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Neuroetica_como_neurociencia_de_la_etica

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374 www.neurologia.com Rev Neurol 2013; 57 (8): 374-382
NEUROÉTICA
Introducción
Desde hace tiempo, se ha venido marcando un pa-
ralelismo entre problemas que ha abordado la neu-
rociencia con algunos problemas clásicos en el 
pensamiento ilosóico, como podría ser la relación 
mente-cerebro [1]. Más aún, en la actualidad se en-
tiende que deben considerarse los progresos neu-
rocientíicos en el momento de la elaboración de 
las teorías ilosóicas. Francis H. Crick derivó su 
interés de trabajo desde los años setenta del pasado 
siglo al estudio de las neurociencias. Crick propo-
ne en su libro La búsqueda científica del alma que 
‘«usted», sus alegrías y sus penas, sus recuerdos y 
sus ambiciones, su propio sentido de la identidad 
personal y su libre voluntad, no son más que el 
comportamiento de un vasto conjunto de células 
nerviosas y de moléculas asociadas’ [2]. A esto lo 
denomina la hipótesis revolucionaria, o al menos 
esa fue la traducción en lengua española, desafor-
tunada por cierto. El original en lengua inglesa ha-
bla de una astonishing hypothesis, es decir, una hi-
pótesis asombrosa. No podría ser revolucionaria, 
dado que Hipócrates ya lo había sugerido hace 25 
siglos con el siguiente texto: ‘Conviene que la gente 
sepa que nuestros placeres, gozos, risas y juegos no 
proceden de otro lugar sino de ahí (del cerebro), y 
lo mismo las penas y amarguras, sinsabores y llan-
tos. Y por él precisamente, razonamos e intuimos, 
y vemos y oímos y distinguimos lo feo, lo bello, lo 
bueno, lo malo, lo agradable y lo desagradable, dis-
tinguiendo unas cosas de acuerdo con la norma 
acostumbrada, y percibiendo otras cosas de acuer-
do con la conveniencia; y por eso al distinguir los 
placeres y los desagrados según los momentos 
oportunos no nos gustan (siempre) las mismas co-
sas’ [3].
Crick trabajó y ejerció una inluencia intelectual 
importante sobre la ilósofa Patricia S. Churchland, 
pionera en sugerir que se deben tener en cuenta los 
datos de las neurociencias para el desarrollo de la 
ilosofía; su propuesta cristaliza en un texto de 1986 
donde introduce el concepto de neuroilosofía [4]. 
Recientemente, se ha subrayado en estas mismas 
páginas el impacto del avance neurocientíico en la 
epistemología y la ilosofía de la ciencia [5]. Sin em-
bargo, no es el único campo ilosóico que debería 
tener en cuenta el avance neurocientíico. En parti-
cular, en la última década, la neurociencia ha trans-
formado con profundidad la manera de entender el 
aprendizaje, la toma de decisiones, el yo y los afec-
tos sociales, entre otros, de modo que se ha pro-
puesto que las preguntas ilosóicas tradicionales 
acerca de la moralidad se deben dirigir hacia nue-
vas direcciones [6]. El desarrollo en este sentido ha 
originado una disciplina denominada neuroética.
Neuroética como neurociencia de la ética
Jorge Alberto Álvarez-Díaz
Introducción. El desarrollo que han tenido las neurociencias ha avanzado de una manera rápida y espectacular. Puntos 
clave para ello son la introducción de las técnicas de neuroimagen funcional y el empuje del proyecto ‘década del cere-
bro’. Este desarrollo también ha permitido que surjan nuevas disciplinas como la neuroética. 
Desarrollo. Quienes han trabajado en neuroética pueden dividirse en tres grupos (neurorreduccionistas, neuroescépticos 
y neurocríticos), y cada grupo tiene diferentes posturas de lo que es la neuroética, con varios alcances y limitaciones en 
sus propuestas. 
Conclusiones. La neuroética es una disciplina que antes del año 2002 se entiende en exclusiva como una ética de la neu-
rociencia (una rama de la bioética) y, a partir de esa fecha, se entiende también como una neurociencia de la ética (una 
nueva disciplina). El neurorreduccionismo propone que toda la vida ética tiene una base cerebral que determina los actos 
éticos, el neuroescepticismo argumenta que no se puede considerar la neurociencia como una función normativa y el 
neurocriticismo considera que los avances neurocientíficos no se pueden ignorar y se deben tomar en cuenta de algún 
modo para la elaboración de las teorías éticas.
Palabras clave. Bioética. Humanidades. Moral. Neurociencia. Neuroética. Neurofilosofía.
Departamento de Atención a la 
Salud. Universidad Autónoma 
Metropolitana. Unidad Xochimilco. 
México DF, México.
Correspondencia: 
Dr. Jorge Alberto Álvarez Díaz. 
Edificio A, 2.º piso. Área de 
Posgrados en Ciencias Biológicas 
y de la Salud. Calzada del Hueso, 
1100. Colonia Villa Quietud. 
Delegación Coyoacán. CP 04960. 
México DF, México.
E-mail: 
bioetica_reproductiva@ 
hotmail.com
Agradecimientos:
A las valiosas opiniones y 
sugerencias de los revisores 
anónimos acerca de la versión 
original y a los comentarios 
realizados por el Dr. Héctor Adrián 
Poblano Luna (Instituto Nacional 
de Rehabilitación, México).
Aceptado tras revisión externa: 
25.07.13.
Cómo citar este artículo:
Álvarez-Díaz JA. Neuroética como 
neurociencia de la ética. 
Rev Neurol 2013; 57: 374-82.
© 2013 Revista de Neurología
375www.neurologia.com Rev Neurol 2013; 57 (8): 374-382
Neuroética como neurociencia de la ética
El desarrollo en el conocimiento de las neuro-
ciencias y sus repercusiones en la ilosofía puede 
deberse en muy buena medida a dos factores. El 
primero, el enorme avance de las neurociencias en 
las últimas décadas del siglo xx. El segundo, la de-
cisión política del gobierno de los Estados Unidos 
en nombrar el 17 de julio de 1990 como la ‘década 
del cerebro’ a la última década del siglo xx [7]. Este 
tema es fundamental, ya que hubo una inanciación 
espectacular para las neurociencias en ese período, 
lo que representó solamente el inicio. En la actuali-
dad, continúan importantes proyectos para aumen-
tar el conocimiento sobre el cerebro: BigBrain (don-
de se han obtenido algo más de 7.400 cortes de un 
encéfalo y las imágenes se han digitalizado, a la es-
pera de que esto aumente el conocimiento neuroa-
natómico clásico) [8]; el Human Connectome Pro-
ject (HCP), cuyo objetivo es construir un mapa de 
redes sobre la conectividad anatómica y funcional 
del cerebro humano sano, patrocinado por 16 com-
ponentes de los National Institutes of Health, diri-
gidos por dos consorcios, uno encabezado por la 
Universidad de Washington en Saint Louis y la Uni-
versidad de Minnesota, y el otro dirigido por la 
Universidad de Harvard, el Hospital General de 
Massachusetts y la Universidad de California en 
Los Ángeles [9], y el Blue Brain Project, cuyo objeti-
vo inal es estudiar la estructura encefálica del neo-
córtex creando una simulación molecular, inancia-
do por la Unión Europea [10].
Hasta la ‘década del cerebro’, los grandes avances 
en neurociencias tenían dos vertientes, fundamen-
talmente. La primera era la del diagnóstico de pato-
logías neurológicas y la segunda, la del tratamiento 
de tales patologías; si bien ya se diagnosticaban y se 
trataban, el avance en estos temas se incrementó 
enormemente. Por un lado como consecuencia de 
esto y, por el otro lado, por el desarrollo de las tec-
nologías NBIC [11] (acrónimo de los preijos en len-
gua inglesa nano, bio, info y cogno), empezó a ha-
blarse de la posibilidad de tratar a sanos o, en otras 
palabras, de intervenir en el cerebro de sujetos sin 
patología previa demostrable con el in de mejorar-
los. Y del tema de la llamada mejora humana [12], 
que involucraba ideas como hablar de un transhu-
manismo para pasar a un estado de poshumanismo 
se llegó a otro punto de arranque: el intento de apli-
car métodos neurocientíicos para estudiar aspectos 
que no tenían que ver directamente con la clínica, es 
decir, ni con el diagnóstico ni con el tratamiento de 
pacientes. A partir de ahí, las actividades de la vida 
humana, individual y compartida empezaron a ana-
lizarse desde las neurociencias, fundamentalmente 
a partir del desarrollo de la neuroimagen funcional.
Todo esto tuvo una repercusión sobre el lengua-
je, así aparecieron una serie de neurologismos [13] 
como, por ejemplo, neurodeterminismo,neuropo-
lítica, neuroderecho, neuroeducación o neuropsi-
coanálisis. Neuroética es uno de estos neologismos. 
En la actualidad, suele admitirse que la neuroética 
nace en el año 2002; sin embargo, hay que rastrear 
entre los antecedentes para algunas diferencias con-
ceptuales.
El neologismo aparece por vez primera en la bi-
bliografía en 1973, bajo la pluma de la neuropsi-
quiatra de origen alemán, establecida en Estados Uni-
dos, Anneliese A. Pontius [14], quien publicó antes 
de 2002 tres trabajos más donde habla del término. 
No son más de cinco los lugares donde aparece el 
término ‘neuroética’ antes del año 2002 y fuera de 
los trabajos de Pontius. Por otra parte, Ronald E. 
Cranford propone en 1989 la igura del neuroeticis-
ta [15], aquel neurólogo que colaborara en la reso-
lución de problemas éticos que involucraran casos 
neurológicos presentados a los comités de ética.
Se ha generalizado que el nacimiento de la neu-
roética se ubica en el año 2002 gracias a que tiene 
lugar una reunión organizada por la Fundación Dana, 
cuyo eje fue la neuroética. Las memorias del en-
cuentro se organizan y se publican con rapidez [16]. 
Además, un periodista que participa en la reunión 
plasma el término en un diario reconocido en todo 
el mundo [17]. Esto da una difusión enorme y expe-
dita de ese pretendido nuevo saber.
‘Neuroética’ se convierte en 2002 en un término 
que tiene dos acepciones de acuerdo con Adina L. 
Roskies [18]. La primera se reiere a una ética de la 
neurociencia; con esta forma de entender la neu-
roética, correspondería a una mera rama de la bio-
ética (así se entiende hasta en las memorias del en-
cuentro de la Fundación Dana). Lo único novedoso 
sería la consolidación de una rama más de esa ética 
aplicada que ha tenido un auge importante desde 
los años setenta del pasado siglo xx, como lo es la 
bioética. El contenido de la neuroética, en tanto 
que rama de la bioética, se limitaría a los problemas 
éticos planteados por las nuevas tecnologías en el 
campo de la neurología clínica y recogería los deba-
tes en torno a la muerte cerebral, el estado vegetati-
vo, los estados de mínima conciencia, entre otros. 
[19] Se ha cuestionado si es necesaria esta delimita-
ción de subdisciplinas dentro de la bioética [20], 
pero el desarrollo de las mismas, incluida la neu-
roética, sigue avanzando hasta alcanzar a los comi-
tés de ética [21].
En su segunda acepción, la neuroética corres-
pondería a una neurociencia de la ética. Esto sí re-
sultaba una verdadera revolución en el pensamien-
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J.A. Álvarez-Díaz
to en ética, ya que signiicaba la consideración del 
desarrollo de las neurociencias en general en la 
búsqueda de las bases cerebrales de los razona-
mientos éticos de los seres humanos. Muy pronto 
se postula que se trata de una disciplina que ha lle-
gado para quedarse [22] y que se trata de una nueva 
disciplina [23], aunque también se ha cuestionado 
su legitimidad [24]. Sin embargo, la neuroética se 
ha desarrollado como una disciplina con cierta au-
tonomía, fundamentalmente a partir de la aplica-
ción de técnicas no invasivas de neuroimagen como 
la imagen por resonancia magnética funcional (RMf); 
esto lo muestran varios análisis bibliométricos rea-
lizados con publicaciones entre los años 1991-2002 
[25], 2002-2007 [26] y 1999-2009 [27].
Antecedentes de los estudios 
empíricos en neuroética
Existen referencias a la relación entre el cerebro y la 
mente desde el mundo helénico clásico [28]. Sin 
embargo, el primer intento sistemático de localizar 
funciones asociadas a diferentes regiones de la cor-
teza lo constituye el método creado por Franz J. 
Gall y que denominó isiología del cerebro; nunca 
aceptó términos como ‘craneología’ ni ‘craneosco-
pia’. Se debe a su discípulo Johann G. Spurzheim el 
término ‘frenología’, que Gall tampoco aceptó. Una 
de las críticas más agudas al sistema frenológico fue 
la de Jean M.P. Fluorens. Se correlaciona la postura 
de Gall y Spurzheim con el localismo (o localizacio-
nismo) y la de Fluorens con el holismo (o funciona-
lismo) respecto de las funciones cerebrales. Se ha 
visto en esta época el primer intento de establecer 
las bases neurobiológicas de la ética [29].
En este ambiente, Orson S. Fowler publica en los 
Estados Unidos un manual para difundir la frenolo-
gía [30] (después publicó otros libros relacionados 
con el tema); corría el año 1840. Aunque se ha es-
crito que para 1843 toda la comunidad cientíica 
del Oeste rechazaba la organología y la frenología 
[31], lo cierto es que los trabajos de los Fowler (Lo-
renzo N., hermano de Orson, fue un apasionado 
defensor de la frenología) se reeditaron hasta bien 
entrada la segunda mitad del siglo xix.
Con este telón de fondo, el 13 de septiembre de 
1848 ocurrirá un hecho multicitado en la bibliogra-
fía sobre neurociencias en general, y sobre neuro-
ética en particular: el caso de Phineas Gage [32-34]. 
Después de un accidente en el que una barra de 
metal se le inserta en la mejilla izquierda y le sale 
por el cráneo, Gage recibe atención y no muere. En 
una primera publicación, su médico, John M. Har-
low, habla de la recuperación de Gage y, aunque en-
cuentra cambios conductuales, resalta que no haya 
perdido la memoria o el habla tras el accidente, así 
promete publicar más adelante más información 
acerca de los cambios mentales [35]. Harlow se au-
todeinía como un oscuro médico de campo [36], 
por lo que su informe despertó dudas en los círcu-
los académicos. El profesor de cirugía de la Univer-
sidad de Harvard, Henry J. Bigelow, acude al año 
siguiente para revisar a Gage y publica sus hallaz-
gos, donde destaca la pérdida ocular y lo encuentra 
prácticamente recuperado en sus facultades menta-
les [37]. Dos décadas más tarde, Harlow publicó las 
observaciones de los cambios conductuales de Gage. 
Harlow estuvo expuesto a la frenología e incluso se 
interesó por ella [38], en tanto que Bigelow no, lo 
que pudo establecer la diferencia en la sensibilidad 
para la observación y descripción de los cambios 
presentados por Gage. En esas dos décadas, además 
de la muerte de Gage en 1861, hay que agregar que 
ese mismo año Pierre P. Broca publica sus observa-
ciones respecto a la localización cerebral del habla 
en el lóbulo frontal izquierdo [39-41]. Se trataba de 
un espaldarazo al localismo, que apoyaría los ha-
llazgos que Harlow pudo describir amplia y tran-
quilamente en 1868 [42]. Harlow describió de ma-
nera elegante en su artículo lo que hoy se llamaría 
un síndrome prefrontal. A mediados de la ‘década 
del cerebro’ se llevó a cabo una reconstrucción para 
inferir las áreas cerebrales dañadas [43], lo que ha 
vuelto a llevar el caso a la palestra de la discusión 
una vez más.
Investigación científica 
en neurociencia de la ética
La neuroética se ha dividido en empírica y teórica 
[44]. La neuroética empírica se centraría en los da-
tos neurocientíicos relacionados con conceptos 
éticos, datos fundados en la experiencia, es decir, 
en el método cientíico como está concebido para 
las ciencias naturales. La neuroética teórica se cen-
traría en los aspectos metodológicos y conceptua-
les que permiten vincular hechos neurocientíicos 
con conceptos éticos en las dimensiones descripti-
va y normativa.
Aquí se presenta el primer problema inherente a 
la parte ‘neuro’ de la neuroética, es decir, a la parte 
neurocientíica o, si se quiere, a la neuroética empí-
rica: hay que pensar que conceptos éticos como 
bondad, corrección o justicia, entre otros, deben te-
ner un correlato que metodológicamente permita 
explorarse desde el punto de vista empírico.
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Neuroética como neurociencia de la ética
Un segundo problema radica en la naturaleza de 
la segunda parte de la palabra, en la ‘ética’ de esa 
neuroética o, si se quiere, a la neuroética teórica. El 
problema ahora es que no hay que perder de vista 
que toda ética, en tanto que ilosofía moral,tiene 
sobre todo tres tareas [45]: aclarar qué se entiende 
por el vocablo ‘moral’; intentar descubrir cuáles son 
los fundamentos y, junto a ello, determinar cuáles 
serían los principios de eso que se denomina como 
moral, y aplicar esos principios a la vida cotidiana 
(tanto a la personal como a la compartida). Como 
puede notarse, no es posible partir en exclusiva de 
los datos neurocientíicos, ya que lo que se conside-
ra como moral no lo dice la ciencia, sino la ilosofía.
Diego Gracia ha dividido la historia de la investi-
gación clínica en tres períodos: la investigación clí-
nica fortuita o casual (desde los hipocráticos hasta 
1900), la investigación clínica diseñada (1900-1947) 
y la investigación clínica regulada (1947-actualidad) 
[46,47]. El caso de Gage, ocurrido en el primer pe-
ríodo, ejempliica a la perfección lo que Gracia lla-
ma el experimento fortuito o casual: la tesis clásica 
defendida hasta entonces era que todo acto médico 
en seres humanos debería ser per se clínico (diag-
nóstico o terapéutico), y que solamente per accidens 
tendría un carácter investigativo. Así fue de ilustra-
tiva la experiencia con Gage: una vez que se presen-
taba un caso, el médico se limitaba a describir lo 
observado y aprender a través de ello. La investiga-
ción pura sólo podía realizarse en animales, cadá-
veres y en sujetos condenados a muerte (cadáveres 
potenciales, en algunos lugares y en algunos mo-
mentos históricos). El segundo período recibe su 
nombre porque aparece el diseño experimental del 
ensayo clínico, tal como se conoce en la actualidad, 
y se introducen los métodos estadísticos. En el ter-
cer y último período, en el que nos encontramos, la 
investigación, además de estar técnicamente dise-
ñada para que pueda hacerse, necesita estar regula-
da éticamente (y, cada vez más, legalmente).
En este punto ya se han anudado varios proble-
mas que es necesario decir cómo se han resuelto 
para poder avanzar en esa neuroética entendida 
como neurociencia de la ética:
– La neuroética empírica se relaciona con la parte 
‘neuro’ de la neuroética, con la parte neurocientí-
ica o ¿cuál es el correlato metodológico que per-
mitiría indagar sobre conceptos éticos tales como 
bondad, corrección o justicia, entre otros? (en 
otras palabras, ¿cuál sería el diseño técnicamente 
adecuado para poder investigar en neuroética?).
– La neuroética práctica se relaciona con la parte 
‘ética’ de la neuroética o ¿cómo se entiende la i-
losofía moral?
– ¿Cuál sería la regulación ética necesaria para in-
vestigar en neuroética?
Estas preguntas las han resuelto diferentes autores 
por varias vías de argumentación que podrían orga-
nizarse en tres grandes grupos: los neurorreduccio-
nistas, los neuroescépticos y los neurocríticos. Los 
neurorreduccionistas comparten explícita o implí-
citamente la hipótesis de Crick: los seres humanos 
somos nuestros cerebros; son las propuestas más 
acabadas y que llevan más tiempo en construcción; 
en esta línea, estarían posturas como las de Michael 
S. Gazzaniga, Francisco Mora o Patricia S. Church-
land. Los neuroescépticos han surgido como la con-
traparte, de modo que aquí se encuentran pensado-
res que consideran que la neurociencia no puede ni 
debe sustituir a la ética, por ejemplo Tom Buller o 
Selim Berker. Los neurocríticos no subsumen el 
discurso ilosóico al cientíico (como, según dicen, 
lo hacen los neurorreduccionistas), pero tampoco 
descartan que los avances en neurociencias se pue-
dan (y se deban) tener en cuenta de algún modo; las 
propuestas más elaboradas corresponderían a los 
trabajos de Marc D. Hauser [48], Neil Levy [49] y 
Adela Cortina [45].
Desarrollo de la investigación 
en neurociencia de la ética
Ante la pregunta ¿cuál sería el diseño técnicamen-
te adecuado para poder investigar en neuroética?, 
la respuesta han sido los estudios de neuroimagen 
funcional. Como es bien sabido, las principales 
técnicas son la electroencefalografía cuantitativa, 
la tomografía por emisión de positrones, la RMf, la 
tractografía y la magnetoencefalografía. ¿Qué tipo 
de resultado arrojan? No se trata de fotografías del 
cerebro y mucho menos de fotografías de la mente, 
sino que se entiende que se trata de imágenes del 
cerebro en acción [50]. Se asume, de diferentes 
maneras, que no se trata de ver el cerebro [51] ni 
de ver la mente [52], sino que epistemológicamen-
te se trata de otra cosa que requiere un análisis más 
detallado [53]. La forma como suele trabajarse es 
asociar una actividad (motora, perceptual o cog-
noscitiva) con la neuroimagen producida, y suele 
deducirse que ésta indica la red neuronal donde se 
origina la actividad estudiada, es decir, el correlato 
se asume como causa (de ahí que también pudiera 
denominarse a este grupo de investigadores como 
neurodeterministas). A pesar de estos comentarios 
y críticas, en la práctica se ha dado por buena la 
respuesta.
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J.A. Álvarez-Díaz
Frente a la pregunta de cómo se entiende la ilo-
sofía moral, puede encontrarse un ejemplo paradig-
mático en Gazzaniga, quien escribe juicios tales 
como ‘estoy convencido de que es posible una ética 
universal’, la cual, desde su punto de vista, tendría 
una base neurobiológica y no ilosóica [54]. Mora, 
por su parte, dice que ‘ética reiere a conductas 
siempre relacionadas con los otros’, y que ‘no es 
procedente aquí considerar la diferencia entre ética 
(griego, éthos) y moral (latín, mores) ya que ambos 
términos se utilizarán […] indistintamente, en rela-
ción con la idea de costumbres’ [55]. Sobre este tipo 
de aseveraciones han corrido ríos de tinta para cri-
ticar esta forma indistinta de manejo entre moral y 
ética (como el trabajo de Adela Cortina). A pesar de 
varias críticas, también se ha dado por buena la res-
puesta para poder avanzar.
Por último, ante la cuestión de cuál sería la regu-
lación ética necesaria para investigar en neuroética, 
entendiéndose como una neurociencia de la ética, 
la respuesta ha sido apelar a la otra vertiente: la éti-
ca de la neurociencia. Habría que recurrir a la ética 
propia del trabajo desempeñado en neurociencia, 
de modo que se tendrían las aplicaciones especíi-
cas relacionadas con la noción de capacidad, expre-
sión libre y voluntaria del consentimiento informa-
do, respeto por la dignidad e integridad de los suje-
tos de investigación, entre otros.
Si se trata de estudiar de un modo empírico los 
juicios morales, hay que recordar que la ilosofía ha 
propuesto diferentes formas bajo las cuales los se-
res humanos elaboran tales juicios: el intelectualis-
mo moral (identiica el conocimiento con el bien y 
la ignorancia con el mal), el emotivismo moral 
(iguala la bondad o maldad con los sentimientos), el 
prescriptivismo moral (asemeja el cumplimiento de 
una norma con el asentimiento al carácter impera-
tivo de los juicios morales) y el intuicionismo moral 
(no considera que la razón o los sentimientos sean 
la base del juicio moral, sino que la conciencia mo-
ral se daría cuenta de un modo inmediato o directo 
de lo que es bueno y lo que es malo).
El supuesto bajo el cual se han organizado las in-
vestigaciones en neurociencia de la ética es asumir 
que los seres humanos emiten juicios morales ba-
sándolos en intuiciones morales, que de algún modo 
sería lo que ya se tiene inscrito de manera neuro-
biológica. Este supuesto surge de la propia investi-
gación empírica, ejempliicada en un trabajo de Jo-
nathan Haidt, en el que se pregunta al público sobre 
un caso de incesto [56]. El trabajo de Haidt muestra 
que, al desmontar sistemáticamente todos los argu-
mentos que la gente da para explicar que el incesto 
es malo, la gente termina diciendo: ‘no sé por qué 
está mal, pero sé que está mal’. Es decir, parecería 
que los seres humanos no son lo suicientemente 
capaces de dar razones de lo que está bien o de lo 
que está mal, precisamente porque cuentan con al-
guna intuición que les permite darse cuenta de ello 
de un modo inmediato.Con lo discutido (y discuti-
ble) que ha sido este punto de partida, es el punto 
que puede servir como hilo conductor para las in-
vestigaciones que se han llevado a cabo en neuro-
ciencia de la ética.
Aunque las posturas que pueden considerarse 
como intuicionistas se han modiicado en la historia 
de la ilosofía [57], está más o menos claro que des-
pués de las propuestas de Haidt otros investigadores 
han sumado datos de investigaciones empíricas, 
también con metodologías propias de la psicología 
cognitiva, donde pretenden mostrar que la forma de 
elaborar los juicios morales tiene una base intuicio-
nista [58]. Cuando se ha buscado sistematizar el co-
nocimiento respecto de las bases neurobiológicas 
de ese intuicionismo moral se ha propuesto que se 
encuentran en la corteza frontoinsular, del cíngulo y 
orbitofrontal, asociadas a estructuras subcorticales 
tales como el septo, los núcleos basales y la amígdala 
[59]. Por otra parte, en ilosofía suele establecerse 
una distinción entre fundamentaciones de la ética, 
que en cierto sentido son contrapuestas entre sí: la 
deontología (atender a los deberes sería el cumpli-
miento del deber por el deber mismo) y el utilitaris-
mo (o consecuencialismo, donde habría que consi-
derar las consecuencias de la decisión tomada). Al-
gunos investigadores han propuesto que la neuro-
biología del deontologismo y del utilitarismo com-
parten los mismos circuitos [60].
Un trabajo pionero en la investigación empírica 
en neuroética empleando neuroimagen funcional 
es el de Joshua D. Greene, que inicia esta nueva era 
de la búsqueda del funcionamiento neurobiológico 
ante dilemas éticos [61]. Al hacer la primera recopi-
lación sistemática, Haidt y Greene encontraron que 
las áreas cerebrales implicadas en la ética corres-
ponderían a las siguientes (indicamos entre parén-
tesis las áreas de Brodmann): giro frontal medial (9, 
10); corteza cingulada posterior, precuneal y retros-
plenial (7, 31); surco temporal superior y lóbulo pa-
rietal inferior (39); corteza orbitofrontal y corteza 
frontal ventromedial (10, 11); polo temporal (38); 
amígdala; corteza dorsolateral prefrontal (9, 10, 46); 
y lóbulo parietal (7, 40) [62].
Una revisión posterior, con estudios de neuro-
imagen que intentan asociar redes neuronales con 
la toma de decisiones de naturaleza ética, resume 
las regiones relacionadas con la tarea en corticales, 
subcorticales y las que encuentran con datos dudo-
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Neuroética como neurociencia de la ética
sos [63,64]. Las regiones corticales son la corteza 
prefrontal anterior, la corteza orbitofrontal medial 
y lateral, la corteza prefrontal dorsolateral (sobre 
todo en el hemisferio derecho) y los sectores adi-
cionales de la corteza prefrontal ventromedial, los 
lóbulos temporales anteriores y la región del giro 
temporal superior. Las estructuras subcorticales in-
cluyen la amígdala, el hipotálamo ventromedial, el 
área septal y los núcleos del prosencéfalo basal (en 
especial el cuerpo estriado ventral, el globo pálido y 
la amígdala extendida), las paredes del tercer ven-
trículo y el tegmento rostral del tallo cerebral. Las 
regiones cerebrales que no se han asociado con con-
sistencia con la cognición y el comportamiento mo-
ral en los estudios de pacientes son los lóbulos pa-
rietal y occipital, grandes áreas de los lóbulos fron-
tal y temporal, el tallo cerebral, los núcleos basales y 
otras estructuras subcorticales adicionales.
Sin embargo, para poder hacer un planteamien-
to desde la perspectiva de una neuroanatomía fun-
cional, habría que proponer no sólo las redes neu-
ronales involucradas en la ética, sino el modo como 
interactúan entre sí y con otras redes neuronales. 
La revisión más reciente que intenta esclarecer 
cómo sería el circuito neuronal relacionado con la 
ética indica que existiría un centro cortical de inte-
gración relacionado con la moral en la corteza pre-
frontal ventromedial, con conexiones múltiples al 
lóbulo límbico, al tálamo y al tallo cerebral [65].
A pesar de que suene arriesgado para algunos, 
de existir una base neurobiológica que sea la causa de 
la conducta ética, habría que aceptar entonces el in-
natismo de los juicios éticos [66]. Una parte de esta 
posible relación estaría en el sistema de las neuro-
nas espejo descubiertas por Giacomo Rizzolatti a 
mediados de la ‘década del cerebro’. Este sistema de 
redes neuronales activa regiones de la corteza cere-
bral análogas a la función cuando los seres humanos 
son testigos de la acción, percepción, dolor o alegría 
de otro; en otras palabras, capacita neuroisiológica-
mente a sentir por empatía los estados funcionales 
neuronales de los semejantes [67].
Críticas a la propuesta de una 
base neurobiológica de la ética
Los neuroescépticos consideran que la neurocien-
cia no puede ni debe sustituir a la ética. En este sen-
tido, no comparten que las investigaciones llevadas 
a cabo tengan en realidad una repercusión en lo 
que en ilosofía se denomina ética normativa. En 
ese sentido, se ha propuesto que la ética puede divi-
dirse en tres grandes dominios [68]: el descriptivo 
(representa la forma en la que se da el actuar ético), 
el analítico-metaético (indica las grandes construc-
ciones teóricas de la ética, por ejemplo, qué se en-
tiende y cómo se utilizan términos como bondad, 
corrección o justicia, entre otros) y el normativo 
(rasgo distintivo de la ética, ya que desde antiguo se 
ha postulado que existen unas normas que se impo-
ne cada uno a sí mismo, que corresponderían a las 
morales, a diferencia de otras normas que pueden 
ser impuestas y deben acatarse so pena de castigo, 
como las del derecho). En el fondo, lo que critican 
los neuroescépticos es que la neurobiología pro-
puesta como base de la ética pueda (o deba) tener 
una consecuencia normativa.
Buller ha dicho que ‘Lo que la neurociencia no 
puede hacer, y no debería estarle permitido hacer, 
es reemplazar las cuestiones normativas con las 
cientíicas’ [69]. Fundamenta la crítica con métodos 
argumentativos, ilosóicos, ya que establece una 
distinción entre hechos (que correspondería tratar 
a la ciencia) y valores (que correspondería tratar a 
la ética, en tanto que ilosofía moral). Así, la crítica 
de Buller va directa a los contenidos de las propues-
tas de la neurociencia de la ética.
Otros trabajos, como el de Berker [70], han pues-
to en tela de juicio la cuestión metodológica, ya sea 
la idoneidad de los dilemas, el uso de la neuroima-
gen funcional, el análisis estadístico llevado a cabo 
con los datos obtenidos, así como las interpretacio-
nes que de ellos se desprenderían. Cuando Berker 
realiza alguna posible concesión enseguida la criti-
ca, por ejemplo, dice que si se asume el intuicionis-
mo moral (base de toda la construcción menciona-
da) no habría por qué privilegiar una intuición so-
bre otra, lo que es crucial en la toma de decisiones 
de naturaleza ética. Además, la propia experiencia 
empírica muestra esta divergencia en privilegiar 
unas intuiciones sobre otras entre diferentes seres 
humanos, así como en el privilegio que un mismo 
ser humano otorga a sus propias intuiciones ante 
distintos casos concretos. Berker no repara tanto 
en los contenidos de las propuestas de la neuro-
ciencia de la ética; sin embargo, criticando toda esta 
parte da por sentado una airmación similar a la de 
Buller: la neurociencia sería insigniicante desde el 
punto de vista normativo.
Otro grupo se describió aquí como los neurocrí-
ticos, quienes buscarían el famoso punto medio in-
dicado por la prudencia de Aristóteles, que evita lle-
gar a los extremos: si un extremo es asumir que toda 
la vida ética tiene una base neurobiológica y otro ex-
tremo es asumir que la neurociencia en nada impor-
ta a la ética, los neurocríticos intentan decir, en todo 
caso, ¿cómo es que los avances neurocientíicos se 
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J.A. Álvarez-Díaz
pueden tomar en cuenta para hacer ética?Algunos 
proponen que los resultados de investigación en ma-
teria de neuroética conluyen de algún modo cuan-
do se analizan los discursos de la neurociencia cog-
nitiva, de la psicología cognitiva y de la ética; si esto 
es así, proponen que si los datos empíricos mostra-
dos por distintas investigaciones van en paralelo con 
las relexiones éticas, no es posible no atenderlos 
[71]. Por ello, Levy dice que en el momento actual 
debe construirse un nuevo modo de hacer ética, te-
niendo en cuenta, de algún modo, todas las investi-
gaciones neurocientíicas respecto de la ética, ya que 
no es posible ignorarlas, como tampoco pensar que 
toda la ética está en el cerebro [72].
Una crítica muy interesante es la vertida por 
Adela Cortina [45], quien airma que es bueno se-
guir el aforismo griego de ‘conócete a ti mismo’: 
siempre será mejor saber cómo funciona el cerebro, 
cómo pueden prevenirse, diagnosticarse, tratarse o 
rehabilitarse padecimientos neurológicos o neuro-
psiquiátricos. Sin embargo, en tanto que ilósofa, 
recuerda una distinción fundamental en la discipli-
na estableciendo una diferencia entre base y funda-
mento: una cosa es que existan bases cerebrales de 
la moral (nadie deiende que un ser humano acéfalo 
o en muerte cerebral pudiera ser un agente moral; 
le faltaría la base) y otra muy distinta es que pueda 
hablarse de un fundamento cerebral de la ética (la 
fundamentación es tarea propia de la ilosofía, el 
dar razón del por qué de algo). En términos ilosói-
cos, no es lo mismo condición necesaria (la presen-
cia del cerebro, neurobiología) que condición sui-
ciente (el acto de fundamentar, que es terreno ilo-
sóico). Además, habría que agregar que Cortina 
recuerda que la ética, como ilosofía moral (estable-
ciendo esta distinción no realizada por neurocientí-
icos), no se relaciona sólo con las acciones que tie-
nen los seres humanos para con otro u otros (uno de 
los supuestos en neurociencia de la ética), sino que 
hay otros factores relacionados con la ética, como 
las aspiraciones a una vida buena, a una vida feliz, a 
una vida en plenitud, donde estos ideales tienen que 
ver con cada persona. Por un lado, estaría la idea de 
bondad (personal, individual) y, por el otro lado, la 
idea de justicia (grupal, colectiva).
Conclusiones
Con la llegada de la neuroimagen funcional surge 
una concepción neurocientíica de la ética: el cere-
bro es el asiento de la mente y, en el fondo, de toda 
conducta humana. Esta propuesta básica la emi-
ten fundamentalmente neurocientíicos (Gazzaniga, 
Mo ra), seguida muy de cerca por algunos ilósofos 
(Churchland). Sin embargo, no todo el mundo está 
totalmente de acuerdo, así surgen críticas en varios 
sentidos: unos expresan que la neurociencia no 
puede ser normativa (Buller, Berker); otros argu-
mentan que los avances neurocientíicos se deben 
tomar en cuenta (Levy, Cortina) y que habría que 
dejar a cada disciplina (neurociencia y ilosofía) un 
lugar que le sea propio. Tal vez la postura neurocrí-
tica sea la más prudente, ya que desde la propia 
neurobiología hay que recordar un problema cru-
cial, que va más allá de qué regiones evidencian ac-
tividad en la neuroimagen funcional cuando se ex-
pone a los seres humanos a dilemas éticos: ‘desci-
frar los circuitos interneuronales es fundamental 
para comprender las funciones del cerebro; sin em-
bargo, sigue siendo una tarea desaiante en neuro-
biología’ [73]. Ese conocimiento se encuentra aún 
en ciernes; cuando se avance en él, con mucha pro-
babilidad podrán emitirse otro tipo de relexiones. 
En el momento actual, podría decirse que el avance 
cientíico puede ayudar a conocer mejor las bases 
neurobiológicas de la conducta (incluida la conduc-
ta moral), pero la labor de una fundamentación de 
la ética seguirá requiriendo de la ilosofía.
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J.A. Álvarez-Díaz
Neuroethics as the neuroscience of ethics
Introduction. The neurosciences have developed at a stunningly fast rate. Key points accounting for this progression 
include the introduction of functional neuroimaging techniques and the boost resulting from the Decade of the Brain 
project. This expansion has also allowed new disciplines such as neuroethics to appear.
Development. Those who have worked on neuroethics can be divided into three groups (neuroreductionists, neurosceptics 
and neurocritics), and each group has its own standpoint as regards what neuroethics is, with several scopes and 
limitations in their proposals.
Conclusions. Neuroethics is a discipline that, prior to the year 2002, was understood only as an ethics of neuroscience (a 
branch of bioethics). As of that date, however, it is also understood as a neuroscience of ethics (a new discipline). 
Neuroreductionism proposes that all ethical life has a basis in the brain that determines ethical actions; neuroscepticism 
holds that neuroscience cannot be considered a normative function; and neurocriticism considers that the neuroscientific 
advances cannot be ignored and must be taken into account in some way in order to draw up ethical theories.
Key words. Bioethics. Humanities. Morals. Neuroethics. Neurophilosophy. Neuroscience.

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