Descarga la aplicación para disfrutar aún más
Vista previa del material en texto
El Creditos Coordinación General: Sidney S. Costa Coordinación Editorial: Walber barbosa y Mauro Rocha Diagramación: Silvania Ferreira y Chris Buddy Portada: Silvania Ferreira y Chris Buddy Traducción al Castellano: Maribel Salvo Epub: Luis Bernardino Copyright© 2014 www.unipro.com.br Son muchos los interrogantes cuando el asunto a tratar es la espiritualidad. Aun así, se puede percibir una constatación en la mente de muchos: Todos somos hijos de Dios. Inclusive cuando se sienten víctimas de la injusticia o en desventaja delante de alguna situación, dicen: “Yo también soy hijo de Dios”. En esta obra, el autor presenta una rica exposición de argumentos que nos llevan a reflexionar sobre esa filiación divina en la que nos apoyamos de forma tan natural. Lejos de buscar explicaciones científicas respecto a la situación espiritual de la humanidad en la actualidad, Edir Macedo utiliza su propia experiencia de la vida. Sus innumerables viajes misioneros (aconsejando a personas en Brasil y en los lugares más remotos del mundo y teniendo a su familia como cimiento) y su experiencia con Dios, le sirven de base para sus reflexiones. El objetivo del autor va mucho más allá de transmitir información importante o de aumentar la cultura del lector; su deseo es ayudarlo a entender mejor el mundo que lo rodea y, principalmente, lo conduce a tener una vida de calidad tal y como Dios promete en las Sagradas Escrituras. Este libro abre la mente del lector respecto a su manera de vivir y mirar al mundo. A partir de aquí, cada uno es libre para decidir qué dirección seguir. ¡Feliz lectura! Los editores La mayor y más convincente mentira de todos los tiempos es la creencia de que todos somos hijos de Dios. Y, a pesar de estar esta creencia tan arraigada en la cristiandad, pocos saben que la muerte de Jesús sucedió, justamente, porque Él se declaró ser Hijo de Dios. Lo que para los judíos era un pecado susceptible de muerte, para la humanidad en general se convirtió en doctrina de vida y hoy, todos se declaran hijos de Dios. La creencia de que todos somos hijos de Dios no tiene nin- gún fundamento, ni desde el punto de vista de la fe, ni desde el de la inteligencia; pues, ¿cómo se puede concebir tal idea ante tantos disparates sociales como hay en nuestro mundo? ¿Cómo Dios, que es amor, podría concebir hijos que alimentan el odio y proclaman guerras? ¿Cómo Dios, que es Espíritu, podría constituirse Padre de los que practican las obras de la carne que Él mismo condena, como vemos a continuación?: “Ahora bien, las obras de la carne son evidentes, las cuales son: inmoralidad, impureza, sensualidad, idolatría, hechicería, enemistades, pleitos, celos, enojos, rivalidades, disensiones, sectarismos, envidias, borracheras, orgías y cosas semejantes, contra las cuales os advierto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Gálatas 5:19-21 Si Dios fuese humano, podríamos creer en un error genético, pero siendo lo que realmente es, Omnipotente, Omnisciente y Omnipresente, ¿cómo se puede comprender que tenga tantos “hijos” que no le tienen en cuenta? ¡Es justamente de todo eso que vamos a tratar en este libro! Creador, la naturaleza y la criatura humana. Creemos que el objetivo divino en la Creación era establecer en la Tierra el mismo sistema de vida existente en los Cielos y que, en el proyecto inicial, la única diferencia entre los Cielos y la Tierra estaría en sus habitantes: en los Cielos habitarían los seres espirituales y, en la Tierra, los materiales; todos bajo la soberanía infinita del Todopoderoso. El orden y la disciplina existentes en los Cielos serían los mismos en la Tierra. La disposición jerárquica celestial, en la que hay arcángeles, ángeles, querubines y serafines, sería idéntica en nuestro planeta. Adán y Eva, los primeros padres, serían inmortales y concebirían hijos con esa misma característica para habitar en la Tierra. Dios había creado y constituido a Adán como Su representante en el planeta Tierra. Su autoridad terrenal se extendería a las criaturas humanas para el desarrollo de Su Reino en la Tierra. Vemos el mapa del plan divino para la criatura humana diseñado en los siguientes versículos: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí, yo os he dado toda planta que da semilla que hay en la superficie de toda la tierra y todo árbol que tiene fruto que da semilla; esto os servirá de alimento”. Génesis 1:26-29 Este texto bíblico llama la atención hacia hechos sumamente importantes: 1. Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza. Lo creó del barro con las propias manos y no lo engendró por el Espíritu Santo, como en el caso de Jesús. 2. El dominio otorgado a Adán sobre todos los animales y sobre toda la Tierra se refería a una autoridad total, es decir, Dios estableció a Adán como embajador de Su Reino en la Tierra. 3. La Tierra necesitaba desarrollarse y por eso, era necesario que Adán y Eva fuesen fértiles y se multiplicaran para llenarla. Ellos no podían quedarse solamente en un lugar, sino que tenían que esparcirse. 4. No había pecado y por esta razón, no había muerte. Adán y Eva, como todos los animales, vivían únicamente del fruto de la tierra. Incluso los animales salvajes no necesitaban cazar para sobrevivir, ya que su alimentación era estrictamente de origen vegetal. El cuadro de la Tierra antes del pecado original retrataba el paraíso, el Reino de Dios en este planeta. No existía el reino de las tinieblas. Pero, en el momento en que Adán y Eva rehusaron obedecer a Dios para obedecer al diablo, surgió ese reino maldito; como consecuencia, el mal pasó a ser su señor. En ese preciso momento, comenzó el reinado de las tinieblas. Debido a eso, la naturaleza se rebeló contra los seres humanos y la tierra ya no suplía las necesidades ni del hombre ni de los animales. El hombre empezó a tener que sudar su rostro debido al trabajo muscular, para así obtener de la tierra su pan de cada día. La muerte empezó a existir y los animales se volvieron carnívoros para poder sobrevivir. Con la rebeldía del hombre hacia el Creador, la naturaleza dejó de ser socia de sus habitantes, instaurándose el desorden y el mal en la faz de la Tierra. Los ángeles rebeldes, que habían sido expulsados de los Cielos, se convirtieron en espíritus malignos, sumisos a Satanás. Con la instalación del reino de las tinieblas en la Tierra, ellos se unieron al diablo para desarrollar el reino de la rebeldía contra Dios. De este modo, los seres humanos pasaron a ser presas fáciles de los espíritus malignos, ya que éstos tenían total libertad para poseerlos, al fin y al cabo, Adán y Eva habían dejado el territorio de su Creador. Cuando se rechaza la Luz, las tinieblas ocupan su lugar. Siendo así, cuando se rechaza a las tinieblas, la Luz pasa a reinar. Y cada uno tiene que decidir por sí mismo a cual va a servir: la Luz o las tinieblas. La desobediencia de Adán le ocasionó la pérdida del dominio y de la autoridad. Peor que esa pérdida automática fue la transferencia de su autoridad al diablo, que acabó entrando en el Jardín del Paraíso, quien no tenía hasta entonces, poder o dominio en el mundo. Prueba deesa pérdida de poder es la muerte, que todavía no existía. Cuando el diablo tomó posesión de la autoridad que Adán le confirió, la muerte empezó a existir en la Tierra, exactamente como dice el Señor Jesús: “El ladrón no vino sino para robar, matar y destruir…” (S. Juan 10:10). Así nació el reino de las tinieblas en este mundo, es decir, el reino del mal comenzó con la rebelión de alguien que era del bien: Adán. Dios, por eso, en Su infinita compasión y misericordia trazó un plan de rescate para los que Lo deseasen. Escogió a un hombre fiel a su esposa para, a partir de ellos, formar una nación separada de las demás. De esa nueva nación, Él escogió a una joven virgen -desde el punto de vista físico- y pura -desde el punto de vista espiritual-, para que sirviera como instrumento en la venida de su Hijo Jesús al mundo y así, por medio del sacrifico de Su Hijo, poder eliminar la culpa de todos los que en Él creyesen. Siendo así, los que se volviesen obedientes a Su Palabra pasarían del reino de las tinieblas al Reino de la Luz o Reino de Dios. Esa es la razón por la cual el Señor, al iniciar Su ministerio terrenal, anunció: “ha llegado a vosotros el Reino de Dios”. Así, el Reino del orden y de la disciplina divinos se reinició con el “nuevo Adán” – también llamado Segundo Adán. Aquéllos que nacieron en el reino de la rebelión del primer Adán, a pesar de no haber realizado esa elección, tienen, basados en ese anuncio del Señor Jesús, la oportunidad de salir del reino del mal para trasladarse al Reino de Dios, siguiendo a Su Hijo. Ya hemos visto cómo el reino del mundo (o reino de las tinieblas) comenzó. Lo que la mayoría de las personas desconoce es que han sido fruto natural de ese reino. Esto se debe a que Adán y Eva solamente comenzaron a multiplicarse, tal y como el Señor había determinado que hiciesen, cuando ya estaban en el reino del mal. Cuando se rebelaron contra la Luz, entraron inmediatamente en el reino de las tinieblas y, en ese reino, desencadenaron el proceso de la multiplicación; esto es, después de haberse rebelado contra el Señor, pasaron automáticamente del Reino de la Luz al reino de las tinieblas. Lo mismo sucedió con los animales irracionales. Así, cada ser engendrado contribuía con el desarrollo del reino de este mundo. Ciertamente, en este proceso de desarrollo faltaba la relación con el Creador; como consecuencia, los seres fueron naciendo y creciendo sin noción de disciplina u orden. Así como había empezado a prevalecer la ley del más fuerte entre los animales irracionales, lo mismo ocurrió entre los seres humanos. Mientras vivieron en comunión con Dios, Adán y Eva no sintieron falta de amor, paz, salud, prosperidad, ni tampoco había discusiones entre ellos. Pero, la ruptura de la relación con Dios dio paso a la intimidad con el poder del mal. Si el hombre no da a Dios el debido respeto, colocándolo en primer lugar en su vida ¿qué hará en relación a su prójimo? Entonces, inspirado por el príncipe de las tinieblas, el ser humano se volvió egoísta y salvaje en la conquista de sus ideales; el materialismo ocupó el lugar de los valores espirituales y, de esta manera, todo lo que contrariaba la voluntad divina en la Tierra fue sembrado. Siendo así, se instalaron en el mundo el desorden y la falta de respeto, no sólo respecto al Creador, sino sobre todo, hacia la propia raza humana. Dios creó una única mujer para el hombre, eso significa que desde la creación del mundo, cada hombre tendría su propia esposa; sin embargo, el espíritu del mal inspiró el desorden en las relaciones y el hombre empezó a desear tener varias mujeres y viceversa. Además de eso, el mal también inspiró las relaciones homosexuales, la zoofilia, que es la relación sexual entre seres humanos y animales, la pedofilia, etc. En fin, el reino del desorden se estaba implantado en este mundo. Ante ese panorama de completo desequilibrio moral, la institución de la sagrada familia perdió el sentido y sus valores. Ahora bien, criaturas inocentes nacen en ese contexto de leyes contrarias a la ética moral y espiritual (creadas en el Monte Sinaí, el monte de los Diez Mandamientos). Aunque sus padres les den la mejor educación, los malos ejemplos tan expuestos y divulgados, aliados a la acción de los espíritus malignos, acaban corrompiéndolos. De esta forma, las generaciones gradualmente se vuelven más rebeldes y agresivas contra los preceptos éticos, morales y espirituales instituidos por Dios. El resultado de ello, es un mundo sin valores y cada vez más caótico y desenfrenado. Hoy, muchos padres gimen al ver a sus hijos completamente entregados al vicio de las drogas, al alcohol, la prostitución y, sobre todo, a la rebeldía. Esos padres no consiguen entender porqué sufren tanto, si dieron lo mejor de sí para sus hijos, no solamente comodidades y formación, sino principalmente buena educación. Dios permite que algunos padres tengan este tipo de sufrimiento para que sientan en la propia piel, un poco de lo que Él ha sufrido con la rebeldía de Su Creación y, para que sepan lo doloroso que es el rechazo de la Luz estando sujetos a las tinieblas; pues, del mismo modo que los padres son rechazados por los hijos, también el Señor ha sido rechazado por la humanidad. ¿Cuál es la razón por la que los hijos criados con atención, cariño y amor se desvíen por caminos de rebeldía contra los propios padres? ¿Dónde se equivocaron esos padres? El problema del ciego no es la falta de luz, sino su deficiencia física; por mucho que se acerque a la luz, no podrá ver. Lo mismo ocurre en relación a la humanidad, está completamente ciega en el entendimiento, no por la ausencia de Luz, sino porque La rechaza. La religión ha sido la mayor y mejor arma del infierno en la destrucción de los pueblos de todos los tiempos; ha separado a las personas y las naciones hasta el punto de conducirlas a la guerra. La religión ha sido un elemento divisor tan nocivo para la sociedad que son necesarias duras leyes para obligar a sus fieles a respetarse entre sí. Si las religiones fuesen algo verdaderamente puro y beneficioso, las personas que las practicaran no necesitarían leyes como la de libertad de culto para respetarse entre sí. Los verdaderos seguidores del Señor Jesús llevan dentro de sí la conciencia del amor y del respeto a los semejantes, independientemente del color, sexo, raza o religión. Respecto a eso, tenemos del Señor la siguiente orientación: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, porque Él hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis?” S. Mateo 5:44-46 Mienten cuando dicen que la religión existe para unir al hombre con Dios, pues si eso fuese verdad, el mundo estaría en paz y armonía. En realidad, ha servido para apartar a las personas de Él y, sobre todo, para destruirlas, aunque inconscientemente. Sirviéndose de la emoción, la religión ha neutralizado sutilmente a la razón. Debido a esto, los intelectuales se vuelven cada vez más escépticos respecto a la existencia de Dios. No es a través de la fe emotiva que se llega a Dios, sino de la fe racional; por eso, Él nos ha dado Sus leyes morales, sociales y espirituales, las cuales respectivamente, hacen referencia al comportamiento individual, a la buena convivencia en sociedad y a la relación con el Espíritu Santo. Esos son los principios incluidos en los Diez Mandamientos y en las leyes entregadas a Moisés en el Monte Sinaí. A pesar de eso y, naturalmente, por pura ignorancia espiritual, la mayoría de las personas insiste en cultivar más su tradición religiosa que la comunióncon Dios. Ese comportamiento perdura desde el tiempo en que el Señor Jesús estuvo en la Tierra. La rebelión de Adán y Eva en contra del Creador tuvo como resultado la pérdida inmediata de la visión espiritual. La pureza y la inocencia dieron lugar a la visión estrictamente física. El entendimiento espiritual es la herramienta fundamental para la relación con el Espíritu Santo. Sin ese contacto con el Espíritu de Dios, no habrá quien sea capaz de enseñar, orientar, conducir, inspirar y fortalecer al ser humano en el camino del bien. La falta de entendimiento espiritual representa la ausencia de la dirección del Espíritu Santo. Eso es sinónimo de una vida de inseguridad, como un barco sin timón en medio del océano. ¿Cuántas personas viven en un verdadero infierno dentro de su propia casa por haberse casado con la persona equivocada? Las consecuencias de un mal matrimonio son las peores posibles, porque los hijos, seguramente van a reflejar el resultado del desentendimiento de los padres. ¿Cuántas personas sacrifican años de vida y dinero para tener una profesión determinada y, después de haberse formado descubren que aquéllo no era lo que querían hacer? Estos son sólo algunos de los millares de ejemplos vividos por los seres humanos simplemente por la falta de visión espiritual. Cuando no hay visión espiritual, la visión física estimula la emoción, y ésta pasa a dirigir al ser humano. La consecuencia de ello, por medio de los primeros padres, fue que surgió el desorden que se extendió por toda la humanidad. “Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos, y cogieron hojas de higuera y se hicieron delantales” (Génesis 3:7). La toma de conciencia de que estaban desnudos hizo que el hombre y su mujer no se preocupasen en resolver lo que realmente era importante, que era el hecho de haber pecado, de haber desobedecido la orden del Señor de que no tocasen en el árbol del conocimiento. La única solución que necesitaban era el arrepentimiento, pero se preocuparon sólo e inmediatamente, de la desnudez y de cómo podrían esconderla de Dios, ¡como si eso fuese posible! Y, por falta de visión espiritual, buscaron una solución paliativa con las hojas de la higuera. Los malos ojos, los ojos de la carne, se abrieron; consecuentemente, los ojos del entendimiento espiritual que son los que dan discernimiento para evitar el camino del mal, se quedaron ciegos. Desde entonces, la humanidad está intentando resolver los efectos provocados por el pecado; de ahí surgió la religión. Los religiosos se han servido de ella más como una descarga de la conciencia, porque en realidad saben que la religión no resuelve ningún problema, ya que si lo resolviese, este mundo sería un lugar mucho mejor para vivir, que como una forma de reaproximación al Creador. Como las hojas de higuera para Adán y Eva, así han sido las religiones para los hombres. En un primer momento, el matrimonio experimentó una sensación de bienestar, aún así, la fragilidad de las hojas mostraría después su ineficacia. Lo mismo ha ocurrido con la religión, la cual, sin consistencia para salvar o para aproximar al hombre a Dios, simplemente proporciona la sensación del deber cumplido. Es como un sepulcro lujoso, cuya apariencia da incluso, señal de vida; pero en cuyo interior, sólo hay restos mortales. Los escribas y fariseos, guardianes de la tradición judaica, preguntaron al Señor Jesús: “¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos?” (S. Mateo 15:2). Y el Señor les respondió: “Astutamente violáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (S. Marcos 7:9). Los religiosos no estaban preocupados con el interior o con la relación con Dios, sino en satisfacer el exterior con sus tradiciones y apariencias, que para nada sirven. De un modo general, las religiones, astutamente, han vuelto ciegos los ojos de la humanidad, usando hechos históricos y creando fantasías para estimular o alimentar una fe emotiva. Déjeme ejemplificarlo usando el nacimiento del Señor Jesús. Muchos especialistas en religión, inspirados por las tinieblas, estimulan la fe emotiva de los incautos usando las fiestas navideñas. En ese período, el corazón de gran parte de la población mundial se enternece delante de un pesebre. Las religiones llamadas cristianas adornan el clima de la Navidad, mientras que la industria y el comercio facturan alto. Lo peor de todo eso, es que la fe de las personas se fija en un niño. Y, ¿cómo un niño o un bebé pueden salvar a alguien? Es suficiente una breve reflexión para llegar a la conclusión de que los niños dependen de cuidados para sobrevivir… entonces, ¿cómo la fe en un niño puede atender las necesidades reales de alguien? La fe en un niño puede, como mucho generar emoción, emoción y nada más. He ahí la razón por la que en los días navideños algunas familias lo celebran mientras que la mayoría de las personas siente frustración por la falta de sus seres queridos; es decir, la fe emotiva astutamente engaña a unos y acarrea sufrimiento a otros. Y no produce ningún beneficio espiritual para quienes la profesan. La Semana Santa es otro ejemplo de manifestación de fe emotiva. Las personas se conmueven solemnemente con la muerte de Alguien que está vivo. Y, ¿cómo se pueden obtener respuestas a las oraciones hechas a un dios muerto? Solamente la fe viva en un Dios vivo puede librar a las personas de sus traumas y sufrimientos. El hecho es que el espíritu religioso ha cegado el entendimiento de la humanidad que busca plasmar su fe más por apariencia religiosa que por su mensaje. Eso significa que las personas han usado más los ojos del corazón que los del intelecto; más la emoción que la razón. Tristemente eso ha sucedido, y como resultado, se ha fortalecido más la fe emotiva que la fe racional. Y quien gana con eso es el príncipe de las tinieblas. A pesar de que la mayoría de los líderes religiosos saquen provecho de esa ignorancia espiritual de las personas, su final con toda su tradición será el infierno. >> ¿Cómo nació la religión? Hay muchas definiciones de religión, pero en términos generales, la religión se ha definido como el culto a las divinidades, la creencia en la existencia de una (o más) fuerza sobrenatural y la observancia de preceptos religiosos. El apóstol Santiago, en Santiago 1:26, es muy objetivo al definirla y, sin mencionar los ceremoniales, resume que la religión es un conjunto de actitudes que la persona toma respecto a Dios, a sí misma o a su semejante. Y de acuerdo con el punto de vista de los antiguos profetas y con la revelación del Nuevo Testamento, Santiago nos muestra que la verdadera fe religiosa depende de lo que sucede en el interior de la persona, en lo que dice respecto a una transformación moral y de un carácter dirigido hacia el Señor. Ese conjunto de acciones conduce a la persona a tener una vida moldeada en la Palabra de Dios. El cumplimiento de ritos o la mera observancia de preceptos religiosos no configuran una vida en comunión con Dios, como vemos en los versículos del 6 al 8 del capítulo 6 del libro del profeta Miqueas. “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino sólo practicar la justicia, amar la misericordia y andar humildemente con tu Dios?” Miqueas 6:8 Ciertamente la religión no nació del Trono de Dios. Si eso hubiese sucedido, no serviría para dividir a los seres humanos como ocurre. La verdad es que el diablo creó este método para separar a la criatura del Creador de forma imperceptible. Es suficiente observar que los mayores enemigos del Señor Jesús fueron precisamente los religiosos. Y, ¿qué es lo que el Señor hizo para que Le odiasen? Curó enfermos, liberó a los oprimidos,dio la vista a los ciegos, resucitó a los muertos; en fin, simplemente hizo el bien a los que Le invocaban. Cuando Adán y Eva cayeron en la tentación, entonces se dieron cuenta que estaban desnudos. A través de la sugestión diabólica, cogieron hojas de la higuera y cubrieron su cuerpo. Pero aquellas hojas no tenían consistencia para desempeñar esa función. Sugerir un camino fácil o soluciones ilusorias, que dan la sensación de bienestar, es el trabajo del diablo. El robo, por ejemplo, ¿no es el camino menos arduo para poseer lo que se desea? La mentira ¿no es la manera más rápida para librarse de un problema? Así también, la religiosidad es la forma más adecuada para obtener la falsa sensación de haber cumplido con la divinidad. Cuando Dios llamó a Adán y Eva y los encontró vestidos con hojas de higuera, inmediatamente les proveyó de los vestidos adecuados. Para ello, sacrificó un animal y de su piel hizo ropa para el matrimonio. La desnudez simboliza el pecado, la hoja de higuera, la religión; es decir, una forma inconsistente para resolver los efectos generados por el pecado. La piel del animal representa la Salvación. Ese primer sacrificio caracterizó lo que más tarde sería hecho por el Hijo de Dios para quitar el pecado de los que en Él creyesen. Para que el ser humano esté en comunión con Dios, tiene también que sacrificar su vida. El sacrificio exigido por el Señor al que nos referimos es que Le sigamos con obediencia a Su Palabra, resistiendo diariamente los deseos de nuestra carne que se inclina, naturalmente, hacia las cosas del mundo. >> El engaño religioso La historia de que todos somos hijos de Dios es la mayor mentira de todos los tiempos. ¿Tiene sentido que un hijo de Dios viva como un mendigo? ¡No hay manera de aceptar este hecho! Al alentar este tipo de fe, la religión contraría frontalmente no sólo a la Palabra del Señor Jesús, que vino a traer vida en abundancia, sino sobre todo, a la propia lógica. Para desmitificar esa falsa realidad, Él nos dice: “En verdad, en verdad te digo que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios” (S. Juan 3:5). El apóstol Pablo ratifica: “Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él” (Romanos 8:9). Si todos realmente fuésemos hijos de Dios, ¿por qué el Señor limitaría la entrada en Su Reino solamente para los nacidos del agua y del Espíritu? Y, ¿cómo alguien que no posee el Espíritu de Cristo puede ser hijo de Dios? Las personas que se encuentran en esta situación ni siquiera Le pertenecen. Bíblicamente, verificamos por tanto, que la tesis de que todos somos hijos de Dios es una mentira. Realmente, la religión ha ofrecido todos los ingredientes para embriagar a las personas con el engaño. Las liturgias, las fiestas tradicionales y las ceremonias sociales, directamente inducen a las personas a una fe emotiva. Lo más grave de todo eso no es la ausencia de los beneficios prácticos, sino el hecho de que la religión alimente la idea de la Salvación eterna. La práctica de la religión neutraliza la fe racional. Martín Lutero, por ejemplo, intentaba ser merecedor de la gracia de Dios limpiando las escaleras del monasterio. Fue en uno de esos momentos que el Espíritu Santo le reveló que la persona sólo merece la gracia de Dios por la fe, como está escrito: “Mas mi justo vivirá por la fe, y si retrocede, mi alma no se complacerá en él” (Hebreos 10:38). En este exacto momento, por no usar la fe asociada a la inteligencia ¿cuántas personas están cumpliendo penitencias en muchos lugares del mundo? De la misma forma, si Lutero hubiese usado la fe racional (cuando se encontraba limpiando las escaleras del monasterio), se habría dicho a sí mismo: “Yo no voy a caer en ese engaño de pagar penitencias porque si eso fuese correcto, Dios no podría atender a la mayoría de los pobres que no tienen condiciones de pagarlas”. En su religión, Lutero había aprendido que para acceder a Dios era necesario merecerlo, y para alcanzar el merecimiento, tenía que hacer penitencias. La verdad, sin embargo, es que el diablo creó la religión para que las personas estuvieran absortas en el uso de la fe emotiva e ignorasen la práctica de la fe racional. Pero, ¿qué significa fe racional? Es la fe usada con la inteligencia, cuando la persona piensa antes de usar la fe; de este modo, obedece no a las reglas y las doctrinas de la religión, sino a la orientación de la Palabra de Dios. Ahora bien, sabemos que las reglas o las doctrinas religiosas, de modo general, son creaciones humanas inspiradas muchas veces por intereses oscuros que, en gran parte, contrarían directamente la Biblia Sagrada. En ellas no hay ninguna base inteligente, sólo hay emoción. Ese es el argumento usado por los ateos para sustentar su falta de creencia en la existencia de Dios: las religiones trabajan con la emoción y no con la razón. Y, en eso, han acertado plenamente. 1. Nacidos del mundo En principio, todos los seres humanos, sin excepción, somos nacidos del mundo porque heredamos la naturaleza adámica. El hecho es que, por medio de un solo hombre, el pecado entró en el mundo y, debido al pecado, vino la muerte: Primero fue la de un animal, del que el Señor retiró la piel para proveer de vestimenta al hombre y después, la de todos los hombres. La naturaleza pecaminosa se ha transmitido de padre a hijo desde la caída de Adán y Eva. Incluso los recién nacidos, aquéllos considerados completamente inocentes a los ojos de Dios, heredan la naturaleza pecaminosa de Adán y Eva. Sin embargo, esa naturaleza corrupta sólo se manifiesta cuando el niño deja la edad de la inocencia y pasa a la edad de la razón. Desde ese momento en adelante, el hombre adquiere la condición de pecador y como consecuencia, queda sujeto a la condenación eterna en el Lago de Fuego y Azufre. >> Características mundanas Debido al rechazo a Dios, Adán y Eva perdieron el carácter divino y asumieron el carácter del hombre caído; es decir, recibieron la esencia del carácter de su nuevo señor, Satanás. El orgullo es la característica más marcada del carácter de los nacidos del mundo. >> El orgullo La peor manifestación del orgullo es la ceguera espiritual. Al no considerar su composición, formado del polvo de la tierra, el orgulloso generalmente, además de no reconocer la debilidad de su naturaleza humana, tampoco reconoce que depende de la Salvación dada por Dios. Uno de los pilares de las enseñanzas del Señor Jesús es la necesidad de la humildad de espíritu, condición fundamental para entrar en el Reino de los Cielos (S. Mateo 5:3). Así, humildad y orgullo son fuerzas antagónicas que se refieren respectivamente al carácter de Dios y al carácter de Satanás. El Reino de Dios está formado por paz, justicia y disciplina. Eso presupone una perfecta sumisión a las autoridades constituidas por el Espíritu Santo. ¿Cómo el orgulloso, que es rebelde por excelencia, se encuadraría en un reino de paz, o cómo sobreviviría en un lugar donde impera la humildad y la sumisión? Sería como intentar conciliar la luz con las tinieblas. Debido al orgullo, los hijos del mundo tienen un concepto realzado de sí mismos. Aunque algunos muestren ese sentimiento de forma más acentuada que otros, todos, sin excepción, nacemos con un corazón revestido de él. Y cuanto más poder económico, conocimientos y autoridad se consigue, más orgullosos se vuelven. Algunos inclusive, llegan al punto de, a veces, pensar que son dios. Muchos, en función del grado de autoridad terrena que poseen, ¡se convencen de eso! El gran problema del orgulloso es la falta de reconocimiento sincero de su dependencia de Dios. Obviamente, no podemos vivir de brazos cruzados esperandoque la providencia divina resuelva todo. El proyecto de Dios, el desarrollo de la Tierra debe ser fruto de una asociación entre Él y el hombre. Cada uno tiene su participación en el milagro de la vida; por eso, el Señor vino al mundo para sellar la alianza con los humildes de espíritu. De esta manera, hay acciones que tienen que hacerse única y exclusivamente por los hombres y hay muchas otras, que el ser humano no puede hacer, y necesita por tanto esperar la acción del Señor. El orgulloso no acepta esa realidad, ni siquiera se somete al plan establecido por Dios, dificultando la manifestación del Espíritu Santo en su vida. Sólo cuando se produce una gran pérdida o dolor, provocado por estar distante del Creador, es cuando la criatura se humilla. Cuanto mayor es el orgullo, mayor es la dificultad para la Salvación, y cuanto mayor es el dolor, mejor la condición para llegar al Señor. El momento más difícil en la vida de una persona, lo que acostumbramos a llamar “estar en el fondo del pozo”, es el lugar ideal para tener experiencias con Dios. Y cuanto más profundo sea ese pozo, más intenso será el clamor en dirección a los Cielos. Mientras que consigue soportar la desesperación, el orgulloso no tiene oídos para escuchar; pero, sobreviniendo una angustia profunda y una desesperación insoportable, ahí sí, escucha la voz de Dios. >> El pecado reina en la carne ¡Ahí está el gran motivo que hace necesario nacer del agua y del Espíritu Santo! Mientras la persona no nace de Dios, su naturaleza impedirá la conversión y como consecuencia, la Salvación. La persona puede incluso reconocer a Jesús como Señor y Salvador, pero si no nace del Espíritu Santo será casi imposible mantener el control de su carne, ya que ésta es esclava del pecado, lo que compromete a la Salvación eterna. La naturaleza adámica estará siempre en actividad latente dentro de sí mismo. Por mucho que se esfuerce en la lucha interior contra su voluntad - la carne, difícilmente logrará prevalecer. Puede incluso conseguirlo durante algún tiempo, pero no todo el tiempo, porque la carne es débil y, por naturaleza, ¡está sujeta a la esclavitud! Los hijos del mundo no consiguen vencerse a sí mismos, es decir, a los propios deseos, por mayor que sea su fuerza de voluntad. Su esencia está impregnada de la corruptibilidad original de Adán y Eva; en ellos habita el espíritu de la esclavitud, el espíritu del pecado. Un gran ejemplo bíblico de una persona que murió salva, a pesar de su naturaleza corrupta, fue el ladrón de la cruz al lado de Jesús, eso sucedió porque la conversión ocurrió horas antes de su muerte. Es lo mismo que sucede con las personas hospitalizadas en estado terminal; si reconocen al Señor Jesús como único Salvador y mueren, sus almas estarán salvas; pero si sobreviven a la enfermedad y continúan viviendo en este mundo sujetas a los impulsos de la propia carne, entonces el nuevo nacimiento será obligatorio. >> La manifestación de la carne Bíblicamente, la carne es un símbolo de la voluntad humana. Como los hijos del mundo conservan su naturaleza adámica, que es contraria a la naturaleza divina, es imposible, humanamente hablando, obedecer a Dios. ¿Cómo puede la naturaleza carnal someterse a la naturaleza espiritual? ¿Cómo una persona de origen mundano puede seguir a otra de origen espiritual? Es lo mismo que intentar mezclar el agua con el aceite, ¡imposible! Los hijos del mundo tienen sus raíces clavadas en el mundo; debido a eso, la manifestación de la carne es una consecuencia natural, pero no hay forma de contrariar la voluntad de la carne cuando se pertenece a este mundo. La carne tiene como socios a los principados, las potestades, los dominadores y las fuerzas espirituales del mal. Todos ellos cooperan para seducir a los hijos del mundo para que satisfagan sus concupiscencias (pasiones) plenamente. Y mientras los hijos del mundo agradan a la carne, se olvidan de la necesidad de salvación del alma. He ahí el motivo por el que el mundo se opone férreamente a la predicación del Evangelio. >> Hijos del mundo, hijos del diablo Los fariseos formaban parte de una antigua secta judaica que se distinguía por el cumplimiento estricto y formal de los ritos de la ley de Moisés. A pesar de eso, siempre pusieron objeciones al Señor Jesús con respecto a Su ministerio terreno. Esto quiere decir que, incluso siendo guardianes de los rituales de la ley mosaica, no percibían que Jesús era el propio Dios encarnado; eso ocurría porque como hijos del mundo, podían comprender la letra de la ley de Moisés pero no podían comprender su espíritu, ya que los fariseos no tenían nada que ver con Dios. Quien es de la Luz aprueba las obras de la Luz y quien es de las tinieblas se opone a las obras de la Luz. Ante tanta insistencia por su parte para resistir las enseñanzas del Señor, incluso justificándose como hijos de Abraham, el Señor Jesús les dice claramente: “Sé que sois descendientes de Abraham; y sin embargo, procuráis matarme porque mi palabra no tiene cabida en vosotros.Yo hablo lo que he visto con mi Padre; vosotros, entonces, hacéis también lo que oísteis de vuestro padre. Ellos le contestaron, y le dijeron: Abraham es nuestro padre. Jesús les dijo: Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. Pero ahora procuráis matarme, a mí que os he dicho la verdad que oí de Dios. Esto no lo hizo Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Ellos le dijeron: Nosotros no nacimos de fornicación; tenemos un Padre, es decir, Dios. Jesús les dijo: Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais, porque yo salí de Dios y vine de Él , pues no he venido por mi propia iniciativa, sino que Él me envió. ¿Por qué no entendéis lo que digo? Porque no podéis oír mi palabra. Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira”. S. Juan 8:37-44 Llama la atención el hecho de que el propio Señor defina a los descendientes de Abraham como hijos del diablo. Ahora bien, si aquellos hombres, que eran descendientes biológicos de Abraham y practicantes del judaísmo, fueron definidos como hijos del diablo, ¡imagínese los demás hijos del mundo! Otra cosa importante a observar es que no importa si los padres fueron hombres de Dios, la religión o la iglesia a la que pertenecían; si la persona no nace del Espíritu de Dios no es hija de Él; y no siendo hija de Dios, lo será del diablo. ¡No hay término medio! O se es hijo de Dios o del diablo. No hay posición intermedia en relación a Dios. ¡La persona es o no es de Él! “Y el que no se encontraba inscrito en el libro de la vida, fue arrojado al lago de fuego” (Apocalipsis 20:15). Si la persona muere estando en la condición de hija del mundo sin haber tomado posesión de la salvación de su alma, no tendrá ninguna oportunidad de salvarse después de la muerte, pues el ser humano sólo tendrá ocasión de salvar su alma mientras esté vivo; después de la muerte vendrá el Juicio. Es cierto, realmente, que las religiones intentan sacar provecho del terror al infierno para engañar a las personas con la venta de indultos. La mayor parte de la humanidad cree en el purgatorio, supuesto lugar en el que las personas son purificadas y preparadas para entrar en los Cielos. Pero esa doctrina contradice claramente la siguiente palabra de Dios: “Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio” (Hebreos 9:27). En tal juicio, nadie será absuelto. Incluso porque el único Abogado defensor, el Hijo del Juez, estará ausente. Así como fue rechazado por los que serán juzgados,rehusará defenderlos. Él volverá, solamente, para buscar a los que Le aguardan para la salvación de sus almas. “…así también Cristo, habiendo sido ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación de los que ansiosamente le esperan”. Hebreos 9:28 2. Nacidos de la carne Los nacidos de la carne se encuentran en la segunda parte de las cuatro que oyen la Palabra, según dice el Señor Jesús: “Otra parte cayó en pedregales donde no tenía mucha tierra; y enseguida brotó porque no tenía profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó”. S. Mateo 13:5,6 Explicando su contenido, agrega: “Y aquél en quien se sembró la semilla en pedregales, éste es el que oye la palabra y enseguida la recibe con gozo; pero no tiene raíz profunda en sí mismo, sino que sólo es temporal, y cuando por causa de la palabra viene la aflicción o la persecución, enseguida tropieza y cae”. S. Mateo 13:20,21 Muchos oyen la palabra y no la comprenden. Eso no es lo que ocurre con los que se mencionan en esos versículos, pues ellos la oyen y la comprenden; inclusive, la reciben inmediatamente con alegría, pero llama la atención la velocidad con que creen y dejan de creer en la Palabra. Pues la reciben ¡ya!, con alegría, pero también en seguida, ¡ya!, se desaniman. Los nacidos de la carne son carnales. Este grupo de personas está, esencialmente, constituido por aquéllos que viven en base a la emoción. Son víctimas de la adulación del pastor, de tal forma, que acaban volviéndose miembros fieles del pastor y no del Cuerpo del Señor Jesús que es la Iglesia. Si el pastor es trasladado a otra localidad, los carnales inmediatamente también se trasladan para permanecer junto a él. Los nacidos de la carne siempre siguen los pasos del “padre en la carne”. Si éste cae en pecado, ellos también estarán motivados a caer porque la “carne está unida a la carne”. El hecho es que, al ser concebido en la carne, el pastor consecuentemente, forjará miembros y pastores en la carne. Aun así, eso no es una regla. Hay excepciones, claro, pero generalmente, es así como ha estado funcionando. Oveja concibe oveja, chivo concibe chivo, carne concibe carne… La naturaleza carnal siempre se dirige hacia sus propios objetivos y proyectos. Esa característica, incluso, la diferencia de la naturaleza espiritual. Los intereses del nacido de la carne contrarían a los intereses del nacido del Espíritu. Mientras que el primero intenta hacer su propia voluntad, el segundo, el nacido del Espíritu Santo, intenta hacer la voluntad de Dios, cuyo principal interés está en el bienestar del prójimo. La fe emotiva y el entusiasmo son constantes en los nacidos de la carne: Cuando el asunto se refiere a las promesas de Dios les proporciona una gran alegría, no del Espíritu sino en la propia carne; pero, cuando el texto sagrado exige obediencia, sumisión a las autoridades, perdón, poner la otra cara, arrepentimiento, oración por quienes lo persiguen y demás actitudes del carácter cristiano, eso provoca tristeza y hasta indignación y reaccionan carnalmente alegando injusticia. Este tipo de persona confunde la fe natural con la fe sobrenatural y el sentimiento emocional con la convicción del intelecto. La vida del carnal es como una judía en un algodón mojado, aparentemente crece rápido, pero como no tiene una raíz consistente no produce fruto. El nacido de la carne es, por naturaleza, religioso y tiene aparente comunión con Dios, pero el resultado final de su vida religiosa es la frustración. >> El nacido de la carne es carne Cuando los autores sagrados hablan de carne, no se están refiriendo a la materia, al cuerpo físico, porque éste sirve como templo para el Espíritu Santo. Bíblicamente, la carne se refiere a la voluntad humana, que es enemiga de Dios porque no quiere sujetarse a Su voluntad. La mente carnal tiene sus propias reglas, sigue sus propias apetencias e inclinaciones por su naturaleza rebelde. El Espíritu enseña que “ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo” (Romanos 8:7). El nacido de la carne se rinde fácilmente a las pasiones y a las emociones circunstanciales. Y, cuando falta el pastor que le transmitió la emoción, se desanima en la fe e, inmediatamente, se junta a otros también carnales. El nacido de la carne es aquella persona que recibe el Evangelio con alegría, acepta a Jesucristo como Salvador, se bautiza en las aguas por inmersión, participa de las reuniones dominicales e, incluso, se convierte en un miembro activo y voluntario de algunos servicios de la iglesia; pero, tristemente, todo esto no pasa de ser una mera formalidad exterior, porque en su interior no murió para el mundo. ¿Cuál es el precio a pagar por la aceptación de Jesús como Salvador? ¡Ninguno! Aceptar a Jesús, todos aceptan. Pero sacrificar la vida por entero al Señor, sujetándose a Su voluntad… es totalmente diferente. Recordemos que nadie puede seguir a Jesús haciendo su propia voluntad y la del Señor al mismo tiempo. Es imposible servir a dos señores: o la persona se agrada a sí misma y aborrece al Espíritu de Dios, o hace la voluntad del Señor y contraría la suya propia. Éste ha sido el gran problema dentro de las iglesias evangélicas. La mayoría de las personas aceptan todo lo que se enseña en el altar, pero pocas practican lo que aprenden. De hecho, los nacidos de la carne, incluso consiguen practicar algunas doctrinas de fácil cumplimiento tales como bautizarse en las aguas, dar ofrendas, ser asiduos a la iglesia… Pero cuando las enseñanzas cristianas requieren sacrificios tales como la renuncia de la propia voluntad, la pérdida de la vida, es decir, renunciar a los deseos de la carne por causa del Señor Jesús, ahí, no consiguen cumplir. La verdad es que mientras la persona no muere para sí misma y para el mundo, el Espíritu Santo no puede forjar en ella una nueva criatura. Yo mismo soy testimonio de eso, pues viví esa experiencia durante más de un año. Aceptaba a Jesús como mi Salvador cada vez que era invitado a ello. El detalle es que, a pesar de haberlo aceptado muchas veces, no Le entregaba mi voluntad, mi vida. Eso me colocaba en la condición de nacido de la carne, posición intermedia entre los hijos del mundo y los hijos de Dios. ¡No era incrédulo, pero tampoco era un convertido! No estaba caliente, pero tampoco estaba frío. Tal condición parece ser la más deplorable posible, porque da la sensación de convertido para los incrédulos y de incrédulo para los convertidos. Creemos también que los nacidos de la carne pueden tener los frutos de los milagros físicos, como curaciones, liberación de vicios y prosperidad. Reciben los milagros por la fe y, en virtud de eso, creen en la aprobación divina de su manera de vivir. Yo era como muchas personas cuya aceptación a Jesús estaba motivada por el miedo al infierno, pero en la práctica del día a día, no había ninguna renuncia de mi voluntad. Al contrario, el hecho de haberlo aceptado como Salvador y de haber sido bautizado en las aguas, hacía que creyese que podía seguirlo haciendo un poco mi voluntad. En realidad, mi voluntad siempre prevalecía. Además, nunca me había sentido un gran pecador como para necesitar tan gran Salvación. Lo tenía, apenas, como el Salvador del castigo eterno. Hasta que un día maravilloso, el más glorioso de mi vida, finalmente, fui convencido por el propio Espíritu Santo de lo desgraciado, miserable e infeliz pecador que era. Y en medio de las lágrimas de desesperación por mi perdición, el mismo Espíritu me mostró a la Única Persona capaz de borrar todos mis pecados y de salvarme del castigo eterno: Jesucristo, ¡Su Hijo Amado! Desde entonces, Él pasó a sermi Único Señor, Salvador y Dios, ¡el Primero en mi vida! Nicodemo es un ejemplo del nacido de la carne (S. Juan 3:2-7). Por el hecho de realizar un trabajo religioso junto al pueblo judío, jamás imaginó que recibiría del Señor Jesús una palabra tan dura, tan directa y tan honesta. El Señor no midió las palabras para definir la situación espiritual de aquella autoridad religiosa. Nicodemo no fue conocido como un hombre de Dios y eso demuestra que no todos lo que ocupan cargos religiosos, aunque sean los más importantes, están en la condición de ser personas nacidas de Dios. El nacido de la carne cree que su trabajo religioso en la iglesia lo convierte en aprobado como alguien espiritual. Y eso no es diferente de aquéllos que hacen caridad por los afligidos como un intento de agradar a Dios. Obviamente, la caridad está muy bien vista delante del Altísimo, pero no es suficiente para alcanzar la Salvación. De la misma forma, el trabajo religioso no garantiza la Salvación de nadie. Para Dios lo importante no es lo que la persona hace, respecto a las obras, sino lo que ella es. Está claro que cuando la persona es de Dios, de forma natural hace lo que Le agrada. A pesar de que Nicodemo estaba bien considerado entre sus hermanos de la fe, necesitaba nacer de nuevo. Observe que el Señor Jesús no reconoció a Nicodemo como un hombre de Dios, a pesar de su cargo religioso. Este hecho muestra que el lugar destacado en la jerarquía religiosa no garantiza la Salvación Eterna. El Señor habla claramente a Nicodemo sobre su necesidad de nacer de nuevo. Es más, la única vez que Él enseñó sobre la necesidad del nuevo nacimiento fue respecto a Nicodemo, un maestro del judaísmo, persona muy respetada en la religión oficial. Llama la atención el hecho de que el Señor no había ni siquiera mencionado el nuevo nacimiento hasta entonces. Sus discursos se dirigían sobre todo al Reino de Dios, pero no hacían alusión al nacimiento del Espíritu. Además, curaba y liberaba al pueblo de sus azotes. Pero fue justamente a Nicodemo a quien Él habló sobre el nuevo nacimiento ¿por qué? Ciertamente, Nicodemo era el tipo de cristiano actual: muy solícito en la realización de tareas religiosas, pero distante del carácter cristiano. Nicodemo se debía sentir extremamente honrado y orgulloso de su posición religiosa, pero aun así, estaba vacío. A pesar de todo, Nicodemo era un hombre sincero con su creencia; de ahí, el motivo por el que el Señor le otorgó el privilegio de tal revelación. >> ¿Por qué hay tantos nacidos de la carne? Los milagros realizados por la fe son la principal razón para hacer surgir a los hijos de la carne, teniéndose en cuenta que la mayoría de las personas son convencidas para adherirse al cristianismo en virtud de los milagros que ven acontecer. El mensaje de la fe-beneficio ha provocado milagros en medio del pueblo. Milagros de curaciones, liberación de espíritus, de vicios, reconstrucción de hogares y una infinidad de cosas extraordinarias. Mientras que el mayor de los milagros, que es el nuevo nacimiento, ha ocurrido, infelizmente, en menores proporciones. Los milagros que mencionamos son más sencillos que el milagro del nuevo nacimiento. Esto se debe a que las personas tienen fe para conquistar los beneficios materiales, pero no poseen la misma fe para superar su naturaleza carnal, sustituir su voluntad por la voluntad de Dios y así, morir para sí y vivir para Él. Hay más disposición de usar la fe para las conquistas exteriores y materiales, como la curación de una enfermedad y la compra de un coche, por ejemplo, que para las conquistas interiores y espirituales. Esto se debe a que el sacrificio físico es menos doloroso que el espiritual. El sacrificio exigido por la fe para las conquistas materiales, es material; pero el sacrificio exigido por la fe para las conquistas espirituales, es espiritual. Veamos, Dios promete abrir las ventanas del Cielo y derramar bendiciones sin medida sobre todos los diezmistas y ofrendantes. Para eso es necesario manifestar la fe del sacrificio, pagando el diezmo y dando ofrendas; por lo tanto, las riquezas económicas provenientes de Dios exigen un sacrificio económico, que es de tipo material. Sin embargo, para que la persona nazca del Espíritu Santo es necesario sacrificar la propia voluntad, es decir, morir para sí mismo. Obviamente, este grado de fe exige un sacrificio espiritual, que es mucho mayor que el sacrificio económico. Unos han tenido fe solamente para sacrificarse a sí mismos, es decir, la propia voluntad. Otros para sacrificar con sus diezmos y ofrendas. Están también, los que manifiestan la fe tanto para conquistar una nueva vida con Cristo Jesús, como para conquistar la vida con abundancia prometida por Él. Lo importante es que cada uno tenga su propia fe bien definida. Muchas personas son gratas al Señor por la manifestación del poder en sus vidas, pero aún así, rehusan soltar la libertad de la carne; al fin y al cabo, todos somos libres para hacer lo que bien queramos. Como señal de gratitud, cambian de religión, de iglesia, e incluso de costumbres. Y voluntariamente, se ponen a disposición de algunos servicios religiosos. Pero, para nacer de Dios, es necesario sacrificar la propia vida, es decir, renunciar a los deseos de la carne y del mundo. Y como dice el Señor: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto” (S. Juan 12:24). Y Salomón confirma: “Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que domina su espíritu que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32). >> Creyentes endemoniados Muchos no estarán de acuerdo conmigo en lo que voy a decir respecto a este tópico; pero como mi única preocupación es honrar mi compromiso con Aquél que me llamó de las tinieblas para Su maravillosa Luz, me siento plenamente con la libertad de hablar sin ningún tipo de coerción. El Espíritu Santo me ha mostrado, a lo largo de todos estos años en Su compañía, las mayores aberraciones en el medio evangélico, ya sea por las doctrinas diabólicas, tales como “caer por el poder de dios” o “reír en el señor”, ya sea por las profecías de profetas poseídos por el mal o, incluso, por una infinidad de falsas doctrinas creadas por espíritus engañadores en el medio de los creyentes. Es cierto que esas manifestaciones tienen gran aceptación, porque la mayoría de los creyentes son nacidos de la carne o viven en base a la fe emotiva. Es indignante ver a tanta gente sincera engañada con las fantasías de la fe promovidas por “pastores” nacidos de la carne. En todas las unidades de la Iglesia Universal del Reino de Dios esparcidas por el mundo, siempre he atendido y orado, personalmente por creyentes de otras denominaciones evangélicas y, en muchas ocasiones, vi la manifestación demoníaca en sus vidas. Durante la oración, algunos caían en el suelo, otros miraban atontados. Lo peor es que algunos eran tan orgullosos que no aceptaban el hecho de estar poseídos por demonios, y se justificaban declarándose creyentes en Jesús desde hace muchos años. Pero, aunque la realidad estaba expuesta allí, aún así, no aceptaban. En consecuencia, nada podía hacer por ellos, simplemente gastar mi tiempo en vano. Otros eran humildes y hasta confesaban haber estado envueltos, en el pasado, con espíritus obsesivos. Estos salían liberados. De hecho, la manifestación demoníaca en algunos creyentes ha sido incluso más agresiva que en personas declaradas abiertamente envueltas con espíritus malignos. Ante este cuadro nos preguntamos: ¿Puede el creyente estar endemoniado? La respuesta es ¡sí! Inclusive, la Biblia apunta el caso de Simón que, aparentemente, se había “convertido” durante el ministerio de Felipeen Samaria (Hechos 8:13). Más tarde, sin embargo, se manifestó en él un espíritu maligno (Hechos 8:18-19). >> ¿Por qué el demonio puede poseer a un creyente? Ya hemos visto que la mayoría de los creyentes son nacidos de la carne, y que la razón principal es el hecho de que las personas reciben los beneficios de la fe sin haberse rendido totalmente al Señor Jesús. De acuerdo con eso, los espíritus demoníacos se aprovechan para tomar posesión de ellas. El Señor alerta sobre esa posibilidad cuando dice: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, pasa por lugares áridos buscando descanso y no lo halla. Entonces dice: “Volveré a mi casa de donde salí”; y cuando llega, la encuentra desocupada, barrida y arreglada. Va entonces, y toma consigo otros siete espíritus más depravados que él, y entrando, moran allí; y el estado final de aquel hombre resulta peor que el primero”. S. Mateo 12:43-45 Muchas personas son liberadas de un espíritu maligno y comienzan a tener un cuerpo limpio; sin embargo, por no ocuparlo inmediatamente con la presencia del Espíritu Santo, aquel espíritu inmundo vuelve con otros siete espíritus peores que él, y el estado de aquella persona se vuelve peor que al principio. El gran problema es que mientras están libres y limpias del espíritu inmundo, esas personas se entregan a la fe evangélica y se vuelven “creyentes”. Son bautizadas en las aguas, empiezan a ser diezmistas y ofrendantes, pero no dedican sus vidas totalmente al Señor Jesús. Si lo hiciesen, no continuarían oprimidas, deprimidas y vacías. >> Síntomas de la posesión demoníaca Son muchos los síntomas de la posesión demoníaca, pero vamos a destacar los más comunes entre las personas, incluyendo los de algunos creyentes. Dolores de cabeza constantes – Clínicamente hay muchas causas que pueden provocar dolores de cabeza; sin embargo, cuando la medicina no encuentra ninguna causa física, con total seguridad el problema es espiritual. Es común que los espíritus se disputen la cabeza de la víctima. En esos momentos, la persona siente dolores atroces de cabeza, hasta el punto de querer darse con la cabeza en la pared. Ya atendí a personas que convivían con dolores de cabeza constante durante años. Algunas veces, los dolores eran muy intensos, todo dependía del período del año, de la fase de la luna o de las fiestas paganas. Y cuando impusimos las manos sobre la cabeza de esas personas, incluso antes de hablar cualquier cosa, inmediatamente los espíritus se manifestaban. Entre otras cosas, decían que estaban en aquella persona desde que ella era pequeña; además de eso, se mofaban de su fe cristiana, de su asistencia a la iglesia, de sus oraciones vacías y cosas similares. La razón de los dolores de cabeza intensos era la disputa de dos espíritus por la cabeza de la víctima. Pero, ¿cómo explicar el hecho de una persona estar poseída por entidades espirituales si ella ya se había “convertido” al Señor Jesús? Esos casos suceden porque la persona, simplemente, cambió de religión. Es decir, abandonó las costumbres religiosas de una determinada línea espiritual y se cambió a una determinada iglesia evangélica, lo que no es suficiente para que las entidades dejen de actuar en su cuerpo. La simple práctica de cualquier religión no inutiliza la acción de los espíritus, al contrario ¡incluso, ayuda! Es necesario que la persona, víctima de ellos, pase por una “purificación espiritual”, es decir, una liberación de los cultos paganos y sobre todo, de los espíritus que han sido objeto de culto. Vea en S. Marcos 5:2, 9:17 y S. Lucas 4:33 ejemplos de algunos endemoniados que la Biblia menciona. La obediencia a la Palabra de Dios es fundamental para tal liberación. Insomnio – Hay insomnio provocado por las preocupaciones, por lo cotidiano de la vida en general; naturalmente, no se trata de este insomnio al que nos referimos, pero sí, a aquél que no tiene una causa específica. El ser humano no fue creado para vivir sin dormir. Cuando eso ocurre es porque hay alguna alteración emocional o espiritual. Si no es de orden emocional, evidentemente lo será de orden espiritual. Nuevamente nos encontramos con la acción de los espíritus inmundos que, en esos casos, actúan en el sistema nervioso para impedir que la persona consiga dormir de forma normal. El cuerpo clama por el sueño, pero el espíritu inmundo actúa en la mente de la persona haciendo que se acuerde de las dudas, miedos, preocupaciones… Miedo – Básicamente, el miedo es el resultado de la más pura manifestación de la ausencia de la fe viva. Es la acción directa del espíritu de miedo. Esta clase de espíritus actúa de forma incisiva en la mente de las víctimas, colocando pensamientos sobre hechos terribles que en realidad no existen. La simple idea de que sea posible que esos hechos ocurran es suficiente para que esos espíritus inflamen la mente de las personas, lanzando innumerables ideas que se suman a las dudas ya existentes. Además de usar la táctica del terror, esos espíritus hacen a la víctima recordar los hechos semejantes ocurridos en el pasado. Debido a la ausencia de la fe viva en un Dios Vivo, las víctimas del miedo se dejan llevar por la “voz sutil” de los espíritus inmundos; y no son pocas las personas que viven en manicomios debido a las fobias. Deseo de suicidio – Éste es un síntoma de contenido estrictamente espiritual y, ciertamente característico de la posesión demoníaca. El Señor Jesús enseña claramente que el diablo viene para matar, robar y destruir (S. Juan 10:10); por lo tanto, el deseo de suicidio es una inspiración diabólica. Todas las personas que piensan en el suicidio oyen “voces del más allá” que le sugieren tal opción como solución definitiva del problema. Sin embargo, la Biblia condena el suicidio y dice que no hay Salvación para los suicidas, como es el caso de Judas Iscariote. “Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y eso es lo que vosotros sois” (1 Corintios 3:17). Respecto a ese síntoma de posesión demoníaca, confieso no haber encontrado nunca a un creyente que hubiese sido afectado por ese deseo diabólico, porque son conscientes de que eso es pecado mortal. Pero tuve conocimiento de que un antiguo colega de trabajo llamado Larrubia, creyente desviado, no soportando la opresión demoníaca acabó cometiendo suicidio. Nerviosismo – Cuando tratamos este síntoma, no nos estamos refiriendo a algunos momentos difíciles que vive el ser humano cuando su adrenalina sube, sino a las personas cuyo estado de nervios permanece alterado veinticuatro horas al día. Son verdaderas baterías cargadas. De hecho, la energía allí concentrada es provocada por la presencia de muchos espíritus malignos. Y cuanto mayor es el número de espíritus en aquella persona, más intenso es el nerviosismo. Este tipo de problema ha conducido a sus víctimas a tomar trágicas decisiones. La Biblia da el ejemplo de un estado extremo de nerviosismo en el ministerio terrenal del Señor Jesús. Fue cuando Él desembarcó en la tierra de los gadarenos: “Y cuando Él salió de la barca, enseguida vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con un espíritu inmundo que tenía su morada entre los sepulcros; y nadie podía ya atarlo ni aun con cadenas; porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie era tan fuerte como para dominarlo. Y siempre, noche y día, andaba entre los sepulcros y en los montes dando gritos e hiriéndose con piedras. Cuando vio a Jesús de lejos, corrió y se postró delante de Él; y gritando a gran voz, dijo: ¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo?Te imploro por Dios que no me atormentes. Porque Jesús le decía: Sal del hombre, espíritu inmundo. Y le preguntó: ¿Cómo te llamas? Y él le dijo: Me llamo Legión, porque somos muchos. Entonces le rogaba con insistencia que no los enviara fuera de la tierra. Y había allí una gran piara de cerdos paciendo junto al monte. Y los demonios le rogaron, diciendo: Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos. Y Él les dio permiso. Y saliendo los espíritus inmundos, entraron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se precipitó por un despeñadero al mar, y en el mar se ahogaron. Y los que cuidaban los cerdos huyeron y lo contaron en la ciudad y por los campos. Y la gente vino a ver qué era lo que había sucedido. Y vinieron a Jesús y vieron al que había estado endemoniado, sentado, vestido y en su cabal juicio”. S. Marcos 5:2-15 Vicios – A pesar de considerarse el hecho de tener un vicio como una degeneración moral o psíquica del individuo, todavía no se ha definido su causa. El vicioso no es vicioso porque le gusta, sino porque es víctima de fuerzas malignas que controlan su intelecto y su querer. Cuando la fuerza maligna es expulsada, la persona comienza a tener el control de su voluntad. Pero el ejercicio de la fe en la Palabra de Dios es imprescindible para mantener su liberación. Normalmente, los vicios que padecen algunos creyentes no son las bebidas o las drogas, sino el tabaco, sexo anal, pornografía, internet, adulterio y homosexualismo. La verdad es que los espíritus del vicio dominan la mente de sus víctimas y las convierten en rehenes de todo lo que contraría el orden y la disciplina del Reino de Dios. El reino de las tinieblas ha impuesto a sus ciudadanos la doctrina de la distorsión de todo lo que es verdadero, respetable, justo, puro, amable y lo bien visto, precisamente para aborrecer al Creador. Enfermedades no diagnosticadas – Además de los dolores de cabeza, como ya hablamos, hay muchos otros dolores que no tienen un diagnóstico médico. Dolores localizados en el estómago, las piernas, la columna y dolores generalizados en todo el cuerpo son algunas de las evidencias de una posesión maligna. Me acuerdo de un joven que se retorcía de dolor en la zona del estómago. No podía comer nada y ni tan siquiera tocarse la barriga. Los médicos le sometieron a cuatro intervenciones quirúrgicas, intentando encontrar la raíz del problema, y no encontraron nada anormal. Por eso, rehusaban avalar la pensión del joven por invalidez. Ese hecho podía ser comprobado no sólo por las radiografías y por la amplia documentación médica, sino también, por las marcas de los puntos en la zona del estómago. Después de la oración de fe, el espíritu de enfermedad ahí localizado fue expulsado y, definitivamente, el joven ya no volvió a sentir dolor. En ese mismo momento pudo comer pan, beber agua y presionar libremente el estómago. ¡Maravilla por el poder de la fe en el Nombre de Jesús! Muchos creyentes en Jesús han sufrido con ese mal y, a pesar de haber buscado ayuda en la medicina, siguen sufriendo. Es difícil intentar concienciarlos de que el origen de sus dolores es estrictamente espiritual, es decir, una posesión localizada. Envidia – La envidia se caracteriza por el odio o disgusto por el éxito ajeno. Es cierto que el envidioso está poseído por el espíritu de la envidia, que ciega los buenos ojos. Respecto a eso, sabemos que los malos ojos dejan todo el cuerpo en tinieblas. Es lo que enseñó el Señor Jesús: “Pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará lleno de oscuridad” (S. Mateo 6:23). El espíritu de la envidia es tan nocivo que concibió el primer homicidio en la Tierra. Caín, poseído por tal espíritu, mató a su propio hermano Abel (Génesis 4:4-8). Los malos ojos del envidioso le impiden crecer y desenvolver su propio potencial. Su constante malestar se debe al logro ajeno. Muchos creyentes en Jesús no consiguen dar un único paso al frente porque su visión espiritual está bloqueada por ese espíritu. Depresión – La depresión es un mal que involucra, además de a las emociones, al aspecto físico y mental del ser humano. Lo más grave en la depresión es que invade el mundo interior, siendo conocida como la enfermedad del alma. Las personas deprimidas alimentan pensamientos de derrota, de fracaso y se sienten impotentes ante sus problemas. No poseen motivación o entusiasmo para vivir y, en algunos casos, no entienden la razón de ser tan infelices. La depresión normalmente tiene su origen en desengaños amorosos o en pérdidas afectivas, como la muerte de un ser querido. Otros factores como el desempleo, las deudas y la incomprensión familiar, pueden acentuar este estado. Para los ojos humanos, la depresión, además de que parece no tener solución, también parece no dar oportunidades para que el deprimido encuentre el camino de vuelta a la vida normal. Sus síntomas, cuando no se toman en serio, pueden culminar en el suicidio. La Biblia cita casos de depresión, como el del rey Saúl. El origen de su tristeza y perturbación espiritual, sin embargo, no fue de origen sentimental, orgánica, ni económica, sino debida a su desobediencia al Señor, lo que provocó su alejamiento del Espíritu de Dios, como podemos comprobar: “Sucedía que cuando el espíritu malo de parte de Dios venía a Saúl, David tomaba el arpa, la tocaba con su mano y Saúl se calmaba y se ponía bien, y el espíritu malo se apartaba de él”. 1 Samuel 16:23 Así como Saúl buscaba alivio para la dolencia de su alma en el arpa de David, muchos también buscan en la medicina, o en la música, la solución. Aún así, la cura para esa enfermedad no es frecuente. Cuando se diagnostica la depresión, los médicos dicen que su recuperación es lenta y que la curación sólo sucederá cuando el paciente se proponga cambiar, cuando verdaderamente estuviera dispuesto desde el fondo del alma a “salir adelante”. Estamos seguros, sin embargo, que el verdadero origen de la depresión es de carácter espiritual y no físico. Si consideramos entonces, que la depresión es de naturaleza espiritual, la mejor forma de combatirla será tratando el espíritu. Si no fuera un problema estrictamente espiritual, la medicina ya habría presentado un diagnóstico más preciso y ciertamente, la solución definitiva. Pero, al ser un problema espiritual, la situación del deprimido se agrava con el tiempo precisamente por haber interferencias constantes de espíritus malignos. Además de los síntomas ya planteados, están también los vértigos, desmayos, heridas en las piernas que no cicatrizan, la falta de constancia en el trabajo, la destrucción del hogar, los fracasos en la vida sentimental, la miseria, en fin, una infinidad de hechos científicamente inexplicables. Todo eso se debe a la acción de los espíritus malignos que actúan tanto en los hijos del mundo como en los creyentes carnales. Muchas veces, las personas me preguntan la razón por la que Dios permite que los espíritus malignos actúen en los seres humanos; entonces, respondo que no es Dios quien permite la acción de los espíritus malignos en las personas, sino ellas mismas, ya sea por mantenerse en las tinieblas, ya sea por apartarse de la Luz. No se puede olvidar que la voluntad humana es soberana. Somos seres dotados del libre albedrío. Ni Dios ni el diablo pueden imponernos ninguna cosa. La actuación del mal en el ser humano es el resultado de su rechazo al señorío del Señor Jesucristo. Así, definitivamente, la curación de la depresión sólo acontece por medio de la fuerza interior. Y, ¿existe mayor fuerza que la fe? ¡Creemos que no! No fue sin ton ni son que Dios plantó dentro de cada ser humano esa simiente. Luego, si la depresión es una enfermedadespiritual, solamente el poder de Dios podrá curarla. El Señor Jesús prometió: “Venid a mi todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar” (S. Mateo 11:28). Busque a Aquél que tiene el poder de curar su alma, así, cuando Él ocupe todos los espacios de su vida, la depresión le abandonará para siempre. Yo mismo estaba poseído por los espíritus malignos, pero el día en que tuve conocimiento de la Salvación por la fe exclusiva en el Señor Jesús, inmediatamente Le entregué mi vida con todas mis fuerzas y comencé a poner en práctica Su Palabra. Mi vida se transformó. Desde entonces, toda la acción del infierno en mi vida fue neutralizada. Ni siquiera tuve la necesidad de que alguien expulsara los demonios de mi cuerpo. El conocimiento de la Verdad me liberó de las fuerzas del mal. Actualmente, gozo de la presencia del Espíritu del Señor Jesús, de Su paz y de la certeza de la Salvación de mi alma. Hoy, ni todos los integrantes del infierno juntos tienen poder para someterme y poseerme, porque tengo como Señor un Dios Todopoderoso que me sustenta y me guarda. Pero lo mismo no sucede con todos, pues no todos están dispuestos a rendirse de cuerpo, alma y espíritu al Señor Jesús. Ante esta situación, las fuerzas del mal que actúan en la Tierra, encuentran en ese tipo de personas, presas fáciles para matar, robar y destruir. >> La carne inmoviliza al espíritu Los hijos de la carne están convencidos de su conversión. Este convencimiento viene del hombre, pero no del Espíritu de Dios. Su naturaleza carnal neutraliza su fe, a pesar de su religiosidad. Esas personas cuando están en la iglesia se someten al clima de la fe existente; pero, si estuviesen en un ambiente contrario a la fe, absorberían las dudas allí sembradas. El nacido de la carne es como la luna, que no tiene luz propia y vive de la luz solar. Así son los hijos de la carne; mientras están en la iglesia, su fe, aparentemente está en alza, aseguran creer ciegamente en la Palabra allí predicada; pero cuando salen de aquel ambiente de fe, permiten fácilmente la acción de las dudas. Resumiendo: Son una persona en la iglesia y otra fuera. Y, ¿cómo alguien pretende vencer sus luchas diarias si no tiene en sí mismo la firmeza de la fe? La lucha del ser humano es estrictamente espiritual y se limita al campo espiritual de cada uno, en su interior. Si el interior es fuerte, la victoria se reflejará en su exterior; pero, si el interior es débil, la derrota también se reflejará en su exterior. La fuerza del interior humano está en la fe establecida por la Palabra de Dios. Es la fe inteligente quien dirige a la razón, el intelecto, la mente o al espíritu. Cuando Pablo habla que tenemos la mente de Cristo, se está refiriendo justamente a los pensamientos del Señor Jesús. El nacido del Espíritu tiene los pensamientos de Dios. Pero esto mismo no ocurre con los hijos de la carne, pues a pesar de creer en Dios, aun así, cultivan la fe sólo en el corazón sin el uso de la inteligencia, es decir, la fe emotiva. Ese tipo de fe es circunstancial y no tiene ningún resultado. Esa es la razón por la que la mayoría de los “creyentes” viven al margen, en el fracaso total. La naturaleza carnal inmoviliza la fuerza interior, convirtiendo la fe racional en inútil; por eso, el apóstol Pablo afirma: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”. Romanos 8:13 Podemos entender mejor esta palabra de la siguiente forma: Si vivimos satisfaciendo nuestra voluntad, caminaremos hacia el infierno. Pero si vivimos satisfaciendo la voluntad del Espíritu Santo, haciendo morir nuestros deseos personales malignos, ciertamente, seremos salvos. Mortificar los actos del cuerpo significa evitar actitudes que contraríen la voluntad de Dios. Mientras esté “viva” la carne puede ser estimulada por los espíritus inmundos y la persona procede a hacer lo que no le gustaría hacer; pero negándose a sí misma, estaría mortificando a la carne; como consecuencia, las fuerzas espirituales del mal quedarían neutralizadas. Si la persona usa las páginas pornográficas de internet, por ejemplo, es obvio que se prostituirá con los ojos. Respecto a ese tipo de actitud el Señor Jesús dice: “Pero yo os digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón” (S. Mateo 5:28). Al determinar consigo mismo, actuar contrariando su voluntad y obedeciendo la Palabra de Dios, el Espíritu Santo, Realizador del nuevo nacimiento, hará del nacido de la carne una nueva criatura. 3. Nacidos del Espíritu Santo El nacido del Espíritu Santo no depende de cargos o diplomas universitarios para ser de Dios, sino de su experiencia personal con el propio Espíritu Santo. Al nacer de Dios, la imagen espiritual corrompida del primer Adán se apaga y asume la imagen espiritual santa, separada, del Segundo Adán, que es Jesús, porque: “El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente. El último Adán, espíritu que da vida” (1 Corintios 15:45). Más adelante veremos las diferencias entre los nacidos con la naturaleza adámica y los nacidos con la naturaleza espiritual. Es extremadamente importante observar la enorme necesidad de buscar estar investido de la misma naturaleza del Señor Jesucristo. Poseer la misma naturaleza espiritual del Señor Jesús no es un sueño o una utopía de perfección, sino una necesidad requerida por el Propio Hijo de Dios: “Lo que es nacido de la carne, carne es, y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (S. Juan 3:6). Después de leer esos versículos, queda perfectamente comprensible la promesa del Señor cuando dice: “El que cree en mí las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre” (S. Juan 14:12). Jamás nos sería posible realizar Sus Obras y, mucho menos, otra mayores, si no estuviésemos en la misma condición que Él, es decir, si no tuviésemos Su naturaleza espiritual. Solamente los nacidos del Espíritu reciben la unción de la misma forma como el Señor Jesús la recibió del Padre; por eso, también están habilitados para hacer semejante Obra e incluso, mayor. La venida del Espíritu Santo no se haría presente a los siervos del Señor Jesús solamente con dones de poder, sino sobre todo, para formar en ellos el carácter de Dios. El Señor Jesús no poseía sólo la unción, sino también, el carácter de Dios. Y lo mismo sucede con todos los que nacen de Él, es decir, reciben Su naturaleza, Su carácter y el poder de ser hijos de Dios. Quien dice haber sido bautizado con el Espíritu Santo tiene fe para expulsar demonios, curar enfermos y predicar el Evangelio; por otro lado, si no manifiesta el carácter de Dios, está completamente engañado. Para Dios es mucho más importante ser que hacer. La prueba de eso está en Su Palabra: “No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?” Y entonces les declararé: “Jamás os conocí; apartaos de mi los que practicáis la iniquidad””. S. Mateo 7:21-23 Por lo tanto, el nacido del Espíritu Santo no recibe solamente Su autoridad en la Tierra, sino también Su carácter a ejemplo del Señor Jesucristo. Eso es algo demasiado maravilloso y grandioso como para que puedan comprenderlo aquéllos que todavía no tuvieron una experiencia personal del encuentro con Dios. Es incomprensible, tanto para los hijos del diablo, como para los hijos de la carne. >> ¿Cómo nacer del Espíritu Santo? Es obvio que el nacimiento de un niño depende exclusivamente de los padres, pero eso sucede sólo en este mundo. En el mundo espiritual, en el mundo de Dios, el nacimiento del agua
Compartir