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R C AEHM_Moratalla_1992_2_p 185-194_Bolufer_Peruga

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Para completar la educación de la niña se contaba con maestros que instruyeran en ciertas 
materias: 
«Criáronse estas dos criaturas (los hermanos Pedro y Jacinta) creciendo en ellos el 
amor al paso de la edad, y llegóse el tiempo de aprender urbanidades que deven saber 
las personas principales. Les dieron maestros suficientes.»30 
«Tuve maestros de cantar y danzar, porque tengo razonable voz, y estas dos cosas 
supe con destreza.»31 
Los maestros enseñaban urbanidades, canto, danza, lectura y escritura cuando estos conoci- 
mientos no podían ser adquiridos de los padres o sirvientes o se trataba de darles una esmerada 
educación. De lo que no había maeshos era de labores ni de gobierno doméstico, tareas que se 
suponían conocidas por la propia experiencia de la casa. No hemos encontrado en la novela 
bairoca referencias al envío de doncellas a la escuela, costumbre que estaba lejos de generalizarse 
a pesar de que ya había algunas escuelas para doncellas32. Las reticencias a sacar a la joven de 
casa tardarían aún en superarse, sobre todo entre la nobleza, que podía permitirse los precepto- 
res e incluso hacer ostentación de ellos. 
No podemos olvidar la influencia de otro tipo de educadores: los sacerdotes. El púlpito y el 
confesionario, lugares muy conocidos por las mujeres, servían de plataforma para su 
adoctrinamiento en la fe y las leyes de la Iglesia, incluidos los esquemas misóginos que dejaban 
tan mal parada la condición femenina. Recordemos que después de Trento el cumplimiento de 
los deberes sacramentales y la asistencia a misa se intensificó y se difundió la confesión 
frecuente, prácticas que las mujeres de la novela barroca hacen con asiduidad. 
30 CARVAJAL, Mariana de La itrdrrst~ ra i>errce desdenes en Navrdades de Madr rd y iioclres eriti etenidas, (Ma- 
drid, 1663) Univ de Verona, Milán, 1988, p 135 
31 CASTILLO SOLORZANO, Alonso del El drsjazado, (Zaragoza, 1649) Atlas, Madrid, 1950, col. BAE XXXITI, 
p 249 
32 VOLTES, Pedro y María José. Madtes y ririios en la histolra de Espafia, Planeta, Barcelona, 1989; 
HERNANDEZ, M" Ángeles: op cit. 
ECOS DE LA «QUERELLE DES FEMMESBB EEN LA 
ESPAÑA DEL SIGLO XVII1 
Mónica Bolufer Peruga 
Universitat de Valencia 
A lo largo de los siglos en la literatura Europea la tradición misógina ha coexistido con una 
producción que ha tomado como objetivo la defensa del sexo femenino de manera un tanto 
estereotipada: se trata de los «champions des femmesx que dan título a una obra de Angenot'. 
Nuestro objetivo en este trabajo es comentas una serie de obras circulantes en la España del 
siglo XVIII, tanto originales como traducciones del francés (algunas de las cuales tendrían 
también una resonancia y reelaboración en la prensa) situándolas dentro del debate sobre la 
superioridad o inferioridad del sexo femenino conocido como la «querelle des femmesn2. De- 
sarrollado entre la Baja Edad Media y el siglo XVIII, sus planteamientos, salvo algunas 
excepciones, resultaban ya un tanto arcaicos en esta época. Frente a la postura misógina se 
alinean los defensores de la superioridad femenina, posición que Darmon ha bautizado de 
manera inexacta como «féminisme barroque» y ha caracterizado por la debilidad de sus argu- 
mentos y el maniqueísmo en la representación de los sexos3. 
Angenot ha llegado a calificar esta polémica como «le noyau idéologique des débats de la 
classe privilégiée sous l'Ancien Régimen4. Aunque consideremos excesiva esta afirmación no 
puede dejar de sorprendernos la profusión de tíh~los, tanto misóginos como apologéticos, 
recopilados por este y otros autores, y especialmente el amplio corpus de escritos (franceses o 
traducidos a esta lengua) que a lo largo de cuatro siglos han abogado por la excelencia 
femenina5, menos conocidos que las obras misóginas, aunque Angenot los considera tanto o 
1 ANGENOT, M.: Les clranrpioris des fenrmes. Examen dtc discoirrs sirr la sirpériorité fétninirle: 1400-1800. 
Montréal, Presses Universitaires du Québec, 1977. 
2 Mantenemos en francés esta expresión, ya consolidada en la historiografía, en lugar de traducirla con algún 
término anacrónico como «polémica feministas. 
3 DARMON, P.: Mytlrologie de la fenrme dans I'Aricierrne Frarrce. Paris, Seuil, 1983. 
4 ANGENOT, M.: o.c., p. 25. 
5 Además de la exhaustiva lista que acompaña al estudio de Angenot pueden consultarse las recopilaciones más 
modestas de GEFFRIAUD-ROSSO, J.: «Pour une théorie de la femme: Traités et dissertations de 1600 h 1 7 8 9 ~ en 
más abundantes. Esta tradición apologética tiene a su parecer también cierto arraigo en la 
literatura italiana, menor en la alemana o inglesa, y nuestra impresión es que tampoco resulta 
tan frecuente en las literaturas peninsulares. 
Aunque la polémica es más antigua, es a finales del siglo XV y principios del XVI, sobre 
todo con la obra del humanista Comelio Agrippa de Nettesheim6, cuando se codifica un género 
apologético del sexo femenino cuyos moldes (entre ellos la lista esudita de mujeres célebres en 
la Historia por sus capacidades o virtudes, elemento imprescindible de la argumentación hasta 
el siglo XVm) repetirán los autores posteriores. En los siglos siguientes, la querella experimen- 
tará estancamientos o reactivaciones periódicas al ritmo del devenir político, económico y 
cultural de la sociedad francesa. 
Pese a su gran difusión, los límites de este género resultan evidentes. En primer lugar 
destaca su carácter retórico, que permite a sus cultivadores hacer alardes de erudición y de 
habilidad dialéctica. Muchos autores no introducirán ninguna innovación, limitándose en buena 
medida a repetir razonamientos estereotipados y escasamente fundamentados, como absurdas 
etimologías o interpretaciones bíblicas tan poco convincentes como las de sus oponentes. 
No sólo los elementos formales sino también el contenido ofrece escasas innovaciones. La 
incapacidad, en general de concebir las relaciones de género en términos no jerárquicos convierte 
la afirmación de la excelencia femenina en una inversión, igualmente arbitraria y esencialista, 
de las concepciones misóginas. El discurso se desarrolla casi siempre en un nivel abstracto, con 
escasas referencias al contexto social ni a problemas concretos. La defensa radica en demostrar 
la capacidad femenina (ejemplificada en numerosos casos de mujeres que han destacado en el 
campo intelectual, político o militar) para llevar a su máximo exponente cualidades que los 
misóginos reservan de modo exclusivo a los hombres, sin que ello lleve pareja una propuesta de 
transformación concreta de la ordenación social vigente. La única reivindicación concreta es, en 
algunos autores, el derecho a una educación más completa, y sólo en algún caso excepcional se 
plantea el acceso femenino a los cargos públicos: en general se asume que las mujeres mantengan 
su situación social y política desigual a cambio de preservar intacta su originaria superioridad 
moral. 
A pesar de este carácter en buena medida estereotipado del género apologético, sus estruc- 
turas, su lenguaje y algunos de sus argumentos fueron utilizados por autores que iban más lejos 
en sus planteamientos, como Marie de Goumay y sobre todo Poullain de la Basre7. Con la 
aplicación del método cartesiano a «el más universal de todos los prejuicios» para llegar no a 
una arbitraria excelencia sino a una razonada igualdad, este autor hizo tabla rasa de los argumentos 
de los misóginos, sin desdeñar tampoco entrar en su propio tesseno (la exégesis bíblica, las 
doctrinas aristotélicas, etc.) para demostrar su poco fundamento a través de la reducción al 
absurdo. A pesar de la escasa recepción crítica que tuvieron en su momento sus tesis provocadoras, 
Etiides sur la fénliriité aiurXVll2nie et XVIII2rne sikcles. Pisa, 1983, pp. 163-211; ALBISTUR, M.; ARMOGATHE, D.: 
Histoire du féniiriisniefiaricaise. Paris, Editions des femmes, 1977. Algunos textos en MICHAEL, C. (ed.): Les Tr.act~ 
féniinistes air XVlII2me siécle. Ed. Slatkine, Geneve-Paris, 1986; ALBISTUR,M.; ARMOGATHE, D. (ed.): Le grief 
des feninies. Ar~thologie des textes féniinistes dir Moyen Age 2 1848. Ed. Hier et Demain, 1978. 
6 AGRPPA DE NETTESHEIM, C.: Sitr la noblesse et l'excellerice dzr sexe fémiriiri, de su préeriiirzerice sirr 
I'airtre sexe. C6té-femmes éditions, Paris, 1990 (publicado en 1573). 
7 Este autor dedicó tres obras a la cuestión de las relaciones de los sexos. La más importante ha sido reeditada 
recientemente y se prepara su traducción al catalán. POULLAIN DE LA BARRE, F.: De l'égalité cles deiis sexes. Paris, 
Fayard, 1984 (original de 1673, con cuatro ediciones más y una traducción inglesa en el siglo XVII). Entre 1% 
bibliografía sobre este autor ver además de las obras generales citadas los artículos recopilados de la revista francesa 
Corpits n", 1985 con motivo de la reedición. 
su influencia posterior se ha apuntado en autores inscritos en la querella, como Caffiaux, 
Puisieux o Thomas, así como en otros de mayor relieve, desde Choderlos de Laclos, Montesquieu 
y Rousseau a Stuart Mill. 
Aunque entre las obras circulantes en la España del siglo XVIII que traten de forma 
polémica la cuestión de las capacidades femeninas no apreciamos una defensa que se sitúe de 
modo abierto del lado de la excelencia o superioridad de las mujeres, pensamos que hay una 
selle de escritos que pueden entenderse y valorarse de modo más preciso si se tiene en cuenta su 
vinculación formal o de contenido con esta tradición. 
Comenzaremos por el conocido «Discurso en defensa de las mujeres» de Feijoo, escrito que, 
además de dar lugar a una de las múltiples polémicas que originaron las obras de este autor, 
influyó sobre escritores posteriores, fue reproducido y remodelado en la prensa (Diario curioso 
de Tarazona, Diario de Valencia) y traducido al francés8. 
Las frecuentes alusiones a este escrito en los estudios de la Historia de las mujeres, sean 
visiones sintéticas o un análisis más detallado, han destacado sobre todo su lúcido rechazo de la 
inferioridad femenina, especialmente en el plano intelectual, y su clarificación de los factores 
sociales que inhiben la manifestación de esas potencialidades de las mujeres9. La cronología de 
su discurso, mucho anterior, por ejemplo, al debate suscitado en la Sociedad Económica de 
Madrid sobre la admisión de damas, y la comparación con la misoginia extrema de sus detractores 
(así como con la defensa formal y teñida de galantería de otros participantes en la polémica, 
como Basco Flancas) conducen efectivamente a apreciar el carácter relativamente innovador y 
abierto de sus planteamientos en España. No obstante, para valorar debidamente su pensamiento 
conviene no retener exclusivamente los aspectos más modernos ni hacer abstracción de la 
forma, de los recursos, razonamientos y ejemplos utilizado^'^. Así Feijoo deja de aparecer úni- 
camente como precusor aislado de ciertas reivindicaciones más precisas de la segunda mitad del 
XVIII y enlaza como una tradición europea anterior y coetánea que en buena medida supera. 
La conexión se hace patente, en primer lugar, en la influencia de algunas obras francesas. El 
mismo Feijoo reconoce su deuda con el abad de Bellegarde, uno de los «champions des 
femmes~ franceses". Cita también a Lucrecia Marinella, autora veneciana cuyo libro dice haber 
vistoL2. Asimismo manifiesta su admiración por Mlle. de Scudéry, célebre escritora del círculo 
de las «Preciosas»'3. A su vez, el discurso de Feijoo, traducido al francés, pasaría a engrosar el 
8 Hemos manejado la 7- edición: FEIJOO, B.: Tlieatro crítico, T.I., disc. XVI. Madrid, 1742. 
9 ORTEGA, M.: «La defensa de la mujer en la sociedad del Antiguo Régimen: las aportaciones del pensamiento 
ilustrado», en El Feniiriismo en Esparía: dos siglos de Iiistoria, pp. 3-28. Madrid, Fundación Pablo Iglesias, 1988. 
BLANCO CORUJO, O.: Feijoo y la polémica ferniriista del siglo XVIII. Tesis de licenciatura inédita, Oviedo 1973. 
VILLOTA, P.: «El siglo de la Ilustración y la capacidad intelectual de la mujer» y VILLAR GARCÍA, B.: «Los 
estereotipos femeninos del siglo XVIII. Límites de su evolución», ambas en Actas rle las VI1 Jornadas de lrii~estigacióri 
interdisciplinaria. Mirjeres y 1iomb1.e~ en la forniaciórr del perisaniiento occidental, vol. 11, pp. 185-196 y 197-208. 
Madrid, 1989. 
10 Así por ejemplo, Villota margina estos aspectos al afirmar: «Su defensa del entendimiento femenino se va a 
trazar en tomo a dos núcleos argumentales, aparte de otros de carácter físico que por lo trasnochado que nos resulta su 
terminología no he considerado oportuna su inclusión» (VILLOTA, B.: o.c., p. 186). 
11 MORVAN DE BELLEGARDE, Abbé: «Si les femmes sont inférieures aux hommes par le mérite de l'esprit», 
en Lettres czr~.ieirses de 1ittér.atirre et de nlorale. Paris, 1702. En GEFFRIAUD-ROSSO, J.: o.c., p. 202. 
12 MARINELLA, L.: La riobilitá e I'Eccelleriza delle Donrie con Dijfetti e Maricanienti de gli Hitomini. Venecia, 
1601. Esta es la edición citada por Pyerre Bayle, quien en su Dictionriai~.e Iristoriqire et critique recoge bajo la entrada 
«Marinella» una serie de obras en la tradición de la excelencia. 
13 Autora, entre ohas obras, de Les fernrnes illirstres oir les Hararigires Iiéroiaires (1642). Paris, Caté-femmes éd.. 
repertorio de defensas de las mujeres del que se nutrirían también las apologías francesas 
postesiore~~~. 
El discurso de Feijoo prueba que ha asimilado paste de los argumentos tradicionales de la 
excelencia femenina, aunque se distancie de esta línea al no pretender demostrar la superioridad 
sino la igualdad, primera y decisiva diferencia. Así lo afirma en diversos pasajes, aunque 
reconoce que algunos de sus razonamieiltos podrían utilizarse también en aquel sentido: «Mi 
voto, pues, es que no hai desigualdad en las capacidades de uno y otro sexo. Pero si las mugeres 
para rebatir a importunos despreciadores de su aptitud para las Ciencias y Artes quisiesen passar 
de la defensiva a la ofensiva, pretendiendo por juego de disputa superioridad respecto de los 
hombres, pueden usar de los argumentos propuestos arriba, donde (con) las Máximas Physicas 
con que se pretende rebaxar la capacidad de las mugeres mostramos que con más verosimilitud 
se infiere ser la suya superior a la nuestra»15. 
Su obra presenta asimismo otros rasgos formales propios de las obras de apología. Como 
otros defensores de las mujeres, comienza afirmando la dificultad de la empresa y el peso de la 
opinión contrariaL6. Al igual que Poullain, y superando en ello a otros autores, manifiesta su 
desconfianza respecto a las autoridades, que casi unánimemente niegan el entendimiento femenino, 
y pretende recurrir a la razón como único rasero válido para deshacer el prejuicio de la 
iiiferioridad17. También como Poullain, manifiesta la dificultad de mantener la objetividad en un 
debate que afecta a los intereses de los participantes: «Lo cierto es que ni ellas ni nosotros 
podemos en este pleito ser Jueces, porque somos partes, y assí se había de fiar la sentencia a los 
Angeles, que, como no tienen sexo, son indiferentes»18. Se inscriben también en la tradición de 
la «querelle» su denuncia de las indignas motivaciones de los misóginos19 y el omnipresente 
catálogo de heroínas (bíblicas, clásicas y de la histosia europea y española reciente). 
Coincidiendo con la mayor parte de apologistas de la excelencia femenina, no rehusa utilizar 
los mismos argumentos de los misóginos para llegar a conclusiones opuestas, aunque en su 
caso, como en el de Poullain, resulta claro que no comparte sus bases de partida. Es el caso de 
las teorías aristotélicas sobre los temperamentos, sobre las que manifiesta alguna duda20. Tam- 
poco acepta la afirmación de P. Malebranche sobre la mayor blandura de las fibras del cerebro 
femenino, aunque no desdeña considerarla para mostrar como puede llevar a demostrar lo 
contrario de lo que su autor pretende, es decir, el mayor entendimiento femenino2'. Trata asi- 
mismo otro argumento clásico de la misoginia, la interpretacióndel Génesis. Sobre la valoración 
de la Caída coincide con la tradición de apología femenina al justificas a Eva por haber sido 
engañada por una criatura más sagaz22. Por lo que respecta al pasaje en el que Dios impone la 
14 FEIJOO, B.: (PREVOST, Abbé, trad.): Apologie des fenimes. s.1.n.d. (1755). GEFFRIAUD-ROSSO, p. 186. 
Albistur y Armogathe citan otra traducción con el título de Défense ou Eloge des feninies (1743). 
15 FEIJOO, B.: o.c., pp. 391-392. Ver también comentarios en esta línea en las páginas 337 (sobre las capacidades 
físicas) y 374. 
16 Ibíd., p. 331 (texto imitado por Cubié en su prólogo). Sobre la presencia de estos preámbulos en los xchampions 
des femmesn ANGENOT, M.: o.c., p. 153. 
17 FEIJOO, B.: o.c., p. 355. 
18 Ibíd., p. 356. POULLAIN DE LA BARRE, F.: o.c., p. 52. 
19 FEIJOO, B.: o.c., p. 332. 
20 Ibíd., epígrafes X m y XIV. 
21 Ibíd., ep. XV. Esta idea será desarrollada por la Filosofía y la Medicina del siglo XVm, que extraerá de la 
supuestamente mayor impresionabilidad o sensibilidad femenina consecuencias limitadoras para el entendimiento de las 
mujeres. HOFFMANN, P.: La feninle daris la pensée des Lirrnieres. Paris, 1977. 
22 Argumento tomado de Cayetano, en FEIJOO, B.: o.c., p. 334. 
sumisión femenina, hace notar la no coincidencia de las versiones (utilizando una vez más un 
recurso tradicional de los defensores de las mujeres), precisa que esta sujeción, al derivas del 
pecado, no existiría en el estado de inocencia2', y no se pronuncia sobre las razones de la pre- 
eminencia del varón, remitiendo a la insondabilidad de «las divinas resoluciones». 
Pasando de la autoridad doméstica a la autoridad política, y también sin exceder los límites 
de la tradición de apología (superados en este aspecto por Poullain), Feijoo no formula ninguna 
crítica sobre la exclusión general de las mujeres del gobierno político. Explícitamente, manifiesta 
que sólo aspira a convencer (mediante ejemplos históricos y antropológicos) de su capacidad 
para ejercer tales cargos, y a instar a la conformidad y la obediencia a los pueblos regidos por 
una soberana: «Sin embargo, la práctica común de las Naciones es más conforme a la razón, 
como coi~espondiente al Divino Decreto, notificado a nuestra primera Madre en el Paraíso, 
donde a ella y a todas sus hijas en su nombre se les intimó la sujeción a los hombres»24. 
El dualismo cartesiano se deja sentir en la nítida distinción entre alma y cuerpo. Las 
diferencias físicas quedan estrictamente reducidas a los órganos de la generación, sin afectar a 
los del entendimiento, ya que «la Alma no es varón ni hembra»25. Coincide así Feijoo con el 
célebre «l'esprit n'a pas de sexe» de Poullain y otros autores de XVII francés y se distancia de 
las concepciones que dominarán en la Medicina y la Filosofía a partir del XVIII, preocupadas 
por mostrar la influencia de lo físico y de la diferencia sexual sobre la moral y el intelectoz6. 
Pese a desentrañar los factores sociales y de educación que frenan la realización de las 
posibilidades intelectuales femeninas, Feijoo no deja de atribuir a los sexos unas cualidades 
propias, naturales y fijas, aunque reconoce que pueden hallarse en ocasiones también en las 
personas del sexo contrario: robustez constancia y psudencia en los vasones y hermosura, 
docilidad y sencillez en las mujeres27. A esta contraposición simétrica viene a sumarse un atri- 
buto exclusivamente femenino, el pudor, que desequilibra la balanza moral en favor de las 
mujeres: «esta es la mayor ventaja que las mujeres hacen a los hombres. Es la vergüenza una 
valla que entre la virtud y el vicio puso la naturaleza». Su carácter natural se corrobora con la 
tradicional anécdota de Plinio sobre las ahogadasz8. Las mujeres son, además, el «sexo devoto» 
23 Este aspecto aparece también en la E~iciclopedia (art. «Femme. Droit naturel») y en Poullain. Feijoo interpreta 
la sentencia del Génesis en su epígrafe XXIII. 
24 Ibíd,. p. 345. Contradicción observada también por VLLAR GARCÍA, B.: o.c., pp. 198-199. 
25 Ibíd., p. 363. La misma idea es expresada por Cubié (cap 1) y por BASCO FLANCAS: Apoyo a la defensa de 
la rmljeres qlre escribió Feijoo y coiit1.a Laitreltcio Manco de Olii~ares. No obstante, en una carta a D%na M%oscoso 
de Prado Feijoo expresa su convencimiento de que de hecho existen diferencias en cuanto a genio, lo que invalida la 
idea de absoluta igualdad intelectual: «Por otra parte de la agudeza e ingeniosidad estoy siempre firme en el concepto 
de que no hay desigualdad alguna entre los dos sexos»; «No es así por lo común en cuanto a la energía, fuerza o valentía 
del numen, en lo que he observado hasta ahora: que aun en las obras mentales se siente el bello sexo de la debilidad de 
su temperamento». Reproducido por MARAÑÓN, G.: «Las ideas biológicas del Padre Feijoo» en Obras escogidas del 
P. Fray Benito Feijoo y Morite~iegi-o. B.A.E., t. CXLI, Madrid, 18961, p. CXVI, nota 32. 
26 FRAISSE, G.: o.c., p. 31. cita a otros ejemplos del XVII. HOFFMANN, P.: 0.c. y FRAISSE, G.: Mttsa de la 
razón. La democracia exclrtyente o la dfere~tcia de los sesos. Madrid, 1991, señalan el cambio de concepción con el 
siglo XVIII. 
27 FEIJOO, B.: o.c., 111-V. La belleza era utilizada por los apologistas de la excelencia femenino, por influencia 
neoplatónica, como prueba de superioridad espiritual, manifestación de cualidades morales y de presencia divina. 
Feijoo no extrae este tipo de conclusiones sino que se limita a negar que, como afirman los misóginos, la hermosura 
femenina sea causa de grandes males. 
28 Cita en ibíd., p. 340. La consideración del pudor como barrera natural frente al vicio solo será cuestionada por 
los ilustrados más audaces, como los materialistas franceses, quienes lo valorarán como un comportamiento determina- 
do socialmente e incluso como un recurso para avivar el deseo. HOFFMANN, P.: 0.c. DIDEROT, D.: Sirpplénient ail 
iloyage de Boirgairiville (traducido como El anioi- libre, Madrid, 1938). Anticipándose a estas consideraciones, Poullain 
por excelencia, y los hombre son responsables de la mayor paste de sus posibles viciosz9. 
La conclusión sobre las cualidades respectivas es ambigua, ya que, si bien las cualidades 
morales otorgan cierta supesioridad a las mujeres en la línea de la defensa de la excelencia, el 
csitesio ilustrado de utilidad pública, inusual en esta tradición, inclina pragmáticamente la balanza 
en favor de los varones: «¿Quién pronunciará la sentencia en este pleito? Si yo tuviesse autoridad 
para ello, acaso dasía un corte diciendo que las cualidades en que exceden las mugeres las conducen 
para hacerlas mejores en sí mismas. Las prendas en que exceden los hombres los constituyen 
mejores, esto es, más útiles para el público. Pero como yo no hago oficio de juez, sino de Abogado, 
se quedará el pleito por ahora indeciso»30. Resulta significativa esta opción de Feijoo, clérigo, pero 
también ilustrado, entre una consideración de moralidad privada y otra de repercusión pública. 
Decenios más tarde, el bibliotecario real Cubié retoma la mayor parte de los argumentos de 
Feijoo, reproduciendo incluso frases y párrafos completos3'. Así, por ejemplo, su declaración de 
intenciones, la idea de que la sujeción establecida por Dios no implica inferioridad de entendi- 
miento, la justificación de Eva por haber sido engañada por una criatura más astuta, la crítica a 
la tesis aristotélica de que la naturaleza tiende a varón, o la afirmación de que el escaso número 
de mujeres sabias no se debe a falta de capacidad, sino de dedicación. Cubié se muestra, no 
obstante, menos sistemático y menos decidido en la refutación de los argumentos tradicionales. 
Algunas secciones de su libro que no aparecen en Feijoo son precisamente las menos convincentes, 
como el capítulo IX, que pretende demostrar con razones históricas, físicas (aristotélicas) y 
sociales que las mujeres están exentas de los vicios de la ira y la avaricia. 
En conjunto, pues, y a pesar de no declararlo explícitamente3',Cubié parece inclinarse más 
en el sentido de una excelencia femenina ontológica (y retórica) que en el de una igualdad 
complementaria. Las mujeres cumplirían con todas las cualidades «masculinas» (entendimien- 
to, constancia, prudencia, custodia del secreto), llegando incluso a superar a los hombre en su 
propio terreno, además de brillar con los atributos propios de belleza, piedad y continencia y 
estar exentas de los vicios mencionado^^^. 
Por otra paste, es un aspecto interesante el planteamiento de las causas por las que la 
legislación excluye a las mujeres de los oficios públicos, lógica consecuencia de la demostración 
de su aptitud para tales cargos34. A diferencia de Feijoo, el seglar Cubié no recune como jus- 
tificación a la voluntad divina, sino a la preservación del pudor femenino y de la moralidad 
general, argumento que será utilizado por los participantes en el debate sobre la admisión de las 
mujeres a la Sociedad Económica. En segundo lugar, Cubié indica que la debilidad física 
femenina proviene no de causas naturales, sino de crianza y hábito, idea apuntada por P ~ u l l a i n ~ ~ . 
renuncia a considerar la castidad como ejemplo de virtud, manteniendo que la inconstancia es propia de la naturaleza 
humana: ANGENOT, M.: o.c., p. 65. La anécdota de Plinio es una constante en todos los tratamientos naturalistas del 
Estas ideas, junto con la apostación erudita de su catálogo, más completo que el de Feijoo, son 
quizás los únicos rasgos de interés particular de una obra por lo demás netamente inferior a su 
modelo. 
La obra de Thomas es conocida sobre todo por la crítica que de ella realizó Diderot, en la 
que le reprochaba fundamentalmente el tratamiento, a su parecer, excesivamente aséptico de un 
tema que debería suscitar emociones36. Puede ser significativo de su difusión el hecho de que 
fuera traducida al castellano al año siguiente de su publicación3'. Angenot lo considera «un des 
derniers témoignages de la cohoste des zélateurs du s e ~ e » ~ ~ . 
La dedicatoria de la edición castellana va destinada a una aristócrata, la duquesa viuda de 
Pópoli, atribuyéndole en tono lisonjero todas las virtudes que se ensalzan en el texto. El prólogo 
del traductor denuncia la hipocresía de los hombres que acusan a las mujeres de vicios de los 
cuales ellos son responsables, así como el descuido de la educación femenina. Se muestra en 
dicho prólogo una concepción de las mujeres como seres débiles pero dotados de una mayor 
disposición para las virtudes morales, idea que hemos visto reiterada, con ciertos matices, en los 
otros autores comentados. Refiriéndose a la sociedad española, deplora el abandono de las 
virtudes domésticas, los «excesos y devaneos» femeninos, aunque atribuyendo a los hombres 
gran par-te de la responsabilidad. Si esta última consideración, así como el término galante de 
«sexo delicado» son rasgos característicos del denominado «feminismo paternalista» del siglo 
XVII139, otra idea resulta más interesante y apunta hacia un punto nodal de la polémica de los 
sexos, la cuestión del poder: 
«los hombres nos hemos arrogado siempre el derecho de ser sus Legisladores y jueces, 
fundados en el mayorazgo de nuestra fuerza y audacia, y en la debilidad y rubor que es la 
herencia del otro sexo: sin embargo de esto, hemos dado demasiado valor a la estimación y 
correspondencia de las mugeres, de donde resulta haberse alzado ellas con el imperio, siendo 
bien fácil decidir hoy día quál de los dos sexos es el que ignominiosamente ha cargado con la 
esclavitud»40. Esta percepción de las relaciones amorosas o galantes como tiranía femenina 
resulta clara en la literatura satírica, moral y costumbrista generada por la práctica del cortejo41. 
Esta obra presenta, como hemos indicado, ciertos ecos de Poullain, si bien debilitados en sus 
implicaciones críticas y pragmáticas, por lo que se inscribe más bien dentro del «feminismo 
paternalista» basado en la noción de complementariedad desigual, manteniendo la jerarquización 
de cualidades y funciones4'. Así, por ejemplo, coincide con Poullain en la consideración 
antropológica e histórica de la universalidad de la sujeción femenina y en su atribución a la 
imposición de la fuerza43, dibujando una «antropología climática» de las relaciones entre los 
sexos en las diversas sociedades de la esclavitud doméstica oriental a la mayor libertad de las 
mujeres en climas templados que, unida a una reflexión sobre los regímenes políticos, hallamos - 
pudor, desde Eiximenis o Agrippa a S. Antonio M" Claret. 
29 FEIJOO, B.: o.c., p. 333. 
30 Ibíd., pp. 341-342. 
31 CUBIE, J.: Las miljeres i>indicadas de las calltniriias de los Iionibre. Con irri catálogo de las Espafiolas qire 
más se hari distingirido en Cie~~cias y Armas. Madrid, 1768. 
32 Al contrario, los títulos de sus capítulos insisten en la igualdad: «Que la perfección de la Muger es igual a la del 
Hombre» (Cap. 1), «Que la muger es igual a el hombre en el entendimiento» (Cap. V). 
33 A diferencia de Feijoo, Cubié excede la demostración de la igualdad de entendimiento al argumentar que 
Aristóteles les concede mayor ingenio (idea que el benedictino recoge, pero con intención puramente dialéctica) o al 
afirmar que las mujeres que se dedican a las Ciencias superan a los hombres. Ibíd., pp. 23, 28-29, 38. 
34 Ibíd., cap. VII. 
35 Ibíd., cap. VI. No obstante, más adelante utiliza esta debilidad para argumentar en favor del mayor ingenio 
femenino. POULLAIN, p. 91. 
36 DIDEROT, D.: «Sobre las mujeres», en SAVATER, F.(ed): Escritosfilosóficos. Madrid, 1975. Ambos coin- 
ciden, no obstante, en su conmiseración por la esclavitud biológica a la que la naturaleza somete a las mujeres a través 
de las molestias vinculadas al embarazo y el parto. 
37 THOMAS, A. (RUIZ DE P ~ A , A., trad.): Historia o piriritra del carácter, costir~nbres y talento de la nrirjeres 
en los difere~ites siglos. Madrid, 1773. 
38 ANGENOT, M.: o.c., pp. 89-90. 
39 Ver ejemplo DARMON, P.: o.c., p. 4 para un comentario de este concepto. 
40 THOMAS, A,: o.c., prólogo sin paginación. 
41 MARTÍN GAITE, C.: Usos amorosos del diecioclio en Espafia. Barcelona, 198 1. 
42 Según ANGENOT, M.: o.c., pp. 89-90. Thomas desarrolla la noción de complementariedad presente ya en 
BOUDIER DE VILLEMERT: L'ami des femnies. Paris, 1758. 
43 THOMAS, A,: o.c., p. 3. POULLAIN, pp. 19-20. 
también en El espíritu de las leyes. Como él, solicita una revalorización de las funciones que 
cumplen las mujeres44. 
No obstante, estas concesiones no borran la impresión de una clara desigualdad de capacida- 
des que tiene su lógica consecuencia en la diferenciación de funciones. Thomas pretende 
distanciarse de la polémica en tomo a la superioridad o inferioridad y ofrecer un análisis 
racional de las capacidades femeninas. Así, al referirse a la época renacentista tiene palabras 
duras para los defensores de la excelencia, de quienes ofrece un breve catálogo: «Suscitóse pues 
la importante qüestión de la igualdad o preeminencia de los sexos, y durante ciento y cincuenta 
años se vio una conspiración de escritores con el fin de asegurar la superioridad a las mugeres»; 
«entre todas estas obras hay bien pocas dignas de ser leídas (...) a cada paso se hace más uso de 
la autoridad que de la razón»4s. Su análisis comparativo de los talentos y virtudes de ambos 
sexos se basa en el principio pretendidamente natural de la mayor impresionabilidad femenina, 
producto de la delicadeza y debilidad de sus órganos y fibras y causa de una serie de limitacio- 
nes en su capacidad reflexiva y creativa. El concepto de imaginación es el leitmotiv de toda su 
elaboración, y sirve tanto para negar a las mujeres (salvo excepciones) la capacidad de gobernar 
y la de experimentar sentimientos que rebasen el marco doméstico (como los de equidad, amor 
patrio o amor a la humanidad) como para delinear una compensación en aquellas cualidades que 
les son propias: la predisposición a la religión, la compasión, la docilidad, la ternura, la 
modestia.Las contradicciones y lugares comunes que subyacían a sus planteamientos 
pseudocientíficos fueron captadas y certeramente criticadas por la ilustrada Mme. d'Epinay en 
una interesante carta46. 
Menor riqueza y complejidad de contenido ofrece la obra del agustino Alonso Álvarez, que 
se planteaba como primer tomo de una Historia de las españolas ilustres de la que no se llegó a 
publicar ningún otro volumen47. Su catálogo manifiesta intenciones de rigor científico al esta- 
blecer una diferencia cualitativa entre los historiadores y los simples apologistas de las mujeres, 
al explicitar sus fuentes (autores clásicos y castellanos) y al criticar como falta de fundamento la 
existencia de algunos personajes míticos o las afirmaciones de Vives sobre el gobierno de los 
reinos peninsulares antiguos. A parte de estas consideraciones, cabe destacar el tono defensivo 
frente a la misoginia (con influencia de Feijoo) de una supuesta carta al autor reproducida en el 
prólogo48 y las motivaciones ejemplarizantes de Álvarez de cara a la moralidad e instrucción 
femenina. 
Ya en las puertas del siglo XM, mencionaremos por último la tardía traducción de una obra 
francesa del XVII, del jesuita Le M ~ y n e ~ ~ . Se trata de una relación de personajes femeninos 
heroicos que Darmon califica como féminisme d'apocalypse por lo sangriento de los hechos 
narradoss0: en efecto, gran parte de los personajes (mujeres desde época pagana hasta los siglos 
44 THOMAS: p. 9. POULLAW, pp. 29,51. 
45 THOMAS: pp. 105-106, 111-112. Entre los defensores de las mujeres cita Agrippa, Ruscelli, Pedro Paulo de 
Ribera, Margarita de Navarra, Mlle. de Goumay. 
46 EPWAY, Mme.: «Lettre 2 l'abbé Galiani)), 14 marzo 1772, en ALBISTUR, M., ARMOGATHE, D. (ed.): Le 
grief ... pp. 121-125. Un interesante comentario del ((sexisme scientifiquen característico del XVIII en ANGENOT, M.: 
O.C., p. 74. 
47 ÁLVAREZ, A,: Memorias de la Mujeres Iiustres de España. Tomo 1. Madrid, 1798. 
48 Ibíd., prólogo: ((Razonamiento de una Dama a un Erudito del siglo XVIII sobre la necesidad de escribir las * - 
memorias de las Heroínas de España)). 
49 LE MOYNE, P.: Galería de Mugeres fuertes. Madrid, 1794. Publicada en francés en Pads, 1647: GEFFRIAUD- 
ROSSO, J.: o.c., p. 196. Darmon cita una edición de 1660. 
50 DARMON, P.: o.c., p. 4. 
XVI y XVII) se ven implicados en acciones cruentas, se quitan la vida por defender su castidad 
o dan muerte a los enemigos de la fe. 
Como es habitual, el editor manifiesta su intención de que la obra sirva de ejemplo moral a 
las mujeres del momento y critica a «algunos tétricos y mal acondicionados que se figuran a las 
mujeres de otra especie, que las creen incapaces de poder hacer otro papel del que representan 
ahora en el mundo, y que las tratan como si el señor se las hubiera dado como esclavas y no 
como compañeras»s1. A su vez, el traductor dedica la obra a la condesa-duquesa de Benavente 
equiparándola a las heroínas biografiadas. 
El discurso de Le Moyne presenta algunos ecos del discurso de la excelencia femenina. Así, 
la fuerza del autocontrol frente al «placer voluptuoso» que domina a tantos hombres proporciona 
a las mujeres un primer rasgo de superioridad moral. En cierta contradicción con el carácter 
cruento de los ejemplos heroicos presentados, el prefacio glosa la fuerza moral femenina, 
impulsada por la castidad, la constancia y la religión, que permite soportar la carga del matrimonio 
(del que ofrece una visión profundamente negativa) o superar las pasiones para vivir dignamente 
la viudez, fuerza que opone ventajosamente a la fuerza «masculina», guerrera y políticas2. Se trata 
de un autocontrol que tiene tanto más mérito cuanto que no implica, como en algunos defensores, 
la consideración de la mujer como ser menos inclinado al deseo sexual, sino más capaz de 
vencer este deseos3. 
Con múltiples argumentos se apoya la idea de que la mujer es también más fiel en el amo1 
conyugal: desde ejemplos históricos, interpretación bíblica (como creada del propio cuerpo de 
Adán), recurso a la filosofía natural aristotélica, o a los argumentos más pragmáticos de su 
mayor dependencia del masido, su ociosidad o la apreciación social de esta cualidads4. Además 
de estos atributos propios, el autor parece complacerse en destacar que las mujeres pueden 
superar a los hombres en su terreno, como cuando compara ventajosamente el gobierno de 
Débora con el del resto de los Juecesss. Finalmente, también en el tema de la utilidad respectiva 
para la sociedad de las virtudes femeninas y masculinas resuelve Le Moyne, al contrario que 
Feijoo, en favor de las mujeres, mostrando que éstas en diferentes momentos de la Historia han 
actuado en el ámbito público y, sobre todo, poniendo especial énfasis en su influencia moral en 
la sociedad a través de su ascendiente sobre sus hijos, marido y familia re^^^. 
Por otra parte, se argumenta a favor de la igualdad prácticamente absoluta de capacidades. 
Las mujeres, se afirma, son aptas para la Filosofía, tanto moral como especulativa (algo que, 
como hemos visto, les niega Thomas en el XVIII); así lo indican el principio de igualdad de las 
almas, los ejemplos históricos y coetáneos y la no relevancia de las diferencias físicas sobre las 
funciones del entendimientos7. De ello deriva lógicamente su aptitud política, ya que: «No es la 
fuerza, sino la razón y la prudencia lo que permite gobernar»". Participan al igual que los 
hombres de las virtudes consideradas tradicionalmente masculinas: generosidad, prudencia, 
magnanimidad, valentía. Se defiende asimismo su capacidad militar aduciendo ejemplos histó- 
5 1 LE MOYNE, P.: o.c., t. 1, prólogo, pp. VLII-M. 
52 Ibíd., t. 1, prefacio, pp. XXIII-XXV. También en t. IV, pp. 16-32: «Si es menester más fuerza y más valor para 
formar un hombre valiente que para formar una mujer casta», o t. LII, p. 83. 
53 Ibíd., t. IV, PP. 21-22. 
54 Ibíd., t. 11, pp. 79 SS. 
55 Ibíd., t. 1, p. 38. 
56 ~bíd., t. m, pp. 68-81. 
57 Ibíd., t. 1, p. 41 y t. 111, pp. 195 SS.: «Si las mugeres son capaces de la verdadera Filosofía)). 
58 Ibíd., t. 1, pp. 39 SS.: «Si las mugeres son capaces de gobernar». 
ricos y del comportamiento de las hembras de los animales y afirmando que la debilidad física 
es más de la educación que de la naturaleza y puede corregirse con ejercicio59. 
Esta erudita demostración de capacidades va acompañada de protestas expresas de no 
intentar alterar el orden social. Así, Le Moyne acepta la sumisión al marido, fundamentada en el 
derecho natural, reconociendo su mérito, pues requiere gran fuerza moral, y no pretende, pese a 
manifestar creer en sus aptitudes para ello, que las mujeres vayan a la guerra ni se consagren a 
la Filosofía, como resulta claro en este texto revelador de los límites de su discurso y el de 
tantos otros autores: «Yo respeto los límites que nos separan, y mi qüestión se reduce solamente 
a lo que pueden, no a lo que deben según están ordenadas las cosas por costumbres inmemorial 
o por disposición de la naturaleza» (esta última expresión marca una contradicción esencial en 
una obra dedicada en muchos pasajes a desmentir el carácter natural de muchas diferencia^)^'. 
Como valoración global de la obra de Le Moyne, aplicable en mayor o menor medida al 
conjunto de la tradición de defensores de las mujeres, cabe señalar su reconocimiento, con 
vacilaciones y contradicciones, de una igualdad de capacidades que se desliza en ocasiones 
hacia una afirmación de superioridad femenina pero que no pretende en general alterar las 
relaciones de género vigentes. En algunos aspectos parciales, y pese al arcaísmo de ciertos 
argumentos, esta tradición otorga a las mujeres mayores posibilidades, al menos teóricas, de las 
que les concederá el «sexisme scientifique» del siglo XVIII. 
Finalmente, conviene destacar que los discursos sobre la superioridad o igualdad de los 
sexos no se limitan en el siglo XVITI a un reducido número de obras más o menos eruditas, sino 
que tienen una plasmación en la prensaperiódica, de circulación más amplia, al lado de otros 
temas más característicos de la época, como la educación femenina, las críticas de costumbres 
o la exaltación de la maternidad. A título de ejemplo, entre 1791 y 1792 el Diario de Valencia 
ofrece a lo largo de seis meses una sección que, explícitamente inspirada en Thomas y en 
Feijoo, se propone demostrar con intención polémica y mediante ejemplos históricos las apor- 
taciones de las mujeres a la guerra, la política o la cultura. De Thomas recoge parte de su 
panorama histórico y sus críticas a la sociedad coetánea en el sentido de un retorno a las virtudes 
domésticas y a una mayor diferenciación de espacios entre los sexos; no se utiliza, en cambio su 
análisis de las cualidades masculinas y femeninas, sino el de Feijoo. Los diaristas, bajo 
pseudónimo femenino, añaden alguna afirmación en la línea de la excelencia femenina, de 
carácter a mi parecer más retórico o provocador que con ven cid^^^. En otras ocasiones volverán 
a aparecer biografías de mujeres célebres que se diferencian de las masculinas por la insistencia 
en su carácter excepci~nal~~, o se rebatirán de modo sumario y un tanto superficial los argumen- 
tos misóginos, recurriendo a algunos razonamientos clásicos de la tradición de la ~uperioridad~~. 
59 Ibíd t 11, p 185 ss 
60 Ibíd, t ID, p 206 Otro texto interesante en esta línea, t E, pp 185-186, donde vuelve a caer en la 
contrddicción al aluda a las costumbres establecidas por un parte como «una política tari antigua coi110 la natirlaleza)) 
y seguidamente como «la disposición de la natilraleza, del derecho y de la costumbre recibida» 
61 D V , 18-1-1792, p 71 
62 En los tomos XXIX y XXX Oulio-diciembre 1797) aparece una sección semanal dedicada alternativamente a 
la vida de hombres y mujeres ilustres 
63 Comento con mayor detalle todos estos aspectos en una comunicación para el II Encueiitr o Iiitei discipliiiar de 
Estildros de la Mirle~ en Andalucía Málaga, 25-27 Junio 1992 «Máscaras femeninas en un periódico ilustrado el 
UNA VISIÓN [LUSTRADA BE LA FIESTA 
CORTESANA: L. DE CAHUSAC 
Juan A. Calatrava 
ETS Arquitectura, Madrid 
El objeto de la presente comunicación es plantear, a partir del análisis de un caso concreto de 
reflexión histórica y estética, desde el seno de la cultura de las Luces, sobre el arte de la danza, 
la fiesta y sus mecanismos, la profunda contradictoriedad y la tensión interna que el pensamiento 
de la Ilustración incluye como uno de sus componentes básicos. Son múltiples los casos que 
pueden aducirse como ejemplo para desterrar definitivamente la visión historiográfica trasnochada 
de unas Luces uniformemente revolucionarias y críticas contra todas las manifestaciones del 
Estado absolutista, y algunos de estos casos los hemos estudiado en otros lugares'. Lo que ahora 
nos proponemos es continuar esta línea de reflexión trayendo a colación un ejemplo más, no 
excesivamente conocido aunque en modo alguno ignorado, en el cual tales contradicciones se 
reflejan de una manera clamorosa. 
La figura de Louis de Cahusac permanece aún en una relativa oscuridad, pese a su contri- 
bución, entre otras obras, a la empresa emblemática de las Luces: la Encyclopédie de Diderot y 
D'Alembert. Autor de una obra en verso, Epitre sur les dangeia de la poésie, de un largo Traité 
Izistorique sur la dame (1754) y, sobre todo, de los artículos de la Enciclopedia dedicados a 
temas de danza y de fiestas, la reflexión de Cahusac sobre el tema de los festivo resume muy 
bien eso que se ha llamado la faceta poliédrica de las Luces. 
Cahusac se muestra, en efecto, como pleno partícipe de las tesis básicas de la Ilustración en 
cuanto a la estructuración global de su discurso histórico sobre la danza y la fiesta: el tema de 
la finalidad moral del arte, la idea del progreso, el tema de la búsqueda del origen, combinado 
con la cuestión de la ejemplaridad de los antiguos y los ecos tardíos de la querelle des Anciens 
et des Modernes, la defensa de la intervención de la philosophie en materia de bellas artes, la 
caracterización del genio artístico como mezcla y síntesis ponderada entre razón e imaginación ... 
1 Cfr., por ejemplo, nuestro artículo «Federico 11 y losphilosophes: Voltaire, D'Alembert, Diderol», en Actas del 
111 Congreso de Profesores-h~ijestigadores, Huelva, 1986, pp. 69-79. 
Diario de Valencia».

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