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Euclides Eslava La Pasión de Jesús Publicaciones Universidad de La Sabana Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 2 EDICIÓN Dirección de Publicaciones Campus del Puente del Común Km 7 Autopista Norte de Bogotá Chía, Cundinamarca, Colombia Tels.: 861 55555 – 861 6666, ext. 45101 www.unisabana.edu.co https://publicaciones.unisabana.edu.co publicaciones@unisabana.edu.co CORRECCIÓN DE ESTILO María José Díaz Granados Con licencia eclesiástica de monseñor Héctor Cubillos Peña, obispo de la Diócesis de Zipaquirá, 3 de septiembre de 2020. http://www.unisabana.edu.co/ https://publicaciones.unisabana.edu.co/ Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 3 ÍNDICE con enlaces Autor Contenido Prólogo 1. Camino de Jerusalén 1.1. Primer anuncio de la muerte y resurrección 1.2. El celibato por el reino de los cielos 1.3. La unción en Betania 2. Domingo de Ramos 2.1. Jesús, manso y humilde de corazón 2.2. El grano de trigo 3. Discusiones con los fariseos 3.1. Parábola de los dos hijos 3.2. Parábola de los viñadores homicidas 3.3. Parábola de los invitados a la boda Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 4 3.4. El tributo al césar 3.5. El mandamiento principal 3.6. La ofrenda de la viuda 3.7. La resurrección de los muertos 4. El Triduo Pascual 4.1. El Jueves Santo 4.2. Viernes Santo 4.3. Sábado Santo: María, nuestra madre Bibliografía Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 5 Autor Euclides Eslava es sacerdote, médico y doctor en Filosofía. Jefe del Departamento de Teología, director del Centro de Estudios para el Desarrollo Humano Integral (Cedhin) de la Universidad de La Sabana, y miembro del grupo de investigación Racionalidad y Cultura de la misma institución; compilador del libro Perdón, compasión y esperanza (2020); autor de los libros Milagros: los signos del Mesías (2019), El Hijo de María (2018), Como los primeros Doce (2017), El secreto de las parábolas (2016), La filosofía de Ratzinger (2014) y El escándalo cristiano (2da. ed., 2009), entre otras obras. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 6 Prólogo El hombre solamente es importante si es verdad que un Dios ha muerto por él. Nicolás Gómez Dávila (1992, p. 71) En el relato autobiográfico de Sohrab Amhari, un iraní ateo y marxista con educación islámica, cuenta que se encontró un día leyendo por casualidad el evangelio de Mateo. El autor refiere que los primeros 25 capítulos no supusieron nada especial para él, que no lo impresionaron demasiado. Sin embargo, “todo cambió cuando llegué al capítulo 26, la narración de la Pasión. Recuerdo que me incorporé y leí con atención, cuando antes había estado hojeando lánguidamente. Contra todas mis inclinaciones y todos mis instintos, la narración del evangelista me fascinó” (2019, p. 62). Las palabras que le generaron tanto interés fueron: “Cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus discípulos: ‘Sabéis que dentro de dos días se celebra la Pascua y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado’” (Mt 26,1-2). Le impresionó que en dos versículos quedara cristalizada la doble tragedia de la pasión: de una parte, que se condenara y ejecutara a un inocente; y, por otro lado, que ese hombre se entregara Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 7 voluntariamente a la humillación aunque era omnipotente. La conclusión de aquel futuro católico fue que, si bien el cristianismo “no dejaba de ser tan falso como cualquier religión, no era fácil desecharlo; algo había en el mito del sacrificio de Cristo que trascendía la historia y la lucha de clases” (Amhari, 2019, p. 63). Comenzamos nuestro itinerario por el pasaje más crucial de la vida de Jesús con un testimonio contemporáneo, que nos ayuda a valorar la trascendencia de los eventos que consideraremos en estas páginas. Y es que el misterio de la pasión del Señor ha removido muchas conciencias a lo largo de la historia. La fuerza del sacrificio del cordero pascual sigue confrontando a las personas que, al considerar esas escenas, caen en la cuenta de que no son simples relatos del pasado sino que conservan su actualidad: que somos protagonistas de esos hechos, tanto porque formamos parte de la multitud culpable como porque somos beneficiarios de aquel holocausto. Estas páginas aspiran a ser un retiro espiritual, un rato de conversación con Dios sobre los momentos definitivos de Jesucristo y de la humanidad entera y, por tanto, de nuestra vida personal. De esa manera, se espera hacer vida el anuncio que el papa Francisco hizo a los jóvenes: Ese Cristo que nos salvó en la Cruz de nuestros pecados, sigue salvándonos y rescatándonos hoy con ese mismo poder de su entrega total. Mira su Cruz, aférrate a Él, Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 8 déjate salvar, porque “quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento” (2013b, n. 1). Y si pecas y te alejas, Él vuelve a levantarte con el poder de su Cruz. Nunca olvides que “Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (2013b, n. 3). (2019, n. 119) La Madre de Jesús es una de las pocas personas fieles al Señor en el Calvario. A ella le pedimos que la meditación de este libro nos ayude a una nueva conversión, a recomenzar cada día nuestra lucha para unirnos al sacrificio redentor de acuerdo con su enseñanza: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8,34). Bogotá, 6-10-2020 Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 9 1. Camino de Jerusalén Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 10 1.1. Primer anuncio de la muerte y resurrección En el capítulo 16 del evangelio de san Mateo, y en el octavo de san Marcos, se presenta una peculiar encuesta que hizo Jesús sobre quién decía la gente que era él, y qué habían comprendido los Apóstoles sobre su persona y su misión. Pedro respondió con audacia que Jesús era el Mesías, ante lo cual el Maestro los conminó a guardar esa verdad como un secreto. Podemos intuir el sentido último de ese diálogo con el anuncio que el Señor hizo a continuación: “comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día” (Mt 16, 21). La clave del mesianismo del Señor pasa por la cruz, de acuerdo con lo que habían predicho los profetas, como se ve en los cánticos del siervo del Señor que presenta Isaías (50,5-9): “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos”. Pedro, representante de nuestra falta de fe, lo reprendió por decir tales cosas justo cuando acababa de confirmarles el esplendor de su mesianismo: “Se lo llevóaparte y se puso a increparlo” (Mc 8, 32). Jesús, a su vez, le hizo ver que razonaba con lógica humana ante el modo de obrar de Dios. Quizás el primer papa entendía el papel de Jesús en clave política, como casi todos sus contemporáneos. Jesús no dudó en corregirlo de modo llamativo: “¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 11 La reconvención —vade retro— puede considerarse enigmática: se solía traducir como “apártate de mí”, y ahora se ha mejorado con la versión “ponte detrás de mí”, que el papa Benedicto XVI (2006) glosa: No me señales tú el camino; yo tomo mi sendero y tú debes ponerte detrás de mí. Pedro aprende así lo que significa en realidad seguir a Jesús. Nosotros, como Pedro, debemos convertirnos siempre de nuevo. Debemos seguir a Jesús y no ponernos por delante. Es él quien nos muestra la vía. Así, Pedro nos dice: tú piensas que tienes la receta y que debes transformar el cristianismo, pero es el Señor quien conoce el camino. Es el Señor quien me dice a mí, quien te dice a ti: sígueme. Y debemos tener la valentía y la humildad de seguir a Jesús, porque él es el camino, la verdad y la vida. La increpación de Jesús a Pedro se completa y explica con la siguiente invitación: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Es como una nueva vocación. Muchas personas han sentido el llamado divino al escuchar estas palabras: “Es la ley exigente del seguimiento: hay que saber renunciar, si es necesario, al mundo entero para salvar los verdaderos valores, para salvar el alma, para salvar la presencia de Dios en el mundo” (Benedicto XVI, 2006). No hay mejor negocio: “el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”, gozará la verdadera alegría ya en esta tierra y después, mucho más, en el cielo. Pero el Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 12 precio es perder la vida. Como dice el Catecismo: la perfección cristiana “pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas” (Iglesia Católica, 1993, n. 2015). Juan del Encina lo enseñaba de manera poética: “Corazón que no quiera sufrir dolores, pase la vida entera libre de amores”. El Santo Cura de Ars (san Juan María Vianney, 2015) predicaba que, … desde que el hombre pecó, sus sentidos todos se rebelaron contra la razón; por consiguiente, si queremos que la carne esté sometida al espíritu y a la razón, es necesario mortificarla; si queremos que el cuerpo no haga la guerra al alma, es preciso castigarle a él y a todos los sentidos; si queremos ir a Dios, es necesario mortificar el alma con todas sus potencias. (p. 66) Sacrificarse voluntariamente por amor a Jesús no es otra cosa que seguir sus huellas: él nació y vivió pobre, ayunó cuarenta días con sus noches, no tenía dónde reclinar la cabeza, pasó hambre y sed, sufrió persecución, padeció en la cárcel y en juicios inicuos, fue sometido al Vía Crucis y, finalmente, murió en la cruz. Tú y yo, ¿qué hemos hecho para seguirlo de cerca?, ¿nos damos cuenta de la importancia de negarnos a nosotros mismos, de tomar nuestra cruz —siempre pequeña, comparada con la suya— y de seguirle? Probablemente a nosotros no nos toque repetir los padecimientos y los ayunos de Jesús, pero vale la pena mirar en la oración qué cosas pequeñas (o no tan Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 13 pequeñas) podemos ofrecerle a Dios. La única manera de seguir a Jesucristo es negándonos a nosotros mismos, a nuestros egoísmos, a nuestra sensualidad, rechazando las tentaciones que pretenden apartarnos del camino. Pero el seguimiento de Jesús no es solo un sendero de negaciones. Ese “ponerse detrás” del Maestro que Jesús recomienda supone, sobre todo, tomar positivamente la cruz, buscarla en las circunstancias ordinarias. Por eso es tan importante que, en nuestra lucha interior, tengamos una lista de mortificaciones, de pequeños sacrificios que son como la oración del cuerpo, con los que vamos condimentando la jornada: desde el primer momento, podemos ofrecer el “minuto heroico”, la levantada en punto, que tanto nos ayuda a vivir con talante de lucha. Cada uno puede hablar con el Señor, comprometerse con él en otros pequeños ofrecimientos a lo largo del día: bañarse con agua fría; dejar ordenados el cuarto y el baño antes de salir; comer con templanza, en cuanto a la cantidad y a la calidad; llegar puntualmente al trabajo, trabajar con intensidad, aprovechar el tiempo, hacer sus labores con orden, servir a los demás, estudiar con constancia, evitar las distracciones en el uso de internet y de las redes sociales, vivir la caridad en el trabajo y en la calle (conducir como lo haría Jesucristo, ceder el paso, respetar las normas del tránsito). Y también al llegar a casa: sonreír —a pesar del cansancio de la jornada laboral—, cuidar el orden en la ropa, en el cuarto, en el baño, en el estudio; ceder el televisor o el computador a quien lo necesita, no hacer un comentario gracioso pero molesto, perdonar, pedir perdón, Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 14 adelantarse a las necesidades ajenas, ofrecerse a hacer un oficio menos grato, moderar el carácter, etc. Pueden servir para nuestra oración unas palabras de Benedicto XVI, en la Encíclica Spe salvi (2007b), sobre la mortificación como una manera de tomar la cruz del Señor, cada día: la idea de poder “ofrecer” las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, eran parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada […]. Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran com- padecer de Cristo, que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. (n. 40) La consideración de este pasaje nos debe confirmar en nuestra decisión de seguir a Jesucristo en su camino a la cruz. De identificarnos con él, como sugiere san Pablo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de s, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo” (Ga 6,14). Tomás de Aquino presenta la cruz como la mejor escuela para aprender la ciencia de la identificación con Jesucristo en virtudes como la caridad, la paciencia, la humildad o la obediencia: La pasión de Cristo tiene el don de uniformar toda nuestra vida. El que quiera vivir con rectitud, no puede rechazar lo que Cristo no despreció, y ha de desear lo que Cristo deseó. En la cruz no falta el ejemplo de ninguna virtud. Si buscas la caridad, ahí tienes al Crucificado. Si la paciencia, la encuentras en grado eminente en la cruz. Si la Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 15 humildad, vuelve a mirar a la cruz. Si la obediencia, sigue al que se ha hecho obediente al Padre hasta la muerte de cruz. (Collationes de Credo in Deum, citado por Belda, 2006, p. 130) “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. El sentido del sufrimiento, del dolor, del tomar la cruz cotidiana consiste en ir detrás de Cristo, en acompañarlo en su tarea salvadora, en ser corredentores con él; no es una prácticamasoquista. Tampoco es cuestión de cumplir unos propósitos, sino de destinar la vida, de gastarla al servicio del Señor y de las almas. “Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. Sin embargo, no hemos de olvidar el planteamiento inicial del pasaje que estamos contemplando: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, […] y resucitar a los tres días”. ¡Hay esperanza! Se trata de un plan divino para salvarnos. La última palabra no es de dolor y de muerte, sino de alegría y de vida, como enseñaba san Josemaría, basado en su propia experiencia de padecimientos por Cristo: Solo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en el centro de su alma la cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios, estando realmente desprendido del egoísmo y de toda falsa seguridad humana, es decir, cuando vive verdaderamente de fe, es entonces y sólo entonces cuando recibe con plenitud el gran fuego, la Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 16 gran luz, la gran consolación del Espíritu Santo. Es entonces también cuando vienen al alma esa paz y esa libertad que Cristo nos ha ganado, que se nos comunican con la gracia del Espíritu Santo. (San Josemaría, 2010, n. 137) Por ese camino de identificación con Jesucristo, de seguirlo hasta el Calvario, este santo descubrió que “la alegría tiene sus raíces en forma de cruz” (San Josemaría, 2010, n. 43; cf. 2009b, n. 28). Porque esa es la única vía para realizar su llamado a corredimir con él. Lo consideramos en el cuarto misterio doloroso del santo Rosario: “No te resignes con la cruz. Resignación es palabra poco generosa. Quiere la cruz. Cuando de verdad la quieras, tu cruz será... una cruz, sin cruz. Y de seguro, como él, encontrarás a María en el camino”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 17 1.2. El celibato por el reino de los cielos Después del segundo anuncio de la pasión, san Mateo relata que los fariseos se acercaron con insidia a Jesús preguntándole, “para tentarle” (19, 1-12): Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: “¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?”. Él les respondió: “¿No habéis leído que el Creador, en el principio, los creó hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. El Señor expone la dignidad del matrimonio, inscrito en el plan original de la creación. También muestra las exigencias de santidad que ese sacramento conlleva, ante lo cual sus propios discípulos reaccionan diciendo: “Si esa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse”. La respuesta del Señor es una clase magistral sobre el celibato: “No todos entienden esto, solo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 18 quienes se hacen eunucos ellos mismos por el reino de los cielos. El que pueda entender, entienda”. El contexto es claramente polémico: el primer requisito para entender esta doctrina es querer. Si uno se acerca con predisposiciones negativas, nacidas quizá de la propia incapacidad para vivirlo, no lo entenderá nunca. La respuesta de Jesús habla de tres clases de eunucos o de célibes: congénitos, castrados para servir en las cortes, y los voluntarios que se dedican libremente a las exigencias del reino. Este último grupo se relaciona con las propuestas radicales que el Señor había hecho once capítulos atrás, en el mismo Evangelio de Mateo (8,22): “Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos”. También resuenan aquí las enseñanzas de san Pablo sobre la superioridad de la virginidad cristiana (1Co 7,25ss): “Quien desposa a su virgen obra bien; y quien no la desposa obra mejor”. Gnilka (1995) cuenta que, por el uso de la palabra “eunuco”, se trataba de un insulto a Jesús: los enemigos le decían de esa forma (así como le llamaban “comedor y bebedor”), escandalizados por su celibato voluntario, que suscitaba extrañeza en el judaísmo contemporáneo. No se trata de un ideal ascético, ni tampoco de un escalafón para alcanzar el reinado de Dios, sino de una opción para dedicarse con todas las fuerzas a trabajar para el reino, por amor. El celibato “por el reino de los cielos” forma parte del anuncio cristiano a través de los tiempos y no pierde su vigencia en las circunstancias actuales, pero requiere una perspectiva teológica para comprenderlo, no se puede afrontar solo desde encuestas sociológicas. La esencia del Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 19 celibato consiste, en palabras de Echevarría (2003), en que manifiesta la completa y libre oblación que el candidato hace de su propia vida, para Cristo y para la Iglesia, siguiendo el ejemplo —y la llamada y la gracia— de Jesucristo. San Josemaría hablaba en una ocasión a la luz de su propia experiencia: El sacerdote, si tiene verdadero espíritu sacerdotal, si es hombre de vida interior, nunca se podrá sentir solo. ¡Nadie como él podrá tener un corazón tan enamorado! Es el hombre del Amor, el representante entre los hombres del Amor hecho hombre. Vive por Jesucristo, para Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo. Es una realidad divina que me conmueve hasta las entrañas, cuando todos los días, alzando y teniendo en las manos el cáliz y la sagrada hostia, repito despacio, saboreándolas, estas palabras del Canon: Per Ipsum, et cum Ipso et in Ipso... Por él, con él, en él, para él y para las almas vivo yo. De su Amor y para su Amor vivo yo, a pesar de mis miserias personales. Y a pesar de esas miserias, quizá por ellas, es mi Amor un amor que cada día se renueva. (Apuntes tomados en una reunión familiar, 10- 4-1969, citado por Echevarría, 2003) Me parece que de esas palabras pueden sacarse muchas consecuencias, pero sobre todo propósitos, teniendo en cuenta que todos los cristianos somos sacerdotes —por el bautismo y la confirmación—, si bien de modo distinto al sacerdocio ministerial. Una idea, quizá la principal, es la de no sentirse solo. El cristiano que tiene vida interior no se siente nunca solo y, por eso, no busca compensaciones. Quien hace oración, habla con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo, Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 20 acude a la intercesión de la Virgen, de los ángeles y de los santos; visita con frecuencia a Jesús en el sagrario, tendrá siempre un corazón enamorado, “nadie como él” podrá sentirse tan acompañado. En ese contexto es posible decir que el sacerdote —y todo cristiano enamorado de Dios— “es el hombre del Amor, el representante entre los hombres del Amor hecho hombre. Vive por Jesucristo, para Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo”. Pensar en esas preposiciones admite mucho examen de conciencia: tú y yo, ¿vivimos “por, para, con y en” Jesucristo? Inmediatamente pensamos en el final de la plegaria eucarística, ese momento en que le presentamos al Padre el Cuerpo y la Sangre de Cristo, recién consagrados, ofrecidos en alto por las manos del sacerdote, que dice: “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria…” ¿Cuántas veces nos hemos conmovido al responder “Amén”, después de esta doxología? San Josemaría dice que se conmueve hastalas entrañas “cuando todos los días, alzando y teniendo en las manos el cáliz y la sagrada hostia, repito despacio, saboreándolas, estas palabras del Canon: […] Por él, con él, en él, para él y para las almas vivo yo” (Apuntes tomados en una reunión familiar, 10-4-1969, citado por Echevarría, 2003). Una objeción que puede surgir ante palabras tan encendidas, que nos permiten adentrarnos en el corazón de un santo es, precisamente, que nosotros somos pecadores. Podemos ver el ejemplo de los bienaventurados como un ideal inaccesible, para “genios de la santidad”, como decía el Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 21 entonces cardenal Ratzinger. Y para eso nos ayudan las últimas palabras de esta cita: “De su Amor y para su Amor vivo yo, a pesar de mis miserias personales. Y a pesar de esas miserias, quizá por ellas, es mi Amor un amor que cada día se renueva” (Apuntes tomados en una reunión familiar, 10-4-1969, citado por Echevarría, 2003), que muestran una lucha que ha durado toda la vida, hasta la muerte. Contaba que, siendo muy joven, un profesor le había enseñado la necesidad del celibato para los curas: “porque no concuerda el salterio con la cítara”. De esa manera le aclaraba que no hay lugar —ni tiempo— para un cariño humano. Y viene al caso una anécdota que trae el libro de las hermanas Toranzo acerca de “Una familia del Somontano”: refieren que, mientras Josemaría era estudiante en el Seminario de Zaragoza, durante algún periodo, unas mujeres que no conocía en absoluto, con cierta frecuencia, intentaron provocarlo, pero él ni las miraba siquiera y soportó esta persecución diabólica —que no podía evitar—, poniéndose en manos de la Virgen. Cuando su papá le sugirió “que era mejor ser un buen padre de familia que un mal sacerdote”, la respuesta del seminarista fue que “en el mismo momento en que se había dado cuenta de la persecución de aquellas mujeres desconocidas, a las cuales, por su parte, no había ofrecido ni la más mínima consideración, se había apresurado a informar al Rector del Seminario”. Pidió al padre que estuviera tranquilo, porque aquello “no había venido a enturbiar su decisión de hacerse sacerdote, con todas las consecuencias requeridas” (2004, p. 119). Cuántas anécdotas parecidas tendremos que contar nosotros si queremos de verdad que, a pesar de nuestras miserias — Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 22 quizá por ellas—, sea nuestro Amor “un amor que cada día se renueva”. Acudimos a la Virgen Santísima para que cada vez sean muchas las personas que se decidan a vivir el celibato por el reino de los cielos. Y que todos los cristianos vivamos “por Cristo, con Cristo, en Cristo, para Cristo y para las almas”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 23 1.3. La unción en Betania El Sábado de Pasión, la víspera del domingo de Ramos, conmemoramos el día cuando el Señor fue a comer a Betania, la pequeña aldea cercana a Jerusalén, a donde tanto le gustaba llegar. Allí, con la compañía de esos queridísimos amigos Lázaro, María y Marta, Jesús descansaba y reponía fuerzas (cf. Jn 12,1-11). Habían invitado al Maestro para celebrar la resurrección del hermano mayor, pero no había sido fácil concretar el día, debido a la persecución que habían desencadenado sus enemigos. “Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa”. María, detallista como siempre, había empleado una buena cantidad de sus ahorros para comprar un perfume importado del Oriente. En los momentos iniciales, cuando el protocolo sugería ofrecer al invitado agua para que se limpiara los pies —como sabemos por el banquete en casa de Simón el fariseo (cf. Lc 7,36-50)—, “María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera”. Este gesto nos habla, además de la natural manifestación de gratitud por la resurrección de Lázaro, de un amor generoso y pródigo al Señor, del trato delicado y fino con quien nos ha mostrado caridad hasta el extremo. Y nos invita a preguntarnos cómo le demostramos a Jesús que Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 24 lo queremos, a él directamente y en sus hermanos más pequeños. Estas dos manifestaciones pueden ser el tema de nuestra meditación de hoy. Al comienzo de la Semana Santa, podemos examinar cuántas veces te hemos agradecido, Señor, durante el tiempo de la cuaresma, por habernos redimido; qué esfuerzo hemos hecho para tener muestras de delicadeza y afecto contigo. Por ejemplo, cómo cuidamos la preparación remota y próxima de la santa misa, cómo la celebramos o participamos, con cuánto amor vivimos cada parte de la eucaristía, desde el primer momento. Regresemos a la escena: “María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume”. Ese aroma nos llega a través del tiempo hasta el hoy de nuestra oración. Es la esencia del amor, de la generosidad, del cariño por el Maestro. Ese “buen olor, incienso de Cristo”, del que habla san Pablo, pregunta por nuestra labor apostólica, que es el contexto en el que el Apóstol de las gentes lo menciona: “Doy gracias a Dios, que siempre nos asocia a la victoria de Cristo y difunde por medio de nosotros en todas partes la fragancia de su conocimiento” (2Co 2,15). Pidamos al Señor que, como fruto de nuestro amor por él —queremos que nuestro cariño sea como el de los hermanos de Betania—, tengamos ese sano afán de difundir en nuestro ambiente la vida y la doctrina de Jesús. Que, con nuestras palabras y con nuestras obras, con el esfuerzo por adquirir las virtudes, seamos de verdad ese buen olor que Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 25 salva. De esa manera se cumplirán en nuestra vida las palabras del Apóstol: “Porque somos incienso de Cristo ofrecido a Dios, entre los que se salvan y los que se pierden; para unos, olor de muerte que mata; para los otros, olor de vida, para vida” (2Co 2,15-16). Esta dicotomía la vemos reflejada en la escena de Betania. En medio del buen ambiente que se respiraba, había una persona para la cual la fragancia de nardo era olor de muerte: “Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: ‘¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?’”. San Juan añade que esa repentina preocupación social se debía en realidad a la codicia: “Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando”. San Juan Pablo II comenta que, “como la mujer de la unción en Betania, la Iglesia no ha tenido miedo de ‘derrochar’, dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la eucaristía” (2003b, n. 48). En el mismo sentido había escrito antes san Josemaría: “Aquella mujer que en casa de Simón el leproso, en Betania, unge con rico perfume la cabeza del Maestro, nos recuerda el deber de ser espléndidos en el culto de Dios. —Todo el lujo, la majestad y la belleza me parecen poco” (2008, n. 527). Un ejemplo de ese cuidado nos lo brinda un pasaje de la biografía de san Manuel González, cuando dejó reservado por primera vez el Santísimo Sacramento en un convento: “Después de haber cerrado el sagrario, ya lleno Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 26 con la presenciareal del Maestro divino de Nazaret, se despedía el Fundador de sus hijas, recordando la frase del beato Ávila, les repetía: ‘¡Que me lo tratéis bien, que es Hijo de buena Madre!’” (cf. Rodríguez, 2004, n. 531). Podemos repetir la oración de san Josemaría al recordar ese suceso: ‘¡Tratádmelo bien, tratádmelo bien’ […] —¡Señor!: ¡Quién me diera voces y autoridad para clamar de este modo al oído y al corazón de muchos cristianos, de muchos!” (2008, n. 531). Aprendamos del ejemplo de María de Betania y de tantos santos enamorados de Jesucristo, prisionero de amor en la eucaristía. Que lo acojamos con el nardo de nuestras penitencias, de nuestra piedad renovada, del cariño fraterno, del afán apostólico incesante. Volviendo a la escena de la unción en Betania, podemos preguntarnos: ¿cómo reaccionó Jesús ante la incómoda situación en que lo puso el comentario de Judas Iscariote? San Juan Pablo II continúa su exégesis: la valoración de Jesús es muy diferente. Sin quitar nada al deber de la caridad hacia los necesitados, a los que se han de dedicar siempre los discípulos —“pobres tendréis siempre con vosotros”—, él se fija en el acontecimiento inminente de su muerte y sepultura, y aprecia la unción que se le hace como anticipación del honor que su cuerpo merece también después de la muerte, por estar indisolublemente unido al misterio de su persona. (2003b, n. 47) Jesús dijo: “Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis”. Por ese motivo este pasaje se lee el Lunes Santo, como preparación inmediata para la celebración del Triduo Pascual. El Señor Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 27 anuncia veladamente que muy poco tiempo después estará sepultado. Y lo hace con una paz y una serenidad que muestran que en él se cumple la profecía del Siervo de Isaías, que se lee como primera lectura de la misa durante las jornadas iniciales de la Semana Santa (caps. 40-55): “No gritará, no clamará, no voceará por las calles. Yo no resistí ni me eché atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos”. Jesucristo ofreció su vida generosamente por nosotros, asumió la voluntad del Padre de entregarse a la muerte por nuestra salvación. Debemos pensar, como el Apóstol san Pablo, que también podemos manifestar nuestro amor a Dios imitándolo en esa abnegación por nuestros hermanos, que nos permita decir, como el Apóstol: “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia”. La mejor manera de tomar la cruz de Cristo, camino del Calvario, es sufrir por los demás —sin dramatismos—, ser sus cirineos. Pidamos al Señor que nos ayude a descubrir su rostro en esos hermanos que salen a nuestro encuentro desde sus “periferias existenciales”, como dice el papa Francisco: con la enfermedad, la pobreza, las necesidades de afecto, de comprensión, de compañía. Podemos hacernos las preguntas que él mismo sugería: Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 28 ¿Se tiene la experiencia de que formamos parte de un solo cuerpo? ¿Un cuerpo que recibe y comparte lo que Dios quiere donar? ¿Un cuerpo que conoce a sus miembros más débiles, pobres y pequeños, y se hace cargo de ellos? ¿O nos refugiamos en un amor universal que se compromete con los que están lejos en el mundo, pero olvida al Lázaro sentado delante de su propia puerta cerrada? (2015a) Cuando hablamos del amor a Dios y a los hombres, del que María de Betania es ejemplar, pensamos también en la Madre de Jesús, que al mismo tiempo es nuestra Madre. A ella, que “se entregó completamente al Señor y estuvo siempre pendiente de los hombres; hoy le pedimos que interceda por nosotros, para que, en nuestras vidas, el amor a Dios y el amor al prójimo se unan en una sola cosa, como las dos caras de una misma moneda” (Echevarría, 2004). Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 29 2. Domingo de Ramos Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 30 2.1. Jesús, manso y humilde de corazón El domingo de Ramos se considera en la liturgia la figura de un rey especial anunciado por el profeta Zacarías (9,9-10): “¡Salta de gozo, Sión; alégrate, ¡Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna”. Estas palabras no dejan de ser misteriosas, por paradójicas: anuncian a un rey, pero montado en un borrico, no en un brioso corcel: un rey pobre, un rey que no gobierna con poder político y militar. Su naturaleza más íntima es la humildad, la mansedumbre ante Dios y ante los hombres. Esa esencia, que lo contrapone a los grandes reyes del mundo, se manifiesta en el hecho de que llega montado en un asno, la cabalgadura de los pobres. (Benedicto XVI, 2011, p. 14) Si las primeras semanas del tiempo de cuaresma ponen el acento en el esfuerzo ascético del cristiano para convertirse, la última semana, en cambio, insiste en la contemplación del ejemplo de Jesús al final de su caminar terreno, según el Evangelio de san Juan. Se pretende responder a la pregunta por la naturaleza de Jesús (Aldazábal, 2003, pp. 93 ss.). En este pasaje se nos ofrece una respuesta: “Su naturaleza más íntima es la humildad, la mansedumbre ante Dios y ante los hombres”. Se ve que Jesucristo es “un rey de la sencillez, un rey de los pobres. Su Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 31 poder reside en la pobreza de Dios, en la paz de Dios” (Benedicto XVI, 2011, p. 14). Humildad, mansedumbre, sencillez, pobreza. Estas son las notas prioritarias del rey que anunciaba Zacarías. Ese es el camino de Dios, desde el nacimiento en la humildad del pesebre hasta la muerte en el madero de la cruz, mientras que la piel del diablo es la soberbia (San Josemaría, 2009b, n. 726). Por tanto, es apenas lógico que la liturgia relacione la profecía sobre el rey humilde con el autorretrato de Jesús que transmite el Evangelio de Mateo (11,25-30): “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”. No es lo mismo tu yugo suave y tu carga ligera que nuestros cansancios y agobios. Nuestro descanso es llevar tu yugo del modo en que tú lo portas: con mansedumbre y humildad. De esa manera es como tu carga alcanza la suavidad. San Josemaría tiene dos textos en los que habla de este yugo, que pueden servirnos para nuestra oración: “el yugo es la libertad, el yugo es el amor, el yugo es la unidad, el yugo es la vida, que él nos ganó en la cruz” (1992, n. 31). Y en el Viacrucis (n. 2, 4) añade otra característica: “mi yugo es la eficacia”. Se trata del compromiso con Dios que, aunque vincula, también libera. Es la enseñanza cristiana sobre la auténtica libertad, que no es ausencia de compromisos, sino capacidad de darse: el que más se entrega es más libre (por lo cual Jesús fue el hombre más libre de todos, atado con clavos a un madero, porque lo hizo con la libertad que da el Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 32 amor). Y por ese motivo quien toma el yugo de Cristo es más libre que, por ejemplo, el hijo pródigo, que terminó esclavo de sus vicios. En la homilía se añade: “el yugo es la vida, que él nos ganó en la cruz”. Setrata de un peso que es fruto del amor. Puestos a sufrir —como había dicho Job (7,1): “la vida del hombre sobre la tierra es una milicia”—, mejor hacerlo por caridad que por egoísmo, mejor buscar la alegría de Dios que nuestro pequeño capricho. Podemos pensar en la manera como la Virgen acogió la llamada del Señor: con un “hágase” generoso, sin condiciones. Refiriéndose a esa respuesta, san Josemaría veía en ella “el fruto de la mejor libertad: la de decidirse por Dios” (1992, n. 25). El descanso para nuestras almas está en llevar libremente tu yugo, Señor; en decidirnos por Ti, y aprender así de tu mansedumbre y de tu humildad. Aprender a ser libres como lo fuiste tú, entregándonos sin condiciones a la voluntad del Padre, a cumplir la vocación, la misión que nos has asignado. La persona que se compromete libremente, que se entrega cada día por amor, sabe que, cuando llega el dolor, “se trata de una impresión pasajera y pronto descubre que el peso es ligero y la carga suave, porque lo lleva él sobre sus hombros, como se abrazó al madero cuando estaba en juego nuestra felicidad eterna” (San Josemaría, 1992, n. 28). Por eso el yugo de Cristo es vida, la vida que el mismo Señor nos ganó en la cruz: porque el yugo es el madero que él abrazó, porque él es nuestro cirineo. De ese modo, Jesús toma sobre sus hombros nuestras contradicciones y aligera nuestra carga. El Señor nos propone un intercambio: darle Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 33 lo que nos pesa y tomar nosotros su carga. Saldremos ganando, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Nos mueve a abandonar en él nuestra soberbia, que tantas fatigas nos procura, y a revestirnos su humildad, que permite considerar las cuestiones en su verdadera dimensión, sin exagerar las dificultades. A mudar nuestra ira y nuestra arrogancia, por su mansedumbre. Siempre un cambio a nuestro favor: cargamos sobre él la opresión que nuestros vicios y pecados merecen, y conseguimos las virtudes y la paz que él nos trae. Nos llama a canjear el desordenado amor propio, por ese amor de Dios que se entrega a todos. (Echevarría, 2005, p. 190) San Agustín había esclarecido que el principal yugo que el Señor había venido a quitarnos de encima era el peso de los propios pecados, ¿Puede haber una carga más insufrible?: “Dice Jesús a los hombres que llevan cargas tan pesadas y detestables y que sudan en vano bajo ellas: ‘Venid a mí… y yo os aliviaré’. ¿Cómo alivia a los cargados con pecados, sino perdonándoselos?” (Sermón 164, 4). Dios cambia el misterio de la iniquidad de nuestros primeros padres y de nosotros mismos por el misterio de su caridad infinita, que es el camino de la liberación, de la redención, de la justificación. Por esa razón, la propuesta del Señor para liberarnos del yugo del pecado es que acudamos a su misericordia, que acojamos su voluntad y que imitemos su ejemplo: “Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 34 ¡Cuántas manifestaciones de humildad podríamos comentar! Por ejemplo: recordar que el apostolado es de Dios, no nuestro. Que lo que atrae y conquista a las almas es la gracia de Dios, la fuerza del Evangelio, y no nuestras pobres palabras humanas —aunque tenemos que prever muy bien lo que vayamos a decir—. Por eso, la mejor preparación del apostolado, de la predicación, de la caridad, es “gastar” tiempo delante del sagrario, “perder” esos minutos en adoración, desagravio, pidiendo perdón, y en intercesión por tantas almas y tantos asuntos: encomendarlos a Dios para que sea él quien haga su obra, antes, más y mejor. Como hemos visto antes, “mi yugo es la eficacia”. Humildad es esforzarse por hacer muy bien la oración, lo que san Agustín resumía diciendo que primero está la oración y después la peroración (cf. De Doctrina Christiana, n. 32). San Josemaría lo afirmaba con palabras parecidas: “antes de hablar a las almas de Dios, hablad mucho a Dios de las almas” (citado por Echevarría, 2016). Podemos concluir con un elenco de siete virtudes que manifiestan la humildad interior. Si nos faltan esas características de la vida cristiana, es que quizá hay una “soberbia oculta” en el fondo de nuestra alma: — “La oración” es la humildad del hombre que reconoce su profunda miseria y la grandeza de Dios, a quien se dirige y adora, de manera que todo lo espera de él y nada de sí mismo. — “La fe” es la humildad de la razón, que renuncia a su propio criterio y se postra ante los juicios y la autoridad de la Iglesia. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 35 — “La obediencia” es la humildad de la voluntad, que se sujeta al querer ajeno, por Dios. — “La castidad” es la humildad de la carne, que se somete al espíritu. — “La mortificación” exterior es la humildad de los sentidos. — “La penitencia” es la humildad de todas las pasiones, inmoladas al Señor. — La humildad es la verdad en el camino de la lucha ascética (2009a, n. 259) Acudamos a la Virgen Santísima, quien decía que el Señor la había llamado porque se había fijado “en la humildad de su esclava”, y pidámosle que nos alcance la audacia necesaria para decidirnos a llevar sobre nosotros el yugo de su Hijo y a aprender de él, que es manso y humilde de corazón. De esa manera, Madre nuestra, encontraremos el verdadero descanso para nuestras almas: “porque su yugo es llevadero y su carga ligera”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 36 2.2. El grano de trigo El Evangelio de san Juan presenta las últimas jornadas de Jesús con una consideración teológica, más que como un simple recuento de esos eventos. En el capítulo 12 (20-36) muestra que el Señor subió a Jerusalén para celebrar la que sería su última Pascua en la tierra. Acababa de pasar la entrada triunfal en la ciudad santa y, entre los peregrinos, “había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: ‘Señor, queremos ver a Jesús’. Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús”. Parece un relato prescindible y, sin embargo, tiene un significado importante: la misión universal de Jesús. Justo cuando las autoridades del pueblo elegido lo rechazarán como su Mesías, unos extranjeros se interesan por él. Además, esta primera escena nos muestra el “hecho religioso”, que todas las culturas buscan a Dios: “queremos ver a Jesús”. Y también nos enseña la importancia del testimonio cristiano: aquellos griegos se acercaron a Felipe porque sabían que era un seguidor de Cristo. Y él actuó con prontitud, consciente del valor de cada alma. Se unió a otro Apóstol y, con él, intercedió ante el Maestro por esos hombres. Jesús reaccionó con alegría y les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. Pero ¿en qué consiste esa exaltación? Uno se imagina un ensalzamiento, una festividad. Sin embargo, el Señor Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 37 continúa con una pequeña parábola, que explica lo que sucederá en los siguientes días de la primera Semana Santa: “En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Todos eran conscientes de la dinámica agraria, de la muerte de la semilla, y captaban el significado de la enseñanza. Sin embargo, para que no quedaran dudas, Jesús aclaró: “El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna”. Muchaspersonas, leyendo estas palabras del Evangelio, han visto claramente la vocación a la que el Señor las llamaba: dar la propia vida, aborrecer los reclamos del mundo y decidirse a servir a Jesús y, de ese modo, ganar la vida eterna. En otras ocasiones, personas ya entregadas a Dios se han reafirmado en los propósitos de entrega, como queremos hacer nosotros ahora. Pensemos, por ejemplo, en la experiencia espiritual de san Josemaría: Le decía yo al Señor, hace unos días, en la santa misa: “Dime algo, Jesús, dime algo”. Y, como respuesta, vi con claridad un sueño que había tenido la noche anterior, en el que Jesús era grano, enterrado y podrido — aparentemente—, para ser después espiga cuajada y fecunda. Y comprendí que ése, y no otro, es mi camino. ¡Buena respuesta! Efectivamente, desde octubre, aunque creo que nada he dicho, no me falta cruz..., cruces de todos los tamaños; aunque a mí, de ordinario, me pesan poco: las lleva él. (Apuntes íntimos, n. 1304, citado por Rodríguez, 2004, n. 199) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 38 Seguir a Cristo en su camino hacia el Calvario; ser grano enterrado, sacrificado como Jesús, para resucitar con él. “¡Buena respuesta!”, buen propósito para acompañar al Maestro cargando con la cruz de cada día: “Procura vivir de tal manera que sepas, voluntariamente, privarte de la comodidad y bienestar que verías mal en los hábitos de otro hombre de Dios. Mira que eres el grano de trigo del que habla el Evangelio. —Si no te entierras y mueres, no habrá fruto” (San Josemaría, 2008, n. 938). Podemos examinarnos sobre cómo vivimos la penitencia: ¿qué tanto escuchamos la invitación y el ejemplo del Señor para convertirnos de nuevo? ¿Notamos la exigencia en la mortificación interior (imaginación, curiosidad, inteligencia, voluntad), en los pequeños ayunos, en la mortificación de los sentidos (uno por uno), en el “minuto heroico” al levantarse, en la puntualidad, en la lucha por dominar nuestro carácter? ¿Cómo hemos afinado en el plan de vida espiritual, en la santa misa, en el santo rosario, en la oración mental? “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará”. El camino del seguimiento de Cristo en su morir como la semilla de trigo pasa también por la unión con él en la eucaristía, donde se cumple la “mutua inmanencia”: “el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. A continuación, san Juan transmite la intimidad de Jesús, su autoconciencia divina, por medio de unas palabras Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 39 relacionadas con la oración en el huerto de Getsemaní (que el cuarto Evangelio omite): “Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora”. La voluntad humana de Jesús se identifica con la voluntad divina, acoge la llamada a la cruz, a la muerte del grano de trigo. Y el “hágase tu voluntad” de los sinópticos aparece aquí como “¡Padre, glorifica tu nombre!”. Es difícil, para nuestra mentalidad, entender que la glorificación del Padre se da por medio del sacrificio del Hijo. Y que la llamada que Jesús quiere hacernos es a que lo sigamos por ese camino de acoger la cruz en nuestra vida, de morir con él a través de la penitencia para después resucitar con él, como decía san Pablo (Rm 6,5): “si hemos sido injertados en él con una muerte como la suya, también lo seremos con una resurrección como la suya”. El Padre confirma esta doctrina con una teofanía con la cual expresa que glorificará a Jesús por medio de la Resurrección. Siempre da más de lo que pide. El Hijo le entrega su vida terrena y recibe, a cambio, la gloria de la exaltación definitiva: Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: “Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera”. (Jn 12,30) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 40 La escena del Evangelio concluye con una expresión un poco misteriosa: “Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Juan se ve obligado a aclarar: “Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir”. San Josemaría tuvo una experiencia mística con estas palabras del Evangelio, y exponía las consecuencias de su interpretación para los cristianos de hoy: “Cristo, muriendo en la cruz, atrae a sí la Creación entera, y, en su nombre, los cristianos, trabajando en medio del mundo, han de reconciliar todas las cosas con Dios, colocando a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas” (2011, 59). Podemos terminar haciendo nuestra una oración que el cardenal Ratzinger escribió para el último Viacrucis que presidió Juan Pablo II: Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del grano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto […]. Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que, en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos. Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el “perder la vida”, la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia. (2005b, pp. 3, 6) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 41 3. Discusiones con los fariseos Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 42 3.1. Parábola de los dos hijos Seguimos acompañando a Jesús, que se encuentra en Jerusalén, ya en los últimos días de su vida terrenal. En el apretado resumen de los últimos capítulos de su Evangelio, san Mateo presenta sus controversias en el templo con “los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo”, que le preguntan por el origen de la autoridad que se atribuía para expulsar a los vendedores del templo, para curar a los enfermos y para enseñar allí: “¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?” (21,23). El Maestro les responde por medio de una parábola: “Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: ‘Hijo, ve hoy a trabajar en la viña’”. Se trata de una parábola más sobre agricultores. Pero en este caso, el dueño no se dirige a los obreros o a los arrendatarios, sino a sus propios hijos, y como manifestación de amor comparte con ellos la responsabilidad de la casa. “Hijo, ve hoy”… En la Escritura el “hoy” es muy importante. Muestra la actualidad del amor divino: “Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2), como también la santa impaciencia que el Señor tiene para que acudamos a Él con prontitud: “Ojalá escuchéis hoy su voz” (Sal 94). Además, el mismo Jesús nos enseña a pedirle que nos atienda de inmediato: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt 6,11). El Catecismo comenta que ese “‘Hoy’ es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña; no hubiéramos podido inventarlo. […] Este ‘hoy’ no es Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 43 solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios” (n. 2836). El padre de la parábola se dirige a ellos con un apelativocariñoso: “hijo mío, ve hoy a trabajar en la viña”. Los hijos viven gracias a esa finca, y la recibirán en herencia cuando su padre fallezca. Están directamente implicados en ella, no le hacen ningún favor si van a trabajar allí: es una obligación de justicia, hasta un buen negocio. San Josemaría comenta: Tú y yo hemos de recordarnos y de recordar a los demás que somos hijos de Dios, a los que, como aquellos personajes de la parábola evangélica, nuestro Padre nos ha dirigido idéntica invitación: “hijo, ve a trabajar en mi viña” (Mt 21,28). Os aseguro que, si nos empeñamos diariamente en considerar así nuestras obligaciones personales, como un requerimiento divino, aprenderemos a terminar la tarea con la mayor perfección humana y sobrenatural de que seamos capaces. (1992, n. 57) Imaginemos que somos uno de esos hijos, y pensemos a cuál de los dos nos parecemos: El primero responde de mala manera: “no quiero”. Al menos es sincero, manifiesta con espontaneidad —quizá excesiva— lo que piensa, lo que siente, el estado de su alma: “no quiero”. Tampoco dice que no irá, sino que no quiere. Podría compararse con la respuesta de Jesús al padre en Getsemaní, que humanamente tampoco quería: “Padre, si Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 44 quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42). “No quiero”. La respuesta suena grosera y maleducada, pero también nosotros nos rebelamos ante las peticiones del Señor, cuando nos pide más entrega, más lucha, que apartemos las ocasiones de pecado, que apaguemos las tentaciones en los primeros chispazos; que nos entreguemos a los demás. ¡Cuántas veces respondemos, como el primer hijo: “No quiero”! El padre no replicó a la mala respuesta de su hijo. Quizás esbozó un gesto de desencanto y “se acercó al segundo y le dijo lo mismo”. El segundo hijo es más educado y respetuoso, pues —además de que promete obedecer— trata a su padre como “señor”. Es formalista, pero se queda en las apariencias. Dice que sí, pero no hace; promete pero no cumple. Trae al recuerdo las enseñanzas de Mt 7,21, donde Jesús había dicho: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre”. Mientras tanto, el primer hijo recapacitó: pensó que no había hecho bien al responder de ese modo a un padre al que tanto debía. Se dio cuenta de su error, lo reconoció, “pero después se arrepintió y fue”. Esta es una de las palabras clave de la parábola: arrepentimiento. Aquel muchacho cayó en la cuenta de que el trabajo era en la viña de su padre, que también era su propiedad. No trabajaba para otro, sino para sí. El padre no “abusaba”, no pedía para él mismo: con ese encargo le estaba ayudando al hijo a ser mejor y a acrecentar su propio patrimonio. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 45 Se trata de un verdadero proceso de conversión, en el que también podemos imitarlo. Ya que, en ocasiones, nos hemos parecido a él en su respuesta negativa al Padre, también podemos imitar su decisión de cambio, su arrepentimiento con obras, su rectificación: “Quizá en alguna ocasión nos rebelemos —como el hijo mayor que respondió: ‘no quiero’—, pero sabremos reaccionar, arrepentidos, y nos dedicaremos con mayor esfuerzo al cumplimiento del deber” (San Josemaría, 1992, n. 57). El arrepentimiento, la conversión, muda al desobediente en hijo que no solo cumple la voluntad del padre, sino que también cree. La parábola se trifurca en sus llamadas a la conversión: -al arrepentimiento, a reconocer que hemos respondido negativamente a los mandatos de Dios, y convertir nuestra vida en un sí definitivo. -a la fe, confianza de hijos. En este caso, a atender la predicación de Juan y el ministerio de Jesús. El Señor nos invita a desconfiar de nosotros mismos y a creerle al Padre, a redescubrir su misericordia, que no responde a la imagen del amo arrogante que se habían formado los hijos de esta parábola, igual que los del relato del hijo pródigo. -y a la obediencia al Padre. No solo decir, sino hacer. Es preferible negarse al comienzo pero después obrar, que responder con decoro y más adelante desobedecer. Por esa razón, Jesús concluye la parábola diciendo que los pecadores arrepentidos precederían a las autoridades religiosas que se negaban a aceptar el ministerio de Juan y el mesianismo de Jesús. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 46 Una nueva manifestación de la misericordia divina, que nos llena de esperanza a quienes nos reconocemos pecadores: Dios está pendiente de nuestra reacción y nos acoge inmediatamente, como el padre del hijo pródigo. Ya lo había profetizado Ezequiel (18,20-22), al hablar de la actitud misericordiosa del Señor ante el arrepentimiento del pecador: “Si el malvado se convierte de todos los pecados cometidos y observa todos mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se tendrán en cuenta los delitos cometidos; por la justicia que ha practicado, vivirá”. Conversión, acoger la misericordia de Dios. El Evangelio nos llama a rectificar nuestra mala conducta. Esta era la característica principal de la predicación de Juan Bautista, y Jesús comenzó su enseñanza con la misma invitación: “Arrepentíos. Convertíos”. San Josemaría lo expresó en dos puntos breves y gráficos de Camino: “Comenzar es de todos; perseverar, de santos”; “La conversión es cosa de un instante. —La santificación es obra de toda la vida”. El itinerario del cristiano exige una actitud de permanente y renovada conversión, porque se ha de crecer constantemente en la riqueza espiritual del trato con Dios. Esta perseverancia implica empeño, decisión, concretar propósitos en un santo afán por rectificar y mejorar cada día un poco, sin ceder al cansancio y menos aún al desánimo. (Echevarría, 2002, p. 84) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 47 Rectificar, decidirse a la conversión, exige una profunda humildad: reconocer el propio error, un acto al que se opone nuestra soberbia. Y también hace falta ser muy humildes para saberse necesitados de la gracia de Dios: Se equivocaría, sin embargo, quien considerara esa perseverancia en la conversión como fruto de la propia y exclusiva fuerza de voluntad. La conversión —como la fe, con la que está íntimamente relacionada— es don de Dios. Y también viene de Él la constancia en el esfuerzo en el que la mudanza se prolonga. (Echevarría, 2002, p. 84) Volvamos al diálogo del padre con el segundo hijo. “Él le contestó: ‘Voy, señor’”. Si ante la respuesta del primer hijo el agricultor sintió desencanto, la actitud pronta del segundo le devolvió la tranquilidad: tenía con quien contar, la pequeña viña estaría atendida, se cumpliría el proyecto que tenía para aquella jornada. “Pero no fue”. Todo se quedó en agua de borrajas, en meras promesas. Como nosotros, cuando no cumplimos los propósitos en la vida de oración, en el apostolado o en el trabajo. Después de formular la parábola, Jesús pregunta: “¿Quién de los dos cumplió la voluntad del padre?”. Esta es la clave de la vocación cristiana, lo que caracteriza al buen hijo, la señal de familiaridad con Jesús: “El que haga la Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 48 voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre” (Mt 12,50). Cumplir la voluntad del Padre. En otra ocasión, Jesús mismo dijo que en eso consistía su alimento (Jn 4,34). Y nos enseñó a pedir, en el Padrenuestro,que se hiciera su voluntad en la tierra como en el cielo (Mt 6,10). “¿Quién de los dos cumplió la voluntad del padre?”. Esa es la pregunta que interesa, la que debemos hacernos en todo momento: ¿estoy cumpliendo la voluntad de Dios? Con este trabajo, con esta diversión, con esta actitud, con este pensamiento, ¿estoy colaborando en las faenas de la viña del Señor?, ¿edifico la Iglesia?, ¿cumplo la palabra de Dios en mi vida? Cumplir la voluntad del Padre, amarla hasta superar nuestra debilidad: Obedece sin tantas cavilaciones inútiles... Mostrar tristeza o desgana ante el mandato es falta muy considerable. Pero sentirla nada más, no sólo no es culpa, sino que puede ser la ocasión de un vencimiento grande, de coronar un acto de virtud heroico. No me lo invento yo. ¿Te acuerdas? Narra el Evangelio que un padre de familia hizo el mismo encargo a sus dos hijos... Y Jesús se goza en el que, a pesar de haber puesto dificultades, ¡cumple!; se goza, porque la disciplina es fruto del Amor. (San Josemaría, 2009a, n. 378) “Contestaron: ‘El primero’”. Todos tenemos claro cuál es el camino para llegar a ser felices, para ser santos: cumplir la voluntad del Padre, aunque en un primer momento nos cueste decirle que sí. Por eso, Jesús anuncia Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 49 que vino a curar a los enfermos, a llamar a los pecadores. Y, por la misma razón, recrimina a las autoridades religiosas de su tiempo, que se tenían por justificadas delante de Dios. El Señor privilegió la respuesta de las personas peor vistas en aquella época: los publicanos y las prostitutas. Estos, al reconocerse necesitados, se convirtieron con más facilidad —como Mateo, Zaqueo o la samaritana— y por eso iban de primeros en el camino de la justificación: “En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis”. Podemos concluir acudiendo a la intercesión de la Virgen, para que nuestra respuesta sea como la del primer hijo, que cumplamos la voluntad del Señor y nos convirtamos de nuestras reacciones negativas: En la historia de muchas almas, el primer paso del retorno a la casa del Padre ha brotado de un encuentro con María. Este es otro motivo más para invocar a la Virgen Santa como “Causa de nuestra alegría”. De Ella nació el Salvador del mundo. A través de Ella se torna al camino que conduce a su Hijo, porque —como recordaba el Fundador del Opus Dei—, “a Jesús siempre se va y se ‘vuelve’ por María”. (Echevarría, 2002, p. 86) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 50 3.2. Parábola de los viñadores homicidas Continuamos en la controversia de Jesús con las autoridades judías. Después de la parábola de los dos hijos, el Maestro expone la parábola de los viñadores homicidas, que se desarrolla en un ambiente similar a la anterior (Mt 21,33-43): “Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó lejos”. Los Padres de la Iglesia interpretan que el hombre que cuida tanto de la viña es una figura del Señor y sus trabajos son la creación: compra el terreno, lo trabaja, lo protege, lo dispone, lo edifica y lo arrienda a unos hombres. Recuerda el pasaje de Isaías (5,1-7): “Mi amigo tenía una viña en un fértil collado. La entrecavó, quitó las piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar”. La viña del Señor es también una figura para simbolizar a la mujer amada. San Juan Crisóstomo comenta: Mirad la gran providencia de Dios y la inexplicable indolencia de ellos. En verdad, Él mismo hizo lo que tocaba a los labradores. Solo les dejó un cuidado mínimo: guardar lo que ya tenían, cuidar lo que se les había dado. Nada se había omitido, todo estaba acabado. Mas ni aun así supieron aprovecharse, no obstante los grandes dones que recibieron de Él. (Citado por Oden y Hall, 2000, 1b, p. 181) Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 51 Podemos ver, en esa viña, el mundo que Dios nos entrega: lleno de bondades naturales, solo nos encarga que lo perfeccionemos. El Génesis dice que el ser humano fue puesto en el jardín del Edén “para que lo guardara y lo cultivara” (Gn 2,15); por tanto, el trabajo no es un castigo sino una bendición de Dios: Los cristianos no debemos abandonar esta viña, en la que nos ha metido el Señor. Hemos de emplear nuestras fuerzas en esa labor, dentro de la cerca, trabajando en el lagar y, acabada la faena diaria, descansando en la torre. Si nos dejáramos arrastrar por la comodidad, sería como contestar a Cristo: ¡eh!, que mis años son para mí, no para Ti. No deseo decidirme a cuidar tu viña. (San Josemaría, 1992, n. 48) Es fácil notar, en estas parábolas sobre el trabajo, la actitud perezosa del hombre: el hermano mayor del hijo pródigo se lamenta de haber trabajado muchos años al lado de su padre, y no se da cuenta de que esa labor era una gran bendición, con tan buena compañía; los dos hermanos miran con recelo el trabajo en la finca; como dice san Juan Crisóstomo, estos labradores no “supieron aprovecharse, no obstante los grandes dones que recibieron de Él”. Es una de las consecuencias del pecado original: perder de vista la grandeza de trabajar para Dios, que compensa cualquier cansancio que pueda conllevar. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 52 Trabajar con Dios, encontrarse con Él. Santificarse, cumpliendo la misión que nos ha encomendado: llevar el mundo a la perfección, reconciliarlo con Él, embellecer su obra. ¡Qué maravilla, qué ideales tan grandes los que le dan sentido a la vida de un cristiano, descubrir lo que significa trabajar en tu viña, Señor, que es santificarse en el trabajo ordinario! Esto quiere decir trabajar “con perfección humana y cristiana”. La perfección humana implica trabajar bien, “con orden, intensidad, constancia, competencia y espíritu de servicio y de colaboración con los demás; en una palabra, con profesionalidad” (O’Callaghan, 2011). Como predicaba san Josemaría: “Hemos de trabajar como el mejor de los colegas. Y si puede ser, mejor que el mejor. Un hombre sin ilusión profesional no me sirve” (San Josemaría, Carta XIV, n. 15). Perfección humana, pero también perfección cristiana: poniendo a Dios en primer lugar, pues la vocación profesional es parte esencial de la vocación divina destinada a cada hombre en la tierra. […] rectificando la intención, hay que intentar trabajar sólo para que el Señor esté contento con nuestro quehacer, aunque a los ojos del mundo parezca de poco valor, con un desprendimiento interior de cualquier reconocimiento humano: Deo omnis gloria! [¡Para Dios toda la gloria!]. En esta lucha por progresar día a día, perseverantemente, con ganas y sin ganas, forjamos, con la ayuda del Señor, la unidad de vida. “Mido la eficacia y el valor de las obras, por el grado de santidad que adquieren los instrumentos que las realizan. Con la misma fuerza con que antes os invitaba a trabajar, y a trabajar bien, sin miedo al cansancio; con esa misma Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 53 insistencia, os invito ahora a tener vida interior” (San Josemaría, Carta XIV, n. 20). (O’Callaghan, 2011) “Llegado el tiempo de los frutos, envió sus criados a los labradores para percibir losfrutos que le correspondían”. Manda a los siervos y al hijo en busca de frutos, como había hecho el mismo Jesús con la higuera en los versículos anteriores. Dios nos da una misión y espera que demos frutos, buenos resultados. Serán el indicador de que hemos acogido su regalo, de que hemos cumplido el encargo. No trabajamos por las utilidades, pero es justo que el Señor pueda decir: “bien hecho, siervo bueno y fiel” (Mt 25,23). Lo más importante no es nuestro esfuerzo, sino la gracia de Dios, pero Él quiere contar con nuestro concurso, con nuestra participación: nos entrega su viña con la esperanza de alcanzar fruto para nuestro bien y el de nuestros hermanos los hombres. Por eso, es muy triste leer, como en paralelo, los frutos que produjo la viña del canto de Isaías que es como la música de fondo de esta parábola. El profeta pone en boca de Dios las siguientes palabras: “Esperaba que diese uvas, pero dio agrazones” (Is 5,2). Nos puede servir, para nuestro diálogo personal con Jesucristo, un consejo de san Josemaría: Pidamos al Señor que seamos almas dispuestas a trabajar con heroísmo feraz. Porque no faltan en la tierra muchos, en los que, cuando se acercan las criaturas, descubren sólo hojas: grandes, relucientes, lustrosas. Sólo follaje, exclusivamente eso, y nada más. Y las almas nos Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 54 miran con la esperanza de saciar su hambre, que es hambre de Dios. No es posible olvidar que contamos con todos los medios: con la doctrina suficiente y con la gracia del Señor, a pesar de nuestras miserias. (1992, n. 51) Aquellos hombres comenzaron siendo perezosos, no quisieron trabajar y, por eso, la viña produjo uvas agrias. Cuando el alma empieza por el camino de tibieza y acidia espiritual, el final puede ser desastroso y terminar en la ofensa a Dios, en el pecado. Esos labradores desoyeron a los mensajeros de Dios, e incluso mataron a algunos. Los siervos mártires son una imagen de los profetas del Antiguo Testamento, maltratados por anunciar el mensaje de Dios: “Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo”. Por último, envía al hijo, símbolo del mismo Cristo. Y la reacción de los viñadores fue peor: “‘Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia’. Y agarrándolo, lo sacaron fuera de la viña y lo mataron”. La parábola es dramática, y Jesús la cuenta justo en la última semana de su vida. Pocos días después, sus interlocutores lo sacarían fuera de Jerusalén y lo matarían. Pero con Dios nunca hay finales tristes, pues solo Él puede sacar vida de la muerte, amor del odio, gracia del pecado. Ese es el mensaje final de la historia: la esperanza en Cristo. “Y Jesús les dice: ‘¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»?’”. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 55 El Señor invita a aquellos hombres tibios, que están a punto de caer en el pecado del deicidio, a que se conviertan. Como ellos, también nosotros estamos a tiempo de poner a Jesús como la piedra angular de nuestras vidas, como la clave de una nueva existencia, a que nos olvidemos de nosotros mismos y nos dispongamos a ser sus discípulos a partir de ahora. Se lo pedimos, con el Salmo 79: “Señor, vuelve tus ojos, mira tu viña y visítala; protege la planta sembrada por tu mano, el renuevo que tú mismo cultivaste. Ya no nos alejaremos de ti; consérvanos la vida; alabaremos tu poder. Restablécenos, Señor, míranos con bondad y estaremos a salvo”. En este pasaje, Jesucristo identifica al final la viña con el Reino de Dios. Y si llegó el tiempo de los frutos quiere decir que ese reino llegó. Cuando los arrendatarios dicen: “Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia”, están queriendo quedarse con la viña, con el reino de Dios. Ellos decidirían entonces en qué consiste ese reino, dirían con sus obras, como en otra parábola, “no queremos que este llegue a reinar sobre nosotros” (Lc 19,14), no queremos ser unos simples mediadores. Mejor matamos a Dios y nos quedamos con su poder. Resuena la tentación del Antiguo Testamento: “seréis como Dios” (Gn 3,5). También nosotros podemos dar la espalda al querer divino cuando queremos imponer nuestra voluntad, implantar el reino de Dios de un modo distinto al que Él nos enseñó, cuando pensamos hacer compatibles nuestros caprichos con la llamada a la santidad que Él nos hace. Dios quiere que demos fruto: de humildad, de docilidad, de imitación y seguimiento de su Hijo. Que Él sea para nosotros la piedra angular, el fundamento de la Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 56 construcción. Y ese fruto de identificación con Él, incluye cargar la cruz de cada día, la lucha espiritual, rechazar las tentaciones, ofrecer la vida en servicio a los demás, como enseña el papa Francisco en su encíclica Fratelli tutti (2020b), o como escribió san Josemaría en una de las cartas (2020, IV, n. 3): Nuestra actitud —ante las almas— se resume así, en esa expresión del Apóstol, que es casi un grito: caritas mea cum omnibus vobis in Christo Iesu! (1Co 16,24): “mi cariño para todos vosotros, en Cristo Jesús”. Con la caridad, seréis sembradores de paz y de alegría en el mundo, amando y defendiendo la libertad personal de las almas, la libertad que Cristo respeta y nos ganó (Ga 4,31). La Obra de Dios ha nacido para extender por todo el mundo el mensaje de amor y de paz, que el Señor nos ha legado; para invitar a todos los hombres al respeto de los derechos de la persona. Así quiero que mis hijos se formen, y así sois. El mismo Señor nos promete que escuchará nuestras súplicas y que, aunque no hayamos dado los frutos que esperaba, los alcanzaremos si nos apoyamos en la gracia que nos ofrece a través de la Iglesia, que es su familia en la tierra, por medio de los sacramentos: “Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos” (v. 43). Dios cumple sus designios, incluso por medio de la desobediencia de sus enemigos. Debemos contar, en nuestra lucha por ser buenos hijos, con la contradicción en la tierra, con la acción del diablo, con la cruz. Pero también con la conciencia de la omnipotencia divina, que cuenta con nosotros para corredimir, para reconciliar el mundo con Dios, para anunciar su Reino por toda la tierra. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 57 La Virgen es la Reina de la familia de Dios en la tierra, la Reina Madre de ese Reino de Dios que Cristo vino a instaurar. A Ella acudimos para pedirle que nos ayude a recibir con gratitud la misión que el Señor nos encomienda, y a renovar el propósito de unirnos con Él a través de nuestro trabajo: una labor realizada con la mayor perfección posible, humana y cristiana, al servicio de los demás. Euclides Eslava LA PASIÓN DE JESÚS 58 3.3. Parábola de los invitados a la boda Después de las dos parábolas del juicio, la de los dos hijos y la de los viñadores homicidas, Jesús continúa en el templo su controversia con las autoridades judías acerca del origen de su autoridad. En esta ocasión cambia el ambiente agrícola por el festivo. Se trata de la tercera parábola, que no solo está presente en el evangelio de Mateo (22, 1-14), sino también en el de san Lucas (14,15 ss): “El reino de los
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