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CAPÍTULO IV EL HORIZONTE HERMENÉUTICO En la búsqueda de un horizonte no objetivante desde donde hacerle justicia al lenguaje, llegamos a la hermenéutica filosófica. “Horizonte”, concepto predilecto de Hans-Georg Gadamer, el que de alguna manera perfila su pensamiento . Este concepto no corresponde, definitivamente, al encuadre limitativo de la pretensión exhaustiva de la ciencia. Bellamente, Gadamer se acerca al mundo como horizonte, en el sentido en que aquél no se agota como objeto: La mirada está dir igida hacia el infinito de la lejanía, y este infinito retrocede ante nosotros con cada esfuerzo, por grande que sea, y con cada paso, por grande que sea, se abren siempre otros nuevos horizontes. El mundo es en ese sentido para nosotros un espacio sin límites en medio del cual estamos y buscamos nuestra modesta orientación (1998:122). Sin pretensiones, sin la búsqueda de verdades absolutas, conscientes de la finitud y de la historicidad humana, la hermenéutica filosófica, surge sólo con el propósito de dialogar, para intentar en ese diálogo, entendernos y describirnos a nosotros mismos. Ese “entendernos” no parte de las verdades de la ciencia, ni siquiera de la filosofía concebida como súper ciencia fundamentadora del conocimiento. Escapa de la epistemología. Difícil, como apunta Rorty (1995) concebir la filosofía desligada de la teoría del conocimiento, del método para conseguirlo; hasta tal punto está imbuida la filosofía con esta concepción. Para Rorty ese intento de escapar a una visión del hombre que tenga 129 130 como esencia el reflejar con exactitud “en nuestra propia Esencia de Vidrio, el universo que nos rodea” (1995: 323) es la “hermenéutica”. Recuérdese que las referencias a la esencia de vidrio pertenecen al cuestionamiento hecho por Rorty, en su libro La filosofía y el espejo de la naturaleza (1995), de la imagen clásica del hombre quien tendría como esencia reflejar, de forma perfecta en su mente, la naturaleza. Sin embargo, no todo pertenece al reino de lo conmensurable, del cálculo y de la exactitud. No todo puede ser sometido al afán verificador y metodologizable de la ciencia unitaria. No sólo es “verdad” aquel conocimiento producto de la aplicación de un riguroso método, cual máquina de producir certezas; hay verdades en la voz del arte, de la poesía, de la historia, de la filosofía. La obra de Gadamer sistematiza una crítica demoledora a la pretensión universalista del paradigma de las ciencias naturales, como el único válido para la obtención del conocimiento, a la vez que resalta la importancia de las ciencias del espíritu - en su particularidad constitutiva -, como las verdaderas administradoras del humanismo. Al no tener un punto de partida “epistemológico”, al pretender otra forma de validez para el conocimiento de las llamadas ciencias del espíritu; al dejar de lado esas formas privilegiadas de conocer que se asumen como las auténticas, Gadamer nos abre otro horizonte, donde lo humano y sus realidades muestran su profunda incomodidad cuando buscan ser aprehendidos desde las nociones cuantificables de las ciencias naturales o de las ciencias sociales que asumen el método de 131 aquéllas como propio. Diríamos, entonces, que lo que preocupa a la hermenéutica no es tanto la posesión de verdades incuestionables acerca de la naturaleza vista como objeto distante del hombre, sino el entenderse unos con otros, a través del verdadero diálogo. Desde la conversación propuesta por la hermenéutica a la que corresponde, como señala Rorty, el rol de intermediario socrático entre varios discursos, la consideración del lenguaje, de la constitución lingüística del ser humano en el mundo, que Gadamer llama lingüisticidad, adquiere los matices de lo que no encuadra en la superficie conmensurable de la ciencia. Al proponer Gadamer las verdades del arte, de la poesía, de la historia como vías para satisfacer “el ansia de verdad del corazón humano”, privilegia las experiencias más conmovedoras de la condición humana, de lo que no puede ser abordado por la racionalidad científica pero que igualmente la mueve y la impulsa a ella misma. Las ciencias del espíritu, al rescatar los conceptos centrales del humanismo, estableciendo un diálogo con esta tradición, pueden encontrar su propia y particular forma de fundamentación. Esta fundamentación no es epistemológica, pero no por ello carece de validez. Como lo señala Rorty (Gadamer, 1995:327), deben considerarse las descripciones alternativas hechas por poetas, novelistas, psicólogos profundos, escultores, antropólogos y místicos , en pie de igualdad , con las realizadas por las ciencias de la naturaleza, dejando atrás las apreciaciones de éstas últimas, que las consideran como una ornamentación no cognitiva. Por eso Verdad y método, publicada 132 después de un largo proceso, en 1960, dedica su primera parte a esa “Elucidación de la verdad desde la experiencia del arte”. Es este horizonte el que nos parece más acertado para intentar redimensionar la presencia del lenguaje en la educación. El lenguaje es ese “hilo conductor” de la experiencia humana del mundo, mas es preciso descubrirlo en su particularidad enigmática, no reducible a las pretensiones científicas que buscan explicarlo y someterlo a esquemas; necesario es despojarlo de las cuadraturas científicas que antes que favorecer el reencuentro humano en su lingüisticidad constitutiva, lo extravían. Al asumir pues un horizonte radicalmente opuesto a la visión de la ciencia, “más afín a la intuición artística que al enfoque metodológico de la investigación” (1994: 44), el lenguaje reaparece en la hermenéutica filosófica como “morada del ser”, siguiendo la expresión de Heidegger. Asumir, asimismo el espacio pedagógico como un espacio de creación e interacción humana centrado en el diálogo, restringe el concebirlo como un espacio de aplicación de técnicas , instrumentos y metodologías basadas en ese distanciamiento de la ciencia, en el que educar es entrenar, adiestrar y dar a conocer una serie de hechos que están “ahí afuera”. Rorty, quien partiendo de la hermenéutica habla de la filosofía edificante , nos muestra que podemos rehacernos, convertirnos en otras personas “al leer más, hablar más y escribir más”. El hecho de conocer algo sobre historia o física, por ejemplo, sólo tiene sentido en la medida en que “tiene valor propedéutico para encontrar una forma nueva y más interesante de expresarnos a nosotros mismos y de arreglárnosla 133 con el mundo” (1995:325). Desde este punto de vista, el conocimiento de hechos exactos sobre el mundo es sólo una de las muchas formas o proyectos en las que el ser humano puede ser edificado. Rorty menciona a Sartre quien señala que el adquirir un conocimiento objetivo del mundo, no implica un conocimiento de nosotros mismos, sólo “presenta una tentación al auto-engaño en la medida en que pensemos que, sabiendo qué descripciones dentro de un conjunto dado de discursos normales se aplican a nosotros, por eso mismo nos conocemos a nosotros” (1995:326). Es pues clara la idea, de que la educación y más en el sentido de formación de que habla Gadamer, y de edificación de que habla Rorty, no equivale al conocimiento de los resultados de las ciencias de la naturaleza o aun de los hechos de la historia o de la literatura; si esa información no atina a enseñarnos lo que realmente somos y cuáles son nuestros límites. Aunque conozcamos las descripciones “objetivamente verdaderas de nosotros mismos, quizá sigamos sin saber qué hacer con nosotros” (Rorty, 1995:328). ¿Qué ha pasado con la llamada educación lingüística del ser humano? Al margen de su consideración como un frío entrenamiento para manejar un código ajeno, que permita lograr “hablar yescribir de forma adecuada”; se aprecia que el énfasis en conocer la lengua objetivamente, se desgaja de su vinculación humanista , de alcanzar un fin más allá del lenguaje como forma: el verdadero ascenso a la humanidad, en el sentido de que se produzca, para usar las palabras de Gadamer con 134 referencia al arte, pero igualmente válidas en este contexto: un incremento de ser. Es la realización humana vista como expansión del horizonte propio que impulsa el entendimiento del otro. Sólo así el lenguaje puede convertirse en ese hilo conductor hacia la posibilidad de alcanzar la tarea más ardua que es precisamente, lograr el mutuo entendimiento . Puede afirmarse que el espacio abierto por la hermenéutica filosófica ha de tener su fluir ideal en el espacio educativo, de la edificación, como prefiere llamarla Rorty, pues se sabe que más allá del espacio formativo de la familia, la sociedad delega en la escuela la formación del ciudadano. Gadamer insiste en que se ha desvirtuado lo que se entiende por un ciudadano culto y formado “debido a la exagerada “patente” de cualidades académicas” (1998: 129). La importancia esencial de las ciencias del espíritu radica en que “Éstas son algo específico en el conjunto de las ciencias, porque sus conocimientos presuntos o reales influyen directamente en todas las facetas humanas al traducirse en formación y educación del hombre” (1994:49). Aquí está precisamente la “orgullosa conciencia” de las ciencias del espíritu frente a las ciencias naturales, al corresponderles abordar ese ascenso del hombre para convertirse en un ser espiritual general. Las ideas anteriores han pretendido delinear algunas de los aspectos básicos de la hermenéutica gadameriana, que interesan particularmente en esta investigación. El acercamiento hacia el lenguaje por parte de la hermenéutica filosófica, enmarcada en un particular giro 135 lingüístico, nos permite replantear la presencia del lenguaje en la educación, no desde el paradigma de la ciencia positiva, que lo asume como objeto, sino en el horizonte hermenéutico centrado en la búsqueda de la formación humana, más cónsono con esa delicada labor edificante, definitivamente, más próxima a la experiencia del arte que a la de la ciencia. 4.1. El giro interpretativo en las Ciencias Humanas Convendría en este momento desentrañar el largo proceso de gestación del giro interpretativo de las ciencias humanas para la asunción de su constitución como disciplinas interpretativas. Carlos Gutiérrez en su artículo La ardua liberación de la interpretación, en Navia y Rodríguez (2008), expone que este giro interpretativo ha librado a estas ciencias de la limitación de un método único enmarcado en el positivismo. Retomando las ideas de Heidegger, explica que la estructura originaria del ser en el mundo está constituida por la universalidad de la interpretación, la cual ha pasado a asumirse como actitud de nuestra época. Sin embargo, para llegar a este reconocimiento, alcanzado apenas a mediados del siglo XX, cuando las ciencias humanas escapan de su afán imitador de las ciencias naturales, se recorrió un largo camino. Algunos filósofos habían criticado ya ampliamente el afán objetivo de la ciencia y su pretensión de convertirse en la única referencia a la verdad. Entre los filósofos que cuestionaron el positivismo decimonónico 136 representado por Augusto Comte, estuvo en primer lugar Nietzsche, de quien se afirma que fue el primer filósofo moderno en abrir la conciencia para captar el carácter esencialmente interpretativo de la experiencia humana del mundo (ver Grondin, 1999:35). La afirmación de Nietzsche: “Contra el positivismo que se detiene ante el fenómeno sólo hay hechos yo diría: no, justamente no hay hechos, sólo interpretaciones” citado por Navia y Rodríguez (2008:54), se convierte en expresión de la preeminencia interpretativa de la edad moderna, a pesar de que esta preeminencia permaneció ahogada y oculta bajo el peso del monismo metodológico positivista. Esta idea de Nietzsche tuvo acogida sobre todo con la crisis sobrevenida con la primera guerra mundial y el consiguiente rechazo a la idea de ciencia. No obstante, lo que prevaleció en el momento fue la filosofía de la ciencia que: se ocupó de cuestiones relativas a los fundamentos de las matemáticas y a la metodología de las ciencias naturales exactas así como de la consistencia lógica de las teorías vistas como conjuntos proposicionales. Esta filosofía resultó de la rehabilitación del positivismo que bajo el nombre de empirismo lógico floreció en Viena en los años veinte y que a raíz de la persecución nacionalsocialista de profesores judíos se desplazó a los Estados Unidos, en donde terminó sobreviviendo (Navia y Rodríguez, 2008:61). A la par del predominio de este paradigma de la ciencia positiva que propugnaba la marginación de toda interpretación, en favor de los datos brutos aportados por los sentidos, filósofos como James, Dewey, Bergson, Husserl y Heidegger trabajaban en otras direcciones. Y precisamente, en 1927, en pleno auge del empirismo lógico, Heidegger 137 publica Ser y Tiempo, obra capital en la filosofía contemporánea y que viene a demostrar, la existencia de corrientes opuestas a la limitación de la filosofía como únicamente filosofía de la ciencia. Posteriormente, partiendo de las ideas del segundo Wittgenstein, en Investigaciones filosóficas (1958), se produce una importante convergencia entre lo analítico y lo hermenéutico, confluencia que vendría a posibilitar la reaparición de la idea de Nietzsche acerca del carácter interpretativo de la existencia. Wittgenstein propone una visión del lenguaje como juego, en su relación con las formas de vida, como un saber práctico (de hecho la noción de juegos de lenguaje constituye la base del giro pragmático de las ciencias del lenguaje), lejano ya a su ideal de lenguaje unívoco del Tratado Lógico filosófico. Este giro de Wittgenstein interesó a filósofos analíticos quienes se distanciaron del positivismo y de la explicación causal. Los juegos del lenguaje, implican que la función informativa o denotativa es sólo uno, entre muchos, de los usos del lenguaje reglamentados cada uno de ellos para funciones distintas; de donde hay enunciados que son válidos no por condición de verdad o falsedad, sino en tanto satisfagan una necesidad. Esta apertura coincidió con la publicación de Gadamer en 1960, como se indicara anteriormente. Pero lo particular de esta confluencia es el encuentro de la “filosofía analítica con motivos hermenéuticos” (Navia et al. 2008:66) en el mundo anglosajón. También se resalta en Francia, la Deconstrucción de Jacques Derrida quien complementa la hermenéutica gadameriana con los pensamientos de Nietzsche, Heidegger y Lévinas. 138 De esta forma, se aprecia lo que Gutiérrez llama la liberación de las ciencias humanas “libres de la compulsión del método supuestamente único a la que han sido sometidas por las distintas variantes del positivismo en los dos últimos siglos” (Navia y Rodríguez, 2008:71). Citando a Clifford Geertz, antropólogo estadounidense, Gutiérrez señala que los científicos sociales han entendido que no necesitan imitar a los físicos, asumiendo un enfoque y una antropología interpretativos que testimonian “la diversidad de vías que los seres humanos adoptan para construir sus vidas por medio de su propia actividad” (Navia y Rodríguez, 2008:73), y sobre todo, que la aspiración a una ciencia unificada y al establecimiento de estructuras causales universales, son ideas desplazadas por los marcos locales del conocimiento. El monismo metodológico de la ciencia natural, se desplaza en tanto que las ciencias humanas no se valen de una vía única, cerrada y rígida para abordar la realidad.Si bien se parte del acercamiento inductivo, no se busca llegar a una generalización cobijada bajo leyes generales ; se busca sistematizar observaciones para hacerlas comprensibles. En ese hacer comprensible, es evidente que el investigador se liga a la realidad estudiada, siempre que se intenta comprender algo, lo hacemos a partir de nuestro propio horizonte; pero tratando al mismo tiempo de ver esa realidad a través de los ojos de la gente que se estudia. Central en esta noción, es permitir al otro expresar su verdad, escuchar su palabra “la experiencia del tú muestra la paradoja de que algo que está frente a mi haga valer su derecho y me obligue a su total reconocimiento, y con ello a 139 que lo comprenda” (Gadamer, 1977:18). Es ésta una comprensión hermenéutica, lo que Gadamer denomina metafóricamente fusión horizóntica, en la medida en que a través del diálogo con lo otro, la verdad que tiene que decirnos permite “un ir más allá de nuestro punto de vista (o de nuestro horizonte) demasiado subjetivo” (Aguilar et al.2007:27). Pero el influjo de la interpretación, va más allá y acoge también a la teoría de la ciencia, en lo que se ha denominado “hermeneutización de la teoría de la ciencia”. Ya Gadamer exponía que aun en la ciencia natural moderna pareciera haber un sector inspirado más en el concepto de ciencia como continuidad de la capacidad natural del ser humano, que en el concepto de método y asimismo, se preguntaba que si ese afán de saber no implicaría una dimensión hermenéutica de la ciencia natural (Gadamer,1994:294). La liberación de la actitud interpretativa descrita anteriormente, nos abre la posibilidad de abordar en este momento la hermenéutica filosófica de H. G. Gadamer en su innegable aporte a la configuración de un paradigma investigativo que algunos llaman postpositivista. Este aporte va más allá del sentido interpretativo que implica esencialm ente la palabra hermenéutica. Estos elementos se constituyen en los presupuestos básicos que guían, desde finales del siglo XX, la emergencia de nuevos paradigmas en las ciencias humanas. Cuando se utiliza el término nuevo se corre el riesgo de asumir que tal novedad sea producto de una súbita aparición, cuando en realidad lo planteado por Gadamer, es un mirar hacia la tradición, pues el ahogo de la particularidad de las ciencias del 140 espíritu se ha debido, en parte, al olvido de su tradición humanista y a su genuflexión ante el deslumbramiento de los logros alcanzados por las ciencias naturales. El impulso tomado por esta teoría de la interpretación ha llevado a autores como Gianni Vattimo (1991) a considerarla como la nueva koiné o lengua común de la filosofía y de la cultura. Para el filósofo italiano la actualidad de la hermenéutica está dada por la exigencia de la historicidad, como respuesta a los excesos del estructuralismo el cual tendía a privilegiar la forma, en desmedro del contenido. Este realce hermenéutico vendría a significar, como lo afirma Mariflor Aguilar, que así como décadas atrás la discusión filosófica giraba en torno al marxismo o al estructuralismo, en la actualidad se le rinde cuentas a la hermenéutica “en la medida en que en esos saberes se busca establecer un nuevo vínculo: el vínculo entre los significados y sus contextos y el desplazamiento de los mismos hacia una comprensión presente” (2008:41). Sin embargo, el sentido del término, precisamente por estar en boga y por contar con una larga historia, pareciera difuminarse. Aguilar en el libro ya citado, se refiere a que hermenéutica se presenta como una palabra mágica que pareciera resolver cualquier duda. Grondin (1999) afirma que el sentido del término hay que restringirlo, en tanto que algunas palabras como significación, exégesis, explicación o interpretación se asumen como sus equivalentes y, si bien habría un entronque común, habría asimismo que diferenciar la hermenéutica como 141 filosofía, como teoría de la interpretación, del sentido previo que el término ha tenido a lo largo de su historia. La panorámica se ha presentado tan confusa que en el prólogo a la segunda edición de Verdad y Método, Gadamer consideró necesario aclarar los malentendidos producidos por el hecho de recoger él “una expresión como la de “hermenéutica”, lastrada por una vieja tradición” (1977:10). Esta vieja tradición de la palabra hermenéutica es sobrepasada, como apunta Gadamer, por “la cosa por ella designada” (1994:293). Es decir, la hermenéutica como comprensión e interpretación de aquello que aparece como extraño y lejano, como incomprensible, está presente a lo largo de la historia de la humanidad mucho antes del surgimiento de un término específico y “designa sobre todo una capacidad natural del ser humano” (Gadamer, 1994:293). Y es esta capacidad natural la que el filósofo descubre en posiciones como la de Schleimacher (autor clave en esta tradición) quien afirmaba que la hermenéutica no se relacionaba sólo con el tratamiento de los textos, sino igualmente con el trato con las personas. Como tal, el término se desplaza desde la tradición griega, teniendo el escrito aristotélico Peri hermeneias como punto de referencia clave; hasta su reaparición en el siglo XVII, para ser prec isos en 1629, cuando Conrad Dannhauer introdujo el neologismo hermenéutica por referencia al texto aristotélico (1994:283). Entre la tradición griega y la reaparición moderna del término en el siglo XVII puede afirmarse que el asunto de la 142 interpretación tuvo su urgencia en momentos específicos. Así lo señala Grondin (1999:43), al referir momentos históricos de ruptura de tradiciones en los cuales la interpretación de textos fue un asunto crucial, como por ejemplo: la reinterpretación alegórica de los mitos realizada por la filosofía postaristotélica, para actualizar sus significados; la reflexión interpretativa de las escrituras en la tradición judía a raíz del advenimiento de Jesús; la exégesis de las Sagradas Escrituras y de los autores de la antigüedad clásica en el medievo y, finalmente, la interpretación de la Biblia en la época de la Reforma cuya lectura modificó radicalmente los parámetros medievales. Ahora bien, para Grondin (1999), la historia de esta práctica ligada a la comprensión de los textos escritos, se presenta más como una construcción, como una historia que no se conoce a sí misma, que como proceso teleológico que implicaría una evolución articulada desde la antigüedad, hasta llegar finalmente, a la hermenéutica contemporánea. Por ello afirma: El escepticismo frente a la historia de la hermenéutica es correcto en los aspectos de que ambos proyectos [el antiguo y el moderno] tienen poco en común y de que esta historia se desplegó de una manera todo menos teleológica (1999:22). Es lo que cuenta, para la afirmación de que ambos proyectos de hermenéutica tienen poca vinculación. Incluso, Grondin señala que esta concepción de la historia de la hermenéutica como un todo articulado es 143 producto de la presentación de la historia de la hermenéutica (en singular) por parte tanto de Dilthey, como del mismo Gadamer. Por supuesto, ello no es obstáculo para intentar encontrar hilos de conexión con las nociones más antiguas de hermenéutica. Con ese propósito, Grondin dedica gran parte del citado libro a recorrer el camino trazado previamente por autores clave dentro de esta larga tradición, donde la hermenéutica se configuró como la ciencia o el arte de la interpretación. A nuestro juicio, Grondin – biógrafo y conocedor excepcional del pensamiento gadameriano - se hace con ello tributario de la actitud fundamental del filósofo de Marburgo: ésta de establecer, no una ruptura, sino un diálogo con la tradición, tal cual como si fuera un tú,en la búsqueda de acceder a una verdad la cual no se alcanzaría por otros caminos. Y si bien Grondin llega a concluir que el proyecto de Gadamer tiene poco en común con lo anterior, estas precisiones toman sentido en tanto que la hermenéutica filosófica, en diálogo con la tradición, se acerca y se separa de ella, buscando en ese acto rebasar una concepción limitada de la hermenéutica como una preceptiva o técnica de la comprensión. Para perfilar su propio proyecto Gadamer señala que la preceptiva de la comprensión fue impulsada por la hermenéutica teológica, desarrollada para la defensa de la interpretación reformista de la sagrada escritura propulsada por Martín Lutero. Asimismo, este impulso alcanzó a la hermenéutica filológica en su empeño por redescubrir la literatura clásica, leída hasta ese momento bajo la óptica del mundo cristiano. 144 Precisa Gadamer: “La hermenéutica intenta en ambos terrenos, tanto en la literatura humanística como en la Biblia, poner al descubierto el sentido original de los textos a través de un procedimiento de corrección casi artesana (…)” (1977:236). Se refiere asimismo a una hermenéutica jurídica, centrada en la correcta interpretación y aplicación de la ley. Dos autores claves para la configuración de la hermenéutica en el siglo XIX son Schleiermacher, centrado más en la búsqueda de una preceptiva o metodología del entender, y Dilthey, preocupado por encontrar una fundamentación epistemológica de las ciencias del espíritu. Ahora bien, tal como lo expone Grondin, durante el siglo XIX, los autores clásicos de la hermenéutica como Boeckh, Schleiermacher, Droysen y Dilthey no elaboraron una concepción unitaria y sistemática de ella, situación que comenzó a cambiar lentamente con Heidegger, quien situó la hermenéutica en el centro de la reflexión filosófica (ver Grondin, 1999:138). Ya se perfila, entonces, el giro radical, un giro drástico que sitúa la comprensión más allá de la conciencia metódica y epistémica. Si bien se expone que la hermenéutica estuvo casi ausente de Ser y Tiempo (1927), su temática fue desarrollada en las lecciones tempranas de “Hermenéutica y facticidad” las que fueron publicadas tardíamente. Por ello Grondin concluye que Gadamer sigue fundamentalmente al Heidegger de estas lecciones tempranas . De forma general, puede caracterizarse la obra de Heidegger como el intentó por construir “un nuevo conjunto de categorías filosóficas que no 145 tuviera nada que ver con la ciencia, la epistemología o la búsqueda cartesiana de la certeza” (Rorty, 1995:15). Heidegger parte del círculo del entender, el que mantenía un carácter ontológico no epistemológico; el Dasein (ser-ahí) se entiende a sí mismo a través de proyectos de comprensión o expectativas de intelección. Propone una ontología de la comprensión, la cual la situaría [la comprensión] en el modo de ser de un sujeto que es una cuestión para sí mismo (Navia y Rodríguez, 2008:35). El pensamiento de Heidegger vendría a cuestionar el paradigma de la filosofía de la conciencia , centrado en el esquema sujeto -objeto, el cual se ajustaría a la teoría del conocimiento, pero limitaría el sentido de la filosofía a ser sólo una fundamentación de aquél. En ese sentido Heidegger intenta una superación de este paradigma que implicaría, en palabras de Lafont “una ampliación del alcance temático de la filosofía misma” (Lafont, 1997:42), pues se trataría “de mostrar que el “conocer” no es sino un modo derivado del “comprender”; dicho “comprender” configura a su vez la “constitución del ser del Dasein de la que proceden los distintos modos del “conocer” (Lafont, 1997:42). Esto es precisamente lo que se resalta en Verdad y método, siguiendo a Heidegger, quien de forma convincente precisó que la comprensión no es uno de los modos de comportamiento del sujeto, o un modo de conocimiento. Francisco Zúñiga (1995) precisa que la reflexión de las ciencias del espíritu del siglo XIX “siguió concibiendo el conocimiento como la relación de un sujeto con un objeto, pretendió ver en la comprensión el comportamiento característico de un sujeto cuando 146 se enfrenta a objetos ” (1995:74-75), y para Gadamer he allí la falla de ese esquema epistemológico. Por ello retoma al Heidegger de Ser y tiempo el que trastoca ese esquema, al afirmar que la comprensión no es un modo de conocer sino de ser. Para el filósofo de Marburgo, hermenéutica: Designa el carácter fundamentalmente móvil del estar ahí, que constituye su finitud y su especificidad y que por lo tanto abarca el conjunto de su experiencia del mundo. El que el movimiento de la comprensión sea abarcante y universal no es arbitrariedad ni inflación constructiva de un aspecto unilateral, sino que está en la naturaleza misma de la cosa (1977:12). 4.2. Sobre el método y la verdad En el prólogo de la segunda edición de Verdad y Método, Gadamer se ve precisado a realizar ciertas aclaratorias en torno a los propósitos de su investigación. En primer lugar, señala que no fue su intención crear una preceptiva del comprender, según lo intentaba la hermenéutica anterior (Hermenéutica metódica) y con esto señala un serio distanciamiento. Por preceptiva del comprender se entienden una serie de reglas para guiar metodológicamente a las ciencias del espíritu. En segundo lugar, precisa que tampoco fue su intención indagar acerca de los fundamentos teóricos de estas ciencias para orientar hacia la práctica los conocimientos alcanzados. Mucho más adelante, puntualiza que retiene el concepto de hermenéutica usado por Heidegger, pero no en el 147 aspecto metodológico, sino en el de “una teoría de la experiencia real que es el pensar” (1977:19). La hermenéutica escapa a las limitaciones metodológicas del conocimiento científico, y en ese sentido, no tiene como centro la construcción de un conocimiento seguro y adaptado al ideal metódico de la ciencia. No se trata, entonces, de someter los textos a un método riguroso como cualquier otro objeto de la ciencia. Sin embargo, no implica esto que no se trate de ciencia y de verdades, pues cuando se comprende una tradición “se adquieren perspectivas y se conocen verdades”. No obstante, pareciera que el lugar privilegiado que ocupa la ciencia moderna para determinar lo que es conocimiento y verdad, le restaría validez a esta consideración. Gadamer precisa que su verdadera intención, es una intención filosófica: “no está en cuestión lo que hacemos ni lo que debiéramos hacer, sino lo que ocurre con nosotros por encima de nuestro querer y hacer” (1977:10). En este contexto, debe leerse esta obra como una defensa apasionada de la particularidad de las ciencias del espíritu, de su resistencia a ser constreñidas por el afán metodologizable y verificador de la ciencia positiva. Más aún, es la defensa de formas de conocimiento como la filosofía, el arte, la historia que no pueden ser justificadas epistemológicamente, en tanto que su verdad queda fuera de la posibilidad de verificación con los medios de la metodología científica, y que sin embargo, expresan una verdad, tan válida como la obtenida a través de la aplicación del método. 148 Gadamer precisa de manera tajante que el objetivo de Verdad y método está por completo alejado del establecimiento de un sistema de reglas para guiar el procedimiento metodológico de las llamadas ciencias del espíritu; paradójicamente Verdad y método se constituye en un alegato contra el método y contra una noción de verdad unilateral producto de la moderna ciencia natural, la cual destierra de su reino a todas aquellas formas de conocimiento que no se ajusten a su ideal metódico. La intención del autor no es negar el trabajo metodológico en las ciencias del espíritu, pero señala que no es éste el temafundamental cuando se oponen estas ciencias a las de la naturaleza. Gadamer sostiene y con suficiente razón, que lo que se conoce como método -en el sentido de “camino para ir en busca de algo”-, solo se ajusta en sentido estricto y de una manera particularmente ejemplar, a las ciencias naturales, (1977:36). Esto implica, que el método, como camino a ser recorrido una y otra vez, conducirá a un mismo resultado y llevará a la constatación de una verdad. Pero no hay tal camino único por recorrer en las ciencias del espíritu, que nos lleve con certeza a la obtención de una verdad, por ese método justificada. En ese sentido, Gadamer afirma que no hay un método propio de las ciencias del espíritu. Así, “el formalismo de un saber “por regla y artificio” se arrojaría una falsa superioridad” (1977:25), sería éste el riesgo de la concepción metodológica, el pretender que el seguir reglas preestablecidas, o recorrer el camino ya transitado, señalizado y domesticado por otros, aseguraría al investigador 149 la obtención de una verdad. Es por ello que se afirma la resistencia de éstas a su inclusión en el concepto de ciencia moderna y se constituyen en un problema filosófico. Dentro de campo hermenéutico se perfilan principios, más no reglas ni métodos preestablecidos. La hermenéutica se erige precisamente no para el establecimiento de leyes universales: (…) su idea es más bien comprender el fenómeno mismo en su concreción histórica y única. (…) el objetivo no es confirmar y ampliar las experiencias generales para alcanzar el conocimiento de una ley del tipo cómo se desarrollan los hombres, los pueblos, los estados, sino comprender cómo es tal hombre, tal pueblo, tal estado, qué se ha hecho de él, o formulado muy generalmente, cómo ha podido ocurrir así (Gadamer,1977:33). El problema del método de las llamadas ciencias del espíritu, Geisteswissenschaften, radica en que la reflexión lógica de estas ciencias ha estado determinada por el modelo de las ciencias naturales. Esto se podría entender, siguiendo a Grondin (2003) como un complejo de inferioridad metodológica frente a las ciencias naturales y al éxito por ellas alcanzado. Las posibilidades para las ciencias humanas eran dos: plegarse al método de la ciencia unificada, lo que vendría a derivar en una negación de la diferencia entre ambas ciencias, o bien buscar una autonomía metodológica propia, partiendo de la esencia particular de su objeto. Con respecto a la primera posibilidad, Gadamer al referirse a la disputa metodológica entre ambas ciencias, precisa que la diferencia entre ambas no es tanto metodológica como una diferencia de objetivos 150 de conocimiento. Estaría claro que al haber una diferencia de objetivos se implicaría una particularidad metodológica. Aclara que el mismo término cienc ias del espíritu, fue introducido a raíz de la traducción de la Lógica de J. S. Mill, obra en la que se trata de aplicar no una lógica propia de estas ciencias, sino de mostrar que el método inductivo de las ciencias empíricas tiene validez también en estas disciplinas. Según esta perspectiva, en las ciencias morales “se trataría de reconocer analogías, regularidades y legalidades que hacen predecibles los fenómenos y decursos individuales” (1977:32). Se precisa que lo desarrollado con esta postura es una “ciencia natural de la sociedad”. Gadamer apunta que aun cuando se pretenda aplicar el método inductivo de las ciencias naturales al conocimiento histórico, esto no lo elevaría a ciencia, ya que las ciencias del espíritu no quedan correctamente aprehendidas si “se las mide según el patrón del conocimiento progresivo de leyes” (1977:32). Esa noción del monismo metodológico no puede ser aplicada a la realidad humana. Aclara, asimismo que: (…) el conocimiento histórico, no obstante, no busca ni pretende tomar el fenómeno concreto como caso de una regla general. Lo individual no se limita a servir como confirmación a una legalidad a partir de la cual pudieran en sentido práctico hacerse predicciones. Su idea es más bien comprender el fenómeno mismo en su concreción histórica y única (1977:33). Debe precisarse entonces, que el ideal de conocimiento de las ciencias del espíritu se diferencia del ideal de las ciencias naturales y a pesar de ello, siempre se ha tratado de definir aquéllas en función de 151 éstas, tildándolas de “inexactas”. Esta actitud es común, incluso en pensadores, como Helmholtz, que han buscado resaltar la superior significación de las ciencias del espíritu, pero siempre partiendo del ideal metódico de las ciencias empíricas, por tanto, la caracterización, ha seguido siendo negativa. El otro camino, corresponde, precisamente, al intento de Dilthey, quien buscó una fundamentación lógica, epistemológica y metodológica, para las ciencias del espíritu, lo cual revelaría el anhelo de una única metodología, siguiendo el paradigma de las ciencias naturales y, a pesar de su herencia romántico idealista, puede entreverse una influencia del empirismo de Mill. Para retomar la crítica a Dilthey, Gadamer plantea que éste se dejó influir por el modelo de las ciencias naturales a pesar de su empeño en justificar la independencia metódica de las ciencias del espíritu. Dilthey buscó que las ciencias históricas tuviesen un punto de apoyo para que fuesen consideradas ciencias respetables, pero en la búsqueda de fundamentación mostró su fascinación por el modelo de las ciencias naturales. Así, fundamentó la autonomía metodológica de las ciencias históricas en el texto de Bacon Natura Parendo vincitur. Precisamente, el texto de Bacon contradice de alguna manera la herencia clásico romántica, en la que Dilthey se inscribe. Entre esos dos caminos, en esa disyuntiva, Gadamer, se em peña en buscar otro horizonte, expresando una interrogante dirigida a la pertinencia de la visión metodológica para las ciencias humanas. Se va entonces Gadamer por otro camino, que como indica Grondin (2003) es 152 un volver a recordar, porque busca en la tradición del humanismo, de los humaniora una vía para la comprensión de la particularidad de las ciencias del espíritu. En consonancia con esa búsqueda, Verdad y método discurre en su primera parte, acerca de los conceptos centrales del humanismo: formación, sensus communis , capacidad de juicio y el gusto, ya que “fue en el seno de esta tradición donde se formaron los conceptos que pueden dar cuenta de la propia pretensión de conocimiento de las ciencias del espíritu” (Grondin, 1999:160). Ahora bien, Verdad y Método insiste en aclarar el origen de la decadencia del humanismo y “cómo las pretensiones de verdad de conocimiento espiritual-c ientífico cayeron con ello bajo el patrón del pensamiento metódico de la ciencia moderna, un patrón que les era esencialmente extraño (Gadamer, 1977:54). Fundamentalmente, se atribuye este desmoronamiento a la labor de Kant, quien “estetizó” los conceptos humanistas, restándoles valor cognoscitivo y al desacreditar “cualquier otro conocimiento teórico que no sea el de la ciencia natural, obligó a la autorreflexión de las ciencias del espíritu a apoyarse en la teoría del método de las ciencias naturales” (Gadamer, 1977: 74). En ese sentido, Gadamer insiste en rescatar experiencias de verdad, como la experiencia del arte , la que se constituye en el punto de partida de Verdad y método. El que en la obra de arte se experimente una verdad que no se alcanza por otros caminos es lo que hace el significado filosófico del arte, que se afirma frente a todo razonamiento. Junto a la experiencia de la filosofía, la del arte representa el más claro imperativo de que la conciencia científica reconozca sus límites (1977:24). 153 El autor se propone realizar una crítica a la teoría estética que está limitadapor el concepto de verdad de la ciencia. En la “conciencia estética” habría una especie de devaluación de la obra de arte, sería una “actitud de la conciencia que contempla de manera puramente estética las obras de arte, es decir, prescindiendo de su dimensión moral o cognitiva” (Grondin, 2003:45). Es por ello que Gadamer interroga: “¿No ha de haber, pues en el arte conocimiento alguno? ¿No se da en la experiencia del arte una pretensión de verdad diferente de la de la ciencia pero seguramente no subordinada o inferior a ella?” (1977:139). De allí Gadamer deriva, planteamientos en torno a que la experiencia del arte es una forma especial de conocimiento, distinta del conocimiento de la ciencia, del conocimiento racional de lo moral y de todo conocimiento conceptual, pero al fin, se constituye el arte en “mediación de verdad”. Pero para restituirle esa condición de verdad a la experiencia del arte, es preciso alejarse del planteamiento kantiano el cual valida el conocimiento desde la perspectiva del conocimiento alcanzado por las ciencias naturales. Este baremo es el que destina al patio trasero a las ciencias humanas, a la filosofía y al arte. El problema que se plantea entonces, es cómo lograr la legitimación de estas formas de verdad. Gadamer propone la profundización de la comprensión como vía para el logro de esta legitimación. En este sentido, se busca comprender la tradición, comprender la historia, el arte y la filosofía para que ese comprender se constituya como acontecer de una 154 experiencia de verdad, que alcanzada de esa manera “se graba como ningún argumento científico riguroso” (Grondin, 2003: 46). Se hace referencia que frente a los trabajos de tradición histórica de la filosofía, la experiencia de comprensión se presenta como una actividad superior que ve por detrás de la apariencia del método histórico. Al tratar de comprender a los clásicos de la filosofía, se consigue una verdad “que no se alcanzaría por otros caminos”, aunque este mirar hacia atrás pueda contradecir el modelo de investigación y progreso que la ciencia toma como norte. La comprensión supera los límites del historicismo, resaltando la universalidad del aspecto hermenéutico. Gadamer pretende rastrear y mostrar lo que es común a toda manera de comprender y en ese orden de ideas manifiesta: “la comprensión no es nunca un comportamiento subjetivo respecto a un objeto dado, sino que pertenece a la historia efectual, esto es al ser de lo que se comprende” (1977:14). Gadamer plantea una pregunta, no sólo a las ciencias del espíritu y a la ciencia en general, sino “al conjunto de la experiencia humana del mundo y de la praxis vital”. Pregunta ¿Cómo es posible la comprensión? Y es esta interrogante la que el autor considera básica antes incluso de la metodología, reglas y normas de las ciencias comprensivas. Pero se sostiene de forma firme, que el fenómeno de la comprensión – el cual permea todas las referencias humanas del mundo- tiene validez dentro de la ciencia y no acepta la conversión a un método científico. Se pretende entonces, la legitimación de estas experiencias de verdad que 155 quedan fuera del control de la metodología científica, ya que no pueden ser verificadas con los medios de ésta. Gadamer se propone desarrollar un concepto de conocimiento y verdad acorde a la experiencia hermenéutica, que supere la limitación metódica de la ciencia. El fenómeno hermenéutico es en sí mismo una forma de filosofar, y es por ello que lo que busca Gadamer en Verdad y Método I, más que el desarrollo de una metodología, es lograr un acuerdo acerca de lo que son las ciencias del espíritu y lo que las vincula con la experiencia del mundo, buscando no hacer prescripciones a la ciencia o a la vida, “sino que se intentará corregir una falsa idea de lo que son ambas” (1977:25). La perspectiva hermenéutica del autor, entiende que el mundo en el que vivimos como seres humanos, está conformado por la tradición histórica y el orden de la vida natural. Ese universo hermenéutico, abierto, se conforma en la medida en que el hombre experimenta con sus semejantes, con la tradición y con las condiciones naturales de existencia. Es por ello que la propia definición de las ciencias del espíritu, debe hacerse en el propio seno de la tradición, vinculada a ésta. En ese proceso, debe exigirse autotransparencia con el fin de entender mejor el universo de la comprensión, más de lo que sería posible si se asumiese el concepto de conocimiento de la ciencia moderna. Esa vinculación con la tradición, debe estar consciente de la diferencia del filosofar en el tiempo actual con respecto a la tradición clásica, ya que la conciencia histórica de nuestro tiempo ha implicado una ruptura drástica; de esta forma, la tradición del pensamiento 156 occidental ha operado de forma interrumpida (1977:26). La relación con los conceptos de la tradición se ha movido en dos extremos: uno, el uso erudito, arcaizante, y el otro, el uso técnico que se sirve de los conceptos como herramientas. Ante las dos posiciones, Gadamer propone asumir de forma honesta los condicionamientos previos, tales como los conceptos y el lenguaje: “La conceptualidad en la que se desarrolla el filosofar nos posee siempre en la misma medida en que nos determina el lenguaje en que vivimos” (1977:27). La propuesta es de colocar esos condicionamientos del individuo en diálogo con el entorno, ante “el foro de la tradición histórica”. En ese sentido, Verdad y Método, retoma los aportes de Husserl, Dilthey y Heidegger, estableciendo con ellos una vinculatividad. La Hermenéutica filosófica se constituye en una perspectiva cónsona para las llamadas ciencias del espíritu, en la resistencia de éstas a ser medidas y consideradas según los patrones de la ciencia metódica. Gadamer argumenta que la experiencia de las ciencias históricas, de la filosofía y del arte no puede ser aprehendida bajo el enfoque de las ciencias naturales. El método en las ciencias del espíritu no es lo central en tanto que la misma realidad humana no es absolutamente predecible y debe estudiarse en su particularidad. Pero se señala, que la particular definición de estas ciencias no excluye que posean una verdad, en todo caso no limitada por el reduccionismo científico contemporáneo. La experiencia hermenéutica se constituye en un movimiento abarcante y universal ligado a la esencia misma de la realidad humana. 157 En palabras de Jean Grondin: “La hermenéutica no tiene que proponer nada. La hermenéutica, como cada filosofía, quiere decir lo que es, quiere describir lo que es. No se trata de proponer una nueva racionalidad, se trata de describir la racionalidad nuestra, que es la racionalidad hermenéutica, una racionalidad con esperanza de sentido” (Jiménez: 2005). 4.3. El lenguaje en e l horizonte hermenéutico Es conocida la tematización del lenguaje hecha por la filosofía contemporánea; desde distintas tradiciones, como la filosofía analítica y la hermenéutica, la filosofía volvió la mirada al lenguaje, en lo que algunos autores denominan giro lingüístico, entendiendo éste como “el fenómeno que desde principios del siglo XX se ha desarrollado en la filosofía occidental, en el cual se ha privilegiado la reflexión sobre el lenguaje, tema que la filosofía había relegado a un segundo plano” (Rodríguez Silva, 2005:118). La tradición analítica de la filosofía, ha experimentado una tematización del lenguaje pero de cuño totalmente distinto, pues persigue la crítica del lenguaje en su pluralidad y ambigüedad, como enemigas de la certeza que pretende el conocimiento científico; se busca un lenguaje objetivo, de base lógica, que apunte a la expresión de verdades indudables. Mientras que la tradición hermenéutica, “concibe al lenguaje158 como espacio abierto del horizonte en donde el hombre hace mundo”, nos dice Rodríguez Silva (2005:119). Algunos autores han visto ese giro hacia el lenguaje como un intento por salir de una crisis en la que estaba sumergida la filosofía después de la segunda guerra europea, así lo plantea Emilio Lledó, quien nos indica que “La filosofía contemporánea para salir de esta crisis discurre por varios senderos, y la tierra sobre la que esos senderos se dibujan, se llama lenguaje” (1970:50). Dentro de la reflexión filosófica posterior a Aristóteles, la presencia del lenguaje tuvo un carácter más bien marginal y secundario, carácter que fue superado por la obra de Wilhelm von Humboldt, quien impulsó los estudios lingüísticos hacia nuevos rumbos. Sin embargo, Lledó resalta el hecho de que para filósofos como Descartes o Kant, el lenguaje no presentara ningún interés. Según la perspectiva del filósofo español, este “olvido” del lenguaje representaba un retroceso frente a la especulación griega, en la que el pensamiento presocrático, centrado en el logos, el Cratilo platónico y la teoría aristotélica de la significación y el símbolo habían sentado bases para la ubicación del fenómeno del lenguaje. Sin embargo, según Lledó, la filosofía griega “no habría de influir de manera tan decisiva por lo que respecta al logos” (1950:52), manifestando que lo que ha condicionado el desarrollo de la filosofía, ha sido un olvido del logos. Arguye, entre las razones que podrían justificar este olvido, la dificultad de establecer distancia con respecto al lenguaje, por esa 159 cercanía en la que se diluye el pensamiento, se hace difícil su objetivación. Si bien Gadamer coincide en la dificultad de producir un distanciamiento con respecto al lenguaje , una conciencia lingüística difícil de alcanzar, su comprensión del proceso es distinta. Veamos por qué. Con respecto a la difícil distancia entre ser humano y lenguaje, Gadamer coincide con Lledó al atribuírsela a que “el pensamiento sobre el lenguaje queda siempre involucrado en el lenguaje mismo” (1994:147), por esa enigmática relación entre pensar y hablar. En parte, la identidad de la denominación griega de lenguaje y logos se fundamenta en la inconsciencia del lenguaje, es decir, éste forma parte tan íntimamente del ser humano que se hace casi imposible un distanciamiento de él. Por eso Gadamer señala que el registro, por ejemplo, del término alemán “die Sprache”, es un resultado tardío ; de allí que logos signifique pensamiento, lenguaje, concepto y ley (1994:147). Para este pensador, el lenguaje: forma parte de lo más oscuro que existe para la reflexión humana. La lingüisticidad le es a nuestro pensamiento algo tan terriblemente cercano, y es en su realización algo tan poco objetivo, que por sí misma lo que hace es ocultar su verdadero ser (1977:457). Gadamer señala que la ciencia lingüística ha argumentado, con razón, que el concepto moderno de lenguaje implica una toma de conciencia de él, producto de un resultado histórico, por lo que ese concepto no puede ser aplicable a la concepción del lenguaje que tenían los griegos. Sin embargo, este “proceso de concienciación” es el que ha 160 hecho posible objetivarlo, abstraer su forma independiente de su contenido. Para el filósofo de Marburgo, “El camino iría desde la completa inconsciencia del lenguaje propia del clasicismo griego hasta la devaluación instrumentalista del lenguaje en la edad moderna” (1977:484). Esta dirección que ha prevalecido no tiene para Gadamer que ser un proceso histórico unívoco, dado que no puede dar cuenta de la vida del lenguaje mismo en su realización viva, pues lo que ha implicado ese proceso de objetivación es que tanto la ciencia como la filosofía del lenguaje “trabajan bajo el presupuesto de que el único tema es la forma del lenguaje” (1977:485), convirtiéndolo en objeto. Para Gadamer la filosofía griega sí ejerció su influjo en el “olvido” del lenguaje al seguir la tradición filosófica los derroteros abiertos por el Cratilo platónico. En Verdad y método, como señala Grondin, “Platón aparece como el principal responsable del olvido del lenguaje que determinará y caracterizará a toda la historia del pensamiento de occidente” (2003:200). En esa perspectiva, más que en la inconsciencia del lenguaje, la razón de su olvido, estaría en las consecuencias del Cratilo platónico que marcó toda la reflexión ulterior del lenguaje, hasta Humboldt. De esta forma Gadamer concluye: La crítica de la corrección de los nombres, realizada en el Cratilo, representa el primer paso en una dirección que desembocaría en la moderna teoría instrumentalista del lenguaje y en el ideal de un sistema de signos de la razón. Comprimido entre la imagen y el signo, el ser del lenguaje no podía sino resultar nivelado en su puro ser signo (1977:502). 161 El Cratilo o de la corrección de los nombres, considerado el documento esencial de la posición griega con respecto al lenguaje, discurre en torno a las dos posiciones extremas manejadas: la teoría convencionalista y la teoría de la semejanza de los nombres. Gadamer señala en la contraposición de ambas visiones la intención de Platón: éste pretendió demostrar la imposibilidad de llegar a través del lenguaje a una verdad objetiva y es a través del pensamiento “confiado por entero a sí mismo” que puede superarse la limitación de la palabra: “Lo que abre el acceso a la verdad no es la palabra sino a la inversa: que la adecuación a la palabra sólo podría juzgarse desde el conocimiento de las cosas” (1977:489). Aun cuando se plantea la pregunta de cómo puede conocerse lo real, la lingüisticidad es vista como la apariencia sensible de las cosas, algo que debe ser superado. Para Gadamer, Platón no toma en cuenta que el pensamiento como diálogo del alma consigo misma (el que para Platón era mudo) ya se sustenta en el lenguaje. Se mantiene la noción de copia y modelo, copian tanto el artesano, el orador o el filósofo; se señala que dentro de la tradición griega la palabra es sólo un medio que no representa al verdadero ser: la variabilidad del nombre, el nombre que puede ser cambiado es lo que pone en duda la verdad de la palabra. No obstante, dentro de ese panorama que indica el ocultamiento de la esencia del lenguaje, parecen abrirse algunos resquicios que rebasan la propia intención platónica. Entre estas posibilidades, resalta el que Cratilo se oponga a la noción de la palabra como copia, en tanto que és ta 162 implica una similitud imperfecta del original: “El que la palabra que nombra a un objeto lo nombre como el que es porque posee por sí misma el significado por el que se designa tal referencia, no implica necesariamente una relación de copia” (1977:493). Gadamer apunta de forma directa a la noción de que no puede existir distancia entre la palabra que nombra a la cosa, dado que aquélla no la imita, como puede suceder, por ejemplo, en la pintura, de donde se puede siempre establecer la distancia óntica entre la imitación y el modelo. Se produce en la palabra una relación de intimidad con lo nombrado que no es producto de la similitud. Y apunta cómo Cratilo sostiene que toda palabra como palabra en sí, tiene que ser correcta, independientemente de que el uso que de ella se haga no lo sea. De allí entonces, que para Gadamer, la verdad de la palabra radica en su perfecta espiritualidad, “esto es, su ser se abre en su significado” (1977:494), de forma que “(…) tiene sentido hablar de una perfección absoluta de la palabra, puesto que entre su apariencia sensible y su significado no existe relación sensible ni en consecuencia distancia” (1977:493). Pero lo que se deriva del Cratilo implica que el conocimiento de la realidad debe abordarse prescindiendode la palabra ya que “en el propio ser de las palabras como tales no existe acceso alguno a la verdad, por mucho que cualquier buscar, preguntar, responder, enseñar y distinguir esté obligado a realizarse con los medios lingüísticos” (Gadamer, 1977:497). Al mismo tiempo se asumiría que la perfección de un sistema 163 ideal de signos de correspondencia unívoca, desplazaría lo contingente de las lenguas naturales; y apuntaría a la superación del lenguaje a través de un sistema de símbolos artificiales. Esta concepción del lenguaje, implica para Gadamer una devaluación y una perspectiva que no hace justicia a su propio ser, degradando su función a simple instrumento del pensamiento y simplificando al máximo su consideración. Grondin especifica que la tesis de esta concepción corresponde al nominalismo, en su sentido amplio: “las palabras no son más que designaciones o signos “posteriores” y en buena parte convencionales que se aplican a las cosas y a los pensamientos” (2003:201). Veremos que esta concepción le resta densidad al lenguaje, cierra las posibilidades de poder apreciar su verdadero enigma y complejidad. La marginación del lenguaje va acompañada del lugar secundario y problemático que se le concede para el logro de un conocimiento; éste está más relacionado con la lógica “que refleja el orden de las ideas, tal como ese orden s e estructura –todavía sin palabras- en la claridad inteligible del puro entendimiento” (Grondin, 2003:204). Cuando se domina pudiera reproducir el curso lógico del pensamiento, pero en caso contrario, el lenguaje lo distorsiona a través de equívocos o de metáforas lo que hace necesario, una crítica lógica del lenguaje, como lo plantea la filosofía analítica. Críticas en este mismo sentido fueron formuladas en su época por el sabio de Tegel, Wilhem von Humboldt, quien se opuso a toda visión reduccionista de la lengua. Para Humboldt, “la lengua posee una honda y 164 no desvelada hondura” imposible de escrutar, “el lenguaje comparte esta inmensidad sin principio ni fin con la existencia toda de la estirpe humana” (1990:85-6). Si para Gadamer la cancelación de una apreciación que haga justicia al lenguaje se remonta a la influencia del Cratilo ; para Humboldt la cancelación proviene de la consideración del lenguaje sólo como sistema de signos. Si bien Humboldt no se refiere directamente al Cratilo, si plantea en Sobre la diversidad de las estructuras del lenguaje humano (1990), que la valoración de la lengua como sistema de signos impide toda apreciación correcta con respecto a ella; la palabra puede compartir características similares al signo y al símbolo pero: se sale completamente de la clase de signos por el hecho que lo designado tiene una existencia independiente de su signo; el concepto, sin embargo, adquiere su completud sólo mediante la palabra y ambos no pueden ser separados. Desconocer este hecho y considerar a las palabras como meros signos es el error principal que destroza toda ciencia del lenguaje y toda apreciación correcta del mismo (Humboldt, 1990: 222). (Resaltado nuestro) Para Lafont, la riqueza de las perspectivas abordadas por Humboldt, reside en el rechazo de teorías reduccionistas las cuales consiguen una aparente sistematicidad, a costa de una falta de complejidad (1993:31). Al estar el lenguaje objetivado como sistema de signos, de una forma adimensional y plana, como simple relación lineal entre el objeto y la palabra, se cierra la posibilidad de que despierte un interés filosófico. Humboldt rechaza la idea de que la lengua se limite a designar objetos ya percibidos como tales y expresa que el lenguaje no es una simple 165 envoltura que el hombre utiliza como medio para llegar a las cosas; esta visión del lenguaje ha impedido el conocimiento del mismo; de no ser así hubieran podido surgir otras perspectivas sobre la naturaleza del lenguaje, más allá de la forma lógica y gramatical del habla (Lafont, 1995:33). Así, Humboldt platea que: “el hombre vive con los objetos de la manera como el lenguaje se los presenta. Por el mismo acto que el hombre hila desde su interior la lengua, se hace él mismo hebra de aquélla (…)” (Humboldt, 1990:83). Retomando los planteamientos de Gadamer con relación al tema del lenguaje dentro de la filosofía griega, este autor encuentra un atisbo inquietante en la expresión aristotélica según la cual el hombre es un ser vivo dotado de logos . Esta frase, traducida comúnmente como el hombre es un “animale rationale”, ha llevado a centrar la diferencia radical con los animales, en la capacidad de pensar. La comprensión de Gadamer es inversa, ya que en el texto de Aristóteles, logos significa primordialmente lenguaje. Esta reinterpretación de la frase es realizada a partir de la experiencia de Heidegger quien manifestó el equívoco de traducir logos por rationale, aun cuando el contexto del pasaje de la Política, afirma Gadamer, es unívoco. La propuesta aristotélica implica asimismo que el hombre como poseedor del logos puede informarse sobre lo útil y lo dañino, lo justo y lo injusto, lo que le permite una superioridad sobre lo actual, sobre lo que aun no está presente. Sin embargo, ese atisbo aristotélico no fue la vertiente predominante en la filosofía griega ni en la posterior. Sólo 166 encuentra Gadamer en una idea no griega, más justicia al ser del lenguaje: la idea cristiana de encarnación, a la que se debe que el olvido del lenguaje en el pensamiento occidental no fuera total (1977:502). Esta idea de especial importancia durante la Edad Media establece una relación no instrumental entre pensamiento y lenguaje, en la que la palabra se funde con la revelación. Para Gadamer el pensamiento cristiano y la idea de la encarnación están relacionados con el problema de la palabra , pues el misterio de la trinidad se apoya en la relación humana del pensar y hablar (1977:503). Grondin sintetiza los planteamientos relacionados con la idea cristiana de encarnación a partir de dos aspectos: “en primer lugar, se trata de la igualdad de esencia entre el pensar y su posible manifestación lingüística, ya que para nosotros no puede existir ningún pensar conc ebible sin el previo elemento del lenguaje” (2003). 4.4. La tradición Hamann-Herder-Humboldt como filiación de la hermenéutica filosófica La coincidencia entre los planteamientos de Gadamer y de Humboldt, con relación a la crítica del lenguaje reducido a su dimensión sígnica, expresa muy claramente la filiación de la hermenéutica filosófica con toda una tradición dentro de la filosofía alemana del lenguaje, conocida como la tradición de Hamann-Herder-Humboldt, siguiendo la denominación acuñada por Ch. Taylor (Lafont, 1993). Estos tres autores inauguraron toda una corriente que se erigió, en su momento, como 167 crítica a la consideración del lenguaje como simple instrumento mediador entre la relación del hombre con el mundo. La característica definitoria de la consideración del lenguaje había girado en torno a su función designativa e instrumental; y éste es el giro dado por esta tradición, la cual inaugura una consideración del lenguaje como apertura del mundo que será, al cabo de dos siglos , retomada por la hermenéutica filosófica siendo ésta un punto de confluencia con esa larga tradición. Es por esto que, basándose en esta comunidad de ideas, Cristina Lafont, en su libro La razón como lenguaje (1993), intenta ubicar en el mismo horizonte a Hamann, Herder y Humboldt (iniciadores de esta tradición) y a Heidegger, Gadamer y Habermas , como sus continuadores contemporáneos. Es por ello, que Lafont al hacer la ubicación general de esta tradición y al referirse a las diferencias entre Heidegger y Humboldt, por ejemplo, las considera “como crítica interna en lamedida en que Heidegger parte de una concepción estructuralmente idéntica a la de Humboldt” (1993:67), a saber, la noción del lenguaje como apertura del mundo. Con respecto al cuestionamiento de la visión instrumentalista del lenguaje, se inicia como una crítica contra el racionalismo de la Ilustración. Fue Johann Georg Hamann, conocido como el Mago del Norte por su estilo místico, quien reaccionó agudamente ante la actitud de los racionalistas por haber hispostasiado la razón “hablando de ella y de sus logros como si fueran algo independiente y como si el ideal de la vida humana consistiera en la conquista de todas las esferas por la razón” 168 (Copleston, 2004: 136). La crítica de Hamann a Kant no tuvo repercusión en su época, pero tal como señala Lafont, prefiguró ideas que posteriormente han sido tema de la discusión filosófica. Lafont señala como leitmotiv principal de los planteamientos de Hamann afirmaciones como “sin la palabra, ni razón ni mundo” y “la razón es lenguaje, logos”, las cuales expresan también posiciones como las de Heidegger y Gadamer (1993:23), dos siglos después. Ya estas afirmaciones constituyen un giro radical, que según Lafont, no tiene precedente alguno en la tradición de la filosofía occidental. Los planteamientos de Hamann contra la Crítica de la razón pura, quedaron expresos fundamentalmente en Metacrítica del purismo de la razón pura, en la que “Hamann atacaba las separaciones kantianas de razón, entendimiento y sentido y, de forma y materia en la sensación y la conceptualización. Kant trabaja con abstracciones” (Copleston, 2004:136). Lafont expone que Hamann tomó el caminó de la realización de una metarreflexión sobre las condiciones de posibilidad del análisis mismo que es llevado a cabo por Kant, en la Crítica de la razón pura, planteando una interrogante olvidada por Kant: “Cómo es posible la capacidad de pensar” (1993:26), y su respuesta es, claramente, que esta capacidad radica en el lenguaje y por lo tanto, toda razón pura, queda manifestada como ilusoria. La crítica de Hamann a Kant se centra en la “imposibilidad de purificar la razón del lenguaje, ya que éste es el único, primer y último órgano y criterio de la razón” (Lafont, 1993:26). Se destaca el doble 169 carácter del lenguaje, empírico y conceptual: Empírico, por la realidad sensible de las palabras y, conceptual por su significado; la fusión de estas dimensiones posibilita el abstraer lo conceptual de lo sígnico, pero esto es factible sólo una vez que se ha adquirido el lenguaje (Lafont, 1993:27). El cuestionamiento de Hamann fue continuado por Herder, para quien el fundamento de la razón tiene su origen en la imaginación. Asimismo, Herder nos dice: “Los instrumentos del lenguaje pueden y deben considerarse como el timón de la razón, y el habla como chispas celestiales que encienden las llamas de nuestros sentidos y pensamientos” (Rodríguez, 2005:89). Esta relación tan cercana y enigmática entre lenguaje y razón, fue precisamente uno de núcleos temáticos del giro hermenéutico en el siglo XX (Gadamer, 1997). Sin embargo, se señala que la articulación más coherente y sistemática de esta acepción del lenguaje como constitutivo del mundo dentro de la tradición Hamann-Herder-Humboldt, fue realizada por Wilhelm von Humboldt, considerado como el fundador de la lingüística y de la moderna filosofía del lenguaje. La articulación de la crítica al supuesto del lenguaje como instrumento es lo que posibilita abrir la vinculación entre lenguaje y comprensión del mundo. Ciertamente como afirma Lafont, estos temas pueden encontrarse en la tradición hermenéutica, pues veamos que para Gadamer el lenguaje desborda cualquier argumentación contra su competencia, por ello puede hacer afirmaciones como éstas: “Su universalidad [del lenguaje] se 170 mantiene a la altura de la razón”, o “El lenguaje es el lenguaje de la razón misma” (1977:482). Más allá de la diversidad histórica de las lenguas y del hecho, como lo señaló Humboldt, de que el que habla una determinada lengua está penetrado de la absoluta adecuación entre palabras y cosas, “la razón se eleva por encima de las barreras de toda constitución lingüística dada” (1977:483). Es en ese sentido, que Gadamer asume su obra no en la misma dirección en que la asume la lingüística, en tanto que ésta se interesa por la diversidad de lenguas, compara la particular forma de cada una de ellas. Mas la hermenéutica, se interesa por la unidad del pensar y hablar, rebasando las fronteras lingüísticas. Otro punto de conexión importante, es la oposición hermenéutica al lenguaje como signo, que entiende las palabras y los conceptos como herramientas disponibles, tal como puede un artesano usar y dejar sus instrumentos. Por ello se cuestiona el concepto de lenguaje del que parten la ciencia y la filosofía del lenguaje, en tanto que se ha privilegiado el lenguaje como forma, apartando el contenido y la tradición que nos transmiten las lenguas. Sin embargo, Gadamer se separa del camino trazado por Humboldt, ya que la investigación de éste, está marcada por la abstracción hacia la forma, en tanto su campo de investigación fue la diversidad de estructuras del lenguaje humano. En ese sentido, “la fundación de la filosofía del lenguaje y de la lingüística por Wilhelm von Humboldt no significó en modo alguno una restauración de la concepción aristotélica”, nos dice 171 Gadamer en el artículo Hombre y Lenguaje (1994: 146), ya que las lenguas se convirtieron en objeto de investigación. Aun cuando se reconoce que tanto Herder como Humboldt aclararon la lingüisticidad originaria del ser humano y su importancia esencial para la visión del mundo, el camino que se abrió, a partir sobre todo de la investigación del sabio de Tegel, privilegió el estudio de la lengua como forma y estructura, si bien habría que considerar que la posición de éste iba mucho más allá de la limitación formal, al afirmar: “Toda investigación que aspire a penetrar la esencia viva del lenguaje deberá tomar este hablar trabado por lo primero y verdadero. Su dislocación en palabras y reglas no es más que el torpe producto inerte de la dislocación científica” (1990:65). Por ello Gadamer reconoce que aun en el concepto de forma, Humboldt conserva la vida histórica del espíritu y en esa medida “confiere al concepto de forma interior una legitimación propia que hace justicia a la movilidad histórica de la vida del lenguaje” (1977:529). Sin embargo, el manejo de un concepto de lenguaje como el de Humboldt, marcado por el privilegio hacia la forma no es el que satisface a la hermenéutica filosófica. Para ésta la forma y el contenido transmitido no han de separarse en la experiencia hermenéutica, y si bien se comparte el planteamiento de Humboldt de que cada lengua es una acepción del mundo, lo es no tanto por representar un tipo de lengua sino por lo que se transmite en ella. Desde este punto de vista se diferencia claramente lo que es el “estudio científico del lenguaje”, éste como forma, estructura, como 172 objeto, de lo que es el pensar acerca de esa íntima relación que nos vincula a él. La lingüística puede avanzar velozmente en cuanto a la caracterización del lenguaje, pero se delimitan ambos caminos: Quiere esto decir, que no son precisamente las ciencias del lenguaje, las que pueden ayudar a desentrañar esa incógnita que representa el lenguaje para el ser humano, en tanto las lenguas se estudian más como códigos, como sistemas de signos instrumentales, que como parte de la misma esencia humana. 4.5. La cercanía inquietante del lenguaje “La verdad hermenéutica no puede entenderse sin su dependencia del lenguaje”, nos dice Grondin en el capítulo titulado La verdad de la palabra (2003:218). Y es que parael filósofo de Marburgo, el lenguaje va a constituir la propia base de la experiencia humana del mundo, su propia posibilidad de ser. Por ello su acercamiento a él es diametralmente opuesto a su consideración como objeto; comprender e interpretar como actitudes originarias del ser humano están fundados lingüísticamente; ni la comprensión ni el lenguaje son simples objetos “sino que ambos abarcan todo lo que de un modo u otro puede llegar a ser objeto” (1977:485). Se resalta entonces la unidad del lenguaje y pensamiento como relación enigmática; enigma que recuerda las palabras de Humboldt y que no puede ser resuelto por la ciencia. Se deriva de esta idea, una visión no 173 instrumental del lenguaje, que es esencial para la propuesta que se ha desarrollado en esta investigación. Se señala que el lenguaje no es sólo un medio para comunicarse con el mundo, ni instrumento ni herramienta que se abandonan una vez usados, lo que devolvería al hombre a un estado a- lingüístico. Por el contrario, se afirma que el hombre está sostenido por la interpretación lingüística del mundo y que el lenguaje es la “verdadera huella de su finitud”. Aun cuando el lenguaje se convierta en objeto distante de una o varias disciplinas, hay que asumir que él “no es (sólo) algo mundano sino condición del mundo, y no es (sólo) propiedad del yo sino condición suya” (Gadamer, 1977:69-70). La reflexión acerca del lenguaje gira en torno a distintas funciones que enfatizan diversos aspectos. René Vilar, en el prólogo a la selección de textos de Gadamer “Arte y verdad de la palabra” (1998), se refiere a la coexistencia de la función cognitiva, la comunicativa y la categorizadora. Dependiendo de la función privilegiada, la filosofía del siglo XX ha dado origen a diferentes modelos sobre el lenguaje. En las concepciones cognitivas, que toman como modelo la ciencia y su discurso, se otorga “primero a los nombres y luego a los enunciados que describen estados de cosas un papel básico en la explicación de lo que es el lenguaje y su funcionamiento” (Vilar en: Gadamer, 1998: 12). Por otra parte, los modelos comunicativos, resaltan la importancia de lograr el acuerdo con los otros, asumiendo el lenguaje como forma de vida en relación con la ética. Mientras, que la función categorizadora, se erige en la “constituidora o abridora del mundo acerca del que se puede hablar”. 174 Dentro de esta última ubica Vilar a Gadamer, en el sentido de que éste coloca a “esos modos anómalos del empleo del lenguaje que son la literatura y la retórica en el lugar del modelo” (1998:11). Si bien es cierto que Gadamer otorga una esencial importancia a la palabra poética que según Grondin (2003) es uno de los pilares de su obra atendiendo a que en la poesía “no sólo se expresa bellamente el mundo, sino que en ella se revela más que nada el mundo, a saber, en el sentido de que una palabra hace que una cosa y su espacio estén presentes” (2003:220), no menos cierto es, que le da un valor asimismo fundamental, al lenguaje como medio de entendimiento, como forma de vida que implica –en la medida en que estamos relacionándonos con otros - un fenómeno moral y una forma de entendernos en el mundo. Más allá de la función categorizadora en Gadamer, hay también en su concepción del lenguaje un marcado énfasis en el modelo comunicativo. Pero no en el sentido limitado, cercenado como una simple acción para obtener un fin , de quien usa el lenguaje de forma eficiente para dar una información determinada, sino en el de insistir en el lenguaje como forma de vida y de entendimiento con el otro . Lafont sostiene que el lenguaje como el medio en el que se realiza el entendimiento , se contrapone a su valoración como mero instrumento para la transmisión de información; por el contrario, el lenguaje se presenta en la hermenéutica filosófica como “‘constitutivo’ de aquello sobre lo que ha de tener lugar el entendimiento (…) éste no puede ser considerado como mero ‘instrumento’ para alcanzar un entendimiento 175 sobre algo que existe con independencia de dicho instrumento” (1993:100). Es decir, el entendimiento no puede ser concebido como algo previo a la conversación misma y el acuerdo que parte de entender ambas partes la misma cosa, se constituye en “un telos inherente a todo hablar” (Lafont, 1993:102). Al mismo tiempo, esta dimensión comunicativa del lenguaje pretende romper con el privilegio de la relación sujeto-objeto que distorsiona todo acercamiento al lenguaje, en su lugar se prima la relación sujeto-sujeto, en la que ambas partes buscarán escuchar al otro para intentar hacer comprensible su verdad. Y es algo que debemos comprender, para Gadamer la esencia del lenguaje se reconoce en la capacidad de manifestar en “algo muy ligero, en el aliento de nuestra voz, todo lo que toma sentido para nosotros, y podemos hacerlo audible y comunicable para otros” (1993:12) y reafirma que ese acto es una toma de distancia de uno mismo que permite la apertura a los demás, diferenciando lo que podría ser el lenguaje en los animales como movimientos expresivos o gritos de alarma, de un “verdadero esfuerzo por la comunicación”, por eso nuestro autor exclama: “Comunicación, ¡qué palabra más bella! Se trata de que compartimos algo mutuamente que de este modo no es menos, sino tal vez más” (1993:12). 176 4.6. El diálogo: centro del lenguaje El propio ser humano comienza a definirse a sí mismo en su lingüisticidad a través de lo que Gadamer considera esencial: el diálogo. Por eso afirma, partiendo de un poema de Hörderlin: “Desde el diálogo que nosotros mismos somos intentaremos, pues acercarnos a las tinieblas del lenguaje” (1977:457), que es, al mismo tiempo, penetrar en nuestras propias tinieblas. Es sabido que la filosofía gadameriana se centra en la reflexión sobre el lenguaje como constitutivo de la experiencia humana del mundo, en lo que Gadamer denomina lingüisticidad del ser. La lingüisticidad gadameriana va más allá de la noción de lengua aunque pase por ella, pues se constituye en el modelo que posibilita que algo me pueda expresar su verdad y que ésta sea comprendida. La verdad que ofrece la obra de arte, por ejemplo; la verdad de la tradición se traduce en lenguaje, la construimos por él y con él. La experiencia dialogal está presente incluso en la esencia de la experiencia humana del mundo ya que esta experiencia tiene una estructura dialogal; así se construye un diálogo permanente con lo otro, en interrelación constante: Toda la experiencia del mundo reposa en el modelo del diálogo, en “la estructura dialogal de la comprensión y del entendimiento”. Dentro de esta lingüisticidad enfatiza el diálogo, a su vez como el centro del lenguaje: el lenguaje se realiza en el diálogo y éste a su vez abre la posibilidad para el entendimiento y la búsqueda del consenso 177 entre los seres humanos. La noción de diálogo se abre más allá de las relaciones interpersonales, pues para el filósofo , dialogamos permanentemente con la tradición, como si ésta fuera un tú que nos habla, dado que la tradición nos llega y nos toca a partir del lenguaje. La tradición accede a la experiencia a través del lenguaje, ya que no puede “conocerse y dominarse por la experiencia, sino que es lenguaje, esto es, habla por sí misma como lo hace un tú” (1977: 434). Esto es válido incluso para la tradición no lingüística como la pintura, la escultura, la arquitectura, porque el ser humano se acerca a esas formas de expresión y para comprenderlas, las traduce en lenguaje. Hay un vínculo vital entre el yo y el tú, esencial en toda la filosofía de Gadamer. Se establece un diálogo con la tradición tal como se establece con el tú. En sí pudiera decirse que es una filosofía sustentada en la forma dialogal como
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