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CAPíTUIO III
La consistencia y la estabilidad del comportamiento
desde un punto de vista funcional
Además, y para mayor impresión de infinitud, todos los rostros eran a la vez iguales y dispares: respondían a un mismo modelo, pero, por otra parte, siempre había en ellos algo particular, algo diferente, algo que, incluso en los casos más extremos ( e , e) dejaba a salvo la individualidad.
BERNARDO ATXAGA, Un traductor en Paris
El estudio de la consistencia y de la estabilidad del comportamiento supone la consideración espacio-temporal del mismo. En términos generales, un mismo comportamiento ejecutado ante diversas situaciones, sin tener en cuenta el momento en el que se produzca, sería un indicador de consistencia. Un mismo comportamiento ante una misma situación en momentos temporales distintos mostraría la estabilidad,
Ahora bien, hay que matizar que cuando se dice un «mismo» comportamiento no se está diciendo un comportamiento «genérico» en (eso sería prácticamente imposible) sino una conducta que el individuo eiecutv_para afrontar una determinada situactón de 14anera eficiz para ser resuelta de fomy_posi-
9C)
tiva. Por tanto, no hay que perder de vista el aspecto funcional del comportamiento. Dicho de otra manera, tanto la consistencia como la estabilidad apelan no tanto al comportamiento molecu lar (el del conductismo más radical) sino al estilo funcional del mismo que puede verse materializado de una u otra forma dependiendo del repertorio conductual del individuo. Esto iría en la línea de lo que algunos (D. M. Buss y Cantor, 1989; Davis y Millon, 1994; Nesselroade y Boker, 1994) han llamado coherencia conductual que se manifiesta en patrones de estabilidad y cambio comportamental.
Bien pudiera parecer que la referencia a la consistencia y a la estabilidad va unida a las nociones de inmutabilidad o imposibilidad de cambio del comportamiento de los individuos. Esto ha supuesto un viejo caballo de batalla para algunos psicólogos de la personalidad (y psicólogos en general) que no están dispuestos a admitir con facilidad el determinismo comportamental que va unido a los conceptos de estabilidad y consistencia. Desde un punto de vista funcional, la posibilidad del cambio va unida a la necesidad de que éste se produzca. Así pues, un individuo no tiene por qué variar su forma de ejecutar una determinada accion siempre y cuando vaya obteniendo resultados positivos con ella. Veamos un ejemplo.
Un estudiante, a la hora de preparar un examen, utilizará una estrategia de estudio que será aquella que a lo largo de su vida académica le ha aportado mayores beneficios: un mayor número de aprobados. Tal estudiante pondrá en marcha su forma de estudiar con independencia de que evaluada en términos objetivos (con parámetros de psicología educativa o de teorías psicológicas del estudio) sea la más correcta. Lo que sabemos es que le sirve para aprobar y, se supone, que también para aprender. Si dicho estudiante empieza a ser ineficaz y, por tanto, a no superar sus exámenes entonces podrá plantearse la posibilidad del cambio. Esto es algo que suele apreciarse con cierta frecuencia en el paso de los estudios de bachiller a los estudios universitarios (Hernández, Pozo y Polo, 1994). Para estimar esto, no hay que perder de vista el cambio de las situaciones a las que debe enfrentarse, de las demandas que tales nuevas situaciones imponen y de los patrones interactivos entre el estudiante y la nueva situación académica.
	comportamiento...	91
¿Es POSIBLE COMBINAR CONSISTENCIA, ESTABILIDAD Y CAMBIO?
La consistencia y el cambio se Identifican con el comportamiento individual. Así pues, es un individuo el que presenta un comportamiento consistente o el que cambia su manera de actuar. De acuerdo con lo sostenido en los capítulos anteriores, tal comportamiento individual, característico, personal... determina la unicidad de la personalidad de tal individuo. Es sobre él sobre quien se determina la consistencia. Ahora bien, esto no nos ha de llevar a una opción exclusivamente idiográfica en el análisis de la consistencia. Es más, nuestra condición de científicos nos obliga a buscar regularidades o generalidades. La pregunta sería: «¿es posible el establecimiento de leyes generales salvaguardando la condición de la unicidad del individuo?» La respuesta sería negativa si fuese dada por representantes de posturas idiográficas o nomotéticas extremas, En el caso de los primeros por considerar absolutamente innecesario e, incluso, perjudicial para la Psicología tal establecimiento de leyes generales y en el de los segundos por la asunción epistemológica de la no generalización del caso individuaL Así pues, quizá habría que tener en cuenta posiciones teóricas menos extremas en determinado tipo de planteamientos.
Pero, incluso, desde posturas de psicología del rasgo (claramente nomotéticas), la respuesta a la pregunta anterior no tiene por qué ser negativa si se analiza en profundidad. Veamos un ejemplo relativo a la estructura de la personalidad. El modelo de clnco factores ha puesto de relieve lo que sus defensores consideran la estructura «universal>> de la personalidad humana. Esta es una formulación de índole generalista que dota a la psicología de la personalidad de un carácter nomotético. Si entendemos que la unicidad es un privilegio de la persona, ¿dónde quedaría, aceptando este planteamiento, lo específico del individuo? , ¿pone en peligro la formulación de tal estructura universal el privilegio de la unicidad? Para responder a estas preguntas se recurrirá a una comparación.
Imaginemos que nuestro objeto de estudio es el rostro humano. Si tuviéramos que definir una estructura (o forma) general del mismo llegaríamos pronto a un acuerdo: ojos, nariz, boca, etc. Todos los rostros <<normales» tienen esos «rasgos>> (coincidencia lingüística muy gráfica y oportuna en este momento). Sin embargo, salvo por causas genéticas y aún así nunca serían fotoco-
I Los gemelos monocigóticos que comparten la misma carga genética. No
José Manuel Hernández López
La consistencia y la estabilidad del 
pias perfectas, no existen dos rostros iguales, todos pueden ser considerados únicos. Tal unicidad es marcada por el color de los ojos, la forma y el tamaño de la nariz y de la boca, etc. Pues bien, en psicología del rasgo, la unicidad de la persona viene determinada por la posición cuantitativa en cada una de las dimensiones establecidas en el modelo. Dicho de otra manera, la unicidad es el resultado de la clasificación comparativa del individuo con respecto a otros. Aunque pueda resultar chocante, por inhabitual también podríamos clasificar a las personas en función del tamaño de su nariz. De hecho, siguiendo con el paralelismo, no sería posible encontrar dos configuraciones (dos clasificaciones comparati vas en los rasgos que estructuran la personalidad) exactamente iguales. La unicidad, por tanto, está salvaguardada.
Ahora bien, ¿qué ocurre con la consistencia, la estabilidad el cambio? Salvo operaclones de cirugía estética, la nariz o los ojos no se cambian de forma natural. Una persona tiene unos determinados rasgos faciales y con ellos se quedará hasta el fin de sus días. Si alguien ve dos fotografías de una misma cara con un intervalo de veinte años de diferencia, ¿podría decir que ambas caras son iguales? , con total seguridad, no. Pero, ¿podría afirmar que pertenecen a personas distintas? , la respuesta vuelve a ser negativa. Por tanto, se combina cambio con estabilidad de una manera natural. A este respecto ya Block (1971) dio datos que avalaban la posibilidad de la consideración conjunta de cambio y estabilidad. Ahora bien, la estabilidad temporal, ya lo hemos visto, no se puso en cuestión. Agotemos el ejemplo. Una fotografía que refleje a una persona riendo y otra que muestre a la misma llorando (tomadas con una diferencia mínima de tiempo) nos permitiría llegar a la misma conclusión, son distintas pero reconocibles de la misma persona. También se puede combinar consistencia transituacional con variación de forma natural.
Puesbien, esto, tan asumido desde esa postura fisiognómica, ha constituido uno de los grandes caballos de batalla con los que se ha enfrentado la psicología de la personalidad. Cambios individuales, cambios en las situaciones, cambios en la forma de interactuar pueden provocar variaciones en la personalidad (en el estilo comportamental). Ello no quiere decir que las perso as, quizá si exceptuamos determinadas desviaciones psicopatol gi-
se entra, a propósito, en el asunto de la hipotética clonación de los seres humanos que, supuestamente, sí serían fotocopias perfectas.
comportamiento,
cas, varíen tanto como para ser irreconocibles en su comportamiento (recordemos las fotografías) sino que su sistema comportamental o su estilo de interacción (básicamente consistente y estable) va sufriendo retoques en función del paso del tiempo (que también provoca arrugas) o de acontecimientos vitales (los llamados life events) especialmente significativos (de igual forma que un puñetazo puede hacer variar significativamente la forma de una nariz).
EL DEBATE DE LA CONSISTENCIA
Tradicionalmente, el llamado «debate de la consistencia» se ha centrado en una confrontación entre los psicólogos del rasgo y los «demás» psicólogos de la personalidad. Esto ha podido sesgar la polémica hasta el punto de ser, en realidad, un foro de discusión sobre la pertinencia o no de utilizar el concepto de rasgo. Es más, tal debate ha dejado fuera la estabilidad asumiéndose, desde muchas perspectivas, que la misma no ha de ponerse en cuestión. Esto es, no se cuestiona que un individuo, se comporte, por ejemplo, de forma introvertida <<siempre>> que se enfrenta a un grupo de desconocidos pero sí que se comporte de la misma manera (introvertida) con un grupo de personas nuevas para él y con un grupo de conocidos o amigos. Habría que matizar esto introduciendo dos consideraciones. En primer lugar, cuáles son los parámetros que definen la igualdad y la diferencia de las situaciones es algo que no está suficientemente aclarado. En segundo término, tampoco está establecido de forma inequívoca cuáles son los lapsos temporales que deberían ser utilizados para determinar la equivalencia y, por tanto, la estabilidad del comportamiento.
No obstante, desde un plano intuitivo, nadie, estudioso de la personalidad o no, parece poner en duda que las personas tlenden a comportarse de forma consistente. Ahora bien, cuando se pretende determinar esta intuicion de manera sistemática y controlada (lo que persigue el estudioso de la personalidad) los resultados no la avalan, al menos, con la claridad esperada y deseada. Esta contradicción ha recibido el nombre de paradoja de la consistencia. A este respecto, cabe destacar la postura de Mischel (1968) que, en su línea argumental de ataque a la psicología del rasgo, llegó a establecer el límite máximo encontrado en el estudio de la consistencia cifrándolo en 0,30. A este coeficiente de correlación lo bautizó, quizá exagerando el tono de la crítica, con el nombre de coeficiente de personalidad y representó la base para la postulación de los planteamientos situacionistas.
El «pistoletazo de salida» para el debate de la consistencia, pues, lo da Mischel (1968) con su crítica generalizada al concepto de rasgo que, ya se ha dicho, es más que una crítica a la consistencia. Analizando de nuevo los datos aportados desde una perspectiva del rasgo, Mischel alude al escaso coeficiente de
correlación obtenido y, por tanto, al endeble valor predictivo sobre el comportamiento futuro de un individuo cuando afronte otra situación de parecidas o distintas características. Además, añade que la consistencia que se pueda ver en esos trabajos se debe, fundamentalmente, a los sesgos perceptivos de los auto o hetero-observadores de los comportamientos. Si esto representa el inicio del situacionismo, desde un punto de vista teórico, es lógico que no se ponga en cuestión la estabilidad puesto que ésta se manifiesta en las respuestas ante una misma «situación», en teoría, con independencia del momento en el que se produzca. Al estar el comportamiento, fundamentalmente, explicado por la naturaleza de la situación siempre y cuando ésta permanezca constante, con independencia del tiempo en el que se produzca, tendría que dar lugar al mismo comportamiento. El situacionismo mas extremo parece no tener en cuenta que el momento o tiempo en el que se produce una situacion es uno de los parámetros relevantes para su definición. No obstante, la estabilidad temporal representa uno de los pilares sobre que se asienta tal situacionismo.
Ahora bien, como reflejan Kenrick y Funder (1988), no es Mischel el primero en criticar la existencia de los rasgos y uno de sus presupuestos básicos: la consistencia. Al menos tres estudios anteriores aportaron datos que no apoyaban precisamente el supuesto de la consistencia. El primero de ellos, el trabajo clásico de Hartshorne y May (1928, 1929) con niños, que concluyó que determinadas variables tales como el engaño, la persistencia o la capacidad de ayuda a los demas (altruismo) no podrían ser considerados como rasgos generales sino como grupos de hábitos específicos. El estudio de Newcomb (1929) sobre la con istencia de la extraversión-introversión fue llevado a cabo con 1 niños de los que se registraban sus conductas en 30 situaciones distintas durante algunas semanas. Los comportamientos observados se agruparon a priori de forma conceptual en IO rasgos. Los resultados del trabajo muestran que las correlaciones entre
las conductas que componen un rasgo se sitúan sobre 0,14. Por último, Dudycha (1936) estudió la puntualidad efectuando 15.360 observaciones en 300 estudiantes de secundaria. La correlación media que encontró en puntualidad entre las diversas situaciones fue de 0,19 siendo la más alta que halló de 0,44.
Un elemento comun a estos tres estudios es que fueron realizados con niños o adolescentes de los que se podría suponer que todavía no tuvieran consolidado su patrón idiosincrásico de comportamiento. Como los tres trabajos, y eso es muy relevante, utilizaron la observación del comportamiento como fuente de obtención de datos si se sospecha que tal comportamiento no responde a un patrón consolidado es prácticamente imposible encontrar la consistencia. Dicho en otras palabras, la variable edad se puede haber convertido en una variable contaminadora que puede sesgar la interpretación de los resultados. No olvidemos a este respecto la clásica aportación de Allport sobre la necesidad del estudio de la personalidad madura y saludable.
Una novedad en la crítica de Mischel es que introduce lo metodolÓgico en ella. Esto ha llevado a numerosas réplicas y controversias que ponen en cuestión las conclusiones a las que llegó Mischel por una serie de razones que van desde la <<discu tible» manipulación de los datos que realizó (Kenrick y Funder, 1988) hasta los propios datos que seleccionó. En este sentido, Hogan, DeSoto y Solano (1977) afirman que los resultados de Mischel se explican por la selección que hizo de datos obtenidos con medidas que no eran lo suficientemente válidas y fiables y que, por tanto, cuando se utilizaran medidas fiables y válidas el techo del .30 sería fácilmente superable.
 Es más, desde la psicología del rasgo, se propone un concepto intermedio, la consistencia relativa según la cual el comportamiento del individuo puede variar en función de la situación pero lo que no variará (seguirá siendo consistente) será la posicion que tal individuo ocupe con relación a su grupo de comparacion en esa dimensión específica. Una persona será menos introvertida con su grupo de amigos que con desconocidos pero, si presenta una mayor puntuacion en Introversion que otra y ambas pertenecen al mismo grupo de amigos, su comportamiento será más introvertido en tal grupo que el de esta segunda persona. Tal y como sostiene Andreu (1996), este planteamiento implica adoptar una perspectiva diferencial en el estudio de la personalidad y, como ya hemos visto, eso presenta ventajas e Inconvenientes.
La críticade Mischel ayudó a que los psicólogos dimensio nales o del rasgo refinaran sus procedimientos de análisis, no asumieran con tanta facilidad los resultados que pudiesen obtener a partir de un análisis factorial y procedieran a diseñar investigaciones más precisas en la determinación de la consistencia del comportamiento y su prediccion.
Tres aportaciones se pueden mencionar como apoyo a la predicción y la consistencia del comportamiento: las variables moderadoras, la agregación y el enfoque de categorizacion.
Las variables moderadoras o moduladoras
Bem y Allen (1974) toman partido por la observacion intuitiva de la consistencia frente a los datos que muestran que tal consistencia no existe. Para justificar tal posición introducen un elemento de reflexión que hasta ese momento no se había tenido en cuenta: es el investigador el que marca en qué consiste la consistencia, es en el diseño a priori del trabajo cuando se decide qué comportamientos deben correlacionar para averiguar los índices de consistencia, es, en definitiva, una opción teórica del investigador la que ordena y clasifica los comportamientos. Ante esto, Bem y Allen plantean que las bajas correlaciones indicativas de inconsistencia bien pudieran ser producto de un ordenamiento o clasificación distinto de los comportamientos por parte de los individuos con relación a la propuesta original del investigador. Además, y aqul los autores van claramente a una opción idiográfica, Bem y Allen afirman que cada individuo tendría su propia clasificación, Leído de esta manera, sólo se podrla obtener alta consistencia transituacional si todos los sujetos de la muestra hicieran una misma clasificación de comportamientos y si, además, ésta coincidiera con la originalmente propuesta por el investigador. Por otro lado, no todos los rasgos han de ser relevantes para todas las personas como suponen los teóricos multirrasgo de la personalidad.
La consecuencia es que no todos los individuos pueden ser considerados iguales a efectos de la consistencia transituacionaL Para establecer esa diferencia, Bem y Allen proponen la consideracion de una variable moderadora o moduladora que su one introducir un paso intermedio entre la posesión de un dete minado rasgo (en mayor o menor medida) y la ejecución de un comportamiento y que sirve para dividir a la población en gru pos distintos a priori en cuanto a su consistencia.
En la formulación de Bem y Allen (1974) se proponen dos variables moderadoras. La primera es la evaluación que el propio individuo realiza con respecto a la importancia que puede tener para él ese rasgo y la estimación de lo variable que se considera con relación a él Para estudiar la cordialidad, Bem y Allen preguntaban a los sujetos cuanto estimaban que variaban de una situación a otra con respecto a su grado de cordialidad. Ello les permitió distinguir dos grupos: uno de baja variabilidad (los que se consideran más consistentes de antemano) y otro de alta variabilidad (los más inconsistentes). Sólo en el caso de que el rasgo sea relevante para la persona podrá servir para la predicción del comportamiento.
La segunda opción que proponen como variable moduladora es la que llamaron varianza ipsativa. Para obtenerla habría que dividir la varianza de las puntuaciones obtenida en los ítem de una determinada dimensión perteneciente a un cuestionario de personalidad entre la varianza del conjunto de los ítem de tal cuestionario. Según Bem y Allen, este indicador pone de manifiesto cómo un individuo diferencia los ítem concretos de una dimensión del total de los ítem del cuestionario y cómo los agrupa de forma equivalente. Este indicador tiene un rango de «0» a <<1>> donde el valor «0» indica una baja variabilidad (el individuo agrupa correctamente los elementos de la dimensión) y el valor <<1>> una alta variabilidad que implica una agrupación incorrecta, Dado que la varianza ipsativa representa un cálculo más elaborado y con mayor independencia del lenguaje que la mera información proporcionada por el sujeto, Bem y Allen apuestan por que en el futuro (recordemos que el trabajo es del año 1974) sea esta segunda variable moduladora la más utilizada. El tiempo no les ha dado la razón.
En sus estudios sobre dos variables de personalidad (cordialidad y minuciosidad) encuentran que los sujetos encuadrados en los grupos respectivos de baja variabilidad presentan correlaclones mas altas en sus índices comportamentales en distintas situaciones que los pertenecientes al grupo de alta variabilidad. Para ambas dimensiones, cordialidad y minuciosidad, las correlaciones superaron ampliamente el famoso «coeficiente de consistencia» de 0,30. Como conclusión de esto cabría argumentar que aquellos individuos para los que el rasgo o dimensión era indiferente (los que pertenecían al grupo de alta variabilidad) se cumplían los «lúgubres augurios>> en cuanto a la inexistencia de
la consistencia puestos de manifiesto por MischeL Ahora bien, la situación variaba para las personas que eran capaces de diferenciar las situaciones correspondientes a esa dimensión.
Ello supone, a su vez, una limitación en la predicción, asumida por estos autores, ya que si nos ponemos en el lado de la persona sólo podremos utilizar aquellos rasgos que consideren relevantes y si nos colocamos en el rasgo sólo podríamos predecir en función de él sobre aquellas personas que lo evalúen como relevante. La consecuencia inmediata de estos planteamientos es que el investigador tendrla que optar por el estudio de las personas o por el análisis de los rasgos, En el primero de los casos habría que hacer la selección de las dimensiones relevantes para las personas estudiadas mientras que en el segundo a quien habría que seleccionar previamente es a las personas para quienes esa dimension sea relevante,
Desde un punto de vista práctico, para cada estudio habría que hacer esta clasificación previa lo cual puede dificultar mucho el trabajo. No hay más que pensar que una determinada persona podría estar en el grupo de alta variabilidad para una dimensión y en el de baja variabilidad para otra y asl sucesivamente. En parte para solucionar este problema, algunos autores defienden la idea de postular un rasgo de personalidad (ligado a la consistencia) que sea el que actúe como clasificador (haciéndolo sólo una vez) de los individuos. En concreto, Scheier, Buss y Buss (1978) proponen la autoconciencia y Snyder (1983) la autorregulación.
Según esta propuesta, las personas mas consistentes y predecibles serian aquéllas con una mayor autoconciencia y una mayor autorregulación. Las primeras al tener una mayor capacidad de introspección y las segundas al propugnar Snyder que éstas tienden a olvidar con mayor facilidad las demandas de la situación para resolverlas en función de sus «disposiclones>> naturales.
A pesar del optimismo original de Bem y Allen, el reconocimiento de la existencia de la consistencia comportamental bajo determinadas circunstancias no deja de implicar el reconocimiento de la posibilidad de inconsistencias. Tal y como a unta Azjen (1988) el debate de la consistencia se podrá manten -r porque existen grupos de individuos con bajos niveles de con istencia en algunas dimensiones de personalidad
La agregación
La agregación, 
propuesta por Epstein (1977, 1979, 1984), representa una posibilidad metodológica para aumentar los coeficientes de consistencia. Esta propuesta parte de la idea de que sólo se puede hablar de consistencia comportamental cuando se ha tenido la oportunidad de observar el comportamiento de un individuo en muchas situaciones. Básicamente, consiste en «añadir» (agregar) respuestas funcionalmente similares a lo largo del tiempo y de diferentes situaciones. Tal y como señalan Matthews y Deary (1998) es imprescindible que las observaciones se produzcan sobre un amplio conlunto de situaciones pero con la condición de que tales situaciones sean relevantes para la dimenSión que se pretende evaluar. Esa observación continuada en el tiempo permitirá minimizar la varianza de error y controlar lainfluencia de posibles variables extrañas.
La agregación implica mayores coeficientes de fiabilidad y un mayor grado de predicción sobre el comportamiento futuro. Nótese que la clave de tal agregación es la determinación de la similaridad o coherencia funcional de las conductas que ejecuta un individuo. La consistencia, por tanto, no se establece sobre el comportamiento sino sobre la «funcionalidad» del comportamiento. Epstein (1977) mostró que, utilizando medidas agregadas sobre emociones positivas y negativas durante 20 días, la fiabilidad de las medidas se situaba en torno al .72 mientras que la correlación tomada de 2 en 2 días nunca superaba el famoso .30 tan mencionado por Mischel. A este respecto, otro trabajo significativo es el de Moskowitz (1988) en el que estudió las dimensiones de dominancia y cordialidad en 43 personas que visitaron su laboratorio en seis ocasiones. La tarea de tales personas era resolver un problema. Para ello debían trabajar colaborando con otra de las personas. Utilizó dos medidas: una que infería una puntuación en las dos dimensiones y un registro puntual del comportamiento de los individuos. En el Cuadro 3.1. se muestra un resumen de los resultados que obtuvo.
Estos resultados indican que puede encontrarse un alto nivel de concordancia en las medidas agregadas de cordialidad pero que es menor en el caso de la dominancia que parecía estar influida por el grado de conocimiento que se tuviera de la persona con la que había que resolver la tarea. En cualquier caso, este trabajo supuso un refrendo del procedimiento de la agregación.
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Cuadro 3.1. Resultados obtenidos por Moskowitz (1988)
	
	Puntuacion inferida no agrupada
	Registro conductual no agregado
	Puntuacion inferida agregada
	Registro conductual agregado
	Cordialidad
	0,26
	= 0,37 p < 0,05
	r 0,68 p < 0,001
	r - 0,78 p < 0,001
	Dominancia
	0,12 ns
	r — 0,06 ns
	r — 0,44 p < 0,01
	r = 0,28 ns
Seymour Epstein, psicólogo cognitivo de la personalidad, propone una solución metodológica que descansa claramente en lo conductual. Así pues, he aquí lo relevante, cabría rescatar a la consistencia no en tanto al comportamiento puntual sino en términos de sistema comportamental que consistentemente busca la funcionalidad o eficacia en la resolución de las situaciones a las que se debe enfrentar.
Una de las criticas más duras sobre la eficacia de la agregación es la proveniente de Mischel (1984; Mischel y Peake, 1982) que afirma que se ha utilizado rutinariamente durante años sin resultados importantes. Mischel argumenta que cuantas mas medidas se agregan a través de las situaciones mas se anula la varianza y la especificidad debida a ellas con lo que, en realidad la posible consistencia transituacional se elimina no porque se compruebe sino porque no se tiene en cuenta. En definitiva, Mischel (1984) concluye que la agregación es un camino para disminuir las generalizaciones sobre puntuaciones promedio aun a costa de sesgar la unicidad, las especificidades y la capacidad de prediccion sobre el comportamiento de las personas individuales. Desde esa perspectiva, la solución pasaría por la interacción que considere a as situaciones como fuente de varianza significativa más que como un error que debe ser promediado. Mischel y Epstein han debatido durante años sobre la agregación sin llegar a acuerdos evidentes aunque lo han hecho en un plano más metodológico que teórico quizá porque de partida la opción de Epstein no fuera tanto teÓrica como metodológic
El enfoque de categorización	
Quizá una de las novedades fundamentales en relación con este asunto provenga de la psicología cognitiva, a través del llamado enfoque de categorización que, partiendo de los trabajos del grupo de Rosch sobre la percepción de personas (Rosch y Lloyd, 1978) y aludiendo al concepto de prototipo enfocan de manera distinta la cuestión. Un «prototipo» sería aquel caso de una categoría que refleje de mejor manera las características globales de esa categoría (Rosch y Mervis, 1975). Así, por ejemplo, Sam Spade o Philip Marlowe serían miembros prototípicos de la categoría «detective privado de novela negra». El enfoque del prototipo busca una estructura de semejanza, una pauta o patrón de similaridades„ La decisión de categorizaciÓn será probabilística y los miembros de una categoría variaran en el grado de pertenencia a la misma, existiendo muchos casos dudosos y ambiguos.
El enfoque del prototipo aplicado al problema de la consistencia sugiere la investigación de rasgos clave y patrones de similaridad que identifiquen los ejemplares prototípicos y den una explicación de las reglas que utiliza el que percibe cotidianamente para agrupar respuestas dispares y emitir, por tanto, el juicio de pertinencia a la categoría.
Ahora bien, tal como informa Belloch (1989), no existe un acuerdo generalizado a la hora de definir el nivel básico u organizador sobre el que se ha de proceder a la categorización. Así, Buss y Craik (1983, 1984) apelarían a categorías-resumen (que consideraran las conductas más frecuentemente realizadas), Cantor y Mischel (1977, 1979) a los tipos de personas, Taylor (1981) a los roles sociales, Goldberg (1981) al lenguaje e, incluso, Hampson (1982) a los propios rasgos de personalidad.
De entre todas éstas, probablemente, una de las aportaciones más interesantes sea la de Buss y Craik (1983, 1984, 1985). Estos autores plantean que las acciones más frecuentes2 son prototlpicas y resumen tendencias generales de comportamiento aunque ellos conciban esas acciones como fruto de disposiciones o categorías cognitivas. Es en ese patrón donde podemos fijar tanto la
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unicidad del individuo y, por tanto, su diferencia con los demás como la estabilidad, la consistencia y el principio general de aetividad del sujeto. De ahí que el objeto de estudio fundamental sea la tendencia general de comportamiento. Como tal variable deberá ser operatlvizada en parámetros cuantificables que permitan su medición. La medida elegida es un índice que recoge la frecuencia de los actos ejecutados en un período específico de observación.
Profundizando en la disposición, Buss y Craik (1984) señalan tres maneras de entender tales disposiciones o categorías cognitivas. En primer lugar, entendiéndolas como motivos que dirigen e impulsan la conducta. En este sentido, las disposiciones serían conceptos propositivo-cognitivoso En segundo lugar, como proposiciones hipotéticas que se corroboran con la ejecución de los comportamientos. Por último, las disposiciones serían categoríasresumen de las conductas específicas de los individuos. Así, mediante la observación repetida de la forma de actuar de una persona se le asigna una categoría, descriptiva, válida para comprender tal manera de comportarse.
Tal y como sostiene Andreu (1996) esta aportación lleva consigo la diferenclaclón entre consistencia comportamental y consistencia disposicional. Una persona mostrara consistencia disposicional si ejecuta con frecuencia comportamientos pertenecientes a la misma categoría con independencia de que tales comportamientos coincidan. Si se produce tal coincidencia entonces sí existirá la consistencia comportamental. La consis tencia disposicional, por tanto, no va a depender tanto de los comportamientos específicos como de su pertenencia a una u otra categoría, de lo que encajen o no en ellas o, si se quiere, de lo prototípicos que sean. Retomando un ejemplo mencionado anteriormente, Sam Spade y Philip Marlowe pueden estar incluidos en una misma categoría y ser muy consistentes disposicionalmente aunque sus comportamientos específicos y concretos puedan ser muy distintos
3 Aunque el hecho de que Bogart haya interpretado, en algún momento, a los detectives hace que se puedan llegar a confundir, sus actitudes y comportamientos son muy distintos al salir de las plumas de Hammet y Chandler y ambos son los mejores ejemplos de detectives de la nove a negra estadounidense.
,
Un apunte final sobre el debate de la consistencia
Los estudios comparativos que ponen en relación los efectos estadísticosobtenidos en la explicación de la conducta por factores situacionales y por los rasgos de personalidad ponen de manifiesto dos conclusiones. En primer lugar, que las diferencias individuales en los rasgos explican una cantidad sustancial de varianza en las conductas agregadas (Kenrick y Funder, 1988) y que los efectos obtenidos por las variables situacionales no son más altos que los obtenidos por los rasgos (Funder y Ozer, 1983).
Por otro lado, algunos argumentan que si existe acuerdo inter-jueces sobre rasgos observables eso añade evidencia acumulada sobre que los rasgos de personalidad representan características de las personas (Kenrick y Funder, 1988; Funder, 1991). Además, Hampson (1982) apunta que antes de hacer la afirmación que hizo Mischel acerca de los sesgos perceptivos de los observadores habría que comprobar que, en efecto, las categorías empleadas por tales observadores están sesgadas.
Una última línea de defensa de los psicólogos del rasgo pasa por el ataque directo. En un reciente trabajo, Johnson (1997) afirma que el asunto de la consistencia transituacional es como un «arenque rojo»[footnoteRef:0] . En su opinión, el concepto de rasgo debe implicar la estabilidad mientras que la consistencia es un asunto irrelevante porque ésta es inherente al propio concepto de rasgo. [0: La cita textual (traducida) es: «Yo veo el asunto de la consistencia transituacional como un arenque rojo. La sal no necesita disolverse en bencina porque podemos describirla como soluble en el agua, de igual modo que las personas no necesitan exhibir comportamientos idénticos en ambientes diferentes porque podemos decir que tienen rasgos» (pág. 75).] 
Además, desde el enfoque léxico, se aportan datos que afirman que las personas utilizan pares de antonimos (que represen tan lo que ellos llaman rasgos inconsistentes) tales como optimista-pesimista o generoso-avaro.. en la descripción de los otros y de sí mismos (Goldberg y Kilkowski, 1985; Sande, Goethals y Radloff, 1988), No obstante, un reciente trabajo de Hampson (1998) muestra que la utilización de tales «rasgos inconsistentes» se explica por variables situacionales dependiendo de lo que se pida a los sujetos que evalúan. Así, tales adjetivos contrapuestos se utilizan más cuando se pide a los sujetos que describan su
Cuadro 3.1. Resultados obtenidos por Moskowitz (1988)
	
	Puntuacion inferida no agrupada
	Registro conductual no agregado
	Puntuacion inferida agregada
	Registro conductual agregado
	Cordialidad
	r - 0,26 ns
	r - 0,37 p < 0,05
	r 0,68 p < 0,001
	r - 0,78 p < 0,001
	Dominancla
	0,12 ns
	r — 0,06 ns
	r — 0,44 p < 0,01
	r = 0,28 ns
Seymour Epstein, psicólogo cognitivo de la personalidad, propone una solución metodológica que descansa claramente en lo conductual. Así pues, he aquí lo relevante, cabría rescatar a la consistencia no en tanto al comportamiento puntual sino en términos de sistema comportamental que consistentemente busca la funcionalidad o eficacia en la resolución de las situaciones a las que se debe enfrentar.
Una de las criticas más duras sobre la eficacia de la agregación es la proveniente de Mischel (1984; Mischel y Peake, 1982) que afirma que se ha utilizado rutinariamente durante años sin resultados importantes. Mischel argumenta que cuantas mas medidas se agregan a través de las situaciones mas se anula la varianza y la especificidad debida a ellas con lo que, en realidad la posible consistencia transituacional se elimina no porque se compruebe sino porque no se tiene en cuenta. En definitiva, Mischel (1984) concluye que la agregación es un camino para disminuir las generalizaciones sobre puntuaciones promedio aun a costa de sesgar la unicidad, las especificidades y la capacidad de predicción sobre el comportamiento de las personas individuales. Desde esa perspectiva, la solución pasaría por la interacción que considere a las situaciones como fuente de varianza significativa más que como un error que debe ser promediado. Mischel y Epstein han debatido durante años sobre la agregación sin llegar a acuerdos evidentes aunque lo han hecho en un plano mas metodológico que teórico quizá porque de partida la opción de Epstein no fuera tanto teórica como metodologica'
El enfoque de categorización	
Quizá una de las novedades fundamentales en relación con este asunto provenga de la psicología cognitiva, a través del llamado enfoque de categorización que, partiendo de los trabajos del grupo de Rosch sobre la percepción de personas (Rosch y Lloyd, 1978) y aludiendo al concepto de prototipo enfocan de manera distinta la cuestión, Un «prototipo» sería aquel caso de una categoría que refleje de mejor manera las características globales de esa categoría (Rosch y Mervis, 1975). Así, por ejemplo, Sam Spade o Philip Marlowe serían miembros prototípicos de la categoría «detective privado de novela El enfoque del prototipo busca una estructura de semejanza, una pauta o patrón de similaridades. La decisión de categorizaciÓn será probabilística y los miembros de una categoría variarán en el grado de pertenencia a la misma, existiendo muchos casos dudosos y ambiguos.
El enfoque del prototipo aplicado al problema de la consistencia sugiere la investigación de rasgos clave y patrones de similaridad que identifiquen los ejemplares prototípicos y den una explicación de las reglas que utiliza el que percibe cotidianamente para agrupar respuestas dispares y emitir, por tanto, el juicio de pertinencia a la categoría.
Ahora bien, tal como informa Belloch (1989), no existe un acuerdo generalizado a la hora de definir el nivel básico u organizador sobre el que se ha de proceder a la categorización. Así, Buss y Craik (1983, 1984) apelarían a categorías-resumen (que consideraran las conductas más frecuentemente realizadas), Cantor y Mischel (1977, 1979) a los tipos de personas, Taylor (1981) a los roles sociales, Goldberg (1981) al lenguaje e, incluso, Hampson (1982) a los propios rasgos de personalidad.
De entre todas éstas, probablemente, una de las aportaciones más interesantes sea la de Buss y Craik (1983, 1984, 1985), Estos autores plantean que las acciones más frecuentes[footnoteRef:1] son prototlpi cas y resumen tendencias generales de comportamiento aunque ellos conciban esas acciones como fruto de disposiciones o categorías cognitivas. Es en ese patrón donde podemos fijar tanto la [1: De ahí que su aportación sea conocida como frecuencia del acto.] 
unicidad del individuo y, por tanto, su diferencia con los demás como la estabilidad, la consistencia y el principio general de actividad del sujeto. De ahí que el objeto de estudio fundamental sea la tendencia general de comportamiento. Como tal variable deberá ser operativizada en parámetros cuantificables que permitan su medición. La medida elegida es un índice que recoge la frecuencia de los actos ejecutados en un período específico de observación.
Profundizando en la disposición, Buss y Craik (1984) señalan tres maneras de entender tales disposiciones o categorías cognitivas. En primer lugar, entendiéndolas como motivos que dirigen e impulsan la conducta. En este sentido, las disposiciones serían conceptos propositivo-cognitivoso En segundo lugar, como proposiciones hipotéticas que se corroboran con la ejecución de los comportamientos. Por último, las disposiciones serían categoríasresumen de las conductas específicas de los individuos. Así, mediante la observacion repetida de la forma de actuar de una persona se le asigna una categoría, descriptiva, válida para comprender tal manera de comportarse.
Tal y como sostiene Andreu (1996) esta aportación lleva consigo la diferenciaclón entre consistencia comportamental y consistencia disposiclonal. Una persona mostrara consistencia disposicional si ejecuta con frecuencia comportamientos pertenecientes a la misma categoría con independencia de que tales comportamientos coincidan. Si se produce tal coincidencia entonces sl existirá la consistencia comportamental. La consistencia disposicional, por tanto, no va a depender tanto de los comportamientosespecíficos como de su pertenencia a una u otra categoría, de lo que encajen o no en ellas o, si se quiere, de lo prototípicos que sean. Retomando un ejemplo mencionado anteriormente, Sam Spade y Philip Marlowe pueden estar incluidos en una misma categoría y ser muy consistentes disposicionalmente aunque sus comportamientos específicos y concretos puedan ser muy distintos
3 Aunque el hecho de que Bogart haya interpretado, en algún momento, a los detectives hace que se puedan llegar a confundir, sus actitudes y comportamientos son muy distintos al salir de las plumas de Hammet y Chandler y ambos son los mejores ejemplos de detectives de la nove a negra estadounidense.
Un apunte final sobre el debate de la consistencia
Los estudios comparativos que ponen en relación los efectos estadísticos obtenidos en la explicación de la conducta por factores situacionales y por los rasgos de personalidad ponen de manifiesto dos conclusiones. En primer lugar, que las diferencias individuales en los rasgos explican una cantidad sustancial de varianza en las conductas agregadas (Kenrick y Funder, 1988) y que los efectos obtenidos por las variables situacionales no son más altos que los obtenidos por los rasgos (Funder y Ozer, 1983).
Por otro lado, algunos argumentan que si existe acuerdo inter-Jueces sobre rasgos observables eso añade evidencia acumulada sobre que los rasgos de personalidad representan características de las personas (Kenrick y Funder, 1988; Funder, 1991). Además, Hampson (1982) apunta que antes de hacer la afirmación que hizo Mischel acerca de los sesgos perceptivos de los observadores habrla que comprobar que, en efecto, las categorías empleadas por tales observadores están sesgadas.
Una última línea de defensa de los psicólogos del rasgo pasa por el ataque directo. En un reciente trabajo, Johnson (1997) afirma que el asunto de la consistencia transituacional es como un «arenque rojo»[footnoteRef:2] . En su opinión, el concepto de rasgo debe implicar la estabilidad mientras que la consistencia es un asunto irrelevante porque ésta es inherente al propio concepto de rasgo. [2: La cita textual (traducida) es: «Yo veo el asunto de la consistencia tran situacional como un arenque rojo. La sal no necesita disolverse en bencina porque podemos describirla como soluble en el agua, de igual modo que las personas no necesitan exhibir comportamientos idénticos en ambientes diferentes porque podemos decir que tienen rasgos» (pág. 75).] 
Además, desde el enfoque léxico, se aportan datos que afirman que las personas utilizan pares de antónimos (que representan lo que ellos llaman rasgos inconsistentes) tales como optimista-pesimista o generoso-avaro... en la descripción de los otros y de sí mismos (Goldberg y Kilkowski, 1985; Sande, Goethals y Radloff, 1988). No obstante, un reciente trabajo de Hampson (1998) muestra que la utilización de tales «rasgos inconsistentes>> se explica por variables situacionales dependiendo de lo que se pida a los sujetos que evalúan. Así, tales adjetivos contrapuestos se utilizan más cuando se pide a los sujetos que describan su comportamiento o el de los demás que cuando lo que se demanda son valoraciones de tal comportamiento.
Como se ve, el estudio del comportamiento es absolutamente relevante para la determinación de la consistencia y al hablar de comportamiento no hay que olvidar que éste se ejecuta con un fin que, para no complicar las cosas, podríamos resumir en términos de eficacia o funcionalidad.
LA CONSISTENCIA DESDE UN PUNTO DE VISTA FUNCIONAL
Quizá uno de los elementos mas relevantes para la discriminación de la consistencia comportamental sea la propia ambición de los psicólogos de la personalidad que, en su búsqueda de la consistencia perfecta o casi perfecta en largos períodos de tiempo, parecen olvidar que la continua interaccion entre fenotipo y ambiente imposibilita de entrada tal perfección (Zuckerman, 1991). ¿Quiere esto decir que la búsqueda de la consistencia es utopica?
La respuesta a esta pregunta implica dos consideraciones. Una de índole teórica y otra de caracter metodologico. Formulado en términos teoricos, el comportamiento consistente no puede ser identificado aislado del contexto en el que se produce. Como cualquier otro comportamiento, el consistente es producto de la necesidad de satisfacción de unas demandas situacionales y de obtención de consecuencias positivas. Ello nos
lleva a la interacción entre el individuo que se comporta y el contexto en el que lo hace como la unidad relevante en el análisis de la consistencia. Bajo este planteamiento, el comportamiento consistente lo sería de un mismo individuo en su relación con situaciones específicas.
Por otro lado, atendiendo a lo metodológico, parece sensato pensar que no hemos desarrollado las herramientas de medicion lo suficientemente sensibles y precisas para su determinación rigurosa e insesgada para poder aludir al concepto de consistencia sin que ello genere ningún tipo de dudas. Utilizando una metáfora propuesta por Allport (1937), antes de poder observar directamente a Plutón, los astrónomos fueron capaces de demostrar su existencia. Lo demás fue cuestión de tiempo. Teniendo en cuenta esto, el investigador de la personalidad debería diseñar formas de medición que permitieran comprobar empíricamente esa consistencia ya demostrada teóricamente. Aunque las condiciones han variado llamativamente en el transcurso de los últimos sesenta años, lamentablemente la psicología de la personalidad no ha desarrollado todavía los «telescopios» adecuados para lograr ese objetivo.
La consistencia, por tanto, ha de ser buscada no tanto en el comportamiento específico sino en la consecuencia del mismo. Desde este punto de vista, el individuo es consistente porque sistematicamente pretende resolver con e icacia las tareas a las que se ha de enfrentan El comportamiento específico es el instrumento para conseguir tal eficacia funcional. Los ejemplos pueden ser innumerables: un estudiante busca superar las asignaturas, un trabajador pretende cumplir con sus obligaciones, un padre quiere educar bien a sus hijos, a todo profesor le gusta ser entendido por sus alumnos y que éstos aprendan algo de él. . Todos estos ejemplos son coincidentes en su aspecto funcional. A su vez, todos ellos tienen el elemento común de la satisfacción de unos determinados objetivos. Los comportamientos serán más o menos eficaces en tanto en cuanto permitan la consecución o no de tales objetivos.
En términos psicológicos aludiríamos al concepto de refuerzo como Central desde esta perspectiva funcional. En tal concepto se resumen todas las peculiaridades que pueden ser tenidas en cuenta cuando se habla de consecuencias positivas de los comportamientos. Es gracias al refuerzo como las personas pueden conocer si han conseguido sus objetivos y, por tanto, si han sido eficaces. Esto marca que tal refuerzo sea conocido y reconocido por los individuos y a la vez ello determina que e comportamiento emitido en esa busqueda de la eficacia sea ejecutado o no en el futuro. Como se ve, ello tiene directas consecuencias no sólo para la determinación de la consistencia comportamental sino también, con fines predictivos, para el comportamlento futuro.
No es objeto de este trabajo establecer un análisis del concepto de refuerzo tan estudiado, por otra parte, en Psicología. No obstante, sí hay que mencionar que el refuerzo, desde esta perspectiva, debe ser entendido en sentido amplio. Así, se puede hablar de refuerzo externo (el que viene dado desde fuera del individuo) o de refuerzo interno (el que la propia persona se da) o, en términos de la teoría del aprendizaje, distinguir entre el reforzamiento positivo (aparejado con la consecución de algo positivo para el individuo), el reforzamiento negativo (entendido como la desaparición de una condición estimular o ambiental desagradable o aversiva para la persona) y la evitación del castigo (procurar no tener consecuencias negativas). Con independencia de esto, la única condición que hay que tener en cuentaes que tal consecuencia (externa o interna) se produzca de manera contingente a la emisión del comportamiento y sea reconocido el valor reforzante de la misma por parte del sujeto agente.
En este sentido, el aprobado del estudiante, el dinero percibido a final de mes por el trabajador, la satisfacción interna del padre al reconocer lo bien educados que, a su juicio, están sus hijos tienen características reforzantes que hacen que los comportamientos permanezcan consistente y establemente. Así pues, podríamos hablar del comportamiento consistente estudioso, trabajador, educador... Como antes se apuntaba, una variacion en las consecuencias (y, por tanto, en la aparicion contingente del refuerzo) podría dar cuenta del cambio comportamental. El conocimiento de calificaciones de asignaturas suspendidas, la falta de pago al final del mes o el descubrimiento de que el hijo, supuestamente bien educado, hace «novillos» pueden explicar la decisión de cambiar por completo la manera de estudiar o incluso de dejar de estudiar, de abandonar ese puesto de trabajo o poner una denuncia sindical a la empresa que no paga y de castigar al hijo sin salir a la calle una semana o someterle a una más estrecha vigilancia del estudiante, trabajador y padre respectivamente.
Sin querer entrar en disquisiciones filosóficas, un planteamiento de estas características puede ser entendido como atentatorio de la «libertad>> de los seres humanos. En sentido estricto, el comportamiento emitido será aquel que tenga, según la apre ciación subjetiva del individuo, la mayor probabilidad de alcanzar la consecuencia positiva. Centrándonos en uno de los ejem plos anteriores, si el trabajador que no ha recibido su paga a final de mes sigue acudiendo a su lugar de trabajo deberíamos entender que, a pesar de todo, algún tipo de recompensa tiene: quizá no trabaje por dinero (refuerzo externo) sino por la satisfacción personal con lo que esta haciendo (refuerzo interno), quizá lo que quiera es salir del ambiente familiar que puede estar enrarecido (refuerzo negativo), quizá piense que aguantando en el puesto de trabajo obtendrá mayores beneficios en el futuro (autocontrol) o quizá haya cometido un desfalco en la empresa y tema ser investigado para no ser descubierto (evitación de castigo). En la disyuntiva de trabajar o no trabajar en esa empresa, pues, la persona elegirá lo que le reporte un mayor
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desagradable o aversiva para la persona) y la evitación del castigo (procurar no tener consecuencias negativas). Con independencia de esto, la única condición que hay que tener en cuenta es que tal consecuencia (externa o interna) se produzca de manera contingente a la emisión del comportamiento y sea reconocido el valor reforzante de la misma por parte del sujeto agente.
En este sentido, el aprobado del estudiante, el dinero percibido a final de mes por el trabajador, la satisfacción interna del padre al reconocer lo bien educados que, a su juicio, están sus hijos tienen características reforzantes que hacen que los comportamientos permanezcan consistente y establemente. Así pues, podríamos hablar del comportamiento consistente estudioso, trabajador, educador... Como antes se apuntaba, una variacion en las consecuencias (y, por tanto, en la aparicion contingente del refuerzo) podría dar cuenta del cambio comportamental. El conocimiento de calificaciones de asignaturas suspendidas, la falta de pago al final del mes o el descubrimiento de que el hijo, supuestamente bien educado, hace «novillos» pueden explicar la decisión de cambiar por completo la manera de estudiar o incluso de dejar de estudiar, de abandonar ese puesto de trabajo o poner una denuncia sindical a la empresa que no paga y de castigar al hijo sin salir a la calle una semana o someterle a una más estrecha vigilancia del estudiante, trabajador y padre respectivamente.
Sin querer entrar en disquisiciones filosóficas, un planteamiento de estas características puede ser entendido como atentatorio de la «libertad>> de los seres humanos. En sentido estricto, el comportamiento emitido será aquel que tenga, según la apre ciación subjetiva del individuo, la mayor probabilidad de alcanzar la consecuencia positiva. Centrándonos en uno de los ejem plos anteriores, si el trabajador que no ha recibido su paga a final de mes sigue acudiendo a su lugar de trabajo deberíamos entender que, a pesar de todo, algún tipo de recompensa tiene: quizá no trabaje por dinero (refuerzo externo) sino por la satisfacción personal con lo que esta haciendo (refuerzo interno), quizá lo que quiera es salir del ambiente familiar que puede estar enrarecido (refuerzo negativo), quizá piense que aguantando en el puesto de trabajo obtendrá mayores beneficios en el futuro (autocontrol) o quizá haya cometido un desfalco en la empresa y tema ser investigado para no ser descubierto (evitación de castigo). En la disyuntiva de trabajar o no trabajar en esa empresa, pues, la persona elegirá lo que le reporte un mayor
nacido. Este recorrido convence al protagonista de lo inadecuado de su exclamación y le hace desear volver a la vida. El final representa una de las mayores muestras del, como lo define Cabrera (1999), «escandaloso optimista del Cine» que era Frank Capra. Ahora bien, ¿qué es lo que lleva a George Bailey a tan dramatica situación?
Desde el principio de la película, el espectador se forma la idea de que el protagonista es una «buena persona». Durante la trayectoria «vital» de George, que el espectador puede observar desde su butaca, éste se ve en posición de abandonar todas sus ilusiones y esperanzas para poder satisfacer las demandas de los demás. Así, pierde un oído por salvar la vida de su hermano, libra de un error fatal a su primer jefe farmacéutico que podría haber envenenado a un niño al hacer mal una receta y, a la muerte de su padre, tiene que ponerse al frente de la empresa familiar (un negocio inmobiliario que da grandes facilidades con préstamos a bajo interés a las personas necesitadas de vivienda: un taxista, un policía...). Una gran ilusión del protagonista es la de poder hacer un viaje de estudios a Europa. Tal viaje se pospone por varias razones. Primero, porque empieza la Segunda Guerra Mundial y George, que no puede alistarse por el pro blema con su oído, debe ayudar en la retaguardia, después porque su hermano, convertido en un héroe de guerra, se casa y decide seguir con la vida militar con lo que no puede (y no quiere) relevar a George de la dirección del negocio familiar. Por último, el mismo día que George iba a embarcar hacia Europa se produce un grave problema en la empresa y se queda para solucionar, como siempre, la situación. La vieja compañía de préstamos de la familia Bailey es lo único que resiste a la expansión monopolista del acaudalado Potter que quiere hacerse con el control absoluto de la ciudad. Esta <<lucha>> entre el gran capitalista (inhumano, sin escrúpulos, dispuesto a todo) y el pequeño empresario (amigo de sus amigos, dispuesto a perder dinero por ayudar a los demás) constituye el grueso de la película. El desenlace que lleva a George a hacer su petición tiene que ver con la desaparición de un dinero que su propio tío pone, por error, en manos de Potter. Esto llevarla a la ruina a la pequeña empresa y, con cierta probabilidad (por problemas con el fisco), a George a la cárcel. Bailey nota que el mundo se hunde bajo sus pies y, por un momento, desea no haber nacido. Cuando el ángel le concede el deseo se encuentra en una ciudad llamada Potterville (ya que está dominada por el gran capitalista)
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que está llena de bares, casinos y otros lugares de diversion. Una ciudad triste donde sus amigos (el taxista, el policía...) son seres huraños y desagradables que están endeudados de por vida a Potter, Por otro lado, la esposa de George es una mujer asustadiza y triste y su madre amargada por haber perdido a su único hijo cuando era aun un niño (si George no hubiera nacido no habría podido salvar la vida de su hermano en el accidente que tuvo).Finalmente, cuando la película vuelve a la <<realidad>>, todos los amigos y beneficiados por George en algún momento (que son legión) hacen una colecta para que éste recupere el dinero, libre a la empresa de su problema, se salve de la cárcel y pueda seguir haciéndoles el bien.
Aparentemente, el caso de George Bailey no parece ajustarse a lo que antes se ha señalado respecto a la consistencia y la eficacia. Es más, George esta continuamente renunciando a sus objetivos aparentemente por motivos ajenos a él. Se podría interpretar que lo mas reforzante para él sería emprender ese viaje por Europa al que siempre se ve obligado a renunciar. Pero, ¿obligado por quién? Simplemente por él mismo. Dicho de otra forma, el refuerzo obtenido por George es mayor quedándose que yéndose. Sin duda, el refuerzo social recibido es mayor y en esto la película es muy clara: George es un héroe para la mayoría de sus conciudadanos. El apoteosico final no deja ninguna duda a este respecto. Además, el refuerzo interno de reconocer(se) el bien que se hace tampoco puede ser desdeñado. Bien es cierto que quizá el protagonista no se dé cuenta de lo absolutamente reforzante que es su vida hasta que el ángel le da ese paseo «irreal» en el que George sufre porque ninguno de sus seres queridos le conoce y, por tanto, no le reconoce todo lo bueno que en la vida real George ha hecho por ellos.
Desde el punto de vista de la consistencia, el comportamiento de George Bailey es consistente y estable. Entre otras cosas porque es fácilmente predecible por cualquier persona que pueda ver la película, En todas las ocasiones, George renuncia a lo que explícitamente ha definido como sus objetivos. Cuando tiene que decidir (en varias ocasiones a lo largo de la película) siempre lo hace en el mismo sentido. Aunque no lo parezca, su comportamiento es congruente con sus objetivos, consistente y estable. Es más, retomando algo sobre lo que ya se había reflexionado, probablemente el comportamiento de Bailey, además, es libre en el sentido de que se produce ante dos alternativas que llevan asociada una equiparable cantidad de refuerzo para
él. Ello hace que la decisión no sea sencilla, que no esté determinada completamente por las características de la situación y que, por tanto, nos permita rastrear la personalidad (operativizada en comportamientos idiosincrasicos, estilísticos, consisten tes y estables) de George Bailey.
Sin duda, la situación general en la que se desenvuelve la película está descrita de tal forma que sea fácil decir de ella: claro, pero esto es una película». El optimista final ayuda a consolidar esta impresión (recuérdese a los amigos de George Bailey haciendo una colecta el día de Nochebuena y todos juntos cantando al lado del árbol de Navidad) pero sí representa un exce lente ejemplo de intento de explicación de un estilo de comportamiento aparentemente incongruente en términos de consistencia y estabilidad comportamental.
Incluso el mismo análisis comportamental podríamos realizar para el resto de los personajes de la película. El hermano de George no quiere renunciar al refuerzo que obtiene siendo héroe de guerra, sus amigos se comportan preservando también refuerzos futuros que les puede proporcionar la intervención de George o evitando el previsible castigo que tendrían si Potter se hiciera con el control absoluto de la ciudad. El propio Clarence busca con su comportamiento conseguir un refuerzo que debe ser muy importante para él: sus alas. Toda la película se puede interpretar como un ejemplo coral de consistencia y estabilidad comportamental y, por tanto, de predictibilidad del comportamiento futuro de los integrantes del coro. El espectador sale del cine (o apaga el vídeo) con la sensación de que sabe perfectamente qué es lo que va a pasar a partir de ese momento con esos personajes del mismo modo que Scarlett O'Hara pronuncia al principio de la película y en su última frase de la misma (más de tres horas después que corresponde aproximadamente a un período de unos veinte años) esta sentencia: «Ya lo pensaré mañana.»
LA ESTABILIDAD DEL COMPORTAMIENTO
Así como la consistencia ha sido objeto de duros debates, como ya hemos visto, la estabilidad no ha sido puesta en cuestión de una manera tan señalada. La razón principal ya ha sido mencionada: si lo determinante del comportamiento de los individuos es la situación con la que deben enfrentarse siempre y cuando ésta no cambie, aunque se produzca en un momento
temporal distinto, debería ocasionar o llevar a la misma conducta. La estabilidad, por tanto, es un concepto que no pone en peligro las tesis situacionales.
Hablar de estabilidad implica la consideración de un continuo temporal que debe abarcar tanto el pasado como el futuro de los individuos. El comportamiento, mejor aun para expresarlo en términos de teoría de la personalidad, el estilo comportamental es estable porque ya lleva tiempo siendo de una determinada manera y porque se predice que será así en el tiempo siguiente. Dicho de otra manera, para poder hablar de estabilidad comportamental tenemos que asumir la existencia de un patrón o estilo de comportamiento consolidado, idiosincrásico y personal. Debemos, por tanto, asumir la existencia de la personalidad. En el período de formación de la misma (de la evolución personal) no tiene mucho sentido hablar de estabilidad ya por tanto, tampoco lo tendría hablar de consistencia. Ahora bien, ¿cuándo se produce esto?
Los autores, desde diferentes perspectivas teóricas, muestran su acuerdo acerca de la posibilidad de cambio de la personalidad hasta aproximadamente los treinta años (Weinberger, 1994). Esto recuerda al concepto de personalidad madura que ya propuso Allport hace más de 60 años. Los patrones conductuales funcionalmente útiles, la coherencia comportamental se consolida en el inicio de la madurez[footnoteRef:3] , Esta afirmación, que algunos pueden interpretar como excesivamente dura, se refiere, no podía ser de otra manera, al conjunto de la población exclu yendo la casuística específica. Por supuesto que hay personas menores de treinta años con un patrón comportamental absolu tamente consolidado como también hay mayores de esa edad que no lo tienen e, incluso, algunos que no logran tenerlo en ningun momento. Todo lo más que dirlamos de ellos es que no han logrado definir su personalidad. [3: Si esto es tan asumido por los estudiosos de la personalidad, ¿por qué la mayoría de los trabajos que podemos leer en las revistas importantes del campo utilizan en sus muestras principalmente estudiantes universitarios o reclutas con medias de edad inferiores a esos treinta años. En el capítulo V intentare dar respuesta a esta pregunta.] 
A partir de los treinta años, algunos autores dicen que hay mucha estabilidad y poco cambio (Brody, 1994; Costa y McCrae, 1994, 1997 a, 1997 b) y otros que hay continuidad y, a veces, cambios muy drásticos (Baumeister, 1994; Franz, 1994; Helson y Stewart, 1994). Otros, Miller y C'deBaca (1994), se interesan por un fenomeno que, aunque reconocen que es muy marginal, se produce en algunos individuos: las transformaciones completas y radicales de la personalidad tras períodos de crisis y desesperación. San Pablo o San Agustín serían buenos ejemplos de este fenómeno.
A pesar del acuerdo en considerar que es necesario llegar a una determinada edad para poder hablar de estabilidad, los especialistas difieren en dos aspectos. En primer lugar, qué es lo que permanece estable y, en segundo término, cómo se puede explicar tal estabilidad.
Por ejemplo, Costa y McCrae (1994, 1997 a, 1997 b) sostienen que las tendencias básicas de la personalidad (las puntuaciones en los «cinco grandes») no varían después de los treinta anos aunque puedan modificarse las formas de expresar tales tendencias. Estos autores establecen un modelo de persona en el cual, ademas de las tendencias básicas, introducen otros elementos tales como las influencias externas (nivel situacional), las características adaptativas (que son el producto de la interaccion entre lastendencias básicas y las influencias externas), la biografía objetiva (que, aunque ellos no lo definen así, bien podría ser la historia de aprendizaje) y el autoconcepto (en un sentido clásico del término). Entre ellos se establecen procesos dinámicos que son definidos como los mecanismos que ponen en relaciÓn los diversos elementos del modelo. Así, por ejemPIO, el aprendizaje sería el proceso que permite a las influencias externas «formar» caracterlsticas adaptativas o los mecanismos de defensa son un proceso que influye desde la biografía objetiva al autoconcepto. Así pues, el cambio se produce en las conductas, actitudes, habilidades, intereses, roles y relaciones pero siempre en un sentido adaptativo, es decir, con el objetivo de «adaptar» esas tendencias basicas al cambio en las influencias externas. Lo que cambia es la interaccion o, mejor dicho, su resultado: las características adaptativas. Costa y McCrae se muestran de acuerdo con la afirmación de Shanan (1991) que identifica la causa de la continuidad en la vida en la estabilidad de la personalidad. En términos porcentuales, Costa y McCrae (1994) estiman que dos terceras partes de la personalidad permanecen estables. Ello implica, como bien apunta Pervin (1994), que queda una tercera parte (lo que no parece poco) que no es estable.
, .
Más pesimista es Connoly (1995) que, basándose en la matriz multirrasgo-multimétodo-multiocasión (Conley, 1985), estima sólo una proporción de varianza estable en un período de cuarenta años del 20 por 100 y considera tal estabilidad de modo decreciente. Ello conlleva que cuando las mediciones son próximas en el tiempo el Indice de estabilidad sea mayor que cuando están más alejadas temporalmente.
Helson y Stewart (1994) atribuyen una estabilidad general de los deseos básicos, los motivos y las creencias de los individuos. El cambio, para ellos, se produce por un cambio de las asociaciones que las personas realizan entre esos tres elementos. Así, en un estudio realizado con madres jóvenes, encuentran como, sin haber modificado sustancialmente los deseos básicos, los motivos y las creencias, se producla un incremento en responsabilidad, autocontrol, tolerancia y feminidad que era significativamente mayor que las puntuaciones en esas variables de un grupo de mujeres jóvenes que no eran madres (Helson, Mitchell y Moane, 1984).
El modelo que propugna McAdams (1994) postula la existencia de tres niveles en la personalidad. El Nivel I: tendencias basicas (equivalentes a los clásicos rasgos de personalidad), el Nivel II: adaptaciones características (donde se situaría el comportamiento) y el Nivel III: personalidad existencial (o la búsqueda del sentido de la vida), McAdams considera que el primer nivel es estable, el segundo depende de aspectos contextuales y motivacionales y es donde situaría la consistencia transituacional mientras que el tercero está sujeto a continuos cambios.
Una postura más biologicista como la de D. M, Buss (1994) entiende que la estabilidad está predeterminada, En este sentido, la dotación genética explicaría las diferencias individuales en, por ejemplo, las puntuaciones obtenidas en el NEO-PI. La estabilidad existe porque el individuo tiene que afrontar problemas adaptativos recurrentes y, para ello, utiliza permanentemente estrategias de resolución eficaces. Una perspectiva más drástica es la de Gazzaniga (1992) que afirma que todas las capacidades de la persona están determinadas por causas genéticas. El ambiente actuaría «disparando» selectivamente los mecanismos relevantes. Incluso llega a negar la posibilidad del aprendizaje ya que sólo se utilizaría lo que ya existe.
Como puede apreciarse en este recorrido hay algún elemento coincidente en las diversas posturas, Incluso en aquéllas aparentemente más estructurales como pueden ser las de los defensores del modelo de cinco factores se incide en la importancia de la
interacción de las características estructurales permanentes y las circunstancias ambientales. La idea del ambiente como elemento disparador también va en la misma línea, El resultado es una modificación de las manifestaciones comportamentales con el objetivo último de ser mas adaptativas.
¿Se puede hablar de cambio de la personalidad? Siempre y cuando se produzca un cambio consolidado en el patrón comportamental idiosincrásico de la persona podríamos admitir esta posibilidad de modificación. En la Figura 3.1. se intenta ilustrar este proceso.
En tal Figura, el eje de ordenadas representa una abstraccion del comportamiento del individuo mientras que el de abcisas representa el paso del tiempo. En este eje se respeta la edad de treinta años en la que los autores fijan el inicio de la estabilidad comportamental. Así pues, en la Fase I se parte de una variabilidad comportamental muy acusada en los primeros años de vida donde los comportamientos son más dependientes de variables biológicas y ambientales que propiamente psicológicas. Representada ontogenéticamente tal variabilidad va disminuyendo hasta llegar a una determinada estabilidad que se representa en la Fase II. Por último, en la Fase III (cuya posición en el gráfico es totalmente arbitraria) se reflejan dos posibilidades. La primera de ellas en relación a un cambio que sólo podría ser considerado cuando se pudiese apreciar una modificación sustancial y consolidada del patrón comportamental. En realidad, sólo se podría estimar en el hipotético final de tal Fase IIL La segunda posibilidad muestra un cambio temporal, probablemente, producto de alguna modificación ambiental relevante que tiene una repercusión sobre la persona pero que una vez superada lleva a que, poco a poco, la persona vuelva a presentar su nivel basal estable.
Una consecuencia metodológica sobre la que se insistirá en próximos capítulos es la que tiene que ver con la necesidad de establecer diseños longitudinales para poder estimar con precision tanto la estabilidad como el cambio. Por seguir con los ejemplos, una evaluaciÓn puntual de la personalidad tanto en el caso del cambio como en el de no cambio que se realizara en los primeros momentos de la Fase III nos llevaría a errores de apreciación ya que nos enseñaría que, en el primer caso, no existe tal patrón comportamental consolidado mientras que en el segundo lo fijaríamos en un nivel incorrecto.
Figura 3.1. Estabilidad y cambio de la personalidad
A MODO DE CONCLUSIÓN
De todo lo visto en este capítulo se puede deducir que, cuando se polarizan las posturas entre los defensores de los rasgos y los que propugnan un situacionismo extremo, el debate de la consistencia se recrudece. Como se vera en el capitulo siguiente, desde una perspectiva interaccionista en la que cabe considerar otra unidad de análisis distinta a la persona y a la situacion como es la interacción, tal debate pierde gran parte de su sentido.
A su vez, si admitimos la funcionalidad del comportamiento esta se convierte en el sujeto de tal consistencia y estabilidad por encima del propio comportamiento. Lo aprendido tiende a estar consolidado, los repertorios básicos conductuales del individuo (por emplear el término ya clásico acuñado por Staats, 1975, 1983 1996), incluso en la parte más alta dentro de la jerarquía en la cual se han aprendido, tienen sentido porque son permanentes (y, por tanto, consistentes y estables) y la manera de interactuar con las tareas a resolver (el estilo interactivo) guarda la conslstencia y estabilidad que la propia situación le permita en función de sus contingencias.
Así, adelantándonos a lo que será materia del próximo capítulo, la manera en la cual nos referimos al mecanismo de la
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interacción puede ser descrita de forma general para el conjunto de los seres humanos apelando a la historia <<funcional>> del individuo, a la naturaleza de la situación y al estilo interactivo que se ponga en marcha. ¿Es esto decir poco? A mi juicio no o, al menos, puede estar en el mismo nivel de generalidad que cuando decimos que un objeto lanzado hacia arriba caerá al suelo a una determinada velocidad.
Ahora bien,para poder «conocer» el comportamiento (entendido como secuencia conductual y no como comportamiento puntual) tendremos que «descender» al plano idiográfico y considerar cómo es esa historia funcional del individuo (sus repertorios básicos de conducta), cómo es la situación (de contingencias abiertas o cerradas) y cómo es tal estilo interactivo. De igual forma que, por ejemplo, la velocidad de caída del objeto va a depender de variables tales como su peso, su volumen, la fuerza con la que haya sido lanzado o la distancia que le separe del suelo en el momento en el que inlcla su descenso.
Por otro lado, tal comportamiento específico o particular puede ser encuadrado en parámetros cuantitativos que sirvan como elementos de base para su prediccion futura (en términos de estrategias conductuales). En tal prediccion, el elemento fun cional es de especial relevancia como lo es la valoración que de él haga el propio individuo que, por ejemplo, determinará su percepción de autoeficacia que, como ya hemos visto, se considera un elemento relevante en la explicación del inicio y mantenimiento de posteriores secuencias comportamentales.
En términos funcionales, el ser humano parece consistente y estable. La consistencia y estabilidad se pueden interpretar como coherencia funcional. Por tanto, lo que es consistente y estable es la búsqueda de respuestas funcionalmente eficaces en el afrontamiento de situaciones. Lo idiosincrásico es la forma de plasmar tal eficacia cuando, en principio, no hay estrategias conductuales mas correctas que otras.
El caso del aprendizaje de la «resta» puede servir como un buen ejemplo. Al menos hay dos formas de «restar llevando» 6. Cada uno utilizará la estrategia que le lleve al éxito teniendo en
6 La que a mí me enseñaron es distinta a la que está aprendiendo mi hijo en el colegio lo que me pone en no pocas dificultades porque cuando he de corregirle sus restas sólo lo sé hacer de la manera que a mí me enseñaron y que he estado repitiendo durante muchos anos.
cuenta que las dos resuelven el problema. Podríamos incluso acudir a una tercera (resolver la operacion con una calculadora) que también llevaría a la solución correcta. Desde el punto de vista que aquí se está defendiendo lo interesante, cara a la predicción, es conocer qué estrategia utiliza cada individuo con independencia del resultado final.

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