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EL CONDE DE ZENNOR LA LIGA DE LOS PICAROS LIBRO XVIII LAUREN SMITH Traducido por L. M. GUTEZ. http://www.laurensmithbooks.com/ ÍNDICE Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Cuando un Conde se Enamora La presente es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y acontecimientos o bien son producto de la imaginación del autor o se emplean de manera figurada, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos comerciales, hechos o escenarios, es mera coincidencia. Copyright 2023 por Lauren Smith Traducción hecha por L.M. Gutez Copyright Traducción 2023 Todos los derechos reservados. De acuerdo con la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, el escaneo, la transferencia y el intercambio electrónico de cualquiera de las partes de este libro sin el permiso del editor, representa un acto de piratería ilegal y un robo de la propiedad intelectual del autor. Si desea utilizar material de este libro (que no sea para fines de reseña), debe obtener un permiso previo por escrito poniéndose en contacto con el editor en lauren@laurensmithbooks.com. Gracias por su colaboración en la defensa de los derechos del autor. El editor no es responsable de los sitios web (o de su contenido) que no sean de su propiedad. ISBN: 978-1-960374-11-0 (edición libro electrónico) ISBN: 978-1-960374-12-7 (edición papel) P 1 enzance, Inglaterra, abril de 1822 —¿SABES QUÉ ES LO QUE ESTÁ MAL CONTIGO, TRYSTAN? Trystan Cartwright, el Conde de Zennor, arqueó una ceja oscura hacia uno de los dos hombres sentados frente a él en la mesa de la pequeña y mugrienta taberna. Graham Humphrey, un caballero de pelo rubio y ojos grises iluminados por una peligrosa picardía, sonrió a Trystan. Su acompañante era Phillip, el Conde de Kent, un hombre solemne con una naturaleza tan honesta que compensaba los comportamientos pícaros de Trystan y Graham. Graham y Phillip eran dos de sus amigos de mayor confianza, los únicos que podían frenarlo cuando su temeridad empezaba a desbordarse. —¿Qué? —preguntó Trystan, con un tono lacónico mientras levantaba su vaso y bebía el whisky. —Estás aburrido. Te pones irritable cuando no tienes nada que hacer —observó Graham. —Él no se equivoca —añadió Phillip—. Y a menudo, lo que te entretiene no es nada que yo recomendaría —dudó antes de continuar en un tono más cuidadoso—. Lo que necesitas es una esposa. Trystan resopló. —No, todavía no. Quizá nunca. Las esposas pueden ser útiles, pero apenas entretienen. Son grilletes que atan a los hombres a tumbas prematuras. —Las esposas pueden abrir puertas que los hombres no pueden —dijo Phillip sabiamente—. Por ejemplo, una mujer de alcurnia que ha sido educada para estar familiarizada con los entresijos de la sociedad, mujeres como Audrey St. Laurent o Lady Lennox, que conocen los negocios y la política. Tienen una gran cantidad de poder e influencia en círculos no solo femeninos. —Pero, ¿qué necesito yo con poder e influencia? Ya tengo de sobra —replicó Trystan—. Además, puedes convertir a cualquier mujer en una criatura de sociedad. Aliméntala con las frases correctas, ponle la ropa adecuada y encajaría como cualquier gansa con una manada de gansos. —¿Estás de broma? No puedes simplemente coger a cualquiera y convertirla en una dama. A las damas se las educa desde que nacen para que piensen y se comporten de una determinada manera —argumentó Graham. —Quizá ese sea el problema. Tal vez prefiera conversar con un golfillo de calle que con otra aburrida dama de sociedad. Todas me aburren. Graham soltó una risita. —Necesitas una amante, no una esposa, obviamente — dijo, y dio un trago a su ale—. Las amantes son divertidas, pero necesitan dinero para mantenerse contentas. Mi última amante me costó una casa y la mitad de las joyas de Londres —Graham frunció el ceño, como si no hubiera considerado realmente el costo hasta este momento. Era de esperar. Graham no solía pensar mucho en las cosas. Simplemente hacía lo que quería y al diablo las consecuencias. Por eso Trystan y él se llevaban estupendamente. Trystan suspiró. —Me temo que hasta las amantes me aburren —su mirada recorrió la pequeña y destartalada taberna. El mugriento empapelado se desprendía en algunas partes, las mesas necesitaban más que un buen fregado y el hombre al que habían pagado por las bebidas tenía aspecto de haber disputado unos cuantos asaltos en un combate pugilístico. Trystan prefería su club habitual, Boodle's, pero estaban lejos de Londres y se dirigían a su casa en Zennor, lo que significaba que los lugares de buena reputación disminuían en número cuanto más se alejaban de la civilización. Zennor, a pesar de su ubicación rural, no estaba tan mal; Trystan podía admitirlo. Su casa ancestral estaba construida cerca de la costa de Cornualles, y le gustaba cómo el viento soplaba desde el mar y cómo el agua, de un azul intenso, se convertía en espuma blanca al chocar contra los acantilados rocosos que bordeaban el mar. Por mucho que disfrutara de los placeres de una ciudad como Londres, sentía una innegable atracción por su hogar, las numerosas habitaciones del caserón llenas de recuerdos de una infancia rica en aventuras, aunque a veces solitaria. Tras la muerte de su madre, cuando él no tenía más que diez años, su padre y él se habían acercado. Había aprendido a apreciar la tierra y la casa que hacía solo unos años habían pasado a ser suyas después del derrame cerebral de su padre, uniéndose así a su madre. Tras la muerte de su padre, Trystan había asumido la vida de conde con relativa facilidad. No despilfarró la fortuna de su familia en la bebida, el juego u otros vicios. Su imprudencia venía en forma de lo que le entretenía… normalmente algo que hacía que Phillip frunciera el ceño y lo sermoneara sobre la responsabilidad. Sus dos antiguos amigos del colegio eran el ángel y el demonio proverbiales sobre sus hombros, ofreciéndole tanto tentación como templanza, lo que a su manera era un entretenimiento. Trystan recorrió de nuevo la taberna con la mirada, esta vez fijándose en sus ocupantes. Todos aquí venían de una vida miserable. La mayoría parecían estibadores o marineros. Era posible que incluso algunos piratas siguieran navegando por el pueblo costero. Como aristócratas, Trystan, Graham y Phillip destacaban entre la multitud, y por ello se estaban ganando más de una mirada curiosa de los hombres más brutos apiñados junto a la chimenea en el lado opuesto de la sala. Las miradas especulativas que le dirigían podían acabar en problemas, lo que hizo sonreír a Trystan. Tal vez estos hombres los atacarían con la esperanza de conseguir algo de dinero. ¿No sería un buen cambio de aire? Le vendría bien una buena pelea. Había estudiado durante años en el Salón de Jackson con los mejores boxeadores de Londres, e incluso había conseguido darle unos buenos golpes al legendario Conde de Lonsdale. Graham hizo un gesto al tabernero para que les trajera más ale. —Lo que necesitas, amigo mío, es un desafío. —Sí, pero no se me ocurre nada que pueda mantener mi interés —jugó con el borde de su copa, deslizando suavemente la punta de un dedo a lo largo de su suave borde. —¿Qué tal una apuesta? —dijo Graham. Phillip puso los ojos en blanco. —Vosotros dos y vuestras malditas apuestas. ¿No aprendisteis nada la última vez, cuando liberasteis a ese oso en ese ring de peleas de perros? Trystan se rio. —Nunca había visto a tantos hombres correr y gritar como niños cuando esa pobre bestia se liberó. Sin embargo, tienes que admitir que hicimos algo bueno, Phillip. Ese oso nunca debería haber estado encadenado y obligado a luchar así. Phillip cerró los ojos y se los frotó con el pulgar y el índice. —Por mucho que me duela admitirlo, sí, pero la única razón por la que nadie murió mutilado fue por ese escocés que estuvo allí para calmarlo.Si no hubiera tenido ese don con los animales, quizá os habrían matado a los dos, y también a la bestia. Trystan recordaba muy bien esa noche y la oleada de energía que había sentido al liberar a la bestia y ver cómo perseguía a los hombres que la habían atormentado. Pero Phillip tenía razón, el oso habría acabado matando a alguien si Aiden Kincade no hubiera estado allí para calmar a la criatura y encerrarla en un carruaje fuera del almacén donde la bestia había estado cautiva. —A buen fin, no hay mal principio. El oso está ahora en Escocia y nosotros seguimos aquí apostando una vez más en algo ridículo —sin embargo, no estaba nada convencido de que hubiera algo nuevo en lo que pudiera apostar que lo entretuviera durante mucho tiempo. Un mozo les llevó más ale, golpeando las jarras con tanta fuerza que la bebida se derramó por las copas. —¡Oye! Cuidado, muchacho —le espetó Trystan al muchacho. —¡Ojo, milord! —replicó bruscamente el muchacho y volvió a la barra. —Muchacho impertinente —observó Graham—. Como iba diciendo… Se oyó un fuerte golpe cerca de la barra. El chico había tropezado y una bandeja de tazas yacía destrozada en el suelo. —¡Idiota! —el barman levantó una mano y abofeteó al chico, quien cayó al suelo con un agudo grito de dolor. Trystan, Graham y Phillip se tensaron. —Él ha sido impertinente, pero no se merecía eso —dijo Graham. —¡Hazlo otra vez y te venderé al prostíbulo! —rugió el barman. Pateó las costillas del chico cuando éste se puso de rodillas para recoger los trozos. Cayó de espaldas y la gorra se desprendió, liberando un mechón de pelo largo y oscuro en una maraña desordenada y grasienta. —Maldita sea… Es una chica —murmuró Trystan a sus amigos mientras todos miraban asombrados a la criatura del suelo. Era pequeña, de mejillas sucias, nada atractiva y tenía una lengua mordaz, pero seguía siendo una niña y no deberían haberla golpeado así. —Si intentas venderme, ¡te arrancaré el maldito corazón y se lo venderé al maldito carnicero, bastardo! —le espetó la chica al barman. A pesar de sus mejores intenciones, Trystan sonrió ante la valentía de la chica. —Hay una chica con un par de pelotas —dijo Graham—. Esa es una mujer que nunca sería domesticada en una tranquila y dócil dama de sociedad —se rio, pero Trystan no lo hizo. Se quedó mirando a la chica mientras ésta cogía un trozo de taza rota y se lo lanzaba al barman. El pedazo de arcilla se estrelló contra la pared, junto a la cabeza calva del hombre. Luego salió corriendo antes de que el cerdo la alcanzara. Durante un segundo, la taberna quedó en silencio. Luego todo volvió a la normalidad, las risas, las burlas y la bebida. La diablilla se había ido y a nadie parecía importarle. —Qué bien. Una copa y un espectáculo —dijo Graham. Los labios de Trystan se crisparon mientras miraba la puerta por la que la chica había desaparecido hacía un momento. —Cristo, él tiene esa mirada de nuevo —murmuró Phillip. Graham estaba menos preocupado y miró esperanzado a Trystan. —¿Qué pasa? ¿Cuál es tu idea? —conocía demasiado bien a su amigo. Trystan se recostó en su silla, con una sonrisa de suficiencia dibujándose en su rostro mientras cogía su jarra de ale. —Apuesto a que puedo convertir a esa chavala en una verdadera dama en un mes. —¿Esa? ¿La arpía que amenazó con arrancarle el corazón a un hombre? Acabo de decir que es imposible convertir a una chica así en una dama —dijo Graham con una risita—. Deberías tener cuidado de que no te arranque el tuyo. —Sí, esa —Trystan sonrió perversamente al pensar en semejante desafío. —Si la conviertes en una dama de verdad, una que rivalice con una duquesa como Emily St. Laurent, te pagaré doscientas libras —Graham ofreció la enorme suma de dinero como si apenas importara. —Añade ese carruaje negro y rojo y tu pareja de caballos castrados más rápida, y aceptaré la apuesta — ofreció Trystan. Graham lo miró pensativo. —¿Y si lo hacemos más interesante? El baile de Lady Tremaine es dentro de un mes. Si llevas a esa chica al baile y engaña a todos, ganas. Pero si alguien ve a través de su disfraz y fallas, me debes… —Graham se deleitó con sus siguientes palabras—. La escritura de tu cabaña de cazadores en Escocia. Me apetece bastante. —En efecto, altas apuestas, tal como me gusta —Trystan soltó una risita. Tener mucho que perder solo aumentaba la emoción de la apuesta, y sus amigos lo sabían. —Ahora, esperad un minuto —intervino Phillip—. Se trata de una mujer, aunque ruda y maleducada. Debemos establecer algunas reglas por razones de decoro. —¿Reglas? —se burló Graham en el mismo momento en que Trystan respondió—: ¿Decoro? —Sí —insistió Phillip—. Si ambos hacéis lo que estáis planeando, esa mujer estará bajo tu control, Trystan. Serás responsable de ella. Eso significa que no puedes convertirla en una amante o aprovecharte de ella. Debes pensar en su futuro. ¿Qué razón tiene ella para aceptar tus términos, y qué harás una vez que la apuesta termine? ¿Volverla a meter en este bar y decirle que siga como antes? Trystan se rio. —¿De verdad crees que me aprovecharía de esa criatura? Dios, Phillip, tengo valores. Pensé que era un maldito niño, por el amor de Dios. La pequeña vándala no tiene nada que temer de mí. No la tocaré. Ni siquiera si me lo ruega, y no a menos que pierda mi propia cordura —aún se reía de la idea. Él tenía su elección de mujeres para compartir su cama, y ciertamente no elegiría a una golfa sedienta de sangre como la criatura que acababa de ver. —Bien —Phillip se relajó—. Ambos debéis tratar a esta chica con cierto sentido del decoro y la caballerosidad. Trystan resopló, y Graham sólo se rio en su jarra de ale. —Basta de hablar —dijo Graham—. Empieza, Trystan. Reclama a la chica y sigamos nuestro camino. Trystan se levantó, se quitó el polvo del chaleco y se acercó al barman. Apoyó los brazos en la barra y se inclinó hacia delante para hablarle. —¿Era tuya esa chavala de vándala? —le preguntó al hombre. —¿Chavala? —el barman parecía confundido por la palabra. —Sí, la chica a la que pateaste como a un perro hambriento. El corpulento hombre de pelo gris se rascó la barbilla y miró con desconfianza a Trystan. —¿Y si es mía? —Entonces deseo comprártela —Trystan esperaba que el hombre mostrara al menos un poco de preocupación por el trato de la chica o que al menos fingiera que le importaba lo que Trystan pudiera hacer con ella, pero ni siquiera preguntó por las intenciones de Trystan. —¿Cuánto estás dispuesto a pagar? Trystan miró fijamente al hombre antes de alcanzar su monedero y arrojar cincuenta guineas sobre la mesa. —Ahí van cincuenta. El hombre chasqueó los labios y decidió probar suerte. —Podría sacarle el doble si la vendo al burdel, y eso tendría más beneficios. —Ninguna madame de un burdel te daría beneficios. Ella compraría a la chica y eso sería el final. Tú y yo lo sabemos. Y ciertamente no te pagaría cincuenta guineas por esa chica. —Añade otras cinco entonces. Es mi hijastra, después de todo, y la amo mucho. Trystan dejó escapar un suspiro exasperado. —Seguro que sí, hombre —dejó otras cinco guineas junto al resto. Luego volvió con sus amigos a la mesa y terminó su jarra de ale. —¿Cuánto te ha costado? —preguntó Graham, intentando ocultar su sonrisa despreocupada. —Cincuenta y cinco guineas —no perdería ni una moneda, no con la emoción de su apuesta por delante. Graham silbó. —Chica cara. Phillip miró al cielo y se estremeció. —Vosotros dos sois unos absolutos bárbaros. —Tal vez lo seamos, pero qué desafío será éste —Trystan sonrió con deleite—. ¿Supongo que vendrás con nosotros para vigilar a la chica y hacer de niñera? Su amigo soltó un suspiro cansado, pero había una pizca de humor en sus ojos. —Supongo que será lo mejor. Aunque yo diría que sois vosotros los que necesitáis una niñera. Ignorando el comentario de Phillip, Trystan miró alrededor de la taberna. —Ahora, a buscar a la pequeñaarpía… —se dirigió a la puerta y sus dos amigos lo siguieron. Estaba un poco más borracho de lo que tal vez debería estar, pero estaba deseando vivir la aventura de convertir a esta arpía en una buena dama. BRIDGET RINGGOLD SE ACURRUCÓ CONTRA UN LADO DE LA taberna, envuelta en sombras, mientras se curaba las heridas. El golpe de su padrastro le había partido el labio, y le dolían las costillas. Sería una maldita afortunada si no estaban rotas. Su pecho estaría morado en unas horas después de la patada que había recibido. La sangre le llenaba la boca de un sabor asqueroso, y sentía escozor cada vez que se pasaba la lengua por el labio. Temblaba contra el viento otoñal que soplaba desde el mar. Deseaba desesperadamente poder volver a las cocinas y calentarse, pero las probabilidades de que su padrastro la encontrara y la golpeara de nuevo eran demasiado altas. Eso significaba que esta noche dormiría en los establos. Bridget necesitaba encontrar una forma de salir de este pueblo y empezar una nueva vida, una que no implicara pasar el tiempo sobre su espalda en un burdel. Era lo bastante mayor como para valerse por sí misma — diecinueve años, de hecho—, pero tenía pocas opciones decentes. Sabía cocinar un poco, limpiar un poco, pero no lo suficiente como para ganarse la vida decentemente. Muchos hombres le habían ofrecido matrimonio, pero ninguno era bueno ni decente. Uno de ellos había sido, casi con toda seguridad, un pirata. Si tan solo su madre hubiera estado aquí para ofrecerle consejo, para ayudarla a encontrar un camino en la vida, ya fuera aconsejándola o ayudándola a encontrar a alguien con quien compartir su vida. Su madre había muerto hacía diez años, dejando a Bridget con una bestia de padrastro. Había sido demasiado joven para aprender de su madre las habilidades que una mujer debería adquirir, y había estado demasiado ocupada intentando sobrevivir a los peligros de vivir con un hombre como su padrastro. Apartándose del lado de la taberna, cruzó el patio empedrado y corrió hacia los establos. El desván de arriba era tranquilo y nunca subía nadie, aparte del mozo de cuadra que de vez en cuando bajaba heno para los caballos. Bridget subió por la escalera y se arrastró entre los montones de heno hasta encontrar su nido hecho de mantas que formaban su cama. Durante el último año había robado las mantas de los viajeros borrachos que no se preocupaban de las pertenencias de sus carruajes mientras iban a la taberna a beber algo. Comprobó la bolsa de tela que contenía sus pocos tesoros, algo que hacía por costumbre cada noche antes de dormirse. El peine y el espejo habían sido de su madre, junto con varios chelines que se había ganado tallando madera en forma de animales. A la gente que pasaba por Penzance parecían gustarle sus figuritas. Durante los últimos años había conseguido vender o intercambiar tres o cuatro cada semana, lo que le había proporcionado algo de dinero para comprar comida y ropa extra a medida que se hacía mayor. Nunca llevaba vestidos. Aparte de lo caro que resultaba hacerse vestidos, era más fácil y seguro llevar ropa de hombre. Los lugareños sabían que era una mujer, pero con la cara sucia y el pelo recogido bajo una gorra, se las arreglaba para evitar el interés de la mayoría de los hombres que pasaban por la taberna mientras ella servía bebidas. Ni siquiera esos elegantes caballeros de esta noche se habían percatado de que era una chica cuando ella les había servido las bebidas. Ella también los había estado observando, de reojo, y se había puesto bastante nerviosa cuando su padrastro le había ordenado que les llevara más ale. Pero había hecho lo que siempre hacía cuando se ponía nerviosa: sobrecompensar con confianza. No podía permitirse ser una flor frágil; no podía fingir su fuerza ni su confianza. Pero había sido un error. Los tres hombres le habían prestado más atención por su impertinencia de la que ella había pretendido. Eran muy apuestos, con sus chalecos finamente bordados y sus botas pulidas brillando a la luz de la lámpara. Incluso el que había entrado apoyándose pesadamente en un bastón era un tipo apuesto. Los hombres no deberían ser así de atractivos, pensó Bridget con el ceño fruncido. Sobre todo el que tenía el pelo oscuro y los ojos color miel. Tenía una intensidad que a ella no le gustó nada, como si pudiera leer los pensamientos de cualquiera con solo mirarlo. Ese era peligroso. —Pero yo estoy aquí fuera, y ellos están ahí dentro — murmuró para sí misma. Nadie la molestaba en el desván porque a nadie se le ocurría mirar en los montones de paja. Se entretuvo haciendo inventario del resto de sus pertenencias, entre las que se encontraba un pequeño cuchillo de trinchar que guardaba en la parte trasera de la bolsa. Cuando se aseguró de que sus tesoros estaban a salvo, se dispuso a dormir y se cubrió con las mantas. Oyó a los caballos abajo, relinchando suavemente mientras comían avena y heno. El correteo de los ratones en algún lugar de las vigas, más que asustarla, le aseguraba que estaba a salvo. Los ratones siempre se movían cuando no había nadie. Había cerrado los ojos y empezaba a quedarse dormida cuando el movimiento de los ratones cesó y los establos se volvieron silenciosos. Un momento después, unas voces bajas susurraban entre sí desde abajo. —Debe de estar aquí. La vi cruzar el patio cuando salimos —dijo un hombre. Ella reconoció su voz refinada, la de uno de los caballeros elegantes. Su voz era suave como el brandy caliente, y ella recordó que tenía los ojos del mismo color. Bridget se deslizó fuera de las mantas y avanzó en silencio por el suelo del desván para poder asomarse al borde. Tres hombres estaban de pie en el centro de los establos, mirando a su alrededor. Bridget se agachó todo lo que pudo para evitar que la vieran. —Trystan, no hay nadie aquí —dijo uno de los otros hombres. —Ella está aquí —dijo el primer hombre con una suave risita—. ¿Verdad, pequeña arpía? ¡Sal, niña! Te he comprado a ese miserable que dice ser tu padrastro, y estoy aquí para hablar de tu futuro. —Trys, la vas a asustar. Dile primero lo que piensas hacer por ella, o pensará que quieres hacerle daño — argumentó uno de los hombres. El desván vibró cuando el hombre empezó a subir los peldaños de la escalera. Bridget habría empujado la escalera y enviado al hombre contra el suelo, pero eso no le daría una forma fácil de escapar. Si intentaba saltar, lo más probable era que se rompiera un tobillo o el cuello, y ya estaba bastante herida. Pensando con rapidez, rebuscó en su bolsa hasta encontrar su cuchillo de trinchar. Era una cuchilla pequeña, pero aún podía cortarlos si intentaban algo. Pero su mejor opción era que no la vieran. El hombre llegó a la parte superior del desván, buscando en la tenue plataforma llena de heno. Dentro de los establos había suficiente oscuridad como para que no la viera. Por favor, que no me vea, por favor. Contuvo la respiración y la sangre rugió tan fuerte en sus oídos que no pudo oír mucho más. —¡Te tengo! —con los pies aún plantados en el último peldaño de la escalera, el hombre se abalanzó sobre ella. Bridget retrocedió, pero una de sus manos la cogió por el tobillo y la arrastró hacia él. Lo pateó en la barbilla. Él gruñó de dolor, pero no la soltó. En cambio, su lucha pareció encender un nuevo fuego en él. Subió al desván y se lanzó contra ella. Bridget levantó el cuchillo justo cuando él aterrizó encima de ella, y sintió cómo la cuchilla le rozaba el brazo. —¡Cristo, tiene un cuchillo! —bramó el hombre mientras la inmovilizaba contra el suelo. Sujetó su muñeca, deteniendo la mano que sostenía el cuchillo y la presionó con fuerza contra el suelo, junto a su cabeza. —¡Suéltalo, arpía! —¡No! —espetó ella. —¡Suéltalo! —su agarre se tensó hasta el punto de provocar dolor, obligándola a soltar el cuchillo. Su agarre se relajó al instante y el dolor desapareció. —Er… oye, Trystan.Seamos rápidos con esto —dijo uno de los amigos del hombre—. Parece como si estuviéramos secuestrando a esta chica, cuando en realidad no es así. No deseo estar aquí mucho tiempo, no sea que terminemos en problemas. Nuestro carruaje está listo. Trystan la miró fijamente, con los duros ángulos de su rostro demasiado perfectos para cualquier hombre, especialmente uno tan malvado como el mismísimo diablo. —Escucha, gatita —gruñó—. Te he comprado esta noche a ese cerdo que dice ser tu padrastro. No planeo hacerte daño, excepto azotar ese culo tuyo si te atreves a apuñalarme de nuevo. —¡No soy ninguna puta! —Bridget escupió furiosa—. ¡No te atrevas a tocarme! —De eso soy muy consciente —replicó él—. Y no es por eso por lo que te he comprado. Baja conmigo, y mis amigos y yo te explicaremos lo que pienso hacer contigo". Bridget no quería ir a ninguna parte con un hombre que no conocía, y mucho menos con tres. —Vete al infierno —espetó, pero era demasiado consciente de que él estaba completamente encima de ella y podía hacerle lo que quisiera si quería. Su peso no la aplastaba, pero su cuerpo la presionaba contra el suelo, atrapada e indefensa. Algo salvaje revoloteó en su bajo vientre y la hizo sentirse extraña. —Graham, busca una cuerda, por favor. La gatita se niega a esconder las garras —gritó Trystan por encima del hombro a uno de los dos hombres que esperaban abajo. —Señorita… —llamó suavemente la voz del tercer hombre—. No queremos hacerle daño. Bridget escupió: —Estáis intentando cogerme, maldita sea. Eso no tiene nada de inocente —su protesta fue silenciada cuando Trystan puso los ojos en blanco y le metió un pañuelo en la boca. —Así está mejor —sujetó sus dos muñecas con una mano y la arrastró hacia la escalera. Ella luchó valientemente, y él pronto pareció darse cuenta de que no podía obligarla a bajar por la escalera. Se asomó por el lateral del desván y, antes de que ella pudiera impedirlo, la cogió en brazos y la arrojó. Ella chilló y aterrizó un segundo después en una carreta de heno justo abajo. Trystan bajó la escalera y la sacó del heno. —Cuerda, Graham —Trystan extendió la mano. El que no estaba apoyado en un bastón le pasó a Trystan un rollo de cuerda, que su captor utilizó para atarle las muñecas con fuerza. Luego la mantuvo quieta, con una mano fuerte sujetando su brazo. Estaba atada como una oveja para el matadero. —Tenemos que meterla en el carruaje. No quiero que ese barman cambie de opinión. Tiene demasiado coraje para acabar en un burdel —anunció Trystan. Confundida por sus palabras, se tambaleó mientras Trystan la empujaba para que siguiera a sus dos acompañantes al carruaje en espera. Ella entró en pánico, intentando escupir la mordaza. Su bolsa, sus cosas… todo lo que tenía en el mundo seguía en los establos. Su rostro se llenó de lágrimas, y uno de los hombres se dio cuenta. —No vamos a hacerte daño —dijo el que usaba su bastón para caminar. Sus ojos eran dulces mientras la miraba—. Por favor, no llore, señorita. Todo saldrá bien. Ahora, por favor, no grite. Le doy mi palabra de que nadie le hará daño —le quitó el pañuelo de la boca justo cuando los otros dos hombres se sentaron. El demonio de pelo oscuro llamado Trystan eligió el asiento justo al lado de ella y, de repente, se sintió abrigada por el calor de su cuerpo. —Por favor… por favor, milord. Mi bolsa… Es todo lo que tengo. Trystan levantó su bolsa de tela. —¿Te refieres a esto? Suspiró aliviada. —Sí, esa es. —Estoy tentado de registrarla en busca de armas — musitó mientras empezaba a abrirla. —Trystan, de verdad. Dale un poco de paz a la chica, ¿quieres? —dijo el amable. Luego la giró—. Me llamo Phillip Wilkes. Soy el Conde de Kent. —¿Un conde…? —dijo Bridget, relajándose un poco. Por un lado, parecía inconcebible que un hombre de alta cuna quisiera hacerle daño. Por otra parte, también significaba que si lo hacía, nadie podría hacer nada para detenerlo. —Así es. El hombre a tu lado es Trystan Cartwright, el Conde de Zennor. —¿Dos condes? ¿Están repartiendo títulos a cualquiera en estos días? Kent sonrió con suficiencia y señaló con la cabeza al tercer hombre. —Y ese es Graham Humphrey. —No tan elegante como tus amigos. ¿No tienes ningún título que lucir? —se burló. Los ojos grises de Graham se entrecerraron. —Algunos de nosotros no necesitamos un título para alardear. Algunos somos lo bastante perversos sin él —le advirtió Graham. Pero había algo en él que no la asustaba como debería hacerlo. Parecía un hombre que se burlaría de una mujer y la haría reír, en lugar de amenazarla. Trystan se echó a reír. —¡Dios, qué divertido será esto! —¿Divertido? ¿Qué piensas hacer conmigo? —preguntó Bridget—. No compartiré tu cama si eso es… —¡Cielos, no! En eso estamos de acuerdo —espetó Trystan antes de estremecerse de forma dramática—. No, no, mi pequeña arpía. Graham y yo hemos hecho una apuesta, sobre ti. A Bridget no le gustó cómo sonó eso. Las apuestas las hacían los hombres aburridos o los desesperados, y ella no quería involucrarse con ninguno. —Tengo un mes para convertirla en una dama correcta, señorita… Dios, ni siquiera sé tu nombre. —Es Bridget. Bridget Ringgold. ¿Y qué quieres decir con una dama correcta? —repitió Bridget, pronunciando lentamente la palabra—. ¿Por qué querrías hacer eso? —Porque estoy aburrido. Un caballero aburrido. Era como ella había temido. —No'oy una muñeca para vestir y jugar —argumentó. —Es 'no soy', y sí, eres mi muñeca, niña. Te he comprado. Durante el próximo mes, te vestiré y te enseñaré a hacer las cosas que quiero que hagas. Dentro de un mes, caminarás, hablarás y parecerás una duquesa, por Dios. Al final de todo esto, probablemente serás capaz de cazar a algún hombre en matrimonio, y tendrás una vida mucho mejor que la que tienes actualmente. Estarás alabándome en lugar de intentar convertirme en un alfiletero. Ella olvidó que lo había pinchado con su espada, pero no parecía dolerle. —No está herido, milord. Si lo estuviera, estaría sangrando por todo el condenado lugar —señaló con amargura, deseando secretamente haber tenido mejor puntería y haberlo apuñalado el corazón. —Estoy herido, pero me ocuparé de ello más tarde — hizo un gesto con la cabeza hacia su manga y ella se dio cuenta de que le había atravesado el abrigo hasta llegar a la carne. Incluso en la penumbra del carruaje, pudo ver que estaba sangrando. Si le dolía, ¿qué clase de hombre podría ocultar un dolor así? Bridget se sumió en un silencio lleno de preocupación. —Trystan tiene razón —dijo Kent—. Dentro de un mes, tendrás un nuevo conjunto de habilidades. Imagino que podrás encontrar a un hombre que te proponga matrimonio y que pueda ofrecerte una buena vida con vestidos elegantes, un carruaje a tu disposición y una vida sin preocupaciones. ¿No sería encantador? Ella le lanzó a Kent una mirada amarga. —¿Y quién dice que necesito un hombre? —replicó. Graham fue el que se rio esta vez. —Dios, tienes razón, Trystan. Esto va a ser divertido. Divertido para ellos, tal vez, pero Bridget no quería ser parte de esta tonta apuesta. Ella sacaría provecho de un techo sobre su cabeza y comida mientras planeaba su próximo movimiento. Tal vez robaría un poco de la fina vajilla que sin duda poseía el rufián y empezaría una nueva vida con el dinero que la plata le proporcionaría. Entonces sería ella la que se reiría. SI QUIERES SABER QUÉ SUCEDE A CONTINUACIÓN, ¡CONSIGUE el libro AQUÍ! B 2 ridget esperó su momento, aunque resultó difícil. Nunca se le había dado bien ser paciente. Era uno de sus numerosos defectos, y era demasiado consciente de ello mientras luchaba contra su impulso natural de inquietarse. Viajaron otras tres horas y, justo cuando el alba se asomaba por el horizonte, el carruaje se detuvo en una posada de carruajes para que los caballos descansaran. —Dime que nos quedaremos un rato, Trys —refunfuñó Graham como un niño cansado. —Podríamos seguiradelante —sugirió Trystan. Para asombro de Bridget, no parecía afectado por su falta de sueño, mientras que ella, Graham y Kent luchaban por mantenerse despiertos. —Podríamos —Kent se cubrió la boca con un puño mientras luchaba contra un bostezo—. Pero, sinceramente, estoy agotado. No hemos dormido desde que salimos de Londres. Quedarnos aquí unas horas no nos hará daño. Bridget bostezó como Kent. —A mí también me vendría bien dormir, mylord. He estado trabajando todo el día y toda la noche sirviendo a caballeros como usted, y solo he recibido golpes por ello. No he descansado bien en años. —Estoy de acuerdo, deja que la chica descanse —dijo diplomáticamente Kent—. Podríamos volver a viajar alrededor del mediodía. Nos daría unas seis horas para recuperarnos —Kent era por mucho el favorito de Bridget entre los tres hombres. Había decidido llamarlo por su título, porque era un verdadero caballero, a diferencia de los otros dos que la enfurecían. Al verse superado en número, Trystan dejó escapar un suspiro agraviado. —Muy bien. Él saltó del carruaje y habló con el conductor. Graham lo siguió. Kent compartió una sonrisa soñolienta con Bridget, luego bajó y se volvió para ofrecerle la mano. Bridget se miró las muñecas atadas mientras se ponía en pie y se acercaba a la puerta del carruaje. —Cuidado, querida. Permíteme —dijo Kent. Cambió de opinión sobre cogerla de la mano y, en su lugar, la cogió suavemente por la cintura y la dejó delicadamente en el suelo. —Gracias, mylord —dijo Bridget, sintiéndose extrañamente tímida. Había visto a caballeros ayudar a damas, pero nunca había sido una de ellas. Por un momento, Kent la había tratado como si lo fuera, y había algo bastante desconcertante y agradable en ello. Bajo la tenue luz de la mañana, ella vio a Graham caminar cansado hacia la puerta de la posada. Trystan le dio unas monedas al cochero y luego le dio una palmada en la espalda con la mano enguantada antes de volverse. —Entremos, señorita Bridget. ¿Tiene hambre? Podría hacer que le trajeran algo de comer para romper el ayuno —sugirió Kent. —Estoy casi muerta de hambre. Un poco de alimento haría maravillas —en realidad, su estómago había estado refunfuñando ferozmente durante las últimas horas. Kent le guiñó un ojo. —Entonces, un poco de alimento será. A pesar de su desconfianza hacia aquellos tres aristócratas, tuvo que admitir que Lord Kent era lo bastante cortés como para tratarla con amabilidad y no como a una propiedad, a diferencia de Trystan. Lanzó una mirada fulminante a su moreno y apuesto atormentador, quien los seguía por detrás. Cuando entraron en la sala común de la posada, la encontraron vacía, salvo por unos pocos viajeros adormilados. —Aseguraré nuestras habitaciones —le dijo Trystan a Kent—Tú quédate con ella. Kent condujo a Bridget hasta una mesa e hizo señas a una criada para que cogiera su orden. —Por favor, tráiganos cuatro raciones de lo que tenga — Ken deslizó varias monedas en la palma de la mano de la criada. Los ojos de la joven se abrieron de par en par y se apresuró a marcharse con una sonrisa de felicidad. Bridget levantó las manos atadas y las dejó caer dramáticamente sobre la mesa con un ruido sordo, luego se encontró con la mirada sorprendida de Kent. —¿Va a desatarme, mylord? ¿O piensa darme de comer con una cuchara? Kent consideró su petición y luego extendió la mano por encima de la mesa. Con dedos hábiles, deshizo los nudos y liberó las manos de Bridget. Ella se frotó las muñecas y lanzó a Kent una mirada estruendosa mientras él recogía la cuerda y la enrollaba antes de dejarla sobre la mesa, entre los dos. —Le aseguro que todo esto es solo por una apuesta inofensiva. Dentro de un mes tendrá un buen guardarropa y una pequeña dote que ofrecer a cualquier hombre que quiera casarse con usted, o podrá irse y vivir su propia vida. Debe ser mejor que la posición que tenía en esa miserable taberna. Él no se equivocaba, pero Bridget siempre había odiado la idea de que el lugar de una mujer en el mundo lo definieran los hombres que la rodeaban. —Pudo haber sido miserable, mylord, pero era mi miseria. Ahora vosotros habéis aparecido y me habéis alejado de mi hogar, secuestrándome como lo habéis hecho. Kent soltó una risita irónica. —Trystan no es un hombre que haga las cosas bien, ni siquiera de manera lógica. —Es un ricachón, igual que usted. Los hombres ricos como él están acostumbrados a salirse con la suya y no les gusta aceptar un no por respuesta. Kent concedió el punto. —Es cierto. Pero es un buen hombre, se lo aseguro. Usted solo se beneficiará de sus lecciones sobre cómo ser una dama apropiada. Ella resopló sin gracia, y los ojos de Kent brillaron con diversión. La criada regresó con dos platos cargados de carne asada, huevos y un dudoso plato a base de pescado. Bridget se sirvió la carne y los huevos, así como el pan, dejando a Kent que se las arreglara con el plato de pescado. Él se lo comió sin quejarse, pero cuando Graham y Trystan se unieron a ellos, se apresuró a ofrecerles algo de lo que le quedaba de su comida. Graham pinchó el pescado con un tenedor. —¿Qué es esto? ¿Arenques ahumados? —No estoy muy seguro. Es comestible —dijo Kent—Pero no tan apetitoso. Bridget continuó disfrutando de su propia comida, pero su masticar se ralentizó cuando se dio cuenta de que Trystan la observaba con un calculado brillo en los ojos que a ella no le importaba en lo más mínimo. —Más despacio, Bridget. Nadie te va a quitar la comida. Estás comiendo como un animal salvaje. Tenía las mejillas hinchadas de comida. Estaba acostumbrada a recibir solo las sobras o lo que quedara después de que los clientes se fueran a pasar la noche, lo que nunca era suficiente. La comida, al menos la comida decente que podía permitirse, era siempre escasa. Incluso el viejo sabueso que merodeaba detrás de la posada a veces comía mejor que ella. Trystan se le acercó en la mesa y alcanzó el tenedor que ella tenía en el puño, apartándolo suavemente de su mano. Ella tragó la comida que tenía en la boca y dejó de parecer una ardilla. —¿Sabes leer? —le preguntó. —Claro que sí —espetó ella con orgullo. —Excelente. Hay algo de inteligencia en ti, después de todo —le tendió el tenedor para mostrárselo. —¿Ves cómo lo sostengo? Haz como si fueras a escribir. ¿Ruego no ser demasiado presuntuoso al suponer que también sabes escribir? Ella asintió. —Mi madre me enseñó las letras cuando era pequeña, pero después de su muerte no tuve tiempo de practicar. —Ya veo… —suspiró suavemente Trystan—Eso al menos me dice dónde estarán tus desafíos. —Te mostraré saber que puedo leer y escribir mejor que la mitad de Penzance —respondió ella—. Mi madre me crio bien y lo mejor que pudo, que en paz descanse —nunca antes había necesitado comer o hablar correctamente y, sin embargo, aquí estaba con estos caballeros demostrándoles que no solo estaba haciendo una cosa, sino muchas cosas mal. —Estoy seguro de que lo hizo —Kent asintió en un tono tranquilizador. —Pero es fácil aprender. Bridget lo dudaba. Había crecido la mayor parte de su vida hablando, actuando y comiendo de una cierta manera. Si estos hombres creían que ella podía cambiar por completo en menos de un mes, eran tontos. —Vamos a intentar comer de la manera correcta —las grandes manos de Trystan colocaron el tenedor entre sus dedos y ajustaron su agarre. Sintiéndose humillada, Bridget intentó sujetar el tenedor como él le había enseñado. Afortunadamente, él volvió a centrarse en sus compañeros, dejándola brevemente desconcertada ante esta nueva forma de comer. —¿Has pensado en la historia que inventarás cuando llevemos a esta chica al baile de Lady Tremaine? Tendremos que explicar su presencia de alguna manera — dijo Graham mientras acercaba uno de los platos de comida hacia él. Trystan cortó un trozo de su carne asada y le dio un mordisco. —He estado pensando en eso. Bridget hizo todo lo posiblepor imitarlo, observando atentamente cómo utilizaba sus utensilios. Lo hacía con un estilo caballeresco que parecía fácil, pero sus dedos se sentían incómodos al intentar sujetar el tenedor y el cuchillo como él lo hacía. —Mi tía abuela, Lady Helena, será una excelente chaperona. Vive cerca de mi finca, en la cabaña de la viuda. Graham soltó una risita como un niño pequeño. —¿No estarás hablando de esa vieja que está medio sorda y lleva a todos lados esa absurda trompetilla? —Sí, esa tía —Trystan ignoró el regodeo de Graham. — Tengo un primo lejano en Yorkshire que es bastante mayor que yo y evita la sociedad como la peste. Diré que esta niña es su hija y que he accedido a presentarla en sociedad durante la temporada. —Eso debería funcionar —coincidió Kent. —Tendremos que asegurarnos de que Bridget conozca bien tu árbol genealógico para mantener cualquier historia que te inventes. Bridget intentó escuchar mientras seguía practicando cómo sostener el tenedor de la forma en que Trystan le había mostrado. Le resultaba incómodo y mucho menos eficaz para llevar la comida del plato a la boca. Frustrada, dejó caer finalmente el tenedor con estrépito sobre el plato y cruzó los brazos sobre el pecho, frunciendo el ceño. —¿Ya has terminado? —dijo Graham. Ella le sacó la lengua. —Si vuelves a hacer eso, te pondré sobre mis rodillas. Compórtate como una niña y te trataré como tal —advirtió Trystan, con sus ojos color whisky en llamas. Bridget tragó saliva y bajó la cabeza. Era mejor hacerse la sumisa ante ese hombre, o podría hacer exactamente lo que él había prometido. Aún tenía el estómago casi vacío cuando los hombres se levantaron. Sus respectivos platos estaban limpios de comida, pero habían dejado unos trozos de pan. Alargó la mano, cogió el pan y se lo metió en los bolsillos de su raído abrigo cuando los tres hombres no le prestaron atención. —Hora de dormir —Graham se estiró y abandonó a los demás sin decir palabra para dirigirse a su habitación. Kent se quedó atrás. —¿Cuántas habitaciones has…? —Una para ti y Graham, y la chavala y yo compartiremos una. —Trystan… —protestó Kent. —Huirá en cuanto tenga oportunidad. ¿Verdad, gatita? —preguntó Trystan. Bridget, quien no estaba preparada para que el hombre adivinara sus planes secretos con tanta facilidad, no pudo ocultar su reacción. Se quedó paralizada, con los ojos muy abiertos cuando Trystan intentó cogerla del brazo. —¿Ves? La gatita tenía toda la intención de escapar, ¿verdad, mascota? —la risita oscura de Trystan hizo que Bridget entrecerrara los ojos. —No soy tu mascota —siseó. —Vuelve a llamarme así y… —¿Y qué? —Trystan se alzó sobre ella, con el pelo oscuro cayéndole sobre la frente. Ella sintió el impulso repentino de apartárselo con los dedos. Sorprendida y más que perturbada por ese impulso pasajero, Bridget dio un paso atrás. Estar tan cerca de él le revolvió el estómago. Casi sintió náuseas, pero no de la forma habitual. Tragó saliva y apartó la mirada, rompiendo el contacto visual. Lo había dejado ganar esta pequeña batalla, pero estaba decidida a ganar la guerra. —¿Estás seguro de que puedes cuidar de ella? — preguntó Kent. —Y con eso me refiero a ser educado con ella. Trystan y Kent se miraron fijamente durante un largo momento. —La trataré tan bien como ella me trate a mí. Si es educada, yo también lo seré. Los hombros de Kent se hundieron. —Pero no os matéis el uno al otro, es todo lo que pido. Trystan le lanzó una sonrisa despreocupada. —Te prometo que ambos sobreviviremos a la noche. Nos veremos aquí abajo al mediodía. —Trystan asintió a Kent mientras sujetaba con fuerza el brazo de Bridget y la arrastraba escaleras arriba. Fue empujada abruptamente a una habitación vacía con dos camas pequeñas. Sin decir nada, Trystan se quitó el abrigo, lo dejó caer sobre una silla y se subió las mangas. Cogió el extremo de la cama por el cabecero de madera y la arrastró por la habitación hasta la puerta, impidiendo su apertura. Maldita sea… El hombre pensó en todo, ¿verdad? —Listo —murmuró satisfecho mientras estudiaba la puerta atrancada. Luego empezó a desabrocharse el chaleco y a dejarlo caer por sus hombros. Atónita, Bridget se agachó un poco detrás de su pequeña cama, observándolo. Había visto algunos hombres medio desnudos en su vida, sobre todo borrachos a los que sacaban a rastras de la taberna de su padrastro. Pero ninguno tenía la complexión de éste. Tenía un cuerpo tallado en mármol y verlo desnudarse era, de algún modo, diferente a ver a esos otros hombres. Ese revoloteo en su vientre se hizo más fuerte, y ella apoyó una palma en su abdomen, intentando calmar las sensaciones extrañas. Trystan se sacó la camisa por encima de la cabeza y se quedó allí de pie, con la tela colgando de su brazo, con la piel aceitunada del pecho mostrando los duros músculos que hicieron que Bridget se mareara un poco al mirarlos. Estaba siendo extremadamente indecente, parado ahí medio desnudo. Un fino tajo rojo le marcaba la piel del brazo izquierdo, y un poco de sangre había manchado el lugar donde la tela de la camisa había rozado la herida. —¿Ves algo que te interese? —preguntó con una risita oscura. —No. En absoluto —pronunció cada palabra con claro disgusto. Trystan soltó una risita. —Se te arruga la nariz cuando mientes —observó. Tiró la camisa sobre la única silla de la habitación y se sentó en la cama para quitarse las botas. Cuando terminó, cruzó la habitación hasta el lavabo, donde había un cuenco de porcelana y una jarra de agua frente a un pequeño espejo. Se lavó la sangre del brazo y estudió el arañazo en el espejo. —Te he pinchado bien, ¿verdad? —dijo con un poco de orgullo. —'Pinchado' es la palabra clave —coincidió él—. Gracias al cielo no tienes talentos de degolladora de los que debas preocuparte. No creo que sangre mucho más por ahora — se lo dijo más a sí mismo que a ella—. Métete en tu cama, gata arpía, y duerme bien. Lo necesitarás. Una vez que lleguemos a Zennor, comenzarás un vigoroso entrenamiento en todos los aspectos para ser una mujer de alta cuna. Cuanto más rápido aprendas, más podrás descansar, pero fracasa y te será mucho más difícil. —¿Por qué haces esto? —se atrevió a preguntar. —Porque me niego a perder mi apuesta con Graham. Me gusta bastante mi cabaña de cazadores en Escocia, y odiaría perderla a manos de él simplemente porque te niegas a comer, hablar y actuar como una dama. Bridget no dudaba de que este hombre la agotaría si no tenía cuidado. Parecía un hombre con más energía que la mayoría. Apartó las sábanas de la cama y se metió en ella, todavía completamente vestida. No iba a darle al hombre la oportunidad de aprovecharse de ella. Cerró los ojos y escuchó el crujido de la cama mientras él se recostaba y respiraba lentamente. Bridget comparó sus posibilidades de escapar por la ventana contra las que él tenía de la atraparla. En algún momento entre la planificación de su primer plan de fuga y el décimo, se quedó dormida. TRYSTAN ESPERÓ A QUE LA RESPIRACIÓN DE LA CHICA SE CALMARA, y luego se permitió relajarse. Estaba seguro de que ella habría intentado escapar, pero sospechaba que había dormido muy poco mientras vivía y trabajaba en aquella taberna, igual que había comido muy poco. No estaba desnutrida, pero desde luego no había estado comiendo lo suficiente. Eso había sido evidente antes cuando ella había estado engullendo comida a un ritmo que él no había creído humanamente posible. Incluso había guardado algunos trozos de pan en los bolsillos de su abrigo para más tarde. La convertiría en una dama. Y aunque el entrenamiento sería riguroso, la trataría mucho mejor de lo que había sido tratada en la taberna de Penzance. Una vez que llegaran a su casa de Zennor, haría que la bañaría, la limpiaría y le tomaría las medidas para la modista, después evaluaría completamente los desafíos a los que él se estaba enfrentando. Permaneció despierto un rato más,planeando y tramando la mejor manera de ganar la apuesta. No podía dejar que Graham le quitara su cabaña de cazadores favorita. Trystan no se sentía tan cansado, no como los demás. Estaba poseído de energía por la pasión dada por esta nueva aventura. No podía esperar a ver las caras de los hombres y mujeres en el baile de Lady Tremaine cuando les presentara a Bridget. Su pequeña arpía se transformaría en una gentil rosa inglesa, una recatada criatura vestida con las ropas más exquisitas, y su voz sería una sensual caricia en el oído de todos los hombres. Los caballeros llegarían a los golpes luchando por un puesto en su tarjeta de baile. Las mujeres estarían verdes de envidia o desesperadas por convertirse en sus amigas. Ella sería verdaderamente auténtica, y la sociedad londinense adoraba lo auténtico. Trystan se reiría en secreto de haber engañado a todo Londres entrenando a una arpía salvaje para que actuara como una dama. Una sonrisa curvó los labios de Trystan al imaginar su triunfo en el baile. Graham sabía que no debía apostar así contra él. Aunque era un maestro de los problemas y un pícaro temerario, también estaba bien entrenado en la etiqueta y en todo lo que conllevaba tener el título de lord, más que Graham. Como primogénito, había recibido la formación del heredero de una hacienda, mientras que Graham, siendo el repuesto en su familia, tenía menos supervisión de sus padres en esos asuntos. Trystan durmió cuatro horas y despertó totalmente descansado. Tuvo cuidado de no hacer ruido al vestirse. La chica seguía dormida, y a él le gustaba bastante lo tranquilo que estaba todo cuando no le gritaba o lo pinchaba con esa pequeña cuchilla suya. Tentado por la idea de que podría verla mejor mientras dormía, se acercó de puntillas a su cama. Apoyó una mano en el cabecero para poder mirarla. Tenía la cara cubierta de manchas de suciedad y el pelo grasiento recogido en un lío de horquillas bajo el gorro que se le había caído mientras dormía. Puso los ojos en blanco. Ella ni siquiera se había lavado antes de acostarse. Pero había algo en su cara que le intrigaba. No era hermosa, no, pero era interesante. Con una barbilla puntiaguda, cara en forma de corazón y ojos rasgados con largas pestañas oscuras, tenía una mezcla de rasgos que resultaba agradable. Sus labios no eran ni demasiado gruesos ni demasiado finos. Su rostro tenía carácter. Un hombre podría mirarla y estar fascinado todo el día viendo cómo cambiaban sus expresiones. Algunas mujeres tenían muy poca expresividad. Permanecían sentadas con un aspecto inexpresivo y recatado que no despertaban pasión en Trystan, ni siquiera un interés casual. Esas mujeres no le interesaban en absoluto. Y las mujeres debían ser interesantes. Eran el sexo débil; se suponía que su encanto y misterio eran irresistibles para los hombres. Y, sin embargo, demasiadas no eran más que bonitas estatuas para él. Las pocas mujeres que admiraba no tenían miedo de entablar un discurso político, económico o incluso filosófico. Pero la mayoría callaban y representaban el papel que la sociedad esperaba de ellas, lo que siempre decepcionaba y aburría profundamente a Trystan. Siempre que tenía una amante, él le daba su conversación, su tiempo, su interés, su compromiso, no simplemente su cuerpo en su cama, aunque esto último parecía ser lo que interesaba a la mayoría de ellas. La pequeña arpía se movió mientras dormía y, de repente, sus párpados se abrieron. La encantadora y tranquila somnolencia se desvaneció al darse cuenta de que él se alzaba sobre ella mientras yacía en su cama. Lanzó un puñetazo y lo golpeó fuertemente en el ojo. —¡Maldita sea, mujer! —gruñó mientras retrocedía un paso y se sujetaba el ojo. El dolor irradiaba desde la cuenca del ojo hasta el pómulo. Definitivamente le iba a salir un moratón, y Graham iba a alardear de ello durante los próximos días. —¿Qué estabas haciendo inclinado sobre mí de esa manera, gran zafio? —¿Zafio? —repitió la palabra con incredulidad. La boca de esta pequeña criatura; y su lenguaje malsonante, iban a tener que ser corregidos. —Te lo merecías. Por inclinarte así sobre una mujer —se incorporó, con los puños en alto. Trystan maldijo en voz baja y se volvió hacia el lavabo. Tenía el ojo rojo y la cara empezaba a hinchársele. Graham nunca le permitiría olvidarlo. Kent sería más comprensivo, pero sin duda se reiría de más. —Ha sido culpa tuya —continuó Bridget. Él cerró los puños y los ojos, solo para hacer una mueca de dolor. —Usa el orinal si lo necesitas y baja al bar cuando estés lista para partir —dijo, en lugar de todas las expresiones malsonantes que esperaban ser devueltas a la pequeña demonio. Apartó la cama del camino y salió de la habitación para que ella pudiera hacer sus necesidades a solas. Encontró a Kent y Graham ya despiertos y almorzando un poco. —¿Dónde está la muchachita? —preguntó Graham—. ¿La has perdido ya? —No, por supuesto que no. —Trystan… —comenzó Kent—. ¿Tu ojo está…? —La arpía me ha golpeado —dijo en un tono que no aceptaría preguntas adicionales. Graham, quien había estado bebiendo una jarra de ale, la escupió sobre la mesa mientras se ahogaba de risa. Kent parecía más preocupado que divertido. —¿Hay… eh… alguna razón por la que ella te ha golpeado? No estabas haciendo nada inapropiado, ¿verdad? —Kent se atrevió a preguntar. Trystan arqueó una ceja. —Simplemente estaba intentando ver mejor a la bribona. Está un poco sucia bajo esas ropas suyas. Creí que dormía plácidamente, así que quise verla más de cerca, pero se despertó, me vio inclinado sobre ella y ¡zas! — golpeó la mesa con la palma de su mano y Graham se apresuró a coger su jarra antes de que esta cayera. —¿Y dónde está ella ahora? —preguntó Kent. —Usando el orinal, y luego sospecho que intentará salir por la ventana —extendió la mano sobre la mesa, robó la manzana fresca del plato de Graham y le dio un mordisco antes de levantarse y dirigirse a la puerta de la posada. Al salir, se detuvo bajo el alero del tejado inclinado. Su habitación estaba justo encima. Kent y Graham se unieron a él mientras esperaba pacientemente. —Tal vez ella… —empezó Graham, pero Trystan levantó una mano, callándolo. Un momento después, el techo crujió sobre ellos y luego un par de piernas aparecieron sobre el borde, seguidas por el cuerpo de la pequeña arpía mientras colgaba del borde del techo. Después cayó al suelo con más gracia de la que Trystan había esperado. —Ahh, Bridget, ahí estás. Excelente —Trystan salió de las sombras y la cogió del brazo antes de que pudiera huir —.Qué considerado de tu parte unirte a nosotros justo a tiempo para abordar el carruaje. —¡Maldita sea! —chilló e intentó liberarse. Trystan le dio dos ligeros golpes en las nalgas con la palma de su mano, lo que hizo que ella se sobresaltara y lo mirara con furia, pero él vio un calor de otro tipo en sus ojos. Tal vez la gatita no lo sabía, pero le gustaba recibir palmaditas cariñosas en el trasero. Estaba sorprendido de que ella lo mantuviera adivinando, ella, y eso hizo que toda esta aventura valiera la pena. —Kent, por favor, busca provisiones que podamos comer en el camino —luego acompañó a Bridget hasta el carruaje que los esperaba y la empujó dentro. Su ojo izquierdo estaba casi cerrado por lo hinchado que estaba, y decidió que pasaría el resto del viaje hasta su finca planeando el castigo de Bridget como sus primeras lecciones de cómo ser una dama. La idea le hizo esbozar una sonrisa perversa. A 3 sí que esto es Zennor, ¿verdad? Bridget estaba de pie frente a los escalones de una hermosa casa, más grande que cualquiera que hubiera visto. Estaba construida con escarpadas piedras grises que hacían que la mansión medieval pareciera un castillo. Nunca había estado en Zennor a pesar de que estaba a menos de siete millas de Penzance, la ciudad donde había pasado toda su vida. De camino hasta aquí, había atravesado una campiñahermosa pero desolada y se había enamorado de las colinas y los acantilados salientes que había visto. Ahora también estaba fascinada por la casa de Trystan. Podía prescindir del dueño, por supuesto, pero ¿su casa? Podía pasar el resto de su vida explorando la casa señorial. No se permitió estar fascinada con el dueño de la casa. Básicamente, ese hombre y sus amigos la habían secuestrado y le habían prometido que la tratarían bien, pero no era libre de irse. Sin embargo, estaba ciertamente encantada con el lugar y se sentía tentada a quedarse, a ver cómo era vivir en una gran casa como ésta. El viaje había sido en su mayoría silencioso para ella. Los hombres habían hablado entre ellos, utilizando palabras grandilocuentes y hablando de lugares que ella no conocía. Incluso cuando Lord Kent había intentado involucrarla, ella había mantenido la barbilla alejada de ellos con la mirada puesta en la ventana, decidida a disfrutar de la campiña a medida que pasaba frente a ella. No quería que pensaran que estaba disfrutando de este viaje tan lejos del único lugar al que había llamado hogar. También se había distraído con calor que irradiaba de Trystan, que había calentado su frío cuerpo y la había hecho más que consciente de que, incluso en su silencio, el hombre la observaba, estudiándola como si estuviera pensando en todas las cosas que haría para convertirla en una dama. Pero el pomposo se engañaba a sí mismo. Aun así, estaba tentada de intentar interpretar el papel de dama si eso significaba vivir en esta casa durante un tiempo. —Bueno, ¿no es una belleza? —suspiró ella mientras miraba con ojos soñadores la fachada de la casa. —Lo es, ¿verdad? —dijo Trystan, suavizando la voz al pararse a su lado—.La casa original era medieval, por supuesto. Nunca lo sabrías, dadas las muchas mejoras hechas a través de las generaciones. —¿No me digas? Medieval, ¿verdad? —Bridget sonrió con suficiencia ante su tono altivo. Él le dirigió una mirada de reojo que ella no supo interpretar. —La encontrarás más que adecuada. Se ha modernizado a fondo y está llena de todas las comodidades que uno pueda desear. Bridget no sabía por qué un lord elegante necesitaba comodidades, fueran las que fueran, pero estaba claro que era algo de lo que estaba orgulloso. Ella había conocido muy pocas comodidades en su vida, excepto quizá el calor del heno en los establos. Sin embargo, sentía la antigua atracción de este lugar en lo más profundo de sus huesos. Tal vez se debía a la forma en que los finos castaños bordeaban el camino hacia la casa como una flecha boscosa, o la forma en que la puesta de sol brillaba en los cristales de sus muchas ventanas. Todo ello estaba rodeado por el rugido del mar en algún lugar más allá de la casa, lo que le daba una sensación de infinitud. Como si fuera un lugar al borde del mundo, o tal vez al principio de él. De repente, su mente evocó un viejo recuerdo de su madre sentada frente a ella en el suelo de su dormitorio, con un libro de mapas extendido entre las dos. Su madre había trazado la forma del océano en el borde del mapa. —Algunas personas creían que el mundo era plano. Cuando llegaban a cierto punto del mapa, simplemente caían en un abismo. —¿Por qué? —había preguntado la joven Bridget. —Porque algunas personas no pueden creer en cosas que no ven. No pueden ver más allá de los bordes de un mapa, por lo que éste debe terminar ahí. Cualquier otra cosa estaría más allá de su imaginación. Pero… —su madre sonrió en secreto—. Algunas personas pueden ver más allá del borde del mapa y dar la vuelta al mundo y, cuando vuelven al lugar del que partieron, habrán aprendido sobre sí mismos y sobre el mundo. —¿Aprendieron todo sobre el mundo? —preguntó Bridget. —No —su madre se rio—. Nadie puede saberlo todo. Siempre quedará mucho por descubrir, y ése es el regalo que tenemos al vivir en esta tierra. Tenemos la capacidad de explorar y aprender sin cesar, y eso nos permite convertirnos en mejores personas. El recuerdo se desvaneció, y un feroz dolor se apoderó de Bridget. Apoyó la palma de la mano en su pecho. Habría renunciado a todos los misterios del mundo con tal de volver a tener a su madre a su lado. Un hombre salió por la puerta principal y bajó los escalones para recibirlos. —Milord —era un hombre alto y delgado, de unos cincuenta años, pero tenía un aire de fuerza y gracia al moverse. —Ah, señor Chavenage —respondió Trystan—. Por favor, prepare dos habitaciones de invitados para Graham y Philip y una para la señorita Ringgold —los labios de Trystan se curvaron en una sonrisa torcida mientras miraba entre ella y el señor Chavenage. Si el hombre se había sorprendido por las órdenes de Trystan, no lo demostró. —Sí, milord. Y la señorita Ringgold es… —el hombre la miró especulativamente. Trystan se cruzó de brazos y le dirigió una mirada reflexiva y de evaluación que provocó un ardor en lo más profundo de su ser. Bridget lo fulminó con la mirada. —Un proyecto. Por favor, dígale a la señora Story que se reúna conmigo en mi estudio para recibir instrucciones sobre el cuidado de la chica. El hombre asintió y volvió a entrar en la casa mientras dos jóvenes fornidos vestidos de lacayos bajaban al carruaje y empezaban a sacar maletas de viaje de la parte trasera. —¿Quién ha sido él? —preguntó Bridget a Lord Kent en voz baja mientras Trystan y Graham entraban en la casa. —¿Quién? —Ese tipo, el señor Chavenage. —Oh —Kent soltó una risita—. Es el mayordomo de Trystan. Dirige una casa de lo más eficiente, un buen hombre. —¿Y esta señora Story? —La señora Story es el ama de llaves. Ambos son justos y amables siempre que los trates igual. Kent la estaba aconsejando amablemente sobre su comportamiento. Bridget tomó nota de no contrariar al señor Chavenage ni a la señora Story. —¿Vamos? —Kent le ofreció su brazo. Ella lo miró fijamente—. Pasa tu brazo por el mío y apoya tu mano aquí —Kent colocó suavemente su mano de la forma en que él deseaba que ella lo hiciera. Bridget ya había visto cómo se hacía, por supuesto, pero nunca lo había hecho con un hombre. Aunque estaba perfectamente bien para caminar sin ayuda, había algo agradable en aferrarse al brazo de Kent. Él se apoyó en su bastón mientras subían los escalones. El interior de la casa era hermoso, más hermoso que cualquier cosa que ella hubiera visto en Penzance. Paneles de madera oscura cubrían la mitad inferior de las habitaciones y estaban acentuados por empapelados de seda pintados de varios colores, que cambiaban de una habitación a otra. Apliques dorados se alineaban en las paredes. Retratos, docenas de ellos, llenaban los pasillos y subían por la gran escalera. —¿Quiénes son? —preguntó ella mientras estudiaba a los finos lores y damas de las paredes. —Dos o quizás tres siglos de valiosos Cartwright. La familia de Trystan. Escudriñó los rasgos pintados con capas de óleo mientras buscaba el pelo oscuro, los ojos color whisky y la piel aceitunada de Trystan, pero no los encontró. —Sin duda, no se parece a ninguno de ellos —dijo ella. —No, no me parezco —dijo Trystan al salir de una habitación al final del pasillo—. Mi madre era una mujer Romaní que, según los lugareños, hechizó a mi padre para contraer matrimonio. Afortunadamente, fue uno feliz — sonrió al decir esto, y su rostro se suavizó de una manera que la conmovió. —¿Tu madre era gitana? Los ojos de Trystan se endurecieron ligeramente. —Sí —su respuesta fue cortante—. Ahora, ven aquí, si eres tan amable. —No lo soy —Bridget se aferró con fuerza al brazo de Kent a pesar de que éste la escoltó directamente hasta Trystan. —Este es mi estudio —Trystan señaló con la cabeza la habitación a la que había sido empujada—. Siéntate —la cogió por los hombros, la dirigió hacia un gran sillón de cuero y la empujó hacia él—.Y no te muevas —añadió con firmeza. Una réplica mordaz murió en los labios de Bridget cuando se dio cuenta de que una mujer altay ligeramente regordeta la miraba fijamente. Llevaba un vestido de tela gris oscuro y estaba de pie junto al gran escritorio ornamentado al interior del estudio. —Bridget, ésta es la señora Pearl Story, mi ama de llaves. La llamarás señora Story a menos que ella te diga lo contrario. Señora Story, ésta es mi pequeña arpía, Bridget Ringgold. El ama de llaves la miró fijamente. —¿Ésta es a la que quiere que limpie, milord? —su voz tenía un acento escocés que Bridget no estaba acostumbrada a oír. Bridget enfureció. —Sí, límpiala y búscale un vestido de repuesto de una de las criadas. Mañana traeremos a una modista para que le tome las medidas y le confeccione un guardarropa decente. Hasta entonces, cualquier cosa que puedas encontrar que le quede bien servirá. Y quema la ropa que lleva puesta. No quiero volver a verla ni olerla. —¡Oye! ¡No puedes llevarte mi ropa y quemarla! —chilló —. Es todo lo que tengo. —¡Calla tus chillidos! —ladró Trystan—. La señora Story te vestirá con ropa nueva, algo que te sentará mejor que estos harapos —hizo un gesto con la mano hacia sus prendas sucias. Esos harapos le habían costado dos meses de tallado de animales, además de su sueldo de la tabernera. —Yo los he comprado. Son míos —gruñó—. ¡No puedes coger lo que tanto me ha costado conseguir y…! —Tranquila, chica —el acento escocés de la señora Story se intensificó ligeramente—. Nadie quemará nada —el ama de llaves lanzó una mirada exasperada a Trystan y luego se volvió hacia Bridget—. Los limpiaremos, arreglaremos cualquier rotura y te los devolveremos. Trystan y Bridget se miraron con furia en una silenciosa pero ardiente batalla de voluntades. —Ahora, escucha, Bridget. Debes ir con la señora Story y hacer lo que ella diga. Si le causas algún problema, te las verás conmigo —su tono no admitía discusión. —Venga, señorita Ringgold —dijo la señora Story en tono amable—.Vamos a asearte un poco antes de cenar. Bridget siguió al ama de llaves con los ojos muy abiertos mientras seguía contemplando la amplia casa. ¿De verdad iba a quedarse aquí? —Te enseñaré dónde está tu habitación. Su señoría suele darse un baño a primera hora cuando llega, pero, a petición suya, hemos puesto el agua caliente en tus aposentos. Siguió al ama de llaves escaleras arriba y por otro pasillo hasta que la mujer se detuvo y abrió la puerta. Un par de criadas estaban ocupadas colocando sábanas limpias en una enorme cama con cuatro postes con repetidas formas esféricas a lo largo de éstos, además de flores talladas. El cabecero de madera también estaba tallado con más flores, pintadas en una variedad de colores brillantes, como si un jardín hubiera crecido mágicamente de la madera. Quería estirar la mano y tocarlo. Bridget imaginó por un momento cuánto tiempo debió haber requerido el tallado de una cama tan hermosa. Casi sintió la tentación de intentar tallar algo así ella misma. —Aquí es donde te quedarás —dijo la señora Story con una pequeña sonrisa—. Es una de las habitaciones favoritas de su señoría. Bridget notó su bolsa de tela que descansaba en el suelo junto a la cama y la cogió antes de que una de las criadas pudiera robarle algo. La estrujó de forma protectora contra su pecho. —¿Con cuántas comparto esto? —preguntó Bridget. Apostaba a que podría dormir con al menos otras tres chicas en esa cama, pero preferiría dormir en el suelo si eran más. A veces tendía a estirar las manos y los pies cuando dormía. y no quería que nadie la golpeara en mitad de la noche cuando chocara accidentalmente con alguien. —¿Cuántas? —repitió perpleja la señora Story. —Sí. ¿Con cuántas de esas chicas tengo que dormir en esta habitación? —señaló con la cabeza a las criadas. Las jóvenes hicieron una pausa en su tarea de alisar una colcha de satén rosa sobre la cama y luego estallaron en risas. —Oh… ya veo —suspiró la señorita Story—. Señorita Ringgold, no compartirás esta habitación con nadie más. Dormirás sola en esa cama. —¿Sola? ¿En esa cosa enorme? Bridget empezó a reírse de la ridícula idea, pero cuando se dio cuenta de que la señora Story no se reía con ella, se detuvo. —¿Es toda mía? ¿De verdad? —Sí. Ahora deja tu bolso junto a la cama. Nadie te robará nada, te lo aseguro. Y ven aquí —abrió una puerta que se confundía con la pared mediante un pequeño pestillo y condujo a Bridget a otra habitación. Esta recámara era mucho más pequeña y no tenía cama. Había una gran bañera de cobre, con vapor saliendo de la superficie del agua en su interior. —¿Aquí es donde lavaremos mi ropa? —preguntó mientras sujetaba el cuello de su camisa. —No, aquí es donde te lavaremos a ti, cariño. —¿A mí? —chilló Bridget y empezó a retroceder, pero dos de las criadas ya estaban allí para bloquearle la salida. —Sí, señorita Ringgold. Si vamos a hacer de usted una dama, eso significa que debe bañarse. Las damas finas no huelen a establos o pocilgas. Ni tienen un ápice de suciedad en su piel. —Entonces dadme un paño y un cuenco de agua. ¡Me ahogaré en eso! No voy a usar ninguna bañera —se quedó mirando el gran artilugio de cobre humeante. Podría devorarla por completo. —No, no lo harás y sí, la usarás —la señora Story cogió a Bridget del brazo y, de repente, las criadas le quitaron la ropa hasta dejarla casi desnuda. Bridget soltó un grito espeluznante. TRYSTAN SE REUNIÓ CON SUS AMIGOS EN LA SALA DE BILLAR, donde Kent y Graham ya estaban jugando. Se acercó a la bandeja de bebidas que descansaba sobre el aparador y se preparó un vaso de whisky. —¿Confío en que los dos os hayáis instalado? — preguntó. Graham asintió mientras se inclinaba para alinear su tiro. —Sí, gracias. Chavenage siempre cuida bien de nosotros. Trystan ocultó una oleada de orgullo. Había elegido bien a sus empleados y nunca lo habían decepcionado. No podía esperar a ver cómo la señora Story lidiaba con la vándala de la taberna. —¿Dónde está la chica? —preguntó Graham —Siendo metida a su habitación y tomando un baño caliente. La señora Story suele prepararme uno cuando vuelvo de mis viajes, pero la chica necesita una buena lavada, más que yo. Trystan dio un sorbo a su whisky y disfrutó del sabor del costoso líquido quemándole la parte posterior de la garganta. Luego cogió un taco y se unió a sus amigos. Pero antes de que pudiera empezar una ronda, un grito procedente del piso de arriba resonó por el pasillo. —El baño está listo —dijo Trystan, en parte para sí mismo. —¿Qué demonios es eso? —preguntó Kent. —Estoy seguro de que parará en cualquier momento — dijo Trystan con confianza. Pero no paró. Con un gruñido, empujó su taco hacia Kent. —Disculpadme un momento. Abandonó la sala de billar y se apresuró a subir las escaleras, yendo hacia los gritos y los chapoteos. Parecía que se estaba librando una batalla en la habitación que le había dado a la chica. Entró en la alcoba y se dirigió directamente a la puerta del vestidor, golpeándola con el puño. —Señora Story, ¿se encuentra bien? Hubo otro chillido y oyó a la señora Story bramar como un oso. —Parece un maldito zoológico —murmuró para sí, luego gritó—. ¡Voy a entrar! —y abrió la puerta. El suelo del vestidor estaba empapado de agua. Una barra de jabón se deslizaba perezosamente por el charco de agua junto a la bañera de cobre. Dos de sus criadas estaban en un rincón, empapadas hasta las enaguas. La señora Story estaba inclinada sobre la mitad de la bañera, forcejeando con Bridget, quien aún llevaba aquella sucia camisa blanca. —¡Quédate quieta, ridícula! —gritó la señora Story. —¡Quítame las manos de encima! —Bridget tenía la cara manchada de suciedad, que apenas había empezado a desprenderse y a gotear por su rostro. Parecía muerta de miedo. —Todo el mundo fuera un minuto, por favor —gruñó Trystan. Las criadas no necesitaron que las convencieran. Casi tropezaron unas con otras intentando escapar. La señora Story soltó a Bridget de mala gana, se enderezó, se alisó el pelo y pasó junto a Trystancon la cabeza en alto. Él cerró la puerta tras de sí y miró fijamente a Bridget, quien se hundió más en el agua enjabonada cuando se dio cuenta de que estaba a solas con él. —¡Ella me estaba atacando! Dio dos pasos hacia ella y le tendió la mano. —Quítate esa camisa de una vez. Ella se la quitó y le tendió el trozo de tela empapado con mano temblorosa. En cuanto él la cogió, ella volvió a meter su brazo desnudo en el agua blanca y jabonosa mientras abrazaba sus rodillas flexionadas con los brazos, ocultando lo poco que él había podido vislumbrar de su cuerpo. —Ahora, dejarás que la señora Story te lave hasta que tu piel esté rosada como un melocotón. Luego te pondrás la ropa que ella te dé y no escucharé más gritos. ¿Entendido? Bridget tragó duro. —Pero mylord, ella… —Esta noche, disfrutarás de un festín de comida maravillosa. Estarás tan llena que necesitarás que te saquen rodando del comedor. Luego serás metida en la cama de la otra habitación y dormirás tan profundamente que ni siquiera soñarás —suavizó su tono, dándose cuenta de que podría tener que necesitar recurrir a la razón ante lo irrazonable—. Bridget… te han regalado una cama caliente y comida para el próximo mes. Si eres demasiado tonta para no ver eso como el regalo que es, entonces serás llevada a la aldea más cercana y se te dará suficiente dinero para volver a Penzance para que puedas resolver por tu cuenta tu destino más bien desalentador —se acercó a la bañera—. Le pagué a ese hombre que se hace llamar tu padrastro cincuenta y cinco guineas para que te dejara a mi cuidado. ¿Sabes por qué? —Bridget negó con la cabeza —. Porque es el tipo de hombre que no tiene escrúpulos por venderte. Los hombres como él obligan a las chicas como tú a hacer lo ellos que quieren, o te venden a otros que sí lo harán. —A hombres como tú. Trystan soltó una carcajada. —Difícilmente. Un hombre como yo no tiene interés en una mujer como tú. No por esas razones —se acuclilló junto a la bañera—. Le pagué, pero no para comprarte, aunque estoy seguro de que tu padrastro lo ve así. No, he invertido el dinero. Lo he invertido en ti, Bridget —su voz se suavizó un poco, pero él le sostuvo la mirada—. Si te conviertes en una dama y engañas a todos en el baile de Lady Tremaine, te convertirás en una mujer libre con recursos. Imagínatelo por un momento. Él no pasó por alto la forma en que se le puso la piel de gallina, ni cómo tembló un poco. —Podrás casarte con un buen hombre o alquilar un lugar para vivir en una ciudad segura y empezar una vida apropiada. Si eres lista, puede que incluso encuentres la forma de ayudar a otras chicas como yo te he ayudado a ti. Tómate en serio mis lecciones, y podrás llevarte el guardarropa, el entrenamiento y la buena cantidad de dinero que te daré al final como pago por tu parte en esta apuesta. ¿Entendido? —no quería que esta chica se centrara en la forma en que había pagado por ella como si fuera una propiedad. Quería que se concentrara en su futuro, en el hecho de que ahora era dueña de su destino y podía cambiarlo a mejor si dejaba de luchar contra él. La joven desnuda en la bañera de cobre lo miró fijamente con ojos color lavanda y, por un momento, él vio más allá de la sucia bribona que era hasta llegar a la criatura que yacía en su interior, una que albergaba un fuego tan exquisito por vivir una vida con sentido y pasión. Sí, ésa era la mujer por la que había apostado su dinero. —L… Lo entiendo, mylord. Sus ojos lavanda eran grandes y luminosos, y él olvidó lo que había estado diciendo mientras su corazón experimentaba un pequeño y extraño aleteo en su pecho. Se sacudió un poco para despejar la fuerte sensación de su cabeza. —Bien. Ahora, la señora Story volverá a entrar y te ayudará. Cuando te acostumbres al baño, quizá descubras que te gusta. El agua caliente alivia el dolor de los músculos cansados y tensos y te da tiempo para reflexionar sobre tu día en paz y tranquilidad. Es un privilegio experimentar algo que muchos otros nunca podrán. Por favor, sé más respetuosa con mi personal, quienes te proporcionan semejante cosa. Bridget arqueó un poco las cejas y, por la expresión de culpabilidad en su rostro, él se dio cuenta de que la había impresionado. —Muy bien. Te dejo con la señora Story, y tú y yo nos veremos para cenar dentro de unas horas —con eso, dejó a Bridget sola para que reflexionara mientras él volvía a su partida de billar, con la seguridad de que por fin tendría paz. BRIDGET NO EMITIÓ NINGÚN SONIDO EN PROTESTA CUANDO LA señora Story regresó. Dejó que el ama de llaves le enjuagara el pelo, le lavara la cara con un paño y le aseara el resto del cuerpo, incluso las plantas de los pies, que le provocaron suficientes cosquillas como para echarse a reír. Trystan había tenido razón. El agua caliente era aterradora al principio, pero ahora se sentía de maravilla. Ella estaba flácida como un trapo, y era una sensación deliciosa. —Te cortaremos el pelo a la moda mañana. Soy bastante buena con las tijeras —presumió la señora Story, pero lo dijo con una risita divertida cuando Bridget arrugó la nariz. A Bridget no le importaba su pelo. Era una molestia. Las pocas veces que había intentado cortárselo con su pequeño cuchillo, lo había estropeado, así que se lo había dejado crecer, lo cual era casi igual de molesto. Ahora le llegaba hasta la mitad de la espalda. —Listo —dijo la señora Story—. No es tan malo, ¿verdad, cariño? —No —balbuceó Bridget. El ama de llaves cogió una toalla grande del lavabo del rincón y la sostuvo. —Ponte de pie y envuélvete con esto. Cuando Bridget se levantó, el frío del aire se aferró a su piel, estremeciéndola. Cogió la toalla y se la envolvió como una capa, contenta de sentirse más abrigada. —Párate sobre esto para que no resbales —la señora Story dejó otra toalla en el suelo—. Después sígueme. Siguió al ama de llaves al dormitorio y se sentó donde le había indicado frente a un tocador. La señora Story utilizó un peine para desenredar los nudos del pelo de Bridget, lo que le llevó mucho tiempo, y luego le enseñó la ropa que había traído para ella. El ama de llaves tardó varios minutos en mostrarle toda la ropa interior antes de que Bridget se sintiera segura de saber cómo ponérsela. Se secó y dejó que el ama de llaves la ayudara a ponerse la ropa. No le gustaba la forma en la que las enaguas crujían alrededor de sus piernas ni cómo las faldas entorpecían su andar. Nunca podría correr como lo hacía cuando llevaba pantalones. Sin embargo, cuando por fin se vislumbró en el espejo, parpadeó con sorpresa. Lucía… bueno… casi bonita. Aún tenía el pelo un poco húmedo, así que la señora Story se lo había trenzado y luego recogido en la nuca en lo que la mujer mayor llamaba un moño, antes de sujetarlo con unas horquillas. Según el ama de llaves, el vestido azul que le había sido dado era muy sencillo para los estándares de los ricachones, pero a Bridget le pareció el vestido más encantador que había visto en su vida. El color era precioso y provocaba un efecto encantador en sus ojos. Nunca los había visto brillar tanto, ni su piel se había visto tan luminosa. —Ahora pareces una dama, y muy hermosa —dijo la señora Story con una sonrisa—. Vamos abajo a sorprender a esos hombres tontos, ¿eh? Bridget se miró una vez más y se mordió el labio antes de sonreír al ama de llaves y asentir. Apenas recordaba la última vez que se había puesto un vestido… Debió haber sido en la época de la muerte de su madre. Mientras bajaban las escaleras, Bridget se sintió vulnerable de una manera que no había experimentado antes. Cogió la falda con una mano para que sus pies pudieran encontrar los escalones más fácilmente con las zapatillas de casa negras que una de las criada le había prestado. La holgada ropa masculina que siempre había llevado antes la había hecho sentirse segura, ocultando su feminidad. Ahora sentía que no tenía forma de ocultarse en absoluto.
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