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09_02

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Los Cuadernos del Pensamiento 
ARTE, RELIGION, 
FILOSOFIA (1)
Eugenio Trías 
I 
L
a filosofía, durante varias décadas, 
ha sufrido, como máximo grillete este­
rilizador, la presión del espíritu po­
sitivista y cientista que quiso hacer 
de ella, de forma más sofisticada pero menos su­
gestiva y grandiosa que en sus orígenes comptea­
nos, una especie de reflexión segunda o supernu­
meraria respecto a las ciencias, mera metodología 
o teoría analítica del conocimiento científico, anci­
lla scientiae. Se ha pretendido disolverla en el
universo enciclopédico de los saberes positivos,
dejándole el escaso margen de una reflexión se­
gunda sobre los métodos o de una elucidación de
enunciados científicos, o en general de enuncia­
dos. O también se ha querido convertir a la filoso­
fía en una especie de ref1exión subsidiaria de la
praxis política y revolucionaria. Se ha hablado con
desparpajo de la «muerte de la filosofía» y de su
ausencia de lugar y de sentido, cua,1do no de su
carácter de residuo o survival de un pasado toda­
vía demasiado vivo y vigente.
Como respuesta mecánica a esta orientación 
positivista se ha reaccionado afirmando el valor 
cultural o contracultura! del ámbito «imagina­
tivo», tomado por estrechos racionalismos llenos 
de gazmoñería por zona, si no prohibida, simple­
mente «tolerada». De este diálogo de sordos noti­
fiqué en mi libro Metodología del pensamiento
magico. Se ha pretendido disolver la especificidad 
de la filosofía en el nuevo ídolo afirmado: litera­
tura y narración. Se ha hablado de la filosofia 
meramente como «género literario» o como espe­
cie narrativa, obviándose así, por inversión mecá­
nica, lo mismo que obviaban pseudoracionalismos 
positivistas, neopositivas o marxistas: lo que la 
filosofía tiene de específico y propio. 
�. 11 
La filosofia pertenece, junto con el arte y la 
literatura, al género creación. Dentro de este gé­
nero, conviene diferenciar de momento dos espe­
cies: una de ellas, la creación artística y literaria; 
la otra, la creación filosófica. Es inútil jerarquizar 
ambas especies: ni la preeminencia romántica o 
irracionalista concedida a la creación artística y 
literaria, ni la preeminencia hegeliana concedida a 
la filosofía están en absoluto justificadas. Arte y 
filosofia difieren en sus métodos, en la diferente
relación que establecen entre ideas universales y
singularidades sensibles concretas. Mientras el 
arte y la literatura alcanzan la universalidad y la 
2 
idea sin abandonar jamás el plano singular sensi­
ble y concreto, quedando la idea universal reve­
lada a contraluz, la filosofia se mueve de entrada
en el plano ideal y universal, sin abandonarlo ja­
más, pero de tal suerte que lo singular sensible y
concreto quede (en la gran filosofía) radicalmente 
expresado. Arte y filosofia apuntan a la misma
síntesis de universalidad y singularidad, de idea y
sensibilidad, pero producen dicha síntesis de 
forma necesariamente inversa. Se juntan en el 
infinito, pero entre tanto caminan separadas: 
«Juntos están, en las montañas más separadas», 
como diría Holderlin. Al igual que dos líneas para­
lelas: se juntan únicamente en el infinito. El arte 
en el que la filosofia no es simplemente sugerida, 
en el que la idea filosófica que necesariamente te 
subyace pasa a primer plano, se desnaturaliza en 
tanto que arte, se vuelve arte alegórico o «litera­
tura de tesis». El arte trabaja sobre símbolos, que 
son siempre signos sensibles y concretos en los 
cuales «resuenan» múltiples sugerencias reflexi­
vas y morales. Como dice Kant, el arte «hace 
pensar mucho», dispara la reflexión en direccio­
nes mil, sin quedar nunca atrapado ni agotado por 
una idea o concepto determinado. La filosofía, en 
cambio, trabaja directamente sobre ideas (idea de 
sustancia, de espíritu, de alma, de poder, de esen­
cia, de creación, de temporalidad). La falsa filoso­
fía es aquella en la que la idea forma un universo 
cerrado sin capacidad de expresión del orden sin­
gular sensible y vital, es idea cadavérica sin so­
porte en la vida. La falsa filosofía es, así mismo, 
la que no se alza al terreno de las ideas y se queda 
todavía en niveles bajos de abstracción. La gran
filosofía es la que es capaz de tensar el pensa­
miento hasta el orden sumamente «abstracto» de 
las ideas ontológicas con el fin de proporcionar 
una «visión», lo más ajustada posible, del movi­
miento mismo de la vida y del devenir, de lo 
radicalmente singular y concreto. Las grandes fi­
losofías, la de Platón y Aristóteles, la de Spinoza 
y Leibniz, la de Kant y Hegel, la de Nietzsche y 
Heidegger, alcanzan esa finalidad con creces. Lo­
gran transformar nuestra visión y nuestra «situa­
ción» en el mundo a través de una remoción en 
profundidad de las ideas directrices respecto a las 
cuales tenemos el orden propio y mundano «ajus­
tado». Producen, pues, un desajuste y una rees-
Los Cuadernos del Pensamiento 
tructuración de las ideas que nos gobiernan (las 
«creencias», las «ideologías»). Y en el curso de 
ese proceso crítico y reconstructivo nos propor­
cionan una nueva versión del movimiento del de­
venir y de la reverberación de las singularidades 
sobre el fondo ontológico desvelado. El arte ilu­
mina un singular en el que resplandece una idea 
(moral, filosófica). La filosofía ilumina una idea 
en la que resplandece la vida singular. 
111 
En la distinta conexión que establecen entre lo 
universal y lo singular, entre la idea y lo sensible 
difieren arte y filosofía. Ahora bien, arte y filoso­
fía forman una unidad respecto a un tercer género 
de creaciones que no he considerado: la religión. 
La religión es género aparte: a la vez matriz fun­
dacional y ancestral de arte y de filosofía, a la vez 
«padre destronado» por esas creaturas suyas. Fi­
losofía y arte, vocacional e intencionalmente, te­
leológicamente, tienden a moverse en el universo 
inmanente intramundano del ser en devenir, mien­
tras que la religión toma el mundo como alegoría o 
símbolo de «otro mundo». La religión concede 
valor de realidad a sus propias creaturas. Dado 
que no son de este mundo, dado que no son fácti­
cas, se ve en la exigencia de desdoblar este mundo 
en otro en el cual esas producciones, consideradas 
reales, tienen cabida: puebla el mundo de dioses o 
lléga al extremo de concebirlo como creación de 
un Dios. También arte y filosofía crean un espacio 
«aparte» respecto a la facticidad: ámbito de posi­
bilidad verosímil por donde discurre la ficción o 
en el cual se realiza la síntesis formal; ámbito 
estructurado de las ideas interconexas por donde 
discurre el pensamiento filosófico. Pero ese «or­
den aparte» pretende ser símbolo del propio 
mundo (apertura de sus propias posibilidades) en 
el caso del arte e inflexión reflexiva respecto al 
propio mundo (desvelamiento de las ideas subya­
centes al mundo) en el caso de la filosofía. Arte y 
filosofía tienen, a la vez, mayor consciencia que la 
religión de la diferencia existente entre el ámbito 
que implantan y el plano fáctico y por lo mismo 
pueden, desde ese ámbito, referirse radicalmente 
al mundo real, recreándolo, sin abandonar su ám­
bito. Arte y filosofía recrean, en el modo del sím-
3 
bolo o de la idea, el propio mundo. Para lograr esa 
recreación crean un espacio aparte, si se quiere 
decir así «artificial», expediente a través del cual 
pueden reconstruir, en símbolos o en ideas, el 
propio mundo, desvelando lo esencial a él, lo que 
en él subyace, las posibilidades latentes, los pode­
res virtuales contenidos en lo meramente fáctico: 
todo lo que puede ser, todo aquello que en la 
factividad pasada y presente posee virtualidad fu­
tura. Arte y filosofía son creaciones, recreaciones 
que, como tales, se orientan hacia esa desvelación 
de poderes imantada hacia el futuro. La religión, 
por el contrario, niega esa radical intramundani­
dad afirmando un orden separado, que no es con­
cebido artificial ni ilusorio sino real. Y se da en­
tonces la lógica y comprensible paradoja de que el 
arte, que sabe, consciente oinconscientemente, 
que sus obras son «ilusorias», dice por lo mismo, 
a través de ellas, verdad; o que la filosofía, que 
sabe el carácter de «ficción» de sus ideas, dice por 
lo mismo o puede decir, a través de esas «conven­
ciones», verdad; mientras que la religión, en razón 
de que ignora ese carácter ficticio-virtual de sus 
objetivaciones, en razón de que insiste tozuda y 
tercamente en que tienen carácter real -y exige 
adhesión en forma de fe respecto a ese carácter­
dice sólo verdad a pesar suyo, de forma sintomal; 
es verdadera «en sí», en el modo del síntoma 
neurótico; la religión, como dice Freud con razón, 
es ilusión. No diferencia el ámbito cotidiano del 
sujeto creador o del sujeto receptor al ámbito pro­
pio de lo religioso. O lo diferencia tan sólo en el 
modo de la apertura a un más allá más real que el 
temporal, inclusive real por no ser propiamente 
temporal, cotidiano. Mientras el arte establece 
marcos de cuadro y escenarios que separan lo 
ficticio de la vida real, la religión crea complejas 
liturgias para separar altar y sancta sanctorum del 
pueblo fiel, trazando una línea rígida de demarca­
ción entre Jo sagrado y lo profano. Pero lo que se 
produce en el altar o sancta sanctorum es, se 
dice, «más real que la vida misma», es lo real por 
excelencia y es la palabra u obra verdadera. Por 
eso dicha palabra es autoritaria y se formula en 
dogmas, mientras la palabra filosófica es siempre, 
vocacionalmente, crítica y problemática. El ca­
rácter conscientemente crítico de la palabra filo­
sófica se corresponde con el carácter consciente-
Los Cuadernos del Pensamiento 
mente ilusionista del arte. De ambos difiere el 
carácter del objeto del culto religioso, al que se 
tiene por real y la palabra de Dios, mediada por 
sacerdotes, considerada dogma. El carácter poli­
valente del símbolo artístico desencadena inter­
pretaciones a través de las cuales se revela la 
historicidad e inmortalidad intramundana de la 
obra artística, mientras que la ambigüedad del 
«mensaje» religioso, revelado en textos sagrados 
o en voces oraculares, desencadena interpretacio­
nes literales que dan, inexorablemente, funda­
mento a la distinción entre ortodoxia y heterodo­
xia.
En sus orígenes, arte y filosofía viven en el 
espacio o hábitat de la religión. El arte y la filoso­
fía logran su emancipación difícilmente, a través 
de un largo curso histórico y dialéctico (que en 
este texto no puedo perseguir, por razones de 
espacio). 
Cabe también diferenciar entre Magia y pensa­
miento mítico, por una parte, y religión propia-� 
mente dicha, por otra. En aquella no se ha con­
sumado todavía la creación de un espacio radi­
calmente diferenciado del mundano en el que se 
afirman los objetos propiamente religiosos (los 
dioses). Hay también, a este respecto, transicio­
nes relevantes (religiones antropomórficas poli­
teístas, monoteísmo puro, monoteísmo trinitario, 
etc.) 
La religión abre un espacio de diferenciación 
con respecto al mundo real y cotidiano que es 
presupuesto de la diferenciación «ilustrada» del 
arte y de la filosofía: es, pues, arte y filosofía no 
realizadas. De ahí que Hegel repartiera, no sin 
razón, la religión según su preponderancia del arte 
(Grecia) o de la filosofía (cristianismo). La intra­
mundanidad mágica es reafirmada en el arte y en 
la filosofía, conservándose, sin embargo, la dife­
renciación de espacios conseguida por la religión. 
En este sentido arte y filosofía revierten en el 
inmanentismo implícito a la magia la diferencia­
ción producida por la religión. De ahí que en el 
arte y en la filosofía se alcance o realice la teleolo­
gía de la cultura, se consuma su historicidad: en el 
arte y en la religión se logra lo que sólo de forma 
parcial y fragmentaria buscaba y tanteaba el hom­
bre a través de la magia, del mito y de las grandes 
religiones, politeístas o monoteístas. De ahí que 
arte y filosofía sean grandes posibilidades de in­
tegración sintética de cultura y vida: sean afirma­
ciones intensificadoras de la vida. 
IV 
Arte, religión y filosofía son siempre creaciones 
de un sujeto. Con ello no digo que ese sujeto sea, 
necesariamente, un individuo: puede ser ese su­
jeto un grupo, un equipo, una comunidad, siendo 
el individuo intérprete o mediador según los ca­
sos. Dicho sujeto crea, a través de la cultura, un 
orden propio intrínsecamente vinculado con la ex­
periencia del creador: transfiere su propia sustan-
4 
cia o esencia a la obra configurada, que es recrea­
ción de sí mismo. La obra es, pues, sea artística, 
religiosa o filosófica, recreación de Sí mismo, en­
tendiendo por Sí mismo lo que por esta idea en­
tendía Nietzsche en el Zarathustra. De las entra­
ñas de Sí mismo produce el creador sus creacio­
nes, que por esta razón son autorecreaciones. De 
hecho en sus creaciones expresa el creador o des­
vela la perspectiva propia, la interpretación pro­
pia, el modo y manera cómo, desde una posición 
radicalmente singularizada y finita, temporal, his­
tórica, se apropia del mundo y de «lo universal», 
promoviendo una idea o visión propia: una pers­
pectiva. Dicha perspectiva es, como sabía Leib­
niz, una apropiación y visión parcial de la totali­
dad, en la que ésta adquiere su expresión y objeti­
vación a través de una coloración subjetiva impo­
sible de soslayar: finitud inherente a todo conoci­
miento y expresión. Esa parcialidad o finitud, si es 
asumida, permite que la visión (y la expresión, en 
palabra o forma, de esa visión) sea verdadera, lo 
cual no significa «verdadera sin condiciones». Es 
verdadera bajo la inexorable condición de su 
perspectivismo, inherente a la condición finita y 
temporal-histórica, espacial-geográfica, étnica, 
desde la cual se formula o expresa. De este pers­
pecti vismo, que hace que nunca filosofía ni arte 
puedan ser «conclusivos» y se hallen abiertos 
siempre a recreaciones de lo mismo en otros luga­
res o tiempos, en otras subjetividades, individua­
les o étnicas, no puede extraerse, como hace fa­
lazmente Nietzsche, la conclusión de que arte y 
filosofía -lo mismo que religión y moral- son 
«errores» (sólo que necesarios para la conserva­
ción y superación de la especie). 
Uno de los aspectos más lamentablemente -e 
inútilmente- superficiales de la filosofía nietzs­
cheana es su teoría de la ver<lad y del error, que 
abona una especie de relativismo escéptico des­
mentido por otras tendencias más profundas de su 
propia filosofía. En el fondo, Nietzsche no terminó 
de liquidar el gran prejuicio platónico -y de tantos 
filósofos detrás de él- respecto a la falsedad, men­
tira e ilusión de lo artístico. Queriendo hacer de 
toda producción cultural obra de arte, o tomando 
el arte como matriz y modelo desde el cual pensar 
toda la cultura, sin abandonar el prejuicio plató­
nico, pero sin tratar tampoco de rebasarlo, acep-
Los Cuadernos del Pensamiento 
tando por bueno lo que Platón rechazaba, ha­
ciendo de la necesidad virtud, eliminando la refe­
rencia transmundana de la Idea -desde la cual
Platón criticaba el arte- Nietzsche quedó cogido
en las propias redes de su proyecto inversor de
platonismo y cristianismo, teniendo razón Hei­
degger en su crítica al gran pensador alemán. Lo
que olvida Heidegger es que, en el propio núcleo
subterráneo de las ideas nietzscheanas de eterno
retorno de lo mismo y voluntad de poder hay
virtualidades suficientes para reconstruir toda esta
compleja cuestión acerca de la relación entre arte,
religión y filosofía, entre arte y verdad, yendo más
allá de las superficiales conclusiones nietzschea­
nas, que no están a la altura de sus geniales intui­
ciones. Nietzsche fue, en efecto, un genial «intui­
tivo» de la filosofía pero un pésimo constructor o
arquitecto de ideas. De ahí que su proyecto siste­
mático (La voluntad de poder) terminara en un
fiasco. De ahí su deserción ensayística y poética
respecto a la filosofía. 
Arte, religión y filosofía son expresiones, pues,
de una mónada subjetiva. Entendiendo por sujeto
lo que en este texto entiendo: la articulación,más
o menos estructurada, de historias pasionales so­
bre las que cristaliza una palabra, voz o interroga­
ción que expresa un estilo propio. 
Ahora bien: mientras en el arte y en la filosofía 
este carácter subjetivo está, más o menos cons­
cientemente, asumido, en religión está radical­
mente negado. Cierto que la filosofía tiende a
pronunciarse sub speciem aeternitatis sobre la
verdad, pero. suele mantener cierto pathos inte­
rrogativo y crítico que evita su clausura dogmá­
tica. Cierto que el arte se halla, hasta muy entrado
el siglo XVIII, bajo el tutelaje de la religión. Pero
tendencia/mente arte y filosofía se orientan a una
síntesis entre la verdad y la subjetividad temporal
e histérico-geográfica, entre la universalidad de
aquello que expresan y el lugar limitado y singular
desde donde lo expresan. En la religión lo que se
afirma o se configura pretende tener valor, como
palabra autoritaria o figura alegórica, respecto a
todo hic et nunc, al menos como intención. En la
religión se produce el mismo mecanismo de crea­
ción subjetiva que en arte y filosofía, pero en el
modo dé la enajenación, como proyección en la
que no se diferencia entre el sujeto y lo que en la
5 
obra o palabra se objetiva. En filosofía y arte se
traza una diferenciación entre sujeto y objetiva­
ción que abre la posibilidad de constitución de un
orden simbólico (arte) y de un orden de ideas
(filosofía). El sujeto creador se magnifica hipertró­
ficamente en sus creaturas religiosas, que son su
propio Yo transfigurado: El sujeto creador se
mueve en arte y filosofía or.ientado por Ideales del
yo, Ideales de la razón, en relación con los cuales
produce la terminación de palabras u obras, ex­
presiones o formas con valor de símbolo artístico
o de idea filosófica. U sancto terminología freu­
diana diría: Dios es Yo-ideal allí donde las creatu­
ras artísticas y las ideas filosóficas son concrec­
ciones, en obras o palabras, en formas o expresio­
nes, de Ideales del yo. De ahí que acierte Freud
en ver en la religión la transfiguración de la figura
idealizada del Padre con el cual el sujeto se identi­
fica. O en ver en el monoteísmo, en la religión del
Padre, la verdad de la religión y de su evolución
latente. Arte y religión significan cuestionamiento
del Padre, ateísmo, ilustración y crítica. Sobre
esas bases promueven al Padre a la condición de
Ideal que orienta la poíesis erótica de la creati vi­
dad artística y filosófica, o que se concreta o rea­
liza aspirativamente en lo fáctico en. el universo
ficticio -de ideas o de símbolos- creado. De ahí
que arte y religión produzcan catarsis en el lector
o espectador, devolviéndole a su yo diferenciado
y «libre» respecto al mundo en que se han sumer­
gido: mundo de ideas o de símbolos. La religión
pide adhesión y fe allí donde arte y religión susci­
tan propiciación, transformación basada en la di­
ferencia de Mismo y Otro del creador y su criatura
y de ésta y el receptor. El arte y la filosofía sólo
pueden vivir y crecer en libertad. Son las 
�
obras liberales por excelencia, son el sín- ........... 
toma mismo de una cultura liberal. � 
(!) Este texto forma parte de un libro en preparación que 
se titula Filosofía de/futuro.

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