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Convivimos es un proyecto que, entre otros objetivos, busca la prevención de la violencia y prevalencia de los derechos humanos. A partir de ello nos planteamos que los resultados de la investigación que hoy ponemos a su dispo- sición, constituya un insumo para todas las personas involucradas en el tema, y para motivar a las que aún no lo están. Es primordial comprender qué es, cómo se genera y configura la violencia hacia las personas lgbti en razón de su orientación sexual o su identidad de género, la que en el estudio denominaremos violencia por prejuicio. Este texto inicia con los conceptos básicos orientadores para personas que aún no están familiarizadas con el trabajo con y para la comunidad lgbti. Es un marco conceptual de referencia básico para comprender los hallazgos, resulta- dos y recomendaciones, incluso sirve como mapa conceptual. EL estudio consta de cuatro capítulos, el primero es un acercamiento teó- rico para entender el enfoque de la investigación desde una perspectiva femi- nista, de derechos e interseccional y exponer los resultados. El segundo –de los imaginarios sociales–, ofrece un panorama de cómo las personas heterosexua- les-cisgénero ven a las personas lgbti; el tercer capítulo se refiere a la violencia por prejuicio y muestra los hallazgos más relevantes de esta investigación, en donde confluyeron diversas metodologías de trabajo con poblaciones ocultas; el cuarto capítulo, sobre el movimiento lgbti en Guatemala, es un apartado con un breve mapeo de las organizaciones que prestan servicios o aglutinan a la población lgbti. El texto cierra con conclusiones y recomendaciones, siguiendo el modelo ecológico, desde la persona individual a la necesidad de implementar políticas públicas adecuadas y específicas a las necesidades de la comunidad lgbti. FLACSO-GuAtemALA Inició actividades en 1987, coincidiendo con el ambiente que propició la transición a la democracia en el país. Fue reconocida por el Estado de Guatemala por medio del De- creto Legislativo 96-87. Según el Acuerdo suscrito en- tre la Facultad Latinoameri- cana de Ciencias Sociales y el gobierno de la República de Guatemala, los objetivos de la Sede son: • Prestar servicios de coope- ración científica y técnica al gobierno de Guatema- la y entidades públicas y privadas, así como a las universidades e insti- tuciones académicas del país en los estudios y ac- tividades de su especiali- dad. • Formar especialistas y ca- pacitar técnicos en los diferentes campos de las ciencias sociales a través de cursos latinoameri- canos, regionales y na- cionales. • Realizar programas de in- vestigación, información y divulgación de las diferentes ramas de las ciencias sociales. Proyecto CONVIVIMOS es un consorcio innovador lide- rado por Mercy Corps Gua- temala en asociación con Fe y Alegría, FLACSO, FUN- DAESPRO e IEPADES y que gracias al generoso apoyo de la Agencia de los Estados Uni- dos de América para el Desa- rrollo Internacional (USAID), promueve el desarrollo comu- nitario en seis municipios del área metropolitana del depar- tamento de Guatemala. R O ST R O S D E L A V IO L E N C IA E N C E N T R O A M É R IC A Este libro nació a finales de 2016 con la idea de conocer de cerca la experiencia de personas que han investigado algún tipo de violencia en la región centroamericana. El objetivo era indagar sobre los desa- fíos teóricos, metodológicos, prácticos o éticos a los que se enfrenta- ron, y sobre las estrategias que utilizaron para lidiar con ellos. En mi experiencia, este es un tema fundamental para emprender cualquier proyecto de investigación social, pero es difícil encontrar escritos que lo traten con el detalle y la honestidad que se merece. La mayoría de libros y artículos explican procedimientos prístinos en situaciones ideales, mientras reducen la confusión y el caos inherentes a la inves- tigación social a anécdotas o situaciones no deseables. El tema cobra mayor relevancia en las investigaciones sobre la violencia, ya que ésta tiende a ser conceptualmente escurridiza, a plantear problemas metodológicos, prácticos o éticos que en ocasiones pueden llegar a ser insalvables, y a generar emociones que pueden nublar nuestro razonamiento y empujarnos a reducir nuestro análisis a una simple acusación que se queda corta en su afán explicativo. Parafraseando a la pensadora Elaine Scarry, podríamos decir que la violencia afecta nuestra capacidad comunicativa y nos deja flotando en el mundo mo- ral del grito y la denuncia. daniel núñez (editor) ROSTROS DE LA VIOLENCIA EN CENTROAMÉRICA: Daniel Núñez (editor) abordajes y experiencias desde la investigación social La reproducción de este material es posible gracias al generoso apoyo del pueblo de Estados Unidos a través de su Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID por sus siglas en inglés). El contenido no refleja necesariamente las opiniones de USAID o del Gobierno de los Estados Unidos de América. Acuerdo de Coopera- ción No. AID-502-A-15-00002. Daniel Núñez © FLACSO-Guatemala © Proyecto CONVIVIMOS. Mercy Corps. All Rights Reserved Proyecto CONVIVIMOS. Mercy Corps www.convivimos.org FLACSO-Guatemala www.flacso.edu.gt ISBN: 978-9929-585-57-7 Diseño de portada: Hugo Leonel de León Portada: Carre-Carre, fragmento de díptico Autor: Hildegardo Igor Almonacid Técnica: Óleo sobre tela Premio: Glifo de oro IX Bienal, 1994 Todos los derechos reservados. Queda prohibida cualquier forma de reproduc- ción parcial o total por cualquier procedimiento sin el permiso expreso de los editores. Impreso y hecho en Guatemala Printed and Made in Guatemala 303.6 R67 2018 Núñez, Daniel. Ed. Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experien- cias desde la investigación social. Guatemala: FLACSO – Mercy Corps, 2018. 374 páginas: # cm. I.S.B.N: 978-9929-585-57-7 1. Violencia – América Central. -- 2. Problemas sociales.-- 3. Violencia estructural.-- 4. Juventud violencia.-- 5. Linchamientos Gua- temala.-- 6. Pandillas juveniles – América Central.-- 7. Población peni- tenciaria - Honduras.-- 8. Mujeres – Sepur Zarco – Alta Verapaz – Izabal – Guatemala.-- 9. Comunidad LGBTIQ.-- 10. Violencia Chiquimula - Guatemala. CONTENIDO Presentación 9 Introducción 11 Capítulo 1 Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento 23 José Miguel Cruz Resumen 23 Introducción 24 Violencia criminal en Centroamérica 26 Transiciones y la creación de instituciones de seguridad 32 El cambio de régimen en Centroamérica: las tres transiciones fundacionales 34 De la guerra a la paz 36 Del gobierno militar al gobierno civil 38 Del autoritarismo a los regímenes democráticos 40 El proceso retorcido 41 Los reveses en el norte de Centroamérica 42 El resultado 51 Conclusiones 55 Referencias 59 Capítulo 2 Jóvenes en los márgenes: entre ausencias y dicotomías esencializadas 69 Isabel Aguilar Umaña Resumen 69 Juventudes en escena: una construcción social e histórica 70 Las personas jóvenes y las violencias (simbólicas, estructurales y directas) 80 Dicotomías actuales 87 Reflexiones finales 95 Referencias 100 Capítulo 3 Luces y sombras en los datos oficiales: explorando la violencia en un departamento del oriente de Guatemala 107 Julie López Resumen 107 Introducción 107 Dificultades con los informes iniciales sobre crímenes 111 Contrastes entre las cifras oficiales 112 Pistas elusivas 116 6 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social Problemas con las tasas de homicidios 120 Del silencio a la normalización 123 Conclusiones 126 Referencias 128 Capítulo 4 Una mirada crítica a los datos oficiales de los “linchamientos” en Guatemala 131 Daniel Núñez Resumen 131 Introducción 131 Problemas con la base de datos de la minugua 135 El despliegue territorial de la minugua 141La palabra linchamiento 145 Conclusiones 150 Referencias 151 Capítulo 5 Perspectivas “desde adentro” y “desde afuera” en la investigación sobre la reducción de la violencia pandilleril en El Salvador 157 Sonja Wolf Resumen 157 Introducción 158 El acceso: negociaciones e incentivos 164 La confianza: distancia social y emociones 167 Organismos sociales: historias humanas y rutinas cotidianas 173 Cuentacuentos: narrativas y realidades 176 Pretensiones de conocimiento: los espabilados y los inmersos 179 Verdades contrapuestas: compromisos e imparcialidad 181 Conclusiones 184 Referencias 187 Capítulo 6 Analizando el papel de la idea de “raza” en las políticas de control de crimen y el sistema penitenciario en Honduras 191 Lirio Gutiérrez Rivera Resumen 191 Introducción 192 Políticas de seguridad y población penitenciaria 194 La idea de “raza” y el encarcelamiento 196 La idea de “raza” en América Latina y la colonialidad de poder 198 Las ideas de “raza” en Honduras 199 La idea de “raza” y el encarcelamiento 201 Conclusiones 206 Referencias 208 7ÍNDICE Capítulo 7 Conflictos metodológicos en una zona roja: navegando el peligro, lo político y lo personal 213 Daniel Burridge Introducción 216 La Parroquia María Madre de los Pobres como base de acceso 219 Las nuevas dinámicas entre actores violentos 222 Entrando al “Equipo de Paz”: la idea de mi comadre 224 Navegando lo político profundo en una zona roja 225 Marcos históricos y teóricos del entorno de La Chacra y del Equipo de Paz 226 El orden de interacciones y las amenazas benévolas del Estado 229 Dentro del Equipo de Paz: conflictos, órdenes y zonas grises 232 Conclusiones 237 Referencias 240 Capítulo 8 En el barrio está el método: reflexiones sobre la investigación de las pandillas juveniles 245 José Luis Rocha Resumen 245 Del microcrédito a la violencia 246 Los tanteos del inicio 247 El método se nos impone 248 Con los muchachos: expresiones artísticas para producir sentido 252 La elusiva violencia: “Cuando la abrazo, me encuentro; cuando me encuentro, se va” 255 Contra hegelianos a medias, pitagóricos e investigadores al servicio del diseño de políticas 260 Referencias 265 Capítulo 9 La violencia como negación de la historia de vida: un acercamiento a la comunidad lgbtiq en Guatemala 269 Walda Barrios-Klee Resumen 269 Introducción 269 Aspectos éticos de la investigación 271 Los parteaguas en la lucha por los derechos de las personas lgbtiq 274 Algunos patrones emergentes 279 Un vislumbre de la violencia como negación de la historia de vida 282 Conclusiones 287 Referencias 289 8 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social Capítulo 10 Víctimas y victimarios: los retos de estudiar las pandillas en Centroamérica 293 Robert Brenneman Resumen 293 Introducción: el ranflero que lloraba 293 Preguntas y métodos 295 Hallazgos 298 Las lágrimas de Camilo 307 Conclusiones 311 Referencias 313 Capítulo 11 Corporalidades del poder: reflexiones sobre el estudio de la violencia desde la psicología 317 Mónica E. Salazar Vides Resumen 317 Relaciones de poder entre investigador e investigados: la masculinidad y los instrumentos cuantitativos de investigación como mecanismos de poder 318 Los cuerpos de investigadores e investigados como símbolos socioculturales: género, clase y raza 325 Representaciones de la “desviación social” y de la “salud mental”: el poder en la mirada de la ciencia 332 Humanización del “desviado” 334 Conclusiones 340 Referencias 342 Capítulo 12 El trauma vicario en las investigaciones de violencias 347 Judith Erazo Resumen 347 El trauma vicario en los procesos de investigación 347 Preparación y protección adecuada para una investigación 351 De las medidas preventivas a la supervisión psicosocial 353 Medidas preventivas 353 Autocuidado 354 Cuidado de los equipos 354 Debriefing 355 Supervisión psicosocial 356 Una experiencia ilustrativa: el acompañamiento a las mujeres de Sepur Zarco 357 Antecedentes 358 El proceso de acompañamiento psicosocial 359 La inseguridad del contexto 361 Signos de trauma vicario 363 Conclusiones 366 Referencias 367 Autoras/es 369 9 PRESENTACIÓN La investigación social para el estudio de la violencia en el contexto centroamericano no es tarea fácil. El acercamiento en el terreno a la problemática de estudio es compleja por los riesgos asumidos por los investigadores, la percepción de la población a la participación de los equipos de investigación en su territorio, la obtención de información y el cruzamiento de los datos, etc. De ahí que las experiencias obteni- das en estos escenarios son por demás valiosas, dada la dificultad de generar conocimiento en ámbitos de conflicto y violencia. En ese contexto, el editor de esta publicación, Daniel Núñez, se planteó la necesidad de acercarse a la experiencia de investigadores que se han interesado en estudiar la violencia y sus variadas manifes- taciones en la región De esa cuenta, en 2017 FLACSO, con el apoyo de la Agencia In- ternacional para el Desarrollo de los Estados Unidos (USAID por sus siglás en inglés), Mercy Corps a través del Proyecto CONVIVIMOS, organizó un taller en el que se involucró a varios investigadores de las ciencias sociales que han estudiado la violencia en Guatemala, El Sal- vador, Honduras y Nicaragua. Según el editor, los capítulos muestran tres grandes preocupaciones: primera, si los conceptos utilizados para analizar el mundo social concuerdan con lo que se observa y siente; segunda, demostrar que el proceso de investigación social no es algo que ocurre en el vacío, sino que involucra interacciones entre seres hu- manos; y tercera, ¿qué hacer con la información que resulta al terminar una investigación? El producto de ese taller es este libro, que cuenta con doce capítu- los, en los que, con plena certeza de nuestra parte, el lector o lectora encontrará muchas respuestas a las distintas causas que provocan un fenómeno tan extendido y de tanto efecto en nuestras frágiles demo- cracias. Podrá además comprobar que los objetivos propuestos fue- ron alcanzados y las preocupaciones, en cuanto atañe a los autores, fueron resueltas. Queda en nosotros, entonces, hacer nuestro mejor esfuerzo para que tan valiosa información cumpla con su cometido de llegar a aquellos que tienen en sus manos dar respuesta a la tercera preocupación: ¿qué hacer con la información que aquí ponemos a su disposición? Dr. Virgilio Reyes Director FLACSO-Guatemala 11 Introducción Este libro nació a finales de 2016 con la idea de conocer de cer-ca la experiencia de personas que han investigado algún tipo de violencia en la región centroamericana. El objetivo era in- dagar sobre los desafíos teóricos, metodológicos, prácticos o éticos a los que se enfrentaron, y sobre las estrategias que utilizaron para lidiar con ellos. En mi experiencia, este es un tema fundamental para emprender cualquier proyecto de investigación social, pero es difícil encontrar escritos que lo traten con el detalle y la ho- nestidad que se merece. La mayoría de libros y artículos explican procedimientos prístinos en situaciones ideales, mientras reducen la confusión y el caos inherente a la investigación social a anéc- dotas o situaciones no deseables.1 El tema cobra mayor relevancia en las investigaciones sobre la violencia, ya que ésta tiende a ser conceptualmente escurridiza, a plantear problemas metodológicos, prácticos o éticos que en ocasiones pueden llegar a ser insalvables, y a generar emociones que pueden nublar nuestro razonamiento y empujarnos a reducir nuestro análisis a una simple acusación que se queda corta en su afán explicativo. Parafraseando a la pensadora Elaine Scarry, podríamos decir que la violencia afecta nuestra ca- pacidad comunicativa y nos deja flotando en el mundo moral del grito y la denuncia.2 Con este objetivo en mente, en enero de2017 contactamos a un grupo de profesionales que se encontraban estudiando o habían estudiado alguna forma de violencia en algún país de Centroaméri- ca. La idea era organizar un taller en donde estas personas pudieran 1 Una muy valiosa excepción que me motivó a embarcarme en este proyecto es Carolyn Nordstrom y Antonius c.g.m. Robben (eds.), Fieldwork Under Fire: Contemporary Stu- dies of Violence and Survival. Berkeley y Londres: University of California Press, 1995. 2 Scarry argumenta que el dolor físico destruye nuestra capacidad de comunicarnos con otros (“El dolor físico no solo se resiste al lenguaje, sino que lo destruye activamente”). Vease: Elaine Scarry, The Body in Pain: The Making and Unmaking of the World. Oxford: Oxford University Press, 1987, p. 4. Mi traducción del inglés. 12 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social presentar un tema basado en su trabajo y reflexionar sobre su ex- periencia junto con otros profesionales que habían trabajado temas similares. Las presentaciones servirían como base para construir los capítulos de una publicación en el futuro. Con el apoyo de la Fa- cultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (flacso) en Guatemala y de la Agencia Internacional para el Desarrollo de los Estados Uni- dos (USAID por sus siglás en inglés), Mercy Corps a través del Pro- yecto CONVIVIMOS, a principios de mayo de ese mismo año orga- nizamos el taller en la ciudad de Guatemala, el cual duró dos días e involucró a una decena de profesionales de las ciencias sociales. Con los comentarios y las modificaciones de los primeros meses, el libro comenzó a tomar forma y a sugerir la necesidad de invitar a otros profesionales que no habíamos considerado al inicio. Al final, el libro cuenta con doce capítulos escritos por doce profesionales que han trabajado distintos temas relacionados con la violencia en Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua. Basándose en su experiencia en uno o varios de estos países, cada uno de los autores de este texto reflexiona sobre algún aspecto de lo que conlleva estudiar la violencia en esta región tan maltrata- da del planeta. En algunos casos, estas reflexiones toman la forma de documentos analíticos abstractos que nos hacen pensar sobre alguna cuestión teórica o metodológica, pero en otras adquieren la forma de relatos vivenciales que nos hacen sentir lo que la per- sona sintió en un momento determinado. Como era de esperarse, ninguno de los autores ofrece una mirada completa de la violencia en Centroamérica. Sin embargo, en conjunto, los capítulos del libro permiten comenzar a entrever algunos rostros de este fenómeno que nos hacen pensar que quizás el monstruo con el que lidiamos no tiene una sino mil cabezas. Este trabajo está dividido en cinco secciones que pueden ser vistas como un continuo: desde el estudio distante de la violencia a nivel macro-sociológico, conceptual y estadístico, hasta el estudio cercano de la misma a nivel micro, con sus interacciones interper- sonales y efectos emocionales sobre los profesionales de la investi- gación y sus interlocutores. La primera sección ofrece una mirada panorámica de algunos de los factores que la literatura comúnmen- te asocia con la violencia en Centroamérica. En el Capítulo 1, José Miguel Cruz hace un recorrido por las diversas explicaciones que 13INTRODUCCIÓN varios autores han dado para responder a la pregunta de por qué los países del llamado Triángulo Norte de América Central (Guatemala, El Salvador y Honduras) son más violentos que la vecina Nicaragua. Sumando a lo que dice la literatura, Cruz argumenta que debemos pensar también en las características de las transiciones hacia la paz de cada uno de estos países, las cuales permitieron que en al- gunos sobrevivieran actores violentos que jugaron un papel impor- tante durante las guerras civiles, y continúan haciéndolo hoy en día. El capítulo de Cruz es importante no solo porque nos hace pensar en las causas de la violencia regional de forma comparativa, sino también porque nos insta a repensar la idea del Estado en la región centroamericana. En el Capítulo 2, Isabel Aguilar aborda de forma crítica el tema de la juventud y su relación con la violencia de hoy. A través de un recorrido histórico por las ideas predominantes en América Latina y, en particular, en Guatemala, Aguilar nos muestra que la juventud ha sido representada de forma simplista ya sea como una fuente de potenciales delincuentes o como la promesa de un mejor futuro. En contraste con esta forma tosca de ver las cosas, Aguilar aboga por la idea de pensar en las diferentes formas de ser juvenil o en las juven- tudes que existen hoy en día, y por trabajar con ellas para romper con las miradas y los programas que han predominado hasta el momento. El análisis que Aguilar hace nos recuerda que los países centroamericanos no solo sufren de la violencia delincuencial dia- ria que reportan los medios, sino también de la violencia discursiva que se nutre de las estructuras racistas, clasistas, patriarcales y adul- to-céntricas de sus sociedades. La segunda sección se enfoca en las categorías y en los números oficiales que pretenden dar cuenta de la violencia. En el Capítulo 3, Julie López analiza las cifras oficiales de violencia homicida en Chiquimula, un departamento considerado como uno de los más violentos de Guatemala. Su análisis revela que los datos por lo ge- neral están basados en evidencia escueta y confusa, y que a veces oscurecen o distorsionan las dinámicas de poder locales. Lejos de considerar esto como un problema exclusivo de los agentes estata- les que recopilan y almacenan la información, López sugiere que los datos oficiales también se ven afectados por la autocensura de los medios y de la población, quienes guardan silencio frente a 14 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social hechos criminales para evitar convertirse en una estadística más de la violencia. Utilizando el concepto de “ciudadanía autoritaria” de la politóloga Jenny Pearce, López argumenta que este silencio resulta contraproducente ya que termina reproduciendo la misma violencia que los medios y la población intentan evitar al autocen- surarse. La espiral de violencia, entonces, se alimenta no solo de los actos violentos, sino de los actos que de alguna u otra forma intentan evitar esa misma violencia. En el Capítulo 4, yo hago un análisis crítico de las estadísticas oficiales de los linchamientos en Guatemala y de la palabra lin- chamiento como categoría de análisis. Específicamente, el capítulo muestra que la base de datos sobre linchamientos construida por la Misión de Verificación de las Naciones Unidas en Guatemala (minugua) durante los años noventa y principios de los 2000 tiene varios problemas técnicos y que posiblemente está basada en una recopilación parcial de datos que refleja su despliegue territorial en el país, por lo que argumento que utilizarla para el análisis es- tadístico no es conveniente. Aunado a eso, el capítulo muestra que linchamiento es una palabra ambigua que ha adquirido connotacio- nes raciales y territoriales particulares en Guatemala, por lo que su uso como categoría de análisis también debe ser cuestionado. Más que criticar los estudios que se han hecho sobre el tema, el capítulo busca instar a los profesionales de las ciencias sociales a pensar críticamente sobre los contextos sociales y políticos en los que se originan las bases de datos y categorías de análisis que utilizan para llevar a cabo sus investigaciones. La tercera sección está dedicada al estudio de la violencia des- de el interior de algunas instituciones. En el Capítulo 5, Sonja Wolf reflexiona sobre su experiencia estudiando etnográficamente tres organizaciones no gubernamentales que abogaban por los dere- chos humanos de los pandilleros en El Salvador a principios de los años2000, en plena época de la implementación de políticas de mano dura. Entablando un constante diálogo con el lector y con ella misma, Wolf nos muestra las diversas dificultades que tuvo para ganarse la confianza de sus participantes y estudiar las dinámicas internas de cada una de las organizaciones, y los dilemas éticos que enfrentó cuando se sentó a escribir y tuvo que decidir qué aspectos re- tratar de ellas. El capítulo de Wolf nos recuerda que los investigadores 15INTRODUCCIÓN muchas veces tienen convicciones propias que pueden entrar en conflicto con las convicciones de las personas que estudian y gene- rar dilemas éticos y prácticos difíciles de resolver. En el Capítulo 6, Lirio Gutiérrez se cuestiona sobre el papel de los marcadores raciales en el encarcelamiento y en las cárceles de Honduras. Contrario a lo que generalmente se cree, Gutiérrez su- giere a través de datos y de su propia experiencia etnográfica que la idea de “raza” moldea no solo las probabilidades de que una persona sea encarcelada, sino las relaciones de poder dentro de las prisiones. A pesar de que para el ojo no entrenado la población encarcelada en Honduras puede parecer homogéneamente “mes- tiza”, Gutiérrez sugiere que algunos marcadores raciales, –como el color de la piel, por ejemplo–, establecen jerarquías que distribuyen privilegios y desventajas al interior de las cárceles. Con su capítulo, Gutiérrez nos insta a pensar en la importancia de considerar los matices dentro de las categorías raciales existentes, y nos recuerda que las dinámicas del “colorismo” que nacieron en la época de la colonia perduran en algunos países de América Latina. La cuarta sección está dedicada al estudio de la violencia en co- munidades particulares. En el Capítulo 7, Daniel Burridge nos habla sobre su experiencia, primero como misionero voluntario y después como etnógrafo, en “La Chacra”, una comunidad en San Salvador dominada por pandillas. A través de una especie de “caminata et- nográfica reflexiva”, Burridge primero hace un recorrido a pie por la comunidad y nos cuenta su historia reciente, resaltando las relacio- nes de poder y las experiencias personales que él mismo ha tenido en ese lugar a través de los años. En contraposición a los proyectos que buscan entender y mejorar las condiciones de estas comunida- des “desde arriba”, Burridge aboga por la investigación etnográfica y los programas que buscan entender y transformar las condiciones de vida de las personas “desde abajo”. Sin embargo, Burridge reco- noce que esto no es fácil de lograr, y en el capítulo reflexiona sobre las dificultades que ha enfrentado por su propia “posicionalidad social” como un investigador estadounidense privilegiado, y sobre las relaciones opacas que se establecen entre las organizaciones comunitarias, maras y pandillas e instituciones estatales. 16 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social En el Capítulo 8, José Luis Rocha delibera sobre una experiencia etnográfica que tuvo hace ya más de dos décadas en un barrio peligroso de Managua, Nicaragua. Ilustrando la transformación que a veces los etnógrafos pueden experimentar durante el trabajo de campo, Rocha narra de una forma amena y accesible cómo las ideas preconcebidas con las que inició su estudio fueron cambiando gradualmente conforme fue interactuando y entablando relaciones con algunos de los habitantes del barrio. Con el tiempo, el mundo analítico de Rocha se amplió de tal forma que llegó a darse cuenta de que en realidad “no hay barrios con pandillas, sino barrios pandilleros”. Sin embargo, Rocha también encontró que, por su naturaleza, la violencia establece ciertos límites naturales para los investigadores, especialmente para los que utilizan la perspectiva etnográfica. Por mucho que queramos entenderla desde adentro, una etnografía de la violencia siempre estará incompleta, por el simple hecho de que no podemos sumergirnos por completo en la experiencia de ejercerla. Así, el capítulo de Rocha nos recuerda que, aunque a veces podemos llegar a ver muy de cerca la violencia, nuestra perspectiva será siempre, en alguna medida, la perspectiva de un observador externo. La quinta y última sección trata el tema del mundo afectivo y las emociones en la investigación de la violencia. En el Capítulo 9, Walda Barrios-Klee comparte algunos de los resultados prelimina- res de una investigación con miembros de la comunidad lgbtiq en la ciudad de Guatemala. Basándose principalmente en las historias de vida, Barrios-Klee argumenta que, paradójicamente, estas perso- nas experimentan la violencia diaria en contra de ellas como una negación de su vida; como una negación de su derecho a construir sus propias historias de vida. Aferrándose a los postulados de la in- vestigación comprometida, Barrios-Klee insta a los profesionales de la investigación social a considerar las historias de vida como una herramienta de investigación que humaniza a nuestros interlocuto- res, ya que para algunas personas el simple hecho de poder contar su historia puede ser un acto liberador que sienta un precedente político frente a una sociedad que las rechaza. En relación con este tema, en el Capítulo 10, Robert Brenneman reflexiona sobre su experiencia entrevistando a Camilo, un antiguo ranflero de la Mara Dieciocho en San Pedro Sula, Honduras. En 17INTRODUCCIÓN contraste con lo que esperaba encontrar –un tipo duro, frío y san- guinario–, Brenneman se topó con una persona que le mostró sus emociones abiertamente y que incluso lloró durante las entrevistas. A lo largo del capítulo, Brenneman nos muestra cómo las “lágrimas de Camilo” lo llevaron a meditar respecto de la entrevista cualitativa como una especie de “ritual interactivo” entre el investigador y su interlocutor, acerca de cómo las emociones de las personas con las que interactuamos durante una investigación pueden guiar nuestros análisis y sugerir temas sobre los cuales terminamos escribiendo, y sobre cómo las fuertes emociones que encienden ciertas cuestiones pueden dificultar la labor de algunos profesionales, especialmente la de los que buscan cómo prevenir la violencia. Con estas reflexio- nes, Brenneman ilustra bien cómo el mundo de la indagación social abarca al ser humano en su totalidad, inmerso en las estructuras sociales que condicionan y moldean su vida. En el Capítulo 11, Mónica Salazar analiza tres experiencias que vivió como investigadora en El Salvador y Guatemala. En todos los relatos, la autora se enfoca en las interacciones que tuvo con sus in- terlocutores, y en cómo esas interacciones conformaron lo que ella llama “campos de fuerzas”, es decir, espacios sociales dentro de los cuales ambos –ella como investigadora y sus interlocutores como sujetos bajo escrutinio– se percibieron según su condición de raza, clase y género. A través de un análisis detallado y honesto de cada experiencia, Salazar permite ver cómo nuestras interacciones con los sujetos que participan de una investigación pueden amplificar los marcadores sociales de cada uno, a tal punto que pueden llevarnos a fracasar por completo en nuestro esfuerzo investigativo. Su capítulo nos recuerda que la relación entre los profesionales de la investiga- ción y sus interlocutores es una relación de poder de dos vías, en la que cada uno exhibe o esconde los marcadores que cree necesarios para modular la interacción e incluso para alcanzar sus objetivos. Por último, en el Capítulo 12, Judith Erazo reflexiona sobre su experiencia entrevistando y acompañando a mujeres q’eqchi’es víctimas de violencia sexual durante la guerra civil en Guatemala. Basándose en su carrera como psicóloga, Erazo nos habla del trau- ma vicario, una condición en la que los investigadores que trabajan el tema de la violencia comienzan a padecer síntomas similares a los que padecen las víctimas de violencia, especialmente cuando 18 Rostros de la violenciaen Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social ellos mismos han sido víctimas de violencia en el pasado. Erazo uti- liza su conocimiento de la investigación social y de la clínica para relatar algunas experiencias personales que sufrió cuando trabajó con las mujeres q’eqchi’es, y recomienda algunas medidas que los profesionales de la investigación que sufren de esta condición pueden tomar para evitarla o prevenir que empeore. El capítulo de Erazo es importante porque muestra que estudiar la violencia es una tarea delicada que puede afectar la fragilidad humana de las personas que llevan a cabo procesos de investigación, tanto como la violencia misma. Aunque los autores de este libro difieren en cuanto a sus acerca- mientos teóricos, metodológicos y prácticos a la investigación, hay al menos tres preocupaciones éticas que en mayor o menor medida aparecen reflejadas en todos los capítulos. La primera es una pre- ocupación por la precisión; por que los conceptos que utilizamos para analizar el mundo social concuerden con lo que observamos y sentimos. Esta preocupación se ve reflejada, por ejemplo, en los capítulos de Isabel Aguilar, Lirio Gutiérrez, Julie López y mi per- sona. En todos estos capítulos hay una preocupación palpable por que los conceptos, categorías o, en términos más sencillos, pala- bras que utilizamos (“jóvenes”, “raza”, “racismo”, “linchamiento”, “violencia homicida” o “violencia” a secas) concuerden con lo que estudiamos. La preocupación no es una simple expresión de un esnobismo intelectual o de un academicismo estéril; es una preo- cupación genuina por reflejar o traducir de forma precisa los fenó- menos sociales que pretendemos explicar. Los capítulos sugieren que esta preocupación puede ser en parte aplacada por la recons- trucción de la historia de las palabras que utilizamos, pero también por el simple hecho de reconocer que toda palabra tiene un límite impuesto por el objeto que representa y por el espacio insalvable que existirá siempre entre él y el lenguaje. La segunda preocupación que se ve reflejada en los capítulos es una preocupación por la falsa objetividad; por mostrar que el pro- ceso de investigación social no es algo que ocurre en el vacío, sino que involucra interacciones entre seres humanos con emociones y marcadores culturales que denotan distintas posiciones étnicas/ raciales, de género y de clase que pueden tener un impacto signifi- cativo en el proceso de investigación e incluso en los investigadores 19INTRODUCCIÓN mismos. Esta preocupación es muy clara en los capítulos de José Luis Rocha, Robert Brenneman, Mónica Salazar y Judith Erazo, por ejemplo, quienes muestran que las interacciones que tenemos con las personas que participan de nuestros estudios no son estériles, sino más bien instantes productivos que nos generan nuevas ideas y reflexiones que pueden llevarnos a caminos analíticos inesperados, pero también a dudar de nuestra posición de supuestos expertos o incluso a amenazar nuestro propio bienestar físico y psicológico. Este no es un descubrimiento nuevo y el libro no pretende presen- tarlo como tal. La objetividad en la investigación social es un tema de debate desde hace muchos años, y decir que la afirmación es un resultado de nuestras reflexiones sería una clarísima falsedad. Sin embargo, nunca está de más recalcarlo en un medio como el nues- tro, en donde abundan los estudios que aseguran ser un reflejo fiel y objetivo del fenómeno que estudian, ignorando las discusiones que han surgido en otros lares y asumiendo que las convicciones propias no influyen para nada en los resultados finales. Por último, una tercera preocupación que aparece en repetidas ocasiones en varios capítulos es una preocupación por el compro- miso. ¿Qué hacemos con la información que tenemos cuando ter- minamos una investigación? ¿Cómo puede nuestro trabajo afectar a las personas que participaron en el proceso investigativo? ¿Cómo podemos utilizarlo para mejorar sus vidas? Todas estas preguntas es- tán implícitamente presentes en todos los capítulos de este libro, ya que el simple acto de escribir una pieza refleja cierto compromiso con la problemática que el escrito pretende representar. Sin embar- go, en algunos capítulos –como los de Sonja Wolf, Daniel Burridge y Walda Barrios-Klee, por ejemplo–, la preocupación se manifiesta de forma más explícita. ¿Cómo congeniamos nuestras convicciones morales con las de nuestros interlocutores sin caer en la simple des- calificación o denuncia? ¿Cómo podemos trascender las ideas que tenemos de nosotros mismos y de nuestros interlocutores para acer- carnos más a ellos y quizás incluso participar en procesos genuinos de cambio? ¿Qué acercamiento teórico o metodológico es el más adecuado para luchar en contra de las representaciones inhumanas dominantes del fenómeno o grupo de personas que estudiamos? To- das estas son preguntas a las que cualquier persona comprometida interesada en investigar la violencia podría enfrentarse en cualquier 20 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social momento. Existen muchas otras preguntas, y sin lugar a dudas mu- chas respuestas más que las que nos ofrecen los autores de este libro. Lo importante aquí es notar que cada uno de ellos describe el camino que tomó basándose en una reflexión crítica sobre sus convicciones personales e historia de vida. Cualquier investigador que se enfrente a estas preguntas en el futuro debería intentar hacer lo mismo. Este libro representa el esfuerzo sostenido del editor y de los autores por varios meses, pero el taller en el que se basaron los primeros borradores de los capítulos y la publicación no serían po- sibles sin el apoyo financiero de usaid y Mercy Corps, a quienes agradecemos su confianza. De forma personal, yo quiero agradecer a Virgilio Reyes, actual director de la flacso en Guatemala, por ha- ber puesto su confianza en mí y por estar abierto a escuchar nue- vas ideas. También quiero agradecer a Claudia Donis, por su apoyo durante el proyecto y por escuchar mis preocupaciones en los mo- mentos difíciles, y a Paula Flores, por habernos apoyado durante la primera fase de este trabajo en 2017. Además, quiero agradecer a la Fundación Paiz, en especial a su Directora Ejecutiva, Itziar Sagone, por poner a nuestra disposición las obras de arte que incluimos en este volumen. Finalmente, quiero agradecer a todos los autores por haberse tomado el proyecto en serio y por compartir sus valiosas experiencias con nosotros. DANIEL NÚÑEZ Tema: Paro de autobuses Nombre de artista: Juan Manuel Rivas del Cid Concurso: Pintura Categoría libre Técnica: Esmalte, tela Premio: Glifo de Oro II Bienal, 1980 23 Capítulo 1 Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento José miguel cruz Resumen Por qué Nicaragua tiene niveles de violencia criminal más bajos que Guatemala, El Salvador y Honduras? Todos estos países pasaron por transiciones políticas en los años noventa. Las ex- plicaciones por lo general apuntan a los legados de las guerras, al subdesarrollo socioeconómico y a las reformas estructurales neoli- berales. Sin embargo, estos argumentos no explican por completo por qué, a pesar de las reformas económicas implementadas en la región, Honduras (país que no pasó por una guerra civil), Guatema- la y El Salvador exhiben niveles de violencia criminal más altos que Nicaragua. Este capítulo argumenta que las reformas relacionadas con la seguridad pública que se llevaron a cabo durante las tran- siciones políticas de los años noventa moldearon la habilidad de los nuevos regímenes para controlar la violencia producida por sus propias instituciones y sus propios colaboradores. En el análisis de la crisis de seguridad pública centroamericana, es importante que retomemos el tema del Estado. La supervivencia de actores violen- tos en los nuevos aparatosde seguridad y su relación con las nuevas élites gobernantes generaron las condiciones para que la violencia escalara en el norte de Centroamérica. ¿ 24 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social Introducción En Centroamérica aún reina la violencia. Según la Oficina de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito (unodc), las naciones de América Central, en particular El Salvador, Guatemala y Hondu- ras, “están por encima de los líderes tradicionales en cuanto a las tasas de homicidios por cada 100,000 habitantes” (unodc, 2013: 53).3 No obstante, esta violencia es distinta de la que reinaba en el pasado, cuando la región estaba inmersa en guerras civiles e ines- tabilidad política. Comenzando con el triunfo de la Revolución Sandinista, la mayoría de los países de la región experimentaron un proceso de amplio alcance que derrocó a los gobiernos autoritarios que go- bernaron por décadas en Guatemala, El Salvador, Honduras y Ni- caragua (Torres-Rivas, 2001). Para 1996, todos estos países habían desarrollado nuevas instituciones electorales, habían concluido los conflictos militares que los arrasaron en los ochenta, y habían crea- do instituciones para asegurar el cumplimiento de la ley y el respeto de los derechos humanos. Sin embargo, las transiciones desde el autoritarismo también estuvieron acompañadas por otro tipo de ola: la violencia delin- cuencial. Más de veinte años después de las transiciones políticas, esta ola delincuencial ha transformado a algunos de estos países en los más violentos del mundo, lo cual ha creado una paradoja: regímenes que funcionan como democracias electorales, pero que viven bajo un estado de sitio casi permanente producido por la delincuencia. Guatemala, Honduras y El Salvador tienen tasas de homicidios que duplican o triplican el promedio de los países de América Latina (pnud, 2009). No todas las naciones centroamericanas que experimentaron transiciones desde regímenes autoritarios han resultado tan violen- tas. Nicaragua es un caso especial debido a sus bajos niveles de delincuencia en comparación con los países de la región norte de Centroamérica (pnud, 2009). Aunque Nicaragua tiene serios proble- mas de seguridad pública, cualquier comparación con Guatemala, El Salvador y Honduras muestra una diferencia notable en cuanto a la prevalencia de la delincuencia. Es más, el gobierno nicaragüense 3 Mi traducción del inglés. De aquí en adelante todas las traducciones del inglés son mías. 25Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento publicita al país como el más seguro de Centroamérica (Meléndez et al., 2010). De hecho, los niveles de violencia en Nicaragua son más comparables con Costa Rica, una democracia de larga data, que con los otros países que experimentaron una transición (pnud, 2013). ¿Por qué es Nicaragua distinta? ¿Por qué la sociedad nicara- güense no ha producido niveles graves de violencia, como los de Guatemala, El Salvador y Honduras? ¿Por qué, a pesar de la guerra prolongada que sufrió Nicaragua, de la inestabilidad social de los primeros años después de la transición y de la pobreza y la des- igualdad generalizadas, esta nación se ha mantenido generalmente menos violenta que sus vecinos? Para responder a estas preguntas, necesitamos examinar tres temas. Primero, las condiciones políticas que convirtieron al Triángulo Norte de Centroamérica en una región extremadamente violenta; segundo, la importancia de transformar las instituciones de seguridad en instituciones diseñadas para cum- plir el Estado de derecho; y, tercero, el papel de las instituciones del Estado y los agentes asociados con ellas en la reproducción de la violencia criminal. Este capítulo presenta un marco conceptual que enfatiza el pa- pel del Estado y la persistencia de agentes informales vinculados al mismo en el manejo de la seguridad pública y la reproducción de la violencia. Sin lugar a dudas, estos agentes afectan el funcionamien- to de las instituciones de seguridad porque las utilizan para obtener protección e impunidad. Considero que la presencia o ausencia de estos grupos es en gran parte una función de la forma en que las transiciones políticas fueron llevadas a cabo en cada país. En algunos casos, los pactos políticos fueron reorientados o ignorados, lo cual condujo a un debilitamiento de las instituciones de seguri- dad para privilegiar a los actores e instituciones sobrevivientes de los viejos regímenes. Para demostrar este punto, este capítulo se concentra en cuatro aspectos de los procesos de transición: 1) la persistencia de agentes violentos que sobrevivieron las transiciones; 2) la relación entre estos agentes y las nuevas élites gobernantes; 3) el variado papel de la sociedad civil en los procesos de transición; y 4) el papel de poderosos actores extranjeros, en particular el de los Estados Unidos. Al adoptar este marco teórico, este trabajo no niega en absoluto la importancia de otros factores en la prevalencia 26 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social del crimen en Centroamérica. Solo busca poner sobre la mesa el enorme papel que aún juegan los Estados en la violencia homicida, a pesar de las reformas conducidas durante las transiciones. En Nicaragua, a pesar del ritmo incierto de las transformaciones políticas, el largo proceso que empezó con la Revolución Sandinis- ta erosionó las características determinantes del régimen autorita- rio y creó las condiciones para la desmovilización de los agentes violentos que actuaban en nombre del Estado. En contraste, en el norte de Centroamérica, a pesar del cambio en las instituciones de seguridad, la característica principal del antiguo aparato de seguri- dad, es decir, la fuerte vinculación entre el Estado y grupos privados para imponer el orden (Holden, 1996), ha sobrevivido por mucho tiempo después de la transición. En otras palabras, en estos países, las instituciones del Estado siguen siendo una de las fuentes princi- pales de violencia. Violencia criminal en Centroamérica La violencia criminal que hoy en día afecta a Centroamérica es la más compleja que ha enfrentado la región en periodos de paz. unodc (2007) identifica ocho áreas en donde el problema de la vio- lencia es especialmente grave: tráfico de drogas, los homicidios, las pandillas juveniles, la violencia doméstica, el comercio ilícito de armas de fuego, los secuestros, el lavado de dinero y la corrupción. Sin subestimar todos esos problemas, este capítulo se enfoca en el problema de los homicidios debido a que las estadísticas de ase- sinatos son por lo general los indicadores de violencia más fiables (aunque pueden presentar serios problemas, como lo muestra el capítulo de Julie López en el presente volumen). El Cuadro No. 1 muestra algunos indicadores de la violencia en Centroamérica entre 2010 y 2015: las tasas de homicidios, el porcentaje de víctimas de delincuencia callejera, y la membresía de pandillas por cada 100,000 habitantes. Como se puede ver, el Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras, y El Salvador) muestra tasas de homicidios que superan con creces las de Nicaragua y Costa Rica. Las diferencias entre las tasas de ho- micidios son especialmente sorprendentes. Estas diferencias han sido documentadas por diversas organizaciones (pnud, 2013), y de 27Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento hecho el Informe sobre desarrollo humano para América Central 2009-2010 del pnud divide a la región en dos, según los niveles de delincuencia: una de alta criminalidad, que incluye Belice, El Sal- vador, Guatemala y Honduras; y otra de baja criminalidad, consti- tuida por Costa Rica, Nicaragua y Panamá (pnud, 2009: 85-86). Esto no significa que en Nicaragua y Costa Rica no exista delincuencia. Diversas investigacioneshan mostrado que la inseguridad pública también es una preocupación en esos países (Cuadra, 2002; pnud, 2005). Sin embargo, Nicaragua parece estar posicionada significati- vamente por debajo del Triángulo Norte en términos de la violencia criminal, a pesar de que también ha pasado por la dictadura y la guerra civil, y de que padece de profundos problemas económicos. Cuadro 1 Algunos indicadores de violencia en Centroamérica, 2010-2015 País Tasa de homicidios 2015 (por cada 100,000 habitantes) Víctimas de la delincuencia callejera 2010 (%) Membresía en pandillas callejeras (por cada 100,000 habitantes) Guatemala 33.8 17.0 111 El Salvador 102.1 18.6 153 Honduras 58.0 18.3 500 Nicaragua 8.0 17.2 81 Costa Rica 11.1 12.5 62 Fuentes: Seelke (2016) y la base de datos del Barómetro de las Américas (2014). Esta brecha entre Nicaragua y el Triángulo Norte aumentó en la primera década después de los conflictos y se ha mantenido am- plia a lo largo de los años. La tendencia de las tasas de homicidios desde 1999 hasta 2015 muestra que estos han aumentado en todos los países centroamericanos, pero que los niveles en el Triángulo Norte ascendieron a finales de los noventa y han alcanzado niveles altísimos en las dos últimas décadas (véase: Figura 1). Nicaragua revela una historia muy diferente, con una tasa de homicidios baja 28 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social en el período inmediato a la posguerra, un incremento breve a co- mienzos de los noventa, y luego una lenta disminución hasta 2001, seguida por una estabilidad relativa.4 El nivel de violencia relativa- mente bajo de Nicaragua se puede rastrear a partir de los años no- venta y es posible que llegue más atrás, hasta los años ochenta. Sin embargo, el período posterior a las transiciones solo ha ampliado la brecha entre Nicaragua y el Triángulo Norte, lo cual sugiere que de- trás de la tendencia hay distintos mecanismos sociopolíticos (Moser y Winton, 2002). Además, Guatemala, Honduras y El Salvador se distinguen de Nicaragua no solo por sus homicidios, sino también porque sufren problemas más graves de delincuencia organizada y pandillas callejeras (pnud, 2009). En Guatemala, la violencia directa patrocinada por el Estado, aunque se ha reducido desde los acuerdos de paz, continúa siendo una fuente importante de inseguridad pública, junto con la delincuencia organizada, las pandillas juveniles, el crimen común y los linchamientos (Godoy, 2004; Beltrán, 2007). En El Salvador de la posguerra, la violencia patrocinada por el Estado, aunque está presente (Amnesty International, 2008), no ha sido tan evidente como en Guatemala. Sin embargo, en este país, el crimen organizado, las pandillas juveniles, la delincuencia y la violencia social rutinaria, encarnada en grupos de “limpieza” y en el asesinato sin motivo aparente de hombres jóvenes, son fuentes significativas de violencia (The World Bank, 2011). En Honduras, las pandillas juveniles, los grupos de crimen organizado y los carteles de narcotráfico han estado acompañados por violencia sistémica contra niños y jóvenes callejeros, perpetrada por escuadrones de la muerte vinculados al Estado (Amnesty International, 2003). Finalmente, Nicaragua, el país de posguerra menos violento de todos, tuvo que lidiar con bandas armadas de excombatientes durante los años inmediatos al período de la posguerra, y luego con un aumento de la delincuencia común, de delitos asociados con drogas, y del tráfico de drogas en la costa Atlántica (Moser y Winton, 2002; unodc, 2007). 4 Algunos autores han expresado fuertes dudas sobre la fiabilidad de los datos nicara- güenses, argumentando que la violencia es más alta de lo que normalmente se informa debido a la falta de denuncias y la injerencia política (Godnick et al., 2002; Rodgers, 2009). Sin embargo, las mismas advertencias son relevantes con relación a Guatemala, El Salvador y Honduras, donde los problemas con los datos son endémicos y los go- biernos han intentado limitar estadísticas negativas (véase también: Estado de la Región, 2008). Además, en un informe sobre la violencia en la región, el pnud considera que el sistema de registro de Nicaragua es más fiable que el resto (pnud, 2009: 79). 29Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento Figura 1 Tasas de Homicidios desde 1990 hasta 2015 en la Centroamérica de posguerra (por cada 100,000 habitantes) Fuente: Chinchilla (2003); pnud (2009); Raudales (2006); unodc (2007); lpg Datos (2011); Seelke (2016). ¿Qué circunstancias explican los distintos niveles de violencia ho- micida en Centroamérica? La literatura sugiere que existen diversos factores detrás de la ola de crímenes en la región. Por ejemplo, es- tudios han señalado con frecuencia que la pobreza y la desigualdad son las variables claves para entender la delincuencia (Moser y Win- ton, 2002; Chinchilla, 2003; pnud, 2009; International Crisis Group, 2017). Otros han afirmado que la globalización económica y la implementación de reformas neoliberales en los años noventa han exacerbado los efectos de esas variables (Benson et al., 2008; Garni y Weyher, 2013). Y otros han dicho que estos mismos procesos han generado además niveles perjudiciales de desempleo y migración (Rocha, 2006; Zinecker, 2007), dinámicas de translocación y segre- gación de espacios urbanos (Martel y Baires, 2007; Rodgers, 2009), y las condiciones para el aumento de las compañías privadas de seguridad (Ungar, 2007). Otros factores citados con frecuencia son los legados de las guerras civiles. Estos van desde la desmovilización de excombatientes (Cruz, 1997; Cuadra, 2002; Chinchilla, 2003), 30 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social pasando por la proliferación de armas (Godnick et al., 2002; Moser y Winton, 2002), hasta la persistencia de una especie de cultura de violencia (Cruz, 1997; Godoy, 2006). El incremento de economías criminales alrededor del negocio transnacional de drogas, la debi- lidad estatal y la existencia de una población predominantemente joven también han sido identificados como factores que han con- tribuido a la violencia centroamericana (The World Bank, 2011). Todos estos factores son importantes, como lo han demostrado las varias agendas de investigación, pero en realidad no explican las diferencias entre Nicaragua y el Triángulo Norte. Después de todo, Honduras no experimentó un conflicto interno, pero tiene niveles más altos de violencia que Nicaragua, el cual sufrió una década de guerra civil. Nicaragua también es uno de los países más pobres de la región, y al igual que sus países vecinos, tiene problemas relacionados con la transformación económica, la urbanización excluyente, la privatización de la seguridad pública, la disponibili- dad de armas y una población eminentemente joven (Booth et al., 2015). Ninguno de esos factores –ni siquiera los enclaves de narco- traficantes que operan a lo largo de la costa Atlántica de Nicaragua (Orozco, 2007)– ha hecho que Nicaragua sea tan violento como el norte de Centroamérica. Ciertamente, hay procesos específicos que pueden intensificar ciertas variables en algunos países más que en otros, pero ninguno de los factores citados explica concluyen- temente la brecha que existe entre Nicaragua y los demás países. Una teoría que se ha popularizado y que específicamente ex- plora las diferencias entre Nicaragua y el Triángulo Norte se enfoca en el desarrollo de las pandillas callejeras, conocidas localmente como maras. Según este argumento, las maras son responsables en gran medida del vertiginoso aumento del nivel de violencia en la re- gión norte de Centroamérica (Arana, 2005), y sus actividades pue- den explicar las diferencias marcadas entre los países de esta región y Nicaragua, donde dichos grupos no han logrado afianzarse. En 2007, la Oficinade las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito estimó que 70,000 pandilleros deambulaban por las calles de Gua- temala, El Salvador y Honduras (unodc, 2007). Estos grupos, que componen dos redes grandes pandilleriles –la Mara Salvatrucha 13 (ms-13) y el Barrio Dieciocho (la Dieciocho)–, se han convertido en las pandillas juveniles más poderosas y peligrosas de la región. 31Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento Sin embargo, su papel en el incremento de los niveles de violencia es aún un tema de debate. Dejando de lado la discusión sobre las cifras, cualquier com- paración entre las maras en el norte y las pandillas nicaragüenses revela una diferencia clara, no solo en términos de su tamaño, sino también de la violencia que perpetran. Algunos autores (Rocha y Ro- dgers, 2008) han atribuido el crecimiento diferenciado de estas ban- das a los distintos flujos de migración y deportación desde Estados Unidos. De acuerdo con este argumento, la ms-13 y la Dieciocho han florecido en el Triángulo Norte debido a la deportación y regre- so voluntario de migrantes jóvenes de Estados Unidos a sus países de nacimiento, en donde han formado nuevas clicas y han propagado la cultura pandilleril estadounidense. En Nicaragua, en contraste, las pandillas no han sido afectadas por la deportación juvenil desde Estados Unidos, debido a que la mayoría de migrantes pobres se han establecido en Costa Rica y, en menor medida, en el sur de Florida, en donde no se han unido a pandillas callejeras (Rocha, 2007b). Aunque sin lugar a dudas la migración de retorno ha jugado un papel en el desarrollo de las pandillas en el norte de Centroa- mérica, es erróneo atribuir el crecimiento de estos grupos y la pre- valencia de la violencia en esa región solamente a la migración. Si aceptáramos este argumento como se expresa generalmente, no podríamos explicar por qué, después de años de migración circu- lar y de deportaciones de mexicanos desde los Estados Unidos, las maras –y particularmente el Barrio Dieciocho, que fue formado por inmigrantes mexicanos desde los años setenta (Vigil, 2002)– no han logrado establecerse en México de la forma en que lo han hecho en Centroamérica.5 Como argumento en otro trabajo (Cruz, 2010a), es importante considerar las condiciones internas que convirtieron a Guatemala, El Salvador y Honduras en terrenos fértiles para el surgimiento y desarrollo de poderosas pandillas, pero no a México ni a Nicaragua. 5 Un proyecto de investigación realizado por itam en México encontró que, a pesar del despliegue publicitario mediático, no hay presencia significativa de las maras centro- americanas en México. Según uno de los investigadores principales, las condiciones locales, tales como un tejido social más fuerte en comunidades mexicanas, en conjunto con un rechazo de las pandillas a recurrir a violencia extrema, han impedido el desa- rrollo importante de maras (Perea Restrepo, 2008; véase también: Barnes, 2007). 32 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social De igual forma, el problema de atribuir a las pandillas juveniles los niveles crecientes de violencia delincuencial es que ignora las características institucionales que están detrás del aumento de estos grupos y la reproducción de la violencia. Sin lugar a dudas, las pan- dillas generan violencia, pero su ascenso no es el factor principal detrás del incremento de la violencia, porque las mismas condicio- nes que permitieron el crecimiento de las pandillas han facilitado también la proliferación de la violencia en general. En el análisis de la violencia, es necesario considerar otra variable: las instituciones del Estado. En lugar de la guerra interna o la pobreza, una de las diferencias subyacentes entre los Estados de la región norte de Centroamérica y Nicaragua es la manera en que ambos han abordado la seguridad pública y han respondido a los problemas del crimen violento. La violencia y las maras son en parte consecuencias de estas diferen- tes gestiones, las cuales incluyen no solo las políticas planteadas y ejecutadas por los Estados, sino también la participación de agentes informales violentos y colaboradores civiles para enfrentar el cri- men y el desorden. Las diferentes respuestas son resultados del tipo de transición que experimentó cada país. En los países del norte de Centroamérica, los agentes de seguridad paralelos y las élites que los apoyaron sobrevivieron las transiciones y han continuado operando por mucho tiempo. Nicaragua es un caso distinto debido a que la compleja interacción de factores generados por su proceso político, empezando con la Revolución de 1979, lo llevaron por una vía distinta en la construcción de instituciones de seguridad, una vía que, hasta cierto punto, lo protegió de la penetración de organizaciones criminales y le permitió construir una relación dife- rente con la población. Transiciones y la creación de instituciones de seguridad Seis ideas son fundamentales para comprender la importancia que tuvieron las transiciones en la conformación de la seguridad públi- ca en Centroamérica. La primera es que el desarrollo de la demo- cracia conlleva no solo la construcción de instituciones para llevar a cabo procesos electorales transparentes, sino también la creación de instituciones para promover el Estado derecho y la observan- cia de los derechos básicos de los ciudadanos (O’Donnell, 2004). 33Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento Como afirma Diamond (2008: 46), una democracia efectiva nece- sita instituciones que hagan cumplir la ley y los derechos de todos los ciudadanos. En segundo lugar, las instituciones de seguridad y justicia son fundamentales para el desarrollo de la gobernanza democrática (Karstedt y Lafree, 2006), particularmente en sociedades que vienen de gobiernos autoritarios, porque ayudan a generar las condiciones básicas que hacen posible la gobernanza. Según Koonings (2001), los desafíos más grandes para un gobierno que intenta escapar de su pasado autoritario no solo tienen que ver con la subordinación de las fuerzas de seguridad al gobierno civil, sino también con el establecimiento del monopolio de la fuerza legal para garantizar el orden y los derechos de la ciudadanía basados en procedimientos claramente establecidos. Tercero, como apunta Karl (1990) sobre los modelos de transi- ciones democráticas, los acuerdos formales son negociados por las élites que ejercen el poder, ya sea formal o informalmente. Estos acuerdos son condicionados por los intereses organizados (Hag- gard y Kaufman, 1997), pero también por el contexto de interac- ciones políticas producidas por las transiciones, las cuales pueden moldear nuevas nociones de ciudadanía y de lo que significa el Estado (Yashar, 1999), además de los pactos futuros y sus efectos sobre los aparatos de seguridad. En otras palabras, las formas en que operarán la policía y el sistema de justicia dependerán de esas interacciones. La movilización popular y las influencias externas también forman parte de estas interacciones, reforzando o erosio- nando previos modelos institucionales (Stepan, 1988). Cuarto, de Charles Tilly (2003) sabemos que todos los regíme- nes deben lidiar y negociar con lo que él llama emprendedores (o agentes) de la violencia. Los pactos hechos durante una transición e inmediatamente después son condicionados por dichos agentes, ya que mantienen poder derivado de sus capacidades para usar la fuer- za (comandantes del ejército, jefes policiales, paramilitares, etc.), de sus nexos con redes de interés mediático y masivo, y de su re- lación con otros Estados. Algunos de estos agentes sobreviven a las transiciones y se constituyen en actores legales en el nuevo ambien- te institucional, pero otros no tienen el mismo éxito. Sin embargo, algunos agentes violentos maniobrany utilizan sus contactos para 34 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social ocupar áreas grises dentro de las nuevas instituciones y dentro de la burocracia estatal, desde donde se mantienen activos (Cruz, 2007). Quinto, la supervivencia de agentes autoritarios y violentos que establecen lazos con el nuevo régimen significa que la participa- ción del Estado en la gestión de seguridad puede incluir no solo a instituciones formales, sino también a actores armados ilegales, es decir, a agentes privados e informales que, en algunos casos, pueden recurrir a acciones criminales y utilizar las instituciones es- tatales como fachada (Davis, 2009). Los paramilitares, grupos de vigilantes, escuadrones de la muerte y turbas partidarias conectadas al aparato estatal son algunos de estos grupos. Estos actores, que no respetan completamente las reglas democráticas, forman parte de lo que O’Donnell (2004) llama las “áreas marrones” (brown areas, en inglés) de la gobernanza. Finalmente, la utilización de colaboradores informales por el Estado para enfrentar la violencia es una práctica arraigada en la historia de las relaciones entre los gobiernos centroamericanos y sus poblaciones. Como afirma Robert Holden (1996: 459), los apa- ratos de seguridad que existían antes de las transiciones lograron una autonomía extraordinaria en el uso de la violencia “a través de una fuerte colaboración y un alto nivel de tolerancia hacia los agen- tes de represión estatal, hacia actores informales, y hacia actores dentro de la sociedad civil en sí misma”. En otras palabras, es impo- sible entender la violencia estatal centroamericana del pasado sin reconocer que fue ejercida no solo por las instituciones oficiales, sino también por grupos informales actuando en nombre del Estado (Alvarenga, 1996). Como mostraré, las transiciones democráticas no eliminaron esas prácticas en algunos países, y grupos ilegales y agentes corruptos vinculados al Estado han continuado contribu- yendo a las dinámicas de violencia desde ese entonces. El cambio de régimen en Centroamérica: las tres transiciones fundacionales La característica más llamativa de la historia reciente de Centroa- mérica tiene que ver con las guerras internas y los procesos de paz de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. En contraste con la mayoría de países de la región latinoamericana, el istmo centroamericano 35Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento fue ampliamente afectado por guerras civiles. Durante la mayor parte de su historia, Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua habían sido gobernados por regímenes autoritarios. A finales de los años setenta, el malestar político intensificó los conflictos arma- dos entre los grupos guerrilleros y los gobiernos militares de los tres países. En Nicaragua, sin embargo, la victoria de la Revolución Sandinista fue seguida por una guerra contrarrevolucionaria (Booth et al., 2010). La democracia liberal para todos llegó no solo con la celebración de elecciones relativamente libres e imparciales, sino con el fin de los conflictos armados en los años noventa. Es posible analizar las transiciones a través de tres tipos de pro- cesos: a) la ruptura del autoritarismo debido a golpes de Estado, levantamientos civiles o elecciones; b) los procesos electorales que siguieron a las rupturas, y c) las reformas institucionales destinadas a transformar el aparato de seguridad. Esta clasificación facilita la comparación y ayuda a subrayar la importancia de dos dimensio- nes de las transiciones democráticas: las elecciones y el Estado de derecho. Estas dimensiones no siempre concurren y su separación tiene consecuencias importantes para la creación de lo que algunos han llamado la “democratización en reversa”, es decir, democra- cias que introducen elecciones libres antes de establecer las institu- ciones básicas para el Estado de derecho (Rose y Shin, 2001). Las transiciones centroamericanas se llevaron a cabo bajo las fuertes limitaciones políticas generadas por las guerras internas y la supervisión militar (Karl, 1995). Eventualmente, las elecciones lleva- ron a la alternancia en el poder en los años ochenta, pero las refor- mas diseñadas para garantizar el respeto total de los derechos huma- nos se implementaron hasta en los años noventa, como resultado de acuerdos políticos. El Cuadro 2 muestra el camino hacia la demo- cracia de cada país, subrayando los eventos clave y las complejida- des del cambio de régimen. Algunos autores han argumentado que estos cambios de regímenes pueden verse como tres transiciones paralelas: de la guerra a la paz, del gobierno militar a la gobernanza civil, y del autoritarismo a la democracia (Torres-Rivas, 2001). 36 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social Cuadro 2 El camino hacia la democracia liberal en Centroamérica Fuente: elaboración propia. Régimen anterior6 Punto de inicio Primeras elecciones Punto de cierre Guatemala Autoritarismo militar Golpe de Estado (1983) 1984 Tratados de Paz Reformas de Régimen (1996) El Salvador Autoritarismo militar Golpe de Estado (1979) 1982 Tratados de Paz Reformas de Régimen (1992) Honduras Autoritarismo militar Elecciones (1980) 1980 Reformas de seguridad pública (1995-1999) Nicaragua Dictadura tradicional Revolución (1979) 1984 Reformas debido a las elecciones de 1990 De la guerra a la paz6 La característica más obvia de las transiciones centroamericanas es el paso de guerras internas hacia la paz política. En Guatemala y El Salvador la paz se vinculó con las reformas incluidas en los tratados oficiales, mientras que en Nicaragua el Tratado de Sapoá de 1988 estableció las condiciones que llevaron a las elecciones de 1990 (Torres-Rivas, 2001). 6 Con la excepción de Honduras, la caracterización del régimen anterior proviene de Mahoney (2001). 37Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento En Guatemala, el fin de la guerra llegó en 1996 con una serie de acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (urng). Sin embargo, dado que los militares prácticamente habían derrotado a los guerrilleros a mediados de los años ochenta a través de una campaña dirigida contra las comunidades indígenas (Schirmer, 1998), el resultado fue un tratado que no disminuyó el poder real ejercido por las fuerzas militares y las élites políticas asociadas con ellas. La resolución de la guerra en El Salvador se describe mejor como un impasse militar y político. A pesar del apoyo de los Estados Unidos, el gobierno salvadoreño nunca pudo vencer a las fuerzas guerrilleras del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (fmln). El contexto internacional y la presión generaron condiciones que resultaron en los acuerdos de Chapultepec de 1992. Debido al virtual estancamiento, el tratado salvadoreño de paz fue el más am- bicioso de todos en términos de reforma estatal y democratización (Karl, 1995). Por su parte, la guerra civil nicaragüense fue el producto de un esfuerzo contrarrevolucionario promovido fuertemente por los Esta- dos Unidos. Después del derrocamiento de la dictadura de Somoza por los Sandinistas en 1979, Estados Unidos ayudó a organizar la Resistencia Nacional, una fuerza integrada por antiguos Guardias Nacionales, Misquitos (indígenas de la costa Atlántica) y campesi- nos. Aunque los Sandinistas habían ganado la guerra para finales de 1988, el bloqueo permanente de los Estados Unidos, el enorme costo humano y una economía en quiebra forzaron al régimen a negociar la paz en 1988. La oposición ganó las elecciones de 1990 y comenzó un largo proceso de pacificación (Booth et al., 2015). Para 1996, la paz política era la característica común en Cen- troamérica. Sin embargo,las guerras habían moldeado las condi- ciones bajo las cuales las élites políticas negociaron los cambios y afectaron la calidad y la profundidad de los acuerdos de paz. Los aparatos estatales de seguridad, el ejército y la policía habían sido sustancialmente reforzados durante los conflictos. Las instituciones represivas contaban con apoyo político, dado sus papeles de pro- tección de los regímenes. Incluso a Honduras, que no experimentó una guerra, los estadounidenses lo utilizaron como una plataforma 38 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social para enviar ayuda militar al resto de la región, lo cual incrementó enormemente la influencia de los militares. Paradójicamente, todo esto sucedió en una época en la que los procesos electorales eran presentados como evidencia de democratización. Consiguiente- mente, el fin de las guerras estuvo intrínsecamente vinculado con la necesidad de enfrentar la influencia militar (Torres-Rivas, 2001). Del gobierno militar al gobierno civil Ya sea por las guerras internas o por las características autoritarias de los regímenes, los ejércitos siempre habían desempeñado un pa- pel central en la conducción de los países centroamericanos. El retiro inicial de los militares de posiciones ejecutivas a inicios de los ochenta no redujo su poder político. Al contrario, para finales de esa década, las fuerzas armadas centroamericanas eran más pode- rosas y más autónomas que nunca antes. Por esa razón, las transi- ciones políticas implicaron la desmilitarización del aparato interno de seguridad. Aún en Nicaragua, el ejército visiblemente partidista que emergió de la Revolución era tan poderoso o incluso más po- deroso que la antigua Guardia Nacional. Como ha argumentado Kruijt (2008: 123), las campañas de contrainsurgencia del Ejército Sandinista durante la guerra lo dotaron con suficiente poder para operar “como una entidad autónoma, evitando cualquier control directo de la Dirección Nacional y del partido”. Honduras es un caso ilustrativo. Presionado interna y externa- mente para democratizarse a finales de los años setenta, el ejército hondureño renunció a la presidencia y permitió las elecciones en 1980. Sin embargo, mantuvo el control del aparato de seguridad y desarrolló sus propias operaciones represivas (Kincaid y Gamarra, 1996). Aunque la represión militar no alcanzó los niveles que al- canzó en los países vecinos, el ejército fue responsable de varios abusos. Los tratados de paz en El Salvador y Nicaragua motiva- ron que algunos actores políticos, incluyendo a Estados Unidos, cambiaran sus estrategias para demandar reformas en el ámbito de seguridad. Para 1992, el entonces presidente de Honduras, Rafael Callejas, había encomendado a la Comisión Especial para la Refor- ma Institucional que examinara el papel de la Dirección Nacio- nal de Investigaciones (dni). La dni era el cuerpo investigador del 39Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado violento aparato de seguridad que fue responsable de más de cien muertes y desapariciones durante los años ochenta. El informe de la comisión inició un proceso largo y difícil de purgas y reformas que terminó en 1998, cuando una reforma constitucional subordinó a las fuer- zas armadas al control directo del presidente. Para 1999, las insti- tuciones de seguridad hondureñas estaban controladas por civiles (Meza, 2004). En Guatemala y El Salvador, donde el ejército controlaba direc- tamente al Estado antes de los años ochenta, las guerras dieron a las fuerzas armadas autonomía y poder político sobre los civiles a través del control exclusivo del aparato de seguridad. Esto ocurrió en dos niveles: a través del control directo de la policía y de los departamentos de inteligencia, y a través de las redes de colabora- dores civiles, quienes trabajaban como fuentes de contrainteligen- cia y agentes de represión. En El Salvador, estas redes se conocían como defensas civiles, organizaciones cuyas raíces se remontan a comienzos del siglo xx (Holden, 1996; Stanley, 1996). Durante la guerra civil, estas redes reclutaron hasta 300,000 miembros, más que todo en las áreas rurales (Stanley, 1996). En Guatemala, las Patrullas de Autodefensa Civil (pac) tuvieron un impacto enorme, tanto en el curso de la guerra como en las dinámicas comunitarias. Con casi un millón de miembros, las pac involucraron aproximada- mente al 20 por ciento de la población guatemalteca en tareas de guerra sucia (Schirmer, 1998; Torres-Rivas, 2001). Sin embargo, en ambos países, los acuerdos de paz separaron a los ejércitos del ám- bito de la seguridad, y los forzaron a renunciar a las instituciones internas de la misma y a disolver las redes civiles de colaboradores (Sieder, 2001). En Nicaragua, el proceso de desmilitarización y reducción del Ejército Popular Sandinista (eps) ocurrió como consecuencia de ne- gociaciones entre la Presidente Violeta Chamorro y el fsln después de la derrota electoral del último en 1990. El sistema interno de seguridad se desmontó con la clausura del departamento de inte- ligencia del Ministerio de Gobernación, con la disolución de las Milicias Populares Sandinistas (mps), y con la reducción y renom- bramiento de la Policía Sandinista y el eps. Aunque los Sandinistas convirtieron a las mps en una red de defensa civil, esta organización no tuvo el carácter violento de sus homólogos en los países en el 40 Rostros de la violencia en Centroamérica: abordajes y experiencias desde la investigación social norte. El abuso sistemático de derechos humanos nunca fue una ca- racterística del ejército nicaragüense después de 1979 (Dunkerley y Sieder, 1996). Del autoritarismo a los regímenes democráticos Antes de las transiciones políticas, ninguno de los países centroa- mericanos examinados aquí había tenido un régimen democrático. Las transiciones de la “tercera ola” en Guatemala, Honduras, El Sal- vador y Nicaragua llevaron al primer intento sostenido de construir democracia (Sieder, 2001). Este tipo de democracias son las que Torres-Rivas (2001) llama “democracias fundacionales”. Las transi- ciones políticas requirieron reemplazar los regímenes militares-oli- gárquicos por las democracias electorales que emergieron durante las guerras civiles. Esta novedad representó un desafío adicional: los países tuvieron que crear nuevas instituciones, lo cual demandó no solo nuevos marcos legales, sino las estructuras sociales y agentes políticos para facilitar su funcionamiento. La transición salvadoreña ha sido considerada la más exitosa desde una perspectiva institucional. El ejército fue removido de la política, las instituciones de seguridad fueron reformadas y puestas bajo el control de civiles, y se crearon reglas para elecciones libres e imparciales (Call, 2003). Por otro lado, la transición hondureña se considera menos exitosa que la salvadoreña. Incluso sin una guerra interna, el ejército hondureño mantuvo poder y control considera- bles sobre algunas instituciones, a pesar de que estaban bajo el con- trol formal de civiles (Meza, 2004). El golpe de Estado de 2009 es evidencia de los defectos de la transición. El caso de Guatemala es considerado el menos exitoso. Allí, a pesar de la “civilización” del aparato de seguridad, el ejército siguió ejerciendo el poder, el cual de hecho usó para supervisar los acuerdos de paz y para influenciar la dinámica política al nivel local en comunidades indígenas y ru- rales (Schirmer, 1998; Sieder, 2001). Nicaragua es un caso particular. Las trasformaciones institucio- nales más importantes en ese país ocurrieron luego del triunfo de la Revolución y durante los primeros cinco años del gobierno San- dinista. Para Philip Williams (1994), el derrocamiento de Anastasio Somoza y la victoria de los Sandinistas generaron las condiciones 41Violencia criminal y democratización en Centroamérica: la supervivencia del Estado
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