Logo Studenta

casa_del_tiempo_eV_num_70_70_72

¡Estudia con miles de materiales!

Vista previa del material en texto

70 | casa del tiempo
rancotiradoresf
Una de las herencias más vitales y características que 
la civilización grecorromana legó al mundo moderno es el 
gusto por los espectáculos, de todo tipo, pero especialmen- 
te deportivos. Ovidio, por ejemplo, dedica las primeras pági-
nas de El arte de amar a aconsejar a los amantes dónde pueden 
encontrar y acercarse a las mujeres, señalando precisamente 
al teatro, la lucha de gladiadores, las naumaquias y el circo 
como los espacios óptimos para lograr este fin.
Los juegos olímpicos griegos, que se celebraban cada cua-
tro años, lo que constituía una olimpiada, llegaron a ser tan 
relevantes que se convirtieron en una medida de tiempo bá-
sica, en un elemento de periodización histórica que señalaba 
los acontecimientos más relevantes de la sociedad griega y de 
otras circundantes. De este modo, así como en la antigüedad 
las ciudades griegas que se encontraban en guerra llegaban a 
pactar una tregua mientras se celebraban los juegos olímpicos, 
de la misma manera, en el mundo moderno, las olimpiadas 
han servido para la comunicación y acercamiento entre los 
pueblos más diversos del orbe.
Como muchas otras cosas, las competencias deporti-
vas romanas fueron influidas directamente por las griegas, 
aunque en Roma alcanzaron un grado de espectacularidad 
y masividad como no se había visto nunca antes. Tan rele-
vantes fueron los espectáculos deportivos para los romanos, 
que un acontecimiento tan significativo como el rapto de las 
sabinas estuvo enmarcado por un acto de este tipo. Como 
refiere la tradición, y lo recuperan Tito Livio y Dionisio de 
Halicarnaso, los dos historiadores más notables de la Roma 
antigua, los pobladores iniciales de la ciudad fueron esencial-
mente varones, muchos de ellos anteriormente vagabundos, 
El circo romano
Roberto García Jurado
prófugos o simplemente parias, quienes al asentarse en la ciu-
dad reclamaron a Rómulo que no hubiera previsto la manera 
de convocar también a mujeres, dado que había una notable 
escasez de ellas en la naciente sociedad. Ante estos reclamos, 
Rómulo urdió el plan de realizar un gran espectáculo de-
portivo al cual invitaron a sus vecinos, los sabinos, a quienes 
conminaron a llevar a sus mujeres para que disfrutaran tam-
bién del evento. Los sabinos concurrieron acompañados de 
sus mujeres, y durante el desarrollo del espectáculo, a una 
señal convenida, muchos romanos que se habían dispersado 
estratégicamente cerca de ellas, las capturaron y condujeron 
a sus viviendas, mientras que se ahuyentaba a sus familiares 
del campo donde se había desarrollado el evento.
Como se sabe, la historia continúa con el consecuente 
conflicto entre romanos y sabinos, que llegó hasta la guerra, 
la cual se zanjó precisamente gracias a la intervención de las 
sabinas raptadas. Pero más allá de ello, lo que es más relevan-
te para nosotros de este episodio, es el espectáculo deportivo 
que está en el trasfondo, que muestra cómo desde los prime-
ros momentos de su fundación Roma practicó este tipo de 
demostraciones.
En la Roma antigua este tipo de espectáculos deporti-
vos alcanzaron una enorme relevancia social y política. En el 
mundo actual, cuando se piensa en los espectáculos a los que 
acudían los romanos, vienen inmediatamente a la mente en 
primerísimo lugar las luchas de gladiadores, pero también 
contaron con una gran atracción la caza de fieras salvajes, las 
llamadas venationes, e incluso las naumaquias, que eran esce-
nificaciones de batallas navales, para lo cual se cavaban fosas 
específicas cerca del Tíber, a donde se transportaban verda- 
francotiradores | 71
deras embarcaciones de guerra. Sin embargo, sin duda alguna, 
el espectáculo que más interés y apasionamiento despertaba 
entre los romanos eran las carreras de caballos, para lo cual 
se llegó a construir el circus maximus, cuya traducción lite- 
ral sería el circo más grande, en la época de Lucio Tarquino 
Prisco, el sexto y penúltimo rey de Roma, hacia el vi siglo a. C. 
Situado en el valle entre el Palatino y el Aventino, Tar- 
quino Prisco ordenó su construcción aprovechando precisa-
mente las laderas de esas dos colinas. No obstante, a través 
de los años fue experimentando múltiples transformacio- 
nes y mejoras, hasta llegar a la época de Julio César, quien le 
dio un acabado monumental. Este espacio fue desde su ini-
cio el lugar que congregaba al mayor número de individuos 
dentro de la ciudad, pues de acuerdo a Plinio el Viejo podía 
albergar hasta a 250 000 espectadores, aunque Dionicio de Ha-
licarnaso calculaba que su aforo llegaba sólo a 150 000. Fuera 
cualquiera de estas dos cifras, o una intermedia, o incluso la de 
300 000, que otros cálculos han llegado a proponer, lo cierto 
es que era sin duda alguna el mayor espacio de espectáculos 
que llegó a construirse en la antigüedad, al grado de que en 
la época de Julio César podía admitir a una cuarta parte de 
la población de la ciudad ¡reunida ahí, simultáneamente! 
Este es el tema que desarrolla en su extenso trabajo Da-
vid Álvarez Jiménez, Panem et Circenses, Una historia de Roma 
a través del circo, en donde hace un recuento muy amplio y 
detallado de la historia del circo romano, desde sus prime-
ras manifestaciones, incluyendo el espectáculo que permitió 
el rapto de las sabinas, hasta los últimos momentos del Bajo 
Imperio y algunas manifestaciones que se produjeron una 
vez desparecido.
El título del texto, la conocida expresión panem et cir-
censes, pan y circo, está tomado de la sátira número diez 
de Juvenal, en donde el reconocido satírico se lamentaba de 
que quien ostentara alguna vez el poder soberano en Roma, 
el pueblo, quien desempeñó una función política sustan-
cial en la era republicana, ahora, en su época, siglo i y ii, 
se contentara simplemente con eso para estar tranquilo, 
con pan y circo. Así, el lamento de Juvenal se producía en 
tanto observaba cómo el pueblo romano se satisfacía sim-
plemente con alimentos básicos y entretenimiento público, 
mientras que en el Imperio se sucedían uno tras otro hom-
bres infames y sin escrúpulos, muchos de los cuales se han 
convertido en ejemplos paradigmáticos de la perversión y 
depravación a la que pueden llegar algunos hombres dota-
dos de poder político. 
Juvenal comenzaba esta sátira exponiendo lo difícil que 
era para el ser humano identificar los bienes verdaderos, o la 
prioridad que debía otorgarle a su persecución, ya que la lucha 
o adquisición de la riqueza, belleza o longevidad, producían 
efectos colaterales y secundarios no deseados, que llega- 
ban a convertirse incluso en castigo y martirio para quienes 
los habían anhelado con tanta intensidad. En esa medida, Ju-
venal insistía en la responsabilidad de cada ser humano para 
afrontar su destino, una actitud que consideraba contrastante 
o contradictoria con la frivolidad del circo.
La sociedad romana, una sociedad esclavista y marcada-
mente estratificada, valoraba inequívocamente la educación 
y cultivo del espíritu humano, lo cual era posible sólo si se 
disponía de ocio, del ocio fecundo que propiciara el desa-
rrollo de las artes liberales, de las actividades propias de los 
hombres libres. Precisamente esta inclinación hacía que 
viera con cierto desprecio la actividad productiva, la in-
clinación o necesidad de dedicarse a la producción de los 
satisfactores materiales de la vida, lo que condenaba al no 
ocio, al negocio que luego se volvió tan valorado en la socie-
dad burguesa. Y con mucha mayor reprobación contemplaba 
lo que consideraba una dilapidación del tiempo, como el 
empleado en el circo.
A pesar de ello, las carreras de caballos fueron en un 
principio una actividad promovida y patrocinada por la aris-
tocracia, lo cual no podía ser de otra manera dado el elevado 
costo que significaba su realización. Y es que la modalidad a la 
que se aficionaron tanto los romanos era una actividad que se 
desarrollaba en carros arrastrados por caballos, los cuales po-
dían ser cuatro, tres o dos, es decir, cuadrigas,trigas o bigas, de 
las cuales las primeras eran las más populares. De este modo, 
los gastos necesarios para sufragar una competencia no se li-
mitaban al costo y mantenimiento de un caballo, sino de un 
conjunto de ellos, a lo que había que sumar además el costo 
mismo de los carros, el pago de los conductores, los aurigas, y 
de todo un equipo de entrenadores y asistentes que llegaron 
a alcanzar un grado de especialización y un refinamiento di-
fícil de imaginar para la mentalidad contemporánea. De este 
modo, el alto y creciente costo de este deporte determinó 
que gradualmente la aristocracia se fuera desprendiendo de 
él, mientras que el Estado, asumiendo la enorme relevancia 
que tenía para los ciudadanos, lo fue absorbiendo. 
Es difícil esclarecer las razones por las que el circo se 
convirtió en un entretenimiento tan popular, pero lo que 
queda claro es que llegó un momento en que la población 
72 | casa del tiempo
no hablaba de otra cosa, especialmente cuando se acercaban 
o desarrollaban las competencias, que podían durar todo el 
día, del alba al ocaso. Muy probablemente uno de los ele-
mentos que explican su popularidad es que se formaron 
equipos que competían entre sí, lo cual podía cumplir la im-
portante función, esencial para toda sociedad, de contar con 
instituciones o símbolos de unificación y confrontación, de 
mecanismos que revitalicen periódicamente el sentimiento 
de unión social y que al mismo tiempo permitan manifestar 
sentimientos de selección y rechazo hacia los otros.
De este modo, se formaron cuatro escuadras o equipos 
en la ciudad: la blanca, la roja, la azul y la verde, de las cua-
les las más populares eran estas dos últimas, especialmente 
la verde, como lo expresa el mismo Juvenal con resignación 
en su sátira once. Así, la población acudía prácticamente en 
masa al circo en donde llegaba a pasar todo el día, donde in-
cluso comía y bebía, produciendo en los momentos de mayor 
emoción un alarido que inundaba todo el centro de la ciu-
dad, del cual se quejaba amargamente Séneca.
Siendo un gran deporte y espectáculo, pronto los 
participantes comenzaron a ganar una gran fortuna y reco-
nocimiento. Como se ha dicho ya, en un primer momento, 
cuando la aristocracia era la patrocinadora y promotora, los 
dueños de los caballos y los carros eran los que recogían direc-
tamente los frutos de este prestigio y popularidad. No obstante, 
cuando la aristocracia se fue retirando de la actividad, su lugar 
lo fue ocupando el Estado, o ciertos ciudadanos con intereses 
políticos, con el interés específico de montar el espectáculo 
para atraerse los votos de sus conciudadanos al disputarse de-
terminados cargos públicos, una práctica que le da aún más 
sentido a la queja de Juvenal, pan y circo para la plebe.
Fue precisamente entonces cuando el circo se convirtió 
en un efectivo medio de propaganda política, en un medio 
para atraerse la simpatía de la plebe, provocando así un ma-
yor desprecio por parte de la aristocracia, propiamente de la 
élite educada. No obstante, en realidad, había grandes sectores 
aristocráticos que gustaban mucho del espectáculo, y sólo si-
mulaban indiferencia o desprecio ante éste, incurriendo muy 
en su interior en un placer culpable al acudir al circo. Este fue 
uno de los elementos más importantes del antiguo evergetismo, 
la práctica de hacer el bien a la comunidad, de proporcionarle 
ayuda o servicios, que en este caso era el ofrecimiento de espec-
táculos públicos, aparentemente por afán de servicio, pero con 
claros intereses políticos, un tema que exploró ampliamente 
un texto que puede considerarse un antecedente fundamen-
tal de éste, Le pain et le Cirque (1976), de Paul Veyne, una de 
las autoridades más notables en esta materia. 
En el desarrollo de su texto, David Álvarez establece 
una gran cantidad de paralelismos entre el circo romano y 
el futbol moderno, muchos de los cuales no son una mera 
coincidencia, sino una demostración fehaciente de la función 
del espectáculo para la sociedad humana, de la necesidad 
que sienten los hombres de expresar de algún modo pasio-
nes, frustraciones o euforias que podemos observar desde 
la génesis de nuestra civilización, como se documenta en 
estas páginas.
Panem et Circenses. Una historia de Roma a través del Circo
David Álvarez Jiménez
Madrid, Alianza, 2018, 512 pp.

Continuar navegando

Materiales relacionados