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El_Mercantilismo III

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TEMA 8: EL MERCANTILISMO III: Los intereses privados versus los públicos Prof. Dr. Eduardo Escartín González 
 
 
 
 
 
 
 
 
HISTORIA DEL PENSAMIENTO ECONÓMICO 
 
 
 
 
TEMA 8 
 
EL MERCANTILISMO: 
 
III.- LOS INTERESES PRIVADOS 
VERSUS LOS PÚBLICOS 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
TEMA 8: EL MERCANTILISMO III: Los intereses privados versus los públicos Prof. Dr. Eduardo Escartín González 
 
 
 
 
 
 
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1.- GENERALIDADES 
El rey Carlos I de Inglaterra moría ejecutado en 
enero de 1649. Este fue uno de los resultados de la 
Revolución Inglesa (1641-1649) a la que abocó la pugna 
(y posterior guerra civil) por el mantenimiento de los 
privilegios de la monarquía absolutista de ese Rey y el 
control parlamentario del gasto público. Los ingentes 
gastos del monarca y la corrupción de los gobernantes 
requerían cuantiosas exacciones tributarias, sentidas muy 
onerosamente por la burguesía y el pueblo. 
El Rey disolvió varias veces el Parlamento por 
no haber accedido a sus pretensiones económicas. La 
sublevación, en 1642, del partido parlamentario contra el 
partido aristocrático estaba apoyada, en gran medida, por 
la burguesía que se oponía a los privilegios de los grandes 
monopolios y a los impuestos arbitrarios; también 
encontró apoyo en el campesinado oprimido y 
descontento por el vallado de fincas (enclosures) que 
provocaba un aumento del paro al detraerse las tierras 
recién cercadas del cultivo o del uso comunitario y 
destinarlas a pastos para las ovejas. 
Tras la dictadura de Cromwell (1648-1658) y la 
restauración monárquica (efectiva desde mayo de 1660) 
en Carlos II, hijo del rey ejecutado, y que pretendió 
mantener la monarquía absolutista, no desaparecieron las 
tensiones sociales y políticas que culminaron en la 
Segunda Revolución Inglesa (1688-1689) con la caída de 
Jacobo II (hermano y sucesor del anterior). 
Esta breve e incruenta revolución acabó con el 
régimen absolutista en Inglaterra dando paso, con 
Guillermo III de Orange-Nassau, a una monarquía 
constitucional basada en la legitimidad del pueblo y 
conferida por éste a sus representantes parlamentarios. No 
obstante, éstos no se elegían democráticamente, sino por 
las poderosas oligarquías locales que, al dominar las 
circunscripciones electorales, lograban los votos a favor 
de sus propios candidatos. 
En el trasfondo de estas luchas y revoluciones se 
encontraban las aspiraciones de libertad económica de la 
burguesía comercial. La institución de la propiedad 
privada, desde tiempo inmemorial, propicia el afán de 
lucro personal. Pero para colmar las ilusiones de quienes 
obtienen ganancias privadas y garantizar en el futuro 
sus perspectivas se requiere la lucha social para 
conseguir emancipar los negocios del poder público 
y, luego, la conquista del propio poder político. 
Las revoluciones inglesas del siglo XVII 
constituyen ese primer paso de la consecución de la 
libertad comercial y económica que iría 
encaminándose hacia la conquista, en una segunda 
fase, del poder político, cuyo hito histórico más 
relevante se encuentra en la Revolución Francesa. 
La intelectualidad, también en el campo del 
pensamiento económico, se encargó de difundir desde 
finales del siglo XVII el ansia de libertad económica 
individual, enmascarada en la consecución del bien 
público, por ser acorde con la ley natural. Sobre la 
vieja concepción de un cosmos ordenado por leyes 
naturales, empieza a consolidarse la idea de que el 
hombre no puede modificar las leyes de la naturaleza 
sin vulnerar la armonía del orden natural. En el 
mundo de la economía se identifica ese orden natural 
con la propiedad privada ejercida libremente y se 
acuña la expresión «libertad natural»; cualquier 
restricción de la libertad económica individual 
perjudica la armonía general y con ella el bien común. 
En consecuencia, se creyó que el logro del 
interés privado, en régimen de libertad económica, 
era el mejor medio para alcanzar el interés general. 
Adam Smith, en el último cuarto del siglo 
XVIII, fue el economista que culminó este proceso de 
individualismo. 
Aunque las ideas de libertad económica en 
los negocios se remontan a muchos siglos atrás (ya 
vimos cómo se iban desarrollando durante el 
Renacimiento y en los primeros siglos del 
mercantilismo), en el campo del pensamiento 
económico, es en esta última etapa del movimiento 
cultural mercantilista cuando cobra una especial 
intensificación la mencionada creencia. 
En este tema se expondrá el pensamiento de 
algunos de los principales autores de tendencia 
liberal, así como los que aluden a los intereses 
privados y públicos. 
TEMA 8: EL MERCANTILISMO III: Los intereses privados versus los públicos Prof. Dr. Eduardo Escartín González 
 
 
 
 
 
 
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2.-SIR JOSIAH CHILD 
Sir Josiah Child (1630-1699), acaudalado 
hombre de negocios, fue director autocrático de la East 
India Company británica. Publicó su Nuevo discurso 
sobre el comercio (1693) que es la reedición de una obra 
anterior, Discurso sobre el comercio (1690), en el que 
compendia artículos más tempranos publicados entre 
1668 y 1670, entre ellos, Breves observaciones relativas 
al comercio y al interés del dinero (1668). 
A) SU PENSAMIENTO LIBERAL 
Al igual que otros mercantilistas, no es un liberal 
puro. Lo mismo defiende el liberalismo de los negocios 
que la intervención estatal; todo depende del objetivo a 
cumplir, según su valoración personal de lo que es 
deseable lograr. Fundamentalmente, hay que conseguir el 
enriquecimiento y el poderío de la nación. Por eso 
aprueba la Navigation Act promulgada por Cromwel y 
según la cual se prohibía cargar mercancías inglesas en 
barcos que no fueran de esta nacionalidad. El motivo que 
aduce Child es que con ello se fomenta una poderosa 
marina inglesa, aunque el flete en barcos propios sea más 
caro que en los extranjeros. Este mismo razonamiento del 
interés para la defensa nacional subyace en su opinión 
respecto a las inversiones financieras, que deberían 
realizarse con capital inglés, para que el control de la 
producción no se encontrara en manos extranjeras; 
obviamente, tal situación financiera acarrearía serios 
perjuicios a los intereses nacionales en caso de guerra. 
Además fue partidario de fomentar el desarrollo industrial 
del país mediante restricciones a la importación de todo 
producto que fuera factible elaborar en la nación; también 
de tomar represalias comerciales contra los países que no 
compraran mercancías inglesas; de impulsar la actividad 
bancaria con regulaciones que permitieran agilizar el 
traspaso de las deudas y el préstamo a interés, así como 
de establecer un impuesto alto sobre el consumo, porque 
lo tenían los holandeses y porque Child lo consideraba 
“el impuesto más equitativo y neutral del mundo” (Child, 
1668, pp. 235 y 236). 
Sentadas estas bases para el engrandecimiento y 
el poderío económico y financiero de la nación, en lo 
demás debe dejarse una gran libertad de acción a la 
propiedad, al comercio y a la industria. No debe haber 
restricciones ni regulaciones, ya que éstas impedirían 
el desarrollo de las invenciones e innovaciones útiles 
para adaptarse a las modas y diversidad de gustos de 
los hombres. Las regulaciones tienden a desalentar el 
trabajo y el impulso de los negocios a la par que 
impiden aprovechar el talento y el espíritu 
emprendedor de la población, que acaba por emigrar 
del país (Spiegel, p. 182). 
Sin embargo, Child se da cuenta de que los 
intereses privados no siempre conducen a conseguir el 
interés general de la nación, cifrado en un saldo 
positivo de la balanza comercial. Así, por ejemplo, 
puede darse el caso de un pobre comerciante que no 
consiga cubrir sus costes (perjuicio privado) y esté 
contribuyendo al enriquecimientode la nación con 
sus exportaciones de mercancías inglesas, que 
aumentan el saldo positivo de la balanza comercial. 
Tal sería la circunstancia del exportador que no 
puede cumplir con el axioma del comercio (comprar 
barato y vender caro) si debido a la competencia 
extranjera, debe vender más barato que los demás. En 
el caso contrario se hallaría el rico importador de 
artículos extranjeros que, al obtener beneficios 
privados, perjudica a la nación porque disminuye el 
saldo de la balanza comercial (Spiegel, p. 181). 
B) POLÍTICA COLONIAL 
Su práctica del comercio colonial, de tipo 
imperialista, ejerciendo un férreo monopolio se 
encuentra inscrita en la concepción mercantilista, en 
la que juega un papel importante la consecución del 
poderío militar y naval de la nación. Por lo general, 
este tipo de comercio es muy beneficioso para 
Inglaterra, en opinión de Child, porque se venden 
muchas mercancías inglesas y además cada colono 
inglés con su consumo "proporciona trabajo a cuatro 
hombres en nuestro país" (citado por Spiegel, p. 
185). Sin embargo, se queja del comercio colonial 
con Nueva Inglaterra, porque en esa colonia se 
construyen barcos y se producen otros artículos en 
competencia directa con los ingleses y su comercio no 
está obligado a realizarse exclusivamente con la 
metrópoli; por estos motivos, en el saldo de la 
balanza comercial entre Gran Bretaña y Nueva 
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Inglaterra, apenas se consigue trabajo "para un solo 
hombre en el país" (ibídem, p. 186). 
Considera la política colonial inglesa mucho más 
efectiva que la francesa y la española. En efecto, una 
parte de la mano de obra, que Inglaterra empleaba en las 
colonias, procedía de la población reclusa, convictos, 
otros delincuentes y pobres; la facilidad para emigrar a las 
colonias aliviaba en gran parte el problema del paro y de 
la delincuencia, pero el gobierno inglés permitía la 
libertad (la redención por el trabajo) a esos trabajadores 
en las colonias, y también el acceso a la propiedad 
privada y el reconocimiento de los derechos hereditarios, 
lo cual constituía un aliciente para la laboriosidad de los 
colonos. En cambio, los colonos franceses no adquirían 
derechos de propiedad sobre la tierra sino que trabajaban 
para el rey a través de las compañías colonizadoras. Los 
españoles se dedicaban, principalmente, a la minería del 
oro y la plata (en cuya actividad morían muchos esclavos) 
y desatendían la producción agrícola que les permitirían 
mantener "una gran flota" y muchas personas "en tierra y 
en el mar" (citado por Spiegel, p. 186). Pero, aunque hay 
algo de cierto en lo que dice Child, estas consideraciones 
no reflejan toda la realidad. 
C) LA POBLACIÓN 
Como otros mercantilistas, es poblacionista y 
basa la riqueza de las ciudades y de la nación en la 
cuantía de su población, porque un país que se enriquece 
con el comercio y con el desarrollo de la producción 
agrícola e industrial puede mantener a muchas personas. 
Al igual que Petty, supone que la gente es 
indolente y que reacciona ante el trabajo ofreciéndolo de 
forma decreciente (posiblemente se refiera al trabajador 
de la metrópoli, pues ya se ha mencionado que los 
colonos tenían poderosos estímulos para trabajar 
intensamente). Así dice: "nuestros pobres [...] en un año 
bueno [...] no trabajarán más de dos días por semana, y 
su ánimo será tal que no trabajarán para los malos 
tiempos, sino sólo lo justo y nada más, manteniéndose en 
esa situación de indigencia a la que están 
acostumbrados" (Child, 1668, p. 241) . 
D) LA PRODUCCIÓN 
 La actividad económica más productiva es el 
comercio y su potencialidad para seguir 
enriqueciendo a Inglaterra es grandísima, puesto que, 
según Child, ni siquiera había alcanzado la quinta 
parte de sus posibilidades (Spiegel, p. 187). 
Este autor, tiene una gran fe en el desarrollo 
económico y se le puede considerar un temprano 
precursor de la idea del crecimiento sostenido cuando 
dice que "ni la naturaleza ni las leyes operan por 
saltos"
1. Es partidario de fomentar la producción de 
nuevas manufacturas mediante exenciones fiscales y 
de la elaboración de productos de alta calidad, como 
así lo hacían los holandeses (Child, 1668, p 239). 
Después del comercio, le sigue el trabajo, 
pues como él dice, "si trabajamos más nos haremos 
más ricos" (cita de Spiegel, p. 184). Sin embargo, no 
todos los trabajos ayudan al enriquecimiento de la 
nación de igual forma. Los trabajos que crean riqueza 
o la traen de fuera son los de los campesinos, 
mercaderes, artesanos, y los que dependen de éstos, 
es decir, los marineros, pescadores, ganaderos, etc. 
Mientras que el resto de los trabajos, como son el de 
los nobles, los abogados, los médicos, los hombres de 
letras, los vendedores etc., tan sólo hacen circular la 
riqueza (Child, 1668, p. 246). Es decir, Child tiene la 
noción de actividades económicas productivas y no 
productivas, según aumenten o no la riqueza del país; 
pero no identifica la riqueza con los metales 
preciosos, pese a preocuparse por el saldo positivo de 
la balanza comercial. 
E) EL INTERÉS, LOS SALARIOS Y EL VALOR DE LAS 
TIERRAS 
Para Child, el interés, o precio del dinero, no 
solo tiene una influencia decisiva en el desarrollo del 
comercio, sino que su reducción es la primera causa 
de la riqueza (Child, 1668, p. 237). Así, “para saber 
si un país es rico o pobre y en qué proporción, sólo 
es necesario resolver la siguiente cuestión: ¿qué 
interés pagan por el dinero?” (ib, p. 239). La 
competitividad con los holandeses, en el comercio 
 
1 Nec natura aut lex operantur per saltum. A finales del siglo XIX, 
Marshall adoptaría un lema muy parecido: Natura non facit saltum. 
Este último lema es citado por Darwin (1859, p. 198 y 454) 
diciendo que es un antiguo precepto adoptado en historia natural. 
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exterior, le induce a proponer que en Inglaterra se 
establezca un tipo de interés bajo; pero ante todo, tan bajo 
como el de los holandeses (ibídem, p. 237). 
Algunos autores criticaron esta postura de Child, 
argumentando que la competitividad se logra 
manteniendo unos salarios bajos, pues éstos influyen más 
que el tipo de interés en el precio de las mercancías. En 
contra del parecer de Child, otros autores consideraban 
que el interés bajo es el efecto, pero no la causa, de la 
riqueza de una nación. 
Child rebate estas opiniones, razonando que si 
el dinero se pide prestado en Inglaterra, los pagos por los 
intereses se quedan dentro de la nación; pero si, por ser 
más bajos en Holanda, los préstamos se obtienen en otro 
país, el pago de los intereses representará una salida de 
dinero en perjuicio de la nación. Para evitar esto, en 
consecuencia, el tipo de interés en Inglaterra debía ser tan 
bajo como el de Holanda. Por otro lado, respecto a la 
controversia sobre qué elementos económicos son la 
causa o los efectos del tipo de interés, Child se decanta 
por considerar que los bajos tipos de interés son la causa 
de la prosperidad económica de la nación. Y si con ello 
suben el precio de la tierra, las rentas y los precios de 
todas las cosas eso sería prueba evidente del aumento 
generalizado de la riqueza; porque en una nación no es 
posible que se mantengan las cosas caras durante muchos 
años si la gente no es rica, pues precisamente en los 
países donde las cosas son más baratas, la mayoría de la 
gente es muy pobre (Child, 1668, p. 241). 
Respecto a los salarios bajos, replica que los 
holandeses los pagan muy altos y ello no les impide 
afrontar empresascomerciales de bajo rendimiento, 
gracias a que tienen un tipo de interés muy bajo. Los 
salarios altos son un síntoma de la prosperidad en los 
negocios que permite pagar más por la mano de obra, lo 
que a su vez atraerá a más gente "sin necesidad de 
haberla criado" (citado por Spiegel, p.184) y la propia 
abundancia de mano de obra hará que bajen los salarios, 
mientras que su escasez provoca un alza de los salarios. 
Como se puede apreciar, este razonamiento de Child se 
basa en el concepto de la interacción de la oferta y la 
demanda que tiende a un equilibrio mediante el principio 
del ajuste automático; es decir, sin necesidad de una 
premeditada intervención en los mercados hay una 
tendencia natural hacia un tipo de equilibrio estable. 
Child relaciona el tipo de interés con el 
precio de las tierras. Prácticamente procede a 
capitalizar el valor de la tierra al tipo de interés 
corriente, dividiendo la renta de la tierra 
(suponiéndola constante) por el tipo de interés (VT= 
R/i), ya que cree que nadie en su sano juicio podría 
gastarse su dinero en la compra de tierras para "no 
volverlo a ver en veinte años" cuando invertido al 
diez por ciento lo dobla en diez años, a interés simple 
(la cita procede de Spiegel, p. 190). 
Child (1668, pp.240 y 245) constató un 
hecho ya conocido, a saber, que el tipo de interés es 
una de las causas que afectan a los movimientos 
internacionales de capitales, de modo que estos 
últimos fluyen hacia los países que tienen más alto el 
tipo de interés. 
Otro autor que también había relacionado el 
tipo de interés con los movimientos internacionales de 
capital fue Sir Thomas Culpepper. A propósito de 
este autor, conviene hacer una reflexión sobre Child. 
Algunas de sus opiniones expuestas en su folleto 
Breves observaciones relativas al comercio y al 
interés del dinero son muy parecidas a las expresadas 
por Culpepper en Un tratado contra la usura 
presentado a la Cámara Alta del Parlamento (1621). 
Child, al reeditar su opúsculo citado, en un 
Suplemento niega expresamente haber conocido ese 
discurso de Culpepper antes de redactar sus Breves 
observaciones relativas al comercio y al interés del 
dinero. Por otra parte, alguna de sus reflexiones sobre 
la situación del comercio y los tipos de interés en 
España contiene expresiones similares a las 
empleadas por Martínez de Mata en su Memorial en 
razón del remedio de la despoblación, pobreza y 
esterilidad de España (1650); concretamente, cuando 
ambos se refieren a los extranjeros que dominan el 
comercio y actúan como sanguijuelas que chupan la 
sangre. Child (1668, p. 239) dice que España está 
“desprovista de comercio salvo el que les llevan los 
ingleses, holandeses, italianos, judíos y otros 
extranjeros, que en la realidad son como 
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sanguijuelas que les chupan su sangre y su vitalidad”. 
Martínez de Mata (1650, p. 152) expresa la idea así: “El 
remedio consiste en [...] quitar las sanguijuelas 
extranjeras, que como esponjas chupan [...] el oro y plata 
que es la sangre manantial del cuerpo de esta 
Monarquía”. 
Teniendo en cuenta que una de las misiones de 
la cultura es la divulgación de conocimientos e ideas, 
cuesta creer que un hombre culto como Child no hubiera 
leído a otros autores, como, por ejemplo, Culpepper y 
Martínez de Mata. 
3.-JOHN LOCKE 
John Locke (1632-1704), procedente de una 
familia media (su padre era jurista), recibió una esmerada 
educación, secundaria en Westminster y universitaria en 
Oxford, que, unida a su esfuerzo y valía personal, le 
permitió ascender en su condición social, profesional y 
económica. Fue médico del que más tarde sería primer 
conde de Shaftesbury, hombre dedicado a la política 
(ministro de hacienda y canciller) y para quien Locke 
realizó algunos informes económicos. En 1668 fue 
nombrado miembro de la Royal Society. Por motivos 
políticos se trasladó temporalmente (1675-1677) al 
continente (Francia y Países Bajos); durante esos años 
vivió acomodadamente gracias a que había logrado 
fortuna y con ella independencia económica. Durante la 
segunda revolución inglesa tomó parte activa a favor de 
Guillermo de Orange, quien una vez en el trono le 
nombró Comisario real de comercio y colonias. Locke 
publicó sus obras más importantes después de la segunda 
revolución inglesa; con ellas alcanzó gran fama como 
filósofo. Su vasta cultura también le facultó para efectuar 
importantes aportaciones en el campo del pensamiento 
económico; principalmente, éstas figuran en sus Dos 
Tratados sobre el Gobierno (1690), que dedicó a 
Guillermo III, y Consideraciones sobre el interés y el 
valor del dinero (1692) (que en una de sus versiones en 
castellano lleva por título Escritos monetarios). Los 
temas más sobresalientes son: 
A) EL LIBERALISMO 
Su pensamiento liberal se basa en su propia 
experiencia, ya que pudo apartarse de los vaivenes 
políticos y de las dificultades de los avatares 
económicos y sociales gracias a haber logrado una 
moderada fortuna. Por eso considera que la propiedad 
privada es indispensable para lograr la independencia 
y la seguridad personales. Así, está firmemente 
convencido de que no puede existir la Justicia sin 
bienes propios y sin derecho de propiedad. 
Partiendo de estas reflexiones, elabora una 
teoría política liberal, por lo cual se le atribuye la 
paternidad del liberalismo moderno y fuente de 
inspiración de Montesquieu. 
Locke sostiene tesis diametralmente opuestas 
a las expuestas por Hobbes en Leviathan (1651) 2. 
Éste opina que los hombres en "estado de naturaleza" 
se caracterizaban por permanecer en una continua 
"guerra de todos los hombres contra todos" (bellum 
omnium contra omnes, cita de Schumpeter, p. 159); 
esa situación sin existencia de organización social se 
supera con la constitución de un poder absoluto que 
someta a los demás hombres imponiendo, mediante 
un gobierno despótico, una organización social que 
evite el anterior caos y anarquía. 
Locke, por el contrario, opina que los 
hombres en estado de naturaleza son “iguales entre 
sí” y gozan “de perfecta libertad” (Locke, 1690, p. 
36), pero no están exentos de ley, puesto que en la 
propia naturaleza rige la ley natural. La percepción de 
ésta es accesible a la razón y enseña a toda la 
humanidad que, en esencia, los hombres son buenos 
por naturaleza, iguales e independientes. Asimismo 
esa ley enseña que “ninguno debe dañar a otro en lo 
que atañe a su vida, salud, libertad o posesiones" 
(Locke, 1690, p. 38). 
Para superar la inseguridad y, sobre todo, la 
constante incertidumbre y la amenaza de ser 
invadidos por otros, males a los que se está expuesto 
en el estado de naturaleza, los hombres, por 
mediación de un convenio, crean un gobierno "con el 
fin de preservar sus vidas, sus libertades y sus 
posesiones, es decir, todo eso a lo que doy el nombre 
 
2 El estereotipo de las opiniones de Hobbes se resume en la frase: 
«El hombre es un lobo para el hombre» (homo homini lupus). 
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genérico de propiedad" (ibídem, p. 134). Puesto que, 
según opina Locke sin fundamento científico, el derecho a 
la propiedad, en el sentido lato que le da, es anterior a la 
constitución del gobierno, éste “no puede suponerse que 
vaya más allá de lo que pide el bien común, sino que ha 
de obligarse a asegurar la propiedad de cada uno” 
(ibídem, p. 137), y, por lo tanto, el poder del Estado "no 
puede ser ejercido absoluta y arbitrariamente sobre las 
fortunas y la vida del pueblo" (ibídem, p. 142). Estas 
ideas básicas, al madurar, darían lugar a laversión de que 
todas las personas son iguales ante la ley y tienen el 
derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, sin que 
nadie, ni siquiera el estado, pueda privarle del contenido 
de ese derecho, salvo por un procedimiento legal justo. 
Estos principios acabaron siendo reconocidos, 
expresamente, en la Declaración de Independencia de las 
trece colonias inglesas en América (1776), en la 
Constitución de los Estados Unidos (1787) por las 
enmiendas de 1789, en la Declaración de los derechos 
del hombre y del ciudadano (1789), aprobada por la 
Asamblea Constituyente Francesa (a raíz de la 
Revolución Francesa) y, en nuestros días, en la 
Declaración universal de los derechos humanos de la 
ONU (diciembre de 1948). 
B) LA PROPIEDAD 
El derecho a la propiedad, según Locke (1690, 
pp. 55 y 56), se fundamenta en el derecho de todo hombre 
a apropiarse los frutos de su trabajo sobre la naturaleza, 
que proporciona a la humanidad la tierra en común y a 
cada hombre, individualmente, su propia persona y su 
propio trabajo. 
No obstante, Locke tiene un concepto elitista del 
derecho de propiedad, porque también afirma que: “Así, 
la hierba que mi caballo ha rumiado, y el heno que mi 
criado
3
 ha segado, y los minerales que yo he extraído de 
un lugar al que yo tenía un derecho compartido con los 
demás, se convierte en propiedad mía, sin que haya 
concesión o consentimiento de nadie”(ibídem, p. 58). 
La apropiación de los frutos del trabajo humano 
 
3 El resalte es mío para destacar que el criado no tiene derecho a los 
frutos de su trabajo, ya que pertenecen al amo. Además es preciso señalar 
que los caballos no son rumiantes. 
presenta un tope a la acumulación de bienes, ya que 
por ley natural, el hombre tiene una capacidad 
limitada de trabajo y consumo y, por otra parte, 
bastantes productos obtenidos de la naturaleza suelen 
ser perecederos (ib., pp. 62 y ss.). 
El uso del dinero, a partir del momento en 
que se comenzó a utilizar como tal determinados 
bienes imperecederos, posibilitó la acumulación 
ilimitada y las desigualdades sociales, contra las 
limitaciones marcadas por la ley natural. No obstante, 
como la institución del dinero es debida a una 
convención de los hombres, las leyes positivas 
(humanas) pueden establecer normas para regular la 
propiedad basada en el dinero (ibídem, pp 72 y 74). 
Como se puede apreciar, estas ideas no son 
una novedad, puesto que se encuentran en el 
pensamiento aristotélico, patrístico y escolástico. 
C) LA PRODUCCIÓN 
Según Locke (1692, pp. 62 y 63), la 
actividad que más contribuye a la riqueza de una 
nación que carezca de minas de oro y plata es el 
comercio, en unión de la laboriosidad de la gente. 
Así, una balanza comercial favorable proporciona la 
acumulación de dinero; lo que es deseable, no porque 
éste constituya en sí la riqueza, sino porque con él se 
obtienen todos los bienes necesarios para la vida. 
Para este autor los factores más importantes 
que intervienen en la producción son el trabajo y la 
naturaleza. Según Locke (1690, p. 67), de estos dos 
factores, el que adquiere una especial relevancia es el 
trabajo, cuya participación en la formación del valor 
de los bienes la estima en nueve décimas partes, o, 
incluso, puede alcanzar las noventa y nueve 
centésimas, cuando lleguen a nuestro uso si tenemos 
en cuenta los diversos gastos invertidos en ellos; el 
resto es atribuible a la naturaleza. No debe extrañar 
pues “que el trabajo sea capaz de dar más valor a la 
tierra que cuando ésta era comunal; pues es el 
trabajo lo que introduce la diferencia de valor en 
todas las cosas”. 
Debido a estas apreciaciones, sin ningún tipo 
de fundamento científico, algunos autores consideran 
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que Locke es el iniciador de la teoría del valor-trabajo, 
que posteriormente arraigaría en el pensamiento 
económico clásico (pese a que Petty ya había intentado un 
cierto tipo de relación valor-trabajo). 
D) LA FORMACIÓN DE LOS PRECIOS 
Locke presenta un esbozo de teoría sobre el 
precio de los bienes basada en la demanda, debida a la 
necesidad de los bienes, según su utilidad para los 
individuos, o elemento subjetivo, y en la oferta de los 
mismos en función de su escasez, o elemento objetivo. El 
elemento objetivo, es decir la mayor o menor escasez de 
un bien con respecto a la cantidad de compradores, tiene 
una gran influencia en la determinación del precio. Esto 
es lo que se deduce cuando afirma que "la medida del 
valor del dinero, en relación con cualquier cosa que se 
adquiera con él, es la cantidad de dinero en efectivo que 
tenemos en comparación con la cantidad de esa cosa y su 
salida o venta, que es lo mismo que decir que [...] el 
precio de cualquier mercancía sube o baja en proporción 
al número de compradores o vendedores". "La venta de 
cualquier cosa depende de la utilidad o de la necesidad 
que se tenga de ella [...y también dependerá] de su 
conveniencia o de la opinión regida por la moda o el 
capricho” (Locke, 1692, p. 79). 
Locke observó (como otros autores antes que él) 
la importancia del efecto demostración, elemento 
eminentemente subjetivo, en la formación del precio. 
Hace hincapié en que "es la vanidad y no la utilidad lo 
que configura la moda cara de nuestra gente, surgirá la 
rivalidad de ver quien tiene las cosas más elegantes y 
caras, y no las más convenientes y útiles [...] no debéis 
pensar que la subida de su precio hará disminuir la venta 
de un producto extranjero de moda, [...] sino que más 
bien la incrementará” (ibídem, p. 79) (es decir, estos 
bienes de moda presentan una demanda de tipo anormal, 
puesto que es creciente en lugar de ser decreciente como 
serían las demandas normales). 
En lo concerniente al elemento objetivo, para 
que un bien alcance valor de cambio se requiere que 
exista poca cantidad del mismo, ya que si es más 
abundante que la necesidad de ellos no adquiere un 
precio, como ocurre con el aire y el agua, a pesar de su 
grandísima utilidad (ibídem, p. 89). 
Locke completa su teoría de la formación de 
los precios observando que, con la escasez, los bienes 
muy necesarios (o sea, indispensables) alcanzarán un 
precio tanto mayor cuanto menos bienes sustitutivos 
tuvieran; pone como ejemplo la escasez de trigo 
cuando no la hay de avena, en cuyo caso y ante el alto 
precio del primer cereal, la gente no gastará todo su 
dinero en trigo, sino que sustituirá parte de su 
consumo por el de avena (ibídem, p. 80). Además, 
considera que si el tipo de interés variara no afectaría 
“inmediatamente” a los precios de las cosas; su 
repercusión sobre los precios será a posteriori, pero 
sólo en “la medida en que la modificación del interés 
lleve a que en el comercio entren o salgan dinero o 
mercancías, y con el tiempo a que varíen sus 
proporciones” (ibídem, p. 81). Es decir, Locke 
siempre considera los precios como relativos y sólo 
cambian cuando se altera la proporción de una 
mercancía con respecto a otra (ibídem, p. 91). Esta 
apreciación de Locke puede ser un antecedente de lo 
que sería llamado el «Efecto Cantillon» (véase en el 
Tema 9) 
E) LA RENTA DE LA TIERRA Y EL INTERÉS 
Locke formula su teoría sobre la renta de la 
tierra y el interés de acuerdo con su teoría general del 
precio. Así, mediante la oferta y la demanda tiene 
suficiente para explicar el nivel que alcanza el interés 
y la renta de la tierra. 
La renta de la tierra le despierta poca 
curiosidad, salvo por el hecho de que al final es la que 
soporta el peso de los impuestos sobre las mercancías, 
debido a una cadena de repercusiones en el 
incremento del precio de los productos; o sea, se trata 
de una vía costes. El trabajador no puede soportar el 
incremento de preciossi no se ve aumentado su 
salario, ya que con él sólo subsiste. La cadena de 
repercusiones se detiene en la renta del terrateniente 
(ibídem, p. 104 y ss.). 
Más le preocupó el valor de la tierra. Para 
determinarlo estableció dos hipótesis: primero supuso 
que la demanda de tierra se basaba en los ingresos 
(las rentas) que proporcionaba, y luego pensó que el 
valor de la tierra se hallaría capitalizando esos 
TEMA 8: EL MERCANTILISMO III: Los intereses privados versus los públicos Prof. Dr. Eduardo Escartín González 
 
 
 
 
 
 
 ΤΤΤΤ8888 −−−− 111 
ingresos al tipo de interés vigente (ibídem, p. 86). Es 
decir, si denotamos por VT, el valor de la tierra, por R, su 
renta anual y por i, el tipo de interés anual expresado en 
tanto por uno, VT = R/i. Como se puede comprobar, este 
valor coincide con el valor actual de un flujo indefinido 
de rendimientos constantes (R) descontados al tipo de 
interés vigente (i). 
A continuación, Locke (ib., pp. 87 y ss.) sometió 
a prueba empírica su segunda hipótesis y, al contrastarla 
con la realidad, no confirmó la validez de esta hipótesis. 
En consecuencia, estimó otros factores que podrían 
intervenir en la formación del valor de las tierras, como la 
proximidad a los núcleos urbanos, un emplazamiento 
favorable y, sobre todo, la mayor o menor concurrencia 
de compradores y vendedores. Así, (según Spiegel, p. 
200) con su elemental principio de la oferta y la demanda 
tuvo suficiente para explicar el valor de la tierra. 
 Respecto al capital financiero, o sea el dinero 
utilizado como fondo para los préstamos, lo asemejó a la 
tierra, ya que proporcionaba los intereses, o sea, unos 
rendimientos anuales (ibídem, p. 81), y por idénticos 
motivos, o sea: “La distribución desigual de la tierra [...] 
y la distribución desigual del dinero” (ibídem, p. 85). 
Esto hace que quienes no disponiendo de tierra o capital 
sepan obtener de su uso un rendimiento (como fruto de su 
trabajo) estarían dispuestos al pago de la renta o el 
interés, siempre que éstos fueran inferiores a aquél 
(ibídem, p. 85). El tipo de interés es fijado por la 
necesidad del dinero en función del estado en que se 
encuentre la actividad del comercio, la demanda de 
préstamos y la cantidad existente de fondos prestables; de 
esta forma se establece su verdadero “valor natural” 
(ibídem, p. 56), que, como se ve, se trata de un precio 
competitivo. Además, Locke amplía su liberalismo 
político al campo de la economía y afirma que resultarán 
fútiles los intentos gubernamentales de regular el tipo de 
interés, porque los prestatarios y los prestamistas 
lograrían esquivar la normativa legal (ibídem, p. 55). 
Locke se opone a la reducción legal del tipo de interés 
porque no cree en su eficacia para promover la riqueza. 
Para él, lo que influye en la determinación del interés 
natural es, por un lado, que el dinero de un país sea poco 
en relación con las deudas que los habitantes tienen entre 
sí, y, por otro, que el dinero sea poco en relación con 
el comercio de un país (ibídem, p. 60). 
En resumen, Locke nos expone una teoría 
monetaria del interés (o sea, motivada por la demanda 
de dinero, o preferencia por la liquidez) en la que el 
interés se fundamenta en la productividad del trabajo 
humano, el del prestatario que tiene la expectativa de 
un beneficio mediante el uso del dinero. 
F) EL DINERO 
Schumpeter (1954, p. 338n) opina que 
Locke no aportó nada nuevo ni contribuyó a la mejora 
analítica del estudio del dinero. En cambio, otros 
autores creen que su pensamiento monetario es 
bastante profundo. 
Locke distingue dos funciones del dinero: en 
primer lugar, se utiliza como unidad de cuenta, es 
decir, el dinero sirve como unidad de medida del 
valor de las cosas; en segundo lugar, se emplea como 
depósito de valor, es decir, el dinero sirve para 
demandar, en su momento, otros bienes económicos 
al conservar su valor intrínseco:”El dinero es 
necesario para toda clase de hombres, porque sirve 
tanto de unidad de cuenta como de depósito de valor 
(pledge, en el original en inglés) y, por lo tanto, lleva 
en sí mismo las cuentas y la garantía de quien lo 
recibe obtendrá nuevamente el mismo valor por él en 
cosas que necesite, cuando lo desee. Es una unidad 
de cuenta en virtud de su sello y denominación, y 
constituye una prenda [garantía] debido a su valor 
intrínseco que es su cantidad” (ibídem, p. 71). 
Locke parece exponer una teoría nominalista 
cuando dice: “la humanidad se ha puesto de acuerdo 
en otorgar un valor imaginario al oro y a la plata” y 
en su función de unidad de cuenta “las cuentas se 
pueden llevar o transferir por escrito”, pero en 
realidad, tiene una concepción metalista del valor del 
dinero, porque en su función de depósito de valor, “el 
oro y la plata no pueden ser reemplazados por la 
escritura”. Estos metales, debido a su escasez, 
durabilidad y dificultad para ser falsificados, se han 
convertido en la garantía común, por la que “el 
hombre está seguro de recibir a cambio de ellos 
TEMA 8: EL MERCANTILISMO III: Los intereses privados versus los públicos Prof. Dr. Eduardo Escartín González 
 
 
 
 
 
 
 ΤΤΤΤ8888 −−−− 112 
cosas igualmente valiosas que aquéllas de las que se ha 
desprendido por una cantidad de esos metales. En 
consecuencia, el valor intrínseco de esos metales, que los 
hace ser instrumentos de trueque, no es otro que la 
cantidad de ellos que los hombres dan o reciben.” 
(ibídem, p. 71-72). 
En estas frases se identifica la función del dinero 
de facilitar los intercambios y se aprecia la opinión de 
Locke acerca de la característica de la aceptabilidad 
general para que un bien sea considerado dinero; también 
puede observarse un cierto grado de cuantitativismo y la 
escasez (elemento objetivo) que actuando con la 
aceptabilidad general (elemento subjetivo) confieren el 
valor al dinero. 
Locke opina que la cantidad de dinero necesaria 
debe estar en proporción al comercio; ahora bien, su idea 
del comercio es muy amplia, tanto que verdaderamente 
abarca a todo pago por transacciones económicas y 
transferencias dinerarias. Por otra parte, como un mismo 
chelín puede emplearse en varios pagos sucesivos, la 
proporción de dinero necesaria es función de factores 
institucionales, como la frecuencia del pago de los 
salarios, las rentas y otras costumbres sociales, de modo 
que si se aumenta esa frecuencia en los pagos (lo que 
equivale a una mayor velocidad de circulación del dinero) 
se consigue con menos dinero el mismo efecto que si se 
hubiera aumentado su cantidad (ib., p. 73 y ss.) 
Estas tres consideraciones de Locke (ib. p. 72): 
usar como dinero, en el interior del país, instrumentos 
distintos de los metales preciosos (como la letra de 
cambio); la necesidad de emplear el oro y la plata en el 
comercio exterior; y la función de depósito de valor del 
dinero, recuerdan las apreciaciones de Tomás Moro en 
Utopía. Además, Locke realiza su estudio del dinero 
razonando sobre lo que ocurriría en una hipotética isla 
que al principio se encuentra aislada del comercio 
exterior y luego lo practica4. 
En dicha isla, si la cantidad de dinero (que puede 
ser cualquier bien que no tenga otro uso) fuera constante, 
el dinero sería una medida invariable del valor de los 
 
4 Los autores británicos, evidentemente, sienten predilección por una 
isla. 
bienes; y además “cualquier cantidad de ese dinero 
(si hubiera suficiente como para que todos tuvieran 
algo) serviría para impulsar cualquier proporción 
del comercio, sea mayor o menor,[...] si el valor de 
las prendas [o sea, del dinero] fuese suficiente y 
creciera constantemente con la abundancia de 
mercancía” (ibídem, p. 96); esto quiere decir que el 
valor del dinero tiene que subir si su cantidad no varía 
y a la vez aumenta la cantidad de bienes disponibles.Como se aprecia, Locke, que también había 
considerado la velocidad de circulación del dinero 
como fenómeno propio de la naturaleza del mismo, 
tiene una clara concepción de lo que modernamente 
se conoce como la ecuación de cambios. 
Posteriormente, cuando se introduce en la 
isla el comercio exterior (mediante el pago en oro y 
plata) la distribución de los metales preciosos entre 
los países y sus respectivos volúmenes de comercio 
son muy desiguales; entonces, el dinero ya no puede 
ser “una medida permanente e inalterable del valor 
de las cosas”, ni “sirve cualquier cantidad de ese 
dinero para impulsar una cantidad cualquiera de 
comercio, sino que debe haber una cierta proporción 
entre su dinero y su comercio” (ibídem, p. 96). Así, 
la cantidad de dinero no debe ser mucho menor ni 
mucho mayor que en otros países, porque afectaría a 
los precios y sería muy perjudicial para el comercio, 
tanto interior como exterior. Expone el ejemplo de lo 
que sucedería en Inglaterra si, de golpe, se redujera a 
la mitad la cantidad de dinero. Si la producción, las 
rentas y el dinero en manos del resto del mundo 
permanecen constantes, entonces, "la mitad de 
nuestras rentas no se pagarían, la mitad de nuestras 
mercancías no se venderían y la mitad de nuestros 
trabajadores no se emplearían y, por lo tanto, la 
mitad del comercio estaría claramente perdido; o 
bien, cada uno de éstos debe recibir sólo la mitad del 
dinero que recibía antes, por sus mercancías y su 
trabajo, y sólo la mitad de lo que nuestros vecinos 
reciben por el mismo trabajo y el mismo producto” 
(ibídem, p. 97). 
En realidad, Locke es un monetarista que ve 
con claridad la relación directa entre la cantidad de 
TEMA 8: EL MERCANTILISMO III: Los intereses privados versus los públicos Prof. Dr. Eduardo Escartín González 
 
 
 
 
 
 
 ΤΤΤΤ8888 −−−− 113 
dinero, el volumen de las transacciones y el nivel de los 
precios. Y piensa que lo beneficioso para el comercio es 
el mantenimiento de unos precios estables, o al menos 
parejos a los vigentes en el resto de los países. Los 
precios bajos, debido a la escasez de la oferta monetaria, 
los considera muy perjudiciales, no sólo porque empeoran 
la relación real de intercambio, sino porque la mano de 
obra emigraría a otros países, donde, por tener los precios 
más altos, se la pagaría mejor, con lo que se causaría un 
grave daño a la producción y el comercio de la nación. 
Por este motivo, aboga por una balanza comercial que 
arroje superávit, para que la afluencia de dinero sostenga 
los precios a medida que se incrementa el volumen de las 
transacciones internacionales y nacionales. 
Respecto a las fluctuaciones del tipo de cambio 
de las monedas internacionales, el parecer de Locke es 
que éstas dependen del saldo de la balanza comercial y de 
las transferencias internacionales de capital (ib, p 99) 
4.-OTROS AUTORES 
Sir Dudley North (1641-1691) fue un hombre 
de negocios y autor británico que, siendo mal estudiante, 
desde la adolescencia se dedicó al comercio y a los 
diecinueve años marchó a Turquía donde consiguió una 
gran fortuna. 
Escribió Discursos sobre el comercio (1691) al 
dictado de su experiencia, fundamentalmente, y de su 
formación autodidacta (y posiblemente libre de todo 
prejuicio académico, por no haber cursado estudios 
oficialmente). 
Sus tesis principales son: en primer lugar, que el 
comercio es único, sin que exista diferencia sustancial 
entre el que se realiza en el interior y en el exterior del 
país; y, en segundo lugar, que cualquier restricción 
impuesta al comercio es perjudicial para el bienestar de la 
comunidad, ya que decaería la actividad económica 
general. 
En su opinión, el comercio debe ejercerse sin 
trabas legales, puesto que las reglamentaciones y las 
restricciones, o bien, serán eludidas, o bien, en el caso de 
ser efectivas, impedirán el desarrollo económico, la 
laboriosidad y las innovaciones en perjuicio de la 
comunidad, aunque, particularmente, algunos pocos 
puedan resultar beneficiados. 
Para este autor, el comercio es interesante y 
origina el desarrollo económico y la riqueza de la 
nación cuando se ocupa del "intercambio de cosas 
superfluas" (Schumpeter, 1954, p. 422). Si el 
comercio únicamente se dedicara a las transacciones 
que verdaderamente son necesarias para la 
supervivencia, "tendríamos un mísero mundo" (citado 
por Spiegel, p. 208); en cambio, cuando se realiza 
para satisfacer los deseos y caprichos de hombres 
opulentos "se benefician otros hombres de apetitos 
menos exagerados" (cita de Spiegel, p. 208). North, 
enemigo declarado de toda normativa restrictiva del 
libre comercio, también se opuso a las leyes contra el 
lujo y los gastos suntuarios por cercenar las 
iniciativas empresariales y comerciales; una nación 
alcanza la prosperidad si "las riquezas pasan de 
mano en mano" (ibídem, p. 208). 
North incluye en la ausencia de regulaciones 
legales el tráfico del dinero. No siente la más mínima 
inquietud por el saldo de la balanza comercial, ni 
siquiera por el deficitario, ni por la escasez de dinero 
en la nación. La propia libertad y desarrollo del 
comercio son los que hacen circular las mercancías y, 
entre ellas, el dinero; por lo que la cantidad de éste se 
acomoda a las necesidades comerciales. Para 
demostrarlo, intentó, sin lograrlo eficazmente, 
explicar el mecanismo de ajuste automático del flujo 
del dinero en el comercio exterior (Schumpeter, 1954, 
p. 417-418). 
El liberalismo económico, tan arraigado en 
la mente de North, le impulsó a combatir las leyes 
limitadoras del tipo de interés (con las que se 
pretendía fomentar la actividad económica y el 
comercio) porque para él (y en contra de la opinión 
de Child) era superflua esa legislación cuando los 
bajos tipos de interés eran una consecuencia de la 
riqueza y de la prosperidad de la nación (Schumpeter, 
1954, p. 379n). 
El conde de Shaftesbury, Lord Anthony 
Ashley Cooper (1671-1713) fue un político y filósofo 
inglés, discípulo de Locke (el cual, como ya se dijo, 
estuvo al servicio del abuelo del presente autor). Su 
TEMA 8: EL MERCANTILISMO III: Los intereses privados versus los públicos Prof. Dr. Eduardo Escartín González 
 
 
 
 
 
 
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obra más influyente es Características de hombres, 
costumbres, opiniones y tiempos (1711). 
Al igual que Locke, no asumía el sentimiento 
pesimista de Hobbes y tenía fe en la bondad intrínseca de 
la naturaleza humana y en la capacidad de raciocinio del 
hombre para llegar a conocer el bien y la belleza; este 
conocimiento es un paso previo para alcanzar la verdad y 
la virtud. 
Shaftesbury pensaba que el hombre tiene un 
sentido moral con el que puede dilucidar entre las buenas 
y las malas acciones y elegir las buenas; además, el 
hombre obtiene placer de sus buenas acciones. 
El sentido moral y la capacidad de raciocinio 
conducen al hombre que vive en sociedad a desarrollar 
naturalmente un sentido altruista que le impulsa a actuar 
en beneficio de los demás y no sólo en el suyo propio; en 
ambos casos obtiene placer por el mero hecho de obrar el 
bien (Schumpeter, 1954, p. 168). 
Las acciones virtuosas originan una armonía 
social, reflejo de la que rige en la naturaleza; de forma 
que es posible la concordancia entre la consecución de los 
intereses privados y del bien común. Es decir, podríamos 
interpretar su pensamiento en el sentido de que las 
acciones virtuosas y altruistas constituyen un principio 
más satisfactorio para organizar la conducta social que el 
del mero intercambio mercantil o principio del do ut des 
(dar sólo para recibir). 
En realidad, la idea de que la satisfacción de los 
intereses individuales, de algún modo, colabora al bien 
común no es nueva; ya se encontraba en el pensamiento 
de Séneca, quien observó que los ricos, al satisfacer susplaceres viciosos, proporcionan trabajo a mucha gente 
(Epíst. XCV, 24), y en el pensamiento patrístico, 
concretamente, San Juan Crisóstomo opinaba que nadie 
gana su salario sin producir algo que beneficia a los 
demás. A principios del siglo XVII, Tomás Moro 
denunciaba la invocación del interés público por parte de 
los ricos para lograr sus propósitos de lucro privado. 
Tomás Campanella (1568-1639) en la Ciudad del Sol 
(1623) describe que el móvil real de los españoles en la 
conquista de las Indias era la codicia de tesoros y que, sin 
habérselo propuesto inicialmente, llevaron la fe del 
Evangelio al Nuevo Mundo, ganando para la 
cristiandad multitud de almas. 
En este Tema se han expuesto otras 
versiones de esta misma idea. 
La influencia de Shaftesbury se dejaría sentir 
en autores posteriores, pero algunos de ellos 
desarrollarían la idea bajo una perspectiva hedonista y 
utilitarista en lugar de moral; esa idea también sería 
recogida por Adan Smith, tras haberla recibido de su 
profesor Francis Hutcheson. 
Francis Hutcheson (1694-1746) fue 
ministro presbiteriano, oriundo de Irlanda del Norte, 
que estudió filosofía en la Universidad de Glasgow 
(Escocia), donde fue catedrático de filosofía moral. 
Su libro más importante es Sistema de filosofía moral 
(1755); también merece citarse Indagación acerca de 
la peculiaridad de nuestras ideas sobre la belleza y la 
virtud (1725). 
Hutcheson desarrolló más metódicamente 
que Shaftesbury la teoría del sentido moral de este 
último, introduciendo en esa teoría, junto al sentido 
altruista, un componente utilitarista. 
Compartiendo con Shaftesbury y Locke el 
optimismo sobre la naturaleza benevolente del 
hombre, consideraba que éste estaba más 
predispuesto a realizar el bien que el mal. Las buenas 
acciones realizadas en provecho de los demás 
proporcionan utilidad; y es, precisamente, la utilidad 
de los actos de benevolencia la que armoniza los 
intereses públicos y privados (Spiegel, p. 274). 
Hutcheson equipara la benevolencia con la 
virtud; por eso, toda acción virtuosa es útil y, además, 
proporciona placer a quien la realiza. Es el sentido 
moral de los hombres, en sociedad, el que induce a 
realizar los actos virtuosos (o benevolentes) hacia los 
demás, consiguiéndose así una utilidad para el bien 
común y a la vez un placer personal, es decir, un bien 
particular. Hutcheson, anticipándose a otros autores 
utilitaristas y, en concreto, a Benthan en más de 
medio siglo, ya tuvo en cuenta el principio del 
utilitarismo: lograr "la máxima felicidad para el 
mayor número de personas" (Schumpeter, 1954, p. 
TEMA 8: EL MERCANTILISMO III: Los intereses privados versus los públicos Prof. Dr. Eduardo Escartín González 
 
 
 
 
 
 
 ΤΤΤΤ8888 −−−− 115 
171 y Cannan, 1904, p. LXVII-LXVIII). 
En resumen, el principio de la armonía de 
intereses es que promoviendo individualmente el bien 
general se obtiene un bien particular. 
En cambio, otros autores lo enunciarían al revés: 
procurándose uno su propio bien particular, 
indirectamente, se promueve el bien general. 
La diferencia entre ambas formulaciones del 
principio es sustancial: 
En el primer caso, si se acepta la hipótesis del 
sentido moral, según la cual se obtiene un íntimo placer al 
actuar bien y benevolentemente hacia el prójimo, el 
principio es evidente y se pone de manifiesto al observar 
múltiples ejemplos en los que se aprecia cómo las 
personas al obrar en beneficio de otras obtienen una 
satisfacción moral tan profunda que hasta llegan a dar su 
vida por los demás. 
En el segundo caso, el principio no es tan obvio; 
requiere matizaciones para hacerse más asumible. Por 
ejemplo, un comportamiento individual en beneficio 
propio, si es virtuoso, puede ser que, indirectamente, 
redunde en provecho de los demás. Pero es posible que 
existan muchas excepciones y no se consiga ningún 
beneficio para la colectividad; y si dicha acción no es 
virtuosa, con toda seguridad perjudicará a alguien de la 
sociedad. 
Este segundo enunciado fue el asumido por las 
tendencias filosóficas que acabaron imponiéndose. Puesto 
que era el menos evidente y el que más excepciones podía 
presentar, es necesario plantearse el por qué de este éxito. 
La respuesta está en que las filosofías utilitaristas 
derivaron hacia el egoísmo hedonista y en que (según 
Schumpeter, 1954, p. 171) el racionalismo, que iba 
extendiéndose por la cultura occidental, era antagónico 
con cualquier idea preconcebida de origen religioso o 
moral. Los intelectuales, bajo el laicismo imperante, 
exaltaron el individualismo y empezaron a juzgar a la 
sociedad por sus propios razonamientos y por sus propias 
convicciones que extendían a todos los demás miembros 
de la comunidad, de forma que la sociedad era una suma 
de individuos iguales entre sí, puesto que nadie podía ser 
más, ni menos, que otros y además implícitamente se 
suponía que sus conductas y sus obras siempre eran 
virtuosas y, por consiguiente, no perjudicaban al 
prójimo. 
Bernard de Mandeville (1670-1733) fue un 
médico holandés instalado en Inglaterra, cuyas clases 
burguesa y aristocrática se escandalizaron con su 
Fábula de las abejas: o vicios privados, beneficios 
públicos (1714, publicado anteriormente, en 1705, en 
holandés). 
Prácticamente, con el título del libro ya está 
dicho todo lo que en este tema había que decir del 
autor. 
Se puede añadir que Adam Smith 
consideraba que Mandeville era un libertino (según 
dice Spiegel, p. 272)5; pero en realidad lo que hace 
Mandeville es exhibir sin la careta de la hipocresía 
social la tendencia perversa y viciosa de los hombres 
que, sin embargo, promueven el desarrollo económico 
general de la sociedad al buscar egoístamente la 
satisfacción de sus vicios. En el fondo, el propio 
Smith expondría esta misma idea, pero sin los tintes 
provocativos de Mandeville. 
Para Mandeville, el vicioso lujo y los gastos 
desenfrenados son el acicate de la producción. El que 
la comunidad pueda obtener un beneficio es debido a 
la satisfacción del egoísmo personal, aunque con 
absoluta independencia de que éste último sea 
condenable desde un punto de vista moral 
(Schumpeter, 1954, pp. 376n y 226). 
Según Mandeville, todo egoísmo es vicio y, 
por el contrario, toda abnegación es virtud (Spiegel, 
p. 272). Una forma de abnegación es la austeridad, 
pero ésta y el ahorro, que es su consecuencia, no 
promueven el desarrollo económico de la comunidad. 
En cambio, lo que fomenta el progreso y la 
prosperidad de la sociedad es el gasto ostentoso en 
lujos, y, por lo tanto, en vicios, así como, otro vicio, 
el afán desmedido por conseguir ganancias egoístas. 
 
5 Adam Smith criticó a Mandeville en su Teoría de los sentimientos 
morales cuando se ocupa de los “Sistemas licenciosos”, según nos 
refiere Cannan (1904, p. LXVII). 
TEMA 8: EL MERCANTILISMO III: Los intereses privados versus los públicos Prof. Dr. Eduardo Escartín González 
 
 
 
 
 
 
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BIBLIOGRAFÍA 
 
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causas de la riqueza de las naciones de Adam Smith; versión en español del Fondo de Cultura 
Económica, México, 1994. 
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dinero; versión en español publicada con Escritos monetarios de John Locke por Ediciones 
Pirámide, S.A., Madrid, 1999. 
DARWIN, Charles (1859): El origen de las especies; versión en español de RBA 
Coleccionables, S.A., Barcelona, 2002. 
LOCKE, John (1690): Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil; versión en español de 
Ediciones Altaya, S.A., Barcelona, 1998. 
LOCKE, John (1692): Escritos monetarios; versión en español de Ediciones Pirámide, S.A., 
Madrid, 1999. 
MARTÍNEZ DE MATA, Francisco: Memorial en razón del remedio dela despoblación, 
pobreza y esterilidad de España; Editorial Noneda y Crédito, Madrid, 1971. 
SCHUMPETER, Joseph Alois (1954): Historia del análisis económico; versión en español 
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SÉNECA, Lucio Anneo: Cartas a Lucilío; versión en español de Editorial Juventud, S.A., 
Barcelona, 1982. 
SPIEGEL, Henry W.: El desarrollo del pensamiento económico; versión en español de 
Ediciones Omega, S.A., Barcelona, 1987.

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