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Convivimos es un proyecto que, entre otros objetivos, busca la prevención de la violencia y prevalencia de los derechos humanos. A partir de ello nos 
planteamos que los resultados de la investigación que hoy ponemos a su dispo-
sición, constituya un insumo para todas las personas involucradas en el tema, 
y para motivar a las que aún no lo están.
Es primordial comprender qué es, cómo se genera y configura la violencia 
hacia las personas lgbti en razón de su orientación sexual o su identidad de 
género, la que en el estudio denominaremos violencia por prejuicio. 
Este texto inicia con los conceptos básicos orientadores para personas que 
aún no están familiarizadas con el trabajo con y para la comunidad lgbti. Es un 
marco conceptual de referencia básico para comprender los hallazgos, resulta-
dos y recomendaciones, incluso sirve como mapa conceptual. 
EL estudio consta de cuatro capítulos, el primero es un acercamiento teó-
rico para entender el enfoque de la investigación desde una perspectiva femi-
nista, de derechos e interseccional y exponer los resultados. El segundo –de los 
imaginarios sociales–, ofrece un panorama de cómo las personas heterosexua-
les-cisgénero ven a las personas lgbti; el tercer capítulo se refiere a la violencia 
por prejuicio y muestra los hallazgos más relevantes de esta investigación, en 
donde confluyeron diversas metodologías de trabajo con poblaciones ocultas; 
el cuarto capítulo, sobre el movimiento lgbti en Guatemala, es un apartado 
con un breve mapeo de las organizaciones que prestan servicios o aglutinan a 
la población lgbti.
El texto cierra con conclusiones y recomendaciones, siguiendo el modelo 
ecológico, desde la persona individual a la necesidad de implementar políticas 
públicas adecuadas y específicas a las necesidades de la comunidad lgbti. 
FLACSO-GuAtemALA 
Inició actividades en 1987, 
coincidiendo con el ambiente 
que propició la transición a 
la democracia en el país. Fue 
reconocida por el Estado de 
Guatemala por medio del De-
creto Legislativo 96-87.
Según el Acuerdo suscrito en-
tre la Facultad Latinoameri-
cana de Ciencias Sociales y el 
gobierno de la República de 
Guatemala, los objetivos de la 
Sede son:
• Prestar servicios de coope-
ración científica y técnica 
al gobierno de Guatema-
la y entidades públicas 
y privadas, así como a 
las universidades e insti-
tuciones académicas del 
país en los estudios y ac-
tividades de su especiali-
dad.
• Formar especialistas y ca-
pacitar técnicos en los 
diferentes campos de las 
ciencias sociales a través 
de cursos latinoameri-
canos, regionales y na-
cionales.
• Realizar programas de in-
vestigación, información 
y divulgación de las 
diferentes ramas de las 
ciencias sociales.
Proyecto CONVIVIMOS es 
un consorcio innovador lide-
rado por Mercy Corps Gua-
temala en asociación con Fe 
y Alegría, FLACSO, FUN-
DAESPRO e IEPADES y que 
gracias al generoso apoyo de 
la Agencia de los Estados Uni-
dos de América para el Desa-
rrollo Internacional (USAID), 
promueve el desarrollo comu-
nitario en seis municipios del 
área metropolitana del depar-
tamento de Guatemala.
 
 
 
 
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Este libro nació a finales de 2016 con la idea de conocer de cerca la 
experiencia de personas que han investigado algún tipo de violencia 
en la región centroamericana. El objetivo era indagar sobre los desa-
fíos teóricos, metodológicos, prácticos o éticos a los que se enfrenta-
ron, y sobre las estrategias que utilizaron para lidiar con ellos. En mi 
experiencia, este es un tema fundamental para emprender cualquier 
proyecto de investigación social, pero es difícil encontrar escritos 
que lo traten con el detalle y la honestidad que se merece. La mayoría 
de libros y artículos explican procedimientos prístinos en situaciones 
ideales, mientras reducen la confusión y el caos inherentes a la inves-
tigación social a anécdotas o situaciones no deseables. El tema cobra 
mayor relevancia en las investigaciones sobre la violencia, ya que 
ésta tiende a ser conceptualmente escurridiza, a plantear problemas 
metodológicos, prácticos o éticos que en ocasiones pueden llegar a 
ser insalvables, y a generar emociones que pueden nublar nuestro 
razonamiento y empujarnos a reducir nuestro análisis a una simple 
acusación que se queda corta en su afán explicativo. Parafraseando a 
la pensadora Elaine Scarry, podríamos decir que la violencia afecta 
nuestra capacidad comunicativa y nos deja flotando en el mundo mo-
ral del grito y la denuncia.
daniel núñez 
(editor)
ROSTROS DE LA VIOLENCIA EN 
CENTROAMÉRICA:
Daniel Núñez 
(editor)
abordajes y experiencias 
desde la investigación social
La reproducción de este material es posible gracias al generoso apoyo del pueblo 
de Estados Unidos a través de su Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID 
por sus siglas en inglés). El contenido no refleja necesariamente las opiniones de 
USAID o del Gobierno de los Estados Unidos de América. Acuerdo de Coopera-
ción No. AID-502-A-15-00002.
Daniel Núñez
© FLACSO-Guatemala
© Proyecto CONVIVIMOS. Mercy Corps. All Rights Reserved
Proyecto CONVIVIMOS. Mercy Corps 
www.convivimos.org
FLACSO-Guatemala
www.flacso.edu.gt
ISBN: 978-9929-585-57-7
Diseño de portada: Hugo Leonel de León
Portada: Carre-Carre, fragmento de díptico
Autor: Hildegardo Igor Almonacid 
Técnica: Óleo sobre tela
Premio: Glifo de oro
IX Bienal, 1994
Todos los derechos reservados. Queda prohibida cualquier forma de reproduc-
ción parcial o total por cualquier procedimiento sin el permiso expreso de los 
editores.
Impreso y hecho en Guatemala
Printed and Made in Guatemala
303.6
R67
2018
Núñez, Daniel. Ed. 
 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experien-
cias desde la investigación social. Guatemala: FLACSO – Mercy Corps, 
2018.
374 páginas: # cm. 
I.S.B.N: 978-9929-585-57-7 
 1. Violencia – América Central. -- 2. Problemas sociales.-- 3. 
Violencia estructural.-- 4. Juventud violencia.-- 5. Linchamientos Gua-
temala.-- 6. Pandillas juveniles – América Central.-- 7. Población peni-
tenciaria - Honduras.-- 8. Mujeres – Sepur Zarco – Alta Verapaz – Izabal 
– Guatemala.-- 9. Comunidad LGBTIQ.-- 10. Violencia Chiquimula - 
Guatemala. 
CONTENIDO
Presentación 9
Introducción 11
Capítulo 1 
Violencia criminal y democratización en Centroamérica: 
la supervivencia del Estado violento 23
José Miguel Cruz 
 Resumen 23
 Introducción 24
 Violencia criminal en Centroamérica 26
 Transiciones y la creación de instituciones de seguridad 32
 El cambio de régimen en Centroamérica: 
 las tres transiciones fundacionales 34
 De la guerra a la paz 36
 Del gobierno militar al gobierno civil 38
 Del autoritarismo a los regímenes democráticos 40
 El proceso retorcido 41
 Los reveses en el norte de Centroamérica 42
 El resultado 51
 Conclusiones 55
 Referencias 59
Capítulo 2
Jóvenes en los márgenes: entre ausencias 
y dicotomías esencializadas 69
Isabel Aguilar Umaña 
 Resumen 69
 Juventudes en escena: una construcción social e histórica 70
 Las personas jóvenes y las violencias 
 (simbólicas, estructurales y directas) 80
 Dicotomías actuales 87
 Reflexiones finales 95
 Referencias 100
Capítulo 3
Luces y sombras en los datos oficiales: explorando la violencia 
en un departamento del oriente de Guatemala 107
Julie López 
 Resumen 107
 Introducción 107
 Dificultades con los informes iniciales sobre crímenes 111
 Contrastes entre las cifras oficiales 112
 Pistas elusivas 116
6
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
 Problemas con las tasas de homicidios 120
 Del silencio a la normalización 123
 Conclusiones 126
 Referencias 128
Capítulo 4
Una mirada crítica a los datos oficiales de los 
“linchamientos” en Guatemala 131
Daniel Núñez 
 Resumen 131
 Introducción 131
 Problemas con la base de datos de la minugua 135
 El despliegue territorial de la minugua 141La palabra linchamiento 145
 Conclusiones 150
 Referencias 151
Capítulo 5
Perspectivas “desde adentro” y “desde afuera” en la investigación 
sobre la reducción de la violencia pandilleril en El Salvador 157
Sonja Wolf 
 Resumen 157
 Introducción 158
 El acceso: negociaciones e incentivos 164
 La confianza: distancia social y emociones 167
 Organismos sociales: historias humanas y rutinas cotidianas 173
 Cuentacuentos: narrativas y realidades 176
 Pretensiones de conocimiento: los espabilados y los inmersos 179
 Verdades contrapuestas: compromisos e imparcialidad 181
 Conclusiones 184
 Referencias 187
Capítulo 6
Analizando el papel de la idea de “raza” en las políticas de 
control de crimen y el sistema penitenciario en Honduras 191
Lirio Gutiérrez Rivera 
 Resumen 191
 Introducción 192
 Políticas de seguridad y población penitenciaria 194
 La idea de “raza” y el encarcelamiento 196
 La idea de “raza” en América Latina y la colonialidad de poder 198
 Las ideas de “raza” en Honduras 199
 La idea de “raza” y el encarcelamiento 201
 Conclusiones 206
 Referencias 208
7ÍNDICE
Capítulo 7
Conflictos metodológicos en una zona roja: 
navegando el peligro, lo político y lo personal 213
Daniel Burridge 
 Introducción 216
 La Parroquia María Madre de los Pobres como base de acceso 219
 Las nuevas dinámicas entre actores violentos 222
 Entrando al “Equipo de Paz”: la idea de mi comadre 224
 Navegando lo político profundo en una zona roja 225
 Marcos históricos y teóricos del entorno de La Chacra 
 y del Equipo de Paz 226
 El orden de interacciones y las amenazas benévolas del Estado 229
 Dentro del Equipo de Paz: conflictos, órdenes y zonas grises 232
 Conclusiones 237
 Referencias 240
Capítulo 8
En el barrio está el método: reflexiones sobre la investigación
de las pandillas juveniles 245
José Luis Rocha 
 Resumen 245
 Del microcrédito a la violencia 246
 Los tanteos del inicio 247
 El método se nos impone 248
 Con los muchachos: expresiones artísticas para 
 producir sentido 252
 La elusiva violencia: “Cuando la abrazo, me encuentro; 
 cuando me encuentro, se va” 255
 Contra hegelianos a medias, pitagóricos e investigadores 
 al servicio del diseño de políticas 260
 Referencias 265
Capítulo 9
La violencia como negación de la historia de vida: 
un acercamiento a la comunidad lgbtiq en Guatemala 269
Walda Barrios-Klee 
 Resumen 269
 Introducción 269
 Aspectos éticos de la investigación 271
 Los parteaguas en la lucha por los derechos 
 de las personas lgbtiq 274
 Algunos patrones emergentes 279
 Un vislumbre de la violencia como negación de la
 historia de vida 282
 Conclusiones 287
 Referencias 289
8
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
Capítulo 10
Víctimas y victimarios: los retos de estudiar las 
pandillas en Centroamérica 293
Robert Brenneman 
 Resumen 293
 Introducción: el ranflero que lloraba 293
 Preguntas y métodos 295
 Hallazgos 298
 Las lágrimas de Camilo 307
 Conclusiones 311
 Referencias 313
Capítulo 11
Corporalidades del poder:
reflexiones sobre el estudio de la violencia desde la psicología 317
Mónica E. Salazar Vides 
 Resumen 317
 Relaciones de poder entre investigador e investigados: 
 la masculinidad y los instrumentos cuantitativos de 
 investigación como mecanismos de poder 318
 Los cuerpos de investigadores e investigados como 
 símbolos socioculturales: género, clase y raza 325
 Representaciones de la “desviación social” y 
 de la “salud mental”: el poder en la mirada de la ciencia 332
 Humanización del “desviado” 334
 Conclusiones 340
 Referencias 342
Capítulo 12
El trauma vicario en las investigaciones de violencias 347
Judith Erazo 
 Resumen 347
 El trauma vicario en los procesos de investigación 347
 Preparación y protección adecuada para una investigación 351
 De las medidas preventivas a la supervisión psicosocial 353
 Medidas preventivas 353
 Autocuidado 354
 Cuidado de los equipos 354
 Debriefing 355
 Supervisión psicosocial 356
 Una experiencia ilustrativa: el acompañamiento a las 
 mujeres de Sepur Zarco 357
 Antecedentes 358
 El proceso de acompañamiento psicosocial 359
 La inseguridad del contexto 361
 Signos de trauma vicario 363
 Conclusiones 366
 Referencias 367
Autoras/es 369
9
PRESENTACIÓN
La investigación social para el estudio de la violencia en el contexto 
centroamericano no es tarea fácil. El acercamiento en el terreno a la 
problemática de estudio es compleja por los riesgos asumidos por los 
investigadores, la percepción de la población a la participación de los 
equipos de investigación en su territorio, la obtención de información 
y el cruzamiento de los datos, etc. De ahí que las experiencias obteni-
das en estos escenarios son por demás valiosas, dada la dificultad de 
generar conocimiento en ámbitos de conflicto y violencia. 
En ese contexto, el editor de esta publicación, Daniel Núñez, se 
planteó la necesidad de acercarse a la experiencia de investigadores 
que se han interesado en estudiar la violencia y sus variadas manifes-
taciones en la región 
De esa cuenta, en 2017 FLACSO, con el apoyo de la Agencia In-
ternacional para el Desarrollo de los Estados Unidos (USAID por sus 
siglás en inglés), Mercy Corps a través del Proyecto CONVIVIMOS, 
organizó un taller en el que se involucró a varios investigadores de las 
ciencias sociales que han estudiado la violencia en Guatemala, El Sal-
vador, Honduras y Nicaragua. Según el editor, los capítulos muestran 
tres grandes preocupaciones: primera, si los conceptos utilizados para 
analizar el mundo social concuerdan con lo que se observa y siente; 
segunda, demostrar que el proceso de investigación social no es algo 
que ocurre en el vacío, sino que involucra interacciones entre seres hu-
manos; y tercera, ¿qué hacer con la información que resulta al terminar 
una investigación? 
El producto de ese taller es este libro, que cuenta con doce capítu-
los, en los que, con plena certeza de nuestra parte, el lector o lectora 
encontrará muchas respuestas a las distintas causas que provocan un 
fenómeno tan extendido y de tanto efecto en nuestras frágiles demo-
cracias. Podrá además comprobar que los objetivos propuestos fue-
ron alcanzados y las preocupaciones, en cuanto atañe a los autores, 
fueron resueltas. Queda en nosotros, entonces, hacer nuestro mejor 
esfuerzo para que tan valiosa información cumpla con su cometido 
de llegar a aquellos que tienen en sus manos dar respuesta a la tercera 
preocupación: ¿qué hacer con la información que aquí ponemos a su 
disposición? 
Dr. Virgilio Reyes
Director
FLACSO-Guatemala
11
Introducción
Este libro nació a finales de 2016 con la idea de conocer de cer-ca la experiencia de personas que han investigado algún tipo de violencia en la región centroamericana. El objetivo era in-
dagar sobre los desafíos teóricos, metodológicos, prácticos o éticos 
a los que se enfrentaron, y sobre las estrategias que utilizaron para 
lidiar con ellos. En mi experiencia, este es un tema fundamental 
para emprender cualquier proyecto de investigación social, pero 
es difícil encontrar escritos que lo traten con el detalle y la ho-
nestidad que se merece. La mayoría de libros y artículos explican 
procedimientos prístinos en situaciones ideales, mientras reducen 
la confusión y el caos inherente a la investigación social a anéc-
dotas o situaciones no deseables.1 El tema cobra mayor relevancia 
en las investigaciones sobre la violencia, ya que ésta tiende a ser 
conceptualmente escurridiza, a plantear problemas metodológicos, 
prácticos o éticos que en ocasiones pueden llegar a ser insalvables, 
y a generar emociones que pueden nublar nuestro razonamiento y 
empujarnos a reducir nuestro análisis a una simple acusación que 
se queda corta en su afán explicativo. Parafraseando a la pensadora 
Elaine Scarry, podríamos decir que la violencia afecta nuestra ca-
pacidad comunicativa y nos deja flotando en el mundo moral del 
grito y la denuncia.2 
Con este objetivo en mente, en enero de2017 contactamos a 
un grupo de profesionales que se encontraban estudiando o habían 
estudiado alguna forma de violencia en algún país de Centroaméri-
ca. La idea era organizar un taller en donde estas personas pudieran 
1 Una muy valiosa excepción que me motivó a embarcarme en este proyecto es Carolyn 
Nordstrom y Antonius c.g.m. Robben (eds.), Fieldwork Under Fire: Contemporary Stu-
dies of Violence and Survival. Berkeley y Londres: University of California Press, 1995. 
2 Scarry argumenta que el dolor físico destruye nuestra capacidad de comunicarnos con 
otros (“El dolor físico no solo se resiste al lenguaje, sino que lo destruye activamente”). 
Vease: Elaine Scarry, The Body in Pain: The Making and Unmaking of the World. Oxford: 
Oxford University Press, 1987, p. 4. Mi traducción del inglés. 
12
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
presentar un tema basado en su trabajo y reflexionar sobre su ex-
periencia junto con otros profesionales que habían trabajado temas 
similares. Las presentaciones servirían como base para construir los 
capítulos de una publicación en el futuro. Con el apoyo de la Fa-
cultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (flacso) en Guatemala 
y de la Agencia Internacional para el Desarrollo de los Estados Uni-
dos (USAID por sus siglás en inglés), Mercy Corps a través del Pro-
yecto CONVIVIMOS, a principios de mayo de ese mismo año orga-
nizamos el taller en la ciudad de Guatemala, el cual duró dos días 
e involucró a una decena de profesionales de las ciencias sociales. 
Con los comentarios y las modificaciones de los primeros meses, el 
libro comenzó a tomar forma y a sugerir la necesidad de invitar a 
otros profesionales que no habíamos considerado al inicio. Al final, 
el libro cuenta con doce capítulos escritos por doce profesionales 
que han trabajado distintos temas relacionados con la violencia en 
Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. 
Basándose en su experiencia en uno o varios de estos países, 
cada uno de los autores de este texto reflexiona sobre algún aspecto 
de lo que conlleva estudiar la violencia en esta región tan maltrata-
da del planeta. En algunos casos, estas reflexiones toman la forma 
de documentos analíticos abstractos que nos hacen pensar sobre 
alguna cuestión teórica o metodológica, pero en otras adquieren 
la forma de relatos vivenciales que nos hacen sentir lo que la per-
sona sintió en un momento determinado. Como era de esperarse, 
ninguno de los autores ofrece una mirada completa de la violencia 
en Centroamérica. Sin embargo, en conjunto, los capítulos del libro 
permiten comenzar a entrever algunos rostros de este fenómeno 
que nos hacen pensar que quizás el monstruo con el que lidiamos 
no tiene una sino mil cabezas. 
Este trabajo está dividido en cinco secciones que pueden ser 
vistas como un continuo: desde el estudio distante de la violencia a 
nivel macro-sociológico, conceptual y estadístico, hasta el estudio 
cercano de la misma a nivel micro, con sus interacciones interper-
sonales y efectos emocionales sobre los profesionales de la investi-
gación y sus interlocutores. La primera sección ofrece una mirada 
panorámica de algunos de los factores que la literatura comúnmen-
te asocia con la violencia en Centroamérica. En el Capítulo 1, José 
Miguel Cruz hace un recorrido por las diversas explicaciones que 
13INTRODUCCIÓN
varios autores han dado para responder a la pregunta de por qué los 
países del llamado Triángulo Norte de América Central (Guatemala, 
El Salvador y Honduras) son más violentos que la vecina Nicaragua. 
Sumando a lo que dice la literatura, Cruz argumenta que debemos 
pensar también en las características de las transiciones hacia la 
paz de cada uno de estos países, las cuales permitieron que en al-
gunos sobrevivieran actores violentos que jugaron un papel impor-
tante durante las guerras civiles, y continúan haciéndolo hoy en día. 
El capítulo de Cruz es importante no solo porque nos hace pensar 
en las causas de la violencia regional de forma comparativa, sino 
también porque nos insta a repensar la idea del Estado en la región 
centroamericana. 
En el Capítulo 2, Isabel Aguilar aborda de forma crítica el tema 
de la juventud y su relación con la violencia de hoy. A través de un 
recorrido histórico por las ideas predominantes en América Latina 
y, en particular, en Guatemala, Aguilar nos muestra que la juventud 
ha sido representada de forma simplista ya sea como una fuente de 
potenciales delincuentes o como la promesa de un mejor futuro. En 
contraste con esta forma tosca de ver las cosas, Aguilar aboga por la 
idea de pensar en las diferentes formas de ser juvenil o en las juven-
tudes que existen hoy en día, y por trabajar con ellas para romper 
con las miradas y los programas que han predominado hasta el 
momento. El análisis que Aguilar hace nos recuerda que los países 
centroamericanos no solo sufren de la violencia delincuencial dia-
ria que reportan los medios, sino también de la violencia discursiva 
que se nutre de las estructuras racistas, clasistas, patriarcales y adul-
to-céntricas de sus sociedades. 
La segunda sección se enfoca en las categorías y en los números 
oficiales que pretenden dar cuenta de la violencia. En el Capítulo 
3, Julie López analiza las cifras oficiales de violencia homicida en 
Chiquimula, un departamento considerado como uno de los más 
violentos de Guatemala. Su análisis revela que los datos por lo ge-
neral están basados en evidencia escueta y confusa, y que a veces 
oscurecen o distorsionan las dinámicas de poder locales. Lejos de 
considerar esto como un problema exclusivo de los agentes estata-
les que recopilan y almacenan la información, López sugiere que 
los datos oficiales también se ven afectados por la autocensura de 
los medios y de la población, quienes guardan silencio frente a 
14
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
hechos criminales para evitar convertirse en una estadística más 
de la violencia. Utilizando el concepto de “ciudadanía autoritaria” 
de la politóloga Jenny Pearce, López argumenta que este silencio 
resulta contraproducente ya que termina reproduciendo la misma 
violencia que los medios y la población intentan evitar al autocen-
surarse. La espiral de violencia, entonces, se alimenta no solo de 
los actos violentos, sino de los actos que de alguna u otra forma 
intentan evitar esa misma violencia. 
En el Capítulo 4, yo hago un análisis crítico de las estadísticas 
oficiales de los linchamientos en Guatemala y de la palabra lin-
chamiento como categoría de análisis. Específicamente, el capítulo 
muestra que la base de datos sobre linchamientos construida por 
la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Guatemala 
(minugua) durante los años noventa y principios de los 2000 tiene 
varios problemas técnicos y que posiblemente está basada en una 
recopilación parcial de datos que refleja su despliegue territorial 
en el país, por lo que argumento que utilizarla para el análisis es-
tadístico no es conveniente. Aunado a eso, el capítulo muestra que 
linchamiento es una palabra ambigua que ha adquirido connotacio-
nes raciales y territoriales particulares en Guatemala, por lo que su 
uso como categoría de análisis también debe ser cuestionado. Más 
que criticar los estudios que se han hecho sobre el tema, el capítulo 
busca instar a los profesionales de las ciencias sociales a pensar 
críticamente sobre los contextos sociales y políticos en los que se 
originan las bases de datos y categorías de análisis que utilizan para 
llevar a cabo sus investigaciones. 
La tercera sección está dedicada al estudio de la violencia des-
de el interior de algunas instituciones. En el Capítulo 5, Sonja Wolf 
reflexiona sobre su experiencia estudiando etnográficamente tres 
organizaciones no gubernamentales que abogaban por los dere-
chos humanos de los pandilleros en El Salvador a principios de los 
años2000, en plena época de la implementación de políticas de 
mano dura. Entablando un constante diálogo con el lector y con 
ella misma, Wolf nos muestra las diversas dificultades que tuvo para 
ganarse la confianza de sus participantes y estudiar las dinámicas 
internas de cada una de las organizaciones, y los dilemas éticos que 
enfrentó cuando se sentó a escribir y tuvo que decidir qué aspectos re-
tratar de ellas. El capítulo de Wolf nos recuerda que los investigadores 
15INTRODUCCIÓN
muchas veces tienen convicciones propias que pueden entrar en 
conflicto con las convicciones de las personas que estudian y gene-
rar dilemas éticos y prácticos difíciles de resolver. 
En el Capítulo 6, Lirio Gutiérrez se cuestiona sobre el papel de 
los marcadores raciales en el encarcelamiento y en las cárceles de 
Honduras. Contrario a lo que generalmente se cree, Gutiérrez su-
giere a través de datos y de su propia experiencia etnográfica que 
la idea de “raza” moldea no solo las probabilidades de que una 
persona sea encarcelada, sino las relaciones de poder dentro de 
las prisiones. A pesar de que para el ojo no entrenado la población 
encarcelada en Honduras puede parecer homogéneamente “mes-
tiza”, Gutiérrez sugiere que algunos marcadores raciales, –como el 
color de la piel, por ejemplo–, establecen jerarquías que distribuyen 
privilegios y desventajas al interior de las cárceles. Con su capítulo, 
Gutiérrez nos insta a pensar en la importancia de considerar los 
matices dentro de las categorías raciales existentes, y nos recuerda 
que las dinámicas del “colorismo” que nacieron en la época de la 
colonia perduran en algunos países de América Latina. 
La cuarta sección está dedicada al estudio de la violencia en co-
munidades particulares. En el Capítulo 7, Daniel Burridge nos habla 
sobre su experiencia, primero como misionero voluntario y después 
como etnógrafo, en “La Chacra”, una comunidad en San Salvador 
dominada por pandillas. A través de una especie de “caminata et-
nográfica reflexiva”, Burridge primero hace un recorrido a pie por la 
comunidad y nos cuenta su historia reciente, resaltando las relacio-
nes de poder y las experiencias personales que él mismo ha tenido 
en ese lugar a través de los años. En contraposición a los proyectos 
que buscan entender y mejorar las condiciones de estas comunida-
des “desde arriba”, Burridge aboga por la investigación etnográfica 
y los programas que buscan entender y transformar las condiciones 
de vida de las personas “desde abajo”. Sin embargo, Burridge reco-
noce que esto no es fácil de lograr, y en el capítulo reflexiona sobre 
las dificultades que ha enfrentado por su propia “posicionalidad 
social” como un investigador estadounidense privilegiado, y sobre 
las relaciones opacas que se establecen entre las organizaciones 
comunitarias, maras y pandillas e instituciones estatales. 
16
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
En el Capítulo 8, José Luis Rocha delibera sobre una experiencia 
etnográfica que tuvo hace ya más de dos décadas en un barrio 
peligroso de Managua, Nicaragua. Ilustrando la transformación 
que a veces los etnógrafos pueden experimentar durante el trabajo 
de campo, Rocha narra de una forma amena y accesible cómo las 
ideas preconcebidas con las que inició su estudio fueron cambiando 
gradualmente conforme fue interactuando y entablando relaciones 
con algunos de los habitantes del barrio. Con el tiempo, el mundo 
analítico de Rocha se amplió de tal forma que llegó a darse cuenta 
de que en realidad “no hay barrios con pandillas, sino barrios 
pandilleros”. Sin embargo, Rocha también encontró que, por su 
naturaleza, la violencia establece ciertos límites naturales para los 
investigadores, especialmente para los que utilizan la perspectiva 
etnográfica. Por mucho que queramos entenderla desde adentro, 
una etnografía de la violencia siempre estará incompleta, por el 
simple hecho de que no podemos sumergirnos por completo en 
la experiencia de ejercerla. Así, el capítulo de Rocha nos recuerda 
que, aunque a veces podemos llegar a ver muy de cerca la violencia, 
nuestra perspectiva será siempre, en alguna medida, la perspectiva 
de un observador externo. 
La quinta y última sección trata el tema del mundo afectivo y 
las emociones en la investigación de la violencia. En el Capítulo 9, 
Walda Barrios-Klee comparte algunos de los resultados prelimina-
res de una investigación con miembros de la comunidad lgbtiq en 
la ciudad de Guatemala. Basándose principalmente en las historias 
de vida, Barrios-Klee argumenta que, paradójicamente, estas perso-
nas experimentan la violencia diaria en contra de ellas como una 
negación de su vida; como una negación de su derecho a construir 
sus propias historias de vida. Aferrándose a los postulados de la in-
vestigación comprometida, Barrios-Klee insta a los profesionales de 
la investigación social a considerar las historias de vida como una 
herramienta de investigación que humaniza a nuestros interlocuto-
res, ya que para algunas personas el simple hecho de poder contar 
su historia puede ser un acto liberador que sienta un precedente 
político frente a una sociedad que las rechaza. 
En relación con este tema, en el Capítulo 10, Robert Brenneman 
reflexiona sobre su experiencia entrevistando a Camilo, un antiguo 
ranflero de la Mara Dieciocho en San Pedro Sula, Honduras. En 
17INTRODUCCIÓN
contraste con lo que esperaba encontrar –un tipo duro, frío y san-
guinario–, Brenneman se topó con una persona que le mostró sus 
emociones abiertamente y que incluso lloró durante las entrevistas. 
A lo largo del capítulo, Brenneman nos muestra cómo las “lágrimas 
de Camilo” lo llevaron a meditar respecto de la entrevista cualitativa 
como una especie de “ritual interactivo” entre el investigador y su 
interlocutor, acerca de cómo las emociones de las personas con las 
que interactuamos durante una investigación pueden guiar nuestros 
análisis y sugerir temas sobre los cuales terminamos escribiendo, y 
sobre cómo las fuertes emociones que encienden ciertas cuestiones 
pueden dificultar la labor de algunos profesionales, especialmente 
la de los que buscan cómo prevenir la violencia. Con estas reflexio-
nes, Brenneman ilustra bien cómo el mundo de la indagación social 
abarca al ser humano en su totalidad, inmerso en las estructuras 
sociales que condicionan y moldean su vida. 
En el Capítulo 11, Mónica Salazar analiza tres experiencias que 
vivió como investigadora en El Salvador y Guatemala. En todos los 
relatos, la autora se enfoca en las interacciones que tuvo con sus in-
terlocutores, y en cómo esas interacciones conformaron lo que ella 
llama “campos de fuerzas”, es decir, espacios sociales dentro de los 
cuales ambos –ella como investigadora y sus interlocutores como 
sujetos bajo escrutinio– se percibieron según su condición de raza, 
clase y género. A través de un análisis detallado y honesto de cada 
experiencia, Salazar permite ver cómo nuestras interacciones con los 
sujetos que participan de una investigación pueden amplificar los 
marcadores sociales de cada uno, a tal punto que pueden llevarnos a 
fracasar por completo en nuestro esfuerzo investigativo. Su capítulo 
nos recuerda que la relación entre los profesionales de la investiga-
ción y sus interlocutores es una relación de poder de dos vías, en la 
que cada uno exhibe o esconde los marcadores que cree necesarios 
para modular la interacción e incluso para alcanzar sus objetivos. 
Por último, en el Capítulo 12, Judith Erazo reflexiona sobre su 
experiencia entrevistando y acompañando a mujeres q’eqchi’es 
víctimas de violencia sexual durante la guerra civil en Guatemala. 
Basándose en su carrera como psicóloga, Erazo nos habla del trau-
ma vicario, una condición en la que los investigadores que trabajan 
el tema de la violencia comienzan a padecer síntomas similares a 
los que padecen las víctimas de violencia, especialmente cuando 
18
Rostros de la violenciaen Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
ellos mismos han sido víctimas de violencia en el pasado. Erazo uti-
liza su conocimiento de la investigación social y de la clínica para 
relatar algunas experiencias personales que sufrió cuando trabajó 
con las mujeres q’eqchi’es, y recomienda algunas medidas que 
los profesionales de la investigación que sufren de esta condición 
pueden tomar para evitarla o prevenir que empeore. El capítulo de 
Erazo es importante porque muestra que estudiar la violencia es 
una tarea delicada que puede afectar la fragilidad humana de las 
personas que llevan a cabo procesos de investigación, tanto como 
la violencia misma. 
Aunque los autores de este libro difieren en cuanto a sus acerca-
mientos teóricos, metodológicos y prácticos a la investigación, hay 
al menos tres preocupaciones éticas que en mayor o menor medida 
aparecen reflejadas en todos los capítulos. La primera es una pre-
ocupación por la precisión; por que los conceptos que utilizamos 
para analizar el mundo social concuerden con lo que observamos 
y sentimos. Esta preocupación se ve reflejada, por ejemplo, en los 
capítulos de Isabel Aguilar, Lirio Gutiérrez, Julie López y mi per-
sona. En todos estos capítulos hay una preocupación palpable por 
que los conceptos, categorías o, en términos más sencillos, pala-
bras que utilizamos (“jóvenes”, “raza”, “racismo”, “linchamiento”, 
“violencia homicida” o “violencia” a secas) concuerden con lo que 
estudiamos. La preocupación no es una simple expresión de un 
esnobismo intelectual o de un academicismo estéril; es una preo-
cupación genuina por reflejar o traducir de forma precisa los fenó-
menos sociales que pretendemos explicar. Los capítulos sugieren 
que esta preocupación puede ser en parte aplacada por la recons-
trucción de la historia de las palabras que utilizamos, pero también 
por el simple hecho de reconocer que toda palabra tiene un límite 
impuesto por el objeto que representa y por el espacio insalvable 
que existirá siempre entre él y el lenguaje. 
La segunda preocupación que se ve reflejada en los capítulos es 
una preocupación por la falsa objetividad; por mostrar que el pro-
ceso de investigación social no es algo que ocurre en el vacío, sino 
que involucra interacciones entre seres humanos con emociones 
y marcadores culturales que denotan distintas posiciones étnicas/
raciales, de género y de clase que pueden tener un impacto signifi-
cativo en el proceso de investigación e incluso en los investigadores 
19INTRODUCCIÓN
mismos. Esta preocupación es muy clara en los capítulos de José 
Luis Rocha, Robert Brenneman, Mónica Salazar y Judith Erazo, por 
ejemplo, quienes muestran que las interacciones que tenemos con 
las personas que participan de nuestros estudios no son estériles, 
sino más bien instantes productivos que nos generan nuevas ideas y 
reflexiones que pueden llevarnos a caminos analíticos inesperados, 
pero también a dudar de nuestra posición de supuestos expertos o 
incluso a amenazar nuestro propio bienestar físico y psicológico. 
Este no es un descubrimiento nuevo y el libro no pretende presen-
tarlo como tal. La objetividad en la investigación social es un tema 
de debate desde hace muchos años, y decir que la afirmación es un 
resultado de nuestras reflexiones sería una clarísima falsedad. Sin 
embargo, nunca está de más recalcarlo en un medio como el nues-
tro, en donde abundan los estudios que aseguran ser un reflejo fiel 
y objetivo del fenómeno que estudian, ignorando las discusiones 
que han surgido en otros lares y asumiendo que las convicciones 
propias no influyen para nada en los resultados finales. 
Por último, una tercera preocupación que aparece en repetidas 
ocasiones en varios capítulos es una preocupación por el compro-
miso. ¿Qué hacemos con la información que tenemos cuando ter-
minamos una investigación? ¿Cómo puede nuestro trabajo afectar 
a las personas que participaron en el proceso investigativo? ¿Cómo 
podemos utilizarlo para mejorar sus vidas? Todas estas preguntas es-
tán implícitamente presentes en todos los capítulos de este libro, ya 
que el simple acto de escribir una pieza refleja cierto compromiso 
con la problemática que el escrito pretende representar. Sin embar-
go, en algunos capítulos –como los de Sonja Wolf, Daniel Burridge 
y Walda Barrios-Klee, por ejemplo–, la preocupación se manifiesta 
de forma más explícita. ¿Cómo congeniamos nuestras convicciones 
morales con las de nuestros interlocutores sin caer en la simple des-
calificación o denuncia? ¿Cómo podemos trascender las ideas que 
tenemos de nosotros mismos y de nuestros interlocutores para acer-
carnos más a ellos y quizás incluso participar en procesos genuinos 
de cambio? ¿Qué acercamiento teórico o metodológico es el más 
adecuado para luchar en contra de las representaciones inhumanas 
dominantes del fenómeno o grupo de personas que estudiamos? To-
das estas son preguntas a las que cualquier persona comprometida 
interesada en investigar la violencia podría enfrentarse en cualquier 
20
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
momento. Existen muchas otras preguntas, y sin lugar a dudas mu-
chas respuestas más que las que nos ofrecen los autores de este 
libro. Lo importante aquí es notar que cada uno de ellos describe 
el camino que tomó basándose en una reflexión crítica sobre sus 
convicciones personales e historia de vida. Cualquier investigador 
que se enfrente a estas preguntas en el futuro debería intentar hacer 
lo mismo. 
Este libro representa el esfuerzo sostenido del editor y de los 
autores por varios meses, pero el taller en el que se basaron los 
primeros borradores de los capítulos y la publicación no serían po-
sibles sin el apoyo financiero de usaid y Mercy Corps, a quienes 
agradecemos su confianza. De forma personal, yo quiero agradecer 
a Virgilio Reyes, actual director de la flacso en Guatemala, por ha-
ber puesto su confianza en mí y por estar abierto a escuchar nue-
vas ideas. También quiero agradecer a Claudia Donis, por su apoyo 
durante el proyecto y por escuchar mis preocupaciones en los mo-
mentos difíciles, y a Paula Flores, por habernos apoyado durante la 
primera fase de este trabajo en 2017. Además, quiero agradecer a la 
Fundación Paiz, en especial a su Directora Ejecutiva, Itziar Sagone, 
por poner a nuestra disposición las obras de arte que incluimos en 
este volumen. Finalmente, quiero agradecer a todos los autores por 
haberse tomado el proyecto en serio y por compartir sus valiosas 
experiencias con nosotros. 
DANIEL NÚÑEZ
Tema: Paro de autobuses
Nombre de artista: Juan Manuel Rivas del Cid
Concurso: Pintura Categoría libre
Técnica: Esmalte, tela
Premio: Glifo de Oro
II Bienal, 1980
23
Capítulo 1
Violencia criminal y democratización 
en Centroamérica: la supervivencia del 
Estado violento
José miguel cruz
Resumen
Por qué Nicaragua tiene niveles de violencia criminal más bajos que Guatemala, El Salvador y Honduras? Todos estos países pasaron por transiciones políticas en los años noventa. Las ex-
plicaciones por lo general apuntan a los legados de las guerras, al 
subdesarrollo socioeconómico y a las reformas estructurales neoli-
berales. Sin embargo, estos argumentos no explican por completo 
por qué, a pesar de las reformas económicas implementadas en la 
región, Honduras (país que no pasó por una guerra civil), Guatema-
la y El Salvador exhiben niveles de violencia criminal más altos que 
Nicaragua. Este capítulo argumenta que las reformas relacionadas 
con la seguridad pública que se llevaron a cabo durante las tran-
siciones políticas de los años noventa moldearon la habilidad de 
los nuevos regímenes para controlar la violencia producida por sus 
propias instituciones y sus propios colaboradores. En el análisis de 
la crisis de seguridad pública centroamericana, es importante que 
retomemos el tema del Estado. La supervivencia de actores violen-
tos en los nuevos aparatosde seguridad y su relación con las nuevas 
élites gobernantes generaron las condiciones para que la violencia 
escalara en el norte de Centroamérica. 
¿
24
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
Introducción 
En Centroamérica aún reina la violencia. Según la Oficina de las 
Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (unodc), las naciones 
de América Central, en particular El Salvador, Guatemala y Hondu-
ras, “están por encima de los líderes tradicionales en cuanto a las 
tasas de homicidios por cada 100,000 habitantes” (unodc, 2013: 
53).3 No obstante, esta violencia es distinta de la que reinaba en el 
pasado, cuando la región estaba inmersa en guerras civiles e ines-
tabilidad política. 
Comenzando con el triunfo de la Revolución Sandinista, la 
mayoría de los países de la región experimentaron un proceso de 
amplio alcance que derrocó a los gobiernos autoritarios que go-
bernaron por décadas en Guatemala, El Salvador, Honduras y Ni-
caragua (Torres-Rivas, 2001). Para 1996, todos estos países habían 
desarrollado nuevas instituciones electorales, habían concluido los 
conflictos militares que los arrasaron en los ochenta, y habían crea-
do instituciones para asegurar el cumplimiento de la ley y el respeto 
de los derechos humanos.
Sin embargo, las transiciones desde el autoritarismo también 
estuvieron acompañadas por otro tipo de ola: la violencia delin-
cuencial. Más de veinte años después de las transiciones políticas, 
esta ola delincuencial ha transformado a algunos de estos países 
en los más violentos del mundo, lo cual ha creado una paradoja: 
regímenes que funcionan como democracias electorales, pero que 
viven bajo un estado de sitio casi permanente producido por la 
delincuencia. Guatemala, Honduras y El Salvador tienen tasas de 
homicidios que duplican o triplican el promedio de los países de 
América Latina (pnud, 2009). 
No todas las naciones centroamericanas que experimentaron 
transiciones desde regímenes autoritarios han resultado tan violen-
tas. Nicaragua es un caso especial debido a sus bajos niveles de 
delincuencia en comparación con los países de la región norte de 
Centroamérica (pnud, 2009). Aunque Nicaragua tiene serios proble-
mas de seguridad pública, cualquier comparación con Guatemala, 
El Salvador y Honduras muestra una diferencia notable en cuanto a 
la prevalencia de la delincuencia. Es más, el gobierno nicaragüense 
3 Mi traducción del inglés. De aquí en adelante todas las traducciones del inglés son mías. 
25Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento
publicita al país como el más seguro de Centroamérica (Meléndez 
et al., 2010). De hecho, los niveles de violencia en Nicaragua son 
más comparables con Costa Rica, una democracia de larga data, 
que con los otros países que experimentaron una transición (pnud, 
2013). 
¿Por qué es Nicaragua distinta? ¿Por qué la sociedad nicara-
güense no ha producido niveles graves de violencia, como los de 
Guatemala, El Salvador y Honduras? ¿Por qué, a pesar de la guerra 
prolongada que sufrió Nicaragua, de la inestabilidad social de los 
primeros años después de la transición y de la pobreza y la des-
igualdad generalizadas, esta nación se ha mantenido generalmente 
menos violenta que sus vecinos? Para responder a estas preguntas, 
necesitamos examinar tres temas. Primero, las condiciones políticas 
que convirtieron al Triángulo Norte de Centroamérica en una región 
extremadamente violenta; segundo, la importancia de transformar 
las instituciones de seguridad en instituciones diseñadas para cum-
plir el Estado de derecho; y, tercero, el papel de las instituciones del 
Estado y los agentes asociados con ellas en la reproducción de la 
violencia criminal.
Este capítulo presenta un marco conceptual que enfatiza el pa-
pel del Estado y la persistencia de agentes informales vinculados al 
mismo en el manejo de la seguridad pública y la reproducción de la 
violencia. Sin lugar a dudas, estos agentes afectan el funcionamien-
to de las instituciones de seguridad porque las utilizan para obtener 
protección e impunidad. Considero que la presencia o ausencia 
de estos grupos es en gran parte una función de la forma en que 
las transiciones políticas fueron llevadas a cabo en cada país. En 
algunos casos, los pactos políticos fueron reorientados o ignorados, 
lo cual condujo a un debilitamiento de las instituciones de seguri-
dad para privilegiar a los actores e instituciones sobrevivientes de 
los viejos regímenes. Para demostrar este punto, este capítulo se 
concentra en cuatro aspectos de los procesos de transición: 1) la 
persistencia de agentes violentos que sobrevivieron las transiciones; 
2) la relación entre estos agentes y las nuevas élites gobernantes; 3) 
el variado papel de la sociedad civil en los procesos de transición; 
y 4) el papel de poderosos actores extranjeros, en particular el de 
los Estados Unidos. Al adoptar este marco teórico, este trabajo no 
niega en absoluto la importancia de otros factores en la prevalencia 
26
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
del crimen en Centroamérica. Solo busca poner sobre la mesa el 
enorme papel que aún juegan los Estados en la violencia homicida, 
a pesar de las reformas conducidas durante las transiciones. 
En Nicaragua, a pesar del ritmo incierto de las transformaciones 
políticas, el largo proceso que empezó con la Revolución Sandinis-
ta erosionó las características determinantes del régimen autorita-
rio y creó las condiciones para la desmovilización de los agentes 
violentos que actuaban en nombre del Estado. En contraste, en el 
norte de Centroamérica, a pesar del cambio en las instituciones de 
seguridad, la característica principal del antiguo aparato de seguri-
dad, es decir, la fuerte vinculación entre el Estado y grupos privados 
para imponer el orden (Holden, 1996), ha sobrevivido por mucho 
tiempo después de la transición. En otras palabras, en estos países, 
las instituciones del Estado siguen siendo una de las fuentes princi-
pales de violencia. 
Violencia criminal en Centroamérica 
La violencia criminal que hoy en día afecta a Centroamérica es 
la más compleja que ha enfrentado la región en periodos de paz. 
unodc (2007) identifica ocho áreas en donde el problema de la vio-
lencia es especialmente grave: tráfico de drogas, los homicidios, las 
pandillas juveniles, la violencia doméstica, el comercio ilícito de 
armas de fuego, los secuestros, el lavado de dinero y la corrupción. 
Sin subestimar todos esos problemas, este capítulo se enfoca en el 
problema de los homicidios debido a que las estadísticas de ase-
sinatos son por lo general los indicadores de violencia más fiables 
(aunque pueden presentar serios problemas, como lo muestra el 
capítulo de Julie López en el presente volumen). 
El Cuadro No. 1 muestra algunos indicadores de la violencia 
en Centroamérica entre 2010 y 2015: las tasas de homicidios, el 
porcentaje de víctimas de delincuencia callejera, y la membresía 
de pandillas por cada 100,000 habitantes. Como se puede ver, 
el Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras, y El 
Salvador) muestra tasas de homicidios que superan con creces las 
de Nicaragua y Costa Rica. Las diferencias entre las tasas de ho-
micidios son especialmente sorprendentes. Estas diferencias han 
sido documentadas por diversas organizaciones (pnud, 2013), y de 
27Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento
hecho el Informe sobre desarrollo humano para América Central 
2009-2010 del pnud divide a la región en dos, según los niveles de 
delincuencia: una de alta criminalidad, que incluye Belice, El Sal-
vador, Guatemala y Honduras; y otra de baja criminalidad, consti-
tuida por Costa Rica, Nicaragua y Panamá (pnud, 2009: 85-86). Esto 
no significa que en Nicaragua y Costa Rica no exista delincuencia. 
Diversas investigacioneshan mostrado que la inseguridad pública 
también es una preocupación en esos países (Cuadra, 2002; pnud, 
2005). Sin embargo, Nicaragua parece estar posicionada significati-
vamente por debajo del Triángulo Norte en términos de la violencia 
criminal, a pesar de que también ha pasado por la dictadura y la 
guerra civil, y de que padece de profundos problemas económicos. 
Cuadro 1
Algunos indicadores de violencia en Centroamérica, 2010-2015
País Tasa de homicidios 
2015 
(por cada 100,000 
habitantes)
Víctimas de la 
delincuencia 
callejera 2010 
(%)
Membresía 
en pandillas 
callejeras (por 
cada 100,000 
habitantes)
Guatemala 33.8 17.0 111
El Salvador 102.1 18.6 153
Honduras 58.0 18.3 500
Nicaragua 8.0 17.2 81
Costa Rica 11.1 12.5 62
Fuentes: Seelke (2016) y la base de datos del Barómetro de las Américas (2014). 
Esta brecha entre Nicaragua y el Triángulo Norte aumentó en la 
primera década después de los conflictos y se ha mantenido am-
plia a lo largo de los años. La tendencia de las tasas de homicidios 
desde 1999 hasta 2015 muestra que estos han aumentado en todos 
los países centroamericanos, pero que los niveles en el Triángulo 
Norte ascendieron a finales de los noventa y han alcanzado niveles 
altísimos en las dos últimas décadas (véase: Figura 1). Nicaragua 
revela una historia muy diferente, con una tasa de homicidios baja 
28
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
en el período inmediato a la posguerra, un incremento breve a co-
mienzos de los noventa, y luego una lenta disminución hasta 2001, 
seguida por una estabilidad relativa.4 El nivel de violencia relativa-
mente bajo de Nicaragua se puede rastrear a partir de los años no-
venta y es posible que llegue más atrás, hasta los años ochenta. Sin 
embargo, el período posterior a las transiciones solo ha ampliado la 
brecha entre Nicaragua y el Triángulo Norte, lo cual sugiere que de-
trás de la tendencia hay distintos mecanismos sociopolíticos (Moser 
y Winton, 2002). Además, Guatemala, Honduras y El Salvador se 
distinguen de Nicaragua no solo por sus homicidios, sino también 
porque sufren problemas más graves de delincuencia organizada y 
pandillas callejeras (pnud, 2009). 
En Guatemala, la violencia directa patrocinada por el Estado, 
aunque se ha reducido desde los acuerdos de paz, continúa 
siendo una fuente importante de inseguridad pública, junto con la 
delincuencia organizada, las pandillas juveniles, el crimen común 
y los linchamientos (Godoy, 2004; Beltrán, 2007). En El Salvador de 
la posguerra, la violencia patrocinada por el Estado, aunque está 
presente (Amnesty International, 2008), no ha sido tan evidente como 
en Guatemala. Sin embargo, en este país, el crimen organizado, las 
pandillas juveniles, la delincuencia y la violencia social rutinaria, 
encarnada en grupos de “limpieza” y en el asesinato sin motivo 
aparente de hombres jóvenes, son fuentes significativas de violencia 
(The World Bank, 2011). En Honduras, las pandillas juveniles, los 
grupos de crimen organizado y los carteles de narcotráfico han 
estado acompañados por violencia sistémica contra niños y jóvenes 
callejeros, perpetrada por escuadrones de la muerte vinculados al 
Estado (Amnesty International, 2003). Finalmente, Nicaragua, el 
país de posguerra menos violento de todos, tuvo que lidiar con 
bandas armadas de excombatientes durante los años inmediatos al 
período de la posguerra, y luego con un aumento de la delincuencia 
común, de delitos asociados con drogas, y del tráfico de drogas en 
la costa Atlántica (Moser y Winton, 2002; unodc, 2007). 
4 Algunos autores han expresado fuertes dudas sobre la fiabilidad de los datos nicara-
güenses, argumentando que la violencia es más alta de lo que normalmente se informa 
debido a la falta de denuncias y la injerencia política (Godnick et al., 2002; Rodgers, 
2009). Sin embargo, las mismas advertencias son relevantes con relación a Guatemala, 
El Salvador y Honduras, donde los problemas con los datos son endémicos y los go-
biernos han intentado limitar estadísticas negativas (véase también: Estado de la Región, 
2008). Además, en un informe sobre la violencia en la región, el pnud considera que el 
sistema de registro de Nicaragua es más fiable que el resto (pnud, 2009: 79). 
29Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento
Figura 1
Tasas de Homicidios desde 1990 hasta 2015 en la Centroamérica de posguerra 
(por cada 100,000 habitantes)
Fuente: Chinchilla (2003); pnud (2009); Raudales (2006); unodc (2007); lpg Datos (2011); 
Seelke (2016).
¿Qué circunstancias explican los distintos niveles de violencia ho-
micida en Centroamérica? La literatura sugiere que existen diversos 
factores detrás de la ola de crímenes en la región. Por ejemplo, es-
tudios han señalado con frecuencia que la pobreza y la desigualdad 
son las variables claves para entender la delincuencia (Moser y Win-
ton, 2002; Chinchilla, 2003; pnud, 2009; International Crisis Group, 
2017). Otros han afirmado que la globalización económica y la 
implementación de reformas neoliberales en los años noventa han 
exacerbado los efectos de esas variables (Benson et al., 2008; Garni 
y Weyher, 2013). Y otros han dicho que estos mismos procesos han 
generado además niveles perjudiciales de desempleo y migración 
(Rocha, 2006; Zinecker, 2007), dinámicas de translocación y segre-
gación de espacios urbanos (Martel y Baires, 2007; Rodgers, 2009), 
y las condiciones para el aumento de las compañías privadas de 
seguridad (Ungar, 2007). Otros factores citados con frecuencia son 
los legados de las guerras civiles. Estos van desde la desmovilización 
de excombatientes (Cruz, 1997; Cuadra, 2002; Chinchilla, 2003), 
30
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
pasando por la proliferación de armas (Godnick et al., 2002; Moser 
y Winton, 2002), hasta la persistencia de una especie de cultura de 
violencia (Cruz, 1997; Godoy, 2006). El incremento de economías 
criminales alrededor del negocio transnacional de drogas, la debi-
lidad estatal y la existencia de una población predominantemente 
joven también han sido identificados como factores que han con-
tribuido a la violencia centroamericana (The World Bank, 2011).
Todos estos factores son importantes, como lo han demostrado 
las varias agendas de investigación, pero en realidad no explican las 
diferencias entre Nicaragua y el Triángulo Norte. Después de todo, 
Honduras no experimentó un conflicto interno, pero tiene niveles 
más altos de violencia que Nicaragua, el cual sufrió una década de 
guerra civil. Nicaragua también es uno de los países más pobres 
de la región, y al igual que sus países vecinos, tiene problemas 
relacionados con la transformación económica, la urbanización 
excluyente, la privatización de la seguridad pública, la disponibili-
dad de armas y una población eminentemente joven (Booth et al., 
2015). Ninguno de esos factores –ni siquiera los enclaves de narco-
traficantes que operan a lo largo de la costa Atlántica de Nicaragua 
(Orozco, 2007)– ha hecho que Nicaragua sea tan violento como 
el norte de Centroamérica. Ciertamente, hay procesos específicos 
que pueden intensificar ciertas variables en algunos países más que 
en otros, pero ninguno de los factores citados explica concluyen-
temente la brecha que existe entre Nicaragua y los demás países. 
Una teoría que se ha popularizado y que específicamente ex-
plora las diferencias entre Nicaragua y el Triángulo Norte se enfoca 
en el desarrollo de las pandillas callejeras, conocidas localmente 
como maras. Según este argumento, las maras son responsables en 
gran medida del vertiginoso aumento del nivel de violencia en la re-
gión norte de Centroamérica (Arana, 2005), y sus actividades pue-
den explicar las diferencias marcadas entre los países de esta región 
y Nicaragua, donde dichos grupos no han logrado afianzarse. En 
2007, la Oficinade las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito 
estimó que 70,000 pandilleros deambulaban por las calles de Gua-
temala, El Salvador y Honduras (unodc, 2007). Estos grupos, que 
componen dos redes grandes pandilleriles –la Mara Salvatrucha 13 
(ms-13) y el Barrio Dieciocho (la Dieciocho)–, se han convertido 
en las pandillas juveniles más poderosas y peligrosas de la región. 
31Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento
Sin embargo, su papel en el incremento de los niveles de violencia 
es aún un tema de debate. 
Dejando de lado la discusión sobre las cifras, cualquier com-
paración entre las maras en el norte y las pandillas nicaragüenses 
revela una diferencia clara, no solo en términos de su tamaño, sino 
también de la violencia que perpetran. Algunos autores (Rocha y Ro-
dgers, 2008) han atribuido el crecimiento diferenciado de estas ban-
das a los distintos flujos de migración y deportación desde Estados 
Unidos. De acuerdo con este argumento, la ms-13 y la Dieciocho 
han florecido en el Triángulo Norte debido a la deportación y regre-
so voluntario de migrantes jóvenes de Estados Unidos a sus países de 
nacimiento, en donde han formado nuevas clicas y han propagado 
la cultura pandilleril estadounidense. En Nicaragua, en contraste, 
las pandillas no han sido afectadas por la deportación juvenil desde 
Estados Unidos, debido a que la mayoría de migrantes pobres se han 
establecido en Costa Rica y, en menor medida, en el sur de Florida, 
en donde no se han unido a pandillas callejeras (Rocha, 2007b). 
Aunque sin lugar a dudas la migración de retorno ha jugado 
un papel en el desarrollo de las pandillas en el norte de Centroa-
mérica, es erróneo atribuir el crecimiento de estos grupos y la pre-
valencia de la violencia en esa región solamente a la migración. 
Si aceptáramos este argumento como se expresa generalmente, no 
podríamos explicar por qué, después de años de migración circu-
lar y de deportaciones de mexicanos desde los Estados Unidos, las 
maras –y particularmente el Barrio Dieciocho, que fue formado por 
inmigrantes mexicanos desde los años setenta (Vigil, 2002)– no han 
logrado establecerse en México de la forma en que lo han hecho 
en Centroamérica.5 Como argumento en otro trabajo (Cruz, 2010a), 
es importante considerar las condiciones internas que convirtieron 
a Guatemala, El Salvador y Honduras en terrenos fértiles para el 
surgimiento y desarrollo de poderosas pandillas, pero no a México 
ni a Nicaragua. 
5 Un proyecto de investigación realizado por itam en México encontró que, a pesar del 
despliegue publicitario mediático, no hay presencia significativa de las maras centro-
americanas en México. Según uno de los investigadores principales, las condiciones 
locales, tales como un tejido social más fuerte en comunidades mexicanas, en conjunto 
con un rechazo de las pandillas a recurrir a violencia extrema, han impedido el desa-
rrollo importante de maras (Perea Restrepo, 2008; véase también: Barnes, 2007).
32
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
De igual forma, el problema de atribuir a las pandillas juveniles 
los niveles crecientes de violencia delincuencial es que ignora las 
características institucionales que están detrás del aumento de estos 
grupos y la reproducción de la violencia. Sin lugar a dudas, las pan-
dillas generan violencia, pero su ascenso no es el factor principal 
detrás del incremento de la violencia, porque las mismas condicio-
nes que permitieron el crecimiento de las pandillas han facilitado 
también la proliferación de la violencia en general. En el análisis de 
la violencia, es necesario considerar otra variable: las instituciones 
del Estado. 
En lugar de la guerra interna o la pobreza, una de las diferencias 
subyacentes entre los Estados de la región norte de Centroamérica 
y Nicaragua es la manera en que ambos han abordado la seguridad 
pública y han respondido a los problemas del crimen violento. La 
violencia y las maras son en parte consecuencias de estas diferen-
tes gestiones, las cuales incluyen no solo las políticas planteadas y 
ejecutadas por los Estados, sino también la participación de agentes 
informales violentos y colaboradores civiles para enfrentar el cri-
men y el desorden. Las diferentes respuestas son resultados del tipo 
de transición que experimentó cada país. En los países del norte 
de Centroamérica, los agentes de seguridad paralelos y las élites 
que los apoyaron sobrevivieron las transiciones y han continuado 
operando por mucho tiempo. Nicaragua es un caso distinto debido 
a que la compleja interacción de factores generados por su proceso 
político, empezando con la Revolución de 1979, lo llevaron por 
una vía distinta en la construcción de instituciones de seguridad, 
una vía que, hasta cierto punto, lo protegió de la penetración de 
organizaciones criminales y le permitió construir una relación dife-
rente con la población.
Transiciones y la creación de instituciones de seguridad
Seis ideas son fundamentales para comprender la importancia que 
tuvieron las transiciones en la conformación de la seguridad públi-
ca en Centroamérica. La primera es que el desarrollo de la demo-
cracia conlleva no solo la construcción de instituciones para llevar 
a cabo procesos electorales transparentes, sino también la creación 
de instituciones para promover el Estado derecho y la observan-
cia de los derechos básicos de los ciudadanos (O’Donnell, 2004). 
33Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento
Como afirma Diamond (2008: 46), una democracia efectiva nece-
sita instituciones que hagan cumplir la ley y los derechos de todos 
los ciudadanos. 
En segundo lugar, las instituciones de seguridad y justicia son 
fundamentales para el desarrollo de la gobernanza democrática 
(Karstedt y Lafree, 2006), particularmente en sociedades que vienen 
de gobiernos autoritarios, porque ayudan a generar las condiciones 
básicas que hacen posible la gobernanza. Según Koonings (2001), 
los desafíos más grandes para un gobierno que intenta escapar de 
su pasado autoritario no solo tienen que ver con la subordinación 
de las fuerzas de seguridad al gobierno civil, sino también con el 
establecimiento del monopolio de la fuerza legal para garantizar el 
orden y los derechos de la ciudadanía basados en procedimientos 
claramente establecidos. 
Tercero, como apunta Karl (1990) sobre los modelos de transi-
ciones democráticas, los acuerdos formales son negociados por las 
élites que ejercen el poder, ya sea formal o informalmente. Estos 
acuerdos son condicionados por los intereses organizados (Hag-
gard y Kaufman, 1997), pero también por el contexto de interac-
ciones políticas producidas por las transiciones, las cuales pueden 
moldear nuevas nociones de ciudadanía y de lo que significa el 
Estado (Yashar, 1999), además de los pactos futuros y sus efectos 
sobre los aparatos de seguridad. En otras palabras, las formas en 
que operarán la policía y el sistema de justicia dependerán de esas 
interacciones. La movilización popular y las influencias externas 
también forman parte de estas interacciones, reforzando o erosio-
nando previos modelos institucionales (Stepan, 1988).
Cuarto, de Charles Tilly (2003) sabemos que todos los regíme-
nes deben lidiar y negociar con lo que él llama emprendedores (o 
agentes) de la violencia. Los pactos hechos durante una transición e 
inmediatamente después son condicionados por dichos agentes, ya 
que mantienen poder derivado de sus capacidades para usar la fuer-
za (comandantes del ejército, jefes policiales, paramilitares, etc.), 
de sus nexos con redes de interés mediático y masivo, y de su re-
lación con otros Estados. Algunos de estos agentes sobreviven a las 
transiciones y se constituyen en actores legales en el nuevo ambien-
te institucional, pero otros no tienen el mismo éxito. Sin embargo, 
algunos agentes violentos maniobrany utilizan sus contactos para 
34
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
ocupar áreas grises dentro de las nuevas instituciones y dentro de la 
burocracia estatal, desde donde se mantienen activos (Cruz, 2007).
Quinto, la supervivencia de agentes autoritarios y violentos que 
establecen lazos con el nuevo régimen significa que la participa-
ción del Estado en la gestión de seguridad puede incluir no solo 
a instituciones formales, sino también a actores armados ilegales, 
es decir, a agentes privados e informales que, en algunos casos, 
pueden recurrir a acciones criminales y utilizar las instituciones es-
tatales como fachada (Davis, 2009). Los paramilitares, grupos de 
vigilantes, escuadrones de la muerte y turbas partidarias conectadas 
al aparato estatal son algunos de estos grupos. Estos actores, que no 
respetan completamente las reglas democráticas, forman parte de 
lo que O’Donnell (2004) llama las “áreas marrones” (brown areas, 
en inglés) de la gobernanza.
Finalmente, la utilización de colaboradores informales por el 
Estado para enfrentar la violencia es una práctica arraigada en la 
historia de las relaciones entre los gobiernos centroamericanos y 
sus poblaciones. Como afirma Robert Holden (1996: 459), los apa-
ratos de seguridad que existían antes de las transiciones lograron 
una autonomía extraordinaria en el uso de la violencia “a través de 
una fuerte colaboración y un alto nivel de tolerancia hacia los agen-
tes de represión estatal, hacia actores informales, y hacia actores 
dentro de la sociedad civil en sí misma”. En otras palabras, es impo-
sible entender la violencia estatal centroamericana del pasado sin 
reconocer que fue ejercida no solo por las instituciones oficiales, 
sino también por grupos informales actuando en nombre del Estado 
(Alvarenga, 1996). Como mostraré, las transiciones democráticas 
no eliminaron esas prácticas en algunos países, y grupos ilegales y 
agentes corruptos vinculados al Estado han continuado contribu-
yendo a las dinámicas de violencia desde ese entonces. 
El cambio de régimen en Centroamérica: las tres transiciones 
fundacionales
La característica más llamativa de la historia reciente de Centroa-
mérica tiene que ver con las guerras internas y los procesos de paz 
de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. En contraste con la mayoría 
de países de la región latinoamericana, el istmo centroamericano 
35Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento
fue ampliamente afectado por guerras civiles. Durante la mayor 
parte de su historia, Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua 
habían sido gobernados por regímenes autoritarios. A finales de los 
años setenta, el malestar político intensificó los conflictos arma-
dos entre los grupos guerrilleros y los gobiernos militares de los 
tres países. En Nicaragua, sin embargo, la victoria de la Revolución 
Sandinista fue seguida por una guerra contrarrevolucionaria (Booth 
et al., 2010). La democracia liberal para todos llegó no solo con la 
celebración de elecciones relativamente libres e imparciales, sino 
con el fin de los conflictos armados en los años noventa. 
Es posible analizar las transiciones a través de tres tipos de pro-
cesos: a) la ruptura del autoritarismo debido a golpes de Estado, 
levantamientos civiles o elecciones; b) los procesos electorales que 
siguieron a las rupturas, y c) las reformas institucionales destinadas 
a transformar el aparato de seguridad. Esta clasificación facilita la 
comparación y ayuda a subrayar la importancia de dos dimensio-
nes de las transiciones democráticas: las elecciones y el Estado de 
derecho. Estas dimensiones no siempre concurren y su separación 
tiene consecuencias importantes para la creación de lo que algunos 
han llamado la “democratización en reversa”, es decir, democra-
cias que introducen elecciones libres antes de establecer las institu-
ciones básicas para el Estado de derecho (Rose y Shin, 2001). 
Las transiciones centroamericanas se llevaron a cabo bajo las 
fuertes limitaciones políticas generadas por las guerras internas y la 
supervisión militar (Karl, 1995). Eventualmente, las elecciones lleva-
ron a la alternancia en el poder en los años ochenta, pero las refor-
mas diseñadas para garantizar el respeto total de los derechos huma-
nos se implementaron hasta en los años noventa, como resultado de 
acuerdos políticos. El Cuadro 2 muestra el camino hacia la demo-
cracia de cada país, subrayando los eventos clave y las complejida-
des del cambio de régimen. Algunos autores han argumentado que 
estos cambios de regímenes pueden verse como tres transiciones 
paralelas: de la guerra a la paz, del gobierno militar a la gobernanza 
civil, y del autoritarismo a la democracia (Torres-Rivas, 2001).
36
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
Cuadro 2
El camino hacia la democracia liberal en Centroamérica
Fuente: elaboración propia. 
Régimen 
anterior6
Punto de 
inicio
Primeras 
elecciones
Punto de 
cierre
Guatemala
Autoritarismo 
militar
Golpe de 
Estado (1983)
1984
Tratados 
de Paz
Reformas de 
Régimen
(1996)
El Salvador
Autoritarismo 
militar
Golpe de 
Estado (1979)
1982
Tratados de 
Paz
Reformas de 
Régimen
(1992)
Honduras
Autoritarismo 
militar
Elecciones 
(1980)
1980
Reformas de 
seguridad 
pública 
(1995-1999)
Nicaragua
Dictadura 
tradicional
Revolución 
(1979)
1984
Reformas 
debido a las 
elecciones de 
1990
De la guerra a la paz6
La característica más obvia de las transiciones centroamericanas es 
el paso de guerras internas hacia la paz política. En Guatemala y El 
Salvador la paz se vinculó con las reformas incluidas en los tratados 
oficiales, mientras que en Nicaragua el Tratado de Sapoá de 1988 
estableció las condiciones que llevaron a las elecciones de 1990 
(Torres-Rivas, 2001).
6 Con la excepción de Honduras, la caracterización del régimen anterior proviene de 
Mahoney (2001).
37Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento
En Guatemala, el fin de la guerra llegó en 1996 con una serie 
de acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla de la Unidad 
Revolucionaria Nacional Guatemalteca (urng). Sin embargo, dado 
que los militares prácticamente habían derrotado a los guerrilleros 
a mediados de los años ochenta a través de una campaña dirigida 
contra las comunidades indígenas (Schirmer, 1998), el resultado fue 
un tratado que no disminuyó el poder real ejercido por las fuerzas 
militares y las élites políticas asociadas con ellas. 
La resolución de la guerra en El Salvador se describe mejor 
como un impasse militar y político. A pesar del apoyo de los Estados 
Unidos, el gobierno salvadoreño nunca pudo vencer a las fuerzas 
guerrilleras del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional 
(fmln). El contexto internacional y la presión generaron condiciones 
que resultaron en los acuerdos de Chapultepec de 1992. Debido al 
virtual estancamiento, el tratado salvadoreño de paz fue el más am-
bicioso de todos en términos de reforma estatal y democratización 
(Karl, 1995).
Por su parte, la guerra civil nicaragüense fue el producto de un 
esfuerzo contrarrevolucionario promovido fuertemente por los Esta-
dos Unidos. Después del derrocamiento de la dictadura de Somoza 
por los Sandinistas en 1979, Estados Unidos ayudó a organizar la 
Resistencia Nacional, una fuerza integrada por antiguos Guardias 
Nacionales, Misquitos (indígenas de la costa Atlántica) y campesi-
nos. Aunque los Sandinistas habían ganado la guerra para finales 
de 1988, el bloqueo permanente de los Estados Unidos, el enorme 
costo humano y una economía en quiebra forzaron al régimen a 
negociar la paz en 1988. La oposición ganó las elecciones de 1990 
y comenzó un largo proceso de pacificación (Booth et al., 2015).
Para 1996, la paz política era la característica común en Cen-
troamérica. Sin embargo,las guerras habían moldeado las condi-
ciones bajo las cuales las élites políticas negociaron los cambios y 
afectaron la calidad y la profundidad de los acuerdos de paz. Los 
aparatos estatales de seguridad, el ejército y la policía habían sido 
sustancialmente reforzados durante los conflictos. Las instituciones 
represivas contaban con apoyo político, dado sus papeles de pro-
tección de los regímenes. Incluso a Honduras, que no experimentó 
una guerra, los estadounidenses lo utilizaron como una plataforma 
38
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
para enviar ayuda militar al resto de la región, lo cual incrementó 
enormemente la influencia de los militares. Paradójicamente, todo 
esto sucedió en una época en la que los procesos electorales eran 
presentados como evidencia de democratización. Consiguiente-
mente, el fin de las guerras estuvo intrínsecamente vinculado con 
la necesidad de enfrentar la influencia militar (Torres-Rivas, 2001). 
Del gobierno militar al gobierno civil 
Ya sea por las guerras internas o por las características autoritarias 
de los regímenes, los ejércitos siempre habían desempeñado un pa-
pel central en la conducción de los países centroamericanos. El 
retiro inicial de los militares de posiciones ejecutivas a inicios de 
los ochenta no redujo su poder político. Al contrario, para finales de 
esa década, las fuerzas armadas centroamericanas eran más pode-
rosas y más autónomas que nunca antes. Por esa razón, las transi-
ciones políticas implicaron la desmilitarización del aparato interno 
de seguridad. Aún en Nicaragua, el ejército visiblemente partidista 
que emergió de la Revolución era tan poderoso o incluso más po-
deroso que la antigua Guardia Nacional. Como ha argumentado 
Kruijt (2008: 123), las campañas de contrainsurgencia del Ejército 
Sandinista durante la guerra lo dotaron con suficiente poder para 
operar “como una entidad autónoma, evitando cualquier control 
directo de la Dirección Nacional y del partido”. 
Honduras es un caso ilustrativo. Presionado interna y externa-
mente para democratizarse a finales de los años setenta, el ejército 
hondureño renunció a la presidencia y permitió las elecciones en 
1980. Sin embargo, mantuvo el control del aparato de seguridad y 
desarrolló sus propias operaciones represivas (Kincaid y Gamarra, 
1996). Aunque la represión militar no alcanzó los niveles que al-
canzó en los países vecinos, el ejército fue responsable de varios 
abusos. Los tratados de paz en El Salvador y Nicaragua motiva-
ron que algunos actores políticos, incluyendo a Estados Unidos, 
cambiaran sus estrategias para demandar reformas en el ámbito de 
seguridad. Para 1992, el entonces presidente de Honduras, Rafael 
Callejas, había encomendado a la Comisión Especial para la Refor-
ma Institucional que examinara el papel de la Dirección Nacio-
nal de Investigaciones (dni). La dni era el cuerpo investigador del 
39Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento
aparato de seguridad que fue responsable de más de cien muertes y 
desapariciones durante los años ochenta. El informe de la comisión 
inició un proceso largo y difícil de purgas y reformas que terminó 
en 1998, cuando una reforma constitucional subordinó a las fuer-
zas armadas al control directo del presidente. Para 1999, las insti-
tuciones de seguridad hondureñas estaban controladas por civiles 
(Meza, 2004).
En Guatemala y El Salvador, donde el ejército controlaba direc-
tamente al Estado antes de los años ochenta, las guerras dieron a 
las fuerzas armadas autonomía y poder político sobre los civiles a 
través del control exclusivo del aparato de seguridad. Esto ocurrió 
en dos niveles: a través del control directo de la policía y de los 
departamentos de inteligencia, y a través de las redes de colabora-
dores civiles, quienes trabajaban como fuentes de contrainteligen-
cia y agentes de represión. En El Salvador, estas redes se conocían 
como defensas civiles, organizaciones cuyas raíces se remontan a 
comienzos del siglo xx (Holden, 1996; Stanley, 1996). Durante la 
guerra civil, estas redes reclutaron hasta 300,000 miembros, más 
que todo en las áreas rurales (Stanley, 1996). En Guatemala, las 
Patrullas de Autodefensa Civil (pac) tuvieron un impacto enorme, 
tanto en el curso de la guerra como en las dinámicas comunitarias. 
Con casi un millón de miembros, las pac involucraron aproximada-
mente al 20 por ciento de la población guatemalteca en tareas de 
guerra sucia (Schirmer, 1998; Torres-Rivas, 2001). Sin embargo, en 
ambos países, los acuerdos de paz separaron a los ejércitos del ám-
bito de la seguridad, y los forzaron a renunciar a las instituciones 
internas de la misma y a disolver las redes civiles de colaboradores 
(Sieder, 2001).
En Nicaragua, el proceso de desmilitarización y reducción del 
Ejército Popular Sandinista (eps) ocurrió como consecuencia de ne-
gociaciones entre la Presidente Violeta Chamorro y el fsln después 
de la derrota electoral del último en 1990. El sistema interno de 
seguridad se desmontó con la clausura del departamento de inte-
ligencia del Ministerio de Gobernación, con la disolución de las 
Milicias Populares Sandinistas (mps), y con la reducción y renom-
bramiento de la Policía Sandinista y el eps. Aunque los Sandinistas 
convirtieron a las mps en una red de defensa civil, esta organización 
no tuvo el carácter violento de sus homólogos en los países en el 
40
Rostros de la violencia en Centroamérica: 
abordajes y experiencias desde la investigación social
norte. El abuso sistemático de derechos humanos nunca fue una ca-
racterística del ejército nicaragüense después de 1979 (Dunkerley 
y Sieder, 1996).
Del autoritarismo a los regímenes democráticos 
Antes de las transiciones políticas, ninguno de los países centroa-
mericanos examinados aquí había tenido un régimen democrático. 
Las transiciones de la “tercera ola” en Guatemala, Honduras, El Sal-
vador y Nicaragua llevaron al primer intento sostenido de construir 
democracia (Sieder, 2001). Este tipo de democracias son las que 
Torres-Rivas (2001) llama “democracias fundacionales”. Las transi-
ciones políticas requirieron reemplazar los regímenes militares-oli-
gárquicos por las democracias electorales que emergieron durante 
las guerras civiles. Esta novedad representó un desafío adicional: los 
países tuvieron que crear nuevas instituciones, lo cual demandó no 
solo nuevos marcos legales, sino las estructuras sociales y agentes 
políticos para facilitar su funcionamiento. 
La transición salvadoreña ha sido considerada la más exitosa 
desde una perspectiva institucional. El ejército fue removido de la 
política, las instituciones de seguridad fueron reformadas y puestas 
bajo el control de civiles, y se crearon reglas para elecciones libres 
e imparciales (Call, 2003). Por otro lado, la transición hondureña se 
considera menos exitosa que la salvadoreña. Incluso sin una guerra 
interna, el ejército hondureño mantuvo poder y control considera-
bles sobre algunas instituciones, a pesar de que estaban bajo el con-
trol formal de civiles (Meza, 2004). El golpe de Estado de 2009 es 
evidencia de los defectos de la transición. El caso de Guatemala es 
considerado el menos exitoso. Allí, a pesar de la “civilización” del 
aparato de seguridad, el ejército siguió ejerciendo el poder, el cual 
de hecho usó para supervisar los acuerdos de paz y para influenciar 
la dinámica política al nivel local en comunidades indígenas y ru-
rales (Schirmer, 1998; Sieder, 2001).
Nicaragua es un caso particular. Las trasformaciones institucio-
nales más importantes en ese país ocurrieron luego del triunfo de 
la Revolución y durante los primeros cinco años del gobierno San-
dinista. Para Philip Williams (1994), el derrocamiento de Anastasio 
Somoza y la victoria de los Sandinistas generaron las condiciones 
41Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado

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