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1 Maestría en Estudios de las Mujeres y de Género Área de Estudios de la Mujer - Dpto. de Ciencias Sociales Filosofía feminista de la diferencia sexual. Supuestos, alcances y proyecciones María J. Binetti Directora Dra. Nuria Romo Avilés Co-directora Dra. Cecilia Lagunas Buenos Aires, 2018 2 Índice Introducción: Las razones de una filosofía feminista.............………………………..4 Capítulo 1: La concepción de la «diferencia»……………………………………….10 1.1. Lógica representativa y esencialismo metafísico…………..……………………...12 1.2. La contradicción de la identidad romántico-idealista……………………………...15 1.2.1. El romanticismo………………………………………………………………….18 1.2.2. La sistematización hegeliana…………………………………………………….22 1.3. La diferencia en el post-estructuralismo francés……………….………………….26 1.4. El nuevo giro ontológico-materialista…………………….……………………….31 1.5. Algunas conclusiones……………………………………………………………...36 Capítulo 2: El feminismo de la diferencia…………………………………………...39 2.1. En el principio fue el matricidio material……………………………………….…39 2.2. Sexo, género y queerness……………….…………………………………………41 2.3. Diferencia sexual es diferencia ontológica……………………………………..….49 2.4. El feminismo de la diferencia sexual………………………………………………55 2.4.1. El pensamiento de Luce Irigaray…………………………………………...……56 2.4.2. El pensamiento de Luisa Muraro……………………………………………...…65 2.4.3. La comunidad de Diotima……………………………………………………….69 2.5. Ética del cuidado…………………………………………………………………..77 2.6. La fluidez de la diferencia, más allá del dualismo heterosexista…………………..82 2.7. Algunas conclusiones……………………………………………………………...87 Capítulo 3: Una arqueología materna/material/matricial………………………….90 3.1. La historia de un matricidio………………………………………………………..91 3.1.1. Indicadores del matricidio religioso……………………………………………..92 3 3.1.2. Indicadores del matricidio filosófico…………………………………………...107 3.1.3. Indicadores del matricidio socio-político.………….…………………………..114 3.1.4. Indicadores del matricidio subjetivo……………………………………………119 3.2. Simbólica de la conciencia humana primitiva……………………………………122 3.2.1. La Gran Madre………………………………………………………………….127 3.2.1.1. La Diosa minoica……………………………………………………………..133 3.2.1.2. La Deméter eleusina………………………………………………………….137 3.3. (Pre-)Historia y acción civilizatoria……………………………………………...141 3.4. Aportes para una ontología mater/real……………………………………………147 3.5. Aportes para una ética mater/real………………………………………………...152 3.6. Algunas conclusiones…………………………………………………………….156 Capítulo 4: Resonancias ecofeministas……………………………………………..158 4.1. El ecocidio de la madre-tierra……………………………………………………159 4.1.1. Gínesis del feminismo ecológico………………………………………………161 4.2. Ginérgia y gin/ecología…………………………………………………………..165 4.3. El continuum dialéctico de la vida material.……………………………………...167 4.4. Síntesis posthumana de la eco-política…………………………………………...171 4.4.1. Eco-política emergente. Apuntes del caso latinoamericano……………………174 4.5. Ecos de religión…………………………………………………………………..179 4.6. Algunas conclusiones…………………………………………………………….184 Concepciones mater/reales conclusivas…………………………………………….187 Bibliografía.……………………………………………………..……………………193 4 Introducción Las razones de una filosofía feminista La historia oficial de la filosofía, subsidiaria de la historia oficial de la humanidad, ha sido pensada, escrita y actuada por varones desde sus propias corporalidades, subjetividades y praxis. A fin de justificar su posición hegemónica, el logos masculino se construyó culturalmente en oposición al no-logos femenino, erradicado de la historia y el pensamiento. Excluidas de la creación activa de la cultura, las mujeres hemos sido desplazadas al lugar objetos, reflejos o espectros del desideratum masculino. En tal contexto, la filosofía feminista emerge como punto disruptivo de los supuestos que lograron naturalizar la masculinidad del logos hegemónico. El giro feminista de la filosofía contemporánea transparenta la praxis creadora de múltiples y diversas mujeres que de todas las maneras posibles le dieron cuerpo, autoconciencia y palabra al proyecto infinito de una libertad, que es creadoramente femenina. La exclusión de las mujeres de la producción activa del conocimiento no es un hecho externo o accidental respecto de una supuesta universalidad, neutralidad o asexualidad filosófica, sino una determinación inmanente y decisiva respecto de su constitución y despliegue claramente sexuado, es decir, inmanente y determinante del modo en el cual el pensamiento se ha pensado a sí mismo a fin de justificar, dentro y fuera de sí, la exclusión de las mujeres y la construcción de la hegemonía masculina. Por lo mismo, la exigencia «feminista» resulta inmanente y determinante de la filosofía en la totalidad de sus escuelas o corrientes contemporáneas, y esto significa que el feminismo no es una de las tantas escuelas u orientaciones filosóficamente posibles, sino una necesidad intrínseca a la propia concepción autorreflexiva del pensamiento, transversal a su múltiple y variada producción. En otras palabras, la reflexión feminista de la filosofía misma constituye hoy su única alternativa de autorreconocimiento, capaz de levantar vuelo en el ocaso de la historia hegemónica. A ella le corresponde, en un amplio sentido, la autoconciencia crítica del logos masculino, retroactivamente explicativa de la historia y prospectivamente transformadora. La historia oficial del pensamiento se ha formado a imagen y semejanza del 5 sujeto masculino, claro, distinto y sólido, incapaz de concebir y gestar, pero muy capaz eyacular el mundo y entregarlo a la ley del mas fuerte y sagaz. La propuesta feminista de este trabajo consiste, por el contrario, en concebir otra historia siguiendo el arquetipo nocturno, indeterminado, fluido y conceptivo de la sujeta mujer. Christine Battersby resume la propuesta de estas páginas en la siguiente pregunta: “¿qué sucedería en la filosofía si tratamos de pensar la identidad en términos que tomen como norma el cuerpo femenino?”1. Tratar de pensar esa nueva medida filosófica es el objetivo de este trabajo, confiado por lo demás a aquella concreta presunción sapiential según la cual lo que sucede en filosofía, sucede luego en todo lo demás. A lo largo de los últimos 70 años, el pensamiento feminista ha ido creando una inmensa constelación de movimientos, perspectivas, niveles de análisis y categorizaciones que definen y profundizan cada vez su contenido y acción. En el contexto de tal diversidad, el presente trabajo se alinea fundamentalmente con el así llamado «feminismo de la diferencia sexual», ocupado en concebir la identidad femenina como proyecto filosófico y cultural. Con el feminismo de la diferencia sexual, asumimos la existencia de la identidad femenina como hecho ontológico, subjetivo, histórico y cultural. Asimismo, en sintonía con él, nos proponemos la conceptualización «en sí y por sí» de la identidad femenina en tanto que diferencia ontológica radical, es decir, nos proponemos explicar en qué sentido la diferencia sexual femenina ocuparía el lugar originario de la diferencia ontológica absoluta. Concebir la identidad sexual femenina como diferencia radical significa pensarla en términos ontológicos como dinamismo constitutivo de lo real, es decir, como un modo de ser y devenir universales, con claras implicancias éticas, políticas, religiosas y culturales en general, que intentaremos mostrar. El hecho de pensar la identidad femenina en los términos de la diferencia radical exige el esfuerzo dialéctico y especulativo de concebir la diferencia en la inmanencia de la identidad, esto es, fuera del dualismo que las excluye de manera irreductible y que ha sostenido durante milenios la oposición irresoluble entre lo masculino y lo femenino,con la clara subordinación de la segunda al primero. En este sentido, nuestra propuesta consistirá en elaborar un paradigma diferencial o auto-diferencial no-dualista, respecto del cual la identidad femenina funcione como arquetipo de la existencia. En efecto, si la identidad femenina expresa la diferencia absoluta, lo hace por su capacidad auto- 1 Christine Battersby, Phenomenal Woman. Feminist Metaphysics and the Patterns of Identity, Routledge, New York 1998, p. 23. 6 diferenciante, o bien, por su energía mater/real: conceptiva, naciente y transformadora. Como veremos en estás páginas, la experiencia histórica muestra que, cuando tal materialidad matricial es asumida como articulador de la conciencia subjetiva y social, el resultado es una cultura en las antípodas de la historia oficial. El marco teórico de este trabajo se determina por una ontología materialista, monista y dialéctica, que abrevamos de dos grandes fuentes especulativas: el idealismo absoluto y el último giro ontológico neo-materialista. Del idealismo absoluto –en su versión más romántica o más sitemática– proceden las coordenadas ontológicas fundamentales de esta propuesta, a saber: el monismo reflexivo y dinámico en lugar del dualismo sustancialista y abstracto, el principio de la inmanencia radical, la unidad dialéctica de identidad y no-identidad, la mediación de todas las cosas y la continuidad cíclica del devenir. Por otra parte, dado que el monismo proyectado será esencialmente materialista, o más bien, mater/realista, nos enmarcamos a su vez en el nuevo realismo material de autores como Slavoj Žižek, Maurizio Ferraris, Markus Gabriel, Adrian Johnston o Catherine Malabou. Estos autores protagonizan hoy el nuevo giro ontológico del siglo XXI, articulado en continuidad con la especulación idealista. Asimismo, resulta indispensable para este trabajo el materialismo vitalista de Gilles Deleuze y Felix Guattari, herederos del monismo de Spinoza en síntesis con la pura virtualidad del romanticismo schellingiano. A tales referencias se suma, claro está, el marco teórico feminista, en cuyo caso asumimos los supuestos del feminismo de la diferencia sexual, atravesado y potenciado por los nuevos feminismos materiales y el ecofeminismo posthumano. En cuanto al feminismo de la diferencia, partimos y nos movemos en el terreno conceptual elaborado por Luce Irigaray y continuado por Luisa Muraro en conjunto con las pensadoras de Diotima. Con Irigaray y Muraro afirmaremos la diferencia sexual como diferencia ontológica, el matricidio fundacional de la historia oficial falogocéntrica y la propuesta de una simbólica materna/material/matricial autónoma del logos patriarcal. Pensadoras de la diferencia sexual en el amplio sentido en que la pensaremos aquí son, entre otras, Rosi Braidotti, Elizabeth Grosz, Catherine Malabou, Adriana Cavarero, Christine Battersby, Michelle Boulous Walker, Sara Ruddick, Iris Marion Young, Adrienne Rich, Alison Stone o María Milagros Rivera Garretas. En el caso de los nuevos feminimos materiales o último giro materialista del feminismo, seguimos autoras como Stacy Alaimo, Susan Hekman, Claire Colebrook, Moira Gatens, Karen Barad, Vicki Kirby, Diana Coole o Samantha Frost, quienes 7 critican el construccionismo lingüístico por haber reducido la materia a mero sustrato receptivo de la acción humana parlante y sus relaciones políticas, reeditando así –bajo el imperio lingüisticista– la hegemonía falo-logo-céntrica y la pasividad mater/real. Por el contrario, el nuevo paradigma material busca recuperar la potencia auto-activa materia, dispuesta en reciprocidad medial con sus propias transformaciones históricas, culturales y lingüísticas. En torno al continuum medial de la naturaleza y la cultura, la materia y lo no-material, se despliega tanto el ecofeminismo como el ciberfeminismo y el pensamiento posthumano. Por su parte, la filosofía ecofeminista permite extraer las últimas consecuencias ontológicas, éticas y religiosas de la diferencia sexual femenina concebida como mediación universal. En efecto, si el universo entero se parece a un gran seno mater/real desdoblado por incontables diferencias singulares y finitas, entonces todas las cosas participan de una misma vida, sincronizan su energía y empatizan las unas con las otras de manera esencial. El modelo de la inmanencia material supera la trascendencia androcéntrica con la fuerza de un vistalismo universal, ecológico y posthumano, elaborado por autoras como Mary Daly, Vandana Shiva, Rosi Braidotti, Jane Bennett o Barbara Holland-Cunz. El núcleo duro de este trabajo será ontológico y, por derivación, desplegará las implicancias subjetivas, éticas, políticas y religiosas de la concepción propuesta. Sin embargo, dada la naturaleza concreta de la filosofía y la fuerza efectiva del concepto, apelaremos a la realidad empírica como contrastación de la conceptualidad articulada. El recurso a los hechos –históricos, prehistóricos, religiosos, síquicos o biológicos– tiene por fin la mostración empírica de una concepción ontológica que solo es tal en su propio acontecimiento real. Recurriremos así a la contribución de distintas disciplinas que desde sus respectivos niveles de análisis repican la inmanencia del origen mater/real. Atenderemos en especial algunos aportes de la arqueología prehistórica e histórica, la antropología, la historia, el sicoanálisis, la biología, e incluso la genética y las neurociencias. En el caso de la arqueología no histórica, asumimos los principales lineamientos teóricos trazados por Marija Gimbutas, en consonancia con las tesis centrales de la antropología evolucionista de Robert Briffault. En cuanto a la sicología profunda, trabajamos en la estela abierta por algunas ideas de Carl G. Jung o Erich Neumann, en cuanto al siconálisis de la cultura, y de Melanie Klein, Imre Hermann o Jessica Benjamin, en cuanto al análisis individual. En el ámbito histórico-religioso, introducimos elementos teóricos de Bernard Clive Dietrich, Joseph Campbell, Mircea 8 Eliade, Robert Graves, James J. Preston o Barbara Walker. La metodología a seguir parte del factum de la diferencia sexual en su vivencia subjetiva, material, histórica, social, política y religiosa, e intenta elevarse desde allí a su concepción ontológica. Se trata por lo tanto de una metodología esencialmente auto- reflexiva y reflexivamente medial, configurada por estrategias diversificadas de introspección autoconsciente, diálogo comparativo, analogía, deconstrucción y síntesis dialéctica, y basada en fuentes textuales y no textuales de variada índole. Los niveles de análisis conceptual que atravesaremos son en rigor tres. El primero es el nivel fáctico- histórico, testimoniado por la experiencia y elaborado por distintas disciplinas. El segundo es el nivel crítico-feminista, que apunta a la deconstrucción del falogocentrismo hegemónico y a la construcción simbólica de una propuesta alternativa autónoma. El tercer nivel de análisis es el ontológico-especulativo, y decide la última explicación de la praxis subjetiva, social, ética, política y religiosa que el feminismo sostiene. Estos tres niveles, que el trabajo procurará distinguir y desagregar, operan sin embargo de manera recíproca y simultánea, implicándose mutuamente en la mater/realidad conceptiva y conceptual que nos proponemos elaborar. El trabajo se articula en 4 capítulos de diversa contextura temática. El capítulo 1 es netamente especulativo y aborda la cuestión de la «diferencia» como categoría filosófica a partir de sus dos grandes concepciones, a saber: el dualismo esencialista de la metafísica clásica, fundada sobre el entendimiento representativo, la trascendencia del acto perfecto y los principios lógicos de identidad abstracta y no-contradicción; y el monismo auto-reflexivodel idealismo absoluto, des-fundado por la racionalidad concreta del concepto, la inmanencia virtual de lo absoluto y el principio dialéctico de la identidad auto-contradictoria. La «identidad en/por la diferencia» del idealismo absoluto se desplaza históricamente hacia la différance del post-estructuralismo francés y más recientemente a la negatividad disruptiva y creadora del nuevo realismo especulativo. El capítulo 2 avanza desde la diferencia ontológica hacia la diferencia sexual y vuelta, a fin de mediar ambas nociones en el desdoblamiento matricial de la identidad femenina. La categoría de diferencia sexual es aquí elaborada a partir de las las grandes teóricas del feminismo de la diferencia –en especial Luce Irigaray, Luisa Muraro, Rosi Braidoti y Elizabeth Grosz– bajo dos coordenadas especulativas: la superación del dualismo heterosexista y la inmanencia auto-diferenciante de la identidad femenina. Por acción recíproca, la diferencia ontológica será asimismo elaborada bajo la condición conceptiva, relacional y naciente de la mater/realidad. 9 El capítulo 3 apunta a una suerte de brevísima filosofía feminista de la historia y la religión con la intención de visibilizar los núcleos conceptuales que han operado tras las sombras del sistema cultural hegemónico en la múltiplicidad de sus aspectos políticos, religiosos, éticos, subjetivos, etc. Asumimos aquí la tesis de un matricidio fundacional de la historia falogocéntrica, que eliminó tanto la conexión inmediata con la matriz de la vida, como el estado de conciencia original y el orden simbólico de la cultura primitiva, que intentaremos reconstruir. Por último, el capítulo 4 saca las últimas consecuencias ecofeministas y posthumanas de la inmanencia mater/real propuesta como paradigma ontológico. El matricidio que sostiene el falogocentrismo hegemónico replica en el filicidio de la humanidad y el ecocidio de la tierra, cuya reparación exige una refundación cultural de corte ecofeminista. Si el pensamiento filosófico se define, al menos entre otras cosas, como la conciencia actual y activa de su tiempo, la filosofía feminista consuma el presente. Ella es la autoconciencia de un momento histórico atrevasado por múltiples micro- y macro- acciones de emancipación, empoderamiento y potenciación de mujeres procedentes de las más diversas realidades sociales, económicas, étnicas, religiosas, etc., y alimentadas todas por una misma ginérgia liberadora. En la inmensa multiplicidad cultural de las mujeres, que será objeto de los estudios culturales respectivos, reivindicamos la especificidad de la filosofía y su universalidad concreta como unidad en lo diverso y particular, o bien, como identidad en la diferencia. Ha sido obra de un muy mal dualismo culturalista oponer en estricta exclusión la concreción de las peculiaridades socio-históricas, por una parte, y la abstracción generalizadora de lo universal, por la otra parte, como si lo universal fuesa la última particularidad oponible, a cuya generalización total, por lo demás, no se llega nunca. Fuera de todo dualismo, reinvindicamos la universalidad concreta de la filosofía, que no es generalización ni suma de hechos culturales. Desde allí intentaremos una filosofía feminista cuya «mujer» es tan universal y común, como singular, única e irrepetible. 10 Capítulo 1 La concepción de la «diferencia» La cuestión filosófica de la diferencia tiene una larga historia dualista que ha tejido el destino social, ético y político de los iguales y los diferentes, los mismos y los otros, nosotros y ellas. Sin embargo, ella tiene también una larga prehistoria no dualista, que integraba e invertía los contrarios en alternancia recíproca e identidad esencial. A esa prehistoria parece volver la historia moderna de la filosofía, cuya identidad no dualista es en sí y por sí absoluta diferencia. Las marchas y contramarchas de esa historia filosófica han tallado el potencial transformador de la diferencia para el presente y el futuro del pensar. La (pre-)historia no dualista de la diferencia –cuyo (pre-)fijo que sugiere de suyo, como nota Luce Irigaray2, un abuso descalificador por parte de la hegemonía histórica falogocéntrica– esa (pre-)historia llega a la historia oficial de la filosofía por el legado de los viejos pensadores que habitaron las costas egeas de Asia Menor durante los tiempos (pre-)socráticos. Estos primeros filósofos dan cuenta de un estado de conciencia primitivo, muy anterior a ellos mismos, de naturaleza monista e hilozoista. Según éste, la realidad entera era material, viva, divina; su dinamismo estaba determinado por la inmanencia cíclica del origen, la continuidad de los opuestos y el retorno del devenir, eternamente repetido. Es un lugar común de la historiografía filosófica que los presocráticos conceptualizaron el arché como hyle y la hyle como psyché, vale decir, que afirmaron la identidad esencial de todo con una materialidad autoactiva y creadora, continente y alimento universal. Llámesela agua, aire, fuego o elemento indeterminado, el arché es siempre la misma materialidad fluida y concipiente, plástica, proteica y sujeta al eterno renacimiento de sus ciclos. Todo nacía del arché por partenogénesis y volvía a él en una suerte de justicia ontológica restituyente del origen. El principio y elemento de todo era seno no menos que tumba, es decir, era origen y fin a la vez según el ritmo inmanente y cíclico de un renacimiento continuo por el cual todo lo sido volvía a ser: las fases 2 Cf. Luce Irigaray, Yo, tú, nosotras, trad. Pepa Linares, Cátedra, Madrid 1992, p. 89. 11 menstruales-lunares, las estaciones del año, los procesos de crecimiento y decrecimiento, vida y muerte, creación y aniquilación, etc. Porque el origen y el fin son uno y mismo, el arché resulta centro y medio de lo real, mediación de sus fuerzas opuestas y equilibrio universal restitutivo de la medida justa. Para este estado de conciencia primitivo, la identidad medial de los contrarios exigía el devenir cíclico constante de todas las cosas. De aquí que el cosmos viviente estuviera sujeto a destrucciones y renacimientos periódicos según la alternancia de las fuerzas dominantes, medidas en todo caso por una justicia universal compensadora de todo desequilibrio. Condensación y rarefacción, agregación y desagregación, unión y separación, amor y odio, paz y guerra fueron interpretados por la especulación presocrática como las fuerzas opuestas de una unidad en continua circulación. De esta perfecta integración de los opuestos, cuyo logos y metra3 eran inmanentes a la materialidad original, de allí procede esa impresión de serena armonía que la conciencia primitiva legó al espíritu clásico. También el alma individual nacía por partición del arché universal, al cual volvía en su muerte para renacer de su seno conforme con los ciclos de la eterna repetición. La idea de un alma individual de naturaleza inmaterial, inmortal y autosubsistente es inconcebible para la lógica hilozoista de la conciencia primitiva, al igual que resultan para ella impensables la historia lineal de una vida sin fin, la caída de un espíritu trascendente o la transmigración purgatoria hasta alcanzar una salvación definitiva. Muy lejos de lo que será el espiritualismo posterior, la conciencia filosófica arcaica prefiere el materialismo de muchas almas mortales, animadas por el principio vital de la materia y subsistente en la inmanencia del origen. Materialismo dinámico, continuidad de los opuestos, carácter cíclico e inmanencia determinarán esa concepción primitiva que Peter Sloterdijk describe bajo el símbolo de la «esfera»: a la vez seno, caverna, tumba, templo divino y huevo universal. Esa “vieja ontología de la esfera”4 expresa aquella ancestral sabiduría de la Diosa, que revelóa Parménides el camino de la verdad y el ser bien redondo, pleno, material, pura fecundidad sin mella. Respecto de esta ontología, comenta Sloterdijk, “ser y abundancia son solo dos palabras para lo mismo: en el horizonte de la ontología clásica lo real es siempre lo no-expoliado, lo completo, envolvente, desbordante. Es lo no-roto, no- 3 Metra significa etimológicamente seno materno, medida, orden, esencia e inteligencia. En el capítulo 3 desarrollaremos su concepción primordial. 4 Peter Sloterdijk, Esferas II. Globos. Macroesferología, trad. Isidoro Reguera, Siruela, Madrid 2003, p. 106 12 castrado”5. Tal es el mundo que la inmanencia material hace posible: un mundo sagrado, divino, perfecto en sus propios límites, capaz de celebrarse a sí mismo en cada regeneración. Pero la realidad histórica indica que esa plenitud esférica de la conciencia primitiva, para la cual la oposición y diferencia era continuidad, armonía, ciclicidad y renacimiento eterno, esa ontología termina con Platón. Sócrates, Platón y Aristóteles inaugurarán la historia oficial de la filosofía bajo el cielo ideal, trascendente e inmóvil de las esencias puras. 1.1. Lógica representativa y esencialismo metafísico Respecto del estado de conciencia primitivo –abusivamente calificado de prehistórico–, la historia oficial de la filosofía comienza con la ruptura dualista del continuum dinámico precedente. Una vez rota la unidad esencial del todo, la dualidad se hizo dualismo y sus partes excluyentes se distribuyeron en una jerarquía monopolizada por el logos inmóvil y trascendente. La invención del logos puro gana entonces el centro de la filosofía y convierte su reino en un mundo de idealidades trascendentes, imaginadas como actos perfectos, infinitos e inmateriales. La narrativa oficial degradaba y sepultaba de este modo el hilozoísmo primitivo, su inmanencia vitalista y la actitud de reverencia cósmica que le es consustancial, en una avanzada intelectualista de compleja articulación cultural. La metafísica clásica, que Platón y Aristóteles sistematizan de manera paradigmática, es consistente con la lógica abstracta de entendimiento representativo, regida por los principios de identidad, no-contradicción y tercero excluído. A esta lógica le corresponde una forma de interpretar la realidad bajo la modalidad sustancialista de entidades individuales, determinadas esencialmente por lo que ellas son y diferenciadas claramente de lo que no son. Sustancialismo, esencialismo, dualismo y espiritualismo serán los rasgos comunes de la metafísica tradicional, acuñada por el entendimiento representativo de la lógica clásica. En lo que sigue, aludiremos brevemente al surgimiento histórico de la metafísica clásica. La lógica representativa, cuyo logos es el baluarte de la tradición filosófica, se caracteriza por la abstracción intelectiva de la forma sustancial o accidental de un objeto, justamente re-presentado al intelecto a través de su noción. Así abstraído de la 5 Peter Sloterdijk, Esferas II. Globos…, cit., p. 28. 13 realidad inmeditamente dada, el objeto es pensado como entidad individual clara y distinta, relacionada de con otras tantas entidades individuales y abstractas. Este tipo de intelección abstracta se funda en los principios lógicos de identidad (A es A) y no- contradicción (A no es no-A), determinantes a su vez de una metafísica de tipo sustancialista, según la cual cada cosa es idéntica a sí misma y diferente de todas las demás. Toda entidad –sustancial o accidenal– es lo que es en virtud de su «esencia», la que remite a su vez al logos o idea eterna de la cual participa. La esencia determina de una vez para siempre el modo de ser de cada realidad, la distingue y separa de todas las demás. De este modo, las identidades esenciales están eternamente fijadas y solo devienen por la contingencia e imperfección del mundo material. Este tipo de sustancialismo, donde cada cosa es en sí misma lo que es a diferencia de todo lo demás, supone un ordenamiento jerárquico de lo realidad entre la idea pura en lo más alto, la materia inerte en lo más bajo, y en el medio las respectivas exclusiones, marginalidades y subordinaciones de opuestos y diferencias. El viraje conceptual operado por la metafísica clásica cristalizó en términos especulativos una larga tradición religiosa conocida como orfismo, heredera a la vez del shamanismo tracio. Al orfismo se debe la invención de un espíritu puro, separable del cuerpo y subsistente con independencia de él, la moralización punitiva y ascética de la religión, y la degradación del mundo material, que detallaremos más adelante. El orfismo encontró su principal heredero en la tradición pitagórica, con la cual el pensamiento filosófico alcanza por primera vez la sistematización del dualismo en la ancestral tabla de los opuestos. La tabla pitagórica de los opuestos distingue, excluye, independiza y jerarquiza: lo uno y lo múltiple, el reposo y el movimiento, lo determinado y lo indeterminado, lo recto y lo torcido, la luz y la oscuridad, lo bueno y lo malo, lo masculino y lo femenino. La alineación de la sexualidad femenina con el principio corruptor, torcido, oscuro y perverso de lo real, por oposición y exclusión del principio uno, perfecto y luminoso, es históricamente fundacional de la simbólica falo- logo-céntrica que dominará la historia oficial hasta nuestros días y que podría pensarse incluso como uno de los puntos de confluencia entre el patriarcado occidental y el oriental. La corriente órfico-pitagórica sintetiza el dualismo filosófico con un misticismo ético-religioso focalizado en la salvación trascendente del espíritu. El alma constituye el principio viril, puro y racional del hombre, llamado a liberarse de la materialidad ininteligible y corruptora del cuerpo a fin de ganar la beatitud imperecedera que le 14 pertenece por esencia. En caso de no logarlo, su espíritu será castigado con la transmigración de cuerpo en cuerpo –metempsícosis o metensomatosis– hasta quedar totalmente purificado y alcanzar la vida celestial. En el ámbito ontológico, la ancestral metra de todas las cosas, su orden y equilibrio universal, será traducida por los pitagóricos bajo la idea del «número» como esencia inmanente y cualitativa de las cosas. El ritmo aritmético que mide tiempos y movimientos expresa aquella vieja idea de armonía y justicia inmanente a la metra universal. La naturaleza aritmética del ser, el dualismo metafísico y la espiritualidad del alma serán parte de la herencia órfico-pitagórica de Platón, quien profundizará su establecimiento con la sanción del mundo ideal, puramente inteligible, inmutable, autosubsistente e independiente del mundo material, temporal y corruptible. Las ideas, eidos o formas esenciales –cuyo parentesco con el registro visible de la luminosidad solar el speculum irigariano ha subrayado acertadamente– constituyen los principios activos y determinantes de la realidad, a los cuales se subordina el principio material, meramente pasivo, indeterminado y degenerante de la perfección ideal. La materia es así expulsada de su consistencia auto-activa y creadora, y convertida en esa chora – χώρα– vacía, indeterminada y meramente receptiva de la cual habla el Timeo6 en analogía con la madre. Aristóteles continuará la herencia platónica descartando que la materia pudiera ser causa activa de lo real, y diseñando una filosofía primera o meta-física a la exacta medida de entidades eternas, inmóviles y separadas, que por excluir de su identidad el principio material resultan pura energía motora7. La Metafísica aristotélica comienza con la crítica al monismo hilozoista de los presocráticos por haber reconocido solo la causa material de lo real e ignorado la realidad de sustanciasinmateriales, perfectamente actuales e inteligibles. Tales entidades son pura energía, vida y conocimiento, y hacia ellas aspiran todas las cosas como su último fin, causa eficiente y formal. La filosofía primera y suprema de Aristóteles se dirige a la contemplación de tales entidades separadas, inmóviles y eternas, que por excluir lo material resultan pura energía motora. Su doctrina convalida la concepción platónica de un orden puramente inteligible o ideal, autosubsistente y eterno, ajeno al mundo material y sensible. Desde entonces, la metafísica girará en torno a tales realidades inmateriales, perfectamente actuales e inteligibles, la energía vital quedará asociada a lo inmaterial y el 6 Cf. Platón, Timeo, en Diálogos, Gredos, Madrid 1999, vol. VI, 49e; 50d. 7 Cf. Aristóteles, Metafísica, Gredos, Madrid 1994, Libro VI (E), Cap. 1, 1025b-1026a. 15 conocimiento, a la contemplación pasiva. En su tratado de Física, Aristóteles retoma chora del Timeo –madre y materia recipiente– para asimilarla a lo que las doctrinas no escritas de Platón denominan «la díada de lo grande y lo pequeño», a saber, el elemento infinito e indeterminado de lo real, siempre subordinado a la determinación de lo Uno “como si fuera una madre”8 en subordinación al varón. La materia ratifica así su lugar de receptáculo pasivo e indeterminado, dependiente de actualidad formal que la hace existir. Desde el punto de vista físico, Aristóteles sistematiza su intelectualismo dualista en la teoría hilemórfica: composición por complementariedad y subordinación de la materia pasiva y la forma activa, a semejanza del varón y la mujer, el padre y la madre. La esencia de las sustancias finitas –la ousia, el to ti en einai, lo que una cosa es– responde a la actualidad formal, fija y necesaria, del orden inteligible. En síntesis, con Platón y Aristóteles, la historiografía filosófica oficializa el hallazgo del pensamiento puro, inteligible, auto-activo e inmaterial, consumado en la perfecta identidad del Nous/noetón –la acción intelectiva y lo inteligido–. El reino de la filosofía queda así clausurado en lo puramente espiritual y felizmente lejos del cavernoso mundo material. El dominio solar y refulgente de la especulación se elevó victorioso sobre las oscuridades materiales y sensibles de la caverna, finalmente vaciada y esterilizada de toda fuerza de realidad. En la caverna platónica que Luce Irigaray ha contribuido a deconstruir9, fueron sepultados el hilozoísmo primitivo, la energía vital de la tierra, la celebración de su renacimiento y, en última instancia, la diferencia sexual. En palabras de Irigaray, la filosofía fue entonces “invitada a esa tachadura del comienzo. Al menos si quiere alcanzar el grado más alto de su ascensión. Pero a esa erección, aunque ésta sólo esté destinada a la parte superior del alma, el hombre no llega sin riesgos, especialmente sin el riesgo de volver a caer”10. La erección infinita de la filosofía dura ya más de 2500 años, y su eyacular trascendencia ha convertido la vida en un infierno. 1.2. La contradicción de la identidad romántico-idealista La lógica representativa y la metafísica sustancialista que dominaron la historia de la filosofía por 2500 años reciben en la modernidad tardía su golpe de gracia, bajo el 8 Aristóteles, Fïsica, Gredos, Madrid 1995, 192a 10. 9 Cf. Luce Irigaray, Espéculo de la otra mujer, Akal, Madrid 2007, p. 219 ss. 10 Luce Irigaray, Espéculo…, cit., p. 281. 16 principio lógico-especulativo que sancionó la contradicción de todas las cosas. La nueva filosofía será especulativa en lugar de intelectualista; creadora en lugar de representativa; conceptiva en lugar de contemplativa; monista en lugar de dualista; inmanente en lugar de trascendente; medial en lugar de inmediata; circular en lugar de lineal; dialéctica en lugar de simple; y subjetiva en lugar de sustancial. Nos referimos en concreto al idealismo absoluto, con el cual irrumpe en la escena filosófica un nuevo estadio de conciencia. El idealismo absoluto se presenta en la historia de la filosofía como la metafísica de la Revolución francesa, consistente con el proyecto libertario de la modernidad. Habida cuenta de la crítica kantiana a los límites de la razón teórica, el idealismo no pretende ser una metafísica de las representaciones abstractas del entendimiento finito sino una metafísica de la libertad creadora, es decir, de la razón práctica convertida en sujeto ontológico. Tanto los idealistas románticos del Atheneum como los jóvenes teólogos de Tubinga comparten el desafío de superar el formalismo kantiano por la asunción creadora del yo fichteano y la ontologización radical del monismo de Spinoza. La inmanencia spinoziana superpuesta a la libertad creadora del sujeto auto-reflexivo convirtieron al uno-todo –hen kai pan– de la tradición idealista en un monismo dinámico, dialéctico y medial. A fin de que el uno-todo sea capaz de crear lo otro-diferente de sí mismo en la inmanencia de su propia identidad, el idealismo concibe un nuevo tipo de identidad y diferencia, superador del dualismo clásico y la lógica representativa. En efecto, los dos grandes principios de identidad simple y no-contradicción que durante milenios sostuvieron el conocimiento lógico, metafísico y científico, se convirtieron con el idealismo en una tautología vacía, fruto de la inmediatez irreflexiva del entendimiento absoluto e incapaz de concebir el dinamismo inmanente al todo, que solo opera por la fuerza de la contradicción. La objeción idealista al pensamiento clásico insiste en la proposición «A es A» se desmiente por su propia forma –vale decir, por la diferencia formal de sujeto y predicado– además de ser desmentida por el desdoblamiento inmanente del ser efecto, devenido A. La especulación sobrepasa la identidad formal del entendimiento finito y abstracto –A es A– por una nueva identidad concreta, concebida en y por su propia negación, es decir, por su auto-diferencia o contradicción. Según el principio fundacional de la racionalidad idealista, «A es A y no-A», o mejor aun, «A no es A». En una palabra, el idealismo supera el dualismo de la identidad y la diferencia 17 por el principio que incorpora “la identidad en la diferencia y la diferencia en la identidad”11. La identidad simple e inmediata del intelectualismo es así reemplazada por la identidad de la identidad y la diferencia, es decir, por una auto-diferencia devenir identidad. En esta nueva identidad/diferencia conceptual reside precisamente la revolución especulativa del idealismo, consustancial a la inmanencia radical del uno- todo en constante creación. La identidad es diferencia, auto-contradicción reflexiva, tanto como la diferencia es precio de una identidad en continua producción y transformación. Al hilo de esta nueva modalidad auto-diferenciante emergen dos grandes categorías que articularán en lo sucesivo el pensamiento filosófico, a saber: negatividad y mediación, operadores dialécticos. El concepto de negatividad, entendido por la metafísica dualista como opuesto excluyente de lo positivo, adquiere con el idealismo la consistencia afirmativa y creadora de lo absoluto por el hecho de pertenecer a su inmanencia reflexiva y dialéctica. No se trata por lo tanto de una simple negación abstracta, que pone la privación donde antes había algo, sino de un contra-movimiento inmanente a la afirmación misma, es decir, el contra-movimiento reflexivo de la afirmación cuya negatividad revierte sobre sí misma como creación de lo nuevo o doble negación de la negación. La categoría de mediación, por su parte, explicita esta misma reversión dinámica de la negatividad, su inmanencia circular afirmativa, resuelta en producción de lo nuevo. La identidad dialéctica de lo real,la fuerza creadora de lo negativo y la mediación de todas las cosas en el seno de la inmanencia radical inauguran un nuevo estadio especulativo, donde los términos otrora excluidos y degradados por la escisión dualista, serán ahora incorporados al devenir absoluto. Tal es la suerte de la oscuridad, el caos, la noche, lo abismal, la muerte, la materia, la potencia, el mundo natural, el tiempo, etc., convertidos al dinamismo absoluto de la diferencia creadora. Debido a la relevancia teórica del idealismo absoluto en la discusión contemporánea en torno a la diferencia ontológica y, en consecuencia, en torno a la diferencia sexual femenina, nos detendremos brevemente en dos de sus mayores usinas conceptuales, a saber: el primer romanticismo o Frühromantik alemán concentrado en el Atheneum de Jena (1798-1804) y el sistema especulativo de Georg W. F. Hegel. 11 Georg W. F. Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio: para uso de sus clases, trad. R. Valls Plana, Alianza, Madrid 2005, § 118. 18 1.2.1. El romanticismo En líneas generales, podríamos decir que el romanticismo reemplaza el modelo de la metafísica sustancialista, sostenido por la epistemología representativa del entendimiento abstracto y coronado con el ideal mimético del arte clásico, por el paradigma ontológico del arte como creación absoluta. El pensador romántico es el artista que crea libremente los conceptos de su obra, creando con ellos la realidad misma. Realidad, verdad y conocimiento son para él romántico acción libre y creadora12. En continuidad con la crítica kantiana del conocimiento especulativo, el romanticismo abandona el entendimiento finito como órgano de conocimiento absoluto, para establecer en su lugar la libertad y la imaginación creadora. Poíesis o autopíesis libre son el sustituto epistemológico de la vieja adecuación objetiva, no por mero capricho subjetivo sino por la estricta necesidad ontológica de un absoluto en constante producción. Esto explica uno de los primeros supuestos del idealismo, a saber, que la «idea» asumida por él como esencia de lo real no constituye el objeto del entendimiento representativo sino «lo que es objeto de la libertad»13, vale decir, la propia acción libre, reflexiva y creadora. La nueva esencia de todas las cosas es, para el idealismo, idea libre, infinita y creadora. Junto con la consistencia especulativa del arte como absoluto creador, el romanticismo sobresale en la historia de la filosofía por la valoración del sujeto singular como realidad absoluta, en la mediación de lo particular y lo universal, lo finito y lo infinito, lo real y lo ideal. No se trata aquí de una bella subjetividad simple e inmediata, ni de un sujeto pensante claro y distinto, ni de un yo trascendental-epistémico. Por el contrario, la singularidad romántica constituye lo absoluto mismo en su identidad actual, viva y concreta, es decir, en su diferencia absoluta y su desgarramiento esencial. En el cruce de la contradicción radical, la singularidad romántica se crea a sí misma como absoluta. Lo que determina el valor absoluto de la singularidad romántica es justamente la 12 Para el análisis del romanticismo remitimos especialmente a Frederik Beiser, The Romantic Imperative. The Concept of Early Romanticism, Harvard University Press, Cambridge 2003; German Idealism. The Struggle against Subjectivism, 1781-1801, Harvard University Press, Cambridge 2002; Jochen Schulte- Sasse (ed.), Theory as Practice. A Critical Anthology of Early German Romantic Writings, University of Minnesota Press, Minneapolis & London 1997; Phillipe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, The Literary Absolute. The Theory of Literature in German Romanticism, trad. P. Barnard – C. Lester, State University of New York Press, New York 1988. 13 Georg W. F. Hegel, Primer programa de un sistema del idealismo alemán, en Escritos de juventud, ed. José M. Ripalda, 1ª ed., Fondo de Cultura Económico, Buenos Aires 1978, p. 219. 19 inmanencia monista del uno-todo, realizado efectivamente en todas las cosas. Uno mismo en la infinita diversidad de lo actual y la posibilidad entonces de volver absoluto cada instante. El dios del romanticismo no es el acto perfecto de la trascendencia abstracta sino virtualidad concreta, encarnado y viviente del devenir. El no es tampoco una identidad sustancial y estática, sino la auto-diferenciación dialéctica y expansiva del devenir, impulsado por la contradicción de sí mismo. La primacía romántica de la subjetividad singular se entiende entonces a partir de la inmanencia monista que justifica su consistencia absoluta. La misma inmanencia que absolutiza lo singular, transforma también la naturaleza en el escenario performativo del absoluto. En efecto, el monismo romántico significa que no hay trascendencia alguna más allá de esta existencia material y natural, donde el absoluto se realiza a sí mismo como tiempo, espacio y finitud. El universo material –interpretado por el dualismo abstracto como infernal caverna del espíritu inmortal– inaugura con el romanticismo el tiempo y el espacio del absoluto, revela su divinidad, se in-corpora al lenguaje de la infinitud. El gran viviente cósmico reúne todos sus miembros y elementos en una misma vida universal. Por identidad esencial y mediación recíproca, la subjetividad romántica se reconoce en la naturaleza como en el espejo visible de su alma. Los primeros románticos alemanes de fines del siglo XVIII reeditan en los términos de la libertad moderna ese eterno hilozoísmo divinizante, que Friedrich Schlegel denomina un “panteísmo de la naturaleza”14. El mundo encantado de los románticos con sus bosques y animales fabulosos, las montañas y los palacios de sus leyendas, las hadas, los elfos, esos espíritus elementales que se esconden debajo de las piedras, los misterios y terrores de sus profundidades subterráneas, todos ellos son algunos de los tantos símbolos a través de los cuales el romanticismo más temprano poetizaba la intuición ontológica de una misma vida universal abriendo por las venas de todas las cosas. El alma romántica vibra con la energía cósmica que hermana al universo entero. Naturaleza y subjetividad constituyen para ella lo cóncavo y convexo de una misma unidad divina, replicada en todas las cosas. De allí ese sym-pathos esencial que caracteriza a los románticos y determina su ethos universal, en conexión vital con la realidad entera. Siglos antes de que el ecofeminismo posthumano reclamara una ética 14 Friedrich Schlegel, Dialogue on Poetry and Literary Aphorism, trad. e intr. Ernst Behler - Roman Struc, The Pennsylvania State University Press, Pennsylvania 1968, p. 27. 20 material de alcance cósmico, Novalis explicaba al respecto el carácter moral de la naturaleza, sujeta de la libertad creadora que la anima. Así decía que “el sistema de la moral debe convertirse en el sistema de la naturaleza […] La naturaleza llegará a ser moral”15, en función de la identidad vital que produce igualmente naturaleza y cultura, materia y espíritu, en perfecta continuidad y reciprocidad inmanente. La resignificación romántica del mundo natural supone asimismo la transvaloración no-dualista de la materia, recuperada ahora de la pasividad inerte a la cual la sometió el hilemorfismo clásico, y reinstalada en el medio productor de lo absoluto. Friedrich W. J. Schelling fue uno de los primeros en comprender que la superación romántica del dualismo sustancialista significaba la restitución de “la esencia y dignidad de la materia”16. Materia y espíritu ya no serán elementos simples, independientes y distintos, jerárquicamente opuestos como pasividad y actualidad respectivas, sino que compartirán una identidad esencialdinámicamente auto- diferenciada. En palabras de Schelling, “la materia no es más que el espíritu intuido en el equilibrio de sus actividades”, una especie de “espíritu cristalizado”17 en su construcción sensible. Lejos de la clásica receptividad vacía que la historia atribuyó a la materia, Schelling la reinterpreta en los términos potenciales, intensivos o virtuales de un sustrato capaz de concebir activamente lo real, como una matriz infinitamente gestante. La materia schellingiana se parece también –como la platónica-aristotélica– a “la madre y la nodriza de todo el mundo visible”18, solo que en este caso se trata de una generación auto-activa en lugar de mera receptividad pasiva. Su energía inagotable genera y regenera el dinamismo continuo de lo real en un juego de fuerzas continuamente abierto, que “vuelve a parirse una y otra vez”19. Uno de los mayores méritos de la filosofía de Schelling consiste en reemplazar el acto perfecto y trascendente del dualismo sustancialista, causa primera e incausada del ser, por la potencia conceptiva inmanente del monismo subjetivo, des-fundamento – Ungrund– sin fondo del ser. La afirmación inteligible del acto puro es así sustituida por la oscura negatividad de la potencia material, de la cual nace todas las cosas como de un 15 Novalis, Los fragmentos. Los discípulos en Sais, introd. y trad. Mauricio Maeterlinck, El Ateneo, Buenos Aires 1948, p. 119. 16 Friedrich W. J. Schelling, Le système de l’idéalisme transcendantal, trad. Christian Dubois, Éditions Peeters, Louvain 1978, p. 453. 17 Friedrich W. J. Schelling, Le système de l’idéalisme transcendental…, cit., p. 453. 18 Friedrich W. J. Schelling, Las edades del mundo…, cit., pp. 197, 208. 19 Friedrich W. J. Schelling, Las edades del mundo…, cit., p. 189. 21 fondo abismal. Schelling invierte la causa primera luminosa, actual y trascendente de la tradición filosófica, en un Ungrund caótico, potencial e inmanente. Después de milenios de inteligibilidad solar, el romanticismo schellingiano restituía al pensamiento el vacío primordial de la mítica más remota. A lo largo de toda su obra, Schelling acentúa la naturaleza conceptiva y gestante del absoluto, bajo la cual retorna aquella inmemorial tradición de la caverna oscura y tenebrosa en el origen naciente del ser20. La noche más remota de todos los tiempos, cuyo seno era nacimiento y tumba de todas las cosas, reaparece con la modernidad en la clave especulativa de una potencia infinita, virtualmente capaz de todas las cosas. Cuando Schelling describe “el ansia que siente el Uno eterno de engendrarse a sí mismo”21, no está pensando en un absoluto sustancialista, trascendente y acabado en su propio acto, autosubsistente e inmurable, sino en un sujeto dialéctico y dinámico, incompleto en su virtualidad procesual y siempre anhelante de un nuevo nacimiento. El pensamiento schellingiano en particular y el romanticismo en general alimentan dos de las mayores corrientes del pensamiento contemporáneo, a saber, la post-modernidad y el nuevo realismo ontológico. La idea cardinal que impacta sobre ellos consiste en la determinación potencial y medial del fundamento, inagotable en su devenir inmanente. La reevaluación post-moderna de lo oscuro, lo indecidible y paradójico, lo inconsciente, la singularidad, la materia, el deseo puro, la imaginación, el pathos afectivo, la inocencia del devenir, el juego, la poesía, el mito, etc., esa reevaluación positiva es herencia romántica. Si, como afirma Maurice Blanchot, por romanticismo se entiende un exceso de pensamiento que supera cualquier discriminación representativa del entendimiento abstracto a fin de mantener abierta la alternancia creadora de la libertad22, entonces tanto la filosofía post-moderna como el nuevo realismo especulativo respiran romanticismo. En conclusión, aquello que la vieja tabla pitagórica de los opuestos alineaba con el mal, lo torcido y oscuro, la materia, lo indeterminado y, en última instancia, lo femenino y las mujeres, es resignificado por el proyecto romántico a partir de la transformación de sus supuestos ontológicos. El resultado final de ese intento ha sido el socavamiento del viejo paradigma falogocéntrico y la apertura hacia cierta feminización conceptiva y conceptual. En este punto, coincidimos con lo que Lisa C. Roetzel califica 20 Sobre esta idea volveremos con mayor precisión en el capítulo 3 de este trabajo. 21 Cf. Friedrich W. J. Schelling, Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana y los objetos con ella relacionados, trad. H. Cortés - A. Leyte, Anthropos, Barcelona 1989, pp. 166-67. 22 Cf. Maurice Blanchot, L’Entretien infini, Gallimard, Paris 1969, pp. 518 ss. 22 como un “feminizar la filosofía”23, en el sentido de la reconversión de la luminosidad solar masculina hacia la oscuridad lunar femenina, a partir de la cual los atributos tradicionalmente achacados a la mujer y con ella devaluados pasan a ocupar un lugar de excelencia. En una palabra, fue la reconceptualización de lo femenino en su potencialidad material, creadora y singular, lo que le permitió al romanticismo desafíar la filosofía tradicional y lanzarse como proyecto revolucionario moderno, presente y futuro. 1.2.2. La sistematización hegeliana En el contexto del idealismo romántico, Georg W. F. Hegel merece una consideración especial tanto por el rigor sistemático de su obra, como por el alcance histórico de la misma y su último renacimiento a la luz del giro especulativo contemporáneo. Con el romanticismo lo une, comenta Friedrich Beiser, “su concepción orgánica de la naturaleza, su crítica al liberalismo, sus ideales comunitarios, su spinozismo vitalizado, su concepto de dialéctica, su intento de sintetizar comunitarismo y liberalismo: todas estas ideas suelen ser vistas como propiamente hegelianas, pero son parte de una herencia romántica común”24. Sobre todo, al romanticismo lo une también la preocupación por “lograr la identidad-en-la-diferencia, la unidad-en-la-oposición”25, quintaesencia conceptual del idealismo en su búsqueda por alcanzar el dinamismo auto- diferencial y auto-poiético del absoluto. En consonancia con el romanticismo, Hegel se propone superar el dualismo representativo del entendimiento finito –Verstand– por el concepto concreto de la razón –Vernunft–, es decir, la lógica abstracta por la especulación creadora. Mientras que la primera obedece al principio de identidad y no contradicción, la segunda se afirma en la contradicción auto-diferenciante de la identidad. Asimismo, lo que la representación abstracta fija, define y cierra, el concepto especulativo lo abre, invierte y supera. Este último actúa en concreto lo que la representación refleja en abstracto, e incluye en su identidad medíada lo que aquella excluye en la simplicidad de la inmediatez. En una primera aproximación, Hegel determina el concepto como el “pulso vital”26 de todas las cosas, inmanente a ellas y realizadora de las mismas. El concepto se 23 Cf. Lisa C. Roetzel, “Feminizing Philosophy”, en Schulte-Sasse, Jochen (ed.), Theory as Practice…, cit., pp. 361-381. 24 Frederick C. Beiser, Hegel, Routledge, New York – London 2005, p. 35. 25 Frederick C. Beiser, The Romantic Imperative…, cit., p. 33. 26 Georg. W. F. Hegel, Ciencia de la Lógica…, cit., p. 36. 23 presenta como el origen conceptivo de lo real, puramente inmanente y dialécticamente negativo, a fin de ser efectivamente productor. Su actualidad creadora pertenece tan esencialmente a lo real como su propia identidad, a la vez que le resulta tan ajena como su negatividad auto-diferenciante. De aquí que el concepto constituya la “actividad que se media consigo misma”27, capaz por tanto de producirla auto-diferenciación efectiva de lo real por la acción negativa y reflexiva de su propio desdoblamiento. A través suyo, Hegel supera el representacionismo abstracto por la creación libre, y restituye lo absoluto a la inmanencia auto-conceptiva de lo real, nacido de su acción creadora. Lejos de la lógica abstracta, el primer principio del concepto reclama “la identidad en la diferencia y la diferencia en la identidad”28, contradicción que instala lo real en el registro del devenir. Una identidad tal es su propia contradicción reflexiva, por la cual al volver sobre sí misma se niega como “relación negativa consigo misma o diferenciación de sí”29. La identidad sólo existe en la diferencia, negatividad y desgarramiento de su simplicidad inmediata, de donde deviene mediación reflexiva, siempre atravesada por la contradicción y el desdoblamiento inmanente. Entre la identidad de la simple inmediatez –A = A– y la diferencia excluida del dualismo, la nueva identidad reflexiva y diferencial abre el espacio de una relación infinita entre lo mismo y lo otro. La identidad hegeliana es, concretamente, identidad relacional o bien, simplemente, relación, reciprocidad, mediación, no –claro está– entre dos entidades sustanciales sino entre una misma contra-identidad. Solo porque lo mismo es lo otro, hay para Hegel devenir, multiplicidad y exterioridad en el seno de la inmanencia absoluta. El carácter diferencial que determina a la identidad se manifiesta en diversos niveles de profundidad dialéctica, que podríamos resumir en 3 grandes planos de análisis: diversidad múltiple, oposición dual y, finalmente, auto-contradicción. En un primer momento, la diferencia expresa la diversidad extrínseca e indeterminada de una multiplicidad de seres iguales, desiguales o parecido. En un segundo momento, ella se establece como oposición binaria, excluyente de sus términos. En tercero y último lugar, la polaridad diferencial se reduce a la contradicción de lo uno: monismo e inmanencia radical en desdoblamiento creador consigo mismo. En el principio y fundamento es entonces la contradicción dialéctica, ya superada como devenir y mediación. 27 Georg W. F. Hegel, Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio: para uso de sus clases, trad. R. Valls Plana, Alianza, Madrid 2005, § 338. 28 Georg. W. F. Hegel, Enciclopedia…, cit., § 118. 29 Georg. W. F. Hegel, Enciclopedia…, cit., § 116. 24 La diferencia es la verdad de la identidad, su redención inmanente. La filosofía hegeliana es lo suficientemente dialéctica para mantener continuamente en juego la diferencia y la contradicción. Ella es por lo mismo lo suficientemente medial para recuperar la energía creadora de la negación. Dialéctica y mediación configuran un mismo movimiento auto-determinante, donde lo negativo constituye el punto de vuelta y de cambio, la posible emergencia de lo absoluto. Valga aclarar aquí que la mediación hegeliana no tiene nada que ver con el punto o estadio «medio» entre dos cosas opuestas, en el cual ellas se mezclen o yuxtapongan. Por el contrario, la mediación constituye el dinamismo de la contradicción, la acción efectiva donde la identidad se afirma y niega a la vez a fin de subsistir en su alteridad, no como otro sino como lo mismo. El ser y la nada, la esencia y la existencia, lo universal y lo individual, infinitud y finitud son, en la mediación, identidad devenir concreta y diferencial. Cuando este tipo de identidad es puesta en el origen de lo real, el resultado es un desdoblamiento des-fundacional, superador de aquella tradicional causa primera del ser, eterna y trascendente. En el principio no es ni la pura presencia ni la pura ausencia sino la mediación de ambas, que es creación y devenir. La inmanencia del origen opera como des-fundamentación negativa de lo real, expeliéndose fuera de sí a su propia alteridad. Hegel reemplaza la verticalidad lineal de lo trascendente, correspondiente con la horizontalidad lineal de lo finito, por el círculo de los círculos –la en-ciclo-pedia romántico-idealista–, cuyo centro replica en todas las cosas. En el círculo de los círculos, cada momento, cada individuo, cada particularidad es principio y fin, comienzo inmediato y resultado mediado, inmediata presuposición y posición medíada, centro y periferia de lo absoluto. El círculo infinito, origen y fin de sí mismo, expresa un dinamismo des-fundacional inmanente donde el principio deviene resultado y el resultado se retrotrae a su presuposición. Asimismo, cuando tal identidad es afirmada como ser y esencia de lo real, entonces el viejo paradigma sustancialista conforme con el cual «A es esencialmente A», queda medialmente revertido por la negatividad esencial del ser, «A es esencialmente no-A». El «ser»30 con el cual comienza la lógica especulativa es por eso pura e inmediata indeterminación, idéntica a la nada en el devenir medial y reflexivo 30 Para la lógica del ser cf. Georg W. F. Hegel, Ciencia de la Lógica…, cit., pp. 77 ss; también Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio: para uso de sus clases, trad. R. Valls Plana, Alianza, Madrid 2005, §§ 84 ss. 25 que lo auto-determina. Y este mismo dinamismo dialéctico vale para la «esencia»31, concebida por Hegel como la reflexión negativa del ser mismo. “La esencia, en tanto ser que se media consigo mismo a través de la negatividad de sí mismo, es la referencia a sí solo siendo referencia a otro, el cual [otro], sin embargo, no es como ente sino como un puesto y mediado”32. Para una ontología donde la identidad no consiste en la simplicidad abstracta del ser, sino en su contradicción inmanente, la esencia se define por la negatividad reflexiva del ser, es decir, por lo-que el ser no-es, pero llegará a ser en su desdoblamiento medial. La concepción de la esencia como pura negatividad autodeterminante del ser quiebra y supera su clásica definición como entidad inmaterial, perfecta y inmóvil, determinante de la existencia. Lejos de representar la inmovilidad de una perfección causal, la esencia hegeliana constituye el dinamismo relacional de un absoluto contradicho y des-fundado en la inmanencia múltiple de lo existente. La esencia no preexiste ni precede lo sido en eterna inmovilidad, sino que “procede del ser; por consiguiente, no existe inmediatamente, sino que es un resultado de aquel movimiento”33. En una palabra, la esencia resulta del devenir, es producto histórico y temporal, efecto de la acción libre que la crea. El paradigma sustancialista de la esencia como «lo que el ser eternamente es», es así superado por el paradigma reflexivo de lo que el ser dinámicamente no-es, pero será en el resultado que lo presupone. La esencia es lo sido –Gewesen– como movimiento fundacional retroactivo al efecto; lo que era el ser –tó ti en einai– solo después de haber acontecido. Porque no se trata aquí de un movimiento lineal donde principio y fin se excluyen y suceden dualístamente, sino de un movimiento circular infinito donde el origen es resultado, por eso el devenir de la esencia solo pre-existe en su repetición, que es negación y diferencia. En su devenir circular, la esencia repite infinitamente el pasado inmemorial del ser como resultado de su devenir. Por último, cuando ese tipo de identidad se aplica a la noción de sujeto, el resultado es “el movimiento del ponerse a sí mismo o la mediación de su devenir otro consigo mismo. Es, en cuanto sujeto, la pura y simple negatividad y es, cabalmente por ello, el desdoblamiento de lo simple o la duplicación que contrapone, que es de nuevo la negación de esta indiferente diversidad y de su contraposición: lo verdadero es 31 Para la lógica de la esencia cf. Georg. W. F. Hegel, Ciencia de la lógica…, cit.,pp. 345 ss.; también Enciclopedia…, cit., §§ 112-114. 32 Georg. W. F. Hegel, Enciclopedia…, cit., §. 112. 33 Georg W. F. Hegel, Ciencia de la Lógica…, cit., 1968, p. 343. 26 solamente esta igualdad que se restaura o la reflexión en el ser otro en sí mismo, y no una unidad originaria en cuanto tal o una unidad inmediata en cuanto tal. Es el devenir de sí mismo, el círculo que presupone y tiene por comienzo su término como su fin y que sólo es real por medio de su desarrollo y su fin”34. Negatividad reflexiva, desdoblamiento dialecto y mediación dinámica son las notas determinantes del sujeto romántico-idealista, capaz de sostener el desgarramiento de su identidad con toda “la seriedad, el dolor, la paciencia y el trabajo de lo negativo”35. Una vez que el desdoblamiento auto-diferencial del ser es puesto como su post- fundamento esencial, entonces resulta que “todo lo que existe muestra en él mismo que en su igualdad consigo es desigual y contradictorio y que a pesar de su diferencia y contradicción es idéntico consigo mismo”36. Tal es la identidad hegeliana, idéntica a su diferencia y contradicción en el devenir paradojal y transformador que la realiza. Ella existe en ese “delirio báquico, en el que ningún miembro escapa a la embriaguez”37, ni escapa tampoco a la implosión de su base y contenido fijo. La vena romántica del pensamiento hegeliano reaparece de este modo, en la disolución continua de todos los límites por la proteica invención del devenir. Sobre el desdoblamiento conceptivo de la identidad en la diferencia, el ser en la esencia, la sustancia en el sujeto –categorías que el romanticismo resignifica y Hegel eleva a su consumación sistemática– basaremos en lo sucesivo la argumetación de este trabajo. Y lo haremos con la previsión de reinstalar su paradigma primero y original, esa efectiva realidad materialmente conceptiva y conceptual. 1.3. La diferencia en el post-estructuralismo francés Hegel hace su ingreso triunfal en el pensamiento francés contemporáneo a través de las lecciones de Alexandre Kojève38 y Jean Hyppolite39 sobre la Fenomenología del 34 Georg W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu, trad. W. Roces, Fondo de Cultura Económica, México 1966, pp. 15-16. 35 Georg W. F. Hegel, Fenomenología…, cit., p. 16. 36 Georg W. F. Hegel, Ciencia de la Lógica…, cit., p. 362. 37 Georg W. F. Hegel, Fenomenología…, cit., p. 32. 38 Cf. Alexandre Kojève, Introduction à la lecture de Hegel: leçons sur la «Phénomenologie de l’esprit» professées de 1933 à 1939 à l’École des Hautes-Études, ed. Raymond Queneau, Paris, Gallimard 1947. 39 Cf. Jean Hyppolite, Génesis y estructura de la “Fenomenología del espíritu” de Hegel, trad. F. Fernández Buey, 3ª ed., Península, Barcelona 1998; también Logique et existence. Essai sur la logique de Hegel, Presses Universitaires de France, Paris 1953. La traducción de Hyppolite a la Fenomenología del espíritu de Hegel fue publicada por partes a partir de 1939. Su Tesis doctoral, Génesis y estructura de la Fenomenología, fue publicada en 1946. 27 espíritu40. A las lecciones de Hyppolite asistieron Gilles Deleuze, Jacques Derrida, Michel Foucault, Louis Althusser y Alain Badiou. La recepción francesa de Hegel está interceptada por el materialismo marxista, centrado en la acción humana productora, la fenomenología de la conciencia y la filosofía existencial. De aquí que Hegel ingrese al pensamiento francés como el filósofo de un deseo en continua dialéctica existencial. Si hay una noción común al pensamiento francés contemporáneo, tal es el concepto de «diferencia», expurgado del dualismo intelectualista e incorporado a la inmanencia creadora del devenir. Bajo el nombre de la «diferencia», el pensamiento francés logra liberarse del viejo cogito claro y distinto que hipotecaba su tradición intelectual, para involucrarse con la nueva herencia del idealismo absoluto. Fuera de todo dualismo, la diferencia del post-estructuralismo francés no es excluyentemente ni diferencia ni identidad, ni presencia ni ausencia, ni ser ni pensamiento finito, ni interioridad ni exterioridad, ni afirmación ni negación. Ella se afirma como superación de las representaciones finitas por la paradójica mediación de todos los opuestos. En medio de toda oposición, la diferencia constituye un “tercer género”41 de realidad o “género neutro”42, saturado de realidad, pleno, excesivo, indeterminado o idéntico respecto de sus ulteriores diferenciaciones. La identidad indeterminada de la diferencia produce, por exceso inmanente, su infinita diferenciación. De aquí que ella funcione como origen auto-diferencial del devenir, fuente de toda oposición y diversidad finita. Si el exceso paradojal e imposible de la diferencia constituye el origen de todo, valga aclarar que no lo hace al modo de una primera causa inmóvil y ejemplar, sino al modo de un infinito desgarramiento inmanente, que afirma lo otro en la escisión de sí mismo. A excepción de aquellos autores donde el dualismo reaparece bajo la figura de un Otro trascendente e inconmensurable, en general la diferencia no expresa una remota entidad causal, sino un dinamismo originario inmanente a su propio desdoblamiento. Ella constituye por eso, antes que un fundamento inmóvil y sustancial, un des- fundamento escindido en su propia identidad, que sólo origina retroactivamente mediante la posición del efecto, es decir, por repetición. 40 Cf. Alexandre Kojève, Introduction à la lecture de Hegel: leçons sur la «Phénomenologie de l’esprit» professées de 1933 à 1939 à l’École des Hautes-Études, ed. Raymond Queneau, Paris, Gallimard 1947 ; Jean Hyppolite, Génesis y estructura…, cit.; Logique et existence…., cit. Remitimos también para este punto a Jeremy Dunham, Iain Hamilton Grant y Sean Watson, Idealism. The History of a Philosophy, McGill-Queen’s University Press, Montreal & Kingston 2011, p. 293-297. 41 Jacques Derrida, Khôra, Galilée, Paris 1993, p. 16. 42 Maurice Blanchot, Le Pas Au-Delà, Gallimard, Paris 1973, p. 108. 28 La diferencia es entonces el à venir de sí misma en tanto que otro. Su acontecer abre el espacio de la existencia finita como desdoblamiento temporal y contingente de un exceso de realidad indeterminable e infinito. Esta repetición de lo eterno en lo temporal, de lo infinito e imposible en la finitud real, es lo que Derrida y Deleuze denominan –con una expresión tomada de Hegel– “relación diferenciante”43, a fin de significar el dinamismo medial de la diferencia entre sí misma y lo otro. En su carácter relacional, la diferencia produce lo otro contra sí misma, en un movimiento de inversión y rechazo que multiplica y disemina todas las cosas. La diferencia temporaliza, espacializa y mantiene abierto el juego de la existencia. Ella imprime a lo real la forma de una conexión múltiple, establecida por el desdoblamiento esencial de todas las cosas. Nada es simple, todo se desdobla y reduplica, y solo ese desdoblamiento de lo real traduce su esencia Además, en tanto que relación, la diferencia determina el milieu de toda oposición, ese entre-dos que media y reconcilia, el elemento de la identidad y el centro omnipresente que recupera el origen circular. Nuevamente aquí, no se trata de un «entre» dos cosas –a excepción de aquellos pensadores que recaen en el dualismo– sino del dinamismo original e indeterminado de la diferencia, cuya acción medial constituye la repetición recíproca de lo uno en lo otro. De la mediación resulta la “esencia ternaria”44 de la diferencia, que no ni uno ni dos, sino siempre tres. Entre los pensadores franceses de la diferencia y la repetición, el caso de Gilles Deleuze nos merece una consideración especial por varias razones. Primero, porque su inmanencia radical despeja toda sombra y sospecha de dualismo, cosaque no sucede con los autores del «Otro totalmente Otro». Segundo, porque se trata de una filosofía de cuño explícitamente ontológico y materialista. Por último, porque su vitalismo universal y su devenir-mujer está muy cerca de la diferencia sexual tal como la plantearemos en este trabajo. En la misma línea superadora del intelectualismo dualista, Deleuze apela a un pensamiento sin representación ni imagen cuyo contenido sea su propio acto. Tal es el caso de la idea o concepto, concebidos como energía auto-creadora. Diferencia y repetición denomina «idea» al uno-todo de la inmanencia absoluta, puramente potencial y reflexivamente diferencial. La potencialidad indeterminada de la idea contiene la 43 Cf. Jacques Derrida, Marges de la Philosophie, Les Éditions de Minuit, Paris 1972, pp. 14-15; Gilles Deleuze, Différence et répétition, Paris, Puf, 1968, p. 224. 44 Jacques Derrida, L’écriture et la différence, Éditions du Seuil, Paris 1967, p. 435. 29 multiplicidad de singularidades que el devenir actualizará, a la vez que sintetiza la universalidad concreta del acontecer efectivo. En este mismo sentido virtual e implicativo, el «concepto»45 se presenta como la fuerza inmanente, conceptiva o productora de la realidad misma. Los conceptos son intensidades, centros de vibración, acción creadora de sí mismo y lo otro. Ahora bien, tal acción creadora en el seno de una inmanencia concipiente, solo es posible por obra de la diferencia en tanto que virtualidad auto-determinante. También en este caso, la diferencia deleuzeana se aparta del dualismo sustancialista excluyente – negación vs. afirmación, diferencia vs. identidad– para recurrir a un tipo de negatividad afirmativa y creadora. En continuidad con la lógica especulativa, Deleuze rechaza la negación simple e inmediata del intelectualismo, privativa en lugar de productiva, para reemplazarla por un “(no/?)-ser positivo”46, es decir, por el proceso reflexivo de la negación misma devenida afirmación pura, positividad o, en otras palabras, diferencia. Este tipo de negación expresa, desde el punto de vista conceptual, la potencia reduplicativa de la diferencia. Deleuze piensa la diferencia en sí misma como potencialidad pura, infinitum actu o enérgeia capaz de desplegar por exceso el contenido concreto de toda la realidad. La idea crea por diferenciación de sí misma y así produce el tiempo, el espacio y lo finito, en la determinación de su propia infinitud. El contenido múltiple y singular del universo nace en el seno auto-diferencial de la idea que reproduce su centro en todas partes como descentramiento universal. La creación diferenciada de la idea se actualiza en tanto que otro, y por lo tanto opera una multiplicación y diseminación infinita. Sin embargo, ella también relaciona y articula, media, sintetiza e integra todas las cosas, por lo cual se constituye como relación diferencial y síntesis universal. La potencia, energía o virtualidad determinante la diferencia, le permite a Deleuze abandonar la metafísica del acto perfecto y trascendente, para ubicarse en la inmanencia radical del devenir. La multiplicidad de devenires y singularidades actualiza la unidad ideal-intensiva del origen por la progresiva diferenciación de lo virtualmente implicado en ella, es decir, por una explicatio agencial o performativa que avanza según especificaciones graduales y continuas de la potencia inicial. De lo potencial a lo actual, de lo implicado a lo explicado, de lo infinito ideal a la finitud efectiva transcurre el 45 Para el dinamismo del concepto cf. Gilles Deleuze – Félix Guattari, ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, Barcelona 2006. 46 Gilles Deleuze, Différence et repetition…, cit., p. 262. 30 devenir intensivo de la diferencia en su despliegue inmanente. La propuesta deleuzeana de un empirismo superior o empirismo de la idea47 expresa justamente la inmanencia de la idea absoluta en la actualidad múltiple de lo finito. El devenir recíproco o medial que hace posible su mutua implicación es lo que Deleuze denomina «repetición». Por la repetición de la diferencia, lo eterno se hace historia, singularidad, finitud, mientras que lo finito adquiere un sentido absoluto. La repetición expresa el movimiento circular y retroactivo que actualiza el origen por su diferencia. Porque no estamos aquí en el dominio del entendimiento representativo sino en el actualismo de la potencia pura, lo que se repite es un mismo devenir diferencial, escindido y recuperado en su inmanencia reflexiva. Deleuze aclara que no hay repetición ni de lo puramente finito ni de lo puramente infinito, sino de su mutua mediación. Por lo mismo, no hay repetición ni de la identidad ni de la diferencia excluyentemente, sino de la identidad en la diferencia y de la diferencia en la identidad como construcción recíproca y medial. “Lo que se repite es la repetición misma”48, es decir, “el devenir-idéntico del devenir mismo”49. La repetición constituye entonces el auto-movimiento supresor de la diferencia en la diferencia misma. Porque en el origen es la repetición, el médium replica en todas pares como tercero de una nueva identidad. En virtud de esa creación inmanente que es la repetición, la realidad abandona el paradigma de un ordenamiento trascendente, centralizado, finalista, jerárquico y orgánico, para convertirse a un devenir rizomático, sin órganos ni originales. El báquico delirio de la identidad reinscribe de este modo su implosión creadora en “un devenir- loco, un devenir ilimitado, un devenir siempre otro, un devenir subversivo de las profundidades”50. Ahora bien, quizás lo más interesante del caso deleuzeano sea que a la afirmación de la diferencia ontológica y su continua repetición creadora, Deleuze y Guattari le añaden una segunda precisión, a saber, la especificación sexual de la diferencia, que convierte al devenir-mujer en el seno de toda diferencia. Cuando Mil mesetas afirma que “todos los devenires comienzan y pasan por el devenir-mujer. Es la llave de los otros devenires”51, supone con ello la diferencia «mujer» en el lugar de origen, medio y clave de todo devenir. El devenir-mujer constituye el “primer cuanto o 47 Gilles Deleuze, Différence et repetition…, cit., p. 356. 48 Gilles Deleuze, Différence et repetition…, cit., p. 377. 49 Gilles Deleuze, Différence et repetition…, cit., p. 59. 50 Gilles Deleuze, Logique du Sens, Les Éditions de Minuit, Paris 1969, p. 298. 51 Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, trad. José Vázquez Pérez, Pre-textos, Valencia 2002, p. 279. 31 segmento molecular”52 del cual derivan todos los demás devenires: niñx, hombre, animal, partícula imperceptible. En la diferencia de su seno –que es “seno de un rizoma”, “seno de determinado estrato”, “seno de todo enunciado”, “seno de un colectivo o de una multiplicidad”, “seno del rostro”, “seno de las multiplicidades”, “seno del agenciamiento”, “seno de la molécula”, “seno del territorio”53– acontece entonces el devenir, como “eterno retorno del estado naciente”54. La mujer del devenir deleuzeano designa una entidad sustancial femenina, sino un dinamismo infinito de mediación o repetición, llamado a volver sobre su origen como eterna condición naciente. Ella no indica tampoco una realidad abstractamente individual o universal opuesta a lo masculino, sino la realidad de la mulier tantum, en el sentido en que el joven Deleuze spinoziano concebía la esencia tantum, a saber, como potencia intensiva, material y cuantitativa, pura energía vital. Así pensada, la mujer concentra en sí misma la virtualidad del todo; ella determina la implicatio absoluta, habilitante de toda explicatio ulterior. La mujer tantum concibe, contiene y produce
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