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Misericordia_de_Dios_salvacion_del_hombr

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DIÓCESIS DE MÁLAGA 
Delegación para el Clero – Delegación de Apostolado Seglar 
Jornadas de formación 
Málaga, 27 de octubre de 2015 
Misericordia de Dios, salvación del hombre 
Fundamentos teológico-antropológicos de la misericordia 
Francisco Castro Pérez, pbro., Diócesis de Málaga 1. ESTE ES EL TIEMPO DE LA MISERICORDIA 
1.1 Contemplar la misericordia 1.2 Peregrinar a las periferias 1.3 Una memoria agradecida y responsable 
 - “Un verdadero soplo del Espíritu”: el Concilio, un nuevo Pentecostés - “Derrumbadas las murallas”: un Concilio pastoral 2. DIOS RICO EN MISERICORDIA 2.1 Dios tiene un corazón 
 - Las entrañas de Dios - “Amó con un corazón humano” 2.2 Dios se conmueve por su criatura 
- La criatura amada por Dios - Sobreabundancia del amor - Un Dios com-pasivo - Justicia y misericordia 3. SALVADOS POR GRACIA 
3.1 Soteriología: figuras de la misericordia divina 
condescendencia – encuentro – solidaridad – buen samaritano – buen pastor 3.2 Un corazón nuevo, un espíritu nuevo 
 - Antropología del corazón 4. MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE 
4.1 Dichosos los misericordiosos 4.2 La Iglesia, sacramento de la misericordia 
- Una Iglesia creíble - Una Iglesia hospitalaria - Cultura del encuentro sujetos del encuentro - modo del encuentro 
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Oración del Jubileo de la Misericordia 
 
 Señor Jesucristo, tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo, y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él. Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación. 
 Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena del buscar la felicidad solamente en una creatura; hizo llorar a Pedro luego de la traición, y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido. Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios! 
 Tú eres el rostro visible del Padre invisible, del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso. Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error: haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios. 
 Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres, proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos y restituir la vista a los ciegos. 
 Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. 
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Misericordia de Dios, salvación del hombre 
Fundamentos teológico-antropológicos de la misericordia 
 
 
Un Jubileo de la Misericordia, tal como ha sido convocado por el Papa Francisco, es una invitación a contemplar y vivir la misericordia. Nos plantea un cambio de mentalidad y de sensibilidad según el Evangelio, de modo que la Iglesia afronte con la misma actitud misericordiosa de Jesús los grandes retos sociales y evangelizadores de nuestro tiempo. Podemos reconocer en esta invitación una doble vertiente: 
1) Por una parte, se nos invita a reconocer y acoger con mayor intensidad la misericordia de Dios en la vida de los creyentes. 
2) Esto debe llevarnos a traducir esta solicitud divina por la humanidad en palabras y gestos significativos, que transformen la Iglesia en un “oasis de misericordia” (MV 12) para las muchas heridas que afligen a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El lema del Jubileo, “misericordiosos como el Padre”, proclama la llamada del mismo Jesús a sus discípulos, en la cual se resume la vida de los hijos de Dios. 
Atentos a esta doble vertiente a la que nos llama la convocatoria papal, investigaremos los fundamentos teológicos y antropológicos de la misericordia. Antes, sin embargo, parece conveniente prestar atención a algunos presupuestos de la convocatoria de un Año Jubilar con este contenido, lo cual justifica, en último término, la oportunidad misma de este trabajo. 
 
1. ESTE ES EL TIEMPO DE LA MISERICORDIA 
En su Bula de convocatoria del Año Jubilar de la Misericordia, Misericordiae vultus1, el Papa Francisco señala varios propósitos. En primer lugar, que los cristianos tomemos conciencia de la misericordia como punto focal de la experiencia y del mensaje cristiano en su globalidad. En 
 1 FRANCISCO, Misericordiae vultus. Bula de convocación del Jubileo extraordinario de la misericordia, http://w2.vatican.va/content/francesco/es/bulls/documents/papa-francesco_bolla_20150411_misericordiae-vultus.pdf. 
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segundo lugar, realizar un discernimiento de los rostros de la miseria humana tal como se manifiesta en nuestra época. En tercer lugar, provocar una memoria agradecida y responsable de los frutos del Concilio Vaticano II, clausurado hace medio siglo. 
Además de estas tres motivaciones, que ahora explicaremos con detalle, hay que destacar este Jubileo como una oportunidad que el Papa ve ligada al programa de transformación misionera de la Iglesia que propone en su Exhortación Evangelii gaudium2. Los objetivos concretos de este Año Jubilar sirven para reforzar las líneas trazadas en ese documento y para estimular su puesta en marcha, tal como quedará patente a lo largo de esta exposición. 
 
1.1 Contemplar la Misericordia 
El primero de los presupuestos que justifican la convocatoria del Jubileo es una intuición que el Papa compartió con todos al comienzo de su pontificado: que la misericordia constituye la clave del mensaje del Evangelio. Ya en su primera intervención pública, cuatro días después de su elección, el Papa Francisco subrayó la misericordia como algo que “lo cambia todo”, haciendo del mundo un lugar “menos frío y más justo”3. Comentaba el pasaje de la mujer adúltera (Jn 8,1-11), proclamado ese domingo en todas las iglesias del mundo, y señaló como estímulo de su reflexión un libro que, gracias a su recomendación, muchos hemos podido también conocer: La misericordia, del cardenal W. Kasper4. 
Con los límites propios de un libro de teología de corte ensayístico, Kasper desarrolla una tesis central: la misericordia, a pesar de ser una cuestión nuclear de la revelación de Dios y del mensaje cristiano de salvación, es un tema que ha quedado relegado en la reflexión teológica y no ha ocupado el lugar que le corresponde. El autor dedica su esfuerzo, un capítulo tras otro, a intentar devolver a la misericordia ese lugar central, de modo que presenta un panorama de temas que, arrancando de la fuente escriturística, aborda desde una perspectiva original: el misterio de Dios y de su voluntad de salvación, la moral cristiana, la Iglesia, la presencia de los cristianos en la sociedad. 
 2 FRANCISCO, Evangelii gaudium. Exhortación apostólica sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, AAS 105 (2013) 1019-1137. 3 FRANCISCO, Ángelus del 17 de marzo de 2013, http://w2.vatican.va/content/francesco/ es/angelus/2013/documents/papa-francesco_angelus_20130317.html. 4 W. KASPER, La misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana, Sal terrae, Santander 2013. 
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 De ningún modo se introduce con esta intuición de la centralidad de la misericordia una prioridad nueva en la vida y en la enseñanza de la Iglesia. Podemos decir que a lo largo del pontificado de Francisco, y de modo particular en la convocatoria del Jubileo, se ha reforzado el fundamento doctrinal de lo que surge espontáneamente primero como una convicción pastoral; si bien uno y otro aspecto no pueden disociarse5. El mismo Bergoglio, como participante de la V Conferencia del CELAM (Aparecida, Brasil), influyó en los contenidos de su documento final, donde el tema de la misericordia es invocadorepetidamente6. Hay que recordar, sobre todo, que el tema de la misericordia recorre toda la Exhortación programática Evangelii gaudium, con implicaciones que abarcan las dimensiones doctrinal, espiritual, eclesial, pastoral y social. 
Sin embargo, hay una cierta novedad en la propuesta de mirar el entero mensaje cristiano a través del prisma de la misericordia, como punto focal de la revelación de Dios y del discurso cristiano sobre la realidad y sobre el ser humano. Podría decirse que el papa Francisco pretende que este enfoque pueda ser la chispa que haga arrancar con más decisión el programa de reforma eclesial planteado en su Exhortación. Al comienzo de la Bula de convocatoria del Jubileo, Francisco nos invita a “contemplar el misterio de la misericordia” (MV 2). Esta contemplación ha de proporcionar una hondura teológica y espiritual, mística, a todas las 
 5 Afirma el mismo Papa en EG 198: “para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga su ‘primera misericordia’”. Esta condición “teológica” tiene su clave principal en el misterio de la encarnación del Verbo. 6 CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO, Documento conclusivo de la V conferencia General (Aparecida, 13-31 de mayo de 2007), San Pablo, Bogotá, 20083, http://www.celam.org/ aparecida/Espanol.pdf. Jesucristo revela el amor misericordioso del Padre (n. 6). “El Dios de la Alianza rico en misericordia, nos ha amado primero; inmerecidamente, nos ha amado a cada uno de nosotros (n. 23). Los miembros de la Iglesia “nos reconocemos como comunidad de pobres pecadores, mendicantes de la misericordia de Dios, congregada, reconciliada, unida y enviada por la fuerza de la Resurrección de su Hijo y la gracia de conversión del Espíritu Santo.” (n. 100). “Jesús salió al encuentro de personas en situaciones muy diversas: hombres y mujeres, pobres y ricos, judíos y extranjeros, justos y pecadores…, invitándolos a todos a su seguimiento. Hoy sigue invitando a encontrar en Él el amor del Padre. Por esto mismo, el discípulo misionero ha de ser un hombre o una mujer que hace visible el amor misericordioso del Padre, especialmente a los pobres y pecadores” (n. 147). Esto se subraya con sus matices propios en la persona de los presbíteros, configurados según la caridad del Buen Pastor: “El presbítero, a imagen del Buen Pastor, está llamado a ser hombre de la misericordia y la compasión, cercano a su pueblo y servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades. La caridad pastoral, fuente de la espiritualidad sacerdotal, anima y unifica su vida y ministerio” (n. 198). Se insiste en fomentar el aprecio del sacramento de la reconciliación (n. 177, 199, 254). 
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propuestas del programa desarrollado en Evangelii gaudium como camino de la Iglesia para el siglo XXI. 
“Contemplar la misericordia” no se trata de un ejercicio de meditación abstracta. La misericordia se nos ha revelado, ante todo, como un acontecimiento, de forma que lo que solemos llamar “historia de salvación” podría traducirse como “historia de la misericordia”. Se trata, pues, de considerar las intervenciones salvadoras del Dios-amor en la historia, de las cuales el Papa señala las etapas fundamentales: 
“Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (MV 2). 
En definitiva, el entero recorrido que abarca la salida (exitus) de Dios hacia su criatura –creación, encarnación del Verbo, misión del Espíritu Santo– y el movimiento de retorno a Dios que desemboca en la vida eterna (reditus) está presidido por la misericordia. Esta misericordia ahonda sus raíces en el ser mismo de Dios, es capaz de romper las barreras de la indiferencia y del pecado, y ha de convertirse para cada ser humano en “fuente de alegría, de serenidad y de paz” (MV 2), a través del encuentro con los hermanos y, en último término, con Dios, por quien tenemos “la esperanza de ser amados para siempre”. 
Esta historia de la misericordia se presenta como la clave desde la cual interpretamos el misterio del mundo, del hombre, de la historia, y que nos hace reconocernos implicados en una corriente de vida que tiende a hacer de los cristianos de nuestro tiempo testigos de la misericordia. En esta perspectiva testimonial y misionera funda Francisco la convocatoria de este Jubileo, destinado a suscitar un dinamismo de conversión (y, por ende, de reforma) eclesial (cf. EG 25-33): 
“Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes” (MV 3). 
He aquí la primera razón, al mismo tiempo teológica y pastoral, expresada por el Papa para este Jubileo. 
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1.2 Peregrinar a las periferias 
 La intuición de la centralidad de la misericordia ayuda a contemplar con ojos más atentos y con una motivación más decidida las miserias de los hombres y mujeres de nuestro tiempo: 
“Hay tanta necesidad hoy de misericordia, y es importante que los fieles laicos la vivan y la lleven a los diversos ambientes sociales. ¡Adelante! Nosotros estamos viviendo el tiempo de la misericordia, este es el tiempo de la misericordia”7. 
Estas palabras, pronunciadas por el Papa Francisco poco antes de la convocatoria del Jubileo, nos dan una idea de su oportunidad. La insistencia del Papa no proviene de una motivación o prejuicio de tipo ideológico, ni responde a una estrategia ante el mundo actual8; Francisco lo plantea como una llamada de Dios en este tiempo, un kairós, en el cual se compromete nuestra fidelidad al ser mismo y a la misión de la Iglesia de Jesucristo9. 
 El discernimiento de los “signos de los tiempos” (cf. GS 4) es un ejercicio necesario de mirada creyente (y, por tanto, atenta, profunda y misericordiosa), sobre la realidad de nuestro mundo. De este modo, los cristianos serán capaces de detectar las miserias concretas que aquejan a nuestros hermanos y acudir a ellas con la ayuda necesaria. El análisis de la realidad que la Iglesia está llamada a evangelizar no puede jamás pasar por alto las situaciones de miseria, en las cuales el Evangelio ha de manifestar su fuerza de verdadera buena noticia10. 
 7 Angelus del 11 de enero de 2015. 8 El Papa rechaza posibles acusaciones de ideología en EG 208. 9 Por otra parte, no introduce ninguna innovación del Papa. Para no remontarnos al Evangelio, donde encontramos la más directa inspiración, ya en el Concilio encontramos especialmente subrayada la centralidad de los pobres para la vida y la misión de la Iglesia (cf. LG 8; AA 8; GS 24; 88). Cf. J. PLANELLAS, La Iglesia de los pobres en el Concilio Vaticano II, Herder, Barcelona 2014. San Juan Pablo II fue especialmente sensible a esta llamada de la misericordia, tal como queda expresado, por ejemplo, en diversos pasajes de Dives in misericordia (nn. 2 y 15 citados en MV 11). 10 “Bajo sus múltiples formas —indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o psíquicas y, por último, la muerte—, la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado de Adán y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los ‘más pequeños de sus hermanos’.También por ello, los oprimidos por la miseria son objeto de un amor de preferencia por parte de la Iglesia, que, desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de trabajar para aliviarlos, defenderlos y liberarlos. Lo ha hecho mediante innumerables obras de 
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 En definitiva, la segunda razón, ligada a la anterior, que motiva el Jubileo de la misericordia es proclamar “un año de gracia” (cf. Lc 4,19). Se trata de la gracia misma encarnada en la misión de Jesucristo, que hoy debe adaptarse para salir al encuentro de los multiformes y cambiantes rostros de la miseria de los hombres: 
“llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella” (MV 16). 
 Este carácter concreto de la misericordia se expresa con el ardor de la caridad que nace en el corazón y se vuelca en la realidad de la miseria allí donde esta se encuentre. 
“En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy!” (MV 15). 
 El lugar de estas miserias es denominado “periferias existenciales” por Francisco11. El Año Jubilar puede interpretarse como una invitación a “peregrinar” hacia estas periferias (cf. MV 14). La “periferia”, que ha sido el lugar escogido por el Hijo de Dios para su encarnación (cf. EG 198), es precisamente lo que nos empeñamos en apartar del centro, en no dejar que ocupe nuestra atención, que no merece inversión de tiempo, ni esfuerzos, ni medios. Esta rutina de la indiferencia o, como llama el Papa, “cultura del descarte”, es la propia de una mentalidad mundana, donde “los primeros son los primeros y los últimos son los últimos” e impera “la ley del más fuerte” (cf. EG 53). Esta mentalidad, a la luz del Evangelio, debe ser sustituida por una “cultura de la solidaridad y del encuentro”, lo cual solo puede acontecer por una conversión profunda de los corazones y unos nuevos criterios, los del Reino de Dios, donde “los últimos son los primeros y los primeros son los servidores de todos” (cf. Mt 19,30-20-16; Mc 9,35; 10,31.42-45; Lc 13,30; 14,7-11). Como aquel hombre al borde del camino (cf. Lc 10,30-37), los rostros actuales de la miseria aguardan en la periferia a que alguien no pase de largo, sino que, “al verlos, se compadezca, se acerque” y se detenga para hacerse cargo de su situación. 
 beneficencia, que siempre y en todo lugar continúan siendo indispensables.” CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción Libertatis conscientia, 68; cit. en CEC 2448; cf. 2443-2449. 11 Este concepto de “periferia” es evocado muy frecuentemente por el Papa. A lo largo de su Exhortación, se menciona en EG 20, 30, 46, 53, 60, 63, 191, 198, 288. 
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 El Papa se preocupa de evocar la miseria en sus enseñanzas con perfiles muy concretos. Dios “no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano” (MV 9). Ya hemos mencionado el papel de la misericordia en el documento de Aparecida, donde el tema no es abordado simplemente en abstracto, sino ligado a situaciones muy definidas12. Hay que recordar, especialmente, las situaciones señaladas en la Exhortación Evangelii gaudium y en la encíclica Laudato sì: la inclusión social de los pobres, la atención a los procesos personales, el gran reto de la pastoral urbana, la necesidad de promover una ecología integral, el drama de las migraciones masivas provocadas por la degradación ambiental, por motivos económicos, por situaciones de guerra... En esta misma clave de misericordia concreta hay que entender la visita del Papa y la denuncia pronunciada en Lampedusa, el llamamiento que hizo recientemente a la acogida de refugiados que llaman a las puertas de Europa y sus numerosos gestos de cercanía y preocupación por los pequeños y los pobres. 
 
1.3 Una memoria agradecida y responsable 
También en el contexto eclesial hay buenas razones para la convocación del Año jubilar. El 50º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II es una efemérides de suficiente importancia para que no nos pase desapercibida y sea estímulo de vida en este tiempo. Cuando se cumple medio siglo de aquella hora de gracia para la Iglesia, El Papa subraya la “necesidad de mantener vivo este evento” (MV 4). Esto, en la práctica, equivale a reavivar en los fieles católicos de hoy las mismas motivaciones que llevaron a celebrar aquel magno acontecimiento eclesial, lo cual permita una recepción más decidida y una aplicación más audaz de sus enseñanzas e indicaciones pastorales. Dos son los sentimientos que, en palabras del Papa, deben movernos a esta reviviscencia: agradecimiento y responsabilidad. Ha de entenderse que dejar pasar la oportunidad del 
 12 Movidos por la misericordia, se percibe la obligación de colaborar con personas e instituciones para socorrer las necesidades de todos y superar situaciones de injusticia social (nn. 384-385, 404). Es preciso promover una “espiritualidad de la misericordia y de la solidaridad fraterna” ante la perspectiva de una nueva pastoral urbana (n. 517). Se dedica atención a la promoción de la dignidad y la participación de las mujeres (nn. 451-458). Merecen una mención la situación de las personas infectadas por el VIH (n. 421) y la acogida de mujeres que se encuentran ante la tentación o la realidad del aborto (n. 469). 
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Jubileo sería como no agradecer a Dios el gran don que otorgó a la Iglesia con el Concilio y dejar caer en saco roto las riquezas doctrinales y pastorales de tal acontecimiento y del Magisterio de él emanado. 
Para traer a la memoria las motivaciones del Concilio y suscitar los sentimientos de gratitud responsable por el don recibido, Francisco recuerda dos discursos emblemáticos: el discurso de apertura pronunciado por Juan XXIII y el de clausura, de Pablo VI. Dos aspectos cabe destacar de la interpretación que, a través de estos discursos, realiza el Papa Francisco del acontecimiento conciliar: el Concilio fue un nuevo Pentecostés e hizo sonar la hora en la Iglesia de derrumbar sus murallas y abrirse al mundo. 
 
1.3.1 “Un verdadero soplo del Espíritu”: el Concilio, un nuevo Pentecostés 
Que el Concilio fuese “un nuevo Pentecostés” fue la oración pronunciada por Juan XXIII poco después del anuncio de su convocatoria y de nuevo aparece como expresión de los frutos que espera de él, una vez que ya había comenzado13. Francisco, por su parte, invoca el Espíritu Santo para este Año Jubilar, vinculando su impulso con aquel que los padres conciliares pudieron percibir como “un verdadero soplo del Espíritu” (MV 4): 
“Que el Espíritu, que conduce los pasos de los creyentes para que cooperen en la obra de salvación realizada por Cristo, sea guía y apoyo del Pueblo de Dios para ayudarle a contemplar el rostro de la misericordia” (MV 4). 
El Papa acompaña esta invocación con la cita de dos párrafos conciliares (LG 16 y GS 15), pertenecientes a dos constituciones en gran medida complementarias en el corpus de documentos del Concilio: los dos dedicados más netamente a la cuestión principal de todo el Concilio, De Ecclesia ad intra y ad extra. Hay otras referencias más evidentes que en el Concilio nos hablan de la acción del Espíritu en la Iglesia (por ejemplo, LG 4, 7; GS 22). Sin embargo, el Papa escoge estas dos referencias que, así destacadas, arrojan unaluz original sobre el mensaje conciliar acerca del ser y de la misión de la Iglesia, que no tiene su centro en ella misma (no ha de ser “autorreferencial”), sino fuera. 
 13 JUAN XXIII, Homilía en las Segundas Vísperas de Pentecostés (17 de mayo de 1959), AAS 51 (1959) 419-422; Discurso en la clausura de la primera sesión del Concilio (8 de diciembre de 1962), AAS 55 (1963) 35-41. 
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LG 16 se dedica a “los que todavía no han recibido el Evangelio”, que “también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras”. El artículo no incluye, sorprendentemente, ninguna mención directa del Espíritu Santo. Sin embargo, a la acción del Espíritu ha de adscribirse la siguiente afirmación: 
“En efecto, los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Dios en su Providencia tampoco niega la ayuda necesaria a los que, sin culpa, todavía no han llegado a conocer claramente a Dios pero se esfuerzan con su gracia en vivir con honradez. La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que hay en ellos, como una preparación al Evangelio y como un don de Aquel que ilumina a todos los hombres para que puedan tener finalmente vida.” 
La universalidad de la acción del Espíritu, que hay que reconocer en las alusiones a la doctrina de la gracia actual preveniente y de la gracia como auxilio, se corresponde con la universal valencia salvífica de la encarnación, aludida en la cita implícita de Jn 1,9. El mismo sentido universalista encierran las citas emblemáticas que jalonan este número: Hch 17,25-28; 1 Tm 2,4. 
En la lógica discursiva de LG, estas afirmaciones preceden como su fundamento a la descripción del carácter misionero de la Iglesia. Hoy en día se hace especialmente evidente que la convivencia con personas de otros sistemas de creencias nos ha de estimular a un nuevo impulso misionero. No es hora de un repliegue eclesial, sino de una “transformación misionera” (a lo cual dedica un capítulo la Exhortación Evangelii gaudium: EG 19-49). Y ello motivado por la acción de Dios en los corazones de aquellos que todavía no han acogido el Evangelio y esperan un testimonio coherente y creíble por parte de los cristianos. Como suele repetir el Papa Francisco, Dios “nos primerea”, va siempre por delante de la tarea que nos encomienda. 
GS 15 resulta también una referencia desconcertante como ilustración de la acción del Espíritu en la Iglesia. De nuevo, el Papa parece indicar el camino hacia las periferias. Este número de la Constitución pastoral está dedicado a la facultad de la inteligencia, una de las manifestaciones de la condición espiritual del ser humano. Hay que destacar la distinción que hace el Concilio entre inteligencia y sabiduría. La inteligencia es la facultad que permite ahondar en los fenómenos, dominar con la técnica el mundo y también conocer su verdad metafísica. La 
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sabiduría es, en cambio, la perfección de la inteligencia: “atrae con suavidad la mente del hombre a la búsqueda y al amor de la verdad y el bien, e imbuido por ella, el hombre es llevado hacia lo invisible por medio de lo visible”. Esta sabiduría no puede alcanzarse con los esfuerzos de la investigación científica, que a menudo solo se pueden permitir las naciones más poderosas. Es, más bien, un don y un dinamismo que no tiene en el hombre su fuente y donde hay que reconocer la solicitud divina. De nuevo, el tema del auxilio de Dios, que antecede a la respuesta del hombre, aparece en este número, ahora sí adscrito explícitamente a la acción del Espíritu: “Gracias al don del Espíritu Santo, el hombre accede por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino.” Esta acción del Espíritu se manifiesta con mayor fuerza o frecuencia entre los pobres, que se convierten así en mediación providencial para una nueva civilización de hombres sabios: 
“El destino futuro del mundo está en peligro si no se forman hombres más sabios. Además hay que advertir que muchas naciones, económicamente más pobres pero más ricas en sabiduría, pueden prestar a las demás una excelente aportación.” 
En resumen, parece que, según el Papa Francisco, el nuevo Pentecostés que supuso el Concilio debe convertirse en nuestros días en un impulso renovado de evangelización para aquellos que aún no han recibido a Jesucristo y en un fecundo intercambio con los pobres, que redunde en una humanidad más sabia. 
 
1.3.2 “Derrumbadas las murallas”: un Concilio pastoral 
Escribe Francisco: “Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido a la Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio de un modo nuevo” (MV 4). El Papa utiliza la misma metáfora usada por von Balthasar para titular una de sus obras tempranas: “Abatid los bastiones” (1952). El autor desarrolla en ese libro la siguiente tesis: En la Edad Media, la Iglesia vivía como en una ciudad fortificada, fuera de la cual estaba el mundo pagano; la cultura actual, en cambio, nos obliga a movernos hacia otra perspectiva, pues de nada sirven los muros cuando la sociedad como tal ha dejado de estar definida por el tejido de significados, normas e instituciones inspirados directamente en la fe cristiana. En este sentido, el programa de una “Iglesia en salida” planteado en Evangelii gaudium, es coherente tanto con esta visión como con la plasmada también en el Concilio. 
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Que esta sea una interpretación global válida del Concilio lo reafirma Francisco citando el discurso inaugural de Juan XXIII, donde se hace hincapié en el modo de transmitir el mensaje cristiano en nuestro tiempo y de salir al paso de los errores: 
“En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad [...] La Iglesia católica, al elevar por medio de este Concilio Ecuménico la antorcha de la verdad católica, quiere mostrarse madre amable de todos, benigna, paciente, llena de misericordia y de bondad para con los hijos separados de ella”14. 
Este espíritu de apertura misericordiosa impulsa todos los trabajos del Concilio e impregna cada uno de sus documentos, para cuya correcta interpretación se ha propuesto la clave de la “forma pastoral” de la doctrina vertida en sus textos15. 
Esta clave pastoral no atañe solamente al mensaje de la Iglesia, sino que ha de sostener toda su misión con el mismo ardor del corazón de Cristo. La Iglesia ha de salir al encuentro de la humanidad de nuestra época, herida por la desesperanza, las divisiones, la incredulidad, macerada por todo tipo de miserias materiales y morales, para provocar una verdadera “revolución de la ternura” (EG 88). Esta revolución la inició el Verbo de Dios con su encarnación (ibid.), que derrumbó los muros del pecado y estableció en su propia carne la reconciliación con Dios y entre los hombres. “¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios!” (MV 5). La imagen del buen samaritano, evocada por Pablo VI en la clausura del Concilio, sigue siendo el modelo para la Iglesia de nuestros días y un referente irrenunciable para este Año de la misericordia16. 
 
 14 JUAN XXIII, Discurso de apertura del Concilio Vaticano II “Gaudet Mater Ecclesia” (11 de octubre de 1962). Cit. en MV 4. 15 Cf. SÍNODO DE LOS OBISPOS, Relatio finalis Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, 7.12.1985, EV 9, 1779-1818. Cf. C. THÉOBALD,, «El Concilio y la “forma pastoral” de la doctrina», en B. SESBOÜÉ (dir.), Historia de los dogmas, vol. 4, Secretariado trinitario, Salamanca 1997, 373-402. 16 Cf. PABLO VI, Alocución en la última sesión pública del Concilio Vaticano II (7 de diciembre de 1965), cit. en MV 4. 
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2. DIOS RICO EN MISERICORDIAUna vez justificada la convocatoria de un Año de la misericordia, ahora abordaremos su fundamento teológico y antropológico. Conviene descubrir que la invitación a la misericordia es coherente con el ser y el actuar de Dios, y que esto garantiza la validez última de una actitud de misericordia que manifieste y realice la plenitud del ser humano. La invitación a ser “misericordiosos como el Padre” (lema de este Jubileo) implica a un tiempo una imagen de Dios y un paradigma de lo humano. Como podemos ya anunciar, este paradigma tiene su fundamento y su modelo en la realidad teándrica de Jesucristo, Verbo encarnado. Primeramente, consideraremos la misericordia como atributo de Dios. 
 
2.1 DIOS TIENE UN CORAZÓN 
Contemplar la misericordia es contemplar el misterio de Dios. El Dios revelado es un Dios con entrañas. El mundo de hoy, que vuelve a fabricarse falsos dioses, necesita que se le presente este Dios entrañable. Este es el Dios que puede ser reconocido como horizonte y fundamento de las experiencias donde las personas de todo tiempo descubren la densidad de una vida que merece ser vivida, porque lleva el sello de un don y una promesa que no quedará incumplida. Estas consideraciones nos permiten señalar, con autores como von Balthasar, que la vía del amor se puede transitar como medio del conocimiento analógico de Dios (analogia charitatis). La fe nace de la “percepción obediente” de la forma de la revelación, de la paradójica revelación del amor en el corazón traspasado del crucificado-resucitado (cf. Jn 19,37). 
 
2.1.1 Las entrañas de Dios 
Se suele acusar a la Patrística de haber extendido una visión de Dios impasible, para hacer frente a los excesos de las ideas patripasianas. Esta apatheía de Dios no correspondería a la imagen que de Él nos transmite la revelación bíblica y debería achacarse (en opinión de von Harnack y los demás autores que le siguen en este error) a un efecto de helenización en los Padres de la Iglesia. Según esta convicción, un Dios inmutable no puede padecer; es la encarnación la que introduce el sufrimiento en Dios, en la 
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persona del Hijo17. En la tradición que trata de salvaguardar la trascendencia de Dios con los atributos divinos de inmutabilidad e impasibilidad, afirma Santo Tomás que “en Dios no hay pasiones ni apetito sensitivo” (STh I, q.21, a.1). 
Sin negar los aspectos que de esta visión hay que conservar, para no imaginar a un Dios dependiente de su criatura, ni afirmar precipitadamente un sufrimiento de Dios que nos inmunice de antemano contra el escándalo del mal18, se alza hoy una general opinión entre los teólogos modernos: Dios es capaz de padecer, y este pathos justifica hasta su raíz y es el horizonte de la compasión entre los hombres19. Hay que decir que incluso entre los Padres estaba extendida esta idea. Una cosa no se puede dejar de afirmar acerca del Dios que se revela: Dios ama. En la plena revelación atestiguada en el Nuevo Testamento, se dirá aún más: “Dios es amor” (1Jn 4,8). El mismo Santo Tomás afirma que Dios ama y es feliz: Deus est beatitudo per essentiam suam (“Dios es la bienaventuranza por propia esencia”: STh I-II, q.3, a.1). 
Hoy no hay duda de que hay que afirmar una pasibilidad matizada de Dios. De ello depende la imagen de un Dios en el que merezca la pena creer: un Dios feliz que desee una criatura feliz, un Dios amante que sea la fuente y la motivación última de todo amor20. De las entrañas de Dios, de las emociones divinas que motivan sus intervenciones en la historia, hay amplísima muestra en toda la Sagrada Escritura. No nos podemos detener en ello. Expresiones, ciertamente, antropomórficas, pero que revelan un riquísimo arco de afectos en Dios, que acompañan la relación con su criatura, marcando el ritmo de su paciente espera y de su solícita misericordia ante las respuestas e infidelidades de los hombres. 
Algunos autores medievales han sabido profundizar en esta realidad, descubriendo la analogía interpersonal como clave para entender la Trinidad de personas en el Dios Uno. Ricardo de San Víctor señala que la perfección de la caridad de Dios exige que en Él haya diferencia de personas: hace falta, en primer lugar, quien sea digno de este sumo amor 
 17 Cf. P.L. GAVRILYUK, El sufrimiento del Dios impasible, Sígueme, Salamanca 2012. 18 Véanse algunas observaciones críticas en J.B. METZ, Memoria passionis, Sal terrae, Santander 2007, 30-39. El autor prefiere hablar más bien del “sufrimiento en favor de Dios”. 19 Cf. J. MOLTMANN, El Dios crucificado, Sígueme, Salamanca 20103. 20 "¿Por qué el descubrimiento de un Dios que fuese Él mismo feliz, y por esto quisiese una criatura feliz, no habría de probar que Él es verdaderamente creíble?" A. GESCHÉ, El hombre, Sígueme, Salamanca 2010 2, 137. Acerca de las “entrañas de Dios”, del “Dios de la ternura”, cf. O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, La entraña del cristianismo, 20104, 43-59. 
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(condignus) y, para que sea gozoso este amor, es preciso que haya correspondencia entre iguales; además, también la perfección del amor exige el poder amar conjuntamente a un tercero (condilectus), en un feliz consortium amoris21. 
 
2.1.2 “Amó con un corazón humano” 
El debate acerca de la pasibilidad de Dios pasa a otro plano cuando se refiere al misterio de la encarnación del Verbo. En vez de la inmutabilidad divina, por la encarnación se afirma un devenir en Dios, pues el Hijo se hizo carne (Jn 1,14). Y la Pasión del Hijo es el centro de los acontecimientos de nuestra salvación. Del Hijo de Dios afirma el Concilio Vaticano II que “amó con un corazón humano” (GS 22), y ello permite revalorizar todo un mundo, el de los afectos, que ha sido a menudo despreciado22. 
En esta perspectiva hay que entender la devoción del Sagrado Corazón de Jesús, tan extendida sobre todo a raíz de la instauración de su fiesta por Pío IX, a la que un imaginario delicuescente quizá ha restado buena parte de su fuerza para comunicar una honda realidad de fe. A esta devoción se han dedicado algunas reflexiones de la teología y del Magisterio nada desdeñables. Pío XII publicó la encíclica Haurietis acquas en 1956 y nada menos que K. Rahner le dedicó su tesis doctoral y algún conocido artículo23. El libro de D. von Hildebrand, El corazón, explora también el tema, abundando sobre sus raíces antropológicas. 
 
 
2.2 DIOS SE CONMUEVE POR SU CRIATURA 
Tras considerar el fundamento de la misericordia en el ser de Dios, pasemos a mostrar su misericordia tal como aparece en su actuar ad extra, en la obra de creación y salvación. 
 
 21 Cf. L.F. LADARIA, El Dios vivo y verdadero. El misterio de la Trinidad, Secretariado trinitario, Salamanca 1998, 250-253; P. CODA, Desde la Trinidad, Secretariado Trinitario, Salamanca 2014, 653-657. 22 Cf. D. VON HILDEBRAND, El corazón, Palabra, Madrid 20096. 23 K. RAHNER, “Prolegómenos para una teología del culto al Corazón de Jesús”, en Escritos de teología, III, 357-367. De la tesis, defendida en 1936 y titulada E Latere Christi, no existe traducción española. 
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a) La criatura amada por Dios 
Se lee en el libro de la Sabiduría: 
“Te compadeces de todos, porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no lo habrías creado. ¿Cómo subsistiría algo, si tú no lo quisieras?, o ¿cómo se conservaría, si tú no lo hubieras llamado? Pero tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida” (Sab 11,24-26). 
El amor de Dios, que hemos considerado en su realidad intratrinitaria, se revela en la obra de creación y salvación como un amor creador del bien que ama, un amor que sustenta la entera realidad del mundo y que, por ello, se convierte en una clave metafísica, que nos permite comprender la realidad en su más honda raíz. Dios ama, si bien el amor y el gozo son considerados por Santo Tomás en Dios como actos del apetito intelectual:“Pues en esto consiste, propiamente, amar a alguien: querer para él el bien” (STh I, q.21, a.1). Así conjuga el Doctor Angélico los motivos de la apatheía divina y la revelación de su amor. Dios ama a su criatura desde su soberana libertad, por la cual decide crear. No se trata, como suele en los hombres, de un amor indigente, que manifiesta una carencia, que sale en busca de un bien que necesite para la propia perfección. 
Pero, ¿cómo entender que Dios ame verdaderamente sin que en este amor haya ternura, cuidado, afecto...? La mirada de Jesús nos revela todos estos matices del amor de Dios por su creación: “Mirad los pájaros del cielo [...]. Fijaos cómo crecen los lirios del campo” (Mt 6,26ss.). Merecen citarse algunas palabras del Papa Francisco en su encíclica sobre la ecología: 
“Hay una opción libre expresada en la palabra creadora. El universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado. [...] Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su cariño. Decía san Basilio Magno que el Creador es también ‘la bondad sin envidia’, y Dante Alighieri hablaba del ‘amor que mueve el sol y las estrellas’. Por eso, de las obras creadas se asciende ‘hasta su misericordia amorosa’ (LS 77)24. 
 24 FRANCISCO, Laudato si’. Carta encíclica sobre el cuidado de la casa común, http://w2.vatican.va /content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si. html. 
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De modo particular, el afecto tierno de Dios por su criatura se vuelca sobre el ser humano. Parafraseando a San Bernardo, escribe una autora: “mi deseo hallará la satisfacción por Él [Dios], pues Él ha satisfecho el suyo creándome a su imagen”25. O en palabras de Santa Catalina de Siena: 
“¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno”26. 
 Por antonomasia, y como fuente de esta predilección, está la que el Padre muestra sobre la humanidad del Verbo encarnado. En la teofanía trinitaria del Jordán, se oye: “Tú eres mi Hijo, el amado; en Ti me complazco” (Lc 3,22). 
Afirmar este amor de Dios por su criatura humana no puede significar que Dios sea en modo alguno indigente, necesitado de su criatura, pues esto nos situaría en un esquema panteísta o de corte hegeliano. Pero sí es un modo de tomarnos en serio la dignidad del ser humano, tan cuestionada hoy desde planteamientos antihumanistas. El Concilio Vaticano II, en un contexto de diálogo con las teorías evolutivas, enseña: “el hombre [...] es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”27. Este amor busca en su criatura una correspondencia, pues “el hombre ha sido creado “a imagen de Dios”, capaz de conocer y amar a su Creador” (GS 12). Afirma también el Concilio, ahora referido a cada persona: 
“La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador” (GS 19). 
Podemos decir que nuestra condición personal se asienta en el amor personal que Dios nos tributa, llamándonos a la existencia para establecer una relación vital con nosotros28. 
 25 J. KRISTEVA, Historias de amor, Siglo XXI, 1987, 141. 26 SANTA CATALINA DE SIENA, Il dialogo della Divina providenza, 13; cit. en CEC 356. 27 GS 24. Esta afirmación se inspira en algunas ideas de Santo Tomás acerca del modo diverso en que Dios ama a sus criaturas (Cf. STh I, q.20, a.2). 28 Cf. L.M. SALAZAR, Personas por amor, Fundación Emmanuel Mounier, Madrid 2009. 
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No ha de extrañar, pues, la paciente delicadeza con la que Dios trata al hombre después del pecado, o como “hace salir el sol sobre justos e injustos”, siendo ello muestra de su misericordia, que nos llama a imitar. 
 
b) Sobreabundancia del amor 
Dios es amor. En esto radica la primacía del amor de Dios, pues siendo amor, Él no puede más que amar. Aun sumergidos en la miseria del pecado, Dios “nos ha amado primero” (1Jn 4). La posibilidad de empezar una vida nueva, de amor a Dios y al prójimo, se asienta en la fuente misma del amor, en Dios, pues ese amor creador y recreador es el que sostiene a la criatura en todo momento. Con la primacía del amor se corresponde además, existencial e históricamente, la sobreabundancia del amor (pleonasmós: Rm 5): 
“No hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos. Y tampoco hay proporción entre la gracia y el pecado de uno: pues el juicio, a partir de uno, acabó en condena, mientras que la gracia, a partir de muchos pecados, acabó en justicia. [...] Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,15-16.20). 
Esta condición sobreabundante, excesiva, del amor de Dios constituye su definitiva demostración: un amor gratuito, inmerecido, esto es, dirigido a quienes no lo merecen ni pueden merecerlo en modo alguno; sobre todo considerando la realidad pecadora y rebelde de la criatura humana. Dios no ha permanecido ajeno ante la situación de miseria, de sufrimiento ni de pecado de los hombres. Basta recorrer la Escritura para sacar de ella multitud de ejemplos. Recordemos siquiera los episodios en que vemos a Jesús con pobres, enfermos, pecadores... Nada de esto nos permite pensar en un Dios indiferente, olímpico, rival del hombre. 
“Por él y para él quiso reconciliar todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz” (Col 1,20). La obra de reconciliación llevada a cabo por Dios en y por Jesucristo con todos los hombres nos revela a un Dios dispuesto a entregar a su propio Hijo en favor de sus criaturas. En esta sobreabundancia está la posibilidad de salvación de una humanidad que, de otro modo, habría quedado como un proyecto fallido, abocada al fracaso. De este modo, el amor no es un mero mandamiento ético, imposible de cumplir por un hombre inclinado al pecado; el amor sobreabundante de Dios se ha transformado en el 
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fundamento de una nueva ontología humana: la nueva creación de los hijos de Dios. 
 
c) Un Dios com-pasivo 
Creer en la misericordia de Dios en medio del sufrimiento propio o ajeno, especialmente de los inocentes, de los niños..., esa es una gran prueba para la fe. La cuestión de un Dios con-sufriente con la humanidad ha sido planteada a raíz de la terrible prueba que supuso la Shoah para el pueblo judío. “¿Es posible creer después de Auschwitz?”, se preguntan algunos. La realidad, hay que decir, es que no solo es posible, sino que durante aquel holocausto muchos rezaron. H. Jonas plantea la tesis de un Dios que claudica de su omnipotencia. Es seguramente una propuesta exagerada29. 
No hay una respuesta satisfactoria que la razón humana pueda dar al escándalo del sufrimiento. Pero es una experiencia de muchos el consuelo y la compañía vividas ante la com-pasión de Dios, manifestada en Jesucristo. Podemos recordar las palabras de San Pablo: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?” (Rm 8,31-32). En esta perspectiva de la compasión de Dios por la humanidad hay que contemplarla devoción del Sagrado Corazón de Jesús, a la que ya nos hemos referido. 
Que la misericordia de Dios nos ha sido revelada y dispensada en Jesucristo es algo que queda claro en muchas de las categorías soteriológicas de las que luego nos ocuparemos. Baste ahora señalar un detalle del logo del Jubileo (Descenso a los infiernos): 
“sus ojos se confunden con los del hombre. Cristo ve con el ojo de Adán y este lo hace con el ojo de Cristo. Así, cada hombre descubre en Cristo, nuevo Adán, la propia humanidad y el futuro que lo espera, contemplando en su mirada el amor del Padre”30. 
 
 29 H. JONAS, Pensar sobre Dios y otros ensayos, Herder, Barcelona 20122, 211-229. Véase la crítica de W. Kasper, en La misericordia, 93: Dios es omnipotente, pero esta omnipotencia la manifiesta paradójicamente en su indulgencia y perdón. Una respuesta crítica elaborada en J.B. Metz, Memoria passionis, 46-75; especialmente, 53-54: La omnipotencia de Dios se revelará al final; de ello depende la solidaridad entre vivos y muertos y la justicia universal escatológica. 30 http://www.iubilaeummisericordiae.va/content/gdm/es/giubileo/logo.html. 
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d) Justicia y misericordia 
Un tema recurrente es cómo conjugar los atributos de la justicia y de la misericordia divinas. Si se plantean como magnitudes contrapuestas, la conjugación de ambas puede resultar difícil: ¿Qué prevalece, la una o la otra? ¿Es Dios más misericordioso que justo, o al revés? La falsa alternativa apareció muy pronto en la historia de la Iglesia, de mano de la herejía de Marción (s. II), para quien el Dios de la misericordia era solo el revelado en el Nuevo Testamento. Ireneo de Lyon y Tertuliano dieron una respuesta contundente a este error dualista, afirmando la unidad de la economía de creación y de salvación. Las teofanías del Antiguo Testamento, para Ireneo, eran todas ellas manifestaciones del Verbo que había de encarnarse. 
En Dios, justicia y misericordia se conjugan en un solo movimiento de fidelidad a la alianza, una alianza establecida de modo asimétrico e imposible de reclamar como un derecho. Dice el salmo: “la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo. El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto” (Sal 85,11-13). Podríamos decir que la misericordia implica la justicia, pero la perfecciona, sin que ninguna de ellas baste por sí sola. Santo Tomás hace notar que las bienaventuranzas dirigidas a los que tienen hambre y sed de justicia y a los misericordiosos están una después de la otra: “La justicia y la misericordia están unidas porque una debe moderar a la otra: pues la justicia sin misericordia es crueldad y la misericordia sin justicia disolución”31. Y esto mismo ha de considerarse, por analogía, en Dios. Si bien hay que pensar en una prioridad de la misericordia, como raíz de la justicia, si atendemos a ejemplos como el perdón de una ofensa, o dar por encima de lo debido; o este pasaje, que podría entenderse como comentario del doblete de términos bíblicos hesed-emet: 
“Es necesario que en todas las obras de Dios se encuentre misericordia y verdad. [...] Dios no puede hacer nada que no responda a lo dictado por su sabiduría y bondad [...]. De forma parecida también, lo que hace en las cosas creadas lo hace con el conveniente orden y proporción; y en esto consiste la razón de justicia. Por lo tanto, es necesario que en todo lo que Dios hace haya justicia. Por lo demás, la obra de la justicia divina presupone la obra de misericordia, y en ella se funda. Pues a la criatura no se debe algo, a no ser por algo preexistente o 
 31 «Iustitia et misericordia ita coniunctae sunt, ut altera ab altera debeat temperari: iustitia enim sine misericordia crudelitas est; misericordia sine iustitia, dissolutio; unde de misericordia post iustitiam subdit beati misericordes» (Catena in Mathaeum, V). 
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presupuesto [...]. De este modo, en cualquier obra de Dios aparece la misericordia como raíz”32. 
 
 
3. SALVADOS POR GRACIA 
 
“Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho revivir con Cristo —estáis salvados por pura gracia—; nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él, para revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia, mediante su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. En efecto, por gracia estáis salvados, mediante la fe. Y esto no viene de vosotros: es don de Dios. Tampoco viene de las obras, para que nadie pueda presumir. Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que de antemano dispuso él que practicásemos” (Ef 2,4-10). 
La “gracia” es otro nombre de la misericordia divina: inmerecida, gratuita, sanadora, liberadora, entrañable... y totalmente necesaria para esta criatura indigente y extraviada que es el ser humano. Aceptar por la fe este amor capaz de restablecernos y darnos vida nos da acceso a la salvación, ofrecida por Dios a la humanidad de una vez por todas por su Hijo Jesucristo, y realizada en virtud del Espíritu que habita en nuestros corazones. No hace falta volver a citar MV 2, donde aparece la misericordia, manifestada en la creación y en los acontecimientos de la salvación, como centro focal de todo lo que podemos decir sobre Dios que se revela. 
 
 32 STh I, q.21, a.4. Esa misma prioridad la encontramos expresada diversamente: "Al castigar a los malos eres justo, pues lo merecen; al perdonarlos, eres justo, porque así es tu bondad" (Anselmo, Proslogion, 10) Así lo comenta Santo Tomás: "Aun cuando Dios dé, en este sentido, lo debido a alguien, sin embargo Él no es deudor; porque Él no está subordinado a nadie, sino, por el contrario, los demás lo están en Él. Por eso, en Dios la justicia es llamada a veces expresión de su bondad, otras veces, retribución de méritos" (STh I, q.21, a.1). "Dios, al obrar misericordiosamente, no actúa contra sino por encima de la justicia. [...] La misericordia no anula la justicia, sino que es como la plenitud de la justicia" (STh I, 21, a.3). Cf. St 2,12-13: "Hablad y actuad como quienes van a ser juzgados por una ley de libertad, pues el juicio será sin misericordia para quien no practicó la misericordia; la misericordia triunfa sobre el juicio." 
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3.1 SOTERIOLOGÍA: FIGURAS DE LA MISERICORDIA DIVINA 
La misericordia de Dios se nos ha hecho accesible en la persona de Jesucristo, “la misericordia hecha carne” (MV 25). El Papa Francisco lo recalca con palabras certeras en su bula de convocatoria del Jubileo: 
“Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, «rico en misericordia» (Ef 2,4), después de haber revelado su nombre a Moisés como «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad» (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la «plenitud del tiempo» (Gal 4,4), cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona [DV 4] revela la misericordia de Dios” (MV 1). 
“Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino en plenitud. «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su personano es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión” (MV 8). 
Este misterio de la misericordia encarnada ha sido expresado en múltiples formas en la reflexión y la predicación de la Iglesia. Mencionamos seguidamente algunas categorías e imágenes de la misericordia salvadora. Todas ellas pueden considerarse pertenecientes al momento “descendente” de la mediación redentora del Verbo encarnado33. 
Uno de los conceptos referidos a la misericordia salvadora es la condescendencia. Esta palabra, usada por algunos Padres (synkatabasis, condescensio), y otros términos análogos (systole, “empequeñecimiento”), evocan la gratuidad de la iniciativa salvadora de Dios, mostrada en una forma excesiva y kenótica, que solo puede nacer de la bondad misericordiosa de Dios hacia el hombre. Algo parecido es lo que expresa Francisco con el término “responsabilidad”, para significar que Dios no se desentiende, sino que se hace cargo de la miseria de su criatura: “La 
 33 Cf. B. SESBOÜÉ, Jesucristo, el único Mediador, vol. 1, Secretariado trinitario, Salamanca 1990. 
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misericordia de Dios es su responsabilidad con nosotros” (MV 9). En definitiva, se desarrolla así la misma reflexión paulina de Flp 2 acerca del anonadamiento del Hijo. En su condescendencia, Dios se abaja para revelarse en palabras y acciones y para socorrer a su criatura. Eminentemente, esta actitud de divina condescendencia se aplica a la encarnación. Escribe Justino: “pues Él, por amor nuestro, se hizo hombre para ser partícipe (symmétochos) de nuestros sufrimientos y curarlos”34. En palabras de otro autor cristiano antiguo: 
“Su dulzura empequeñeció su grandeza. Se hizo como yo para que yo lo comprendiese. Por el aspecto fue reputado como yo, a fin de que lo revista yo; y no temblé a su vista, porque fue misericordioso conmigo. Tornóse como mi naturaleza, para que aprendiera yo a conocerlo; y de mi forma, porque no me desviara de él”35. 
Escribe Orígenes: 
“El hombre fue hecho a semejanza de la imagen de Él, y por eso nuestro Salvador, que es la imagen de Dios, movido de misericordia hacia el hombre, que había sido hecho a semejanza de Él, viendo que, abandonada su imagen, se había revestido de la imagen del maligno [...] asumida la imagen del hombre, vino a él”36. 
Otro término usado también en este sentido, más o menos formalmente, es el de encuentro. El encuentro hay que entenderlo primeramente como un concepto dinámico. Nace de una gratuita iniciativa salvadora de Dios, no motivada por mérito alguno que haya que retribuir, ni exigible en algún modo. La condición de posibilidad del encuentro es, pues, que Dios haya salido al encuentro del hombre. De nuevo, el paradigma lo constituye la encarnación: “Misericordia es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro” (MV 2). En este salir al encuentro del hombre puede tener su fundamento la propuesta de una “Iglesia en salida” y la promoción de una “cultura del encuentro”. 
Ampliamente usado en el último siglo, el concepto de solidaridad se refiere a la común pertenencia a la familia humana. Cuando se trata del Verbo encarnado, tal solidaridad no es un mero dato de hecho, sino signo de la benevolencia de Dios hacia su criatura, y adquiere valor de mediación 
 34 JUSTINO, II Apol, 13,4. 35 PSEUDO HILARIO, In sanctum Pascha, cit. en A. ORBE, En torno a la encarnación, Instituto teológico compostelano, Santiago de Compostela 1985, 98; cf. ibid., 87-105. 36 ORÍGENES, Homilías sobre el Génesis, 1,13,54s.; cit. en PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN, Misericordiosos como el Padre. Subsidios para el Jubileo de la Misericordia 2015-2016, BAC, Madrid 2015, 148. 
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salvífica universal: que el Hijo de Dios haya asumido nuestra condición hace posible nuestra salvación. La realidad e integridad de la carne asumida (otro concepto afín) asegura la verdad de la redención, tal como afirman los padres que tuvieron que afrontar las confusiones gnósticas. Afirma la carta a los Hebreos: “El santificador y los santificados proceden todos del mismo [de Adán]. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Hb 2,11; cf. Rm 8,29). Por ello, en los pobres y los que sufren tocamos la misma carne de Cristo (EG 88, 270), pues con ellos especialmente se ha identificado. La identificación con los pequeños es, pues, otra categoría relacionada. Su expresión más viva la encontramos en la parábola del juicio final (Mt 25,40: “a mí me lo hicisteis”), que el Papa parafrasea en MV 15: 
“En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado.” 
El motivo de la inclusión de la humanidad en Cristo por la encarnación ha sido rescatado de la tradición antigua de la Iglesia y usado en los documentos del Concilio: “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido en cierto modo con todo hombre” (GS 22; cf. AA8, GS 88). Del reconocimiento de Cristo en su solidaridad kenótica con la humanidad sufriente ha de surgir el “gran río de la misericordia” (MV 25) y la “revolución de la ternura” (EG 88) que Francisco augura para este tiempo. 
Con las imágenes del buen samaritano y del buen pastor, interpretadas desde antiguo aplicándolas a Cristo y su misión redentora, se subraya la importancia de narrar la misericordia, tal como Jesús hizo con sus parábolas; y, en definitiva, la importancia de ver la misericordia hecha vida en la historia a través de las obras de misericordia. Escribe Máximo el Confesor: “Cristo es el buen samaritano de la humanidad”37. San Agustín desarrolla la lectura alegórica de la parábola: 
“Tanto con la naturaleza como con el intelecto usó misericordia el piadoso Samaritano que bajó en nuestra ayuda […] La posada es la Iglesia; quien habita allí es el Espíritu Santo. […] Si no tienes esta fe, no será para ti el samaritano, y morirás por tus heridas, habiendo rechazado la mano que cura”38. 
También la imagen del buen pastor ha sido explotada para referirse a la mediación salvífica universal de Jesucristo, Verbo encarnado: 
 37 MÁXIMO EL CONFESOR, Carta 11; cit. en PCPNE, Misericordiosos como el Padre, 197. 38 SAN AGUSTÍN, Sermón 365; cit. en PCPNE, Misericordiosos como el Padre, 175. 
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“Esta oveja somos nosotros, los hombres, que nos hemos separado por el pecado de las cien ovejas razonables. El Salvador toma sobre sus hombros la oveja entera, puesto que no se había perdido en parte sólo. Puesto que se había perdido toda entera, ha sido llevada entera al paraíso. El pastor la lleva sobre sus hombros, es decir, en su divinidad”39. 
Por su parte, Ireneo de Lyon comenta: 
“Por eso el Señor mismo nos ha dado «un signo en lo profundo, o en lo más alto» (Is 7,11) que el ser humano no pidió, pues ni siquiera podía soñar en una virgen preñada, o que una virgen pudiese dar a luz a un hijo y que el así dado a luz fuese «Dios con nosotros» (Is 7,14) y que descendiese a lo más hondo de la tierra «para buscar la oveja perdida» (Lc 15,4-6) (es decir, su propio plasma), y retornase a las alturas (Ef 4,10) para ofrecer y encomendar al Padre a los seres humanos, haciendo de sí mismo la «primicia de la resurrección» (1 Cor 15,20) del hombre”40. 
Dice Jesús: “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11). Más allá de una imagen o una parábola que narrar, la historia del buen pastor es la de la entrega de Cristo en su muerte redentora. En ello se muestra la sobreabundancia de la misericordiadivina, por la cual uno dio la vida en favor de todos (representación) y, radicalizado este concepto por la realidad pecadora de la humanidad, verdaderamente en lugar de todos (sustitución): “Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8); “Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2Co 5,21). 
El logo del Jubileo resume bien todos estos motivos soteriológicos. Está inspirado en la Antigua “Homilía sobre el Sábado Santo”, que se propone en el Oficio de lecturas cada año: Jesucristo 
“va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere descender a visitar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte. Dios y su Hijo van a liberar de sus dolores a Adán y a Eva, que se encuentran en prisión. [...] Y tomándolo por la mano lo sacude diciendo: “Despierta tú que duermes, 
 39 GREGORIO DE NISA, Adversus Apolinarium, 16 (PG 45, 1153); cit. en COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL, El cristianismo y las religiones (1997), 46; http://www.vatican.va/roman_curia/ congregations/cfaith/cti_documents. 40 IRENEO DE LYON, Adversus haereses, III, 19, 3 (SC 211, 380; PG 5, 941). Cf. Adversus haereses, V, 12, 3 (SC 153, 150; PG 5, 1153-1154): “No muere una cosa, y otra recibe la vida; así como no es una la oveja perdida y otra la encontrada, sino que la perdida es la misma que el Señor busca y encuentra.”; Id., Demonstratio praedicationis apostolicae, 33 (Fuentes Patrísticas 2, 124-128); HILARIO DE POITIERS, Commentarium in Matthaeum, 18, 6 (SC 258, 80-82; PL 9, 1020-1021). Cf. L.F. LADARIA, Jesucristo, salvación de todos, San Pablo-Universidad Pontificia Comillas, Madrid 2007, 124-127. 
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levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz”. [...] Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, el Señor, he revestido tu naturaleza de siervo; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti, hombre, he compartido la debilidad humana, pero luego he llegado a ser libre entre los muertos. Por ti que fuiste expulsado del jardín he sido entregado a los Judíos en el jardín, y en jardín he sido crucificado. Contempla los salivazos de mi cara que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas que he soportado para reformar de acuerdo con mi imagen tu belleza perdida”41. 
El diseñador del logo, M.I. Rupnik explica así el motivo tradicional en el que se inspira, reproducido en iconos orientales: 
“El icono del Descenso a los infiernos 
presenta a Cristo en los infiernos, en un movimiento indescifrable, que no comprendemos si pertenece aún al descenso o si más bien es el inicio del ascenso. En este movimiento, toma a Adán por la muñeca, lugar del pálpito de la vida, devolviéndole la vida y arrastrándolo consigo fuera de la tumba. Detrás de Adán están Eva y toda su descendencia, que ahora sale del sepulcro para ser devuelta con Cristo al corazón del amor trinitario, a la presencia del Padre Santo y misericordioso de donde el hombre se había alejado. Vemos así toda la parábola recorrida por Cristo en el descenso al pecado del hombre y todo el ascenso realizado por el hombre con él, hasta la santidad de Dios”42. 
 41 Antigua homilia sobre el Sábado Santo; cit. en PCPNE, Misericordiosos como el Padre, 199-200. El dibujo del logo recrea parte del diseño del mosaico de la Iglesia de las Hermanas Ursulinas Hijas de María Inmaculada en Verona. http://www.centroaletti.com/spa/opere/italia/43.htm. 42 “L’icona della Discesa agli inferi rappresenta Cristo negli inferi, in un movimento indecifrabile, che non comprendiamo se appartenga ancora alla discesa o sia piuttosto l’inizio della risalita. In questo movimento, prende Adamo per il polso, luogo del battito della vita, ridandogli la vita e trascinandolo con sé fuori dalla tomba. Dietro ad Adamo, c´è Eva e tutta la loro discendenza, che ora esce dal sepolcro per essere con Cristo riportata nel cuore dell’amore trinitario, al cospetto del Padre Santo e misericordioso da dove una volta l’uomo si é allontanato. Vediamo così tutta la parabola percorsa da Cristo nella discesa al peccato dell’uomo e tutta la salita compiuta dall’uomo con lui, fino alla santità di Dio.” M.I. RUPNIK, Dire l’uomo. I. Persona, cultura della Pasqua, Lipa Edizioni, Roma, 1996, 246. 
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3.2 UN CORAZÓN NUEVO, UN ESPÍRITU NUEVO 
La misericordia divina no se detiene en la condescendencia y la compasión, sino que opera una transformación de la miseria del hombre. Por antonomasia, esta miseria la constituye la realidad del pecado. No hay nada en el hombre que le permita salir de su miseria por sus propios medios. La gran obra de la misericordia divina es, pues, la transformación del corazón del hombre, la gracia de la justificación. Citando a San Agustín, afirma el Catecismo que “la justificación de los pecadores supera la creación de los ángeles en la justicia porque manifiesta una misericordia mayor” (CEC 1994). Por la gracia de la justificación, hay en la vida del hombre un “antes y después de Cristo”, un paso hacia una nueva vida, fundada en una interna trasformación que solo puede ser obra de Dios, y secundada por la respuesta de fe que el mismo Espíritu suscita en el corazón humano43. La misericordia de Dios otorga graciosamente al hombre poder volver a empezar, según la vida nueva de los hijos de Dios. En clave moral-espiritual, la justificación se corresponde con el concepto de conversión. 
Esta conversión nace del encuentro con Jesucristo, y su modelo lo encontramos en los múltiples encuentros que narran los evangelios: Mateo, Samaritana, Zaqueo, Bartimeo... Las parábolas de la misericordia, a través del artificio literario, invitan a todos precisamente a situarse en la dinámica del cambio de situación, animándonos a vivir nuestra propia historia de conversión, a través de la acogida de la misericordia en el encuentro con Cristo, que siempre nos sorprende trastocando nuestras convicciones44: el Padre estaba esperando y corre para abrazar al hijo que vuelve; ese hijo que abandonó el hogar es “este hermano tuyo”; el prójimo es el samaritano que “se hizo prójimo” del hombre apaleado; la alegría no está en la seguridad de las noventa y nueve ovejas del redil, sino en la recuperación de la que estaba perdida... 
El Concilio Vaticano II ha abordado la cuestión de la conversión asumiendo la doctrina ya establecida en Trento y expresándola a través de lo que podríamos llamar una “antropología del corazón” bastante desarrollada45. Puestos a hablar de la transformación interior del hombre, 
 43 Cf. CONCILIO DE TRENTO, Decreto sobre la justificación (DH 1520-1583). 44 Cf. PCPNE, Misericordiosos como el Padre, 71-139. 45 Cf. F. CASTRO, Misterio del hombre. Antropología en el concilio Vaticano II (Imágenes de la fe 466, octubre 2012), 15-16. 
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no hay otro término mejor avalado por la Sagrada Escritura: “Corazón” es el término antropológico que, de lejos, es más usado en la Biblia: 814 veces46. Para que los corazones arrepentidos pudieran ser sanados, Dios envió a su Hijo (SC 5; AG 3). En el corazón de cada persona de buena voluntad actúa la gracia de Cristo resucitado por virtud del Espíritu (GS 22, 38). La predicación del Evangelio, guiada providencialmente por el Espíritu Santo a través de la historia, ha movido los corazones para que se reconozcan en la sociedad los auténticos valores humanos (GS 26). También el testimonio de vida de los cristianos dispone a los demás a una acogida de la gracia en sus corazones (AA 13). Esto hará posible una verdadera unión de la sociedad basada en la unión de unas mentes iluminadas por la fe y unos corazones fortalecidos por el amor (GS 42). Es necesaria una conversión de los corazones para vivir la paz que nos otorga Cristo resucitado y erradicar del mundo las guerras,empeñándose en la construcción de un orden internacional más justo (GS 78, 82, 88). En definitiva, es Dios mismo quien hace germinar la Palabra en el corazón de la persona (AG 13; 40). La persona solo puede ser movida hacia la conversión por el Espíritu, que abre los corazones e infunde en ellos la caridad (Rm 5,5; DV 5; LG 42; AA 3-4; AG 13; 15). Esto no ocurre sin la colaboración de un corazón que se abre a su vez a la acción del Espíritu Santo (AG 13). De este modo la persona podrá llegar a amar a Dios “con todo el corazón” (LG 40; AA 8). 
En conclusión, la misericordia que Dios nos ha dispensado en Jesucristo y en su Espíritu nos otorga “un corazón nuevo, un espíritu nuevo”, “un corazón de carne” que sustituya al “corazón de piedra” endurecido por la soberbia del pecado y la indiferencia a los hermanos (Cf. Ez 36,24-28). La esclerocardía (dureza de corazón) nos hace indiferentes a los hermanos y esclavos de nuestras pasiones. Solo la gracia puede curarnos de esta mortal enfermedad, transformándonos interiormente. Y solo así podemos seguir el mandato de ser “misericordiosos como el Padre”, tal como nos invita el lema del próximo Jubileo. 
 
 
 
 
 46 El que le sigue más de cerca es nefes (aliento, alma), 755. Cf. H.W. WOLFF, Antropología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1975, 63-86. 
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4. MISERICORDIOSOS COMO EL PADRE 
 
Hemos comenzado hablando de la misericordia como atributo divino para terminar hablando de la misericordia como expresión de la nueva condición de hijos de Dios. Dios santo nos santifica, Dios justo nos justifica, Dios misericordioso nos hace misericordiosos. En este apartado nos dedicaremos a indagar en la misericordia como paradigma de la humanidad nueva fundada en Jesucristo y en la Iglesia como signo e instrumento de ese nuevo modelo de humanidad. 
 
4.1 DICHOSOS LOS MISERICORDIOSOS 
 “¿Qué es la misericordia? No otra cosa sino cargarse el corazón de un poco de miseria (de los otros). La palabra “misericordia” deriva su nombre del dolor por el miserable. Las dos palabras están en ese término: miseria y corazón. Cuando tu corazón es afectado, sacudido por la miseria de los demás, ahí tienes la misericordia. Considerad, por tanto, hermanos míos, que todas las obras buenas que realizamos en esta vida se refieren verdaderamente a la misericordia”47. 
Esta etimología de la palabra “misericordia”, así explicada por San Agustín, nos ayuda a entrar en la actitud medular de la vida nueva de los hijos de Dios, tal como la explica Jesús en el contexto del discurso del Reino: “perfectos/misericordiosos como el Padre” (Mt 5,48; Lc 6,36). Conviene estar atentos para no confundirla con sus caricaturas y para, en cambio, reconocer sus elementos esenciales48. 
 
4.1.1 Caricaturas de la misericordia 
Para comprender en qué consiste la misericordia que estamos llamados a vivir, puede ayudarnos detectar algunas confusiones que hay que evitar, de las cuales nos advierte Jesús. Se trata de formas engañosas de amor, verdaderas caricaturas de la misericordia: 
- La primera es la ilusión de la apariencia. Es la típica hipocresía farsante y vacía de los fariseos, encerrados en su sistema de normas, sin 
 47 SAN AGUSTÍN, Sermón 358A; cit. en PCPNE, Misericordiosos como el Padre, 170. 48 Algunas consideraciones muy iluminadoras pueden leerse en S. KIERKEGAARD, Las obras del amor, Sígueme, Salamanca 2006. También en J.J. PÉREZ-SOBA, El amor: introducción a un misterio, BAC, Madrid 2011, 295-402. 
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resquicio para la gratuidad. Frente a la satisfacción de haber cumplido, de haber hecho ya bastante, Jesús les dice con los profetas: “Misericordia quiero, no sacrificios” (Mt 9,13; Os 6,6). 
- La segunda es la ilusión de la inteligencia. Es la que Jesús recrimina a los escribas, que se conocen de memoria la Torah y la enseñan a los demás proponiéndola como un ideal realmente inalcanzable, y con eso piensan, engañándose a sí mismos, que ya lo están viviendo ellos (cf. Lc 11,37-52). 
- Hay otra ilusión, de la que nos hace conscientes Pablo; se trata de la ilusión de la generosidad: “Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría” (1Co 13,3). Frente a esto, conviene recordar que la misericordia es tal, “incluso cuando no puede dar nada ni es capaz de hacer nada”49. Los ejemplos de la limosna de la viuda, de Santa Teresa del Niño Jesús, y de tantas vidas postradas por la enfermedad y, sin embargo, llenas de amor, nos deben convencer de esto mismo. 
- Otro de los engaños en el amor es la predilección. Amar a quien nos ama, a la gente que nos cae bien, a quien nos puede devolver un favor... Kierkegaard advierte: “La pasión amorosa se determina por el objeto, la amistad se determina por el objeto; solo el amor al prójimo se determina por el amor”50. De ahí nace una “necesidad de amar”, para la cual se hace indiferente el amigo o el enemigo (cf. Mt 5,43-48). 
- Muy parecido al anterior es el engaño del sentimentalismo, nacido de una cierta bondad natural que nos inclina hacia el débil. Se trata de una misericordia afectiva, pero no efectiva. Esta actitud encierra la misericordia en el reducto de la intimidad y mide la necesidad del otro según la intensidad de la propia conmoción. No se deja interpelar por la realidad sufriente, ni se detiene a ver sus causas para actuar con verdadera efectividad. El otro, en realidad, no interesa, solo el sentimiento. 
Todas estas caricaturas de la misericordia tienen en común su carácter “autorreferencial”: nacen del amor propio y se agotan en ese impulso narcisista. Se manifiestan en clave de “ejemplaridad” hacia los demás, pero no nacen de un corazón verdaderamente convertido. El único ejemplo con valor de modelo es el de Jesucristo, al cual todos hemos de imitar: “Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (1Co 11,1). Solo en 
 49 S. KIERKEGAARD, Las obras del amor, 379-396. 50 S. KIERKEGAARD, Las obras del amor, 92. 
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este sentido transitivo debemos entender la categoría del “ejemplo”, de otro modo tan ambigua. Pero ese sentido está incluido en una categoría más rica, empleada con profusión desde el Concilio: el testimonio51. El corazón convertido a Dios y al hermano no se afana en el ejemplo, al mismo tiempo que se hace inadvertidamente testigo de una misericordia que tiene su fuente y su referencia en Dios, no en sí mismo: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). 
 
4.1.2 Criterios de la misericordia 
Una vez advertidos de los engaños en los que podemos caer, conviene buscar algunos criterios que nos permitan reconocer y vivir la misericordia, tal como nos la muestra Jesucristo. 
 
1) El principal criterio es el prójimo. No hay excusas ni cálculos que justifiquen pasar de largo ante la miseria del prójimo (cf. Lc 10,29-37). El debate insoluble acerca de “¿quién es mi prójimo?” se termina ante la “projimidad” del otro (Zubiri, Laín Entralgo), su “rostro” (Lévinas), que no permite que la persona sea simplemente convertida en un objeto que se pueda apartar del camino, que podamos no mirar ni tratar con “respeto” (S. Weil). Las parábolas de la misericordia nos señalan esta propiedad del otro como prójimo, estableciendo un “triángulo relacional” que interpreta nuestra vida y la cuestiona: “La misericordia de Dios está siempre referida aquella entre personas humanas y no se decide nunca sola, ni solo en la relación entre Dios y yo”52. 
Ante el misterio del otro, la misericordia se manifiesta como la capacidad de empatía y compasión de un corazón que “quema” la miseria53. Fundados en la compasión divina revelada en Cristo, es ya posible a los hombres la compasión que se abre a la trascendencia del otro y rompe la ilógica implacable del sufrimiento. “Esta compasión despierta

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