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BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNIcA DIRIGIDA POR DÁMASO ALONSO 11. ESTUDIOS Y ENSAYOS, 194 ~14'''' i ') r , ~. ",~"'. I " ¡ ~ OSCAR TACCA LAS VOCES DE LA NOVELA TERCERA EDICIÓN CORREGIDA y. AUMENTADA BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA EDITORIAL GREDOS MADRID 210 Las voces de la novela Reyes, A., 151. Ríchardson, D., 101, 102. Richardson, S., 40; 136. Rivera¡ J. E., 115. Robbe.Grillet, A., 25, 30, 64, 72, 83, 95, 131. Roland, 144. . Rousset, J., ti, 20, 22, 36,40,41.42. 63, 138, 170. Rubens, E. F.• 56. Sábato, E., 68- Sade, 152. Saint·Aubain, 46, 47. Sainte-Beuve, 43, 45, 116, 155, 158. Saínt-Exupéry, A. de, 125, 129. Sale, R., 10. Sand, G., 115, 156. Sarraute, N., 90, 91. Sartre, J.-P., 25, '1:1, 37, 61, TI, 90, 95, 103, 125, 170. Scott, W., 46, 47. Senancour, 45, 116. Sévigné, Mme. de, 156. Sinclair, May, 78. Sollers, Ph., 149. Souriau, E., 103, 149, 167. sesi. Mme. de., 9, lO, 40, 53. Steinbeck, J., 90. Stendhal,16, 53, 76, 78, 83, 96. 156, 157. Sterne, L., 35, 52. 156. Tadié, J.·Y., 14, 22. Taine,36. Thibaudet, A., 132, 150, 170. Tintoretto. 28. Todorov, T., 18, 29, 33, 36, 40, SS, 61, 69, 89, 93, 94, 118, 153,170•. Tomachevsld, B., 160. Torre, G. de, 70. Toynbee, 75. Tur¡ueniev, '11: 1NDICE GENERAL PRÓLOGO oo. oo' oo •• oo oo' oo •• oo oo. oo •• oo .oo oo' oo. oo. oo. Unamuno, 133, 157. 21 Valera, J., 48, 70. Valéry, P., TI. Van Gogh, V., 28. Vargas Llosa, M., 108,109, 111, 112. Vie1lerglé, 46. Vigny, A. de, 57. Vossler, 82. l.-Introducción oo •• oo .oo oo' oo. oo, oo •• oo oo' .oo ••• Novela y drama. Instancias del relato. La voz del na- rrador. Conciencia narradora y persona gramatical. Mirada, conciencia y voz. Omnisciencia y punto de vis- ta. Behaviorismo. Nouveau romano Visión y registro. La narración que se narra. n.-Autor y fautor ... ... ... ... Warren, A., 170. Wellek, R., 170. Withworth, K. B., 10. Woolf, V., 74, 78, 101. El autor relator. Autor y narrador. La subjetividad del autor. Convención literaria de la novela. Lá intrusión del autor. El autor-transcríptor. Novela y ficci6n. 1. Exclusión del autor. a) Objetividad. Grados de imp.,. cialidad. La novela epistolar. Sus modalidades. Su ejemplaridad teorética. Los relatos enmarcados. .Las novelas del 'editor'. El caso de Balzac, b) VerosimiH· tud. Indicios de credibilidad. Código narrativo. 2.' In· tervención del autor. Grados. La 'intrusión' del lector. Perspectivas de la novela de transcripci6n. Verosimi· litud y convención. Ynduráin, F., 72. Zamora Vicente, A., 91, 92- Zéraffa, M., 11, 132, 170. loJa, E., 76. IIr.-EI narrador .oo ." 1. Saber y contar oo. Saber y contar. La informaci6n. La voz del narrador como eje de la novela. Misión del narrador. Superpo- sición de narrador y personaje. El diálogo. Carácter •••• 212 Las voces de la novela tndice general 21:\ Págs. ,'ti fl \' t1r:.. . 131ficticio del narrador. Relación de conocimiento entre narrador y personajes: omnisciencia, equisciencia, de- ficiencia. 1. Narrador fuera de la historia. a) Omnís- ciencia. Crisis y rechazo. Realismo y realismo subje- tivo. b)Equisciencia. Inter-mirada de los personajes. Visión y emisión. El estilo indirecto libre. Ejemplos de Faulkner y Conrad, c) Deficiencia. Limitación del na- rrador: luz, oscuridad y claroscuro. Behavíorismo. 2. Narrador dentro de la historia. a) Imposibilidad de omnisciencia del narrador-personaje, b) Equiscicncía ; realización del punto de vista. Ventajas y desventajas. e) Exclusión de la deficiencia de información. V.-El personaje . El personaje como tema y como técnica. Emancipa- ción. Voces a través de voces. Martln Fierro. Estilo directo, indirecto, indirecto libre. El diálogo. La mar- ca del narrador. Las novelas del 'doble registro'. Don Segundo Sombra. Angulos de enfoque: narrador-per- sonaje 'principal, secundario, testigo. Personajes his- tóricos y ficticios. El retorno de los personajes. I ,'. 1 VI.-El destinatario .... oo ••••••••••••••• oo •••• 148 Escritura y lectura. El público. Qué ('5 leer. El lector de la obra. El lector en la obra. El lector como tér- mino de la comunicación. El destinatario: teatro, cine y novela. La narración: destinatario interno (ficticio o verdadero) y externo (definido o no). Desplazamien- tos. El destinatario y los géneros. Para quién se escri- be. Simbiosis de autor y lector. Diversidad de registro, Proust, la lectura y el 'libro'. La lectura y los códigos. 2. Reconsideracióny variaciones ... ... ... 87 Reconsideración de los casos a y c: su realidad. Per- sonaje-narrador: desajuste de información entre uno y otro. El personaje-narrador de Proust. Psicología y expresión. Los casos de El extranjero y La familia de Pascual Duarte. Visión y lenguaje. Dialéctica y praxis de las teorías y manifiestos. La visión estereoscópica, Cuasi-omnisciencia de la visión prismática. Ubicuidad y simultaneidad. La colmena y El cuarteto de Alejan- dría. El monólogo interior. Caracterización. Funciones. Modalidades. Ulisesv El sonido y la furia. La relación narrador-personaje en el monólogo interior. Finalidad y contradicciones. Variaciones. Visión interna o exter- na del narrador sobre el personaje. Conocimiento má- ximo y mínimo en la relación equisciente, Multiplica- ción de la voz narradora. El ejemplo de La ciudad y los perros. APOSTILLAS •••••••••••• '" •.• ••• ... ••. ••. .•• '" .•. •.. 169 BIBLIOGRAFíA B.(SICA ••• ••• •.• ••• ••. ••• ••• ••. ••• 173 tNDICE DE NOVELAS Y RELATOS CITADOS ••.• oo ••• ••• 177 IV.-La voz y la letra 113 tNDICE DE NARRADORES CITADOS 185 tNDICE DE NOMBRES PROPIOS oo ••••• oo ••••••••• 207 Numenicidad y fenomenicidad de la escritura. Saber, decir y escribir. Circunstancias y precisiones de la es- critura. Coherencia o desajuste. Las Memorias de un pavo (Bécquer) y El extraniero (Camus). Los momen- tos de escritura. Memoria, diario, epistolario. Las no- velas de 'proceso'. La palabra impracticable. PRóLOGO La littérature -eomme toute autre activité de I'esprit-« repose sur des conventions que, sauf exceptíons, elle ignore. Il ne s'agit que de les mettre en évidence. Gérard Genette, Figures. De todos los escritos literarios, las novelas son aquellos que tienen el mayor número de jueces, decía Madame de Staél. Aquel aserto sigue teniendo vigencia hoy, aunque con una diferencia: en nuestro tiempo crece el interés por la técnica del relato, por el misterio de la forma. Y nunca como hoy se ha vuelto tan cierto aquello que. decía Cípión en el Coloquio de los perros: que los cuentos, unos encie- rran y tienen la gracia en ellos mismos, otros en el modo de contarlos. Paulatinamente ~an pasando al dominio del lector común, desde la trastienda del novelista, problemas técnicos reservados antes sólo al escritor o. al crítico. Entre tales problemas, la crítica se interesa de manera creciente en los modos de narración, en el tratamiento del tiempo, en el punto de vista del narrador. Evolución normal, en definitiva, dado que los mismos novelistas, considerando agotadas las posibilidades de innovación con relación a temas o a personajes, o juzgando vana tal empresa, buscan la novedad en las técnicas narrativas o en las implicaciones 10 Las voces de la novela que tales novedades comportan, Las innovaciones, por lo demás, se multiplican, pues los novelistas están convencidos de que «nuevas formas revelarán en la realidad nuevas CO- sas» (Michel Butor). La crítica trata de mirar más de cerca en el taller del novelista: y descubre que sus técnicas son muchas veces cuestión de consciente oficio1, otras de inconsciente savoir faire 2. Diríase, pues, volviendo a la reflexión de Madame de Staél, que estos jueces de hoy se Interesan mucho más en la reconstrucción del crimen que en sus móviles o circuns- tancias. Quitando ·10 que de abuso haya en la comparación, lo cierto es que la crítica y aun el lector común abandonan poco a poco (a la psicología, a la sociología, a la antropo- logía) el qué se cuenta 3 por el cómo se cuenta, volviendo su interés desde la novela como retrato o espejo hacia la anatomia y fisiología de estos cuerpos imaginariosque han constituido la fauna poética más característica de los 'últi- mos cien años, según decía Ortega y Gasset en las Medita... ciones del Quijote. Se trata de descubrir, o al menos de , 1 Tan consciente, que pueden establecerse verdaderas antologías te6ricas de la novela a cargo de los propios novelistas. Mencionemos dos o tres: Roger Sale, Discussions oi the novel, Boston, 1960; Mi- riam Allott, Los novelistas y la novela, Barcelona, 1962; H. S., Ger- shman y K. B. Whitworth, Anthologie des préfaces de romans 'fran- cais du XIXe. siécle, París, 1964. 2 T~ inconsciente, que Claudc-EdmondeMagny puede decir con plena razón: ••Tel auteur qui n'a jamais lu une lígne de, Joyce se trouvera pourtant employer le monologue intérieur la oü, cinquante ans plus tót, il eüt sans doute conté comme France ou comme Bour- get.• (L'4ge, du roman américain, Seuil, París, 1948, pág. 45.) 3 ••Cuya pobreza es fundamental y que repite, desde los comien- zos del género y de la vida en sociedad, un reducidísimo número de historia'!.• (Henri Focillon, Vie (fes formes" 1'. V. F., París 1955 'Dá,. gina 76.) , , ~ Prólogo 11 observar lúcidamente, los curiosos mecanismos del contar, por el lado de su relojería, de su maquinaria: como tumbar una tortuga en la arena para espiar su aparato locomotor (Cortázar). En fin, de mostrar, usando unas palabras de Balzac, aunque en sentido diferente, la fisiología escritural de la novela. No es cuestión, pues, de reemplazar la obra, de sustituir un objeto por otro: se trataría «ante todo de una aventura de la mirada, de una conversión en la manera de pregun- tar» 4. Tal mirada, empero, no es anemizante. Pareciera, por el contrario, innecesario repetir que toda técnica lleva ínsita una metañsíca; Que todo procedimiento- perfecto, como de- cía Claude-Edmonde Magny con motivo de la técnica de John Dos Passos, «dejando de ser un procedimiento, se transforma en la expresión directa de una concepción iné- dita del hombre y del mundo». O, de modo más general, como decía Jean Rousset: que el arte reside en esa solida- ridad de un universo mental y de una construccián sensible, de una visión y una forma. La estructura de la obra no es algo intrascendente o ad- venticio, ni algo caprichosamente impuesto a la realidad. Es un modo de verla (o de entenderla) para después contarla 5. La obra está en su texto. No se trata, empero, de un menos- cabo de su riqueza. La crítica' actual; de acento estructural, no excluye ni subestima los datos aledaños. Mas puede haber confusión. Y puesto que esta crítica (como la tradicional) no desdeña carnets, manuscritos, diarios íntimos o episto- larios, conviene precisar una distinción básica. La crítica 4 Jacques Derrida, L'écriture et la différence, Seuil, París, 1967, página 9. • 5 ••Une oeuvre d'art est révélatrice du réel de 'liar sa nature for- melle, en raison méme des artífices employés pour la constítuer.» (MichelZéraffa, Roman et sooiété, P. U. F., París, 1971, pág. 14.) ~ Las voces de la novela a~terior partía de una serie de datos y referencias externos (blOgtafía, manuscritos, esbozos, circunstancias histórico-cul- turales) para ver luego la obra como una corroboración. La crítica actual se desenvuelve de modo exactamente opuesto. Se atiene a la obra; busca y encuentra en' ella todo 10 que le es posible, se mantiene dentro de sus límites. Sólo des- pués utilizará (con criterio selectivo y vigilante) los datos exter.tl.oscomo corroboración de los que el análisis interno dep~rara; variando pues -pero esto es esencia1- la pers- pectrv., del enfoque. TOda narración es un misterio. Su forma privilegiada es, sin dltda, la novela. Pero ella, m:ás que espejo, es espejismo. Por eso no basta con decir que la novela está en su texto, y en las entidades que éste instaura, como si se tratase de una clave unívoca de signos. A la ingenua pregunta ¿qué es? nos sentimos tentados de responder de manera posi- tiva:l.1n relato asumido por un narrador, en determinada forma o persona (gramatical) que alude a un tiempo dado y nos pone en contacto con ciertos personajes. Pero en cuanto nos aproximamos, descubrimos que ninguna de esas entidades corresponde a una forma de existencia (referen- cial, 'tea1'), sino que cada una se constituye exclusivamente en el plano del discurso y sólo a partir de él. Así, el narra- dor (~n la mayoría de las novelas) es una ausencia, a 10 sumo Una voz. Como en cualquier relato anónimo (en cierto modo, toda novela 10 es) la entidad narrador es una abs- tracciCSnhecha a partir del texto, una entelequia absoluta- me~te confinada en él. Hay una cierta materia que 'quiere decirs-e¡ y en un sentido no es el novelista quien hace la novela, es la novela que se hace sola, y el novelista no es más que el instrumento de su venida al mundo, su partero (Bu- tor). ~o hay tampoco en la realidad, primera, ni segunda, Prdtoga ni tercera persona. Lo que acontece (en la historia) a un partidario de Napoleón puede acontecerle (en el relato) como primera o como tercera persona (a Genestas en El médico rural, a Fabrício en La Cartuja), y ello sólo se deter- mina desde la instancia del discurso y no desde ·la realidad. Las personas gramaticales no tienen más realidad que la del 'discurso': 'yo' no puede ser definido más que en términos de 'locución', no en términos de objeto, como lo es un signo nominal (Benveniste). Otro tanto ocurre con el tiempo: 'lo que sucede', en el relato no es, desde el punto de vista refe- rencial (real), literalmente, nada; 'lo que pasa' es sólo el. lenguaje, la aventura del lenguaje (Barthes). Y de los perso- najes, finalmente, nunca, ni aun cuando dialogan, escucha- mos propiamente su voz; por mucho que diferencie las voces, el narrador permanecerá siempre en el primer plano de la audición y de la conciencia (Kayser). . Esas categorías tienen, pues, realidad en otro plano, y constituyen la novela. En ese otro plano, en el de su mutua relación e interdependencia, es en el que hemos procurado verlas. La novela está en su texto, pero el texto no es el resultado de una suma, sino de una composición. El estudio de la novela, en los últimos años, parece haber transitado desde la idea de que ella es «un género sin reglas» (y aun 'genre déréglé') hasta la idea opuesta de que, por el contra- rio, son unas pocas leyes las que rigen cada categoría, y que es de su combinación de donde nace la rica variedad del género. Desde esta perspectiva, la novela debiera ser vista como limitación, como 'clotüre', al modo como los estructu- ralistas ven toda lengua, todo sistema de signos: «Mientras que el habla concreta e interpersonal se presenta como acon- tecimiento abierto a todas las creaciones, a todos los impre- visibles, la lengua revela en el análisis su carácter cerrado 14 Las voces ele la novela en tanto sistema o estructura que reposa sobre un pequeño número de reglas» 6. (Véase apostilla A, pág. 169). «Ocurre que, quizá, la 'verdadera novela' sea un mito, una hipérbole; y que no se encuentre, en toda la literatura, un solo ejemplo de novela incontestada que satisfaga a todo el mundo y reúna en sí todo lo que cada uno de nosotros pide a la novela», decía hace algunos lustros Claudc-Edmon- de Magny. Y, sin embargo, es evidente que sus reveladoras radiografías (anticipadoras en varios aspectos de las que aportó después el estructuralismo) han hecho posible un análisis mucho más cierto de la novela, fundado en su cohe- rencia- interna, mostrando la acertada o contradictoria com- binación de sus categorías, procurando, si no directamente, juicios de valor, al menos juicios. de realidad que los justi- ficasen. En este sentido, el texto de la novela interesa más como estructura que como estilo. Aprovechemos, al respec- to, la prieta distinción que Jaime Alazraki sienta entre amo bos conceptos: «Entendemos que el primero ati~nde a la composición de la narración y el segundo, en cambio, a la textura de la prosa; mientras el primero trata de la orga- nización de los tejidos o planos narrativos en órganos, en estructuras, el segundo se concentraen el examen del tejido mismo y de sus células lingüísticas» 7. Y Jean-Yvcs Tadié: «Dar cuenta de páginas, la estilística lo puede; pero la tota- lidad de un libro, de una gran unidad cerrada, plantea otros interrogantes, sugiere otros métodos, reclama otros con- ceptos» '. Por eso resultará siempre más viable al traductor 6 J. B. Fages, COl1lRrelldre le structuralisme, Privat, 1967. Traduc- ción española,' Para comprender el estructuralismo, Galerna, Buenos Aires, 1969, pág. 95. 7 Jaime Alazraki, La prosa narrativa de Jorge Luis Borzes, Grcdos, Madrid, 1968, pá¡. 8. 8 Jean-Yves Tadié,' Proust et le roman (Introduction), Gallimard, París, 1971. Raúl H. Castagnino habla de una «estilística integral», Prologo 15 apartarse de un estilo que de una estructura dada. Por eso también, de un idioma a otro, resultará siempre más com- prometedora una asimetría en determinada categoría (la del pronombre, por ejemplo) que en el tono o tesitura del estilo. Dos o tres ideas son las que hemos querido formular o subrayar en las páginas del libro, para lo cual hemos recu- rrido sólo a aquellas novelas que mejor las ilustraban. La primera es la idea de la novela como audición. Quien sabe escuchar (quien sabe leer) debe percibir la voz del autor, la del narrador, la de cada personaje, la del destinatario. Y en algún caso, hasta la del dedicatario, la del epígrafe. Aque-: na idea podría acogerse al amparo de estas frases: «La dí- mensión vitalmente relevante de la audición es la voz hu- mana. Todos los demás sonidos quedan en otro plano, bio- gráficamente secundario». Julián Marías (a quien pertenecen) ha analizado sagazmente la estructura sensorial del mundo, mostrando que tres son los sentidos que lo configuran, tal como primariamente lo entendemos: el tacto, la vista' y el oído, que fundan, respectivamente, tres dimensiones (inse- parables, aunque no indistinguibles): realidad, mundanidad y significación. Es la vista la que instaura el mundo, pero es el oído el que capta el 'sentido' de sus voces. Y «la voz humana no es s610 sonido, ni siquiera 'sonido personal': es palabra» 9. que englobaría el enfoque estructural. Véase a este respecto, especial- mente, su valioso Márgenes del estructuralismo (Nova, Buenos Aires, 1975,pág. 12). Aunque compartiendo su reiterada idea de la necesidad y beneficio de una crítica abarcadora de diferentes métodos y enfoques,' dado el expreso cometido y la tradicional connotación de la estilís- tica creemos preferible mantener la distinción. 9 J. Marías, «La estructura sensorial del mundo», en Antropología metafísica, Madrid, Revista de Occidente, 1973, pág. 133. LAS VOCES. - 2 i6 Las voces de la novela Se 'ha hablado hasta el cansancio del mundo de la nove- la, de perspectiva de la novela, de la novela como espejo. Es decir, de una entidad constituida a partir de su consa- gración visual. Se ha olvidado que, para nosotros, tanto o más que un mundo, la novela es un .complejo y sutil juego de voces. La novela, más que espejo, es registro. Balzac hablaba insistentemente de su proyecto de Come- dia humana como de una vasta catedral, en la que arcos y dovelas, triglifos y metopas, acabarían por realizar la uní- dad del conjunto. Lo mismo pensaba Proust de la Recherche. Imaginemos, más bien, a ambas como la grave pluralidad de voces que en ella resuena, alzándose, corriendo, saltando, de eco en eco, por columnas, bóvedas y frisos. La riqueza del mundo novelesco parece fundada, en efecto, en una poli- fonía, en un coro, en una sabia 'diacústica' que recoge su profundidad. Otra idea es la de la novela como juego de información, la que, a su vez, podría cobijarse bajo este otro epígrafe: « ••• pues así como el perro ignora 10 que parcialmente saben los campesinos y éstos lo que parcialmente sabe el caba- llero y éste lo que parcialmente saben los reyezuelos y éstos lo que saben los Papas y los emperadores, así también los Papas y los emperadores sólo sabrán imperfectamente lo que en su totalidad y 'en su perfección conoce Dios»\o.La novela es la imagen depurada de una cierta dimensión del mundo: la que está dada por 10 que el hombre sabe por sí y por los otros, y especialmente delo que sabe que no sabe, de sí y de los otros. Es, en resumen, una suerte de recom- posición del mundo operada por el lector, a partir de una limitada cantidad de información hábilmente repartida en- tre autor, narrador y personajes. 10 Marco Denevi, .Variación del perro», en Variaciones sobre un tema de Durero, Galerna; Buenos Aires, 1968,pág. 53. Prólogo 17 Decir entre autor, narrador y personajes implica dístín- guir, fundamentalmente, entre los dos primeros. y éste es otro de los puntos que nos interesa subrayar. No creemos que haya duda sobre la categoría y función del narrador. Baste con recordar que el narrador no es simplemente el autor: su misión es más precisa: contar. Pero lo que llama- mos autor exige cierta aclaración. El autor no es, natural- mente, el hombre (Stendhal no es sencillamente Beyle), pero tampoco simplemente el hombre escribiente, l'homme-a-la- plumeo La entidad del autor no está dada por la distancia que va del hombre en pantuflas a la del hombre en su escri- torio. En la 'literatura', el autor es una convención bastante diferente de lo que el autor es para el resto de la producción escrita. Cuando Michelet, por ejemplo, escribe, podemos su- poner que las ideas del autor son las del hombre, y en tal sentido, la diferencia no es otra que la que va del hombre práctico a la del hombre que escribe. En literatura, en cam- bio, la noción de autor supone una entidad algo diferente: un hombre de oficio (poético) acuciado por el afán de crear y, sobre todo,' de haber creado. Un mundo, o tan siquiera una comarca. No es bastante decir (en la novela) que da la palabra a un narrador (entendiendo por narrador esa entidad precisa del relator que cuenta, en lenguaje mimético, y con crédito irrestringido por parte de todos los lectores). En- contramos, al margen de este lenguaje estrictamente narra- tivo, dudas, interrogaciones, apreciaciones, reflexiones, gene- ralizaciones -lo que se ha dado en llamar 'íntrusíonest-c-, que atribuimos al autor: esas dudas, esas reflexiones, no siempre trasuntan el pensamiento real del escritor, del horn- bre-que-escribe. Tales reflexiones, que no pueden pertenecer al narrador -porque otra es su misión-, tampoco suelen ser las del hombre: son exigidas por el libro y aportadas por el oficiante. La categoría de 'autor' es la del escritor que 18 Las voces de la novela pone todo su oficio, todo su pasado de información literaria y artística, todo su caudal de conocimiento e ideas (no sólo las que .en la vida sustenta) al servicio del sentido unitario.: 'de la obra que elabora. Esta entidad que llamamos 'autor' asoma muchas veces en ei libro, detrás del narrador, no con- fiando enteramente en él, arreglando, componiendo, acla- rando, acotando, completando 11. Su intervención es a veces solapada y sutil, otras burda e insufrible. Esa imagen del autor no es, por consiguiente, una para todos los libros de un mismo escritor, sino una diferente para cada libro. La imagen del 'autor' que utilizamos no es, obviamente, más que una convención puramente ídeal ". Pero tanto si la obra está en las líneas del texto coma si está entre líneas, hay que conocer el texto. La gran obra no reside exclusivamente en los recursos técnicos, pero tamo poco existe fuera de ellos. Describirlos, señalar categorías, comprender su mecanismo es quizá el camino más seguro para su conocimiento 'poético'. No es cuestión de enseñar al artista ni de rehacer la obra. «No se puede refutar una visión novelesca del mundo, pero se puede -se debe- rechazar el dejarse vendar los ojos, querer ver, desmontar en 10 posible los resortes, las 11 Y ése era el sentido pnmlgenio:autor, del latín auctor, de augere, aumentar; acr;¡:entar ... (V. «Vocabulaire d'Esthétique», en Re- vue d'Esthétique, núm. 3-4, julio-diciembre de 1966.) 12 Es' habitual transferir también dicha función al narrador. Mar- tínez Bonatidistingue así el lenguaje mimético del no mimético del narrador. Todorov la llama 'nivel apreciativo': dice que es inherente al libro y distinta de la del autor real. Desaparecen, púes: las intru- siones de autor. Hechas las salvedades y precisiones anteriores, cree- mos conveniente, en favor de una más nítida separación de funciones, mantener esa separación de cometidos, esa suerte de división del tra bajo entre 'autor' y 'narrador'. Prólogo 19 intenciones secretas. Una obra verdaderamente .grande nada tiene que temer a un tal examen»13. La empresa ideal para una crítica del género consistiría, tal vez, en extraer, del análisis de un gran número de rela- tos, un verdadero y completo sistema de descripción. Luego, munidos de él, volver a cada caso particular para aplicarlo. Ese sistema de descripción será también, naturalmente, ideal. A semejanza de las especies zoológicas, es dable ima- ginar entre las novelas mamíferos que no tienen pelo, aves, que tienen diafragma. Habrá quizá, en una tabla mendeleía- na de la novela, completa y virtual, relatos aún no escritos, pero teóricamente concebibles14. . Se debería empezar por ver qué categorías operan en la novela, cómo se interrelacionan, mediante qué procedi- mientos funcionan. Pues la"idea de estructura, como es sao bido, implica la de·función. Una frase de Derrida, referida al lenguaje, pero que po- dría servir .de lema a toda la crítica literaria, nos tienta como sentencia liminar de todo análisis en que hubiésemos incurrido: Parler me fait peur paree que ne disant jamais assez, je dis toujours tropo Esto, que es válido quizá, como decimos, para toda la crítica, se torna particularmente cier- 13 C.-E. Magny, Histoire du roman [rancais depuis 1918, Seuíl, París. 1950, pág. 140. 14 De ese .slstema de d,escripción de la estructura novelesca podría tal vez decirse algo traslaticiamente semejante a lo que Lévi-Strauss dice de la etnología: "SU objetivo consiste en alcanzar más allá de la imagen consciente y siempre diferente que los hombres forman de su propio devenir, un inventario de posibilidades inconscientes, cuyo número no es ilimitado: el repertorio de estas posibilidades y las relaciones de compatibilidad o de incompatibilidad que cada una de ellas mantiene con todas las demás proporcionan una arquitectura lógica a desarrollos históricos que pueden ser imprevisibles sin ser nunca arbltraríos.s (Antropología estructural, Eudeba, Buenos Aires, 1968, pág. 23.) 20 Las voces de la novela '11 to cuando se trata de 'procedimientos'. Y, en efecto, apenas hemos señalado un mecanismo literario, nos asalta la con- vícción de su pobreza o insuficiencia para explicar la riqueza y plenitud poéticas en que se halla inserto; al mismo tiempo que la:inquietud y la sospecha de haber ido demasiado lejos, de haber dicho' demasiado al pretender que tal recurso en- cierre, de manera cabal, ese acierto o plenitud. Esta desazón encuentra, por lo demás, sustento en el reproche más general de inanidad del análisis estructural, en cuanto es incapaz de fundar juicios axiol6gicos, de ser- vir a una crítica valorativa. Dos reflexiones, empero, deben circunscribir tal desaz6n y reproche. La primera consiste .en recordar el peligro opuesto' de una crítica pseudo o neo- :impresionista, ponderativa de méritos y,aciertos, sin que se vea muy bien en qué se fundan: crítica de contenido que, en más de un caso, podría verificarse exactamente igual' tanto para la cr6nica periodística del 'suceso' como para la obra literaria que lo recrea. La segunda, en comprobar que si bien el valor literario de una obra no reside exclusiva- mente en sus recursos técnicos, la originalidad, coherencia o perfecci6n de éstos contribuyen de manera decisiva (aun cuando el lector no sea 'consciente') a fundarlo. Toda búsqueda o análisis de estructuras será un designio muy modesto, y aun menor, si se pierde de vista su verda- dera finalidad: mostrar el paso de un desorden a un orden, como dice con acierto Jean Rousset, el paso de lo insignifi- cante a la coherencia de las significaciones, de lo informe a la forma, del vado a la plenitud, de la ausencia a la pre- sencia. Presencia de un lenguaje organizado, presencia de un espfritu en una forma. 1 INTRODUCCIóN ... je crois que je perdrais moins, perdant la vue, que perdant I'ouíe . Pourtant je vois mes personnages; mais non point tant leurs détails que leur masse, et plutót encore leurs gestes, leur allure, le rythme de leurs mouvements. Je ne souffre point de ce que les verres de mes lunettes ne me les présentent pas tout a fait eau poinb; tandis que les moindres infle- xions de leurs voiXl,je les percois avec la netteté la plus vive. Gide, Iournal des [aux-monnayeurs. Quién hubiese dicho, cuando aprendíamos en latín el inquit, más tarde, cuando nos sumían en .la académica dis- tinci6n del estilo directo e indirecto, que esas tiernas, ino- centes palabras, llevaban. en sí una carga explosiva que pro- vocaría toda una revoluci6n en la novela y en la crítica ... Tal vez con la misma inocencia (a la literatura ·la carga el diablo) Cervantes desmontaba la espoleta del relato: Púselo en forma de coloquio, por ahorrar lo de dijo Cipión respondió Berganza, que suele alargar la escritura r, ' ---- 1 Ce~tes, El casamiento engañoso, Clásicos Castellanos, s.co. pe, Madnd, 1957,pág. 207. 22 Las voces de la novela Porque, en gran medida, la revolución que en nuestro tiempo se produce en el arte y en la crítica de la novela, nace en el momento mismo en que el lector, a imagen y semejanza del que escucha una llamada telefónica, pregunta: ¿Quién habla? En el teatro, el problema no se plantea. El autor sale de la escena, se sienta en la platea, y da la palabra a sus per- sonajes. En la novela, en cambio, el autor da la palabra a r: ;un narrador, y éste eventualmente a sus personajes, Sobre la escena el diálogo es puro, en la novela siempre más o menos teñido: «por mucho que diferencie las voces, el na-] rrador permanecerá siempre en el primer plano de la audio! ción y de la conciencia»2. El dramaturgo nos dice: Este) sucedió así: dos puntos, y se levanta el telón. El novelista, en cambio, nos dice: pienso que esto sucedió así... En el drama, el diálogo es la realidad primaria, mientras que en la novela es una realidad secundaria (o terciaria): él entraña ese complicado juego de espejos que es su propia natura- leza. Para decirlo en términos de ffsica: el teatro es refle- xión, la novela refracción. . Es probable que haya habido en todo tiempo una infi- nidad de lectores que, durante la lectura de una novela, no se hayan planteado nunca 'la pregunta: ¿quién dice esto?, la pregunta del niño, en suma, que, escuchando un cuento de labios de su madre, y ante expresiones tales como «dijo», «respondió», se preguntaba: «Bst-ce vraiment écrit?~. Y, 2' W.'Kayser, Interpretación y análisis de la obra literaria, Gredos, Madrid, 1961, 4.& ed., pág. 241. «Llevadas por el largo discurso del narrador, las palabras de los múltiples personajes están, ellas tam- bién, sometidas a la perspectiva central,» J.-Y.'Tadié, op. cit., pág. 132. 3 Gaétan Picon (L'écrivain et son ombre, Gallimard, París; i953, pág. 95), quien agrega: la narración, que no es del, dominio de la Historia, pertenece a «un autre ordre qui n'est pas celui -de la vie••. Y Jean Rousset, de modo coincidente: «L'oeuvre ímpose I'avenement Introducción 23 sin embargo, obvia es la importancia de saber si el que cuen- ta es un testigo imparcial, el protagonista, un actor secun- dario, en fin, un cronista, el verdugo o la víctima. Pues, en efecto, una historia o una aventura cualquiera puede semos transmitida por el que la ha vivido, por quien la ha escu- chado de otros, o por quien la ha inventado. La variedad del punto de vista se complica todavía si tenemos en cuenta que el narrador puede contar con intención documental o fabuladora, en forma de alegato, carta o memoria: episto- lario, testamento, diario íntimo o historia maravillosa, todo queda envuelto en la cubierta que lleva el mismo rótulode novela. De ahí la' importancia que tiene para el novelista (hoy plenamente consciente de ello) la adopción de un ángu- lo de enfoque. Pues si en el teatro, como observa Jean Pouíl- Ion, los actores son vistos sobre la misma escena, en la novela podemos verlos desde fuera o desde dentro, o unos a través de la conciencia de los otros. Ante tal variedad: «¿qué punto de vista, qué centro de perspectiva elegir para ordenar y recorrer de modo novelesco esa 'pluralidad?» 4. . La poesía resulta de una lucha denodada por la única forma de decir algo. La novela, por su parte, es una lucha entre las múltiples maneras posibles de contar algo. Sin embargo, desde sus primeras. líneas todo relato insi- núa su perspectiva: «Acaescióuna vez, que el conde Lucanor estaba fablando en su poridad con Patronio, su consejero, et dijcl.,.• (Ejemplo 1 de El conde Lucanor.) «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acor- darme...•• (Don Quijote.) d'un ordre en rupture avec l'état exístant, l'affirmation d'un ~gne qui obéit il ses Ioís 'et il sa logique propres•• (Forme' et signi#Cation, Corti, París, 1964, pág. 11). ' 4 Jean Pouillon, Temps et roman, Gallimard, París, 1946, pág. 23. ~' BIBLIOTECA CENTRAL ~~.Lt,~({1 CJ~ 24 Las voces de la novela «Pues sepa vuestra merced ante todas cosas que a mí me llaman Lázaro de Termes, hijo de ...• (El Lazarillo de Tormes.} «Había una vez un leñador y una leñadora que teman siete hijos, todos varones...• (Pulgarcito.) «Longtemps,je me suis couché de bonne heure.• (A la recher- che du temps perdu.) «Vous avez mis le pied gauche...• (La modiiication.) Es evidente que la adopción de cada forma responde a una intención deliberada. No obstante, cuando se trata de ceñir el problema del narrador -o de distinguir a su res- pecto las diferentes formas del relato- se advierte que tal categoría es en sí misma insuficiente. Pnes, desde un punto de vista estrictamente narrativo, las variaciones están en relación con diferentes instancias: autor, relato, narrador, personajes, tiempo, destinatario. Y es sólo en función del juego de tales relaciones como puede caracterizarse la es- tructura de una novela determinada. Se ha tratado de resolver la cuestión mediante el recur- so a la forma personal del relato: narración en primera o en tercera persona. Pero prontamente surge la insuficiencia o el error de esta caracterización, cuando menos abusiva. Pues hay formas de curioso entrecruzamiento. En efecto, una narración puede asumir la forma de cabal relato en tercera persona, correspondiendo, no obstante, a la más estricta conciencia de la primera. Tal e~caso de El viejo y el mar de Hemingway, por ejemplo, donde la tercera per- sona del protagonista no es más que un calco de su visión absolutamente personal: la novela podría ser reescrita en primera persona sin que la merma (desde el punto de vista lógico, naturalmente) fuese apenas perceptible. Tal el caso, también, de la novela de Dos Passos (pero ¿a qué Intentar decirlo mejor que Claude-Edmonde Magny?): «En su trílo- Introducción 25 gía U. S. A., John Dos Passos nos cuenta en tercera persona las aventuras de sus héroes: pero la exterioridad del punto de vista no es más que una apariencia: el relato sería exac- tamente el mismo si el personaje dijera 'yo'; se nos informa no solamente sobre sus comportamientos, sino también so- bre sus emociones, sus preocupaciones, sus reacciones psi- cológicas; se nos dicen de él cosas que únicamente él puede saber» s. Con razón escribía Sartre, refiriéndose a 1919 (se- gunda novela de la trilogía): «Le récitant raconte, du dehors, comme le héros eüt aimé qu'on racontát» '. Más nítidamen- te aún puede verse, en La lalousie de Robbe-Grillet, esta tercera persona patente que es en realidad una primera persona latente: «Ahora la sombra del pilar -el pilar que sostiene el ángulo sudoeste del techo- divide en dos partes iguales el ángulo correspondiente de la .terraza»7. Bien co- nocido es además el. caso de El castillo, que Kafka comen- zara a escribir en primera persona, pero escrito finalmente en tercera, aunque conservando siempre el carácter de un mundo visto a través de una conciencia protagónica (Direc- ción exactamente opuesta al itinerario recorrido por Proust desde lean Santeuil a la Recherche), s C.-E. Magny, L'dge du Toman américain, Seuil, París, 1948,pági- na 71. Tiempo después hemos leído estas palabras del propio John Dos Passos, que confirman aquello plenamente: «Para entonces yo estaba embarcado en un esfuerzo para sostener un comentario con- temporáneo sobre los cambios de la historia, siempre como si lo vie- ran los ojos de algún individuo, lo oyeran las orejas de algún indivi- duo, lo sintieran los nervios y tejidos de algún individuo. Estos libros fueron U. S. A.. (<<Quéconstituye a un novelísta», en Facetas, 1971, vol. 4, núm. 3, pág. 117.) 6 J.-P. Sartre, Situations 1, Gallimard, París. 1947,pág. 20. 7 El subrayado es nuestro. Pero sin necesidad de subrayado: «Los tres cubiertos ocupan tres de los lados, la lámpara el cuarto. A... ocupa su sitio habitual, Franck está sentado a su derecha -o sea de- lante del aparador. Sobre el aparador...». El tercer hombre -igno- rada- no es otro que el narrador. 26 Las voces de la novela Inversamente, un relato en primera persona puede co- brar la forma de la más objetiva visión en tercera: tal el relato autobiográfico de Meursault (El extranjero J, .un hom- bre que se ve a sí mismo como si fuera otro. Y cabe pregun- tarse si es sólo con las tres personas (o con sus transmí- graciones) con las que Carlos Fuentes ha especulado en La muerte de Artemio Cruz. Se ha hablado, también, de autor omnisciente, de autor protagonista, de autor transcriptor,· de cámara narradora. Pero ni estas distinciones resultan suficientes, cuando no inducen a error, ni la mera persona (gramatical) del relato resuelve la cuestión: queda claro que no siempre la narra- ción en tercera persona es omnisciente, ni el relato en prí- mera subjetivo. El citado caso de Proust bastaría como tes- timonio: en primer lugar, parece abusiva la identificación entre el narrador y Marcel (como tantas veces se lo ha he- cho): el que cuenta su infancia y su pasado es un persona- je-narrador y no Marcel Proust; pero hay más: y es que, como veremos, a pesar del carácter subjetivo del relato, el narrador sabe demasiadas cosas. MIRADA, CONCIENCIA Y VOZ Este desajuste, esta incoherencia entre voz narradora y perspectiva del relato provocó una toma de concíencía, un primer reclamo de coherencia con el punto de vista, exi- gencia que, como toda reacción, se tradujo en un exceso, en un abuso, en una amputación deliberada de muchos de los recursos tradicionales de la novela. La discusión y el rechazo de la omnisciencia cobra su mayor intensidad -después de Henry James- hacia los años de la·primera posguerra, y vuelve a rebotar con nuevo Introducción 27 vigor entre los años 1947·50 -muy especialmente a raíz del sonado artículo de Sartre sobre los personajes de Mauriac. Pero donde mejor se reflejara fue en la novela behaviorista de los norteamericanos. En ella podría verse propiamente, avant la lettre, una primera 'escuela de la mirada'. El narra- dor, a semejanza de Santo Tomás, debía ver para contar. La novela norteamericana (Hemingway, Caín, Hammett, Chandler) sacrifica la psicología a la conducta, al compor- tamiento, a la manifestación exterior. Un paso más y -sóló en dicho sentido- la novela objetiva: «No hay más aconte- cimiento; la mirada es el acontecimiento»8. Cuando aquel examen y rechazo de la omnisciencia lle- varon a la reflexión sobre la perspectiva y a la adopción de un punto de vista determinado, éste se resolvió casi literal- mente en lo que su nombre indicaba, es decir, en la elec- ción de un ángulo de enfoque, que excluía de las posibilida- des del narrador la referencia a todo aquello que escapara a su visión. Este planteo iba, más que contra la omnisciencia, con- tra la omnipresencia, contra la ubicuidad y la pluralidad de miras, contra la visión sinóptica.No es, pues, extraño que, como reacción, la novela se ciñera al punto de vista. Ni que su lenguaje se restringiese en consecuencia al mundo de lo visual. Un novelista como Harnmett, por ejemplo, pa- reciera atenerse estrictamente en el relato a lo que verían nuestros ojos. No es tampoco extraño que, en un momento dado haya sido el arte de la imagen, el cine, quien mayor influencia ejerciera sobre la novela9. Ni que haya sido el I Bernard Píngaud, La antinovela, Carlos Pérez, Buenos Aires, 1968, pág. 42. 9 Y aun la pintura: entre varios escritores y músicos a quienes Hemingway menciona, respondiendo a la pregunta de un periodista (¿Quiénes cree usted que son sus antecedentes literarios? ¿Aquellos 28 Las voces de la novela behaviorismo su modalidad más ilustre. Indénticos son, en un momento dado, los postulados a que novela y cine tra- tan de ceñirse. Claude-Edmonde Magny ha mostrado (cuan- do tanto el cine como la novela se esforzaban por salir de las limitaciones impuestas por la linealidad y objetividad del relato tradicional) la influencia recíproca entre ojo cine- matográfico y conciencia narradora. Pero el cine, en definitiva, es fundamentalmente una su- cesión de imágenes, una combinación de miradas sobre el mundo; en resumen, un modo de ver, un 'enfoque', y sólo metafóricamente un lenguaje. Por eso hablamos, a su res- pecto, de planos y de ángulos de vista, de perspectiva y de incidencias. Todo lo cual (no sin razón) puede aplicarse a la novela, cuyo objeto ha sido definido como «la realidad huma- na que ella quiere describir desde cierta oblicuidad» (Jean Pouillon). Mas parece haberse olvidado, a todo esto, que la novela no es sino un lenguaje (en sentido estricto), a través del cual se cuelan distintas voces. La novela, más que un modo de ver, es un modo de contar. Empero, casi todas las explicaciones y comparaciones a su respecto son de orden 'visual. (Diríase que -con el cine y la televisión- nos hemos convertido en seres de un registro visualmente agudo pero auditivamente pobre). Las similitudes y aproximaciones que de quienes usted ha aprendido mds?), nombra a Tintoretto, Jerónimo Bosch, Breughel, Goya, Giotto, Cézanne, Van Gogh, Gauguin, y aña- de: cHe incluido pintores porque yo aprendo a escribir también en los pintores. Usted se preguntará cómo sucede eso. Pero explicarlo también nos llevaría un día entero.s (George Plímpton, Una entrevista con Ernest Hemingway, trad. de Miguel Briante y Roberto Guares- chi. En En otro pais, Estuario, Buenos Aires, 1968.) Y John Dos Pas- sos: cParte de mi servicio fue en el frente italiano. (... ) estaba allí la pintura. Lo menciono porque estoy seguro de que la gran pintura narrativa de los siglos XIV y xv influyó profundamente sobre mis ideas de cómo narrar en palabras una hístoría,» (cQué constituye a un no- velista», en Facetas, 1971, vol. 4, núm. 3.) Introducción 29 Claude-Edmonde Magny, por ejemplo, aporta a la novela, están casi invariablemente extraídas del cine, utilizan un riquísimo repertorio de nociones ópticas 10. Y, sin embargo, la novela, tanto como una cuestión de planos y 'perspectí- va' es una cuestión de polifonía y 'registro': alguien cuenta] un suceso: lo hace con su propia voz; pero cita también, en: estilo directo, frases del otro, imitando eventualmente su' voz, su mímica y hasta sus gestos; por momentos resume, l en estilo indirecto, algunas de sus expresiones, pero su pro- pia voz, inconscientemente, denuncia en las inflexiones el contagio de. la voz del otro; a veces, en la reproducción de las afirmaciones que le presta, asoma el acento de su propia pasión. Un oído fino lo distingue. Y a menudo no está más que en la sutileza de ese registro el placer que nos causan algunos relatos 'imparciales'. No es extraño, pues, que el interés y la lucidez respecto del 'punto de vista' (The Craft of Fiction de Lubbock, Temps et roman de Pouillon, por ejemplo) hayan precedido notoriamente a los del 'registro' (Todorov, Genette) -sólo hoy en vías de investigación y des- arrollo. Es cierto que, de una visión impersonal, considerada fal- sa y abstracta, se había tomado a otra más acorde con los medios normales de percepción individual. Pero se empo- brecía y amputaba así el campo narrativo. Dicha restricción no estaba enteramente fundada en razón. Pues, sin duda alguna, el narrador sabe mtÍs de lo que ve. El relato puede, 10 Michel Raimond, al insistir sobre la influencia, aun en el voca- bulario, de las técnicas cinematográficas, consigna en una nota: cCf. la lista establecida por Broce Morrissette: 'campo de vista, ángulo intencional perspectiva del personaje, campo límite, visión con, toma de vista, Úuminación, cuadro o cono intencional, centro de visión, coordenadas de posición del ojo registrador', etc.s (La crise du Toman des lendemains du natuTalisme aux années vingt, Corti, París, 1966, pág. 301.) 30 Las voces de la novela ciertamente, cemrse a la VIStan. Pero puede también, de modo más amplio, representar la conciencia de un narrador, que no solamente ve, sino que supone, deduce, conjetura. La unidad de enfoque es reemplazada por la unidad de concien- cia. El ojo pasa a ser el ojo del espíritu, como diría Valéry. La novela deja de ser un punto .de vista para ser una con- ciencia narradora. Curioso es observar que esta relación entre conciencia y mirada vuelve a ser reinvertida por el nouveau romano ~ste opera un despojo, un retorno a la visión desprejuicía- da, una ascesis. No es extraño que se haya hablado a su respecto de reducción fenomenológica, de puesta entre pa- réntesis de toda interpretación del mundo -y, en definitiva, de fascinación-o La novela objetiva intenta reconquistar una visión prístina y elemental del mundo. «La catarsis, la puri- ficación del contenido novelesco, se opera en Robbe-Grillet, reduciendo la conciencia a una mirada, y, por consiguiente, los acontecimientos a objetos en el espacio de un presente detenido ...», dice Jacques Howlett. El mundo está en' los ojos. La conciencia se reduce a mirada. Las cosas vuelven a ser sustancia, forma y color antes que sentido: «no hay más 'yo', éste se ha convertido en una mirada que se ignora, mirada del hombre en la primera mañana de sí mismo y del mundo; pero esa pura mirada no es una mirada inocente; hay que hacer un esfuerzo para ver así» 11. Quizá en esto radique una de las diferencias esenciales con la novela nor- teamericana de entreguerra. J!sta conserva todavía la ino- cencia en la mirada. De allí proviene el carácter frío y dls- tante del mundo desolado e irrescatable de Dos Passos, por ejemplo. El mundo es como es, los ojos ven como ven... En la novela objetiva, por el contrario, hay por de pronto una 11 Jacques Howlett, eDístance et personne dans quelques romans d'aujourd'hui», Esprit, [ulio-agosto de 1958, págs. 89 y 90. respectiva- mente. Introducción 31 preocupación óptica, un esfuerzo de visión, una mirada estética. Un narrador puede valerse de la óptica de LInpersonaje, de su mirada. Claro está, no resulta fácil mantener un mun- do a este nivel. Pronto aparece la necesidad de una concíen- cia 12. De igual modo, el narrador puede servirse de la con: ciencia de un personaje para mostrar el mundo. Pero en ambos c~sos puede subsistir la pregunta: ¿quién cuenta? Pues un relato puede adoptar el punto de vista o la concíen- cia de un personaje sin que sea asumido por su voz. El so- nido y la furia constituye un excelente ejemplo. El relato de Benyi se circunscribe a lo que. éste ve: relato al nivel de la mirada, no de la conciencia. (Y he aquí el comentario del mismo Faulkner: "yo había comenzado a narrar la his- toria a través de los ojos del niño idiota, pues sentí que re- sultaría más eficaz que la relatara alguien capaz sólo de saber qué acontecía, pero no PC?rqué) 13. La misma novela sirve para ilustrar las otras dos instancias: el relato de los mismos acontecimientos (con escasa diferencia) vuelve a ser asumi- do, una segunda vez, por la 'conciencia' de Quentin (o de Jasan). Y, por último, el relato parece corresponder, preemi- nentemente,a la 'interpretación' de Dilsey, pero no es asu- mido por su voz, sino por la del narrador. 12 Madame Magny lo muestra claramente a propósito de Faulk- ner: ••Los acontecimientos se nos muestran por los ojos de un tes- tigo, al principio solamente responsable de la óptica particular de h narración, pero pronto atrapado por 10 que ve e inmediatamente como prometido en la acción. La frecuencia de este procedimiento puede explicarse por un escrúpulo de honestidad artística, por el cuidado de sefialar que un relato es siempre el relato de alguien, que un acontecimiento para ser captado, es decir, para ser, necesita una con- ciencia que lo perciba.• (L'dge du roman américain, Seuil, París, 1948, pág. 222.) 13 Citado por F. 1. Hoffman en William Faulkner, Fabril, Buenos Ail'eS, 1963, pág. 60. LAS VOCES. - 3 32 Las voces de la novela '1 i Estas tres instancias del relato pueden coincidir (narra- ciones en primera persona). Digno de señalarse es, no obs- tante, el caso de La celosía, en que nunca se alude a la mi- rada o a la conciencia del narrador, quedándonos sólo su voz. Pero puede haber también divorcio entre esas tres ins- tancias. De su inocente alquimia o de su hábil combinación nace la infinita, pero siempre envolvente, atmósfera de la novela, su «envoütement», su hechizo. Tiene razón Bernard Pingaud: «Si no podemos ser un 'personaje', quisiéramos ser 'alguien' por 10 menos. El héroe de la novela moderna, que ya no tiene carácter, a quien no se puede ya situar des- de el exterior ni analizar desde el interior, se reduce a una voz. Pero esa voz merece ser escuchada, pues nunca es la misma» 14· ¿Y de dónde proviene, si no de allí, esa cambiante pers- pectiva, esa pluralidad o, mejor dicho, esa extraña comple- jidad, esa atmósfera envolvente de la novela? Es el efecto de la voz del narrador. O, mejor dicho, de las diferentes voces que el narrador modula a través de la suya, como en un sutil juego de espejos. Voz narradora que no siempre resulta fácil determinar. Puesto que «el narrador de la no- vela -como dice Wolfgang Kayser- no es el autor, pero tampoco la figura imaginada que, con frecuencia, nos sale al paso tan familiarmente. Detrás de este disfraz está la novela, que se narra a sí misma; está el espíritu de esta novela, el omnisciente y omnipresente espíritu de este mun- do artístico. Es preciso aceptar la paradoja: el autor crea el mundo de su novela; pero también este mundo se crea a sí mismo a través de él, le transforma en sí mismo, le obliga a entrar en el juego de las transformaciones, para 14 B. Pingaud, .Y a-t-ll quelqu'un?, Esprit, julic>agosto de 1958, pá¡. 83. Introducción 33 manifestarse mediante él» 15. Son casi las palabras de Michel Butor: «Hay una cierta materia que quiere decirse; y en un sentido no es el novelista quien hace la novela, es la novela que se hace sola, y el novelista no es más que el instrumen- to de su venida al mundo, su partero; sabido es la ciencia, la conciencia, la paciencia que esto implica» 16. y lean Pouíl- Ion: «La forma debe resultar de una exigencia del conteni- do; es un molde que se moldea y no que moldea» 17. Todo- rov, a su vez, advierte: «Tenemos, pues, cantidad de datos sobre el narrador, que deberían permitirnos' aprehenderlo, situarlo con precisión; pero esa imagen fugitiva no se deja aproximar y reviste constantemente máscaras contradicto- rias, yendo de la de un autor de carne y hueso a la de un personaje cualquiera» 18. En fin, «el novelista sería una espe- cie de catalizador de cierto lenguaje» 19. 15 W. Kayser, «Actitudes y formas de lo épico», op. cit., pág. 468. 16 M. Butor, Répertoire, Seuíl, París, 1960,pág. Z13. 17 1. Pouillon, Temps et reman, Gallimard, París, 1946,pág. 14. 18 T. Todorov, eles catégories du récit littéraireit Communica. tions, núm. 8, Seuil, París, 1966, pág. 146. ' 19 Georges Jean, Le roman, Senil, París, 1971,pág. 142. II AUTORY FAUTOR .., le roman ne relevant pas moins de la fiction comme fiction d'un récit qUE;comme récit d'une fiction. Georges Blín, Stendhal et les problemes du romano EL AUTOR RELATOR La primera condición para el análisis de la estructura narrativa es el asombro. Asombro ante las cosas del relato que parecen IJ1ásobvias o naturales. El lector, desde hace un tiempo, oye voces ... -Voila sans doute sa derníere cartouche, dit en souriant le croupier apres un moment de. silence... Il existe je ne sais quoi de grand et d'épouvantable dans le suicide. (Balzac, La peau de chagrin, pág. 171) Ninguna duda sobre la distinción entre la palabra de un personaje (priIIlera línea) yla del narrador (segunda). Más 1 En éste coJ110en todos los casos, el número de página corres- ponde a la edición mencionada en el .1ndice de novelas y relatos cí- tados». Autor y fautor 35 extraña resulta (en la tercera) la de alguien que no habla, que no cuenta, sino que juzga:cel autor. A partir de enton- ces, ya no basta la distinción entre hombre y autor (horno scriptor J, sino que es necesario distinguir entre autor y na- rrador: qui parle (dans le récit) n'est pas qui écrit (dans la vie) et qui écrit n'est pas qui est 2. Todo libro pertenece, en principio, a un autor. ~l es, en primer lugar, quien da la cara. Asume la palabra, la autoría, el relato. Se identifica, desborda al narrador. Declara a ve- ces abiertamente: Laura, Douviers, La Pérouse, Azais... que faire avec tous ces gens-la? Je ne les cherchais point; c'est en suivant Bernard et Olivier que je les ai trouvés sur ma route. Tant pis pour moi; désormais, je me dois a eux, (Gide, Les [aux-monnayeurs, pág. 278.) Corriente y usual fue en el siglo XVIII esta exhibición del autor, muchas veces con fines humorísticos (Sterne, Mari· vaux, Diderot). Perdura en autores del siglo XIX, en algunas obras de Balzac, por ejemplo, como la Physiologie du ma- riage. Pero con toda razón señala P. Barriere: «Hay allí un sistema absolutamente contrario al que debe tener un nove- lista; esa superioridad del autor que no quiere ser engañado por su relato, que nos muestra con el dedo todos los hilos mata la ilusión dramática» 3. Desde el siglo XVIII en adelante, la marcha de la novela tiende progresivamente al secuestro 2 Roland Barthes, .Introduction a l'analyse structurale des ré- cits», Communications, núm. 8, Seuil, París, 1966, pág. 20; 3 P. Barriere, Honoré de Balzac. Les roman" de ieunesse, Ha- chette, París, 1928, pág. 23. 36 Las voces de la novela del autor. Del texto de la novela, el autor pasa al prefacio. y éste, poco a poco, se reduce hasta desaparecer. Pero este autor (que por asumir la palabra llamaremos l?rov~soriamente relator, para distinguirlo del transcriptor} puede alcanzar un grado muy diverso de subjetividad. De ahí que se haya hablado de autor subjetivo u objetivo, se- gún emita juicios y comentarios o se abstenga de hacerlo. Balzac puede ser un claro ejemplo de lo primero. Desde el realismo, en cambio, la novela persigue el ideal de un autor imparcial, objetivo, impersonal. Todorov prefiere hablar, con razón, de nivel apreciativo: «La descripción de cada parte de la historia comporta su apreciación moral; la au- sencia de una apreciación representa una toma de posición igualmente significativa»4. ~se ideal de objetividad parece corresponder hasta tal punto a una de las concepciones del género que llega casi~ a identificarse con él. Guy Michaud suponía que todo nove- lista lograba serlo cuando dejaba atrás una primera etapa (acentuadamente lírica, autobiográfica) Y alcanzaba una se- gunda de plena objetividad. Esa objetividad era la que, al parecer, le impedía a Taine ser novelista: no alcanzaba nun- ca a cortar el cordón umbilical de sus personajes, seguía siempre en ellos, con ellos, detrás de ellos. No es extraño que en este sentido se haya hablado de autor presente o ausente, como lo hace Jean Rousset. Con- sideremos, sin embargo, y hasta nuevo examen, como pre- sente al autor en todo relato en que asume la palabra (aun cuando lo haga del modo más objetivo). Con permiso de los filósofos, diríamos que la esencia precedeaquí a la existen- cia, el autor al libro, el concepto y la finalidad a la ejecu- 4 T. Todorov, eLes catégories du récit littéraire", Communications, núm. 8, SeuiI, París. 1966;pág. 146. Autor y fautor 31 ción, como en el cortapapeles de Sartre: y es ésta, sin duda, la idea tradicional en que se funda el concepto de literatura. (Otra de las técnicas narrativas, la del autor-transcriptor, como veremos, deriva justamente de una inversión de los términos, que consiste precisamente en desliteraturizar la obra, suponiéndola documento o testimonio, fingiéndola sin 'autor', viéndola como pura existencia a la que, por su cuen- ta y riesgo, unos lectores vienen a dotar después de esencia -literaria-). Veamos, pues, al autor como último responsable y eje- cutor; verdadero metteur en oeuvre, artífice material del libro, sin idealizarlo: el autor ideal de la novela se resuelve en la categoría del narrador. Hay, pues, entre autor y narrador una tensión difícil de resolver. Por estar aquél siempre presente, resulta arduo tenerlo callado. Si la voz del narrador aparece como legí- tima, la del autor parece 'intrusa'. Y si el narrador siempre acierta, cuando habla y cuando calla, el autor sólo acierta cuando calla. EL AUTOR -TRANSCRIPTOR A este afán de silencio total o eliminación del 'autor' ha respondido, sin duda, el nacimiento de un antiguo recurso novelesco: el de la transcripcián: Recurso detrás del cual se oculta otro afán de mayor alcance e implicación estética: la despersonalización, la objetividad, la verosimilitud. Como ningún otro género, la novela pugna contra una de sus di- mensiones fundamentales, contra la que más ostensible- mente preside su nacimiento: la ficción. La novela y lo no- velesco entran en conflicto. En la mayoría de las novelas la tensión de la cuerda en- tre autor y narrador hace que no nos demos cuenta de ella, 38 Las voces de la novela Ii 1I II '11 '"1II 1111 illl 11 1 1¡j de sus polos. El autor sólo habla a través del narrador, el narrador 'disimula' juicios y opiniones del autor. Pero basta que el narrador ceda un poco para que la cuerda se distien- da y aparezca la fláccida voz del autor. Otras veces, al contrario, es el autor el que cede. O, me- jor dicho, retro-cede, da un paso atrás, y se sitúa antes de la novela, en su portal, en su portada, en la Advertencia del Editor. Este autor-editor o transcriptor, más que un autor es un fautor, en el sentido policial y vagamente delictivo que ha adquirido la palabra. El autor recurre a la coartada, instiga, desaparece, actúa por delegación, vicariamente. El recurso del autor-transcríptor (sólo aquí podría ha- blarse con mayor derecho de autor ausente) comprende una variada gama de relatos, que podrían ordenarse respondien- do a una doble coordenada: desde la forma epistolar de las novelas hasta aquellos en que el autor. se presenta como mero 'editor' de unos papeles (encontrados en un desván, en un mesón, en una farmacia); y desde los que (sin parti- cipación del intermediario) han sido sólo objeto de copia fiel y cuidadosa hasta los que (admitiendo una cierta parti- cipación) han sido 'traducidos', 'compuestos' o 'reescritos' por el transcriptor 5. 1. La primera coordenada hace; pues, al mayor o me- nor artificio de la exclusión (o escamoteo) del autor: en la 5 La palabra autor poseía en latín dos sentidos principales: el que es causa primera de algo, el que es garante. Es al primer sentido al que apunta preferentemente la idea de autor-relator. Al segundo, la de autor-transcriptor: 'garante', pero en segunda instancia, casi 'deditionis auctor', instigador de la reedición. (Cf, eVocabulaire d'Es- thétíque», Revue d'Bsthétique, t. XIX, fase. 3-4, C. N. R. S., París, julio-diciembre 1966.) Autor y fautor 39 novela epistolar su ausencia es obviamente natural, en los papeles hallados, una flagrante convención. El recurso responde, desde sus comienzos, a un doble afán de objetividad (a) y de verosimilitud (b). Dos caminos diferentes por los que avanza la novela (y que la crítica a menudo intercambia o confunde, cuando a lo sumo se com- plementan). El primer concepto apunta a la imparcialidad del autor. El segundo, a la credibilidad de 10 narrado. Por ambas vías la novela pretende caucionar la 'historia'. Por la primera, sustrayendo la figura del rapsoda, del inventor, del embaucador (como diría Borges). Por la segunda, acumu- lando pruebas e indicios de la realidad del documento. Doble afán manifiesto en Don Quijote, La vie de Marianne, Pame- la, La nouvelle Héloise, Les liaisons dangereuses, el Manus- crito' encontrado en Zaragoza, Le ultime lettere di Jacopo Ortis, Adolphe, Volupté, The scarlet letter, Le journal d'une [emme de chambre, La vorágine, La nausée o La familia de Pascual Duarte, salidas a luz por obra de un editor, deposi- tario o traductor. a) Los escritores realistas y sus seguidores proclama- ron reiteradamente s~ afán de objetividad, de imparciali- dad y aun de impasibilidad. Pero hablar de la imparcialidad del autor (o aun de la del narrador en cuanto juzga su his- toria) es problemático: un juicio como ¿Es esa -preguntó el remoto progenitor de semejante impu- dicia- tu moralidad?6. revela una evidente intrusión de autor. Pero Ansiosa, tiernamente su amiga trató de comprendert, 6 Henry James, Las alas de la paloma, Troquel, Buenos Aires, 1967, pág. 59. 7 lbidem. 40 Las voces' de la novela ¿no la revela también, aunque en menor grado? Y así po- dríamos seguir, teniendo en cuenta los diversos 'registros' de la palabra que Todorov ha estudiado. En rigor no hay un autor imparcial y otro parcial, sino simplemente grados de parcialidad (no existiendo, en puridad, un discurso total- mente referencial). Esa imposibilidad de neutralidad absoluta ha sido, sin duda, el móvil secreto de la técnica del 'transcríptor'. En lugar de adoptar el discurso más impasible, más neutro, más aséptico posible -nunca suficientemente referencial-, el autor se 'elimina', declara: «No he escrito, sino trans- crito»: En la novela epistolar, el autor -implícita o explícita- mente- niega su autoría, presentándose como editor, com- pilador o redactor. Queda así a salvo la objetividad del re- lato. En el Prefacio del Editor de Pamela (Richardson) se lo declara literalmente: «Se debe razonablemente suponer que un Editor juzga una obra con una imparcialidad de la que casi nunca es capaz el Autor». Y Madame de Staél en el Prefacio a Delfina: «Las cartas que yo he recogido han sido escritas en' el comienzo de la Revolución (... ); desearía que los lectores se ocuparan únicamente de las personas que las han escrito». El género epistolar encierra, como veremos, por nece- sidad, y de manera inocente, algunos de los recursos más modernos a que por otras vías ha arribado la novela con- temporánea. Así, sólo del número de corresponsales nace ya una rica gama de posibilidades. Consideremos los tres casos fundamentales, según se trate de una sola voz, de dos o de varias. En el caso de las cartas de un único emisor (10que Rous- set llama «suite a une voíx») pueden darse ya dos. estruc- turas diferentes: la de un largo soliloquio, a manera de Autor y fautor 41 extensa confesión, que presupone un verdadero destinatario (interno), empero totalmente ausente del relato y de quien no se tiene para nada en cuenta su respuesta u opinión. El efecto fundamental es, como Rousset lo señala, un cierto patetismo. Este tipo de 'epistolario' tiende a confundirse con el diario íntimo o las memorias 8. Tal el caso, por ejem- plo, de las Cartas persas (Montesquieu), o de las Cartas por- tuguesas (¿Guilleragues?). Las últimas cartas de 1acobo Or- tiz, en cambio, tienen más en cuenta las del interlocutor Lorenzo -quien además agrega, como editor, algunos tex- tos para la mejor inteligencia de la historia de Jacobo: «para contártela, interrumpiré de cuando en cuando, de aquí en adelante, esta serie de cartas» (Lorenzo, a·l que leyere). La otra forma deja de ser monólogo para. ser verdadero diálogo: pero diálogo del que sólo escuchamos una voz. Comoen el caso de una conversación telefónica, en que sólo oímos a uno de los interlocutores, el lector aventura, recom- pone mentalmente los estados de ánimo, las réplicas del ausente: los silencios se pueblan de conjeturas. Tal el caso, entre otros, de La incágnita de Benito Pérez Galdós. La segunda manera epistolar es la de un canto a dos voces (eventualmente con intervención de alguna otra), ver- dadero diálogo o intercambio de correspondencia en que ambas tienen pareja importancia. Se trata aquí de una au- téntica comunicación, en la que cada carta presupone una anterior (a la que contesta) o convoca una respuesta. La exposición es casi obligadamente lineal (nos referimos al tiempo de la correspondencia, pues cada carta puede natu- ralmente utilizar 'libre y caprichosamente el tiempo de 10 narrado) y sólo por excepción puede trastrocarse la sucesión a Las memorias implican una distancia temporal con 10 narrado,; el diario, en cambio. una coetañeidad. Las cartas pueden saltar lib.J:Doo mente de lo uno a 10 otro, 42 Las voces de la. novela cronológica: la ausencia de un «acuse de recibo» o de res- puesta provoca automáticamente un trastorno que reclama ser prontamente subsanado. Sería ésta "la forma más pura y natural del género. Rousset señala que, paradojalrnente, es la más rara. En fin, cabe, por último, el canto polifónico: varios inter- locutores mantienen relación epistolar. Esta pluralidad de voces multiplica a su vez las posibilidades del campo nove- lesco. Naturalmente, lo 'que se gana en extensión se pierde generalmente en hondura. Dos consecuencias de capital im- portancia para la novela: desempeña aquí un papel impor- tantísimo la información (de unos respecto de otros) y la cronología epistolar admite un juego casi ilimitado de liber- tad e innovación. Les liaisons dangereuses de Choderlos de Laclos sería un ejemplo clásico para este tipo. La novela epistolar encierra, curiosamente, casi toda la problemática del género. Una reflexión sobre el modo epis- tolar de la novela habría revelado, pues, desde su aparición, muchos de los problemas sobre los cuales la narrativa ha centrado su interés después. Veámoslo sucintamente. El relato asumido por un personaje entraña la limitación del punto de vista y una subsecuente restricción del campo. La posibilidad de una composición de libertad práctica- mente ilimitada nace desde el momento mismo en que pue- de verse toda la materia narrativa distribuida en piezas suel- tas y unitarias (las cartas). La sola supresión de alguna de ellas deja vislumbrar un juego de silencios o misterios, de 'agujeros' a los que ha sido tan afecta la novela contempo- ránea. La 'escritura' epistolar hace patente la existenci~ de diversos tiempos que se responden y entrecruzan: un tiem- po de producción (momento de escritura); otro de lectura (del interlocutor); otro de lo narrado, que puede implicar un futuro ligado' (en esta forma novelesca mucho más que 43 Autor y fautor ._____---'-------------- o' e. -aunque no forzosamente- al tiem- en otras) casI slernpr o • • d á L oovela epistolar utiliza del mo o m s po de la escritura. a . 1· . trO de las personas gramatíca es, y es natural todo el reglS , o. te mas antiguo de la segunda persona. tal vez el anteceden , 1 1 oumero de corresponsales puede resu-La multiplicación de . o , •'bi! recurso de sustrtucion de la omms- tal' de hecho un ha .. , . 1 it o 0'0 • ' La composicron episto ar. perml e, por cIencIa del autor. . . 'o .' egO con respecto al destinatario. último, un rico JU rtaS, el género más artificial desde elLa novela por ca. . río (e trop de convenu et d'arrangement punto de vista Iitera . á· 'ote.Beuve) resulta, sm embargo, el m s littéraire», decía Sal d . t Iézi· tO e VIS a glco. natural desde el pun ',.,0 entre la natural ausencia de autor A mitad de carn)" . o. •~ el artificio total del autor-transcrip- del género epistolar ) . 1 relatos en los que, en sus primeros tor quedan aquel OS . . ) r • tll prepara las condiciones (el marco capítulos el novelis . ., . r aJ'e relate su historia (que es la 'hísto- para que un persa n , ducid 1 . d 1 . o , de aqUl, re UC) o a as proporciones e na de la novela) . .D 1 U ili . ,. 'erOP ar: « n mi uar arrugo mio que mu- cuento un marco ej - dí, el'a hace algunos anos, me contó un a rió de fiebre en Gre ' . .. . 'eoto al que asístíera. Su relato me cho- el prImer acontecírn! , , ., e lo escribí de memoria tan pronto como ca de tal manera qu, 9 D" d E e F. qUI: o •• ». omintque, e ug ne ro- tuve .ttempo. Relo -~05a que la vida del personaje epónimo, mentín, no es otr~ o y recogida (vertida) por el autor. El contada por sí mlsrOte modo: «Ciertamente no tengo de quélib . d es1 ro comienza e '90 aquel cuyas confidencias volcaré en quejarme -me. de~~ y muy poco novelesco que se leerá en el re.lato muy Slmp tle ... » Sus dos primeros capítulos con-seguida-e-, puesto q . cnt de la redoute», Romans et nouvelles, 9 Mérimée. «L'cnlcvef11273. Garnier, París, 1967, pál' 44 Las voces de la novela 111'1 tribuyen a fijar la situación del transcriptor y el punto de vista del narrador -en síntesis, la perspectiva del relato, que cobra el carácter íntimo, reservado y 'pudoroso' de una confidencia otoñal producida por y en determinadas circuns- tancias-. Ese segundo capítulo concluye.de manera elocuen- te («Yo no le pedí sus confidencias; él me las ofreció. Y co- mo si no hubiese tenido más que traducir en palabras las memorias cifradas que yo tenía ante mis ojos, me contó sin disfraces, aunque no sin emoción, la historia siguiente»), y lo que continúa -el relato propiamente dicho de Domí- nique- adquiere así un eco distinto del que tendría sin la introducción: aparece como justificado, o por lo menos exento de toda sospecha de exhibicionismo. El confidente, destinatario (interno), ha recibido, pues, una relación oral de los hechos y la ha transcrito. Caso similar es el de Otra vuelta de tuerca de Henry James, aunque en éste el transcriptor ha escuchado -y ha transcrito con toda exactitud mucho tiempo después- la lectura de una relación escrita de la historia. La introduc- ción, que hace de marco, presenta una tertulia en la que uno de los asistentes, Douglas, anuncia -aportando algunas referencias previas- la lectura de una escalofriante' historia escrita por su protagonista, una joven institutriz, y guar- dada bajo llave durante muchos años. Del mismo recurso se vale Roberto Arlt en Los siete locos , que se continúa en Los lanzallamas. Pero hay aquí una hábil innovación. Leemos la novela (o novelas) sin saber exacta- mente quién cuenta, cómo han llegado los sucesos al narra- dor (salpicados de algún extraño 'me decía', 'lo interrogué'); Sólo al final de la novela aparece el marco: el protagonista, antes de suicidarse, ha referido todo al 'cronista' o narrador: «(Brdosaín) salió de la lechería, dirigiéndose a mi casa. Per- maneció allí tres días y dos noches. En ese intermedio me Autor y fautor 45 confesó todo». (... ). «Resultaba asombrosa su resistencia. Conversaba hasta dieciocho horas por día. Yo tomaba notas urgentemente. Mi trabajo era penoso, porque tema que tra- bajar en la semioscuridad. Erdosain no podía tolerar la luz. Le era insoportable». El autor, empero, disimula ciertas 'intrusiones', o inconsecuencias de autor-editor en las Notas del comentador. En el otro extremo de la coordenada encontraríamos aquellos relatos en que el artificio· del autor-transcriptor resulta más patente. El editor reclama simplemente el méri- to (o la disculpa) de haber encontrado o dado a la impren- ta unos papeles: «Este libro, que publico con el título Dia- rio de una mucama, ha sido en verdad escrito por Celestí- na R..., mucama» (Mirbeau). Por supuesto, hay un gran nú- mero de relatos en que el autor trata de disimularse, si no de ocultarse, por razones de conveniencia, de pudor o de censura. Tal, a este respecto, La vie de Marianne (Marivaux), que se escuda detrás de un doble envío: «Como podría sos- pecharse que esta historia ha sido deliberadamente escrita paradivertir al público, creo un deber advertir que la he recibido de un amigo, quien realmente la encontrara, como él mismo 10 dice luego...»: «este pequeño preámbulo meha parecido necesario, y 10 he hecho 10 mejor que pude, pues yo no soy en absoluto autor, y nunca se imprimirán de mi más que esta veintena de líneas». q bien, Oberman (de Se- nancour), cuyo autor se presenta apenas veladamente como su editor. O Volupté de Sainte-Beuve: «El autor, el perso- naje no ficticio del relato, ha muerto ha pocos años en la América del Norte ...». Personaje no ficticio, en efecto -aco- ta Maurice Allem-, y del cual sólo la muerte es ficticia 10. 10 Saínte-Beuve, Volupté, introducción y notas de M. Allem, ed. Garnier Freres. 46 [¡tU voces de la nove14, O la irónica Advertencia del Editor de Les liaisons dange--" reuses: «no garantizamos la autenticidad de este conjuntos y hasta nos sobran razones para pensar que no es más que una novela». El autor fluctúa, como vemos, entre ser y no ser, o: me- jor dicho, entre ser y aparecer: desde la tímida presencia a la ausencia remisa. Nada más ilustrativo a este respecto que los comienzos de Balzac. Como es sabido, Balzac ensaya sus primeros pasos en la novela ocultándose detrás de va. rios seudónimos: Lord Rhoone (empero anagramático ...), Saint-Aubin, Viellerglé. No conforme, recurre al artificio: Falthurne, Manuscrito del Abate Savonati, traducido del ita. liana... ; L'Héritiere de Birague, Historia extraída de los ma- nuscritos de Dom Raga, ex-prior de los Benedictinos...; Clotilde de Lusignan ou le beau juif, Manuscrito hallado en los archivos de Provenza... Ocultamiento, pues, de segundo grado. Pero cuando a los veintinueve años decide abordar la novela histórica (si- guiendo el camino ilustre de Walter Scott) con Les Chouans, su primera novela importante, vacila entre el abandono del anonimato o de los viejos seudónimos y la franca adopción de su propio nombre. Un momento lo vemos inclinarse hacia una solución intermedia: dejando atrás los extraños seudónimos de sus novelas de capa y espada, adoptará uno nuevo, más formal y acorde con la seriedad dei tema que extrae de «la parte más grave y delicada de la historia con- temporánea»: Victor ~orillon. No obstante, desdoblándose en el prólogo, escribirá un extenso y curioso Avertissement du Gars, que habla elocuentemente de su indecisa paterní- dad: «Con satisfacción podemos confesar que nuestro sentí- miento ha sido compartido por el autor de esta obra ....o..quien manifestó siempre una profunda aversión por estos prólo- gos, semejantes a charlatanerías de feria en que uno se es- A.utor y fautor 47 fuerza por hacer creer en la existencia de abates, de mílí- tares, de sacristanes, de gente muerta en 'los calabozos, y en el hallazgo de manuscritos que hacen volcar sobre criaturas postizas tesoros de simpatía-o Sir Walter Scott tuvo esa ma- nía, pero tuvo el buen gusto de burlarse él mismo de esas superfetaciones que restan verdad a un libro. Si se está con- denado a subir a las tablas, hay que decidirse, por cierto, a hacer de charlatán, pero sin ayuda de maniquí. Acogemos con más gravedad y estima a un hombre que se presenta modestamente diciendo su nombre, y actualmente hay mo- destia en nombrarse, hay una cierta nobleza en ofrecer a la Crítica y a sus conciudadanos una vida real, un compromiso, un hombre y no una sombra, y a este respecto nunca fue llevada una víctima más resignada a las hachas de la Crío tíca». La vacilación de Balzae entre el anonimato y la autoría es evidente. Victor Morillon ha reemplazado ya a los Lord Rhoone y a los Saint-Aubin, pero esgrime todavía argumen- tos suicidas. (El psicoanálisis develaría seguramente en este texto un asombroso caso de ambivalencia). Finalmente, Bal- zac sustituye a Morillon, y sanciona por primera vez una obra con su nombre (que reforzará poco después con la partícula nobiliaria: de Balzac), En Adolphe el recurso es complicado. El editor declara en su Advertencia haber recibido un cofre (con cartas, un retrato femenino y un cuaderno manuscrito) enviado por un posadero de Calabria en cuyo albergue se alojara meses atrás, simultánea y casualmente, con un extranjero <, Care- ciendo de las señas de éste (a quien pertenecen sin lugar a dudas los efectos), ha conservado los papeles durante diez años, hasta que en un encuentro fortuito, en Alemania, y habiendo hablado del manuscrito, alguien se lo pide. Ocho días después, lo recibe nuevamente, acompañado de una LAS VOCES. - 4 48 Las voces de la novela carta, que 10 decide a la publicación. Al final del libro, se agregan dicha Carta al Editor (<<Yohe conocido a la mayo- ría de los que figuran en esta historia, demasiado veraz... Usted debería publicar esta anécdota... Hoy no puede ya hacer mal a nadie») y su Respuesta (<<Sí,publicaré el ma- nuscrito que usted me devuelves). El transcriptor del legajo de Pepita Iiménez (Juan Valera) hallado entre los papeles de un deán, confiesa haber creído en un principio que se trataba de una novela, en la que el deán «quiso ejercitar su ingenio componiéndola en algunos ratos de ocio», aunque más tarde, observando la sencillez de su estilo, llegó a la conclusión de que se trataba no de novela, sino de verdaderas cartas, «que el señor deán rasgó, quemó o devolvió a sus dueños, y que la parte narrativa, designada con el título bíblico de 'Paralipómenos', es la sola obra del señor deán, a fin de completar el cuadro con.sucesos que las cartas no refieren». En las Memorias de dos recién casadas las prevenciones de Balzac van más lejos todavía: «Si el editor hubiera que- rido hacer un libro en lugar de publicar una de las grandes acciones privadas de este siglo, hubiese procedido de,'otro modo: eréasele». Persiguiendo una asepsia cada vez mayor, una neutra- lidad o abstención más absoluta,' el relato ha quedado a cargo de un árbol o una casa. Tallo que ocurre, por ejem- plo, 'en La sangre de Elena Quiroga y La casa de Mujica Láinez. Pero -es curioso- no podría hablarse de deshu- manización. Paradojalmente, el árbol, la casa, guardan más humanidad que el narrador de muchas nove~as contempo- ráneas. b) Pero junto al afán de objetividad y prescindencia se acentúa el prurito de verosimilitud. Ya no bastan las pala- bras del Editor. El autor cuenta, más que con la credibilidad Autor y fautor 49 del lector, con su desconfianza. Multiplica las cauciones. Acumula indicios de garantía. Contrarresta con datos' natu; rales 10 sobrenatural. La historia de Don Quijote fue hallada en unos cartapacios, escritos en caracteres arábigos y ad- quiridos casualmente en la tienda de un sedero de Toledo, por medio real; los tradujo luego un morisco aljamiado por dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo; historia que, en opinión de su Editor, peca más bien por haber quedado su autor falto antes que demasiado. La letra roja, según Hawthorne, proviene de otro hallaz- go igualmente casual: en el segundo-piso del edificio de la Aduana de Salem, dentro de uno de los barriles repletos de fajos de viejos documentos oficiales, encontró, una lluviosa tarde de ocio, un paquete que contenía un rollo de papel polvoriento envuelto en un trozo de tela bordada con una extraña letra A... El Manuscrito encontrado en Zaragoza (Jean Potocki) 10 fue, en una casita abandonada, días des- pués de tomada la ciudad, por un oficial del ejército francés. y el de La vida de Mariana, varios cuadernos de escritura femenina, en un armario practicado en el muro de una casa campestre cercana a Rennes. El manuscrito de Otra vuelta de tuerca, con su «tinta envejecida, pálida, y con la letra más admirable», fue res- catado de un cajón cerrado con llave, donde estuvo durante años, y el de los Hijos del viento (Burgess Drake), «escrito en un par de rollos de papel para planos, 'con trazos sutiles como una telaraña', sujeto por la correhuela y con ras vio- letas encima» hallado sobre el piso de la habitación de los niños. eVeuillez me donner ce cahier relié en parchemin, sur la seconde tablette, au-dessus du secrétaire; non pas
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