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José Pablo Feinmann
Filosofía política del poder
mediático
Feinmann, José Pablo
Filosofía política del poder mediático. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Planeta, 2013.E-Book.
ISBN 978-950-49-3644-2
1. Filosofía.
CDD 190
© 2013, José Pablo Feinmann
Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta
S.A.I.C.
Todos los derechos reservados
© 2013, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
Publicado bajo el sello Planeta®
Independencia 1682, (1100) C.A.B.A.
www.editorialplaneta.com.ar
Primera edición en formato digital: octubre de 2013
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares
del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduc-
ción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-3644-2
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Otra vez Assange y el Big Brother Panóptico
El siguiente diálogo —que tomamos del libro de Julian Assange,
Cypherpunks— podría ser el comienzo de un relato de ciencia ficción de
terror paranoico:
—Si compras al vecino de al lado con tu tarjeta Visa, cosa que en una
sociedad de mercado tradicional sería prácticamente privada, ¿quién se
entera ahora?
—Todo el mundo.
—Todo el mundo. Las principales potencias occidentales controlan
entre sí el intercambio de información, todas tienen conocimiento de esta
información y la almacenan para siempre.
Es decir, si le compro algo a mi «vecino de al lado» con mi única, per-
sonal e intransferible tarjeta Visa, se enteran las principales potencias
occidentales. Algo anda mal aquí. Algo no funciona con la sencilla (o no
tanto) idea que uno tenía del «mundo». Un empleado de una empresa de
venta de productos electrónicos le dio esta respuesta al escritor peruano
Alfredo Pita durante el año 2001, en la Quinta Avenida de Nueva York:
—No le puedo vender este producto al precio que usted me pide. Si lo
hiciera perdería dinero. —El tipo sonríe. Se le acaba de ocurrir lo que va a
decirle a Pita y le resulta ingenioso. Sí, lo es. Dice—: No es así como fun-
ciona el mundo.
De acuerdo, no es así como funciona el mundo. El que vende una mer-
cancía —que para él tiene valor de cambio, pero no valor de uso— tiene
que ganar una cantidad de dinero establecida por las reglas del mercado.
El que compra esa mercancía —que tiene para él valor de uso, pero no
valor de cambio— la compra porque usándola va a recuperar el dinero que
invirtió en comprarla y va a ganar más o mucho más. Así funcionaba el
mundo. Lo que esos dos sujetos económicos tenían descartado, eso en lo
que ni pensaban, era que las potencias occidentales se iban a enterar de
esa transacción y habrían de almacenarla para siempre. Hay un cambio
drástico. Estamos al escubierto. Nos vigilan. Vigilarnos es controlarnos.
Para eso nos vigilan. Si recordamos la frase de Moreno («Los pueblos
nunca saben, ni ven, sino lo que se les enseña y muestra, ni oyen más que
lo que se les dice»), debiéramos hoy agregar: Los pueblos, además de no
ver ni saber como siempre sucedió, ahora tampoco saben que hay alguien
que sabe todo, alguien que los vigila constantemente y sabe lo que ellos no
saben, sabe lo que ellos hacen con ese no-saber. Aunque los pueblos sólo
sepan lo que el poder les hace saber, el poder también quiere saber qué
hacen los pueblos con su ignorancia. Es el cierre perfecto del círculo de la
dominación.
Hemos llegado al sujeto panóptico. Es más poderoso que el Big Brother.
Orwell previó mucho. Pero no podía prever todo. Se equivocó en algo
grave por su anticomunismo, que lo llevó a imaginar su sociedad de la
vigilancia como una metáfora de sociedad totalitaria encarnada en su
momento por el comunismo. Probablemente, en Orwell, privara el deseo
de un socialista por salvar la idea más pura de la sociedad comunitaria,
que la de un furioso anticomunista en busca de la destrucción de ese régi-
men. Creo que su visión del mundo capitalista no era ingenua, algo lo
llevó a vislumbrar que el Big Brother latía en sus entrañas o ya estaba
actuando. La novela se muestra esquiva a señalar alguna de las sociedades
existentes como realización efectiva de la sociedad autoritaria del Big
Brother. Pese a los sistemas de vigilancia que Orwell instala en su
sociedad distópica del sometimiento de la libertad, de la muerte del indi-
viduo, no llega a imaginar los sistemas de espionaje del mundo actual.
Que nadie lo critique por esto. Atención: siempre es fácil para los perros
vivos burlarse de los leones muertos. Desde la caída del Muro y del sis-
tema comunista en Rusia, el aceleramiento de la historia ha sido ence-
guecedor, ha costado pensarlo. Si el Ave de Minerva levanta su vuelo al
anochecer, el día de los acontecimientos sucesivos se ha prolongado en
exceso. Pareciera que la noche que requiere la filosofía para pensar los
hechos no llegara nunca. Que el Ave de Minerva habrá de quedar paraliz-
ada ante el vértigo, ante el largo día de las noticias incesantes e inconexas.
¿Cómo pensar si no anochece? Alguien, sin embargo, piensa. Probable-
mente no la filosofía. También ella acaso es pensada por el Big Brother
Panóptico. O adormecida por su participación cómoda y segura en los
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estamentos del poder. Dejen a todos los filósofos en las academias, amon-
tonémoslos ahí, déjenlos pensar en el lenguaje, déjenlos descentrar al
sujeto, trizarlo, debilitarlo, déjenlos hablar de una ontología débil, déjen-
los reconstruir eternamente un texto y no salir de esa cárcel. Páguenles
bien, aseguren sus vidas. Valoren sus jergas de todo tipo. Pongan cara de
entenderlos.
¿Qué es el Big Brother Panóptico? Es la mezcla de dos creaciones muy
separadas en el tiempo, pero que surgieron en la historia para comple-
mentarse hoy, en este inicio del siglo XXI. Y tal vez en este libro. O no. Eso
importa poco. El panóptico es —lo dijimos— una creación de Jeremy
Bentham. Apareció en un libro titulado Panoptique. Mémoire sur un nou-
veau principe pour construire des maisons d’inspection, et des maisons
de force. Bentham le envió el original al diputado de la Asamblea Nacional
J. Ph. Garran. La Asamblea dio la orden de imprimirlo y así se hizo en
1791. Es un texto breve y Bentham explicita mejor que nadie sus propósi-
tos: «Si fuéramos capaces de encontrar el modo de controlar todo lo que a
cierto número de hombres les puede suceder; de disponer de todo lo que
los rodea a fin de causar en cada uno de ellos la impresión que
quisiéramos producir; de cerciorarnos de sus movimientos, de sus rela-
ciones, de todas las circunstancias de su vida, de modo que nada pudiera
escapar ni entorpecer el efecto deseado, es indudable que un medio de
esta índole sería un instrumento muy potente y ventajoso, que los gobi-
ernos podrían aplicar a diferentes propósitos, según su trascendencia». (1)
Aunque se trate de un libro conocido, aunque aún más conocido que el
libro sea el pasaje que voy a citar, no puedo darme el lujo de ignorarlo, de
describirlo por mi cuenta o de citar meramente el libro. Que es Vigilar y
castigar. No todos (supongo, y con razón) lo habrán leído. No todos
tienen por qué recordar ese pasaje. Además, en el contexto en que nos
encontramos todo va a resonar de un modo distinto. Importa diferenciar
el panóptico de Bentham, el de Foucault y el Big Brother Panóptico que
aquí analizamos, no son lo mismo. El de Bentham ya lo hemos visto. La
descripción del autor es excelente. Veamos el de Foucault. Empieza por
describir el panóptico de Bentham: «Conocido es su principio: en la
periferia, una construcción en forma de anillo; en el centro, una torre,
ésta, con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La
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construcción periférica está dividida en celdas (…). Basta entonces situar
un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda a un loco, un
enfermo, un condenado, un obrero o un escolar. Por el efecto de la con-
traluz, se pueden percibir desde la torre, recortándose perfectamente
sobre la luz,las pequeñas siluetas cautivas en las celdas de la periferia.
Tantos pequeños teatros como celdas, en las que cada actor está solo, per-
fectamente individualizado y constantemente visible. El dispositivo
panóptico dispone unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y
reconocer al punto (…). El Panóptico es una máquina de disociar la pareja
ver-ser visto: en el anillo periférico, se es totalmente visto, sin ver jamás;
en la torre central, se ve todo, sin ser jamás visto». (2) La función especu-
lar de la díada ver-ser visto se mantendrá en el mundo de la sociabilidad.
¿Quién no quiere ver y que lo vean? En un tradicional restaurante de
Buenos Aires hay —en una de sus paredes, encuadrada— una página del
diario La Opinión, que reflejó, antes de que los militares se lo apropiaran,
una etapa de la vida de Buenos Aires. Ahí se lee: «Edelweiss, un lugar para
ver y ser visto». Es primordial para una sociedad del espectáculo que sus
protagonistas vean y sean vistos. Pero esta mirada (la mirada-espectáculo)
está destinada al reconocimiento del Otro. De ese Otro al que considero
mi igual. La sociedad del espectáculo es la sociedad de los iguales. Es un
tema ya tratado. De modo hermético, lo trató Guy Debord a fines de los
sesenta. Hasta hizo un documental sobre la cuestión. Aquí, con la llegada
de Carlos Menem al gobierno, nos dimos de narices con el pibe-
espectáculo. El tipo pasó de ser El Tigre de los Llanos a liderar la farán-
dula, a ser el más espectacular de la espectacular sociedad de los años
noventa, cuando la Argentina era un país del Primer Mundo, un dólar
valía un peso y el país se remataba entre pizza y champán. (3) Al comienzo
de esa década, escribí un libro cuyo título acaso la nombró con propiedad:
Ignotos y famosos. Política, posmodernidad y farándula en la nueva
Argentina. Su primera edición se publicó en 1994. «La sociedad de los
famosos (se lee ahí) tiene hoy su apogeo en la sociedad menemista.
Digamos —para ser precisos— que la sociedad menemista es impensable
sin la apoteosis de la fama, ya que, en ella, sólo existe lo exitoso. Y así
como el éxito es la fama, la fama es el éxito, pues ambos conceptos se
complementan. Se es famoso porque se tiene éxito —y viceversa— y
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también, y fundamentalmente, se es famoso porque se es visto. Digámoslo
así: la mirada del ignoto constituye al famoso en famoso. El famoso es
alguien que es visto por muchos ignotos». (4)
La sociedad del Big Brother Panóptico no es una sociedad del
espectáculo. No es una sociedad de iguales. No es una sociedad del
reconocimiento entre pares. El Otro es un objeto a constituir, manipular y
vigilar. La globalización neo-liberal ha sido impulsada con ese objetivo.
Esa globalización (cuya imagen hegemónica, no casualmente, es la del
culo-global, la de la circularidad perfecta, deseable e imposible) no
expresa tampoco el despliegue del rizoma deleuziano. El rizoma articula
una horizontalidad en que cada miembro es el centro. No existe lo Uno. El
rizoma es —por decirlo así— un canto a lo Múltiple. El árbol, la raíz, es el
totalitarismo de lo Uno. «Cualquier punto del rizoma (escriben Deleuze y
Guattari) puede ser conectado con cualquier otro, y debe serlo. Eso no
sucede en el árbol ni en la raíz, que siempre fijan un punto, un orden (…)
sólo cuando lo múltiple es tratado efectivamente como sustantivo, multi-
plicidad, deja de tener relación con lo Uno como sujeto o como objeto,
como realidad natural o espiritual, como imagen y mundo. Las multipli-
cidades son rizomáticas y denuncian las pseudomultiplicidades arbores-
centes». (5) Nuestros autores rechazan el esquema arborescente. No hay
—en él— horizontalidad. Escriben: «El árbol o la raíz inspiran una triste
imagen del pensamiento que no cesa de imitar lo múltiple a partir de una
unidad superior, de centro o de segmento». (6) Mil mesetas es un libro
contra el autoritarismo comunista. Su primera edición (Les Editions de
Minuit, París) es de 1980. Los cautelosos filósofos franceses ya presentían
la caída del bloque soviético. Había que alejar a la filosofía de las cat-
egorías del marxismo. La misión del rizoma es deconstruir la totalidad
marxista-sartreana. De aquí que la French Theory no haya perdido su
protagonismo en la academia norteamericana y en tantas otras. Pero al
poder no le importa la democracia. La deja para los claustros. El Big
Brother Panóptico es arborescente. Hunde sus raíces profundamente en la
tierra nutricia del despotismo. Crece hacia arriba y poco le importa la
horizontalidad, la detesta. Si quieren escuchar a ese pianista loco,
háganlo. Hoy tenemos pianistas de todo tipo. Las más grandes orquestas.
Como siempre, somos generosos. Hemos aceptado que el más grande de
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todos los directores de orquestas sinfónicas sea un venezolano, de la tierra
del petro-Chávez. Comete errores: fue al entierro del caudillo y dirigió a la
orquesta juvenil Simón Bolívar al ejecutar el Himno Nacional de
Venezuela. Anduvo junto a Sean Penn y Oliver Stone. Que hagan lo que
quieran. Pero no exageres, Gustavo Dudamel. Tenemos otros. Te quere-
mos a vos, sin embargo. Terminá tu tarea en Venezuela y regresá. Te
esperan las mejores salas del mundo. Millones de personas te aman, mil-
lones de dólares ganarás por año. No todos lo han querido a Chávez como
vos. Esa pianista, Gabriela Montero, que igualmente es venezolana, que
consiguió que todos le digan «La Divina», también tocó el Himno de
Venezuela. Pero se hizo acompañar por un percusionista con una cacerola.
Por primera vez ese Himno fue interpretado por un dúo de piano y cacer-
ola, instrumento que expresa en América Latina la sonoridad de los libres.
La tarea de conceptos como el rizoma (horizontalidad democrática) o lo
arborescente (verticalidad autoritaria) fue entregarles a los vencedores de
lo Uno stalinista o soviético conceptos para barrer con la dialéctica y su
necesidad de la totalización. Deleuze declaró alguna vez que el punto cent-
ral de su filosofía es rechazar el concepto de negatividad. Eso y escupir
sobre la dialéctica es lo mismo. Eso y escupir sobre Hegel, Marx y Sartre
también es lo mismo. (7) De modo que —objetivamente— la función que,
desde el pensamiento, cumplieron los estructuralistas, los postestructur-
alistas y los posmodernos fue llevar leña al incendio neo-liberal. En cam-
bio, desde la política, el neo-liberalismo hizo lo que necesitaba. La global-
ización es la forma que el neo-liberalismo instrumentó para mantener los
más nefastos aspectos del concepto de totalidad. La globalización es una
totalidad que no se destotaliza. La globalización es una totalidad arbores-
cente. La globalización es una filosofía de lo Uno. La globalización tiene su
centro. La globalización es la globalización del espionaje. La globalización
globaliza para someter. Se globaliza lo Uno, pero lo Uno no se des-centra.
Lo Uno es el imperio. Es el sujeto bélico-informático. Lo Uno es Internet.
Internet es el espionaje globalizado. Tenemos que volver a Assange.
1. Jeremy Bentham, El panóptico, Quaranta, Buenos Aires, 2005, p. 15.
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2. Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI, México, 1999, pp. 203-205.
3. No se decía shampein. La chica Cannigia se habría horrorizado. Pero no por
mucho tiempo, ya que habría sido, como lo fue su madre, un impecable personaje
protagónico de la era menemista. Esto demuestra que Tinelli —con tal de subir su
rating— llevaba otra vez a las pantallas de la tele viejas temáticas de los desagrad-
ables tiempos del menemismo, con su ética del todo vale, del éxito y el
exhibicionismo.
4. José Pablo Feinmann, Ignotos y famosos. Política, posmodernidad y farándula
en la Nueva Argentina, Planeta, Buenos Aires, 1994, p. 14. Las bastardillas son
nuestras.
5. Gilles Deleuze y Felix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-
Textos, Valencia, 2002, pp. 13 y 14. Buscando ser aún más claros, escriben:
«Cuando Glenn Gould acelera la ejecución de un fragmento, no sólo actúa como
virtuoso, transforma los puntos musicales en líneas, hace proliferar el conjunto».De donde concluimos que Gould introduce pasajes rizomáticos en sus interpreta-
ciones. O, si hablamos en términos políticos, pasajes democráticos. Se aleja de lo
Uno y exhibe un despliegue de lo Múltiple. Gould, así, es un pianista democrático.
¿Qué les pasa a los intelectuales con Glenn Gould? Es un pianista canadiense que
vivió entre 1932 y 1982, cincuenta años. Tenía todos los tics del artista genial y eso
debe ser parte del culto que se le brinda. Pero, ¿qué sentido tienen sus interpreta-
ciones de piezas monumentales dedicadas a la orquesta y no al piano? ¿Qué
importa si se sienta encorvado, casi quebrado en dos, y a nivel del teclado? Nadie,
jamás, tocó así. ¿Así se debe tocar? ¿Vivieron entonces en el error Horowitz,
Richter, Rubinstein o Argerich, por citar sólo algunos gigantes? Su versión del Nº 1
de Brahms es desvaída. Para eso le hizo la vida imposible durante los ensayos a
Leonard Bernstein. Se lo glorifica por su ejecución de las Variaciones Goldberg.
Thomas Bernhard le dedicó su novela El malogrado. Gould era el genio y Alfred
Brendel el malogrado. No es que me guste Brendel, pero no me parece un malo-
grado. Gould toca abrumadoramente las Variaciones de Bach. ¿Es para tanto? ¿Se
puede ser el gran pianista de una sola obra, o casi? Además, cuando uno escucha la
grabación de Gould, no sólo escucha la música de Bach, ¡también tiene que
escuchar la cantata-Gould! El canadiense se canta toda la partitura. Pero, ¿quién se
cree que es? Un genio, desde luego. ¿Cómo no aceptarle que cante la partitura?
Una pregunta a los autores de Mil mesetas: ¿Los pasajes que Gould acelera se
detectan en el teclado o en su voz? ¿Acaso en ambos niveles simultáneamente? En
fin, espero tratar este tema en Allegro con brio, escritos sobre música, mi
—espero— próximo libro. Entre tanto, seguiré escuchando la sonata en si menor de
Liszt por Argerich, las sonatas de Scarlatti por Horowitz o el Concierto para piano y
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orquesta Nº 2 de Brahms en la gloriosa versión de Sviatoslav Richter. Una duda:
Gould, ¿era un virtuoso?
6. Ibíd., p. 21.
7. Con plena y lúcida deliberación, ignoraron los esfuerzos de Sartre en la Crítica
de la razón dialéctica por desarrollar la idea de una dialéctica que nunca cerraba,
que jamás totalizaba, que no tenía aufheben, que era —aunque Sartre no lo men-
ciona— hermana de la Dialéctica negativa de Adorno. Jamás un pensamiento fue
tan traicionado como el de Sartre en medio de las borrascas postestructuralistas.
Aún habrá que hablar de esto. La totalidad no es totalitaria, señores. Lo es cuando
cierra. Pero no cierra nunca. En Sartre, siempre existe la praxis del sujeto libre
para impedir que nada cierre, que nada se cosifique. Hasta el grupo, al que unifica
el juramento como presencia de lo práctico-inerte, fracasa por la libertad de los
agentes prácticos. Todo el aparato conceptual que subyace en la Critique implica
que la enajenación es real. Que el sujeto cae en ella. Pero que puede superarla.
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