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374 www.neurologia.com Rev Neurol 2013; 57 (8): 374-382 NEUROÉTICA Introducción Desde hace tiempo, se ha venido marcando un pa- ralelismo entre problemas que ha abordado la neu- rociencia con algunos problemas clásicos en el pensamiento ilosóico, como podría ser la relación mente-cerebro [1]. Más aún, en la actualidad se en- tiende que deben considerarse los progresos neu- rocientíicos en el momento de la elaboración de las teorías ilosóicas. Francis H. Crick derivó su interés de trabajo desde los años setenta del pasado siglo al estudio de las neurociencias. Crick propo- ne en su libro La búsqueda científica del alma que ‘«usted», sus alegrías y sus penas, sus recuerdos y sus ambiciones, su propio sentido de la identidad personal y su libre voluntad, no son más que el comportamiento de un vasto conjunto de células nerviosas y de moléculas asociadas’ [2]. A esto lo denomina la hipótesis revolucionaria, o al menos esa fue la traducción en lengua española, desafor- tunada por cierto. El original en lengua inglesa ha- bla de una astonishing hypothesis, es decir, una hi- pótesis asombrosa. No podría ser revolucionaria, dado que Hipócrates ya lo había sugerido hace 25 siglos con el siguiente texto: ‘Conviene que la gente sepa que nuestros placeres, gozos, risas y juegos no proceden de otro lugar sino de ahí (del cerebro), y lo mismo las penas y amarguras, sinsabores y llan- tos. Y por él precisamente, razonamos e intuimos, y vemos y oímos y distinguimos lo feo, lo bello, lo bueno, lo malo, lo agradable y lo desagradable, dis- tinguiendo unas cosas de acuerdo con la norma acostumbrada, y percibiendo otras cosas de acuer- do con la conveniencia; y por eso al distinguir los placeres y los desagrados según los momentos oportunos no nos gustan (siempre) las mismas co- sas’ [3]. Crick trabajó y ejerció una inluencia intelectual importante sobre la ilósofa Patricia S. Churchland, pionera en sugerir que se deben tener en cuenta los datos de las neurociencias para el desarrollo de la ilosofía; su propuesta cristaliza en un texto de 1986 donde introduce el concepto de neuroilosofía [4]. Recientemente, se ha subrayado en estas mismas páginas el impacto del avance neurocientíico en la epistemología y la ilosofía de la ciencia [5]. Sin em- bargo, no es el único campo ilosóico que debería tener en cuenta el avance neurocientíico. En parti- cular, en la última década, la neurociencia ha trans- formado con profundidad la manera de entender el aprendizaje, la toma de decisiones, el yo y los afec- tos sociales, entre otros, de modo que se ha pro- puesto que las preguntas ilosóicas tradicionales acerca de la moralidad se deben dirigir hacia nue- vas direcciones [6]. El desarrollo en este sentido ha originado una disciplina denominada neuroética. Neuroética como neurociencia de la ética Jorge Alberto Álvarez-Díaz Introducción. El desarrollo que han tenido las neurociencias ha avanzado de una manera rápida y espectacular. Puntos clave para ello son la introducción de las técnicas de neuroimagen funcional y el empuje del proyecto ‘década del cere- bro’. Este desarrollo también ha permitido que surjan nuevas disciplinas como la neuroética. Desarrollo. Quienes han trabajado en neuroética pueden dividirse en tres grupos (neurorreduccionistas, neuroescépticos y neurocríticos), y cada grupo tiene diferentes posturas de lo que es la neuroética, con varios alcances y limitaciones en sus propuestas. Conclusiones. La neuroética es una disciplina que antes del año 2002 se entiende en exclusiva como una ética de la neu- rociencia (una rama de la bioética) y, a partir de esa fecha, se entiende también como una neurociencia de la ética (una nueva disciplina). El neurorreduccionismo propone que toda la vida ética tiene una base cerebral que determina los actos éticos, el neuroescepticismo argumenta que no se puede considerar la neurociencia como una función normativa y el neurocriticismo considera que los avances neurocientíficos no se pueden ignorar y se deben tomar en cuenta de algún modo para la elaboración de las teorías éticas. Palabras clave. Bioética. Humanidades. Moral. Neurociencia. Neuroética. Neurofilosofía. Departamento de Atención a la Salud. Universidad Autónoma Metropolitana. Unidad Xochimilco. México DF, México. Correspondencia: Dr. Jorge Alberto Álvarez Díaz. Edificio A, 2.º piso. Área de Posgrados en Ciencias Biológicas y de la Salud. Calzada del Hueso, 1100. Colonia Villa Quietud. Delegación Coyoacán. CP 04960. México DF, México. E-mail: bioetica_reproductiva@ hotmail.com Agradecimientos: A las valiosas opiniones y sugerencias de los revisores anónimos acerca de la versión original y a los comentarios realizados por el Dr. Héctor Adrián Poblano Luna (Instituto Nacional de Rehabilitación, México). Aceptado tras revisión externa: 25.07.13. Cómo citar este artículo: Álvarez-Díaz JA. Neuroética como neurociencia de la ética. Rev Neurol 2013; 57: 374-82. © 2013 Revista de Neurología 375www.neurologia.com Rev Neurol 2013; 57 (8): 374-382 Neuroética como neurociencia de la ética El desarrollo en el conocimiento de las neuro- ciencias y sus repercusiones en la ilosofía puede deberse en muy buena medida a dos factores. El primero, el enorme avance de las neurociencias en las últimas décadas del siglo xx. El segundo, la de- cisión política del gobierno de los Estados Unidos en nombrar el 17 de julio de 1990 como la ‘década del cerebro’ a la última década del siglo xx [7]. Este tema es fundamental, ya que hubo una inanciación espectacular para las neurociencias en ese período, lo que representó solamente el inicio. En la actuali- dad, continúan importantes proyectos para aumen- tar el conocimiento sobre el cerebro: BigBrain (don- de se han obtenido algo más de 7.400 cortes de un encéfalo y las imágenes se han digitalizado, a la es- pera de que esto aumente el conocimiento neuroa- natómico clásico) [8]; el Human Connectome Pro- ject (HCP), cuyo objetivo es construir un mapa de redes sobre la conectividad anatómica y funcional del cerebro humano sano, patrocinado por 16 com- ponentes de los National Institutes of Health, diri- gidos por dos consorcios, uno encabezado por la Universidad de Washington en Saint Louis y la Uni- versidad de Minnesota, y el otro dirigido por la Universidad de Harvard, el Hospital General de Massachusetts y la Universidad de California en Los Ángeles [9], y el Blue Brain Project, cuyo objeti- vo inal es estudiar la estructura encefálica del neo- córtex creando una simulación molecular, inancia- do por la Unión Europea [10]. Hasta la ‘década del cerebro’, los grandes avances en neurociencias tenían dos vertientes, fundamen- talmente. La primera era la del diagnóstico de pato- logías neurológicas y la segunda, la del tratamiento de tales patologías; si bien ya se diagnosticaban y se trataban, el avance en estos temas se incrementó enormemente. Por un lado como consecuencia de esto y, por el otro lado, por el desarrollo de las tec- nologías NBIC [11] (acrónimo de los preijos en len- gua inglesa nano, bio, info y cogno), empezó a ha- blarse de la posibilidad de tratar a sanos o, en otras palabras, de intervenir en el cerebro de sujetos sin patología previa demostrable con el in de mejorar- los. Y del tema de la llamada mejora humana [12], que involucraba ideas como hablar de un transhu- manismo para pasar a un estado de poshumanismo se llegó a otro punto de arranque: el intento de apli- car métodos neurocientíicos para estudiar aspectos que no tenían que ver directamente con la clínica, es decir, ni con el diagnóstico ni con el tratamiento de pacientes. A partir de ahí, las actividades de la vida humana, individual y compartida empezaron a ana- lizarse desde las neurociencias, fundamentalmente a partir del desarrollo de la neuroimagen funcional. Todo esto tuvo una repercusión sobre el lengua- je, así aparecieron una serie de neurologismos [13] como, por ejemplo, neurodeterminismo,neuropo- lítica, neuroderecho, neuroeducación o neuropsi- coanálisis. Neuroética es uno de estos neologismos. En la actualidad, suele admitirse que la neuroética nace en el año 2002; sin embargo, hay que rastrear entre los antecedentes para algunas diferencias con- ceptuales. El neologismo aparece por vez primera en la bi- bliografía en 1973, bajo la pluma de la neuropsi- quiatra de origen alemán, establecida en Estados Uni- dos, Anneliese A. Pontius [14], quien publicó antes de 2002 tres trabajos más donde habla del término. No son más de cinco los lugares donde aparece el término ‘neuroética’ antes del año 2002 y fuera de los trabajos de Pontius. Por otra parte, Ronald E. Cranford propone en 1989 la igura del neuroeticis- ta [15], aquel neurólogo que colaborara en la reso- lución de problemas éticos que involucraran casos neurológicos presentados a los comités de ética. Se ha generalizado que el nacimiento de la neu- roética se ubica en el año 2002 gracias a que tiene lugar una reunión organizada por la Fundación Dana, cuyo eje fue la neuroética. Las memorias del en- cuentro se organizan y se publican con rapidez [16]. Además, un periodista que participa en la reunión plasma el término en un diario reconocido en todo el mundo [17]. Esto da una difusión enorme y expe- dita de ese pretendido nuevo saber. ‘Neuroética’ se convierte en 2002 en un término que tiene dos acepciones de acuerdo con Adina L. Roskies [18]. La primera se reiere a una ética de la neurociencia; con esta forma de entender la neu- roética, correspondería a una mera rama de la bio- ética (así se entiende hasta en las memorias del en- cuentro de la Fundación Dana). Lo único novedoso sería la consolidación de una rama más de esa ética aplicada que ha tenido un auge importante desde los años setenta del pasado siglo xx, como lo es la bioética. El contenido de la neuroética, en tanto que rama de la bioética, se limitaría a los problemas éticos planteados por las nuevas tecnologías en el campo de la neurología clínica y recogería los deba- tes en torno a la muerte cerebral, el estado vegetati- vo, los estados de mínima conciencia, entre otros. [19] Se ha cuestionado si es necesaria esta delimita- ción de subdisciplinas dentro de la bioética [20], pero el desarrollo de las mismas, incluida la neu- roética, sigue avanzando hasta alcanzar a los comi- tés de ética [21]. En su segunda acepción, la neuroética corres- pondería a una neurociencia de la ética. Esto sí re- sultaba una verdadera revolución en el pensamien- 376 www.neurologia.com Rev Neurol 2013; 57 (8): 374-382 J.A. Álvarez-Díaz to en ética, ya que signiicaba la consideración del desarrollo de las neurociencias en general en la búsqueda de las bases cerebrales de los razona- mientos éticos de los seres humanos. Muy pronto se postula que se trata de una disciplina que ha lle- gado para quedarse [22] y que se trata de una nueva disciplina [23], aunque también se ha cuestionado su legitimidad [24]. Sin embargo, la neuroética se ha desarrollado como una disciplina con cierta au- tonomía, fundamentalmente a partir de la aplica- ción de técnicas no invasivas de neuroimagen como la imagen por resonancia magnética funcional (RMf); esto lo muestran varios análisis bibliométricos rea- lizados con publicaciones entre los años 1991-2002 [25], 2002-2007 [26] y 1999-2009 [27]. Antecedentes de los estudios empíricos en neuroética Existen referencias a la relación entre el cerebro y la mente desde el mundo helénico clásico [28]. Sin embargo, el primer intento sistemático de localizar funciones asociadas a diferentes regiones de la cor- teza lo constituye el método creado por Franz J. Gall y que denominó isiología del cerebro; nunca aceptó términos como ‘craneología’ ni ‘craneosco- pia’. Se debe a su discípulo Johann G. Spurzheim el término ‘frenología’, que Gall tampoco aceptó. Una de las críticas más agudas al sistema frenológico fue la de Jean M.P. Fluorens. Se correlaciona la postura de Gall y Spurzheim con el localismo (o localizacio- nismo) y la de Fluorens con el holismo (o funciona- lismo) respecto de las funciones cerebrales. Se ha visto en esta época el primer intento de establecer las bases neurobiológicas de la ética [29]. En este ambiente, Orson S. Fowler publica en los Estados Unidos un manual para difundir la frenolo- gía [30] (después publicó otros libros relacionados con el tema); corría el año 1840. Aunque se ha es- crito que para 1843 toda la comunidad cientíica del Oeste rechazaba la organología y la frenología [31], lo cierto es que los trabajos de los Fowler (Lo- renzo N., hermano de Orson, fue un apasionado defensor de la frenología) se reeditaron hasta bien entrada la segunda mitad del siglo xix. Con este telón de fondo, el 13 de septiembre de 1848 ocurrirá un hecho multicitado en la bibliogra- fía sobre neurociencias en general, y sobre neuro- ética en particular: el caso de Phineas Gage [32-34]. Después de un accidente en el que una barra de metal se le inserta en la mejilla izquierda y le sale por el cráneo, Gage recibe atención y no muere. En una primera publicación, su médico, John M. Har- low, habla de la recuperación de Gage y, aunque en- cuentra cambios conductuales, resalta que no haya perdido la memoria o el habla tras el accidente, así promete publicar más adelante más información acerca de los cambios mentales [35]. Harlow se au- todeinía como un oscuro médico de campo [36], por lo que su informe despertó dudas en los círcu- los académicos. El profesor de cirugía de la Univer- sidad de Harvard, Henry J. Bigelow, acude al año siguiente para revisar a Gage y publica sus hallaz- gos, donde destaca la pérdida ocular y lo encuentra prácticamente recuperado en sus facultades menta- les [37]. Dos décadas más tarde, Harlow publicó las observaciones de los cambios conductuales de Gage. Harlow estuvo expuesto a la frenología e incluso se interesó por ella [38], en tanto que Bigelow no, lo que pudo establecer la diferencia en la sensibilidad para la observación y descripción de los cambios presentados por Gage. En esas dos décadas, además de la muerte de Gage en 1861, hay que agregar que ese mismo año Pierre P. Broca publica sus observa- ciones respecto a la localización cerebral del habla en el lóbulo frontal izquierdo [39-41]. Se trataba de un espaldarazo al localismo, que apoyaría los ha- llazgos que Harlow pudo describir amplia y tran- quilamente en 1868 [42]. Harlow describió de ma- nera elegante en su artículo lo que hoy se llamaría un síndrome prefrontal. A mediados de la ‘década del cerebro’ se llevó a cabo una reconstrucción para inferir las áreas cerebrales dañadas [43], lo que ha vuelto a llevar el caso a la palestra de la discusión una vez más. Investigación científica en neurociencia de la ética La neuroética se ha dividido en empírica y teórica [44]. La neuroética empírica se centraría en los da- tos neurocientíicos relacionados con conceptos éticos, datos fundados en la experiencia, es decir, en el método cientíico como está concebido para las ciencias naturales. La neuroética teórica se cen- traría en los aspectos metodológicos y conceptua- les que permiten vincular hechos neurocientíicos con conceptos éticos en las dimensiones descripti- va y normativa. Aquí se presenta el primer problema inherente a la parte ‘neuro’ de la neuroética, es decir, a la parte neurocientíica o, si se quiere, a la neuroética empí- rica: hay que pensar que conceptos éticos como bondad, corrección o justicia, entre otros, deben te- ner un correlato que metodológicamente permita explorarse desde el punto de vista empírico. 377www.neurologia.com Rev Neurol 2013; 57 (8): 374-382 Neuroética como neurociencia de la ética Un segundo problema radica en la naturaleza de la segunda parte de la palabra, en la ‘ética’ de esa neuroética o, si se quiere, a la neuroética teórica. El problema ahora es que no hay que perder de vista que toda ética, en tanto que ilosofía moral,tiene sobre todo tres tareas [45]: aclarar qué se entiende por el vocablo ‘moral’; intentar descubrir cuáles son los fundamentos y, junto a ello, determinar cuáles serían los principios de eso que se denomina como moral, y aplicar esos principios a la vida cotidiana (tanto a la personal como a la compartida). Como puede notarse, no es posible partir en exclusiva de los datos neurocientíicos, ya que lo que se conside- ra como moral no lo dice la ciencia, sino la ilosofía. Diego Gracia ha dividido la historia de la investi- gación clínica en tres períodos: la investigación clí- nica fortuita o casual (desde los hipocráticos hasta 1900), la investigación clínica diseñada (1900-1947) y la investigación clínica regulada (1947-actualidad) [46,47]. El caso de Gage, ocurrido en el primer pe- ríodo, ejempliica a la perfección lo que Gracia lla- ma el experimento fortuito o casual: la tesis clásica defendida hasta entonces era que todo acto médico en seres humanos debería ser per se clínico (diag- nóstico o terapéutico), y que solamente per accidens tendría un carácter investigativo. Así fue de ilustra- tiva la experiencia con Gage: una vez que se presen- taba un caso, el médico se limitaba a describir lo observado y aprender a través de ello. La investiga- ción pura sólo podía realizarse en animales, cadá- veres y en sujetos condenados a muerte (cadáveres potenciales, en algunos lugares y en algunos mo- mentos históricos). El segundo período recibe su nombre porque aparece el diseño experimental del ensayo clínico, tal como se conoce en la actualidad, y se introducen los métodos estadísticos. En el ter- cer y último período, en el que nos encontramos, la investigación, además de estar técnicamente dise- ñada para que pueda hacerse, necesita estar regula- da éticamente (y, cada vez más, legalmente). En este punto ya se han anudado varios proble- mas que es necesario decir cómo se han resuelto para poder avanzar en esa neuroética entendida como neurociencia de la ética: – La neuroética empírica se relaciona con la parte ‘neuro’ de la neuroética, con la parte neurocientí- ica o ¿cuál es el correlato metodológico que per- mitiría indagar sobre conceptos éticos tales como bondad, corrección o justicia, entre otros? (en otras palabras, ¿cuál sería el diseño técnicamente adecuado para poder investigar en neuroética?). – La neuroética práctica se relaciona con la parte ‘ética’ de la neuroética o ¿cómo se entiende la i- losofía moral? – ¿Cuál sería la regulación ética necesaria para in- vestigar en neuroética? Estas preguntas las han resuelto diferentes autores por varias vías de argumentación que podrían orga- nizarse en tres grandes grupos: los neurorreduccio- nistas, los neuroescépticos y los neurocríticos. Los neurorreduccionistas comparten explícita o implí- citamente la hipótesis de Crick: los seres humanos somos nuestros cerebros; son las propuestas más acabadas y que llevan más tiempo en construcción; en esta línea, estarían posturas como las de Michael S. Gazzaniga, Francisco Mora o Patricia S. Church- land. Los neuroescépticos han surgido como la con- traparte, de modo que aquí se encuentran pensado- res que consideran que la neurociencia no puede ni debe sustituir a la ética, por ejemplo Tom Buller o Selim Berker. Los neurocríticos no subsumen el discurso ilosóico al cientíico (como, según dicen, lo hacen los neurorreduccionistas), pero tampoco descartan que los avances en neurociencias se pue- dan (y se deban) tener en cuenta de algún modo; las propuestas más elaboradas corresponderían a los trabajos de Marc D. Hauser [48], Neil Levy [49] y Adela Cortina [45]. Desarrollo de la investigación en neurociencia de la ética Ante la pregunta ¿cuál sería el diseño técnicamen- te adecuado para poder investigar en neuroética?, la respuesta han sido los estudios de neuroimagen funcional. Como es bien sabido, las principales técnicas son la electroencefalografía cuantitativa, la tomografía por emisión de positrones, la RMf, la tractografía y la magnetoencefalografía. ¿Qué tipo de resultado arrojan? No se trata de fotografías del cerebro y mucho menos de fotografías de la mente, sino que se entiende que se trata de imágenes del cerebro en acción [50]. Se asume, de diferentes maneras, que no se trata de ver el cerebro [51] ni de ver la mente [52], sino que epistemológicamen- te se trata de otra cosa que requiere un análisis más detallado [53]. La forma como suele trabajarse es asociar una actividad (motora, perceptual o cog- noscitiva) con la neuroimagen producida, y suele deducirse que ésta indica la red neuronal donde se origina la actividad estudiada, es decir, el correlato se asume como causa (de ahí que también pudiera denominarse a este grupo de investigadores como neurodeterministas). A pesar de estos comentarios y críticas, en la práctica se ha dado por buena la respuesta. 378 www.neurologia.com Rev Neurol 2013; 57 (8): 374-382 J.A. Álvarez-Díaz Frente a la pregunta de cómo se entiende la ilo- sofía moral, puede encontrarse un ejemplo paradig- mático en Gazzaniga, quien escribe juicios tales como ‘estoy convencido de que es posible una ética universal’, la cual, desde su punto de vista, tendría una base neurobiológica y no ilosóica [54]. Mora, por su parte, dice que ‘ética reiere a conductas siempre relacionadas con los otros’, y que ‘no es procedente aquí considerar la diferencia entre ética (griego, éthos) y moral (latín, mores) ya que ambos términos se utilizarán […] indistintamente, en rela- ción con la idea de costumbres’ [55]. Sobre este tipo de aseveraciones han corrido ríos de tinta para cri- ticar esta forma indistinta de manejo entre moral y ética (como el trabajo de Adela Cortina). A pesar de varias críticas, también se ha dado por buena la res- puesta para poder avanzar. Por último, ante la cuestión de cuál sería la regu- lación ética necesaria para investigar en neuroética, entendiéndose como una neurociencia de la ética, la respuesta ha sido apelar a la otra vertiente: la éti- ca de la neurociencia. Habría que recurrir a la ética propia del trabajo desempeñado en neurociencia, de modo que se tendrían las aplicaciones especíi- cas relacionadas con la noción de capacidad, expre- sión libre y voluntaria del consentimiento informa- do, respeto por la dignidad e integridad de los suje- tos de investigación, entre otros. Si se trata de estudiar de un modo empírico los juicios morales, hay que recordar que la ilosofía ha propuesto diferentes formas bajo las cuales los se- res humanos elaboran tales juicios: el intelectualis- mo moral (identiica el conocimiento con el bien y la ignorancia con el mal), el emotivismo moral (iguala la bondad o maldad con los sentimientos), el prescriptivismo moral (asemeja el cumplimiento de una norma con el asentimiento al carácter impera- tivo de los juicios morales) y el intuicionismo moral (no considera que la razón o los sentimientos sean la base del juicio moral, sino que la conciencia mo- ral se daría cuenta de un modo inmediato o directo de lo que es bueno y lo que es malo). El supuesto bajo el cual se han organizado las in- vestigaciones en neurociencia de la ética es asumir que los seres humanos emiten juicios morales ba- sándolos en intuiciones morales, que de algún modo sería lo que ya se tiene inscrito de manera neuro- biológica. Este supuesto surge de la propia investi- gación empírica, ejempliicada en un trabajo de Jo- nathan Haidt, en el que se pregunta al público sobre un caso de incesto [56]. El trabajo de Haidt muestra que, al desmontar sistemáticamente todos los argu- mentos que la gente da para explicar que el incesto es malo, la gente termina diciendo: ‘no sé por qué está mal, pero sé que está mal’. Es decir, parecería que los seres humanos no son lo suicientemente capaces de dar razones de lo que está bien o de lo que está mal, precisamente porque cuentan con al- guna intuición que les permite darse cuenta de ello de un modo inmediato.Con lo discutido (y discuti- ble) que ha sido este punto de partida, es el punto que puede servir como hilo conductor para las in- vestigaciones que se han llevado a cabo en neuro- ciencia de la ética. Aunque las posturas que pueden considerarse como intuicionistas se han modiicado en la historia de la ilosofía [57], está más o menos claro que des- pués de las propuestas de Haidt otros investigadores han sumado datos de investigaciones empíricas, también con metodologías propias de la psicología cognitiva, donde pretenden mostrar que la forma de elaborar los juicios morales tiene una base intuicio- nista [58]. Cuando se ha buscado sistematizar el co- nocimiento respecto de las bases neurobiológicas de ese intuicionismo moral se ha propuesto que se encuentran en la corteza frontoinsular, del cíngulo y orbitofrontal, asociadas a estructuras subcorticales tales como el septo, los núcleos basales y la amígdala [59]. Por otra parte, en ilosofía suele establecerse una distinción entre fundamentaciones de la ética, que en cierto sentido son contrapuestas entre sí: la deontología (atender a los deberes sería el cumpli- miento del deber por el deber mismo) y el utilitaris- mo (o consecuencialismo, donde habría que consi- derar las consecuencias de la decisión tomada). Al- gunos investigadores han propuesto que la neuro- biología del deontologismo y del utilitarismo com- parten los mismos circuitos [60]. Un trabajo pionero en la investigación empírica en neuroética empleando neuroimagen funcional es el de Joshua D. Greene, que inicia esta nueva era de la búsqueda del funcionamiento neurobiológico ante dilemas éticos [61]. Al hacer la primera recopi- lación sistemática, Haidt y Greene encontraron que las áreas cerebrales implicadas en la ética corres- ponderían a las siguientes (indicamos entre parén- tesis las áreas de Brodmann): giro frontal medial (9, 10); corteza cingulada posterior, precuneal y retros- plenial (7, 31); surco temporal superior y lóbulo pa- rietal inferior (39); corteza orbitofrontal y corteza frontal ventromedial (10, 11); polo temporal (38); amígdala; corteza dorsolateral prefrontal (9, 10, 46); y lóbulo parietal (7, 40) [62]. Una revisión posterior, con estudios de neuro- imagen que intentan asociar redes neuronales con la toma de decisiones de naturaleza ética, resume las regiones relacionadas con la tarea en corticales, subcorticales y las que encuentran con datos dudo- 379www.neurologia.com Rev Neurol 2013; 57 (8): 374-382 Neuroética como neurociencia de la ética sos [63,64]. Las regiones corticales son la corteza prefrontal anterior, la corteza orbitofrontal medial y lateral, la corteza prefrontal dorsolateral (sobre todo en el hemisferio derecho) y los sectores adi- cionales de la corteza prefrontal ventromedial, los lóbulos temporales anteriores y la región del giro temporal superior. Las estructuras subcorticales in- cluyen la amígdala, el hipotálamo ventromedial, el área septal y los núcleos del prosencéfalo basal (en especial el cuerpo estriado ventral, el globo pálido y la amígdala extendida), las paredes del tercer ven- trículo y el tegmento rostral del tallo cerebral. Las regiones cerebrales que no se han asociado con con- sistencia con la cognición y el comportamiento mo- ral en los estudios de pacientes son los lóbulos pa- rietal y occipital, grandes áreas de los lóbulos fron- tal y temporal, el tallo cerebral, los núcleos basales y otras estructuras subcorticales adicionales. Sin embargo, para poder hacer un planteamien- to desde la perspectiva de una neuroanatomía fun- cional, habría que proponer no sólo las redes neu- ronales involucradas en la ética, sino el modo como interactúan entre sí y con otras redes neuronales. La revisión más reciente que intenta esclarecer cómo sería el circuito neuronal relacionado con la ética indica que existiría un centro cortical de inte- gración relacionado con la moral en la corteza pre- frontal ventromedial, con conexiones múltiples al lóbulo límbico, al tálamo y al tallo cerebral [65]. A pesar de que suene arriesgado para algunos, de existir una base neurobiológica que sea la causa de la conducta ética, habría que aceptar entonces el in- natismo de los juicios éticos [66]. Una parte de esta posible relación estaría en el sistema de las neuro- nas espejo descubiertas por Giacomo Rizzolatti a mediados de la ‘década del cerebro’. Este sistema de redes neuronales activa regiones de la corteza cere- bral análogas a la función cuando los seres humanos son testigos de la acción, percepción, dolor o alegría de otro; en otras palabras, capacita neuroisiológica- mente a sentir por empatía los estados funcionales neuronales de los semejantes [67]. Críticas a la propuesta de una base neurobiológica de la ética Los neuroescépticos consideran que la neurocien- cia no puede ni debe sustituir a la ética. En este sen- tido, no comparten que las investigaciones llevadas a cabo tengan en realidad una repercusión en lo que en ilosofía se denomina ética normativa. En ese sentido, se ha propuesto que la ética puede divi- dirse en tres grandes dominios [68]: el descriptivo (representa la forma en la que se da el actuar ético), el analítico-metaético (indica las grandes construc- ciones teóricas de la ética, por ejemplo, qué se en- tiende y cómo se utilizan términos como bondad, corrección o justicia, entre otros) y el normativo (rasgo distintivo de la ética, ya que desde antiguo se ha postulado que existen unas normas que se impo- ne cada uno a sí mismo, que corresponderían a las morales, a diferencia de otras normas que pueden ser impuestas y deben acatarse so pena de castigo, como las del derecho). En el fondo, lo que critican los neuroescépticos es que la neurobiología pro- puesta como base de la ética pueda (o deba) tener una consecuencia normativa. Buller ha dicho que ‘Lo que la neurociencia no puede hacer, y no debería estarle permitido hacer, es reemplazar las cuestiones normativas con las cientíicas’ [69]. Fundamenta la crítica con métodos argumentativos, ilosóicos, ya que establece una distinción entre hechos (que correspondería tratar a la ciencia) y valores (que correspondería tratar a la ética, en tanto que ilosofía moral). Así, la crítica de Buller va directa a los contenidos de las propues- tas de la neurociencia de la ética. Otros trabajos, como el de Berker [70], han pues- to en tela de juicio la cuestión metodológica, ya sea la idoneidad de los dilemas, el uso de la neuroima- gen funcional, el análisis estadístico llevado a cabo con los datos obtenidos, así como las interpretacio- nes que de ellos se desprenderían. Cuando Berker realiza alguna posible concesión enseguida la criti- ca, por ejemplo, dice que si se asume el intuicionis- mo moral (base de toda la construcción menciona- da) no habría por qué privilegiar una intuición so- bre otra, lo que es crucial en la toma de decisiones de naturaleza ética. Además, la propia experiencia empírica muestra esta divergencia en privilegiar unas intuiciones sobre otras entre diferentes seres humanos, así como en el privilegio que un mismo ser humano otorga a sus propias intuiciones ante distintos casos concretos. Berker no repara tanto en los contenidos de las propuestas de la neuro- ciencia de la ética; sin embargo, criticando toda esta parte da por sentado una airmación similar a la de Buller: la neurociencia sería insigniicante desde el punto de vista normativo. Otro grupo se describió aquí como los neurocrí- ticos, quienes buscarían el famoso punto medio in- dicado por la prudencia de Aristóteles, que evita lle- gar a los extremos: si un extremo es asumir que toda la vida ética tiene una base neurobiológica y otro ex- tremo es asumir que la neurociencia en nada impor- ta a la ética, los neurocríticos intentan decir, en todo caso, ¿cómo es que los avances neurocientíicos se 380 www.neurologia.com Rev Neurol 2013; 57 (8): 374-382 J.A. Álvarez-Díaz pueden tomar en cuenta para hacer ética?Algunos proponen que los resultados de investigación en ma- teria de neuroética conluyen de algún modo cuan- do se analizan los discursos de la neurociencia cog- nitiva, de la psicología cognitiva y de la ética; si esto es así, proponen que si los datos empíricos mostra- dos por distintas investigaciones van en paralelo con las relexiones éticas, no es posible no atenderlos [71]. Por ello, Levy dice que en el momento actual debe construirse un nuevo modo de hacer ética, te- niendo en cuenta, de algún modo, todas las investi- gaciones neurocientíicas respecto de la ética, ya que no es posible ignorarlas, como tampoco pensar que toda la ética está en el cerebro [72]. Una crítica muy interesante es la vertida por Adela Cortina [45], quien airma que es bueno se- guir el aforismo griego de ‘conócete a ti mismo’: siempre será mejor saber cómo funciona el cerebro, cómo pueden prevenirse, diagnosticarse, tratarse o rehabilitarse padecimientos neurológicos o neuro- psiquiátricos. Sin embargo, en tanto que ilósofa, recuerda una distinción fundamental en la discipli- na estableciendo una diferencia entre base y funda- mento: una cosa es que existan bases cerebrales de la moral (nadie deiende que un ser humano acéfalo o en muerte cerebral pudiera ser un agente moral; le faltaría la base) y otra muy distinta es que pueda hablarse de un fundamento cerebral de la ética (la fundamentación es tarea propia de la ilosofía, el dar razón del por qué de algo). En términos ilosói- cos, no es lo mismo condición necesaria (la presen- cia del cerebro, neurobiología) que condición sui- ciente (el acto de fundamentar, que es terreno ilo- sóico). Además, habría que agregar que Cortina recuerda que la ética, como ilosofía moral (estable- ciendo esta distinción no realizada por neurocientí- icos), no se relaciona sólo con las acciones que tie- nen los seres humanos para con otro u otros (uno de los supuestos en neurociencia de la ética), sino que hay otros factores relacionados con la ética, como las aspiraciones a una vida buena, a una vida feliz, a una vida en plenitud, donde estos ideales tienen que ver con cada persona. Por un lado, estaría la idea de bondad (personal, individual) y, por el otro lado, la idea de justicia (grupal, colectiva). Conclusiones Con la llegada de la neuroimagen funcional surge una concepción neurocientíica de la ética: el cere- bro es el asiento de la mente y, en el fondo, de toda conducta humana. Esta propuesta básica la emi- ten fundamentalmente neurocientíicos (Gazzaniga, Mo ra), seguida muy de cerca por algunos ilósofos (Churchland). Sin embargo, no todo el mundo está totalmente de acuerdo, así surgen críticas en varios sentidos: unos expresan que la neurociencia no puede ser normativa (Buller, Berker); otros argu- mentan que los avances neurocientíicos se deben tomar en cuenta (Levy, Cortina) y que habría que dejar a cada disciplina (neurociencia y ilosofía) un lugar que le sea propio. Tal vez la postura neurocrí- tica sea la más prudente, ya que desde la propia neurobiología hay que recordar un problema cru- cial, que va más allá de qué regiones evidencian ac- tividad en la neuroimagen funcional cuando se ex- pone a los seres humanos a dilemas éticos: ‘desci- frar los circuitos interneuronales es fundamental para comprender las funciones del cerebro; sin em- bargo, sigue siendo una tarea desaiante en neuro- biología’ [73]. Ese conocimiento se encuentra aún en ciernes; cuando se avance en él, con mucha pro- babilidad podrán emitirse otro tipo de relexiones. En el momento actual, podría decirse que el avance cientíico puede ayudar a conocer mejor las bases neurobiológicas de la conducta (incluida la conduc- ta moral), pero la labor de una fundamentación de la ética seguirá requiriendo de la ilosofía. Bibliografía 1. Poblano A. Las neurociencias y la ilosofía. Salud Publica Mex 1991; 33: 88-93. 2. Crick F. La búsqueda cientíica del alma. Una revolucionaria hipótesis para el siglo xxi. Madrid: Debate; 1994. 3. Hipócrates. Sobre la enfermedad sagrada. In: Tratados hipocráticos I. Madrid: Gredos; 1990. 4. Churchland PS. Neurophilosophy. Toward a uniied science of the mind/brain. Cambridge: MIT Press; 1986. 5. Estany A. La ilosofía en el marco de las neurociencias. Rev Neurol 2013; 56: 344-8. 6. Churchland PS. he impact of neuroscience on philosophy. Neuron 2008; 60: 409-11. 6. Martín-Rodríguez JF, Cardoso-Pereira N, Bonifacio V, Barroso y Martín JM. La década del cerebro (1990-2000): algunas aportaciones. 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Those who have worked on neuroethics can be divided into three groups (neuroreductionists, neurosceptics and neurocritics), and each group has its own standpoint as regards what neuroethics is, with several scopes and limitations in their proposals. Conclusions. Neuroethics is a discipline that, prior to the year 2002, was understood only as an ethics of neuroscience (a branch of bioethics). As of that date, however, it is also understood as a neuroscience of ethics (a new discipline). Neuroreductionism proposes that all ethical life has a basis in the brain that determines ethical actions; neuroscepticism holds that neuroscience cannot be considered a normative function; and neurocriticism considers that the neuroscientific advances cannot be ignored and must be taken into account in some way in order to draw up ethical theories. Key words. Bioethics. Humanities. Morals. Neuroethics. Neurophilosophy. Neuroscience.
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