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SOMOS TODOS HIJOS DE DIOS

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El	Creditos
Coordinación	General:	Sidney	S.	Costa
Coordinación	Editorial:	Walber	barbosa	y	Mauro	Rocha
Diagramación:	Silvania	Ferreira	y	Chris	Buddy
Portada:	Silvania	Ferreira	y	Chris	Buddy
Traducción	al	Castellano:	Maribel	Salvo
Epub:	Luis	Bernardino
Copyright©	2014
www.unipro.com.br
	
Son	muchos	los	interrogantes	cuando	el	asunto	a	tratar	es	la	espiritualidad.	Aun	así,	se	puede	percibir
una	 constatación	 en	 la	 mente	 de	 muchos:	 Todos	 somos	 hijos	 de	 Dios.	 Inclusive	 cuando	 se	 sienten
víctimas	de	 la	 injusticia	o	 en	desventaja	delante	de	 alguna	 situación,	 dicen:	 “Yo	 también	 soy	hijo	de
Dios”.	En	esta	obra,	el	autor	presenta	una	rica	exposición	de	argumentos	que	nos	llevan	a	reflexionar
sobre	esa	filiación	divina	en	la	que	nos	apoyamos	de	forma	tan	natural.
Lejos	 de	 buscar	 explicaciones	 científicas	 respecto	 a	 la	 situación	 espiritual	 de	 la	 humanidad	 en	 la
actualidad,	Edir	Macedo	utiliza	 su	propia	experiencia	de	 la	vida.	Sus	 innumerables	viajes	misioneros
(aconsejando	a	personas	en	Brasil	y	en	los	lugares	más	remotos	del	mundo	y	teniendo	a	su	familia	como
cimiento)	 y	 su	 experiencia	 con	Dios,	 le	 sirven	de	base	 para	 sus	 reflexiones.	El	 objetivo	del	 autor	 va
mucho	más	allá	de	 transmitir	 información	 importante	o	de	aumentar	 la	cultura	del	 lector;	su	deseo	es
ayudarlo	 a	 entender	mejor	 el	mundo	 que	 lo	 rodea	 y,	 principalmente,	 lo	 conduce	 a	 tener	 una	 vida	 de
calidad	tal	y	como	Dios	promete	en	las	Sagradas	Escrituras.
Este	libro	abre	la	mente	del	lector	respecto	a	su	manera	de	vivir	y	mirar	al	mundo.	A	partir	de	aquí,	cada
uno	es	libre	para	decidir	qué	dirección	seguir.
¡Feliz	lectura!
Los	editores
La	mayor	y	más	convincente	mentira	de	todos	los	tiempos	es	la	creencia	de	que	todos	somos	hijos	de
Dios.	Y,	 a	 pesar	 de	 estar	 esta	 creencia	 tan	 arraigada	 en	 la	 cristiandad,	 pocos	 saben	que	 la	muerte	 de
Jesús	sucedió,	justamente,	porque	Él	se	declaró	ser	Hijo	de	Dios.
Lo	que	para	los	judíos	era	un	pecado	susceptible	de	muerte,	para	la	humanidad	en	general	se	convirtió
en	doctrina	de	vida	y	hoy,	todos	se	declaran	hijos	de	Dios.
La	creencia	de	que	todos	somos	hijos	de	Dios	no	tiene	nin-	gún	fundamento,	ni	desde	el	punto	de	vista
de	 la	 fe,	ni	desde	el	de	 la	 inteligencia;	pues,	 ¿cómo	se	puede	concebir	 tal	 idea	ante	 tantos	disparates
sociales	como	hay	en	nuestro	mundo?
¿Cómo	Dios,	que	es	amor,	podría	concebir	hijos	que	alimentan	el	odio	y	proclaman	guerras?	¿Cómo
Dios,	que	es	Espíritu,	podría	constituirse	Padre	de	los	que	practican	las	obras	de	la	carne	que	Él	mismo
condena,	como	vemos	a	continuación?:
“Ahora	bien,	las	obras	de	la	carne	son	evidentes,	las	cuales	son:	inmoralidad,	impureza,	sensualidad,
idolatría,	 hechicería,	 enemistades,	 pleitos,	 celos,	 enojos,	 rivalidades,	 disensiones,	 sectarismos,
envidias,	borracheras,	orgías	y	cosas	semejantes,	contra	las	cuales	os	advierto,	como	ya	os	lo	he	dicho
antes,	que	los	que	practican	tales	cosas	no	heredarán	el	reino	de	Dios”.
Gálatas	5:19-21
Si	 Dios	 fuese	 humano,	 podríamos	 creer	 en	 un	 error	 genético,	 pero	 siendo	 lo	 que	 realmente	 es,
Omnipotente,	Omnisciente	y	Omnipresente,	¿cómo	se	puede	comprender	que	tenga	tantos	“hijos”	que
no	le	tienen	en	cuenta?
¡Es	justamente	de	todo	eso	que	vamos	a	tratar	en	este	libro!
Creador,	la	naturaleza	y	la	criatura	humana.
Creemos	 que	 el	 objetivo	 divino	 en	 la	Creación	 era	 establecer	 en	 la	Tierra	 el	mismo	 sistema	 de	 vida
existente	 en	 los	 Cielos	 y	 que,	 en	 el	 proyecto	 inicial,	 la	 única	 diferencia	 entre	 los	 Cielos	 y	 la	 Tierra
estaría	en	sus	habitantes:	en	 los	Cielos	habitarían	 los	seres	espirituales	y,	en	 la	Tierra,	 los	materiales;
todos	bajo	la	soberanía	infinita	del	Todopoderoso.
El	orden	y	la	disciplina	existentes	en	los	Cielos	serían	los	mismos	en	la	Tierra.	La	disposición	jerárquica
celestial,	 en	 la	que	hay	 arcángeles,	 ángeles,	 querubines	y	 serafines,	 sería	 idéntica	 en	nuestro	planeta.
Adán	 y	Eva,	 los	 primeros	 padres,	 serían	 inmortales	 y	 concebirían	 hijos	 con	 esa	misma	 característica
para	habitar	en	la	Tierra.
Dios	 había	 creado	 y	 constituido	 a	 Adán	 como	 Su	 representante	 en	 el	 planeta	 Tierra.	 Su	 autoridad
terrenal	se	extendería	a	las	criaturas	humanas	para	el	desarrollo	de	Su	Reino	en	la	Tierra.
Vemos	el	mapa	del	plan	divino	para	la	criatura	humana	diseñado	en	los	siguientes	versículos:
“Y	dijo	Dios:	Hagamos	al	hombre	a	nuestra	imagen,	conforme	a	nuestra	semejanza;	y	ejerza	dominio
sobre	los	peces	del	mar,	sobre	las	aves	del	cielo,	sobre	los	ganados,	sobre	toda	la	tierra	y	sobre	todo
reptil	que	se	arrastra	sobre	la	tierra.	Creó,	pues,	Dios	al	hombre	a	imagen	suya,	a	imagen	de	Dios	lo
creó,	varón	y	hembra	los	creó.	Y	los	bendijo	Dios	y	les	dijo:	Sed	fecundos	y	multiplicaos,	y	llenad	la
tierra	y	sojuzgadla;	ejerced	dominio	sobre	los	peces	del	mar,	sobre	las	aves	del	cielo	y	sobre	todo	ser
viviente	que	se	mueve	sobre	la	tierra.	Y	dijo	Dios:	He	aquí,	yo	os	he	dado	toda	planta	que	da	semilla
que	hay	en	la	superficie	de	toda	la	tierra	y	todo	árbol	que	tiene	fruto	que	da	semilla;	esto	os	servirá	de
alimento”.
Génesis	1:26-29
Este	texto	bíblico	llama	la	atención	hacia	hechos	sumamente	importantes:
1.	 Dios	hizo	al	hombre	a	Su	imagen	y	semejanza.	Lo	creó	del	barro	con	las	propias	manos	y	no	lo
engendró	por	el	Espíritu	Santo,	como	en	el	caso	de	Jesús.
2.	 El	 dominio	 otorgado	 a	 Adán	 sobre	 todos	 los	 animales	 y	 sobre	 toda	 la	 Tierra	 se	 refería	 a	 una
autoridad	total,	es	decir,	Dios	estableció	a	Adán	como	embajador	de	Su	Reino	en	la	Tierra.
3.	 La	Tierra	 necesitaba	 desarrollarse	 y	 por	 eso,	 era	 necesario	 que	Adán	 y	Eva	 fuesen	 fértiles	 y	 se
multiplicaran	para	 llenarla.	Ellos	no	podían	quedarse	solamente	en	un	 lugar,	sino	que	 tenían	que
esparcirse.
4.	 No	había	pecado	y	por	esta	razón,	no	había	muerte.	Adán	y	Eva,	como	todos	los	animales,	vivían
únicamente	 del	 fruto	 de	 la	 tierra.	 Incluso	 los	 animales	 salvajes	 no	 necesitaban	 cazar	 para
sobrevivir,	ya	que	su	alimentación	era	estrictamente	de	origen	vegetal.
El	cuadro	de	la	Tierra	antes	del	pecado	original	retrataba	el	paraíso,	el	Reino	de	Dios	en	este	planeta.	No
existía	el	reino	de	las	tinieblas.
Pero,	en	el	momento	en	que	Adán	y	Eva	rehusaron	obedecer	a	Dios	para	obedecer	al	diablo,	surgió	ese
reino	maldito;	 como	 consecuencia,	 el	mal	 pasó	 a	 ser	 su	 señor.	En	 ese	 preciso	momento,	 comenzó	 el
reinado	de	las	tinieblas.
Debido	a	eso,	la	naturaleza	se	rebeló	contra	los	seres	humanos	y	la	tierra	ya	no	suplía	las	necesidades	ni
del	 hombre	 ni	 de	 los	 animales.	 El	 hombre	 empezó	 a	 tener	 que	 sudar	 su	 rostro	 debido	 al	 trabajo
muscular,	para	así	obtener	de	la	tierra	su	pan	de	cada	día.	La	muerte	empezó	a	existir	y	los	animales	se
volvieron	carnívoros	para	poder	sobrevivir.
Con	 la	 rebeldía	 del	 hombre	 hacia	 el	 Creador,	 la	 naturaleza	 dejó	 de	 ser	 socia	 de	 sus	 habitantes,
instaurándose	el	desorden	y	el	mal	en	la	faz	de	la	Tierra.
Los	ángeles	rebeldes,	que	habían	sido	expulsados	de	los	Cielos,	se	convirtieron	en	espíritus	malignos,
sumisos	a	Satanás.	Con	la	instalación	del	reino	de	las	tinieblas	en	la	Tierra,	ellos	se	unieron	al	diablo
para	desarrollar	el	reino	de	la	rebeldía	contra	Dios.
De	este	modo,	 los	 seres	humanos	pasaron	a	 ser	presas	 fáciles	de	 los	espíritus	malignos,	ya	que	éstos
tenían	 total	 libertad	 para	 poseerlos,	 al	 fin	 y	 al	 cabo,	 Adán	 y	 Eva	 habían	 dejado	 el	 territorio	 de	 su
Creador.
Cuando	se	rechaza	la	Luz,	las	tinieblas	ocupan	su	lugar.	Siendo	así,	cuando	se	rechaza	a	las	tinieblas,	la
Luz	pasa	a	reinar.	Y	cada	uno	tiene	que	decidir	por	sí	mismo	a	cual	va	a	servir:	la	Luz	o	las	tinieblas.
La	desobediencia	de	Adán	le	ocasionó	la	pérdida	del	dominio	y	de	la	autoridad.	Peor	que	esa	pérdida
automática	fue	la	transferencia	de	su	autoridad	al	diablo,	que	acabó	entrando	en	el	Jardín	del	Paraíso,
quien	 no	 tenía	 hasta	 entonces,	 poder	 o	 dominio	 en	 el	mundo.	 Prueba	 deesa	 pérdida	 de	 poder	 es	 la
muerte,	que	todavía	no	existía.	Cuando	el	diablo	tomó	posesión	de	la	autoridad	que	Adán	le	confirió,	la
muerte	empezó	a	existir	en	la	Tierra,	exactamente	como	dice	el	Señor	Jesús:	“El	ladrón	no	vino	sino
para	robar,	matar	y	destruir…”	 (S.	Juan	10:10).	Así	nació	el	reino	de	las	tinieblas	en	este	mundo,	es
decir,	el	reino	del	mal	comenzó	con	la	rebelión	de	alguien	que	era	del	bien:	Adán.
Dios,	 por	 eso,	 en	 Su	 infinita	 compasión	 y	 misericordia	 trazó	 un	 plan	 de	 rescate	 para	 los	 que	 Lo
deseasen.	Escogió	a	un	hombre	fiel	a	su	esposa	para,	a	partir	de	ellos,	formar	una	nación	separada	de	las
demás.	De	esa	nueva	nación,	Él	escogió	a	una	joven	virgen	-desde	el	punto	de	vista	físico-	y	pura	-desde
el	punto	de	vista	espiritual-,	para	que	sirviera	como	instrumento	en	la	venida	de	su	Hijo	Jesús	al	mundo
y	 así,	 por	medio	 del	 sacrifico	 de	 Su	Hijo,	 poder	 eliminar	 la	 culpa	 de	 todos	 los	 que	 en	 Él	 creyesen.
Siendo	así,	los	que	se	volviesen	obedientes	a	Su	Palabra	pasarían	del	reino	de	las	tinieblas	al	Reino	de	la
Luz	o	Reino	de	Dios.
Esa	es	la	razón	por	la	cual	el	Señor,	al	iniciar	Su	ministerio	terrenal,	anunció:	“ha	llegado	a	vosotros	el
Reino	de	Dios”.	Así,	el	Reino	del	orden	y	de	 la	disciplina	divinos	se	reinició	con	el	“nuevo	Adán”	–
también	llamado	Segundo	Adán.
Aquéllos	que	nacieron	en	 el	 reino	de	 la	 rebelión	del	primer	Adán,	 a	pesar	de	no	haber	 realizado	esa
elección,	tienen,	basados	en	ese	anuncio	del	Señor	Jesús,	la	oportunidad	de	salir	del	reino	del	mal	para
trasladarse	al	Reino	de	Dios,	siguiendo	a	Su	Hijo.
Ya	hemos	visto	cómo	el	reino	del	mundo	(o	reino	de	las	tinieblas)	comenzó.	Lo	que	la	mayoría	de	las
personas	desconoce	es	que	han	sido	fruto	natural	de	ese	reino.	Esto	se	debe	a	que	Adán	y	Eva	solamente
comenzaron	a	multiplicarse,	tal	y	como	el	Señor	había	determinado	que	hiciesen,	cuando	ya	estaban	en
el	reino	del	mal.	Cuando	se	rebelaron	contra	la	Luz,	entraron	inmediatamente	en	el	reino	de	las	tinieblas
y,	en	ese	 reino,	desencadenaron	el	proceso	de	 la	multiplicación;	esto	es,	después	de	haberse	 rebelado
contra	 el	 Señor,	 pasaron	 automáticamente	 del	 Reino	 de	 la	 Luz	 al	 reino	 de	 las	 tinieblas.	 Lo	 mismo
sucedió	con	los	animales	irracionales.	Así,	cada	ser	engendrado	contribuía	con	el	desarrollo	del	reino	de
este	mundo.
Ciertamente,	en	este	proceso	de	desarrollo	faltaba	la	relación	con	el	Creador;	como	consecuencia,	 los
seres	 fueron	 naciendo	 y	 creciendo	 sin	 noción	 de	 disciplina	 u	 orden.	 Así	 como	 había	 empezado	 a
prevalecer	 la	 ley	 del	 más	 fuerte	 entre	 los	 animales	 irracionales,	 lo	 mismo	 ocurrió	 entre	 los	 seres
humanos.	Mientras	vivieron	en	comunión	con	Dios,	Adán	y	Eva	no	sintieron	falta	de	amor,	paz,	salud,
prosperidad,	ni	tampoco	había	discusiones	entre	ellos.
Pero,	la	ruptura	de	la	relación	con	Dios	dio	paso	a	la	intimidad	con	el	poder	del	mal.	Si	el	hombre	no	da
a	Dios	el	debido	respeto,	colocándolo	en	primer	lugar	en	su	vida	¿qué	hará	en	relación	a	su	prójimo?
Entonces,	 inspirado	 por	 el	 príncipe	 de	 las	 tinieblas,	 el	 ser	 humano	 se	 volvió	 egoísta	 y	 salvaje	 en	 la
conquista	de	sus	 ideales;	el	materialismo	ocupó	el	 lugar	de	 los	valores	espirituales	y,	de	esta	manera,
todo	 lo	 que	 contrariaba	 la	 voluntad	 divina	 en	 la	Tierra	 fue	 sembrado.	 Siendo	 así,	 se	 instalaron	 en	 el
mundo	el	desorden	y	 la	falta	de	respeto,	no	sólo	respecto	al	Creador,	sino	sobre	 todo,	hacia	 la	propia
raza	humana.
Dios	creó	una	única	mujer	para	el	hombre,	eso	significa	que	desde	la	creación	del	mundo,	cada	hombre
tendría	 su	 propia	 esposa;	 sin	 embargo,	 el	 espíritu	 del	mal	 inspiró	 el	 desorden	 en	 las	 relaciones	 y	 el
hombre	empezó	a	desear	tener	varias	mujeres	y	viceversa.	Además	de	eso,	el	mal	también	inspiró	las
relaciones	 homosexuales,	 la	 zoofilia,	 que	 es	 la	 relación	 sexual	 entre	 seres	 humanos	 y	 animales,	 la
pedofilia,	etc.	En	fin,	el	reino	del	desorden	se	estaba	implantado	en	este	mundo.	Ante	ese	panorama	de
completo	desequilibrio	moral,	la	institución	de	la	sagrada	familia	perdió	el	sentido	y	sus	valores.
Ahora	bien,	criaturas	 inocentes	nacen	en	ese	contexto	de	 leyes	contrarias	a	 la	ética	moral	y	espiritual
(creadas	en	el	Monte	Sinaí,	el	monte	de	los	Diez	Mandamientos).	Aunque	sus	padres	les	den	la	mejor
educación,	los	malos	ejemplos	tan	expuestos	y	divulgados,	aliados	a	la	acción	de	los	espíritus	malignos,
acaban	 corrompiéndolos.	 De	 esta	 forma,	 las	 generaciones	 gradualmente	 se	 vuelven	 más	 rebeldes	 y
agresivas	contra	los	preceptos	éticos,	morales	y	espirituales	instituidos	por	Dios.	El	resultado	de	ello,	es
un	mundo	sin	valores	y	cada	vez	más	caótico	y	desenfrenado.
Hoy,	 muchos	 padres	 gimen	 al	 ver	 a	 sus	 hijos	 completamente	 entregados	 al	 vicio	 de	 las	 drogas,	 al
alcohol,	 la	prostitución	y,	 sobre	 todo,	a	 la	 rebeldía.	Esos	padres	no	consiguen	entender	porqué	sufren
tanto,	 si	 dieron	 lo	 mejor	 de	 sí	 para	 sus	 hijos,	 no	 solamente	 comodidades	 y	 formación,	 sino
principalmente	buena	educación.
Dios	permite	que	algunos	padres	tengan	este	tipo	de	sufrimiento	para	que	sientan	en	la	propia	piel,	un
poco	de	 lo	que	Él	ha	 sufrido	con	 la	 rebeldía	de	Su	Creación	y,	para	que	 sepan	 lo	doloroso	que	es	el
rechazo	de	la	Luz	estando	sujetos	a	las	tinieblas;	pues,	del	mismo	modo	que	los	padres	son	rechazados
por	los	hijos,	también	el	Señor	ha	sido	rechazado	por	la	humanidad.
¿Cuál	es	 la	razón	por	 la	que	 los	hijos	criados	con	atención,	cariño	y	amor	se	desvíen	por	caminos	de
rebeldía	contra	los	propios	padres?	¿Dónde	se	equivocaron	esos	padres?
El	problema	del	ciego	no	es	la	falta	de	luz,	sino	su	deficiencia	física;	por	mucho	que	se	acerque	a	la	luz,
no	 podrá	 ver.	 Lo	 mismo	 ocurre	 en	 relación	 a	 la	 humanidad,	 está	 completamente	 ciega	 en	 el
entendimiento,	no	por	la	ausencia	de	Luz,	sino	porque	La	rechaza.
La	 religión	ha	sido	 la	mayor	y	mejor	arma	del	 infierno	en	 la	destrucción	de	 los	pueblos	de	 todos	 los
tiempos;	ha	separado	a	las	personas	y	las	naciones	hasta	el	punto	de	conducirlas	a	la	guerra.
La	religión	ha	sido	un	elemento	divisor	tan	nocivo	para	la	sociedad	que	son	necesarias	duras	leyes	para
obligar	 a	 sus	 fieles	 a	 respetarse	 entre	 sí.	 Si	 las	 religiones	 fuesen	 algo	 verdaderamente	 puro	 y
beneficioso,	 las	 personas	 que	 las	 practicaran	 no	 necesitarían	 leyes	 como	 la	 de	 libertad	 de	 culto	 para
respetarse	entre	sí.
Los	verdaderos	seguidores	del	Señor	Jesús	llevan	dentro	de	sí	la	conciencia	del	amor	y	del	respeto	a	los
semejantes,	independientemente	del	color,	sexo,	raza	o	religión.
Respecto	a	eso,	tenemos	del	Señor	la	siguiente	orientación:
“Amad	a	vuestros	enemigos	y	orad	por	los	que	os	persiguen,	para	que	seáis	hijos	de	vuestro	Padre	que
está	 en	 los	 cielos,	 porque	Él	hace	 salir	 su	 sol	 sobre	malos	 y	buenos	 y	 llover	 sobre	 justos	 e	 injustos.
Porque	si	amáis	a	los	que	os	aman,	¿qué	recompensa	tenéis?”
S.	Mateo	5:44-46
Mienten	cuando	dicen	que	la	religión	existe	para	unir	al	hombre	con	Dios,	pues	si	eso	fuese	verdad,	el
mundo	estaría	en	paz	y	armonía.	En	realidad,	ha	servido	para	apartar	a	las	personas	de	Él	y,	sobre	todo,
para	destruirlas,	aunque	inconscientemente.
Sirviéndose	 de	 la	 emoción,	 la	 religión	 ha	 neutralizado	 sutilmente	 a	 la	 razón.	 Debido	 a	 esto,	 los
intelectuales	se	vuelven	cada	vez	más	escépticos	respecto	a	la	existencia	de	Dios.	No	es	a	través	de	la	fe
emotiva	que	se	llega	a	Dios,	sino	de	la	fe	racional;	por	eso,	Él	nos	ha	dado	Sus	leyes	morales,	sociales	y
espirituales,	 las	 cuales	 respectivamente,	 hacen	 referencia	 al	 comportamiento	 individual,	 a	 la	 buena
convivencia	en	sociedad	y	a	la	relación	con	el	Espíritu	Santo.
Esos	son	los	principios	 incluidos	en	los	Diez	Mandamientos	y	en	 las	 leyes	entregadas	a	Moisés	en	el
Monte	Sinaí.	A	pesar	de	eso	y,	naturalmente,	por	pura	ignorancia	espiritual,	la	mayoría	de	las	personas
insiste	en	cultivar	más	su	 tradición	 religiosa	que	 la	comunióncon	Dios.	Ese	comportamiento	perdura
desde	el	tiempo	en	que	el	Señor	Jesús	estuvo	en	la	Tierra.
La	rebelión	de	Adán	y	Eva	en	contra	del	Creador	tuvo	como	resultado	la	pérdida	inmediata	de	la	visión
espiritual.	La	pureza	y	la	inocencia	dieron	lugar	a	la	visión	estrictamente	física.
El	entendimiento	espiritual	es	la	herramienta	fundamental	para	la	relación	con	el	Espíritu	Santo.	Sin	ese
contacto	 con	 el	 Espíritu	 de	Dios,	 no	 habrá	 quien	 sea	 capaz	 de	 enseñar,	 orientar,	 conducir,	 inspirar	 y
fortalecer	al	ser	humano	en	el	camino	del	bien.
La	 falta	 de	 entendimiento	 espiritual	 representa	 la	 ausencia	 de	 la	 dirección	del	Espíritu	Santo.	Eso	 es
sinónimo	de	una	vida	de	inseguridad,	como	un	barco	sin	timón	en	medio	del	océano.
¿Cuántas	personas	viven	en	un	verdadero	infierno	dentro	de	su	propia	casa	por	haberse	casado	con	la
persona	equivocada?	Las	consecuencias	de	un	mal	matrimonio	son	las	peores	posibles,	porque	los	hijos,
seguramente	van	a	reflejar	el	resultado	del	desentendimiento	de	los	padres.
¿Cuántas	personas	sacrifican	años	de	vida	y	dinero	para	tener	una	profesión	determinada	y,	después	de
haberse	 formado	 descubren	 que	 aquéllo	 no	 era	 lo	 que	 querían	 hacer?	 Estos	 son	 sólo	 algunos	 de	 los
millares	de	ejemplos	vividos	por	los	seres	humanos	simplemente	por	la	falta	de	visión	espiritual.
Cuando	no	hay	visión	espiritual,	la	visión	física	estimula	la	emoción,	y	ésta	pasa	a	dirigir	al	ser	humano.
La	consecuencia	de	ello,	por	medio	de	los	primeros	padres,	fue	que	surgió	el	desorden	que	se	extendió
por	toda	la	humanidad.
“Entonces	fueron	abiertos	los	ojos	de	ambos,	y	conocieron	que	estaban	desnudos,	y	cogieron	hojas	de
higuera	y	se	hicieron	delantales”	(Génesis	3:7).
La	toma	de	conciencia	de	que	estaban	desnudos	hizo	que	el	hombre	y	su	mujer	no	se	preocupasen	en
resolver	lo	que	realmente	era	importante,	que	era	el	hecho	de	haber	pecado,	de	haber	desobedecido	la
orden	del	Señor	de	que	no	tocasen	en	el	árbol	del	conocimiento.	La	única	solución	que	necesitaban	era
el	 arrepentimiento,	 pero	 se	 preocuparon	 sólo	 e	 inmediatamente,	 de	 la	 desnudez	 y	 de	 cómo	 podrían
esconderla	de	Dios,	¡como	si	eso	fuese	posible!
Y,	por	falta	de	visión	espiritual,	buscaron	una	solución	paliativa	con	las	hojas	de	la	higuera.	Los	malos
ojos,	los	ojos	de	la	carne,	se	abrieron;	consecuentemente,	los	ojos	del	entendimiento	espiritual	que	son
los	que	dan	discernimiento	para	evitar	el	camino	del	mal,	se	quedaron	ciegos.
Desde	 entonces,	 la	 humanidad	 está	 intentando	 resolver	 los	 efectos	 provocados	 por	 el	 pecado;	 de	 ahí
surgió	la	religión.	Los	religiosos	se	han	servido	de	ella	más	como	una	descarga	de	la	conciencia,	porque
en	realidad	saben	que	la	religión	no	resuelve	ningún	problema,	ya	que	si	lo	resolviese,	este	mundo	sería
un	lugar	mucho	mejor	para	vivir,	que	como	una	forma	de	reaproximación	al	Creador.
Como	las	hojas	de	higuera	para	Adán	y	Eva,	así	han	sido	las	religiones	para	los	hombres.	En	un	primer
momento,	 el	matrimonio	 experimentó	 una	 sensación	 de	 bienestar,	 aún	 así,	 la	 fragilidad	 de	 las	 hojas
mostraría	 después	 su	 ineficacia.	Lo	mismo	ha	 ocurrido	 con	 la	 religión,	 la	 cual,	 sin	 consistencia	 para
salvar	o	para	aproximar	al	hombre	a	Dios,	simplemente	proporciona	la	sensación	del	deber	cumplido.
Es	como	un	sepulcro	lujoso,	cuya	apariencia	da	incluso,	señal	de	vida;	pero	en	cuyo	interior,	sólo	hay
restos	mortales.
Los	escribas	y	fariseos,	guardianes	de	la	tradición	judaica,	preguntaron	al	Señor	Jesús:	“¿Por	qué	 tus
discípulos	quebrantan	la	tradición	de	los	ancianos?”	(S.	Mateo	15:2).
Y	 el	 Señor	 les	 respondió:	 “Astutamente	 violáis	 el	 mandamiento	 de	 Dios	 para	 guardar	 vuestra
tradición”	(S.	Marcos	7:9).	Los	religiosos	no	estaban	preocupados	con	el	interior	o	con	la	relación	con
Dios,	sino	en	satisfacer	el	exterior	con	sus	tradiciones	y	apariencias,	que	para	nada	sirven.
De	un	modo	general,	 las	 religiones,	astutamente,	han	vuelto	ciegos	 los	ojos	de	 la	humanidad,	usando
hechos	históricos	y	creando	fantasías	para	estimular	o	alimentar	una	fe	emotiva.	Déjeme	ejemplificarlo
usando	el	nacimiento	del	Señor	Jesús.
Muchos	especialistas	en	 religión,	 inspirados	por	 las	 tinieblas,	estimulan	 la	 fe	emotiva	de	 los	 incautos
usando	 las	 fiestas	 navideñas.	 En	 ese	 período,	 el	 corazón	 de	 gran	 parte	 de	 la	 población	 mundial	 se
enternece	 delante	 de	 un	 pesebre.	 Las	 religiones	 llamadas	 cristianas	 adornan	 el	 clima	 de	 la	Navidad,
mientras	que	la	industria	y	el	comercio	facturan	alto.	Lo	peor	de	todo	eso,	es	que	la	fe	de	las	personas	se
fija	en	un	niño.	Y,	¿cómo	un	niño	o	un	bebé	pueden	salvar	a	alguien?
Es	suficiente	una	breve	reflexión	para	llegar	a	la	conclusión	de	que	los	niños	dependen	de	cuidados	para
sobrevivir…	entonces,	¿cómo	la	fe	en	un	niño	puede	atender	las	necesidades	reales	de	alguien?	La	fe	en
un	niño	puede,	como	mucho	generar	emoción,	emoción	y	nada	más.
He	ahí	la	razón	por	la	que	en	los	días	navideños	algunas	familias	lo	celebran	mientras	que	la	mayoría	de
las	 personas	 siente	 frustración	 por	 la	 falta	 de	 sus	 seres	 queridos;	 es	 decir,	 la	 fe	 emotiva	 astutamente
engaña	a	unos	y	acarrea	sufrimiento	a	otros.	Y	no	produce	ningún	beneficio	espiritual	para	quienes	la
profesan.
La	 Semana	 Santa	 es	 otro	 ejemplo	 de	 manifestación	 de	 fe	 emotiva.	 Las	 personas	 se	 conmueven
solemnemente	con	 la	muerte	 de	Alguien	que	 está	 vivo.	Y,	 ¿cómo	 se	 pueden	obtener	 respuestas	 a	 las
oraciones	hechas	a	un	dios	muerto?	Solamente	la	fe	viva	en	un	Dios	vivo	puede	librar	a	las	personas	de
sus	traumas	y	sufrimientos.
El	hecho	es	que	el	espíritu	religioso	ha	cegado	el	entendimiento	de	la	humanidad	que	busca	plasmar	su
fe	más	por	apariencia	religiosa	que	por	su	mensaje.	Eso	significa	que	las	personas	han	usado	más	los
ojos	del	corazón	que	los	del	intelecto;	más	la	emoción	que	la	razón.
Tristemente	eso	ha	sucedido,	y	como	resultado,	se	ha	fortalecido	más	la	fe	emotiva	que	la	fe	racional.	Y
quien	gana	con	eso	es	el	príncipe	de	 las	 tinieblas.	A	pesar	de	que	 la	mayoría	de	 los	 líderes	religiosos
saquen	 provecho	 de	 esa	 ignorancia	 espiritual	 de	 las	 personas,	 su	 final	 con	 toda	 su	 tradición	 será	 el
infierno.
	>>	¿Cómo	nació	la	religión?
Hay	muchas	 definiciones	 de	 religión,	 pero	 en	 términos	 generales,	 la	 religión	 se	 ha	 definido	 como	 el
culto	a	las	divinidades,	la	creencia	en	la	existencia	de	una	(o	más)	fuerza	sobrenatural	y	la	observancia
de	preceptos	religiosos.
El	apóstol	Santiago,	en	Santiago	1:26,	es	muy	objetivo	al	definirla	y,	sin	mencionar	los	ceremoniales,
resume	que	la	religión	es	un	conjunto	de	actitudes	que	la	persona	toma	respecto	a	Dios,	a	sí	misma	o	a
su	semejante.	Y	de	acuerdo	con	el	punto	de	vista	de	los	antiguos	profetas	y	con	la	revelación	del	Nuevo
Testamento,	Santiago	nos	muestra	que	la	verdadera	fe	religiosa	depende	de	lo	que	sucede	en	el	interior
de	 la	persona,	 en	 lo	que	dice	 respecto	 a	una	 transformación	moral	 y	de	un	 carácter	 dirigido	hacia	 el
Señor.	Ese	conjunto	de	acciones	conduce	a	la	persona	a	tener	una	vida	moldeada	en	la	Palabra	de	Dios.
El	 cumplimiento	 de	 ritos	 o	 la	 mera	 observancia	 de	 preceptos	 religiosos	 no	 configuran	 una	 vida	 en
comunión	 con	 Dios,	 como	 vemos	 en	 los	 versículos	 del	 6	 al	 8	 del	 capítulo	 6	 del	 libro	 del	 profeta
Miqueas.
“Él	te	ha	declarado,	oh	hombre,	lo	que	es	bueno.	¿Y	qué	es	lo	que	demanda	el	Señor	de	ti,	sino	sólo
practicar	la	justicia,	amar	la	misericordia	y	andar	humildemente	con	tu	Dios?”
Miqueas	6:8
Ciertamente	la	religión	no	nació	del	Trono	de	Dios.	Si	eso	hubiese	sucedido,	no	serviría	para	dividir	a
los	seres	humanos	como	ocurre.
La	 verdad	 es	 que	 el	 diablo	 creó	 este	 método	 para	 separar	 a	 la	 criatura	 del	 Creador	 de	 forma
imperceptible.	Es	 suficiente	observar	que	 los	mayores	enemigos	del	Señor	 Jesús	 fueron	precisamente
los	 religiosos.	 Y,	 ¿qué	 es	 lo	 que	 el	 Señor	 hizo	 para	 que	 Le	 odiasen?	 Curó	 enfermos,	 liberó	 a	 los
oprimidos,dio	la	vista	a	los	ciegos,	resucitó	a	los	muertos;	en	fin,	simplemente	hizo	el	bien	a	los	que	Le
invocaban.
Cuando	Adán	y	Eva	cayeron	en	la	tentación,	entonces	se	dieron	cuenta	que	estaban	desnudos.	A	través
de	 la	 sugestión	diabólica,	cogieron	hojas	de	 la	higuera	y	cubrieron	su	cuerpo.	Pero	aquellas	hojas	no
tenían	consistencia	para	desempeñar	esa	función.
Sugerir	 un	 camino	 fácil	 o	 soluciones	 ilusorias,	 que	 dan	 la	 sensación	 de	 bienestar,	 es	 el	 trabajo	 del
diablo.	El	robo,	por	ejemplo,	¿no	es	el	camino	menos	arduo	para	poseer	lo	que	se	desea?	La	mentira
¿no	es	la	manera	más	rápida	para	librarse	de	un	problema?	Así	también,	la	religiosidad	es	la	forma	más
adecuada	para	obtener	la	falsa	sensación	de	haber	cumplido	con	la	divinidad.
Cuando	Dios	 llamó	 a	Adán	 y	Eva	 y	 los	 encontró	 vestidos	 con	 hojas	 de	 higuera,	 inmediatamente	 les
proveyó	 de	 los	 vestidos	 adecuados.	 Para	 ello,	 sacrificó	 un	 animal	 y	 de	 su	 piel	 hizo	 ropa	 para	 el
matrimonio.	 La	 desnudez	 simboliza	 el	 pecado,	 la	 hoja	 de	 higuera,	 la	 religión;	 es	 decir,	 una	 forma
inconsistente	 para	 resolver	 los	 efectos	 generados	 por	 el	 pecado.	 La	 piel	 del	 animal	 representa	 la
Salvación.
Ese	primer	sacrificio	caracterizó	lo	que	más	tarde	sería	hecho	por	el	Hijo	de	Dios	para	quitar	el	pecado
de	 los	 que	 en	 Él	 creyesen.	 Para	 que	 el	 ser	 humano	 esté	 en	 comunión	 con	 Dios,	 tiene	 también	 que
sacrificar	 su	 vida.	 El	 sacrificio	 exigido	 por	 el	 Señor	 al	 que	 nos	 referimos	 es	 que	 Le	 sigamos	 con
obediencia	 a	 Su	 Palabra,	 resistiendo	 diariamente	 los	 deseos	 de	 nuestra	 carne	 que	 se	 inclina,
naturalmente,	hacia	las	cosas	del	mundo.
	
>>	El	engaño	religioso
La	historia	de	que	todos	somos	hijos	de	Dios	es	la	mayor	mentira	de	todos	los	tiempos.	¿Tiene	sentido
que	un	hijo	de	Dios	viva	como	un	mendigo?	¡No	hay	manera	de	aceptar	este	hecho!
Al	alentar	este	 tipo	de	fe,	 la	 religión	contraría	 frontalmente	no	sólo	a	 la	Palabra	del	Señor	Jesús,	que
vino	a	traer	vida	en	abundancia,	sino	sobre	todo,	a	la	propia	lógica.
Para	desmitificar	esa	falsa	realidad,	Él	nos	dice:	“En	verdad,	en	verdad	te	digo	que	el	que	no	nace	del
agua	y	del	Espíritu	no	puede	entrar	en	el	reino	de	Dios”	(S.	Juan	3:5).	El	apóstol	Pablo	ratifica:	“Pero
si	alguno	no	tiene	el	Espíritu	de	Cristo,	el	tal	no	es	de	Él”	(Romanos	8:9).
Si	todos	realmente	fuésemos	hijos	de	Dios,	¿por	qué	el	Señor	limitaría	la	entrada	en	Su	Reino	solamente
para	los	nacidos	del	agua	y	del	Espíritu?	Y,	¿cómo	alguien	que	no	posee	el	Espíritu	de	Cristo	puede	ser
hijo	de	Dios?	Las	personas	que	se	encuentran	en	esta	situación	ni	siquiera	Le	pertenecen.	Bíblicamente,
verificamos	por	tanto,	que	la	tesis	de	que	todos	somos	hijos	de	Dios	es	una	mentira.
Realmente,	la	religión	ha	ofrecido	todos	los	ingredientes	para	embriagar	a	las	personas	con	el	engaño.
Las	liturgias,	las	fiestas	tradicionales	y	las	ceremonias	sociales,	directamente	inducen	a	las	personas	a
una	fe	emotiva.	Lo	más	grave	de	todo	eso	no	es	la	ausencia	de	los	beneficios	prácticos,	sino	el	hecho	de
que	la	religión	alimente	la	idea	de	la	Salvación	eterna.
La	práctica	de	la	religión	neutraliza	la	fe	racional.	Martín	Lutero,	por	ejemplo,	intentaba	ser	merecedor
de	 la	 gracia	 de	 Dios	 limpiando	 las	 escaleras	 del	 monasterio.	 Fue	 en	 uno	 de	 esos	 momentos	 que	 el
Espíritu	Santo	le	reveló	que	la	persona	sólo	merece	la	gracia	de	Dios	por	la	fe,	como	está	escrito:	“Mas
mi	justo	vivirá	por	la	fe,	y	si	retrocede,	mi	alma	no	se	complacerá	en	él”	(Hebreos	10:38).
En	este	exacto	momento,	por	no	usar	la	fe	asociada	a	la	inteligencia	¿cuántas	personas	están	cumpliendo
penitencias	en	muchos	lugares	del	mundo?	De	la	misma	forma,	si	Lutero	hubiese	usado	la	fe	racional
(cuando	se	encontraba	limpiando	las	escaleras	del	monasterio),	se	habría	dicho	a	sí	mismo:	“Yo	no	voy
a	 caer	 en	 ese	 engaño	 de	 pagar	 penitencias	 porque	 si	 eso	 fuese	 correcto,	Dios	 no	 podría	 atender	 a	 la
mayoría	de	los	pobres	que	no	tienen	condiciones	de	pagarlas”.
En	su	religión,	Lutero	había	aprendido	que	para	acceder	a	Dios	era	necesario	merecerlo,	y	para	alcanzar
el	merecimiento,	tenía	que	hacer	penitencias.	La	verdad,	sin	embargo,	es	que	el	diablo	creó	la	religión
para	 que	 las	 personas	 estuvieran	 absortas	 en	 el	 uso	 de	 la	 fe	 emotiva	 e	 ignorasen	 la	 práctica	 de	 la	 fe
racional.
Pero,	¿qué	significa	fe	racional?	Es	la	fe	usada	con	la	 inteligencia,	cuando	la	persona	piensa	antes	de
usar	la	fe;	de	este	modo,	obedece	no	a	las	reglas	y	las	doctrinas	de	la	religión,	sino	a	la	orientación	de	la
Palabra	de	Dios.
Ahora	bien,	sabemos	que	las	reglas	o	las	doctrinas	religiosas,	de	modo	general,	son	creaciones	humanas
inspiradas	 muchas	 veces	 por	 intereses	 oscuros	 que,	 en	 gran	 parte,	 contrarían	 directamente	 la	 Biblia
Sagrada.	En	ellas	no	hay	ninguna	base	inteligente,	sólo	hay	emoción.	Ese	es	el	argumento	usado	por	los
ateos	para	sustentar	su	falta	de	creencia	en	la	existencia	de	Dios:	las	religiones	trabajan	con	la	emoción
y	no	con	la	razón.	Y,	en	eso,	han	acertado	plenamente.
1.	Nacidos	del	mundo
En	principio,	 todos	los	seres	humanos,	sin	excepción,	somos	nacidos	del	mundo	porque	heredamos	la
naturaleza	adámica.
El	hecho	es	que,	por	medio	de	un	solo	hombre,	el	pecado	entró	en	el	mundo	y,	debido	al	pecado,	vino	la
muerte:	 Primero	 fue	 la	 de	 un	 animal,	 del	 que	 el	 Señor	 retiró	 la	 piel	 para	 proveer	 de	 vestimenta	 al
hombre	y	después,	la	de	todos	los	hombres.	La	naturaleza	pecaminosa	se	ha	transmitido	de	padre	a	hijo
desde	la	caída	de	Adán	y	Eva.
Incluso	los	recién	nacidos,	aquéllos	considerados	completamente	inocentes	a	los	ojos	de	Dios,	heredan
la	 naturaleza	 pecaminosa	 de	 Adán	 y	 Eva.	 Sin	 embargo,	 esa	 naturaleza	 corrupta	 sólo	 se	 manifiesta
cuando	 el	 niño	 deja	 la	 edad	 de	 la	 inocencia	 y	 pasa	 a	 la	 edad	 de	 la	 razón.	 Desde	 ese	 momento	 en
adelante,	 el	 hombre	 adquiere	 la	 condición	 de	 pecador	 y	 como	 consecuencia,	 queda	 sujeto	 a	 la
condenación	eterna	en	el	Lago	de	Fuego	y	Azufre.
>>	Características	mundanas
Debido	al	rechazo	a	Dios,	Adán	y	Eva	perdieron	el	carácter	divino	y	asumieron	el	carácter	del	hombre
caído;	es	decir,	recibieron	la	esencia	del	carácter	de	su	nuevo	señor,	Satanás.
El	orgullo	es	la	característica	más	marcada	del	carácter	de	los	nacidos	del	mundo.
>>	El	orgullo
La	peor	manifestación	del	orgullo	es	 la	ceguera	espiritual.	Al	no	considerar	su	composición,	formado
del	polvo	de	la	tierra,	el	orgulloso	generalmente,	además	de	no	reconocer	la	debilidad	de	su	naturaleza
humana,	tampoco	reconoce	que	depende	de	la	Salvación	dada	por	Dios.
Uno	 de	 los	 pilares	 de	 las	 enseñanzas	 del	 Señor	 Jesús	 es	 la	 necesidad	 de	 la	 humildad	 de	 espíritu,
condición	fundamental	para	entrar	en	el	Reino	de	los	Cielos	(S.	Mateo	5:3).	Así,	humildad	y	orgullo	son
fuerzas	antagónicas	que	se	refieren	respectivamente	al	carácter	de	Dios	y	al	carácter	de	Satanás.
El	Reino	de	Dios	está	formado	por	paz,	justicia	y	disciplina.	Eso	presupone	una	perfecta	sumisión	a	las
autoridades	 constituidas	por	 el	Espíritu	Santo.	 ¿Cómo	el	 orgulloso,	 que	 es	 rebelde	por	 excelencia,	 se
encuadraría	 en	 un	 reino	 de	 paz,	 o	 cómo	 sobreviviría	 en	 un	 lugar	 donde	 impera	 la	 humildad	 y	 la
sumisión?	Sería	como	intentar	conciliar	la	luz	con	las	tinieblas.
Debido	 al	 orgullo,	 los	 hijos	 del	 mundo	 tienen	 un	 concepto	 realzado	 de	 sí	 mismos.	 Aunque	 algunos
muestren	 ese	 sentimiento	 de	 forma	más	 acentuada	 que	 otros,	 todos,	 sin	 excepción,	 nacemos	 con	 un
corazón	revestido	de	él.	Y	cuanto	más	poder	económico,	conocimientos	y	autoridad	se	consigue,	más
orgullosos	se	vuelven.	Algunos	inclusive,	llegan	al	punto	de,	a	veces,	pensar	que	son	dios.	Muchos,	en
función	del	grado	de	autoridad	terrena	que	poseen,	¡se	convencen	de	eso!
El	 gran	 problema	 del	 orgulloso	 es	 la	 falta	 de	 reconocimiento	 sincero	 de	 su	 dependencia	 de	 Dios.
Obviamente,	no	podemos	vivir	de	brazos	cruzados	esperandoque	la	providencia	divina	resuelva	todo.
El	proyecto	de	Dios,	el	desarrollo	de	la	Tierra	debe	ser	fruto	de	una	asociación	entre	Él	y	el	hombre.
Cada	uno	tiene	su	participación	en	el	milagro	de	la	vida;	por	eso,	el	Señor	vino	al	mundo	para	sellar	la
alianza	 con	 los	 humildes	 de	 espíritu.	 De	 esta	 manera,	 hay	 acciones	 que	 tienen	 que	 hacerse	 única	 y
exclusivamente	por	los	hombres	y	hay	muchas	otras,	que	el	ser	humano	no	puede	hacer,	y	necesita	por
tanto	esperar	la	acción	del	Señor.
El	orgulloso	no	acepta	esa	realidad,	ni	siquiera	se	somete	al	plan	establecido	por	Dios,	dificultando	la
manifestación	 del	 Espíritu	 Santo	 en	 su	 vida.	 Sólo	 cuando	 se	 produce	 una	 gran	 pérdida	 o	 dolor,
provocado	por	estar	distante	del	Creador,	es	cuando	la	criatura	se	humilla.
Cuanto	mayor	es	el	orgullo,	mayor	es	la	dificultad	para	la	Salvación,	y	cuanto	mayor	es	el	dolor,	mejor
la	 condición	 para	 llegar	 al	 Señor.	 El	 momento	 más	 difícil	 en	 la	 vida	 de	 una	 persona,	 lo	 que
acostumbramos	a	llamar	“estar	en	el	fondo	del	pozo”,	es	el	lugar	ideal	para	tener	experiencias	con	Dios.
Y	cuanto	más	profundo	sea	ese	pozo,	más	intenso	será	el	clamor	en	dirección	a	los	Cielos.
Mientras	 que	 consigue	 soportar	 la	 desesperación,	 el	 orgulloso	 no	 tiene	 oídos	 para	 escuchar;	 pero,
sobreviniendo	una	angustia	profunda	y	una	desesperación	insoportable,	ahí	sí,	escucha	la	voz	de	Dios.
>>	El	pecado	reina	en	la	carne
¡Ahí	está	el	gran	motivo	que	hace	necesario	nacer	del	agua	y	del	Espíritu	Santo!	Mientras	la	persona	no
nace	de	Dios,	su	naturaleza	impedirá	la	conversión	y	como	consecuencia,	la	Salvación.
La	persona	puede	incluso	reconocer	a	Jesús	como	Señor	y	Salvador,	pero	si	no	nace	del	Espíritu	Santo
será	 casi	 imposible	 mantener	 el	 control	 de	 su	 carne,	 ya	 que	 ésta	 es	 esclava	 del	 pecado,	 lo	 que
compromete	a	la	Salvación	eterna.
La	 naturaleza	 adámica	 estará	 siempre	 en	 actividad	 latente	 dentro	 de	 sí	 mismo.	 Por	 mucho	 que	 se
esfuerce	en	la	lucha	interior	contra	su	voluntad	-	la	carne,	difícilmente	logrará	prevalecer.	Puede	incluso
conseguirlo	durante	algún	 tiempo,	pero	no	 todo	el	 tiempo,	porque	 la	carne	es	débil	y,	por	naturaleza,
¡está	sujeta	a	la	esclavitud!
Los	hijos	del	mundo	no	consiguen	vencerse	a	sí	mismos,	es	decir,	a	los	propios	deseos,	por	mayor	que
sea	su	fuerza	de	voluntad.	Su	esencia	está	impregnada	de	la	corruptibilidad	original	de	Adán	y	Eva;	en
ellos	habita	el	espíritu	de	la	esclavitud,	el	espíritu	del	pecado.
Un	gran	ejemplo	bíblico	de	una	persona	que	murió	salva,	a	pesar	de	su	naturaleza	corrupta,	fue	el	ladrón
de	la	cruz	al	lado	de	Jesús,	eso	sucedió	porque	la	conversión	ocurrió	horas	antes	de	su	muerte.
Es	lo	mismo	que	sucede	con	las	personas	hospitalizadas	en	estado	terminal;	si	reconocen	al	Señor	Jesús
como	 único	 Salvador	 y	 mueren,	 sus	 almas	 estarán	 salvas;	 pero	 si	 sobreviven	 a	 la	 enfermedad	 y
continúan	 viviendo	 en	 este	 mundo	 sujetas	 a	 los	 impulsos	 de	 la	 propia	 carne,	 entonces	 el	 nuevo
nacimiento	será	obligatorio.
>>	La	manifestación	de	la	carne
Bíblicamente,	la	carne	es	un	símbolo	de	la	voluntad	humana.	Como	los	hijos	del	mundo	conservan	su
naturaleza	 adámica,	 que	 es	 contraria	 a	 la	 naturaleza	 divina,	 es	 imposible,	 humanamente	 hablando,
obedecer	a	Dios.
¿Cómo	puede	 la	naturaleza	carnal	someterse	a	 la	naturaleza	espiritual?	¿Cómo	una	persona	de	origen
mundano	 puede	 seguir	 a	 otra	 de	 origen	 espiritual?	 Es	 lo	mismo	 que	 intentar	mezclar	 el	 agua	 con	 el
aceite,	¡imposible!
Los	hijos	del	mundo	tienen	sus	raíces	clavadas	en	el	mundo;	debido	a	eso,	la	manifestación	de	la	carne
es	 una	 consecuencia	 natural,	 pero	 no	 hay	 forma	 de	 contrariar	 la	 voluntad	 de	 la	 carne	 cuando	 se
pertenece	a	este	mundo.
La	carne	tiene	como	socios	a	los	principados,	las	potestades,	los	dominadores	y	las	fuerzas	espirituales
del	 mal.	 Todos	 ellos	 cooperan	 para	 seducir	 a	 los	 hijos	 del	 mundo	 para	 que	 satisfagan	 sus
concupiscencias	(pasiones)	plenamente.
Y	mientras	los	hijos	del	mundo	agradan	a	la	carne,	se	olvidan	de	la	necesidad	de	salvación	del	alma.	He
ahí	el	motivo	por	el	que	el	mundo	se	opone	férreamente	a	la	predicación	del	Evangelio.
>>	Hijos	del	mundo,	hijos	del	diablo
Los	fariseos	formaban	parte	de	una	antigua	secta	judaica	que	se	distinguía	por	el	cumplimiento	estricto
y	formal	de	los	ritos	de	la	ley	de	Moisés.	A	pesar	de	eso,	siempre	pusieron	objeciones	al	Señor	Jesús
con	respecto	a	Su	ministerio	terreno.	Esto	quiere	decir	que,	incluso	siendo	guardianes	de	los	rituales	de
la	ley	mosaica,	no	percibían	que	Jesús	era	el	propio	Dios	encarnado;	eso	ocurría	porque	como	hijos	del
mundo,	podían	comprender	la	letra	de	la	ley	de	Moisés	pero	no	podían	comprender	su	espíritu,	ya	que
los	fariseos	no	tenían	nada	que	ver	con	Dios.	Quien	es	de	la	Luz	aprueba	las	obras	de	la	Luz	y	quien	es
de	las	tinieblas	se	opone	a	las	obras	de	la	Luz.
Ante	 tanta	 insistencia	por	 su	parte	para	 resistir	 las	enseñanzas	del	Señor,	 incluso	 justificándose	como
hijos	de	Abraham,	el	Señor	Jesús	les	dice	claramente:
“Sé	que	sois	descendientes	de	Abraham;	y	sin	embargo,	procuráis	matarme	porque	mi	palabra	no	tiene
cabida	en	vosotros.Yo	hablo	 lo	que	he	visto	con	mi	Padre;	vosotros,	entonces,	hacéis	 también	 lo	que
oísteis	de	vuestro	padre.	Ellos	le	contestaron,	y	le	dijeron:	Abraham	es	nuestro	padre.	Jesús	les	dijo:	Si
sois	hijos	de	Abraham,	haced	 las	obras	de	Abraham.	Pero	ahora	procuráis	matarme,	a	mí	que	os	he
dicho	la	verdad	que	oí	de	Dios.	Esto	no	lo	hizo	Abraham.	Vosotros	hacéis	las	obras	de	vuestro	padre.
Ellos	le	dijeron:	Nosotros	no	nacimos	de	fornicación;	tenemos	un	Padre,	es	decir,	Dios.	Jesús	les	dijo:
Si	Dios	fuera	vuestro	Padre,	me	amaríais,	porque	yo	salí	de	Dios	y	vine	de	Él	,	pues	no	he	venido	por
mi	propia	iniciativa,	sino	que	Él	me	envió.	¿Por	qué	no	entendéis	lo	que	digo?	Porque	no	podéis	oír	mi
palabra.	Sois	de	vuestro	padre	el	diablo	y	queréis	hacer	los	deseos	de	vuestro	padre.	Él	fue	un	homicida
desde	 el	 principio,	 y	 no	 se	 ha	 mantenido	 en	 la	 verdad	 porque	 no	 hay	 verdad	 en	 él.	 Cuando	 habla
mentira,	habla	de	su	propia	naturaleza,	porque	es	mentiroso	y	el	padre	de	la	mentira”.
S.	Juan	8:37-44
Llama	la	atención	el	hecho	de	que	el	propio	Señor	defina	a	los	descendientes	de	Abraham	como	hijos
del	 diablo.	 Ahora	 bien,	 si	 aquellos	 hombres,	 que	 eran	 descendientes	 biológicos	 de	 Abraham	 y
practicantes	 del	 judaísmo,	 fueron	 definidos	 como	 hijos	 del	 diablo,	 ¡imagínese	 los	 demás	 hijos	 del
mundo!
Otra	cosa	importante	a	observar	es	que	no	importa	si	los	padres	fueron	hombres	de	Dios,	la	religión	o	la
iglesia	a	la	que	pertenecían;	si	la	persona	no	nace	del	Espíritu	de	Dios	no	es	hija	de	Él;	y	no	siendo	hija
de	Dios,	lo	será	del	diablo.	¡No	hay	término	medio!	O	se	es	hijo	de	Dios	o	del	diablo.	No	hay	posición
intermedia	en	relación	a	Dios.	¡La	persona	es	o	no	es	de	Él!
“Y	el	que	no	se	encontraba	inscrito	en	el	libro	de	la	vida,	fue	arrojado	al	lago	de	fuego”	(Apocalipsis
20:15).
Si	 la	 persona	 muere	 estando	 en	 la	 condición	 de	 hija	 del	 mundo	 sin	 haber	 tomado	 posesión	 de	 la
salvación	 de	 su	 alma,	 no	 tendrá	 ninguna	 oportunidad	 de	 salvarse	 después	 de	 la	 muerte,	 pues	 el	 ser
humano	sólo	tendrá	ocasión	de	salvar	su	alma	mientras	esté	vivo;	después	de	la	muerte	vendrá	el	Juicio.
Es	cierto,	realmente,	que	las	religiones	intentan	sacar	provecho	del	terror	al	infierno	para	engañar	a	las
personas	con	la	venta	de	indultos.	La	mayor	parte	de	la	humanidad	cree	en	el	purgatorio,	supuesto	lugar
en	 el	 que	 las	 personas	 son	 purificadas	 y	 preparadas	 para	 entrar	 en	 los	 Cielos.	 Pero	 esa	 doctrina
contradice	claramente	la	siguiente	palabra	de	Dios:	“Y	así	como	está	decretado	que	los	hombres	mueran
una	sola	vez,	y	después	de	esto,	el	juicio”	(Hebreos	9:27).
En	tal	juicio,	nadie	será	absuelto.	Incluso	porque	el	único	Abogado	defensor,	el	Hijo	del	Juez,	estará
ausente.	Así	como	fue	rechazado	por	los	que	serán	juzgados,rehusará	defenderlos.	Él	volverá,
solamente,	para	buscar	a	los	que	Le	aguardan	para	la	salvación	de	sus	almas.
“…así	también	Cristo,	habiendo	sido	ofrecido	una	vez	para	llevar	los	pecados	de	muchos,	aparecerá
por	segunda	vez,	sin	relación	con	el	pecado,	para	salvación	de	los	que	ansiosamente	le	esperan”.
Hebreos	9:28
2.	Nacidos	de	la	carne
Los	nacidos	de	la	carne	se	encuentran	en	la	segunda	parte	de	las	cuatro	que	oyen	la	Palabra,	según	dice
el	Señor	Jesús:
“Otra	 parte	 cayó	 en	 pedregales	 donde	 no	 tenía	 mucha	 tierra;	 y	 enseguida	 brotó	 porque	 no	 tenía
profundidad	de	tierra;	pero	cuando	salió	el	sol,	se	quemó;	y	porque	no	tenía	raíz,	se	secó”.
S.	Mateo	13:5,6
Explicando	su	contenido,	agrega:
“Y	aquél	en	quien	se	sembró	la	semilla	en	pedregales,	éste	es	el	que	oye	la	palabra	y	enseguida	la
recibe	con	gozo;	pero	no	tiene	raíz	profunda	en	sí	mismo,	sino	que	sólo	es	temporal,	y	cuando	por
causa	de	la	palabra	viene	la	aflicción	o	la	persecución,	enseguida	tropieza	y	cae”.
S.	Mateo	13:20,21
Muchos	oyen	la	palabra	y	no	la	comprenden.	Eso	no	es	lo	que	ocurre	con	los	que	se	mencionan	en	esos
versículos,	pues	ellos	la	oyen	y	la	comprenden;	inclusive,	la	reciben	inmediatamente	con	alegría,	pero
llama	la	atención	la	velocidad	con	que	creen	y	dejan	de	creer	en	la	Palabra.	Pues	la	reciben	¡ya!,	con
alegría,	pero	también	en	seguida,	¡ya!,	se	desaniman.
Los	 nacidos	 de	 la	 carne	 son	 carnales.	 Este	 grupo	 de	 personas	 está,	 esencialmente,	 constituido	 por
aquéllos	 que	 viven	 en	 base	 a	 la	 emoción.	Son	víctimas	 de	 la	 adulación	del	 pastor,	 de	 tal	 forma,	 que
acaban	volviéndose	miembros	fieles	del	pastor	y	no	del	Cuerpo	del	Señor	Jesús	que	es	la	Iglesia.	Si	el
pastor	es	trasladado	a	otra	localidad,	los	carnales	inmediatamente	también	se	trasladan	para	permanecer
junto	a	él.	Los	nacidos	de	la	carne	siempre	siguen	los	pasos	del	“padre	en	la	carne”.
Si	éste	cae	en	pecado,	ellos	también	estarán	motivados	a	caer	porque	la	“carne	está	unida	a	la	carne”.
El	hecho	es	que,	al	ser	concebido	en	la	carne,	el	pastor	consecuentemente,	forjará	miembros	y	pastores
en	la	carne.	Aun	así,	eso	no	es	una	regla.	Hay	excepciones,	claro,	pero	generalmente,	es	así	como	ha
estado	funcionando.	Oveja	concibe	oveja,	chivo	concibe	chivo,	carne	concibe	carne…
La	 naturaleza	 carnal	 siempre	 se	 dirige	 hacia	 sus	 propios	 objetivos	 y	 proyectos.	 Esa	 característica,
incluso,	la	diferencia	de	la	naturaleza	espiritual.
Los	intereses	del	nacido	de	la	carne	contrarían	a	los	intereses	del	nacido	del	Espíritu.	Mientras	que	el
primero	 intenta	 hacer	 su	 propia	 voluntad,	 el	 segundo,	 el	 nacido	 del	 Espíritu	 Santo,	 intenta	 hacer	 la
voluntad	de	Dios,	cuyo	principal	interés	está	en	el	bienestar	del	prójimo.
La	fe	emotiva	y	el	entusiasmo	son	constantes	en	los	nacidos	de	la	carne:	Cuando	el	asunto	se	refiere	a
las	promesas	de	Dios	 les	proporciona	una	gran	alegría,	no	del	Espíritu	 sino	en	 la	propia	carne;	pero,
cuando	 el	 texto	 sagrado	 exige	 obediencia,	 sumisión	 a	 las	 autoridades,	 perdón,	 poner	 la	 otra	 cara,
arrepentimiento,	oración	por	quienes	lo	persiguen	y	demás	actitudes	del	carácter	cristiano,	eso	provoca
tristeza	y	hasta	indignación	y	reaccionan	carnalmente	alegando	injusticia.
Este	 tipo	de	persona	 confunde	 la	 fe	 natural	 con	 la	 fe	 sobrenatural	 y	 el	 sentimiento	 emocional	 con	 la
convicción	del	 intelecto.	La	vida	del	carnal	es	como	una	 judía	en	un	algodón	mojado,	aparentemente
crece	rápido,	pero	como	no	tiene	una	raíz	consistente	no	produce	fruto.
El	nacido	de	la	carne	es,	por	naturaleza,	religioso	y	tiene	aparente	comunión	con	Dios,	pero	el	resultado
final	de	su	vida	religiosa	es	la	frustración.
>>	El	nacido	de	la	carne	es	carne
Cuando	 los	 autores	 sagrados	 hablan	 de	 carne,	 no	 se	 están	 refiriendo	 a	 la	 materia,	 al	 cuerpo	 físico,
porque	éste	 sirve	como	 templo	para	el	Espíritu	Santo.	Bíblicamente,	 la	carne	 se	 refiere	a	 la	voluntad
humana,	que	es	enemiga	de	Dios	porque	no	quiere	sujetarse	a	Su	voluntad.	La	mente	carnal	tiene	sus
propias	reglas,	sigue	sus	propias	apetencias	e	inclinaciones	por	su	naturaleza	rebelde.
El	Espíritu	enseña	que	“ya	que	la	mente	puesta	en	la	carne	es	enemiga	de	Dios,	porque	no	se	sujeta	a	la
ley	de	Dios,	pues	ni	siquiera	puede	hacerlo”	(Romanos	8:7).
El	nacido	de	la	carne	se	rinde	fácilmente	a	las	pasiones	y	a	las	emociones	circunstanciales.	Y,	cuando
falta	el	pastor	que	 le	 transmitió	 la	 emoción,	 se	desanima	en	 la	 fe	e,	 inmediatamente,	 se	 junta	a	otros
también	carnales.
El	nacido	de	la	carne	es	aquella	persona	que	recibe	el	Evangelio	con	alegría,	acepta	a	Jesucristo	como
Salvador,	 se	bautiza	en	 las	aguas	por	 inmersión,	participa	de	 las	 reuniones	dominicales	e,	 incluso,	 se
convierte	en	un	miembro	activo	y	voluntario	de	algunos	servicios	de	la	iglesia;	pero,	tristemente,	todo
esto	no	pasa	de	ser	una	mera	formalidad	exterior,	porque	en	su	interior	no	murió	para	el	mundo.
¿Cuál	es	el	precio	a	pagar	por	la	aceptación	de	Jesús	como	Salvador?	¡Ninguno!	Aceptar	a	Jesús,	todos
aceptan.	Pero	sacrificar	la	vida	por	entero	al	Señor,	sujetándose	a	Su	voluntad…	es	totalmente	diferente.
Recordemos	 que	 nadie	 puede	 seguir	 a	 Jesús	 haciendo	 su	 propia	 voluntad	 y	 la	 del	 Señor	 al	 mismo
tiempo.	Es	imposible	servir	a	dos	señores:	o	la	persona	se	agrada	a	sí	misma	y	aborrece	al	Espíritu	de
Dios,	o	hace	la	voluntad	del	Señor	y	contraría	la	suya	propia.
Éste	ha	sido	el	gran	problema	dentro	de	 las	 iglesias	evangélicas.	La	mayoría	de	 las	personas	aceptan
todo	lo	que	se	enseña	en	el	altar,	pero	pocas	practican	lo	que	aprenden.
De	hecho,	los	nacidos	de	la	carne,	incluso	consiguen	practicar	algunas	doctrinas	de	fácil	cumplimiento
tales	como	bautizarse	en	las	aguas,	dar	ofrendas,	ser	asiduos	a	la	iglesia…	Pero	cuando	las	enseñanzas
cristianas	 requieren	sacrificios	 tales	como	 la	 renuncia	de	 la	propia	voluntad,	 la	pérdida	de	 la	vida,	es
decir,	renunciar	a	los	deseos	de	la	carne	por	causa	del	Señor	Jesús,	ahí,	no	consiguen	cumplir.
La	verdad	es	que	mientras	 la	persona	no	muere	para	sí	misma	y	para	el	mundo,	el	Espíritu	Santo	no
puede	forjar	en	ella	una	nueva	criatura.
Yo	mismo	soy	 testimonio	de	eso,	pues	viví	esa	experiencia	durante	más	de	un	año.	Aceptaba	a	Jesús
como	mi	 Salvador	 cada	 vez	 que	 era	 invitado	 a	 ello.	 El	 detalle	 es	 que,	 a	 pesar	 de	 haberlo	 aceptado
muchas	veces,	no	Le	entregaba	mi	voluntad,	mi	vida.	Eso	me	colocaba	en	la	condición	de	nacido	de	la
carne,	posición	intermedia	entre	los	hijos	del	mundo	y	los	hijos	de	Dios.
¡No	era	 incrédulo,	pero	 tampoco	era	un	convertido!	No	estaba	caliente,	pero	 tampoco	estaba	frío.	Tal
condición	parece	ser	la	más	deplorable	posible,	porque	da	la	sensación	de	convertido	para	los	incrédulos
y	de	incrédulo	para	los	convertidos.
Creemos	 también	 que	 los	 nacidos	 de	 la	 carne	 pueden	 tener	 los	 frutos	 de	 los	milagros	 físicos,	 como
curaciones,	liberación	de	vicios	y	prosperidad.	Reciben	los	milagros	por	la	fe	y,	en	virtud	de	eso,	creen
en	la	aprobación	divina	de	su	manera	de	vivir.
Yo	era	como	muchas	personas	cuya	aceptación	a	Jesús	estaba	motivada	por	el	miedo	al	infierno,	pero	en
la	práctica	del	día	a	día,	no	había	ninguna	renuncia	de	mi	voluntad.	Al	contrario,	el	hecho	de	haberlo
aceptado	como	Salvador	y	de	haber	sido	bautizado	en	las	aguas,	hacía	que	creyese	que	podía	seguirlo
haciendo	un	poco	mi	voluntad.	En	realidad,	mi	voluntad	siempre	prevalecía.
Además,	 nunca	me	había	 sentido	un	gran	pecador	 como	para	 necesitar	 tan	 gran	Salvación.	Lo	 tenía,
apenas,	como	el	Salvador	del	castigo	eterno.
Hasta	 que	 un	 día	maravilloso,	 el	más	 glorioso	 de	mi	 vida,	 finalmente,	 fui	 convencido	 por	 el	 propio
Espíritu	Santo	de	 lo	desgraciado,	miserable	e	 infeliz	pecador	que	era.	Y	en	medio	de	 las	 lágrimas	de
desesperación	por	mi	perdición,	el	mismo	Espíritu	me	mostró	a	la	Única	Persona	capaz	de	borrar	todos
mis	pecados	y	de	salvarme	del	castigo	eterno:	Jesucristo,	¡Su	Hijo	Amado!
Desde	entonces,	Él	pasó	a	sermi	Único	Señor,	Salvador	y	Dios,	¡el	Primero	en	mi	vida!
Nicodemo	 es	 un	 ejemplo	 del	 nacido	 de	 la	 carne	 (S.	 Juan	 3:2-7).	 Por	 el	 hecho	 de	 realizar	 un	 trabajo
religioso	 junto	al	pueblo	 judío,	 jamás	 imaginó	que	recibiría	del	Señor	Jesús	una	palabra	 tan	dura,	 tan
directa	y	tan	honesta.
El	 Señor	 no	 midió	 las	 palabras	 para	 definir	 la	 situación	 espiritual	 de	 aquella	 autoridad	 religiosa.
Nicodemo	 no	 fue	 conocido	 como	 un	 hombre	 de	Dios	 y	 eso	 demuestra	 que	 no	 todos	 lo	 que	 ocupan
cargos	 religiosos,	 aunque	 sean	 los	más	 importantes,	 están	en	 la	condición	de	 ser	personas	nacidas	de
Dios.
El	nacido	de	la	carne	cree	que	su	trabajo	religioso	en	la	iglesia	lo	convierte	en	aprobado	como	alguien
espiritual.	Y	 eso	 no	 es	 diferente	 de	 aquéllos	 que	 hacen	 caridad	 por	 los	 afligidos	 como	un	 intento	 de
agradar	a	Dios.	Obviamente,	la	caridad	está	muy	bien	vista	delante	del	Altísimo,	pero	no	es	suficiente
para	alcanzar	la	Salvación.	De	la	misma	forma,	el	trabajo	religioso	no	garantiza	la	Salvación	de	nadie.
Para	Dios	lo	importante	no	es	lo	que	la	persona	hace,	respecto	a	las	obras,	sino	lo	que	ella	es.
Está	claro	que	cuando	la	persona	es	de	Dios,	de	forma	natural	hace	lo	que	Le	agrada.	A	pesar	de	que
Nicodemo	estaba	bien	considerado	entre	sus	hermanos	de	la	fe,	necesitaba	nacer	de	nuevo.
Observe	que	el	Señor	Jesús	no	 reconoció	a	Nicodemo	como	un	hombre	de	Dios,	a	pesar	de	su	cargo
religioso.	Este	hecho	muestra	que	el	lugar	destacado	en	la	jerarquía	religiosa	no	garantiza	la	Salvación
Eterna.
El	Señor	habla	claramente	a	Nicodemo	sobre	su	necesidad	de	nacer	de	nuevo.	Es	más,	la	única	vez	que
Él	enseñó	sobre	la	necesidad	del	nuevo	nacimiento	fue	respecto	a	Nicodemo,	un	maestro	del	judaísmo,
persona	muy	respetada	en	la	religión	oficial.
Llama	la	atención	el	hecho	de	que	el	Señor	no	había	ni	siquiera	mencionado	el	nuevo	nacimiento	hasta
entonces.	Sus	discursos	se	dirigían	sobre	todo	al	Reino	de	Dios,	pero	no	hacían	alusión	al	nacimiento
del	 Espíritu.	Además,	 curaba	 y	 liberaba	 al	 pueblo	 de	 sus	 azotes.	 Pero	 fue	 justamente	 a	Nicodemo	 a
quien	Él	habló	sobre	el	nuevo	nacimiento	¿por	qué?
Ciertamente,	Nicodemo	era	el	tipo	de	cristiano	actual:	muy	solícito	en	la	realización	de	tareas	religiosas,
pero	distante	del	carácter	cristiano.	Nicodemo	se	debía	sentir	extremamente	honrado	y	orgulloso	de	su
posición	religiosa,	pero	aun	así,	estaba	vacío.
A	pesar	de	todo,	Nicodemo	era	un	hombre	sincero	con	su	creencia;	de	ahí,	el	motivo	por	el	que	el	Señor
le	otorgó	el	privilegio	de	tal	revelación.
>>	¿Por	qué	hay	tantos	nacidos	de	la	carne?
Los	 milagros	 realizados	 por	 la	 fe	 son	 la	 principal	 razón	 para	 hacer	 surgir	 a	 los	 hijos	 de	 la	 carne,
teniéndose	en	cuenta	que	la	mayoría	de	las	personas	son	convencidas	para	adherirse	al	cristianismo	en
virtud	de	los	milagros	que	ven	acontecer.	El	mensaje	de	la	fe-beneficio	ha	provocado	milagros	en	medio
del	pueblo.	Milagros	de	curaciones,	liberación	de	espíritus,	de	vicios,	reconstrucción	de	hogares	y	una
infinidad	de	cosas	extraordinarias.	Mientras	que	el	mayor	de	los	milagros,	que	es	el	nuevo	nacimiento,
ha	ocurrido,	infelizmente,	en	menores	proporciones.
Los	milagros	que	mencionamos	son	más	sencillos	que	el	milagro	del	nuevo	nacimiento.	Esto	se	debe	a
que	 las	personas	 tienen	fe	para	conquistar	 los	beneficios	materiales,	pero	no	poseen	 la	misma	fe	para
superar	su	naturaleza	carnal,	 sustituir	su	voluntad	por	 la	voluntad	de	Dios	y	así,	morir	para	sí	y	vivir
para	Él.
Hay	más	disposición	de	usar	la	fe	para	las	conquistas	exteriores	y	materiales,	como	la	curación	de	una
enfermedad	y	la	compra	de	un	coche,	por	ejemplo,	que	para	las	conquistas	interiores	y	espirituales.	Esto
se	debe	a	que	el	sacrificio	físico	es	menos	doloroso	que	el	espiritual.
El	sacrificio	exigido	por	la	fe	para	las	conquistas	materiales,	es	material;	pero	el	sacrificio	exigido	por	la
fe	para	 las	conquistas	espirituales,	 es	espiritual.	Veamos,	Dios	promete	abrir	 las	ventanas	del	Cielo	y
derramar	 bendiciones	 sin	 medida	 sobre	 todos	 los	 diezmistas	 y	 ofrendantes.	 Para	 eso	 es	 necesario
manifestar	 la	 fe	 del	 sacrificio,	 pagando	 el	 diezmo	 y	 dando	 ofrendas;	 por	 lo	 tanto,	 las	 riquezas
económicas	provenientes	de	Dios	exigen	un	sacrificio	económico,	que	es	de	tipo	material.
Sin	embargo,	para	que	la	persona	nazca	del	Espíritu	Santo	es	necesario	sacrificar	la	propia	voluntad,	es
decir,	morir	para	sí	mismo.	Obviamente,	este	grado	de	fe	exige	un	sacrificio	espiritual,	que	es	mucho
mayor	que	el	sacrificio	económico.
Unos	 han	 tenido	 fe	 solamente	 para	 sacrificarse	 a	 sí	mismos,	 es	 decir,	 la	 propia	 voluntad.	Otros	 para
sacrificar	con	sus	diezmos	y	ofrendas.	Están	también,	los	que	manifiestan	la	fe	tanto	para	conquistar	una
nueva	 vida	 con	 Cristo	 Jesús,	 como	 para	 conquistar	 la	 vida	 con	 abundancia	 prometida	 por	 Él.	 Lo
importante	es	que	cada	uno	tenga	su	propia	fe	bien	definida.
Muchas	personas	son	gratas	al	Señor	por	la	manifestación	del	poder	en	sus	vidas,	pero	aún	así,	rehusan
soltar	la	libertad	de	la	carne;	al	fin	y	al	cabo,	todos	somos	libres	para	hacer	lo	que	bien	queramos.	Como
señal	de	gratitud,	cambian	de	religión,	de	iglesia,	e	incluso	de	costumbres.	Y	voluntariamente,	se	ponen
a	disposición	de	algunos	servicios	religiosos.
Pero,	para	nacer	de	Dios,	es	necesario	sacrificar	 la	propia	vida,	es	decir,	 renunciar	a	 los	deseos	de	 la
carne	y	del	mundo.	Y	como	dice	el	Señor:	“En	verdad,	en	verdad	os	digo	que	si	el	grano	de	trigo	no
cae	en	tierra	y	muere,	queda	él	solo;	pero	si	muere,	produce	mucho	fruto”	(S.	Juan	12:24).
Y	Salomón	confirma:	“Mejor	es	el	lento	para	la	ira	que	el	poderoso,	y	el	que	domina	su	espíritu	que	el
que	toma	una	ciudad”	(Proverbios	16:32).
>>	Creyentes	endemoniados
Muchos	 no	 estarán	 de	 acuerdo	 conmigo	 en	 lo	 que	 voy	 a	 decir	 respecto	 a	 este	 tópico;	 pero	 como	mi
única	 preocupación	 es	 honrar	 mi	 compromiso	 con	 Aquél	 que	 me	 llamó	 de	 las	 tinieblas	 para	 Su
maravillosa	Luz,	me	siento	plenamente	con	la	libertad	de	hablar	sin	ningún	tipo	de	coerción.
El	 Espíritu	 Santo	 me	 ha	 mostrado,	 a	 lo	 largo	 de	 todos	 estos	 años	 en	 Su	 compañía,	 las	 mayores
aberraciones	en	el	medio	evangélico,	ya	sea	por	las	doctrinas	diabólicas,	tales	como	“caer	por	el	poder
de	dios”	o	“reír	en	el	señor”,	ya	sea	por	las	profecías	de	profetas	poseídos	por	el	mal	o,	incluso,	por	una
infinidad	de	falsas	doctrinas	creadas	por	espíritus	engañadores	en	el	medio	de	los	creyentes.
Es	 cierto	 que	 esas	 manifestaciones	 tienen	 gran	 aceptación,	 porque	 la	 mayoría	 de	 los	 creyentes	 son
nacidos	de	la	carne	o	viven	en	base	a	la	fe	emotiva.	Es	indignante	ver	a	tanta	gente	sincera	engañada
con	las	fantasías	de	la	fe	promovidas	por	“pastores”	nacidos	de	la	carne.
En	todas	 las	unidades	de	 la	Iglesia	Universal	del	Reino	de	Dios	esparcidas	por	el	mundo,	siempre	he
atendido	 y	 orado,	 personalmente	 por	 creyentes	 de	 otras	 denominaciones	 evangélicas	 y,	 en	 muchas
ocasiones,	vi	 la	manifestación	demoníaca	en	sus	vidas.	Durante	 la	oración,	algunos	caían	en	el	suelo,
otros	miraban	atontados.	Lo	peor	es	que	algunos	eran	tan	orgullosos	que	no	aceptaban	el	hecho	de	estar
poseídos	por	demonios,	y	se	justificaban	declarándose	creyentes	en	Jesús	desde	hace	muchos	años.
Pero,	aunque	la	realidad	estaba	expuesta	allí,	aún	así,	no	aceptaban.	En	consecuencia,	nada	podía	hacer
por	ellos,	simplemente	gastar	mi	tiempo	en	vano.	Otros	eran	humildes	y	hasta	confesaban	haber	estado
envueltos,	en	el	pasado,	con	espíritus	obsesivos.	Estos	salían	liberados.
De	 hecho,	 la	 manifestación	 demoníaca	 en	 algunos	 creyentes	 ha	 sido	 incluso	 más	 agresiva	 que	 en
personas	declaradas	abiertamente	envueltas	con	espíritus	malignos.
Ante	este	cuadro	nos	preguntamos:	¿Puede	el	creyente	estar	endemoniado?
La	 respuesta	 es	 ¡sí!	 Inclusive,	 la	 Biblia	 apunta	 el	 caso	 de	 Simón	 que,	 aparentemente,	 se	 había
“convertido”	 durante	 el	 ministerio	 de	 Felipeen	 Samaria	 (Hechos	 8:13).	Más	 tarde,	 sin	 embargo,	 se
manifestó	en	él	un	espíritu	maligno	(Hechos	8:18-19).
>>	¿Por	qué	el	demonio	puede	poseer	a	un	creyente?
Ya	hemos	visto	que	la	mayoría	de	los	creyentes	son	nacidos	de	la	carne,	y	que	la	razón	principal	es	el
hecho	de	que	las	personas	reciben	los	beneficios	de	la	fe	sin	haberse	rendido	totalmente	al	Señor	Jesús.
De	 acuerdo	 con	 eso,	 los	 espíritus	 demoníacos	 se	 aprovechan	 para	 tomar	 posesión	 de	 ellas.	 El	 Señor
alerta	sobre	esa	posibilidad	cuando	dice:
“Cuando	 el	 espíritu	 inmundo	 sale	 del	 hombre,	 pasa	 por	 lugares	 áridos	 buscando	 descanso	 y	 no	 lo
halla.	Entonces	 dice:	 “Volveré	 a	mi	 casa	 de	 donde	 salí”;	 y	 cuando	 llega,	 la	 encuentra	 desocupada,
barrida	 y	 arreglada.	 Va	 entonces,	 y	 toma	 consigo	 otros	 siete	 espíritus	 más	 depravados	 que	 él,	 y
entrando,	moran	allí;	y	el	estado	final	de	aquel	hombre	resulta	peor	que	el	primero”.
S.	Mateo	12:43-45
Muchas	 personas	 son	 liberadas	 de	 un	 espíritu	 maligno	 y	 comienzan	 a	 tener	 un	 cuerpo	 limpio;	 sin
embargo,	por	no	ocuparlo	inmediatamente	con	la	presencia	del	Espíritu	Santo,	aquel	espíritu	inmundo
vuelve	 con	 otros	 siete	 espíritus	 peores	 que	 él,	 y	 el	 estado	 de	 aquella	 persona	 se	 vuelve	 peor	 que	 al
principio.
El	gran	problema	es	que	mientras	están	libres	y	limpias	del	espíritu	inmundo,	esas	personas	se	entregan
a	la	fe	evangélica	y	se	vuelven	“creyentes”.	Son	bautizadas	en	las	aguas,	empiezan	a	ser	diezmistas	y
ofrendantes,	 pero	 no	 dedican	 sus	 vidas	 totalmente	 al	 Señor	 Jesús.	 Si	 lo	 hiciesen,	 no	 continuarían
oprimidas,	deprimidas	y	vacías.
>>	Síntomas	de	la	posesión	demoníaca
Son	muchos	los	síntomas	de	la	posesión	demoníaca,	pero	vamos	a	destacar	los	más	comunes	entre	las
personas,	incluyendo	los	de	algunos	creyentes.
Dolores	 de	 cabeza	 constantes	 –	 Clínicamente	 hay	 muchas	 causas	 que	 pueden	 provocar	 dolores	 de
cabeza;	 sin	 embargo,	 cuando	 la	 medicina	 no	 encuentra	 ninguna	 causa	 física,	 con	 total	 seguridad	 el
problema	es	espiritual.
Es	 común	 que	 los	 espíritus	 se	 disputen	 la	 cabeza	 de	 la	 víctima.	 En	 esos	momentos,	 la	 persona
siente	dolores	atroces	de	cabeza,	hasta	el	punto	de	querer	darse	con	la	cabeza	en	la	pared.
Ya	atendí	a	personas	que	convivían	con	dolores	de	cabeza	constante	durante	años.	Algunas	veces,
los	dolores	eran	muy	 intensos,	 todo	dependía	del	período	del	año,	de	 la	 fase	de	 la	 luna	o	de	 las
fiestas	paganas.
Y	cuando	impusimos	las	manos	sobre	la	cabeza	de	esas	personas,	incluso	antes	de	hablar	cualquier
cosa,	 inmediatamente	 los	 espíritus	 se	 manifestaban.	 Entre	 otras	 cosas,	 decían	 que	 estaban	 en
aquella	persona	desde	que	ella	era	pequeña;	además	de	eso,	se	mofaban	de	su	fe	cristiana,	de	su
asistencia	a	la	iglesia,	de	sus	oraciones	vacías	y	cosas	similares.
La	 razón	 de	 los	 dolores	 de	 cabeza	 intensos	 era	 la	 disputa	 de	 dos	 espíritus	 por	 la	 cabeza	 de	 la
víctima.
Pero,	¿cómo	explicar	el	hecho	de	una	persona	estar	poseída	por	entidades	espirituales	si	ella	ya	se
había	“convertido”	al	Señor	Jesús?
Esos	 casos	 suceden	porque	 la	 persona,	 simplemente,	 cambió	de	 religión.	Es	decir,	 abandonó	 las
costumbres	 religiosas	de	una	determinada	 línea	espiritual	y	 se	cambió	a	una	determinada	 iglesia
evangélica,	lo	que	no	es	suficiente	para	que	las	entidades	dejen	de	actuar	en	su	cuerpo.
La	simple	práctica	de	cualquier	religión	no	inutiliza	la	acción	de	los	espíritus,	al	contrario	¡incluso,
ayuda!	 Es	 necesario	 que	 la	 persona,	 víctima	 de	 ellos,	 pase	 por	 una	 “purificación	 espiritual”,	 es
decir,	una	 liberación	de	 los	cultos	paganos	y	 sobre	 todo,	de	 los	espíritus	que	han	sido	objeto	de
culto.	Vea	en	S.	Marcos	5:2,	9:17	y	S.	Lucas	4:33	ejemplos	de	algunos	endemoniados	que	la	Biblia
menciona.	La	obediencia	a	la	Palabra	de	Dios	es	fundamental	para	tal	liberación.
Insomnio	–	Hay	 insomnio	provocado	por	 las	preocupaciones,	por	 lo	cotidiano	de	 la	vida	en	general;
naturalmente,	no	se	trata	de	este	insomnio	al	que	nos	referimos,	pero	sí,	a	aquél	que	no	tiene	una	causa
específica.
El	 ser	 humano	 no	 fue	 creado	 para	 vivir	 sin	 dormir.	 Cuando	 eso	 ocurre	 es	 porque	 hay	 alguna
alteración	 emocional	 o	 espiritual.	 Si	 no	 es	 de	 orden	 emocional,	 evidentemente	 lo	 será	 de	 orden
espiritual.	 Nuevamente	 nos	 encontramos	 con	 la	 acción	 de	 los	 espíritus	 inmundos	 que,	 en	 esos
casos,	actúan	en	el	sistema	nervioso	para	impedir	que	la	persona	consiga	dormir	de	forma	normal.
El	cuerpo	clama	por	el	sueño,	pero	el	espíritu	inmundo	actúa	en	la	mente	de	la	persona	haciendo
que	se	acuerde	de	las	dudas,	miedos,	preocupaciones…
Miedo	 –	Básicamente,	 el	miedo	es	el	 resultado	de	 la	más	pura	manifestación	de	 la	 ausencia	de	 la	 fe
viva.	Es	 la	 acción	directa	del	 espíritu	de	miedo.	Esta	 clase	de	espíritus	 actúa	de	 forma	 incisiva	en	 la
mente	de	 las	víctimas,	 colocando	pensamientos	 sobre	hechos	 terribles	que	en	 realidad	no	existen.	La
simple	idea	de	que	sea	posible	que	esos	hechos	ocurran	es	suficiente	para	que	esos	espíritus	inflamen	la
mente	de	las	personas,	lanzando	innumerables	ideas	que	se	suman	a	las	dudas	ya	existentes.
Además	 de	 usar	 la	 táctica	 del	 terror,	 esos	 espíritus	 hacen	 a	 la	 víctima	 recordar	 los	 hechos
semejantes	ocurridos	en	el	pasado.
Debido	a	la	ausencia	de	la	fe	viva	en	un	Dios	Vivo,	las	víctimas	del	miedo	se	dejan	llevar	por	la
“voz	sutil”	de	los	espíritus	inmundos;	y	no	son	pocas	las	personas	que	viven	en	manicomios	debido
a	las	fobias.
Deseo	 de	 suicidio	 –	 Éste	 es	 un	 síntoma	 de	 contenido	 estrictamente	 espiritual	 y,	 ciertamente
característico	 de	 la	 posesión	 demoníaca.	 El	 Señor	 Jesús	 enseña	 claramente	 que	 el	 diablo	 viene	 para
matar,	robar	y	destruir	(S.	Juan	10:10);	por	lo	tanto,	el	deseo	de	suicidio	es	una	inspiración	diabólica.
Todas	las	personas	que	piensan	en	el	suicidio	oyen	“voces	del	más	allá”	que	le	sugieren	tal	opción
como	solución	definitiva	del	problema.	Sin	embargo,	 la	Biblia	condena	el	suicidio	y	dice	que	no
hay	Salvación	para	los	suicidas,	como	es	el	caso	de	Judas	Iscariote.
“Si	alguno	destruye	el	templo	de	Dios,	Dios	lo	destruirá	a	él,	porque	el	templo	de	Dios	es	santo,	y
eso	es	lo	que	vosotros	sois”	(1	Corintios	3:17).
Respecto	a	ese	síntoma	de	posesión	demoníaca,	confieso	no	haber	encontrado	nunca	a	un	creyente
que	hubiese	sido	afectado	por	ese	deseo	diabólico,	porque	son	conscientes	de	que	eso	es	pecado
mortal.
Pero	tuve	conocimiento	de	que	un	antiguo	colega	de	trabajo	llamado	Larrubia,	creyente	desviado,
no	soportando	la	opresión	demoníaca	acabó	cometiendo	suicidio.
Nerviosismo	–	Cuando	tratamos	este	síntoma,	no	nos	estamos	refiriendo	a	algunos	momentos	difíciles
que	 vive	 el	 ser	 humano	 cuando	 su	 adrenalina	 sube,	 sino	 a	 las	 personas	 cuyo	 estado	 de	 nervios
permanece	alterado	veinticuatro	horas	al	día.	Son	verdaderas	baterías	cargadas.	De	hecho,	la	energía	allí
concentrada	es	provocada	por	la	presencia	de	muchos	espíritus	malignos.	Y	cuanto	mayor	es	el	número
de	espíritus	en	aquella	persona,	más	intenso	es	el	nerviosismo.
Este	tipo	de	problema	ha	conducido	a	sus	víctimas	a	tomar	trágicas	decisiones.
La	Biblia	da	el	ejemplo	de	un	estado	extremo	de	nerviosismo	en	el	ministerio	terrenal	del	Señor
Jesús.	Fue	cuando	Él	desembarcó	en	la	tierra	de	los	gadarenos:
“Y	cuando	Él	salió	de	la	barca,	enseguida	vino	a	su	encuentro,	de	entre	los	sepulcros,	un	hombre
con	un	espíritu	inmundo	que	tenía	su	morada	entre	los	sepulcros;	y	nadie	podía	ya	atarlo	ni	aun
con	cadenas;	porque	muchas	veces	había	sido	atado	con	grillos	y	cadenas,	pero	él	había	roto	las
cadenas	y	destrozado	los	grillos,	y	nadie	era	tan	fuerte	como	para	dominarlo.
Y	siempre,	noche	y	día,	andaba	entre	los	sepulcros	y	en	los	montes	dando	gritos	e	hiriéndose	con
piedras.	Cuando	vio	a	Jesús	de	lejos,	corrió	y	se	postró	delante	de	Él;	y	gritando	a	gran	voz,	dijo:
¿Qué	 tengo	 yo	que	 ver	 contigo,	 Jesús,	Hijo	 del	Dios	Altísimo?Te	 imploro	por	Dios	 que	no	me
atormentes.
Porque	Jesús	le	decía:	Sal	del	hombre,	espíritu	inmundo.	Y	le	preguntó:	¿Cómo	te	llamas?	Y	él	le
dijo:	Me	llamo	Legión,	porque	somos	muchos.
Entonces	le	rogaba	con	insistencia	que	no	los	enviara	fuera	de	la	tierra.
Y	 había	 allí	 una	 gran	 piara	 de	 cerdos	 paciendo	 junto	 al	 monte.	 Y	 los	 demonios	 le	 rogaron,
diciendo:	Envíanos	a	los	cerdos	para	que	entremos	en	ellos.	Y	Él	les	dio	permiso.	Y	saliendo	los
espíritus	 inmundos,	 entraron	 en	 los	 cerdos;	 y	 la	 piara,	 unos	 dos	 mil,	 se	 precipitó	 por	 un
despeñadero	al	mar,	y	en	el	mar	se	ahogaron.
Y	los	que	cuidaban	los	cerdos	huyeron	y	lo	contaron	en	la	ciudad	y	por	los	campos.	Y	la	gente	vino
a	ver	qué	era	lo	que	había	sucedido.
Y	 vinieron	 a	 Jesús	 y	 vieron	 al	 que	 había	 estado	 endemoniado,	 sentado,	 vestido	 y	 en	 su	 cabal
juicio”.
S.	Marcos	5:2-15
Vicios	–	A	pesar	de	considerarse	el	hecho	de	tener	un	vicio	como	una	degeneración	moral	o	psíquica	del
individuo,	todavía	no	se	ha	definido	su	causa.	El	vicioso	no	es	vicioso	porque	le	gusta,	sino	porque	es
víctima	de	fuerzas	malignas	que	controlan	su	intelecto	y	su	querer.
Cuando	la	fuerza	maligna	es	expulsada,	la	persona	comienza	a	tener	el	control	de	su	voluntad.	Pero
el	ejercicio	de	la	fe	en	la	Palabra	de	Dios	es	imprescindible	para	mantener	su	liberación.
Normalmente,	 los	vicios	que	padecen	algunos	creyentes	no	son	 las	bebidas	o	 las	drogas,	 sino	el
tabaco,	sexo	anal,	pornografía,	internet,	adulterio	y	homosexualismo.
La	 verdad	 es	 que	 los	 espíritus	 del	 vicio	 dominan	 la	mente	 de	 sus	 víctimas	 y	 las	 convierten	 en
rehenes	de	todo	lo	que	contraría	el	orden	y	la	disciplina	del	Reino	de	Dios.
El	reino	de	las	tinieblas	ha	impuesto	a	sus	ciudadanos	la	doctrina	de	la	distorsión	de	todo	lo	que	es
verdadero,	respetable,	justo,	puro,	amable	y	lo	bien	visto,	precisamente	para	aborrecer	al	Creador.
Enfermedades	no	diagnosticadas	–	Además	de	los	dolores	de	cabeza,	como	ya	hablamos,	hay	muchos
otros	dolores	que	no	tienen	un	diagnóstico	médico.	Dolores	localizados	en	el	estómago,	las	piernas,	la
columna	 y	 dolores	 generalizados	 en	 todo	 el	 cuerpo	 son	 algunas	 de	 las	 evidencias	 de	 una	 posesión
maligna.
Me	acuerdo	de	un	joven	que	se	retorcía	de	dolor	en	la	zona	del	estómago.	No	podía	comer	nada	y
ni	tan	siquiera	tocarse	 la	barriga.	Los	médicos	 le	sometieron	a	cuatro	 intervenciones	quirúrgicas,
intentando	 encontrar	 la	 raíz	 del	 problema,	 y	 no	 encontraron	 nada	 anormal.	 Por	 eso,	 rehusaban
avalar	la	pensión	del	joven	por	invalidez.
Ese	 hecho	 podía	 ser	 comprobado	 no	 sólo	 por	 las	 radiografías	 y	 por	 la	 amplia	 documentación
médica,	sino	también,	por	las	marcas	de	los	puntos	en	la	zona	del	estómago.
Después	 de	 la	 oración	 de	 fe,	 el	 espíritu	 de	 enfermedad	 ahí	 localizado	 fue	 expulsado	 y,
definitivamente,	 el	 joven	 ya	 no	 volvió	 a	 sentir	 dolor.	En	 ese	mismo	momento	 pudo	 comer	 pan,
beber	agua	y	presionar	libremente	el	estómago.	¡Maravilla	por	el	poder	de	la	fe	en	el	Nombre	de
Jesús!
Muchos	 creyentes	 en	 Jesús	 han	 sufrido	 con	 ese	 mal	 y,	 a	 pesar	 de	 haber	 buscado	 ayuda	 en	 la
medicina,	 siguen	 sufriendo.	Es	 difícil	 intentar	 concienciarlos	 de	 que	 el	 origen	 de	 sus	 dolores	 es
estrictamente	espiritual,	es	decir,	una	posesión	localizada.
Envidia	–	La	envidia	se	caracteriza	por	el	odio	o	disgusto	por	el	éxito	ajeno.	Es	cierto	que	el	envidioso
está	poseído	por	el	espíritu	de	la	envidia,	que	ciega	los	buenos	ojos.	Respecto	a	eso,	sabemos	que	los
malos	ojos	dejan	todo	el	cuerpo	en	tinieblas.	Es	lo	que	enseñó	el	Señor	Jesús:	“Pero	si	tu	ojo	está	malo,
todo	tu	cuerpo	estará	lleno	de	oscuridad”	(S.	Mateo	6:23).
El	espíritu	de	la	envidia	es	tan	nocivo	que	concibió	el	primer	homicidio	en	la	Tierra.	Caín,	poseído
por	tal	espíritu,	mató	a	su	propio	hermano	Abel	(Génesis	4:4-8).
Los	malos	ojos	del	 envidioso	 le	 impiden	crecer	y	desenvolver	 su	propio	potencial.	Su	constante
malestar	se	debe	al	logro	ajeno.
Muchos	creyentes	en	 Jesús	no	consiguen	dar	un	único	paso	al	 frente	porque	 su	visión	espiritual
está	bloqueada	por	ese	espíritu.
Depresión	 –	 La	 depresión	 es	 un	mal	 que	 involucra,	 además	 de	 a	 las	 emociones,	 al	 aspecto	 físico	 y
mental	del	ser	humano.	Lo	más	grave	en	la	depresión	es	que	invade	el	mundo	interior,	siendo	conocida
como	la	enfermedad	del	alma.
Las	 personas	 deprimidas	 alimentan	 pensamientos	 de	 derrota,	 de	 fracaso	 y	 se	 sienten	 impotentes
ante	 sus	 problemas.	 No	 poseen	 motivación	 o	 entusiasmo	 para	 vivir	 y,	 en	 algunos	 casos,	 no
entienden	la	razón	de	ser	tan	infelices.
La	depresión	normalmente	tiene	su	origen	en	desengaños	amorosos	o	en	pérdidas	afectivas,	como
la	muerte	 de	 un	 ser	 querido.	Otros	 factores	 como	 el	 desempleo,	 las	 deudas	 y	 la	 incomprensión
familiar,	pueden	acentuar	este	estado.
Para	los	ojos	humanos,	la	depresión,	además	de	que	parece	no	tener	solución,	también	parece	no
dar	 oportunidades	 para	 que	 el	 deprimido	 encuentre	 el	 camino	 de	 vuelta	 a	 la	 vida	 normal.	 Sus
síntomas,	cuando	no	se	toman	en	serio,	pueden	culminar	en	el	suicidio.
La	Biblia	 cita	 casos	 de	 depresión,	 como	el	 del	 rey	Saúl.	El	 origen	de	 su	 tristeza	 y	 perturbación
espiritual,	 sin	 embargo,	 no	 fue	 de	 origen	 sentimental,	 orgánica,	 ni	 económica,	 sino	 debida	 a	 su
desobediencia	 al	 Señor,	 lo	 que	 provocó	 su	 alejamiento	 del	 Espíritu	 de	 Dios,	 como	 podemos
comprobar:
“Sucedía	que	cuando	el	 espíritu	malo	de	parte	de	Dios	 venía	a	Saúl,	David	 tomaba	el	arpa,	 la
tocaba	con	su	mano	y	Saúl	se	calmaba	y	se	ponía	bien,	y	el	espíritu	malo	se	apartaba	de	él”.
1	Samuel	16:23
Así	como	Saúl	buscaba	alivio	para	 la	dolencia	de	su	alma	en	el	arpa	de	David,	muchos	 también
buscan	 en	 la	medicina,	 o	 en	 la	música,	 la	 solución.	Aún	 así,	 la	 cura	 para	 esa	 enfermedad	no	 es
frecuente.
Cuando	 se	 diagnostica	 la	 depresión,	 los	 médicos	 dicen	 que	 su	 recuperación	 es	 lenta	 y	 que	 la
curación	sólo	sucederá	cuando	el	paciente	se	proponga	cambiar,	cuando	verdaderamente	estuviera
dispuesto	desde	el	fondo	del	alma	a	“salir	adelante”.
Estamos	seguros,	sin	embargo,	que	el	verdadero	origen	de	la	depresión	es	de	carácter	espiritual	y
no	físico.	Si	consideramos	entonces,	que	la	depresión	es	de	naturaleza	espiritual,	la	mejor	forma	de
combatirla	será	tratando	el	espíritu.
Si	no	fuera	un	problema	estrictamente	espiritual,	la	medicina	ya	habría	presentado	un	diagnóstico
más	preciso	y	ciertamente,	la	solución	definitiva.	Pero,	al	ser	un	problema	espiritual,	la	situación
del	deprimido	se	agrava	con	el	tiempo	precisamente	por	haber	interferencias	constantes	de	espíritus
malignos.
Además	de	los	síntomas	ya	planteados,	están	también	los	vértigos,	desmayos,	heridas	en	las	piernas	que
no	 cicatrizan,	 la	 falta	 de	 constancia	 en	 el	 trabajo,	 la	 destrucción	 del	 hogar,	 los	 fracasos	 en	 la	 vida
sentimental,	la	miseria,	en	fin,	una	infinidad	de	hechos	científicamente	inexplicables.
Todo	eso	se	debe	a	la	acción	de	los	espíritus	malignos	que	actúan	tanto	en	los	hijos	del	mundo	como	en
los	creyentes	carnales.
Muchas	veces,	las	personas	me	preguntan	la	razón	por	la	que	Dios	permite	que	los	espíritus	malignos
actúen	en	los	seres	humanos;	entonces,	respondo	que	no	es	Dios	quien	permite	la	acción	de	los	espíritus
malignos	en	las	personas,	sino	ellas	mismas,	ya	sea	por	mantenerse	en	las	tinieblas,	ya	sea	por	apartarse
de	la	Luz.
No	se	puede	olvidar	que	 la	voluntad	humana	es	soberana.	Somos	seres	dotados	del	 libre	albedrío.	Ni
Dios	 ni	 el	 diablo	 pueden	 imponernos	 ninguna	 cosa.	 La	 actuación	 del	 mal	 en	 el	 ser	 humano	 es	 el
resultado	de	su	rechazo	al	señorío	del	Señor	Jesucristo.
Así,	definitivamente,	la	curación	de	la	depresión	sólo	acontece	por	medio	de	la	fuerza	interior.	Y,	¿existe
mayor	 fuerza	que	 la	 fe?	 ¡Creemos	que	no!	No	 fue	 sin	 ton	ni	 son	que	Dios	plantó	dentro	de	cada	 ser
humano	esa	simiente.
Luego,	si	la	depresión	es	una	enfermedadespiritual,	solamente	el	poder	de	Dios	podrá	curarla.	El	Señor
Jesús	prometió:	“Venid	 a	mi	 todos	 los	 que	 estáis	 cansados	 y	 cargados,	 y	 yo	 os	 haré	 descansar”	 (S.
Mateo	11:28).
Busque	a	Aquél	que	tiene	el	poder	de	curar	su	alma,	así,	cuando	Él	ocupe	todos	los	espacios	de	su	vida,
la	depresión	le	abandonará	para	siempre.
Yo	 mismo	 estaba	 poseído	 por	 los	 espíritus	 malignos,	 pero	 el	 día	 en	 que	 tuve	 conocimiento	 de	 la
Salvación	 por	 la	 fe	 exclusiva	 en	 el	 Señor	 Jesús,	 inmediatamente	Le	 entregué	mi	 vida	 con	 todas	mis
fuerzas	y	comencé	a	poner	en	práctica	Su	Palabra.	Mi	vida	se	transformó.
Desde	entonces,	toda	la	acción	del	infierno	en	mi	vida	fue	neutralizada.	Ni	siquiera	tuve	la	necesidad	de
que	 alguien	 expulsara	 los	 demonios	 de	 mi	 cuerpo.	 El	 conocimiento	 de	 la	 Verdad	 me	 liberó	 de	 las
fuerzas	 del	mal.	 Actualmente,	 gozo	 de	 la	 presencia	 del	 Espíritu	 del	 Señor	 Jesús,	 de	 Su	 paz	 y	 de	 la
certeza	de	la	Salvación	de	mi	alma.
Hoy,	ni	todos	los	integrantes	del	infierno	juntos	tienen	poder	para	someterme	y	poseerme,	porque	tengo
como	Señor	un	Dios	Todopoderoso	que	me	sustenta	y	me	guarda.	Pero	lo	mismo	no	sucede	con	todos,
pues	no	todos	están	dispuestos	a	rendirse	de	cuerpo,	alma	y	espíritu	al	Señor	Jesús.
Ante	 esta	 situación,	 las	 fuerzas	 del	mal	 que	 actúan	 en	 la	Tierra,	 encuentran	 en	 ese	 tipo	 de	 personas,
presas	fáciles	para	matar,	robar	y	destruir.
>>	La	carne	inmoviliza	al	espíritu
Los	hijos	de	la	carne	están	convencidos	de	su	conversión.	Este	convencimiento	viene	del	hombre,	pero
no	del	Espíritu	de	Dios.	Su	naturaleza	carnal	neutraliza	su	fe,	a	pesar	de	su	religiosidad.
Esas	personas	cuando	están	en	la	iglesia	se	someten	al	clima	de	la	fe	existente;	pero,	si	estuviesen	en	un
ambiente	contrario	a	la	fe,	absorberían	las	dudas	allí	sembradas.
El	nacido	de	la	carne	es	como	la	luna,	que	no	tiene	luz	propia	y	vive	de	la	luz	solar.	Así	son	los	hijos	de
la	carne;	mientras	están	en	la	iglesia,	su	fe,	aparentemente	está	en	alza,	aseguran	creer	ciegamente	en	la
Palabra	allí	predicada;	pero	cuando	salen	de	aquel	ambiente	de	fe,	permiten	fácilmente	la	acción	de	las
dudas.
Resumiendo:	Son	una	persona	en	la	iglesia	y	otra	fuera.	Y,	¿cómo	alguien	pretende	vencer	sus	luchas
diarias	si	no	tiene	en	sí	mismo	la	firmeza	de	la	fe?
La	lucha	del	ser	humano	es	estrictamente	espiritual	y	se	limita	al	campo	espiritual	de	cada	uno,	en	su
interior.	Si	 el	 interior	 es	 fuerte,	 la	 victoria	 se	 reflejará	 en	 su	 exterior;	 pero,	 si	 el	 interior	 es	 débil,	 la
derrota	también	se	reflejará	en	su	exterior.
La	fuerza	del	interior	humano	está	en	la	fe	establecida	por	la	Palabra	de	Dios.	Es	la	fe	inteligente	quien
dirige	 a	 la	 razón,	 el	 intelecto,	 la	mente	 o	 al	 espíritu.	 Cuando	 Pablo	 habla	 que	 tenemos	 la	mente	 de
Cristo,	se	está	refiriendo	justamente	a	los	pensamientos	del	Señor	Jesús.	El	nacido	del	Espíritu	tiene	los
pensamientos	de	Dios.
Pero	esto	mismo	no	ocurre	con	los	hijos	de	la	carne,	pues	a	pesar	de	creer	en	Dios,	aun	así,	cultivan	la	fe
sólo	en	el	corazón	sin	el	uso	de	la	inteligencia,	es	decir,	la	fe	emotiva.	Ese	tipo	de	fe	es	circunstancial	y
no	tiene	ningún	resultado.	Esa	es	la	razón	por	la	que	la	mayoría	de	los	“creyentes”	viven	al	margen,	en
el	fracaso	total.
La	 naturaleza	 carnal	 inmoviliza	 la	 fuerza	 interior,	 convirtiendo	 la	 fe	 racional	 en	 inútil;	 por	 eso,	 el
apóstol	Pablo	afirma:
“Porque	si	vivís	conforme	a	la	carne,	habréis	de	morir;	pero	si	por	el	Espíritu	hacéis	morir	las	obras
de	la	carne,	viviréis”.
Romanos	8:13
Podemos	entender	mejor	esta	palabra	de	la	siguiente	forma:	Si	vivimos	satisfaciendo	nuestra	voluntad,
caminaremos	hacia	el	 infierno.	Pero	si	vivimos	satisfaciendo	 la	voluntad	del	Espíritu	Santo,	haciendo
morir	nuestros	deseos	personales	malignos,	ciertamente,	seremos	salvos.
Mortificar	 los	actos	del	cuerpo	significa	evitar	actitudes	que	contraríen	 la	voluntad	de	Dios.	Mientras
esté	“viva”	la	carne	puede	ser	estimulada	por	los	espíritus	inmundos	y	la	persona	procede	a	hacer	lo	que
no	le	gustaría	hacer;	pero	negándose	a	sí	misma,	estaría	mortificando	a	la	carne;	como	consecuencia,	las
fuerzas	espirituales	del	mal	quedarían	neutralizadas.
Si	la	persona	usa	las	páginas	pornográficas	de	internet,	por	ejemplo,	es	obvio	que	se	prostituirá	con	los
ojos.	Respecto	a	ese	tipo	de	actitud	el	Señor	Jesús	dice:	“Pero	yo	os	digo	que	todo	el	que	mire	a	una
mujer	para	codiciarla	ya	cometió	adulterio	con	ella	en	su	corazón”	(S.	Mateo	5:28).
Al	 determinar	 consigo	mismo,	 actuar	 contrariando	 su	 voluntad	 y	 obedeciendo	 la	 Palabra	 de	Dios,	 el
Espíritu	Santo,	Realizador	del	nuevo	nacimiento,	hará	del	nacido	de	la	carne	una	nueva	criatura.
3.	Nacidos	del	Espíritu	Santo
El	nacido	del	Espíritu	Santo	no	depende	de	cargos	o	diplomas	universitarios	para	ser	de	Dios,	sino	de	su
experiencia	personal	con	el	propio	Espíritu	Santo.	Al	nacer	de	Dios,	la	imagen	espiritual	corrompida	del
primer	Adán	se	apaga	y	asume	la	 imagen	espiritual	santa,	separada,	del	Segundo	Adán,	que	es	Jesús,
porque:	“El	primer	hombre,	Adán,	 fue	hecho	alma	viviente.	El	último	Adán,	espíritu	que	da	vida”	 (1
Corintios	15:45).
Más	adelante	veremos	las	diferencias	entre	los	nacidos	con	la	naturaleza	adámica	y	los	nacidos	con	la
naturaleza	 espiritual.	 Es	 extremadamente	 importante	 observar	 la	 enorme	 necesidad	 de	 buscar	 estar
investido	de	la	misma	naturaleza	del	Señor	Jesucristo.
Poseer	la	misma	naturaleza	espiritual	del	Señor	Jesús	no	es	un	sueño	o	una	utopía	de	perfección,	sino
una	necesidad	requerida	por	el	Propio	Hijo	de	Dios:	“Lo	que	es	nacido	de	la	carne,	carne	es,	y	lo	que	es
nacido	del	Espíritu,	espíritu	es”	(S.	Juan	3:6).
Después	de	leer	esos	versículos,	queda	perfectamente	comprensible	la	promesa	del	Señor	cuando	dice:
“El	que	cree	en	mí	las	obras	que	yo	hago,	él	las	hará	también;	y	aun	mayores	que	éstas	hará,	porque	yo
voy	al	Padre”	(S.	Juan	14:12).
Jamás	 nos	 sería	 posible	 realizar	 Sus	Obras	 y,	mucho	menos,	 otra	mayores,	 si	 no	 estuviésemos	 en	 la
misma	condición	que	Él,	es	decir,	si	no	tuviésemos	Su	naturaleza	espiritual.
Solamente	los	nacidos	del	Espíritu	reciben	la	unción	de	la	misma	forma	como	el	Señor	Jesús	la	recibió
del	Padre;	por	eso,	también	están	habilitados	para	hacer	semejante	Obra	e	incluso,	mayor.
La	venida	del	Espíritu	Santo	no	se	haría	presente	a	los	siervos	del	Señor	Jesús	solamente	con	dones	de
poder,	sino	sobre	todo,	para	formar	en	ellos	el	carácter	de	Dios.	El	Señor	Jesús	no	poseía	sólo	la	unción,
sino	también,	el	carácter	de	Dios.	Y	lo	mismo	sucede	con	todos	los	que	nacen	de	Él,	es	decir,	reciben	Su
naturaleza,	Su	carácter	y	el	poder	de	ser	hijos	de	Dios.
Quien	dice	haber	sido	bautizado	con	el	Espíritu	Santo	tiene	fe	para	expulsar	demonios,	curar	enfermos	y
predicar	el	Evangelio;	por	otro	lado,	si	no	manifiesta	el	carácter	de	Dios,	está	completamente	engañado.
Para	Dios	es	mucho	más	importante	ser	que	hacer.	La	prueba	de	eso	está	en	Su	Palabra:
“No	todo	el	que	me	dice:	“Señor,	Señor”,	entrará	en	el	reino	de	los	cielos,	sino	el	que	hace	la	voluntad
de	mi	Padre	que	está	en	los	cielos.
Muchos	me	dirán	en	aquel	día:	“Señor,	Señor,	¿no	profetizamos	en	tu	nombre,	y	en	tu	nombre	echamos
fuera	demonios,	y	en	tu	nombre	hicimos	muchos	milagros?”
Y	entonces	les	declararé:	“Jamás	os	conocí;	apartaos	de	mi	los	que	practicáis	la	iniquidad””.
S.	Mateo	7:21-23
Por	lo	tanto,	el	nacido	del	Espíritu	Santo	no	recibe	solamente	Su	autoridad	en	la	Tierra,	sino	también	Su
carácter	a	ejemplo	del	Señor	Jesucristo.
Eso	 es	 algo	 demasiado	 maravilloso	 y	 grandioso	 como	 para	 que	 puedan	 comprenderlo	 aquéllos	 que
todavía	no	tuvieron	una	experiencia	personal	del	encuentro	con	Dios.	Es	incomprensible,	tanto	para	los
hijos	del	diablo,	como	para	los	hijos	de	la	carne.
>>	¿Cómo	nacer	del	Espíritu	Santo?
Es	obvio	que	el	nacimiento	de	un	niño	depende	exclusivamente	de	los	padres,	pero	eso	sucede	sólo	en
este	mundo.	En	el	mundo	espiritual,	en	el	mundo	de	Dios,	el	nacimiento	del	agua

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