
dismórfico corporal (TDC).
1.4.2. Afectivos
35
Es evidente que la respuesta afectiva es una parte nuclear de la imagen
corporal o, más específicamente, del componente actitudinal en relación con
la evaluación y percepción del cuerpo y la apariencia, así como del resultado
de la comparación con el ideal social.
Una vez que los contenidos acerca de la imagen corporal están
interiorizados y esquematizados, el procesamiento emocional tiende a ser
automático, antes de que haya un significado relevante y consciente para la
persona (Gilbert y Miles, 2002). Así por ejemplo, en mujeres con TCA, se
observa que se precipitan emociones (de sentirse gordas, asqueadas,
avergonzadas) y pensamientos sobre el peso/figura justo después de comer
ciertos alimentos (Delinsky, 2011).
Del mismo modo, hay reacciones de rechazo hacia todo aquello que
aparenta enfermedad o deformidad, un procesamiento, podría decirse,
esencialmente límbico (emoción básica y defensiva) que está preparado para
un posicionamiento ante una amenaza teórica o desconocida (por ejemplo, la
posibilidad de contaminación).
La manera en la que se gestionan las emociones tiene clara relación con la
insatisfacción corporal y, tal vez, con alteraciones de la imagen corporal. Se
ha demostrado experimentalmente que la inducción de cambios en el estado
de ánimo se relaciona con la insatisfacción acerca del cuerpo (Haedt-Matta,
Zalta, Forbush y Keel, 2012); aspecto a tener en cuenta en una cultura que
precisamente potencia un ideal al que es difícil aspirar.
En relación con lo dicho, las personas que tienen una tendencia a la
afectividad negativa y una marcada inhibición social (personalidad llamada
tipo D o relacionada con el distress) propenden a una evaluación negativa de
la imagen corporal, elevados niveles de preocupación por el sobrepeso y peor
salud. En varones se observó, a modo de ejemplo, que se vinculaba al
sedentarismo a preocupaciones por la musculación corporal y el esfuerzo por
perder peso (Borkoles, Polman y Levy, 2010).
En resumidas cuentas, el componente afectivo está principalmente
36
relacionado con el grado de satisfacción o insatisfacción hacia el cuerpo, así
como con la gama extensa de emociones y sentimientos ligados a la
evaluación del cuerpo, sea en cuanto al peso, figura, partes del cuerpo o en su
globalidad.
1.4.3. Cognitivos
En las actitudes de la imagen corporal se hace referencia a una dimensión de
dedicación, carga o inversión, donde los esquemas y autoesquemas de la
imagen corporal tienen un lugar destacado. Los esquemas de la apariencia
son asunciones o creencias sobre la importancia e influencia que tiene la
apariencia corporal. El contenido de los esquemas está fundamentado en
información (comúnmente sesgada) relacionada con el cuerpo: con los
alimentos, las calorías y sus efectos sobre el cuerpo, con el aspecto corporal
de una persona joven, el peso, la distribución de la grasa en el cuerpo, la
musculatura y su importancia, etc. Se activan o actualizan ante estímulos del
propio cuerpo (hambre), externos (ropa apretada) o de naturaleza ambigua.
Son contenidos a modo de leitmotiv o lemas que, en principio, se toman
como válidos, por ejemplo, la apariencia de una persona lo es todo. Ante ese
esquema se hace lo posible por llegar a esa imagen corporal (dimensión de
dedicación, valencia, o carga), se aprecia la discrepancia (dimensión
evaluativa o comparativa), lo que da lugar a un autoesquema negativo (el que
tiene que ver conmigo): mi abdomen no es recto (en la dimensión de
dedicación, componente cognitivo) y ocasiona malestar y pérdida de
autoestima: no me gusto, no agrado (dimensión evaluativa, componente
afectivo).
En consecuencia, los autoesquemas de la apariencia son generalizaciones
sobre el Self que derivan de la experiencia social de la persona y del
afianzamiento de los esquemas de la apariencia, que organizan y guían el
procesamiento de la información, por seguir el concepto clásico de
autoesquema (Markus, 1977). Puede decirse que automatiza o economiza el
procesamiento de la información, ante determinadas situaciones
emocionalmente relevantes, al dirigir la atención hacia el cuerpo y sesgar las
interpretaciones de sucesos autorrelevantes según el contenido previamente
37
almacenado. Esto ocasiona emociones negativas y fortalece las propias
creencias, viviéndose como una obsesión. Es lo que Thompson y Heinberg
llamaron efecto huracán (citado en Williamson, Stewart, White y
YorkCrowe, 2002). A partir de los 6 años de edad se desarrollan los
esquemas de la apariencia e incluyen un elemento de autodefinición
(autoesquemas). En este proceso de desarrollo, los juegos y juguetes
desempeñan un papel destacado acerca de los modelos a los que debe
parecerse el cuerpo (Smolak,201 la), pero tam bién los anuncios televisivos,
carteles, vídeos musicales, etc. (Hargreaves y Tiggemann, 2002).
Figura 1.4. Ubicación y relación de los autoesquemas de la imagen corporal.
Analizando más en detalle estos autoesquemas se pueden dividir en
motivacionales y autoevaluativos. Los primeros tienen que ver con la
atención o dedicación más directa hacia la apariencia y la participación para
su control. Por tanto, los autoesquemas motivacionales se relacionan con uno
de los aspectos de la actitud de dedicación, valencia o carga, e influyen sobre
la conducta. Los autoesquemas autoevaluativos reflejan el grado en el que los
sujetos se definen o miden en cuanto a la percepción de su apariencia física,
lo que repercute en sus experiencias emocionales y sociales. Dicho de otra
manera, son autoesquemas de autovalía basados en la apariencia física y
38
relacionados con la primera actitud de la imagen corporal o de tipo emocional
(la autoestima corporal), pero aquí se refiere al contenido cognitivo, que
luego es puesto en liza en el proceso evaluativo/comparativo. Es en este
punto donde resultan centrales las discrepancias de la intemalización del ideal
de la apariencia con respecto al ideal del Self (atributos idealizados) y las
autopercepciones (valoraciones actuales), de lo que puede derivar la
insatisfacción de la imagen corporal (Cash y Hrabosky, 2004; Cash, Melnyk
y Hrabosky, 2004).
Se ha mencionado otro proceso (y producto) cognitivo que es la
internalización del ideal de la apariencia o de atractivo, o grado en que se
aceptan los estándares sociales y pasan a ser considerados personalmente
relevantes (Thompson y Stice, 2001). Dicha internalización (en realidad entre
los autoesquemas de la apariencia) se establece a partir de la exposición a los
estímulos socioculturales, hasta un nivel o categoría que, cuando se
convierten en una meta inalcanzable, más que en un referente acaba
ocasionando insatisfacción, especialmente en las mujeres. Más adelante se
desarrollará en detalle.
Por otro lado, los (auto)esquemas de la apariencia se irradian o generalizan
a atributos no exclusivamente corporales, de manera que nos hace extrapolar
o asociar otras características de las personas: estereotipos acerca de la
apariencia. Estos productos cognitivos se aprecian claramente si analizamos,
por ejemplo, los esquemas acerca de la gordura y su asociación con supuestos
atributos de personalidad como la falta de control sobre la conducta de comer
(Carels y MusherEizenman, 2010), la pereza, incapacidad para la superación,
etc., favoreciendo que incluso se perpetren conductas antagonistas hacia las
personas gruesas (Hussin, Frazier y Thompson, 2011).
Estas variables cognitivas citadas se enmarcan en una concepción más
global que se denomina procesos de comparación social. Se trata de
valoraciones o juicios automáticos que incrementan la insatisfacción
(aumentan la afectividad negativa). La comparación social, que debería
llamarse aquí de comparación corporal, se hace siempre sobre el ideal. De
hecho, la mayoría de las mujeres no mejoran por el hecho de compararse con
39
mujeres más gruesas (si la aspiración es a estar delgadas). El hecho de reducir
la automaticidad de estos juicios mejora presumiblemente el grado de
satisfacción corporal (Dijkstra y Barelds, 2011).
Hay otros procesos cognitivos que, no formando parte únicamente del
constructo de imagen corporal, se relacionan o participan en la misma. Por
ejemplo, y a semejanza de los sesgos o distorsiones cognitivas que Aaron
Beck establece para la depresión, Cash (2011) identifica ocho distorsiones de
pensamiento o actitudes disfuncionales en relación con la imagen corporal:
1.El pensamiento polarizado o dicotómico: "ser la bella o la bestia".
2.La comparación injusta, o el sesgo de comparar la imagen ideal
propuesta por los medios de comunicación con la de las personas
comunes que, por otro lado, son mayoría.
3.La distorsión de la lupa o atención selectiva, focalización precisa y
únicamente en lo que no nos gusta de la apariencia.
4.El juego de la culpa, centrado en la idea de que algún aspecto negativo
de la apariencia se debe a injusticias pasadas.
5.Dar por sentado una mala imagen y suponer la interpretación o
pensamientos negativos de los demás.
6.La adivinación de las consecuencias negativas, incluso desgracias
ocasionadas por la apariencia.
7.Creencia de que la belleza impone un límite, es decir, hay cosas que no
se pueden hacer por tener una apariencia o aspecto determinados.
8.El ánimo reflejo, por el que un estado anímico negativo se generaliza a
los sentimientos acerca de la propia apariencia.
Las evaluaciones negativas de la imagen corporal (planteadas en la
primera de las actitudes de la imagen corporal) y la mayor carga esquemática
40
sobre la propia apariencia (segunda actitud) favorecen un procesamiento
cognitivo negativo y distorsionado que incrementa el afecto negativo
(disforia) de la imagen corporal (Jakatdar, Cash y Engle, 2006). Por tanto,
podría decirse que los procesos que se denominan sesgos o distorsiones
cognitivas son genéricas, probablemente vinculadas con el estado de ánimo
depresivo, aunque focalizadas en el cuerpo y la apariencia porque derivan de
las actitudes de la imagen corporal. Estas distorsiones cognitivas parecen
predecir los TCA.
Un proceso cognitivo muy relevante, tal vez un componente actitudinal o
disposicional, es el perfeccionismo (Dour y Theran, 2011). El llamado
perfeccionismo clínico indicaría una tendencia marcada a la autoevaluación y
a proseguir con las demandas autoimpuestas a pesar de las consecuencias
negativas obtenidas (Shafran, Cooper y Fairburn, 2002). Se han propuesto
tres expresiones: exhibir la perfección, no admitir verbalmente las
limitaciones personales y esconder la imperfección. De estas tres formas de
actitudes perfeccionistas parece que la principalmente relacionada con las
alteraciones de la imagen corporal en general se refiere a ocultar o disimular
la imperfección. La aversión a los defectos, la incapacidad para asumir o
aceptar las imperfecciones físicas (implica a la autoaceptación) y la
importancia del escrutinio de otros, son aspectos clave. Probablemente, los
esquemas disfuncionales de la apariencia tengan un papel mediado por esta
forma de perfeccionismo ante los trastornos de la imagen corporal (Sherry,
Vriend, Hewitt, Sherry, Flett y Wardrop, 2009).
Las verbalizaciones o contenidos procedentes de los autoesquemas (y de
las propias distorsiones cognitivas) se toman en la evaluación clínica como
ideas sobrevaloradas. Se trata de un producto cognitivo relevante para referir
las distorsiones o alteraciones de la imagen corporal. Se resalta en las mismas
especialmente la (sobre)carga afectiva que conllevan, que suponen un
contenido de pensamiento sobredimensionado, exagerado, valores
idealizados en extremo, aunque probablemente, compartido por muchas
personas. Las ideas sobrevaloradas son idiosincrásicas en menor medida que
el delirio, pero son un indicador de gravedad en la psicopatología del
41
pensamiento y tienen repercusión en la conducta (Rodríguez-Testal, Perona-
Garcelán y Benítez-Hernández, 2011). Es común observar, por tanto,
sobrevaloraciones con respecto al ideal de belleza y acerca de la valía
personal en relación con el cuerpo en las alteraciones de la imagen corporal.
Se contemplan dentro de la actitud de dedicación, en su versión patológica, es
decir, de sobrecarga, no como una mera preocupación.
Por último, se deben mencionar siquiera otros procesos y productos
cognitivos que participan en alguna medida como piezas de la representación
de la imagen corporal, tanto resultando comunes a otras manifestaciones con
alcance psicopatológico, como los sesgos atencionales, de memoria,
pensamientos automáticos, tendencia al procesamiento del detalle,
metapercepciones; como los más específicos de las alteraciones de la imagen
corporal: tendencia a la sobreestimación de la talla corporal, la tendencia o
impulso/motivación hacia la delgadez, tendenciao impulso a aumentar el
volumen muscular, negación de la gravedad de la pérdida de peso, entre
otros.
1.4.4. Conductuales
Los integrantes de las variables conductuales son numerosísimos. Podrían
resumirse, como se muestra en el cuadro 1.1, a modo de ejemplos, en
conductas de comprobación o escrutinio, evitación, restricción, (auto)control
o búsqueda de seguridad. Evidentemente, este esquema no puede agotar todas
las posibilidades observables.
Cuadro 1.1. Conductas problemáticas relacionadas con la imagen corporal
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1.5. La experiencia corporal
Además de la definición dada de imagen corporal y los componentes que la
integran, donde se destacan los sentimientos, pensamientos y creencias sobre
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la propia apariencia, se hace referencia a una experiencia psicológica global,
una vivencia de corporalidad, de realización, de encarnación. Es decir, en
realidad se han separado aspectos que se dan como un todo en la persona.
Como señala Cash (2004), no se trata de una imagen corporal, sino de
imágenes corporales aunadas.
Del mismo modo, se han destacado dos dimensiones de la imagen
corporal, una de tipo evaluativo o comparativo (relativo a la
satisfacción/insatisfacción) y otra del grado de inversión o dedicación a la
apariencia. Se han mencionado también los autoesquemas relacionados con la
apariencia, pues sirven como un modelo cognitivo para la evaluación de la
apariencia y las emociones relativas a la imagen corporal. Por fin, cuando
tienen lugar sucesos o acontecimientos, las emociones y pensamientos de la
imagen corporal promueven estrategias adaptativas, actividades
autorregulatorias o estrategias de afrontamiento.
Una buena parte de la investigación se ha centrado en la evaluación de la
imagen corporal (satisfacción-insatisfacción con los atributos corporales o la
apariencia global y de la percepción o estimación del peso y la figura). Es
decir, tradicionalmente se ha dado un mayor interés por las preocupaciones
figura/peso o insatisfacción (primera actitud, componente afectivo), mientras
que más recientemente se han dirigido a la importancia (dedicación o
inversión) de la apariencia y, en consecuencia, a la sobrevaloración de la
misma. En este sentido, se verán aspectos que pueden indicamos claves a
tener en cuenta en este proceso como un todo.
1.6. Apariencia y atractivo físico
Cualquier representación pictórica, escultórica o fotográfica del cuerpo,
piénsese, por ejemplo, en la Venus de Willendorf, el torso de Ingres, o las
imágenes de Spence Tunick; en la exhibición corporal en el baile o la danza;
y hasta en la creación de los primeros espejos por parte del ser humano,
evidencian que el cuerpo, la apariencia, o la importancia del reconocimiento
del propio rostro en el desarrollo de la persona, son protagonistas constantes
de la historia de la humanidad.
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Es posible que, además de las características físicas que tiene una persona,
la apariencia y el atractivo físico dependan de factores de índole sociocultural
y económica. De hecho, se considera que el peso de las variables sociedad y
cultura sobre la imagen corporal han sido siempre superiores a la propia
biología: desde la reducción del pie, la circuncisión femenina, la deformación
del cráneo, el alargamiento del cuello, los discos en los labios y, más
contemporáneo, los implantes de pecho, el botox, los braces, los piercings o
las dietas-milagro (Rumsey y Harcourt, 2005; Thompson, 2004). En otros
momentos históricos, donde la escasez alimentaria era una condición más
general, se apreciaban positivamente los cuerpos rollizos y gruesos. Eran una
muestra de estar sano, de disposición de recursos, posibilidad de vivir más
años y de sacar adelante a la prole.
Cuando se han dado mejores condiciones socioeconómicas, como puede
ser el momento actual (al menos en el mundo Occidental), se busca e idealiza
la delgadez en la mujer (y más próximo en el tiempo, un ideal musculoso en
el hombre o de cuerpo en V). En relación con esto, las ventajas de las
personas atractivas y bellas está en la literatura y su opuesto, por ejemplo, en
los cuentos, donde la maldad viene representada por la fealdad, la
deformación e incluso la vejez (Wilhelm, 2006).
A pesar de que mayoritariamente se acepta este punto de vista, habría que
señalar que la búsqueda de cierta esbeltez, el considerar la importancia del
ejercicio físico más allá de deportistas o soldados, e incluso alguna forma de
selección alimentaria que hoy llamaríamos hacer dieta no es, exclusivamente,
un fenómeno del siglo xx. Se sabe que desde los siglos xvi y xvii se
utilizaban fajas, se pensaba que el vinagre ayudaba a adelgazar y, un siglo
después, se comenzó a usar la primera báscula para personas y vender
diversidad de artilugios para ejercitarse físicamente (Vigarello, 2011). Es
decir, por un lado, desde la Edad Media, se han alabado los cuerpos gruesos,
por otro, desde la perspectiva de la llamada generalización del estatus, se
observa la importancia que tiene para el ser humano emular a las clases
privilegiadas, que son las que inician este tipo de preferencias y las
convierten en ideales, probablemente, porque representan el éxito social al
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que debería aspirarse (Jackson, 2002).
En suma no se trata, como a menudo se señala, únicamente de una
ventajosa disponibilidad de reserva alimentaria, sino de su interacción con la
interiorización o imitación de las preferencias de las clases dominantes y, más
reciente en el tiempo, de la evidencia y convicción de poder controlar el
cuerpo (como se puso de relieve desde la industrialización).
En los momentos más actuales, son observables por doquier mensajes que
conducen a ciertas asociaciones mentales que se reflejan en la internalización
de un patrón o ideal de belleza muy determinado: delgadez (mujer), músculos
(hombre); y más globales: juventud, actividad constante, salud y longevidad,
procedimientos físicos, médicos y quirúrgicos para mantener o alcanzar
dichas condiciones, por ejemplo, aniñar el rostro provocando una separación
(diastrema) entre las palas de los dientes (Calado, 2011). Estos mensajes
logran hacer creer, a fuerza de repetir, que las preferencias generales son
precisamente las que integran el ideal corporal y de belleza cuando, en
realidad, una buena parte de las personas, hombres y mujeres, prefieren los
cuerpos más cercanos a un promedio de lo que suponen que el otro sexo
quiere o busca (Frederick, Hadji-Michael, Furnham y Swami, 2010; Rozin y
Fallon, 1988; Thompson y Cafri, 2007).
Por tanto, el papel de estas influencias socioculturales es claro sobre la
identificación del ideal de la apariencia. En la medida en que la apariencia
física se convierte en central para el autoconcepto (y la autovalía) se favorece
la insatisfacción con la imagen corporal. Las personas que no han sido
conscientes de este sentido de la apariencia, por ejemplo, personas ciegas de
nacimiento, presentan menor insatisfacción con la imagen corporal, menos
síntomas relativos a la conducta alimentaria y su autoconcepto se define con
base en la apariencia en menor medida (Ashikali y Dittmar, 2010).
La intemalización del ideal, o mejor, las discrepancias ocasionadas por el
proceso de comparación con el autoconcepto actual, tienen un papel
destacado en la sensibilización de las personas para desarrollar insatisfacción
y alteraciones de la imagen corporal (Cafri, Yamamiya, Brannick y
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Thompson, 2005; Thompson, Heinberg, Altabe y Tantleff-Dunn, 2004). Sin
embargo, la intemalización de dicho ideal es un proceso causal necesario,
pero no suficiente por sí mismo. Probablemente precise también de un mayor
grado de vulnerabilidad personal, y de los procesos de comparación social y
presión percibida para acercamos a las áreas problemáticas de la imagen
corporal e, incluso, ocasionar los trastornos de la misma. Los medios de
comunicación han de entenderse en todo caso como un factor de riesgo
decisivo (Levine y Murnen, 2009). De hecho, las personas caracterizadas por
tratar de dar una imagen elevada de sí mismas (en el sentido de un sesgopositivo), con intereses y motivaciones pronunciados (autodeterminación), y
un autoconcepto bien definido, mostraron una tendencia menor a la
intemalización del ideal de belleza imperante. Estas características personales
funcionaban como protectores. Sin embargo, las personas más conformistas,
sí podrían estar en situación de mayor riesgo para intemalizar los estereotipos
de belleza como una forma de alcanzar seguridad (Vartanian y Hopkinson,
2010).
Se alude pues a un ideal de belleza muy exigente (exacting beauty)
(Thompson et al., 2004) en el sentido de ser extremo y favorecedor de una
asociación perniciosa con la valía personal. Siempre ha habido estándares de
belleza, sin embargo, tal y como se plantea hoy día, no lograr sus condiciones
parece repercutir en una imagen corporal negativa, baja autoestima,
alteraciones físicas y psicológicas, e incluso temor o rechazo a las
proporciones naturales del propio cuerpo. Este nivel de exigencia lleva, desde
un punto de vista social y cultural, a la idealización incluso del prototipo
utilizado, por ejemplo, retocando las fotografías de las modelos para corregir
cualquier "imperfección", o utilizar los llamados dobles de cuerpo en el cine.
Resumidamente puede mostrarse la evolución de lo que se considera
atractivo y la apariencia que se busca. Por ejemplo, los estudios de los
concursos de belleza femeninos refieren un decremento en el índice de Masa
Corporal (IMC) del 15% hasta los años noventa, representado en la
actualidad por mujeres modelos de belleza con IMC por debajo de lo
considerado saludable. En el caso del hombre, el IMC se ha incrementado de
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1970 a 1990, aumento del volumen corporal que se concentra en la mayor
masa muscular.
Se asume, de este modo, que la insatisfacción corporal es la norma de la
población (Tiggemann, 2011), y se repite como un guion preestablecido la
necesidad de mantener la figura, hablar sobre el cuerpo o la apariencia, o el
temor a las consecuencias de engordar (en términos norteamericanos, fat talk:
describirse como una persona gruesa y compararse con otras para obtener
alguna forma de refuerzo social o tranquilización, tanto en mujeres delgadas
como gruesas) (Barwick, Bazzini, Martz, Rocheleau y Curtin, 2012).
Si antaño las personas gruesas eran reflejo de un estatus socioeconómico y
de salud privilegiados, hoy se considera que están en una situación que refleja
enfermedad (genética) o debilidad de carácter. Como señalan Perpiná, Botella
y Baños (2000), desde las décadas de los 60-70 del siglo XX, el interés hacia
el cuerpo supera una dirección exclusivamente estética para convertirse en un
criterio ético.
Es curioso, sin embargo, que este fanatismo antigrasa (fat bigotry) se ha
concentrado en la pérdida de peso, poniendo en muchos casos en riesgo a la
salud, por ejemplo, en la llamada hipertensión de la dieta. Además, se han
ignorado o marginado otros hallazgos médicos que indican que el sobrepeso
normativo propio de la edad protege, sobre todo entre las mujeres, de
problemas cardíacos, la osteoporosis y retrasa la menopausia (Grogan, 2008).
La versión extrema de este ideal de cuerpo joven, delgado, sin grasa,
proporcionado, etc., permite entender la importancia de la presencia de los
trastornos de la conducta alimentaria o de páginas webs (pro anorexia y pro
bulimia, ANA y MIA) donde se alientan e idealizan patrones de conducta
anormales en relación con la delgadez (thinspiration), se desarrollan
aplicaciones informáticas para el seguimiento de las calorías consumidas, o
se recrean con mensajes idealizados y expresiones del tipo volar como
mariposas, dar con las costillas en el suelo y cosas por el estilo.
Como un indicador del cambio social y de la influencia en el ideal de la
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apariencia, se puede observar la evolución que han experimentado los
muñecos con los que juegan los menores (especialmente en el caso de
Barbie), en los que se traslada este ideal de delgadez, junto con unas
proporciones irreales tanto para el hombre (músculos, como en los Action
man) como en la mujer (pecho, piernas muy largas, cintura minúscula). De
forma paralela a estos modelos de la apariencia, se aprecia la erotización de
los muñecos (como las Bratz), aspecto que también se liga al éxito social y
legitima el papel de objeto sexual de la persona, sobre todo de la mujer
(Murnen, 2011). Complementariamente, apareció una rival de Barbie,
llamada "feliz de ser yo" (happy to be me), caracterizada por caderas más
anchas, cuello y piernas más cortas. Sin embargo, no superó los 14 años de
existencia (Wilhelm, 2006), mientras que Barbie ya ha cumplido los 53.
Pero ¿por qué es tan importante la apariencia física?, ¿es meramente la
señal más reconocible y cambiante de las modas?, ¿es un artefacto y creación
de los medios de comunicación? Probablemente no. Se ha considerado que la
apariencia y el atractivo físico tienen que ver con la salud y la selección o
acceso a las parejas. Por ejemplo, la simetría podría ser un indicador natural
de desarrollo sano y la asimetría en el rostro una señal de dificultades en la
alimentación o de haber estado expuesto a enfermedades. El dimorfismo
facial debido a las hormonas sexuales remarcan diferencias entre hombres
(mandíbula o mentón, por ejemplo) y mujeres (ojos y labios grandes, nariz y
mentón pequeños), que pueden ser indicadores de la calidad como
compañero, razón por la cual se busca exagerarlos (sea por medio de la
cosmética, la ropa, o la cirugía). Incluso se ha observado que las mujeres en
la fase folicular (o fértil) prefieren rasgos más masculinos en el hombre que
en la fase del desarrollo del cuerpo lúteo (Swami, 2011). Sin embargo, estos
detalles tampoco son determinantes. Los rasgos muy masculinos también
pueden sugerir muchas parejas diferentes, muchos hijos, por lo que hay
riesgo de que los papeles de esposo y padre no se cumplan. Por tanto, el
atractivo físico puede conllevar aparejado otros aspectos que faciliten una
mayor satisfacción en la pareja, como formas de incrementar facetas tan
humanas como el interés o la regulación emocional: el humor, habilidades
artísticas y creativas, o la seguridad emocional.
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Con todo, algunos datos recientes han sugerido cambios (y una cierta
mejoría) en el grado de satisfacción entre las mujeres en comparación con los
años noventa y anteriores del siglo xx, a pesar de un incremento general en el
peso a escala poblacional. Se ha apreciado una mayor proximidad entre
mujeres de diferentes razas, por lo que no se puede afirmar que se trate de la
insatisfacción con respecto al cuerpo de la etnia caucásica. También se han
tomado precauciones para la consideración de ciertos pesos y figuras de
modelos y deportistas en verdadera situación de riesgo, o se han
promocionado modelos con figuras dentro del IMC considerado normal.
En el caso de los cambios que ha experimentado el hombre en la
actualidad (búsqueda de la musculación), se ha planteado que responde a una
sociedad donde ha de trabajar junto con las mujeres y en contextos donde no
puede demostrar su fuerza física (por el cambio de las características
laborales) (Corson y Andersen, 2002). Es decir, si el cuerpo humano está
hecho para la adaptación, es posible que un aumento de las oportunidades de
exhibirse ante las mujeres incremente la necesidad de mostrarse físicamente
atractivo (con fines reproductores), y que la musculación sirva como método
de competición y comparación social, aunque no se aplique directamente
sobre una actividad laboral que lo requiera. En el libro acerca del complejo de
Adonis (Pope, Phillips y Olivardia, 2000), se plantea que en realidad esta
búsqueda de la musculación no es nueva en la historia (imagen de los atletas
clásicos), pero sí su generalización.
Sin embargo, y al mismo tiempo, se coincide en observar actualmente
entre los varones cierta permisividad al valorar su propio cuerpo en
comparación con el modo en que lo hacen las mujeres (Wiederman, 2011).
Por tanto, se considera que se ha dado una visión incompleta pues, aunque es
cierto que se mencionan

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