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C A R L D A H L H A U S H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T ¿ Q U É ES LA MÚ S I C A ? T R A D U C C I Ó N D E L A L E M A N D E L U I S A N D R É S B R E D L O W B A R C E L O N A 2 0 1 2 K A C A N T I L A D O TÍTU LO OR IGI N AL WüS ist M usik? Publicado por A C A N T I L A D O Quaderns Crema, S. A.U. Muntaner, 462 - 08 00 6 Barcelona Tel. 934 144 906 - Fax. 934 14 7 10 7 correo@acantilado.es www.acantilado.es © de la cuarta edición, 2 0 0 1 by Florian Noetzel Gm bH, Verlag der Heinrichshofen-Bücher, Wilhelmshaven, Alemania © de la traducción, 2 0 12 by Luis Andrés Bredlow Wenda © de esta edición, 2 0 12 by Quaderns Crema, S. A.U. Derechos exclusivos de edición en lengua castellana: Quaderns Crema, S. A.U. Este libro se ha publicado con la ayuda de la Fundación Privada Paper de Música de Capellades (Barcelona) Consejo asesor: Márius Bernadó y Benct Casablancas En la cubierta, violín belga del siglo x v m i s b n : 9 7 8 -8 4 -15 2 7 7 -57 -6 DE PÓS I TO L E G A L : B. 3 7 6 1- 2 0 12 a i ü u a d e v i d i u ! Gráfica q u a d ü h n s c r e m a Composición r o m a n y a - v a l i . s Impresión y encuadernación p r i m e r a e d i c i ó n febrero de 2 0 12 mailto:correo@acantilado.es http://www.acantilado.es C O N T E N ID O Nota preliminar, 7 I ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » ? Cari Dahlhaus, p Hans Heinrich Eggebrecht, i j I I E L C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y L A T R A D I C I Ó N E U R O P E A Hans Heinrich Eggebrecht, 3 1 Cari Dahlhaus, 41 I I I U É S I G N I F I C A « E X T R A M U S I C A L ) Cari Dahlhaus, 53 Hans Heinrich Eggebrecht, 64 I V M Ú S I C A B U E N A Y M A L A Hans Heinrich Eggebrecht, 77 Cari Dahlhaus, 85 V M Ú S I C A A N T I G U A Y M Ú S I C A N U E V A Hans Heinrich Eggebrecht, 99 Cari Dahlhaus, 110 VI S I G N I F I C A C I Ó N E S T É T I C A E I N T E N C I Ó N S I M B Ó L I C A Hans Heinrich Eggebrecht, 123 Cari Dahlhaus (Continuación), /,■/ V I I E L C O N T E N I D O M U S I C A L Hans Heinrich Eggebrecht — Cari Dahlhaus (Diálogo), 137 V I I I D E L A B E L L E Z A M U S I C A L Cari Dahlhaus, /jg Hans Heinrich Eggebrecht (Continuación), 166 I X L A M Ú S I C A Y E L T I E M P O Cari Dahlhaus, J73 Hans Heinrich Eggebrecht, 179 ¿ Q U É E S L A M Ú S I C A ? Hans Heinrich Eggebrecht, 185 Cari Dahlhaus, ip i N O T A P R E L I M I N A R L a editorial Heinrichshofen nos ha invitado a hacernos cargo del volumen que lleva el solemne número 100 de la colección Libros de Bolsillo de Musicología; lo cual nos ins piró la idea de reflexionar sobre una vieja cuestión proce diendo de la siguiente manera: nos pondríamos de acuerdo acerca de una serie de temas, sobre los cuales escribiríamos cada uno por separado, para intercambiar nuestros textos sólo después de haberlos acabado. Por amor a la variedad, nos hemos apartado de dicho proceder en los capítulos V I y v i i i , en los que un texto continúa a otro, y en el capítu lo v i i, escrito en forma de diálogo. La idea era tratar de abordar, mediante dos movimientos separados aunque temáticamente entrelazados o, por así de cir, con fuerza redoblada, si bien desde subjetividades dis tintas, un interrogante que aún persiste. Acaso al lector le suponga también, a más del incordio, cierto atractivo cons tatar los divergentes puntos de vista sobre cada tema y sus diferentes tratamientos, sopesar sus méritos respectivos y, si es posible, relacionarlos unos con otros. ¿Qué es la música? Todo lector de nuestros textos lo sabe, aun antes de haberlos leído, aunque no se lo haya dicho to davía ni a sí mismo ni a otros, ni acaso se lo diga jamás. Se le vendrá a las mientes mientras vaya leyendo los textos, al comparar lo que hemos escrito con su propio saber. El lec tor dirá sí o no; pondrá para sus adentros, o incluso en el margen de la página, signos de admiración o de interroga ción; tal vez se indignará, opinando que nos hemos olvida- 7 N O T A P R E L I M I N A R do de lo más importante. De ser así, no habremos fracasado del todo en nuestro intento, que era el de incitar al lector a reflexionar sobre la música (y no sólo sobre tal música en particular o tal otra, sino acerca de «la música» y la cues tión de si existe o no), empezando por tomar conciencia de lo que él mismo ya sabe acerca de ella. Podríamos decir también que nadie sabe qué es la músi ca, o también que cada cual lo sabe a su manera y, a fin de cuentas, solamente para sí mismo. Si lo supiéramos todos del mismo modo, y si lo supiéramos de una vez por todas entonces, ¿qué pasaría? C A R L D A H L H A U S H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T Berlín y Friburgo Mayo de 19S5 I ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » ? Cari Dahlhaus L a idea de una historia universal de la música (idea que subyace a un proyecto de la U N E S C O que, a pesar de cre cientes dificultades internas y externas, no se ha abandona do) es doblemente problemática: por un lado, debido a la indeterminación del concepto de «música» y, por otro, a las implicaciones ideológicas de la noción de «historia uni versal». Las dos dificultades están íntimamente relaciona das entre sí: mientras no se tenga alguna idea de si «la his toria» es una realidad o una pura quimera, y en qué senti do lo es, el problema de si existe «la música»— en singu lar— no puede ni tan siquiera formularse de modo preci so, o cuando menos no podrá formularse de un modo que haga parecer posible su solución. En los últimos años la convención gramatical que pro híbe, en alemán, formar un plural de la palabra Musik se in fringe cada vez mayor frecuencia, bajo la presión de las di ficultades resultantes de la limitación al singular; pero eso no quita la desazón estilística, que es al mismo tiempo desa zón ante la cosa misma. Desde que se ha perdido, o cuando menos atenuado, la ingenuidad con la que todavía en el si glo X i x la música de los otros o bien se desdeñaba por pri mitiva o bien se asimilaba inconscientemente a la propia, las diferencias sociales, étnicas e históricas resultan ser de tal magnitud e importancia que se siente la compulsión de di vidir el concepto de música. Tratándose de aquella diferencia estética y social que, como dicotomía entre música «clásica» y música «ligera», 9 ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » viene siendo objeto de una controversia reiterada con los mismos argumentos desde hace varios decenios, los pro blemas terminológicos están a tal punto entremezclados con nociones y decisiones que influyen directamente en la práctica que casi parecen su reflejo teórico. La polémica so bre las funciones sociales y los criterios estéticos de la mú sica «clásica» y la música «ligera» sería imposible si los fe nómenos sonoros que tal etiquetaje separa y opone no es tuviesen, por otra parte, aunados entre sí por el concepto genérico de «música». No es, sin embargo, en modo algu no evidente de por sí que una canción de moda y una com posición dodecafónica pertenezcan a una misma categoría, según demuestra la comparación con otros ámbitos. Nadie llama «literatura» a un periódico, pese a que ese uso insó lito de la palabra no sería absurdo desde el punto de vista etimológico, dado que el periódico es un texto impreso. (El concepto genérico que, en lingüística, agrupa los periódi cos junto a los poemas, el de «géneros de texto», no ha lle gado a ser de uso común). Y la convención lingüística es a la vez causa y efecto del hecho de que no se suela compa rar las funciones sociales y los criterios estéticos de los pe riódicos y de los poemas. En cambio, a las composiciones dodecafónicas se les exige que compitan, en las estadísti cas de «cuotas de audiencia» de las emisoras radiofónicas, con los productos de la industria de entretenimiento mu sical (y de esos recuentos se extraen consecuencias prác ticas). El «embrujo del lenguaje» (LudwigWittgenstein), ocasionado por el precario y cuestionable singular «la mú sica», impide una diferenciación que en el caso del lenguaje escrito se acepta como evidente. (Con el término «géneros de texto» se pretende, por cierto, que esa distinción parez ca sospechosa de parcialidad ideológica; pero ese término, pese a su apariencia neutral, expresa también una ideolo 1 0 C A R L D A H L H A U S gía, aunque de signo contrario: pues reemplaza la ideolo gía de la inconmensurabilidad por la de la conmensurabi lidad). La categorización desigual del lenguaje y de la mú sica admite una explicación pragmática: en música no hay nada equivalente al lenguaje ordinario; de ahí que a la can ción de moda y a la composición dodecafónica las agrupe mos espontáneamente bajo un mismo concepto, porque una y otra están igualmente por encima de la realidad coti diana. Esa sería una explicación histórica o socio-psicoló gica de la convención de hablar de «la música» sin distin ción, pero de esa explicación difícilmente podrá deducirse una justificación estética. E l plural sería más realista, aun que sigamos dudando. Las consecuencias del singular colectivo influyen, pues, directa y poderosamente en la realidad socio-musical; reali dad determinada por la dicotomía de música «clásica» y «li gera», en la que la neutralizadora palabra «música» consti tuye un problema más grave que los controvertidos califi cativos de «clásica» y «ligera». En el caso de las diferencias étnicas o regionales, en cambio, las consecuencias cuestio nables de la tendencia a nivelar las diferencias mediante un concepto universal y unitario de música se manifiestan más en el estudio científico que en la práctica. En muchas culturas no europeas no hay palabra equivalente a nuestro término «música»; los fenómenos sonoros que el observa dor europeo designaría con ese término pierden su senti do originario cuando se los aísla de su contexto «extramu sical». Pues en rigor, el contexto en que se insertan esos fe nómenos no es ni «musical» ni «extramusical»: el primero de esos términos ensancha los límites del concepto de mú sica, que es de origen europeo, a tal punto que acaba por no ajustarse ya a la misma realidad europea; el otro presu pone un concepto de música no sólo europeo, sino propio ii ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A de la modernidad europea, cuya formulación estricta no es anterior al siglo XVIII, y que desfigura torpemente la rea lidad musical no europea, en cuanto realidad no sólo del hecho sonoro, sino ante todo de la conciencia de tal hecho. La categoría de «música» nos proporciona los criterios mediante los cuales aislamos, como «específicamente mu sicales», ciertos rasgos que están determinados por com plejos procesos culturales. Si esa categoría resulta ser, se gún lo dicho, una abstracción que en algunas culturas se ha llevado a cabo y en otras no, entonces nos encontramos ante una alternativa desafortunada: o hemos de reinterpre- tar y ensanchar el concepto europeo de música hasta que se vuelva extraño a sus orígenes, o bien hemos de excluir del concepto de música las producciones sonoras de algu nas culturas no europeas. La primera opción sería de du dosa legitimidad desde el punto de vista de la historia de las ideas, mientras que la segunda se granjearía el reproche de eurocentrismo; pues por regla general los africanos, por más que insistan en la négritude de su cultura, no están dis puestos a renunciar al prestigio del término «música». Una salida del dilema se abre solamente cuando se relaciona el problema etnológico con el problema histórico; esto es, cuando se intenta resolver las dificultades afrontándolas. Las diferencias entre las épocas históricas de la música europea, por más profundas que fuesen, dejaron intacta, en lo esencial, la unidad interna del concepto de música, mientras la tradición antigua seguía siendo determinante; tradición cuya esencia era el principio de un sistema tonal constituido por relaciones directas e indirectas de conso nancia, que formaba la base invariable de los diversos es tilos musicales. (El hecho de que tal principio no sea espe cíficamente europeo no impide que haya sido el momen to esencial de la continuidad histórica entre Antigüedad, C A R L D A H L H A U S Edad Media y Edad Moderna: lo específico no es siempre lo esencial, pese a cierto prejuicio derivado del método de definición por delimitación). Sólo la música electrónica y las «composiciones de soni dos» inspiradas por John Cage provocaron la pregunta de si unos fenómenos sonoros que niegan el sistema tonal si guen siendo música en el sentido de la tradición europea. Parecía obvia, sin embargo, la respuesta de que la música electrónica prolongaba la tradición en tanto que surgía de la historia de sus problemas: la idea de «componer» tim bres sonoros— configurándolos a partir de tonos senoida les o filtrándolos a partir del ruido blanco— puede inter pretarse como una manifestación extrema de aquella ten dencia a la racionalización en la que Max Weber creyó dis cernir la ley evolutiva de la música europea: una tendencia a la dominación de la naturaleza, al poder soberano del su jeto compositor sobre la materia tonal, del «espíritu» sobre lo que Eduard Hanslick llamaba das geistfahige Material, el «material capaz de recibir al espíritu». Y al guiarse en un principio por axiomas seriales, los compositores de músi ca electrónica establecieron una relación inmediata con el estado de desarrollo que en su momento habían alcanzado las técnicas vanguardistas de composición. Con eso la mú sica electrónica se convertía sin lugar a dudas en un asun to de compositores, no de físicos e ingenieros, y, por tanto, caía bajo el concepto de música, entendida— en el sentido de la modernidad europea-—como una categoría histórica mente variable, formada y constantemente reformada por la obra de los compositores. Si no queremos renunciar del todo a la idea que el singu lar colectivo «la música» expresa o deja intuir, a pesar de las casi insuperables divergencias sociales, étnicas e históri cas que parecen imponer una división del concepto, si que l i X I S T E « I, A M Ú $ I C A » remos «salvar» ese concepto, entonces conviene partir del supuesto de que la idea de «una sola música» se fundaba, en última instancia, en la concepción hegeiiana de la his toria universal: una historia universal que comenzaba en el Oriente Próximo y, pasando por Grecia y Roma, se trasla daba a las naciones románicas y germánicas. Reprocharle a Hegel el eurocentrismo del que su construcción sin duda adolece es tan ocioso como fácil al cabo de un siglo y me dio. Pero más esencial que esa tara manifiesta es el hecho menos obvio de que la idea antropológica en la que se fun daba el concepto hegeliano de la filosofía de la historia no ha envejecido en absoluto: esto es, la idea de que las cul turas, las culturas musicales incluidas, de épocas anterio res y de otros continentes «forman parte de la historia uni versal», en la medida en que participan en aquel desarrollo que alrededor del año 1800 se denominaba la «formación de la humanidad». El concepto de historia universal o de «una sola historia» es una categoría rigurosamente selecti va, que excluye del concepto de la historia «propiamente dicha» la mayor parte de lo sucedido en otros tiempos, de jándolo de lado como meros escombros del pasado; lo cual sólo resulta comprensible si se reconoce que ese concepto de historia universal se ajustaba a la idea clásica de la ha- manitas (que a su vez guardaba una precaria relación con el desarrollo técnico-científico e industrial, que constituye asimismo «una sola historia», independientemente de las diferencias étnicas y sociales). Desde el punto de vista pragmático, el concepto de his toria universal no tiene apenas justificación, por lo menos en lo que a épocas pasadas se refiere. Entre la cultura ja ponesa, la india y la occidental-europeadel siglo x iv no cabe constatar ningún nexo empírico externo, ni es posible construir entre ellas un nexo interno en el sentido de la fi 4 C A R I . D A H L H A U S losofía de la historia. La «simultaneidad» no es concreción histórica, sino abstracción cronológica. Sólo en el siglo x x la interdependencia económica, técnica y política ha uni do a los continentes en «un solo mundo», cuya estructu ra da un sentido historiográfico al intento de escribir una historia universal en el sentido pragmático del término, y esa historia incluye también la historia de la música, dado que el nexo externo entre las culturas ha llegado a ser en tre tanto innegable, por más que el nexo interno sea a me nudo cuestionable (por ejemplo, en el caso de la moda de la música india). Por otra parte, no es preciso renunciar al concepto de historia universal, en el sentido de la filosofía de la histo ria, con tal que ese concepto se someta a una modificación fundamental. Lo que es un paso hacia la «formación de la humanidad» ya no se puede juzgar ni decidir dogmática mente, desde el punto de vista del «cosmopolita» de 1800, que resulta ser el burgués ilustrado sublimado en ideal de humanidad. Así como no hay «una sola historia», tampo co hay «una sola humanidad». Queda el paciente diálogo que no sólo tolera lo otro y, en un primer momento, extra ño (pues la tolerancia puede ir unida al desdén), sino que lo respeta precisamente en su otredad. Pero si conforme a los criterios del siglo x x — que proba blemente no serán definitivos—la humanidad no consiste en la asimilación de lo diferente, sino en la aceptación re cíproca, incluso allí donde la extrañeza parezca insupera ble, entonces para la estética musical, como derivado de la idea de humanidad que es, la búsqueda de un posible sus trato común a los fenómenos sonoros de todas las épocas y de todos los continentes tendrá menos importancia que la identificación y el reconocimiento recíproco de unos prin cipios formativos radicalmente divergentes: los elementos 5 E X I S T E « L A M Ú S I C A v y las estructuras fundamentales serán menos esenciales que las consecuencias y las diferenciaciones. Saber si el princi pio de consonancia y el ritmo alternante pertenecen, como creen algunos historiadores y etnólogos, a las «ideas inna tas» y sólo se expresan a través de «desarrollos formales» cada vez diferentes, o si, por el contrario, es preciso ad mitir junto a las relaciones de consonancia la medición de distancias de intervalos, o junto al ritmo alternante un rit mo contante o cuantitativo, como principios autónomos, irreducibles y con iguales derechos, viene a ser menos im portante que el respeto, fundado en el conocimiento, a la profunda diversidad de las formaciones o de los «desarro llos formales» que se erigen sobre tales fundamentos, sean éstos comunes o divergentes. Anclar el concepto de «una sola» música en unas estructuras musicales objetivas o an tropológicas, «dadas por naturaleza», es empresa dificulto sa y probablemente vana, a menos que se abuse del térmi no «desarrollo formal» erigiéndolo en esquema explicativo universal, sin indicar los criterios por los que unos «desa rrollos formales» divergentes de unos mismos fundamen tos comunes, pero incognoscibles, habrían de distinguirse de la mera diversidad sin relación alguna. (Por lo demás, en lugar de oponer la naturaleza a la historia, convendría se guir la sugerencia de Fernand Braudel y limitarse a distin guir entre estructuras de larga, mediana y breve duración). El motivo impulsor que estaba detrás de la idea de «una sola música», resultado de la idea de «una sola historia», fue la utopía clásica de la humanidad. En la Crítica del ju i cio de Kant, sobre esa utopía se fundaba una estética para la cual el juicio de gusto es «subjetivo» y, sin embargo, «uni versal», por cuanto lo subjetivo tiende a converger en un sensus communis, un «sentido común». Pero si la idea de humanidad no encuentra ya su expresión en el descubri 1 6 miento de una sustancia común, sino en el principio del respeto a una diversidad insuperable, entonces la fideli dad a la idea de «una sola música» consistirá precisamente en abandonarla como concepto sustancial, para restituirla como principio regulativo de la comunicación recíproca. H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » ? Hans H einrich Eggebrecht ¿ H a y música? Gracias a Dios, la hay. Acerca de eso pode mos estar de acuerdo, para empezar. Pero luego se le ha añadido una partícula, el artículo de terminado, y además las comillas. La partícula de por sí no importa mucho. Podemos to marla como un artículo, desoyendo su carácter demostra tivo: sí, la música existe, como existen también otras artes, por ejemplo, la pintura o la poesía. Las comillas, en cambio, son de más peso. Indican que el artículo determinado ha de tomarse como resuelta y ex plícitamente determinativo o demostrativo. Lo cual pode mos entenderlo, en un principio, en un sentido plenamente real: esa que hay ahí, entre muchas o entre todas, es «aque lla que...». Ese enunciado parte del supuesto de que en la realidad hay muchos fenómenos diferentes que se llaman música, y que uno de ellos ha sido elegido como suma y compendio de todos. ¿Existe «la música»? ¡Pues sí: la de Beethoven! En efecto, la música de Beethoven pasaba—-y para mu chos sigue pasando— por ser suma y compendio de toda música, y eso incluso se puede justificar. Pero semejante elección, con su justificación incluida, se funda en un gus ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » to personal y privado, que en cuanto tal se sustrae a toda discusión; tiene la propiedad de poder variar de persona en persona y de poder cambiar de cuando en cuando. V is to así, «la música» no existe; o cuando menos no existe con validez universal, sino tan sólo en el sentido de existir «para mí». Creo que también sobre eso podemos estar de acuerdo. Lo cual, por lo demás, no tiene mucho interés ni nos lleva muy lejos, a menos que uno esté convencido de que los juicios de los receptores poseen, al fin y al cabo, un valor conceptual objetivo en virtud de su constancia (lo que vendría a decir que Beethoven, tras haber sido nom brado tantas veces como superlativo musical, viene a ser realmente suma y compendio), o que se opine, transfor mando a Hegel, que también en música hay un estilo «clá sico», en un sentido único e irrepetible, para luego partir en busca de tal estilo. Ahora bien, la pregunta «¿Existe “ la música” ?» puede entenderse también de otra manera: no en el firme terreno de la realidad, de las sumas y de los compendios, sino en un sentido intelectual, definitorio y abstracto. Lo que se nos pide es una definición conceptual que incluya y tenga en cuenta todo cuanto haya de música en la historia y en el pre sente, para lo cual podemos establecer el convenio de li mitarnos modestamente a la música que está al alcance de nuestra experiencia, en el presente caso (que es el mío) a la música «occidental», pero abarcándola deliberadamente en todas sus manifestaciones documentadas. Así pues, lo que se pide no es un compendio que exista en realidad, sino un concepto o, más exactamente, «el concepto» de música, la definición de su contenido; lo que buscamos es «la mú sica» que, de haber quedado respondida la pregunta, sólo existiría en la realidad en la medida en que la definición del concepto pueda aplicarse a toda música real. 1 8 H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T Cuanto más lejos llegue el horizonte de la experiencia, y cuanto más vigorosamente desarrollada esté la conciencia histórica, tanto más se arredrará uno ante semejante inten to. Pensará cuántas definiciones o enunciados análogos a definiciones ya existen, y cuán divergentes resultan, a pe sar de que todos apuntaban a la esencia, a los principios de lo que es la música. Recordemos unos pocos ejemplos: Música estscientia bene modulandi. AGUS TÍ N DE HI P ONA Música est disciplina, quae de numeris loquitur. c a s i o d o r o Musica est facultas diffcrenlias acutorum et gravium sonorum sen- su ac ratione perpendens. B O E C I O Música est cxercitium arithmcticae occultum nescientis se nume rare animi. L E I B N I Z Música [...] quiere decir en general el arte de los sonidos, esto es, la ciencia de bien cantar, tocar y componer. J O H A N N G O T T F R I E D WAL TE R La descripción justa y cabal de la música, a la que nada falta ni nada está de sobra, será pues la que sigue: la música es una cien cia y un arte de poner con tino unos sonidos convenientes y pla centeros, juntarlos unos con otros del modo justo y sacados afue ra con gracia, a fin de que por su armonía se promuevan la gloria de Dios y las virtudes todas. J O H A N N MA T T H E S O N 19 ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » Musique. Art de combiner lessonsd'une maniereagréableá l’oreille. Hemos visto lo que la música verdaderamente es en su esencia: una secuencia de sonidos que nacen de un sentimiento apasiona do y, por consiguiente, lo describen. Sólo de esa forma matemática [de la musical, aunque no se re presente por conceptos determinados, depende el agrado que la mera reflexión sobre semejante cantidad de sensaciones, que se acompañan o se siguen unas a otras, asocia a ese juego de las mis mas cual condición, válida para cualquiera, de su belleza; y sólo en virtud de ella puede el gusto arrogarse el derecho a pronun ciarse de antemano sobre el juicio de cualquiera. Música. Con este [...] término se designa hoy en dí expresar los sentimientos mediante sonidos. La música es mujer. La naturaleza de la mujer es el amor, pero ese amor ceptivo, que al recibir se entrega incondicionalmente. amor; Las formas sonoras en movimiento son el único contenido y ob jeto de la música. HD UA KO H A N S I . I C K La esencia de la música es la expresión-, la expresión depurada, intensificada hasta alcanzar el efecto más noble. l ' R I B D I U C H V ON H A I I S L O G K R 20 H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T La música es «la naturaleza sometida a leyes en relación con el sentido del oído. ANT ON W E B E R N ¿Qué es la música? La música es lenguaje. Un hombre quiere ex presar pensamientos en ese lenguaje; pero no pensamientos que puedan traducirse a conceptos, sino pensamientos musicales. ANT ON W E B E R N En cuanto al presente, pedí una definición de la música a los compositores Karlheinz Stockhausen y Wolfgang Rihm. ¿Cómo definirían ellos la música, desde su punto de vista? Stockhausen me remitió a un pasaje de su Carta blanca a la juventud (en Texte zur Musik, n i , p. 293): La música debería ser no solamente un hidromasaje para el cuer po, un psicograma sonoro, un programa de pensamiento expre sado en sonidos, sino ante todo el fluir de la electricidad cósmica supraconsciente transformado en sonido. Wolfgang Rihm me escribió en octubre de 1984: Toma eso como punta del iceberg: la música es libertad; es una escritura de signos sonoros sobrepuesta al tiempo; una huella de una plenitud inconcebible de formas, coloración y modelación del tiempo, expresión sensible de la energía, imagen y hechizo de la vida, pero también imagen contrastante, proyecto opositor: es lo Otro (del que, en cuanto tal, no tengo derecho a saber qué es). Es evidente que todos estos enunciados y definiciones y otros por el estilo no son más que fórmulas nucleares de unos contextos más amplios de pensamiento y de exposi ción. Para entenderlos hay que medir también los icebergs 2 1 de los que forman las puntas sobresalientes. Pero justamen te en esas breves fórmulas definitorias, que siempre apun tan a lo esencial, se hacen palmarias las discrepancias, que parecen llegar hasta la oposición irreconciliable. Entre «Música est disciplina, quae de numeris loquitur» y «La música es mujer» hay mundos. Y la concepción de la música como «art de combiner les sons d ’ime maniere agréa- ble á l ’oreille» contrasta no poco, a pesar de la escasa dis tancia en el tiempo, con aquella otra que la define como una «secuencia de sonidos que nacen de un sentimiento apa sionado y, por consiguiente, lo describen». Esta última de finición figura a su vez entre aquellas a las que apunta crí ticamente la identificación de la música como «forma so nora en movimiento». Por otra parte, la descripción de la música como «ciencia de bien cantar, tocar y componer» parece inspirarse directamente en aquella que la concebía como «scientia bene modulandi», aunque estén separadas por cerca de trece siglos. Hoy en día cualquiera sabe que la diferencia entre los enunciados que hemos citado obedece a las diferencias de situación. No sólo los puntos de referencia pueden ser dis tintos (así por ejemplo, música no es lo mismo que Musik), sino que lo que cada uno dice está determinado de múlti ples maneras, en particular por la época histórica y su rea lidad musical correspondiente, por la afiliación a tradicio nes y escuelas, partidos e ideologías, o por la integración en sistemas y corrientes filosóficos y estéticos. Entre las tres definiciones citadas de la Edad Media la tina, la de Agustín (scientia bene modulandi) se sitúa en la tradición de Arístides Quintiliano, quien definía la musiké como «ciencia del mélos». En cambio, Boecio prolonga a Tolomeo, para quien el reconocimiento de las cualidades sonoras proporcionaba el criterio definitorio, y Casiodo- ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » ! ' ' 22 H A N S H l i I N R I C H E G G E B R E C H T ro representa el punto de vista aritmético de los «pitagó ricos», caracterizado por la máthesis y la ratio. Este es pa tentemente el punto de vista que retoma Leibniz, enten diendo la condición aritmética de la música a la vez como una facultad del alma, del sujeto receptor. Y esta «forma matemática» de la música, causante de la «reflexión» del juicio estético, fue a su vez para Kant, por así decir, el an cla de salvación que le permitió contar el arte sonoro entre las «bellas» artes (y no sólo entre las artes «agradables»). En cuanto a Richard Wagner, su concepto del drama mu sical hace que la música se le convierta en «mujer», pues la música puede cumplir su función, que es la de dar a luz, sólo a condición de ser «fecundada por el pensamiento del poeta». El que la música se ponga como absoluta y «pre tenda no sólo dar a luz, sino engendrar» explica «todo el enigma de la esterilidad de la música moderna». Webern, en cambio, aplica a la música la definición del color dada por Goethe: para él, la música es «naturaleza sometida a le yes», no en última instancia porque quiere entender y jus tificar también la nueva música como obedeciendo a leyes naturales, y al mismo tiempo quiere explicarla como el «re sultado enteramente natural» de la historia. Por lo demás, la música es para él también un «lenguaje», entre otras ra zones porque esa definición le permite poner de relieve la potencialidad de lenguaje de la música atonal. Cabe suponer que los definidores, los que modificaron alguna definición de la música, la cambiaron de acento o in cluso la inventaron de nueva planta, eran plenamente cons cientes de que al hacerlo estaban suprimiendo o reempla zando a otras definiciones o fórmulas que conocían, negán doles validez o tachándolas expresamente de erróneas. Jo- hann Mattheson, antes de proclamar su «descripción justa y cabal de la música, a la que nada falta ni nada está de so 2-3 ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » bra» (redactada según el esquema definitorio de materia, forma y finalidad), censura a todos los demás para elevar se por encima de ellos: «Muchísimos varones ilustres han mostrado en ello tan poco acierto que hasta el día de hoy no hay apenas nada que parezca más difícil de hacer que una explicación justa de los fundamentos, que a todos les convenga y todo lo abarque. Cada cual alaba la suya y lare dacta según el intento y las luces que le asistan». Lo del «intento y las luces» alude al momento determi nante, del cual Mattheson ignora que lo afecta también a él y que, por así decir, lo invade a pesar suyo. El momento determinante es en su caso— y en el de todos los enuncia dos citados— el de quien se cree en posesión de la verdad. Y la verdad está siempre del lado del presente: así por ejem plo, al tener en cuenta la poíesis, con lo cual en la Edad M e dia, apegada a la tradición, se modifican cautelosamente las definiciones, o en la conciencia del «ascenso» de la músi ca, que en el período posterior a la Edad Media justifica la nueva definición, o en la apologética nutrida por querellas y luchas de facciones que se desata desde los siglos x v i l y x v m , o en la fe en el progreso musical, cuya presencia fan tasmal se percibe todavía a través de los circunloquios de Wagner y de Webern. Todas las definiciones y todos los enunciados tienen por norte, explícito o implícito, el presente, el «hoy en día», como escribe Koch. Cuando hablan de «música», se refie ren a la música de su tiempo, tal como el definidor la per cibe. Aquí la pregunta por «la música» no existe, ni puede existir, ni tiene tan siquiera derecho a existir. De otra manera se presenta la cuestión para el historia dor, cuyo pensamiento y juicio están marcados por el co nocimiento histórico y por la conciencia histórica. Para el historiador, las definiciones de la música, esto es, las fór- 2 4 H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T muías nucleares de un escribir sobre la música sub specie de la pregunta «qué es», se yuxtaponen en su diversidad sin competir entre sí, excepto por el grado de inteligencia, y sin reemplazarse ni excluirse unas a otras; pues el histo riador, al considerar cada una de esas definiciones, tiene en cuenta el sistema de presupuestos del que proviene y que en ella se manifiesta. Para el historiador, la dependencia de una definición de música respecto a su situación histórica es tan importante como la definición misma y aún más, por cuanto es su supuesto previo. Y ese objeto tan importan te que es el supuesto previo no es para él ni verdadero ni falso, ni válido ni inválido, sino que es de orden histórico. Se puede decir (y creo que incluso se debe decir) que, ante la pregunta de qué es la música, sólo al historiador y a nadie más se le ocurre parar mientes en el problema que las comillas añaden a la palabra «la». El historiador encar na la conciencia de que no cabe darle a esa pregunta nin guna respuesta que esté exenta de presupuestos, ninguna respuesta ahistórica. Y si alguien pretendiese, a pesar de todo, haber dado con «la definición», el historiador lo re futaría mostrándole los condicionamientos de su propia si tuación histórica. Hemos de distinguir, por tanto, dos puntos de vista: el de la conciencia apegada al presente y el de la conciencia histórica. El primero está determinado por su situación y lo sabe, sin hacerse problema de la determinación. Cuan do ahí se dice: «Música es...», o «la música es...», la situa ción se da por tácitamente incluida y no se hace valer nin guna pretensión de abarcar la historia entera. La defini ción tiene carácter excluyente: es la única que vale. Su punto de referencia es el presente, el sujeto presente, el punto de vista, y la historia— en la medida en que se la tenga en cuen ta— se desfigura deliberadamente, no pocas veces con in 2 5 ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » ? tención apologética, interpretándola a partir del presente y con miras al presente. Para la conciencia histórica, en cambio, las definiciones de música centradas en el presente y en el sujeto se con vierten en materia de su pensamiento, que se dirige esen cialmente a determinar las posiciones históricas respecti vas de aquellas definiciones. Tal pensamiento tiene carácter inclusivo: todas las posiciones (=definiciones) son válidas. La historia nos brinda sus determinantes, y el presente se interpreta esencialmente a partir de la historia. Es evidente que con eso no hemos pronunciado, de mo mento, ningún juicio de valor. Como mucho, al definidor anclado en el presente, y con más razón si es compositor, el historiador le sobra. Pero éste, en cambio, se quedaría sin empleo si no fuese por las definiciones de música relativas a cada situación histórica. Pero, por otra parte, es el historiador (y podemos añadir de nuevo: solamente el historiador) quien, al reflexionar so bre la pregunta «¿Existe “la música” ?», tiene cierta proba bilidad de rebasar el umbral de la dependencia de su propia situación histórica, de la validez relativa de una definición de lo que es la música. Pero ¿cómo lo puede conseguir? Si aquí, con una limitación que se pretende ejemplar (es decir, en un principio, deliberadamente parcial), conside ramos material primario solamente las definiciones de la música, entonces podría ocurrírsele al historiador que en ellas la «esencia» de la música ha llegado a hacerse idea, a hacerse lenguaje o concepto en el terreno de la historia, o más exactamente de la historia de los conceptos. Los enun ciados definitorios serían entonces, en su diversidad misma, las manifestaciones conceptuales de lo que «la música» es, en cuanto a sus posibilidades. Se trataría, por así decir, de reunir esos enunciados en el pensamiento, para encaminar 2 6 H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T nos hacia los principios, y aun hacia el principio de esas po sibilidades. Eso suena mucho a metafísica: como si hubiese una «idea» de la música que se manifiesta en los conceptos y que pudiera, como si dijéramos, construirse conceptual mente a partir de esas manifestaciones. Pues para eso sería forzoso que al mismo tiempo en la tal idea de música se in tegren sistemáticamente también, a golpe de definición, las condiciones sociales e históricas (de historia del pensa miento y de las cosas), a partir de las cuales los conceptos se diferencian unos de otros y tienen historia. Sin embargo, ¿no era ése el juego al que de todos mo dos estaba jugando el historiador? ¿Acaso el historiador no procede constantemente así, apoyando sus declaraciones acerca de la música (en lo que respecta a la pregunta «qué es») con citas extraídas de documentos que hablan de mú sica, a sabiendas de que todo lo que digan es relativo a si tuaciones y aspectos? Cuando quiero decir, por ejemplo, que la música tiene (los o «los») dos lados, el matemático y el emocional, no me prohibiré aducir, como testimonios del lado matemático, las definiciones, por ejemplo, de Ca- siodoro, de Leibniz o de Kant, y para el lado emocional las de Koch o de Friedrich von Hausegger, señalando al mis mo tiempo que éstos son precisamente los dos lados que Kant había sopesado ya como esenciales. Y tampoco pa rece del todo imposible que, en una definición sistemática de «la música» que tenga en cuenta el artículo determina do, acabe por entrar también el aspecto histórico que ex plica la preeminencia de un lado u otro o de ambos a la vez. En lugar de evaluar las definiciones en su diversidad como manifestaciones conceptuales de la «idea» de mú sica, cabría también otra manera de plantear la pregunta por «la música» y qué es: podríamos tratar de aislar lo que esas definiciones tienen en común, aquello en lo que no se 2 7 contradicen, aun cuando aludan a lo mismo con diferen tes nombres y con mayor o menor insistencia, y aun cuan do ciertos aspectos que en algunos autores llevan, por así decirlo, carga definitoria, sean luego descuidados, margi nados y aun impugnados por otros. Resultaría así que tam bién por esa vía las dependencias de situación, que expli can lo igual y lo comparable no menos que la desviación, la marginación y la polémica, entrarían por su propio peso a situarse en el campo visual definitorio. Así por ejemplo, las tres definiciones medievales de la música que hemos citado mencionan, aunquecon nombre y acento distinto, el momento matemático (modulan, nu- merus, ratió). Las discrepancias y unilateralidades (Casio- doro) dependen visiblemente de la situación histórica de los autores y disminuyen, como siempre, cuando se tiene en cuenta el entero corpus de escritos al que esas definicio nes pertenecen. Pero ¿qué haríamos, en este contexto, con Richard Wagner, por citar un ejemplo extremo? Su símil definitorio («La música es mujer») está anclado en el ras go de aconceptualidad de la música (la cual, según Wag ner, sólo alcanza su destinación genuina si es «fecundada por el pensamiento del poeta»). Las definiciones medie vales no contradicen la aconceptualidad de la música sólo que no la mencionan directamente, aunque viene a ser tema explícito, por ejemplo, en el corpus de los escritos tardíos de Agustín, con el concepto del sonus jubilus («in jubila- tione canere»). Por su parte, Hanslick ataca con su definición a los parti darios de la doctrina de los afectos y sus epígonos. Sin em bargo, ninguno de sus adversarios había pasado por alto lo que hay de específicamente musical en la música, por lo menos en los escritos que dejaron. Y Hanslick mismo re- lativiza su delimitación con todo un arsenal de «conteni ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » ? 28 dos» musicales; pues lo que llama lo «específicamente mu sical» (cuya belleza reside «únicamente en los sonidos y en su enlace artístico, sin dependencia ni necesidad de nin gún contenido que le venga de fuera») queda luego descri to con más detalle como las «relaciones significativas entre sonidos que son atractivos en sí mismos, sus consonancias y resistencias, su huir y alcanzarse, su elevarse y apagarse». Los dos procedimientos— el que parte de las diferencias entre las definiciones para reunirías en el pensamiento en una sola definición, y aquel que registra las concordancias para elaborarlas a modo de constantes conceptuales— se complementan mutuamente; son inseparables. Cabría su poner, como hipótesis de trabajo, que las diferencias pue den reducirse a un número relativamente escaso de rasgos sustanciales y posibilidades formales, y que en ese tejido de rasgos y posibilidades no hay contradicciones insupera bles, sino únicamente diferencias de selección, denomina ción y acentuación. Por consiguiente, «la música» existiría, por definición, en el sentido de aquello que no tiene histo ria y que, a pesar de todas las dependencias de situación, hace que la música, como concepto, sea idéntica a sí misma. Ciertamente, incluso con semejantes procesos de pensa miento y de trabajo (que podrían intentarse evidentemen te también respecto a otros materiales de la historia de la música) la pregunta de si «la música» existe y qué es no po dría darse por liquidada. Las respuestas válidas «de una vez por todas» fracasan aquí— ¡ afortunadamente! — debido no sólo a que también el historiador depende de su propia si tuación histórica (por más fanático que sea, esto es, por más que pretenda mantenerse fuera del juego), sino tam bién debido a la dimensión del futuro, que nos está negada. Creo, sin embargo, que toda reflexión sobre música plan tea, en última instancia, la pregunta de qué es música, qué es H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T 29 la música. El pensamiento apegado al presente ofrece (o po dría ofrecer) las definiciones vinculadas a cierta situación histórica particular, pero el pensamiento histórico gira en torno a «la música», aun a sabiendas de que «la respuesta» no existe ni puede existir. Pero ¿por qué entonces el historiador la persigue con tanto empeño? Pues el papel que juega en el asunto no es positivo sin más. Lo relativiza todo; al entender los enun ciados en función de su situación, los nivela, los hace ser de igual rango, reduce lo que tienen de vivo, apaga su ardor. La definición anclada en el presente crea un valor: defi ne la música a partir de la realidad, a partir de un punto de vista vivo. En su relación con el objeto, tal definición es la realización lingüística de un sujeto, de un Yo, aunque sea de uno solo. Admito que el historiador, desde que existe, no puede proceder sino relativizando. Al entender los enunciados a partir de sus condiciones, les otorga legitimidad en lugar de reclamarla para sí. Eso lo define a él mismo. Pero ¿a qué sirve partir de esa manera en busca de «la música»? Nues tro texto podría ofrecer una respuesta a esa pregunta. Pero de una cosa no hay duda (y sírvanos eso de consuelo): que el historiador es también un Yo. ¿ E X I S T E « L A M Ú S I C A » > 3 0 II E L C O N C E P T O D E M Ú S IC A Y L A T R A D I C I Ó N E U R O P E A Hans H einrich Eggebrecht L a música constituye una tradición europea (proviene de ella, está integrada en ella, tiene en ella su hogar y domici lio), como concepto europeo que es. Pero ¿qué es lo que ca racteriza el concepto europeo de música (o, como podría mos decir también, su principio europeo)? Para describir tal cosa— sobre todo en vista de los hechos históricos que aquí hemos de tener en cuenta— se requiere un modo de hablar abstracto o por modelos que no es asunto de cual quiera. Y quiero adelantar resueltamente que, cuando tra to de nombrar aquellos rasgos característicos del concepto europeo de música que, a lo largo de toda la historia, defi nen el sello de «lo europeo», no estoy abogando por nin gún eurocentrismo, esa estupidez que se me imputa: des cribo un hecho sin compararlo, ni mucho menos valorarlo comparativamente. Para captar el principio de la música occidental en un núcleo históricamente constante, busco un par de concep tos que se caracterice por dos propiedades: en primer lu gar, ha de estar anclado en la existencia física y psíquica del hombre, y en segundo lugar tiene que ser un genuino par de opuestos, cuyos dos lados, aunque tiendan constantemente el uno hacia el otro, buscando formas de mediación y en contrándolas, no lleguen, sin embargo, jamás a un estado de quietud o de reposo, gracias a su condición de opues tos, engendrando siempre de nuevo el proceso de media ción a partir de sí mismos. Ese par de opuestos no lo encuentro en las dicotomías 3 i C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y T R A D I C I O N H U R O P E A de teoría y práctica, sensus y ratio, culto y arte, si bien és tas (y otras más) pertenecen al concepto occidental de mú sica. Lo encuentro en la pareja de conceptos de emoción y máthesis (lo cual quiere decir en griego, en un principio, algo como conocimiento, ciencia, enseñanza), que me pa rece cumplir los susodichos requisitos en mayor grado que todas las demás oposiciones y se me presenta como de or den superior al de los otros pares de conceptos. Lo que ese par de opuestos significa es— para ilustrarlo enseguida con un ejemplo conocido— lo que trae a men ción Hegel cuando escribe en su Estética, con miras a la me diación entre los dos lados: «Incluso fuera del arte el soni do, como interjección, como grito de dolor, como suspiro o risa, es la expresión más inmediatamente vital de los es tados del alma y de los sentimientos, el " ¡a y !” y el “ ¡o h !” del ánimo». Y prosigue: «Así que las interjecciones cons tituyen ciertamente el punto de partida de la música, pero ésta es arte sólo cuando se convierte en interjección ritma da». Ese acto de ritmar o formar el sonido, llevándolo de su existencia de ruido emocional («expresión natural» o «gri to natural del sentimiento») al arte, se apoya— «según una observación hecha por primera vez por Pitágoras»— en el «carácter determinado de los sonidos y de su agrupación en el cuanto, en unas proporciones numéricas que están cier tamente fundadas en la naturaleza del sonido mismo, pero que la música utiliza de un modo que sólo el arte ha encon trado y matizado de los más variados modos». Cabría pensar que la música, en el sentido europeo, tiene, en cierto modo, dos orígenes: uno genético, inherente a la humanidady, por así llamarlo, espontáneo o natural (pre- musical), y otro griego (musical), y que el origen genético- 32 H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T humano, tal como se desarrolló hasta llegar a la Antigüedad griega (entre otras), y tal como se le presentaba en su condi ción premusical (preeuropea), tiene dos lados entretejidos uno con otro, que llamaré el lado emocional y el material. La palabra mágica del origen griego, en cierto modo «pi tagórico», de la música europea es «teoría». Y en el centro de la teoría del material está el número (numerus), la pro porción numérica (lógos, ratio), la máthesis. El pensamien to griego se dirigía, movido por los intereses que sean, con la herramienta cognitiva de la máthesis hacia el lado mate rial, la physis de lo que sonaba, para hacer ciencia de ello, encaminarlo al tono, al intervalo, a sistema, tonalidad y rit mo, es decir, al mismo tiempo, para dominarlo y hacerlo disponible para el actuar consciente. Con ello lo sonoro, en su naturaleza material, adquirió el significado de harmonía. A modo de contrapartida, la teoría fundó la práctica mu sical, aquel modo de formación de lo sonoro cuya caracte rística es fundarse en un material penetrado por la teoría. La duplicidad de teoría y práctica forma parte del princi pio de la música occidental, en la que la teoría precede a la práctica, se aclimata en ella y, como pensamiento musical, tiene lugar también dentro de la práctica misma (como poíe- sis), por lo cual cabe extraerla a su vez constantemente, por abstracción, a partir de la práctica. No hay práctica sin teo ría. Por consiguiente, la teoría y la práctica no son opuestos, sino dos lados de una misma cosa, que es la música, la cual, según su concepto occidental, tiene historia— tradición en sentido occidental— como unidad de teoría y práctica. Si hay algo que está opuesto a la música entendida como unidad de teoría y práctica, aun después de que ésta se haya formado, perpetuamente, ese algo es la materia sonora pre musical o extramusical, lo audible y sus formas, en la ina gotable diversidad que posee como naturaleza, tradición 33 étnica o sonoridad civilizatoria. Pero ese opuesto no afecta a la música, sino que se le yuxtapone indiferentemente. No tiene para ella ningún valor actual hasta que no se actualice en música o se musicalice. Y eso sucede cuando la música se vuelve sobre ello, cuando la unidad de teoría y práctica lo descubre y lo absorbe, para enriquecerse con ese opues to y transformarse. Debido a la indiferencia que reina en tre la música y el recurso natural que es la materia sonora, mientras ésta no entre en contacto con la teoría y la prác tica, no se trata tampoco aquí de un contraste, sino de dos existencias que son para sí cada una. Pero ¿qué se hizo, en el «origen griego de la música», del lado emocional de la oferta sonora, cuando la teoría matematizó el lado material? Lo emocional es inherente a la oferta sonora en virtud de la historia de su origen y evo lución, y está tan firmemente arraigado en ella que ningu na operación de la máthesis lo puede arrancar. Es lo que da contenido emocional a la música, y ese contenido es tal que ningún significado de harmonía puede hacerlo desa parecer. Pero en el ámbito de la palabra mágica «teoría» lo emocional sufre una doble trasmutación. En primer lu gar, las teorías del material permiten domarlo, darle forma, cultivarlo; y, en segundo lugar, la teoría se refiere también directamente a las emociones, en forma de unas teorías de la emoción que hacen entrar en razón la existencia natural de las emociones y la elaboran de tal modo que sea posible enlazar la emoción con la máthesis. La más importante de todas las teorías europeas de las emociones es la doctrina de los afectos, que respecto a la música aparece ya en el pitagórico Damón de Atenas (si glo v a. C.). Sistematizada por primera vez por Platón y Aristóteles, esa teoría— que se había formado junto a la má thesis musical— ha venido ejerciendo desde entonces, a tra C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y T R A D I C I Ó N E U R O P E A 34 H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T vés de formulaciones y apreciaciones variables y cambian tes, una influencia omnipresente en la historia de la música occidental que se prolonga hasta el día de hoy. La teoría musical de los afectos— para seguir limitándo nos a ésta— servía además de fundamento a las teorías mu sicales de la moral (así ya explícitamente en la doctrina pla tónica del Estado, y luego una y otra vez). Al reconocérse le a la música la capacidad esencial de representar las emo ciones y de producirlas, y al descubrir la teoría cómo eso se explica y cómo funciona en detalle, resultaba posible, en el contexto de unas valoraciones y selecciones éticamente motivadas, atribuirle a la música una potencia domadora, directiva, educativa y cultivadora. «Donde no haya pasión ni afecto, tampoco hay virtud», escribe Mattheson en Der vollkotnmene Capellmeister («El director de orquesta per fecto», p. 1 5), pero «aquellos afectos que por naturaleza son más habituales en nosotros» no son los «mejores», por lo cual resulta necesario «recortarlos o refrenarlos [...]. Pues es la verdadera calidad de la música ser enseñanza de dis ciplina por encima de otras». También la emoción se opone a la música y a su unidad de teoría y práctica. Pero en comparación con las reser vas de materia sonora premusical, que está situada más allá de la música, la emoción es un opuesto de orden radical mente distinto. Pues si lo sonoro natural, como cualidad física o existencia audible, es indiferente desde el punto de vista musical mientras no se integre en la unidad de teoría y práctica que caracteriza a la música, la emoción, en cambio, está perpetuamente presente en medio del hombre. No hay un «grito natural» de la materia sonora, pero sí hay un gri to natural del sentimiento. La risa y el llanto, el suspiro y el grito aún pueden ser auténticos. El «ay» y el «oh» del alma no tienen historia. Perpetuando su indestructible carácter 35 C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y T R A D I C I Ó N E U R O P E A primitivo, la emoción se le ofrece a la música que genética mente surgió de ella. Siempre de nuevo inmediata, se lan za a la música porque en este arte, más que en otro alguno, busca su morada ancestral y sus derechos. Así lo confirman las teorías que reflexionan sobre la con vergencia y conjunción de emoción y música. A las «inter jecciones» de Hegel no se les puede asignar fecha alguna. Hegel no las llama el origen, sino el «punto de partida» de la música como «interjección ritmada», lo cual puede en tenderse tanto en un sentido prehistórico como en un sen tido de principio permanente. También en la doctrina de los afectos las emociones están siempre inmediatamente en juego, como objeto de la expresión compositiva y como ob - jetivo de la influencia musical. Lo mismo vale para la teo ría entonativa de la música, que postula la imitación musi cal del hablar afectado por el contenido lingüístico. A eso se refiere, por ejemplo, Kant con el concepto de «modula ción» afectiva de la entonación del habla, frente a la cual la «asociación» reacciona receptivamente (Crítica del ju i cio, § 53). Asimismo la teoría de la recepción musical como comprensión simpática de los sentimientos expresados en sonidos— teoría desarrollada sobre todo por Herder («El tono del sentimiento ha de suscitar el mismo tono en la criatura simpatizante») y defendida luego, entre otros, por Friedrich von Hausegger («La compasión... es la fuente de la música», Musik ais Ausdruck [«La música como ex presión»], 1885, p. 181)— se funda sobre la inmediatez con la que la música activa la potencia emocional. En efecto, toda elevación y todo descenso del movimiento tonal, toda resolución de disonancia, todo sforzato y todo espressivo, todo lo musicalmente imaginable afecta a la emoción. Y no sólo de modotópico— esto es, como tipo de expresión musical históricamente formado y trasmitido por la tradi 3 6 H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T ción— , sino también espontáneamente, más allá de la his toria, con un efecto que va inmediatamente del sentimien to al sentimiento. La acción conjunta de emoción y máthesis que caracteri za la música occidental, como concepto y como principio, tiene una historia, y no sólo en cuanto a la forma concre ta en que los dos momentos se manifiestan, se condicionan mutuamente y se unen, sino también y ante todo respecto al grado de su vigencia en general. Simplificando mucho, cabría decir que en la Edad Me dia europea predominaba la noción de la música como má thesis, centrada en el concepto del ars música, que pertene cía al cuadrivio de las artes matemáticas, mientras que en la edad moderna el momento emocional iba ganando cada vez mayor terreno. Pero eso no se debe a la música «en sí», a lo que es y a lo que ofrece, sino a las condiciones históri cas de la sociedad y de la vida intelectual, que condicionan las manifestaciones históricas de la música. Incluso en la música medieval, en la que— debido no en último lugar al poder de la Iglesia cristiana y su modo de entender la vida y de dirigirla—las emociones estaban re frenadas, éstas se manifiestan de un modo tanto más ex tremo, atacando, como si dijéramos, por la espalda. Así la menta, en el siglo x i i , el abad Aelred de Rievaulx (Migne, Patrología latina 195, 571), en lo tocante al canto eclesiásti co, las desfiguraciones que se habían hecho habituales en el cantar, que, ora alargado, ora entrecortado, se asemeja ba al relincho de los caballos. A veces el cantor no canta, sino que se limita a suspirar con la boca abierta, como si se le hubiese cortado la respiración; luego remeda la agonía de los moribundos o el éxtasis de los que sufren, mientras se tuercen los labios, se agitan los hombros y todo el cuer po se mueve con gestos histriónicos... De modo parecido, 3 7 C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y T R A D I C I Ó N E U R O P E A en el siglo x iv refiere el inglés Simón Tunstade (Cousse- maker, Scriptores iv , 251) que al cantar los cantos eclesiás ticos algunos se levantan rápidamente, luego se encorvan como agitados por la fiebre (quod valde inhonestum est). La conciencia vital emancipada de las condiciones me dievales, eclesiásticas y feudales, el despertar del mundo burgués, el humanismo y el Renacimiento significaban, tam bién y aun especialmente para la música, aquella puesta en libertad délas emociones, ya oficialmente reconocida, cien tíficamente discutida y escenificada en la práctica, que en el estilo compositivo de Claudio Monteverdi halló su pri mera culminación de amplia influencia. A partir de enton ces, el retroceso de la máthesis en el pensamiento y el juicio musicales iba acentuándose hasta llegar a la degradación y al desprecio. Según Johann Mattheson (Der vollkommene Capellmeis- ter [«El director de orquesta perfecto»], 1739), en las «ma temáticas musicales», en cuyo centro está la «canónica» (la «ciencia de la división de los sonidos» según las proportio- nes y rationes), se encuentran «sólo unos pocos elementos defectuosos y descubiertos con gran trabajo, pero ningún fundamento». «Defínanse las proporciones matemáticas de los sonidos con sus cantidades como se quiera, de ellas solas no podrá deducirse en toda la eternidad ninguna re lación cabal con las pasiones del alma». La verdad, según Mattheson, es «que el arte sonora saca el agua del manan tial de la naturaleza, no de los charcos de la aritmética». Se trata de la naturaleza en el sentido de la «ciencia de la natu raleza del sonido», cuya parte «más principal» estudia «los efectos de los sonidos bien ordenados, por los cuales éstos se muestran en los movimientos del ánimo y las pasiones del alma» (en lo cual, sin embargo, la condición de «bien ordenados» remite de improviso a la máthesis). 38 H A N S H E I N R I C H E G G E B R E C H T Las «proporciones» según las cuales las acústicas mate máticas y físicas estudian la música— escribe Herder en su esbozo de una Philosophie des Tonartig Schónen («Filosofía de la belleza sonora», 1769)-—no significan «absolutamen te nada para la estética de los sonidos. No explican nada acerca del sonido simple en sí mismo», ni acerca del páthos de los sonidos «como acentos sonoros individuales de la pasión». La música es el «lenguaje mágico del sentimien to», del modo más puro ahí donde los sonidos conservan en la melodía su esencia de «acentos de toda pasión, mo dulaciones de todo afecto», frente a las «frías proporciones artificiales» de la armonía. Pero el «retorno a la naturale za»— al origen pregriego de la música— que Herder pro pugna sólo confirma lo que caracteriza irreversiblemente al concepto occidental de música. Dondequiera que suene música en el sentido occidental, están obrando— aunque con diferente intensidad y con ciencia definitoria según las épocas— esos dos factores constitutivos, opuestos entre sí, a los que hemos aludido aquí con los términos emoción y máthesis. Ambas tienen un fundamento en la naturaleza: la emo ción en la naturaleza humana, la máthesis en la naturaleza del sonido. Ambas son genéticamente inmediatas (a diferencia de las demás artes, lo cual explica la situación especial de la mú sica): la música no designa a la emoción (como naturaleza humana) ni a la máthesis (como naturaleza del sonido), sino que una y otra están constitutivamente presentes en ella. Pero en tanto que la emoción y la máthesis encuentran en el principio de la música su mediación recíproca, relativi- zan cada una la inmediatez de la otra, dando así a la músi 3 9 C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y T R A D I C I Ó N E U R O P E A ca su doble significado fundamental: emoción y armonía. El peso diferente que se otorgue a cada una de las dos partes obedece a condiciones históricas, igual que el modo concreto de su conjunción. Todo intento de hacer valer sólo una de las dos partes está condenado al fracaso. Lo pura mente musical de la música es que la música, en tanto que es, ya tiene un contenido, que no es otro que aquel conte nido doble. Así podríamos decir, para un primer intento de defini ción: la música, en el sentido europeo, es emoción matema- tizada o máthesis emocionalizada. La música es psique y pkysis, alma en el sentido de cria tura y orden en sentido cosmológico. Hace entrar en razón a la sensibilidad y en armonía a la emoción, mientras vivi fica emocionalmente a la razón y la armonía. En eso reside su fuerza ética, formativa y educativa, religiosa y política, afirmativa y utópica. Pero también se puede decir que la música doma, filtra, estabiliza y cultiva la emoción, que, por consiguiente, puede prorrumpir en cualquier momento en un estallido subversivo y proliferar en otra parte. Las dos partes nunca pueden unirse en plena autentici dad y pureza, aunque ambas reconocen en la música su lu gar heredado y privilegiado y aspiran sin cesar a la asocia ción mutua. En eso se funda, no en último lugar, visto desde el principio de la música, el impulso hacia la historicidad, el momento impulsor, tan arraigado, con su contradicción, en el principio del hombre, y que bajo el dominio de la unidad de teoría y práctica encierra una plenitud tan inagotable de variaciones y matices que la música, en el sentido europeo de su concepto, es capaz de expresar y reflejar hasta el úl timo detalle la historia del hombre, de la sociedad y de la cultura, y aun de influir en esa historia. Evidentemente, no todo lo que es o que podría ser, por 4 0 C A R L D A H L H A U S definición, música en el sentido europeo puede reducirse al par de opuestos de emoción y máthesis. Pero, por ejem plo, la categoría asimismo central del «juego», con sus atri butos de lo «exento de finalidad», la «existencia para sí», la «empatia» y el «tiempo vivido»,se encuentra también fue ra de la música. Y el rasgo de la «aconceptualidad» de su mensaje caracteriza— en el sentido de la «idea estética» de Kant— al arte en general; si en música ese rasgo se antepo ne a los otros, será precisamente porque son esas dos par tes, emoción y máthesis, los que la constituyen como con cepto en la tradición europea. E L C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y L A T R A D I C I Ó N E U R O P E A Cari Dahlhaus E l concepto de música lleva— por razones que no son de orden etimológico, sino histórico— el sello de lo europeo; lo cual se debe menos a su origen griego que a las conse cuencias que se han extraído de los supuestos antiguos. Ese sello europeo se muestra imborrable justamente cuando se pretende, con cierta violencia, adaptar el concepto de mú sica a unos hechos radicalmente diferentes que se encuen tran en las culturas no europeas. Entre los rasgos específi camente europeos inherentes a tal concepto figura, sin em bargo, una historicidad que convierte el singular en pro blemático: «música» no siempre quiere decir lo mismo, y eso no solamente en las culturas no europeas, sino ya en la historia de la música europea misma. Hablar de «el con cepto europeo de música» sólo es lícito en la medida en que, en lugar de esperar una definibilidad que venga dada 4i C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y T R A D I C I Ó N E U R O P E A por un conjunto invariable de rasgos, aceptemos la conti nuidad evolutiva como justificación suficiente de ese sin gular precario. El hecho de que en la definición platónica de la música harmonía (las relaciones reguladas entre sonidos), rhythmós (el movimiento de danza) y lógos (el lenguaje) se yuxtapon gan, en lugar de agruparse jerárquicamente, no altera el he cho fundamental de que en el pensamiento musical euro peo— tanto en la teoría implícita, contenida en las obras, como en la explícita, formulada en los tratados—lo que se sentía como específicamente «musical» ha sido siempre el sistema tonal, y no el momento rítmico y orquestal: todavía en 1948, cuando en la música serial se intentaba superar la primacía déla tesitura, Jacques Handschin distinguía la al tura de tono, como propiedad «central» del sonido, de la duración, la intensidad y el timbre, como rasgos «perifé ricos» o parámetros. (El hecho de que Arnold Schónberg limitara la técnica serial a la estructura de alturas de to no— «inconsecuencia» que le reprocharían los apologistas de la música serial— es un efecto tardío de un pensamiento musical que lleva la marca de lo específicamente europeo). La primacía del sistema tonal— o de la estructura de al turas de tono individualizada en cada obra musical parti cular— es tanto más significativa si tenemos en cuenta que el ritmo es sin duda el momento más llamativo y más eficaz. No sería exagerado ver en esa relación invertida con la per cepción un rasgo «teórico» de la música europea. Desde las reflexiones teóricas antiguas y medievales so bre la música hasta el análisis de obras del siglo x x — cuya peculiar tendencia, carente de fundamento estético, a bus car la «auténtica» sustancia de las obras musicales en es tructuras tonales abstractas, disociadas del ritmo, puede entenderse probablemente sólo como consecuencia del 42 . C A R L D A H L H A U S «prejuicio» europeo al que hemos aludido— , se ha creído reconocer la esencia del sonido en la altura del tono o en la calidad del sonido. (El término «calidad del sonido», to mado al pie de la letra, implica que aquel momento parcial de la altura de tono que se repite de octava en octava es la cualidad que hace ser un sonido lo que es). Pero la harmonía, como suma de las relaciones tonales re guladas, se manifiesta no solamente en el sistema tonal, sino asimismo en las estructuras «horizontales» y «verticales» en las que se pueden agrupar los sonidos. Las transformacio nes que ha sufrido el concepto de música resultaron en par te del hecho de que el modelo visual que servía principal mente de orientación era el sistema tonal o bien la melodía o la polifonía, que caían todos bajo el concepto de harmonía. No podemos asignar fecha al proceso por el cual el con cepto europeo de música llegó a estar marcado ante todo por la polifonía y el sistema de intervalos que le es propio, en lugar de la monodia y el sistema tonal en que se funda ba; proceso de igual o mayor importancia que el surgimien to de la polifonía misma. El hecho de que después del siglo x iv no se haya compuesto ya música monódica con pre tensiones artísticas permite fijar, sin embargo, un terminus ante quem. (Los himnos de Lutero constituyen una excep ción sólo aparente, puesto que el nexo con la polifonía que se estableció en el entorno de Lutero está, en el fondo, pre- formado ya en el origen de las melodías). Más importante que la fecha, que no se puede determi nar, es el sentido del proceso por el cual la polifonía se con virtió en quintaesencia de la música. Si intentamos recons truirlo, podemos partir de la interpretación de un descu brimiento fundamental del siglo x i i : el descubrimiento de que la variación de las cualidades sonoras puede ser un me dio para construir, a través de las consonancias, una evolu 4 3 C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y T R A D I C I Ó N E U R O P E A ción musical que produce una impresión de coherencia y rigor. (El que las consonancias formen de por sí progresio nes es la antítesis de la afirmación de Ernst Kurth de que el contrapunto «auténtico» resulta del momento horizontal de la «linealidad» melódica y el vertical de la mera «com patibilidad de intervalos» entre las voces). En lugar de limitarse a la mera yuxtaposición de las no tas consonantes, dejando su enlace a la melodía y a las mo dulaciones de la voz, desde el siglo x 11 la polifonía artísti ca se regulaba según el principio de que un intervalo me nos perfecto tendía «por naturaleza» a otro más perfecto. La noción fundamental de que un cambio de las cualidades sonoras puede ir encaminado a una meta, constituyendo así la progresión musical como rasgo decisivo de una música que «realiza» la temporalidad desde dentro, siguió siendo la idea subyacente a la polifonía europea, hasta la «emanci pación de la disonancia» de Arnold Schónberg, lo mismo si se continuaba y resolvía la cuarta en el unísono y la quin ta en la octava (siglo X ll), o la tercera mayor en la quinta y la sexta mayor en la octava (siglo x iv ) , o el acorde de sép tima dominante en la tríada de tónica (siglo x v n ) . La premisa de que los intervalos de proporciones numé ricas más simples eran menos perfectos provenía del lega do pitagórico, trasmitido a través de Boecio a la tradición europea. En cambio, la noción de que lo menos perfecto «tiende» a lo más perfecto parece que sólo con el redescu brimiento de Aristóteles, a partir del siglo x n , llegó a ser un rasgo dominante del pensamiento en general y, por con siguiente, del pensamiento «en la música» y «sobre la mú sica». No es que a los siglos anteriores el pensamiento te- leológico les hubiese sido ajeno, pero la inclinación a pri vilegiar el devenir por encima del ser es propia del aristo- telismo, que durante los siglos X11 y x 111 tomó el relevo del 4 4 C A R L D A H L H A U S platonismo como filosofía predominante. E l concepto de música del medievo tardío, en cuanto orientado a la poli fonía, cuyas normas de composición eran reglas de progre sión, fue, por tanto, por un lado matemático y por el otro dinámico o teleológico. Se puede también hablar de un concepto antiguo de mú sica, que partía de la monodia y del sistema tonal que le subyacía— esto es, de una estructura estática— , por opo sición a otro más reciente, orientado por la polifonía y las progresiones de intervalos que la constituyen, es decir, por un proceso teleológico y dinámico. En consonancia con las transformaciones más amplias que tuvieron lugar en la his toria de las ideas,en lugar del «ser» vino a ocupar el pri mer plano el «devenir», la progresión en el tiempo enca minada a un fin. Que el sistema tonal y la polifonía como proceso pueden entenderse como estratos sobrepuestos de la música es tan innegable como el hecho de que también la monodia con tiene, como acontecer en el tiempo, un momento de proce so. Pero, en primer lugar, el rasgo teleológico que caracteri za la polifonía desde el siglo x i i es significativo y revelador, desde el punto de vista de la historia de las ideas, precisa mente porque no es algo evidente de por sí: tal como de cíamos, las notas consonantes también se pueden simple mente yuxtaponer, estableciéndose el nexo entre ellas ex clusivamente por la melodía o las modulaciones de la voz. Y, en segundo lugar, la evolución de las ideas no es, en gran parte, una historia de descubrimientos, en el sentido radi cal del término, sino de cambios de acento: difícilmente se puede desdeñar, como carente de importancia, el hecho de que la teoría de la monodia se ocupara en primer lugar del sistema tonal y sólo tardíamente de las progresiones tona les, mientras que la teoría de la polifonía se centraba en las 45 progresiones de intervalos, tratando el sistema de interva los sólo a modo de introducción. Entre los cambios de acento cuya importancia histórica no se ha de subestimar figura también— como fase evolu tiva siguiente, en cierto modo, después de la transición del paradigma monódico al polifónico— una transformación profunda de la relación entre las reglas de composición y las obras que éstas regulaban. E l que las reglas guarden con la obra una relación de medio a fin, y no hayan de te nerse apenas en cuenta en el análisis y la interpretación de las obras, por obvias y por subalternas, como creía Robert Schumann, no fue el parecer de épocas anteriores. El tér mino «composición», que en un principio designaba el ofi cio que el compositor ejerce y las reglas del oficio por las que se guía, pasó paulatinamente a ser denominación del artefacto que el compositor produce. Ese cambio de sig nificado— que no eliminó la acepción más antigua, pero la relegó al ámbito pedagógico de la «teoría de la composi ción»— implica nada menos que el hecho de que el códi go de reglas, en lugar de constituir la sustancia de la tradi ción musical— y, por ende, del concepto mismo de músi ca— , quedó rebajado a mero medio auxiliar para la confec ción de las obras, que pasaban a ser lo único que contaba. La diferencia entre contemplar las reglas de composición como fundamento y soporte de las obras o bien como he rramienta que se utiliza y al final se deja de lado puede pa recer un mero recambio de metáforas que poco o nada al tera a la cosa misma. Pero lo importante de esa diferencia se muestra en el hecho de que en épocas anteriores fueron las reglas de composición las que perduraban durante largo tiempo y las obras, en cambio, se olvidaban rápidamente, pero que posteriormente la relación quedó invertida, por cuanto las obras— al menos las que sobresalían— se man C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y T R A D I C I Ó N E U R O P E A 4 6 C A R L D A H L H A U S tenían en el repertorio, mientras que las reglas de compo sición sufrieron un proceso de transformación acelerada, hasta que en la Nueva Música del siglo X X se llegó al pun to de que, en el fondo, para cada obra individual se ha de inventar la técnica que le subyace. El concepto de obra— que durante un tiempo estuvo ex puesto a la sospecha de haber quedado anticuado y cadu co, pero que entretanto, al parecer, se ha reinstaurado— tardó varios siglos en llegar a ser aquella diferenciada cate goría estética y técnico-compositiva que se nos presenta desde finales del siglo x v m en adelante; sería arbitrario elegir alguna de las fases evolutivas anteriores o posterio res como momento histórico del «nacimiento» del concep to de obra. (Si la esencia de una cosa se manifiesta ya en el origen o solamente al llegar a algún point de la perfection posterior, es controversia cuyo fin no está a la vista). Lla mar «obra» un motete de Machaut no es ningún anacro nismo, pero, por otra parte, no se puede negar que la idea de un todo autónomo, fundado en su riqueza de relaciones internas, que desde entonces se considera constitutiva del concepto de obra— o por lo menos del concepto clásico— , no es anterior a su formulación por Karl Philipp Moritz, en la década de 1780. El concepto enfático de obra que es propio de los si glos x v m , x i x y x x se apoya, en primer lugar, en una teo ría del arte que es primeramente estética; en segundo lugar, en un concepto de la forma musical que parte de la música instrumental, y, en tercer lugar, en un concepto de la histo ria cuya sustancia es la relación dialéctica entre la idea de lo clásico y los principios del historicismo. El concepto de obra de la estética se funda, por un lado, en el pensamiento formal elevado a conciencia por Karl Philipp Moritz (y practicado sin teoría en épocas anterio 4 7 C O N C E P T O D E M Ú S I C A Y T R A D I C I Ó N E U R O P E A res) y, por otro, en la noción de originalidad, cuya preten sión enfática de ser condición de autenticidad en arte se im puso a la conciencia pública con sorprendente rapidez a fi nales del siglo x v i i i . Los rasgos de originalidad o novedad no siempre coinciden con una subjetividad que se expre sa en la obra (pues la «autenticidad» de la expresión sub jetiva no excluye la producción de kitsch, y el camino a los propios adentros no pocas veces saca a luz la mera conven ción) . Pero su coincidencia legitimaba lo sustancial del arte en una época que trataba todavía de aunar progreso y sub jetividad en lugar de disociarlos (en un progreso «aliena do» y una subjetividad retraída en sí misma). Desde el punto de vista histórico, la idea de originali dad suele pasar por ser el opuesto excluyente de la poéti ca de reglas. Pero, en rigor, las reglas no se abandonaron, sólo cambiaron de función y de estatus teórico. A juicio de Johann Joseph Fux (Gradus ad Parnassum, 1725), las nor mas de la composición estricta eran el fundamento inamo vible de la composición, en cambio, las diversas clases de licencias que permitía la composición libre eran otras tan tas posibilidades de desarrollar estilos variables, sucesivos o coexistentes. Por consiguiente, las «maneras de escribir», en las que se manifiesta el espíritu de una época, de un gé nero o de una individualidad, son fenómenos intercambia bles de superficie, mientras que las reglas de la composición estricta expresan en conceptos una estructura fundamen tal invariable de la polifonía artística. Desde finales del si glo x v i i i se acentuó, por el contrario, el «devenir» histórico en lugar del «ser» dado por naturaleza: la composición es tricta dejó de ser fundamento y base de la composición para quedar en mero estado inicial de los ejercicios polifónicos; y el estilo cambiante, individual o de época, ascendió— pre cisamente en su condición de histórico y transitorio— de 4 8 C A R L D A H L H A U S forma secundaria y fenoménica a forma primaria y esencial. La noción de forma musical, que encontró su expresión paradigmática en la forma de la sonata de Haydn, se desa rrolló casi al mismo tiempo que la teoría estética de Karl Philipp Moritz, que deducía la totalidad autónoma de la obra de arte de su riqueza de relaciones internas. Sin em bargo, ni el teórico estético era consciente de la realización musical de su idea, ni el compositor era consciente de la fundamentación estética de su concepto. (La ausencia de relación empírica entre lo intelectualmente análogo es el problema central de la historia de las ideas). La forma musical se ha definido, por un lado, como el tratamiento de un tema en «lenguaje musical o discurso en sonidos» (Johann Mattheson) y, por otro, como arquitectu ra sonora (la metáfora arquitectónica partía en un principio
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