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EVANDRO AGAZZI TEMAS Y PROBLEMAS DE FILOSOFÍA DE LA FÍSICA BARCELONA EDITORIAL HERDER 1978 6 ÍNDICE Prólogo…………………………………………………………………………...9 Prólogo a la nueva edición……………………………………………………...17 Parte primera: CIENCIA Y FILOSOFÍA I. Constitución de la ciencia como saber no filosofía………………………………21 1. Algunas observaciones preliminares………………………………………...21 2. El ideal clásico del saber y la identidad de filosofía y ciencia………………22 3. La revolución de Galileo…………………………………………………….28 4. La primera fase de las relaciones entre ciencia y filosofía………………......34 Notas al capítulo primero………………………………………………………42 II. La tentación de la ciencia a erguirse como nueva filosofía……………………..43 5. El surgimiento y la afirmación del mecanismo del siglo XIX………………43 6. La dificultad del mecanismo del siglo XIX………………………………….47 Notas al capítulo II III. De la ciencia como filosofía a la problemática filosófica de la ciencia………..53 7. El abandono de las pretensiones metafísicas de la ciencia y el concepto de teoría científica…………………………………………………………………53 8. Problemas filosóficas ligados a la ciencia en razón de su objeto……………60 9. La ciencia como objeto de problematización filosófica: la epistemología…..67 Notas al capítulo III…………………………………………………………….75 Parte segunda: FUNDAMENTOS DE LA FÍSICA IV. Significado de la investigación de los fundamentos…………………………...83 10. Objetivos e instrucciones…………………………………………………..83 11. El ejemplo de las matemáticas……………………………………………..88 Notas al capítulo IV……………………………………………………………95 V. Instrucción al concepto de la teoría física………………………………………97 12. Análisis del concepto de teoría en su aceptación más amplia……………..97 13. Elementos del análisis del lenguaje……………………………………….101 14. Lenguaje artificial…………………………………………………………110 15. Las teorías deductivas y el método axiomático…………………………...119 16. La lógica………………...………………………………………………...127 7 17. La semántica………………………………………………………………142 18. El operacionismo y el principio de verificación…………………………..162 19. La posición de los conceptos teóricos en la física………………………...175 Notas al capítulo V……………………………………………………………192 VI. la teoría física…………………………………………………………………197 20. Caracterización general de las teorías físicas……………………………..197 21. Los conceptos físicos……………………………………………………...210 22. Las proposiciones físicas………………………………………………….230 23. La organización axiomática de una teoría física………………………….240 24. La verificación de las hipótesis y de las teorías físicas…………………...251 25. La previsión científica…………………………………………………….268 Notas al capitulo VI…………………………………………………………...272 Parte tercera: ALGUNAS CUSTIONES FILOSÓFICAS FUNDAMENTALES VII. La variedad de los lenguajes…………………………………………………281 26. El problema de univocidad de los significados…………………………...281 27. El tecnicismo lingüístico de las ciencias………………………………….283 28. La eliminación y la permanencia de la equivocidad………………………286 29. Algunos ejemplos…………………………………………………………290 30. Lenguajes y modelos……………………………………………………...294 Notas al capítulo VII………………………………………………………….281 VIII. Ondas, corpúsculo y complementaridad…………………………………….301 31. Las imágenes corposcular y ondulatoria………………………………….301 32. El Principio de correspondencia…………………………………………..303 33. Los defensores de una imagen única……………………………………...306 34. El principio de complementaridad………………………………………...309 35. La intuitividad de la física cuántica……………………………………….316 36. Análisis lógico de la complementaridad………………...………………...319 37. El problema del recurso a las interpretaciones……………………………322 38. El recurso a la axiomatización…………………………………………….325 39. Pródromos implícitos de una consideración contextual de los significados……………………………………………………………………332 40. Propuestas para la superación de la dificulta……………………………...335 Notas al capítulo VIII…………………………………………………………344 IX. Microfísica y modelos………………………………………………………...351 41. El requisito de la visualización y el problema de los modelos……………351 42. La función heurística de los modelos……………………………………..357 43. Los modelos logicomatemáticos………………………………………….363 44. Matemáticas y experiencia………………………………………………..374 Notas al capítulo IX…………………………………………………………..377 X. El alcance cognoscitivo de las teorías científicas……………………………..379 45. Fenómenos y teorías………………………………………………………379 46. Las teorías fenomenológicas……………………………………………...382 47. El intento cognoscitivo de las teorías……………………………………..390 48. La interpretación subjetiva de la física moderna………………………….394 49. El significado científico de la objetividad………………………………...405 50. Objetividad y verdad……………………………………………………...424 51. El realismo científico……………………………………………………..432 Notas al capítulo X……………………………………………………………444 8 PRÓLOGO Cuando se habla de «filosofía de la ciencia», o también de filosofía de una determinada ciencia, no es fácil entenderse rápidamente respecto a lo que estos términos deben designar. Incluso en el supuesto de haber llegado a un acuerdo respecto a lo que pueda significar el colocarse en un punto de vista filosófico para la consideración de la ciencia, de hecho queda aún por esclarecer de qué modo, a título de qué, desde qué ángulos o en qué aspectos la ciencia pueda convertirse en objeto de tales consideraciones. Una discusión intencionadamente explícita no figura casi nunca argumentada en las obras que se acostumbran a considerar incluidas en el área de la filosofía de la ciencia; con todo, es bastante fácil reconocer que éstas se colocan espontáneamente, de hecho, a lo largo de dos líneas de problemática distintas, a las que esquemáticamente podríamos designar la interesada en la estructura y la interesada en el contenido de la ciencia. Limitándonos, a considerar el caso de la ciencia contemporánea, podemos decir que, inicialmente, ha sido con preferencia la problemática del segundo tipo la que ha suscitado el interés filosófico, de modo que eran considerados problemas típicos de filosofía de la física, por ejemplo, aquellos relaciones con la naturaleza del espacio y del tiempo, de la alternativa entre discreto y continuo, de la naturaleza determinista de las leyes naturales, O bien, para poner otro ejemplo, aparecían como problemas típicos de filosofía de las matemáticas aquellos re- lacionados con la naturaleza de los números, con el tipo de existencia de los entes matemáticos, con el carácter convencional o verdadero de las afirmaciones de esta ciencia, y así sucesivamente. En algunas ciencias, en fin, aun hoy estamos pre- 9 valentemente orientados hacia una discusión filosófica de su contenido. Piénsese por ejemplo, en la biología. Un interés filosófico de este tipo por la ciencia se comprende con facilidad. La filosofía se ha visto siempre empeñada en la tarea de contrastar sus afirmaciones con la realidad, por el ejemplo respecto al espacio y al tiempo, al mundo físico, a la naturaleza de los objetos matemáticos, a la peculiaridad de la vida, etc. Resulta, por tanto, natural que, desde el momento en que la ciencia ha comenzado a opinar sobre estos mismos temas, se haya sentido la necesidad de confrontar las afirmaciones que una y otra han elaborado a propósito , de temas idénticos. De este modo ha ocurrido que filosofías tradicionales se han empeñado en mostrar, una y otra vez que estaban en perfecto acuerdo con los resultados de la ciencia, o que por lo menos no estaban en oposición, pese a ciertas apariencias. En otros casos han surgido nuevas perspectivas filosóficas gracias a una tentativa de interpretación de dichos resultados. En todas estas situaciones el consenso común era que debían tenerse en cuenta, incluso en el campo filosófico, las afirmaciones elaboradas por la ciencia en su propio ámbito. No faltó sin embargo una actitud muy distinta, representada típicamente por las filosofías neoidealistas, pero no sólo por ellas. Tales filosofías soslayaban la obligaciónde tener en cuenta las afirmaciones de la ciencia, calificando su saber de inauténtico y secundario, bueno como máximo para fines prácticos, pero sin capacidad de penetración cognoscitiva. El punto más débil de estas filosofías es que éstas ciertamente no han convencido a nadie de haber logrado, en el campo de los temas de que se ocupa la ciencia, no ya una penetración cognoscitiva más válida, sino ni siquiera una forma auténtica de saber. Esto no impide, sin embargo, que su actitud haya puesto sobre el tapete un problema cuya importancia supera la contingencia de la posición anticientífica que lo ha originado: el problema de la estructura y del valor cognoscitivo de la ciencia. Este problema se revela primario hasta cierto punto y pide ser afrontado con prioridad a una posible consideración filosófica del «contenido» de la ciencia. De hecho no tendría sentido el introducirse en una discusión filosófica respecto a las afirmaciones de la ciencia sobre el espacio, el tiempo, el mundo físico, la naturaleza viviente y los entes matemáticos, sin antes haber discutido qué tipo de fundamento y de valor tienen estas afirmaciones, es decir sin haber juzgado si las mismas pueden «tomarse en serio» filosóficamente hablando. 10 Se desarrolla, en época relativamente reciente, una orientación en el estudio de la filosofía de la ciencia que no carece de precedentes en el pasado. Se caracteriza por sus intereses método lógicos en un amplio sentido y por la poca atención que confiere a la estructura del conocimiento científico, analizado en sus varias componentes, prescindiendo casi enteramente del contenido al cual se aplica. Este nuevo modo de concebir la filosofía de la ciencia es el que predomina en la actualidad, aunque no se puede decir que ello haya significado el ocaso del punto de vista que tiene en cuenta el contenido. No es aquí el lugar de detenerse a ilustrar más ampliamente cada uno de estos dos tipos de problemática filosófica de la ciencia, puesto que ambos se encuentran suficientemente desarrollados a lo largo del presente libro. Si los hemos reseñado explícitamente ha sido para poner en evidencia ya desde ahora un rasgo distintivo de este ensayo: el hecho de que en él se incluyen adrede ambos tipos de consideraciones. De hecho, es verdad que un tratamiento filosófico de las afirmaciones y contenidos de la ciencia resulta frágil y escasamente crítico si no se funda en un análisis preliminar de las estructuras que pueda valorar el alcance de sus afirmaciones. Pero no es menos cierto que este tipo de análisis amenaza con resultar estéril filosóficamente si, como desdichadamente ocurre a menudo en la actualidad, se limita únicamente a mantenerse en el plano del análisis y no trata de llegar a una conclusión cuando menos respecto al valor cognoscitivo de la ciencia, de la cual pueda después originarse una consecuente problematización filosófica de: sus contenidos. De aquí que esta obra, aun dedicándose con mayor énfasis al estudio y a la problemática filosófica de la «estructura» de las ciencias físicas, no se exime de elaborar una propuesta de valoración del saber científico ni tampoco de cimentar los puntos de vista sostenidos, discutiendo algunos problemas de «contenido» de la física de hoy y, en particular, de la física cuántica. Las razones, en fin, por las cuales las consideraciones sobre la «estructura» de la ciencia prevalecen en esta obra son sustancialmente dos. En primer lugar, el autor cree haber madurado sobre este tema ciertas convicciones personales que desea presentar al juicio del lector. En segundo lugar, está convencido de que una discusión sobre ciertos «contenidos» típicos de la ciencia física, si no quiere reducirse a una divulgación super- 11 ficial hasta ahora demasiado abundante, no puede prescindir de una dosis de tecnicismos que aquí serían desaconsejables. Por otra parte, un tratamiento «filosófico» de problemas de contenido, que trasciende los razonamientos de la ciencia, resulta a menudo pretencioso e ilusorio. Intentemos ahora aclarar brevemente estas afirmaciones. La bibliografía filosófica concerniente a la estructura de la física y, en general, de las ciencias experimentales, cuenta con obras de notable valor, en las cuales es obligado reconocer que predominan claramente las afirmaciones relativas a los aspectos empíricos. A juicio del autor, tal predominio no permite valorar suficientemente otros aspectos importantes del conocimiento científico. Por todo ello, aun no colocándose en una verdadera y clara alternativa respecto a esta tendencia muy difundida (justa- mente porque también se le reconocen sus méritos), este libro intenta corregir la unilateralidad, subrayando el aspecto que se podría llamar racional en el sentido lato (es decir, intelectivo, lógico e inventivo) presente en la ciencia experimental. Veamos ahora los efectos más visibles de tales aserciones. Se confiere una nueva dimensión crítica al operacionismo y se supera el criterio empirista de significación para los términos de las teorías físicas, reduciendo así la importancia del problema de los «términos teóricos». Se acentúa, además, particularmente la componente contextual del significado de los términos físicos, que hace posible reconocer las ricas componentes no empíricas de los mismos. Se valora de modo convincente y articulado el método axiomático aplicado a la construcción de las teorías físicas. Este último aspecto es un poco el hilo conductor de toda la argumentación y aflora a la superficie en puntos diversos y desde diversos ángulos: el método axiomático es presentado inicialmente como un instrumento para «organizar» deductivamente una teoría; después, como medio para superar, mediante una formalización rigurosa, la fase heurísticaa centrada en la construcción de «modelos»: finalmente, se insiste en la importantísima, pero casi siempre ignorada, función semántica de este método, considerada en el doble aspecto de «análisis» y «restablecimiento» de los significados de los términos físicos. Desde luego, no vamos a detenernos aquí en aspectos de menor importancia, que por otra parte serán tratados más adelante, Un lector apresurado podría quizá temer la impresión de que habría sido más útil reunir en un capítulo único todo el razonamiento respecto al método axiomático. Pero con toda 12 probabilidad ello únicamente tendría el efecto de «codificarlo», quitándole la capacidad de una presencia activa en diversos y delicados problemas, lo cual parece constituir el mejor título de la consideración de que disfruta también en el seno de la ciencia experimental, al no presentarlo (nunca se hace así en este libro) como simple artículo de lujo o, todavía peor, como camisa de fuerza abstracta impuesta a la teoría física. Por el contrario, entendido correctamente, aparece como un complemento natural del punto de vista operativo, y toda ciencia experimental parece poder fundarse exhaustivamente en una armónica y fecunda colaboración entre ambos. Llegamos ahora a la razón por la cual ha parecido útil limitar las discusiones sobre cuestiones de «contenido». Como ya se indicó, creemos que un tratamiento no superficial del tema implica casi siempre, de modo inevitable, un mínimo de exposiciones técnicas. Por ello, al tratar de decidir a quién pretendía dirigirse este libro, no nos pareció útil que resultara accesible sólo a los físicos o a los que tengan conocimientos de física más bien detallados, por lo que ha sido inevitable sacrificar aquellas partes que sólo hubiesen resultado comprensibles para esta clase de lectores. Con ello, naturalmente, no se ha querido descender alnivel que es, en definitiva, el de la mayor parte de los libros que se califican de filosofía de la ciencia, es decir un nivel de tal generalidad que la ciencia... ni siquiera se ve, de tal modo que no pocos de los problemas tratados tienen el aspecto de cosas «fabricadas en casa», sin relación evidente con los verdaderos problemas que un científico encuentra. Pretendemos que el físico que lea estas páginas reconozca la faz de su ciencia y tenga además, con suficiente frecuencia, indicaciones de problemas precisos que, sin estar desarrollados puedan sin embargo servirle fácilmente como referencia concreta y ejemplificación efectiva de cuanto viene expuesto. El lector de este libro se dará cuenta fácilmente del «estilo» particular que lo caracteriza y que revela con claridad que quien lo ha escrito posee una formación logicomatemática. Esperamos que ésta no aparezca como una deformación profesional. Si se ha pretendido hacer intervenir de modo explícito la voz de la lógica matemática en estas páginas, hasta el punto de dedicar un par de párrafos a la presentación de algunas de sus nociones técnicas fundamentales, no ha sido por pedantería o por deseo de divagar sino para presentar, de modo efectivo aunque sumario, una serie de instrumentos técnicos acep- 13 tados y eficaces, que pueden revelarse muy útiles también para el quehacer de la filosofía de la física. Todavía es bastante! frecuente el registrar apreciaciones no demasiado lisonjeras acerca del carácter poco «riguroso» que caracteriza la mayor parte de los tratados de filosofía de la física, mientras se subraya el elevadísimo grado de rigor, de objetividad, de profundidad que han alcanzado las investigaciones sobre los fundamentos de la matemática. La verdad es que, desgraciadamente, tales apreciaciones son justificadas y no es raro que algunos atribuyan la diferencia de nivel a la naturaleza de las dos disciplinas, señalando que una ciencia experimental no puede ser estudiada en sus estructuras y sus fundamentos con un rigor comparable al que se alcanza en el campo de las matemáticas. Sin embargo, no me parece que la situación sea exactamente ésta. Si aún hoy la filosofía de la física no ha logrado alcanzar un adecuado grado de rigor, es únicamente debido a que todavía se sirve de instrumentos de investigación bastante rudimentarios, que no van más allá de un simple «sentido común» Si, en cambio, utilizara los mismos instrumentos lógicos ya experimentados en la investigación matemática, los cuales, siendo de naturaleza formal, no tiene su aplicación limitada, sería del todo lícito esperar también para las investigaciones sobre los fun- damentos de la física un rápido despegue y el establecimiento de niveles de rigor dignos de la importancia de los problemas que en ella se afrontan. Un lector que esté familiarizado con los problemas de la lingüística moderna advertirá en más de una ocasión, o la largo de las páginas de este ensayo, ciertas resonancias con la temática fundamental de aquella ciencia, pero no conseguirá situar fácilmente las ideas del autor dentro de una determinada corriente. Junto a ciertas afinidades con determinadas tesis estructuralistas o con las sostenidas por Saussure, se descubren simultáneamente posiciones vecinas a las de la reciente lingüística soviética, se da particular énfasis a la naturaleza contextual de los significados y se intenta asimismo evidenciar que esta naturaleza no es únicamente contextual. Aunque esperamos que del conjunto de todos los razonamientos emerja bastante claramente el modo en que estos varios puntos de vista tienden a armonizarse, no hemos creído oportuno dedicar a este problema una discusión explícita, puesto que éste no es libro de filosofía del lenguaje sino de filosofía de la física, en el cual se utilizan como instru- 14 mentas de trabajo, junto a muchos otros, ciertos resultados de la lingüística moderna, sin pararse por ello a discutirlos. En cada caso, la utilización de estos instrumentos se realiza en un modo y medida tales que resultan independientes, así nos parece, de una discusión «de principios», y éste es precisamente el motivo por el cual resulta lícito no interesarse por ellos en este lugar. Este ensayo, como se ha dicho, lleva a una tesis filosófica propia acerca del alcance cognoscitivo del saber científico, la cual, conscientemente, ha sido confiada a los últimos párrafos y mantenida fuera de todo el discurso precedente, aun a des- pecho de dejar subsistir alguna vaguedad. Este modo de proceder no supone ninguna estratagema o designio sutilmente calculado, sino que simplemente pretende hacer reconocer sustancialmente al lector la misma vía que ha elevado al autor a sus conclusiones, es decir la vía del análisis, objetivo y desapasionado, del conocer científico, y que llega a un cierto resultado sin partir, como ocurre muy a menudo, de presunciones sobre el alcance cognoscitivo de la ciencia. La línea esencial de tales razonamientos diverge tanto de las posiciones idealistas en sentido amplio, que desvalorizan la ciencia como una forma de pseudosaber como de las posiciones empíricopragmáticas que tienden también a privarle de un auténtico valor cognoscitivo. La tesis que se sostiene en este libro es que la ciencia es en primer lugar una auténtica forma de saber; incluso la única forma de saber objetivo, aun no siendo un saber absoluto, es decir, exhaustivo e incontrovertible. Como tal, la ciencia, nos hace conocer auténticamente la realidad, si bien no agota nunca este conocimiento, por cuanto de «lo real» sólo domina completamente aquello que consigue colocar en el plano de la «objetividad». Consecuencia de ello es que se debe reconocer un pleno alcance «ontológico» a los entes de los cuales habla la ciencia, a condición de que no sean pensados como algo diverso de la totalidad de las determinaciones que la ciencia consiga establecer para ellos. Justamente del «no absolutismo» del saber científico antes citado nace la exigencia de una problemática filosófica de los mismos contenidos de la ciencia, exigencia que no se coloca tanto en el plano del conocer sino más bien en el plano de un «conferimiento de sentido» a los conocimientos científicos. Obviamente, la evaluación de las afirmaciones hechas aquí dependería del significado preciso que se atribuya a ciertos términos, 15 como «objetivo», «real», «absoluto», «ontológico» y similares; y este significado sólo puede captarse después de una lectura completa de los parágrafos finales del presente volumen. En suma, creemos que de ningún sistema de objetos es posible obtener un conocimiento más auténtico que el científico y esto implica que, aun siendo la filosofía de la ciencia más amplia que la filosofía del conocimiento, como en este libro se intenta aclarar, es actualmente cierto que esta filosofía del conocimiento se reduce a poca cosa, paradójicamente a un discurso «abstracto», si no acomete la más perfecta forma de conocimiento hoy a disposición del hombre: el conocimiento científico. Todas estas afirmaciones, no creemos que constituyan una profesión de cientismo, pues admitiendo que el conocimiento científico no es absoluto, se presupone la inclusión en la gama de valores humanos de muchas cosas que no son ciencia. Lo importante es darse cuenta de que, al actuar de esta manera, no se reivindica un conocer objetivo más fuerte que el de la ciencia, sino que se reconoce que el hombre no llega a aquietarse dentro de los horizontes del simple rigor de la pura objetividad impersonal, aun cuando estos horizontes sean fascinantespor su armonía y fuerza intelectual. Se trata, en efecto, de un hecho cierto y, por añadidura, de un precioso estado de conciencia que nuestra civilización, de modo muy especial, tiene necesidad de conservar. El autor desea manifestar su agradecimiento a todos aquellos que con sugerencias, consejos, observaciones y críticas le ayudaron en la elaboración de esta obra. A G. Bontadini, L. Geymonat, C. Tonti y S. Francaviglia les expresa su más cordial reconocimiento. También hace constar que éste es un trabajo realizado con la ayuda del Consiglio Nazionale delle Ricerche (CNR). De hecho, los capítulos comprendidos entre el iv y el ix, ambos inclusive, contienen los resultados de la investigación que el autor ha realizado para el Comitato Nazionale per le Matematiche del ya citado CNR. E.A. 16 PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN La acogida particularmente favorable que ha obtenido esta obra, cuya primera edición apareció en 1969 en otra editorial y que hace algún tiempo está ausente del mercado, me ha inducido a publicar una reedición inalterada. Es cierto que en cinco años los estudios epistemológicos relativos a la física han sufrido avances y desarrollos, algunos de ellos influidos directamente por este libro, pero también es verdad que ninguno ha llegado a tal estado que obligue a considerar superadas las tesis que en él se sostienen. Por tanto no parecía justificada una verdadera reelaboración de la obra, porque además algunos colegas y yo mismo la hemos utilizado en cursos universitarios, habiéndose demostrado particularmente apta para la obtención de diversos objetivos, como el de un planteamiento institucional del discurso epistemológico, unido a una valoración de la perspectiva histórica, al uso de las metodologías lógico-formales, a una discusión específicamente filosóficaa de algunas cuestiones centrales. La obra ha resultado particularmente útil para aquellos que están interesados en una problemática epistemológica de carácter general, lo mismo que para aquellos que tienen un interés específico por la filosofía de la física, por lo que no me ha parecido oportuno alterar el equilibrio interno dando mayor amplitud, por ejemplo, a este último aspecto. Por los mismos motivos ni tan sólo se ha puesto al día la bibliografía. De hecho la misma contiene únicamente aquellas obras a las que se hace referencia directa en el texto y por tanto no habría tenido sentido el añadir ahora nuevos títulos independientes del mismo. Las publicaciones más recientes, por otra parte, se ocupan en especial de técnicas formales para el 17 análisis lógico y metodológico de las teorías empíricas y por tanto interesan sólo en un aspecto no demasiado importante para esta obra mientras que quizás podrían constituir el objeto de un tratado separado más técnico y circunscrito; es posible que dentro de algún tiempo se haga patente la utilidad de dedicarle un volumen adecuado en esta misma colección de epistemología. E.A. Génova, julio 1974 18 PARTE PRIMERA CIENCIA Y FILOSOFÍA 19 20 CAPÍTULO PRIMERO CONSTITUCIÓN DE LA CIENCIA COMO SABER NO FILOSOFÍA 1. Algunas observaciones preliminares Un discurso en el que filosofía y ciencia resulten relacionadas de algún modo, se observa siempre con una cierta cautela. De hecho una tal relación esconde necesariamente algunas incógnitas como ocurre cada vez que se confrontan cosas esencialmente distintas, sin que estén perfectamente claros y establecidos los motivos de su disparidad. Incluso no es raro encontrarse con razonamientos que tienden a esconder las diferencias hasta hacerlas desaparecer, y entonces tenemos el derecho a sospechar la existencia de alguna confusión. Nuestras exigencias de cautela vienen acrecentadas por el hecho de que en muchos casos una aproximación entre ciencia y filosofía no es totalmente «desinteresada» sino que se presenta como un discurso «con tesis», que pretende sostener un deter- minado punto de vista específico de alcance más general. Así algunos intentan demostrar que la ciencia deja sin solución muchos problemas a los que sólo la filosofía puede intentar responder, mientras que otros pretenden convencer de que la ciencia ofrece la única vía racional para resolver nuestros problemas lejos de las inútiles divagaciones filosóficas. Junto a los que utilizan la ciencia para reforzar ciertas tesis filosóficas concernientes al hombre y al mundo, encontramos otros que des- cubren en la ciencia los mejores argumentos para sostener tesis exactamente opuestas. En otra perspectiva, algunos pretenden demostrar que la ciencia se funda en ciertos principios filosóficos absolutos, mientras otros sostienen, por el contrario, la plena autonomía de la ciencia en su campo o incluso su capa- 21 cidad de poner en tela de juicio los mismos principios fundamentales de la filosofía. Éstos son algunos ejemplos, entre los muchos que podríamos señalar, que abonan las tesis antes expuestas. Con todo, afirmar que las problemáticas del tipo que acabamos de describir son fútiles o están mal construidas no es en modo alguno justificable, sino que parece más bien que las mismas pueden revelarse de notable interés y de importancia capital dentro de un contexto oportuno. Sin embargo es preciso tener en cuenta que su discusión sólo puede resultar útil y fructuosa después de una evaluación objetiva y, por así decir, neutral y desapasionada de la situación relativa de la ciencia y la filosofía en el ámbito del saber humano, así como mediante la puesta en evidencia de sus verdaderos puntos de contacto. Estos últimos no pueden ser nunca lugares de «superposición» de las respectivas áreas de investigación y de interés, sino siempre «ocasiones» de problematización, en las cuales la diversidad de puntos de vista y la diferencia de perspectiva entre la investigación científicaa y la filosófica no se pierden jamás. Las páginas que siguen se proponen respetar esta postura objetiva, sin intentar sostener ninguna tesis preconcebida. A través de ellas se pretende simplemente ilustrar un cierto tipo de situación relativa, en la cual se encuentran hoy en día la física y la filosofía, y a la vez discutir las más importantes «ocasiones comunes» de problematización que tienen hoy sobre el tapete 2. El ideal clásico del saber y la identidad de filosofía y ciencia Como primer paso en la dirección que nos hemos propuesto, comenzaremos dirigiendo nuestra atención al intento de describir, aunque sea sólo superficialmente, la situación relativa de la ciencia y de la filosofía y, más exactamente, intentaremos ilustrar cómo la ciencia se constituye en la forma típica del saber no filosófico. En cierto sentido esta hipótesis es casi evidente, puesto que todos saben que la ciencia propiamente dicha, o sea la llamada «ciencia moderna», ha surgido en época reciente, entre los siglos XVI y XVII, precisamente separándose de la filosofía. Sin embargo el significado preciso de esta separación no queda siempre claro, y por tanto vale la pena intentar comprenderlo mejor. 22 Es bastante enojoso, al tratar un tema actual, referirse a Adán y Eva; sin embargo no es por pedantería que en este punto nos parezca esencial hacer referencia (breve, por otra parte) al pasado. En los orígenes de la civilización occidental -es decir en el seno de la cultura de la Grecia clásica - la ciencia y la filosofía constituían un solo cuerpo. Ello no significa, según algunos parecen interpretar ingenuamente, que los grandes ge- nios de aquella edad dichosa eran capaces de dominar a la vez los dos campos, sino que una sola forma de saber, la filosofía, abarcaba también el contenidode lo que hoy llamamos ciencia, y además se reservaba en exclusiva el propio nombre de «ciencia». La física y la matemáticaa no se consideraban formas de saber científico que se pudieran clasificar al lado de: la filosofía, sino como partes de la misma. Se encontraban subordinadas jerárquicamente a las partes más nobles, es decir a la filosofía primera o metafísica (que estudia el ser en cuanto tal, desde el punto de vista más general), y eran consideradas filosofías segundas (que estudian géneros particulares del ser). Ésta es cuando menos la esencia de la doctrina aristotélica que se conservó inalterable en sus fundamentos hasta el Renacimiento, a pesar de notables cambios y elaboraciones en sus detalles. En la actualidad puede resultar difícil captar el sentido de esta identificación, puesto que muchos de nosotros estamos habituados a considerar la distinción entre ciencia y filosofía como algo evidente, en cuanto está basada en una precisa diferencia de sus objetos de estudio. De hecho, según el modo más común de pensar puede decirse que la ciencia, en sus varias ramas, se ocupa del llamado mundo físico, de su constitución y de sus leyes, mientras que la filosofía se ocupa de problemas que trascienden la experiencia, de cuestiones relacionadas con el destino último del hombre, con la moral y temas semejantes. Sin embargo es conveniente tener en cuenta que estos pretendidos objetos de estudio propios no están delimitados de una manera clara, y que construir una distinción entre ciencia y filosofía basada en los mismos, no es tan obvia y «natural» como quizás parecía a primera vista. Baste pensar que esta hipótesis tiene un siglo de existencia apenas, mientras que con anterioridad había sido de uso prácticamente universal, no abandonado del todo hoy en día, el llamar «filosofía natural» a la física, al igual que se acostumbraba llamar «sabiduría», «ciencia» o «doctrina de la ciencia» a la filosofía. En otras palabras, los conceptos de cien- 23 cia y filosofía continuaron siendo sustancialmente sinónimos hasta hace muy poco y, en todo caso, durante mucho tiempo después del nacimiento de lo que hoy llamamos la «ciencia» en el sentido ordinario del término. Una vez establecidas estas precisiones se trata de ver si la distinción, claramente necesaria, entre los conceptos de ciencia y filosofía sobre la base de sus respectivos objetos es la más adecuada posible. Basándose en consideraciones que no podemos desarrollar aquí, es fácil darse cuenta de que éste no es el mejor fundamento para establecer una distinción. Lo inadecuado de este enfoque puede resumirse brevemente observando que reduce a una cuestión de contenidos lo que, por el contrario, es esencialmente una cuestión de métodos y, muy especialmente, de «puntos de vista» desde los que se considera la realidad. En particular, no es cierto que el mundo de la naturaleza sea el campo propio y exclusivo de la ciencia. De hecho la naturaleza es objeto de la ciencia, tal como se la entiende en la actualidad, si se investiga según ciertos criterios y métodos, pero también puede ser objeto de investigación filosófica si se considera con otros criterios y desde otros puntos de vista'. Para comprender las diferencias entre los métodos y puntos de vista de la investigación científica y la filosófica, es preciso referirse a su raíz común que se ha bifurcado en un cierto punto del desarrollo histórico. Esta raíz común es precisamente una de las actitudes fundamentales que el hombre asume frente a la realidad, es decir, el deseo de conocerla, de saber cómo son las cosas. No es una casualidad el que etimológicamente ciencia signifique «saber» y filosofía «amor al saber». Una primera satisfacción para este deseo de saber viene ofrecida por la experiencia, la cual nos pone en la presencia inmediata de los objetivos. Sin embargo difícilmente nuestro deseo se detiene en la comprobación pura y simple del desarrollo de los acontecimientos tal como nos ofrece la experiencia, sino que tiende a conocer el porqué las cosas se desenvuelven de una manera y no de otra. El deseo de sabor estaría plenamente colmado sólo en el caso de que pudieran quedar completamente esclarecidas las razones por las cuales los datos de la experiencia se presentan del modo que lo hacen, y tal vez incluso el porqué es necesario que aparezcan precisamente de esta manera. Esta aspiración, a la que se puede llamar «originaria», hacia una forma de saber pleno, absoluto e incontrovertible, está 24 presente en todos los hombres desde que de niños pronuncian sus primeros «por qué?» a medida que se les revela el mundo de la experiencia, y perdura cuando, ya adultos, se aperciben cada vez más de lo infundado de sus esperanzas de satisfacer el citado deseo. De hecho es obvio que si sobre ciertos objetos llegamos a comprobar no sólo su existencia, sino también a conocer cómo están constituidos e incluso a saber por qué son así y no pueden ser de otro modo, habremos alcanzado, en lo que a ellos se refiere, el conocimiento más pleno y perfecto que se puede obtener, es decir una ciencia completa de dichos objetos. La filosofía nació precisamente como aspiración a un saber de este tipo, es decir, como proyecto de conocer el mundo según unas características de necesidad, totalidad e incontrovertibilidad, que darían lugar a una ciencia perfecta. Por ello la filosofía nació como ciencia, o mejor dicho como la ciencia por antonomasia. Considerando detenidamente la circunstancia según la cual el deseo de saber tiende a ir más allá de una pura y simple comprobación de la experiencia para encontrar las razones de lo que ella nos muestra, es fácil darse cuenta de que estas razones tienden a clasificarse en varios tipos fundamentales. De hecho, cuando se tiene un conjunto de datos experimentales o, como también se suele decir, de fenómenos, el conjunto de las razones susceptibles de mostrarnos el porqué de estos datos pueden dividirse en tres clases. Por una parte están los razonamientos que se refieren a la constitución íntima, o más bien a la naturaleza propia de los entes que manifiestan dichos fenómenos, es decir, lo que antes se llamaba su esencia. Por otra parte están los razonamientos que se preocupan de la existencia de causas de diversos tipos, las cuales determinan o preordenan el comportamiento de los entes considerados. Finalmente puede considerarse un tercer tipo de razonamientos constituido por aquellos que se basan en ciertos principios generales mediante los cuales se puede regir el comportamiento de los fenómenos observados, considerándolo como aplicación de dichos principios a un caso particular. En otras palabras, se puede afirmar que conocida la esencia de ciertos entes, las causas eventuales y los principios generales a los que están sometidos, se podría deducir de un modo riguroso y necesario el comportamiento de estos entes, tal como se observa experimentalmente. Durante muchos siglos la humanidad ha aspirado a conocer 25 el mundo de acuerdo con este esquema, y la filosofía se ha presentado como la ciencia en la cual se llegaba al conocimiento de la esencia de los objetos, junto con el de todas las causas y principios que les hacen comportarse necesariamente de la manera que señala la experiencia, y esto independientemente del hecho de que el objeto de este conocimiento fuera el hombre con la totalidad de sus problemas, más que el mundo de la naturaleza. Como consecuencia de tales pretensiones, la experiencia tenía una importancia secundaria para el logro de un auténtico saber.Esta consideración discriminatoria no era debida a que se le considerara fuente de errores, antes bien se la creía portadora de una verdad inmediata y tribunal cuyo juicio era inapelable, sino que se consideraba que podía proporcionar muy poco. De hecho la experiencia debía limitarse a atestiguar que las cosas son de un cierto modo, pero podía decir muy poco sobre el cómo y no podía decir absolutamente nada del p r.;cré son de este modo z. Ni la esencia, ni las causas, ni los principios que implican una experiencia concreta están al alcance de la misma. Estos aspectos sólo pueden ser alcanzados por la razón y, en consecuencia, sólo ella puede conferir al saber el carácter de necesidad, o sea de incontrovertibilidad y universalidad, mediante el proceso de deducción que permite llegar a las características experimentales de los objetos a partir del conocimiento de su esencia y de las causas y principios a los que están sometidos. Estas circunstancias justifican claramente por qué la humanidad en la búsqueda de un saber que fuera auténtica ciencia, se dirigió muy pronto hacia las investigaciones de tipo universal, empleando con profusión las metodologías deductivas con escasa utilización de la experiencia, preocupándose más de los principios y causas remotas y menos de los fenómenos y hechos inmediatos. Éstos son algunos de los caracteres distintivos del modo de hacer ciencia que coincidía con la filosofía. Naturalmente sería una equivocación el suponer que en la época clásica faltasen totalmente intentos de investigación experimental, en el campo del conocimiento de la naturaleza, del tipo que hoy consideramos científico. Sin embargo, estos intentos nunca fueron considerados verdaderos elementos de conocimiento, porque se limitaban a «describir» los hechos sin exponer el porqué y las causas de los mismos. Es decir, explicaban simplemente lo particular y, según Aristóteles, «sobre lo particular no 26 puede hacerse ciencia, lo cual es un hecho muy cierto cuando la ciencia se considera desde su misma perspectiva. Todos los conocimientos experimentales de naturaleza descriptiva fueron considerados como «historia» en un sentido lato. Todos sabemos que, durante mucho tiempo, en el seno de nuestra cultura se ha mantenido, y aun hoy no ha desaparecido totalmente, la costumbre de denominar «historia natural» a un conjunto de conocimientos experimentales que por un motivo u otro se han quedado en un estadio puramente descriptivo. En la práctica se trata de conocimientos relacionados con el vasto conjunto de los seres vivientes, las disciplinas geográficas, etc. Los elementos que han dado origen a la transformación del esquema del saber que acabamos de señalar sumariamente, se manifestaron sólo después de un largo intervalo de tiempo. De hecho si consideramos que Aristóteles fue el primero en exponer el concepto de ciencia que acabamos de señalar, deben esperarse casi dieciocho siglos para encontrar los primeros indicios de cambio consistentes en la aparición de nuevas ideas y en los preludios de una nueva perspectiva. Hacia el final de la edad media se asiste, por una parte, a un crecimiento del interés por el conocimiento del mundo físico, y, por otra, brota la conciencia de que con los métodos esencialmente deductivos empleados hasta entonces no se podían lograr progresos significativos. Es así como a partir de la llamada «escolásticaa tardía» se desarrolló un cierto perfeccionamiento del método experimental y una creciente revalorización del mismo en las investigaciones concernientes a la naturaleza. Se afirma con justicia que en estos esfuerzos se puede ver una gradual y lenta anticipación del moderno método científico o, más exactamente, a una de las componentes esenciales del mismo, pero sería equivocado ver en ellos una anticipación de la ciencia moderna. De hecho el tipo de saber al que se aspiraba, aun con el empleo de métodos hasta entonces menospreciados, tendía a la determinación de las esencias, al descubrimiento de las causas y de los principios, y a una síntesis exhaustiva del significado del universo. En otras palabras, el punto de vista desde el cual se consideraba el mundo de la naturaleza, era todavía el punto de vista filosófico, tal como ha sido expuesto con anterioridad. Las cosas no cambian esencialmente cuando con la llegada del Renacimiento se despierta un interés todavía más patente 27 por la naturaleza, y autores como el Cusano, Telesio, Bruno y Campanella proponen filosofías capaces de interpretar la naturaleza «de acuerdo con los principios de la misma» sin recurrir a principios universales de metafísica. A pesar de ello estos autores continúan empeñados en la búsqueda de un conocimiento filosófico de la naturaleza, y lo mismo debe afirmarse de Francis Bacon, teniendo en cuenta su indudable contribución al desarrollo del método experimental, a la realización del esbozo de una nueva mentalidad y de nuevos objetivos que están en la base de un conocimiento del mundo natural cada vez más independiente de posiciones filosóficas preconstituidas. Estas nuevas orientaciones se han inscrito posteriormente como componentes características de la investigación científica moderna, pero a pesar de ello no puede decirse de ninguna de ellas, ni siquiera de la propuesta por Bacon, que lograra constituirse como verdadera alternativa al conocimiento filosófico de la naturaleza. 3. La revolución de Galileo El verdadero cambio de perspectiva con el cual puede decirse que nace la ciencia moderna tiene lugar con Galileo. Este cambio no consistió, como a menudo se afirma, en el simple perfeccionamiento del método experimental hasta alcanzar sus más altas cotas, y la integración en el mismo de una componente matemática para obtener con ello un método científico eficaz. Más bien puede afirmarse que consistió en la comprensión de que un conocimiento adecuado de la naturaleza no podía obtenerse únicamente introduciendo algunos cambios en la filosofía, sino recurriendo a investigaciones de otro tipo, es decir, investigaciones de índole no filosófica. La característica más importante que denota la nueva corriente de investigación y que la distingue de la antigua consiste en que la nueva ciencia abandona la búsqueda de la esencia de las cosas, lo cual había constituido el móvil fundamental de toda indagación filosófica desde la edad clásica. Ya Sócrates había afirmado que la pregunta filosófica clave a propósito de cualquier realidad debía ser: «¿Qué es?», y había calificado de insuficientes todas aquellas respuestas que únicamente proporcionaran simples enumeraciones de «ejemplos» referentes a la realidad en cuestión. Pretendía que una respuesta completa expresara la esencia universal, detectable, por tanto, en 28 todos los ejemplos posibles, pero no identificable con ninguno de ellos. Galileo fue el primero en afirmar de un modo explícito que, por lo menos en el caso de los entes de la naturaleza (sustancias naturales), la pretensión de satisfacer la pregunta socrática es totalmente vana o ilusoria. Renuncia por tanto a la empresa de buscar las esencias, y se conforma con el objetivo más limitado, pero abordable, de perseguir el conocimiento de lo que él llama «algunas afecciones» de los entes de, la naturaleza o, como se diría actualmente,' busca el conocimiento exacto de las circunstancias en que tiene lugar el desarrollo de ciertos fenómenos naturales. Sus opiniones sobre este punto están perfectamente explícitas én sus escritos: «Puesto que, o intentamos penetrar en la esencia verdadera e intrínseca de las cosas naturales, o aceptamosel contentarnos con llegar a conocer algunas de sus afecciones. Buscar la esencia lo tengo por empresa imposible y por práctica no menos vana, tanto en las sustancias elementales de cada día como en aquellas remotísimas y celestes... Pero si queremos conformamos con aprehender ciertas afecciones, no me parece que sea imposible el conseguirlo tanto en los cuerpos lejanísimos como en los más próximos» 3. A los ojos de muchos de sus contemporáneos esta postura pudo aparecer simplemente como un mero abandono de la empresa de buscar el conocimiento verdadero de la naturaleza. Sin embargo, no transcurrió mucho tiempo hasta que se vio claramente que en realidad había nacido un nuevo enfoque en la investigación científica de la naturaleza, y este enfoque ha sido posteriormente característico de la ciencia moderna, por oposición al empleado por la ciencia en el sentido clásico o filosofía. Es conveniente aquí reflexionar acerca de esta invitación galileana de no buscar la esencia de las cosas, la cual fue decisiva para el giro de 180° que marcó el nacimiento de la ciencia moderna, puesto que la misma resulta teóricamente de difícil apreciación. De hecho está claro que todo acto de conocimiento busca necesariamente determinar la esencia de algunas cosas, si por esencia se entiende, como debe entenderse correctamente, el conjunto de características por las cuales esta cosa es lo que es y resulta distinta a los demás tipos de entes. Por ello cuando Galileo declara querer desviar la atención de las investigaciones de las esencias hacia los fenómenos, las «afecciones», no puede atacar este tipo de búsqueda de la esencia, puesto que también los fenómenos tienen una esencia que les es propia, esto es, unas ciertas características determinadas y distinguibles de otras características, por lo que el «llegar 29 a conocer algunas afecciones», no puede querer decir otra cosa que llegar a conocer la esencia de estos aspectos. Puesto que si, por ejemplo, afirmo no querer interesarme por la esencia del agua sino conten- tarme únicamente conociendo alguna de sus «afecciones», como es el hecho de que puede servir como solvente, o de que se solidifica a una cierta temperatura, en realidad estoy admitiendo un interés por la esencia de estas afecciones y admito que es posible su conocimiento, desde el momento en que creo posible distinguir el fenómeno de la solidificación del comportamiento del agua como solvente, y de muchos otros más. Sin embargo, conviene recordar que en la época de Galileo no se hablaba de esencia en este sentido. La distinción entre esencia y afección, heredada de la antigua separación clásica entre sustancia y accidente, asumía un significado particularismo cuyas consecuencias se harían todavía más patentes en el pensamiento de los filósofos que van de Descartes a Kant. Según este significado, la esencia de un fenómeno sería «lo que está debajo», el «núcleo» profundo de la realidad singular, el cual no se manifiesta directamente porque se encuentra envuelto por la multitud de representaciones o apariencias que nos hacemos de los objetos. De todos es conocido que los mayores esfuerzos de los filóso- fos se han dirigido hacia la búsqueda de un «puente» entre las representaciones y las cosas, entre los fenómenos y las esencias, esfuerzos cuyo fracaso viene expresado en la famosa tesis kantiana según la cual no podemos conocer las cosas en sí, sino únicamente los fenómenos 4. La sorprendente identidad entre la tesis kantiana y la de Galileo (prescindiendo de indicaciones más directas, que omitimos), pone de manifiesto que ya en el pensamiento del científico de Pisa desempeñaba un cierto papel la nueva manera de enfocar la distinción entre esencia y fenómenos, lo cual aclara en parte su negativa a «buscar las esencias». Es interesante tener en cuenta que en muchas ocasiones, aunque no en todas, la ciencia moderna ha resultado estar completamente de acuerdo con estos postulados. Sin perder el tiempo en largas consideraciones baste recordar aquí que también hoy el físico construye, por ejemplo, la óptica sin saber exactamente «qué es» la luz, la ciencia de los fenómenos eléctricos sin saber «qué es» la electricidad; la termodinámica sin saber exactamente «qué es» el calor; la física atómica sin tener una noción satisfactoria de lo «qué es» el átomo y así podríamos seguir con otros ejemplos. La comprobación de que ninguna de estas «ignorancias», como afirma Galileo, perjudica a la elaboración de la ciencia parece una flamante contraprueba de la hipótesis según la cual la misma no se ocupa de las esencias, sino que se contenta con indagar y someter a interpretaciones de tipo matemático (también sobre este punto Galileo había dicho ya todo lo esencial) las relaciones entre los «fenómenos», en las cuales interviene precisamente esta «esencia» en gran parte ignorada. A pesar de todo, es preciso reconocer que esta manera de definir la esencia como «lo que está debajo» de los fenómenos es ilusoria e incorrecta metodológicamente, porque equivale al presupuesto totalmente gratuito según el cual no se conocen los objetos sino tan sólo nuestras representaciones de los mismos. La historia de la filosofía ha puesto 30 perfectamente en claro el aspecto dogmático de este presupuesto dualístico y por ello no nos detendremos aquí en consideraciones más detalladas. Por otra parte basta reflexionar mínimamente para darnos cuenta que no es totalmente cierto que se estudie óptica, termodinámica, etc., sin saber exactamente qué es la luz, el calor, etc. La circunstancia de que podamos distinguir entre sí todas estas entidades implica que poseemos una cierta información con respecto a su esencia, entendida ésta no como un fantasmagórico sustrato de sus manifestaciones fenomenológicas, sino como «lo que ellas son». Por otra parte, el aumento de nuestros conocimientos relativos a todas estas entidades, el cual proviene del progreso científico, no puede ser otra cosa sino la obtención de una mayor información sobre «lo que ellas son» y por tanto una profundización en el conocimiento de su esencia, entendida esta última correctamente. Llegados a este punto puede parecer que existe un motivo de perplejidad en nuestras afirmaciones anteriores. Por un lado se ha dicho que el punto básico de la revolución galileana fue la invitación a no buscar las esencias, y después se reconoce que esta invitación se basó tal vez substancialmente en un equívoco. Sin embargo esta perplejidad aparece únicamente cuando la consideración de las afirmaciones anteriores, se efectúa haciendo abstracción de sus circunstancias históricas. Durante muchos siglos el problema de captar la esencia, es decir de responder a la pregunta respecto a «qué cosa es» una cierta realidad, se había considerado como una tarea substancialmente de «pura razón». A esta tarea se la suponía asociada con la capacidad de nuestro intelecto de abstraer de los objetos sus características esenciales en un acto de síntesis capaz de reconocer, por debajo de las particularidades accidentales, aquel unicum que las caracteriza respecto a los objetos de otras clases. En la práctica esta tarea se expresaba en la búsqueda de diferencias específicas, que se prestasen a definir las diversas «substancias materiales», como las llama Galileo, según la clásica metodología peripatética para la cual una esencia se considera verdaderamente individuada si la misma se puede expresar mediante una definición del tipo de género próximo y diferencia específica. Es evidente que desde este punto de vista, el problema de la determinaciónde las esencias se presenta como el de delimitar un universal, en el seno de otro universal más amplio, y a partir de aquí el problema del conocimiento de los accidentes se presenta como una eventualidad ulterior, que puede ser satisfecha mediante una particularización de nuestro conocimiento, realizada cada vez con mayor profundidad. Éste era precisamente el camino para construir la ciencia por excelencia, es decir, la filosofía, que principiaba como metafísica general (ciencia del ser en cuanto a tal) y proseguía como metafísica especial (ciencia de los géneros más particulares del ser). Una característica de esta dinámica es el hecho de que la ciencia de lo universal precede a la de lo particular y la hace posible. De aquí que cuando se afronta el estudio de/ una determinada realidad, se considere como tarea más importante el obtener su caracterización universal, es decir, su esencia, para después descender al intento de la comprensión de sus varias afecciones. 31 Es innegable, por otra parte, que esta manera de entender lo universal como aquello que permanece «bajo» todas las modificaciones particulares, de entender la esencia como aquello respecto a lo cual todas las características accidentales representan una especie de añadido no decisivo, favoreció la maduración gradual de una perspectiva falsa, según la cual la esencia es algo que tiene una existencia autónoma dentro de la sustancia y, más que considerarse simplemente como la determinación de ésta, aparecía como un misterioso substrato de sus determinaciones observables 6. Galileo, aun comenzando indudablemente a compartir el naciente y gratuito presupuesto dualístico ya citado, apunta en la dirección justa cuando señala lo ilusorio de un conocer que pretende continuar rigiéndose por los cánones típicos que en el pasado guiaban la «búsqueda de la esencia», partiendo de lo universal para llegar a lo particular, de una definición de la esencia al conocimiento de las determinaciones. Es decir, un conocer que consideraba necesario, para captar la esencia en su universalidad, no dejarse perturbar o influenciar por la consideración de las determinaciones. El contenido de la amonestación galileana a no buscar las esencias quedó como una regla válida y definitiva, precisamente porque es independiente del ulterior falseamiento dualístico de perspectivas, y en este punto concreto no se ha producido ningún retroceso posterior. La ciencia moderna ha aceptado la invitación galileana a desinteresarse de la tarea de abarcar de una sola vez una definición universal de la realidad, del tipo género próximo y diferencia específica, ya que ha tenido conciencia de que una tal universalidad no corresponde en realidad a ningún contenido efectivo de conocimiento verdadero. Este último, por el contrario, se consigue siguiendo el camino inverso, es decir, examinando las múltiples «afecciones» de los entes naturales, los cuales se organizan en un cuadro orgánico y, en definitiva, acaban por darnos un auténtico conocimiento cada vez más preciso de tales entes. Si la ciencia no estuviera afectada, incluso actualmente, por el presupuesto dualístico, podría recuperarse el uso correcto del término esencia, es decir, admitir que precisamente el estudio de las «afecciones» equivale a un gradual descubrimiento de la esencia entendida genuinamente, en cuanto su conocimiento equivale a comprender «qué son» los objetos que se investigan. Volveremos sobre este punto en las últimas páginas de este ensayo, pero debe advertirse aquí que aun cuando se recuperara esta 32 perspectiva la revolución galileana no perdería su significado. En todo caso, la esencia no sería nunca lo que se busca al principio de la investigación, algo que se alcanza o no se alcanza y que una vez logrado ya vale para siempre, por lo que sería un contrasentido hablar de su conocimiento parcial. Por el contrario, la esencia sería más bien aquello cuyo descubrimiento progresivo se lleva a cabo gracias al examen progresivo de muchas «afecciones» y cuyo desvelamiento total es sólo un límite hacia el cual tiende, como resultado ideal, toda la investigación científica. Se puede añadir que la ciencia moderna, aun no hablando ya de esencias, no ha renunciado del todo a perseguir algunos objetivos secundarios, que corresponden a los que antes estaban en la base de las aspiraciones a captar la esencia, a investigar las causas y principios de las cosas, y a descubrir las razones de las mismas. La afirmación estriba en que ahora se intentan satisfacer estas exigencias de un modo peculiar, es decir, según se verá a continuación, mediante la construcción de las teorías científicas. Es preciso resaltar que la propuesta de Galileo, además de la renuncia a buscar las esencias, contiene también un segundo elemento característico que después se ha revelado decisivo para el progreso efectivo de la investigación científica: la afirmación de que la misma es por elección propia un saber limitado y circunscrito. Por ello Galileo habla del conocimiento de «algunas afecciones», demostrando darse cuenta del hecho de que, aun sin conocer todo el complejo de conexiones que se dan en la naturaleza, el cual de todos modos sería imposible de dominar, se pueden obtener algunas nociones seguras aislando ciertos procesos del contexto general y sometiéndoles a un análisis y descripción cuidadosos (un punto de vista análogo había sido expuesto ya por Bacon). Esta afirmación, convertida con el tiempo en una de las Teglas fundamentales de la investigación científicaa del tipo experimental, es uno de los motivos por los cuales la misma se presenta como un tipo de saber no filosófico. Por el contrario, es parte constitutiva de la postura filosófica el situarse, como suele decirse, en el punto de vista de la «totalidad», es decir, proceder de acuerdo con una dinámica cognoscitiva que se mueve en dirección opuesta respecto a la corriente de la especialización y de la limitación de los objetivos e intereses de investigación, que caracteriza a la investigación científica. 33 Incluso aquí puede observarse que verdaderamente el deseo de llegar a obtener una «imagen del mundo», como acostumbra a decirse, de tipo complejo y general no es un deseo extraño a la ciencia. Pero esta imagen aparece más bien como una especie de consecuencia indirecta, de fin ideal de la investigación científica considerada globalmente, que como un objetivo específico de las investigaciones singulares. Frente a este giro de perspectiva y también conceptual deben ciertamente ser resaltadas las componentes metodológicas del constituirse de la ciencia moderna, como son, por ejemplo, el decisivo empleo de la experiencia y de la instrumentización matemática. Parece claro que la simple renuncia a una investigación de la naturaleza de tipo filosófico no habría bastado para hacer surgir la ciencia, de no haberse presentado acompañada con una propuesta concreta para la elaboración de un nuevo y eficaz método de investigación. Sin embargo, su significado exacto sólo se puede captar totalmente si se alcanza a comprender el hecho de que en un cierto sentido aquellas componentes son «corolarios» de una revolución conceptual más profunda. 4. La primera fase de las relaciones entre ciencia y filosofía La profunda revolución llevada a cabo por Galileo puede sintetizarse en dos aspectos principales. Por una parte el objeto de la investigación fundamental dejó de ser la esencia de las cosas, para pasar a ser las relaciones entre los fenómenos. Por otra parte el método seguido hasta entonces por la investigación, basado en laaplicación pura y simple de los procedimientos de deducción lógicoformal, fue sustituido por el empleo de la inducción experimental asociada con la elaboración matemática de los resultados de la experiencia. Este cambio de perspectiva no se impuso bruscamente en el mundo científico, como si se tratara de un descubrimiento más, del cual bastara únicamente con tomar nota para poder añadirlo al caudal de conocimientos adquiridos. En realidad las ideas de Galileo significaban más bien una elección respecto a la manera correcta de investigar la naturaleza, y como tal debía imponerse con el tiempo apoyándose en los resultados obtenidos por su aplicación. Resultados que, por otra parte, Galileo había empezado a obtener en el terreno de la astronomía, y también muy especialmente en el de la mecánica. 34 Se dio el caso que algunos ilustres contemporáneos de Galileo prefirieron continuar con las investigaciones de tipo filosófico, siendo el ejemplo más significativo, aunque no el único, el ofrecido por Descartes. Este último propuso una clasificación de todos los seres existentes de acuerdo con dos esencias fundamentales: res cogitans y res extensa. La primera de ellas abarca el entero universo de las sustancias espirituales y la segunda el mundo de, los entes naturales. Sin detenemos en detalles que aquí estarían fuera, de lugar, cabe observar que, reduciendo la esencia de la materia a pura extensión, todas las propiedades de los seres materiales deberían poder deducirse en principio a partir de sus características de extensión. Es decir, deberían poder obtenerse como partes de una geometría entendida en sentido lato que abarcara también el movimiento, y en el cual todas las propiedades de los entes físicos resultaran explicadas a partir de un modelo mecánico, en el sentido de resultar analizables en términos de simples transformaciones de extensión y de movimiento. «Toda la física que yo hago, escribe Descartes, no es otra cosa que geometría» 1. Incluso su genial descubrimiento de la geometría analítica, que permitía transformar cualquier problema geométrico en un problema algebraico, posibilitaba además un tratamiento puramente algebraico de toda cuestión física. La ciencia moderna se ha servido de esta intuición cartesiana, pero hoy, al menos, sólo hasta cierto punto. En efecto, aun cuando utiliza a fondo las posibilidades que ofrecen los modelos mecánicos para el estudio de la naturaleza, no piensa que con ello se llegue a la esencia del mundo físico. O sea, no pretende la elaboración de una ontología incontrovertible, sino solamente encontrar esquemas útiles para la comprensión de los fenómenos o, lo que es lo mismo, encontrar sugerencias pala la elaboración de hipótesis respecto a los entes físicos, cuya naturaleza, sin embargo, en ningún momento se supone mecánica (más adelante profundizaremos en este aspecto). Es más, desde un punto de vista simplemente metodológico debe tenerse en cuenta que la indudable fecundidad de la perspectiva propuesta por Descartes de la mate matización de la experiencia, no debe impedirnos considerar las insuficiencias que le son propias. Las mismas pueden resumirse diciendo que en la ciencia propuesta por Descartes, como ya ocurría con anterioridad, la investigación se basaba en la deducción, aunque ésta fuera ahora una deducción de tipo matemático y no lógico 35 formal, y se apoyaba mínimamente en la experiencia y la inducción. Por tanto lo que propuso Descartes era todavía una metafísica de la naturaleza, la cual se valía de un instrumento matemático. Con ello creía que era posible proporcionar un cuadro absoluto del mundo físico, extrayéndolo del su esencia, a la que buscaba como condición previa y la identificaba en la extensión sometida a movimiento. Esta suposición, puramente teórica y deductiva, llevó a la obtención de algunos resultados apreciables junto con otras conclusiones totalmente desacertadas. Tal vez las más conocidas entre estas últimas fueran las teorías cartesianas de los seres vivos, pero no son las únicas. Esta manera de concebir la ciencia del mundo físico se transmitió del filósofo Descartes a determinados científicos puros que se resintieron de su influencia, aunque en estos casos la práctica efectiva de la investigación mitigó en algo la dogmática seguridad del maestro. Como ejemplo basta citar el caso de Huygens; a pesar de que en sus obras no aparezca explícita la tesis cartesiana de que el tratamiento de tipo «mecánico» de los fenómenos naturales sea el único válido habida cuenta la esencia del mundo físico, no por ello deja de estar convencido de que ésta sea la única manera eficaz para hablar del mismo, cual «verdarera filosofía en la cual las causas de todos los efectos naturales se conciben mecanicísticamente» 8. Con ello se pierde, cuando menos, la conciencia de la limitación inherente a toda investigación científica, presente en la obra de Galileo. El suponer que todos los fenómenos de la naturaleza deben recibir una explicación de tipo mecánico, implica abandonar la cautela metodológica que había presidido el nacimiento de la ciencia moderna, para colocarse en una perspectiva «mecanicista». Aunque de ello hablaremos más adelante, podemos adelantar aquí que con ello se estableció una nueva «filosofía de la naturaleza» , la cual no era en realidad una ciencia, aunque mantenía muchas relaciones con la ciencia. Por otra parte, junto a los filósofos y científicos que no tuvieron en cuenta la distinción de Galileo entre ciencia y filosofía, los cuales fueron mayoría entre los filósofos, hubo otros que por el contrario la aceptaron plenamente, aunque no siempre la interpretaron de la misma manera'. Entre los filósofos, Leibniz fue el que propuso una diferenciación entre ciencia y filosofía basada en los diversos órdenes de problemas en que se ocupa cada una de ellas. Según esta 36 clasificación son cuestiones filosóficas todas aquellas en las que entra en juego de un modo esencial la noción de finalidad, mientras que pertenecen al campo de la ciencia aquellas cuestiones en las que domina la necesidad causal. Por tanto, para Leibniz, la ciencia y la filosofía se distinguen por el «punto de vista» desde el cual se colocan para la consideración de la realidad, aunque en cada caso concreto la línea de separación mutua entre una y otra puede tender a esfumarse, dado que un mismo objeto puede verse desde ambas perspectivas. En el campo de la ciencia física, Leibniz no comparte el deductivismo puro de Descartes, el cual, según se ha visto, reduce la física a la matemática, sino que valora adecuadamente la experiencia formulada en términos matemáticos como ya había hecho Galileo. Su mecanicismo era por tanto muy distinto del cartesiano, debido al carácter dinámico del mismo concentrado en el concepto de fuerza, a diferencia del carácter estático del mecanicismo del filósofo francés, en el cual la parte esencial eran las relaciones de carácter puramente geométrico; y por la razón más profunda de que en Descartes se encuentra formulada una metafísica de la naturaleza, cuyas características esenciales pretendía establecer de un modo incontrovertible. Por otra parte, Leibniz aceptaba que el mundo de los acontecimientos físicos no es el reino de las conclusiones necesarias emanadas del principio de no contradicción, sino tan sólo un mundo en el cual pueden asignarse algunas «razones suficientes» para explicar el desenvolvimiento de los fenómenos con un grado más o menos elevado de plausibilidad y con un tipo de explicación que no debeconsiderarse exhaustivo. Entre los científicos puros podemos citar a Newton como uno de los más ilustres representantes entre aquellos que contribuyeron a la distinción entre ciencia y filosofía sobre la base ya indicada por Galileo. Al titular a su obra más famosa Principios matemáticos de la filosofía natural, dio una aclaración ya en el mismo preámbulo de lo que entendía por filosofía: «Dado que los antiguos... tuvieron en una máxima consideración la mecánica para investigar las cosas de la naturaleza, y los más modernos abandonaron las formas sustanciales y cualidades ocultas intentando reducir los fenómenos naturales a leyes matemáticas, ha parecido oportuno en este tratado el cultivar la matemática como aquella parte que es más cercana a la filosofía» 10. Así Newton comienza el prólogo de su obra poniendo en evidencia una contraposición entre la búsqueda de 37 las esencias (las «formas sustanciales») y la investigación dirigida hacia los fenómenos, en la cual repite casi al pie de la letra la advertencia galileana que ya conocemos. Y no se limita únicamente a esta declaración inicial, puesto que todos conocen el enunciado lapidario hypotheses non f ingo, con lo cual afirma no querer recurrir en el campo de las ciencias naturales, a la elaboración de hipótesis ad hoc para explicar hechos de los cuales no sabría dar razón de otra manera. Así Newton afirma: «En verdad no he conseguido todavía deducir, a partir de los fenómenos, las razones de esta propiedad que es la gravedad, y no hago ninguna hipótesis al respecto. Cualquier cosa no deducible de los fenómenos se llama hipótesis, y en la filosofía experimental no tienen ningún lugar las hipótesis, ya sean metafísicas, ya sean físicas, ya sean respecto a cualidades ocultas, ya sean mecánicas» 11. En este punto se da indudablemente una inmadurez metodológica, puesto que hoy sabemos perfectamente que cualquier teoría científica se basa necesariamente en una serie de hipótesis, pero sería antihistórico imputar este defecto a Newton. Es más correcto, por el contrario, observar cómo Newton pretendía excluir del ámbito de la ciencia todo aquello que, en cierto sentido, proviniera «del exterior». O sea, en primer lugar, las afirmaciones de metafísica general entendidas en sentido clásico, y también aquellas tesis metafísicas no tan patentes que aparecen entremezcladas con ciertos hábitos científicos de las cuales estaba llena, por ejemplo, la física cartesiana, y que son aquellas hipótesis que en este lugar son llamadas «físicas» y «mecánicas». En cuanto a las cuestiones metodológicas Newton es un defensor convencido del recurso a la experiencia y también un experimentalista, incluso demasiado entusiasta, desde el momento que supone a la experiencia capaz de colocarnos directamente en posesión de un conocimiento adecuado de la realidad física. Esta dialéctica sutil entre inducción y deducción, ya claramente delineada por Galileo y que su contemporáneo Leibniz había ayudado a esclarecer todavía más, parece escapar no tanto a su práxis de científica como a su reflexión metodológica. Por otra parte, en el pasaje citado, y no sólo en él, la misma palabra «deducción» no la emplea Newton para designar el proceso de obtener unas ciertas conclusiones a partir de determinadas premisas, sino en el sentido más bien vago de abstracción inmediata a partir de la experiencia de determinadas proposiciones que vienen generalizadas después por medio de la 38 inducción. Este tipo de deducción no es, por tanto, el complemento dialéctico de la inducción, sino más bien una premisa esencial y casi un momento inicial de la misma. No nos detendremos más en pasar revista a las posiciones que los distintos filósofos y científicos tomaron respecto al problema de la distinción entre ciencia y filosofía. Lo poco que se ha señalado tiene sólo valor indicativo, y pretende únicamente mostrar las características del proceso mediante el cual se fue integrando a la cultura occidental el giro conceptual propuesto por Galileo. Por otra parte es útil observar, como en este estadio todavía se mantiene vigente una cierta problemática filosófica de la naturaleza, y ello no tan sólo entre los numerosos autores que, como Descartes, no hacen a fin de cuentas otra cosa sino filosofía de la naturaleza, sino también entre aquellos que creen en una ciencia de la naturaleza distinta de la filosofía. En estos casos el injerto de la temática filosóficaa aparece en el límite del conocimiento científico considerado en sentido restringido, como una exigencia de hallar un fundamento ulterior al mismo. Así Leibniz declara sin más que la «fuente de la mecánica se encuentra en la metafísica»", en el sentido que «los principios generales de la física y de la misma mecánica dependen de la conducta de una inteligencia suprema, y no se podrían explicar sin tomarla en consideración» II. En otras palabras, el punto de vista de las causas eficientes debe integrarse con el de las causas finales, que conducen otra vez a una dependencia del mundo de la voluntad divina. Del mismo modo Newton, en las conclusiones generales a los Principia observa que, incluso habiendo podido explicar cómo las leyes de la gravitación explican el comportamiento de todos los cuerpos materiales, de las órbitas de los planetas y de la gran variedad de los fenómenos celestes, ello no sirve como explicación de la gravitación misma, ni de la configuración inicial del universo que, gracias a la gravitación, se conserva en la forma admirable que se observa actualmente. A causa de ello, Newton también recurre a la idea de Dios como creador y ordenador del cosmos. Vemos por tanto que aun no observándose nunca, en ninguno de estos autores, una confrontación explícita entre los términos ciencia y filosofía, los cuales continúan usándose como sinónimos, viene madurándose la idea de dos modos distintos de conocer la realidad, que precisamente son aquellos que hoy designamos con los citados términos. 39 Un paso decisivo para la realización de una separación consciente y definida, incluso terminológicamente, se realiza en Kant. Éste, en la Crítica de la razón pura examina las condiciones en base a las cuales «la elaboración del conocimiento, que pertenece al dominio de la razón, siga o no el camino seguro de una ciencia» 14, donde por ciencia Kant entiende de un modo genérico toda forma de saber que se presente con caracteres de seguridad, universalidad, concordia de opiniones entre aquellos que la cultivan, etc. En un breve análisis reconoce que algunas disciplinas, como la lógica, la matemática y la física han alcanzado en épocas diversas el estadio de ciencia, mientras la metafísica está todavía muy alejada de esta situación. De aquí que la cuestión fundamental de la misma Crítica sea el determinar «si la metafísica es posible como ciencia». En todo lo expuesto hasta aquí importa poner de manifiesto que, aun manteniendo la validez del vocablo «ciencia» como término genérico, sus connotaciones vienen profundamente transformadas. Así resulta que mientras el primitivo modelo de la cientificidad se su nía proporcionado por la filosofía, y de un modo particular por la metafísica, con Kant se comienza a reconocer que dicho modelo viene ofrecido más bien por la matemática y la física. Aquí es preciso tener en cuenta que sólo con la revolución metodológica operada en la última por Bacon y Galileo, es decir, después de haber dejado de ser una disciplina filosófica, «la física ha podido encontrarse por vez primera sobre la vía segura de la ciencia, mientras que durante los siglos anteriores no había hecho otra cosa que moverse
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