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Testigo de la misericordia - Walter Kasper

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TESTIGO DE LA MISERICORDIA
WALTER KASPER
MI VIAJE CON FRANCISCO
Conversaciones con Raffaele Luise
 
INTRODUCCIÓN
 
 
Con la extraordinaria figura del papa Francisco, la Iglesia
emprendió un camino de reforma y un giro de gran calado. El
pontífice sudamericano ha diseñado una arquitectura,
profundamente arraigada en los avances del concilio Vaticano II, de
los procesos dinámicos abiertos sobre la reforma espiritual y
estructural de la Iglesia, sobre la conversión pastoral del propio
papado y la restauración radical del diálogo con el mundo y con la
modernidad, cuyas consecuencias van a marcar toda una época.
Sin embargo, la amplitud y la radicalidad del mensaje de Francisco
han creado desconfianza y oposición dentro del Vaticano y en una
parte de la jerarquía eclesiástica, suscitando también legítimas
preguntas sobre el destino de este pontificado. Para echar luz sobre
este camino complejo y, a pesar de lo que parece, no
inmediatamente descodificable, no podíamos tener mejor guía que
el cardenal Walter Kasper, el teólogo más eminente de la Iglesia de
Roma, fiel colaborador del papa Francisco e inspirador del tema de
la misericordia, que es el fulcro de todo el magisterio de Bergoglio y,
por tanto, también inspirador de aquel itinerario sinodal sobre la
familia, que es el banco de pruebas de todo el pontificado.
El cardenal Kasper nos guiará en la comprensión profunda de la
figura de Francisco y nos iluminará desde dentro todos los aspectos
de su pontificado, prestando especial atención al itinerario sinodal y
al Sínodo ordinario de octubre de 2015, así como al siguiente y
concatenado Año Santo de la Misericordia. En el trasfondo están las
grandes cuestiones teológicas relacionadas sobre todo con el
desafío del diálogo interreligioso e intercultural y con la reanudación
del diálogo con la modernidad, interrumpido con la Ilustración.
Con el cardenal Kasper decidimos seguir, en nuestro largo
coloquio que comenzó a finales de octubre de 2014 y que acabó en
junio de 2015, el despliegue del pontificado y del camino sinodal,
también con la intención de captar en directo toda la carga
rompedora de un magisterio rico en sorpresas.
Pero en el coloquio con el cardenal Kasper también se esboza
un retrato del purpurado alemán, figura avanzada de la Iglesia de
Roma en el diálogo con las confesiones cristianas, las grandes
religiones y las culturas del mundo; hombre de gran finura y calidad
humana, intelectual y espiritual, y modelo de una fe no clerical y
llena de humanidad.
Raffaele Luise
 
TESTIGO DE LA MISERICORDIA
 
 
Se respira un intenso fervor intelectual y espiritual en esta casa
situada a dos pasos del Vaticano. Aquí, desde hace ya dieciséis
años, vive el purpurado alemán que le ha inspirado a Francisco la
idea que es la piedra angular de su pontificado: la misericordia. Con
la misericordia, el papa Francisco intenta resituar el cristianismo en
su fuente originaria, reabriendo la cuestión de Dios en la edad
secular. En esa misma idea se inspira también el camino hacia una
Iglesia sinodal: la mayor revolución que ha emprendido el Papa
reformador.
De inmediato se percibe la existencia de una profunda sintonía
entre el Papa «hijo del Sur» y este activísimo alemán de ochenta y
dos años, evidente también en los rasgos y en un estilo de vida
marcado por la normalidad. Sí, Francisco y Kasper son dos
personas normales. Puede parecer obvio, pero no lo es, porque los
jerarcas católicos van envueltos a menudo de un aura sacral. Y en
la Curia romana, «última corte europea», como la ha estigmatizado
Bergoglio, son muchos los clérigos que hay, de rostro austero
«como pimientos avinagrados» —dijo también una vez el Papa
argentino—, a los que Francisco no por casualidad diagnosticó, en
la pasada Navidad, hasta quince patologías, desde el alzheimer
espiritual hasta la esquizofrenia existencial y la sensación de
omnipotencia.
Y normal es también —le gusta decir a Kasper—la monja
alemana, alta y sonriente, que le atiende. «No tiene nada del
piadoso devocionismo de ciertas monjas», observa divertido.
El sol se ha puesto ya tras la columnata de Bernini, y las
primeras sombras vespertinas toman posesión, en este luminoso día
de octubre, de la pequeña plaza de la Ciudad leonina, cerrada entre
los muros vaticanos y el Passetto di Borgo. Un escorzo delicioso de
la Roma papal que, quién sabe por qué, me recuerda un rincón de la
Île-de-France parisina.
WALTER KASPER: En un mundo que prefiere la confrontación,
el papa Francisco es el hombre del encuentro. No es un
revolucionario en el sentido de «subversivo», como algunos medios
lo presentan y algunos católicos temen. Es un conservador, pero un
conservador inteligente, que sabe, lo mismo que Juan XXIII, que
solo se puede mantener la herencia de la tradición si no se la
entiende como moneda muerta, que pasa de mano en mano hasta
consumirse, o como una hermosa pieza de museo, conservada en
una vitrina. Si se quiere hablar de revolución, la suya es la
revolución de la misericordia, una especie de revolución de la
revolución, débil ante el mundo pero con una fuerza espiritual
enorme.
RAFFAELE LUISE: Custodiar el fuego y no adorar las cenizas,
como observó Bruno Secondin, citando a Gustav Mahler, en sus
ejercicios espirituales predicados en la cuaresma pasada al Papa y
a la Curia romana, a propósito de la auténtica tradición.
WALTER KASPER: Sí. El dicho de que no sirve transmitir las
cenizas, sino el rescoldo encendido bajo ellas, se atribuye a Tomás
Moro y después a Juan XXIII. En este sentido, el papa Francisco
quiere remover las cenizas acumuladas durante siglos para que de
nuevo brille el fuego del Evangelio. Y así, con su especialísimo
lenguaje kerigmático (totalmente centrado en el anuncio del mensaje
cristiano) y profético, echa luz sobre la cotidianidad y los grandes
problemas de la humanidad, las alegrías y las angustias, las
esperanzas y los deseos, las necesidades y la miseria, la culpa y la
demanda de misericordia de la que todos dependemos. [El cardenal
se detiene un momento, reflexiona y añade inmediatamente]. Pero,
atención, la misericordia no es benevolencia barata, es la rachamim,
derivada de rachem, el nombre hebreo para el útero. La misericordia
da la vida; es esperar junto con Dios en favor de los hombres.
RAFFAELE LUISE: Cardenal Kasper: ¿por qué la Iglesia debería
refundarse sobre la misericordia y no enrocarse, en un mundo que
se ha hecho fluido, en la defensa de la doctrina tradicional? Aquella
misericordia, decía el antiguo monje de la Iglesia siríaca del siglo
VII, Isaac de Nínive, que es pasión movida por la bondad que se
inclina hacia todos. Pero, esa pasión de bondad, ¿no niega, en
definitiva, la justicia?
WALTER KASPER: La misericordia es el centro, el fulcro del
mensaje bíblico, ya en el Antiguo Testamento, pero aún más en el
Evangelio de Jesús. Es el arquitrabe de la Iglesia, como
magníficamente la definió Francisco en la Misericordiae vultus, la
bula de convocación del Jubileo dedicado a la misericordia. No se
trata, por tanto, de una novedad, sino del mensaje auténtico de la
Biblia, donde aparece la característica específica de nuestro Dios,
que es precisamente misericordioso, frente a otras concepciones de
Dios, sobre todo las abstractas de un Ser Supremo y Absoluto, que
aun no siendo erróneas no expresan la plena verdad de la Biblia. Si
la misericordia es una verdad bíblica, se sigue de ahí que no pueden
ponerse en contraposición misericordia y verdad, y sobre todo que
el Evangelio de la misericordia es la fuente de todas las doctrinas
existentes en la Iglesia. Doctrinas que son verdaderas, y que a
menudo se definen como infalibles, pero que deben interpretarse
precisamente desde la perspectiva de la misericordia. El Papa habla
de la «jerarquía de la verdad» y dice que el gozne sobre el que gira
la verdad bíblica es la caridad de Dios. Por consiguiente, la
misericordia constituye la hermenéutica de las demás verdades y de
los propios mandamientos. En esta opinión, el papa Francisco no
está solo, sino que actúa enplena continuidad con la tradición
católica. Pensemos solamente en grandes santas como Catalina de
Siena y Teresa de Lisieux. Por desgracia, la teología de los
manuales a menudo ha olvidado la centralidad de la misericordia y
ha declarado que primero está la justicia. Pero ya aquel genio
teológico que fue santo Tomás de Aquino sostuvo esta visión. La
teología de los manuales ha llegado incluso a oponerse a Jesús,
que veía en la misericordia la justicia más elevada. En esta misma
línea, 
Juan XXIII, en el famosos discurso de inauguración del Concilio, el
11 de octubre de 1962, advertía que hoy la Iglesia no debe utilizar
las armas del rigor, como ha hecho con frecuencia en el pasado,
sino la medicina de la misericordia. Y este es el tono que 
Juan XXIII quiso dar al Concilio y al desarrollo pastoral posconciliar.
A los rigoristas quisiera recordarles que Juan Pablo II, que vivió la
trágica experiencia de la Segunda Guerra Mundial, padeciendo
primero la dictadura del nazismo y luego la del comunismo,
precisamente puso en el centro de su enseñanza este mensaje,
proclamando primera santa del tercer milenio a Faustina Kowalska,
que había iniciado en Polonia el movimiento de la Divina
misericordia. También Benedicto XVI profundizó en esas ideas en su
primera encíclica Deus caritas est, por lo que no se entiende la
oposición de muchos al papa Francisco, que expresa esta
centralidad de la misericordia de un modo nuevo y mucho más
incisivo, porque la vincula a la necesidad de un retorno a la fuente
evangélica. Francisco ha tenido la genialidad de entender la
inmensa necesidad de misericordia y de amor que recorre las
noches del hombre y de la mujer contemporáneos. Una misericordia
que, a sus ojos, debe constituir el nuevo rostro de la Iglesia,
«hospital del campo» en el panorama trágico de la modernidad.
Creo que todos experimentamos cada día la necesidad de la
misericordia de Dios y la nostalgia de hacernos «prójimos»
misericordiosos los unos de los otros. Este mensaje de Francisco ha
tocado el corazón del hombre de nuestro tiempo en lo más hondo,
como se ve en la alegría de la gente que participa en las audiencias
de los miércoles o en los Ángelus dominicales: parece cierto que
muchos —como me cuentan tantos párrocos— han vuelto a la
Iglesia y al confesionario después de décadas. Se equivoca quien
piense que se trata de un entusiasmo superficial. Francisco ha
cambiado radicalmente la imagen del Papa, acercándola a la gente;
por ello el pueblo se junta a su alrededor, sosteniéndolo con fuerza y
fidelidad en las difíciles pruebas a las que debe hacer frente.
RAFFAELE LUISE: Tras siglos de una Iglesia doctrinalista,
juridicista y devocionista, cardenal Kasper, esta propuesta de una
Iglesia centrada en la misericordia, entendida como hermenéutica
fundamental a la que deberían reconducirse todas las demás
verdades y todos los mandamientos, incluida la justicia, representa
un cambio potente de paradigma. Pero, ¿qué relación hay entre
misericordia y justicia?
WALTER KASPER: Sí, se está produciendo ese cambio de
paradigma, del método deductivo al inductivo del ver-juzgar-actuar,
que es el mismo de san Ignacio de Loyola y de los jesuitas, que
luego hizo suyo la teología de la liberación, que comienza por la
base y solo en un segundo momento introduce criterios teológicos.
Sucede lo mismo en la parábola del buen samaritano, que Pablo VI
tomó como modelo de la espiritualidad del Concilio. Como todos
sabemos, los fariseos le preguntan a Jesús quién era el prójimo. Y
Jesús no responde desplegando principios y conceptos abstractos,
sino presentando una situación humana concreta: «Un hombre
bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones,
que le despojaron de todo, le molieron a golpes y se fueron,
dejándolo medio muerto. Casualmente, un sacerdote bajaba por
aquel camino y, al verlo, cruzó al otro lado y pasó de largo.
Igualmente, un levita que iba por el mismo sitio, al verlo, cruzó
también y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de camino
llegó hasta él y, al observarlo, se compadeció, se acercó, le vendó
las heridas y, después de habérselas ungido con aceite y vino, lo
montó en su propia cabalgadura, lo llevó a la posada y se ocupó de
cuidarlo. Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al posadero
diciéndole: “Cuida de él, y lo que gastes de más, yo te lo pagaré
cuando vuelva”» (Lc 10, 30-35). Tu prójimo es aquel que te
encuentras en una situación concreta de necesidad, dice Jesús. La
palabra misericordia quiere decir tener corazón para el desgraciado
—desgraciado en sentido amplio; víctima no solo a causa de una
miseria material sino también debido a la pobreza de relaciones,
pobreza espiritual y pobreza cultural—. No es solo corazón, o solo
emoción, sino también actitud eficiente: debo cambiar la situación
del otro en la medida en que me sea posible. No obstante, la
misericordia no es lo opuesto de la justicia. La justicia es el
minimum, es todo lo que debemos hacer por el otro respetando su
dignidad de ser humano, para darle lo que le es debido. Pero la
misericordia es el maximum y trasciende la simple justicia que, en
ciertos casos, puede ser también suma injusticia, como destacaba
Juan Pablo II. La justicia sola también puede ser gélida. Hay que
tener un corazón misericordioso, que no se limite a dar una moneda
como limosna, sino que llegue a compartir algo del tiempo de uno
mismo, de la vida de uno. Debo salir al encuentro del otro, animarlo,
confortarlo. La misericordia contempla siempre a una persona
concreta, tal como sucede en la parábola del buen samaritano, que
no está obligado a ayudar al desventurado que encontró en el
camino. No se trata de una simple cuestión de justicia. Va más allá,
se inclina sobre el polvo del camino y ayuda al desconocido. Y así,
un poco de misericordia puede cambiar el mundo.
RAFFAELE LUISE: Francisco lo dijo con una fulgurante
improvisación durante su visita a Molise (Italia), en julio de 2014:
«La misericordia es profecía de un mundo nuevo y justo».
WALTER KASPER: Es una frase bellísima. La misericordia, en
efecto, es el cumplimiento, la plenitud de la justicia, porque el
hombre no solo necesita el reconocimiento formal, necesita también
amor.
RAFFAELE LUISE: Es interesante notar que también para un no
creyente como Albert Camus, que siendo ateo aspiraba a la
santidad entendida como plenitud de lo humano, la justicia puede
ser también extremadamente cruel si no va acompañada del perdón.
WALTER KASPER: Sí, las palabras de Camus son muy
importantes sobre todo porque demuestran que la misericordia no
se refiere solo a la esfera religiosa, sino que toca lo más profundo
de la realidad antropológica del hombre. Y es verdad: el perdón es
expresión de la misericordia, pero la misericordia no debe reducirse
a saber perdonar. Va más allá del perdón.
RAFFAELE LUISE: Pero el desafío de este nuevo paradigma
llega lejos y desciende a lo más profundo. Usted ha observado,
efectivamente, que la misericordia es la más fundamental de las
propiedades de Dios, por lo que con ella se plantea de un modo
totalmente nuevo la más radical de las cuestiones teológicas: la
cuestión de Dios.1 Raniero La Valle hace la misma observación en
su libro sobre Francisco.2 Bergoglio, en sustancia —dice La Valle—
reabre la cuestión de Dios, de «quién es Dios». El Dios de la
misericordia que se vuelve hacia toda la humanidad sin exclusiones
corrige, en efecto, la imagen tergiversada y desfigurada de un Dios
que juzga y condena, que separa y divide lo sagrado de lo profano,
el Dios de la ideología sacrificial, el monarca absoluto de la ley y de
la doctrina, que conculca y limita la autonomía y la libertad del
hombre y de la creación. Esta imagen, que ha dominado hasta hoy,
creo que es el origen de la desafección de la modernidad por Dios y
de aquella dramática crisis de Occidente, que constituye la principal
preocupación del papa Francisco y que, en definitiva, se encuentra
detrás mismo de la convocación del año santo. ¿En qué sentido,
cardenal, el Papa reabre la cuestión deDios?
WALTER KASPER: Creo que con este año santo el Papa quiere,
ante todo y con toda sus fuerzas, corregir la visión de Dios que
triunfa en nuestra edad secular, una visión más bien
veterotestamentaria: el Dios celoso, malvado y peligroso de
Nietzsche, considerado a menudo como el profeta del
posmodernismo, que lo acusa de conculcar la libertad del hombre y
de oprimirlo hasta el punto de negarle la felicidad. Sobre estas
bases, que en realidad son anteriores a Nietz-sche y que se
remontan a la Ilustración, ha crecido aquel fenómeno totalmente
moderno que es el ateísmo, teórico y práctico, cuyo eslogan es
«liberemos al hombre de Dios». A esto se añade, además, que para
algunos estudiosos el monoteísmo tiene una tendencia constitutiva a
la violencia, como podemos ver en la dramática realidad de nuestros
días, que implica también al cristianismo. Basta recordar las
Cruzadas, que hoy son vistas de un modo muy distinto al que
prevalecía cuando yo las estudié de joven. Entonces eran un acto
de heroísmo; ahora se ve también su aspecto de conquista violenta:
el surco de odio que dejaron llega hasta nuestros días.
Frente a todas esas críticas, y también frente al indiferentismo
religioso contemporáneo, el papa Francisco dice «no», y no cesa de
recordar que Dios es amor, que concede siempre una nueva
oportunidad, que quiere intensamente la libertad y la felicidad del
hombre. Por lo demás, el «quién es Dios» remite al «quién es el
hombre», que aparece hoy muy débil, replegado sobre sí, cerrado
en un individualismo que le hace estar cada vez más solo. A este
hombre —dice el Papa en la Evangelii gaudium— Dios le asigna
una misión, le ofrece su apoyo en todos los fracasos de la
existencia, así como su perdón para encontrar la verdad de la vida,
liberándonos de nuestro narcisismo sofocante. Pero la misericordia
de Dios también nos obliga a nosotros a ser misericordiosos con
nuestro prójimo, tanto en la familia como en la sociedad. A menudo
reivindicamos nuestros derechos y nuestra libertad de movimiento
olvidando los derechos y la libertad de los demás, pero si todo se
reduce a los derechos del individuo la sociedad se vuelve fría e
invivible. Por eso es necesaria la misericordia y el cuidado del otro,
sobre todo del que sufre: una tarea mucho más urgente ahora ante
la crisis del bienestar que se desentiende de los pobres y enfermos
y los abandona cada vez más a su suerte. Pero si no se presta
atención a estas franjas de la población, la sociedad no puede
llamarse verdaderamente civilizada, y mucho menos cristiana. En
Nápoles, hablando el pasado marzo a los reclusos de Poggioreale,
el papa Francisco decía que nuestra sociedad es pagana, porque no
ama, no acoge y no perdona.
RAFFAELE LUISE: Usted citaba la crítica de Nietzsche al
cristianismo. Pero Nietzsche no deja de tener razón cuando rechaza
la imagen de un Dios amo y señor de la libertad del hombre, que
primero le da consuelo y luego lo turba, un Dios caprichoso,
además, que escinde la realidad en lo sagrado y lo profano, el Dios
de la ideología sacrificial.
WALTER KASPER: Y también están las culpas de la Iglesia, que
durante mucho tiempo ha ofrecido un mensaje que hablaba de un
Dios que castiga, que amenaza con el infierno, que da miedo. Todo
esto va cambiando, pero sin banalizar a Dios ni reducirlo a un «buen
Dios». Dios es santo y se opone al mal. Misericordia no es
«buenismo». Yo, además, no estoy por la condena de la idea de
sacrificio, sino por repensarla a la luz de la misericordia. Desde este
punto de vista, se entiende la importancia de este año santo, que
además quiere estimular la conversión pastoral de la Iglesia, y que
en definitiva significa volver al Dios del que hablaba Jesús cuando
contaba la parábola del hijo pródigo: se trata de una parábola sobre
el Padre misericordioso, que perdona, que espera, que acoge a
todos y que a todos abraza. Tampoco debemos tener miedo en el
momento de la muerte, sino confianza, porque vamos al encuentro
de Jesucristo, no solo en tanto que juez, sino como aquel que dio su
vida por cada uno de nosotros. Sí, es necesario una nueva manera
de hablar de Dios, aunque este sea el modelo que nos ofreció
Jesucristo. En cualquier lugar, en la predicación, en la catequesis, y
no solo en los documentos y en los actos oficiales, la Iglesia debe
difundir la imagen de un Dios que —como no se cansa de recordar
el papa Francisco— perdona todos los pecados, y los perdona
siempre; basta con que lo pidamos y estemos dispuestos a
convertirnos.
RAFFAELE LUISE: Pero el Papa sudamericano lanza también
otra temática de enorme importancia, íntimamente ligada a la
cuestión de Dios: la temática de la alegría. Hoy vivimos en un
mundo que se orienta hacia una tristeza que no solo ensombrece
constantemente nuestra vida cotidiana, sino que parece haberse
convertido casi en un modo de ser ontológico. Se registra un gran
déficit de alegría, sobre todo en Occidente, donde una cultura
hipercrítica lo destruye todo sin construir nada, hasta el punto de
que se corre el peligro —como ya ha observado usted— de que la
modernidad se resuelva en una posmodernidad de la nada.
WALTER KASPER: Se trata de una cuestión muy antigua,
aunque ha sufrido una aceleración dramática en la modernidad
occidental. La crítica del papa Francisco a la falta de alegría y de
entusiasmo refleja la postura de los primeros Padres del desierto y
de Tomás de Aquino ante el pecado radical y la tentación originaria
del ser humano: la acedía, la inercia del corazón, la fuerza de
gravedad que tira hacia abajo, la pesadez, la náusea de las cosas
espirituales, que lleva a la tristeza de este mundo. Se trata de un
problema muy grave, puesto que el Papa ha subrayado, con toda
justicia, que precisamente la alegría es la prueba indiscutible de una
fe auténtica y de una vida realizada. En este esfuerzo de análisis,
Francisco no está solo. Søren Kierkegaard y, más tarde, aunque de
otra manera, Romano Guardini, hablaron de la melancolía; Martin
Heidegger de la angustia como estado de ánimo fundamental; y
Jean-Paul Sartre de la náusea del hombre actual. Friedrich
Nietzsche describió irónicamente al «último hombre», que se da por
contento con la pequeña y banal felicidad, pero para quien ya no
brilla ninguna estrella.3 Con la misericordia, en cambio —subraya
Francisco— el hombre se siente amado, aceptado y perdonado por
Dios y constituye para Él un valor. En este sentido, la misericordia
es el antídoto contra la falta de alegría, mientras que su sucedáneo
son el hedonismo y el consumismo, que no llenan nuestro corazón.
La verdadera alegría nace del amor de Dios y del horizonte que ese
amor abre para el hombre.
RAFFAELE LUISE: ¿Puede entonces decirse, eminencia, que en
la modernidad este eclipse de la alegría se ha visto agravado por un
consumismo exasperado que ha cosificado a las personas?
WALTER KASPER: Sí, el hombre no es lo que come, como
sostenía Feuerbach, no es lo que posee, porque ser vale más que
tener; las cosas prometen lo que no pueden dar y el consumismo
mantiene a la persona por debajo del nivel verdaderamente humano
de la humanidad. Sobre todo, el consumismo castiga el auténtico
deseo del hombre, que es ser amado y aceptado. Esto produce
alegría y da sentido a la vida.
RAFFAELE LUISE: A la luz de sus consideraciones, resalta la
amplitud de visión y la genialidad también teológico-política del
hecho de haber convocado este año santo el día del segundo
aniversario del pontificado, como queriendo decir que los balances
se hacen mirando al futuro, no deteniéndonos en el pasado.
WALTER KASPER: Este año santo extraordinario, subrayando y
ampliando el tema central del pontificado de Francisco, quiere
señalar que hemos entrado, con el siglo XXI, en la época de la
misericordia. Haberlo convocado no es solo un acto genial sino
también un acto profético, porque corresponde a los signos de los
tiempos de una situación en la que se suman tres gravísimas crisis:
la antropológica, la teológico-espiritual y la económico-política
global, que diseñan una coyuntura cada vezmás compleja y
confusa, en la que se vive un preocupante déficit de esperanza y no
se vislumbra ya ningún horizonte de valores sociales, políticos y
culturales. En ese contexto, la misericordia se propone como una
mística de ojos abiertos, por decirlo con Johann Baptist Metz4, que
deviene en una mística de las manos que aferran y ayudan a la vez
a la Iglesia y al mundo. El sueño de Francisco es una Iglesia que
abraza la tierra sin adueñarse de ella, y una fe auténtica que incluye
siempre el profundo deseo de cambiar el mundo.
RAFFAELE LUISE: Destaca en este jubileo el entrecruzamiento,
absolutamente inédito, de la religiosidad popular con la reforma de
la Iglesia. Es como si Francisco, desafiando un aparente oxímoron,
llamase a la tan vituperada piedad popular a cooperar con su
proyecto de reforma de la Iglesia. El Papa, en efecto, hace
comenzar el año santo, que es una institución típica de la
religiosidad popular, el 8 de diciembre, día de la Inmaculada
Concepción, fiesta mariana por excelencia. Pero el 8 de diciembre
es también la fecha de clausura del Vaticano II, por lo que el año
santo empieza donde acababa el Concilio, para el que la
misericordia fue un valor crucial. Francisco no podía dar una señal
más clara de su voluntad de reanudar y continuar el Vaticano II.
WALTER KASPER: Un Concilio no termina el día de su clausura,
sino que necesita siempre de una recepción, que es también una
interpretación. En estos cincuenta años solo hemos tenido una
recepción parcial porque la Iglesia ha estado algo dividida; por eso
el Papa inicia ahora una nueva etapa a la luz de aquella misericordia
puesta en el centro de los trabajos del Vaticano II por Juan XXIII y
por Pablo VI, que luego se desvirtuó algo. No debemos olvidar que
algunos padres, guiados por Hélder Câmara, suscribieron poco
antes del final del Concilio el Pacto de las Catacumbas, cuyas líneas
programáticas sobre la pobreza de la Iglesia se desarrollaron sobre
todo en América Latina, y que ahora el Papa recoge poniéndolas
como indicadores del camino eclesial. Todo el Concilio —dice el
papa Francisco— ha de interpretarse a la luz de la misericordia. Y,
haciéndolo así, recoge también aquel tema central de la
modernidad, del que hablábamos, que es el problema de Dios, muy
poco desarrollado por el Vaticano II y solo desarrollado en la
Gaudium et spes, pero que Francisco promueve hoy en el contexto
de las cuestiones sociales.
RAFFAELE LUISE: El Papa pretende, con el año santo, relanzar
la reforma evangélica y pastoral de la Iglesia también en relación
con el proceso sinodal, todo pensado bajo el signo de la
misericordia. Establece así una continuidad entre ambos momentos,
teniendo en cuenta que el Sínodo concluirá a finales de octubre.
Inmediatamente después, Francisco deberá extraer las conclusiones
del mismo justamente mientras comienza el año de la misericordia.
Podría decirse que hay una astucia, en el sentido noble del término,
en este diseño del Papa, que de hecho siega la hierba bajo los pies
a sus críticos, porque quien se oponga al planteamiento de la
misericordia en los temas de la familia se opondrá también al año
santo. ¿Y qué obispo se permitirá, sin pensarlo dos veces, ponerse
en contra del año santo?
WALTER KASPER: No diría astucia, pero sí continuidad,
ciertamente, y eso sitúa el Sínodo y sus decisiones en un horizonte
más amplio, que el episcopado católico no puede permitirse poner
en discusión, pues bloquear ahora una pastoral de la misericordia
en sede sinodal equivaldría a bloquear todo el año de la
misericordia. Esta concatenación, lejos de constituir una especie de
presión sobre el episcopado, llama a los obispos a reflexionar algo
más profundamente. Sobre la misericordia, en efecto, se han
registrado muchos equívocos, como si negara la doctrina o
representara un cristianismo de pacotilla. Será útil, en cambio, una
profundización que arroje más luz sobre cómo la misericordia es la
expresión misma de la identidad de Dios y también de la identidad
del cristiano, sobre todo en el mundo actual, que se debate en una
grave crisis de identidad. Pero, de hecho, la convocatoria de este
año santo significa también que el Sínodo solo es el comienzo de un
itinerario, que no puede reducirse a la en todo caso importante
cuestión, por cierto, de los divorciados que se casan de nuevo —
que es más bien una invención mediática—, sino que irá avanzando
incluso tras su conclusión. El pueblo fiel, como lo define el Papa,
entiende estas cosas, pero por desgracia no las comprenden todos
los sacerdotes, todos los obispos y todos los cardenales. Algunos de
ellos se han alejado del sensus fidelium, y esto es grave. Y en este
contexto entra de nuevo la misma piedad popular, que para el Papa
es un locus theologicus, un «lugar teológico», porque representa la
manera en que el pueblo expresa su fe, en una determinada cultura.
Tras el Concilio se desarrollaron, por lo menos entre nosotros, en
Occidente, algunas tendencias teológicas que disminuyeron la
piedad popular, pero Francisco nos recuerda que es hora de volver
a valorarla.
RAFFAELE LUISE: Con este año santo [2015] Francisco se
dirige directamente al mundo, porque el Papa, lejos de separar
religión e historia, las considera ligadas por un diálogo constitutivo
profundo. Por lo cual ¿tendremos que esperar las diversas
articulaciones, a todos los niveles, de una invitación a la acogida, a
la escucha y al diálogo totalmente abierto, tanto si es ecuménico
como interreligioso, tanto si es intercultural como político y
diplomático?
WALTER KASPER: He encontrado un pasaje de la Summa
theologiae de Tomás de Aquino que desarrolla una bellísima
teología de la misericordia, y en el que el gran dominico observa que
la misericordia tiene la precedencia sobre la justicia en cuanto todo
ha sido creado gratuitamente y sin mérito alguno por parte nuestra.
La misericordia, dice Tomás, subyace en toda la creación, por eso
no vale solo para la Iglesia y para los cristianos, sino para el mundo
y para todas las religiones. Más todavía: en ella está la llave que
abre las puertas del diálogo con las otras fes y las otras culturas, las
cuales a menudo poseen también un elevado concepto de la
misericordia.
RAFFAELE LUISE: Pero hay otro extraordinario documento en el
que Francisco, dirigiéndose a todos los hombres que habitan la
tierra —por primera vez en un Papa—, extiende la misericordia
hasta los confines últimos del universo, abrazando conjuntamente al
hombre y a las criaturas: la Laudato si’, la gran encíclica sobre la
«ecología integral» que da carácter a un tiempo nuevo exactamente
como hiciera cincuenta años antes la Pacem in terris de Juan XXIII.
Una encíclica auroral que ofrece por fin un enfoque holístico y una
cultura nueva tras el doble desafío entrelazado de la ecología
natural y la ecología humana.
WALTER KASPER: Se trata de una gran encíclica, no solo
debido a los delicadísimos desafíos de la «ecología integral» a los
que hace frente, sino también y sobre todo por la visión de conjunto
que ofrece como planteamiento orientado a la solución de
problemas que ponen en duda la supervivencia de la humanidad.
Una encíclica profética y visionaria, capaz, en su grandiosa
arquitectura, de armonizar todos los aspectos de la crisis ecológica,
desde los científicos y técnicos a los económicos, políticos y hasta
administrativos, a los antropológicos y a los místico-espirituales. Una
encíclica que, uniendo en profundidad Dios, Cosmos y Hombre,
dicta las líneas fundamentales de una cultura «ecológica»
radicalmente nueva, que si por una parte llena un gran vacío en el
panorama cultural mundial, por otra delinea un nuevo humanismo
que rechaza el antropocentrismo radical, derivado también de
erróneas lecturas de la Biblia, y que ha llevado a un poder supremo
del hombre sobre la naturaleza y al estrago de esta. En particular,
me ha impresionado la descripción rica y detallada que el Papa hace
de la situación ecológica actual, remitiéndose con frecuencia y
profundidad a las investigaciones científicas y a las grandesconferencias de la ONU sobre el clima. Un hecho nuevo y de gran
importancia que quita fundamento tanto a las críticas de quien ve en
la encíclica poca estructuración científica como a las acusaciones de
quien descubre en ella un espíritu antimoderno. No se trata de una
encíclica antimoderna, pues otorga su lugar a la técnica; tan solo
condena la exasperación del paradigma tecnocrático. Y no puede
ser el único recurso frente a los desafíos medioambientales, pues a
menudo la tecnología —observa el papa Francisco— crea
problemas y agresiones en la ecología integral. Otra dimensión
importante de la encíclica consiste, a mi parecer, en el hecho de que
el Papa no solo cita documentos pontificios, sino también
documentos de los obispos de todo el mundo. Se trata, en resumen,
no solo de la summa de la doctrina de la Iglesia de Roma, sino
también de la doctrina de las Iglesias locales. Como si la doctrina
social de la Iglesia se hiciera, de alguna manera, más coral, colegial
y plural.
Pero lo que más me ha impresionado en la Laudato si’ es la
teología de la creación que la inspira. Una teología recientemente
algo olvidada y subestimada. El Papa afirma en ella que la creación
es obra de Dios, pero inmediatamente subraya que la creación no
fue producida de una vez para siempre, puesto que se trata
verdaderamente de una creación continua, de la que nosotros
somos parte en cuanto criaturas. Pero todas las criaturas tienen un
valor en sí mismas, recuerda el Papa siguiendo el Canticum
creaturarum de san Francisco, y los hombres no son, por tanto,
amos absolutos de la naturaleza, no tienen derecho a dominarla ni a
explotarla, sino el deber de custodiarla y cultivarla. Y a esta prioridad
de cuidar la Tierra para que sea un ambiente humano, casa común
de los hombres y de las criaturas, debe ajustarse también la técnica,
tratando el aire, el agua, el viento, el mar, los bosques y las
diferentes formas de energía sostenible como bien común de la
humanidad. Esta amplificación de la doctrina social de la Iglesia, y
esta visión del hombre y de la mujer como hermano y hermana de
todas las criaturas, constituyen —como afirmaba Tomás de Aquino
— una mística de la creación, muy próxima a las otras religiones
«creacionistas» y con profundas resonancias con las grandes
religiones orientales, de un modo tan acentuado que constituye, en
el ámbito de la nueva sensibilidad religiosa contemporánea, uno de
los terrenos más prometedores del diálogo interreligioso y
ecuménico. En la encíclica, el Papa cita expresamente al patriarca
ortodoxo Bartolomé I, 
mientras que de los representantes de las Iglesias protestantes han
llegado ya respuestas tan entusiastas que hacen de la encíclica una
especie de voz común de la cristiandad y más en general, de la
humanidad religiosa sobre temas de ecología integral. Se trata de
una grandiosa visión espiritual que, en el último capítulo, sobre la
espiritualidad trinitaria y la liturgia cósmica, interpela directamente la
sensibilidad religiosa y humana de cada habitante de la tierra para
que realice una conversión ecológica y cambie de estilo de vida en
profundidad. Podemos decir que la Laudato si’ es la primera
encíclica creatural, donde la respuesta al doble grito entrelazado de
las criaturas y de los pobres convierte el documento en un gran
texto que tendrá ciertamente importantes efectos como en su tiempo
los tuvo la encíclica Pacem in terris. Me gustaría que ese documento
se convirtiera en punto de referencia para todas las religiones,
partidos, movimientos, para el mundo económico y para todos los
hombres de buena voluntad. Y es comprensible que, sobre todo en
el plano económico, se registren fuertes resistencias, dado que el
Papa critica con vigor el capitalismo desenfrenado, no –atención—
el capitalismo como tal y el mercado social como lo tenemos en
Europa, sino el liberalismo salvaje, cuyas desastrosas
consecuencias para los hombres y para la naturaleza ha podido
conocer el papa Francisco en persona en el hemisferio Sur.
Algunos, además, han criticado el hecho de que en la encíclica
esté presente una visión moral demasiado exigente, pero se olvida
que la «sostenibilidad» ética de los comportamientos humanos
frente a la naturaleza y al inmenso ejército de los pobres es eludida
demasiado a menudo, y que tiende a imponerse cada vez más la
convicción de que todo lo que se puede hacer con la tecnología
siempre es legítimo, aceptando como inevitables efectos colaterales,
graves violaciones ejercidas sobre el hombre y el medio ambiente.
Hoy es necesaria una visión nueva, una nueva pietas, según el
ejemplo de aquella virtud fundamental que animaba a los antiguos
romanos y a los paganos a la admiración de lo creado y a la
búsqueda de su sentido, una pietas que también nos haga descubrir
de nuevo las razones de la maravilla y la alabanza a Dios, el laudato
si’ (alabado seas) de la encíclica, frente al milagro de la vida. Una
pietas que, por desgracia, falta del todo en un Occidente
secularizado, donde domina una especie de «fe» funcional,
tecnológica, orientada únicamente a la explotación y al interés
egoísta de los individuos.
RAFFAELE LUISE: Hablaba usted de la importancia de la
cuestión de la ecología integral en el seno del diálogo interreligioso
e intercultural. En la encíclica se recuerda, como usted decía, la
sensibilidad ecológica de Bartolomé I, se cita la mística del sufismo
que ve un misterio por contemplar «en una hoja, en un camino, en el
rocío, en el rostro del pobre», y hay una referencia importante a
Teilhard de Chardin, que suena como una verdadera rehabilitación
del gran paleontólogo y místico jesuita que elaboró una «síntesis»
genial del cristianismo con la teoría de la evolución, largo tiempo
hostigada por la teología católica oficial, y por eso todavía
marginado dentro de la Iglesia.
WALTER KASPER: Creo que es la primera vez que el padre
Teilhard de Chardin es citado en un documento del magisterio
pontificio, y esto es verdaderamente muy importante porque fue,
además de un científico, un profeta, un misionero y un místico, que
está en los orígenes de una cierta reconciliación de la teología de la
creación con la teoría de la evolución. Creo que vale la pena
recuperar actualmente esta espiritualidad suya, no solo para los
jóvenes que crecen en un mundo meramente funcionalista, sino en
en general, para el bien del hombre y el desarrollo de su conciencia.
RAFFAELE LUISE: Pero vayamos, cardenal, a la que podemos
llamar la reforma más importante emprendida por el papa Francisco,
a ese proceso sinodal sobre la familia, de dos años de duración —y
que más bien parece un pequeño concilio sobre un tema de ética
sexual—, ya soñado por el cardenal Carlo Maria Martini. Un proceso
incoado, de alguna manera, con el Consistorio de febrero de 2014,
en el que usted —a petición de Francisco— propuso una relación
que inauguraba el nuevo enfoque pastoral de los temas de la familia
y del matrimonio, y que los rigoristas inmediatamente motejaron
como «teorema Kasper». Se celebró después el primer Sínodo, el
extraordinario de octubre de 2014, que suscitó numerosas
polémicas; incluso se publicó, apenas unos días antes, un libro de
cinco cardenales que se curaban en salud y se oponían a cualquier
cambio. A pesar de ello, la reunión concluyó con la aprobación de
los 62 parágrafos de la Relatio Synodi (la Relación del Sínodo), si
bien es cierto que, en tres parágrafos cruciales sobre los divorciados
nuevamente casados y sobre los homosexuales, no se alcanzó la
mayoría cualificada de dos tercios de los votos. ¿Se puede hablar
de un éxito, desde su punto de vista? ¿Está usted satisfecho con el
resultado?
WALTER KASPER: No estoy descontento con este resultado.
Para mí fue un Sínodo literalmente «extraordinario», y no solo en el
sentido de que fue el primero del papa Francisco, sino porque fue
muy distinto a todos los otros en los que yo he participado. Desde el
inicio el Papa declaró que quería plena libertad de palabra. Y esta
libertad permitió que cada uno manifestara, sin temores
reverenciales,ni siquiera respecto a él, lo que llevaba dentro: el
resultado fue un debate muy vivaz, que benefició al Sínodo,
siguiendo el ejemplo de los habidos antes en todos los Sínodos de
la antigüedad. Ya en el primero, el Concilio de Jerusalén, del que se
habla en los Hechos de los apóstoles, tuvo lugar un debate muy
encendido entre Pablo y Pedro sobre la apertura del cristianismo a
los incircuncisos. Y así sucedió también esta vez. Muchos han
hablado de una derrota del Papa y de la Secretaría del Sínodo, pero
yo no estoy de acuerdo, porque al final fueron aceptados, por
mayoría cualitativa, 59 parágrafos de la Relatio finalis, y solo tres
con una mayoría relativa del sesenta por ciento. Pienso que
cualquier gobierno estaría más que contento si obtuviera un
resultado así en su parlamento. Pero aunque no pueda decir que
fuese una victoria, se trató no obstante de un éxito que nos empuja
a continuar la discusión no solo sobre estos tres parágrafos, sino
sobre todos los problemas de la familia, que no son reconducibles a
esas cuestiones intraeclesiales.
RAFFAELE LUISE: También porque los tres parágrafos que no
obtuvieron la mayoría cualificada en realidad contenían
declaraciones extraídas de Benedicto XVI y del Catecismo de la
Iglesia universal.
WALTER KASPER: Sí, votando contra uno de ellos se condenó,
en primer lugar, la posición del Catecismo de la Iglesia católica
sobre la sexualidad, y esto sí me sorprendió realmente. Pero en
realidad aquellos votos negativos deben interpretarse, pues no
significa que hubiera necesariamente posiciones contrarias. Más
aún, algunos padres votaron en contra porque se esperaba una
formulación más fuerte.
RAFFAELE LUISE: La primera semana del Sínodo se cerró con
la Relatio post disceptationem (Relación después de la discusión)
presentada por el cardenal Erdö, que dejó constancia de aperturas y
novedades muy relevantes. En el punto 18, por ejemplo, se habla de
la «posibilidad de reconocer elementos positivos también en las
formas imperfectas de unión que se encuentran fuera de la plenitud
sacramental del matrimonio». El punto 20 dice: «acerca de las
convivencias y de los matrimonios civiles y los divorciados vueltos a
casar, compete a la Iglesia reconocer estas semillas del Verbo
dispersas más allá de sus confines visibles y sacramentales». El
punto 36 invita, luego, a «acoger la realidad positiva de los
matrimonios civiles reconociendo las debidas diferencias entre las
convivencias». Sobre las uniones de hecho, el punto 38 dice que
«en tales uniones es posible acoger los valores familiares auténticos
o al menos el deseo de ellos». Y, de nuevo, en el punto 48 se
pregunta acerca de los divorciados nuevamente casados: «si es
posible la comunión espiritual, ¿por qué no es posible acceder a la
sacramental?». Y rechazando la lógica imperante hasta este
momento, que ve en los homosexuales un estado de desorden
objetivo, el punto 50 afirma: «Las personas homosexuales tienen
dones y cualidades que ofrecer a la comunidad cristiana… hay
casos en los que el apoyo mutuo, incluso el sacrificio, constituyen un
valioso soporte para la vida de las parejas». ¡Afirmaciones nunca
oídas en dos mil años de Iglesia!
Pero, luego, a medio recorrido del Sínodo, se produjo un giro y
una corrección, como si se hubiera ido demasiado lejos, y la relación
conclusiva fue más cautelosa. Al final de la primera semana, de
hecho, aquel clima de escucha fraternal y de animosa libertad de
expresión se enfrió y, por parte de una robusta minoría de padres
sinodales, se volvió a denunciar el «teorema de Kasper»,
interpretado como una especie de caballo de Troya utilizado para
desmantelar la doctrina. Y así volvieron las sombras de la vigilia
sobre el itinerario sinodal. Pero, cardenal, ¿qué empujó a los
conservadores a oponerse al esfuerzo de la Iglesia por estar en
sintonía con el mundo contemporáneo, como ya hizo el Vaticano II?
¿Qué es lo que pudo haber motivado realmente el rechazo a aplicar
la doctrina a las condiciones de vida del hombre de hoy? ¿No dijo
Jesús que el sábado es para el hombre?
WALTER KASPER: También a mí me resulta difícil entenderlo.
Quizá algunas de estas afirmaciones eran todavía prematuras y
necesitaban alguna clarificación ulterior. No obstante, el propio Papa
habló de conversión pastoral, esto es, de la necesidad de un cambio
de orientación y de un nuevo paradigma en las relaciones entre la
Iglesia y el mundo. Lo repito, hoy es necesaria una Iglesia que,
como el Buen Samaritano, baje por fin a la calle, toque las heridas,
las cure, las vende, y se encuentre con la persona de carne y hueso
y no con su contrafigura abstracta. Y este es el método que le gusta
a Bergoglio, que parte de la experiencia concreta para luego
efectuar el discernimiento de los espíritus (que consiste en discernir
la verdad del error, la buena fe de la mala fe, la transparencia del
engaño), y finalmente, actuar, tomando las decisiones oportunas.
Este es el nuevo paradigma, como hemos dicho, y esto quiere decir
conversión pastoral.
RAFFAELE LUISE: Quizá sea necesaria también una conversión
cultural que cambie radicalmente el aspecto y el rostro de una
Iglesia que en los últimos mil años ha ido volviéndose cada vez más
doctrinal, jurídica y devocionista, para obligarla a recuperar la
frescura evangélica de los orígenes. Esta es, creo, la intención del
Papa. Y en este sentido, la resistencia de la Curia y de los
conservadores al programa de Francisco quizá se explique por la
defensa de la vieja imagen de la Iglesia profundamente introyectada
por la jerarquía.
WALTER KASPER: Así es. En los últimos decenios la Iglesia ha
cedido con frecuencia a la tentación de ser demasiado doctrinalista
y demasiado juridicista. El Papa nos recuerda que la Iglesia debe
apoyarse, en cambio, en los dos mandamientos supremos del amor
de Dios y del amor al prójimo, que son inseparables y se interpretan
el uno al otro. De tal forma que no se puede amar a Dios sin 
amar a los hombres, de la misma manera que el amor a los
hombres depende también del amor a Dios. En sustancia, el papa
Francisco nos dice que para ser un verdadero cristiano es preciso
volver al Evangelio de Jesucristo, porque solo volviendo a los
orígenes podemos avanzar hacia el futuro. En esto consiste su
revolución, y este era el programa de san Francisco de Asís, que
quería vivir de acuerdo con el Evangelio, sine glossa, «sin
interpretaciones».
RAFFAELE LUISE: Y de hecho, en la homilía de la misa en
Santa Marta, el 13 de octubre de 2014, en pleno Sínodo, el Papa
recordó a los obispos y a los cardenales que Dios no es el Dios de
la ley, sino el Dios de las sorpresas, y les amonestó a no oponerse a
los signos de los tiempos y a no frustrar el sueño de Dios. Por otra
parte, la misma Pontificia Comisión Bíblica había juzgado la lectura
fijista e inmutable de la Palabra, consignada en las Escrituras, como
un suicidio del pensamiento. Pero ya Gregorio Magno afirmaba que
Scriptura crescit cum legente, la «Escritura crece con quien la lee»,
y san Vicente de Lerins declaró que también el dogma crece y
evoluciona.
WALTER KASPER: Este es un punto muy importante, porque la
Iglesia habla de tradición viva. Hay que transmitir el fuego, no las
cenizas. El Concilio afirmó que el Espíritu Santo está siempre en
diálogo con la Iglesia, diálogo de un esposo con la esposa, y así,
bajo su guía, el conocimiento de la Biblia y de la Palabra crece,
puede aumentar, puede ser cada vez más profundo. La tradición no
es un resto fósil. La Iglesia no es un museo, es el pueblo de Dios en
peregrinación y en marcha por los caminos de la historia. Es
indudable que el Evangelio es siempre el mismo, pero puesto que
es el Evangelio de Dios, y Dios trasciende todos nuestros
conceptos, es a la vez siempre el mismo y nuevo. Debemos
dejarnos sorprender por Dios. Esta es la gran novedad de
Francisco.
RAFFAELE LUISE: En la entrevista programática con el director
de la Civiltà Cattolica, Antonio Spadaro, Bergoglio había
manifestado el sueño de que la Iglesia volviera a ser otra vez
creativa comolo fue en ciertos períodos del pasado y como ya no lo
es en la actualidad. Una Iglesia genial que, remodelándose con la
palabra eterna de Jesús, vuelva a hablar con el hombre
contemporáneo.
WALTER KASPER: Sí, la Iglesia descansa sobre la base del
Evangelio, que es siempre el mismo y al que no puede añadirse
nada. Pero hay en él una riqueza y una profundidad inagotables.
Hoy la Iglesia debe hacer frente a una situación nueva: ha dejado de
ser eurocéntrica y se mueve ya en un contexto global, en el que
conviven nuevas culturas y un amplio pluralismo religioso. Solo
respondiendo a estos desafíos inéditos, que constituyen un nuevo
momento decisivo, un nuevo kairós, puede crecer la Iglesia y puede
profundizar en lo que siempre ha sido y en lo que debe ser de
nuevo. La Iglesia está llamada a interpretar, como ya quiso el
Concilio, los signos de los tiempos desde el punto de vista del
Evangelio. Pero, por otra parte, los signos de los tiempos arrojan
una luz nueva sobre el Evangelio. Y así se genera un doble
dinamismo que permite que la Iglesia camine de un modo creativo
también en el contexto moderno. Es necesario abrirse, «salir», como
dice Francisco; no podemos encerrarnos en nosotros mismos como
en una ciudad asediada. Y de este modo se llega a un proceso de
reciprocidad: la Iglesia puede dar algo al mundo y, al mismo tiempo,
puede recibir mucho de las demás culturas y de las otras religiones.
De este modo el conjunto eclesial inicia su camino en el nuevo
milenio y en el nuevo siglo.
RAFFAELE LUISE: Pero este camino hacia la auténtica tradición
ha sido considerado, por los críticos del papa Francisco, y suyos,
cardenal, no el signo de una apertura a los tiempos nuevos, sino de
una subordinación de la Iglesia a las modas del tiempo.
WALTER KASPER: Sí, lo han visto como una traición a la
Iglesia. Es cierto, la tentación de estar subordinada a los tiempos
siempre ha existido para la Iglesia, y precisamente por eso es
importante el discernimiento de los espíritus. Debemos estar
siempre atentos a no adaptarnos a este mundo, como dice san
Pablo. Pero, sin embargo, el diálogo constructivo y crítico con el
mundo está en la naturaleza constitutiva de la Iglesia. Si se leen sus
mensajes se comprende que el Papa tiene una visión profética,
abierta y a menudo también muy dura respecto al mundo
contemporáneo. Se muestra severísimo con el sistema económico
dominante, pero también frente al egoísmo y al individualismo
desenfrenado: estigmatiza ciertamente la mundanidad espiritual de
la Iglesia, pero también es crítico con relación a algunos
conservadores extremos, ellos sí, subordinados a un pasado ya
superado y que han olvidado el mandamiento del último libro de la
Biblia, que impone escuchar siempre lo que el Espíritu le dice a las
Iglesias en cada momento.
RAFFAELE LUISE: La actitud de Francisco durante el Sínodo fue
realmente ejemplar. Adecuadamente, no intervino nunca en el
debate, aunque escuchaba con la máxima atención. Solo se limitó a
hablar al principio y al final, sin soluciones predeterminadas, pero
sus intervenciones siempre fueron fundamentales. En ellas pudimos
admirar la prudente y respetuosa actuación del Papa jesuita. En la
primera intervención hizo una extraordinaria invitación, como usted
recordaba, a la libertad de palabra, a la parresía, que, junto con la
decisión de publicar todos los documentos, ha representado ya un
gran cambio de paradigma en la dirección de una sinodalidad
auténtica. Después, en el discurso final, el Papa reafirmó la
dirección en la que quiere ir, hacia una Iglesia —dijo con pasión—
que no tenga miedo de comer y beber con las prostitutas y los
pecadores, una Iglesia con las puertas abiertas de par en par para
recibir a los necesitados, a los arrepentidos, y no solo a los justos o
a aquellos que creen ser perfectos. El Papa, que dijo una vez que
bautizaría incluso a marcianos, subraya en sustancia que los
sacramentos no son un premio para los buenos, sino un viático para
quien cae y se equivoca, como los divorciados que se casan de
nuevo.
WALTER KASPER: Creo que esta actitud del Papa se
comprende mejor cuando se considera su concepción del pueblo de
Dios. Se trata de una eclesiología particular, la de la «teología del
pueblo» argentina, que se remonta al Concilio Vaticano II. En esta
visión de Iglesia todo cristiano tiene su carisma, posee el sensus
fidelium y tiene la capacidad de comprender el Evangelio; el
magisterio de la Iglesia no puede ser otro que el de la escucha y la
gran apertura a la piedad popular, porque el pueblo posee el
«olfato» y la sabiduría para ir hacia delante. Pero ser un magisterio
que escucha no significa ser un magisterio que no decide. Primero,
no obstante, hay que escuchar. Esta es una característica
fundamental del Papa latinoamericano. Y yo lo he experimentado de
un modo directo a lo largo de mi existencia. Cuando fui ordenado
sacerdote, a los veinticuatro años, tenía muy poca experiencia de la
vida, la que se tiene en una familia católica normal, y además bajo el
nazismo y durante la Segunda Guerra Mundial. Pero luego,
escuchando a la 
gente en el confesionario, aprendí muchísimo en solo un año, y
cambié el lenguaje de mi forma de predicar. Uno se educa con la
gente; también como profesor he aprendido con las preguntas a
menudo críticas de los estudiantes. Y así he ido viendo que la
Iglesia no es una torre aislada, sino que sus miembros están en
contacto los unos con los otros, y que la función específica del
clérigo y también del Papa se desarrolla escuchando y estando en
relación con los fieles. En el discurso de conclusión del Sínodo
extraordinario, Francisco insistió en decir: soy el Papa, tengo esta
responsabilidad particular, pero la comparto con vosotros, obispos,
aunque al final es a mí a quien le toca decidir. Y lo hará. Pero no es
un modo nuevo de actuar; es tan solo la vuelta a la tradición y, en
particular, como ya hemos dicho, al Concilio de los Apóstoles en
Jerusalén. Pedro presidió aquella sesión; habló el primero, pero
luego escuchó lo que decían los demás, sobre todo Pablo. Al final
decidieron juntos, con el aplauso de la comunidad. Pienso que aquel
Concilio debe ser, ahora y en el futuro, modelo para el Sínodo.
RAFFAELE LUISE: Y Pedro aceptó lo que decía Pablo, a pesar
de la gran distancia de sus posiciones.
WALTER KASPER: Ambos mantuvieron una discusión muy
encendida, pero al final se dieron la mano y sellaron la comunión
entre ellos; por así decir, una unidad en la pluralidad. Pedro no se
convirtió en Pablo y Pablo no se convirtió en Pedro, pero lograron la
unidad en la diversidad, y esta es también la idea que tiene el Papa
de la unidad en el interior de la Iglesia católica, y también de la
unidad entre las Iglesias cristianas.
RAFFAELE LUISE: ¿Se puede sostener, cardenal, que este
proceso sinodal ha supuesto ya un cambio de paradigma en la
dirección de una auténtica sinodalidad?
WALTER KASPER: Creo que sí. El Papa quiere reforzar la
sinodalidad; quiere incluso refundar el Sínodo y darle un nuevo
empuje, una nueva vitalidad: esto me parece fundamental para el
futuro de la Iglesia y también para el futuro del ecumenismo.
RAFFAELE LUISE: ¿Y aquel otro paso: el bautismo a los
marcianos, la comunión a los divorciados casados de nuevo, los
sacramentos no solo para los perfectos, sino sobre todo para el que
cae y quiere levantarse otra vez?
WALTER KASPER: Sí. No olvidemos que los sacramentos son
también sacramentos de la curación; en particular, la eucaristía es el
sacramento de la curación no solo para los perfectos, porque si
fuera solo para los perfectos prácticamente nadie podría acceder a
ella. Es cierto: los sacramentos suponen la fe, la confesión de los
pecados, el arrepentimiento, pero por otra parte confieren también la
gracia para crecer en la vida espiritual. La Iglesia está siempre en el
punto medio entre el rigorismo y el laxismo, y también el laxismo es
una tentación que hay que rechazar. Hay que ir por la vía del medio,
que es la vía de la virtud según Aristóteles y Tomás de Aquino.
RAFFAELELUISE: Volvamos al discurso final del Papa al
Sínodo, en el que Francisco abría las puertas de la Iglesia a las
prostitutas, a los pecadores, a los ladrones y a todos aquellos que
caen y desean levantarse de nuevo. Estas palabras también
constituyen, cardenal, el mensaje que Bergoglio confía, en el tiempo
que transcurre entre el Sínodo extraordinario y el ordinario de
octubre de 2015, a todas las Iglesias locales y a los laicos del
mundo. ¿Qué debemos esperar? ¿Cuál es la situación frente a
vehementes resistencias, como aquellas con las que se dejó
intimidar un poco el Concilio? ¿No existe el riesgo de que se busque
una solución solo formal, a lo mejor multiplicando las declaraciones
de nulidad matrimonial, o se acabe encontrando una mediación de
perfil bajo? ¿Podrá encontrarse un acuerdo y no un compromiso
inútil? En este sentido, ¿puede decirse que el Sínodo sobre la
familia es el banco de pruebas del pontificado?
WALTER KASPER: Sí, ciertamente es un banco de pruebas del
pontificado, a condición de que no todo se reduzca al problema de
los divorciados casados de nuevo. Este último es un problema
pastoral urgente y con mucho significado simbólico, pero la
problemática de la familia es más amplia. Durante el Sínodo se puso
en evidencia que hay problemas en todas partes y no solo entre
nosotros, en el Occidente llamado liberal. Los hay también en África
y en Asia, y se registra también un cierto ataque a la familia por
parte del sistema económico y de nuestra sociedad en su conjunto.
Son cuestiones fundamentales. Al frente de ellas el problema de los
divorciados casados de nuevo quizá entró demasiado en el foco de
atención del Sínodo, antes y durante los trabajos. Pero, dicho esto,
hay que reconocer que se trata de un problema muy urgente, sobre
todo en Occidente, aunque también en América Latina. Mucha gente
aguarda una solución, y son muchos los que esperan que el Papa
consiga formalizar una cierta apertura. También se trata de un banco
de pruebas del Sumo Pontífice, que representa el ministerio de la
unidad, y que, en cierto sentido, debe reconciliar las dos alas que se
han opuesto en el Sínodo. ¿Cómo va a hacerlo? No lo sé. Todavía
hay algunos nudos teológicos que deshacer, y no todo está claro.
Hay que encontrar soluciones que sean aceptables por ambas
partes. Quizá podría ser una vía de salida establecer criterios
generales y universales, dejando cierto espacio de autonomía a las
Conferencias episcopales para la resolución de problemas
particulares. Quizá no sea posible encontrar soluciones concretas
universalmente válidas, pero me parece que Francisco está
determinado a conseguir un resultado que represente una apertura.
Creo, además, que es posible encontrar vías que no entren en
conflicto con la encíclica Familiaris consortio, en la que Juan Pablo II
cerraba la vía de los sacramentos a los divorciados casados de
nuevo, pero que a la vez vayan más allá, ofreciendo nuevas
precisiones a la encíclica.
RAFFAELE LUISE: Usted ha hablado de problemas teológicos
por resolver. ¿Qué problemas?
WALTER KASPER: En primer lugar, el problema de cómo
conciliar concretamente el principio de la indisolubilidad del
matrimonio, que todos queremos conservar porque se funda en las
mismas palabras de Jesús, con la realidad de un segundo
matrimonio, en este caso civil. El otro gran problema es el del
pecado, es decir, 
si una relación sexual fuera del matrimonio sacramental válido es un
pecado grave y cómo hay que interpretar eso. Hay diversos
planteamientos, y se puede sostener, por ejemplo, que también un
matrimonio civil expresa valores auténticamente cristianos. No es la
cima ni el ideal para nosotros, los católicos, pero este matrimonio
posee valores y hay que evaluar cómo puede la Iglesia apreciar y
juzgar elementos esenciales como la fidelidad de la pareja para toda
la vida, la asistencia mutua, el cuidado de los hijos, la vida cristiana,
la plegaria en común. Se debe valorar todo eso y luego se puede
afirmar que los sacramentos son para quienes están en camino.
RAFFAELE LUISE: Usted está hablando de la teoría de la
gradualidad, que podría aplicarse también en este caso.
WALTER KASPER: Esta teoría de la gradualidad está presente
ya en la Familiaris consortio, aunque en ella se entiende la
gradualidad en la realización subjetiva de la doctrina y de los
mandamientos. Ahora se ha transferido esta idea al nivel objetivo, y
aquí han aparecido resistencias. Hay que ahondar en esta cuestión,
pero no se puede negar que hay gradualidad en la «pedagogía» de
Dios para con su pueblo, que debe continuar también en la Iglesia.
RAFFAELE LUISE: Según la Familia consortio, en el caso de
que una persona se divorcie y se case de nuevo civilmente no
comete pecado si se comporta con la nueva pareja como si fueran
hermano y hermana. Pero, aparte de que no son hermano y
hermana, ¿no puede decirse que el problema no está en el juicio
negativo sobre el matrimonio civil sino en que se pasa del espacio
público al privado de las relaciones sexuales? ¿No puede prefigurar
esto como un paso adelante respecto de la Familiaris consortio?
WALTER KASPER: Sí, quizá se puede sostener que las
relaciones sexuales no son normalmente un asunto público, sino
materia personal relativa a la confesión. Mientras que el derecho
público de la Iglesia se refiere a los pecados públicos, que implican
la penitencia pública y hasta la exclusión de los sacramentos, los
pecados privados son personales, no tienen relevancia pública, y
siguen siendo materia exclusiva de la confesión. Pero hay que
reflexionar bien sobre este punto. Quizá puedo añadir que en esta
dirección va también mi propuesta —propuesta, que no solución—
de la vía penitencial, que exige la absolución en la confesión y,
después, la admisión a la eucaristía.
RAFFAELE LUISE: Por tanto, usted contemplaría también la
bendición de las segundas nupcias, aunque tal vez no en la Iglesia.
WALTER KASPER: Algunos lanzan esta propuesta, yo me
mantengo algo en suspenso. Demos el primer paso; hablemos del
matrimonio civil y luego de si es posible una bendición privada del
párroco a estas parejas. Por mi parte, yo ya he bendecido a
musulmanes que me lo han pedido. Pero una liturgia en la Iglesia
me parece cosa ambigua.
RAFFAELE LUISE: Se ha hablado mucho en el Sínodo de una
solución a la «ortodoxa», que prevé la readmisión a los sacramentos
de los divorciados casados de nuevo tras un período de penitencia.
Pero usted no está del todo de acuerdo. ¿Por qué?
WALTER KASPER: Podemos aprender mucho de la solución de
los ortodoxos, que con su principio de la oikonomía concretizan lo
que nosotros hacemos con la misericordia. Se trata de un principio
muy humano y también cristiano, que les permite en casos
concretos dispensar del primer matrimonio y permitir un segundo y
también un tercero en la iglesia tras un período conveniente de
penitencia. Pero es importante subrayar que los ortodoxos no
consideran sacramento el segundo matrimonio. A los
planteamientos ortodoxos se acercan varios principios parecidos.
Uno de ellos es el principio de la epikeia («epiqueya», literalmente
«lo que se considera conveniente»), por el que una regla debe
aplicarse a una situación particular —muy a menudo compleja—
tomando en consideración todas las circunstancias. Además,
nosotros hablamos de jurisprudencia no de «jurisciencia». Los
juristas deben aplicar la regla general, teniendo en cuenta todas las
circunstancias. Para los grandes canonistas del Medioevo, la
epiqueya era la justicia suavizada con la misericordia. Nosotros
podemos partir de aquí. Tenemos nuestros recursos para encontrar
una solución, porque no estoy muy seguro de que podamos adaptar
la tradición ortodoxa a la nuestra. Y esto por diversos motivos;
primero porque la praxis penitencial ortodoxa comenzó en una
época en la que no existía el matrimonio civil, luego porque esa
tradición no es la misma en todas las Iglesias ortodoxas y,
finalmente, porque esta práctica se ha resentido mucho del
cesaropapismo bizantino.
RAFFAELE LUISE: Pero, ¿qué deberíahacerse, según usted,
para evitar un compromiso de perfil bajo, en el tema de los
divorciados que se casan de nuevo?
WALTER KASPER: No tengo una propuesta concreta. Solo he
querido empezar una discusión pública dentro de la Iglesia. Creo
que deben establecerse algunos criterios universales, entre los
cuales están la indisolubilidad del matrimonio y la imposibilidad de
segundas nupcias sacramentales. Pero también deben identificarse
algunos criterios generales para que, en algunos casos, pueda
darse la absolución a los divorciados casados de nuevo, porque las
situaciones son muy distintas entre ellos.
RAFFAELE LUISE: ¿Qué podemos responder a quien recuerde
que Jesús le dijo a los Apóstoles: «Lo que Dios ha unido, que
ningún hombre lo separe»? Un matrimonio puede fracasar aunque
sea indisoluble. Y aun siendo indisoluble, ¿puede ser disuelto?
WALTER KASPER: Este es un problema que, para ser definido,
requiere más discusiones. Ciertamente, la admonición de Jesús 
de no dividir lo que Dios ha unido y la doctrina sobre la
indisolubilidad del matrimonio se mantienen firmes y ningún teólogo
puede o quiere contradecirlas. Pero, con sus palabras, Jesús
rechazó la casuística de los judíos y, por tanto, no podemos
sustituirla con otra casuística, cosa que la Iglesia, en su tradición
viva, no ha hecho. Ya en Mateo encontramos las cláusulas de
porneía, esto es, de «unión ilegítima» (según la traducción italiana
oficial) que, de acuerdo con las palabras de Jesús, pueden 
ser causa de repudio, o de divorcio (Mt 5, 31-32). Según el derecho
canónico, el Papa puede disolver un matrimonio que se considera
no consumado, que es un matrimonio sacramental válido, y hay
también disoluciones gracias al privilegio paulino y petrino. Este
poder de atar y desatar es una potestad importante conferida por
Jesús mismo, que no está por encima de la palabra de Cristo, sino
que la aplica en determinadas situaciones. Nos encontramos, por
tanto, frente a una cuestión de aplicación muy delicada tanto en el
plano exegético-teológico como en el jurídico, todavía por discutir.
RAFFAELE LUISE: En el largo proceso sinodal, por vez primera
se dio la palabra a la Iglesia entera —idea muy querida por el
cardenal Martini— mediante el cuestionario difundido antes del
Sínodo extraordinario, al que se añadió un segundo en previsión del
sucesivo Sínodo ordinario. Esta opción parece haber iniciado una
reforma estructural e irreversible destinada a conseguir que la
Iglesia sea cada vez más colegial y a conferir mayor autonomía de
decisión a las Conferencias episcopales, también en el campo
doctrinal, como escribe Francisco en la Evangelii gaudium.
WALTER KASPER: Sí, esta idea del cardenal Martini es muy
valiosa, y se remonta a la praxis de la Iglesia en todo el primer
milenio, y que continuó luego durante el segundo. En el fondo, solo
en los siglos XIX y XX, tras el Concilio Vaticano I, cayó en el olvido
el principio sinodal, en la Iglesia latina, con motivo de una
enfatización unilateral del primado romano, mientras que en las
Iglesias orientales el principio sinodal ha permanecido siempre vivo.
Encontramos luego la doctrina del Concilio Vaticano II sobre las
iglesias particulares, la colegialidad del ministerio episcopal y la
importancia atribuida a las Conferencias episcopales. Según el
Concilio, las iglesias particulares son solo provincias de la Iglesia
universal, pero son verdaderas Iglesias de Cristo que viven en y por
la Iglesia universal, como la Iglesia universal vive en y por las
iglesias particulares. Hay una interioridad recíproca, que da a las
iglesias particulares una relativa autonomía en el contexto y en el
intercambio con la Iglesia universal y que, al mismo tiempo, es
fundamento de la sinodalidad. El Concilio Vaticano II dio inicio a una
nueva trayectoria, a la que el papa Francisco garantiza un ulterior
desarrollo. Se trata de un proceso muy importante porque entrelaza
la colegialidad en el gobierno de la Iglesia con la sinodalidad —el
hecho de avanzar todo el pueblo de Dios unido— con lo que se
realiza una fraternidad más plena entre todos los cristianos y una
nueva forma de escuchar a los laicos por parte de los clérigos. Por
otra parte, diría que no se trata solo de un problema estructural y
jurídico, porque implica una nueva responsabilidad por parte de los
obispos y de las Conferencias episcopales. Resulta cómodo decir:
es en Roma donde deben decidir. No. También las iglesias locales
deben tomar posición, en un proceso en ambas direcciones. Yo
espero y deseo que se lleve a cabo un equilibrio cada vez más
amplio entre primado del Papa y sinodalidad episcopal. Creo que
siempre hay que buscar el equilibrio entre los dos polos, pero ya
hoy, en problemas concretos, el pontífice puede dar a un Sínodo la
potestad de decidir. Esta puerta ya está abierta, pero no se ha
traspasado nunca.
RAFFAELE LUISE: ¿Habría, pues, en teoría, la posibilidad de
que el Papa concediera la facultad deliberativa al Sínodo?
WALTER KASPER: Sí, la posibilidad sí. No es una potestad
sobre todas las cuestiones, sino sobre problemas concretos. Quizá
el Papa lo haga en un futuro.
RAFFAELE LUISE: Hablemos de sus relaciones con el papa
Francisco, cardenal Kasper. Es indudable que están unidos por una
profunda sintonía.
WALTER KASPER: Conocí a Bergoglio antes de que fuera Papa,
cuando estuve en Buenos Aires. Me habían hablado de su relación
con el clero, de su cercanía y de su afabilidad con los pobres de los
barrios desfavorecidos —las «villas miseria»—; al conocerlo en
persona me causó muy buena impresión su gran simpatía. Luego le
vi de nuevo durante las Congregaciones generales antes del
cónclave y muchas otras veces siendo ya pontífice. Es una persona
que posee una buena teología y no es en absoluto un buenista, sino
un hombre que ha desarrollado una amplia práctica espiritual y
pastoral, primero como superior provincial de los jesuitas y luego
como obispo. Conoce profundamente la vida y los problemas de los
hombres y tiene una extraordinaria empatía con las personas, que
se libera inmediatamente en cada encuentro. Nos une una profunda
visión de la Iglesia y una altísima consideración por la centralidad de
la misericordia. Pero yo no me considero un teólogo del Papa, como
algunos dicen. Se trata más bien de una cercanía espiritual y
también teológica, porque muchos aspectos de la eclesiología, que
yo apreciaba mucho, ahora los encuentro puestos en práctica por
Francisco. Para mí es emocionante que, hacia el final de mi carrera,
pueda ver que él intenta poner en práctica algunas ideas en las que
yo he meditado profundamente y que he deseado ardientemente. Y
así me siento espiritual y humanamente muy cercano a él, sobre
todo en la oración, que Francisco no cesa nunca de pedir para su
misión: quiero sostener también con la oración su inmenso esfuerzo
de reforma de la Iglesia y del papado. Una empresa que requiere un
gran coraje y la capacidad de decir también cosas muy incómodas.
Y él es un reformador valiente.
RAFFAELE LUISE: Es también persona muy decidida.
WALTER KASPER: Sí, también es muy decidido, eso está claro.
Es un jesuita. Al papa Francisco se le entiende solo a partir de la
espiritualidad ignaciana. No es persona que se vuelva atrás, pero
primero se toma tiempo para decidir, y escucha realmente a los
demás.
RAFFAELE LUISE: Usted ha sido durante décadas un
importante punto de referencia en los ambientes conciliares. ¿Cuál
de las visiones de la Iglesia, en las que usted ha estado siempre
sumamente interesado, reencuentra en Francisco?
WALTER KASPER: La primera, y más importante, es la
definición de Iglesia como pueblo de Dios en camino: una idea del
Concilio, pero ya presente en la liturgia y en la patrística, que por
desgracia en Europa es vista desde la crítica y el escepticismo. Se
trata de una especie de eclesiología desde la base, que Francisco
reemprende y potencia a la luz de una mayor conciliaridad. Otro
punto importante es el del carácter misionero de la Iglesia, que se
difunde hacia las periferias, que no permanece encerradaen su
propia fortaleza, que no se repliega sobre sí misma a llorar por sus
debilidades, sino que tiene la valentía y la alegría del Evangelio y las
lleva hasta las periferias no solo de las grandes ciudades sino de la
existencia humana. Una Iglesia que está presente donde la gente
sufre, donde los problemas duelen, donde habitan los pobres, los
débiles, los refugiados. Esta idea de la Iglesia misionera, «en
salida» (Evangelii gaudium), es verdaderamente crucial para la
evangelización del mundo secularizado. El tercer punto se refiere a
la necesidad de una Iglesia presente de un modo radicalmente
diferente en la sociedad actual. El papa Francisco ha observado, en
un discurso sobre la pastoral en las grandes ciudades, que ha
pasado ese tiempo en el que la Iglesia era el único punto de
referencia cultural y la ha espoleado a aceptar la laicidad de la
sociedad y a proponerse también a nivel mundial como un global
player, en diálogo con los demás sujetos globales. La Iglesia debe
ingresar con todo derecho en este proceso transversal y multipolar,
que caracteriza la modernidad. Esa postura manifiesta una idea de
teología que es también la mía.
RAFFAELE LUISE: En su visita a las instituciones europeas de
Estrasburgo, el 25 de noviembre de 2014, el papa Francisco puso
firmemente el acento en la multipolaridad del mundo y en la
necesidad de la transversalidad. Pero hablaremos de ello más
adelante. Ahora quisiera preguntarle en qué consiste el proceso
reformador de Francisco, a quien le gusta repetir: más que ocupar
espacios, yo quiero abrir procesos. Y procesos ha abierto muchos
en poco más de dos años de pontificado, tantos que da vértigo.
WALTER KASPER: El papa Francisco no es un reformador en el
sentido meramente estructural; ante todo quiere una conversión
pastoral, una conversión también del papado, y esta opción va
mucho más a lo profundo, y significa que toda reforma estructural
implica una transformación de la mentalidad, una metánoia. En
segundo lugar, el Papa quiere también una reforma de las
estructuras, no solo de la Curia romana —que ya está en curso, hay
diversos proyectos—, sino también de la arquitectura de la Iglesia
universal, favoreciendo una cierta descentralización y una legítima
autonomía de las Conferencias episcopales y de las diócesis del
mundo. Francisco pone, finalmente, una gran confianza en la
variedad de carismas en la Iglesia, es decir, en aquellos dones que
el Espíritu Santo otorga libremente a los diversos sujetos eclesiales,
como los clérigos, los religiosos, los laicos, las mujeres, los
movimientos. En su homilía en la catedral católica de Estambul, en
noviembre de 2014, el Papa habló de la multiplicidad de los
carismas, que deben colaborar según el modelo de la unidad en la
pluralidad. Una dimensión carismática importante, para Francisco,
también porque no se puede institucionalizar del todo, ligada como
está a las sorpresas del Espíritu.
RAFFAELE LUISE: El papa Francisco ha prometido también una
nueva teología de la mujer y una presencia femenina mucho más
importante allí donde se toman las decisiones en el Vaticano.
WALTER KASPER: Ya Juan XXIII había dicho que la igualdad en
dignidad del hombre y de la mujer es un signo de los tiempos, del
que se deducen importantes consecuencias para la sociedad y la
Iglesia. Esto no implica sostener la ordenación de las mujeres, sino
reconocer la utilidad de que la mujer ocupe puestos importantes en
la Iglesia allí donde no se requiera el ministerio ordenado. Todos
sabemos que las parroquias desaparecerían mañana si las mujeres
dejaran de hacer la cantidad de cosas que hacen, y nosotros
debemos apreciar públicamente el servicio que desarrollan, a
menudo importante incluso en las diócesis. En mi país, en Alemania,
las mujeres están presentes también en el Consejo episcopal. Ellas
tienen talento y a menudo ven las cosas desde un punto de vista
distinto al de los varones, y por tanto su presencia cualificada
representa un enriquecimiento, también para la Curia romana,
donde el clima sigue siendo todavía demasiado clerical. A menudo
he tenido la experiencia de que allí donde está presente aunque sea
una sola mujer la situación cambia, cambia la atmósfera, cambia el
modo de hablar. Son necesarias más mujeres, y no son suficientes
las que ya ocupan puestos intermedios. Pienso en el Consejo para
la Familia, que podría convertirse, junto con otros Consejos, en un
dicasterio, y allí vería con buenos ojos que una mujer asumiera un
papel directivo. Personalmente creo que es un abuso que los
presidentes de los dicasterios o de los consejos deban ser obispos,
incluso cuando no se requiere el ministerio ordenado. Por supuesto,
hay que evitar una nueva pretensión de hacer carrera entre las
mujeres; ya hay demasiado afán de este tipo entre los clérigos,
aunque a las mujeres se les ha olvidado con demasiada frecuencia,
también en las celebraciones, donde solo se habla de los varones,
donde las mujeres no son ni siquiera visibles. Hay un punto
fundamental por resolver, a saber, profundizar en una teología de la
mujer, todavía hoy muy poco desarrollada. Y el Papa lo ha señalado
como una prioridad, añadiendo que también sería útil una mayor
formación teológica para ellas. Pero la Iglesia debe comprometerse
a exigir a las autoridades civiles una política y una economía más
amable hacia las mujeres, y más atenta a ayudarlas y a armonizar el
trabajo y la labor en la familia.
Pero, en su complejidad, no se trata solo de una cuestión
intraeclesial. En los asuntos de la relación hombre-mujer hoy
debemos hacer frente a problemáticas mucho más radicales. La
Iglesia insiste en enseñar que Dios nos ha creado hombre y mujer
con nuestras diferencias pero con la misma dignidad humana, de
modo que el hombre y la mujer se completan y enriquecen
recíprocamente. Con un punto de vista muy distinto, la teoría de
género reduce la diferencia de sexos a una construcción cultural y
dice además que somos libres de escoger ser hombre o mujer. Es
una teoría dualista neoagnóstica, que presupone una dicotomía
entre cuerpo y alma. La Biblia y la tradición cristiana insisten, en
cambio, en el carácter integral de la relación entre cuerpo y alma: el
alma es la forma del cuerpo y el cuerpo es la representación y el
símbolo del alma. Por tanto, exigir el reconocimiento de las mujeres
y darles espacio también en la vida pública no quiere decir nivelar la
diferencia.
RAFFAELE LUISE: Es importante que usted diga que las
mujeres harían bien incluso al Vaticano, después de tanta misoginia.
WALTER KASPER: Sí, harían bien al Vaticano, cambiarían el
clima, la atmósfera. Cuando fui nombrado obispo, lo primero que
hice fue llamar a una mujer para que formara parte del Consejo
episcopal. A partir de aquel día la atmósfera mejoró. Era una mujer
animosa, que hacía oír su voz, que nos hizo tener experiencias e
introdujo aspectos en los que los varones nunca habríamos
pensado.
RAFFAELE LUISE: Una mayor amistad entre hombre y mujer en
el Vaticano constituiría un buen modelo para el mundo.
WALTER KASPER: Creo que en esto la Iglesia lleva más retraso
que el mundo, porque en otras partes muchas mujeres ocupan
altísimos cargos institucionales: en Alemania tenemos a una mujer
Canciller que realiza un buen trabajo, y pienso que la Iglesia debe
correr para conseguir estar a igual altura. Por otra parte, consentir
que las mujeres desempeñen funciones directivas en el Vaticano
constituiría un buen ejemplo para aquellas culturas y aquellas
sociedades en las que las mujeres viven en una situación
degradante.
RAFFAELE LUISE: Volvamos a las reformas de Francisco. Usted
hablaba de reformas a la vez estructurales y espirituales.
WALTER KASPER: La Iglesia es un sacramento, esto es, signo
e instrumento de la gracia. Y puesto que un sacramento tiene una
dimensión visible y otra invisible, también la Iglesia posee estos dos
aspectos, por lo que toda reforma debe ser bipolar, estructural y
espiritual al mismo tiempo. Si fuese solamente espiritual,
correspondería a una visión platónica, y una Iglesia

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