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Revista Chilena de Literatura ISSN: 0048-7651 rchilite@gmail.com Universidad de Chile Chile Soto Vega, Andrés José Kozer. Lindes: Antología poética. Santiago de Chile: LOM, 2014. 308 pp. Revista Chilena de Literatura, núm. 89, abril-, 2015, pp. 359-369 Universidad de Chile Santiago, Chile Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=360238549020 Cómo citar el artículo Número completo Más información del artículo Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto http://www.redalyc.org/revista.oa?id=3602 http://www.redalyc.org/revista.oa?id=3602 http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=360238549020 http://www.redalyc.org/comocitar.oa?id=360238549020 http://www.redalyc.org/fasciculo.oa?id=3602&numero=38549 http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=360238549020 http://www.redalyc.org/revista.oa?id=3602 http://www.redalyc.org REVISTA CHILENA dE LITERATuRA Abril 2015, Número 89, 359-369 José Kozer. Lindes: Antología poética. Santiago de Chile: LOM, 2014. 308 pp. La publicación en Chile de esta antología del poeta cubano José Kozer (La Habana, 1940) viene a reafirmar el reconocimiento que recibiera el año anterior, también en nuestro país, mediante la obtención del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda. La selección y el prólogo los ha realizado Pablo de Cuba Soria, quien advierte desde el primer momento la dificultad de escoger poemas dentro de un corpus que abarca más de cincuenta títulos. El antologador estableció un criterio temático para agrupar los poemas en cuatro secciones: Cuba, Lenguaje, Oriente y Senectud. dichas secciones son, evidentemente, concomitantes entre sí y puede darse que un poema corresponda a dos o más secciones. Pero esto, que podría parecer obvio para cualquier antología, es especialmente importante en este caso, puesto que Kozer, al reconocer sus temas y problemáticas recurrentes, las escribe y reescribe constantemente, agregando entre los poemas seleccionados y reordenados por el antologador, otros varios inéditos que vienen a borronear los límites de una cronología y de un discurso. Pareciera que Kozer en sus sucesivas antologías va escribiendo un mismo libro, en constante mutación, de empeño y riesgos similares a los de Whitman. Este gesto de replantearse es, acaso, el que inspira el título de la antología: lindes, según la etimología, es la versión popular de límite (limes, -itis), es decir, camino de tierra que separa dos campos, o simplemente, frontera, umbral. La ansiedad de Kozer por hacer poemas (diariamente, según afirma), de rebuscar un lenguaje y nuevas imágenes, de mover sus referentes culturales de Parra a Vallejo, de Pound a Li Po, es la búsqueda de toda poesía viva, deviniente y que tiene como correlato estético el sentimiento de lo sublime: para Jean-Luc Nancy la imaginación experimenta lo sub-lime en el instante en que el límite es tocado, en su impulso, en su tensión, en el síncope. uno de los poemas inéditos, titulado “Actividad del Azogue”, declara este impulso y lo vincula a la tensión que implica tocar el límite, similar a la de sístole y diástole, o de su suspensión, el síncope: “¿Yo? La capacidad/ de bogar, contracción,/ distensión, está en mí:/ permanecer horas inmóvil/ constituye un esfuerzo casi/ sobrehumano”. Se percibe cómo la oración se quiebra y el predicado (‘está en mí’) puede atribuirse a dos enunciados distintos, mediante los correspondientes hipérbatos; pero no solo eso: desde el título (ser un azogue implica, coloquialmente, ser muy inquieto) el constante bogar, ir y venir, lo que a propósito de lo sublime Kant llamaba progressus y regressus, está reactualizando tanto el “yo persigo una forma” de Darío, como también la huida, en cuanto motivo barroco (piénsese en Galatea huyendo) tan recurrente en Lezama, en poemas como “Ah, que tú escapes”, “La llamada del deseoso” o “Recuerdo de lo semejante”, poema este último donde al sujeto deseante se le llama “poseso”, por ser quien “recibe aquella sobreabundancia oscura e indual”. El poema de Kozer se ubica entre lo múltiple y lo singular, lo inabarcable y lo tangible, entre la sed y el desborde, el cansancio y el entusiasmo: “deltas, inanición,/ sed de agua me alzo/ apoyando en los codos/ (esfuerzo sobrehumano)/ el brazo extiendo rumbo/ (agua, agua) al velador,/ toco, retrocedo, del vaso/ la reverberación”. La inquietud está dada, además, por la situación biográfica que ubica la obra de Kozer dentro de lo que Deleuze y Guattari llaman “literatura menor”, término acuñado en torno a la figura de Kafka y que implica ejercer la escritura a pesar de tres imposibilidades: 360 Revista Chilena de liteRatuRa Nº 89, 2015 escribir en la lengua materna, no escribir en la lengua oficial y la prohibición misma de acceder a la escritura. Estas tres imposibilidades determinan la desterritorialización de la voz y la obligada politización y colectivización de la escritura. Así como Kafka es el judío de Praga que debe escribir en alemán, Kozer (el “esposo judío”, lo llama Tamara Kamenszain) escribe en español, después de haberlo olvidado y lo hace mientras vive en Estados Unidos. Dicha situación es, encima, continuación de la diáspora, que en este caso particular llevó a sus padres (polaco y checa, respectivamente) hasta La Habana, para tras el triunfo de la Revolución cubana llevarlos a un nuevo exilio. De esta situación dan cuenta, sobre todo –aunque no exclusivamente–, los poemas de la primera sección. En el primer poema del libro, el peso espectral de los antepasados pesa sobre el poeta, que se desdobla en ellos: “soy un rabino que un Zar enorme hace danzar/ ante los bastiones de la muerte,/ soy el abuelo Leizer que bailó ceñido/ ceremoniosamente al/ talle de la abuela Sara,/ yo soy una doncella que llega toda lúbrica a/ dilatar las fronteras de/ esta danza (…) y son mis pies como un bramido grande de/ cuatro generaciones de/ muertos”. La voz desterritorializada del poeta tiene el mandato de vencer el olvido que sufre la madre: “En mayo, qué ave era/ la que amó mamá: o habló de las mimosas./ Dice que no recuerda el nombre de los ríos que/ circunscribían su/ pueblo natal”. Es evidente que la madre es la imagen del origen, en cuanto proto-salto (Heidegger), fundación y devenir tanto del lenguaje perdido y reencontrado como del vivir y pertenecer a un lugar: el “esmerado castellano” del exiliado da lugar a una gramática propia, de allí el título del poema “Gramática de Mamá” que tiene su correspondiente paterno, donde la confusión y la densa filigrana que afronta el que habla una lengua ajena se vuelven motivos y elementos centrales de una poética: “Había que ver a este emigrante balbucir verbos de/ yiddish a español,/ había que verlo entre esquelas y planas y bolcheviques/ historias naufragar/ frente a sus hijos”, “se desplomaba contundente entre los andrajos de/ sus dislocadas/ conjugaciones,/ decía va por voy, ponga por pongo, se zumbaba las/ preposiciones”. Inclusive, la sobreabundancia del frangollo que podríamos identificar en ciertos poemas de Kozer tiene origen aquí, en el balbuceo del padre: “el emigrante se enredaba con los verbos,/ descargaba furibunda acumulación de escollos en/ la penuria de los/ trabalenguas”; el español se hace múltiple en la progenie del judío: “sus hijos se marchaban hilvanando castellanos,/ ligerísimo sus hijos redactando una sintaxis purísima”. Este poema da cuenta de una paradoja central para el barroco, ya que la lengua de Kozer deambula entre el coloquialismo, el cubanismo y el arcaísmo (rasgo americano muchas veces, por cierto), y pasa de una dicción solemne a una escatológica, cambia de un registro claro (en los poemas de la tercera sección se evidencia la relación con la poesía china y japonesa) a uno enrevesado, es decir, carece de estilo o, como afirma Echavarren ensu prólogo a Medusario, es una mezcla de estilos que no se resuelve nunca. En varios poemas, Kozer se cita a sí mismo y se burla de su ansia de lenguaje; su perdición: la literatura, el vocabulario, el diccionario y las metáforas. El poema Babel reincide, aparentemente, sobre lo expuesto arriba: “Mi idioma/ natural y materno/ es el enrevesado,/ le sigue el castellano muy de cerca, luego/ un ciempiés (el inglés)/ y luego, ya veremos”; sin embargo, el final agrega la nota irónica, la consciencia de la que sobreabundancia se agota y se vacía, aquel ejercicio artificioso del lenguaje es puro simulacro (“escribo simulacro” dice en otro poema) y pura apariencia: “a estribor han Reseñas 361 dejado/ estela ubérrima, Poesía, un túmulo vacío,/ un catafalco deshabitado (pueril) (pueril)/ y de regreso, cortejo fúnebre del lenguaje, su cero utópico multiplicando indócil/ la extremaunción (mil y una noches, con/ sus días) de mis poemas en extinción”. En “Naturaleza muerta de Franz Kafka” se da un retrato del sujeto descentrado y su imaginación y voz desterritorializadas, pero también del sino trágico y absurdo de hombres contemplativos, obsesivos y oscuros: “Porque era un hombre abundante y detestable/ quiso creerse oscuro como/ si fuera un habitante de la/ ciudad de Viena condenado/ a inspeccionar el mundo/ desde los ventanales que/ Stalin concibió en el/ Kremlin”; más que hablar de Kafka parece hacerlo de sí mismo. La imagen del sobreabundante vuelve a aparecer y se hace explícito su carácter paradojal: “Vasto en exceso, conoció momentáneamente las/ desdichas de la ambigüedad”. Finalmente, en la universalización del retrato, se hace legítima la exigencia hecha por Deleuze y Guattari de que no solo el miembro de una minoría debe desterritorializar su voz, sino que el desafío es hacerlo todos, como gesto rebelde que deja su huella en la escritura: “Lo empezaron a buscar por Praga o en la incesante/ garúa de Lima/ pero solo desenterraban el veredicto que dejó en/ la bibliotecas./ Nadie entre tantísimos documentos lo quiso consolar”. Cuestión insoslayable en estos poemas es el uso de paréntesis: en ciertos poemas el ansia de lenguaje pone entre paréntesis palabras prescindibles, desechables, una excrecencia de epítetos y verbos que el escritor deja allí casi siempre con consciencia de su posible derogación y tachadura. En “Testimonio del Sastre”, los paréntesis repiten o espejean el contenido que los circunda: “todos los pájaros, grulla/ (trillan) en la comarca (está)/ sobre una silla sin barnizar/ (no es trono) (no es corcel/ no es aljaba su triunfo) por/ una brecha beso la yema de/ sus dedos (rozo) el lienzo/ de estopa que lo ciñe”; aquí se acentúa la vocación rítmica y la musicalidad del poema. En la inquietud del azogue (deseoso, poseso), el escritor no borra el borrador de su poema, nos expone dos versiones, lo que a veces puede resultar farragoso, pero exhibe grandes aciertos verbales, donde la sobreabundancia comunica y el paréntesis ayuda a ofrecer dos versiones de la frase dislocada, donde los predicados se desplazan constantemente, en constantes hipérbatos y anacolutos, figura esta última sobre la cual Kozer ha cifrado el mecanismo neobarroco de cierta poesía actual. En el mismo poema se acerca el signo del ojo y el del libro en el gesto de cerrarse y recibir un corte: “(labraduras de Dios, que/ es señal) por su ojo nacimos/ (nacimos) por la hendidura/ bajo el párpado (cerrado)/ (una incisión) su ojo./ El libro (imposible de subrayar) se ha cerrado”. Al respecto, Kamenszain recuerda una alusión de Lacan a la lectura del Talmud como corte, como escisión del ser con respecto al otro y al idioma; por otro lado, y con otro sentido, Perlongher afirmaba que la escritura de Sarduy y Osvaldo Lamborghini era, respectivamente, tatuaje o tajo y hendidura. Es evidente que, aunque Kozer afirme ser incapaz de leer a Derrida, lo que hay en estas palabras encerradas es la noción de suplemento: no están ni afuera ni adentro del poema, son parasitarias, ni faltan ni sobran, están, diferidas, junto y en contra de, finalmente, una lectura unívoca, horizontal, autoritaria. Cuando las palabras entre paréntesis definitivamente no podrían borrarse, porque están puestas en pausa, en esa síncopa o aturdimiento sublime que implica estar en el límite y bajo el límite, el poema alcanza su mayor profundidad y fuerza; uno de los poemas titulado “Ánima” (son varios, muchos inéditos, los que con ese título pueblan la antología, como heterogéneos soplos o hálitos 362 Revista Chilena de liteRatuRa Nº 89, 2015 entre poemas viejos) señala nuevamente el lugar problemático del origen: “máxima altura de una/ persiana que por seguro/ habrá instaurado mi madre,/ aparece el comienzo de un/ viaje de aquí (mosca) a/ ahí (mosca) plana figura/ o figura del espacio/ (¿Cuba?) (¿raudalmatrio?)/ la interrupción”. Uno de los aspectos más relevantes de esta antología, a pesar de lo sucinta, es entregar ciertos destellos, más allá del plano temático (Cuba, el Zen, los homenajes a amigos como Eduardo Espina, o a autores admirados como Tu Fu y Oppen), que van a mostrar la veta más reflexiva de Kozer, allí donde ese paréntesis o interrupción constituye, en palabras de Sergio Rojas, el “estallido monadológico” del tiempo y la lectura lineal, recurriendo sin ironías vulgares al tema de la muerte, la borradura, la tachadura, el devenir carroña y ceniza, cuya tradición poética en español ha de vincularse con Góngora y Quevedo. Así, el arduo comentarista y poeta ensaya su epitafio en otra “Ánima”que anuncia: “Está ahí en la sustitución, piel a piel del borrón:/ la tachadura posee la/ forma taciturna de la/ lagartija en sí misma retenida y de repente/ latigazo./ Me tachan y musitan debajo de las piedras”. La escritura se vuelca en sí misma, sin solipsismo, y es el mismo azogue quien inscribe con caracteres castellanos, las letras de su “Tumba”: “abriendo sus filosas/ cuñas (en firme) a/ lo largo de la piel/ recién fallecida/ detrás del/ estupefacto/ azogue de/ los/ espejismos”. samuel espíndola heRnández universidad de Chile samuel.espindola@ug.uchile.cl Reseñas 363 david Wallace (editor). Libertad bajo palabra. Ensayos de crítica literaria en la Universidad de Chile. Santiago: Editorial universitaria, 2014. 420 pp. El libro reúne nueve textos, cuyos autores tienen en común el haber sido estudiantes en seminarios de grado cursados en el programa de Licenciatura en Lengua y Literatura de la Universidad de Chile por el profesor David Wallace. De hecho, estos textos nacen precisamente de los informes finales que ellos entregaron en sus respectivos seminarios. Habiendo aceptado con gran interés presentar este libro, mi pregunta fue: ¿cómo leer esta reunión de escritos sin obedecer al convencional objetivo de resumir lo en cada caso propuesto por cada una de estas firmas? Me dispuse, pues, encontrar una pregunta que me permitieras ingresar en el libro como un todo. En la Introducción al libro, Wallace señala que se trata de “jóvenes que recién se inician en el ámbito académico y que sí tienen que decir algo”. Casi inmediatamente me percaté de que allí estaba contenida la pregunta que buscaba. ¿Cómo se ingresa en los circuitos de la academia? ¿Cómo se hacen lugar en la institución universitaria aquellos que desde su juventud se inician en la exigencia de someter su pensamiento y su escritura a las formas de la academia? Porque de lo que se trataba para esas firmas en proceso era, al menos en principio, de acreditar ante la institución que se posee lo que se denomina “formación académica”. Megumi Andrade abre su texto explicitando la conciencia de que se encontraba en ese momento en una “escena argumental que debiera dar cuenta, concluir y legitimar un trayecto de formación académica” (233). En efecto, exponer las propias competencias adquiridas es un imperativo a priori en la escena de una escritura que será examinada, para acreditar el ingreso en la agonísticaque es inherente a la institución académica. Bourdieu ha señalado como propio del campo (en este caso académico- literario) no solo la existencia de determinados problemas que esbozan el horizonte de sentido en el que han de desplegarse los conflictos teóricos, discursivos y políticos de sus protagonistas, sino también un conflicto generacional. Los jóvenes ingresan, pues, a disputar un territorio cuyas reglas han sido sancionadas por la generación anterior. La situación es inevitablemente paradójica, porque la institución universitaria encarga a los aspirantes la producción de originalidad, pues de ello depende la vida de la institución, la apertura que expone su marco formal y normativo hacia lo porvenir. Pero entonces lo que sucede es que la institución exige su propio cuestionamiento. Alejandro Sayeg se pregunta: “¿Cuando se aísla el marco qué queda? ¿Hay obra en el marco, sólo por sí mismo? Si el marco que porta una obra rodea una [obra], según la primera acepción del DRAE, sin aquello que rodea nos deja tan sólo con una pieza de una ausencia de obra. Pero la obra es también una ausencia (…) ausencia de marco” (22). El marco es la institución, y opera no solo como aparato de producción, sino también (como señala Kant respecto al ostentoso marco de una pintura), como sistema de recomendación. Por eso es que la obra en sentido estricto, debido precisamente a que no quiere ni ha de contar con “recomendaciones”, no nace en la institución, no puede ser simplemente fruto de ésta. Pero al mismo tiempo, si dar lugar a la obra implica el trabajo de “desmarcarse”, entonces la institución no deja de ser un lugar propicio, acaso incluso privilegiado, necesario. Y la inteligencia de la institución habrá de consistir entonces en hacer lugar a una especie de “afuera” que acaece al interior de sus propios aparatos 364 Revista Chilena de liteRatuRa Nº 89, 2015 de control, de exigencia y de acreditación. Esa suerte de afuera-interior es la escena de la escritura. Matías Tolchinsky señala explícitamente que, al intentar prescindir de esa poderosa brújula en la que consiste el lenguaje académico, “mi escritura en torno a El mundo alucinante [de Reinaldo Arenas] ha sido antes que todo un naufragio” (341). En todos estos autores, la escritura es el momento decisivo, instancia de expectativa, pero también de riesgo, en donde se trata de desconocer a la institución, pero llevando a cabo (conduciendo a su fin) un texto en cierto sentido dedicado a ella. La escritura no es comunicación de información, tampoco opinión personal ni explicación. Pero entonces, ¿cómo saber de su justa medida? ¿Cómo escribir? Es decir, ¿cómo terminar de escribir? ¿Cómo saber si se ha llegado a puerto? Especialmente cuando escribir es leer. ¿Cuándo se termina de leer? ¿Se termina de leer un poema cuando se lo ha “comprendido”, descifrado, solucionado? A propósito de su lectura de Los Sea Harrier, de Maquieira, Carlos Cordero declara: “los límites de este trabajo me obligaron a detenerme, como un barco ebrio en el mar que se atrapa en las rocas de una isla desierta. La lectura puede ser eterna, ¿dónde detenerme?” (120). Los límites esperan a quien escribe, desde antes que éste hubiese iniciado su trabajo. Acaso más poderoso que el tan mentado vértigo de “la página en blanco”, es el hecho de que el supuesto “blanco” tiene un marco y que por lo tanto el trabajo no solo ha de conducirse hacia un final, sino que debe conquistarlo de manera verosímil. En este sentido se entiende la metáfora de la escritura como “ebriedad”, porque se ha alterado la economía del “querer decir”, esa que se luce al subordinar adecuadamente el orden significante a la voluntad soberana de un logocéntrico “querer decir”. El hecho de la escritura pone en cuestión el lugar del autor y a todo el canon de sus “influencias”, y entonces opera de suyo como un cuestionamiento a la institución en todas sus formas. Si la institución es administración de –y desde– las formas, entonces lo que ha de someterse, lo que habría sido “puesto en forma”, es el cuerpo. De aquí la relación interna que constatamos entre el cuerpo y la escritura. Pero no se escribe “desde el cuerpo” (inútil ilusión de que la conciencia pudiese operar como el médium de su otro), sino más bien hacia el cuerpo. La escritura prolifera buscando un cuerpo. Claudia Tornini en su texto, abocado al análisis de Impuesto a la carne de Diamela Eltit, reflexiona: “el sujeto se conforma en y por un lenguaje y (…) el desafío que se plantea esta escritura es concebir el cuerpo como texto, en tanto exhibición de la inmersión del sujeto dentro de un tejido cultural desde donde se proyectan las visiones de un concepto discursivo en disputa” (67). Dicho “desafío” implica poner en cuestión a la institución, pero es fundamental tener presente en todo momento que se trata del cuestionamiento que la misma institución encarga –bajo un cúmulo de exigencias “de forma”– a los jóvenes aspirantes: recuperar una y otra vez el cuerpo, esa viva materialidad que se avizora como extraña desde los inerciales mecanismos que la sostienen. La escritura es, como decíamos, el afuera-interno de la institución, y su asunto suele orientarse hacia lo que resuena bajo el significante “cuerpo”, precisamente porque así se nombra el irreductible afuera de la institución. En cierto sentido, podría decirse que los estudiantes son también la exterioridad- interna de la institución universitaria. Ésta se alimenta de itinerarios y derivas que tienen lugar en los extramuros de la academia. Así, muchas veces se exhibe ante la institución la condición de “afuerino”, el hecho de venir desde afuera, como si corresponder a las Reseñas 365 expectativas que pesan sobre el informe final en un seminario de grado, por ejemplo, consistiera antes que en exhibir lo que se ha aprendido, más bien en entregar lo que se había encontrado “afuera”. En su texto sobre la escritura en Wacquez, Víctor Quezada declara su “encuentro” con el libro Toda la luz del mediodía: “Pero la historia es así: día domingo, caminata céntrica; no es importante el trazado, el dibujo del camino, sino su fin, fin susceptible de otorgar su comienzo. Año 2004, Feria del Libro Usado (…)” (409). Debe disimular su interés para convencer a la vendedora de que se lo deje por los tres mil pesos que tiene en su bolsillo. Lo consigue. “Después vino lo otro, la universidad, último año: objeto de estudio” (410). La universidad… ¿lo otro? Lo que se nos sugiere aquí es que las expectativas de la institución hacia quien aspira a graduarse solo se pueden satisfacer si se ha llegado desde afuera, pero sobre todo si después de años de existir dentro de los escenarios y vericuetos de la academia, no se ha perdido la relación con ese afuera. El afuera de la institución se hace sentir y saber de múltiples maneras. La universidad enseña a leer, instruye en la manera de descifrar escrituras, pero esto puede significar reprimir la escritura y su coeficiente de insubordinación, controlar la diseminación, porque se enseña a trabajar en los marcos. ¿Cómo no perder de vista el afuera? El individuo se pregunta ¿cómo llegué hasta aquí?... cómo llegué a este tema, a esta idea, a este libro… Respecto a su lectura de Cuadernos de Bárbara, de Bárbara Délano, José Urrutia nos cuenta: “Hace más o menos un año fui dado por el consejo de un buen amigo a la lectura de Bárbara. Si puedo ser más específico, diría que se trató de la lectura sorprendente –en un lugar muy poco ortodoxo– de algún poema de Baño de mujeres” (171). Memoria entonces de un afuera, lugar “poco ortodoxo” en donde se trazan itinerarios que recibirán forma en la academia. Y más adelante declara: “Después de una obra lo que nos viene es el silencio…” (202), quizás a causa de que en el después de la obra, el autor ya ha comenzado a respirar en la academia, en el hambre de exterioridad que se hace sentir en sus pasillos. También Gabriel Acosta ensaya el gesto de provocar ala institución, a la ignorancia del canon: “Me referiré en el presente ensayo a un libro que de seguro aún no han leído, escrito por un autor que probablemente no conocen” (261). “No todo está en los catálogos”, precisa. Y Gonzalo Geraldo en su lectura de Sobre árboles y madres, de Patricio Marchant, señala: “No vamos a preguntarnos por el tema que desarregla la razones de este texto, hasta dónde se manejan sus hilos, puesto que, en su tejido y destejido, en su tira y afloja, se decide la seña de su ley” (205). La escritura provocando a la institución desde su afuera, recuperando la inmanencia del lenguaje allí en donde la institución inevitablemente reclama la trascendencia de los códigos. Con todo, libertad para escribir, sí, libertad bajo palabra. seRgio Rojas universidad de Chile sergiorojas_s21@yahoo.com.ar 366 Revista Chilena de liteRatuRa Nº 89, 2015 Eduardo Espina. Quiero escribir, pero me sale Espina. Antología (1982-2012). Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 2014. 316 pp. Pues lo bello no es más que el comienzo de lo terrible que aún ahora soportamos y admiramos tanto porque, impasible, desdeña destruirnos. Todo ángel es terrible. Rainer Maria Rilke, Elegías de Duino, I. Lezama Lima afirmaba que “sólo lo difícil es estimulante”, que solo las formas en devenir, aquellas que sabotean la fijación de una identidad única y definitiva, son capaces de desafiar su propia legibilidad y oponer resistencia a los aparatos de captura esencialistas o totalizantes, aparatos deseosos de agotar –inútilmente– la inagotable significación de la escritura. La expresión de Lezama es rotunda: estimular quiere decir ‘incitar’ y ‘excitar’, pero también ‘aguijonear’, ‘picar’o ‘punzar’. En este sentido, lo que de estimulante hay en la escritura consiste, en primer lugar, en la carencia de centro o espina dorsal, es decir, en la caducidad de todo orden, a decir de Peter Bürger, orgánico y, a su vez, en la diseminación y proliferación de su médula por la multiplicidad de poros y terminaciones nerviosas, por sus aperturas agujereadas, bañando así de opacidad a la escritura y, simultáneamente, desplegando el abanico infinito de posibilidades de sentido. La escritura estimulante, excediendo ahora a Lezama, conseguiría reflejar sobre su propia textura el goce de la laceración que incita al ser leída, coronándose a sí misma con espinas para sacrificar las determinaciones ontoteleológicas que violentan su materialidad con categorías ortopédicas: adoctrinadoras de un orden, un horizonte, un paradigma. Quiero escribir, pero me sale Espina es la primera antología publicada del escritor uruguayo Eduardo Espina (Montevideo, 1954). Ésta reúne parcialmente treinta años de una escritura desconcertante, estimulante en el sentido lezamiano, por cuanto no se ofrece a la satisfacción de expectativas de lectura sino que, al contrario, le tiende permanentemente trampas a la lengua, como dijera Barthes, es decir, se enfrenta tenazmente a los propios códigos que permiten y regulan su producción, su resistencia. La poesía de Espina extrema sus recursos y excede sus significaciones. Seduce, en el sentido más fiel a su etimología, porque descarrila y, a la vez, inscribe su devenir en confines bien definidos: el rumbo de su escritura es el derrumbe de estas barreras y el simultáneo resguardo en ellas. Su trayectoria, entonces, dibuja intensas desviaciones respecto de toda trayectoria. Como señala Randolph D. Pope, académico de la Universidad de Virginia, en la introducción al texto, “es recomendable, […] al leer esta antología, ver los bruscos cambios de sentido, los callejones sin salida, los súbitos resplandores y apagones como una parte del ‘proceso Espina’, y reconocer la posible frustración de casi entender como bienvenida evidencia de haber dejado de lado las exigencias de la razón y haber entrado a un campo abierto, impredecible y rico en oportunidades” (11). de acuerdo con esta recomendación, los poemas aquí reunidos se resistirían a las identificaciones y reducciones ideológicas y teleológicas. Sin embargo, y a riesgo de eclipsar un sinfín de alternativas, podría afirmarse que esta antología no se constituye de poemas sino de poéticas, ya que su escritura es Reseñas 367 atravesada de principio a fin por una reflexión constante sobre su propia operación escritural: las imágenes y los enigmas de la poesía de Espina se derraman sobre el reflejo de la imagen de su poesía desbordando imágenes y enigmas sobre su reflejo, duplicándose así hasta una turbación ineluctable, cercana al (dis)placer del sublime kantiano, donde se conjugan atracción y repulsa. En la entrevista que suplementa la antología, Espina sostiene que “la poesía es una escritura especular” (295), una escritura que se abisma y alcanza velocidades inusitadas, ritmos indómitos. Se trata, en consecuencia, del exceso barroco del ideal romántico de pensar (en) el pensamiento, lo cual da cuenta de una hibridez capaz de desmantelar todo mecanismo taxonómico. Quizás el título de esta colección indague dicho problema: el deseo de escribir obstaculizado por la espina del nombre propio exhibe el carácter inacabado de su escritura, operando así una lógica del desastre que, según Blanchot, es constitutivo de todo cuanto se resista a las aprehensiones totalizantes. La escritura de esta antología quiere escribirse y rescribirse desmarcándose de todo telos para instalarse como puro deseo y no concreción o consumación. Valéry decía al respecto que “el escritor verdadero es un hombre que no encuentra sus palabras y entonces las busca”. Los textos de Valores personales (1982) manifiestan una búsqueda convulsa que remeció los circuitos literarios de Montevideo en un fenómeno análogo a la aparición en Buenos Aires de Austria-Hungría (1980) de Néstor Perlongher: curiosamente, ninguno de los dos tuvo noticia del otro al publicar sus libros. Tanto los poemas que integran este apartado como los que completan el volumen presentan un título acompañado de un subtítulo entre paréntesis que no lo explica ni complementa, sino que lo desafía disputándole su capitanía. Ya sea que se trate de escrituras bicéfalas o de réspedes bífidas, lo que se despliega con esta disposición es una tensión irresoluble, una dialéctica negativa. Así, los poemas reunidos se despliegan a la manera de panegíricos o diatribas –imposible definirlo– dedicadas a figuras que constituyen un corpus absolutamente heterogéneo: de Quevedo, pasando por el Marqués de Sade, Dostoyevski, Tanguy, Marilyn Monroe y Greta Garbo, hasta llegar al Titanic. Se conforma así un museo/mausoleo bañado de una opacidad oscilante: si bien el referente es identificable a partir de los títulos, la prosodia de los textos se encarga de extraviar las identidades en el retículo salvaje de la escritura. La poesía de Valores personales se hospeda en el mundo para distorsionar sus coordenadas y proyectar imágenes que desestabilizan la percepción e impiden la articulación de sentidos excluyentes: “Difícil hacer feliz a la forma acorazada que le hace bien al / sentido, y aún más al huevo frito que no tiene quien lo fría” (40). Lo embrionario, entonces, como proyecto, como mundo posible, es vaciado de esencialismos en la medida en que esta poesía no sirve a las pretensiones de certeza, sino a las formas desarmadas, entregadas a su propia suerte, a sus metamorfosis. En esto la escritura de Espina se acercaría a la desobediencia civil de Thoreau por cuanto no se ofrece a servilismos sino a una reflexión sobre su propia materialidad para que las direcciones sean infinitas: “Para qué escribir, cifra, lápiz, para qué la calma de aquel sol / a menudo oral, numen leído, y saber para quién, qué candor. / Para quién tal qué, iluminado untamiento, pero de alguien, / uno a uno los infinitos escalones hasta el primer principio, / qué difícil, para qué ley circular, al movimiento, si se llega, / medir los ascensos a la derrota ausente, la escalera absuelta / entorno al cielo, escaleras, solitario corazón sentimental” (39). Lo que dinamiza ascendente 368 Revista Chilena de liteRatuRa Nº 89, 2015 o descendentemente a su poesía, en definitiva, es la pregunta por lo indefinible, lo sublime, que abre su cuerpo sin límites: un ápeiron que sospecha de las categorías, de las normas y los destinos. El subtítulo del poema citado es “(Leyendo a Sade en un dirigible)”: en la experiencia de la escritura, inseparable de la lectura, se disemina y a la vez se espesa la inminencia de la explosión del sentido. El proyecto de derribar las determinaciones taxonómicas también está presente en los poemas eróticos de La caza nupcial (1992), pero a partir de una intensificación de la eufonía, una gramaticalización más evidente de la subjetividad y la adopción, a ratos, de un notable humor negro (véanse, entre otros, “La novia de Hitler” y “La vida por detrás”). Poemas como “Leerás cosas peores” o “Léelo o destrúyelo” sostienen y extreman el carácter intransitivo del apartado anterior, instalando a la catáfora y la disyunción como principios (para)lógicos que amenazan –pero solo amenazan– con configurar la disposición textual a la manera de una jitanjáfora: elipsis, aliteraciones y paronomasias –será muy difícil encontrar una cacofonía– elevan al cuadrado el torrente significante y fónico para desbordar el soporte material aparentemente estable: “como lo innombrable de verla a la vera / del río que miro al revés del ojo y dada / al antojo, perdida por saber si mía sería / mi ceguera de aperiá entre los pliegos / o plugo ojeras y doy por ti al que ablanda / el blasón del perfume en los terciopelos / ya sin acercar la cara a quien la acaricio / o sólo parte de una aparición en reposo / donde yo soy, y soy, tus ojos, y te miro” (59). La caza nupcial se excribe, diría Jean-Luc Nancy, en una cadencia y sintaxis alteradas en tanto que, a través de ellas, el sentido consigue derramarse y al mismo tiempo recomponerse en un vaivén extensa e intensamente sostenido. Los textos de El cutis patrio (2006) abordan la pregunta por la identidad y el origen, por el desarraigo o la permanencia en estos conceptos y la posibilidad de restituir, mediante la escritura, los lazos ajados por el tiempo y la distancia. La porosidad de este cutis oblitera las resoluciones unívocas y, en consecuencia, los enigmas del yo se pliegan y repliegan caleidoscópicamente. “Lengua materna” y “La patria, un objeto reciente” darían cuenta del enrevesamiento de una identidad que se hibrida con una naturaleza metamórfica y una lengua inestable, impredecible o inaudita. Por otra parte, la noción de origen que sugieren los textos parece aproximarse a la manera en que Walter Benjamin concebía este concepto: como un torbellino que engulle a la génesis para convertirla, más allá del tiempo, en principio de todas sus posibilidades. “Habla la palabra antes de poder decir” (150), dice el poema: fabulare antes que dicere, entonces, lo fabuloso precede lo manifiesto. Una de las imágenes centrales para organizar una de las infinitas lecturas que admiten estos textos es la de un Narciso que deviene Proteo: “Si en la pleamar amaestrada / de una fuente vino a mirarse, / en un espejo hubiera nadado. / Náufrago del ego al augurar, / atrapa espumas aunque más / no fuera poder hacerlo. (Oh tan cóncavo caído de la / difícil felicidad, delfín que / por lo desolado se solaza. // Si miró en un mar enceguecido, / péndulo de apariencias para ser / siempre, tarde, mañana y noche, / menos un martes mientras pudo. / Rodeó su densidad los aledaños, / a la imagen posterior que le dan./ Días de salir en islas a la deriva. / Y la edad, ¿a partir de deidades, / o adivinaba la idea dónde lo es?” (168). La deriva y el naufragio de la yoidad, en lugar de negar la subjetividad, se acercan al ideal romántico de un yo absoluto, orlado y rizado por una multiplicidad barroca, por una saturación de alteridad cargada de oxímoros e incongruencias temporales. Reseñas 369 De la selección de poemas pertenecientes al extenso conjunto inédito Mañana la mente puede cabe destacar, entre otros múltiples carices, la constante preocupación por postular (in)definiciones de poesía que desmantelen la idea de una suma orgánica y coherente –es decir, el concepto de obra erigido sobre la idea de totalidad– y, en cambio, parece proponer un (des)orden sinestésico que amplifica su estatura potencial: “Escribir poesía es poder oír a los / lirios y al mirlo morir de belleza” (196), “Eso es Poesía, lo demás también” (197). Por otra parte, los poemas del también amplísimo e inédito Todo lo que ha sido para siempre una sola vez (Poemas a partir de la muerte del padre y de la madre) marcarán un progresivo regreso a la intimidad que, sin embargo, elude los sentimentalismos clisados: “La mirada hace decir a las palabras hablándoles al oído. / Aquí descansan mi padre con mi madre, cada uno como / ahora son, países separados por cualquier razón a ciegas” (255). La muerte y el duelo cargarán de sentido a una poesía infatigable que no abandona su heurística neobarroca de formas proteicas y ritmos alterados, aun privilegiando el develamiento de una subjetividad expuesta y herida en la escritura. No es fácil mantener una dicción imparcial frente a la poesía de Espina por la conmoción que me provoca. Ésta demanda toda la sensibilidad y soltura de su lector: la eufonía –mediante calambures, paronomasias, homofonías y aliteraciones– se despliega como principio de alteración del significado en función de un estallido paradójica y cuidadosamente medido de los significantes. Esta poesía exige voz y música. En última instancia, su belleza se acerca o mimetiza con el desconcierto por el sentido que no acaba nunca de configurarse. Los textos que componen la antología son habitados por un ángel terrible que amenaza con punzar o aguijonear las coordenadas del mundo, un ángel que incita –o más bien estimula– la inminencia de su despedazamiento y la consecuente diseminación en constelaciones metonímicas infinitas. andRés soto vega universidad de Chile andres.soto.v@ug.uchile.cl
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