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¿CÓMO PROTEGERSE DEL SOL? Por los Dres. Kepa Lizarraga y Javier Serra. En muchas culturas el sol ha recibido los honores de la divinidad y quizás no sea exagerado ese tratamiento si pensamos que la vida en el planeta Tierra, tal como la conocemos, no hubiera sido posible sin su presencia. Desde la fotosíntesis de las plantas hasta la asimilación del calcio que formará parte de nuestros huesos dependen de ese astro que, situado a unos 150 millones de kilómetros del planeta Tierra, nos envía, junto al espectro de luz visible, una amplia gama de radiaciones, de las que resaltaremos las denominadas ultravioletas, cuyos efectos, en función de la dosis, no siempre serán tan beneficiosos como los descritos, sino que, por el contrario, pueden ocasionarnos serios trastornos, como la ceguera o el cáncer de piel. Y, de entre los lugares en que estamos expuestos a los efectos de esos rayos, es la montaña invernal uno de los más agresivos, ya que a la mayor pureza ambiental que implica la altitud, con menor filtrado de las radiaciones nocivas, se une el efecto añadido de su reflexión en las grandes paredes y laderas blanqueadas por la nieve. Dos son los órganos que sufrirán directamente los errores de nuestro comportamiento en relación con el sol: la piel y los ojos. El organismo, de forma natural, dispone de mecanismos que le permiten tolerar ciertas dosis de radiación ultravioleta. En el caso de la piel se trata de la producción de melanina, pigmento que nos da el aspecto bronceado, pero que, como es bien sabido, requiere de cierto tiempo para alcanzar cantidades que le permitan ser eficaz, por lo que inicialmente las exposiciones deberán ser breves. Los ojos intentan limitar las dosis recibidas por sus zonas sensibles interiores mediante el cierre de la pupila, pero en ocasiones, el contraste brusco de luces y sombras impide o retrasa su adaptación que, por otra parte, no es ilimitada. ¿Qué debemos hacer para protegernos adecuadamente? En el caso de la piel la solución es utilizar prendas adecuadas y cremas de protección solar, cuyo cometido es, mediante filtros físicos, químicos o biológicos, reducir la cantidad de radiaciones nocivas que llegarán a las células cutáneas y a las mucosas expuestas, como la de los labios. Con la colaboración de viseras y sombreros, en el caso de los ojos esa función se encomienda a las gafas, cuya óptica y diseño debe limitar el paso de los rayos ultravioleta nocivos, tanto directos como reflejados y, si son de buena calidad, reducirán también los efectos molestos de los rayos infrarrojos. El “agujero de ozono” es real y las dosis de radiación que recibimos son mayores que las de antaño. Seamos prudentes por lo tanto: ¡protejámonos!
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