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Tomás Alvira Pierre Bayle PENSAMIENTOS DIVERSOS SOBRE EL COMETA CRITICA FILOSOFICA E. M. E. S. A. Colección Crftlca Filosófica Director: Luis Clavell Editorial Magisterio Español, S. A. Ouevedo, 1. 3 y 5, y Cervantes, 18. Madrld-14 Copyright © 1978 by Editorial Magisterio Español, S.A. Depósito legal: To. 886-1977 I.S.B.N.: 84-265-5314-1 Prlnted in Spain Impreso en Artes Gráficas Toledo, S.A. Polígono Industrial de Toledo INTRODUCCION VIDA Y SIGNIFICADO DE PIERRE BAYLE I A cualquiera que no esté excesivamente familiari zado con la historia filosófica del Iluminismo y de sus precedentes, el nombre de Pierre Bayle podría pasar poco menos que inadvertido. Quizá por esto sorprenda aún más la alta valoración que, dos siglos después, le iba a conceder Marx, y que se puede reflejar en el si guiente juicio: «El hombre que hizo perder teórica mente todo crédito a la metafísica del siglo xvn y a toda la metafísica en general fue Pierre B a y l e » S e tiene aquí una señal del interés que puede suscitar este oscuro filósofo francés, con la esperanza de encontrar en su pensamiento algo que justifique los cálidos elo gios que le han prodigado Marx, Feuerbach y tantos otros forjadores del «pensamiento moderno» desde el Iluminismo hasta nuestros días. Pierre Bayle nació en Carla, una pequeña aldea de la Francia meridional, perteneciente al condado de Foix, el 18 de noviembre de 1647. Su padre —pastor protes tante de Carla— le instruyó en el conocimiento del latín y del griego, y le dio la oportunidad de leer los ' K. Marx, Die Heilige Familie, c VI, § 2, en «Karl Marx- F. Engets Werke». Berlín, 1958, Bd II, p. 134. 10 Introducción autores que componían su exigua biblioteca: Montaigne, Plutarco, algunos clásicos latinos y griegos, y los más comunes teólogos protestantes del siglo xvi. En no viembre del 68, a los 21 años, comienza a asistir de modo estable a la Academia reformada de Puylaurens, en donde ya había estudiado durante un breve espacio de tiempo, dos años antes. Poco después abandona Puylaurens, y se va a Toulouse, en donde se inscribe como alumno externo en el Colegio de los Jesuítas. La lectura de libros de controversias entre católicos y protestantes, que ya había iniciado años antes, ter mina por decidirle a convertirse al catolicismo, cosa que hace al mes de su llegada a Toulouse. Su familia rompe con él, pero una pensión del obispo de Rieux le permite subsistir. En agosto de 1670, Bayle se gradúa como bachiller en Artes, y sostiene brillantemente en público una serie de tesis dedicadas a la Virgen María. Exactamente quince días más tarde huye a Mazéres, donde abjura del catolicismo para reingresar en la Iglesia reformada. Desde allí se ve obligado a huir precipitadamente a Ginebra, ya que su condición de relapsus le hacía objeto de la persecución desencade nada en Francia contra los hugonotes. Sostenido económicamente por su familia, allí ter mina de aprender bien el latín y el griego, y completa sus estudios de la teología protestante. Después de ejercer como preceptor entre algunas familias nobles, puede por fin volver a Francia, ayudado por su amigo Basnage, que le encuentra una familia en Rouen, donde poder seguir ganándose la vida como preceptor. Para no levantar sospechas, se cambia la ortografía del apellido, figurando momentáneamente como Bélc. En marzo de 1675 llega a París. Pocos meses más tarde gana una plaza de profesor de filosofía, puesta a concurso por la Academia reformada de Sedan. Perma nece allí seis años, hasta que en julio de 1681 se cierra la Academia, y debe huir de Francia por segunda vez. Introducción 11 Durante esos años académicos tiene ocasión de leer por primera vez las obras de Malebranche y de Spinoza. Se refugia en Rotterdam, lugar que ya no abandonará hasta su muerte. En Holanda habían encontrado asilo buena parte de los hugonotes expulsados de Francia por aquel entonces. Bayle enseñará en «L'Ecole Illus- trée» junto con otros profesores que, como él, pro venían de Sedan. En la primavera de 1684 funda una revista mensual de crítica literaria, impresa en Ho landa, pero destinada a venderse en Francia, que lle vaba por título Nouvetles de la Republique des Lettres. Antes de su llegada a Rotterdam no había conse guido publicar nada. Desde ese momento hasta su muerte —producida por una tuberculosis el 28 de di ciembre de 1706— logrará publicar varias obras —con bastante éxito incluso—, entre las que destacan por su importancia e influjo el Dictionnaire Critique et Histo- rique y sus Pensées diverses sur la cométe. Es precisamente a través de estos Pensées —la pri mera obra que salió de su pluma— como vamos a ana lizar el pensamiento de Pierre Bayle. Merece la pena conocer —aunque sólo sea someramente— las vicisi tudes por las que tuvo que pasar su obra hasta llegar a ser letra impresa, vicisitudes estrechamente ligadas a la vida del autor, que nos servirán para conocer al gunos rasgos de su personalidad. Según explica el mismo Bayle en el prefacio de la tercera edición de su obra, el motivo de poner por escrito sus largos devaneos especulativos acerca de la inocuidad de los cometas lo encontró en la cantidad de preguntas que le dirigían personas de todo tipo, alarmadas, cuando no presas del pánico, sobre el signi ficado y las posibles repercusiones negativas del co meta avistado en buena parte de Europa a finales de diciembre de 1680. Una vez reclamada su atención para meditar sobre estos asuntos, Bayle decidió poner por escrito sus re flexiones en una carta dirigida al «Mercure Galant». 12 Introducción Pero «la abundancia de la materia no me permitió —señalará Bayle— ser lo suficientemente breve, obli gándome a tomar otras medidas; es decir, a considerar mi carta como una obra que habría que publicar apar te »2. Las frecuentes digresiones habían ido engrosando el volumen de la carta, llegando a convertirla en una larguísima epístola, que Bayle quiso sellar con el ano nimato. Persistiendo en su primitiva idea de dar publicidad al escrito —aunque no a su autor—, decide enviar el original al editor del «Mercure Galant», Monsieur de Visé, para que él tramitara el privilegio real sin el cual nada podía publicarse en Francia. De Visé con serva durante algún tiempo el manuscrito, descono ciendo el nombre del verdadero autor. Más tarde, cuando Bayle pide noticias de la obra, le responden que sería necesario que algún doctor la leyese: sin esta revisión previa jamás llegaría a obtener el privilegio del rey. Bayle desiste ante las dificultades. Su abandono coincide con su precipitada huida de Francia, malo grándose asi definitivamente sus deseos de que la obra se publicase en París. Los planes iniciales para la publicación de la obra incluían un dato de gran interés: el desconocido autor * «L ’abondance de la matiére ne me permit pas d'étre assez court. et me contraignit i prendre d'autres mesures; c'est á dirc. k considérer ma lettre comme un Ouvrage quil faudroit publier k pan» (I , p. 15, Un. 31-34). Los textos de Bayle se citan por la edición crítica de A. Prat: Pensies diverses sur la comité, Société des textes français modernes, Librairie E. Droz, París, 1939, 2 vol., 2.a ed. 369 + 328 pp. El texto reproducido es el de la segunda edición de la obra de Bayle (R. Leers, Rotterdam, 1683), pero recogiendo también las variaciones de la primera y tercera edición. No nos consta ninguna traducción castellana de los Pensies Diverses. A pie de página ofrecemos la versión original de los párrafos que trascribimos en castellano en el texto. En esta edición no se han introducido modificaciones ortográficas; de ahí que la ortografía de los textos difiera bastante en oca siones del francés actual. Introducción 13 se hacía pasar por católico romano. ¿Cuáles eran las causas que motivaban esta suplantación de persona lidad? Dejando el análisis de los posibles motivos rea les, atendamos de momento a la explicaciónque nos da el mismo Bayle: «Esta conducta era absolutamente necesaria para cualquiera que desease imprimir algo en París»3. Curiosamente, sin embargo, y en contradic ción con lo expuesto, nuestro autor no cambiaría de actitud, cuando poco tiempo después, lejos de París, en Rotterdam, llegaría por fin a publicar su Lettre sur la cométe. En efecto, poco después de su llegada a Rotter dam, entrega el manuscrito de su obra al librero Leers, que lo acepta. El libro termina de imprimirse el 11 de marzo de 1682, y aparece bajo el siguiente tí tulo: Lettre á Ai. L. A. D. C., Docteur de Sorbone, ou ¡1 est prouvé par plusieurs raisons tirées de la Philosophie et de la Théologie, que les Cométes ne sont point le présage d’aucun malheur. Bayle sigue ocultando su identidad, y precisamente por esto —si hemos de hacer caso a su testimonio— mantiene el estilo de católico romano: «Como tomé toda clase de precauciones para no ser reconocido autor de esta carta sobre los cometas, que fue impresa en Holanda poco tiempo después de mi llegada, no cambié nada del lenguaje en el que me había expresado. Creí que nada sería más propio que ese lenguaje para que se juzgase que la carta sobre los cometas no era el escrito de un hombre que había salido de Francia por causa de la religión»4. A pesar de todo, el pretendido 3 «Cette conduite étoit absolument necessaire á quiconque se vouloit faire imprimer & París» <1, p. 16, Un. 55-57). * «Comme je pris toutes sortes de precautions pour n'etre pas reconnu l’Auteur de cette Lettre sur Ies Cométes, qui fut im primée en Hollande peu de mois apres mon arrivée, je ne changeai ríen dans le langage dont j'ai parlé. Je crus que rien ne seroit plus propre qu'un tel langage a faire juger que la lettre sur les Cométes n’étoit point l ’Ecrit d'un homme sorti de France pour la Religión» (1, p. 16, lín. 59-66). 14 Introducción anonimato inicial de este libro no va a ser un mero episodio en el conjunto de la obra de Bayle; por el contrario, se repetirá con frecuencia. Así, la Refutation de l ’Histoire du Calvinisme du P. Maimbourg, La France toute catholique, Le Commentaire historique y el Avis awc Réfugiés aparecerán todas sin nombre de autor o bajo un falso nombre. En varias ocasiones utilizará la argucia de la que hace uso en su Lettre sur les cométes: advertir al lector, en un aviso previo, que el escrito que está a punto de leer es algo que ha caído fortuitamente en las manos del editor. Un año más tarde se imprime la segunda edición de la obra. Corregida, ordenada y dividida en secciones, aparece ya con una estructura y un título que serán definitivos. Aunque todavía aparecerá una tercera edi ción en vida de Bayle, en 1699, no se introducirá nin guna variación esencial. En consecuencia, en 1683, Bayle ha dejado ya perfilados para siempre sus Pensées diverses écrites a un Docteur de Sorbonne, a l'occasion de la cométe qui parut au ntois de Décembre 1680. Las ásperas polémicas que suscitará su obra y que le supondrán los más duros ataques —especialmente la acusación de ateísmo—, llevados a cabo por cualifica dos exponentes de la escolástica teológica protestante de la época —y muy señaladamente por Jurieu, profe sor como Bayle, primero en Sedan y después en Rotter dam, e insustituible antagonista de tantas disputas—, obligarán a Bayle a publicar en 1694 la Addition aux Pensées diverses, y en 1704, la Continuation des Pensées diverses. Estos añadidos no imitarán en su sustancia el contenido doctrinal de la obra primitiva. En ellos Bayle se defenderá simplemente de las acusaciones recibidas, y volverá a exponer el núcleo de su pensa miento, aunque ahora —y esto sí que es un elemento nuevo— lo hará con menos ambages, como corresponde a quien escribe en nombre propio, sin necesidad de difíciles piruetas retóricas que encubran la personali dad del autor. Introducción 15 En el espacio de tiempo que va entre la primera y la segunda edición de los Pensées, los esfuerzos de Bayle por mantenerse en el anonimato se echan a perder. Bayle fue desvelando su paternidad de la obra poco a poco y con muchas cautelas, empezando por los más íntimos. A su hermano pequeño le escribe en octubre de 1682: «Por lo que se refiere a la carta sobre los cometas, os quiero advertir sub sigj.Uo confessionis que yo soy su autor. No ha sido efectivamente enviada a un doctor de la Sorbona, pero yo he tenido en vista un doctor de esta Facultad, cuyo nombre responde a las iniciales que he hecho poner en el tituló, con el cual hice mi filosofía y que yo encontré en París hace dos años»5. Con el paso del tiempo el editor Leers llega a conocer el nombre del verdadero autor. Como conse cuencia, en la segunda edición el título de la obra apa rece ya precedido del nombre de Pierre Bayle. Atendiendo a las explicaciones mencionadas anterior mente, podría esperarse un cambio en el lenguaje de la obra; quien la escribe, en efecto, era protestante y no católico. Sin embargo, Bayle preferirá continuar la farsa. Ante semejante postura, la honestidad de las intenciones de nuestro autor podría quedar en entre dicho. Si el fin de este escrito de Bayle —como casi unánimemente ha sido reconocido por todos, sea en tono de reproche, sea en tono de alabanza— es el de convencer al lector de la inutilidad de toda fe revelada, el juicio sobre esta suplantación de personalidad por parte de Bayle debería ser mucho más grave. La obra de Bayle está impregnada de una cierta ambigüedad y de un tono escéptico en la expresión. 5 «Pour la lettre des Cométes, je vous avoüerai sub sigillo con fessionis que j'en suis l’Auteur. Elle n*a pas été effectivement envoiée a un Docteur de Sorbonne, mais j ’ai eu en vue un docteur de cette Faculté dont le nom répond aux lettres que j ’ai fait mettre au titre, avec que j ’ai fait ma Philosophie et que je trouvais a París il y a deux ans» (Lettre a son frite cadet, 3 octobre 1682). 16 Introducción Sin embargo, el poso que la lectura de la obra deja en el ánimo del lector no le lleva a la incertidumbre, a la suspensión del juicio en materia de fe revelada, sino, por el contrario, le conduce suave pero categórica mente al ateísmo. Aunque la formulación inicial del pensamiento bayleano sea expresada con términos ne gativos: el ateísmo no es peor que la idolatría, la con clusión final se expresa con términos positivos en su enunciado, y más corrosivos en sus consecuencias: el ateísmo es compatible con una vida moral recta. Para llegar a esta conclusión, Bayle ha procedido gradualmente. Del no es peor el ateísmo que la ido latría se pasa a que es peor la idolatría que el ateísmo; de aquí —y teniendo en cuenta que para la tradición libertina, idolatría o superstición eran sinónimos de religión en general— se pasa a afirmar que el ateísmo es inofensivo, y que si la religión es incapaz de regular la conducta moral del hombre, un ateo, en cambio, podría ser una persona recta, de acuerdo con cierta honestidad natural. Con estas premisas, la conclusión del lector no podía ser otra que la de considerar más favorablemente al ateísmo, así como una insanable fractura entre religión y moral, con la consiguiente reivindicación de la esfera ética como algo autónomo, desligada de Dios y fundada únicamente sobre la natu raleza racional del hombre. Todas estas conclusiones irritarían profundamente a Bayle, como de hecho causaron su estupor las frecuen tes acusaciones de ateísmo recibidas ya en vida. Bayle se presentaba a sí mismo como un hombre profunda mente religioso y creyente. Pero, como protestante que era, estaba abocado en cierto modo a terminar por deshacer los equívocos implícitos en la doctrina lute rana de la fe fiducial, estableciendo la más completa incomunicación entre la fe y la razón. Si a esto aña dimos una concepción errada acerca del estado actual de la naturaleza humana, que —suponiendo insanables las heridas del pecado— sumía al hombre en la más Introducción17 completa corrupción, habremos obtenido los datos ne cesarios para entender el meollo de las justificaciones que Bayle argüía con respecto a su fe. En efecto, a los que le acusaban de ateísmo, Bayle repetía una y otra vez que volviesen a leer su libro con atención: cuando habla de ateos moralmente buenos se está refi riendo —y en esto contradice abiertamente la doctrina católica que afirma la imposibilidad de una tal igno rancia no culpable— a los que inculpablemente des conocen a Dios; cuando habla de la incapacidad de la religión sobrenatural para dirigir la conducta, exceptúa a aquellos que, predestinados por Dios, reciben una gracia eficacísima del Espíritu Santo; -las pasiones de una naturaleza totalmente corrompida, en cambio, di rigen la conducta del hombre no predestinado, cuya fe es necesariamente inútil a la hora de sujetar esas pa siones. Sólo una formación protestante y más concreta mente calvinista podía justificar los distingos que tan débilmente fundaban sus profesiones de fe ante las gra ves —y mucho mejor fundadas— acusaciones de ateísmo. Es difícil dar un juicio sobre las intenciones del que se ha dado en llamar el filósofo de Rotterdam. Recor dando la distinción clásica entre el fin del que obra y el fin de la obra, podríamos decir que el primero es, en nuestro autor, mucho más oscuro que el segundo. El fin de la obra —lo hemos dicho ya, y esto es algo que nunca nadie ha negado— es deletéreo para la re ligión y la fe sobrenatural. El fin del autor ha sido ob jeto de algunas controversias. Sin embargo, uno de los más importantes estudiosos de la vida y de la obra de Pierre Bayle las ha enjuiciado muy tajantemente en estos términos: «La sinceridad del cristianismo de Montaigne ha sido apreciada muy diversamente según los intérpretes. La de Bayle no ha sido tomada en serio por nadie» *. * E. Labrousse, Pierre Bayle et l'instrument critique, Seghers, París, 1965, p. 57. 18 Introducción Repasemos brevemente cómo responden los ilumi- nistas del siglo x v i i i ante la obra de Bayle. La conver gencia de opiniones será señal ineludible de que la tesis de Bayle pasará a la historia tal como la interpre taron sus opositores, y no como vanamente trató él mismo de explicar7 *. Atendiendo a lo que Bayle escri bió, no hay motivo alguno para descalificar el juicio que la historia ha dado. Unos, como Toland o el Barón d’Holbach, aplaudirán a Bayle por haber demostrado que el ateísmo no puede llevar a los hombres al mal. Otros, como Voltaire*, Montesquieu o Rousseau, criticarán duramente a Bayle sus tesis de la posibilidad de una sociedad de ateos moralmente virtuosos. Leibniz, en fin, dedicará su Theodicea a rebatir la absoluta separación entre fe y razón establecida por Bayle. Superado el siglo de las luces, otros, como Feuerbach y Marx, concentrarán su atención en el ateísmo y en la disolución de la re ligión en moralidad racional operada por el filósofo francés. Como se señalaba al principio, el juicio histó rico sobre Bayle ofrece una diversidad de valoraciones que giran todas alrededor de una uniforme interpreta ción de fondo. Esta interpretación común no es otra que la del ateísmo. Es innegable que Bayle ha ejercido una influencia decisiva en la formación del ateísmo moderno, influen 7 «II n'est done pas étonnant que la thése de Bayle ait tout de suite suscité un incendie et que l’Auteur ait été explicitement accusé d’atheisrae. Cela le mit au comble de l'indignation et pour se disculper il écrivit la longue Addition et l'Aide-mémoire qu’il envoya a toutes les universités: cependant sa thése passa a l’histoire suivant l'interprétation de ses opposants, et Bayle a ainsi été consideré comme le premier apologéte modeme de l'atheisme» (C. Fabro, Génese historique de Vatheisme philo- sophique contemporain. p. 49). * Sobre los cambios de posición de Voltaire con respecto a Bayle, vid. Masson, H. T., Pierre Bayle and Voltaire. Oxford U. P.. 1965. Introducción 19 cia que, según C. Fabro —uno de los que con más rigor y amplitud han estudiado este fenómeno—, no es me nor en modo alguno a la ejercida por Spinoza, Hobbes o Locke9. Bayle, con su establecimiento de una radical distinción entre moral y religión, dejaba abierto el ca mino a la negación de la religión sobrenatural por parte del deísmo, como paso intermedio que encami naba necesariamente a la negación de toda religión. ¿A partir de qué presupuestos se realizó esta gran operación, que tenía como fin el derribo de lo sobre natural y su reducción a lo meramente humano y na tural, y que prefiguraba con dos siglos de anticipación el pensamiento antropocéntrico de Feuerbach? La espe culación bayleana se vuelve hacia Descartes como único punto de partida, verdadero analogado principal por referencia al cual las corrientes del «pensamiento mo derno» pueden decirse semejantes, en medio de su va riedad. Bayle no conoce otra metafísica que la cartesiana, en la que el cogito, como voluntaria autoposición de la conciencia, había operado un verdadero golpe de mano, intercambiando —con asombroso desprecio por la natu raleza de la misma realidad— los papeles entre el pen samiento y el ser, al otorgar a aquél la primacía meta física que corresponde a éste. La duda convertida en principio metódico, la verdad reducida a certeza, el yo pienso, luego existo elevado a principio originante del saber: he aquí las coordenadas cartesianas de las que partían los razonamientos de Bayle. Este bagaje intelectual, impregnado por la inherente actitud hipercrítica de fondo, favorecido por su agilidad de espíritu y por su ingenio —propios, al decir de 9 «La importancia y la influencia de Bayle en la formación del racionalismo y del ateísmo moderno puede reconocerse como decisiva y no inferior a la de Spinoza, Hobbes, Locke» (C. Fabro, lntroduiione aíl'ateismo moderno, Studium, Roma, 1969, voL I, p. 201). 20 Introducción Hazard, de su procedencia meridional10—, van a con figurar a Bayle como el más eximio precursor del siglo de las luces, en cuyo umbral le sorprendió la muerte u. El fenómeno de crisis —universalmente reconocido— por el que atraviesa nuestra sociedad es un reflejo prác tico de ese complejo cuadro de ideas que empezaron a desarrollarse a partir del método cartesiano, con largas y variadas ramificaciones. Si queremos escla recer el panorama es necesario localizar una a una las ideas que lo componen, tratando de descubrir su filia ción, pues todas tienen un punto de partida concreto y determinado. Remontando el curso del río hacia sus orígenes, nos vamos topando con los hitos fundamen tales que han ido formando el complicado ovillo de la filosofía «moderna», que hoy ya no es sólo filosofía, sino divulgación e ideología. ¿Cuál es la original aportación de Bayle en este enre vesado conjunto? Al parecer, su excluyente separación entre moral y religión, que hasta entonces nadie había imaginado. El convencimiento que muchas personas tienen hoy día de que la religión se refiere a Dios y, en cambio, la moral se refiere a nuestro recto compor tamiento en el seno de la sociedad, es la exacta tras posición al siglo xx de la tesis bayleana. Si deseamos encontrar en el pasado la partida de nacimiento de una idea tan arraigada en nuestros días como es la de la posibilidad de que los ateos se conduzcan con rectitud ■o «Meridional chas sé vers le nord, córame tant d’autres, qui ont apporté la-bas leur agilité d'esprit, leur gofit des idées, leur rudesse de caractére. et leur incroyable vitalité» (P. H azard, La crise de la conscience européenne 1680-1715, Fayard, París, 1961, p. 90). ti «C'est surtout par son plaidoyer multiforme, et d'une inge- niosité ¡népuisable, en faveur de la tolérance que Bayle est trés visiblement un avant-coureur des luraiéres: le fanatisme —et la crédulité qui lui fournit sa justification théorique— son décrits, analysés, ridiculisés, vilipendes avec une verve intarissable et une obstinationqui fait songer a celle du vieux Catón et a son delenda est Carthago» (E . L abboussb, op. cit., p . 17). Introducción 21 moral, debemos volver la vista atrás y concentrar nuestra atención en los «Pensamientos diversos» de Pierre Bayle. Y todo esto con independencia de que las intenciones del filósofo de Rotterdam incluyeran o no el poderoso alcance de su obra. «Las ideas, en efecto, son como las flechas, que, una vez lanzadas, no siguen siempre la in tención de quien las ha lanzado, sino que corren según el empuje y la trayectoria propia de su carga energé tica» ,2. 12 12 C. Fabro, Introduzione alVateísmo moderno, I , p . 206. RESUMEN DE LOS «PENSAMIENTOS DIVERSOS» II Bayle ha dirígido sus «Pensamientos diversos» a un doctor de la Sorbona, y los ha puesto por escrito en forma epistolar. El resultado es una larguísima carta, interrumpida en diversas ocasiones y fechada en cada interrupción. Al final —como él mismo explica—, Bayle dividió su escrito en 263 secciones, por lo general bas tante breves y muchas de ellas completadas con un título, para facilitar así su lectura. El propósito de la obra es aparentemente inofensivo, casi aséptico. El mismo título no induciría a casi nadie a pensar que a lo largo de sus páginas iban a desfilar los temas fundamentales —metafísicos, teológicos y morales— de los que depende el sentido mismo de la existencia del hombre sobre la tierra. El motivo del que la obra toma ocasión, la aparición de un cometa en el cielo europeo a finales de diciembre de 1680, no parecería a simple vista justificar el tratamiento de tan graves e importantes cuestiones como la existencia de Dios y su Providencia, la dependencia del hombre con Dios, el problema del ateísmo y la religión, los funda mentos de la moral, etc. 24 Introducción El primer contacto con el escrito de Bayle no per mite adivinar el desenlace que el autor va a dar a su tímido comienzo. El problema abordado parece estar circunscrito a esto: la aparición de los cometas pro ducen un gran revuelo entre los pueblos; se les consi dera presagios de mal augurio, de calamidades sin fin, y, en consecuencia, cunde precipitadamente el pánico entre la gente. Sin embargo, todo esto es producto de un miedo irreflexivo que proviene de la ignorancia — favo recida por una infausta tradición— de la verdadera naturaleza de estos fenómenos astrales. 1. ACERCA DE LA INOCUIDAD DE LOS COMETAS De momento, la finalidad de Bayle parece concen trarse exclusivamente en demostrar cómo los cometas no pueden ser presagios de desventuras. Y esto por dos razones: la primera es que los cometas no pueden ser causa eficiente de los males que ocurren sobre la tierra; la segunda es que ni siquiera pueden ser signos de estos mismos males. En primer lugar, Bayle sostiene que, en base a la experiencia, es imposible afirmar una influencia de los cometas sobre los sucesos que ocurren en la tierra. Al tener los cuerpos una esfera reducida de actividad, no cabe decir que las exhalaciones que producen estos cuerpos astrales tan distantes puedan tener eficacia al guna sobre nuestro planeta. La experiencia puede señalar, todo lo más, que al gunas de las veces que han aparecido cometas en el cielo grandes males han aquejado a la humanidad; lo cual está lejos de probar que los cometas sean la causa de estos males. Afirmar esto sería simplemente caer en el sofisma post hoc, ergo propter hoc, y podría con razón parangonarse a la cándida ingenuidad de una persona que, asomándose a la ventana y viendo pasar mucha gente, pensase que la causa de que la gente Introducción 25 pasee por la calle es que él se ha asomado a la ventana. Por otra parte, la experiencia indica con claridad que las desgracias se suceden entre los hombres con más o menos intensidad, con más o menos frecuencia, inde pendientemente de la aparición de cometas en el cielo. El amplio crédito —continúa Bayle— que por lo ge neral los hombres han otorgado y otorgan a la nefasta influencia de los cometas es producto de la astrologia judiciaria, conjunto de supercherías y supersticiones paganas que han dado origen a una larga tradición entre los hombres. Estos, propensos como son a una credi bilidad ingenua y acrítica, han elevado a rango de principio el falso dicho popular vox populi, vox Dei. Nada más fácil que demostrar en base a la historia la independencia entre la aparición de los cometas y los hechos que han sucedido en el mundo después de su aparición. La historia europea, inmediatamente pos terior a los cometas aparecidos en 1652 y 1665, será detalladamente expuesta por Bayle como prueba de su afirmación. Al final se concluirá que las muchas gue rras acaecidas en estas épocas han sido provocadas única y exclusivamente por las voluntades libres de los hombres, y que un balance global de todas ellas arroja una valoración más bien positiva que negativa. Pero los cometas —como ya se señalaba al princi pio— no sólo no causan el mal, sino que tampoco lo significan. Ni son signos naturales, ya que para eso deberían ser causas; ni son signos artificiales institui dos por Dios, ya que no tenemos ninguna revelación en este sentido. Para estar investidos de capacidad significativa. Dios les debería haber impreso ciertos caracteres particulares que les hiciesen ser tales, y que justificasen a quienes sostienen que son presagios de mal augurio, a la vez que tomase inexcusables a quienes no los creen. Dios, desproveyéndolos de toda marca propia de un prodigio significativo, les da, por el con trarío, un carácter de universalidad que les despoja por 26 Introducción sí solos de toda cualidad de signos, pues Dios nunca ha querido cubrir la entera faz de la tierra de calami dades, ni ha producido nunca señales de un designio semejante. ¿Cómo se explicaría, de otro modo, que mientras los cometas desolaban —al decir de algunos— toda Francia con guerras civiles, el rey de España pu diese añadir Portugal y Las Indias a su Imperio, lle gando a gobernar el mundo con su pluma? La última posibilidad para sostener la facultad signi ficativa de los cometas sería la de asignarles un origen milagroso. Pero concluir esto supondría una terrible impiedad, ya que habitualmente la aparición de estos fenómenos astrales fomenta la idolatría entre los hombres. 2. LA IDOLATRIA COMO UNICO VERDADERO MAL Admitiendo la hipótesis de la formación milagrosa de los cometas —sigue diciendo Bayle— llegaríamos a esta grave incongruencia: Dios forma milagrosamente los cometas para advertir a la humanidad de los males que le sobrevendrán si no se arrepiente de su mala conducta; sin embargo, es algo demostrado para Bayle que cada vez que los hombres han avistado un cometa en los cielos se han multiplicado en la tierra los actos de idolatría. La superstición ha llevado a los paganos —instigados por el demonio, que es quien más pro vecho saca de cualquier fenómeno natural más o menos prodigioso, real o supuesto— a reconocer en los co metas signos de la cólera divina y a intentar aplacarla mediante la intensificación de su culto idolátrico: cons trucción de nuevos templos y altares, sacrificios —in cluso humanos—, orgías abominables, etc. La conclusión que extrae Bayle es clara: si Dios fuese el autor de estos milagros habría que decir que Dios mismo favorece la superstición y la actividad satánica, lo cual es absurdo. Introducción 27 De este status quaestionis toma inicio un largo y ambiguo razonamiento, que desembocará en una valo ración positiva del ateísmo desde el punto de vista moral. Para eso se empieza por destacar una y otra vez que no hay mal peor ni más odiado por Dios que la idolatría. Ateniéndonos al Antiguo Testamento y a los escritos de los Santos Padres —dirá Bayle—, po demos decir que no hay un error más extenso y fre cuentemente condenado como la idolatría. El culto al demonio —eso es la idolatría en el fondo— es la antí tesis más aberrante del verdadero culto a Dios.Incluso sería mucho peor que el ateísmo a los ojos de Dios, puesto que cualquier persona prefiere ser ignorada a ser malquerida. 3. LA DISCONTINUIDAD ENTRE RAZON Y FE Y LA CORRUPCION DE LA NATURALEZA Afirmada la extrema maldad de la idolatría pagana, Bayle prosigue sus argumentaciones. Su modo de pro ceder no es quizá excesivamente lineal, pero tiene la suficiente coherencia de fondo y la necesaria astucia como para llevar al lector con suavidad —casi imper ceptiblemente— hasta la siguiente tesis: los cristianos tienen la misma prevención que los paganos con res pecto a los cometas, debido sobre todo a la gran admi ración que el cristianismo tiene por la antigüedad. La alta estima que el cristiano tiene por la tradición anti gua ha facilitado la introducción subrepticia de algunos elementos paganos, uno de los cuales sería la aludida pasión por los presagios. El cristiano, por otra parte, no puede encontrar en su fe un escudo contra esta mala inclinación, ya que la fe nada tiene que ver con la razón. La experiencia —continuará Bayle— nos muestra cómo aquellas per sonas que han recibido mucha gracia de Dios y posean una fe grande y fírme son capaces de los más graves 28 Introducción errores especulativos. Esto explica el hecho de que en muchos Padres de la Iglesia se dé una perfecta coexis tencia de un fino entendimiento de las verdades de la religión, mezclado con muchos errores filosóficos pa ganos y, más concretamente, neoplatónicos. El conocimiento que la fe nos da de la naturaleza de Dios y la sólida doctrina de los que nos instruyen nos deberían curar de esta debilidad de creer en los presagios que tan peligrosamente nos inclina hacia la superchería idolátrica. Sin embargo, « l'homme est toújours l ’homme», el fondo de nuestra naturaleza está sujeto a una infinidad de ilusiones, de prejuicios, de pasiones y de vicios, y todo esto hace moralmente imposible que los cristianos no caigan en los mismos desórdenes en los que se precipitan todos los demás hombres. 4. DEL CONOCIMIENTO DE DIOS NO SE DESPREN DE UN OBRAR MORAL BUENO Partiendo de la inocuidad de los cometas, Bayle ha ido poniendo las bases para concluir en la positiva afirmación de otro género de inocuidad, la del ateísmo. En efecto, si la naturaleza humana está completamente corrompida y la religión sobrenatural no es capaz de sanar esta corrupción más que en unos pocos predes tinados, el ateo se encuentra en las mismas condiciones que el idólatra, y aun que el cristiano, a la hora de regular su conducta de acuerdo a la ley moral. Porque ley moral —según Bayle— hay para todos, y todos la pueden conocer, independientemente de que tengan o no fe. La Providencia ha dispuesto que esté al alcance de todos los hombres el que puedan llegar con su razón a conocer los primeros principios, tanto de orden especulativo como moral. El poder coercitivo de los principios de la fe, por muy firmemente que se crean, es nulo en la mayoría Introducción 29 de los hombres. De nada les sirve a los cristianos creer, por ejemplo, que si no viven castamente no entrarán en el reino de los Cielos. Mientras la inmoralidad no sea penada por la ley humana positiva —la única que, en base a la experiencia, podemos afirmar que tiene una cierta capacidad coercitiva—, los hombres no de jarán de seguir sus más bajos instintos. Bayle desaprueba, a continuación, a quien pudiera deducir de lo hasta entonces expuesto que, en realidad, un cristiano que se sienta incapaz de regular mínima mente su conducta de acuerdo con los principios de su fe carecería propiamente de tal fe, o al menos, si la tiene, terminará por perderla. Nada más lejos de la realidad, según nuestro autor. Los pecados de la huma nidad son producto de una caridad fría e inoperante y no de una debilitación de la fe. Se sostiene, en defi nitiva, una incomunicación entre fe y costumbres, religión y moral. 5. UNA NUEVA FUNDAMENTACION DE LA MORAL La mencionada incomunicación no desemboca en Bayle en un pesimismo acerca de las posibilidades de conducir una vida moral, ni siquiera en un escepticismo fluctuante entre moral y religión. La respuesta bayleana está en favor de la moral, de una moral desvinculada de la religión. Descartada la fe sobrenatural como principio eficaz del recto obrar moral, y no admitiendo otro principio efectivo de las acciones humanas que las pasiones, el temperamento, los hábitos contraídos, ¿quién nos mar ca la regla a la que nuestras acciones se deberán con formar para que puedan llamarse buenas? Bayle res ponderá que la razón. Una razón en la que la Providencia General o Naturaleza ha depositado una idea de hones tidad, independiente de cualquier revelación sobreña- 30 Introducción tural. Puesto que la razón humana, la de cualquier hombre, sea creyente o ateo, posee esa idea de hones tidad con la que debe conformar sus acciones, la vida moral es accesible a todos, completamente al margen de la fe. El contenido de esta idea de honestidad se resuelve fundamentalmente en una idea natural de equidad, que dará como resultado una convivencia social armó nica y pacífica. 6. REFLEXIONES FINALES ACERCA DE LOS COMETAS Después de estas extensas digresiones —que for man el núcleo del libro y dan noticia del verdadero mensaje que se quiere transmitir al lector—, Bayle vuelve a ocuparse más directamente del problema de los cometas, cuestión que, de una manera o de otra, no ha llegado nunca a perder de vista. Se vuelven a repasar las principales tesis expuestas hasta el mo mento acerca de la inocuidad de los cometas, y se subraya sobre todo la imposibilidad de su origen mila groso que, como ya se ha dicho, se funda en la incapa cidad que estos fenómenos astrales tienen de ser causas o señales de malos sucesos, y en la positiva y eficaz ocasión que suponen de fomentar la idolatría. Esta parte final de la obra incluye también un largo excursus sobre la situación de los Estados europeos de la época. Toma ocasión para ello de su tesis de que el estudio de los asuntos generales del Estado, de las pasiones e intereses de los príncipes —y no de los cometas que surcan los cielos— es lo único que puede razonablemente fundamentar un cierto pronóstico de lo que va a ocurrir en los años del futuro inmediato. El análisis arroja como resultado que es precisamente el Rey de Francia el que —teniendo en cuenta los fac Introducción 31 tores antes mencionados— posee el porvenir más bri llante de Europa. Esta breve síntesis del contenido de los «Pensées Diverses» necesariamente ha debido dejar a un lado cantidad de matices que, en una obra profunda mente marcada por la ambigüedad, como la de Bayle, no carecen de importancia. Sin embargo, puede bastar para hacerse una idea del núcleo del pensamiento bayleano en esta primera obra suya, y para disponernos mejor a afrontar el análisis crítico de su contenido. AI analizarlo lo iremos exponiendo de nuevo, esta vez de forma más pormenorizada. Como fácilmente se habrá podido observar tras la lectura de este resumen, la temática teológica abunda en la obra de Bayle. De ahí que, tanto en la exposición como en las consideraciones críticas, sea imposible soslayarla. No es extraña, por otra parte, la frecuente presencia de temas más estrictamente teológicos en una obra de carácter metafísico y moral. Esto es casi una constante de todos los escritos de la filosofía postcarte siana, y no por eso dejan de ser en rigor escritos filo sóficos. Bayle, como la mayor parte de los filósofos de la Edad Moderna, adopta con su doctrina una actitud ante la Revelación sobrenatural. Por eso un estudio crítico de los «Pensées Diverses», aunque se trate de hacer —como es el caso— desde un punto de vista metafísico, no puede evitar en algunos casos acudir a la teología. En resumen, cabe decir que Bayle toma ocasión de un fenómeno natural y de sus repercusiones populares para realizar una ofensiva general contra la religión cristiana,desde un punto de vista favorable al ateísmo. Para eso necesitaba caricaturizar la religión y ponerla del lado de la superstición. Nada más lejano a las ense ñanzas de la Iglesia que la creencia en los augurios 32 Introducción astrales, combatida desde los comienzos por los Padres y por todos los Doctores cristianos. Por ejemplo, los capítulos que Santo Tomás dedica en sus obras a de mostrar que los fenómenos celestes no inciden en la actividad libre de los hombres 1 son largos y detalla dos, y dejan las aclaraciones de Bayle en ese sentido a un nivel bastante elemental. Las aprensiones que perviven en Occidente a este res pecto son, ciertamente, residuos de paganismo que suelen revivir allí precisamente donde se produce un proceso de descristianización, como sucede, por ejem plo, con los modernos horóscopos y con bastantes ele mentos de una nueva mitología científica que lleva otra vez a no sujetar las acciones libres de los hombres a la acción de Dios, sino que las hace depender de las transmutaciones corporales y sensibles del mundo de la naturaleza o del propio organismo2. Es cierto, por otra parte, que el siglo x v ii presenció un recrudecimiento de la superstición, combatido espe cialmente por la predicación cristiana de esos tiempos, y es cierto también que ese renacimiento se debió al masivo influjo de la filosofía pagana que se produjo en Europa a partir del siglo xv; análogamente, en los siglos xii y x iii la introducción de los árabes en Occi dente había supuesto también un florecimiento de la astrología supersticiosa, contra la que Santo Tomás tuvo que oponerse vigorosamente, y especialmente con tra los cristianos que defendían esas doctrinas en base a la separación de razón y fe, como, por ejemplo, Siger de Brabante. > Cfr. S. Th„ I. q. 22, a. 3; q. 115, a. 4, II-II, q. 95. a. 5; In I I Sent., d. 15, q. 1, a. 3; C. G„ I I I , cc. 84, 85 y 87; Comp. Theol., cc. 127, 128; In I Periher., lect. 14; De Vertíate, q. 5, a. 10; In V I Metaph., lect. 3, etc. 2 Hoy en día, una sorprendente muestra de esta actitud son, por ejemplo, los llamados bioritmos. Existen centros especiali zados en los que, dando la fecha de nacimiento, confeccionan con computadoras electrónicas y en base a una serie de datos externos como las condiciones atmosféricas de ese día de naci- Introducción 33 Ahora Bayle acusa de superstición a la religión, y sostiene su cartesianismo desde otra renovada sepa ración entre razón y fe. Y es lógico que sea así en cierto modo, pues cuando no se tiene fe y no se quiere, sin embargo, abandonarla abiertamente, el único reme dio es dejarla inoperante en la actividad intelectual y, antes, en la vida. Las respuestas de Bayle son en cierto modo inge nuas. Parece no darse cuenta, por ejemplo, de que una influencia física de los cometas sobre la tierra es po sible, y que eso justifica una cierta aprensión cuando un cometa pasa cerca de la tierra. Pero sabemos tam bién que las conmociones naturales del cielo y de la tierra dependen, en última instancia, de la Providencia de Dios y de sus planes respecto a la vida de los hom bres. El cristiano lo sabe, pero busca la voluntad de Dios no en una libre interpretación de los sucesos de este mundo, sino en las fuentes de la Revelación, pues es allí donde se ha expresado la Voluntad de Dios. Es también algo sorprendente por parte de Bayle el atribuir al cristianismo una admiración acrítica por la antigüedad, cuando la verdad histórica manifiesta que el mensaje cristiano acabó con los errores de los antiguos, que de vez en cuando resucitan cuando las gentes vuelven al paganismo, como sucedió en muchos sectores a partir del Renacimiento. La fe cristiana ha representado, sin duda, el mayor y más eficaz escudo contra los errores especulativos filosóficos y morales, antiguos y modernos, neoplatónicos y de todas las ten dencias, condenándolos en sus diversas manifestaciones fuera de la Iglesia, o dentro de ella como herejías. La miento, los acontecimientos que ocurrieron en el mundo, etc., una especie de calendario de dias favorables para la persona en cuestión. En Suiza, por ejemplo, es más o menos frecuente que alguien que debe someterse a una operación quirúrgica, envíe su bioritmo a la clínica con el fin de que lo tengan en cuenta a la hora de elegir la fecha más apropiada para realizar la intervención. 34 Introducción falta de fe cristiana, en cambio, ha dado lugar a la invasión de todo tipo de doctrinas cuya característica común es la variedad y su poca duración histórica. Pasemos ahora a la exposición detallada de la obra sobre los cometas. Quizá lleguemos a entender al fin lo que se propuso nuestro autor al escribir esta larga epís tola y, a la vez, el verdadero objetivo al que se dirige la obra, que no siempre se identifica con el que dice pretender el autor. Del estudio de los cometas al esta blecimiento de una nueva moral que, prescindiendo de lo sobrenatural, se funda exclusivamente en la razón humana, hay un largo camino. Trataremos de ver cómo lo recorrió Bayle. PENSAMIENTOS DIVERSOS SOBRE EL COMETA LOS PRESUPUESTOS METAFISICOS DEL ATEISMO DE BAYLE 1. CERTEZA RACIONAL Y TRADICION El tema de los cometas tuvo una cierta relevancia a lo largo del siglo xvii. Los europeos encontraron en él un argumento frecuente de conversación y de dispu ta. Las gacetas y revistas de la época están llenas de los más variados ensayos, en prosa y en poesía, acerca de estos fenómenos astrales. Los libros impresos que abordaban esta materia fueron también entonces muy abundantes Apoyándose en el testimonio de esta bibliografía, hay que convenir que los cometas suscitaron sobre todo un gran sentimiento de curiosidad entre los habitantes de la Europa del mil seiscientos. De situaciones masivas de pánico o terror producidas por un cometa no podemos propiamente hablar, si exceptuamos quizá —al decir i Citamos, a modo de ejemplo, algunos de entre los muchos publicados con motivo del cometa de 1680: Dissertation sur les Cométes, de Maujbment de Messange, Abrégé des Observa- tions et des Reflexions sur la Cométe, de M. Cassini, Cometa, de Donato Rossetti, Conservation sur le Cométe, de l'année ¡680, de I. de Fontaney, etc. Con anterioridad, las cometas de 1654, 1665 y 1677, hablan dado ya lugar a una abundante literatura. I 38 P. Bayle: Pensamientos diversos sobre el cometa de algunos cronistas de la época— el cometa aparecido en 1654 2. En cualquier caso, es históricamente irrefutable que el cometa aparecido en 1680 había sido precedido de numerosos estudios que demostraban que se trataba de un fenómeno completamente natural. El ambiente que despertó fue todo lo más de curiosidad, no de pánico. Bayle lo sabia perfectamente, pero le interesaba exa gerar el tema, acentuando que el cometa habría causado un clima de inseguridad y de miedo, para poder descar gar su crítica contra ese ambiente imbuido —según él— de tradiciones populares. Ellas eran en gran parte las causantes de la credulidad de las gentes y, por tanto, de su extremada propensión a temores irracionales. Bayle da comienzo a las páginas de su libro, anali zando la autoridad que debe concederse a los poetas clásicos y a los historiadores. En general, el autor aboga por no otorgar ninguna confianza a las narraciones que nos han legado nuestros predecesores, al menos en todo lo que se refiere a interpretación de hechos. El conjunto de estas narraciones han ido engrosando el patrimonio de las tradiciones populares, y de ese modo los errores más simples han tenido oportunidad de divulgarse muchísimo. Pero la antipatía que Bayle siente por la tradición no es causada por una serie de comprobaciones que manifiesten claramente su papel de posible transmisora de errores entre los hombres; la antipatía está moti vada por una razón a priori, que no es otra que la contenida en la primera regla del método de Descartes: no aceptar nada como verdadero si notiene la carac terística de una idea clara y distinta3. 2 A propósito de este cometa, pedemos leer en la Dissertation sur la nature des Comités, de P. Perrr, escrita en 1665: «Toute l ’Europe fut consternée de peur, je parle du peuple ignorant, jusques á croire á la fin du monde» (p. 82). 2 «C'est done la premiére régle de la methode, celle par laquelle Descartes se propose 'de no recevoir jamais aucune chose pour Los presupuestos metafísicos del ateísmo 39 La tradición humana, como fuente de conocimiento y transmisión de verdades —sujeta a errores, cierta mente— , chocaba frontalmente contra el principio car tesiano de certeza matemática del que Bayle partía. En consecuencia, la tradición debería considerarse siem pre como algo execrable: «El número de seguidores crédulos y perezosos que aumentan de día en día ha dado un nuevo empuje a los otros hombres para des cargarse del esfuerzo de examinar una opinión que consideraban tan general que inmediatamente se per suadían buenamente que había llegado a ser tal gracias a la solidez de las razones que habían servido para establecerla al principio»4. ¿Por qué esta desconfianza hacia la tradición? Sim plemente porque admitir verdades transmitidas por tradición es, para Bayle, menoscabar el ejercicio crítico de la razón pensante, que era —según la herencia carte siana— el regulador único de toda verdad. Este ejercicio crítico debía comenzar, según los pre ceptos del método de Descartes, por poner todo en duda. Así, escribe Bayle que «el error está siempre más del lado de aquellos que afirman, que del lado de aquellos que suspenden el ju icio»1. Según la filosofía racionalista, la actitud inicial del metafísico debía ser la crítica. La inmanencia que inauguraba el racionalismo im ponía este punto de partida metódico. El resultado de vraie qu'il ne la connút évidemment étre telle...’, qui en constitue pour Bayle l ’aipha et l'omega et qu'il embrasse avec une sorte de ferveur» (E. Labrousse, op. cit., pp. 44-45). 4 «Le nombre des sectateurs credules et paresseux s’augmen- tant de jour en jour a été un nouvel engagement aux autres hommes de se delivrer de la peine d'examiner une opinión qu'ils voyoient si generale et qu’ils se persuadoient bonnement n'etre devenue telle que par la solidité des raisons desquelles on s’étoit serví d’abord pour l’etablir» (I. pp. 37-38, Un. 21-27). 5 «Le tort est toujours plutót du coté de ceux qui affirment, que du cóté de ceux qui suspendent leur jugement» (I , p. 52, lin. 9-10). 40 P. Bayle: Pensamientos diversos sobre el cometa la duda que recae sobre todos los entes distintos de mi propia conciencia es la pérdida de la verdad como algo fundado en el ser de las cosas mismas. La evidencia de que las cosas son, es negada y sustituida por la percepción del propio pensar, puesta como verdad inicial, como modelo de evidencia y como método de determinación de la verdad, convertida definitivamente en certeza, en principio axiomático del raciocinio. A partir de esta primera certeza constituyente, la metafísica cartesiana construye una especie de eviden cia racional —que nada tiene que ver con la evidencia de los entes— de tipo deductivo matemático. Según esto, sólo se deberá prestar la adhesión de la certeza a aquellas cosas que la razón deduce del primer prin cipio formal y real a la vez, el cogito. La posibilidad misma de no prestar asentimiento a la evidencia de las cosas y sí al cogito radica simple mente en la voluntad y en su dominio sobre el acto de conocer. «La perfección intelectual propia del conoci miento del ente excede a la que es propia de la po sición del principio de inmanencia por parte de la manifestación: porque el ser del ente es manifiesto (con una cierta imperfección derivada de la imperfec ción con que conocemos la Causa Primera, por la que el ente es); y el principio de inmanencia, como tal principio primero, no es en sí mismo manifiesto. Pero desde el punto de vista de la adhesión que prestamos no es necesariamente más perfecto el primer acto que el segundo; porque esta adhesión depende también del sujeto, que puede no percibir la manifestación objetiva por falta de disposición adecuada»4. Así, pues, todo parece indicar que Bayle fundamen taba su crítica a toda tradición —a toda entrega histó rica de verdades— en este principio de certeza racional que tomaba como punto de partida el cogito, pues el 6 6 C. Cardona, Metafísica de la opción intelectual, 2.' ed., Rialp, Madrid, 1973, p. 166. Los presupuestos metafisicos del ateísmo 41 principio subjetivo impedía toda llegada ab extrínseco de la verdad, sea de la misma realidad sensible, o de la autoridad de otras personas que conocen la verdad. Su posición hostil ante la tradición no incluye por eso todo tipo de tradición. El blanco aparente de sus acu saciones es la tradición pagana, sobre todo por lo que se refiere a las supersticiones astrológicas7, pero el blanco que realmente quiere herirse es la tradición cristiana. El desprecio de Bayle por la tradición y por los argu mentos de autoridad es característico de su menta lidad racionalista absolutamente antihistórica, y su pone, como en el caso de Descartes, una gran carga de autosuficiencia intelectual. Elegir como punto aparente de crítica las fabulosas tradiciones del paganismo no era más que una estratagema para plantear la crítica en un terreno conveniente, pues Bayle necesitaba ig norar el caudal de conocimientos que debemos a los antiguos, y particularmente a los mejores antiguos, en el ámbito filosófico y científico. Su actitud corresponde al esquema racionalista que considera a los antiguos y medievales como pasivamente dominados por la auto ridad, y a los modernos como descubridores de la razón. Pero así como el principio del conocer no sería ya la verdad de las cosas, sino la razón supuestamente inmóvil, no tardaría mucho tiempo en irrumpir en Occidente el historicismo, como nuevo paso de la filo sofía del cogito. Bayle no impugna la tradición para demostrar la inocuidad de los cometas —pues si fuese así, sus digre siones no serían tan extensas, y el hecho que quería demostrar, por otra parte, era demasiado evidente—, sino que utiliza el tema de los cometas para tratar de demostrar la invalidez de toda tradición. Sus palabras: 7 « I I n’y a jamais eu ríen de plus impertinent, rien de plus chymerique que l’Astrologie, rien de plus ignominieux á nature húmame» (I, p. 57, lin. 3-6). 42 P. Bayle: Pensamientos diversos sobre el cometa «imagináis que el consentimiento general de tantas na ciones con el pasar de los siglos no puede venir más que de una especie de inspiración, vox populi, vox Dei» y «nos vemos reducidos a la necesidad de creer todo lo que el mundo cree, de evitar pasar por un faccioso que quiere saber él solo más que todos los demás y contra decir la venerable Antigüedad»*, son palabras dirigidas a enfrentarse con un enemigo imaginario, una declara ción retórica destinada a un fin preciso: la desvalori zación de la tradición de verdades en el género hu mano. Cualquiera estaría dispuesto a admitir con Bayle que las cosas no son verdad porque las diga o las crea una mayoría de personas. Esto lo ha sabido poner de re lieve Santo Tomás cuando escribió: «El juicio cierto acerca de la verdad no puede extraerse de la multitud o de la exigüidad de los que opinan, de modo que se diga que es verdad lo que les parece a muchos y falso lo que les parece a pocos, puesto que a veces lo que es opinión de muchos no es simplemente verdad»9. Es innegable que la transmisión de verdades o el consentimiento universal no son causa de la verdad, pero de ahí no se puede concluir que toda tradición sea falsa. Hay muchas cosas que las creemos por fe humana; por mucho que se pretenda hacer tabla rasa de todas las adquisiciones científicas y culturales y * «C ’est que vous imaginez que le consentement general de tant des nations dans la suitte de tous lessiecles, ne peut venir que d’une espece d'inspiration, vox populi vox Dei» (I, p, 40, lín. 22-24). «On s'est reduit é la necessité de croire ce que tout le monde croyoit, de peur de passer pour factieux qui veut lui seul en savoir plus que tous les autres et contradiré la venerable Antiquité» (I, pp. 37-38, lín. 28-33). 9 «iudicium cerlum de veritate non convenienter potest sumí ex multítudine et paucitate, ut scilicet dicatur esse verum quod mullís videtur, falsum autem quod videtur paucis; cum quan- doque illud quod est pluribus opinabile, non est simpliciter verum» (In IV Metaph., lect. 3). Los presupuestos metafísicos del ateísmo 43 partir de cero, no se lograría nunca. Además —y es lo más importante— serla absurdo perpetrar tal intento. ¿Por qué admitir sin más el afán antropocéntrico que lleva a hacer de cada hombre el inicio absoluto de toda sabiduría, rechazando todo lo que venga dado, lo que no sea construcción personal? Si pensamos que no hay ' más verdad que aquella que alcanza cada uno, estamos fundando tan mal la verdad como aquellos que la fun dan en el unánime consentimiento de una mayoría o en un simple proceso histórico. «E l testimonio de un hombre —escribe Bayle— no debe tener más fuerza que la proporción del grado de certeza que él ha adquirido instruyéndose plenamente del hecho» ,#. Con esta afirmación, Bayle tiende a mi- nusvalorar la autoridad del que enseña. Es cierto que las enseñanzas que se reciben de otros hombres no deben aceptarse sin más, pero eso no obsta para que en la base de todo aprendizaje haya una cierta credibi lidad fundada en la autoridad cierta del que enseña u. Si el único motivo para estar seguro de lo que aprendo es comprobar plenamente el objeto del aprendizaje, el aprendizaje como tal queda desprovisto de sentido. Por eso, para Bayle, los que de algún modo aceptan algo por fe humana son «espíritus vulgares que se com portan como borregos abandonándose a la buena fe de los demás» 1J. 10 * 12 10 «Le temoignage d’un homme ne doit avoir de forces qu'á proportion du degré de certitude qu'il s'est acquis en s’instrui- sant pleinement du fait» (I, p. 134, Un. 10-12). u El que quiere aprender, debe empezar por creer. «A l inicio de todo aprender no se encuentra la comprobación crítica, sino más bien un acto de confianza. Sin este inicio acritico no se alcanzaría nunca la independencia de juicio, la misma que con el tiempo, poco a poco, termina por transformar en responsa bilidad propia lo que en un principio había sido simplemente recibido; solamente quien completa este proceso puede decir que ha aprendido realmente» (j. Pipper, Perché la tradiiione?, en «Studi Cattoiici», n. 181, p. 167). 12 «... spirits vulgaires qui se suivent comme des moutons, et se reposent de tout sur la bonne foy d’autruy» (I, p. 135, lín. 23-25). 44 P. Bayle: Pensamientos diversos sobre el cometa Por el contrario, la autoridad del que enseña puede y debe ser en muchos casos fiadora de un asentimiento sin plena evidencia. Y esta autoridad debe ser en mu chas ocasiones, para cualquiera que conozca los límites de su capacidad intelectual, un criterio de certeza ma yor aún que el de la subjetiva evidencia; y si la auto ridad es sobrenatural —autoridad de Dios que revela—, entonces hay que afirmar que absolutamente siempre tenemos más motivos de certeza que los que nos pueda suministrar la evidencia intelectual más palmaria. Unas ideas como las de Bayle acerca de la tradición tenían por fuerza que repercutir negativamente sobre la fe desde el momento que una de las fuentes de la verdad revelada es la Sagrada Tradición. Y así Bayle escribe, con su habitual tono cauteloso: «Estáis acos tumbrado, por vuestro carácter de teólogo, a no ra zonar mucho, dado que creéis que existe el misterio, lo cual supone una docilidad loable, pero muchas ve ces, por el excesivo crédito que se le da, no deja de violar los derechos de la razón» u. 2. UN UNIVERSO MECANICO «Sobre el capítulo de los presagios, sean de cometas, sean de lo que sean, la opinión universal de los pueblos no debe contar para nada»M. Desembarazándose sin más de cualquier opinión anterior a la suya, Bayle se apresta ahora a demostrar que los cometas no pue den ser presagios de nada, y con este motivo va a ex- u «C'est que vous étiez ocoutumé par vótre caractere de Theologicien á ne plus raissoner, dés que vous croyez qu’il y a du mystere, ce qui est une docilité for loüable, mais qui ne laisse pas quelquefois par le trop d'entendué qu'on luy donne, d'empiéter sur les droit de la raison» (I , p. 40, lin. 24-30). >4 «Sur le chapitre des presages, soit des Cometes, soit de quelque autrc chose que ce soit, l'opinion universelle des Peuples ne doit étre contee pou ríen» (I , p. 98, lín. 47-50). Los presupuestos metafisicos del ateísmo 45 poner su concepción del universo y de sus relaciones con Dios. A partir de aquí la obra de Bayle se va a articular del siguiente modo. Se aducirán primero ocho razones en contra de los presagios de los cometas; se inter pondrán seguidamente tres objeciones con varias res puestas a cada una, y se concluirá con un breve re sumen de los principales argumentos expuestos. Si siguiéramos fielmente el hilo de la exposición bayleana, no sería difícil perderse entre tantas digre siones como salpican las páginas de esta obra. Trata remos de encontrar una línea de exposición que, sin alterar excesivamente el orden de la obra, ayude a com prender más fácilmente el nervio de los «Pensamientos Diversos». La primera y la cuarta razón en contra de los presa gios de los cometas, juntamente con la segunda y ter cera objeción —páginas más adelante—, nos introducen de lleno en el universo bayleano. El primer argumento se anuncia escuetamente así: «Que es muy probable que los cometas no tengan la virtud de producir alguna cosa sobre la tierra» l5. Las explicaciones que acompañan a este título de notan en seguida que nos movemos en un ambiente cartesiano. En primer lugar, dice Bayle, es del todo improbable que la luz o las exhalaciones que se des prenden de los cometas puedan ejercer alguna influen cia sobre la superficie de nuestro planeta, teniendo en cuenta la enorme distancia a que se encuentran de la tierra. Además de esta experiencia acerca de los límites re ducidos de la esfera de actividad de los cuerpos, Bayle añade que es absurdo que el cometa comunique sus cualidades a todo el turbillón del sol; y eso tanto según 15 «Qu'il est fort probable qu’elles (les Cométes) n’ont point la vertu de produire quelque chose sur la terre» (I, p. 41, section IX ). 46 P. Bayle: Pensamientos diversos sobre el cometa los principios de Aristóteles como los de otros filóso fos. Nuestro autor, con aparente y sospechosa neutra lidad, apostilla: «Los seguidores de Aristóteles están obligados a reconocer que lo que ellos llaman puros accidentes tienen una esfera de actividad tan reducida como los conglomerados de átomos en los que las otras sectas hacen consistir la producción de las cualidades corporales» ,é. Los cometas no son causa física de ningún suceso que ocurre sobre la tierra durante el tiempo que ellos surcan el firmamento. Es posible que no quede más remedio que comprobar una serie de hechos negativos que se suceden durante los años inmediatamente pos teriores a la aparición de algún cometa. En ese caso, como Bayle explica en su I V Raison, nada nos autoriza a establecer una relación de causalidad entre el cometa y las desventuras (guerras, epidemias, calamidades pú blicas, etc.) que se han seguido a continuación. «Es sor prendente que un dogma tan perturbador del reposo público como éste no se apoye más que sobre el so fisma post hoc, ergo propter hoc» n. Poco más habría que añadir sobre este particular. Sin embargo, cuando Bayle trata de explicar el porqué de la incapacidad causal de los cometas, nos desvela toda una concepción del universo y de su Creador. El universobayleano es —como el de Descartes— un universo mecánico: no tiene otros componentes que la cantidad (extensión) y el movimiento, que da dina- micidad a la extensión discontinua según las leyes de 16 17 16 «Les Sectateurs d'Aristote sont obligez de reconnaitre que ce qu’ils appellent de purs accidens n'a pas tnoins de peine á se repandre á la ronde, que les ccoulcmens d'atomes, en quoi les autres Sectes font consister la production des quaíitez cor- porelles» (I, p. 53, lín. 47-51). 17 «II est etonnant qu’un Dogme aussi perturbateur du repos public que celui-cy, ne soit appuyé que sur le sophisme post hoc ergo propter hoc» (I, p. 83, lin. 24-26). Los presupuestos metafisicos del ateísmo 47 la mecánica ,s. ¿Cómo se entiende la causalidad dentro de este universo? A) EL SISTEMA OCASIONALISTA DE LAS CAUSAS SEGUNDAS «Yo no estoy muy alejado del sentimiento de uno de los más grandes filósofos de este siglo (se está refi riendo a Malebranche) que cree que Dios mueve todos los cuerpos por medio de leyes muy simples, muy gene rales y muy uniformes, de suerte que la misma ley que hace el movimiento de la llama sobre la tierra produce también el movimiento o el reposo de la materia más alejada de nosotros que podamos imaginar» Todas las causas segundas están subordinadas a una causa general, que las pone en acción con un maravilloso concierto La causa general y primera se acomoda a la exigen cia de cada causa segunda en particular, sin tener en cuenta la exigencia de las demás para la producción de cada uno de sus efectos particulares. Para producir fuego en un bosque, la causa general no considera más que la virtud del fuego que se aplica a los árboles, inde pendientemente de todas las demás causas: que el sol La materia del universo cartesiano es una «materia conce bida como la pura racionalidad formal de la extensión, cuyos elementos se diferencian sólo por la configuración geométrica de sus partes constitutivas, y cuyo conjunto se rige por las leyes elementales del movimiento mecánico» (C. Cardona, Retié Des• caries: Discurso del Método, col. «Critica Filosófica», EMESA, Madrid, 1975, p. 119). w «Je ne suis pas fort éloigné du sentiment de l ’un des plus grands Philosophes de ce siecle qui croit que Dieu meut tous les corps par des loix tres-simples, trés generales, et trés-unifor- mes, en sorte que la méme loi qui fait le mouvement de la flamme sur la terre, fait aussi le mouvement ou le repos de la matiere la plus élognée de nous, que nous puissions imaginer» (II , pp. 193-194, Un. 2-10). 20 Cfr. tomo II, p. 190 ss. 48 P. Bayle: Pensamientos diversos sobre el cometa se eclipse, que nieve o que sople viento, etc., todo eso no influye mínimamente en el hecho de que el fuego queme. A menos que, como es lógico, alguna de estas otras causas se aplicasen inmediatamente sobre el bos que, como sucedería, por ejemplo, si cayese agua sobre el fuego en cantidad suficiente como para apagarlo. Exceptuando este caso, habrá que decir que, en ge neral, «la fuerza del fuego no está subordinada a los otros cuerpos del Universo»21. Con todo esto, Bayle quiere demostrar que, aunque la causa general pueda hacer concurrir varías causas segundas en orden a una acción determinada, esto no ocurre en el caso de los planetas y la tierra, «pues nosotros suponemos que Dios no los aplica para pro ducir por el acuerdo y por la unión de sus virtudes un cierto efecto, de forma que los planetas den por cum plida su contribución al mismo tiempo que la tierra realiza su tarea»22. La conclusión es que los planetas producen un cometa sin el concurso de la tierra, y que la tierra produce a su vez cantidad de males sin el concurso de los planetas o del cometa. En realidad, no se explica muy bien cómo esa vo luntad general de Dios, que se expresa en una ley muy simple y uniforme, pueda llegar a coordinar varias causas segundas desde el momento que éstas se consi deran únicamente como causas ocasionales. «Las leyes generales del movimiento, por muy simples y unifor mes que se las suponga, se ejecutan, sin embargo, por el concurso de una infinidad de causas ocasionales, cuya infinita diversidad divide de alguna manera la 21 «La forcé du feu n'a point de subordination aux autres corps de l’Univers» (II , p. 191, lln. 28-29). 22 «Nous supposons que Dieu ne les applique pas pour pro- duire par l'accord et par l'union de leurs vertus un certain effect, auquel cas les planetes acheveroient ce qu'eUes auroient á contribuer, en méme tems que la terre foumiroit sa táche» (II. p. 192, Un. 74-78). Los presupuestos metafísicos del ateísmo 49 causa general en una infinidad de causas particulares que no parecen depender unas de otras»23. Bayle vio en el sistema ocasionalista de Malebranche un medio útil para explicar cómo los cometas no eran capaces de causar los efectos negativos que el vulgo les atribuía. De acuerdo con esta teoría, no hay más causa en sentido propio que la divina. Habiendo reducido el universo a pura extensión era coherente deducir que los cuerpos no podían ser activos. «Ninguna criatura puede actuar sobre ninguna otra por una eficacia que le sea propia»24, había escrito Malebranche. Dios es el único que actúa, pero al actuar vincula su actuación a las circunstancias y a la situación de las criaturas. La circunstancia de cada criatura sirve, pues, de causa ocasional para que Dios obre. Bayle reduce estas circunstancias a la situación y al volumen: «La causa ocasional de cada movimiento particular es la situación y el volumen de un cierto cuerpo»25. Supuestas así las cosas, los efectos propios de las causas ocasionales, aun siendo efectos todos de la única causa eficiente divina, son absolutamente inde pendientes entre sí, como independientes son la si tuación y el volumen de un cuerpo con relación a los demás cuerpos. Tan grande es la independencia entre los efectos de las causas ocasionales que podría compararse al de dos efectos que proviniesen de dos diversos principios efi cientes: «Yo quiero decir que los efectos de la causa 23 «Les loix generales du mouvement quelque simples et quel- que uniformes qu'on les suppose, s’exécutent neanmoins par le concours d’une infinité de causes occasionnelles, dont l ’infinie diversité divise en quelque façon la cause generale en une infinité de causes particulieres, qui ne semblent plus dépendre les unes des autrcs» (II , p. 195, lín. 2-8). » N. Malebranche. Diálogos sobre metafísica, Diálogo IV, XI; cfr. R. Verneaux, «Textos de los grandes filósofos» (Edad Mo derna), Herder, Barcelona, 1970, p. 87. 25 «La cause occasionnelle de chaqué mouvement particulier est la situation et le volume d'un certain corps» (I I , p. 196, lín. 25-26). 50 P. Bayle: Pensamientos diversos sobre el cometa general, al unirse en un lugar con una cierta causa oca sional y en otro lugar con otra, deben ser tan diferentes y tan independientes unos de otros como si hubiesen sido producidos por dos principios diferentes»*. Estas explicaciones no admiten que haya interrela ción alguna entre la formación de los cometas y los males que periódicamente aquejan a la humanidad. Salvo que hiciésemos —objetará Bayle— la siguiente suposición: todas las veces que las causas segundas forman un cometa. Dios se determina a castigar a los hombres enviándoles alguna calamidad. Pero aceptando esta hipótesis haría falta que Dios produjese milagrosamente la peste, el hambre o la calamidad que fuese, ya que no es posible que todas las veces que los cuerpos celestes producen un cometa, los cuerpos terrestres se dispongan todos a causar la mortalidad, la esterilidad, etc. Todo esto podría ocurrir algunas veces; pero sería absurdo afirmar que ocurre siempre. «La mayor parte de las veces, Dios no encon traría aquí abajo alguna disposición ni para la peste, ni para la guerra, ni para el hambre, cuando la natu raleza produjese algún cometa en el c ielo»” . Llegado este momento, Bayle sóloadmite una última posibilidad de que los cometas causen y presagien des gracias: suponer que Dios los crea milagrosamente cada vez que quiere dar muestras de su ira a los hombres. La negación de esta posibilidad será el núcleo de otras «raisons» que analizaremos más adelante. Bayle ha tomado de Malebranche la física mecani- cista cartesiana, en que se apoya para tratar de demos- , * «Je veux dire que se joignant en un lieu avee une certaine cause occasionnclle, et en une autre lieu avec une autre, ses cffcts doivent ctre tout aussi différens, et meme tout aussi indépendens les uns des autres, que s'ils étoient produits par deux différens principes» ( I I , p. 1%, lín. 18-24). 27 «La plus-part du tems Dieu nc trouveroit ici bas aucune disposition ni á la peste, ni á la guerre, ni á la famine, quand la Nature auroit produit quelque Com&te dans le Ciel» ( I I , p. 208, lin. 13-16). Los presupuestos metaflsicos del ateísmo 51 trar la inocuidad de los cometas. La asimilación de esta física tenía unos riesgos implícitos muy graves. Quizá Malebranche había sentido ya la tentación de desembo car en un panteísmo como el de Spinoza, pero lo había rechazado vigorosamente, ya que, entre otras cosas, en Spinoza no veía más que el prototipo del ateo, al que su ánimo creyente le llevaba casi instintivamente a re chazar. Es obvio que un universo privado de formas sustan ciales y de cualidades debe ser por fuerza pasivo. Pero, sustraída la actividad a las criaturas, ¿por qué no con cluir —como Spinoza— que la extensión no es más que un modo de la única sustancia divina? En efecto, el paso dado por Spinoza es plenamente coherente con los principios hasta entonces establecidos. No parece superfluo detenerse brevemente a consi derar qué repercusiones tiene este planteamiento carte siano del universo en el definitivo establecimiento de una moral atea, llevado a cabo por Bayle páginas más adelante. Santo Tomás había ya advertido siglos antes que los errores acerca de la naturaleza de las criaturas se tra ducen en errores sobre la naturaleza de su Creador2*. El contenido de esta advertencia se cumple aquí al pie de la letra. La equivocación acerca de las cosas crea das, que se reducen a mera extensión —exceptuando únicamente al hombre—, lleva a concebir a Dios como el impulsor de la gran máquina del universo y nada más; o puede terminar —como en el monismo spino- ziano— fundiendo la realidad divina con la creada en una única sustancia, pues el mundo ha sido desprovisto ya de la presencia en él de sustancias o entes. Malebranche había confesado en su Traité de la nature et de la gráce, refiriéndose a Santo Tomás: «No lo comprendo.» Bayle, en un determinado mo mento de su obra, reprocha en tono irónico a su imagi- M Cfr. C. G.. libro II. cap. 3. 52 P. Bayle: Pensamientos diversos sobre el cometa nario interlocutor el que dedique su tiempo a la lec tura de Santo Tomás2*. No se puede dudar de la since ridad de la ignorancia que ambos profesaban con res pecto a la metafísica de Santo Tomás. Metafísica que, sin embargo, contenía la solución de las aporías que ellos no alcanzaban a resolver satisfactoriamente. Resulta instructivo advertir el nexo que hay entre la afirmación de un universo cuantitativo y mecánico y la más o menos explícita profesión de ateísmo. Com prenderemos entonces cómo una concepción cartesiana del mundo —que volvía netamente la espalda a la metafísica del ser— era para Bayle una de las coorde nadas que le permitió imaginar un ateísmo moralizante. La física, tal como había sido establecida por Des cartes, preanunciaba ya el ocasionalismo de Malebran- che M; el Traité du monde invitaba a concluir de esta manera, poniendo toda la causalidad en Dios. Una vez despojada la materia de capacidad causal, no había excesivos fundamentos para seguir manteniendo una existencia de lo creado como algo distinto del Creador: el único que obra es Dios, el único que existe es Dios, luego la extensión es una modalidad de lo divino. Así concluye Spinoza. Pero entre decir que todo es Dios y decir que nada es Dios hay un límite casi imperceptible. Como en tantos otros ámbitos, los extremos se tocan. Bayle —así como Malebranche— consideraba a Spinoza como el más empecinado de los ateos. El filósofo de Rotterdam 29 30 29 Cfr. tomo I, p. 126. 30 E. Gilson lo explica certeramente con estas palabras: «Satis- fait de l ’univers auquel il aboutit, parce que c'est lui que dfes le commencement il vise, Descartes contemple cette matiére dénuée de forme, entre laquelle et Dieu nulle nature ¡nterposée n'introduit son efficace, qui ne dépend á chaqué instant du temps que de la creation continuée par laquelle Dieu le conserve dans chacun de ses états successifs: un univers tout prét pour l'occasionalisme de Malebranche» (Etudes sur te róte de la pensée médiévale dans la formation du systime cartésien, Vrin, París, 1967, p. 243). Los presupuestos metafísicos del ateísmo 53 había comprendido que la lógica interna del sistema cartesiano conducía al ateísmo, y por eso criticará con socarronería el monismo spinoziano, haciendo ver que allí, en el fondo, no hay lugar para Dios31. Por otra parte, la reducción de Dios a causa externa de un universo sin causalidad y sin ser llevaba implí cita una física positivista junto a una teología extrinse- cista que se perfila fácilmente como superflua. De ahí que Bayle podrá luego trasladar este esquema al mundo de la moralidad, imaginando un sistema de ideas éticas sin Dios, pero que habría sido causado —extrínseca mente— por un Dios cuya presencia en este mundo no es necesaria. Un modo muy eficaz de negar una realidad es anular sus efectos propios. En la base de las disquisiciones de Bayle se encon traba también el desenfoque típico de la óptica racio nalista que no alcanzaba a descubrir la relación entre la causalidad de Dios y la de las criaturas. Santo Tomás había delimitado claramente los diferentes ámbitos, de forma que era imposible confundirlos o terminar redu ciendo uno a otro. Dios es «la causa del ser de todas las cosas que existen»32, su efecto propio es el ser, y en cuanto propio, sólo a El le compete. Las criaturas causan sólo si se presupone el ser; son, pues, causas segundas cuyo ejercicio está subordinado siempre a la Causa Primera, que es Dios. El efecto propio de la causa segunda es la educción de una forma; la causa segunda es capaz de efectuar cambios o movimientos, pero es absolutamente incapaz de producir el ser, es decir, el acto último del ente, el ai «Hay algo de verdad en esta ocurrencia de Bayle, que ridicu liza el panteísmo de Spinoza en los siguientes términos: Dios, modificado en cien turcos, ha matado a Dios, modificado en cien cristianos» (R. V erneaux, Historia de la filosofía moderna, Herder, Barcelona, 1973, pp. 79-80). 32 «Causa essendi ómnibus existentibus» (S anto T omás, C. G., libro II. c. 15). 54 P, Bayle: Pensamientos diversos sobre el cometa que en última instancia produce intrínsecamente sus complejas estructuras. Si la actuación de la causa segunda no presupusiera la actuación de la Causa Primera, su causalidad sería imposible o irreal: sus efectos no serían. Si las causas segundas son «causa de ser esto» y no «causa de ser simplemente» M, causas de un modo de ser y no causas del ser sin más, carecería de sentido una causa de la esencia cuando no se produce previamente la causación del ser. La misma causa segunda, así como su efectivo ejercicio en cuanto tal, nada es sino en virtud de la Causa Primera, que crea y mantiene la causa y funda el ser de su acción. La causalidad del ser —causalidad trascendental— ocupa un orden distinto que la causalidad de las cria turas —causalidad predicamental— ; pero lejos de ser ajenos, estos órdenes se relacionan muy estrechamente. La causalidad trascendental funda la predicamental, a la vez que se distingue netamente de ella. Así queda determinada la capacidad causal
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