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La_Santisima_Trinidad_en_el_Vaticano_II_Silanes,_Nereo_1967_Salamanca

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Colección TRINIDAD y VIDA 
Nereo Silanes, O. SS. T. 
BT 
111,2 
S54 
.INTISIMA TRINIDAD 
en el Vaticano ll 
R. P. NEREO SILANES, O. SS. T. 
LA SANTISIMA TRINIDAD 
en el Vaticano || 
Ediciones SECRETARIADO TRINITARIO 
NIHIL OBSTAT: 
P. Joaquín Muneta, O. SS. T. 
Censor. 
IMPRIMI POTEST: 
P. José Gamarra, O. SS. T. 
Ministro Provincial. 
IMPRIMATUR: 
Mauro, Obispo de Salamanca. 
31 de Marzo de 1967 
Depósito legal: SA. 93 
Derechos reservados. 
Gráficas «Trínitas», Héroes de Brunete, 36 - Salamanca, 1967 
PRESENTACION 
“Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único 
Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn. 17, 3). 
Felizmente, con la vuelta a la Biblia y a la Tradi- 
ción, estamos redescubriendo el verdadero “rostro” de 
Dios. 
Porque —hay que reconocerlo— “bajo el influjo 
del deísmo y del racionalismo del s. XVIII, habíamos 
perdido el sentido de la Trinidad” (1). 
Debemos reconocer que para la gran masa cristiana 
Dios ño pasa de ser algo abstracto, nebuloso, lejano..., 
sin relación vital con el hombre. 
Sin embargo, nuestro Dios no es el Dios de la filo- 
sofía, ni tan sólo el Dios del Sinaí. El Dios de los cris- 
tianos es el Dios Padre, que nos revela Jesucristo, cu- 
yo Hijo Primogénito es él mismo. Padre que, en Cris- 
to, nos hace también a nosotros hijos adoptivos. Pa- 
dre que nos da su Espiritu de amor, para que nos in- 
troduzca en el “clima familiar” que reina en la Tri- 
nidad divina. 
Dios, en efecto, se nos manifiesta autodonándose. 
1 M. M. PHILIPON: L'Eglise de Dieu parmi les hommes, DDB Bordeaux 1964 
331636 ; 
Por la gracia hemos sido introducidos en la comu- 
nión de vida, de paz y de felicidad de las divinas Per- 
sonas ; de suerte que la Familia de la Trinidad no sólo 
está constituida por los Tres. La Familia divina la 
constituimos todos cuantos, por gracia y participación, 
hemos entrado a comulgar en la vida de familia de la 
Trinidad. “Y esta comunión nuestra es con el Padre 
y con su Hijo Jesucristo” (1 Jo. 1, 3). 
“Este es el gran punto seguro de referencia en me- 
dio de las tinieblas de errores doctrinales y de aberra- 
ciones morales: el hombre, por el Verbo de Dios que 
se hizo carne, injertado en la vida de la Santísima Tri- 
nidad y heredero del cielo” (2). 
El mundo, por tanto, es la prolongación y amplia- 
ción del Hogar de la Trinidad. Los hombres todos son 
los hijos del Padre que, incorporados a Jesús, el Pri- 
mogénito y Hermano mayor, viven del Espiritu fami- 
liar que anima a todos cuantos constituyen la Familia 
de la Trinidad. 
La Iglesia es el escenario, por decirlo así, donde 
las divinas Personas llevan a cabo esta obra amorosa 
de autodonación a los hombres, 
As 
Para todos sin excepción el Vaticano IH ha sido una 
revelación. Incluso no pocos Padres conciliares queda- 
ron sorprendidos al constatar que “un Concilio que se 
llama pastoral y que se precia de querer responder a 
los interrogantes del hombre moderno, comience la 
presentación del misterio eclesial, no a partir de las 
realidades terrestres, objeto de nuestra experiencia co- 
tidiana y de nuestro método histórico, sino ex abrup- 
to, partiendo desde arriba, del principio de los prin- 
2. «Ecclesia», (25-11-1961), n. 1024, p. 5. 
4 
cipios: Dios Padre, fuente primera de la divinidad, 
principio del Hijo y del Espíritu Santo” (3). 
Es natural. El mundo, la Iglesia, el hombre con sus 
problemas o se entienden desde la Trinidad o no tie- 
nen explicación adecuada. 
“De ahí que jamás, sobre todo en un Concilio ecu- 
ménico, el Magisterio de la Iglesia haya expuesto con 
tal fuerza y tal amplitud el lugar de la Trinidad en el 
misterio eclesial” (4). 
La Santísima Trinidad está en el centro de toda la 
temática conciliar iluminando y dando sentido a toda 
la doctrina del Vaticano II. 
Las luminosas directrices del Concilio son hoy te- 
ma de diligente estudio y de atenta meditación para 
toda la Iglesia. De acuerdo con su misión especifica, 
cada Grupo fija su atención preferentemente en un as- 
pecto concreto de la Asamblea ecuménica. No obstan- 
te, es muy posible que no se repare lo suficiente en la 
vertiente trinitaria del mismo, en lo que es el princi- 
pio fontal, ejemplar y final de toda la vida de la Igle- 
sia y de toda renovación ; es decir, la Santísima Tri- 
nidad. 
e 
El Secretariado Trinitario, cuya primordial misión 
consiste en promover todo lo relacionado con el cono- 
cimiento y amor de la Stma. Trinidad, como fuente de 
salvación para el mundo, no podía menos de fijar su 
atención en lo que el Vaticano II tiene de más hondo 
y vital; en lo que es el alma de todas sus directrices : 
la Santísima Trinidad, al objeto de ayudar a descubrir 
al Pueblo de Dios, a través de los documentos conci- 
liares, principalmente, esas relaciones filiales que por 
3 BARAUNA, O. F. M.: La Iglesia del Vaticano II, Barcelona 1966, t. I. p. 341. 
4 BARAUNA, O. F. M.: o. c., p. 341. 
Cristo, en la Iglesia, tienen con Dios Padre, mediante 
la virtud del Espíritu Santo. 
Con tal fin iniciamos hoy esta colección de opúscu- 
los que hemos bautizado con el nombre de TRINIDAD 
Y VIDA. 
Hoy en nuestro mundo se vive de prisa. El hom- 
bre de la calle quiere que todo se le de hecho ; ni tie- 
ne tiempo para pensar ni leer mucho. 
Por otra parte, un opúsculo se lee pronto. Por lo 
mismo, son pocas las ideas a las que uno abre la puer- 
ta, y se asimilan mejor. Además, un folleto es de poco 
coste y se divulga más rápidamente que un libro. He 
aquí algunas de las razones que nos han movido a pre- 
seniar en esta forma pastoral el aspecto trinitario de 
la vida cristiana y más concretamente, del Vaticano IT. 
El primer opúsculo tiene un carácter general. Nos 
dará una visión panorámica, como cuando se contem- 
pla un paisaje, de toda la exuberante riqueza trinita- 
ria del Vaticano 11. 
Irán viendo la luz otros títulos que estudiarán dis- 
tintos aspectos de la Iglesia y del mundo, siempre a la 
luz de la Trinidad. 
FE 
Del ateísmo actual, “uno de los fenómenos más gra- 
ves de nuestro tizmpo”, según el Concilio, somos res- 
ponsables en gran parte —nos lo ha recordado tam- 
bién el Vaticano lH— “los propios creyentes, en cuan- 
to que... con nuestros defectos y con nuestros fallos 
morales y sociales hemos velado más que revelado el 
genuino rostro de Dios” (GS n. 19), 
Por lo mismo, el. remedio a este grave mal con el 
que se enfrenta la Iglesia actualmente “hay que bus- 
carlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la 
6: 
integridad de la vida de la Iglesia. A la Iglesia toca 
hacer presentes y como visibles a Dios Padre y a su 
Hijo encarnado con la continua renovación y purifi- 
cación propias bajo la guía del Espíritu Santo” (GS 
n.-21). 
Quiera la Santísima Trinidad bendecir nuestras td- 
reas, para que logremos a través de estos opúsculos lle- 
var a las inteligencias, y por las inteligencias a los co- 
razones y a la vida de todos los cristianos la realidad 
de un Dios vivo y vivificante, de un Dios Familia, Pa- 
dre, Hijo y Espíritu Santo, que nos ha introducido a 
todos en su hogar. 
Salamanca, 8 de febrero de 1967. Festividad de 
S. Juan de Mata. 
Nereo Silanes, O. SS. T. 
CLAVE DE SIGLAS 
Con el fin de que se puedan seguir fácilmente las fuentes 
conciliares que se van citando en este opúsculo ofrecemos la 
siguiente clave de siglas. 
Las referencias constan de una sigla y de un número. La 
sigla remite al documento respectivo en que se halla la referen- 
cia, según la clave que a continuación indicamos. 
El número sitúa el lugar del documento respectivo en que 
se halla la referencia. Se sigue para ello la numeración del tex- 
to original reflejada con exactitud en la traducción castellana 
de la BAC (tercera edición), de la que tomamos todas las citas 
conciliares. 
DV = Constitución dogmática Dei Verbum sobre la re- 
velación cristiana. 
LG = Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la 
Iglesia. 
SC = Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la li-turgia. 
GS = Constitución Gaudium et spes sobre la Iglesia 
en el mundo moderno. 
AG = Decreto Ad gentes sobre las misiones. 
CD = Decreto Christus Dominus sobre el ministerio 
de los obispos. 
PO = Decreto Presbyterorum ordinis sobre el ministe- 
rio y vida sacerdotal. 
OT = Decreto Optatam totius sobre la formación sacer- 
dotal. 
PC = Decreto Perfectae caritatis sobre la renovación 
de la vida religiosa. 
AA = Decreto Apostolicam actuositatem sobre el apos- 
tolado seglar. 
UR = Decreto Unitatis redintegratio sobre el ecumenis- 
mo. 
OI = Decreto Orientalium Ecclesiarum sobre las Igle- 
sias orientales católicas. 
IM = Decreto Inter mitifica sobre los medios de co- 
municación social. 
DM = Declaración Dignitatis humanae sobre la libertad 
religiosa. 
NA = Declaración Nostra aetate sobre las religiones no 
cristianas. 
GE = Declaración Gravissimun educationis sobre la 
educación cristiana. 
INTRODUCCCION 
Ofrecemos el primer folleto de la Co- 
lección “Trinidad y Vida”, que viene de- 
nominado “La Santísima Trinidad en el 
Vaticano IT, 
El objeto de este estudio es presentar 
un poco sistematizada toda la doctrina teo- 
lógico-pastoral que nos ofrece el Vatica- 
no II por lo que hace a su aspecto trini- 
tario. Quiere ser una especie de introduc- 
ción general a todos los folletos que irán 
apareciendo en la Colección. 
Con el fin de ordenar armónicamente 
el acervo de doctrina trinitaria esparcido 
a través de los Documentos conciliares, la 
hemos estructurado en torno a una idea 
fundamental de la que se deriva todo y 
en la que se resume, igualmente, todo: 
El Plan de Dios Trinidad sobre el mundo. 
Este Plan consiste por parte de la Tri- 
nidad en salvar a los hombres formando 
un Pueblo, introduciéndolos en su propia 
vida y felicidad. 
10 
El Plan de Dios se desarrolla en un 
diálogo entre Dios Trinidad y su Pueblo. 
Dios se manifiesta a los hombres por me- 
dio de su Hijo encarnado, en el Espíritu 
Santo, y les ofrece la salvación, 
El Pueblo de Dios responde al reque- 
rimiento divino, aceptando por medio de 
Jesucristo, en el Espiritu Santo, dicho Plan 
de salud. 
La intervención de Dios Trinidad en 
este diálogo salvador constituirá la Prime- 
ra Parte del presente trabajo. 
La respuesta del Pueblo de Dios a esta 
oferta divina será la Segunda, 
PARTE PRIMERA 
El Plan de Dios Trinidad sobre el 
Mundo” 
San Pablo, en su carta a los Efesios, nos presenta, 
en calidad de heraldo del “Misterio de Cristo”, una 
visión panorámica del Plan salvífico de Dios Trinidad 
sobre el mundo: 
“Bendito sea Dios y Padre de N. S. Jesucristo, 
que desde lo alto del cielo nos ha bendecido en Cristo 
con toda clase de bendiciones espirituales..., predes- 
tinándonos, llevado de su amor, a la adopción de 
hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de 
su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, 
con la cual nos hizo gratos en su Amado..., en el cual 
también vosotros, que habiendo escuchado la palabra 
de la verdad... habéis creído en El, habéis sido se- 
llados con el sello del Espíritu Santo prometido, que 
es prenda de nuestra herencia en orden a la reden- 
ción del Pueblo que El adquirió para alabanza de su 
gloria” (Ef. 1, 2 ss.). El Vaticano 1! podemos decir 
que no ha hecho otra cosa que poner de manifiesto a 
los hombres de nuestro siglo XX este Plan salvífico. 
A El texto de este opúsculo recoge sustancialmente la conferencia pronuncia- 
da por el autor en la | Semana de Estudios Trinitarios organizada por el Secre- 
tariado Trinitario en Salamanca en marzo de 1.966. 
Las variaciones que se han introducido van encaminadas a hacerasequibles 
a los lectores algunos términos y expresiones propios de las escuelas teológi- 
cas. ' 
11 
Il. CARACTER TEOCENTRICO DEL CONCILIO 
Como ningún otro Concilio en la historia, tal vez, 
el Vaticano II se ha ocupado del hombre y de sus 
problemas. La guerra, el hambre, la justicia social..., 
la familia... han sido temas que han hecho especial- 
mente sensibles a los Padres conciliares. 
Pero precisamente por eso, como nunca también el 
Concilio se ha ocupado de Dios; ya que Dios es la 
única posible solución para los mil interrogantes que 
le plantea al hombre su existencia. 
De ahí el carácter tan teocéntrico que ha carac- 
terizado al Vaticano IT. 
E] Concilio ha venido a desafiar al ateísmo prác- 
tico y a las soluciones materialistas que, en nombre 
del progreso y de la cultura quieren prescindir de 
Dios en la solución de tales problemas, para levantarle 
un trono en el centro del mundo y de la vida de 
los hombres, afirmando su primacía y su absoluta tras- 
cendencia sobre todo. 
“¿Cuántas veces en la predicación, por ejemplo 
—escribe Herrero—, hemos oído situar el punto de 
arranque de la obra misionera en la Trinidad? Sí; 
siempre hemos manejado el mismo tópico: hay que 
evangelizar para que los hombres no se condenen. 
Siempre a vueltas con el hombre y todo centrado sobre 
él, y, por supuesto, con una muy dudosa teología. 
El Concilio invierte los factores. No es ya el hom- 
bres sino Dios quien ocupa el primer lugar, y El es 
el prisma a través del cual hemos de enfocar la rea-' 
lidad de la Iglesia misionera. No el Dios de la filo- 
sofía, sino el Dios que se ha revelado en Jesucristo. 
12 
y a quien su misteriosa naturaleza le exige desple- 
garse en tres Personas distintas, sin comprometer la 
máxima unidad de su ser. Un Dios Famila que se 
define e identifica con el Amor, y que por amor des- 
borda fuera de sí mismo, creando un cosmos y una 
raza de hombres, a los que puede ampliar la plenitud 
de su felicidad” (5). 
En el discurso de clausura del Concilio, en el que 
el Pontífice resume toda la actividad llevada a cabo 
por el Vaticano II, Pablo VI hace resaltar este carác- 
ter teocéntrico : 
El Concilio se ha llevado a cabo —dice el Papa— 
“en un tiempo en que el olvido de Dios se hace habi- 
tual y parece, sin razón, sugerido por el progreso 
científico... En este tiempo se ha celebrado este Con- 
cilio a honor de Dios, en el nombre de Cristo, con 
el impetu del Espíritu Santo que todo lo penetra y 
que sigue siendo el alma de la Iglesia, para que sepa- 
mos lo que Dios nos ha dado (cf. 1 Cor. 2, 10-12), es 
decir, dándole la visión profunda y panorámica, al 
mismo tiempo, de la vida y del mundo. 
La concepción teocéntrica y teológica del hombre 
y del universo, como desafiando la acusación de ana- 
cronismo y de extrañeza, se ha erguido en este Con- 
cilio en medio de la humanidad con pretensiones que 
el juicio del mundo calificará primeramente como in- 
sensatas, pero que luego, así lo esperamos, tratará de 
reconocerlas como verdaderamente humanas, como 
prudentes, como saludables, a saber: que Dios sí 
existe, que es el real, que es viviente, que es personal. 
que es providente, que es infinitamente bueno; más 
aún, no sólo bueno en Sí, sino inmensamente bueno 
5 JUAN LUIS HERRERO DEL POZO, Respuesta a la búsqueda del hombre en 
«Catolicismo», Febrero de 1966. 
13 
para nosotros, nuestro Creador, nuestra verdad, nues- 
tra felicidad, de tal suerte que el esfuerzo de clavar 
en El la mirada y el corazón que llamamos contem- 
plación, viene a ser el acto más alto y más pleno del 
espíritu, el acto que aún hoy puede y debe jerarqui- 
zar la inmensa pirámide de la actividad humana. 
Se dirá que el Concilio, más que de las verdades 
divinas, se ha ocupado principalmente de la Iglesia... 
Es verdad. Pero esta introspección no tenía por fin a 
sí misma...; la Iglesia se ha recogido... no para com- 
placerse en eruditos análisis de psicología religiosa 
o de historia de su experiencia..., sino para hallar 
en sí misma viviente y operante en el Espíritu Santo, 
la palabra de Cristo y sondear más a fondo el misterio, 
o sea, el designio y la presencia de Dios (6). 
La religión católica es la vida de la humanidad... 
por la interpretación... exacta y sublime, que da del 
hombre y la da precisamente en virtud de su cienciade Dios” (7). 
Y en el mensaje que los Padres Conciliares diri- 
gieron a todos los hombres, apenas iniciado el Con- 
cilio, manifiestan su intención de descubrir al mundo 
la verdad de Dios: 
“Nos esforzaremos en manifestar a los hombres 
de estos tiempos la verdad pura y sincera de Dios, de 
tal forma que todos la entiendan con claridad y la 
sigan con agrado” (8) 
Mas el Dios que quiere el Concilio descubrir y 
manifestar al mundo no es el Dios abstracto y frío 
6. Concilio Vaticano Il. (Constituciones, Decretos, Declaraciones). BAC Ma 
drid 1966, 3.* edic., p. 1025. 
7. Ibid., p. 1028. 
8. Ibid., p. 28. 
14 
de los filósofos, sino el Dios Trinitario de la Historia 
de la Salvación, que se manifiesta al hombre y le 
manifiesta su designio de salvarlo y de introducirlo 
en su propia vida y felicidad. 
De ahí que los Padres conciliares, en el citado 
mensaje a todos los hombres, comiencen afirmando 
su fe en Dios Trinidad, autor de este Plan de Sal- 
vación : 
“Creemos que el Padre amó tanto al mundo «ne 
para salvarlo entregó a su propio hijo y por medio de 
Este mismo nos liberó de la servidumbre del pecado 
reconciliando por El todas las cosas, pacificándoias 
por la sangre de su cruz (Col. 1, 20), hasta el punto 
que nos llamamos y somos hijos de Dios. 
El Padre, además, nos da el Espíritu Santo, para 
que, vivendo la vida de Dios, amemos a Dios y a 
nuestros hermanos, con quienes somos una sola cosa 
en Cristo” (9). 
M. LA CONSTITUCION DOGMATICA “DEI 
—VERBUM”, SOBRE LA REVELACION 
El Concilio nos ha querido decir muy claro quién 
es Dios y quién quiere ser para nosotros, No le ha 
preocupado al Vaticano II el decirnos lo que es Dios 
“en sí”, sino lo que es “para nosotros”. 
Por eso, el Concilio, guiado por el Espíritu Santo, 
nos ha venido a decir que la Revelación no es tanto 
un haz de verdaderas teóricas y abstractas que Dios 
nos descubre por el lujo de conocerlas, y que nos las 
enseña de una forma profesoral con el deber de 
aprenderlas; sino que la revelación es el mismo Dios 
Trinidad, que se nos manifiesta a través de unos he- 
9. Ibid., p 29. 
15 
chos, en relación con un plan de misericordia, que 
desde la eternidad determinó realizar en el mundo. 
«Quiso Dios (10), con su bondad y sabiduría, reve- 
larse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad 
(cf. Eph. 1, 9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y 
con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta 
el Padre y participar de la naturaleza divina (cf. Eph. 
2, 18; 2 Petr. 1, 4). En esta revelación, Dios invisible 
(cf. Col. 1, 15; 1 Tim. 1, 17), movido de amor, habla 
a los hombres como amigos (cf. Ex. 33, 11; Jo. 15, 
14-15), trata con ellos (cf. Bar. 3, 38) para invitarlos y 
recibirlos en su compañía. La revelación se realiza por 
obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que 
Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y 
confirman la doctrina y las realidades que las palabras 
significan; a su vez, las palabras proclaman las obras 
y explican el misterio. La verdad profunda de Dios y 
de la salvación del hombre que transmite dicha reve- 
lación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de 
toda la revelación» (DV, n. 2). 
Cristo, el enviado del Padre, lleva a cabo con su 
obra redentora y por medio de su Espíritu el designio 
del Padre de introducir al hombre en su propia feli- 
cidad : 
«Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones 
y de muchas maneras por los profetas. Ahora, en esta 
etapa final nos ha hablado por el Hijo (Hebr. 1, 1-2). 
Pues envió a su Hijo, la Palabra eterna, que alumbra a 
todo hombre, para que habitara entre los hombres y les 
contara la intimidad de Dios (cf. Jo. 1, 1-18). Jesucristo, 
Palabra hecha carne, «hombre enviado a los hom- 
bres» (11), habla palabras de Dios (Jo. 3, 34) y lleva 
10 Queremos advertirsobre el uso que en el Nuevo Testamento se hace de 
la palabra Dios. Salvo raras excepciones, los autores sagrados con la palabra 
Diosintentan denominar al Padre, primera persona de la Trinidad. 
El Concilio, que se hace eco del lenguaje de la Escritura, designa también, 
casi habitualmente, con el término Dios a la primera persona de la Trinidad. 
11 Epist. ad. Diognetum c. 7, 4: Funk, Patres Apostolic: 1. p. 403. 
16 
a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió 
(ef. Jo. 10, 14, 9); El, con su presencia y manifestación, 
con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo. 
con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del 
Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación 
y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios 
está con nosotros para librarnos de las tinieblas del 
pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida 
eterna» (DV., n. 4). 
. Unas palabras de Congar nos ilustrarán este pá- 
rrafo del Concilio: “La palabra de Dios —afirma el 
teólogo dominicio— no nos muestra, ni tiene por qué 
mostrarnos la realidad física “óntica” de lo que son 
Dios, el hombre y el mundo: la Palabra de Dios 
noz dice justamente lo que es preciso para asegurar 
la verdad de la relación religiosa y salvífica que debe 
unirlos. La plena revelación de la “naturaleza” de 
Dios... queda reservada a la visión. En la revelación 
dirigida al Pueblo de Dios... en su condición itineran- 
te se nos dice de esta “naturaleza” justamente lo que 
es preciso para asegurar la verdad del “para nosotros”. 
Dios... en su condición itinerante se nos dice de esta 
“naturaeza” justamente lo que es preciso para ase- 
gurar la verdad del “para nosotros”. 
“Tal vez la mayor desgracia del catolicismo mo- 
derno es haberse convertido en teoría y catequesis 
sobre el “en sí” de Dios y de la religión, sin insistir 
al mismo tiempo sobre la dimensión de “para el hom- 
bre” que todo esto encierra. El hombre y el mundo 
sin Dios, con los que nos enfrentamos actualmente han 
nacido en parte de una reacción contra ese Dios sin 
hombre y sin mundo. La respuesta a las dificultades 
que muchos de nuestros contemporáneos encuentran 
en el camino de la fe y la respuesta al desafío del 
ateísmo exige, entre otras cosas, que pongamos de 
1177 
manifiesto el impacto de las cosas de Dios... Esto 
significa que se hable de los misterios de Dios d- 
forma que a una profunda percepción de lo que son 
en sí mismos se una la explicación de lo que son para 
nosotros: significa, pues, unir la antropología para 
Dios a la teología para el hombre. Es lo que hace el 
Concilio en la Constitución sobre la Revelación” (12). 
La revelación, por consiguiente, es Dios que entra 
en la historia del hombre para pactar una alianza 
con él, por medio de Cristo, en el Espíritu Santo. 
Alianza por la que Dios se hace hombre y el hombre, 
en Jesucristo, llega a ser Dios. 
El Verbo encarnado y el Espíritu son enviados por 
el Padre para llevar a cabo este Plan de Salvación. 
III. LA ESCRITURA Y LA TRADICIÓN 
Sobre la Escritura y la Tradición el Concilio pro- 
yecta una luz nueva, en cierto sentido, para nosotros. 
El Vaticano II nos ha venido a decir que la Biblia 
y la Tradición no son piezas de un museo, estáticas 
y sin vida, sino algo vivo, dinámico y vivificante. La 
Biblia y la Tradición son el Plan del Padre, que se 
va manifestando y realizando en la Historia de la 
salvación por su Palabra encarnada, mediante la vir- 
tud del Espíritu Santo. 
«La Tradición y la Escritura están estrechamente uni- 
das y compenetradas; manan de la misma fuente, se 
unen en un mismo caudal, corren hacia el mismo fin. 
La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto 
escrita por inspiración del Espíritu Santo. La Tradición 
recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el 
Espíritu Santo a los Apóstoles, y la transmite ínterra 
a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu 
de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan 
fielmente en su predicación... (DV., n. 9). 
12. «Concilium», n. 11, p. 25. 
18 
Esta Tradición con la Escritura de ambos Testamen- 
tos,son el espejo en que la Iglesia peregrina contempla 
a Dios, de quien todo lo recibe, hasta el día en que 
llegue a verlo cara a cara, como El es (cf. 1 Jo. 3, 2). 
Así Dios, que habló en otros tiempos, sigue conver- 
sando siempre con la esposa de su Hijo amado; así el 
Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo 
entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena 
y hace que habite en ellos intensamente la palabra de 
Cristo» (DV., n. 8). 
En una de las intervenciones conciliares, el obispo 
oriental Edelby hacía resaltar este carácter vivo de 
la Tradición: “La Tradición es la manifestación de 
la Historia de la salvación, la teofanía del Espíritu 
Santo, sin la cual la Historia resulta incomprensible y 
la Escritura, letra muerta” (13). 
Este es, pues, uno de los frutos más significativos 
del Concilio: redescubrir en la Iglesia al Dios Tri- 
nitario de la Historia de la salvación, que pone su 
tienda en el mundo, habla al hombre y le asocia a 
una intimidad de vida y de destino con El. 
En la relación de enmiendas que se hacían a cada 
uno de los números en el doble esquema sobre la 
Iglesia de 1964, en el n. 2, la Comisión salía al paso 
a algunos Padres que querían se precisara mejor lo 
que es “propio” y “apropiado” (14) en la acción de 
las divinas Personas. 
13. ICNACIO IPARAGUIRRE, El esquema de la Revelación. «Sal Terrae», no- 
_viembre de 1964. 
14. En teología se dice «propio» de las divinas Personas aquello que las carac- 
teriza y porlo que se distinguen mutuamente en el seno de la Trinidad. Así, es 
«propio» del Padre el engendrar. 
Y «apropiado» es todo aquello que, siendo común a todas tres Personas, 
— nos referimos, por tanto,.a las obras que lleva a cabo la Trinidad en el mun- 
do para realizar su plan salvífico —- se apropia ya a una, yaa otra Persona 
por la semejanza que tiene con lo que le es «propio» en el seno de la Trini- 
dad. Así, al Padre, que es el principio del Verbo, se apropia o atribuye la crea- 
ción. 
19 
“Algunos Padres querían que se introdujera la 
distinción entre aquello que las Personas divinas tie- 
nen como propio y aquello que les es apropiado. Para 
evitar discusiones, el texto sigue la forma normal de 
expresarse de la Sagrada Escritura, de los Símbolos 
de la fe y de los Concilios. Parece que no debemos 
entrar en más explicaciones teológicas. sobre la Tri- 
nidad. Es sabido que San Pablo, concretamente en 
Ef. 1, propone la doctrina revelada acerca de la sal- 
vación por medio de la Iglesia siguiendo la acción 
de las tres Personas” (15). 
Pablo VI, en el discurso de apertura de la última 
sesión del Concilio, resumía toda la labor conciliar 
en estos términos : : 
“El Concilio... pasa a la historia del mundo con- 
temporáneo como la más alta, la más clara y la más 
humana afirmación de una religión sublime, no in- 
ventada por los hombres, sino revelada por Dios y 
que consiste en la relación supraelevante de amor que 
El, Padre inefable, mediante Cristo, Hijo suyo y Her- 
mano nuestro, ha establecido en el Espíritu vivifican- 
te, con la humanidad” (16). 
IV. INTERVENCION DE LAS DIVINAS 
PERSONAS EN LA HISTORIA DE LA SALVACION 
¿Y en qué forma han intervenido las divinas Per- 
sonas de la Trinidad Santísima en la Historia de la 
salvación? 
.. El Concilio en este punto no hace, no podía hacer 
otra cosa que poner de manifiesto cuanto el mismo 
15. Shema Const. de Ecclesio. Typis Polyglottis Vaticanis 1964, p, 5. 
16 Concilio Vaticano !l, o. c. p. 999. 
20 
Dios nos ha dicho y ha hecho en este Plan salvífico, 
tal y como nos lo refiere la Biblia, 
En la automanifestación de Dios Trinidad en la 
Historia de la salvación el Señor se ha manifestado 
tal cual es: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y cada una 
de las Personas divinas ha actuado según sus carac- 
terísticas personales en la vida intratrinitaria. 
A) Intervención del Padre. 
El Concilio comienza por poner de relieve la ac- 
ción del Padre, principio del Verbo, y con El, del 
Espíritu Santo. 
1. El Padre toma la iniciativa en la creación y 
salvación del hombre: 
«Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a 
sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad» (cf. 
Eph+ 1,9) (DV., n. 2). 
2. -El Padre crea el mundo: 
«El Padre eterno, por una disposición libérrima y 
arcana de su sabiduría y de su bondad, creó todo el 
universo» (LG., n. 2). 
3. El Padre determina elevar al hombre a un 
orden sobrenatural : 
«Decretó (el Padre) elevar a los hombres a participar 
de la vida divina...» (LG., n. 2). 
4. La iniciativa de la redención parte, igualmen- 
te, del Padre: 
«...Y como ellos (los hombres) hubieran pecado en 
Adán, no los abandonó, antes bien, les dispensó siempre 
los auxilios para la salvación, en atención a Cristo Re- 
dentor...» (LG., n. 22). 
21 
6. 
«El amor de Dios para con nosotros se manifestó en 
que el Padre envió al mundo a su Hijo unigénito para 
que, hecho hombre, regenerara a todo el género humano 
con la redención y lo congregara en unidad» (cf. Jo. 
4, 9; Col. 1, 18-20; Jo. 11, 52) (UR., n. 2). 
El Padre nos llama a ser sus hijos en Cristo : 
«...Nos eligió (el Padre) en El antes de la creación 
del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos...» 
(LG., n. 3). 
«A todos los elegidos, el Padre, antes de todos los 
siglos los conoció de antemano y los predestinó a ser 
conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea 
el primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8, 29) 
(LG., n. 2). 
En el Antiguo Testamento el Padre, por medio 
de una intervención especial, prepara e imicia su Plan 
de salvación, que culminará en Cristo: 
Y 
«Después de su caída, los levantó a la esperanza de 
la salvación (cf. Gén. 3, 15), con la promesa de la 
redención... Al llegar el momento, llamó a Abrahan 
para hacerlo padre de un gran pueblo (ef. Gén. 12, 2-3). 
Después de la edad de los patriarcas, instruyó a dicho 
pueblo por medio de Moisés y los profetas... De este 
modo fue preparando a través de los siglos el camino 
del Evangelio» (DV., n. 3). 
El Padre envía a su Verbo y al Espíritu Santo 
para que lleven a cabo su designio de salvación : 
Ze 
«Para esto (para la salvación de los hombres) envió 
Dios a su Hijo, a quien constituyó en heredero de todo 
(cf. Hebr. 1, 2), para que sea Maestro, Rey y Sacerdote 
de todos, Cabeza del Pueblo nuevo y universal de los 
hijos de Dios. Para esto, finalmente, envió Dios al 
Espíritu de su Hijo, Señor y Vivificador, quien es para 
toda la Iglesia... principio de asociación y unidad...» 
(LG., n. 13). 
«Consumada la obra que el Padre encomendó realizar 
al Hijo sobre la tierra (cf. Jo. 17, 4), fue enviado el 
Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar 
indefinidamente la Iglesia y para que de este modo los 
fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un 
mismo Espíritu (cf. Eph. 2, 18) ...(Por medio del Espí- 
ritu Santo) el Padre vivifica a los hombres, muertos por 
el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en 
Cristo» (cf. Rom. 8, 10-11) (LG., n. 4). 
8. El Padre envía al mundo a su Hijo para sal- 
varlo : 
«(El Padre) constituyó a Cristo principio de salvación 
para todo el mundo» (LG., n. 17). 
9. El Padre nos reconcilia consigo y con nosotros 
por medio de su Hijo encarnado: 
«En (El) Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y 
nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado» 
(GS., n. 22). 
10. El Padre llama a todos colectivamente a to- 
mar parte en su designio de amor: 
«Y estableció (el Padre) convocar a quienes creen 
en Cristo en la Santa Iglesia...» (LG., n. 2). 
«Así por ella (por la salvación) se cumple el propó- 
sito de Dios, al que Cristo amorosamente sirvió para 
gloria del Padre, que le envió, a fin de que todo el 
género humano forme un único Pueblo de Dios, se una 
en un único Cuerpo de Cristo y se coedifique en un 
único templo del Espíritu Santo...» (AG., n. 7). 
El Decreto sobre las Misiones resume admirable- 
mente esta iniciativa del Padre en el Plan de lasal- 
vación : 
«Este propósito dimana del «amor fontal» o caridad 
23 
de Dios Padre, que, siendo Principio sim principio, del 
que es engendrado el Hijo y procede el Espíritu Santo 
por el Hijo, creándonos libremente por un acto de su 
excesiva y misericordiosa benignidad y llamándonos. 
además, graciosamente a participar con El en la vida y 
en la gloria, difundió con liberalidad y no cesa de 
difundirla, la bondad divina, de suerte que el que es 
creador de todas las cosas ha venido a hacerse todo en 
todas las cosas (1 Cor. 15, 28), procurando a la vez su 
gloria y nuestra felicidad. Y plugo a Dios llamar a los 
hombres a participar de su vida no individualmente, sin 
mutua conexión alguna entre ellos, sino constituirlos en 
un pueblo en el que sus hijos, que estaban dispersos, se 
congreguen en unidad» (ef. Jo. 11, 52) (AG., n. 2). 
«Dios, para establecer la paz o. comunión con El y 
una sociedad fraterna entre los hombres pecadores, dis- 
puso entrar en la historia humana de modo nuevo y 
definitivo, enviando a su Hijo en carne nuestra, a fin 
de arrancar a los hombres del poder de las tinieblas y 
de Satanás (ef. Col. 1, 13; Act. 10, 38) y en El recon- 
ciliar consigo al mundo (ef. 2 Cor. 5, 19). Así, pues, a 
su Hijo, por el que también hizo los siglos (17), le cons- 
tituyó heredero de todas las cosas, a fin de restaurar 
todas las cosas en El» (cf. Eph. 1, 10) (AG., n. 3). 
«Para que esto se realizara plenamente, Cristo envió 
de parte del Padre al Espíritu Santo, para que llevara 
a cabo interiormente su obra salvífica e impulsara a la 
Iglesia a extenderse a sí misma» (AG., n. 4). 
11. El Padre hace partícipes de la misión de su 
Hijo a todos los miembros de la Iglesia, y les llama 
1 cooperar en la realización de su designio de mise- 
ricordia : 
a) Y en primer término a la Virgen Inmaculada : 
«El Padre de las misericodias quiso que precediera 
a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, 
para que de esta manera, así como la mujer contribuyó 
17, Cf Hebr 1, 2;Jo 1, 3 y 10; 1 Cor8, 6; Col 1, 16. 
24 
a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida» 
(LG., n. 56). 
b) El obispo 
«es enviado por el Padre de familias a gobernar su 
familia...» (LG., n. 27). 
c) Los presbíteros reciben del Padre la misión de 
ser los continuadores de la obra de Jesucristo : 
«...Dales Dios (a los presbíteros) gracia para que sean 
ministros de Cristo en las naciones... a fin de que sea 
aceptada la oblación de los pueblos santificada por el 
Espíritu Santo» (PO., n. 2). 
d) Diso Padre llama a los religiosos a seguir de 
una manera especial a Cristo, y a entregarse más ple- 
namente a la realización del Plan salvífico siguiendo 
el impulso del Espíritu Santo : 
«Todos los que son llamados por Dios a la práctica 
de los consejos evangélicos... se consagran de modo par- 
ticular a Dios, siguiendo a Cristo... Así, movidos por la 
caridad, que el Espíritu Santo derrama en sus corazones 
(Rom. 5, 5) viven más y más para Cristo y 'su Cuerpo, 
que es la Iglesia» (cf. Col. 1, 24) (PC., n. 1). 
e) El Padre da la vocación a los laicos, para que 
manifiesten a Cristo al mundo a través de sus tareas 
seculares : 
«Allí están llamados por Dios, para que, desempe- 
ñando su propia profesión guiados por el espíritu evan- 
gélico, contribuyan a la santificación del mundo como 
desde dentro, a modo de fermento» (LG., n. 30). 
f) El Padre manifiesta su presencia amorosa y su 
rostro en forma viva al mundo, a través de los miem- 
bros que mejor imitan a Cristo : 
«En la vida de aquellos que, siendo hombres como 
nosotros, se transforman con mayor perfección en ima- 
25 
gen de Cristo (cf. 2 Cor. 3, 18), Dios manifiesta al vivo 
ante los hombre su presencia y su rostro. En ellos el 
mismo Dios nos habla y nos ofrece un signo de su 
reino (18) (LG., n. 50). 
Partiendo, pues, de la realidad de las misiones 
divinas (19) vemos al Padre tomando la iniciativa en 
toda la Historia de la salvación, preparándola y lle- 
vándola a cabo por medio del Verbo encarnado con 
su Cuerpo Místico, en el Espíritu Santo. 
B) Intervención del Verbo encarnado. 
El Verbo de Dios, Palabra del Padre, mensajero 
del Padre, interviene en la Historia de la salvación 
encarnándose y tomando la naturaleza humana, para 
revelar a los hombres el designio del Padre y hacerlo 
realidad mediante su triple función de Maestro, Rey 
y Sacerdote, por la incorporación a su Cuerpo de 
todos los hombres dispersos por el pecado. 
l. Jesucristo revela el designio del Padre: 
«Vino, por tanto, el Hijo, enviado por el Padre... y 
nos reveló su misterio...» (LG., n. 3). 
2. Jesucristo descubre a los hombres la grandeza 
del destino al que son llamados por el Padre: 
«Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del 
misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente 
el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad 
de su propia vocación» (GS., n. 22). 
3. Jesús prelica e inaugura en la tierra el Reino 
de Dios: 
18 Cf. CONC. VATICANO l, const. De fide cotholica c. 3: DENZ. 1794 (3013), 
19. Por «misión divina» entiende la teología el acto por el que una Persona es 
enviada por otra eñ orden a la realización del plan salvífico. Así, el Padre envía 
a su Hijo a redimir a los hombres, y el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo 
para interiorizar en los redimidos los frutos redentores. 
26 
«Nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia pre- 
dicando la buena nueva, es decir, la llerada del reino 
de Dios prometido desde siglos en la Escritura: Porque 
el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios 
(Mc. 1, 15; Mt. 4, 17) (LG., n. 5). 
4. Mediante su “Misterio Pascual” Cristo rescata 
al hombre y lo transforma en nueva criatura, incor- 
porándolo a Sí: 
«El Hijo de Dios, en la naturaleza humana unida 
a sí, redimió al hombre, venciendo a la muerte con 
su muerte y resurrección, y lo transformó en nueva 
criatura (cf. Gal. 6, 15; 2 Cor. 5, 17). Y a sus hermanos 
congregados de entre todos los pueblos, los constituyó 
místicamente su cuerpo, comunicándoles su espíritu» 
Ln): 
«Cristo, levantado sobre la tierra, atrajo hacia sí a 
todos (cf. Jo. 12, 32); habiendo resucitado de entre los 
muertos (Rom. 6, 9), envió sobre los discípulos a su 
Espíritu vivificador, y por El hizo a su Cuerpo que es 
la Iglesia, sacramento universal de salvación» (LG., n. 48) 
5. La Cabeza de la Iglesia es el mismo Cristo. El 
Concilio recoge la admirable doctrina de San Pablo 
en sus dos cartas a los Colosenses y a los Efesios : 
«La Cabeza de este cuerpo es Cristo. El es la imagen 
de Dios invisible, y en El fueron creadas todas las cosas. 
El es antes que todo y todo subsiste en El. El es la 
Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. El es el principio, 
el primogénito de los muertos, de modo que tiene la 
primacía en todas las cosas (cf. Col. 1, 15-18). Con la 
grandeza de su poder domina los cielos y la tierra y 
con su eminente perfección y acción llena con las ri- 
quezas de su gloria todo el cuerpo» (cf. Eph. 1, 18-23) 
(20) (LG., n. 7). 
6. Cristo se hace en todo semejante a sus her- 
manos, menos en el pecado: 
20 Cf. PIO XII, enc. Mystici Corporis, 29 jun, 1943: AAS 35 (1943) 208. 
27 
É 
«Así también el Señor Jesús, Hijo de Dios, enviado 
por el Padre como hombre a los hombres, habitó entre 
nosotros y quiso asemejarse en todo a nosotros, a ex- 
cepción, no obstante, del pecado (21)» (PO., n. 3). 
Pero, á su vez, Cristo, incorporándolos a Sí, 
devuelve a los hombres la semejanza divina que per- 
dieran por el pecado de Adán: 
8. 
«El que es imagen de Dios invisible (Col. 1, 15; 2 
Cor. 4, 4) es también el hombre perfecto, que ha devuel- 
to a la descendencia de Adán la semejanza divina, de- 
formada por el primer pecado. En El, la naturaleza 
humana asumida, no absorbida (22) ha sido elevada 
también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de 
Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, 
con todo hombre» (GS., n. 22). 
Otorga Jesúsa todo su Cuerpo místico el don 
del Espíritu Santo, 
a) con el que El está ungido: 
«El Señor Jesús... hace partícipe a todo su Cuerpo 
místico de la unción del Espíritu con que fue El un- 
gido...» (PO., n. 2). 
b) como principio de renovación interior: 
«Y para que nos renováramos incesantemente en El 
(cf. Eph. 4, 23), nos concedió participar de su Espíritu, 
quien, siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, 
de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, 
que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres 
con la función que ejerce el principio de vida o el alma 
en el cuerpo humano (23) (LG., n. 7). 
21. Cf. Hebr 2, 17; 4, 15. 
22. Cf. CON. CONSTANT. II can. 7 (DENZ. 219 (428) y CONC. CONSTANT. IM 
DENZ. 291 (556). También CON. CHALCED (DENZ. 148 (302). 
23. Cf. León XIII. enc Divinum illud, 8 mayo 1897: AAS 29 (1896-1897) 650; PIO 
XII, enc. Mystici Corporis, 1. c. p. 219-220; DENZ. 2288 (3808); SAN AGUSTIN, 
Serm. 268, 2: PL 38, 1232 y en otros lugares; SAN JUAN CRISOSTOMO, In Eph. 
hom. 9, 3: PG. 62, 72; DIDIMO ALBJ., De Trin. 2. 1: PG 39, 449s; SANTO TO- 
MAS, In Col. 1. 18, lect. 5; edit. MARIETTI, II n. 46. : 
28 
c) como principio de unidad : 
«Después de levantado en la cruz y glorificado, el 
Señor Jesús envió el Espíritu que había prometido, por 
medio del cual llamó y congregó al pueblo de la Nueva 
Alianza, que es la Iglesia, en la unidad de la fe, de la 
esperanza y de la caridad...» (UR., n. 7). 
£ 
d) como principio de o ; 
«(Cristo) envió a todos el Espíritu Santo para que los 
mueva interiormente a amar a Dios con todo el corazón, 
con toda el alma, con toda la mente y con todas las 
fuerzas (cf. Mt. 12, 30) y a amarse mutuamente como 
Cristo les amó (ef. Jo. 13, 34; 15, 12)» (LG., 40). 
9. Jesús comunica a todo su Cuerpo su sacerdocio 
y su realeza: : 
«Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres 
(cf. Hebr. 5, 1-5), de su nuevo pueblo hizo un reino y 
“sacerdotes para Dios, sú Padre» (Apoc. 1,6; ef. 
5, 9-10). : 
"10. Igualmente, Cristo hace partícipe a su nuevo 
Pueblo de su carácter profético : 
«El Pueblo santo de Dios participa también de la 
función profética de Cristo, difundiendo su testimonio 
“vivo sobre todo con la vida de fe y caridad...» 
(LES 112) 
11. El Señor Jesús predica la santidad, cuyo mo- 
delo acabado es El mismo: 
«El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el 
Señor Jesús, predicó a todos y a cada uno de sus dis: 
cípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad 
de vida de la que El es inciador y comsumador: Sed, 
pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial 
es perfecto» (cf. Mt. 12, 30) (24) (LG., n. 40). 
No menos interesante a este respecto es cuanto nos 
dice la Constitución sobre la Iglesia en el mundo 
moderno : 
24. Cf. ORIGENES, Comm. Rom. 7. 7: PG 14, 1122B; Ps. MACARIO, De oratio- 
ne 11: PG 34, 861AB; SANTO TOMAS, Summa Theol. 2-2 q 184 a. 3. 
«El Verbo de Dios... entró como hombre perfecto 
en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola 
en sí mismo (25). El es quien nos revela que Dios es 
amor (1 Jo. 4, 8), a la vez que nos enseña que la ley 
fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de 
la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo 
del amor... Al mismo tiempo advierte que esta caridad 
no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos 
importantes,sino, ante todo, en la vida ordinaria. El, 
sufriendo la muerte por todos nosotros (26), pecadores, 
nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne 
y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan 
la paz y la justicia, Constituido Señor por su resurrec- 
ción, Cristo... obra ya por la virtud de su Espíritu en 
el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo 
del siglo futuro, sino alentando, purificando y robuste- 
ciendo también con ese deseo aquellos generosos propó- 
sitos con los que la familia humana intenta hacer más 
llevadera su propia vida... para que, con la abnegación 
propia y el empleo de todas las energías terrenas en 
pro de la vida humana, se proyecten hacia las realidades 
futuras, cuando la propia humanidad se convertirá en 
oblación acepta a Dios» (27) (GS., n. 38). 
12. No obstante la presencia de Jesús en sus suce- 
sores está presente indefectiblemente en su Iglesia 
por medio de la liturgia, que actualiza en cada mo- 
mento histórico los misterios salvadores de su función 
mesiánica y su influjo santificador en todos los tiem- 
pos y lugares. Cristo enseña y santifica a su Pueblo 
por medio de su palabra y de los ritos que El mismo 
estableció para estar siempre vivo y operante en su 
Iglesia : 
«Para. realizar una obra tan grande, Cristo está siem- 
pre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúr- 
gica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la 
25. Cf. Eph 1,10. 
26. Cf. Jo 3, 16; Rom 5, 8. 
27. Cf. Rom 15, 16. 
30 
persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministe- 
rio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció 
en la cruz» (28), sea sobre todo bajo las especies euca- 
rísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, 
de modo que cuando alguien bautiza es Cristo quien 
bautiza (29). Está presente en su palabra, pues cuando 
se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien 
habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia su- 
plica y canta salmos...» (SC., nm. 7). 
13. Cristo ora al Padre para impetrar de El la 
unión de todos los creyentes e instituye la Eucaristía, 
que simboliza y realiza dicha unión : 
«Cristo, antes de ofrecerse a sí mismo como víctima 
inmaculada en el altar de la cruz, rogó al Padre por 
los creyentes, diciendo: Que todos sean uno, como Tú, 
Padre, estás en mi y yo en ti, para que también ellos 
sean uno en nosotros, a fin de que el mundo crea que 
Tú me has enviado (Jo. 17, 21); e instituyó en su Iglesia 
el admirable sacramento de la Eucaristía, por el cual se 
sismifica y se realiza la unidad de la Iglesia» (UR., n. 2). 
El Concilio, por tanto, recogiendo el testimonio 
de la Palabra de Dios y de la Tradición, nos pone de 
manifiesto la acción peculiar de Cristo en la Historia 
de la salvación. 
C) Intervención del Espíritu Santo. 
¿Y qué nos dice el Concilio de la acción del Es- 
píritu Santo, tercera Persona de la Trinidad, en la 
obra de nuestra salud? 
Conocemos el pasmo de los Padres orientales en 
"el aula conciliar, al constatar el vacío que el occidente 
católico hacía al Espíritu Santo en la vida de la Igle- 
28. CON. TRID., ses 22 (17 sept. 1562), doctr. De Ss. Missae sacrif. c. 2; CON- 
¿GIELJUM TRIDENTINUM, Diariorum, Actorum, Epistolarum, Tractatuum nova 
collectio, t. 8, Actorum pars 5.” (Friburgo Br. 1919) p. 960. 
. Cf: SAN AGUSTIN, In Joh. Evang tr.6c. 1 n: 7: PL 135, 1428. 
sia, y el conato de estos hermanos nuestros para que 
el Concilio hablara alto del papel primordial que este 
“Dios desconocido” ha desempeñado y debe desem- 
peñar en la Obra de Dios. 
Y el Concilio ha hablado muy alto, recogiendo 
también aquí los hechos de la Historia de la salva- 
ción, en los que se manifiesta el oficio peculiar del 
Espíritu Santo en la vida de la Iglesia. 
El Espíritu Santo es el vínculo de unión del Dado 
y del Hijo, el aliento amoroso que precipita al Padre 
en el Hijo y al Hijo en el Padre, el “Espíritu fawmi- 
liar” en el seno de la Trinidad. 
En la realización del designio del Padre, el Espí- 
ritu Santo actúa según esas características que. le son 
propias en el seno de la Trinidad. E 
En el n. 4 de la Constitución sobre la Iglesia se 
resume toda la obra que el Espíritu Santo ha realizado 
y sigue realizando en la Historia de la salvación, san- 
tificando y divinizando al Pueblo de Dios. 3 
«El Espíritu Santo «es el Espíritu de vida o la 
fuente de agua que salta hasta la vida eterna» (ef. Jo. 
4, 14; 7, 38-38)... 
El Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de 
los fieles como en un templo (cf. 1 Cor. 3, 16; 6, 19), 
y en ellos ora y da testimonio de su adopcióncomo 
hijos (cf. al. 4, 6; Rom. 8, 15-16, 26). Guía a la 
Iglesia a toda la verdad (cf. Jo. 16, 13), la unifica en 
comunión y misterio, la provee y gobierna con diversos 
dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus 
frutos (cf. Eph. 4, 11-12; 1 Cor. 12, 4; Gal. 5, 22), Con. 
la fuerza del Evangelio rejuvenece a la Iglesia, la re- 
nueva incesantemente y la conduce a la unión consu- ' 
mada con su Esposo» (30) (LG., n. 4). 
30. Cf SAN IRENEO, Adv haer III, 24, 1: PG 7, 966 B; HARVEY, 2, 131 ed. 
SAGNARD SOURCES Chr. p. 398. 
*)=) 
ES 
Todos estos oficios que desempeña el Espíritu San- 
to en la vida de la Iglesia los pone de manifiesto el 
Concilio a través de todos los documentos. 
1. El Espíritu Santo, que es el AMOR personal 
del Padre y del Hijo, produce la caridad en la Iglesia, 
por la que todos los miembros del Cuerpo místico se 
sienten solidarios los. unos de los otros: 
«El mismo (Espíritu Santo) produce y urge la caridad 
entre los fieles, unificando el cuerpo por sí y con su 
virtud y con la conexión interna de los miembros. Por 
consiguiente, si un miembro sufre en algo, con él sufren 
todos los demás; o si un miembro es honrado, gozan 
conjuntamente los demás miembros» (ef. 1 Cor. 12, 26). 
2. Fruto y consecuencia de esta caridad, de la 
que es fuente el Espíritu Santo, quien la derrama en 
los corazones de todos los miembros del Pueblo de 
Dios, es la unión que reina en todo el Cuerpo místico : 
«Hay un solo Cuerpo y un solo: Espíritu, como habéis 
sido llamados a una sola esperanza, la de vuestra vocá- 
ción. Un solo Señor. una sola fe, un solo bautismo 
(Epb. 4, 4-5). Porque todos los que habéis sido bauti- * 
“zalos en Cristo, os habéis revestido de Cristo... Porque 
todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gal. 3, 27-28). 
El Espíritu Santo, que habita en los creyentes y llena 
“y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable unión 
de los fieles y tan estrechamente une a todos en Cristo 
que es el Principio de la unidad de la Irlesia» (UR., n. 2). 
3. El Espíritu Santo hace a los hombres com- 
prender y saborear el Plan de Dios : 
«Con el don del Espíritu Santo, el hombre llega por 
la fe a contemplar y saborear el misterio del plan di- 
vino» (31) (GS., n. 15). 
4. No sólo santifica, el Espíritu Santo distribuye, 
“31. C£ Eccli 17,7-8 
además, pródigamente sus dones a todos y a cada uno 
de los miembros del Pueblo de Dios en orden al bien 
social del mismo: 
«Además, el Espíritu Santo no sólo santifica y dirige 
al Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los mi- 
nisterios y le adorna con virtudes, sino que también 
distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier 
condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 
Cor. 12, 11) sus dones, con los cuales les hace aptos y; 
prontos para ejercer las diversas obras y deberes que 
sean útiles para la renovación y la mayor edificación de 
la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno se le 
otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad» 
(1 Cor. 12, 7) (LG., m. 13). 
5. El Espíritu Santo conduce y guía al Pueblo de 
Dios: 
«El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le im- 
pulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del 
Señor... procura discernir en los acontecimientos... los 
signos verdaderos de la presencia o de los planes de 
Dios» (GS., n. 11). 
6. Pero, sobre todo, el Espíritu Santo es quien 
santifica y renueva interiormente con sus dones al 
Cuerpo Místico de Jesús: 
«...La santidad de la Iglesia se manifiesta y sin cesar 
debe manifestarse en los frutos de gracia que el Espíritu 
produce en los fieles» (LG., n. 39). 
Pablo VI, en el discurso pronunciado en el aula 
conciliar el 14 de septiembre de 1964, recordó esta 
función renovadora y santificadora del Espíritu Santo: 
“Porque, como sabemos, dos son los elementos que 
Cristo ha prometido y ha enviado, si bien diversá- 
mente, para continuar su obra...: el apostolado y el 
Espíritu. El apostolado obra externa y objetivamen- 
34 
te; forma el cuerpo, por así decirlo, material de la 
Iglesia, le confiere sus estructuras externas y sociales, 
mientras el Espíritu Santo obra internamente, dentro 
de cada una de las personas, como también sobre la 
entera comunidad, animando, vivificando, santifi- 
cando” (32). 
7. El Espíritu Santo encomienda a los obispos la 
tarea de gobernar al Pueblo de Dios: 
Los apóstoles eligieron a los obispos, «encomendán- 
doles que atendieran a toda la grey, en medio de la 
cual el Espíritu Santo los había puesto para apacentar 
la Iglesia de Dios» (cf. Act. 20, 28) (LG., n. 20). 
8. Los presbíteros, igualmente, 
«...por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados 
con un carácter particular, y así se configuran con Cristo 
sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona 
de Cristo cabeza» (33) (PO., n. 2). 
9. El Espíritu Santo, finalmente, otorga a los 
fieles una fortaleza especial para que puedan ser tes- 
tigos del Señor ante el mundo: 
«Por el sacramento de la confirmación... se enrique- 
cen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con 
ello quedan obligados más estrictamente a difundir y 
defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por 
la palabra juntamente con las obras» (34) (LG., n. 11). 
El Concilio, por tanto, nos muestra claramente el 
papel que, por designio del Padre y del Hijo debe 
desempeñar y, de hecho desempeña, el Espíritu Santo 
en la obra de nuestra salvación, en cuanto principio 
32. CONCILIO VATICANO ll, o. c., p. 980 
33. Cf. CONC, VAT. Il, const, dog. Lumen gentium, 21 nov. 1964, n. 10 
34. Cf. SAN CIRILO HIEROS., Catech, 17, de Spiritu Sancto Il 35-37: PG 33, 
1009-1012; NIC. CABASILAS, De vita in Christo 1. 3, «de utilitate Chrismatis»: 
PG 150, 569-580; SANTO TOMAS, Summa Theol 3q.65a.3yq.72a.1y5 
de vida, de caridad, de fuerza, de unidad y de testi- 
monio. 
V. EL FIN DEL DESIGNIO DEL PADRE 
El fin al que se ordena el designio del Padre, que 
lo lleva a cabo por medio de su Hijo encarnado y 
del Espíritu Santo no es otro que conseguir la plena 
comunión de todos los hombres con la Santísima Tri- 
nidad, hechos partícipes de la naturaleza divina 
(2 Petr. 1, 4) (35). En otras palabras, introducir a 
los hombres en su hogar paterno, en calidad de hijos 
suyos, incorporados a Cristo, en la Iglesia, por la 
virtud del Espíritu Santo. 
A través de la acción de las tres divinas Personas 
en la Historia de la salvación se ha podido. observar 
cómo el fin del Plan divino se cifra en asociar a todos 
los hombres, dispersos por el pecado, en un gran 
Pueblo o Familia de Dios, que sea el destinatario de 
todas las promesas divinas. 
Este Pueblo de Dios sucede y perfecciona al anti- 
vuo Pueblo de Israel. 
A este Pueblo nuevo son enviados el Hijo y e! 
Espíritu Santo, para que lo' constituyan Familia de 
Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espiritu Santo. 
El Padre, por medio de su Hijo, establece un nue- 
vo pacto con su Pueblo: 
«Ese pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento en 
su sangre (cf. 1 Cor. 11, 25), lo' estableció Cristo con- 
vocando un pueblo de judíos y gentiles, que se unificara 
no según la carne, sino en el Espíritu y constitúyera 
el nuevo Pueblo de Dios. Pues quienes ereen en' Cristo, 
renacidos no de un germen corruptible, sino” de uno 
35. Cf. Dec. Unitatis redintegratio, n 15 2 MEAT 
36 
incorruptible, mediante la palabra de Dios vivo (ef. 1 
Petr. 1, 23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu 
Santo (cf. Jo. 3, 5-6) pasan, finalmente, a constituir un 
linaje escogido..., nación santa..., pueblo de adquisi- 
ción..., que en un tiempo no era pueblo y ahora es 
pueblo de Dios» (1 Petr. 2, 9-10) (LG., n. 9). 
VI. PRERROGATIVAS DEL PUEBLO DE DIOS 
a) La primera prerrogativa de este Pueblo mesiá- 
nico es el parentesco admirable que adquiere con las 
divinas Personas : 
Este pueblo mesiánico «tiene por cabeza a Cristo... 
La condición de este pueblo es la dignidad y la libertad 
de los hijos de Dios, en cuyos corazoneshabita el 
Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el 
nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó 
a nosotros (cf. Jo. 13, 34). Y tiene, en último lugar, 
como fin, el dilatar más y más el reino de Dios, incoado 
por el mismo Dios en la tierra, hasta que al final de 
los tiempos El mismo también lo consume, cuando se 
manifieste Cristo, vida nuestra (cf. Col. 3, 4), y la 
misma criatura sea libertada de la servidumbre de la 
corrupción para participar en la libertad de los hijos 
de Dios» (Rom. 8, 21) (LG., n. 9). 
Al describir la Constitución sobre la Iglesia la 
índole escatológica (36) del Pueblo de Dios, de nuevo 
recuerda estas relaciones divinas que el nuevo Pueblo 
de Dios, la Iglesia, tiene con las adorables Personas : 
«Unidos, pues, a Cristo en la Iglesia y sellados con 
el Espíritu Santo, que es prenda de nuestra herencia 
(Eph. 1, 14), con verdad recibimos el nombre de hijos 
de Dios y lo somos (cf. 1 Jo. 3, 1), pero todavía no se 
ha realizado nuestra manifestación con Cristo en la 
36. «Escatológico» quiere decir definitivo. El Concilio en la Const. sobre la lgle- 
sia ha dedicado un capítulo -—el séptimo — a estudiar el destino final del Pue 
blo de Dios en la gloria. 
37 
“loria (cf. Col. 3, 4), en la cual seremos semejantes a 
Dios, porque lo veremos tal como es (ef. 1 Jo. 3, 2) 
(LG.. n. 48). 
Fruto de estas relaciones familiares con la 
Trinidad es la participación de la Iglesia en la misma 
santidad trinitaria. 
«La Iglesia, cuyo misterio está exponiendo el sagrado 
Concilio, creemos que es indefectiblemente santa. Pues 
Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu 
Santo es proclamado «el único Santo» (37), amó a la 
Iglesia como a su esposa, entregándose a Sí mismo por 
ella para santificarla (Eph. 5, 25-26), la unió a Sí como 
su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu 
Santo para gloria de Dios» (LG., n. 39). 
De ahí que el Concilio perezca no saciarse de bus- 
car fórmulas trinitarias para describir a la Iglesia 
por estas relaciones y parentesco que tiene con las 
divinas Personas. 
«Así toda la Iglesia aparece como «un pueblo reu- 
nido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del 
Espíritu Santo» (38) (LG., n. 4). 
«La comunidad cristiana está integrada por hombre: 
que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu 
Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre...» 
(GSM 
«Nacida del amor del Padre Eterno (39), fundada 
en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu 
Santo (40), la Iglesia tiene una finalidad escatológica (41) 
y de salvación...» (GS., n. 40). . 
37. Misal Romano, Gloria in excelsis Cf. Lc 1, 35; Me 1, 24; Lc 4, 34; Jo 6, 69; 
Act. 3, 14; 4, 27 y 30; 1 Jo 2,20; Apoc 3, 7. 
38 SAN CIPRIANO, De orat. dom, 23: PL 4, 553; HARTEL, 111 A p. 285; SAN 
AGUSTIN, Serm 71, 20, 33: PL 38, 463 s; SAN J. DAMASCENO, Adv. iconocl. 
12: PG 96, 1358 D. 
37 
38 
Cf. Tit 3, 4: «Philantropia». 
Cf. Eph 1, 3; Ss 6; 13, 14- 23. 
. Cf nota 36. 
«...La Iglesia se edifica incesantemente aquí, en la 
tierra, como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo 
del Espíritu Santo» (PO., n. 1). 
VI. LA IGLESIA, PUEBLO DE “SACERDOTES”, 
“REYES” Y “PROFETAS” 
Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico, hace partícipes 
a todos sus miembros, no sólo de su santidad, sino 
también de su condición mesiánica. 
En calidad de Mesías, Cristo es Maestro, Rey y 
Sacerdote. A los miembros de su Cuerpo les otorga 
participar de estas prerrogativas con las que está El 
adornado : 
«Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los howm- 
bres (cf. Hebr. 5, 1-5), de su nuevo pueblo hizo un 
reino y sacerdotes para Dios, su Padre (Apoc. 1, 6; cf. 
5, 9-10). Los bautizados, en efecto, son consasrados por 
la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa 
espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de 
toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espi- 
rituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó de 
las tinieblas a su admirable luz» (ef. 1 Petr. 2, 4-10). 
La Iglesia, igualmente, participa del carácter pro-: 
fético de Cristo, de suerte que viene a ser como leva- 
dura, luz del mundo y sal de la tierra, que debe 
impregnar del espíritu de Cristo todas las realidades 
humanas para formar la familia de Dios, movida siem- 
pre por el Espíritu Santo: 
«El Pueblo santo de Dios participa también de la 
función profética de Cristo, difundiendo su testimonio 
vivo sobre todo con la vida de fe y caridad...» 
(LG., n. 12). 
«Cristo, que lo instituyó (a su Pueblo) para ser co- 
munión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también 
de él como instrumento de la redención universal y lo 
39 
VII. 
envía a todo el universo como luz del mundo y sal de 
la tierra» (cf. Mt. 5, 13-16) (LG., n. 9). 
UNIVERSALIDAD DEL PUEBLO DE DIOS 
En el designio del Padre entra que todos los hom- 
bres se incorporen al Pueblo de Dios. 
«Este carácter de universalidad que distingue al Pue- 
blo de Dios es un don del mismo Señor con el que la 
Iglesia Católica tiende, eficaz y perpetuamente, a reca- 
pitular toda la humanidad, con todos sus bienes, bajo 
Cristo Cabeza, en la unidad de su Espíritu» (42) 
(LG., n. 13). : 
En el Plan de Dios entra «que todo el género humano 
forme un único Pueblo de Dios, se una en un único 
cuerpo de Cristo y se coedifique en un único templo del 
Espíritu Santo, lo cual, por reflejar la concordia fra- 
terna. responde al íntimo deseo de toda la humanidad» 
(AG., n. 7). 
IX. IGLESIA MISIONERA 
De su índole universal fluye en la Iglesia su carác- 
ter misionero, por el que es enviada a realizar la mi- 
sión evangelizadora, redentora y santificadora de su 
Fundador. 
Antes de subir al cielo, «Cristo envió a los Apóstoles 
al mundo entero, como también El había sido enviado 
por el Padre (cf. Jo. 20, 21), mandándoles: 1d, pues, 
enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre 
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo...» (Mt. 28, 
19) (AG., n. 5). 
«La Iglesia... recibe la misión de anunciar el reimo 
de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, 
y constituye en la tierra el germen y el principio de 
ese reino» (LG., n. 5). 
42. Cf. SAN IRENEO, Adv. haer. 111 16, 6; 111 22, 1-3;PG 7, 925 C-926 A; HAR 
VEY, 2, 87 y 120-123; SAGNARD, ed. Sources Chret. p. 290-292 y 372 ss. 
40 
«La actividad misionera es, en última instancia, la 
manifestación del propósito de Dios o epifanía y su 
realización en el mundo y en la historia, en la que Dios, 
por medio de la misión, perfecciona abiertamente la 
historia de la salvación» (AD., n. 9). 
Por lo mismo, «el Espíritu Santo la impulsa (a la 
" Iglesia) a cooperar para que se cumpla el designio de 
Dios, quien constituyó a Cristo principio de salvación 
para todo el mundo» (LG., nm. 17). 
X. FUNCION DE ALGUNOS MIEMBROS DEL 
PUEBLO DE DIOS EN EL PLAN DEL PADRE 
De:pués de haber contemplado las prerrogativas 
que adornan al Pueblo de Dios en general, a la uz 
del Concilio, vamos a recoger unas breves palabras 
sobre la función peculiar de algunos miembros espe 
ciales de la Iglesia. 
a) La Madre de Cristo Redentor. 
María, que ocupa un lugar excepcional en el Plan 
de Dios, ha sido considerada por el Concilio en el 
lugar que le corresponde en la obra de la salud. Ella 
sola tiene unas relaciones únicas con las divinas Per- 
sonas y con la Iglesia por su condición de Madre de 
Cristo Redentor. 
María «está enriquecida con la suma prerrogativa y 
dignidad de ser la Madre de Dios Hijo, y por eso 
hija predilecta del Padre y Sagrario del Espíritu San- 
to...» (LG., n. 53). 
b) Los Apóstoles y los obispos. 
A los Apóstoles y a sus sucesores en el oficio pas- 
toral, los obispos, Jesús les ha confiado principalmen. 
te su propia misión redentora. 
- «Cristo Señor, Hijo de Dios vivo, que vino a salvar 
41 
de los pecados a su pueblo» (43) y a santificar a todos 
los hombres, a la manera que El fue enviado por el 
Padre, así envió también a sus Apóstoles (44), a los 
quesantificó dándoles el Espíritu Santo, a fin de que 
también ellos slorificaran al Padre sobre la tierra y 
salvaran a los hombres para edificación del Cuerpo de 
Cristo (Eph. 4, 12), que es la Iglesia» (CD., n. 1). 
«Estos pastores, elegidos para apacentar la grey del 
Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores 
de los misterios de Dios (cf. 1 Cor. 4, 1), a quienes 
está encomendado el testimonio del Evangelio de la 
gracia de Dios (cf. Rom. 15, 16; Act. 20, 24) y la 
gloriosa administración del Espíritu y de la justicia» 
(cf. 2 Cor. 3, 8-9) (LG., n. 21). 
ce) Los presbiteros. 
Los presbíteros participan, igualmente, de la mi- 
sión de Cristo por una consagración especial, que los 
constituye “ministros de la Trinidad” (45) y les per- 
mite actuar en nombre de Cristo : 
«Dios que es El solo Santo y Santificador, quiso tomar 
a los hombres como compañeros y ayudadores que le 
sirvieran humildemente en la obra de la santificación. 
De ahí es que los presbíteros son consagrados por Dios... 
a fin de que, hechos de manera especial partícipes del 
sacerdocio de Cristo, obren en la celebración del sacri- 
ficio de Cristo como ministros de Aquel que en la litur- 
gia ejerce constantemente, por obra del Espíritu Santo, 
su oficio sacerdotal en favor nuestro» (46) (PO., n. 5). 
El sacerdote recibe esta función vicaria a través 
del obispo. Por lo mismo, le compete, al igual que 
al obispo, reunir, conducir y apacentar a la porción 
43. Cf. Mt 1 21. 
44, Cf. Jo 20, 21 
45. S. TOMAS, IV Sent., dist. 18, q. | a, l ad 5. 
46. Cf. CONC. VAT !l, const. Sacrosanctum Concilium, sobre la liturgia, n. 7: 
AAS 56 (1964) p. 100-10; PIO XIl, enc. Mystici Corporis, o. C.. p. 230. 
42 
de la Familia de Dios a él confiada, en calidad de 
enviado de Cristo y del Espíritu : 
«Los presbíteros, que ejercen el oficio de Cristo, 
Cabeza y Pastor, según su parte de autoridad, reúnen, 
en nombre del obispo, la familia de Dios como una 
fraternidad de un solo ánimo, y por Cristo, en el Espí- 
ritu, la conducen a Dios Padre» (47) (PO., n. 6). 
XI. VOCACION PERSONAL DE CADA HOMBRE 
AL PLAN DE DIOS 
No obstante el carácter comunitario y eclesial del 
Plan salvador del Padre, cada uno de los hombres 
es beneficiario de este designio amoroso de Dios y 
es invitado a entrar en él, El Vaticano Il ha acentuado 
el carácter comunitario de la llamada de Dios Tri- 
nidad; pero no menos ha insistido en el carácter per- 
sonal e individual de esta llamada. 
Hoy como nunca, tal vez, el hombre se debate en 
los mil interrogantes que su existencia le plantea, sin 
que logren resolvérselos otras tantas teorías materia- 
listas, con las que el progreso y la técnica los quieren 
solucionar. 
«Siempre deseará el hombre saber, al menos confu- 
samente, el sentido de su vida, de su acción y de su 
muerte. La presencia misma de la Iglesia le recuerda 
al hombre tales problemas; pero es sólo Dios quien 
creó al hombre a su imagen y lo redimió del pecado, el 
que puede dar respuesta cabal a estas preguntas...» 
(GS., n. 41). 
Tales problemas se han estudiado en mesa redonda 
por los Padres conciliares para darles la solución, la 
única solución posible: la solución que da el mismo 
47 Cf. CONCI. VAT. Il, const dogm. lumen gentium, 21 nov. 1964, n. 28 
AAS 57 (1965) 33-36. 
43 
Dios por medio de su Plan de salvación, llevado a 
cabo por Cristo, en la Iglesia, bajo la acción del Es- 
píritu Santo. 
La Constitución sobre la Iglesia en el mundo mo- 
derno recoge los problemas más graves del hombre 
actual y trata de ofrecerles la solución divina. 
Recuerda la Constitución en primer término 
cómo toda la dignidad y grandeza de la persona hu- 
mana arranca de su destino a comulgar en la vida de 
la Trinidad: 
«La razón más alta de la dignidad humana consiste 
en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde 
su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo 
con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de 
Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo con- 
serva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud 
de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y 
se confía por entero a su Creador» (GS., n. 19). 
«Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a 
El con la total plenitud de su ser en la perpetua comu- 
nión de la incorruptible vida divina» (GS., n. 18). «...El 
hombre es llamado, como hijo, a la unión con Dios y 
a la participación de su felicidad» (GS., nm. 21). 
En el designio del Padre, sin embargo, entra 
que el hombre entre en comunión de vida y de destino 
con la adorable Trinidad mediante su transformación 
en Cristo por la virtud del Espíritu Santo : 
«El hombre cristiano, conformado con la imagen del 
Hijo, que es el Primogénito entre muchos hermanos (48), 
recibe las primicias del Espíritu (Rom. 8, 23), las cuales 
le capacitan para cumplir (49) la ley nueva del amor. 
Por medio de este Espíritu, que es prenda de la heren- 
cia (Eph. 1, 14), se restaura internamente todo el hom- 
48. Cf. Rom 8, 29; Col 3, 10-14. 
49. Cf. Rom 8, 1-11. 
44 
bre hasta que llegue la redención del cuerpo» (Rom. 
8, 23) (GS., n. 22). 
«Este es el gran misterio del hombre que la Reve- 
lación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en 
Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, 
que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscu- 
ridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muer- 
te y nos dio la vida (50), para que, hijos en el Hijo, 
clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre!l» (51), 
(GOR ZZ): 
Como conclusión a esta primera parte podemos 
afirmar que el Vaticano TÍ nos ha dado una doctrina 
completa sobre la Santísima Trinidad en la Historia 
de la salvación, en cuanto nos ha presentado la acción 
de todas y cada una de las divinas Personas en la 
realización del designio divino. Designio que mira a 
introducir a todos los hombres, incorporados a Cristo, 
en la Iglesia, por la virtud del Espíritu Santo, en el 
regazo del Padre. 
50. Cf. Liturgia Paschalis Byzontina, 
5l.. Cf.Rom8, 15 y Gal 4, 6; cf. También Jo 1, 22 y 3,1 - 2. 
45 
SEGUNDA PARTE 
Respuesta del Pueblo de Dios al Plan 
Divino 
¿Cuál debe ser la actitud del hombre ante seme- 
jante condescendencia de todo un Dios de admitirle 
en su hogar y regalarle con su amistad y su felicidad? 
El Concilio se ha preocupado de recordar y urgir 
a la humanidad entera, a la Iglesia y a cada alma la 
respuesta que semejante condescendencia divina re- 
clama : el hombre debe sentirse orgulloso de una tal 
vocación, y, a fuer de agradecido, debe responder 
aceptando tan gran merced de Dios con todas sus exi- 
gencias. 
La Constitución sobre la divina Revelación nos 
recuerda esta postura, que para el hombre, criatura 
de Dios, es un deber : 
«Cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse 
con la fe (Rom. 16, 26; cfr. Rom. 1, 5; 2 Cor. 10, 5-6). 
Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a 
Dios, le ofrece «el homenaje total de su entendimiento 
y voluntad» (52) asintiendo libremente a lo que Dios 
revela» (DV., n. 5). 
52 CONC. VAT, l, Constitutio dogmatica d> fide catho'ica c. 3 de fide: 
DE*Z. 1789 (3008). 
46 
Il. RESPUESTA DE CRISTO, PRIMOGENITO 
DEL PUEBLO DE DIOS 
Cristo, Primogénito de la familia humana y Ca- 
beza del nuevo Pueblo de Dios, en representación de 
todos los hombres, responde al Padre aceptando su 
designio de misericordia. Designio que mira a la ple- 
na glorificación de Dios mediante la salvación de los 
hombres. El Señor ofrece su vida para llevarlo a feliz 
término, y se encarna por amor al Padre y para divi- 
nizar a los hombres, incorporándolos a Sí mismo. 
La respuesta de Cristo es, además, una pauta para 
todos los miembros de la Iglesia. 
«(Cristo) reveló el amor del Padre y la excelsa voca- 
ción del hombre... Sometiéndose voluntariamente a las 
leyes de su patria, santificó los vínculos humanos, sobre 
todo los de la familia... Eligió la vida propia de un 
trabajador de su tiempo. 
En su predicación mandóclaramente a los hijos de 
Dios que se trataran como hermanos. Pidió en su oración 
que todos sus discípulos fuesen «uno». Más todavía, se 
ofreció hasta la muerte por todos, como Redentor de 
todos... Y ordenó a los Apóstoles predicar a todas las 
gentes la nueva evangélica, para que la humanidad se 
hiciera familia de Dios... 
Primogénito entre muchos hermanos, constituye, con 
el don de su Espíritu, una nueva comunidad fraterna... 
en su Cuerpo que es la Islesia... hasta aquel día en 
que llegue su consumación y en que los hombres, sal- 
vados por la gracia, como familia amada de Dios 
y de Cristo, hermano, darán a Dios gloria perfecta» 
(GS., n. 32). 
La liturgia, además, en la que renueva y actualiza 
Jesús todo su misterio salvador, no es otra cosa que 
la respuesta cumplida de Jesús al designio del Padre 
para darle gloria y salvar a los hombres : 
445 
En la celebración de la Eucaristía, en efecto, «se 
hace presente de nuevo. la victoria: y: el triunfo de su 
muerte (53) y dando gracias al mismo tiempo a Dios 
por el don inefable (2 Cor. 9, 15) en Cristo Jesús, para 
alabar su gloria (Eph. 1, 12) por la fuerza del Espíritu 
Santo» (SC., n. 6). 
Il. RESPUESTA DE LA MADRE DEL REDENTOR 
Miembro excepcional del Pueblo de Dios, y aso- 
ciada, igualmente, de modo. único al Plan salvador 
de Dios, María responde generosamente a la Palabra 
del Padre, entregándose sumisamente a todas sus exi- 
gencias y, sobre todo, “encarnando” en sus entrañas 
al Verbo que se hace hombre y “divinizando” a todos 
los miembros del Cuerpo de Cristo. 
«(La Virgen) creyendo y obedeciendo, engendró en la 
tierra al mismo Hijo del Padre... cubierta con la sombra 
del Espíritu Santo, como nueva Eva, que presta su fe 
exenta de toda duda... al mensajero de 'Dios. Dio a 
luz al Hijo, a quien Dios constituyó primogénito entre 
muchos hermanos (Rom. 8, 29), esto es, los fieles, a 
” cuya feeneración y educación “coopera con amor materno» 
(LG., n. 63). 
III. LA RESPUESTA DE LA IGLESIA 
La Iglesia, fiel Esposa de Cristo, al igual que su 
Esposo y que la Virgen Madre, responde siempre al 
designio del Padre, siguiendo los caminos de la En- 
carnación del Hijo de Dios. 
La Constitución sobre la Iglesia recuerda el para- 
lelismo entre la Virgen y la Iglesia : 
«...Cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se 
53. CONC. TRID., ses. 13 (11 oct. 1551) , decr De Ss. Eucharistia c. 5; en CON- 
CILIUM TRIDENTINUM, o. c+, ed. Soc. Goerresiana, t.7 Actorum pars 4.*( Fri- 
burgo Br. 1951) p. 202. 
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hace también (la Iglesia) madre mediante la palabra de 
Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y 
el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a 
los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y 
nacidos de Dios. Y es igualmente Virgen, que guarda 
pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imi- 
tación de la Madre de su Señor, por la virtud del 
Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, 
una esperanza sólida y una caridad sincera» (54) 
(LG., n. 64). 
Merced a esta entrega amorosa y confiada al de- 
signio del Padre, la Iglesia es santificada y divini- 
zada. Debe, sin embargo, tratar de vivir siempre su- 
misa a la voluntad de Dios, al igual que Jesús, mo- 
vida por el Espíritu Santo. 
«Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en 
razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia 
divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos 
por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos 
de Dios y partícipes de la naturaleza divina, y por lo 
mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario 
que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en 
su vida la santificación que recibieron... y produzcan 
los frutos del Espíritu para la santificación» (cf. Gal. 
5, 22; Rom. 6, 22) (LG., n. 40). 
De ahí que todos los miembros del Cuerpo Místico 
de Cristo no tengan más que un solo patrón para su 
santidad : vivir las relaciones que por la gracia po- 
seen con las divinas Personas, en cuanto hijos del 
Padre, miembros de Jesús, animados y vivificados por 
el Espíritu. 
«Una misma es la santidad que cultivan, en los múl- 
tiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son 
54 SAN AMBROSIO, Expos. Lc. 117 y X 24-25: PL 15, 1810; SAN AGUSTIN, 
In Jo tr. 13, 12: PL 35, 1499. Cf. Serm. 191, 2-3: PL 38. 1010, etc. Cf. También 
VEN. BEDA, In Lc. Exp. | c. 2: PL 92, 330; ISAAC DE ESTALLA, Serm. 31: PL 
194, 1863 A. 
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guiados por el Espíritu de Dios, y obedientes a la voz 
del Padre, adorándole en espíritu y verdad, siguen a 
Cristo pobre, humilde y cargado con la cruz, a fin de 
merecer ser hechos partícipes de su gloria» (LG., n. 41). 
«Los fieles todos, de cualquier condición y estado... 
son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a 
la perfección de aquella santidad con la que es perfecto 
el mismo Padre» (LG., n. 11). 
Es decir, que al “ser” de hijos de Dios, en Cristo, 
por la virtud del Espíritu Santo, debe corresponder 
en todos los miembros de la Iglesia un “obrar” de 
hijos de Dios, a semejanza del Hijo, bajo la acción 
del Espíritu. 
Además, injertado en Cristo —Rey, Maestro y Sa- 
cerdote—, por la fuerza del Paráclito, el Pueblo de 
Dios ha quedado constituido en una comunidad cul- 
tual, profética y misionera. 
a) El culto del Pueblo de Dios. 
El Pueblo de Dios, que participa del sacerdocio 
de Cristo, al igual que su Cabeza y unido a Ella, 
debe ofrecerse y ofrecer al Padre por el Espíritu 
Santo el holocausto de todo su ser y de todo su obrar, 
consagrándolo al culto divino. 
«Los bautizados, en efecto, son consagrados por la 
regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa 
espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de 
toda obra del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios es- 
pirituales y anuncien el poder de Aquel que los llamó 
de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1 Petr. 2, 4-10). 
Por ello todos los discípulos de Cristo... ofrézcanse a 
sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios...» 
(cf. Rom. 12, 1) (LG., n. 10). 
En el Decreto sobre la vida y ministerio de los 
presbíteros el Concilio recomienda a éstos formen al 
Pueblo de Dios confiado a sus desvelos pastorales, 
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sobre el culto que deben tributar a la Trinidad San- 
tísima: 
«Procuren los presbíteros cultivar debidamente la 
ciencia y el arte litúrgicos, a fin de que... las comuni- 
dades que les han sido encomendades alaben cada día 
con más perfección a Dios, Padre e Hijo y Espíritu 
Santo» (PO., n. 5). 
A propósito de los laicos, el Concilio, que los ha 
revalorizado en tantos aspectos, ha insistido de forma 
diáfana en el carácter sacerdotal con el que han sido 
adornados. Condición que les ha de llevar a ofrecer 
toda su vida y a consagrar todas sus tareas seculares 
y el mundo entero al Padre, por Jesucristo en el Es- 
píritu Santo. 
«...Los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y un- 
gidos por el Espíritu Santo, son admirablemente llama- 
dos y dotados para que en ellos se produzcan siempre 
los más ubérrimos frutos del Espíritu. Pues todas sus 
obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida 
conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de 
alma y de cuerpo, si son hechas en el Espíritu, e incluso 
las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacien- 
temente, se convierten en sacrificios espirituales acep- 
tables a Dios por Jesucristo (cf. 1 Petr. 2, 5), que en 
la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosisima- 
mente al Padre junto con la oblación del cuerpo del 
Señor» (LG., n. 34). 
El culto no es otra cosa que el homenaje filial que 
deben, tributar y de hecho tributan los hijos a su 
Padre y a su Dios por Jesucristo, movidos por el 
Espíritu : 
«Porque todos los que somos hijos de Dios y cons- 
tituimos una sola familia en Cristo (cf. Heb. 3, 6), al 
unirnos en mutua caridad y en la misma alabanza de la 
Trinidad secundamos la íntima vocación de la Iglesia 
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y participamos, pregustándola, en la liturgia de la glo-

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