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28 | CONTRAPUNTO, N.º 42 CONTRAPUNTO, N.º 42 | 29
Hacer literatura sin hacer literatura
T
ras el éxito de La España vacía 
(2016), Sergio del Molino 
(Madrid, 1979) vuelve a la 
actualidad editorial con La mirada de los 
peces, una obra manchada de experiencia 
testimonial que toma como punto de 
partida para construirse el suicidio de 
Antonio Aramayona, conocido activista 
y profesor durante la adolescencia del 
escritor. Con este texto, Del Molino 
abandona la estructura ensayística 
y retoma el esquema novelesco para 
elaborar, de nuevo, un relato de tintes 
autobiográicos, muy en sintonía con 
el tono de títulos como La hora violeta 
(2013) o Lo que a nadie le importa 
(2014), que constituyen su producción 
narrativa inmediatamente anterior a La 
España vacía. 
 Con La mirada de los peces, Del 
Molino nos invita a iniciar un recorrido 
salpicado de vaivenes temporales 
con escaso orden cronológico que 
nos transportan del 2016 a los años 
90 y de los años 90 al 2016. A través 
de ellos, el escritor elabora, desde la 
contemporaneidad, una profunda 
exégesis de sí mismo a partir del 
recuerdo de una adolescencia mediada 
por la agresividad del entorno y, dentro 
de este, por la inluencia de Aramayona, 
entonces profesor de instituto, quien 
tuvo en la vida del autor un papel decisivo 
como agente transformador y alienante. 
 Del Molino arranca el motor 
de la obra de súbito, con la llamada en 
la que Aramayona pone sobre aviso al 
autor sobre su intención personal de 
“inalizar” su vida (“No quiero corregirle 
el verbo, por eso lo escribo tan pronto, 
cuando todavía suena en mi oído”). A 
partir de la noticia del suicidio, el escritor 
inicia esta particular serie de viajes al 
pasado y al presente en los que se plasma 
a un Aramayona alejado de los medios, 
Sergio del Molino, La mirada de los peces 
Barcelona, Penguin Random House 
210 páginas, 17,90 euros
del escrache y, en general, del personaje 
mediático que él mismo construyó y que 
abrazó como máscara hasta el inal de 
su vida, que convirtió en una verdadera 
performance. No es este, el Aramayona 
que queda en la memoria social, el que 
le interesa retratar a Del Molino en La 
mirada de los peces, sino el Aramayona 
ilósofo; el Aramayona profesor que, en 
el contexto del instituto público, no duda 
en llevar al límite la ética profesional 
para generar pensamiento crítico en sus 
alumnos; o el Aramayona que premia el 
relato de un adolescente con un sobre 
con unas cuantas pesetas de su bolsillo.
 El suicidio inverosímil y 
parafernalio de Aramayona le sirve a Del 
Molino como trampolín para iniciar un 
recorrido interior en el que el escritor se 
busca a sí mismo en las calles jóvenes y 
violentas del barrio zaragozano de San 
José, en el heavy metal, en las noches de 
bar, en los amigos de la adolescencia y 
en sus primeros escritos. Una búsqueda 
de sí mismo que la huella del maestro 
conidente convierte en encuentro. Un 
encuentro que Del Molino transforma 
en una casi intimísima e indirecta carta 
de agradecimiento.
 Leemos La mirada de los peces 
guiados, de nuevo, por la inconfundible 
voz narrativa del escritor que, en la 
línea de su producción literaria anterior, 
consigue convertir la cotidianidad de 
sus vivencias particulares en verdades 
profundas, trascendentes, generales y 
atemporales que funcionan como un 
espejo que devuelve a cualquier lector 
el relejo nítido de su propio pasado. 
La rabia joven, el odio, la violencia, el 
amor, la inseguridad, el desasosiego, 
la admiración, junto con otros temas, 
aparecen en el texto representados 
como sentimientos en bruto que poco 
a poco el escritor pule y talla con su 
escritura y a los que da sentido con un 
relato en el que explica la construcción 
de un yo que no sería tal de no haber 
recibido la inluencia directa e indirecta 
de Aramayona. Esta obra se constituye 
como un relato inserto por completo 
en las necesidades narrativas de una 
actualidad que encuentra en subgéneros 
literarios como la no icción, el ensayo 
literario, la autobiografía y la autoicción 
el laboratorio perfecto para diseccionar 
y autopsiar el yo. La mirada de los peces 
da continuidad lineal a la poética de 
Del Molino que, ceñida a la realidad 
desnuda, sigue encaminada a alcanzar, a 
través de la icción literaria, un profundo 
autoconocimiento, al que el escritor 
llega, precisamente, porque “esto no va 
de hacer literatura, porque la literatura 
casi nunca consiste en hacer literatura”. 
Gemma López Canicio

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