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TESTIGO DE LA MISERICORDIA WALTER KASPER MI VIAJE CON FRANCISCO Conversaciones con Raffaele Luise INTRODUCCIÓN Con la extraordinaria figura del papa Francisco, la Iglesia emprendió un camino de reforma y un giro de gran calado. El pontífice sudamericano ha diseñado una arquitectura, profundamente arraigada en los avances del concilio Vaticano II, de los procesos dinámicos abiertos sobre la reforma espiritual y estructural de la Iglesia, sobre la conversión pastoral del propio papado y la restauración radical del diálogo con el mundo y con la modernidad, cuyas consecuencias van a marcar toda una época. Sin embargo, la amplitud y la radicalidad del mensaje de Francisco han creado desconfianza y oposición dentro del Vaticano y en una parte de la jerarquía eclesiástica, suscitando también legítimas preguntas sobre el destino de este pontificado. Para echar luz sobre este camino complejo y, a pesar de lo que parece, no inmediatamente descodificable, no podíamos tener mejor guía que el cardenal Walter Kasper, el teólogo más eminente de la Iglesia de Roma, fiel colaborador del papa Francisco e inspirador del tema de la misericordia, que es el fulcro de todo el magisterio de Bergoglio y, por tanto, también inspirador de aquel itinerario sinodal sobre la familia, que es el banco de pruebas de todo el pontificado. El cardenal Kasper nos guiará en la comprensión profunda de la figura de Francisco y nos iluminará desde dentro todos los aspectos de su pontificado, prestando especial atención al itinerario sinodal y al Sínodo ordinario de octubre de 2015, así como al siguiente y concatenado Año Santo de la Misericordia. En el trasfondo están las grandes cuestiones teológicas relacionadas sobre todo con el desafío del diálogo interreligioso e intercultural y con la reanudación del diálogo con la modernidad, interrumpido con la Ilustración. Con el cardenal Kasper decidimos seguir, en nuestro largo coloquio que comenzó a finales de octubre de 2014 y que acabó en junio de 2015, el despliegue del pontificado y del camino sinodal, también con la intención de captar en directo toda la carga rompedora de un magisterio rico en sorpresas. Pero en el coloquio con el cardenal Kasper también se esboza un retrato del purpurado alemán, figura avanzada de la Iglesia de Roma en el diálogo con las confesiones cristianas, las grandes religiones y las culturas del mundo; hombre de gran finura y calidad humana, intelectual y espiritual, y modelo de una fe no clerical y llena de humanidad. Raffaele Luise TESTIGO DE LA MISERICORDIA Se respira un intenso fervor intelectual y espiritual en esta casa situada a dos pasos del Vaticano. Aquí, desde hace ya dieciséis años, vive el purpurado alemán que le ha inspirado a Francisco la idea que es la piedra angular de su pontificado: la misericordia. Con la misericordia, el papa Francisco intenta resituar el cristianismo en su fuente originaria, reabriendo la cuestión de Dios en la edad secular. En esa misma idea se inspira también el camino hacia una Iglesia sinodal: la mayor revolución que ha emprendido el Papa reformador. De inmediato se percibe la existencia de una profunda sintonía entre el Papa «hijo del Sur» y este activísimo alemán de ochenta y dos años, evidente también en los rasgos y en un estilo de vida marcado por la normalidad. Sí, Francisco y Kasper son dos personas normales. Puede parecer obvio, pero no lo es, porque los jerarcas católicos van envueltos a menudo de un aura sacral. Y en la Curia romana, «última corte europea», como la ha estigmatizado Bergoglio, son muchos los clérigos que hay, de rostro austero «como pimientos avinagrados» —dijo también una vez el Papa argentino—, a los que Francisco no por casualidad diagnosticó, en la pasada Navidad, hasta quince patologías, desde el alzheimer espiritual hasta la esquizofrenia existencial y la sensación de omnipotencia. Y normal es también —le gusta decir a Kasper—la monja alemana, alta y sonriente, que le atiende. «No tiene nada del piadoso devocionismo de ciertas monjas», observa divertido. El sol se ha puesto ya tras la columnata de Bernini, y las primeras sombras vespertinas toman posesión, en este luminoso día de octubre, de la pequeña plaza de la Ciudad leonina, cerrada entre los muros vaticanos y el Passetto di Borgo. Un escorzo delicioso de la Roma papal que, quién sabe por qué, me recuerda un rincón de la Île-de-France parisina. WALTER KASPER: En un mundo que prefiere la confrontación, el papa Francisco es el hombre del encuentro. No es un revolucionario en el sentido de «subversivo», como algunos medios lo presentan y algunos católicos temen. Es un conservador, pero un conservador inteligente, que sabe, lo mismo que Juan XXIII, que solo se puede mantener la herencia de la tradición si no se la entiende como moneda muerta, que pasa de mano en mano hasta consumirse, o como una hermosa pieza de museo, conservada en una vitrina. Si se quiere hablar de revolución, la suya es la revolución de la misericordia, una especie de revolución de la revolución, débil ante el mundo pero con una fuerza espiritual enorme. RAFFAELE LUISE: Custodiar el fuego y no adorar las cenizas, como observó Bruno Secondin, citando a Gustav Mahler, en sus ejercicios espirituales predicados en la cuaresma pasada al Papa y a la Curia romana, a propósito de la auténtica tradición. WALTER KASPER: Sí. El dicho de que no sirve transmitir las cenizas, sino el rescoldo encendido bajo ellas, se atribuye a Tomás Moro y después a Juan XXIII. En este sentido, el papa Francisco quiere remover las cenizas acumuladas durante siglos para que de nuevo brille el fuego del Evangelio. Y así, con su especialísimo lenguaje kerigmático (totalmente centrado en el anuncio del mensaje cristiano) y profético, echa luz sobre la cotidianidad y los grandes problemas de la humanidad, las alegrías y las angustias, las esperanzas y los deseos, las necesidades y la miseria, la culpa y la demanda de misericordia de la que todos dependemos. [El cardenal se detiene un momento, reflexiona y añade inmediatamente]. Pero, atención, la misericordia no es benevolencia barata, es la rachamim, derivada de rachem, el nombre hebreo para el útero. La misericordia da la vida; es esperar junto con Dios en favor de los hombres. RAFFAELE LUISE: Cardenal Kasper: ¿por qué la Iglesia debería refundarse sobre la misericordia y no enrocarse, en un mundo que se ha hecho fluido, en la defensa de la doctrina tradicional? Aquella misericordia, decía el antiguo monje de la Iglesia siríaca del siglo VII, Isaac de Nínive, que es pasión movida por la bondad que se inclina hacia todos. Pero, esa pasión de bondad, ¿no niega, en definitiva, la justicia? WALTER KASPER: La misericordia es el centro, el fulcro del mensaje bíblico, ya en el Antiguo Testamento, pero aún más en el Evangelio de Jesús. Es el arquitrabe de la Iglesia, como magníficamente la definió Francisco en la Misericordiae vultus, la bula de convocación del Jubileo dedicado a la misericordia. No se trata, por tanto, de una novedad, sino del mensaje auténtico de la Biblia, donde aparece la característica específica de nuestro Dios, que es precisamente misericordioso, frente a otras concepciones de Dios, sobre todo las abstractas de un Ser Supremo y Absoluto, que aun no siendo erróneas no expresan la plena verdad de la Biblia. Si la misericordia es una verdad bíblica, se sigue de ahí que no pueden ponerse en contraposición misericordia y verdad, y sobre todo que el Evangelio de la misericordia es la fuente de todas las doctrinas existentes en la Iglesia. Doctrinas que son verdaderas, y que a menudo se definen como infalibles, pero que deben interpretarse precisamente desde la perspectiva de la misericordia. El Papa habla de la «jerarquía de la verdad» y dice que el gozne sobre el que gira la verdad bíblica es la caridad de Dios. Por consiguiente, la misericordia constituye la hermenéutica de las demás verdades y de los propios mandamientos. En esta opinión, el papa Francisco no está solo, sino que actúa enplena continuidad con la tradición católica. Pensemos solamente en grandes santas como Catalina de Siena y Teresa de Lisieux. Por desgracia, la teología de los manuales a menudo ha olvidado la centralidad de la misericordia y ha declarado que primero está la justicia. Pero ya aquel genio teológico que fue santo Tomás de Aquino sostuvo esta visión. La teología de los manuales ha llegado incluso a oponerse a Jesús, que veía en la misericordia la justicia más elevada. En esta misma línea, Juan XXIII, en el famosos discurso de inauguración del Concilio, el 11 de octubre de 1962, advertía que hoy la Iglesia no debe utilizar las armas del rigor, como ha hecho con frecuencia en el pasado, sino la medicina de la misericordia. Y este es el tono que Juan XXIII quiso dar al Concilio y al desarrollo pastoral posconciliar. A los rigoristas quisiera recordarles que Juan Pablo II, que vivió la trágica experiencia de la Segunda Guerra Mundial, padeciendo primero la dictadura del nazismo y luego la del comunismo, precisamente puso en el centro de su enseñanza este mensaje, proclamando primera santa del tercer milenio a Faustina Kowalska, que había iniciado en Polonia el movimiento de la Divina misericordia. También Benedicto XVI profundizó en esas ideas en su primera encíclica Deus caritas est, por lo que no se entiende la oposición de muchos al papa Francisco, que expresa esta centralidad de la misericordia de un modo nuevo y mucho más incisivo, porque la vincula a la necesidad de un retorno a la fuente evangélica. Francisco ha tenido la genialidad de entender la inmensa necesidad de misericordia y de amor que recorre las noches del hombre y de la mujer contemporáneos. Una misericordia que, a sus ojos, debe constituir el nuevo rostro de la Iglesia, «hospital del campo» en el panorama trágico de la modernidad. Creo que todos experimentamos cada día la necesidad de la misericordia de Dios y la nostalgia de hacernos «prójimos» misericordiosos los unos de los otros. Este mensaje de Francisco ha tocado el corazón del hombre de nuestro tiempo en lo más hondo, como se ve en la alegría de la gente que participa en las audiencias de los miércoles o en los Ángelus dominicales: parece cierto que muchos —como me cuentan tantos párrocos— han vuelto a la Iglesia y al confesionario después de décadas. Se equivoca quien piense que se trata de un entusiasmo superficial. Francisco ha cambiado radicalmente la imagen del Papa, acercándola a la gente; por ello el pueblo se junta a su alrededor, sosteniéndolo con fuerza y fidelidad en las difíciles pruebas a las que debe hacer frente. RAFFAELE LUISE: Tras siglos de una Iglesia doctrinalista, juridicista y devocionista, cardenal Kasper, esta propuesta de una Iglesia centrada en la misericordia, entendida como hermenéutica fundamental a la que deberían reconducirse todas las demás verdades y todos los mandamientos, incluida la justicia, representa un cambio potente de paradigma. Pero, ¿qué relación hay entre misericordia y justicia? WALTER KASPER: Sí, se está produciendo ese cambio de paradigma, del método deductivo al inductivo del ver-juzgar-actuar, que es el mismo de san Ignacio de Loyola y de los jesuitas, que luego hizo suyo la teología de la liberación, que comienza por la base y solo en un segundo momento introduce criterios teológicos. Sucede lo mismo en la parábola del buen samaritano, que Pablo VI tomó como modelo de la espiritualidad del Concilio. Como todos sabemos, los fariseos le preguntan a Jesús quién era el prójimo. Y Jesús no responde desplegando principios y conceptos abstractos, sino presentando una situación humana concreta: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que le despojaron de todo, le molieron a golpes y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, cruzó al otro lado y pasó de largo. Igualmente, un levita que iba por el mismo sitio, al verlo, cruzó también y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de camino llegó hasta él y, al observarlo, se compadeció, se acercó, le vendó las heridas y, después de habérselas ungido con aceite y vino, lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a la posada y se ocupó de cuidarlo. Al día siguiente sacó dos denarios y se los dio al posadero diciéndole: “Cuida de él, y lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva”» (Lc 10, 30-35). Tu prójimo es aquel que te encuentras en una situación concreta de necesidad, dice Jesús. La palabra misericordia quiere decir tener corazón para el desgraciado —desgraciado en sentido amplio; víctima no solo a causa de una miseria material sino también debido a la pobreza de relaciones, pobreza espiritual y pobreza cultural—. No es solo corazón, o solo emoción, sino también actitud eficiente: debo cambiar la situación del otro en la medida en que me sea posible. No obstante, la misericordia no es lo opuesto de la justicia. La justicia es el minimum, es todo lo que debemos hacer por el otro respetando su dignidad de ser humano, para darle lo que le es debido. Pero la misericordia es el maximum y trasciende la simple justicia que, en ciertos casos, puede ser también suma injusticia, como destacaba Juan Pablo II. La justicia sola también puede ser gélida. Hay que tener un corazón misericordioso, que no se limite a dar una moneda como limosna, sino que llegue a compartir algo del tiempo de uno mismo, de la vida de uno. Debo salir al encuentro del otro, animarlo, confortarlo. La misericordia contempla siempre a una persona concreta, tal como sucede en la parábola del buen samaritano, que no está obligado a ayudar al desventurado que encontró en el camino. No se trata de una simple cuestión de justicia. Va más allá, se inclina sobre el polvo del camino y ayuda al desconocido. Y así, un poco de misericordia puede cambiar el mundo. RAFFAELE LUISE: Francisco lo dijo con una fulgurante improvisación durante su visita a Molise (Italia), en julio de 2014: «La misericordia es profecía de un mundo nuevo y justo». WALTER KASPER: Es una frase bellísima. La misericordia, en efecto, es el cumplimiento, la plenitud de la justicia, porque el hombre no solo necesita el reconocimiento formal, necesita también amor. RAFFAELE LUISE: Es interesante notar que también para un no creyente como Albert Camus, que siendo ateo aspiraba a la santidad entendida como plenitud de lo humano, la justicia puede ser también extremadamente cruel si no va acompañada del perdón. WALTER KASPER: Sí, las palabras de Camus son muy importantes sobre todo porque demuestran que la misericordia no se refiere solo a la esfera religiosa, sino que toca lo más profundo de la realidad antropológica del hombre. Y es verdad: el perdón es expresión de la misericordia, pero la misericordia no debe reducirse a saber perdonar. Va más allá del perdón. RAFFAELE LUISE: Pero el desafío de este nuevo paradigma llega lejos y desciende a lo más profundo. Usted ha observado, efectivamente, que la misericordia es la más fundamental de las propiedades de Dios, por lo que con ella se plantea de un modo totalmente nuevo la más radical de las cuestiones teológicas: la cuestión de Dios.1 Raniero La Valle hace la misma observación en su libro sobre Francisco.2 Bergoglio, en sustancia —dice La Valle— reabre la cuestión de Dios, de «quién es Dios». El Dios de la misericordia que se vuelve hacia toda la humanidad sin exclusiones corrige, en efecto, la imagen tergiversada y desfigurada de un Dios que juzga y condena, que separa y divide lo sagrado de lo profano, el Dios de la ideología sacrificial, el monarca absoluto de la ley y de la doctrina, que conculca y limita la autonomía y la libertad del hombre y de la creación. Esta imagen, que ha dominado hasta hoy, creo que es el origen de la desafección de la modernidad por Dios y de aquella dramática crisis de Occidente, que constituye la principal preocupación del papa Francisco y que, en definitiva, se encuentra detrás mismo de la convocación del año santo. ¿En qué sentido, cardenal, el Papa reabre la cuestión deDios? WALTER KASPER: Creo que con este año santo el Papa quiere, ante todo y con toda sus fuerzas, corregir la visión de Dios que triunfa en nuestra edad secular, una visión más bien veterotestamentaria: el Dios celoso, malvado y peligroso de Nietzsche, considerado a menudo como el profeta del posmodernismo, que lo acusa de conculcar la libertad del hombre y de oprimirlo hasta el punto de negarle la felicidad. Sobre estas bases, que en realidad son anteriores a Nietz-sche y que se remontan a la Ilustración, ha crecido aquel fenómeno totalmente moderno que es el ateísmo, teórico y práctico, cuyo eslogan es «liberemos al hombre de Dios». A esto se añade, además, que para algunos estudiosos el monoteísmo tiene una tendencia constitutiva a la violencia, como podemos ver en la dramática realidad de nuestros días, que implica también al cristianismo. Basta recordar las Cruzadas, que hoy son vistas de un modo muy distinto al que prevalecía cuando yo las estudié de joven. Entonces eran un acto de heroísmo; ahora se ve también su aspecto de conquista violenta: el surco de odio que dejaron llega hasta nuestros días. Frente a todas esas críticas, y también frente al indiferentismo religioso contemporáneo, el papa Francisco dice «no», y no cesa de recordar que Dios es amor, que concede siempre una nueva oportunidad, que quiere intensamente la libertad y la felicidad del hombre. Por lo demás, el «quién es Dios» remite al «quién es el hombre», que aparece hoy muy débil, replegado sobre sí, cerrado en un individualismo que le hace estar cada vez más solo. A este hombre —dice el Papa en la Evangelii gaudium— Dios le asigna una misión, le ofrece su apoyo en todos los fracasos de la existencia, así como su perdón para encontrar la verdad de la vida, liberándonos de nuestro narcisismo sofocante. Pero la misericordia de Dios también nos obliga a nosotros a ser misericordiosos con nuestro prójimo, tanto en la familia como en la sociedad. A menudo reivindicamos nuestros derechos y nuestra libertad de movimiento olvidando los derechos y la libertad de los demás, pero si todo se reduce a los derechos del individuo la sociedad se vuelve fría e invivible. Por eso es necesaria la misericordia y el cuidado del otro, sobre todo del que sufre: una tarea mucho más urgente ahora ante la crisis del bienestar que se desentiende de los pobres y enfermos y los abandona cada vez más a su suerte. Pero si no se presta atención a estas franjas de la población, la sociedad no puede llamarse verdaderamente civilizada, y mucho menos cristiana. En Nápoles, hablando el pasado marzo a los reclusos de Poggioreale, el papa Francisco decía que nuestra sociedad es pagana, porque no ama, no acoge y no perdona. RAFFAELE LUISE: Usted citaba la crítica de Nietzsche al cristianismo. Pero Nietzsche no deja de tener razón cuando rechaza la imagen de un Dios amo y señor de la libertad del hombre, que primero le da consuelo y luego lo turba, un Dios caprichoso, además, que escinde la realidad en lo sagrado y lo profano, el Dios de la ideología sacrificial. WALTER KASPER: Y también están las culpas de la Iglesia, que durante mucho tiempo ha ofrecido un mensaje que hablaba de un Dios que castiga, que amenaza con el infierno, que da miedo. Todo esto va cambiando, pero sin banalizar a Dios ni reducirlo a un «buen Dios». Dios es santo y se opone al mal. Misericordia no es «buenismo». Yo, además, no estoy por la condena de la idea de sacrificio, sino por repensarla a la luz de la misericordia. Desde este punto de vista, se entiende la importancia de este año santo, que además quiere estimular la conversión pastoral de la Iglesia, y que en definitiva significa volver al Dios del que hablaba Jesús cuando contaba la parábola del hijo pródigo: se trata de una parábola sobre el Padre misericordioso, que perdona, que espera, que acoge a todos y que a todos abraza. Tampoco debemos tener miedo en el momento de la muerte, sino confianza, porque vamos al encuentro de Jesucristo, no solo en tanto que juez, sino como aquel que dio su vida por cada uno de nosotros. Sí, es necesario una nueva manera de hablar de Dios, aunque este sea el modelo que nos ofreció Jesucristo. En cualquier lugar, en la predicación, en la catequesis, y no solo en los documentos y en los actos oficiales, la Iglesia debe difundir la imagen de un Dios que —como no se cansa de recordar el papa Francisco— perdona todos los pecados, y los perdona siempre; basta con que lo pidamos y estemos dispuestos a convertirnos. RAFFAELE LUISE: Pero el Papa sudamericano lanza también otra temática de enorme importancia, íntimamente ligada a la cuestión de Dios: la temática de la alegría. Hoy vivimos en un mundo que se orienta hacia una tristeza que no solo ensombrece constantemente nuestra vida cotidiana, sino que parece haberse convertido casi en un modo de ser ontológico. Se registra un gran déficit de alegría, sobre todo en Occidente, donde una cultura hipercrítica lo destruye todo sin construir nada, hasta el punto de que se corre el peligro —como ya ha observado usted— de que la modernidad se resuelva en una posmodernidad de la nada. WALTER KASPER: Se trata de una cuestión muy antigua, aunque ha sufrido una aceleración dramática en la modernidad occidental. La crítica del papa Francisco a la falta de alegría y de entusiasmo refleja la postura de los primeros Padres del desierto y de Tomás de Aquino ante el pecado radical y la tentación originaria del ser humano: la acedía, la inercia del corazón, la fuerza de gravedad que tira hacia abajo, la pesadez, la náusea de las cosas espirituales, que lleva a la tristeza de este mundo. Se trata de un problema muy grave, puesto que el Papa ha subrayado, con toda justicia, que precisamente la alegría es la prueba indiscutible de una fe auténtica y de una vida realizada. En este esfuerzo de análisis, Francisco no está solo. Søren Kierkegaard y, más tarde, aunque de otra manera, Romano Guardini, hablaron de la melancolía; Martin Heidegger de la angustia como estado de ánimo fundamental; y Jean-Paul Sartre de la náusea del hombre actual. Friedrich Nietzsche describió irónicamente al «último hombre», que se da por contento con la pequeña y banal felicidad, pero para quien ya no brilla ninguna estrella.3 Con la misericordia, en cambio —subraya Francisco— el hombre se siente amado, aceptado y perdonado por Dios y constituye para Él un valor. En este sentido, la misericordia es el antídoto contra la falta de alegría, mientras que su sucedáneo son el hedonismo y el consumismo, que no llenan nuestro corazón. La verdadera alegría nace del amor de Dios y del horizonte que ese amor abre para el hombre. RAFFAELE LUISE: ¿Puede entonces decirse, eminencia, que en la modernidad este eclipse de la alegría se ha visto agravado por un consumismo exasperado que ha cosificado a las personas? WALTER KASPER: Sí, el hombre no es lo que come, como sostenía Feuerbach, no es lo que posee, porque ser vale más que tener; las cosas prometen lo que no pueden dar y el consumismo mantiene a la persona por debajo del nivel verdaderamente humano de la humanidad. Sobre todo, el consumismo castiga el auténtico deseo del hombre, que es ser amado y aceptado. Esto produce alegría y da sentido a la vida. RAFFAELE LUISE: A la luz de sus consideraciones, resalta la amplitud de visión y la genialidad también teológico-política del hecho de haber convocado este año santo el día del segundo aniversario del pontificado, como queriendo decir que los balances se hacen mirando al futuro, no deteniéndonos en el pasado. WALTER KASPER: Este año santo extraordinario, subrayando y ampliando el tema central del pontificado de Francisco, quiere señalar que hemos entrado, con el siglo XXI, en la época de la misericordia. Haberlo convocado no es solo un acto genial sino también un acto profético, porque corresponde a los signos de los tiempos de una situación en la que se suman tres gravísimas crisis: la antropológica, la teológico-espiritual y la económico-política global, que diseñan una coyuntura cada vezmás compleja y confusa, en la que se vive un preocupante déficit de esperanza y no se vislumbra ya ningún horizonte de valores sociales, políticos y culturales. En ese contexto, la misericordia se propone como una mística de ojos abiertos, por decirlo con Johann Baptist Metz4, que deviene en una mística de las manos que aferran y ayudan a la vez a la Iglesia y al mundo. El sueño de Francisco es una Iglesia que abraza la tierra sin adueñarse de ella, y una fe auténtica que incluye siempre el profundo deseo de cambiar el mundo. RAFFAELE LUISE: Destaca en este jubileo el entrecruzamiento, absolutamente inédito, de la religiosidad popular con la reforma de la Iglesia. Es como si Francisco, desafiando un aparente oxímoron, llamase a la tan vituperada piedad popular a cooperar con su proyecto de reforma de la Iglesia. El Papa, en efecto, hace comenzar el año santo, que es una institución típica de la religiosidad popular, el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, fiesta mariana por excelencia. Pero el 8 de diciembre es también la fecha de clausura del Vaticano II, por lo que el año santo empieza donde acababa el Concilio, para el que la misericordia fue un valor crucial. Francisco no podía dar una señal más clara de su voluntad de reanudar y continuar el Vaticano II. WALTER KASPER: Un Concilio no termina el día de su clausura, sino que necesita siempre de una recepción, que es también una interpretación. En estos cincuenta años solo hemos tenido una recepción parcial porque la Iglesia ha estado algo dividida; por eso el Papa inicia ahora una nueva etapa a la luz de aquella misericordia puesta en el centro de los trabajos del Vaticano II por Juan XXIII y por Pablo VI, que luego se desvirtuó algo. No debemos olvidar que algunos padres, guiados por Hélder Câmara, suscribieron poco antes del final del Concilio el Pacto de las Catacumbas, cuyas líneas programáticas sobre la pobreza de la Iglesia se desarrollaron sobre todo en América Latina, y que ahora el Papa recoge poniéndolas como indicadores del camino eclesial. Todo el Concilio —dice el papa Francisco— ha de interpretarse a la luz de la misericordia. Y, haciéndolo así, recoge también aquel tema central de la modernidad, del que hablábamos, que es el problema de Dios, muy poco desarrollado por el Vaticano II y solo desarrollado en la Gaudium et spes, pero que Francisco promueve hoy en el contexto de las cuestiones sociales. RAFFAELE LUISE: El Papa pretende, con el año santo, relanzar la reforma evangélica y pastoral de la Iglesia también en relación con el proceso sinodal, todo pensado bajo el signo de la misericordia. Establece así una continuidad entre ambos momentos, teniendo en cuenta que el Sínodo concluirá a finales de octubre. Inmediatamente después, Francisco deberá extraer las conclusiones del mismo justamente mientras comienza el año de la misericordia. Podría decirse que hay una astucia, en el sentido noble del término, en este diseño del Papa, que de hecho siega la hierba bajo los pies a sus críticos, porque quien se oponga al planteamiento de la misericordia en los temas de la familia se opondrá también al año santo. ¿Y qué obispo se permitirá, sin pensarlo dos veces, ponerse en contra del año santo? WALTER KASPER: No diría astucia, pero sí continuidad, ciertamente, y eso sitúa el Sínodo y sus decisiones en un horizonte más amplio, que el episcopado católico no puede permitirse poner en discusión, pues bloquear ahora una pastoral de la misericordia en sede sinodal equivaldría a bloquear todo el año de la misericordia. Esta concatenación, lejos de constituir una especie de presión sobre el episcopado, llama a los obispos a reflexionar algo más profundamente. Sobre la misericordia, en efecto, se han registrado muchos equívocos, como si negara la doctrina o representara un cristianismo de pacotilla. Será útil, en cambio, una profundización que arroje más luz sobre cómo la misericordia es la expresión misma de la identidad de Dios y también de la identidad del cristiano, sobre todo en el mundo actual, que se debate en una grave crisis de identidad. Pero, de hecho, la convocatoria de este año santo significa también que el Sínodo solo es el comienzo de un itinerario, que no puede reducirse a la en todo caso importante cuestión, por cierto, de los divorciados que se casan de nuevo — que es más bien una invención mediática—, sino que irá avanzando incluso tras su conclusión. El pueblo fiel, como lo define el Papa, entiende estas cosas, pero por desgracia no las comprenden todos los sacerdotes, todos los obispos y todos los cardenales. Algunos de ellos se han alejado del sensus fidelium, y esto es grave. Y en este contexto entra de nuevo la misma piedad popular, que para el Papa es un locus theologicus, un «lugar teológico», porque representa la manera en que el pueblo expresa su fe, en una determinada cultura. Tras el Concilio se desarrollaron, por lo menos entre nosotros, en Occidente, algunas tendencias teológicas que disminuyeron la piedad popular, pero Francisco nos recuerda que es hora de volver a valorarla. RAFFAELE LUISE: Con este año santo [2015] Francisco se dirige directamente al mundo, porque el Papa, lejos de separar religión e historia, las considera ligadas por un diálogo constitutivo profundo. Por lo cual ¿tendremos que esperar las diversas articulaciones, a todos los niveles, de una invitación a la acogida, a la escucha y al diálogo totalmente abierto, tanto si es ecuménico como interreligioso, tanto si es intercultural como político y diplomático? WALTER KASPER: He encontrado un pasaje de la Summa theologiae de Tomás de Aquino que desarrolla una bellísima teología de la misericordia, y en el que el gran dominico observa que la misericordia tiene la precedencia sobre la justicia en cuanto todo ha sido creado gratuitamente y sin mérito alguno por parte nuestra. La misericordia, dice Tomás, subyace en toda la creación, por eso no vale solo para la Iglesia y para los cristianos, sino para el mundo y para todas las religiones. Más todavía: en ella está la llave que abre las puertas del diálogo con las otras fes y las otras culturas, las cuales a menudo poseen también un elevado concepto de la misericordia. RAFFAELE LUISE: Pero hay otro extraordinario documento en el que Francisco, dirigiéndose a todos los hombres que habitan la tierra —por primera vez en un Papa—, extiende la misericordia hasta los confines últimos del universo, abrazando conjuntamente al hombre y a las criaturas: la Laudato si’, la gran encíclica sobre la «ecología integral» que da carácter a un tiempo nuevo exactamente como hiciera cincuenta años antes la Pacem in terris de Juan XXIII. Una encíclica auroral que ofrece por fin un enfoque holístico y una cultura nueva tras el doble desafío entrelazado de la ecología natural y la ecología humana. WALTER KASPER: Se trata de una gran encíclica, no solo debido a los delicadísimos desafíos de la «ecología integral» a los que hace frente, sino también y sobre todo por la visión de conjunto que ofrece como planteamiento orientado a la solución de problemas que ponen en duda la supervivencia de la humanidad. Una encíclica profética y visionaria, capaz, en su grandiosa arquitectura, de armonizar todos los aspectos de la crisis ecológica, desde los científicos y técnicos a los económicos, políticos y hasta administrativos, a los antropológicos y a los místico-espirituales. Una encíclica que, uniendo en profundidad Dios, Cosmos y Hombre, dicta las líneas fundamentales de una cultura «ecológica» radicalmente nueva, que si por una parte llena un gran vacío en el panorama cultural mundial, por otra delinea un nuevo humanismo que rechaza el antropocentrismo radical, derivado también de erróneas lecturas de la Biblia, y que ha llevado a un poder supremo del hombre sobre la naturaleza y al estrago de esta. En particular, me ha impresionado la descripción rica y detallada que el Papa hace de la situación ecológica actual, remitiéndose con frecuencia y profundidad a las investigaciones científicas y a las grandesconferencias de la ONU sobre el clima. Un hecho nuevo y de gran importancia que quita fundamento tanto a las críticas de quien ve en la encíclica poca estructuración científica como a las acusaciones de quien descubre en ella un espíritu antimoderno. No se trata de una encíclica antimoderna, pues otorga su lugar a la técnica; tan solo condena la exasperación del paradigma tecnocrático. Y no puede ser el único recurso frente a los desafíos medioambientales, pues a menudo la tecnología —observa el papa Francisco— crea problemas y agresiones en la ecología integral. Otra dimensión importante de la encíclica consiste, a mi parecer, en el hecho de que el Papa no solo cita documentos pontificios, sino también documentos de los obispos de todo el mundo. Se trata, en resumen, no solo de la summa de la doctrina de la Iglesia de Roma, sino también de la doctrina de las Iglesias locales. Como si la doctrina social de la Iglesia se hiciera, de alguna manera, más coral, colegial y plural. Pero lo que más me ha impresionado en la Laudato si’ es la teología de la creación que la inspira. Una teología recientemente algo olvidada y subestimada. El Papa afirma en ella que la creación es obra de Dios, pero inmediatamente subraya que la creación no fue producida de una vez para siempre, puesto que se trata verdaderamente de una creación continua, de la que nosotros somos parte en cuanto criaturas. Pero todas las criaturas tienen un valor en sí mismas, recuerda el Papa siguiendo el Canticum creaturarum de san Francisco, y los hombres no son, por tanto, amos absolutos de la naturaleza, no tienen derecho a dominarla ni a explotarla, sino el deber de custodiarla y cultivarla. Y a esta prioridad de cuidar la Tierra para que sea un ambiente humano, casa común de los hombres y de las criaturas, debe ajustarse también la técnica, tratando el aire, el agua, el viento, el mar, los bosques y las diferentes formas de energía sostenible como bien común de la humanidad. Esta amplificación de la doctrina social de la Iglesia, y esta visión del hombre y de la mujer como hermano y hermana de todas las criaturas, constituyen —como afirmaba Tomás de Aquino — una mística de la creación, muy próxima a las otras religiones «creacionistas» y con profundas resonancias con las grandes religiones orientales, de un modo tan acentuado que constituye, en el ámbito de la nueva sensibilidad religiosa contemporánea, uno de los terrenos más prometedores del diálogo interreligioso y ecuménico. En la encíclica, el Papa cita expresamente al patriarca ortodoxo Bartolomé I, mientras que de los representantes de las Iglesias protestantes han llegado ya respuestas tan entusiastas que hacen de la encíclica una especie de voz común de la cristiandad y más en general, de la humanidad religiosa sobre temas de ecología integral. Se trata de una grandiosa visión espiritual que, en el último capítulo, sobre la espiritualidad trinitaria y la liturgia cósmica, interpela directamente la sensibilidad religiosa y humana de cada habitante de la tierra para que realice una conversión ecológica y cambie de estilo de vida en profundidad. Podemos decir que la Laudato si’ es la primera encíclica creatural, donde la respuesta al doble grito entrelazado de las criaturas y de los pobres convierte el documento en un gran texto que tendrá ciertamente importantes efectos como en su tiempo los tuvo la encíclica Pacem in terris. Me gustaría que ese documento se convirtiera en punto de referencia para todas las religiones, partidos, movimientos, para el mundo económico y para todos los hombres de buena voluntad. Y es comprensible que, sobre todo en el plano económico, se registren fuertes resistencias, dado que el Papa critica con vigor el capitalismo desenfrenado, no –atención— el capitalismo como tal y el mercado social como lo tenemos en Europa, sino el liberalismo salvaje, cuyas desastrosas consecuencias para los hombres y para la naturaleza ha podido conocer el papa Francisco en persona en el hemisferio Sur. Algunos, además, han criticado el hecho de que en la encíclica esté presente una visión moral demasiado exigente, pero se olvida que la «sostenibilidad» ética de los comportamientos humanos frente a la naturaleza y al inmenso ejército de los pobres es eludida demasiado a menudo, y que tiende a imponerse cada vez más la convicción de que todo lo que se puede hacer con la tecnología siempre es legítimo, aceptando como inevitables efectos colaterales, graves violaciones ejercidas sobre el hombre y el medio ambiente. Hoy es necesaria una visión nueva, una nueva pietas, según el ejemplo de aquella virtud fundamental que animaba a los antiguos romanos y a los paganos a la admiración de lo creado y a la búsqueda de su sentido, una pietas que también nos haga descubrir de nuevo las razones de la maravilla y la alabanza a Dios, el laudato si’ (alabado seas) de la encíclica, frente al milagro de la vida. Una pietas que, por desgracia, falta del todo en un Occidente secularizado, donde domina una especie de «fe» funcional, tecnológica, orientada únicamente a la explotación y al interés egoísta de los individuos. RAFFAELE LUISE: Hablaba usted de la importancia de la cuestión de la ecología integral en el seno del diálogo interreligioso e intercultural. En la encíclica se recuerda, como usted decía, la sensibilidad ecológica de Bartolomé I, se cita la mística del sufismo que ve un misterio por contemplar «en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre», y hay una referencia importante a Teilhard de Chardin, que suena como una verdadera rehabilitación del gran paleontólogo y místico jesuita que elaboró una «síntesis» genial del cristianismo con la teoría de la evolución, largo tiempo hostigada por la teología católica oficial, y por eso todavía marginado dentro de la Iglesia. WALTER KASPER: Creo que es la primera vez que el padre Teilhard de Chardin es citado en un documento del magisterio pontificio, y esto es verdaderamente muy importante porque fue, además de un científico, un profeta, un misionero y un místico, que está en los orígenes de una cierta reconciliación de la teología de la creación con la teoría de la evolución. Creo que vale la pena recuperar actualmente esta espiritualidad suya, no solo para los jóvenes que crecen en un mundo meramente funcionalista, sino en en general, para el bien del hombre y el desarrollo de su conciencia. RAFFAELE LUISE: Pero vayamos, cardenal, a la que podemos llamar la reforma más importante emprendida por el papa Francisco, a ese proceso sinodal sobre la familia, de dos años de duración —y que más bien parece un pequeño concilio sobre un tema de ética sexual—, ya soñado por el cardenal Carlo Maria Martini. Un proceso incoado, de alguna manera, con el Consistorio de febrero de 2014, en el que usted —a petición de Francisco— propuso una relación que inauguraba el nuevo enfoque pastoral de los temas de la familia y del matrimonio, y que los rigoristas inmediatamente motejaron como «teorema Kasper». Se celebró después el primer Sínodo, el extraordinario de octubre de 2014, que suscitó numerosas polémicas; incluso se publicó, apenas unos días antes, un libro de cinco cardenales que se curaban en salud y se oponían a cualquier cambio. A pesar de ello, la reunión concluyó con la aprobación de los 62 parágrafos de la Relatio Synodi (la Relación del Sínodo), si bien es cierto que, en tres parágrafos cruciales sobre los divorciados nuevamente casados y sobre los homosexuales, no se alcanzó la mayoría cualificada de dos tercios de los votos. ¿Se puede hablar de un éxito, desde su punto de vista? ¿Está usted satisfecho con el resultado? WALTER KASPER: No estoy descontento con este resultado. Para mí fue un Sínodo literalmente «extraordinario», y no solo en el sentido de que fue el primero del papa Francisco, sino porque fue muy distinto a todos los otros en los que yo he participado. Desde el inicio el Papa declaró que quería plena libertad de palabra. Y esta libertad permitió que cada uno manifestara, sin temores reverenciales,ni siquiera respecto a él, lo que llevaba dentro: el resultado fue un debate muy vivaz, que benefició al Sínodo, siguiendo el ejemplo de los habidos antes en todos los Sínodos de la antigüedad. Ya en el primero, el Concilio de Jerusalén, del que se habla en los Hechos de los apóstoles, tuvo lugar un debate muy encendido entre Pablo y Pedro sobre la apertura del cristianismo a los incircuncisos. Y así sucedió también esta vez. Muchos han hablado de una derrota del Papa y de la Secretaría del Sínodo, pero yo no estoy de acuerdo, porque al final fueron aceptados, por mayoría cualitativa, 59 parágrafos de la Relatio finalis, y solo tres con una mayoría relativa del sesenta por ciento. Pienso que cualquier gobierno estaría más que contento si obtuviera un resultado así en su parlamento. Pero aunque no pueda decir que fuese una victoria, se trató no obstante de un éxito que nos empuja a continuar la discusión no solo sobre estos tres parágrafos, sino sobre todos los problemas de la familia, que no son reconducibles a esas cuestiones intraeclesiales. RAFFAELE LUISE: También porque los tres parágrafos que no obtuvieron la mayoría cualificada en realidad contenían declaraciones extraídas de Benedicto XVI y del Catecismo de la Iglesia universal. WALTER KASPER: Sí, votando contra uno de ellos se condenó, en primer lugar, la posición del Catecismo de la Iglesia católica sobre la sexualidad, y esto sí me sorprendió realmente. Pero en realidad aquellos votos negativos deben interpretarse, pues no significa que hubiera necesariamente posiciones contrarias. Más aún, algunos padres votaron en contra porque se esperaba una formulación más fuerte. RAFFAELE LUISE: La primera semana del Sínodo se cerró con la Relatio post disceptationem (Relación después de la discusión) presentada por el cardenal Erdö, que dejó constancia de aperturas y novedades muy relevantes. En el punto 18, por ejemplo, se habla de la «posibilidad de reconocer elementos positivos también en las formas imperfectas de unión que se encuentran fuera de la plenitud sacramental del matrimonio». El punto 20 dice: «acerca de las convivencias y de los matrimonios civiles y los divorciados vueltos a casar, compete a la Iglesia reconocer estas semillas del Verbo dispersas más allá de sus confines visibles y sacramentales». El punto 36 invita, luego, a «acoger la realidad positiva de los matrimonios civiles reconociendo las debidas diferencias entre las convivencias». Sobre las uniones de hecho, el punto 38 dice que «en tales uniones es posible acoger los valores familiares auténticos o al menos el deseo de ellos». Y, de nuevo, en el punto 48 se pregunta acerca de los divorciados nuevamente casados: «si es posible la comunión espiritual, ¿por qué no es posible acceder a la sacramental?». Y rechazando la lógica imperante hasta este momento, que ve en los homosexuales un estado de desorden objetivo, el punto 50 afirma: «Las personas homosexuales tienen dones y cualidades que ofrecer a la comunidad cristiana… hay casos en los que el apoyo mutuo, incluso el sacrificio, constituyen un valioso soporte para la vida de las parejas». ¡Afirmaciones nunca oídas en dos mil años de Iglesia! Pero, luego, a medio recorrido del Sínodo, se produjo un giro y una corrección, como si se hubiera ido demasiado lejos, y la relación conclusiva fue más cautelosa. Al final de la primera semana, de hecho, aquel clima de escucha fraternal y de animosa libertad de expresión se enfrió y, por parte de una robusta minoría de padres sinodales, se volvió a denunciar el «teorema de Kasper», interpretado como una especie de caballo de Troya utilizado para desmantelar la doctrina. Y así volvieron las sombras de la vigilia sobre el itinerario sinodal. Pero, cardenal, ¿qué empujó a los conservadores a oponerse al esfuerzo de la Iglesia por estar en sintonía con el mundo contemporáneo, como ya hizo el Vaticano II? ¿Qué es lo que pudo haber motivado realmente el rechazo a aplicar la doctrina a las condiciones de vida del hombre de hoy? ¿No dijo Jesús que el sábado es para el hombre? WALTER KASPER: También a mí me resulta difícil entenderlo. Quizá algunas de estas afirmaciones eran todavía prematuras y necesitaban alguna clarificación ulterior. No obstante, el propio Papa habló de conversión pastoral, esto es, de la necesidad de un cambio de orientación y de un nuevo paradigma en las relaciones entre la Iglesia y el mundo. Lo repito, hoy es necesaria una Iglesia que, como el Buen Samaritano, baje por fin a la calle, toque las heridas, las cure, las vende, y se encuentre con la persona de carne y hueso y no con su contrafigura abstracta. Y este es el método que le gusta a Bergoglio, que parte de la experiencia concreta para luego efectuar el discernimiento de los espíritus (que consiste en discernir la verdad del error, la buena fe de la mala fe, la transparencia del engaño), y finalmente, actuar, tomando las decisiones oportunas. Este es el nuevo paradigma, como hemos dicho, y esto quiere decir conversión pastoral. RAFFAELE LUISE: Quizá sea necesaria también una conversión cultural que cambie radicalmente el aspecto y el rostro de una Iglesia que en los últimos mil años ha ido volviéndose cada vez más doctrinal, jurídica y devocionista, para obligarla a recuperar la frescura evangélica de los orígenes. Esta es, creo, la intención del Papa. Y en este sentido, la resistencia de la Curia y de los conservadores al programa de Francisco quizá se explique por la defensa de la vieja imagen de la Iglesia profundamente introyectada por la jerarquía. WALTER KASPER: Así es. En los últimos decenios la Iglesia ha cedido con frecuencia a la tentación de ser demasiado doctrinalista y demasiado juridicista. El Papa nos recuerda que la Iglesia debe apoyarse, en cambio, en los dos mandamientos supremos del amor de Dios y del amor al prójimo, que son inseparables y se interpretan el uno al otro. De tal forma que no se puede amar a Dios sin amar a los hombres, de la misma manera que el amor a los hombres depende también del amor a Dios. En sustancia, el papa Francisco nos dice que para ser un verdadero cristiano es preciso volver al Evangelio de Jesucristo, porque solo volviendo a los orígenes podemos avanzar hacia el futuro. En esto consiste su revolución, y este era el programa de san Francisco de Asís, que quería vivir de acuerdo con el Evangelio, sine glossa, «sin interpretaciones». RAFFAELE LUISE: Y de hecho, en la homilía de la misa en Santa Marta, el 13 de octubre de 2014, en pleno Sínodo, el Papa recordó a los obispos y a los cardenales que Dios no es el Dios de la ley, sino el Dios de las sorpresas, y les amonestó a no oponerse a los signos de los tiempos y a no frustrar el sueño de Dios. Por otra parte, la misma Pontificia Comisión Bíblica había juzgado la lectura fijista e inmutable de la Palabra, consignada en las Escrituras, como un suicidio del pensamiento. Pero ya Gregorio Magno afirmaba que Scriptura crescit cum legente, la «Escritura crece con quien la lee», y san Vicente de Lerins declaró que también el dogma crece y evoluciona. WALTER KASPER: Este es un punto muy importante, porque la Iglesia habla de tradición viva. Hay que transmitir el fuego, no las cenizas. El Concilio afirmó que el Espíritu Santo está siempre en diálogo con la Iglesia, diálogo de un esposo con la esposa, y así, bajo su guía, el conocimiento de la Biblia y de la Palabra crece, puede aumentar, puede ser cada vez más profundo. La tradición no es un resto fósil. La Iglesia no es un museo, es el pueblo de Dios en peregrinación y en marcha por los caminos de la historia. Es indudable que el Evangelio es siempre el mismo, pero puesto que es el Evangelio de Dios, y Dios trasciende todos nuestros conceptos, es a la vez siempre el mismo y nuevo. Debemos dejarnos sorprender por Dios. Esta es la gran novedad de Francisco. RAFFAELE LUISE: En la entrevista programática con el director de la Civiltà Cattolica, Antonio Spadaro, Bergoglio había manifestado el sueño de que la Iglesia volviera a ser otra vez creativa comolo fue en ciertos períodos del pasado y como ya no lo es en la actualidad. Una Iglesia genial que, remodelándose con la palabra eterna de Jesús, vuelva a hablar con el hombre contemporáneo. WALTER KASPER: Sí, la Iglesia descansa sobre la base del Evangelio, que es siempre el mismo y al que no puede añadirse nada. Pero hay en él una riqueza y una profundidad inagotables. Hoy la Iglesia debe hacer frente a una situación nueva: ha dejado de ser eurocéntrica y se mueve ya en un contexto global, en el que conviven nuevas culturas y un amplio pluralismo religioso. Solo respondiendo a estos desafíos inéditos, que constituyen un nuevo momento decisivo, un nuevo kairós, puede crecer la Iglesia y puede profundizar en lo que siempre ha sido y en lo que debe ser de nuevo. La Iglesia está llamada a interpretar, como ya quiso el Concilio, los signos de los tiempos desde el punto de vista del Evangelio. Pero, por otra parte, los signos de los tiempos arrojan una luz nueva sobre el Evangelio. Y así se genera un doble dinamismo que permite que la Iglesia camine de un modo creativo también en el contexto moderno. Es necesario abrirse, «salir», como dice Francisco; no podemos encerrarnos en nosotros mismos como en una ciudad asediada. Y de este modo se llega a un proceso de reciprocidad: la Iglesia puede dar algo al mundo y, al mismo tiempo, puede recibir mucho de las demás culturas y de las otras religiones. De este modo el conjunto eclesial inicia su camino en el nuevo milenio y en el nuevo siglo. RAFFAELE LUISE: Pero este camino hacia la auténtica tradición ha sido considerado, por los críticos del papa Francisco, y suyos, cardenal, no el signo de una apertura a los tiempos nuevos, sino de una subordinación de la Iglesia a las modas del tiempo. WALTER KASPER: Sí, lo han visto como una traición a la Iglesia. Es cierto, la tentación de estar subordinada a los tiempos siempre ha existido para la Iglesia, y precisamente por eso es importante el discernimiento de los espíritus. Debemos estar siempre atentos a no adaptarnos a este mundo, como dice san Pablo. Pero, sin embargo, el diálogo constructivo y crítico con el mundo está en la naturaleza constitutiva de la Iglesia. Si se leen sus mensajes se comprende que el Papa tiene una visión profética, abierta y a menudo también muy dura respecto al mundo contemporáneo. Se muestra severísimo con el sistema económico dominante, pero también frente al egoísmo y al individualismo desenfrenado: estigmatiza ciertamente la mundanidad espiritual de la Iglesia, pero también es crítico con relación a algunos conservadores extremos, ellos sí, subordinados a un pasado ya superado y que han olvidado el mandamiento del último libro de la Biblia, que impone escuchar siempre lo que el Espíritu le dice a las Iglesias en cada momento. RAFFAELE LUISE: La actitud de Francisco durante el Sínodo fue realmente ejemplar. Adecuadamente, no intervino nunca en el debate, aunque escuchaba con la máxima atención. Solo se limitó a hablar al principio y al final, sin soluciones predeterminadas, pero sus intervenciones siempre fueron fundamentales. En ellas pudimos admirar la prudente y respetuosa actuación del Papa jesuita. En la primera intervención hizo una extraordinaria invitación, como usted recordaba, a la libertad de palabra, a la parresía, que, junto con la decisión de publicar todos los documentos, ha representado ya un gran cambio de paradigma en la dirección de una sinodalidad auténtica. Después, en el discurso final, el Papa reafirmó la dirección en la que quiere ir, hacia una Iglesia —dijo con pasión— que no tenga miedo de comer y beber con las prostitutas y los pecadores, una Iglesia con las puertas abiertas de par en par para recibir a los necesitados, a los arrepentidos, y no solo a los justos o a aquellos que creen ser perfectos. El Papa, que dijo una vez que bautizaría incluso a marcianos, subraya en sustancia que los sacramentos no son un premio para los buenos, sino un viático para quien cae y se equivoca, como los divorciados que se casan de nuevo. WALTER KASPER: Creo que esta actitud del Papa se comprende mejor cuando se considera su concepción del pueblo de Dios. Se trata de una eclesiología particular, la de la «teología del pueblo» argentina, que se remonta al Concilio Vaticano II. En esta visión de Iglesia todo cristiano tiene su carisma, posee el sensus fidelium y tiene la capacidad de comprender el Evangelio; el magisterio de la Iglesia no puede ser otro que el de la escucha y la gran apertura a la piedad popular, porque el pueblo posee el «olfato» y la sabiduría para ir hacia delante. Pero ser un magisterio que escucha no significa ser un magisterio que no decide. Primero, no obstante, hay que escuchar. Esta es una característica fundamental del Papa latinoamericano. Y yo lo he experimentado de un modo directo a lo largo de mi existencia. Cuando fui ordenado sacerdote, a los veinticuatro años, tenía muy poca experiencia de la vida, la que se tiene en una familia católica normal, y además bajo el nazismo y durante la Segunda Guerra Mundial. Pero luego, escuchando a la gente en el confesionario, aprendí muchísimo en solo un año, y cambié el lenguaje de mi forma de predicar. Uno se educa con la gente; también como profesor he aprendido con las preguntas a menudo críticas de los estudiantes. Y así he ido viendo que la Iglesia no es una torre aislada, sino que sus miembros están en contacto los unos con los otros, y que la función específica del clérigo y también del Papa se desarrolla escuchando y estando en relación con los fieles. En el discurso de conclusión del Sínodo extraordinario, Francisco insistió en decir: soy el Papa, tengo esta responsabilidad particular, pero la comparto con vosotros, obispos, aunque al final es a mí a quien le toca decidir. Y lo hará. Pero no es un modo nuevo de actuar; es tan solo la vuelta a la tradición y, en particular, como ya hemos dicho, al Concilio de los Apóstoles en Jerusalén. Pedro presidió aquella sesión; habló el primero, pero luego escuchó lo que decían los demás, sobre todo Pablo. Al final decidieron juntos, con el aplauso de la comunidad. Pienso que aquel Concilio debe ser, ahora y en el futuro, modelo para el Sínodo. RAFFAELE LUISE: Y Pedro aceptó lo que decía Pablo, a pesar de la gran distancia de sus posiciones. WALTER KASPER: Ambos mantuvieron una discusión muy encendida, pero al final se dieron la mano y sellaron la comunión entre ellos; por así decir, una unidad en la pluralidad. Pedro no se convirtió en Pablo y Pablo no se convirtió en Pedro, pero lograron la unidad en la diversidad, y esta es también la idea que tiene el Papa de la unidad en el interior de la Iglesia católica, y también de la unidad entre las Iglesias cristianas. RAFFAELE LUISE: ¿Se puede sostener, cardenal, que este proceso sinodal ha supuesto ya un cambio de paradigma en la dirección de una auténtica sinodalidad? WALTER KASPER: Creo que sí. El Papa quiere reforzar la sinodalidad; quiere incluso refundar el Sínodo y darle un nuevo empuje, una nueva vitalidad: esto me parece fundamental para el futuro de la Iglesia y también para el futuro del ecumenismo. RAFFAELE LUISE: ¿Y aquel otro paso: el bautismo a los marcianos, la comunión a los divorciados casados de nuevo, los sacramentos no solo para los perfectos, sino sobre todo para el que cae y quiere levantarse otra vez? WALTER KASPER: Sí. No olvidemos que los sacramentos son también sacramentos de la curación; en particular, la eucaristía es el sacramento de la curación no solo para los perfectos, porque si fuera solo para los perfectos prácticamente nadie podría acceder a ella. Es cierto: los sacramentos suponen la fe, la confesión de los pecados, el arrepentimiento, pero por otra parte confieren también la gracia para crecer en la vida espiritual. La Iglesia está siempre en el punto medio entre el rigorismo y el laxismo, y también el laxismo es una tentación que hay que rechazar. Hay que ir por la vía del medio, que es la vía de la virtud según Aristóteles y Tomás de Aquino. RAFFAELELUISE: Volvamos al discurso final del Papa al Sínodo, en el que Francisco abría las puertas de la Iglesia a las prostitutas, a los pecadores, a los ladrones y a todos aquellos que caen y desean levantarse de nuevo. Estas palabras también constituyen, cardenal, el mensaje que Bergoglio confía, en el tiempo que transcurre entre el Sínodo extraordinario y el ordinario de octubre de 2015, a todas las Iglesias locales y a los laicos del mundo. ¿Qué debemos esperar? ¿Cuál es la situación frente a vehementes resistencias, como aquellas con las que se dejó intimidar un poco el Concilio? ¿No existe el riesgo de que se busque una solución solo formal, a lo mejor multiplicando las declaraciones de nulidad matrimonial, o se acabe encontrando una mediación de perfil bajo? ¿Podrá encontrarse un acuerdo y no un compromiso inútil? En este sentido, ¿puede decirse que el Sínodo sobre la familia es el banco de pruebas del pontificado? WALTER KASPER: Sí, ciertamente es un banco de pruebas del pontificado, a condición de que no todo se reduzca al problema de los divorciados casados de nuevo. Este último es un problema pastoral urgente y con mucho significado simbólico, pero la problemática de la familia es más amplia. Durante el Sínodo se puso en evidencia que hay problemas en todas partes y no solo entre nosotros, en el Occidente llamado liberal. Los hay también en África y en Asia, y se registra también un cierto ataque a la familia por parte del sistema económico y de nuestra sociedad en su conjunto. Son cuestiones fundamentales. Al frente de ellas el problema de los divorciados casados de nuevo quizá entró demasiado en el foco de atención del Sínodo, antes y durante los trabajos. Pero, dicho esto, hay que reconocer que se trata de un problema muy urgente, sobre todo en Occidente, aunque también en América Latina. Mucha gente aguarda una solución, y son muchos los que esperan que el Papa consiga formalizar una cierta apertura. También se trata de un banco de pruebas del Sumo Pontífice, que representa el ministerio de la unidad, y que, en cierto sentido, debe reconciliar las dos alas que se han opuesto en el Sínodo. ¿Cómo va a hacerlo? No lo sé. Todavía hay algunos nudos teológicos que deshacer, y no todo está claro. Hay que encontrar soluciones que sean aceptables por ambas partes. Quizá podría ser una vía de salida establecer criterios generales y universales, dejando cierto espacio de autonomía a las Conferencias episcopales para la resolución de problemas particulares. Quizá no sea posible encontrar soluciones concretas universalmente válidas, pero me parece que Francisco está determinado a conseguir un resultado que represente una apertura. Creo, además, que es posible encontrar vías que no entren en conflicto con la encíclica Familiaris consortio, en la que Juan Pablo II cerraba la vía de los sacramentos a los divorciados casados de nuevo, pero que a la vez vayan más allá, ofreciendo nuevas precisiones a la encíclica. RAFFAELE LUISE: Usted ha hablado de problemas teológicos por resolver. ¿Qué problemas? WALTER KASPER: En primer lugar, el problema de cómo conciliar concretamente el principio de la indisolubilidad del matrimonio, que todos queremos conservar porque se funda en las mismas palabras de Jesús, con la realidad de un segundo matrimonio, en este caso civil. El otro gran problema es el del pecado, es decir, si una relación sexual fuera del matrimonio sacramental válido es un pecado grave y cómo hay que interpretar eso. Hay diversos planteamientos, y se puede sostener, por ejemplo, que también un matrimonio civil expresa valores auténticamente cristianos. No es la cima ni el ideal para nosotros, los católicos, pero este matrimonio posee valores y hay que evaluar cómo puede la Iglesia apreciar y juzgar elementos esenciales como la fidelidad de la pareja para toda la vida, la asistencia mutua, el cuidado de los hijos, la vida cristiana, la plegaria en común. Se debe valorar todo eso y luego se puede afirmar que los sacramentos son para quienes están en camino. RAFFAELE LUISE: Usted está hablando de la teoría de la gradualidad, que podría aplicarse también en este caso. WALTER KASPER: Esta teoría de la gradualidad está presente ya en la Familiaris consortio, aunque en ella se entiende la gradualidad en la realización subjetiva de la doctrina y de los mandamientos. Ahora se ha transferido esta idea al nivel objetivo, y aquí han aparecido resistencias. Hay que ahondar en esta cuestión, pero no se puede negar que hay gradualidad en la «pedagogía» de Dios para con su pueblo, que debe continuar también en la Iglesia. RAFFAELE LUISE: Según la Familia consortio, en el caso de que una persona se divorcie y se case de nuevo civilmente no comete pecado si se comporta con la nueva pareja como si fueran hermano y hermana. Pero, aparte de que no son hermano y hermana, ¿no puede decirse que el problema no está en el juicio negativo sobre el matrimonio civil sino en que se pasa del espacio público al privado de las relaciones sexuales? ¿No puede prefigurar esto como un paso adelante respecto de la Familiaris consortio? WALTER KASPER: Sí, quizá se puede sostener que las relaciones sexuales no son normalmente un asunto público, sino materia personal relativa a la confesión. Mientras que el derecho público de la Iglesia se refiere a los pecados públicos, que implican la penitencia pública y hasta la exclusión de los sacramentos, los pecados privados son personales, no tienen relevancia pública, y siguen siendo materia exclusiva de la confesión. Pero hay que reflexionar bien sobre este punto. Quizá puedo añadir que en esta dirección va también mi propuesta —propuesta, que no solución— de la vía penitencial, que exige la absolución en la confesión y, después, la admisión a la eucaristía. RAFFAELE LUISE: Por tanto, usted contemplaría también la bendición de las segundas nupcias, aunque tal vez no en la Iglesia. WALTER KASPER: Algunos lanzan esta propuesta, yo me mantengo algo en suspenso. Demos el primer paso; hablemos del matrimonio civil y luego de si es posible una bendición privada del párroco a estas parejas. Por mi parte, yo ya he bendecido a musulmanes que me lo han pedido. Pero una liturgia en la Iglesia me parece cosa ambigua. RAFFAELE LUISE: Se ha hablado mucho en el Sínodo de una solución a la «ortodoxa», que prevé la readmisión a los sacramentos de los divorciados casados de nuevo tras un período de penitencia. Pero usted no está del todo de acuerdo. ¿Por qué? WALTER KASPER: Podemos aprender mucho de la solución de los ortodoxos, que con su principio de la oikonomía concretizan lo que nosotros hacemos con la misericordia. Se trata de un principio muy humano y también cristiano, que les permite en casos concretos dispensar del primer matrimonio y permitir un segundo y también un tercero en la iglesia tras un período conveniente de penitencia. Pero es importante subrayar que los ortodoxos no consideran sacramento el segundo matrimonio. A los planteamientos ortodoxos se acercan varios principios parecidos. Uno de ellos es el principio de la epikeia («epiqueya», literalmente «lo que se considera conveniente»), por el que una regla debe aplicarse a una situación particular —muy a menudo compleja— tomando en consideración todas las circunstancias. Además, nosotros hablamos de jurisprudencia no de «jurisciencia». Los juristas deben aplicar la regla general, teniendo en cuenta todas las circunstancias. Para los grandes canonistas del Medioevo, la epiqueya era la justicia suavizada con la misericordia. Nosotros podemos partir de aquí. Tenemos nuestros recursos para encontrar una solución, porque no estoy muy seguro de que podamos adaptar la tradición ortodoxa a la nuestra. Y esto por diversos motivos; primero porque la praxis penitencial ortodoxa comenzó en una época en la que no existía el matrimonio civil, luego porque esa tradición no es la misma en todas las Iglesias ortodoxas y, finalmente, porque esta práctica se ha resentido mucho del cesaropapismo bizantino. RAFFAELE LUISE: Pero, ¿qué deberíahacerse, según usted, para evitar un compromiso de perfil bajo, en el tema de los divorciados que se casan de nuevo? WALTER KASPER: No tengo una propuesta concreta. Solo he querido empezar una discusión pública dentro de la Iglesia. Creo que deben establecerse algunos criterios universales, entre los cuales están la indisolubilidad del matrimonio y la imposibilidad de segundas nupcias sacramentales. Pero también deben identificarse algunos criterios generales para que, en algunos casos, pueda darse la absolución a los divorciados casados de nuevo, porque las situaciones son muy distintas entre ellos. RAFFAELE LUISE: ¿Qué podemos responder a quien recuerde que Jesús le dijo a los Apóstoles: «Lo que Dios ha unido, que ningún hombre lo separe»? Un matrimonio puede fracasar aunque sea indisoluble. Y aun siendo indisoluble, ¿puede ser disuelto? WALTER KASPER: Este es un problema que, para ser definido, requiere más discusiones. Ciertamente, la admonición de Jesús de no dividir lo que Dios ha unido y la doctrina sobre la indisolubilidad del matrimonio se mantienen firmes y ningún teólogo puede o quiere contradecirlas. Pero, con sus palabras, Jesús rechazó la casuística de los judíos y, por tanto, no podemos sustituirla con otra casuística, cosa que la Iglesia, en su tradición viva, no ha hecho. Ya en Mateo encontramos las cláusulas de porneía, esto es, de «unión ilegítima» (según la traducción italiana oficial) que, de acuerdo con las palabras de Jesús, pueden ser causa de repudio, o de divorcio (Mt 5, 31-32). Según el derecho canónico, el Papa puede disolver un matrimonio que se considera no consumado, que es un matrimonio sacramental válido, y hay también disoluciones gracias al privilegio paulino y petrino. Este poder de atar y desatar es una potestad importante conferida por Jesús mismo, que no está por encima de la palabra de Cristo, sino que la aplica en determinadas situaciones. Nos encontramos, por tanto, frente a una cuestión de aplicación muy delicada tanto en el plano exegético-teológico como en el jurídico, todavía por discutir. RAFFAELE LUISE: En el largo proceso sinodal, por vez primera se dio la palabra a la Iglesia entera —idea muy querida por el cardenal Martini— mediante el cuestionario difundido antes del Sínodo extraordinario, al que se añadió un segundo en previsión del sucesivo Sínodo ordinario. Esta opción parece haber iniciado una reforma estructural e irreversible destinada a conseguir que la Iglesia sea cada vez más colegial y a conferir mayor autonomía de decisión a las Conferencias episcopales, también en el campo doctrinal, como escribe Francisco en la Evangelii gaudium. WALTER KASPER: Sí, esta idea del cardenal Martini es muy valiosa, y se remonta a la praxis de la Iglesia en todo el primer milenio, y que continuó luego durante el segundo. En el fondo, solo en los siglos XIX y XX, tras el Concilio Vaticano I, cayó en el olvido el principio sinodal, en la Iglesia latina, con motivo de una enfatización unilateral del primado romano, mientras que en las Iglesias orientales el principio sinodal ha permanecido siempre vivo. Encontramos luego la doctrina del Concilio Vaticano II sobre las iglesias particulares, la colegialidad del ministerio episcopal y la importancia atribuida a las Conferencias episcopales. Según el Concilio, las iglesias particulares son solo provincias de la Iglesia universal, pero son verdaderas Iglesias de Cristo que viven en y por la Iglesia universal, como la Iglesia universal vive en y por las iglesias particulares. Hay una interioridad recíproca, que da a las iglesias particulares una relativa autonomía en el contexto y en el intercambio con la Iglesia universal y que, al mismo tiempo, es fundamento de la sinodalidad. El Concilio Vaticano II dio inicio a una nueva trayectoria, a la que el papa Francisco garantiza un ulterior desarrollo. Se trata de un proceso muy importante porque entrelaza la colegialidad en el gobierno de la Iglesia con la sinodalidad —el hecho de avanzar todo el pueblo de Dios unido— con lo que se realiza una fraternidad más plena entre todos los cristianos y una nueva forma de escuchar a los laicos por parte de los clérigos. Por otra parte, diría que no se trata solo de un problema estructural y jurídico, porque implica una nueva responsabilidad por parte de los obispos y de las Conferencias episcopales. Resulta cómodo decir: es en Roma donde deben decidir. No. También las iglesias locales deben tomar posición, en un proceso en ambas direcciones. Yo espero y deseo que se lleve a cabo un equilibrio cada vez más amplio entre primado del Papa y sinodalidad episcopal. Creo que siempre hay que buscar el equilibrio entre los dos polos, pero ya hoy, en problemas concretos, el pontífice puede dar a un Sínodo la potestad de decidir. Esta puerta ya está abierta, pero no se ha traspasado nunca. RAFFAELE LUISE: ¿Habría, pues, en teoría, la posibilidad de que el Papa concediera la facultad deliberativa al Sínodo? WALTER KASPER: Sí, la posibilidad sí. No es una potestad sobre todas las cuestiones, sino sobre problemas concretos. Quizá el Papa lo haga en un futuro. RAFFAELE LUISE: Hablemos de sus relaciones con el papa Francisco, cardenal Kasper. Es indudable que están unidos por una profunda sintonía. WALTER KASPER: Conocí a Bergoglio antes de que fuera Papa, cuando estuve en Buenos Aires. Me habían hablado de su relación con el clero, de su cercanía y de su afabilidad con los pobres de los barrios desfavorecidos —las «villas miseria»—; al conocerlo en persona me causó muy buena impresión su gran simpatía. Luego le vi de nuevo durante las Congregaciones generales antes del cónclave y muchas otras veces siendo ya pontífice. Es una persona que posee una buena teología y no es en absoluto un buenista, sino un hombre que ha desarrollado una amplia práctica espiritual y pastoral, primero como superior provincial de los jesuitas y luego como obispo. Conoce profundamente la vida y los problemas de los hombres y tiene una extraordinaria empatía con las personas, que se libera inmediatamente en cada encuentro. Nos une una profunda visión de la Iglesia y una altísima consideración por la centralidad de la misericordia. Pero yo no me considero un teólogo del Papa, como algunos dicen. Se trata más bien de una cercanía espiritual y también teológica, porque muchos aspectos de la eclesiología, que yo apreciaba mucho, ahora los encuentro puestos en práctica por Francisco. Para mí es emocionante que, hacia el final de mi carrera, pueda ver que él intenta poner en práctica algunas ideas en las que yo he meditado profundamente y que he deseado ardientemente. Y así me siento espiritual y humanamente muy cercano a él, sobre todo en la oración, que Francisco no cesa nunca de pedir para su misión: quiero sostener también con la oración su inmenso esfuerzo de reforma de la Iglesia y del papado. Una empresa que requiere un gran coraje y la capacidad de decir también cosas muy incómodas. Y él es un reformador valiente. RAFFAELE LUISE: Es también persona muy decidida. WALTER KASPER: Sí, también es muy decidido, eso está claro. Es un jesuita. Al papa Francisco se le entiende solo a partir de la espiritualidad ignaciana. No es persona que se vuelva atrás, pero primero se toma tiempo para decidir, y escucha realmente a los demás. RAFFAELE LUISE: Usted ha sido durante décadas un importante punto de referencia en los ambientes conciliares. ¿Cuál de las visiones de la Iglesia, en las que usted ha estado siempre sumamente interesado, reencuentra en Francisco? WALTER KASPER: La primera, y más importante, es la definición de Iglesia como pueblo de Dios en camino: una idea del Concilio, pero ya presente en la liturgia y en la patrística, que por desgracia en Europa es vista desde la crítica y el escepticismo. Se trata de una especie de eclesiología desde la base, que Francisco reemprende y potencia a la luz de una mayor conciliaridad. Otro punto importante es el del carácter misionero de la Iglesia, que se difunde hacia las periferias, que no permanece encerradaen su propia fortaleza, que no se repliega sobre sí misma a llorar por sus debilidades, sino que tiene la valentía y la alegría del Evangelio y las lleva hasta las periferias no solo de las grandes ciudades sino de la existencia humana. Una Iglesia que está presente donde la gente sufre, donde los problemas duelen, donde habitan los pobres, los débiles, los refugiados. Esta idea de la Iglesia misionera, «en salida» (Evangelii gaudium), es verdaderamente crucial para la evangelización del mundo secularizado. El tercer punto se refiere a la necesidad de una Iglesia presente de un modo radicalmente diferente en la sociedad actual. El papa Francisco ha observado, en un discurso sobre la pastoral en las grandes ciudades, que ha pasado ese tiempo en el que la Iglesia era el único punto de referencia cultural y la ha espoleado a aceptar la laicidad de la sociedad y a proponerse también a nivel mundial como un global player, en diálogo con los demás sujetos globales. La Iglesia debe ingresar con todo derecho en este proceso transversal y multipolar, que caracteriza la modernidad. Esa postura manifiesta una idea de teología que es también la mía. RAFFAELE LUISE: En su visita a las instituciones europeas de Estrasburgo, el 25 de noviembre de 2014, el papa Francisco puso firmemente el acento en la multipolaridad del mundo y en la necesidad de la transversalidad. Pero hablaremos de ello más adelante. Ahora quisiera preguntarle en qué consiste el proceso reformador de Francisco, a quien le gusta repetir: más que ocupar espacios, yo quiero abrir procesos. Y procesos ha abierto muchos en poco más de dos años de pontificado, tantos que da vértigo. WALTER KASPER: El papa Francisco no es un reformador en el sentido meramente estructural; ante todo quiere una conversión pastoral, una conversión también del papado, y esta opción va mucho más a lo profundo, y significa que toda reforma estructural implica una transformación de la mentalidad, una metánoia. En segundo lugar, el Papa quiere también una reforma de las estructuras, no solo de la Curia romana —que ya está en curso, hay diversos proyectos—, sino también de la arquitectura de la Iglesia universal, favoreciendo una cierta descentralización y una legítima autonomía de las Conferencias episcopales y de las diócesis del mundo. Francisco pone, finalmente, una gran confianza en la variedad de carismas en la Iglesia, es decir, en aquellos dones que el Espíritu Santo otorga libremente a los diversos sujetos eclesiales, como los clérigos, los religiosos, los laicos, las mujeres, los movimientos. En su homilía en la catedral católica de Estambul, en noviembre de 2014, el Papa habló de la multiplicidad de los carismas, que deben colaborar según el modelo de la unidad en la pluralidad. Una dimensión carismática importante, para Francisco, también porque no se puede institucionalizar del todo, ligada como está a las sorpresas del Espíritu. RAFFAELE LUISE: El papa Francisco ha prometido también una nueva teología de la mujer y una presencia femenina mucho más importante allí donde se toman las decisiones en el Vaticano. WALTER KASPER: Ya Juan XXIII había dicho que la igualdad en dignidad del hombre y de la mujer es un signo de los tiempos, del que se deducen importantes consecuencias para la sociedad y la Iglesia. Esto no implica sostener la ordenación de las mujeres, sino reconocer la utilidad de que la mujer ocupe puestos importantes en la Iglesia allí donde no se requiera el ministerio ordenado. Todos sabemos que las parroquias desaparecerían mañana si las mujeres dejaran de hacer la cantidad de cosas que hacen, y nosotros debemos apreciar públicamente el servicio que desarrollan, a menudo importante incluso en las diócesis. En mi país, en Alemania, las mujeres están presentes también en el Consejo episcopal. Ellas tienen talento y a menudo ven las cosas desde un punto de vista distinto al de los varones, y por tanto su presencia cualificada representa un enriquecimiento, también para la Curia romana, donde el clima sigue siendo todavía demasiado clerical. A menudo he tenido la experiencia de que allí donde está presente aunque sea una sola mujer la situación cambia, cambia la atmósfera, cambia el modo de hablar. Son necesarias más mujeres, y no son suficientes las que ya ocupan puestos intermedios. Pienso en el Consejo para la Familia, que podría convertirse, junto con otros Consejos, en un dicasterio, y allí vería con buenos ojos que una mujer asumiera un papel directivo. Personalmente creo que es un abuso que los presidentes de los dicasterios o de los consejos deban ser obispos, incluso cuando no se requiere el ministerio ordenado. Por supuesto, hay que evitar una nueva pretensión de hacer carrera entre las mujeres; ya hay demasiado afán de este tipo entre los clérigos, aunque a las mujeres se les ha olvidado con demasiada frecuencia, también en las celebraciones, donde solo se habla de los varones, donde las mujeres no son ni siquiera visibles. Hay un punto fundamental por resolver, a saber, profundizar en una teología de la mujer, todavía hoy muy poco desarrollada. Y el Papa lo ha señalado como una prioridad, añadiendo que también sería útil una mayor formación teológica para ellas. Pero la Iglesia debe comprometerse a exigir a las autoridades civiles una política y una economía más amable hacia las mujeres, y más atenta a ayudarlas y a armonizar el trabajo y la labor en la familia. Pero, en su complejidad, no se trata solo de una cuestión intraeclesial. En los asuntos de la relación hombre-mujer hoy debemos hacer frente a problemáticas mucho más radicales. La Iglesia insiste en enseñar que Dios nos ha creado hombre y mujer con nuestras diferencias pero con la misma dignidad humana, de modo que el hombre y la mujer se completan y enriquecen recíprocamente. Con un punto de vista muy distinto, la teoría de género reduce la diferencia de sexos a una construcción cultural y dice además que somos libres de escoger ser hombre o mujer. Es una teoría dualista neoagnóstica, que presupone una dicotomía entre cuerpo y alma. La Biblia y la tradición cristiana insisten, en cambio, en el carácter integral de la relación entre cuerpo y alma: el alma es la forma del cuerpo y el cuerpo es la representación y el símbolo del alma. Por tanto, exigir el reconocimiento de las mujeres y darles espacio también en la vida pública no quiere decir nivelar la diferencia. RAFFAELE LUISE: Es importante que usted diga que las mujeres harían bien incluso al Vaticano, después de tanta misoginia. WALTER KASPER: Sí, harían bien al Vaticano, cambiarían el clima, la atmósfera. Cuando fui nombrado obispo, lo primero que hice fue llamar a una mujer para que formara parte del Consejo episcopal. A partir de aquel día la atmósfera mejoró. Era una mujer animosa, que hacía oír su voz, que nos hizo tener experiencias e introdujo aspectos en los que los varones nunca habríamos pensado. RAFFAELE LUISE: Una mayor amistad entre hombre y mujer en el Vaticano constituiría un buen modelo para el mundo. WALTER KASPER: Creo que en esto la Iglesia lleva más retraso que el mundo, porque en otras partes muchas mujeres ocupan altísimos cargos institucionales: en Alemania tenemos a una mujer Canciller que realiza un buen trabajo, y pienso que la Iglesia debe correr para conseguir estar a igual altura. Por otra parte, consentir que las mujeres desempeñen funciones directivas en el Vaticano constituiría un buen ejemplo para aquellas culturas y aquellas sociedades en las que las mujeres viven en una situación degradante. RAFFAELE LUISE: Volvamos a las reformas de Francisco. Usted hablaba de reformas a la vez estructurales y espirituales. WALTER KASPER: La Iglesia es un sacramento, esto es, signo e instrumento de la gracia. Y puesto que un sacramento tiene una dimensión visible y otra invisible, también la Iglesia posee estos dos aspectos, por lo que toda reforma debe ser bipolar, estructural y espiritual al mismo tiempo. Si fuese solamente espiritual, correspondería a una visión platónica, y una Iglesia
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