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Búsqueda de información En situaciones amenazantes las personas podemos buscar la compañía de otros con el fin de que nos proporcionen información que nos permita afrontar el peligro. Volviendo a los experimentos de Schachter (1956), ¿con quién preferiría Vd. esperar antes de que le dieran descargas eléctricas? ¿con alguien que espera lo mismo o con alguien que ya ha pasado por esa situación? Schachter encontró que las personas preferían esperar con quienes todavía no habían experimentado las descargas. Sin embargo, otros estudios han mostrado que las personas sometidas a amenaza buscan la compañía de quienes pueden proporcionarle más información acerca de la naturaleza exacta del peligro. Por ejemplo, Kulik y Mahler (1989) dieron la opción a unos pacientes, que esperaban en un hospital a que se les colocara un marcapasos, de instalarles en una habitación junto a otro paciente que esperaba lo mismo, o de acomodarles junto a un paciente que acababa de pasar por tal operación. De forma abrumadora los pacientes prefirieron estar junto a uno que ya había sido operado: ¿qué mejor información acerca de la levedad del peligro que la propia presencia de quien ha pasado por él y se encuentra sano y salvo? No obstante, el deseo de afiliación cumple otras funciones además de las que acabamos de men- cionar, porque está claramente demostrado que las personas no sólo buscamos la compañía de los demás en situaciones de incertidumbre, estrés o amenaza. También en las situaciones agradables y de gozo, las personas preferimos estar en compañía. Por ejemplo, Gable, Reis, Impett y Asher (2004) estudiaron las consecuencias intrapersonales e interpersonales que tiene la búsqueda de compañía de los demás cuando nos ocurren cosas buenas. Encontraron que el hecho de compartir con otras personas sucesos positivos iba asociado al incremento tanto del tono afectivo positivo cotidiano como del bienestar, más allá del propio impacto de los hechos positivos. Es más, estas consecuencias positivas se incrementaban cuando los demás respondían de forma activa y cons- tructiva (y no de forma pasiva o destructiva) a los intentos de compartir. En dos de los estudios incluidos en ese trabajo, realizados con personas que mantenían relaciones de pareja, se encontró que en aquellas relaciones en las que un miembro respondía de manera entusiasta cuando el otro compartía con él buenas noticias, los niveles de calidad de la relación (por ejemplo, intimidad, satisfacción diaria) eran mayores. En esta misma línea, la investigación de Tesser y colaboradores, siguiendo el Modelo del mantenimiento de la auto-evaluación propuesto por Beach y Tesser (1995) y por Tesser (2000), también ha mostrado que el proceso de reflejo (la capacidad para compartir el éxito de la otra persona) contribuye al bienestar emocional y a la satisfacción con la relación. Esta búsqueda de la compañía cuando nos pasa algo positivo, además de permitirnos retener durante más tiempo esa experiencia (y volver a revivirla al compartirla con otra per- sona), nos permite intensificar los vínculos sociales, promoviendo las interacciones sociales positivas, que son reforzantes y por tanto, fortalecen la relación (Gable y Reis, 2001). Además, el hecho de compartir las buenas noticias pone en marcha una interacción que nos permite percibir que los demás están contentos con nosotros —un proceso que incrementa la autoesti- ma, como señalan, entre otros Beach y Tesser (1995), y Tesser, Millar y Moore (1988) y ayuda a creer que los demás nos ven positivamente (véase Baumeister, 1998; Leary y Baumeister, 2000, Shrauger y Schoeneman, 1979). Lógicamente, para que esto último ocurra es necesario que los demás respondan positivamente a nuestros deseos de compartir (por ejemplo, no quitándole importancia a la buena noticia o fijándose en la parte negativa —si la tiene—). Relaciones y bienestar El siguiente capítulo mostrará que las relaciones interpersonales son, en ocasiones, fuente de sufri- miento y malestar. Sin embargo, lo que ha puesto de manifiesto la investigación hasta el momento es que las relaciones están estrechamente vinculadas con el bienestar de las personas. Como vere- mos también más adelante al hablar de la soledad, ésta ha aparecido relacionada con numerosos aspectos negativos, como depresión, baja autoestima y falta de habilidades sociales, entre otros. En el caso concreto del matrimonio, Wood, Rhodes y Whelan (1989) revisaron cientos de estudios y encontraron que las personas casadas eran, en general, más felices que las no casadas, aunque otras investigaciones han matizado que es la calidad del matrimonio, más que el matrimonio en sí, lo que parece incrementar la felicidad. Berscheid y Reis (1998) señalan la existencia, en este campo, de dos diferencias importantes entre hombres y mujeres. La primera es que el matrimonio parece estar relacionado con mayor felicidad general, especialmente en el caso de las mujeres; aunque el hecho de que también el matrimonio esté relacionado con ma- yor afecto negativo en el caso de las mujeres puede interpretarse como una mayor sensibilidad por su parte hacia los factores emocionales en las relaciones. Segundo, mientras que en el caso de los hombres la felicidad está relacionada con el hecho de estar casado o no, en las mujeres la felicidad está relacionada con la calidad de la relación, más que con el matrimonio. Otra línea de investigación ha mostrado que existe una clara relación entre los niveles de integración social de las personas, tal y como vienen indicados por el número de amigos, familiares y vecinos que tienen, o por su frecuencia de contacto social, y menor riesgo de mortalidad, mayor longevidad, y una mejor salud, tanto si se considera ésta en general (Cohen, 1988), como si se tienen en cuenta trastornos concretos —por ejemplo, cáncer y enfermedades cardiovasculares (Berscheid y Reis, 1998)—. No obstante, la relación entre integración social y tasa de mortalidad es más intensa cuando se trata de hombres que de mujeres (House, Landis y Umberson, 1988). De nuevo, más que las características objetivas de las redes sociales de las personas (tamaño, intensidad, frecuencia de contacto y similares), lo que parece mucho más importante de cara a la salud es si estas redes proporcionan o no apoyo social. El caso del apoyo social El apoyo social se ha definido de muchas maneras (Martínez y García, 1995), pero hay cierto consenso en considerar en él cuatro dimensiones fundamentales: • Apoyo emocional (estima, afecto, confianza). • Apoyo instrumental (ayuda material). • Apoyo empático (auto-afirmación, auto-validación, recepción de retroalimentación y de comparación social para saber cómo evaluar las cosas). • Apoyo informativo (consejo, sugerencias). También suele ser habitual diferenciar entre la disponibilidad percibida de tipos específicos de apoyo y la recepción real de cada uno de esos tipos de apoyo (Stroebe y Stroebe, 1996). Por último, algunas investigaciones miden si la persona se siente querida y valorada y si percibe que dispone de gente que le puede proporcionar ayuda en caso de necesitarla; se trata, pues, de una percepción del apoyo social orientada hacia el futuro. Otros estudios, en cambio, con- ciben el apoyo social en relación con el pasado, analizando si la persona ha recibido apoyo emocional, instrumental, informativo y empático. Las investigaciones han mostrado que los índices basados en el primer tipo de medidas están más relacionados con la salud de las per- sonas que el segundo. El apoyo social, especialmente el emocional que ocurre dentro de las relaciones, puede ser particularmente útil porque, quien está bajo estrés, puede hablar con alguien que lo acepta, que puede criticarlo sin sentirse rechazado y que en todo momento le confirma su valía como persona (Wills, 1991). El apoyo social tiene efectos beneficiosos sobre la salud física y psíquica de las personas. Por ejemplo, en el caso de las enfermedades cardiovasculares,hay evidencia de que los pacien- tes que reciben niveles altos de apoyo social, particularmente de sus parejas, es más probable que se recuperen de un infarto de miocardio, necesiten menos tiempo de hospitalización tras cirugía cardiovascular, y es menos probable que vuelvan a tener síntomas de angina de pecho tras operaciones de este tipo (Stroebe y Stroebe, 1996). En el caso de la salud psíquica, los estudios han mostrado una clara relación entre el apoyo social y la sintomatología depresiva (Schwarzer y Leppin, 1992). Esta relación es más clara cuando se mide la disponibilidad perci- bida de apoyo en vez del apoyo social recibido. Cada tipo de apoyo suele tener unos efectos beneficiosos diferentes (Stroebe y Stroebe, 1996). Véase el Cuadro 12.1. Cuadro : Consecuencias beneficiosas de los distintos tipos de apoyo. Tipo de apoyo Consecuencias beneficiosas Apoyo social emocional De todos los tipos de apoyo, éste es el que suele estar más relacionado con la salud y el bienestar (Wills, 1991), por ser menos específico. Las expresiones de afecto y cariño, por tanto, pueden tener efectos bene- ficiosos sobre cualquier tipo de factor estresante. Apoyo social instrumental Para ser efectivo, tiene que estar estrechamente relacionado con el factor estresante. Apoyo social empático Proporciona validez y seguridad a las creencias, capacidades y otras carac- terísticas de la persona. Incrementa la probabilidad de que ésta afronte con realismo las demandas del medio. El éxito o fracaso en las respuestas a estas demandas no sólo depende de las capacidades reales de la persona, sino también de su habilidad para estimar adecuadamente estas capacidades y de las dificultades de la tarea. Muchos fracasos se deben a una sobrevaloración de sus propias capacida- des y/o infravaloración de las dificultades de la tarea. Apoyo social informativo Puede influir en las conductas relacionadas con la salud de las personas, o puede ayudarles a evitar situaciones estresantes o arriesgadas (Cohen, 1988). Apoyo informativo no es igual a la información general que recibe la persona, sino más bien la información procedente de las personas con quienes se mantienen vínculos estrechos. Así, es mucho más probable que una persona fume o beba alcohol si en su círculo familiar y de amistades estas conductas están extendidas y son ampliamente aceptadas que si no lo son (Whalen y Kliewer, 1994). El inicio de las relaciones Aunque en el mundo actual todavía hay quien durante toda su vida apenas llega a conocer a un puñado de personas, como los miembros de algunas tribus amazónicas, lo cierto es que la mayoría de nosotros a lo largo de nuestra vida llegamos a conocer a miles de ellas. ¿De qué depende que iniciemos, por ejemplo, relaciones de amistad con unas y no con otras? ¿Por qué nos enamoramos de alguien particular? ¿Por qué nos casamos con una determinada persona? En las páginas que siguen intentaremos dar respuesta a estas preguntas. Importancia del contexto social Debido a que el estudio de las relaciones interpersonales ha tenido lugar fundamentalmente en el mundo occidental, y sobre todo en el estadounidense, se ha tendido a asumir que las relaciones cercanas son siempre voluntarias. De ahí que el principal factor que se haya estu- diado como causante de las relaciones sea la atracción: si dos personas se sienten atraídas eso es todo lo que se necesita (condición necesaria y suficiente) para que inicien una relación. Esta concepción olvida el hecho de que en otras culturas y países muchas de las relaciones que se inician no parten de la existencia de una atracción inicial. Incluso obvia la realidad de que también en nuestra cultura existen importantes factores sociales y situacionales que son determinantes para el inicio de relaciones. Uno de los aspectos del contexto social que más influyen en que fructifiquen o no relaciones cercanas es la accesibilidad real que tenemos a todas las personas que nos rodean. En primer lugar, está la pura proximidad física o, más exactamente, la accesibilidad para la interacción, pues a veces podemos estar muy cerca de alguien pero nunca interactuar con esa persona. Es lo que muestra el conocido trabajo de Festinger, Schachter y Back (1950). Véase Cuadro 2. Cuadro : Un estudio sobre la relación entre proximidad física y atracción. Se entrevistó a las mujeres de alumnos universitarios que vivían en un edificio de apartamentos. Estos se asignaban de forma aleatoria a medida que quedaban disponibles. Cuando se pidió a las participantes que dijeran cuáles eran las tres personas con quienes se veían más a menudo y con las que mejor se llevaban, se obtuvieron los siguientes porcentajes: • El 41% (de las personas elegidas) vivían en la puerta contigua (situada a unos cinco metros y medio). • El 22% vivían dos puertas más allá (alrededor de diez metros). • El 10% al final del pasillo (treinta metros). Es decir, pedir un favor, intercambiar información, o vivir experiencias comunes, al igual que muchos otros pequeños detalles sobre los que se puede ir construyendo una amistad, son sucesos que tienen mayor probabilidad de ocurrir con quienes tenemos más cerca. Pero tan importante o más que la proximidad física son las normas sociales que nos indican quién es un compañero, amigo o pareja apropiada. A veces esas normas sociales están clara y rígidamente establecidas, por ejemplo, como cuando no se permite el matrimonio entre personas de diferentes clases sociales. Otras veces están establecidas de forma más sutil; así, en nuestra sociedad actual no está “prohibido” el matrimonio con una persona de otra clase social, pero puede ocurrir sencillamente que esas personas no nos interesen, ni nos resulten atractivas, o pensemos que son inaccesibles. Podemos concluir, pues, que una cosa es con quién interactuemos y otra bien diferente es quién nos atrae. Surra y Milardo (1991) distinguen entre redes interactivas, compuestas por personas con las que nos relacionamos, y redes psicológicas, formadas por aquellos a quienes nos sentimos cercanos o consideramos importantes. En uno de sus estudios Surra y Milardo encontraron que el 75% de las personas que los sujetos identificaban como miembros de esas redes pertenecían sólo a una de ellas (no a las dos).
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