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Colección: PSICOLOGÍA 2 Manuales El diagnóstico de los niños y adolescentes “problemáticos” Una crítica a los discursos sobre los trastornos de la conducta Por 3 Valerie HARWOOD Traducido por Eileen Feely, dirigida por Redactores en Red Revisado por Mar del Rey Gómez-Morata Valerie HARWOOD 4 Gill GORELL BARNES El diagnóstico de los niños y adolescentes “problemáticos” Una crítica a los discursos sobre los trastornos de la conducta Director de la colección: Jurjo Torres Santomé Tercera edición EDICIONES MORATA, S. L. Fundada por Javier Morata, Editor, en 1920 C/ Mejía Lequerica, 12 - 28004 - MADRID morata@edmorata.es - www.edmorata.es Título original de la obra: Diagnosing “Disorderly” Children © All Rights Reserved. Authorised translation from the English language edition published by Routledge, a member of the Taylor & Francis Group. Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y siguientes. Código Penal). © EDICIONES MORATA, S. L. (2009) Mejía Lequerica, 12. 28004 - Madrid www.edmorata.es - morata@edmorata.es Derechos reservados ISBN eBook: 978-84-7112-613-9 Depósito Legal: M-1.349-2009 Compuesto por: Ángel Gallardo Servicios Gráficos, S. L. Printed in Spain - Impreso en España Imprime: LAVEL. Humanes (Madrid) Ilustración de la cubierta: Schuhterjungen und Rehhelflicker por Albert Hendfchel Para LMP. CAPÍTULO PRIMERO 5 6 Agradecimientos Esta obra recibió el apoyo de dos subvenciones de la Universidad de Wollongong: URC Strategic Research Development Grant (“Subvención URC al Desarrollo de Investigaciones Estratégicas”) y Faculty of Education Research Grant (“Subvención para investigaciones de la Facultad de Educación”). Agradezco a la Facultad de Educación de la Universidad de Wollongong por otorgarme el apoyo necesario para realizar esta obra, incluida una licencia por estudio en 2004. Se han publicado en otros sitios versiones anteriores de partes de esta obra y algunas de las ideas desarrolladas aquí. Agradezco a los editores su permiso para utilizar ese material. Esas publicaciones son: HARWOOD, V. (2001) “Foucault, narrative and the subjugated subject: doing research with a grid of sensibility”. Australian Educational Researcher, 28 (3), págs. 141-66. HARWOOD, V. (2003) “Methodological insurrections: the strategic value of subjugated knowledges for disrupting conduct disorder”. Melbourne Studies in Education, 44 (1), págs. 45-61. HARWOOD, V. (2004) “Subject to scrutiny: taking Foucauldian genealogy to narratives of young oppression”. En M. L. RASMUSSEN, S. TALBURT y E. ROFES (eds.) Youth and Sexualities: Pleasure, Subversion, and Insubordination In and Out of Schools. Nueva York: Palgrave, págs. 85-107. Derechos de autor ® Mary RASMUSSEN, Susan TALBURT, Eric ROFES. De Youth and Sexualities. Editado por Mary Louise Rasmus-sen, Eric Rofes, Susan Talburt. Reimpreso con el permiso de Palgrave Macmillan. RASMUSSEN, M.L. y HARWOOD, V. (2003). “Performativity, youth and injurious speech”. Teaching Education Journal, 14 (1), págs. 25-36. VINSON, T. (2002). Report of the Independent Inquiry in the Provision of Public Education in NSW. Second Report. Sidney: Public Education Inquiry NSW. También quiero agradecer a Castalia Publishing Company por autori-zarme a utilizar el diagrama de la “hierba mala” (“Vile Weed” diagram), tomado de PATTERSON, G.R., REID, J.B., y DISHION, T.J. (1992). Antisocial Boys (Vol. 4). Oregon. Castalia Publishing Company. 7 CAPÍTULO PRIMERO Introducción Ella tenía náuseas y estaba asustada. La radiografía de bario de su intestino era normal, y a los pocos días comenzaron las insinuaciones sobre la salud mental de la niñita y su familia. (ROBOTHAM, 2004, pág. 1) El 31 de marzo de 2004, en la portada del periódico Sydney Morning Herald apareció un artículo titulado “Adara wasn’t pretending it was cancer” (“Adara no estaba fingiendo: era cáncer”) (ROBOTHAM, 2004, pág. 1) El artícu-lo cuenta que, en septiembre de 2000, Adara, una niña de 3 años que tenía un cuadro de vómitos severos y recurrentes, fue internada en un hospital y luego recibió un diagnóstico de problemas psiquiátricos. Estos problemas, de acuerdo con ROBOTHAM, incluían un “diagnóstico provisional de anhedoniai*, que significa depresión”, “síndrome de rechazo persistente absoluto”, e “intentos de llamar la atención y depresión reactiva” ( ibid. ). Más adelante se com-probó que estos diagnósticos eran erróneos y se descubrió que Adara tenía cáncer; específicamente, un tumor en el tronco cerebral. No obstante, mientras el tratamiento para los problemas de Adara se basó en el modelo psiquiátrico, la interpretación dominante veía el comportamiento de Adara como intentos de llamar la atención, y la actitud de su familia como deficiente. Por ejemplo, en las notas del hospital había “...órdenes escritas el 23 de septiembre: ‘Por favor, ignorar los vómitos. ¡Por favor NO TRATAR los vómitos como en otros niños!, tomar nota y seguir alimentando a la niña al mismo ritmo... Equipo de psicología volver a evaluar el lunes’” ( ibid. ). Adara falleció el 12 de abril de 2001, a los 5 años. Es terrible que esto haya sucedido, sobre todo por la angustia ocasionada a la niña y a su familia por el diagnóstico inicial incorrecto. Una de las cosas que esto nos insta a preguntarnos es cómo es posi- *nDisminución total o parcial para disfrutar con aquellas situaciones con las que antes se disfrutaba. (N. del E.) ble que se haya diagnosticado la enfermedad de esta niña como un comportamiento problemático. Este libro adopta una perspectiva severamente crítica sobre la manera en que el diagnóstico de niños problemáticos se ha convertido en un lugar común. 8 Examina la forma en que esas ideas sobre los niños y los jóvenes tienen semejante autoridad y credibilidad en su influencia sobre padres y tutores, la comunidad en general, los medios de comunicación y, especialmente, en los propios niños. En el caso de Adara puede afirmarse que la proliferación de los discursos sobre niños problemáticos posibilitó que los vómitos persistentes de una niña, con síntomas como pérdida de peso y “su cabeza... que se inclina hacia un lado” (ROBOTHAM, 2004) se diagnosticaran como un problema “psiquiátrico”. La historia de Adara no es un caso aislado. A los niños y jóvenesi* a quienes se considera problemáticos se les suele diagnosticar una serie de trastornos psiquiátricos, incluido el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) y otros trastornos infantiles como el de la conductai** o el negativista desafiante. Tales diagnósticos están íntimamente relacionados con diversas cuestiones, y entre éstas se destaca la predicción de problemas mayores. Estas “predicciones” pueden ir desde mal desempeño escolar a criminalidad futura o riesgo de desarrollar trastornos psiquiátricos cuando sean adultos. Por ejemplo, la Academia Estadounidense de Psiquiatría de Niños y Adolescentes (1997) sostiene que el 40% de los niños con trastornos de la conducta tienen posibilidades de convertirse en adultos con trastorno antisocial de la personalidad1i (TAP) (al que también se llama psicopatía o sociopatía). Si es posible hacer predicciones basadas en el diagnóstico de un niño problemáti-co, ¿qué profecías pueden hacerse para el pequeño al que se describe como “el terrorista de los niños de 4 años”? Esta descripción se incluye en una breve viñeta de “historias de la vida real” en una página sobre “trastorno de la conducta” en la página web del Centro de Estudios Infantiles de la Universidad de Nueva York AboutOurKids.org. En esta página web figura: “los maestros de Brandon en la guardería infantil informan que él es ‘el terrorista de los niños de 4 años’” (GOODMAN y GURIAN, 2001). Si los discursos psiquiátricos pueden predecirtrastornos en los adultos sobre la base del comportamiento aparentemente problemático de niños pequeños, esta descripción dista de ser inocua. *nSiempre deseamos evitar el sexismo verbal, pero también queremos alejarnos de la reiteración que supone llenar todo el libro de referencias a ambos 9 sexos. Así pues, a veces se incluyen expresiones como “niños y niñas” y otras veces se utiliza el masculino en general. (N. del E.) **nTrastorno de la conducta y trastorno disocial se utilizan como términos intercambiables, ya que son los términos que utilizan los manuales de clasificación DSM-IV-TR e ICR-10 respec-tivamente para referirse al mismo trastorno en sus versiones en español. Véase también nota sobre el DSM-IV en pág. 17 y más detalladamente en pág. 64. ( N. del T. ) 1nA lo largo de este texto utilizo letras minúsculas cuando hago mención de trastornos mentales tales como el trastorno de la conducta. Se utilizan mayúsculas para las abreviaciones, como TC, TND. En las citas, los términos se presentan como en el original. Se hacen afirmaciones sobre trastornos y niños problemáticos con aparente facilidad. En el Reino Unido, se diagnosticó a un niño de 13 años que había estado involucrado en un asalto a una señora mayor con un “trastorno hipercinético de la conducta que le causa dificultades en su casa y en la escuela” (“Graveyard mugger jailed for five years”, This is Lancashire, 22 de febrero de 2003). Hay otro artículo que cuenta que al tribunal inglés que intervenía en el caso de un “adolescente que robaba automóviles para pasear en ellos” y que había roto deliberadamente su rastreador electróni-co, se le dijo que “el niño tiene un diagnóstico de trastorno de la conducta. Esto significa que le cuesta mucho lidiar con situaciones estresantes y pierde la calma” (“Joyrider broke his electronic tracer tag”, Eastbourne Today, 11 de junio de 2004). El Sunday Telegraph publicó un artículo sobre Ben Griffiths, un niño de 11 años de la ciudad de Wrexham, Gales, en el que se decía que tenía un diagnóstico de trastorno negativista desafiante (TND) y TDAH y “se le prohibió el acceso a su centro de tiempo libre” (HENRY y DAY, 2004). En enero de 2000 la página web de noticias de la BBC, BBC News Online, presentó una nota sobre los tests de saliva que “pueden predecir qué niños tendrán algunos de los problemas de conducta más graves”. En palabras del “profesor McBurnett” de los Estados Unidos, el artículo afirma: “niños con un trastorno de la conducta persistente pueden tener genes que los predispongan a producir ciertas hormonas de manera diferente, o su producción de hormonas puede haberse visto alterada antes de su nacimiento 10 o al poco tiempo de éste” (“Spit test for future criminals”, BBC News Online, 13 de enero de 2000). También hay artículos periodísticos que, en su descripción de niños con términos psiquiátricos, informan sobre terribles injusticias. MIDGLEY (2004) en The Times Online, describe la muerte de Joseph Scholes, de 16 años, “quien se ahorcó con una sábana en el Correccional de Menores Stoke Heath de Shropshire”. El artículo cuenta que la madre de Joseph tuvo que esperar un año para poder leer los informes sobre su muerte. Estos informes decían que Joseph, un niño gravemente perturbado que se había infligido daño a sí mismo en varias ocasiones y a quien un psiquiatra le había diagnosticado depresión y un trastorno social y de la conducta, había pasado los últimos días de su vida angustiado y ate-rrorizado en una celda de barrotes, vestido con apenas una prenda tosca descri-ta en la investigación forense como una manta de caballo. Es increíble pero, parece que se envió a este joven al correccional de menores porque estuvo involucrado en un “robo menor callejero”. Fact Sheets for Health Professionals, publicación en Internet del Departamento de Servicios Humanos del Gobierno del Estado de Victoria, Australia (2004), también presenta descripciones de niños con problemas psiquiátricos. Esta ficha técnica contiene el caso clínico de un niño a quien se le diagnosticó trastorno de la conducta y dificultades específicas de aprendizaje. A continuación se incluye un extracto: Dylan vive en su casa con su madre y sólo ve a su padre ocasionalmente, durante las vacaciones escolares. Su padre tiene antecedentes de comportamiento antisocial y varios delitos juveniles, y hay antecedentes familiares de abuso de alcohol. Dylan ha estado bajo el cuidado de otras personas desde que tenía un año. Su madre tuvo una niñez “muy normal”... El trabajo de su madre exigía que ella estuviera fuera de casa por largos períodos y la organización para el cuidado del niño era improvisada y sin medios. Inicialmente la madre no veía el comportamiento de Dylan como problemático para ella y culpaba a la escuela por sus problemas de conducta. Los perfiles de Dylan, su madre y su padre reflejan estereotipos que frecuentemente describen a familias con un hijo problemático. Estos estereotipos usualmente consisten en una madre soltera y problemas paternos tales como antecedentes delictivos y de abuso de alcohol, y con frecuencia 11 incluyen juicios de valor sobre los cuidados prodigados por los padres (en este caso, la organización improvisada y sin medios para el cuidado del niño por parte de la madre). Las noticias periodísticas, las “fichas técnicas” y otras publicaciones parecen demostrar que hay un consenso en cuanto a la legitimidad de la descripción psiquiátrica de los niños y de su conducta. Pero realmente no es así. Tomemos, por ejemplo, la forma en que MCLEAN (2004), colaborador del boletín sobre educación Times Educational Supplement, describe el creciente uso del término EBD, Emotional and Behavioural Difficulties (dificultades emocionales y de conducta) entre maestros, y afirma que “nunca tuvimos una definición oficial o un acuerdo profesional sobre lo que constituye las ‘EBD’”. Podemos ver también la forma en que EDWARDS (2004), “un ex director de escuela que ahora trabaja en el ámbito de la salud mental” cuenta que “observa con alarma la creciente lista de ‘trastornos’ con que se diagnostica a nuestros jóvenes”. También destaca el problema de qué se enseña a los maestros. “También me preocupa que muchos maestros, sobre todo a los coordinadores de necesidades especiales, son enviados a cursos en donde se les dice que el TDAH ... para dar un ejemplo, es ‘un problema here-ditario’, como si se tratara de una realidad incuestionable. Y no es nada que se le parezca” ( ibid. ). Es fundamental preguntar por qué el diagnóstico de niños problemáticos se presenta como una cuestión en la que existe consenso. Alterar ese acuerdo aparente es uno de los propósitos de este libro. Un segundo objetivo es hacer que se conozca el grado de difusión e influencia que han alcanzado los discursos sobre el diagnóstico de niños problemáticos. Para esto recurro a bibliografía de Australia, el Reino Unido y los Estados Unidos. Si bien utilizo esos materiales, este libro no es un “estudio comparativo” sino un análisis que presenta un enfoque foucaultiano para examinar el alcance de los discursos sobre niños problemáticos. Esto requiere, por ejemplo, analizar algunas prácticas comunes en los Estados Unidos, ya que varias de éstas influencian las conceptualizaciones sobre niños problemáticos en otros países. El principal ejemplo que analizo es el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (DSM)i*, del que puede decirse que es la obra más influyente en la definición del criterio diagnóstico para las conductas problemáticas. 12 En lo que respecta al Reino Unido, hace siete años, cuando comencé a investigar estas prácticas, me pareció que, a diferencia de Australia, el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (DSM) no tenía mucha influencia en las prácticas relacionadas con los niños problemáticos. No obstante, esto parece estar cambiando (o, al menos, la discusión del mismo es más acusada). Si bien en el Reino Unido es más común el uso de otro sistema de clasificación, la Clasificación internacionalde enfermedades (CIE)i**, cada vez hay más discursos basados en el DSM o influenciados por él. Por ejemplo, mientras que EBD es la clasificación más comúnmente utilizada en el Reino Unido en niños problemáticos, se hacen asociaciones con el DSM. Por ejemplo, la del DSM-IV “es la descripción más comúnmente citada de TDAH” (VISSER, 2003, pág. 22). También existen textos como The A to Z Practical Guide to Emotional and Behavioural Difficulties (“guía práctica de la A a la Z de problemas emocionales y de conducta”) (AYERS y PRYTYS, 2002), que se encuentra con mucha facilidad en las bibliotecas de universidades como el Instituto de Educación de la Universidad de Londres. Esta guía cuenta con cuatro páginas de información sobre el trastorno de la conducta y explica que se define utilizando “criterios DSM-IV o CIE-10” ( ibid. , pág. 72), y proporciona “consejos para maestros y padres que tienen hijos con trastornos de la conducta”. Esto me lleva a un punto importante. Las conceptualizaciones actuales sobre niños problemáticos son muy amplias. En consecuencia, necesitamos reconsiderar qué se quiere decir cuando se utiliza la palabra “diagnóstico”. En pocas palabras, calificar al término “diagnóstico” como parte exclusiva de un acto clínico oficial implica perder de vista los efectos de las prácticas sociales generales de diagnóstico de niños problemáticos. Con esto no se pretende decir que los discursos formales no son importantes, sino afirmar que éstos a menudo tienen efectos fuera del entorno “clínico formal”. Un ejemplo de esto es la forma en la que personas que no son médicos clínicos pueden “dar un diagnóstico” al niño alborotador, con maestros, padres o tutores e incluso otros niños que pueden sugerir que un niño es problemático y proponer que “vea a un médico” o a un “especialista” o que “busque ayuda”. Trastorno de la conducta, trastorno negativista desafiante y TDAH son 13 trastornos del comportamiento que se diagnostican con frecuencia a los jóvenes y a los que los medios de comunicación, maestros, padres y tutores y niños y jóvenes se refieren frecuentemente. Este libro examina con minucio-sidad el trastorno de la conducta o trastorno disocial. Se define a este trastor- *nDSM-IV, Diagnosis and Statistical Manual of Mental Disorders, en el sistema de diagnóstico que se utiliza actualmente en Estados Unidos y que utilizan clínicos e investigadores de todo el mundo. Es la última clasificación aceptada internacionalmente de enfermedades psiquiátricas y data de 1994, la revisión del mismo es el DSM-IV-TR, que se realizó en 2000. Véase pág. 64. ( N. del R. ) **nEn inglés International Classification of Diseases (ICD). ( N. del R. ) no en el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales, cuarta edición, texto revisado (DSM-IV-TR) de la APA, American Psychiatric Association (“Asociación Psiquiátrica Estadounidense”) (2000, pág. 93). Según la APA, “la característica esencial del Trastorno Disocial es un patrón de comportamiento persistente y repetitivo en el que se violan los derechos básicos de los otros o importantes normas sociales adecuadas a la edad del sujeto”. Los criterios para el diagnóstico del trastorno de la conducta también incluyen referencias a problemas relacionados con la escuela ( ibid. ). Con esta vinculación con la escuela, el trastorno de la conducta se suma a la serie de términos utilizados para identificar a niños y jóvenes como problemáticos. Hace unos sesenta años, las categorías de acuerdo con las cuales se clasifica- ba a los jóvenes incluían “subnormales”, “deficientes mentales”, “retrasados”, “haraganes” y “niños problema” (CUNNINGHAM y cols., 1939, págs. 174- 178). Estas categorías describen y diferencian a ciertos jóvenes, principalmente en relación con su asistencia (o no asistencia) a la escuela. A los jóvenes que forman parte de esas categorías se los ve como interrupciones indeseables al apacible ritmo de la escuela. Tal opinión es la que sin reservas emitió SUTTON (1911, pág. 905) un doctor en medicina que investigó la cantidad de niños “débiles mentales” y “muy retrasados” que había en las escuelas en el área metropolitana de Victoria, Australia. Sobre la base de sus investigaciones, concluyó que “la presencia de esos niños en las escuelas es un gran 14 impedimento, no sólo para su propia educación sino también para la de sus compa- ñeros normales en la misma clase. Son como un palo en la rueda de la maquinaria educativa”. Casi un siglo después, con una alarma creciente sobre los niños problemáticos, los programas para incluirlos dentro o fuera de la escuela, la supuesta relación entre comportamiento antisocial y trastorno mental, el aumento en el uso de medicamentos, y la gran cantidad de bibliografía popular y académica, los niños problemáticos continúan siendo una preocupación, y no podemos evitar preguntarnos si, pese al cambio de clasificaciones ofrecido por las prácticas de diagnóstico, se siguen viendo como un palo en la rueda de la maquinaria educativa. 15 Foucault como punto de partida Esta forma de diagnosticar niños problemáticos se ha convertido en lo que podría describirse como un “panorama familiar” en educación (y en muchos otros ámbitos sociales como la salud, la criminología y los servicios sociales). Aquí es fundamental recordar que “es habitual que los discursos se vuelvan tan familiares que ya no queda una pausa para la reflexión y pueden parecer verdaderos y cómodos” (HARWOOD y RASMUSSEN, 2004, pág. 305). Tal como señala FOUCAULT (1997a, pág. 144): “todo lo que se percibe sólo se hace evidente cuando lo rodea un horizonte familiar y apenas conocido”. La tarea, entonces, para parafrasear a FOUCAULT, es examinar “este horizonte familiar y apenas conocido”. Consciente de este punto, mi crítica al diagnóstico de niños problemáticos parte de la táctica foucaultiana de hacer de lo familiar algo extraño: utiliza esta táctica para hacer, literalmente, que la familiaridad se torne algo obvio y, al hacerlo, impulsa el análisis de las prácticas de diagnóstico de niños problemáticos que parecen naturales. Para cuestionar este panorama familiar propongo una pregunta destinada a perturbar el horizonte familiar y apenas conocido del diagnóstico de niños problemáticos: ¿cómo es que un joven puede afirmar con certeza que tiene un trastorno? Para responder a esta pregunta es necesario formular varias otras en relación con el trastorno de la conducta. Éstas son: ¿de qué manera adquiere el trastorno de la conducta estatus de conocimiento científico?, y ¿de qué forma funciona el problema de conducta como saber legítimo de los jóvenes? Por último, debe formularse la pregunta ¿cómo construyen sus subjetividades problemáticas las personas jóvenes? Para responder a estas cuestiones hay dos conceptualizaciones teóricas clave: primero, el yo es una construcción de múltiples subjetividades; y segundo, la verdad, el poder y el yo están involucrados en la construcción e interacción de esas subjetividades. Ambas se basan en un entendimiento del sujeto que lo ve como producido o construido mediante procesos de subjetivación. Tal como lo explica FOUCAULT (1996a, pág. 472): “Llamaría subjetivación al proceso mediante el que resulta la constitución del sujeto o, más exactamente, de una subjetividad que es obviamente sólo una de las posibilidades dadas de organización de una 16 conciencia del yo”. Utilizo el término “sujeto” para describir el foco de la subjetivación y considerar la subjetividad como uno de los muchos productos de este proceso de subjetivación. Este uso del término subjetividad proporciona un medio para enfatizar la multiplicidad de estos productos de la subjetivación. Por lo tanto, la diferenciación entre sujeto y subjetividad es valiosa porque admite un análisis de la construcción de la subjetividad problemática de una manera que permite que se la considere dentro de la multiplicidad de subjetividades que cualquier sujeto puede tener. Por ejemplo, el sujeto con trastorno de la conducta (un joven con un diagnósticode trastorno de la conducta), puede tener multitud de subjetividades, como por ejemplo una subjetividad “delictiva”. Dado que el sujeto y la subjetividad son entes constituidos, para comprender la forma en que los jóvenes pueden verse a sí mismos como problemáticos debemos tener en cuenta la manera en que se construye la subjetividad problemática, es decir, la interrelación entre verdad, relaciones de poder y el yo. FOUCAULT (1997b, pág. 291), explica esta interrelación: Diré que, si ahora estoy interesado en cómo el sujeto se constituye a sí mismo de manera activa mediante las prácticas del yo, estas prácticas, no obstante, no son algo inventado por el propio individuo. Son modelos que éste encuentra en su cultura y que su cultura, su sociedad y su grupo social le proponen, sugieren e imponen. Esta perspectiva conceptualiza el yo como ente compuesto por múltiples subjetividades, producidas mediante un proceso de subjetivación. Sobre la base de este entendimiento, puede describirse a una persona joven a la que se diagnosticó como problemática como una persona con una “subjetividad problemática”, y puede verse al diagnóstico como un proceso de subjetivación. Esto da origen a preguntas sobre la relación entre el estatus científico del trastorno de la conducta y la construcción de la subjetividad problemática. Pueden encontrarse algunas reflexiones sobre esto en la especulación de FOUCAULT (1984a, pág. 387) sobre los “tres elementos de la experiencia”: “los tres elementos fundamentales de cualquier experiencia [son] ... un juego de verdad, relaciones de poder y formas de relación con uno mismo y con los demás”. 17 Como toda experiencia involucra a estos tres elementos, se puede suponer que el proceso de subjetivación debe involucrar necesariamente a estos tres, es decir, juegos de verdad, relaciones de poder y relaciones del yo (o lo que FOUCAULT, 1988a, llamó “tecnologías del yo”). Sobre la base de esta interpretación, puede darse una respuesta en términos de cómo está implicado cada uno de estos tres elementos en la “verdad” del trastorno de la conducta y la construcción de la subjetividad problemática. Estos tres elementos de la experiencia se utilizan para formar tres enfoques estratégicos para responder a mi análisis del trastorno de la conducta y la constitución de la subjetividad problemática. El primer enfoque utiliza el primer elemento de la experiencia, los “juegos de verdad” para considerar cómo fue que el concepto de niños problemáticos y, especialmente, el trastorno de la conducta, adquirieron estatus de conocimiento científico. El segundo enfoque utiliza las relaciones de poder para considerar la manera en que el trastorno de la conducta puede funcionar como saber legítimo de los jóvenes. El tercero utiliza las relaciones con el yo (las tecnologías del yo) para analizar la forma en que se constituye la subjetividad del trastorno mental. El análisis que deriva de los dos primeros enfoques proporciona un entendimiento de cómo los juegos de verdad y las relaciones de poder influencian las relaciones del yo. Cuando se diagnostica a una persona joven como problemática, el diagnóstico la designa como portadora de una psicopatología. También es posible que eso signifique que gran parte de los comportamientos, pensamientos e incluso intenciones de esa persona se interpreten mediante los discursos del trastorno mental. Como sugiere EDWARDS (2004): “El término ‘trastorno’ es perjudicial debido a que refuerza la noción de que hay algo en el niño que está mal, en lugar de que hay algo diferente”. Uno de los padres que entrevisté recientemente comentó que, una vez que su hijo recibió de la escuela un diagnóstico de TDAH, nunca volvió a escuchar nada positivo sobre él, y que hay una sensación general de que “simplemente son niños malos. Una vez que te califican de ‘malo’, esa etiqueta se queda allí para siempre” (Entrevista con padres 3, 2004). Un diagnóstico puede significar considerablemente más que una simple demarcación entre el joven con una psicopatología y el joven sin ella. Conlleva significados más profundos y nefastos en cuanto a la manera en que ser 18 “problemático” influencia la forma en que tanto los otros como la propia persona entienden a ese niño o joven. La principal pregunta de este libro, “¿cómo es posible que un joven pueda afirmar con certeza que tiene un trastorno?”, abre un espacio para analizar la tendencia a diagnosticar niños problemáticos. Esto se debe a que, al preguntarle a los jóvenes cómo pueden verse a sí mismos como problemáticos, también se debe formular la pregunta de cómo un diagnóstico de trastorno de la conducta puede tener un respaldo científico y cómo puede hacerse ese diagnóstico con autoridad. Los jóvenes del estudio Para analizar el diagnóstico de niños problemáticos trabajo con dos enfoques: una genealogía del trastorno de la conducta y material de trabajos de campo sobre el diagnóstico de niños problemáticos. El principal material de campo consiste en entrevistas realizadas en Australia a jóvenes que habían sido descritos como problemáticos. Realicé estas entrevistas a finales de la década de los noventa para mi tesis doctoral; en ella seguí un formato de múltiples entrevistas semiestructuradas. Este material consiste en la historias de cinco jóvenes, Rachel, Kris, Josh, Ben y Jemma, quienes experimentaron los efectos de haber sido diagnosticados con diferentes trastornos. Se cambiaron los nombres, ubicaciones y cualquier otro detalle que pudiera servir para identificarlos. En el momento de la investigación, a finales de 1997, Rachel tenía 19 años y trabajaba a tiempo completo para una empresa y Kris tenía 18 años y estaba solicitando el ingreso en la universidad. Josh tenía 16 años, vivía en la calle e intentaba obtener una pensión por discapacidad. Ben tenía 18, a punto de terminar su entrenamiento como barman, estaba entusiasmado por “finalmente terminar un curso”. Jemma tenía 20 años y acababa de decidir que no terminaría un curso de auxiliar de puericultura en la institución de educación superior y técnica TAFE (Technical and Further Education). Estos jóvenes tenían diversas experiencias que denotaban su condición de problemáticos. A Rachel, por ejemplo, sus compañeros, maestros y “expertos” de la profesión psiquiátrica le dijeron cosas sobre su persona. Ella contó que eso había comenzado en Educación Infantil cuando su primer encuentro con un orientador escolar tuvo como resultado que quedara marcada entre los otros 19 niños. En la Escuela Primaria sus compañeros le decían a Rachel que tenía “bichos”; en Secundaria la llamaban “rata carroñera pelirroja”. Los insultos no cesaron cuando Rachel asistió a la universidad. Allí, sus compa- ñeros la llamaban “esquizofrénica” y “suicida”. Sus maestros le dijeron que era “un problema” y “una alborotadora”. Comenzaron a llamarla alborotadora en Educación Infantil, cuando “tenía 4 años, a punto de cumplir 5”. A partir de ese momento, contó, “me culpaban por todo lo que salía mal en el aula. Me habían clasificado como alborotadora; era una maravillosa etiqueta que llevar” (Rachel, entrevistas) 2i. Rachel consultó a una serie de profesionales del ámbito de la psiquiatría quienes le dijeron que tenía “problemas de comportamiento” y “problemas para relacionarse”, que era una alborotadora y que tenía 2nLas citas y las referencias al material de las entrevistas con los cinco jóvenes se mencionan de esta manera. “depresión”, trastorno por estrés postraumático, un “trastorno de la personalidad” y trastorno límite de la personalidad. La joven resumió sus experiencias con el comentario “sencillamente, no soy Rachel”, e hizo hincapié en que llegó a esa conclusión tras “diecinueve años de etiquetas” (Rachel, entrevistas). Estas experiencias convencieron a Rachel de que era una joven problemáti-ca, pero sobre todas las cosas sabía que no era “sencillamente Rachel”, sino una persona con problemas. Kris también había recibido un diagnóstico que lo calificó de problemático, pero su experiencia fuediferente a la de Rachel. Mientras Kris habló de ser descrito como alborotador, parece ser que cuando dejó de serlo recibió el diagnóstico de problemático. Dijo que estaba orgulloso de sus primeros años de Escuela Secundaria, cuando sus maestros le decían que era “desobediente” y “travieso”, y cuando sus profesores de matemáticas y ciencias lo llamaban “agitador”. Kris recuerda que le dijeron que su clase era peor que la peor y la más infame de las clases de Sidney: “teníamos un maestro que me dijo que éramos peores que la peor clase en el Estado” (Kris, entrevistas). Pese a que le decían estas cosas, Kris no creía ser “realmente malo”. En comparación con sucesos posteriores en su vida escolar, Kris recordaba con afecto estas experiencias de intransigencia ya que representaban una época en la que no 20 padecía trastornos mentales. Esta idea de que estaba “molestando a todos los demás” condujo a un fin brusco a mitad de su Educación Secundaria cuando ya no pudo interactuar más con sus profesores y compañeros. Cuando esto sucedió, Kris se encontró con que las verdades que le decían pasaron de “desobediente” a “tranqui-lo” y el “estudiante ideal”. Este cambio en la realidad fue acompañado por un cambio en la manera en que Kris veía la escuela. Cuando era “desobediente”, la escuela era divertida, pero cuando se convirtió en “el estudiante ideal” sus recuerdos de la escuela eran “sólo de tristeza y aburrimiento (pausa), sencillamente no sabía qué hacer conmigo” (Kris, entrevistas). Tal como lo explicó Kris, a medida que se comportaba más como un estudiante ideal, más se ais-laba del resto de sus compañeros, un aislamiento que se convirtió en completo cuando lo internaron en un hospital, donde permaneció una gran parte de los últimos años de la Escuela Secundaria. Kris cambió de escuela durante este período, pero se quedó en la nueva escuela sólo durante dos trimestres. “Estaba enfermo, entonces entré en una escuela religiosa y estuve allí durante dos trimestres. La dejé por mi enfermedad. Entonces, básicamente, repetí el undécimo año una vez más, pero no pasé de año la segunda vez” (Kris, entrevistas). Cuando estaba en undécimo año, ente los 15 y los 16 años, se internó a Kris en un hospital porque sus padres se preocuparon por su pérdida de peso. Ocurrió como resultado de un período en el que Kris había estado a dieta porque había aumentado de peso y odiaba ser “gordo”. Inicialmente ingresó en un pabellón de adolescentes y se le diagnosticó anorexia. Kris dijo: “estuve allí [en el pabellón de adolescentes] alrededor de cuatro meses y mi peso simplemente seguía bajando” (Kris, entrevistas). Mientras Kris “estaba cada vez más delgado” se tomaban más medidas. Tal como explica: “Cada vez estaba más y más y más delgado, al punto en que llegué a los sesenta kilos y él [un doctor] dijo, bueno, básicamente me consideró un caso demasiado difícil y me envió con el doctor X de la unidad de psiquiatría infantil, así que ésa fue la primera vez que estuve en un hospital psiquiátrico” (Kris, entrevistas). Kris interpretó el traslado del pabellón de adolescentes al Hospital de Psiquiatría Adolescente como un indicador de que era “un caso demasiado difícil”. A Josh le ingresaron en lo que él llamó una clase “especial” (educación 21 especial) en la Escuela Secundaria y como resultado de eso experimentó que sus compañeros le dijeran muchas verdades (en forma de acoso). Josh contó que fue a varias escuelas de Educación Primaria diferentes: Fui a unas seis o siete escuelas de Educación Primaria distintas. Sólo fui a dos de Secundaria. Estuve en muchas escuelas de Educación Primaria diferentes porque no podían manejarme con la discapacidad que tenía, mi TDA [trastorno por déficit de atención]. Básicamente, me pedían que me marchara. Y después, cuando pasé a Secundaria, se enteraron de mi discapacidad y me pusieron en una clase especial ... Tuve que dejar el primer centro de Secundaria porque la clase de educación especial se cerró y tuve que cambiarme a otro. Creo que cerra-ron la clase por un problema de fondos o algo así. (Josh, entrevistas.) En esta declaración es especialmente significativa la seguridad que tiene Josh en lo relacionado a verse a sí mismo como un individuo que tiene TDA al referirse a ese trastorno como “mi TDA”. Un psiquiatra le dijo a Josh que tenía TDA a los 8 años. Josh también se describió a sí mismo como un “niño de educación especial”, y explicó que “los niños de educación especial son aquellos que, por ejemplo, no pueden sentarse ni realizar correctamente una tarea” (Josh, entrevistas). Esta verdad le enseñó a Josh a verse como un individuo que realmente no puede dedicarse a realizar tareas, conocimiento de sí mismo que subyace a su creencia de que tiene una discapacidad. Por lo tanto, podría afirmarse que su alegría por estar en una clase de educación especial no disminuyó el atractivo de su “condición de especial” para que le dijeran verdades. De manera similar a lo que le sucedió a Rachel, Josh experimentó los efectos de lo que describió como acoso de sus compañeros: “me insultaban por estar en la clase de educación especial” (Josh, entrevistas). Aunque Josh recibía muchos insultos, declaró: “No me afectaba, básicamente se burlaban de mí. No me preocupaba por eso. Honestamente, no puedo recordar lo que me de-cían” (Josh, entrevistas). A pesar de estas afirmaciones, las verdades que le decían sus compañeros hicieron que fuera extremadamente sensible respecto a su identidad como “niño de educación especial”. Tal como reconoció Josh: “En cierto modo te sentías diferente [al estar en educación especial]” (Josh, entrevistas). La influencia de esto fue tan intensa que en Secundaria Josh 22 restringió sus relaciones personales a los compañeros de educación especial. A decir verdad, en Secundaria la situación era una mierda. Tus únicos amigos eran los de la clase de educación especial, estabas con ellos todo el tiempo. Básicamente, eran como tu familia. No te mezclabas con los otros chicos. Los alumnos en educación especial eran mucho mejores que los de la secundaria. (Josh, entrevistas.) A pesar del acoso, Josh creía que si no hubiera estado en la clase de educación especial “habría abandonado la escuela mucho antes, no habría podido soportarla” (Josh, entrevistas). De los jóvenes entrevistados, Ben fue la única persona a la que le habían dicho que tenía un trastorno de la conducta, diagnóstico que le realizó un psiquiatra durante una única entrevista. Ben explicó que su diagnóstico no le “molestó”: “No me importaba realmente, nunca le presté demasiada atención a eso, lo llamen como lo llamen ... nunca me preocuparon los insultos o ese tipo de cosas. En realidad nunca recibí muchos” (Ben, entrevistas). Lo que a Ben sí le importaba de su trastorno de la conducta era que el trastorno no era “lo suficientemente bueno”. Similar a lo que sucedió con Rachel, Ben habría preferido un mejor diagnóstico: Deseaba algo mejor. Verás: no podía ver ninguna razón para que me importa- ra el trastorno de la conducta porque lo veía como una cosita insignificante, sí... quería algo que hiciera que la gente realmente me tuviera lástima. Por ejemplo, siempre quise [tener] cáncer y deseaba morir para que las personas sintieran lástima por mí. Quería algo como una depresión maníaca severa. (Ben, entrevistas.) Aunque Ben quería un trastorno mental más severo, no deseaba algo como “esquizofrenia” ya que le parecía “demasiado grave”. Ben era consciente de la forma diferente en que se trata a las personas con trastornos mentales “severos”: “no quieren conocerte, porque tú...; sólo sienten lástima por ti y quieren ayudarte” (Ben, entrevistas). Más adelante en nuestras entrevistas Ben dijo que estaba muy preocupado por una de las cosas que le habían dicho en relación con el trastorno de la conducta: que se podía convertir en un psicópata (el término utilizado en el DSM-IV-TR es “trastorno antisocial de la personalidad”). A diferencia de Rachel, Kris y Josh, Ben no habló acerca de lo que le de-cían23 en la escuela. Describió la escuela como “sólo una pérdida de mi tiempo ... no me estaban enseñando nada nuevo” (Ben, entrevistas). Esta opinión influía en su decisión de asistir o no a la escuela: “Sí, bueno, básicamente a veces iba a la escuela y si lo que estaban haciendo era un verdadero desafío, entonces sí, lo hacía, pero por lo general sólo aparecía por allí y decía ‘esto ya lo sé’ y salía por la puerta lo más rápido posible” (Ben, entrevistas). Ben dijo que cuando no iba a la escuela pasaba el tiempo con amigos en el centro co-mercial de la zona “y ese tipo de cosas”. Si bien parece que desde el punto de vista de la escuela Ben se estaba comportando de una manera que era un problema (no asistía a clases), desde su punto de vista la escuela simplemente no era un problema: era aburrida, “sencillamente no podía tomarme la molestia de ir, así que no me afectaba” (Ben, entrevistas). Cuando inicié las entrevistas con Jemma, ella acababa de comenzar a utilizar ese nuevo nombre en lugar del anterior “Kathy”. Los adultos y sus compa- ñeros la insultaron de muchas maneras llamándola “lenta”, “tonta”, “estúpida”, “zorra”, “inútil”, “vaca gorda”, diciéndole que tenía “dislexia”, “depresión, y que era una “mamasita negra”. Jemma fue la única joven del grupo que se identificó como de raza negra y contó que sus compañeros se burlaban de ella por “el color de mi piel”. Explicó que estos insultos “me hicieron creer que no era buena para nada y una niña inútil” (Jemma, entrevistas). Aunque el abuso racial le molestaba a Jemma, contó que la acción que más la angustió fue cuando le dijeron que su lugar estaba en la “clase más lenta”. Jemma cuenta que en Primaria la pusieron en la “clase lenta” y que permaneció en las “clases lentas” durante toda la Secundaria. Llegó a la conclusión de que estaba en esas clases porque no podía aprender y explicó que los efectos de eso habían sido “definitivamente horribles” (Jemma, entrevistas). Notas sobre la metodología Las perspectivas metodológicas clave en las que me baso para mi análisis son la genealogía foucaultiana y un enfoque foucaultiano de la investigación narrativa. La genealogía foucaultiana puede comprenderse como “una historia del presente” en la que, como explica FOUCAULT (1988b, pág. 262): “parto de un problema expresado en los términos que hoy son de uso corriente e intento 24 descubrir su genealogía”. Mediante este cuestionamiento del presente, puede utilizarse la genealogía para contrarrestar la familiaridad del diagnóstico de niños problemáticos y, en particular, las formas en que se otorga estatus “científico” al trastorno de la conducta. Aquí no se concibe a la genealogía como un método ni como un sistema (RANSOM, 1997; TAMBOUKOU, 1999), sino como una estrategia que responde a preguntas específicas que se centran en el diagnóstico de niños problemáticos y en la construcción del niño problemático. En respuesta a esta necesidad de creatividad, utilizo una estrategia genealógica que se basa en los “tres ejes de la genealogía” de FOUCAULT: Son posibles tres dominios genealógicos. Primero, una ontología histórica de nosotros en relación a la verdad mediante la que nos constituimos en sujetos de conocimiento; segundo, una ontología histórica de nosotros en relación con un campo de poder mediante el que nos constituimos en sujetos que actúan sobre otros; y tercero, una ontología histórica en relación a la ética mediante la que nos constituimos en agentes morales. Entonces, existen tres ejes posibles para la genealogía. (FOUCAULT, 1983a, pág. 237.) Sobre la base de esta afirmación sugiero que cada eje desempeña una función vital en la constitución de las subjetividades problemáticas. El primero se refiere a cómo participa la verdad en la producción de niños problemáticos. Esto incluye los campos de la psiquiatría y la educación. El segundo eje se enfoca en las relaciones de poder que permiten el diagnóstico de la condición de problemático. Estas relaciones de poder, en palabras de SIMONS (1995, pág. 30), incluyen “estructuras políticas, sistemas de reglas y normas, técnicas y aparatos de gobierno, prácticas divisorias y relaciones estratégicas entre sujetos que actúan unos sobre otros”. Para considerar las relaciones de poder se acepta la sugerencia de FOUCAULT (1980a) de una “tabla de análisis”, que se utiliza para analizar cómo funcionan las distintas formas de las relaciones de poder para convertir los trastornos de comportamiento en saberes legítimos sobre las personas jóvenes. El tercer eje está relacionado con el yo y considera la forma en que un joven se involucra en la constitución de sí mismo como problemático. Esto implica analizar los datos obtenidos en trabajos de campo de parte de los jóvenes, en relación con la verdad, el poder y el yo. Mi análisis de los tres ejes —verdad, relaciones de poder y tecnologías del yo— 25 se realiza utilizando lo que llamé los “cuatro ángulos de escrutinio” (HARWOOD, 2004). Estos ángulos consisten en discontinuidad, contingencia, apariciones y saberes sometidos. Los primeros tres ángulos —discontinuidad, contingencia y aparición— se utilizan específicamente para la genealogía del trastorno de la conducta. El cuarto, saber sometido, incluye dos clases: saber académico sometido y saber descalificado sometido. El primero —saber académico sometido — se aplica a la genealogía del trastorno de la conducta. El segundo, saber descalificado sometido, se utiliza para considerar la construcción de las subjetividades problemáticas. Estos ángulos de escrutinio proporcionan “caminos de entrada” para llevar a cabo un análisis genealógico que puede examinar el diagnóstico de niños problemáticos. Las “historias del presente” genealógicas exigen que pensemos la “historia” de una manera muy diferente. Al hacerlo, el genealogista “descubre que hay ‘algo completamente distinto’ detrás de las cosas: no se trata de un secreto esencial e intemporal sino de que no tienen esencia o de que ésta se fabricó pieza por pieza a partir de formas que les eran ajenas” (FOUCAULT, 1977, pág. 142). Al hacer esto, el genealogista se esfuerza por crear una “historia del presente” irregular y discontinua; lo opuesto a una historia regular y continua. Este uso de la discontinuidad es una táctica para perturbar las verdades familiares sobre el niño problemático y, más específicamente, sobre un diagnóstico como el del trastorno de la conducta. El objetivo es situar fracturas y rupturas específicas en la verdad del trastorno de la conducta y el diagnóstico de niños problemáticos y desestabilizar, por ejemplo, la afirmación de que el trastorno de la conducta tiene lugar como resultado del desarrollo científi-co. En el Capítulo III analizo una serie de discontinuidades, incluidas las distintas nociones de trastorno de la conducta y las varias clasificaciones del trastorno de la conducta en el DSM. La diferencia entre contingencia y discontinuidad puede ilustrarse en términos de lo que el genealogista investiga. Respecto a la discontinuidad, el genealogista busca puntos de ruptura y diferencia en la verdad aparentemente continua del niño problemático y del trastorno de la conducta. En cuanto a la contingencia, el genealogista formula preguntas como “¿de qué condiciones o circunstancias dependió la creación del trastorno de la conducta?” Esta clase de 26 pregunta implica que verdades tales como el trastorno de la conducta necesariamente dependen de algo y, por lo tanto, fueron “creadas” en determinado momento. Este punto es claro en la cita siguiente: “las cosas que nos parecen más evidentes siempre se forman en la confluencia de encuentros y posibilidades, durante el curso de una historia precaria y frágil” (FOUCAULT, 1988c, pág. 37). La contingencia trae a la superficie la naturaleza dependiente de verdades “incuestionables” como la práctica usual del diagnóstico de niños problemáticos. RANSOM (1997, pág. 88) sugiere que el genealogista debe tener en cuenta dos aspectos de la contingencia. Primero, debe ser consciente de que las cosas“que se presentan como resultados naturales de una historia progresiva y comprensible se revelan como una mezcolanza de elementos heterogéneos”. Segundo, estas cosas no conflu-yen de una forma ordenada, sino que “responden a conflictos fortuitos” ( ibid. , citando a FOUCAULT, 1977, pág. 154). Una manera de utilizar estos puntos es aplicar la sugerencia de FOUCAULT de proponer preguntas tácticas, como “¿por qué funcionó eso?, ¿cómo per- duró aquello?” (FOUCAULT, 1980a, pág. 209). Utilizar esta clase de cuestiones da lugar a una interpretación diferente del trastorno de la conducta ya que, en vez de tomarlo (o a los niños problemáticos) como un hecho, se nos impulsa a preguntar: “¿de qué factores depende la verdad del trastorno de la conducta?”, o “¿de qué factores depende el diagnóstico de niños problemáticos?” En el Capítulo III analizo contingencias como, por ejemplo, la forma en que el trastorno de la conducta depende de una noción de trastorno mental y la relación de dependencia entre trastorno de la conducta y delincuencia juvenil. Considerar la verdad en términos de discontinuidad y contingencia respalda una interpretación de las verdades en cuanto “apariciones”. Al analizar la contingencia, FOUCAULT se refirió a la aparición al decir: “Puede demostrarse perfectamente que lo que la razón percibe como su necesidad o, mejor dicho, lo que las diferentes formas de racionalidad ofrecen como su ser necesario, tiene una historia; y puede rastrearse la red de contingencias de la que ésta emerge” (FOUCAULT, 1988c, pág. 37. La cursiva pertenece al original). BUTLER (1999, pág. 15) también menciona las apariciones y explica: “La ‘Genealogía’ no consiste en la historia de los acontecimientos sino en un análisis de las condiciones de la aparición ( Entstehung) de lo que se llama historia, un 27 momento de emergencia al que, en última instancia, no puede distinguirse de la fabricación”. Considerar al niño problemático como una aparición indica que realmente se apareció y, por lo tanto, pone énfasis en su “creación”. Dado que se trata de algo constituido, es posible buscar sus discontinuidades y contingencias. La discontinuidad, la contingencia y la aparición pueden utilizarse para analizar la “ciencia” del trastorno de la conducta y la construcción de las subjetividades problemáticas. La discontinuidad puede utilizarse para preguntar si el trastorno de la conducta ha permanecido igual; la contingencia puede indagar de qué depende la verdad del trastorno de la conducta, y la aparición nos impulsa a formular la pregunta “¿cuándo y cómo se originó este trastorno mental?” Los saberes sometidos son el cuarto ángulo de escrutinio. Estos saberes son lo que FOUCAULT (1980b, pág. 82) describe como “aquellos bloques de conocimiento histórico que estaban presentes pero enmascarados dentro del cuerpo de una teoría funcionalista y sistemática a los que la crítica —la que obviamente parte de la erudición— ha podido revelar”. Estos saberes son herramientas valiosas para el genealogista, ya que a partir de ellos es posible crear “algo que podría llamarse genealogía o, mejor dicho, multiplicidad de investigaciones genealógicas, un minucioso redescubrimiento de las luchas en conjunto con el recuerdo crudo de sus conflictos” ( ibid. , pág. 83). FOUCAULT describe dos clases de saberes sometidos: los saberes académicos y los recuerdos locales o saberes descalificados. En comparación, los saberes académicos sometidos son aquellos “contenidos históricos que han estado sepultados y enmascarados en una coherencia funcional o en una sistematización formal” ( ibid. , pág. 81). Esto implica que la sistematización de una verdad como el trastorno de la conducta requirió el “entierro” de ciertos saberes académicos. Puede describirse la genealogía en términos de esta interacción entre dominación y sometimiento. Al hacerlo, la genealogía “busca restablecer los diversos sistemas de sometimiento: no el poder anticipatorio del significado sino el peligroso juego de dominaciones” (FOUCAULT, 1977, pág. 148). Así, al encontrar un juego de dominaciones, puede hallarse un sistema de sometimiento en la aparente unidad de los discursos sobre niños problemáticos. Al identificar los puntos dominantes, los saberes académicos sometidos implican 28 momentos de discontinuidad en la acumulación de los supuestos saberes científicos sobre estos niños. Precisamente al encontrar estos sometimientos es cuando este discurso puede tornarse frágil. Para utilizar los saberes académicos sometidos el genealogista debe buscar con esmero “rastros históricos de este juego de dominaciones”. En lo que respecta a una genealogía del trastorno de la conducta, esto exige prestar atención a la presencia de saberes académicos sometidos tales como el de EDWARDS (2004), el “ex director de escuela que ahora trabaja en el ámbito de la salud mental”, quien critica las prácticas de los niños que alteran el orden. Mientras que los conocimientos académicos pueden entenderse como saberes expertos o calificados que han quedado sepultados por la formulación de sistemas de conocimiento dominantes, los saberes descalificados sometidos son aquellos a los que, en contraste, se considera carentes de pericia e idoneidad. Estos son “un conjunto de saberes a los que se ha descalificado por inadecuados para su tarea o por estar insuficientemente elaborados: saberes ingenuos jerárquicamente inferiores, situados por debajo del nivel de conocimiento o rigurosidad científica requerido” (FOUCAULT, 1980b, pág. 82). Los relatos de los jóvenes sobre su diagnóstico como problemáticos que se incluyen a comienzos de este capítulo, son ejemplos de saberes a los que se excluyó y a los que se considera “debajo del nivel de ... rigurosidad científica”. Los saberes descalificados sometidos son valiosos para el genealogista y la crítica que la genealogía desea establecer, dado que “es por medio de la reaparición de este saber, de estos saberes populares locales, estos saberes descalificados, que la crítica hace su trabajo” ( ibid. , pág. 82). Al utilizar saberes descalificados sometidos, puede utilizarse la genealogía para “considerar las afirmaciones ... contra las afirmaciones de un cuerpo unitario de teoría que los filtre, jerarquice y ordene en nombre de algún saber verdadero y alguna idea arbitraria sobre lo que constituye una ciencia y sus objetos” ( ibid. , pág. 83). Los saberes descalificados sometidos de jóvenes como Rachel, Ben, Josh, Kris y Jemma ofrecen la posibilidad de enfrentarse al “cuerpo unitario” de saberes con que se diagnostica a los niños problemáticos. Además de la genealogía, la investigación incluida en este libro se basa en puntos de vista de la investigación narrativa para desarrollar un enfoque para el 29 relato de las historias de los participantes de las entrevistas. Trabajo con la idea de que la noción de “historia” de la investigación narrativa puede manipularse para que se amolde a la estrategia foucaultiana de saberes descalificados sometidos (para un análisis más profundo, véase HARWOOD, 2001). Tal como señala BARONE (1992a, pág. 20): “las grandes historias permiten a los lectores contemplar maravillados una parte de su mundo que pensaban que ya habían visto. También permiten a los lectores conocer mejor a las personas que ya creían conocer”. Al basarse en saberes descalificados sometidos, puede afirmarse que los relatos de los jóvenes pueden ser fundamentales para repensar suposiciones acerca de aquellos denominados niños problemáticos. El relato de esas historias es entonces el contenido de lo que BARONE (1992b, pág.143) llama “narrador educativo crítico”, quien está “dispuesto a causar remordimientos en la conciencia de los lectores al invitarlos a reexaminar los valores e intereses que sostienen ciertos discursos, prácticas y arre-glos institucionales que se encuentran en la actualidad en las escuelas”. El objetivo de eso es “tentar a algunos lectores a que reconsideren actitudes y valores manejables y a otros a que afirmen perspectivas latentes nosanciona-das por la cultura dominante” (BARONE, 1995, pág. 66). Un aspecto importante de tal objetivo es escribir la historia de los participantes de las entrevistas de manera que sea creíble. Esto se basa en la idea que expresó SANDELOWSKI (1994, pág. 61) cuando escribió: Cuando me hables sobre mi investigación, no me preguntes qué encontré; no encontré nada. Pregúntame qué inventé, qué inventé a partir de mis datos y sobre la base de ellos. Pero entiende que, al preguntar, me preguntas eso. No estoy admitiendo contar mentiras acerca de las personas o los sucesos mencionados en mis estudios o historias. He dicho la verdad. La prueba de esto para ti está en las cosas que hice: en cómo las percibe tu mente, si satisfacen tu sentido del estilo y la destreza, si las crees y si apelan a tu corazón. Escribir las historias de los participantes implica necesariamente una interpretación por parte del investigador o escritor. En la analogía de ROSALDO (1987) entre hacer investigación y tomar una fotografía se describe muy bien lo inevitable de esta influencia y la lógica para reconocer su necesidad. Esta analogía deja en claro que, al igual que sucede con la fotografía, el investigador o 30 escritor se ve implicado de manera similar en la composición de la investigación (HARWOOD, 2001). Una forma de trabajar con esta cuestión es afirmar directamente que lo que se escribe es la versión de los acontecimientos del investigador. Yo presento las historias de los participantes deseando crear un relato persuasivo de sometimiento, o lo que BARONE llama “una historia educacional ingeniosamente persuasiva” (1995, pág. 66. La cursiva pertenece al original). La composición de las historias de los jóvenes que presento en los Capítulos VI y VII intenta ser lo que SANDELOWSKI (1994, pág. 60) describe como “informe legible de investigación”, “un informe de investigación que se lee como una novela: que cuenta una buena historia que es coherente, consistente y creíble pero que también es estética e intelectualmente satisfactoria”. Sumado a estos puntos, también me esforcé por lograr lo que BARONE (1992a, 1992b) describe como accesibilidad, poder de convicción y persuasión moral. También es oportuno notar que con mi diálogo con los jóvenes no intento “darles voz”; pretendo escribir historias sobre su sometimiento y des-calificación, crear relatos de saberes descalificados sometidos que puedan sostener una crítica genealógica al diagnóstico de niños problemáticos. Este énfasis en la historia se utiliza explícitamente como un medio para enfrentar el desafío de FOUCAULT (1984b) de hacer de la genealogía algo que perturbe “lo que pensamos”. El trabajo de campo con los cinco jóvenes tuvo lugar en un centro juvenil en el área metropolitana de Sidney, Australia. Todos los jóvenes que participaron en este estudio pasaron por la experiencia de recibir un diagnóstico de un trastorno mental (y algunos, más de uno). Cada una de las historias de estos jóvenes se centra en sus experiencias de conocer que eran “problemáticos”, condición que incluía que los describieran como trastornados mentales y/o como un “problema”. Este enfoque es deliberadamente más amplio que el de un diagnóstico de “trastorno de la conducta” porque me interesa la forma en que se describió a los jóvenes como problemáticos y la manera en que las experiencias escolares y el diagnóstico estuvieron implicados en eso. Esto significó que, desde la perspectiva de los saberes descalificados sometidos, pudieron contarse una serie de historias acerca de la práctica del diagnóstico de niños problemáticos. La cantidad de participantes en el estudio se limitó a cinco debido al énfasis en 31 múltiples entrevistas exhaustivas. Este proceso incluyó un enfoque flexible semiestructurado que se basó en ocho preguntas abiertas y permitió al entrevistador responder y adaptarse a cada uno de los jóvenes. Por ejemplo, el plan era hacer dos o tres entrevistas de una duración de entre 45 y 60 minutos. Sin embargo, en la práctica esto se vio modificado: con uno de los jóvenes se hizo una sola entrevista, mientras que se decidió tener cuatro con otro de los participantes. Un punto importante que debe tenerse en cuenta es la forma en que el número de entrevistas sirvió para el desarrollo de cierto grado de afinidad con los jóvenes, lo que demostró ser muy importante para el tema que nos ocupa. Los jóvenes tendieron a hablar mucho sobre sus experiencias relacionadas con que les dijeran que tenían trastornos mentales o que eran “un problema”. Por lo tanto, las preguntas no eran restrictivas sino que servían para iniciar una amplia discusión de las prácticas “alteradoras del orden” y la forma en que se convertía a los jóvenes en “problemáticos”. El análisis de estas entrevistas en los Capítulos VI y VII se centra en la forma en que se elabora-ron las subjetividades relacionadas con los trastornos mentales y la condición de “problema” de los jóvenes y en la manera en que la pericia escolar y psiquiátrica estuvo involucrada en esas construcciones. Esta discusión se organiza en un análisis segmentado que no tiene un orden temporal; sus historias se analizan de manera no lineal y, a veces, en forma cíclica. Como base para mi análisis recurro a investigaciones cualitativas de dos pequeños estudios de campo. El primero es un estudio realizado entre 2003 y 2005 con padres y tutores a quienes les habían dicho que su hijo, o el niño a su cuidado, era alborotador. Este estudio incluye entrevistas exhaustivas semiestructuradas con padres y tutores en el área metropolitana de Sidney y las afueras de New South Wales (NSW). Los datos que se incluyen en este libro pertenecen a tres entrevistas de las afueras de NSW. Se convocó a los participantes a través de anuncios en los periódicos locales y mediante contacto con grupos de apoyo para padres. El segundo es un pequeño estudio de las actitudes de los jóvenes ante medicamentos de venta libre y bajo receta realizado en 2004. Se organizaron tres grupos de discusión con jóvenes de entre 14 y 17 años de organizaciones juveniles de un lugar situado en las afueras de NSW. Este 32 trabajo de campo se había diseñado con el propósito de profundizar en un estudio sobre jóvenes y medicamentos de venta libre y bajo receta realizado en 2001 por la Comisión de Niños y Jóvenes de NSW (2002). Se obtuvo la aprobación de los Comités de Ética en Investigación Humana para cada uno de los estudios. Para todos ellos fue necesario evaluar la forma en que la naturaleza del tema podía afectar a los participantes. Fue necesario un especial cuidado para el manejo de las cuestiones éticas relacionadas con entrevistar a cinco jóvenes que habían sufrido estigmatización y circunstancias de vida difíciles tales como no tener un hogar, estar desem-pleado o sufrir problemas de salud. Además de eso, los participantes también habían experimentado un grado considerable de intervención de las autoridades en sus vidas (por parte de orientadores escolares, profesionales guberna-mentales del trabajo social, policía, psicólogos y psiquiatras, por ejemplo). Por lo tanto, fue fundamental garantizar que la entrevista para la investigación fuese muy distinta de esas otras experiencias. Por esa razón, la conciencia de las relaciones de poder entre el investigador y los participantes fue imperiosa, especialmente en lo que respecta a la serie de entrevistas exhaustivas con los cinco jóvenes. Esto implicó estar atento a la presentación del investigador co-mo experto y el intento deliberado por alterar esa imagen. Esto es importante porque no es posible acceder a saberes descalificados sometidos replicando las relaciones de poder que los someten. Se trascribieron las grabaciones de las entrevistas en audio, y se presen-taron a los cinco jóvenes antes de iniciar la entrevista siguiente. Esto dio la oportunidad a los participantes de que analizaran y modificaran el material. El proceso ocasionó que parte del material sufriera alteraciones o eliminaciones de acuerdo con las instrucciones deljoven en cuestión. El “registro mediante la escritura”, en el que el joven dictaba las respuestas de la entrevista y yo las escribía, fue otra estrategia práctica para que el joven supervisara e hiciera ajustes en el material para mantener su confidencialidad. Tanto durante las entrevistas para el estudio principal como en las realizadas con los padres y tutores, se hizo lo necesario para que pudiera alterarse la información en el curso de las mismas. Por ejemplo, cuando los participantes decidían que había algo que no querían que se grabase, se suspendía momentáneamente la grabación de 33 audio. Se modificó todo el material que pudiera servir para identificar a los participantes en los tres estudios. Los datos que se alteraron incluyen los nombres de los participantes y de cualquier otra persona mencionada (como maestros, psiquiatras, hijos, parejas), nombres de escuelas, hospitales y unidades psiquiátricas, ubicaciones geográficas y ciertas experiencias puntuales. 34 La estructura del libro La organización de los capítulos está estrechamente relacionada con el análisis de los tres elementos foucaultianos de la experiencia: verdad, poder y el yo. En el siguiente capítulo, “Niños problemáticos”, analizo la cuestión del diagnóstico de jóvenes como problemáticos y explico la manera en que me baso en FOUCAULT para formular un medio para analizar la aparición del trastorno de la conducta y, en términos más generales, la construcción de la subjetividad del trastorno mental. En el Capítulo III, “Conducta problemática y la verdad sobre el niño problemático”, utilizo un enfoque genealógico para analizar la verdad del trastorno de la conducta. A partir de este análisis de la “verdad”, en el Capítulo IV considero la forma en que las relaciones de poder participan de la fabricación del trastorno de la conducta. En el Capítulo V continúo esta línea de análisis al centrarme específicamente cómo el poder se involucra en el diagnóstico de niños problemáticos. En este capítulo se discute la administración de ese diagnóstico y la forma en que la escuela participa de las prácticas de diagnóstico de niños problemáticos. En este análisis se pone el énfasis en un estudio sobre escuelas de NSW, y luego se amplía para considerar las consecuencias que esto tiene en la educación escolar en paí- ses como el Reino Unido y los Estados Unidos. En los Capítulos VI y VII avanzo hacia el tercer elemento de la experiencia, el yo. Es en estos capítulos donde trabajo con las historias de los cinco jóvenes para evaluar cómo participan las tecnologías del yo en la construcción de las subjetividades problemáticas. Si bien tanto en el Capítulo VI como en el VII me centro en el yo, incorporo un análisis de la verdad y el poder en relación con el yo a cada una de las historias de los cinco jóvenes. Así, éstas se organizan en distintos niveles de análisis que corresponden a cada uno de los ejes —verdad, poder y el yo. Se recurre al análisis del trastorno de la conducta que se presenta en los Capítulos III, IV y V para considerar la forma en que la verdad y el poder influencian las tecnologías del yo. El Capítulo VI comienza con un análisis de los relatos de los jóvenes de lo que les dijeron al respecto de ser “problemáticos” o “un problema”. A partir de estas historias sobre “las verdades dichas” se agrega el poder, el segundo nivel de análisis. 35 Las tecnologías del yo forman el tercer nivel de análisis. Utilizar este último nivel me permite analizar cómo se involucra el yo con la verdad y el poder en la formación de las subjetividades problemáticas. Esta estructura se repite en el Capítulo VII, pero en este caso con un enfoque en cómo cuestionar el diagnóstico de niños problemáticos. Para hacerlo analizo cómo el yo (y su relación con la verdad y el poder) participa en el cuestionamiento de las subjetividades problemáticas. CAPÍTULO II Niños problemáticos En países como Australia, el Reino Unido y los Estados Unidos, las referencias a los trastornos del comportamiento y el diagnóstico de niños como problemáticos son cada vez más comunes. Para describir a los niños se parte de un vocabulario que incluye problemas de comportamiento, dificultades de comportamiento, dificultades emocionales y de conducta (EBD), trastornos del comportamiento, trastornos emocionales y de conducta, trastornos de la conducta (TC), trastorno negativista desafiante (TND) y trastornos por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). En algunas ocasiones, cuando se hace referencia a problemas o dificultades relacionados con el comportamiento, parecería que no nos referimos a un trastorno mental. En otras ocasiones eso es menos claro, los límites parecen difusos y las dificultades en el comportamiento parecen implicar un trastorno psiquiátrico. POULOU y NORWICH (2002, pág. 112) notan esta confusión relacionada con las EBD y afirman que ése “es un término amplio y vago que se usa principalmente en el ámbito educativo para referirse a las dificultades severas y persistentes emocionales, de conducta y para relacionarse de un alumno que interfieren con su aprendizaje y desarrollo”. Luego, explican que EBD “es un término que, en un punto, se superpone con los trastornos psiquiátricos y, en el otro, con el trastorno de comportamiento disruptivo o los problemas de comportamiento” ( ibid. ). Si bien estos autores notan una superposición en lo relacionado con la definición de EBD, parecen sugerir que existe una línea continua en la que los trastornos psiquiátricos se encuentran en un extremo y los problemas de comportamiento, en el otro. Afirmar semejante distinción lineal es una proposición endeble, ya que supone que simplemente se puede hacer referencia 36 a los problemas de comportamiento sin invocar el espectro de los trastornos mentales. Debemos preguntarnos, por ejemplo, si es posible hablar de un niño con dificultades de comportamiento sin aludir a trastornos como el TDAH o el trastorno de la conducta. Los discursos de los trastornos psiquiátricos son tan ubicuos que es difícil imaginar cómo pueden concebirse los problemas de comportamiento sin su influencia, aunque sólo fuera para negar la posibilidad de su diagnóstico. El criterio para el diagnóstico psiquiátrico de los trastornos de comportamiento perturbador se detalla en el Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales, texto revisado (DSM-IV-TR) (2000) de la APA, una revisión publicada recientemente de la edición actualizada en 1994, DSM-IV. En el DSM-IV-TR, el criterio de diagnóstico para los trastornos de comportamiento perturbador se encuentra en el eje I “Trastornos de inicio en la infancia, la niñez o la adolescencia”. Este título amplio incluye diez categorías: “Retraso mental”, “Trastornos del aprendizaje”, “Trastorno de las habilidades motoras”, “Trastornos de la comunicación”, “Trastornos generalizados del desarrollo”, “Trastornos por déficit de atención y comportamiento perturbador”, “Trastornos de la inges-tión y de la conducta alimentaria de la infancia o la niñez”, “Trastornos de tics”, “Trastornos de la eliminación”, y “Otros trastornos de la infancia, la niñez y la adolescencia” (APA, 2000). Los trastornos de comportamiento perturbador se detallan bajo la sexta categoría, “Trastornos por déficit de atención y comportamiento perturbador”. Los trastornos de esta categoría son “Trastorno por déficit de atención con hiperactividad”, “Trastorno por déficit de atención con hiperactividad no especificado”, “Trastorno disocial”, “Trastorno negativista desafiante” y “Trastorno de comportamiento perturbador no especificado” (APA, 2000). De acuerdo con HINSHAW y ZUPAN (1997, pág. 36, citando a APA, 1994), entre los trastornos mencionados, el trastorno disocial y el trastorno negativista desafiante son “los dos pilares de los trastornos de comportamiento perturbador”. Cada uno de estos trastornos tiene criterios de diagnóstico precisos. El criterio del DSM-IV-TR para el trastorno disocial es el siguiente: La característica esencial del Trastorno Disocial es un patrónde comportamiento persistente y 37 repetitivo en el que se violan los derechos básicos de los otros o importantes normas sociales adecuadas a la edad del sujeto (Criterio A). Estos comportamientos se dividen en cuatro grupos: comportamiento agresivo que causa daño físico o amenaza con él a otras personas o animales (Criterios A1-A7), comportamiento no agresivo que causa pérdidas o daños a la propiedad (Criterios A8-A9), fraudes o robos (Criterios A10-A12) y violaciones graves de las normas (Criterios A13-A15). Tres (o más) comportamientos característicos deben haber aparecido durante los últimos doce meses y por lo menos un comportamiento se habrá manifestado durante los últimos seis meses. El trastorno del comportamiento provoca deterioro clínicamente significativo de la actividad social, académica o laboral (Criterio B). El trastorno disocial puede diagnosticarse en individuos mayores de 18 años, pero sólo si no se cumplen los criterios de trastorno antisocial de la personalidad (Criterio C). El patrón de comportamiento suele presentarse en distintos contextos como el hogar, la escuela o la comunidad. Puesto que los sujetos con trastorno disocial tienden a minimizar sus problemas comportamentales, el clínico con frecuencia debe fiarse de otros informadores. Sin embargo, el conocimiento que el informador tiene de los problemas comportamentales del niño puede estar limitado por una supervisión inadecuada o porque el niño no los haya revelado. (APA, 2000, págs. 93-94.) Esta definición es influyente porque figura dentro del DSM, que es un compendio de psicopatología extremadamente importante, acreditado y con una gran autoridad respecto a los discursos contemporáneos sobre niños problemáticos. Por ejemplo, en su capítulo del Handbook of Child Psychopathology (OLLENDICK y HERSON, 1998), FRICK (1998, pág. 216) hace hincapié en que “los criterios mencionados en la cuarta edición del Manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (APA, 1994) para los Trastornos de Comportamiento Perturbador son uno de los sistemas más influyentes y ampliamente utilizados en la clasificación de niños con trastornos de la conducta”. Existen otros métodos además del DSM-IV-TR para diagnosticar trastornos 38 del comportamiento en la infancia, pero, debido a la referencia generalizada al DSM, puede afirmarse que este manual es el principal. Su dominio se hace evidente en los numerosos informes de los medios de comunicación sobre niños y trastornos del comportamiento, incluidos aquellos que presentan historias dramáticas sobre el supuesto potencial predictivo de los diagnósticos relacionados con comportamientos problemáticos. Un ejemplo de esto es A Dangerous Mind (“una mente peligrosa”), una nota del programa “Four Corners” de la Comisión Australiana de Radiodifusión que se televisó a nivel nacional en Australia —excepto en Tasmania— el 1 de julio de 1996 (MONCRIEFF, 1996). Esta nota trataba sobre la historia de Martin Bryant, el hombre responsable del asesinato de 35 personas en Port Arthur en Tasmania, Australia. Partiendo de discursos sobre niños problemáticos, A Dangerous Mind se centró en la búsqueda de pistas que sirvieran para predecir el comportamiento de Bryant. La nota incluía una escena impactante en la que se veían niños jugando mientras una voz describía algunos de los criterios de diagnóstico del DSM para el trastorno disocial. Al final de la historia, el narrador hizo el siguiente comentario inquietante: Los científicos continúan debatiendo la interacción entre nuestros genes y nuestra educación, pero todos coinciden en una cosa: que la mayoría de los factores que constituirán el próximo Martin Bryant pueden identificarse con antela-ción. Muchos de ellos estuvieron presentes en el joven Martin. La cuestión entonces es si estamos comprometidos a actuar. De otra forma, aquellos como Martin Bryant permanecerán invisibles hasta el próximo domingo sangriento, cuando ya sea demasiado tarde. (MONCRIEFF, 19961.) Historias mediáticas como ésta ampliaron el diagnóstico de niños problemáticos para incluir prácticas que pueden identificar al adulto que es un potencial asesino. El intento de hacer predicciones se manifiesta de manera similar en el artículo que se publicó en un periódico sobre Bryant, “Inside the mind of a killer” (“en la mente de un homicida”) (JONES y PATTERSON, 2000). El artículo analiza un informe psiquiátrico sobre Bryant en el que se detallan conexiones entre la supuesta intimidación que había sufrido en la escuela y el 1nTrascripción de este segmento realizada por HARWOOD. 39 asesinato de las 35 personas, y menciona que Bryant tenía numerosos trastornos mentales entre los que estaban el trastorno de la conducta, el déficit de atención con hiperactividad y el síndrome de Asperger. Si bien la historia de Bryant es un ejemplo estremecedor, las predicciones de peligro de esta clase no se reservan para casos de comportamiento extremadamente violento “fuera de lo común”. En el DSM-IV-TR se afirma directamente que quienes padecen trastornos de la conducta que se inician en la infancia tienen un riesgo mayor de sufrir un trastorno antisocial de la personalidad en la vida adulta (APA, 2000). Como ya mencioné en el Capítulo Primero, la Academia Estadounidense de Psiquiatría de Niños y Adolescentes (1997) aporta un porcentaje al respecto cuando declara que “aproximadamente el 40% de los niños y adolescentes con TC desarrollan Trastorno Antisocial de la Personalidad (TAP), con una prevalencia de TAP en la población general adulta del 2,6%”. Tales predicciones se ven reflejadas en un artículo que cuenta con el peculiar título de “Early identification of the fledgling psychopath: locating the psychopathic child in the current nomenclature” (“Identificación temprana del psicópata incipiente: cómo ubicar al niño psicópa-ta en la nomenclatura actual”), donde se hace la sorprendente afirmación de que los adolescentes varones que tienen “hiperactividad, impulsividad y problemas de atención conjuntamente con problemas de conducta ... son muy parecidos a los adultos psicopáticos” (LYNAM, 1998, pág. 566). Además del trastorno antisocial de la personalidad se predicen una serie de consecuencias distintas para los niños problemáticos con diagnóstico de trastorno disocial, como “criminalidad” y “alcoholismo” y un “5% que desarrolla esquizofrenia” (TONGE, 1998, pág. 67). GALLI y cols. (1999) sugiere que el trastorno de la conducta (y otros trastornos mentales) pueden encontrarse en “adolescentes que abusan sexualmente de niños”. TODD y GESTEN (1999) también escriben sobre el “potencial de abuso infantil de los adolescentes en situación de riesgo”. Estas predicciones de resultados nefastos parecen estar vinculadas a la noción de que es muy poco probable que el niño problemático cambie para mejor. Tal es la afirmación que REY y cols. (1995) hacen en un estudio australiano que buscaba “relaciones entre los trastornos psiquiátricos en adolescentes y los trastornos de la personalidad en adultos jóvenes”. Estos 40 investigadores informan que “actualmente hay poca evidencia que demuestre que los adolescentes perturbadores res-pondan a la intervención” y que “los adolescentes perturbadores parecen tener, como resultado, una personalidad particularmente negativa ... Debido a su severo impedimento, este grupo es un importante problema para la salud pública” ( ibid. , pág. 899). Preocupación frente al trastorno de la conducta Si uno debe creer lo que dicen las investigaciones, los estudios guberna- mentales y los informes que presentan los medios de comunicación, hay cada vez más niños y jóvenes con problemas de comportamiento. Esto se ve reflejado en las afirmaciones de que el trastorno de la conducta es el más frecuente de los trastornos psiquiátricos infantiles. Por ejemplo, autores australianos sostienen al respecto que es “muy común entre los niños y los adolescentes de nuestra sociedad” (BRAITHWAITE y cols., 1999). En la publicación británica de psiquiatría British Journal of Psychiatry, SIMONOFF
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