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Novela crim ... nal LA NOVELA POLICIACA ESPAÑOLA Salvador Vázquez de Parga s e hace difícil hablar de la Novela Poli cíaca Española si por Nove la policíaca española debe entenderse el conjunto de obras literarias de ficción caracteriza das no sólo por la unidad de su género sino ade más por la coherencia de su nacionalidad. En este sentido es muy dudoso que a lo largo de la historia haya nacido y existido, se haya producido en Es paña una serie de novelas policíacas con caracte rísticas peculiares capaces de distinguirlas de las de otros países, o lo que es lo mismo, que se haya producido una novela policíaca española distinta de la novela policíaca americana, de la novela policíaca inglesa o de la novela policíaca francesa, dotada de ciertas circunstancias que le confieran una personalidad autónoma y diferenciada. Parece pues que no existe «un modo español» de hacer novelas policíacas o una novela policíaca «de es tilo español». Hay sí novelas policíacas españolas porque se han escrito en alguno de los idiomas españoles, en España y por autores españoles, pero nada más. Y aún así su número es considera blemente inferior al de las novelas policíacas es critas en otros países. Podría decirse incluso en otro sentido que hasta tiempos muy recientes no han existido novelas policíacas españolas en absoluto porque las nove las que se escribían en España o eran policíacas o eran españolas pero difícilmente ambas cosas a la vez. Y con ello quiere decirse que las novelas policíacas que se producían en España o se hacían al estilo inglés, americano o francés, o bien se intentaba escribir una novela policíaca verdade ramente española con grandes aspiraciones litera rias que sobrepasaban y anulaban el contenido de policíaca olvidando que 1� novela policíaca con lleva una serie de exigencias propias del género sin las cuales no puede existir como tal. Es curioso que en España, también hasta tiem pos muy recientes, no ha habido escritores de novela policíaca en el sentido exclusivista en que los ha habido en otros países y especialmente en Estados Unidos, Inglaterra y Francia. No ha ha bido en España escritores especializados en no vela policíaca y dedicados a ella como su medio normal de expresión, quizá a causa de la deplora ble consideración social que este tipo de litera tura, como casi toda la referida a géneros concre tos, ha tenido en nuestro país que en ocasiones le ha negado el carácter literario, sin tener en cuenta que si en términos generales las novelas policíacas han alcanzado hasta ahora una calidad literaria no muy elevada, ello no impide que en ciertos casos se hayan escrito novelas policíacas de alto valor 24 literario, si bien entonces los detractores del gé nero se han apresurado a negar su naturaleza poli cíaca o a hablar de la instrumentación del género. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que los autores españoles que han escrito novelas policía cas en sentido amplio, lo han hecho o bien desde el campo de la narrativa popular, con la simplifi cación estilista que ello comporta, o bien desde el campo de la literatura general, de la llamada litera tura «seria», sea como mero entretenimiento de autores más o menos consagrados en otros terre nos, sea en un intento de dignificación de la no vela policíaca y consecuencia de ello es que los primeros, los autores de novela popular, han olvi dado con frecuencia que estaban escribiendo «no velas», y los segundos, los escritores «serios», han olvidado del mismo modo que se trataba de narraciones «policíacas», y desde luego si no existe una base literaria, la forma, y un contenido policíaco, el fondo, difícilmente puede hablarse de novela policíaca. Si en lugar de hablar de novela policíaca que, 1 aparte su significado real o etimológico, es un término que se utiliza vulgarmente para designar la novela enigma, nos referimos a la novela crimi nal como un término más amplio que incluye además la novela negra y la novela de aventuras policíacas, resulta que en España comenzó a es cribirse novela relacionada con el crimen más o menos a la vez que en los restantes países, en el bien entendido de que la novela popular del siglo pasado, aún tratando a menudo de crímenes, no puede ser calificada de novela policíaca ni de no vela criminal. En la novela criminal, el crimen o la conducta criminal ha de ser el elemento funda mental de la acción aquel en torno al cual gira toda la trama, bien sea para averiguar quién fue el culpable, bien para investigar la gestación del de lito, bien para examinar el temor o la repulsión de la conducta criminal, bien para justificar ésta o incluso para reírse de ella, pero siempre como médula argumental del relato. Quizá sea La gota de sangre, de doña Emilia Novela crim ... nal Pardo Bazán, el primer relato español que reúne alguna de estas características, pero ya anterior mente se había escrito en nuestro país multitud de novelas de crímenes aunque no de novelas crimi nales. La diferencia está, como apunta Juan Igna cio Farreras, en que la novela criminal no necesita sangre (aunque a veces la lleve) que es el principal ingrediente de la novela de crímenes, centrada en efectos melodramáticos, sentimentales e incluso aterrorizantes. Indudablemente la novela de crímenes es un claro antecedente de novela criminal como lo fue la novela gótica inglesa de la que aquélla des ciende. La novela de crímenes, perdido ya el sig nificado originario de la novela romántica y de la novela gótica e incluso el de la novela costum brista, al pasar a la paraliteratura popular, con serva como único objetivo el de despertar el terror colectivo. Se limita entonces a describir o narrar un suceso sangriento, horrible, cuanto más asom broso y terrorífico mejor, y con el máximo rea lismo, apartándose así de aquellos relatos góticos 2 \NOOOO .... , donde intervenían fuerzas sobrenaturales. Un rea lismo que trata a menudo de mezclar la ficción con la verdad, presentando el conjunto como algo auténtico. Algo semejante a lo que en la actuali dad sucede con las revistas sensacionalistas, suce soras directas de estos relatos de crímenes. Es a raíz de estos relatos de crímenes que la figura del bandido, del pirata, del bandolero, miti ficada por los romances de ciego y recogida en sus significados sociológicos por el romanticismo, pa san a la literatura popular. Se novelizan las con ductas delictivas de los bandoleros famosos, rea les, no ficticios como podía ocurrir en la novela romántica. Sobre unos personajes reales se cons truyen relatos que no responden a la verdad histó rica, destacando especialmente los aspectos san grientos y horribles de su vida criminal. Y se descubre así que las llamadas «crónicas de tribunales» constituyen un filón inagotable para exponer el lado horripilante de los crímenes san grientos. Vidas de bandidos (antecedente remoto 26 de las futuras vidas de gangsters que proliferan, seguramente con un sentido distinto, en los Esta dos Unidos de un siglo después) y crónicas de tribunales constituyen pues las dos vertientes de estas novelas de crímenes que alcanzan gran pre dicamento durante casi todo el siglo XIX y donde de algún modo pueden encontrarse las raíces de la novela policíaca. El Pirata de Colombia. Relación de los críme nes y aventuras del famoso delincuente que aca ban de ahorcar en Nueva York, que se publicó en 1832, es seguramente la primera obra de este tipo (según Farreras), atribuida a Ramón López Soler. En 1849 aparece, sin autor, la Historia de los famosos bandoleros de Andalucía llamados vul garmente los Niños de Ecija. En la década de los cuarenta del pasado siglo, en que se inicia en España la publicación de novelas por entregas, las novelas de crímenes adoptaron también esta mo dalidad editorial, recopilando generalmente casos reales bajo títulos como Dramas judiciales o Cau sas célebres, que se publicaban a menudoanóni mamente. Causas y delitos célebres y contempo ráneos o Fastos de la legislación criminal en 1859 y 1860. Anales dramáticos del crimen. Crímenes célebres españoles. Procesos célebres, son algu nos de los títulos generales, pero también pueden hallarse obras dedicadas a casos concretos como Asesinato del estanco de la calle de la Unión (Tarragona), Catástrofe del puente de Alcudia (Ciudad Real), Proceso de Miera por la muerte de Juan Moza, El crimen de la calle de Fuencarral, relatos todos que constituyen una paraliteratura sórdida no sólo en el estilo y en los temas sino sobre todo en la forma de tratarlos. Más interesantes son seguramente las novelas por entregas que adoptan el tema romántico del bandolero. Antonio García de Canto parece que fue el primero que transcribió en términos de no vela popular esta vieja temática en 1861 con Can delas y los bandidos de Madrid, y poco después, a partir de 1863, el prolífico Manuel Fernández y González comienza una vasta serie de novelas de esta tendencia dedicadas a Los Siete Niños de Ecija (1863), Diego Corrientes (1866), Los piratas callejeros (1866), El guapo Francisco Estevan (1871), El rey de Sierra Morena (1871-74), etc. Sin duda esta tendencia de la novela popular por en tregas se aproxima mucho más a la ficción crimi nal y especialmente a la novela de aventuras cri minales, donde la acción adquiere un importante papel y se resalta la personalidad del protagonista, olvidando un poco lo sangriento de sus hazañas. De cualquier modo en todos estos antecedentes falta aún un elemento que se ha considerado du rante muchos años primordial de la novela poli cíaca o criminal y que en efecto lo es en alguna de sus modalidades cual es la actuación del vengador del crimen, el policía, detective o justiciero. Cier tamente en la novela policíaca moderna última, el papel de este personaje queda bastante disminuido Novela crim-.nal frente a la víctima o el criminal, pero no deja por ello de intervenir aunque sea incidentalmente in cluso cuando no llega a realizarse la justicia pre conizada por el sistema. En la novela de crímenes ocurría lo contrario. La justicia se cumplía siem pre. El criminal era en todo caso castigado. Pero no se sabía bien cómo. Se sabía, sí, que acababa siendo capturado porque representaba al mal, que había atentado contra el bien que era la víctima. El restablecimiento final del bien infringido surgía como algo natural pero sin entrar en averiguacio nes de la forma o el método por el que se había llegado a ese restablecimiento. No se perseguía la investigación del crimen ni se trataba de su elabo ración o del efecto que pudiera producir sobre otras personas o sobre el propio criminal. No exis tía una persecución ni física ni psíquica, ni ante rior ni posterior al delito. Se trataba sólo de im pactar al lector mediante la descripción de la es cena del crimen. Las diferencias pues entre la novela de críme nes y la futura novela criminal son muy evidentes: por una parte, la novela de crímenes contempla éstos como hechos sangrientos y terroríficos; con secuentemente sólo pueden constituir su objeto, su temática, los llamados delitos de sangre y fun damentalmente el homicidio en todas sus varieda des, la muerte violenta de una persona; y de una persona, la víctima, que es esencialmente buena. En la novela criminal el crimen se contempla como resultado de una conducta humana -y quizá sea esto lo esencial-, como el hecho primordial de la acción encaminada a seguir esa conducta hu mana, bien en una trayectoria física o psíquica de elaboración del crimen, bien mediante una inves tigación posterior; el crimen se examina así como un hecho más o menos aséptico en cuanto a im pacto terrorífico se refiere; no importa la escena del crimen sino las circunstancias del crimen, de un crimen que puede afectar a la integridad física, a la vida o al patrimonio de la víctima o víctimas, e incluso cuando afecta a la vida o a la integridad física, tiene en último término repercusiones eco nómicas. La víctima, por otra parte, si explícita mente se alude a ella si es ciertamente uno de los personajes de la novela, es muy frecuentemente mala y merecía ser víctima, lo que ocurre es que el castigo a su maldad no ha discurrido por los cauces legales que dicta la sociedad, sino preci samente contraviniendo esas normas sociales. En la novela de crímenes la oposición moral está siempre presente representada por el criminal como elemento negativo (el mal) y la víctima como elemento positivo ( el bien). El criminal es también casi siempre (pero no siempre) el ele mento negativo en la novela policíaca, aunque a veces trate de trasladarse su responsabilidad a la sociedad, pero la víctima raramente personifica al elemento positivo cuya representación suele trans ferirse a una tercera persona, el detective o el justiciero, que no siempre consigue restablecer el orden quebrantado por el crimen. La perspectiva 26 ética de la novela criminal es mucho más compleja que la de la novela de crímenes. Más cerca de la novela policíaca, aunque sólo sea por la aportación a ésta de los métodos de investigación policial, se hallan las obras de Da niel Freixá y Martí El mundo del crimen. Reseña típico-histórica de la criminalidad moderna (1888) y La policía moderna, Secretos de la criminalidad contemporánea (1893). Al estilo de las Memorias del francés Vidocq, delincuente primero y policía después, estas obras revelan las técnicas policiales y la sociología del mundo del delito, elementos valiosos que incorporará a la ficción la novela policíaca realista, pero que precisamente por tra tarse de temas verídicos o reales no pueden ser incluidos en el género detectivesco que es ante todo novela, es decir, ficción. Tal vez en la mezcla de estos elementos técni cos-realistas con el horror sangriento del crimen, sea donde se halle el verdadero origen de la no vela criminal. No debe olvidarse que Poe en me dio de su discurso lógico-racionalista como mé- todo para llevar a la verdad, describe con rojos colores (1841) los cadáveres encontrados en la calle Morgue o el cuerpo asesinado de María Ro get, mientras Emil Gaboriau, en 1863, utiliza el folletín para encauzar las investigaciones de Le coq y Tabaret que se llevan a cabo entre sustitu ciones de niños, llantos de madres desesperadas, revelaciones truculentas, descubrimientos de hijos bastardos, etc., por métodos científicos racionales o experimentales, tan humanos que permiten el error y la consiguiente rectificación de los detecti ves. La novela criminal es una creación anglosajona con derivaciones francesas, sin arraigo en otros países. En España, las novelas y relatos policiacos fueron traducidos y publicados en revistas litera rias o familiares desde principios de siglo, pero no hubo escritor español que tratara de emularlos. Se han querido ver como primeras manifesta ciones de novela policíaca en España la novela corta de Emilia Pardo Bazán La gota de sangre y Novela crim�.nal la obra de Pedro Antonio de Alarcón El clavo. Ciertamente la primera podría pertenecer al gé nero, a lo mejor del género policíaco con connota ciones sociológicas si realmente tuviera concien cia de género. La segunda se aleja rríás de la novela criminal puesto que en ella el crimen es un mero accesorio de la trama sentimental donde lo importante es la truculencia del resultado. En realidad ni entonces ni posteriormente hubo en España escritores de novela policíaca como los había ya en Inglaterra, Estados Unidos, Francia, cuyas obras, como decíamos, se tradujeron en nuestro país en la doble vertiente de la novela policíaca digna, racional, con ciertos visos de inte lectualidad puesto que se refería a procedimien tos, técnicos, alusiones cultas que no estaban al alcance, en aquella época, del lector no culto, y de la novela popular de aventuras policíacas al estilo de los fascículos de NickCarter, Sexton Blake, Lord Lister, Nat Pinkerton, John Silock, Sherlock Holmes, Fantomas, Raffles, El nieto de Raffles, El rey de los detectives, etc., fascículos éstos que en su modalidad autoconclusiva se extendieron hasta los años 30 de este siglo. Los escritores españoles, o al menos algunos de ellos, quisieron demostrar su ingenio y su capaci dad para construir enigmas policiacos al estilo de los extranjeros que llegaban a nuestro país, y mu chos de ellos escribieron relatos breves de este tipo, con peor o mejor fortuna, pero ninguno es digno de memoria como representante de género, máxime teniendo en cuenta que todos lo hicieron como demostración de su capacidad literaria, como mero divertimiento, en cierto modo despec tivo hacia un género que no se consideraba serio. En este aspecto quizá la novela más conocida es ¿Quién disparó? que publicó en 1909 el escritor erótico-humorístico Joaquín Belda, presentando al primer «policía amateur» español Gapy Bermú dez, que se llamaba en realidad Agapito, ex gobernador civil de Lugo y convertido en una especie de sofisticado play-boy aposentado en Madrid, que es donde ocurre la misteriosa muerte 27 del duque de Aliatar, en plena calle de Sevilla cuando más concurrida se hallaba. Escrita en un estilo un tanto relamido, de los novelistas de la época, ¿Quién disparó? no pasa de ser una parodia de novela enigma, donde se mezcla el humor ab surdo con el humor popular, sin otro contenido y sin otro fin que provocar la risa. En los últimos años veinte es cuando se pro duce en España la recepción masiva y especiali zada de la novela policíaca. Hasta entonces los relatos criminales habían estado editorialmente confundidos con la novelística general y realmente su cantidad era escasa salvo en la vertiente popu lar. El género criminal adquiere entonces cierta consistencia editorial, pero referido siempre a ma terial de importación. La colección «Enigma», «novelas de emoción y de misterio», nació en 1925 a imitación de la fran cesa «Le point d'interrogation», editada por Sa turnino Calleja y publicando sobre todo obras ve nidas de Francia. En 1928 la serie «Grandes Exi tos Populares» de Editorial Juventud incluía en su lista las obras de Mary Roberts Rinchart y la «Bi blioteca Popular Fama», del mismo editor, dedi caba años más tarde gran parte de su contenido a Eggar Wallace, Rufus King y J. S. Fletcher. En 1929 nace «El Antifaz», «colección moderna de novelas de aventuras de gran emoción», con un contenido mayoritariamente policíaco. Es también en 1929 cuando comienza a publicarse la primera gran colección de novela policíaca, de vida efí mera pero fértil. Se trata de «El Club del Cri men», que publicó Editorial Dédalo, incluyendo obras por primera vez de Earl Derr Biggers, M.G.H. y Margaret Cole, Frank Holler y Milward Kennedy entre otros. La misma editorial en: 1932 inició una « Selección Policíaca», de formato más pequeño, a la que volvía Earl Derr Biggers con su Charlie Chan, al que se sumaba el comisario Mai gret en su primera novela Pietr-el-letón, Dashiell Hammett con El halcón maltés titulado entonces El halcón del rey de España, y Donald Henderson Clarke con Luis Beretti. La novela americana irrumpía así triunfalmente en el mercado español con los últimos éxitos del momento. Por la misma época, en 1930, la colección «Detective» que edi taba Aguilar había publicado las primeras novelas de S.S. Van Dine entre un sinnúmero de obras de Edgar Wallace, y en el mismo año, la serie «Nove las Emocionantes», de Prensa Moderna, comen zaba el lanzamiento de narraciones de aventuras policíacas de Louis Joseph Vanee, creador de «El Lobo Solitario», y otros. A «La Novela Aventura, Serie Detectivesca», editada por Hymsa desde 1933 cabe el honor de haber traducido por primera vez a Agatha Christie en El peligro inminente apenas un mes antes de que la «Biblioteca Oro» publicara La muerte de Lord Edgwary. Porque fue también en 1933 cuando la «Biblioteca Oro», la más popular y prolongada de las colecciones poli cíacas del país la más difundida y la que inició en la lectura del género a miles de españoles, hizo su Novela crim�.nal ¡iparición. De las tres series que integraban la co lección, azul, roja y amarilla, la última se dedicó a la novela policíaca y la caracterizó hasta tal punto que llegó a equipararse en el lenguaje popular, como todaví& ocurre en Italia, la novela amarilla con la novela policíaca. Y varias editoriales esco gieron este color para designar sus colecciones de misterio. Con la Biblioteca Oro se abre para Es paña el panorama de la novela policíaca mundial complementada más tarde con los libros importa dos de Sudamérica. Pero a pesar de todo, ninguna de las colecciones citadas publica ni una sola novela de autor espa ñol. Quizá los escritores españoles no se presta ban a ello, quizá los editores preferían el éxito fácil de autores consagrados en el extranjero. La excepción que confirma la regla fue en este caso la trilogía policiaca de E. C. Delmar que, entre obras de Edgar Wallace, Leslie Charteris, Zane Gray, James Oliver Curwood y Edgar Rice Burroughs, publicó la colección Azul de Editorial Juventud. Elmisterio del contador de gas. Piojos grises y La tórtola de la puñalada son tres investigaciones del inspector de la policía de Barcelona Venancio Vi llabaja, cuya única originalidad consiste precisa mente en que la acción de las novelas transcurre en la ciudad condal, con una excursión a Madrid en la segunda, donde el mencionado policía, ayu dado en la primera y en la tercera por el periodista Juan Bandells, descubre los correspondientes enigmas planteados al estilo inglés. Llama la aten ción, por inhabitual, la descripción de las calles y edificios· barceloneses y los comentarios sobre la actualidad social de aquellos años, en un lenguaje totalmente pasado de moda que se supone es el que utilizaban (al menos en la literatura) las clases elevadas de entonces, que son desde luego las que intervienen en la novela. En comparación con las novelas policíacas extranjeras de los mismos años, las novelas de Dolmar, tal vez por querer reflejar algo de la realidad española, desde luego sólo la pequeña parcela de los pudientes, carecen del exotismo que conllevan para el lector español las descripciones de Londres o Nueva York, las esti radas costumbres de la aristocracia inglesa o las guerras callejeras de los gangsters, o incluso los nombres de los personajes anglosajones. En otro orden de cosas, en 1931 Wenceslao Fernández Flórez publica la novela El malvado Carabel, y si bien su fin y su significado son muy distintos de los del género criminal, las andanzas de Carabel transcurren en el mundo del crimen y entrañan una acerba crítica social. El protagonista intenta adentrarse en la vida criminal aún cuando la providencia proteja su natural bondad y le im pida en último extremo llevar a cabo su crimen mientras contempla los abusos delictivos de los poderosos. En cierto sentido El malvado Carabel tiene un significado social similar al de la novela negra en los Estados Unidos, si bien su trata miento literario es distinto y por supuesto adap tado a los esquemas de la sociedad española. 28 Como es lógico, la Guerra Civil truncó la pro ducción y edición de novela policíaca en España, pero la inmediata posguerra constituyó un favora ble caldo de cultivo que permitió al lector español ponerse a la altura del de cualquier otro país. Quizá las circunstancias políticas y sociales le fue ron favorables por considerar la censura que un género dedicado al mero entretenimiento no podía comportar elementos peligrosos para la sanidad política de los ciudadanos. Hay, sin embargo, ca sos aislados de censura como la versión de Adiós, muñeca, de Raymond Chandler que publicó en 1945 «Selecciones de Biblioteca Oro» con el título de Detective por correspondencia, en la que se suprimió el último capítulo, decisivo para el sentido de la novela aunque no para la averiguación del misterio, pero no se sabe si este recorte fue debido a la autocensura del editor o a la censura oficial aunque en realidad la primera no sería sino un reflejo de la segunda. Lo cierto es que en los años cuarenta y cin cuenta la edición de novelas policíacas proliferó en nuestro país. La Biblioteca Oro, la reina de las colecciones policíacas españolas, continuó su ruta después de la guerra tras un período de reclusión en la Argentina donde se siguió publicando, y junto a ella fueron apareciendo series policíacas prácticamente de todas las editoriales españolas. En aquel tiempo la novela policíaca aún no había alcanzado en España una consideración social mente favorable, pero su público lector se nutría de la burguesía y no de las clases populares. La novela policíaca era socialmente algo más elevado que la novela popular sin alcanzar la categoría de la novela literaria o literatura «seria». El contexto era entonces favorable para el desa rrollo de una novela policíaca española auténtica y verdadera, pero ciertamente no fue aprovechado. Por aquellos mismos años Francia supo sacar a la luz, al amparo de la famosa «Serie Naire», una pléyade de autores autóctonos cuyas obras se unieron editorialmente a las de los escritores an glosajones iniciando la moderna corriente de no vela criminal francesa. Pero Francia tenía una larga tradición policíaca y España no. Parece que fueron de nuevo los editores quienes preferían publicar obras de autores extranjeros ya conoci dos. Pero en cualquier caso las contadas expe riencias de autores españoles no obtuvieron el éxito deseado. A partir de la Guerra Civil las novelas policíacas españolas discurren por tres cauces distintos: el de la novela popular, el de la novela policíaca propiamente dicha, con conciencia de género, y el de la novela literaria o elitista. Y esta triple distin ción es válida simultánea o sucesivamente hasta los años setenta. La novela popular adquirió, sobre todo a partir de los años cuarenta, enorme tradición en España, obteniendo además unas características propias y peculiares de aquellos años y de este país que no Novela crim ... nal se repitieron. Todo comenzó con la publicación, desde antes de la guerra, de la colección «Hom bres Audaces» que incluía las traducciones de las aventuras americanas de Doc Savage, La Sombra, Pete Rice y Bill Barnes. Era la traducción de unos pulps estadounidenses dedicados a un personaje concreto, que se apartaban del típico concepto del pulp que incluía, como un magazine, diversas na rraciones cortas o diversas entregas de novelas largas. Los volúmenes de «Hombres Audaces» eran novelas completas con personajes repetitivos que alcanzaron gran audiencia entre el público español y que, ya después de la guerra, encontra rían dura competencia. Las series americanas de Hombres Audaces, a partir de mitad de los cua renta, se unieron a otras de producción nacional. Así nacen Yuma, Hércules, Tres Hombres Bue nos y Ciclón, de características similares a las an- teriores, al menos en cuanto al género de cada una, y también Duke. Este último héroe, que fir maba José Mallorquí con el seudónimo de J. Fi gueroa Campos, es sin duda el más próximo a la novela criminal, a una novela de aventuras crimi nales donde la acción, las luchas, los tiros, las fórmulas secretas, el espionaje, etc. están a la orden del día; una novela criminal muy distan ciada de la novela enigma que se leía en España en aquellos momentos. Pero la competencia de los «Hombres Audaces» de la Editorial Molino, la misma que editaba la «Biblioteca Oro», surgió sobre todo de una edi tora rival, Ediciones Cliper, que supo diversificar los géneros, y adoptando una presentación edito rial realmente competitiva con la anterior. Se asiste así a una dignificación de la novela popular que nunca volvió a alcanzar después de este pe- 29 ríodo y que comenzó precisamente en el campo de la novela criminal con la que se llamó «Serie Wa llace» que, como puede deducirse de su denomi nación, intentó captar no sólo al público típico de novela popular sino también al de novela policíaca simbolizada entonces por el nombre de Edgar W a llace. Se plantea de este modo una doble compe tencia que dio como resultado una especie de hí brido entre los dos tipos de narrativa. Porque lo que hizo la Serie Wallace fue publicar novelas policíacas de autores españoles, pero como la ad miración por lo extranjero había hecho acto de presencia en nuestro país, se estimó que la compe tencia sólo era posible si estos autores españoles adoptaban seudónimos extranjeros, a ser posible anglosajones. Y lógicamente también la acción de la novela había de discurrir en el extranjero. Jack Forbes, Osear Montgomery, Gary Wells, Austin Warren, fueron algunos de estos seudónimos a los que de vez en cuando se permitió añadir alguna firma netamente española, como las de Federico Mediante, Manuel Vallvé, a Clavero o A. F. Arias. Pero lógicamente, si se quería captar tam bién al público popular, el nivel cultural de las obras no podía ser demasiado elevado. Secuela de la «Serie Wallace» fueron la «Serie Fantástica», «Novelas Cliper serie policíaca» y sobre todo la «Colección Misterio». La «Colec ción Misterio» se nutría también de autores espa ñoles que firmaban con nombres de fonética an glosajona entre los que destacaron G. y L. G. Cleyman y G. L. Hipkiss. Los primeros dieron vida a dos detectives repetitivos: el comisario Pe rochon, de la policía de Bruselas, un tipo, por sus costumbres y por su 'figura, en la línea del comisa rio Maigret, y Peter Wong, un detective chino que Novela crim ... nal actúa en Los Angeles y habla y se comporta corno Charlie Chan. G. L. Hipkiss, que no necesitaba usar seudó nimo porque su verdadero nombre era Guillermo López Hipkiss, fue la revelación de este tipo de literatura en el género criminal. Corno Mallorquí y corno H. C. Granch, era traductor de las novelas anglosajonas que publicaba la Editorial Molino in cluidas las· de la «Biblioteca Oro», lo que al pare cer le proporcionó un cierto conocimiento de la materia. De una materia donde la originalidad es taba prohibida, pues este tipo de novela popular había de hacerse al estilo de la novela policíaca clásica, sobre todo la inglesa, y para poder compe tir con ella en el mercado; cualquier variación podía significar una separación del terna que des truiría esa competencia. Guillermo López Hipkiss supo introducir subrepticiamente esa variación simplemente mezclando las características de los dos estilos clásicos, inglés y americano, de tal modo que sus novelas, que solían ocurrir en Ingla terra, unían al típico enigma británico la acción y el dinamismo de las novelas americanas, con un resultado ciertamente digno. El mismo procedi miento lo había ya utilizado G. L. Hipkiss en 1944 para las novelas de Perry Baxton, un detective privado inglés, ex-inspector de Scotland Yard. Pero la serie que hizo relativamente famoso a Hipkiss fue la de El Encapuchado que se apar taba, sin embargo, de este esquema. El Encapu chado era el típico justiciero. Era la segunda per sonalidad, que el lector conocía desde el principio, del multimillonario Milton Drake, empujado por una misteriosa mujer enmascarada, La Antorcha, a abandonar una vida muelle e inactiva para dedi carse a hacer el bien con la oposición de la policía. La acción transcurre en el Baltirnore de los años cuarenta, poblado de enmascarados misteriosos, gangsters dominadores, policías ingenuos, asesi nos sin escrúpulos y justicieros incógnitos que mantienen el suspense de uno a otro episodio, todos autoconclusivos sin embargo, en una amal gama de acción y de misterio que traduce a un idioma personal las enseñanzas del pulp, de la novela realista americana y de la intriga policíaca. En cada episodio se resuelve un enigma, pero paulatinamente van surgiendomisterios más am plios que afectan a los protagonistas de la serie, que mantienen vivo el suspense de una a otra entrega y sólo se desvelan después de varios epi sodios. En este caso la fantasía y la truculencia se añade a ese dinamismo y a ese enigma antes alu didos, acercándose más a las aventuras policíacas de Arsene Lupin o de Edgar Wallace que al típico enigma británico. Finalmente, G. L. Hipkiss, cambiando de nuevo de estilo, realizó las aventu ras de Bob Lester, un periodista neoyorkino que descubre misterios al modo de los detectives pri vados americanos. Y también en este caso Hipkiss utiliza el lenguaje cortante y directo de los escrito res hard-boiled de la primitiva novela negra arne ncana. 30 Antes de introducirse en la colección Misterio, Guillermo López Hipkiss escribió también diver sos episodios de las aventuras de Nick Carter que publicó Molino antes y después de la guerra, compartiendo la serie con otro escritor del mismo origen que firmaba H. C. Granch. Y H. C. Granch además de múltiples novelas del Norte, de las que transcurren en las heladas estepas del Canadá, dio vida a un héroe policíaco, Frank L. Sullivan, profesor de física de la universidad de Harvard y detective aficionado, mientras otro escritor que se firmaba Gerard L. Henrich, pocos años después, inauguraba la serie de Bruce Notan, un típico y excéntrico detective inglés a lo Sherlock Holrnes, aposentado en Los Angeles. En los primeros años cincuenta junto a Gui llermo López Hipkiss, que firmaba ya con su nombre completo, aparecieron en la colección Misterio nuevos escritores policíacos que utiliza ban también sus nombres españoles, L. Morán, F. Mayo, etc., aunque sus héroes siguieran siendo anglosajones corno ocurría prácticamente en todos los países europeos. No se olvide por ejemplo que en Francia, se publicaban las obras de autores ·corno Terry Stewart, John Arnila o Vernon Sulli van (Boris Vian) que eran franceses y cuyas histo rias se desarrollaban en los Estados Unidos. Y es que el gusto del público estaba educado de tal forma que se valoraba mucho más lo que sonaba a extranjero, ello aparte del factor exótico que su ponía para el lector leer historias distanciadas en el espacio hasta tal punto que se hacía posible y creíble lo que no lo hubiera sido en el ambiente de la realidad cotidiana. Quizá en este tipo de novela popular, desapare cido totalmente en los años cincuenta y sustituido por la paraliteratura industrial precedente de la actual, pudiera hallarse un gérrnen de una novela policíaca española que no fue aprovechado. Cier tamente autores corno Mallorquí e Hipkiss fueron perleccionando su estilo y utilizando sus nombres verdaderos. Los inconvenientes para el desarrollo y continuidad del género fueron sin duda por una parte la inexistencia de nuevos autores dispuestos a desenvolverse en ese ámbito intermedio y a prestigiarlo y elevarlo en la escala literaria, por otro lado la imposibilidad en aquellos años de que la acción de estas novelas, con su oposición a la policía, sus tiroteos callejeros, etc., transcurriera en España donde se suponía oficialmente que no podía suceder nada anormal y por supuesto nada que pudiera perturbar el orden establecido corno es la criminalidad, y mucho menos podía hablarse de las instituciones encargadas de mantener el or den. Pero de cualquier modo, el toque de fantasía que Guillermo López Hipkiss añadió al realismo novelesco de sus obras pudo haber sido una de las características de una Novela Policíaca Española que no llegó a cobrar vida. Junto a la novela popular de aquellos años, de una dignidad nunca más conocida, puede hablarse Novela crim�.nal de una segunda corriente de noveia criminal, en algunos puntos poco distinguible de la primera. Y es que ya en los años cuarenta las colecciones especializadas en novelas policíacas abrieron tí midamente sus puertas a los escritores españoles que, en general y como era lógico en el corto período en que esto ocurrió, no aportaron nada nuevo al género ni consolidaron una escuela na cional, limitándose a seguir, ciegamente con ma yor o menos fortuna, las directrices trazadas por los autores anglosajones o a lo sumo el modo de hacer de Simenon. Hubo sí una pequeña novedad a la que luego aludiremos, pero no fue seguida por nadie. No obstante, en esta línea se construyeron novelas policíacas muy desiguales en su conjunto, no desprovistas de ingenio al plantear los proble mas, e incluso algunas con una cierta calidad, distinguiéndose entre ellas dos tendencias bien de- Mario La Cruz. finidas que apuntaban a la imitación de la novela policíaca inglesa o de la francesa, bien en la es tructura y resolución de los enigmas, bien incluso en la ambientación, de tal modo que junto a los enigmas que tenían su escenario en el extranjero con personajes extranjeros, había otros que ocu rrían en España y sus protagonistas eran españo les. Puede suponerse la absoluta asepsia de éstos últimos en orden a la ambientación y clima social, que no aparecían por ninguna parte, desarrollán dose generalmente en las altas esferas de la socie dad, cuya nacionalidad se sabía únicamente por que el autor, centrado en el enigma, la daba a conocer. Fidel Prado, autor también de novela popular, y Luis Conde Vélez fueron seguramente los prime ros que al iniciarse la década de los cuarenta pu blicaron ya novelas de este tipo. Especialmente 31 prolífico fue el segundo de ellos, que firmaba a menudo como Lewis Earl Welleth, y que tuvo acceso a prestigiosas colecciones especializadas de la época. El detective de papel, Un crimen a la medida, Trece, Dos paquetes de cigarrillos, El detective loco, etc., son los títulos de algunas de sus novelas, escritas al estilo británico con perso najes repetitivos e interrelacionados como el ins pector Cunning, el inspector Scarborough, el se ñor Opfer o el señor Canterbury. Osear Montene gro y Manuel Segura publicaron en la Biblioteca Iris novelas del mismo tipo aunque las del se gundo ocurrían en España. Y en 1942 la legendaria Biblioteca Oro estrena autor español. El neófito no fue otro que José Mallorquí, traductor de numerosos volúmenes de la serie, que con el seudónimo de Juan Montoro publicó dos novelas cuya acción transcurría en Barcelona -El ídolo azteca y El misterio del her mano fantasma-, y con el de J. Figueroa Campos inventó al detective neoyorkino Sherman Ryles -de aspecto semejante al del actor Melvin Dou glas- que intervino en El misterio de los guantes grises y El misterio de los tres suicidas. En nin guna de estas novelas estuvo Mallorquí a la altura de sus series populares del Oeste, mucho más ingeniosas e interesantes. La misma Biblioteca Oro acogió por aquellos años El caso del criado guaraní, de V. Arias Archidona, creador del de tective Juan Gay, una especie de Nero Wolfe ma drileño. El misterio de las siete trompetas, de José J. Morán, El caso del espejo inclinado, de Arturo Benet y Sola frente a la policía, de Pedro Guirao. Mucho más interesantes que las anteriores re sultaron ser las seis novelas, publicadas también por la Biblioteca Oro entre 1949 y 1953, firmadas por J. Lartsinim, trasposición del apellido Minis tra!, tituladas El caso del psicoanálisis, La seño rita de la mano de cristal, El caso de la grafolo gía, El doctor no recibe, Sencillamente una cinta de máquina y La pista de los actos fallidos .. En la primera de ellas el editor advierte que «apartán dose del camino trillado de lo puramente poli cíaco, su autor se adentra decididamente por el terreno casi virgen del relato de intriga que tiene por tema un problema psicopatológico. Los estu dios sobre el subconsciente, tema tan sugestivo para las nuevas generaciones, servirán de eje a los relatos que la pluma de este joven autor no tardará en ofrecernos». Y efectivamente, el doctor holan dés Ludwig van Zigman, discípulo del profesor Sigmund Freud, relata en todas estas historiassus experiencias en la aplicación de las técnicas del psicoanálisis para esclarecer misteriosos críme nes. Realmente se trata de la primera originalidad en una novela policíaca española, aunque a veces las explicaciones psicoanalíticas del doctor van Zigman resulten excesivamente prolijas. Es tam bién sumamente interesante la ambientación de las novelas, que tienen por escenario diferentes ciu dades europeas y una de ellas, la penúltima, transcurre en Barcelona. Novela crim ... nal A partir de 1948 el prolífico escritor N oel Cla rasó hizo gala de su indudable ingenio en una serie de novelas policíacas con títulos tan sugestivos como El tren que no llegó jamás a su destino, Los zapatos del hombre muerto, La sombra de un crimen, El rastro, La línea del corazón, etc. escri tas con su facilidad habitual y protagonizadas por personajes españoles. Juan José Mira, ganador del primer Premio Pla neta en 1952 con la novela En la noche no hay caminos y autor de una Biografía de la novela policíaca, incidió también en el género en 1949 con El billete de cien dólares, una novela de in triga internacional con protagonista español. Como españoles eran el inspector Rugo Corin, de la policía madrileña, al que dio vida Adolfo Ober en El valle de la muerte invisible, El muerto ante el espejo y El robo del Museo del Prado, y el comisario Fose y, destinado éste a la Ciudad Con dal, y creado por J. Enrich en una serie de novelas entre las que figuran El crimen del metro, El ase sinato del Sr. Marte/, El secreto del molino, etc. Y en los años siguientes sólo Tobogán, de An tonio Martínez Torre, publicada en 1963, y César Frade y el inspector mentiroso, de Carmelo Para dinas, en 1969, pueden encuadrarse en esta co rriente intermedia que en realidad terminó en los primeros años cincuenta. Estas dos últimas obras, si bien siguen igualmente las corrientes extranje ras, tienen una estructura mucho más moderna y se despegan del escueto esquema del enigma tra dicional, como se había ya despegado la novelís tica policíaca de todos los países. Menos fructífera, pues, que la novela popular se presentó lo que pudiéramos llamar novela poli cíaca propiamente dicha de estos años, con alguna dosis de ingenio y muy escasa originalidad. En sus obras, y especialmente en las situadas en escena rios españoles, se advierte una extraña artificiosi dad que les resta toda verosimilitud. Una artificio sidad debida en parte a la voluntad de eludir una serie de temas inabordables en aquellos años, pero atribuible sobre todo a la traslación a la sociedad española de unos esquemas sociales y una pro blemática que no eran los suyos. La novela criminal de tipo popular y esa novela policíaca intermedia, imitación de la extranjera, fueron fenómenos exclusivos de un tiempo y a partir de los primeros años cincuenta iniciaron su decadencia para dejar de existir definitivamente. La edición de novelas policíacas siguió mante niéndose en España casi exclusivamente a base de autores extranjeros hasta la segunda mitad de los setenta. Pero con la desaparición de esa novela popular y cuasi-popular -que evidentemente de generó en una paraliteratura de kiosko que todavía subsiste-, se produce un nuevo fenómeno alrede dor de la novela policíaca y es que algunos nove listas con aspiraciones literarias inciden en el gé nero, si bien de una manera ocasional, como para demostrar que también con la temática criminal -no de novela enigma- puede hacerse buena lite- 32 Gonzalo Suárez. ratura, aunque en realidad raras veces lo consi guen. Todo empezó en 1953 cuando Mario Lacruz publicó en la colección «Club del Crimen» -que no es la antes aludida de los años 30- su novela El inocente. «Club del Crimen», que editaba Luis de Caralt, era una colección especializada, pero su presentación y su precio la equiparaban a las edi ciones de narrativa general. Lo que ocurría es que Club del Crimen no publicaba novelas policíacas corrientes. Su catálogo incluía La jungla de as falto, de William Riley Bumett, varias obras de Peter Ceyney, de Marty Holland, de James Ha dley Chase, etc., que se apartaban sensiblemente del enigma tradicional, aproximándose a lo que después se llamaría Serie Negra. El inocente tam bién rebasaba la tradición policíaca·y no seguía las líneas predeterminadas por ninguna escuela ex tranjera. Abordaba la temática criminal desde un punto de vista psicológico, utilizando un estilo directo y preciso y denunciando los efectos de la opresión y del miedo que provocan ciertas institu ciones sociales. La profundización en los persona jes era poco habitual o al menos inesperada en este tipo de literatura. De momento El inocente pasó inadvertida en los medios literarios eruditos, seguramente por el género a que pertenece, pero pronto su calidad literaria y su valor estético se impusieron, especialmente al publicar su autor una segunda novela no policíaca, que parece le dio a conocer en aquellos sectores. Sólo Mario La cruz pudo haber escrito una novela criminal de estas características porque sus aspiraciones lite rarias estaban fuera, y seguramente por encima, de la corriente novelística de su época a la que Novela crim-.nal desde luego no se adaptaba. El inocente pudo haber sido el primer paso hacia una narrativa cri minal española con todas sus consecuencias, pero fue tan sólo un único paso porque nadie, ni su propio autor, secundó el intento que quedó como algo aislado, absorbido en último término por la narrativa general no especializada. La conciencia de una novela criminal distinta del puro y simple enigma intelectual ha nacido así ya en España y los escritores advierten las posibi lidades de dignificación literaria centrando el tema en alguno de los aspectos sociológico, psicológico, etc., del crimen o de la criminalidad. En este sentido, también en 1953 igualmente en «Club del Crimen» el escritor y policía Tomás Salvador pu blica su novela El charco, título que simboliza el crimen -entendido como homicidio- «creciendo y anegando todo cuanto en él se encierra» . El cri men, en una novela policial -recuerda Tomás Sal vador- debe ser el nervio motor de toda la obra. El crimen como algo repugnante que, cualquiera que sea su origen y su motivación, debe ser re chazado y odiado. Se trata de concienciar al lector de ese rechazo y, a la vez, de llamar su atención sobre la existencia de unos hombres, los policías, que dedican su vida a la lucha contra el crimen, que son seres humanos como los demás y que tienen sus problemas personales. Mayor calidad literaria alcanzó sin duda Los atracadores (1955), que intenta bucear en el mundo y en las motiva ciones del delito, de forma directa, rápida y cruda. Las novelas policíacas de Tomás Salvador -que obtuvo el Premio Planeta en 1960- constituyen sólo una mínima parte de su actividad literaria, corno una de sus múltiples experiencias -que al canzan también a la ciencia-ficción-, extendida posteriormente a Esta noche estaré solo y últi mamente, en 1979, a Cebo para unas manos. La temática criminal tentó también a Alejandro Núñez Alonso, autor del prolongadísimo ciclo his tórico de Benasur de Judea, que en 1955 publica el enredo policíaco Tu presencia en el tiempo, pero ya en 1964, con la novela Gloria en subasta, se alinea en esta nueva corriente literario-criminal, relatando la huida a través de Méjico del pistolero Quico Balderas tras la comisión de un asesinato y las repercusiones de esa huida en otras personas, amigas o enemigas del asesino. También Santiago Lorén, premio Planeta de 1953, mostró pronto su inclinación hacia el género policíaco, una inclinación consolidada. ya en las tres novelas cortas del volumen La muerte río (1965) y prolongada en los últimos tiempos con la creación del Dr. Leonard, médico forense-detecti ve, y su inefable enfermera-ama de llaves Palmira en la novela No tenía corazón (1979). En un terreno totalmente distintoFélix Llaugé había publicado en 1960 Depósito de cadáveres, una novela poco conocida cuya acción transcurre enteramente en la morgue de Nueva York, como antecedente de la obra del americano Herbert Lieberman La ciudad de los muertos (homónima 33 de otra de Consuelo Alvarez que nada tiene que ver con el tema), puhlicada también en España y muy celebrada en Francia. Pudiera parecer extraño afirmar que Tormenta de verano, la novela de Juan García Hortelano ganadora del Premio Formentor de 1961, es una novela criminal. Sin embargo, es el hallazgo del cadáver de una muchacha en una playa y la consi guiente investigación lo que mueve la acción de la novela y la conciencia del protagonista hacia me tas que poco tienen que ver con el crimen. Finalmente, en 1963 aparece una obra de tipo policíaco absolutamente original y distinta a todo cuanto se había escrito en nuestro país. Se trata de la novela de Gonzalo Suárez De cuerpo pre sente (1963), cuyo estilo inhabitual, rápido, cor tante, percusivo, utiliza una serie de recursos to mados de otros medios de comunicación. Una ex- F. García Pavón. periencia interesante en el campo literario y en el policíaco que tampoco tuvo continuación, pues otras obras del mismo autor, como Rocabruno bate a Ditirambo o El roedor de Fortimbrás, pro fundizan el experimento en el campo literario pero se alejan de las referencias criminales. La novela policíaca humorística ha sido uno de los grandes logros de los últimos tiempos con des tacados cultivadores en todos los países habitua dos a la lectura y producción de novela policíaca. En el nuestro, también el humor referido al género criminal surgió de modo ocasional y siempre en forma de parodia más o menos displicente. Mu chos relatos breves de este tipo se publicaron en diversas revistas, pero únicamente son dignas de mención las Novísimas aventuras de Sherlock Holmes, que escribió Enrique Jardiel Poncela con Novela crim ... nal su típico humor absurdo iniciador de una escuela, y Operación Paquita (1959), una hilarante novela policíaca de Jorge Llopis. Hasta aquí, pues, lo que la novela policíaca española pudo y no quiso ser y lo que quiso y no pudo llegar a ser. La novela policíaca española pudo tener su arranque en una pujante novela popular que no fue aprovechada, fue despreciada y acabó por desaparecer. Ciertamente aquella no vela popular estaba aún enraizada en la novela popular extranjera al menos en cuanto a sus con diciones externas, acordes con las circunstancias sociales del momento, con esa forzada admiración por lo extranjero. Pero contenía también elemen tos propios que pudieron haberse extrapolado, in crementado y pulimentado con el tiempo, como ocurrió después en Francia. La novela policíaca española quiso asemejarse lo más posible a la no vela policíaca anglosajona y no consiguió más que copiar sin acierto la estructura de ésta. Una es tructura y un carácter que nació y se desarrolló en una sociedad que no era la española y no podía trasladarse a ésta con éxito. El resultado fue ca tastrófico y las obras producidas -con las excep ciones apµntadas- fueron malas imitaciones, in dignas de mención en su mayoría si no hubieran sido las únicas. Pero incluso en este sentido de imitación de lo foráneo, la novela policíaca española seguía siendo imposible. No había en España escritores, buenos o malos, de novelas policíacas. Hubo ten tativas de dignificación del género por parte de novelistas más o menos consagrados, de novelistas inscritos casi todos en el realismo literario que dominaba la época, cuyas escasas incursiones en el campo· de la novela criminal fueron como espo rádicas manifestaciones de ese realismo que sólo por casualidad incidía en la temática criminal. No eran desde luego novelas policíacas en el sentido clásico ni tampoco investigaciones o experimentos dentro del género. Un género, por otra parte, que aún adolecía de una mala consideración social en la que en ningún momento quisieron incurrir los novelistas de la época. Doce años después de que apareciera la primera novela de Mario Lacruz, se produce en la novelís tica culta española un nuevo acercamiento al gé nero policíaco. Un acercamiento consciente, que parte de Francisco García Pavón, decidido a emu lar a los grandes maestros de la novela policíaca. En el prólogo a Historias de Plinio García Pavón tras reconocer que el género policíaco nunca había tentado a los escritores españoles, manifiesta su expresa voluntad de «escribir novelas policíacas muy españolas», pero eso sí, utilizando el mayor talento literario posible. «Novelas -dice- con la suficiente suspensión para el lecto.r superficial que sólo quiere excitar sus nervios y la necesaria al tura para que al lector sensible no se le cayeran de las manos». Al margen de que las novelas de García Pavón cumplan o no en la práctica este 34 propósito, es lo cierto que de sus palabras puede deducirse la situación en que se hallaba el género en España. La utilización del término «suspen sión» en lugar del popularmente consagrado « sus pense» indica ya que está hablando un purista del idioma que rechaza las palabras importadas aun que no tengan un equivalente exacto en caste llano. Pero aparte de ello, García Pavón habla de dos elementos distintos como componentes de sus novelas policíacas: La suspensión, que es como llama al elemento policíaco, y la altura, que es como designa al elemento artístico o literario. Evidentemente toda buena novela policíaca ha de reunir ineludiblemente ambos componentes pues en caso contrario o no sería una novela policíaca o no sería una buena novela. Conan Doyle, Chester ton, Durrenmatt, Hemingway, Faulkner, G. Greene, Le; Carré, Hammett y Chandler, por citar sólo algunos nombres, habían conseguido ya la unión de los dos elementos. Y es que siempre y en todo caso, para que exista una novela, sea poli cíaca, de aventuras, psicológica, histórica o de cualquier temática imaginable, para que exista una buena novela, ha de concurrir la «necesaria al tura» literaria como envoltura formal del relato. Pero lo triste es que García Pavón, haciéndose eco de una opinión generalizada, atribuye la «suspen sión» al lector superficial y la «altura» al lector sensible, de tal modo que parece que el lector interesado en la novela policíaca por su género, por la intriga, no sólo no es sensible sino que además es superficial, y parece igualmente que la Plinio. Novela crim�.nal «necesaria altura», es decir, el elemento literario, lo agrega sólo para que al lector sensible, esto es, al no aficionado a la novela policíaca, no se le caiga el libro de las manos, porque en realidad quiere captar e interesar a todos los sectores del público. Y ciertamente captó al público culto, pero no al aficionado a la novela policíaca porque García Pavón dio mucha más importancia al ele mento formal o literario que al contenido gené rico, y si sus novelas policíacas poseen una indis cutible altura artística, sacrificaron a ella la «.sus pensión» que es lo que mantiene vivo el interés por el género. - De este modo pues nació Manuel González, alias Plinio, con la rústica nobleza y la inteligencia natural que hicieron de él el primer sabueso neta mente celtíbero. Parece que la primera aventura de Plinio está basaba en un hecho real que su autor, tomellosero, había oído contar en su juven tud, pero las restantes, como el personaje mismo, pertenecen al dominio de la imaginación, sin per juicio de la lógica inspiración realista. Plinio, el Jefe de la Guardia Municipal de Tomellosp, apa reció por vez primera en las páginas de la revista «Ateneo» protagonizando una narración breve en los primeros años cincuenta, pero únicamente consolidó su personalidad en la novela corta Los carros vacíos (1965), a la que siguieron los dos relatos contenidos en Historias de Plinio (1968) y las tres novelas El reinado de Witiza (1968), El raptode las Sabinas (1969) y Las hermanas colo radas (1970), la última de las cuales obtuvo el Premio Nada! de 1969. El éxito y la popularidad del premio y de la versión televisiva de Plinio propiciaron la publicación de las Nuevas historias de Plinio (1970) y después de otras tres novelas, Una semana de lluvia (1971), Vendimiario de Pli nio (1972) y Voces de Ruidera (1973), y un nuevo libro de relatos, El último sábado (1974), que dio paso a las dos últimas aventuras de Plinio, Otra vez domingo (1978) y El hospital de los dormidos (1981). Aparte de la suspensión policíaca, la altura literaria de que habla García Pavón, se inserta en la ambientación y en la tipología que es donde se pone el acento de las narraciones. Porque las no velas de Plinio reflejan el tipismo de una ciudad manchega, cabeza de comarca, un tipismo que más o menos veladamente pone al descubierto el subdesarrollo de la España rural de su tiempo, amparado en el pintoresquismo folklórico. Esta corriente concienciada pero culta no halla continuidad, en sentido desde luego distinto, hasta 1974. Pero téngase en cuenta que entre tanto, la publicación especializada de novelas policíacas en España ha desaparecido casi por completo. Todas las colecciones clásicas a precios asequibles han dejado de publicarse. La novela policíaca se edita ahora sin distinción de género en las colecciones de novelística general. Parece que el gusto por lo policíaco se ha perdido, que las nuevas generacio nes no se interesan por las novelas policíacas, quizá a causa de que no se le ofrecen las adecua- 35 Vázquez Montalbán. das. Esporádicamente alguna editorial intenta lan zar nuevas colecciones especializadas pero en ediciones de lujo que tienen que concluirse a los pocos volúmenes. En uno de estos intentos, el de Libros de la Frontera, Manuel Vázquez Montalbán introdujo su novela Tatuaje en la que daba vida detectivesca a Pepe Carvalho. En realidad Pepe Carvalho había nacido antes, en 1972, en la novela Yo maté a Kennedy, pero sólo Tatuaje es una novela poli cíaca y en ella Pepe Carvalho un detective con reminiscencias del duro americano y del bon vi vant clásico. La vida de Carvalho, el detective gallego afincado en Barcelona, se distribuye entre su mundo íntimo de Vallvidrera y la agitada vida de las Ramblas y sus alrededores, de la mala vida de Barcelona en la que se halla personal y profe sionalmente integrado. Y ello da pretexto a su autor para pasar revista a una serie de pintorescos personajes y variados ambientes, llenos de colo rido, sin desviarse ni un ápice del más puro rea lismo. De un realismo verdaderamente crítico, porque Pepe Carvalho es un detective español de hoy y, como por casualidad, vive directamente los problemas de la España actual, de los últimos años, sin tomar posiciones directas, y también como por casualidad todos sus casos profesionales conllevan implicaciones políticas o político-socia les. Crítica y testimonio son pues las característi cas de fondo de las novelas criminales de Vázquez Montalbán -Tatuaje (1974). La soledad del mana ger (1977), Los mares del Sur (1979) y Asesinato en el Comité Central (1981)-, aquellas mismas ca racterísticas que posibilitaron en los Estados Uni dos el nacimiento de la literatura de serie negra. En los últimos tiempos parece que cada escritor Novela crim�.nal quiere tener su novela criminal. Desde 1979 han surgido una serie de obras, de calidad literaria y policíaca desigual pero todas ellas con ciertas pre tensiones, debidas a autores consagrados en otros terrenos o noveles que de algún modo tocan el tema de la criminalidad con perspectivas sociales o políticas. Especialmente el sentido político par tidista se ha dejado sentir insistentemente tal vez como consecuencia de la liberalización de los me dios de expresión. En términos generales parece que se ha tratado de aplicar a la sociedad española las coordenadas de la novela negra americana, quizá sin tener en cuenta que ésta generalmente no hacía crítica política sino crítica social; denun ciaba la corrupción de las instituciones pero no a las instituciones mismas. La auténtica novela po licíaca política, que ha fructificado especialmente en Italia con Leonardo Sciacia en los últimos años, se despoja, en cambio, de todo partidismo y critica el poder, venga de donde venga, cualquier tipo de poder como origen último del crimen. Muy lejos de este fondo ideológico se hallan los thri llers de intriga política donde el partidismo no cuenta más que para ubicar a los personajes en uno de los dos bloques ideológicos en que se di vide el mundo. Intimamente relacionado con este tipo de intriga política se halla el tema del terro rismo que también ha sido abordado por los auto res españoles. La ya aludida proliferación de novelas policía cas españolas, ha coincidido con un resurgimiento editorial del género consecuente a un renovado interés de los lectores. De nuevo desde los últimos años setenta se publican novelas policíacas en Es paña, si bien muy raramente se da a conocer lo que se escribe actualmente en otros países. La evolución de la novela criminal inglesa, francesa y sobre todo norteamericana desde los años cin cuenta es indudable, pero sigue siendo totalmente desconocida en España. Las colecciones especia lizadas se nutren casi exclusivamente de reedicio nes que desde luego constituyen novedad para las últimas generaciones de lectores, y en muy pocas ocasiones de traducciones nuevas de novelas clá sicas o simplemente vetustas. Las pocas noveda des auténticas, selec:cionadas con arreglo a extra ños criterios, siguen nutriendo las ediciones de lujo. Es de destacar, sin embargo, en este resur gimiento del género, la creación en 1978 de una colección dedicada exclusivamente a la novela po licíaca española, resucitando el antiguo nombre de «Club del Crimen», ,cambiado en seguida por el de «Círculo del Crimen». Un intento memorable ini ciado extrañamente con una novela bumorística, Gay Flower, un detective muy privado, del humo rista P. García que no parodia el detectivismo sino la homosexualidad de su protagonista. Un intento que dio a conocer algunos nuevos escritores del género pero que en definitiva no obtuvo la espe rada aceptación. Desde los últimos años setenta, pues, muchos escritores españoles han acudido al campo de la 36 Savater. novela criminal. Unos eran antiguos novelistas familiarizados con el género como Fel Marty o Femández Arias, Tomás Salvador o Santiago Lo rén, algunos habían consagrado sus nombres en otras actividades intelectuales como Fernando Savater (Caronte aguarda, 1981), José M.ª Ga briel y Galán (A salto de mata, 1981), o Eduardo Chamorro (Súbditos de la noche, 1981). La mayo ría son nuevos escritores como Carlos Campos (Bifronte, 1981), Julián lbáñez (La triple dama, 1980, La recompensa polaca, 1981), Ernesto Parra (Soy un extraño para tí, 1981), Jorge Martínez Reverte (Demasiado para Gálvez, 1979, El mensa jero, 1982, Gálvez en Euzkaldi, 1983), Carlos Pérez Merinero (Días de guardar, 1981, Las re glas del juego, 1982) o Juan Madrid (Un beso de amigo, 1980). De estos nuevos novelistas Andreu Martí ha encontrado en la novela criminal su modo habitual de expresión, se ha profesionalizado en el género y nos ha ofrecido ya seis novelas de calidad irre gular (Aprende y calla, 1979, El señor Capone no está en casa, 1979, A la vejez, navajazos, 1980, Prótesis, 1980, La otra gota de agua, 1981, Por amor al arte, 1982), entre las que descuella Próte sis, ganadora del Premio Círculo del Crimen. En ella Andreu Martí practica el realismo crítico apli-· cado a la sociedad española, si bien en otras de: sus obras prefiere la fantasía truculenta con visos de realidad. Este realismo crítico aplicado a la sociedad es pañola con un resultado peculiar y distinto del de la novela negra americana, se observa muy desa·· rrollado en la obra de otro novelista, famoso ya, al queno se suele vincular a la novela criminal. Se trata de Juan Marsé, cuyas Ultimas tardes con Novela crirn�.nal Teresa (1966), Si te dicen que caí (1973) y Un día volveré (1982), con personajes que parecen arran cados de las novelas de David Goodis, impulsados por un determinismo social, pueden significar el origen de una novela negra auténticamente espa ñola. Queda finalmente por reseñar la obra de otro escritor de prestigio como es Eduardo Mendoza. Tras La verdad sobre el caso Savolta (1975), quizá su mejor novela, inscrita también en un rea lismo crítico pero aplicado a tiempos pasados, Mendoza escribe dos obras policíacas con un de tective común, un detective nuevo y extraordina rio distinto de todos los anteriores porque es sim pl;mente un loco salido del mani�omio. Un l��o bebedor de pepsi-cola que en su pnmera actuac10n detectivesca resolvió El misterio de la cripta em brujada (1979), pero que en la segunda, El labe rinto de las aceitunas (1982), permite al lector colaborar en la hipotética solución sin que ésta importe demasiado. Un detective que con su vo cabulario, su locura, su ingenio, se presenta como una especie de continuador actualizado de la. viejapicaresca mostrando el trasfondo de la sociedad de hoy y provocando en el lector la sonrisa, la risa e incluso la hilaridad a través de una sátira pun zante. Un detective que cuenta sus aventuras en primera persona -como es debid?- utilizando, unlenguaje insólito, rebuscado y anticuado, y es el y no Mendoza el responsable. Un detective, en fin, que no tiene nombre, como no lo tuvieron el Agente de la Continental de Dashiell Hammett, el Anciano del Rincón de la Baronesa de Orcay o el Nameless, el detective de San Francisco de Bill Pronzini. Y por último, como curiosidad policíaca, resulta Jaume Fuster. 37 especialmente notable el relato de Santiago R. Santerbás, incluido en su libro Tres pastiches vic torianos (1980) con el título de La aventura del quinteto inacabado, que recrea mirmciosamente el mundo de Sherlock Holmes. Si gran parte de los novelistas c_it�dos_ han nacido o residen en Cataluña y han v1v1do mmersos en una cultura, la cultura catalana, que no ha dejado de traslucirse a través de sus escritos, to dos ellos a pesar de su bilingüismo, han adoptado el castellano como lengua literaria. Pero otros, desde la misma cultura, han escrito en catalán y han incidido en el género criminal. Así desde los años cincuenta el gran novelista Manuel de Pedrolo ha cultivado esta especialidad esporádicamente en una línea que ya entonces se apartaba de la novela enigma para adentrarse en problemas de tipo humano reflejados en tramas de verdadero interés. Es vess una sang fácil (1958), Joc brut (1965) (traducida al castellano como Juego sucio), Mossegar-se la cua (1968) (tradu cida al castellano como Morderse la cola), Pas de ratlla (1972) y Algú que no hi havia de ser (1974) son los títulos de estas novelas que en los últimos años no han tenido continuidad. Más modernamente otros escritores en lengua catalana se ha asomado también a la temática cri minal con toques sociales y testimoniales como Jaume Fuster con De mica en mica s' omple la pica (1972) (traducida al castellano con el título de El procedimiento) y Tarda, sessió continúa 3,45 (1976), Guillem Frontera con La ruta deis ca1;gurs (1980) y más recientemente Lloren1; Capella con Jack Pisto/es (1981). Quizá en esta última generación de escritores, algunos de ellos dedicados exclusivamente al gé nero criminal, se halle el gérmen de una nueva y verdadera novela policíaca española. De esa no vela policíaca española que pudo haber sido a partir de la novela popular de posguerra. {!na novela policíaca española que pudo haber temdo su origen en El inocente, de Mario Lacruz .. Una novela policíaca española que por el momento cuenta ya con ejemplos tan dispares e interesantes como los que ofrecen Manuel Vázquez Montal bán, Juan Marsé, Andreu Martín y Eduardo Men doza, lo que permite sin duda su fructificación en sentidos diversos y variados y consiguientemente la captación de nuevos adictos de distintos secto res. Se ha despertado con todo ello un verdadero interés general por la novela criminal en España. Un interés que ha propiciado artículos periodísti cos, libros, coloquios, mesas redondas sobre el tema. Que ha dado lugar al nacimiento de una revista especializada, de cor.ta vida, y que ha permitido finalmente la entrada de la e novela criminal, del estudio de la novela criminal, en la Universidad.
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