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B Capitalismo, colonialismo e imperialismo a inicios 
del siglo xx1
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Evaluación 
diagnóstica, 
p. 3
Introducción
El periodo transcurrido entre 1875 y 1914 fue de un extraordinario desarrollo económico en 
Europa y Estados Unidos, lugares donde el capitalismo industrial se convirtió en el modo de 
producción predominante. El crecimiento de la industria y la demanda de materias primas y 
mercados determinó que los países industrializados establecieran su hegemonía sobre los no 
industrializados mediante imperios coloniales en África, Asia y el Pacífico. La competencia de 
las potencias por territorios más allá de sus fronteras derivó en tensiones interimperialistas 
que desembocaron, en 1914, en la Primera Guerra Mundial. Por su duración y elevado costo 
en vidas humanas y recursos materiales, esta guerra (1914-1919) tuvo profundas consecuencias 
económicas, políticas y sociales.
En materia política, antes de 1914 el mundo seguía lleno de imperios y emperadores. En 
Europa, los gobernantes de Alemania, Austria-Hungría, Rusia y Turquía reclamaban este 
título. Para 1918, todos ellos habían desaparecido. En Rusia, una profunda revolución sentó 
las bases para la creación del primer Estado socialista del mundo, acontecimiento que tendría 
consecuencias decisivas en la historia del siglo xx.
Así, a lo largo de este bloque revisaremos el fenómeno del imperialismo y qué lo hizo cuali-
tativamente distinto del colonialismo; estudiaremos las causas y consecuencias de la Primera 
Guerra Mundial al abarcar el inicio y desarrollo del conflicto, sus participantes, sus impactos 
sociales y los tratados de paz, y analizaremos la Revolución Rusa rastreando sus antecedentes 
en la autocracia zarista, el atraso del imperio, la guerra ruso-japonesa y la Revolución de 1905, 
así como sus consecuencias. 
Del colonialismo a las naciones imperialistas
El término imperialismo comenzó a emplearse de forma general en la década de 1890, en los 
debates en torno a las nuevas conquistas coloniales. Aunque existió una fuerte polémica acer-
ca de su verdadero significado, existía consenso en cuanto a que se trataba de un fenómeno 
nuevo, distinto del colonialismo de siglos anteriores.
Un texto clave en su correcta definición fue El imperialismo, fase superior del capitalismo (1917), de 
Vladimir Ilich Lenin (1870-1924), impreso en plena guerra mundial. Pero, a pesar del año de su 
publicación, el libro hacía referencia a un fenómeno que comenzó a desarrollarse y alcanzó 
su máximo auge en el último cuarto del siglo xix y comienzos del xx.
La tesis central del libro de Lenin era que el imperialismo constituía una nueva fase en el 
desarrollo del capitalismo que conducía a la división territorial del mundo entre las grandes 
potencias. Naturalmente, la política colonial existió mucho antes que el capitalismo, y no 
constituía ninguna novedad a finales del siglo xix. Por ejemplo, la Roma antigua conquistó 
un extenso imperio. Los imperios coloniales español y portugués se desarrollaron sobre todo 
durante el siglo xVi, 400 años antes del periodo que nos ocupa.
La diferencia entre el viejo colonialismo y el imperialismo moderno, como veremos más ade-
lante, es la formación económico-social que los sustenta. En el Imperio Romano el modo de pro-
ducción dominante era el esclavismo. Los imperios portugués y español se formaron antes de la 
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Revolución Industrial, cuando dominaba en Europa el mercantilismo, un modo de producción 
de transición entre el feudalismo y el capitalismo en el que los mercados desempeñaron un pa-
pel preponderante, cuyo principal objetivo era la obtención e intercambio de metales preciosos.
El colonialismo europeo comenzó en los siglos xV y xVi con los grandes descubrimientos de 
los exploradores portugueses y españoles que, al buscar rutas alternativas para dirigirse a Asia 
sorteando los dominios del Imperio Otomano, recorrieron casi todo el globo. Trascendental 
fue el descubrimiento de América por Cristóbal Colón (1451-1506), en 1492, y el descubri-
miento por los portugueses de una ruta marítima hacia India, en 1498, circunnavegando el 
continente africano.
A lo largo del siglo xVi, españoles y portugueses conquistaron todo el con-
tinente americano y crearon colonias en Asia, incrementaron el comercio, 
descubrieron rutas marítimas y cartografiaron casi todo el planeta. El Im- 
perio Español fue el más extenso, seguido por el de Portugal. También 
tuvieron imperios coloniales los Países Bajos, Reino Unido y Francia.
Por su parte, el imperialismo fue consecuencia directa del nivel de desa-
rrollo alcanzado por el capitalismo en la segunda mitad del siglo xix con el 
surgimiento del capital financiero —fusión del capital industrial y el ban-
cario— (figura 1.1), la exportación del capital y la creación de un mercado 
global que penetró las regiones más recónditas, moviendo productos, dinero 
y personas, aunado al crecimiento de monopolios —empresas que integran 
todas las etapas del proceso productivo—. Las principales naciones indus-
triales, Estados Unidos, el Imperio Británico, el Imperio Alemán, Francia, y 
en Asia sobresalía Japón, fueron las potencias imperialistas.
El progreso de la industrialización en Europa condujo a una creciente demanda de materias 
primas, que no podía ser satisfecha con la producción de los países metropolitanos, y a una sa-
turación de los mercados, lo cual significó que la demanda interna de estos países no agotaba 
su producción industrial, operando como un freno al crecimiento. Al exterior, en el mercado 
mundial, cada potencia se enfrentaba a la competencia con otras naciones industrializadas.
Para que la economía continuara creciendo y no cayera en el estancamiento y la crisis, se vol-
vió indispensable para las potencias apoderarse de otras regiones del mundo con el fin de 
establecer monopolios, creando nuevas colonias que sirvieran como proveedoras de materias 
primas y fuerza de trabajo —recursos naturales y mano de obra—, y como mercados exclusi-
vos para los productos manufacturados. La posesión de colonias era lo único que garantizaba 
la plena concentración de todas las fuentes de materias primas y mercados para un producto 
determinado frente a otros competidores.
Esto ocasionó una nueva división internacional del trabajo en la que la producción de bienes 
manufacturados, la mayor parte del consumo y la concentración de la riqueza se diera en 
Figura 1.1 El crecimiento de la gran industria, 
el surgimiento del capital financiero y el 
desarrollo de un mercado mundial 
introdujeron una nueva fase del capitalismo: 
el imperialismo. Meunier, C. (1893). En el país 
negro. [Pintura]. París: Museo de Orsay.
Te recomendamos leer El imperialismo, fase superior del capitalismo, del revolucionario marxista ruso Vladimir 
Ilich Lenin. Puedes encontrarlo completo en la página electrónica: http://edutics.mx/5oc (consulta: 18 de 
junio de 2019), páginas 161 a 211.
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Figura 1.2 El imperialismo consistió en 
la imposición de la hegemonía de los 
países industrializados sobre los no 
industrializados. Lazarus, J. (1939). England´s 
Shame. [Pintura]. Múnich: Colección 
Persuasive Maps: PJ Mode.
los países centrales —los países de Europa occidental, Estados Unidos y, poco después, Ja-
pón— mientras que los países periféricos quedaron reducidos a las funciones subordinadas 
de proveedores de materias primas y fuerza de trabajo.
El intercambio entre países centrales y periféricos fue muy desigual y ventajoso para los primeros, 
lo que se tradujo en la extracción de la riquezade las periferias y su flujo hacia los centros. Esto 
tuvo un efecto deformante sobre las economías de los países no industria-
lizados que resultó en subdesarrollo y dependencia respecto de los centros.
En el aspecto ideológico, el imperialismo se presentó como una labor 
moralmente justificada porque llevaba la “civilización” (europea) a los 
pueblos sometidos, considerados de forma racista y etnocentrista como in-
civilizados, atrasados, salvajes, bárbaros, débiles, moralmente depravados 
e incapaces de gobernarse a sí mismos. Así, los móviles económicos eran 
revestidos de misión civilizadora, presentada como la “carga del hombre 
blanco” (figura 1.2). Animados por teorías como el darwinismo social, los 
europeos consideraban a los otros pueblos biológicamente inferiores y des-
tinados a la extinción. La expansión imperialista se acompañó siempre de 
abusos, violaciones y matanza de los pueblos nativos.
Las guerras coloniales —así como las riquezas extraídas de los dominios—, 
eran muy populares entre la población de las potencias y funcionaban, 
además, como válvula de escape para las tensiones sociales motivadas por 
las desigualdades de la industrialización en la propia Europa. A las causas 
económicas e ideológicas del imperialismo se sumaron otras consideracio-
nes, como las geopolíticas: las potencias buscaron afirmar su dominio sobre 
determinados territorios por su valor estratégico desde el punto de vista 
militar y también para tener el control de sus rutas comerciales. Asimismo, 
entró en juego una cuestión de prestigio, puesto que poseer colonias era una manifestación 
más del poderío y de la pretendida superioridad de una nación.
Por lo anterior, el último cuarto del siglo xix fue testigo de una intensa expansión de los do-
minios coloniales de las principales naciones industrializadas. África fue el principal escena-
rio de las conquistas; en 1876, apenas 10.8 % de su inmenso territorio pertenecía a las potencias 
coloniales europeas; para 1900, esta cifra se había elevado hasta 90.4 %. En la Polinesia ocurrió 
algo parecido, en 1876, 56.8 % era propiedad de las potencias europeas y Estados Unidos; en 
1900, 98.9 %. La expansión se efectuó también a costa de los imperios chino, español, portu-
gués y otomano, potencias coloniales decadentes en las que no se mostró el desarrollo del 
capitalismo ni la revolución industrial.
Applicación 1, 
pp. 4 y 5
Actividad 1, 
pp. 5 y 6
En 1905, Albert Einstein (1879-1955) físico alemán de origen judío, publicó cuatro artículos trascendentales: el 
primero, sobre el efecto fotoeléctrico, en el que establece la naturaleza corpuscular de la luz en forma de cuantos 
de energía que ahora conocemos como fotones. El segundo versa acerca del movimiento browniano (movimiento 
estocástico de partículas suspendidas en un líquido estacionario), que demuestra la existencia de los átomos. 
En el tercero plantea la teoría de la relatividad especial, en el cual postula que la velocidad de la luz es siempre 
constante, pero el tiempo y el espacio dependen del observador. El cuarto aborda la equivalencia entre la materia 
y la energía mediante la ecuación E = mc2. Estos aportes son considerados trascendentales para el desarrollo de 
la física contemporánea, por lo que ese año se conoce como el annus mirabilis (“año extraordinario” o “maravilloso”) 
de la física.
INFORMACIÓN 
IMPORTANTE
Ejercicio 1, 
p. 4
Capitalismo, colonialismo e imperialismo a inicios del siglo xx
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La historia de un periodo 
no sólo se compone 
de enfrentamientos 
bélicos, también 
comprende los desarrollos 
y avances científicos y 
tecnológicos, así como las 
innovaciones intelectuales 
y artísticas.
La mayor parte de la expansión se llevó a cabo en territorios “desocupa-
dos”, es decir, que no pertenecían a ningún Estado reconocido por los 
europeos y cuyas poblaciones nativas no se tomaban en consideración. 
Las guerras de conquista, el sojuzgamiento de antiguas culturas y formas 
de organización social, el sometimiento y explotación de los pueblos colo-
nizados dieron origen a nuevos conflictos. Muchos pueblos se resistieron 
tenazmente a ser conquistados, pero la superioridad tecnológica de los 
países industrializados les dio ventaja militar. Los colonizados carecían 
de embarcaciones cañoneras, artillería de disparos rápidos, cañones auto-
máticos, fusiles de repetición, ametralladoras y pólvora que no producía 
humo. Así, a finales del siglo xix, la superficie terrestre ya se encontraba 
“repartida” entre varios Estados, a pesar de ello, pronto se demostraría que 
resultaba insuficiente para los proyectos imperialistas.
Del colonialismo al imperialismo en Asia y el Pacífico
La penetración europea en Asia comenzó en el siglo xVi, con el descubrimiento de rutas 
marítimas por exploradores portugueses. Vasco da Gama (ca. 1460-1524) rodeó el continente 
africano por el cabo de Buena Esperanza en 1498. Para comerciar con India y China y contro-
lar el comercio de las especias en el sureste asiático, los portugueses crearon colonias como 
Goa, en India, Timor del Este y Macau, en Asia oriental. Los españoles también conquistaron 
territorios en Asia. Desde Nueva España enviaron expediciones para comerciar con China y 
para contar con una base en el Pacífico, asimismo, conquistaron Filipinas en 1565.
En 1599 se formó en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte la Compañía Británica 
de las Indias Orientales (EiC, por sus siglas en inglés) con el propósito de comerciar con Asia y 
competir con los portugueses. Al año siguiente, la reina Isabel I (1533-1603) les concedió el mo-
nopolio. La EiC financió numerosos viajes, y agentes de la compañía se establecieron en India y 
empezaron intercambios comerciales con China. Entre 1610 y 1611 la EiC estableció factorías en 
Bengala, Madrás y Bombay, en la costa de India. Los holandeses no se quedaron atrás, en 1602 
organizaron en Ámsterdam la Compañía Unida de las Indias Orientales (VOC, por sus siglas en 
neerlandés) para impulsar el comercio con Asia, a la que su gobierno otorgó un monopolio. En 
1605 arrebataron el puerto de Amboyna a los portugueses, en las Molucas. La VOC estableció su 
primer puesto de comercio en Java, donde después fundó la ciudad de Batavia (actual Yakarta) 
y estableció factorías en la costa de otras islas del archipiélago indonesio y en Ceilán.
Es importante destacar que, a excepción de Filipinas, estas colonias sólo fueron factorías o 
estaciones comerciales; lugares donde se establecían los mercaderes europeos y en los que sus 
barcos podían hacer escalas para comerciar o abastecerse. Los países europeos no buscaron 
controlar de manera directa los territorios del interior. Además, en el caso de Reino Unido y 
Países Bajos, la expansión colonial en esta etapa no corrió a cargo de sus gobiernos, sino de 
empresas privadas, la EiC y la VOC.
A mediados del siglo xix, cuando el viejo colonialismo cedió paso al imperialismo, esta situa-
ción cambió en forma radical. El Reino Unido decidió afirmar su control sobre la totalidad del 
subcontinente indio. Entre 1857 y 1858, el ejército de Bengala —fuerza creada por los británi-
cos con soldados reclutados en India— se amotinó contra la EiC. Este episodio se conoce como 
el Levantamiento de los Cipayos —cipayo proviene del persa y significa “soldado”— y por un 
momento puso en duda el control sobre India. El alzamiento fue reprimido a un alto costo. 
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Figura 1.3 En la Primera Guerra del Opio, Reino 
Unido derrotó a China y la obligó a firmar 
el primero de una larga serie de tratados 
desiguales que forzaron a abrir al comercio con 
Occidente a través de sus principales puertos. 
Simkin, R. (1842). The 98th Regiment of Foot at 
the Attack onChin-Kiang-Foo, 21st July, 1842. 
[Pintura]. 
El gobierno decidió disolver la EiC y hacerse cargo directamente de India, transformada en-
tonces en el Raj británico. Desde ahí, proyectaron su influencia en el Golfo Pérsico.
Los holandeses procedieron de forma similar. En 1796, el gobierno de los Países Bajos naciona-
lizó la VOC, cuya carta expiró en 1799. Los holandeses conquistaron o absorbieron mediante 
tratados a los antiguos reinos del interior de las islas donde tenían factorías, afirmando su 
dominio sobre Sumatra, Java, Borneo, Timor Occidental, la isla de Célebes y la parte oeste de 
Nueva Guinea. Estos dominios se conocieron entonces como Indias Orientales Neerlandesas 
(actualmente Indonesia). Colonos holandeses explotaron la fuerza de trabajo local en inmen-
sas plantaciones de especias, té y quinina. El petróleo se convirtió después en el recurso más 
importante.
El siguiente objetivo de las potencias imperialistas fue China. El surgimiento de un mercado 
mundial y la circulación de mercancías procedentes de todas partes del mundo dio origen a 
nuevos gustos y necesidades en las sociedades europeas. El consumo de bebidas antes conside-
radas exóticas, como el té y el café, se popularizó en este periodo (por cuestiones climáticas, 
estos productos no se cultivaban en Europa, por lo que tenían que importarlos). En el siglo xix, 
la mayor parte del té provenía de China.
Los europeos también eran consumidores de la seda y la porcelana china. Por otra parte, 
con su inmensa población, el Imperio Chino representaba un atractivo mercado para los 
productos manufacturados en Europa. Sin embargo, los gobernantes de la dinastía Qing no 
veían con buenos ojos el comercio con las naciones imperialistas, pues las consideraban una 
seria amenaza a su soberanía y control. Establecieron por lo tanto restricciones al comercio, 
que sólo podía efectuarse a través del puerto de Cantón y pagando elevados impuestos, de 
modo que la demanda de artículos producidos en Europa se mantuvo muy baja. La mayor 
parte del intercambio se hacía con plata, lo que resultaba muy gravoso para las potencias, 
que implicaba crecer el déficit de su balanza comercial con China. Para equilibrar la balan-
za, los británicos comenzaron a traficar con opio —droga cuyo comercio 
y consumo estaba prohibido en China desde 1729— producido en India.
El gobierno chino se resistió a permitir este tráfico y expulsó a los co-
merciantes británicos, quienes se quejaron con su gobierno, que decidió 
apoyarlos con las armas. La Primera Guerra del Opio se desarrolló de 1839 
a 1842 y la flota británica se impuso (figura 1.3). La paz se alcanzó con la 
firma del Tratado de Nankín, que estableció condiciones muy duras para 
China. Se acordó la apertura de cuatro puertos más al comercio y el dere-
cho de enviar cónsules. Además, China se comprometió a pagar costosas 
reparaciones en plata y cedió la isla de Hong Kong al Imperio Británico 
(Hong Kong volvió a la soberanía china en 1997). En 1857 los británicos, 
esta vez aliados con los franceses, desencadenaron la Segunda Guerra del 
Opio para exprimir más concesiones a China, usando el arresto de la tripu-
lación de un barco británico, el Arrow, como excusa. Las fuerzas invasoras 
ocuparon Cantón y prosiguieron rumbo al norte. Los chinos, incapaces 
de resistir la ofensiva, firmaron, en 1858, el Tratado de Tientsin, en el que también partici-
paron Rusia y Estados Unidos, por el que se volvió a ceder terreno al imperialismo. Cuando 
en 1859 los chinos impidieron la apertura de embajadas en Beijing, las tropas británicas 
prosiguieron su avance hasta la capital, donde saquearon y destruyeron el Palacio de Verano. 
Capitalismo, colonialismo e imperialismo a inicios del siglo xx
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Definitivamente derrotada, la dinastía Qing hizo nuevas concesiones. China, un imperio con 
dos mil años de historia, quedó reducido a la condición de semicolonia.
De la rebelión de los bóxers a la Revolución China
Durante el siglo xix la sociedad china empezó a desintegrarse por razones internas y externas. 
La nobleza y los funcionarios fueron incapaces de reaccionar al crecimiento demográfico, el 
estancamiento económico, la pobreza y el descontento social. Las depredaciones del impe-
rialismo desacreditaron a la dinastía. La terrible humillación que representó la capitulación 
frente a los extranjeros generó un fuerte descontento social y devino en serios conflictos. 
En todo el imperio se formaron asociaciones secretas con ideales patrióticos y a veces contra-
rios a la dinastía Qing.
Uno de estos movimientos fue el Yihetuan, una asociación que los occidentales conocieron 
como los bóxers (boxeadores) porque practicaban artes marciales. Los bóxers querían expulsar 
de China a los extranjeros y se levantaron en junio de 1900, atacando misiones cristianas, 
a soldados europeos y sitiando el barrio de las embajadas en Beijing. La rebelión fue aplastada 
con una intervención militar de tropas de ocho naciones (Alemania, Austria-Hungría, Estados 
Unidos, Francia, Italia, Japón, Reino Unido y Rusia).
Otros movimientos patrióticos no eran antioccidentales, sino republicanos y moderni-
zadores. En 1911, una revolución encabezada por intelectuales urbanos, como el doctor Sun 
Yat-sen (1866-1925), derrocó a la monarquía y estableció la República con ideales nacionalistas. 
En 1917, Sun fundó el Guomindang, partido que se esforzaría por controlar la vida política 
china durante los siguientes 30 años. La creación de la República no resolvió los problemas de 
China, que pronto se precipitó a la guerra civil y se fracturó en múltiples regiones controladas 
por señores de la guerra, esto es, caciques militares locales.
Con el imperialismo, nuevas potencias irrumpieron en Asia. Francia inició sus conquistas en 
el sureste asiático con la creación de un protectorado sobre el antiguo Reino de Camboya, 
en 1863. Después, conquistó Cochinchina (el sur de Vietnam). Entre 1884 y 1885 los franceses 
ampliaron su dominio sobre Annam y Tonkín (el centro y el norte de Vietnam). Sumaron 
Laos en 1893, integrando así la colonia Indochina Francesa. 
Por su parte, los intereses estadounidenses se centraron en el Pacífico. Para contar con su propia 
base de comercio con China, Estados Unidos decidió “abrir” a Japón al comercio internacional. 
A mediados del siglo xix, Japón llevaba cerca de 300 años gobernado por el shogunato Toku-
gawa, que permitía intercambios económicos muy controlados en el exterior. Únicamente los 
holandeses tenían permiso de comerciar con Japón, y su presencia se restringía a un enclave 
en el puerto de Nagasaki. En 1853, Estados Unidos envió una expedición al mando del como-
doro Matthew C. Perry (1794-1858) a imponer condiciones a los japoneses. La expedición de 
Perry llegó a la bahía de Edo (Tokio) y después de unos disparos demostrativos, exigió a los 
japoneses establecer relaciones diplomáticas con Estados Unidos y renunciar a su política de 
aislamiento. Los nipones no tuvieron otra alternativa que aceptar. El shogunato Tokugawa 
quedó seriamente desacreditado, y elementos de la élite partidarios de una modernización 
Para una nación industrializada exportadora, el control de las rutas comerciales reviste gran importancia. 
Además, en el pensamiento político estadounidense tuvieron un gran peso las teorías del historiador naval 
Alfred Thayer Mahan (1840-1914), autor de La influencia del poder naval en la historia (1660-1783), que afirmaba 
que la supremacía naval era el elemento decisivo para conseguir el poderío sobre otras naciones.
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acelerada dieron un golpe de Estado, conocido como la Restauración Meiji, en 1866. Japón 
emprendió un proceso de industrializacióna marchas forzadas. A fines de siglo, ya tenía sus 
propias ambiciones imperialistas. 
Después de “abrir” a Japón, Estados Unidos continuó con la proyección de su poder en el 
Pacífico a costa del entonces Reino de Hawái. Así, en 1875, Estados Unidos celebró con el mo-
narca de Hawái un tratado que le garantizaba privilegios comerciales exclusivos. En 1887 los 
hawaianos cedieron Pearl Harbor, en la isla de Oahu, para la construcción de una base naval. 
Hacia 1890, 99 % de sus exportaciones iban a Estados Unidos. En 1891, la reina Liliuokalani 
(1838-1917) inició una política para eliminar la influencia estadounidense y, en respuesta, 
desembarcaron marines en la isla y se creó un gobierno provisional integrado por inmigran-
tes estadounidenses. La reina fue depuesta en 1893 y se preparó la anexión de Hawái, completada 
en 1898. Después de una breve guerra con España ese mismo año —que se revisará en otro 
apartado— Estados Unidos absorbió los restos del Imperio Español en el Pacífico: Guam y 
Filipinas.
El Imperio Japonés también buscó apoderarse de dominios coloniales. Y su primer objetivo 
fue la península de Corea, que en aquel entonces era un reino independiente nominalmente 
vasallo de China. Para conseguirlo, Japón enfrentó al Imperio Chino y lo derrotó en 1895. 
Como consecuencia, se anexionó la isla de Taiwán (parte del Imperio Chino), obtuvo conce-
siones en la costa y creó un protectorado en Corea. Sus ambiciones se vieron frustradas por el 
Imperio Zarista, que expresó su interés en la península. No obstante, más tarde en 1904, Japón 
declaró la guerra a Rusia y la derrotó. Corea se convirtió formalmente en colonia japonesa 
en 1912.
Alemania también participó del reparto colonial de Asia y el Pacífico, pero sólo de forma mar-
ginal. Los alemanes se apoderaron del puerto de Tsingtao, en China, y de algunos territorios 
en Polinesia (el archipiélago de Bismarck y las Islas Salomón).
El reparto de África
Como ocurrió en Asia, la penetración europea en África comenzó en el 
siglo xVi, en la era de los grandes descubrimientos. Para tener puntos de 
aprovisionamiento en la larga ruta marítima hacia India, que daba vuelta 
por el cabo de Buena Esperanza, las potencias colonialistas —destacada-
mente Portugal, Reino Unido y los Países Bajos— crearon factorías en 
la costa africana. Estas estaciones comerciales sirvieron para mantener 
intercambios con los pueblos del interior. Al comienzo, a los europeos 
les interesaba el oro. Sin embargo, las prioridades cambiaron con la crea-
ción de vastos imperios en América. En el continente americano los portu-
gueses, españoles y británicos tenían una necesidad apremiante de fuerza 
de trabajo, y la extrajeron de África en forma de esclavos. Entre los siglos 
xVi y xViii, millones de personas fueron secuestradas de África y traslada-
das a América en barcos negreros que cruzaron el Atlántico. Aunque los 
europeos no penetraron en el interior de África, los efectos del esclavismo se hicieron sentir 
en lo más profundo del continente, transformando la sociedad, la economía y la cultura. 
Los europeos compraban esclavos a tribus de la costa que convirtieron las guerras con pueblos 
vecinos como fuente para capturar prisioneros como su principal actividad. Las consecuencias 
que el colonialismo tuvo sobre África son incalculables.
“Pensar en estas estrellas 
que se ven por encima 
de nuestras cabezas […]. 
Si pudiera, anexionaría 
los planetas”. 
Cecil Rhodes (fundador 
de la colonia británica de 
Rhodesia, 1902).
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Hacia el último tercio del siglo xix, África parecía el último continente “desocupado”. La era 
del imperialismo también fue un periodo de avances geográficos. Antes de finalizar el siglo 
xix, el interior de África era prácticamente desconocido para los europeos aunque no, para sus 
habitantes ni para las caravanas de comerciantes árabes que lo recorrían desde hacía siglos. 
Progresos de aquellos años fueron el descubrimiento de las fuentes del Nilo por John Hanning 
Speke (1827-1864) y Richard Francis Burton (1821-1890), las expediciones del misionero David 
Livingstone (1813-1873), los recorridos por África central de Pierre de Brazza (1852-1905) y la explo-
ración del río Congo por Henry Morton Stanley (1841-1904). Estos exploradores reclamaron para 
los países que patrocinaron sus viajes la soberanía sobre los territorios que recorrieron.
Reino Unido y Francia entablaron una carrera para apoderarse de todo lo 
posible. Un momento clave para el reparto territorial de África entre ellas 
fue la Conferencia de Berlín de 1884 (figura 1.4), convocada por Reino Unido 
y Francia y presidida por el canciller del Imperio Alemán Otto von Bismarck 
(1815-1898). En ésta los delegados tomaron como referencia los principales 
ríos del continente africano para definir las fronteras, a veces separando una 
tribu en diferentes dominios y otras agrupando poblaciones rivales en el 
mismo territorio. Esta división, que respondía al poderío y los intereses de 
los países participantes, pero no al de las poblaciones locales, tendría prolon-
gadas consecuencias en la historia de África. Sólo el Reino de Etiopía, gracias 
a la debilidad de Italia, y la minúscula República de Liberia, protegida por 
los estadounidenses, lograron mantenerse como países independientes. 
Aunque auspició la Conferencia, Alemania tuvo una participación menor 
en el reparto.
Figura 1.4 En la Conferencia de Berlín, 
auspiciada por el canciller Otto von 
Bismarck, las potencias europeas se 
repartieron África. RöBler, A. (1884). 
Conferencia de Berlín. [Pintura]. Berlín.
Actividad 3, 
pp. 8 y 9
Actividad 4, 
pp. 9 y 10
El Estado Libre del Congo
La navegación de la cuenca del Congo por Henry Morton Stanley (1841-1904) despertó fuertes 
intereses comerciales en la región. La incapacidad de las grandes potencias para ponerse de 
acuerdo respecto a quién pertenecería el Congo en la Conferencia de Berlín brindó una opor-
tunidad al Rey de Bélgica, Leopoldo II (1835-1909), para reivindicarlo como su reino, debido a 
que los fondos para la excursión de Stanley salieron de su bolsillo. Esto dio lugar a una situa-
ción única en el ahora Estado Libre del Congo que, en vez de convertirse en colonia belga, se 
volvió propiedad del monarca. Mientras que en Bélgica, una monarquía constitucional, los 
poderes de éste eran muy limitados, en el Congo era un soberano absolutista. 
Leopoldo II puso a su colonia a producir de inmediato. El caucho era el artículo más valioso 
del Congo. Éste debía ser recogido en las selvas. Era un trabajo duro y mal remunerado que no 
interesó a la población local. Para obligar a los habitantes de la cuenca a trabajar para él, se 
organizó un ejército, la temible Force Publique, que reclutaba gente entre las tribus caníbales. 
La Force Publique era responsable de que se cubriera una determinada cuota de caucho; para 
lograrlo, una práctica usual era tomar como rehenes a mujeres y niños y cobrar por ellos un 
En el otoño de 1890, un capitán de mar polaco llamado Teodor Jozef Konrad Korzeniowski (1857-1924) se 
enroló en un vapor que hacía el recorrido de Leopoldville, cerca de la desembocadura del río Congo, a las 
cataratas Stanley, tierra adentro. El recorrido duró cuatro meses y Konrad fue testigo de las atrocidades 
que se cometían en la zona. Las plasmó en una novela titulada El corazón de las tinieblas (1902), firmada con el 
seudónimo literario de Joseph Conrad. El libro fue importante para crear conciencia acerca de los crímenes 
del imperialismo. Te recomendamos su lectura.
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Del colonialismo al imperialismo en América
En la épocade los grandes descubrimientos, Cristóbal Colón, en una expedición financiada por 
los Reyes Católicos, descubrió por accidente el continente americano al buscar rutas hacia India. 
Durante el siglo xVi, España y Portugal conquistaron la mayor parte de los territorios de Amé-
rica, destruyendo antiguas civilizaciones —como los imperios mexica e inca— y subyugando a 
los pueblos originarios. Ambas potencias acordaron áreas de acción en el Tratado de Tordesillas.
El Imperio Español se apoderó de una porción de América del Norte y toda América Central, 
donde fundó el Virreinato de Nueva España, y Sudamérica con excepción de Brasil, donde fundó 
los virreinatos de Perú, Nueva Granada y Río de la Plata. Los portugueses se adueñaron de Brasil, 
y ambas potencias tuvieron presencia en el Caribe.
La conquista respondió principalmente a motivaciones económicas propias del mercantilismo: la 
extracción de metales preciosos; pero vino acompañada de la conquista espiritual —la evangeli-
zación— y un largo y complejo proceso de aculturación —imposición de una cultura sobre otra—. 
Numerosos habitantes de la península ibérica migraron a las colonias, dando lugar a un proceso 
de mestizaje y al sincretismo cultural. Se desarrolló una sociedad de castas que relegaba a las 
poblaciones nativas a una posición de marginación social y explotación. 
A partir del siglo xVii, otras potencias europeas —el Imperio Británico, Francia y los Países 
Bajos— también conquistaron y colonizaron el continente americano. Se asentaron sobre todo 
en Norteamérica y el Caribe. En América del Norte —y destacadamente en las Trece Colo-
nias— se desarrolló un tipo de sociedad muy distinto al de las colonias españolas. Los colonos 
no se mezclaron con la población local, sino que la desplazaron y aniquilaron sistemáticamen-
te, construyendo una sociedad capitalista en los territorios sobre los que fueron afirmando su 
control. Estos territorios fueron los primeros en independizarse en América, en 1776, dando 
origen a Estados Unidos, que pronto se convirtió en una potencia mundial.
Hacia comienzos del siglo xix, los poderosos imperios español y portugués se encontraban en 
decadencia. España nunca había dado el paso hacia un desarrollo capitalista. En su lugar, hubo un 
capitalismo subdesarrollado y una industrialización distorsionada, dependiente de Reino Unido. 
Aunque las riquezas extraídas de sus colonias americanas durante tres siglos habían jugado un 
papel central en el proceso de acumulación originaria del capital que permitió el desarrollo de 
ese modo de producción en Europa, éste no se desarrolló en la península.
España y Portugal utilizaron los enormes recursos de los minerales preciosos extraídos de sus co-
lonias para comprar productos manufacturados a otras naciones europeas —donde finalmente 
se concentró esa riqueza— y a su vez revenderlos a sus colonias. En su propio territorio, la riqueza se 
gastaba en las guerras religiosas, la concentración de tierras y la construcción de castillos y 
rescate en caucho. Cuando una aldea no cubría la cuota, se organizaban incursiones punitivas, 
con violaciones, saqueos y asesinatos. Un castigo frecuente era cercenar manos.
Cuando se conocieron en Europa las condiciones imperantes en el Congo, la indignación 
de la opinión pública internacional obligó al gobierno belga a crear una comisión de 
investigación. A la postre, se decidió arrebatar el Congo a Leopoldo II y ponerlo bajo el control 
del gobierno belga, ahora con el nombre de Congo Belga, pero las condiciones de vida de la 
población no mejoraron sensiblemente.
Capitalismo, colonialismo e imperialismo a inicios del siglo xx
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monasterios, pero no en actividades productivas. Para comienzos del siglo xix, el atraso relativo 
de la economía española y su dependencia del exterior la habían hecho cada vez más débil y 
vulnerable. Los primeros en percibir esta debilidad y padecer este atraso, como freno para su 
propio progreso, fueron los pueblos colonizados, que lucharon por su independencia. Para 
la segunda mitad de ese siglo, España ya había visto reducido su imperio a unas cuantas colo-
nias. Por su carácter estratégico, destacaban Cuba y Puerto Rico en el Caribe y las Filipinas en 
el Océano Pacífico. Brasil se independizó en 1822.
Sin embargo, la independencia política de los nuevos 
países en América Latina no se tradujo en independen-
cia económica. El colonialismo dio paso al imperialis-
mo. Los países independientes ocuparon una posición 
subordinada en la división internacional del trabajo, 
reducidos a proveedores de materias primas para las 
naciones industrializadas y consumidores de sus pro-
ductos manufacturados, atrapados en el intercambio 
desigual. Con este mecanismo, la riqueza generada en 
América fluyó hacia los países centrales.
En los países latinoamericanos se constituyó una clase 
económicamente dominante: la oligarquía, cuyos in-
tereses estaban articulados con los de las metrópolis. Esto determinó que las economías de 
América Latina experimentaran un desarrollo distorsionado, desigual y combinado; en el que 
enclaves de modernidad coexistieron con otros de profundo atraso. Apoyado en la Doctrina 
Monroe: “América para los americanos” (1823), Estados Unidos buscó afirmar su control sobre 
América con la exclusión de las potencias europeas (figura 1.5). Así, los vestigios del Imperio 
Español en el continente se convirtieron en objetivos de su imperialismo. Por ejemplo, en 
Cuba, el dominio español enfrentaba grandes problemas. Entre 1868 y 1898 los españoles libra-
ron prolongadas guerras contra el movimiento independentista encabezado por líderes como 
Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874) y José Martí (1853-1895). 
Los estadounidenses comprendieron que, si dejaban pasar la oportunidad de intervenir, Cuba 
alcanzaría la independencia por sus propios medios y así sería más difícil atraerla a su esfera de 
influencia. El 15 de febrero de 1898 cuando el buque de guerra Maine hizo explosión en el puerto 
de La Habana, se determinó que la catástrofe había sido provocada por una mina y Estados Uni-
dos declaró la guerra a España el 11 de abril. La guerra fue breve, pero devastadora para España.
Inmediatamente de la derrota de los españoles en Cuba, la poderosa flota estadounidense se diri-
gió hacia Puerto Rico. Después de una serie de operaciones navales como el bloqueo de las costas 
cubanas y el bombardeo de las fortificaciones en San Juan de Puerto Rico, llevaron al rápido final 
de la contienda. Sin embargo, Estados Unidos no llegó a apoderarse por vía de las armas de la isla 
puertorriqueña, antes comenzaron las negociaciones de paz en París el 1 de octubre y se resolvie-
ron con la transferencia a Estados Unidos de las propiedades españolas en el Caribe y el Pacífico. 
Por su parte, los estadounidenses se comprometieron a no buscar la soberanía sobre Cuba, sino 
entregarla a los cubanos. En la práctica, fue una independencia mediatizada que garantizó sus 
intereses sobre la isla. Se obligó a Cuba a introducir en su Constitución la Enmienda Platt, que 
daba a Estados Unidos el derecho de mantener bases militares en la isla e intervenir cuando lo 
considerara conveniente. 
Actividad 5, 
pp. 10 y 11
Actividad 6, 
pp. 11 y 12
Ejercicio 2, 
p. 12
Figura 1.5 Estados Unidos impulsó una agenda expansionista desde 
su fundación. Dalrymple, L. (1899) School begins. [Pintura]. New York: 
Library of Congress Prints and Photographs Division Washington, D. C.
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La Primera Guerra Mundial
Aunque el imperialismo provocó numerosas guerras en todo el mundo, el siglo xix fue de 
relativa paz en Europa. Después del fin de las guerras napoleónicas en 1815, los conflictos en el 
viejo continentefueron limitados en el tiempo y el espacio. Pero en 1914, las rivalidades in-
terimperialistas precipitaron a las grandes potencias en una conflagración de proporciones 
nunca antes vistas, que asolaría no sólo a Europa sino también a sus colonias, siendo ésta la 
primera guerra de alcance mundial. El conflicto fue largo y destructivo; y transformó econó-
mica, política, social y culturalmente al mundo entero. 
Causas económicas
A comienzos del siglo xx el reparto imperialista del mundo había terminado y no todas las 
potencias se vieron beneficiadas en la misma proporción. Por ejemplo, Francia tenía casi tres 
veces más colonias que Alemania y Japón juntos. Países como Alemania e Italia experimen-
taron un desarrollo capitalista tardío y, por lo tanto, llegaron con retraso a la repartición, lo 
que dejó sus grandes ambiciones insatisfechas. Lo mismo pasó con Japón. Estas disparidades 
generarían crecientes conflictos y enfrentamientos entre las potencias que, en 1914, desen-
cadenaron la Primera Guerra Mundial.
Alemania se unificó como Estado-nación hasta 1871; sin embargo, a finales del siglo xix había ade-
lantado incluso a Reino Unido en ámbitos como la producción de hierro y acero y las industrias 
química y eléctrica. A pesar de que, por su extenso territorio, su elevado grado de industrializa-
ción y la dimensión y disciplina de su ejército, el Imperio Alemán se había convertido en el más 
poderoso de Europa; sus posesiones coloniales eran pocas, porque había llegado con rezago al 
reparto del mundo, y esto operaba como freno a su crecimiento económico. Encabezada por el 
káiser Guillermo II (1859-1941), Alemania no estaba satisfecha con el orden mundial y percibía 
como los principales obstáculos a su propia expansión el poderío de Reino Unido y Francia. Para 
apoyar sus pretensiones, el Imperio emprendió la construcción de una poderosa flota de guerra.
Las ambiciones alemanas no eran el único elemento de inestabilidad en el viejo continente. 
Reino Unido poseía el imperio más extenso del mundo, pero era muy vulnerable. Por tratarse 
de una pequeña isla densamente poblada, dependía en grado sumo de las importaciones de sus 
colonias y, por lo tanto, precisaba de un estrecho control de las rutas marítimas. La amenaza a 
su superioridad naval planteada por los alemanes era un asunto de extraordinaria preocupación. 
Francia enfrentaba sus propios problemas. A pesar de que también poseía un vasto imperio 
colonial —sólo detrás del británico—, se había retrasado en materia de desarrollo económico 
y tecnológico respecto de Alemania. Aunque su parte norte estaba industrializada —y había 
sectores muy dinámicos, como la aeronáutica—, el sur era básicamente rural. También era 
inferior a Alemania en términos demográficos: mientras Francia tenía 39 millones de habi-
tantes, el Imperio Alemán tenía 70 millones. 
Otra potencia que se había expandido durante el siglo xix era el Imperio Ruso, encabezado 
desde 1894 por el zar Nicolás II (1868-1918). A pesar de su extensión y poderío, Rusia no se había 
industrializado y la economía era básicamente rural. Esto la hizo susceptible a la semicoloniza-
ción por parte de las potencias capitalistas, que llegó en forma de masivas inversiones francesas 
en la década de 1890. Por esa razón, el Imperio Zarista era aliado de Francia. La construcción 
del ferrocarril estimuló la producción industrial, pero en 1905 Rusia aún era un país atrasado y 
Actividad 7, 
p. 13
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había sufrido una devastadora derrota en la guerra contra Japón. Adicionalmente, la industria-
lización y el surgimiento de una clase obrera urbana creó importantes conflictos sociales, a los 
que el zar respondió con la represión violenta. Hacia 1914, Rusia emprendió la modernización 
de su ejército, lo que preocupó a austrohúngaros y alemanes.
Nacionalismos exacerbados
El nacionalismo es un fenómeno político cuya aparición es muy moderna; estuvo asociado a las 
revoluciones burguesas y a los ideales liberales de soberanía popular. Antes, los Estados europeos 
estaban organizados en monarquías, y sus habitantes eran concebidos como súbditos de un rey 
cuyo poder soberano se derivaba de la tradición o la voluntad divina. Las revoluciones burguesas 
dieron origen al Estado-nación, en sustitución del reino o el imperio. El Estado-nación también 
adquiere una importante dimensión económica en tanto esfera de acumulación de la riqueza, 
porque dio origen a mercados unificados, que es la base del desarrollo capitalista.
El concepto de nación ha variado a lo largo de la historia. A comienzos del siglo xix se com-
prendía muy limitadamente como la población sujeta a la autoridad de un solo Estado; pero en 
el transcurso de unas cuantas décadas se incorporaron otros factores de identidad, como una 
historia compartida, la cultura —la lengua, los usos y las costumbres, la religión, etcétera—, y 
la etnicidad. Entonces, se consideró que cada comunidad que compartiera estos rasgos como 
denominadores comunes integraba una nación, y que cada nación debía dotarse de un Estado 
propio para disfrutar de la autodeterminación. La nación se concibió como 
algo “natural” y “eterno”, cuando en realidad era de invención muy recien-
te y, con frecuencia, promovida desde el poder. Los Estados dieron origen a 
las naciones, y no las naciones a los Estados. Sin embargo, a mediados del 
siglo xix, el nacionalismo se había convertido ya en la ideología de mu-
chos movimientos populares. En 1848 se produjo en Europa una oleada de 
revoluciones —con un importante contenido nacionalista— que afectaron 
a Francia, al Imperio Austrohúngaro, al Imperio Ruso, a los Estados italia-
nos y alemanes. Este fenómeno se conoció como la Primavera de los Pueblos. La aspiración 
de los pueblos europeos —en especial los que estaban disgregados u oprimidos por imperios 
multinacionales— era autogobernarse en el marco de un Estado propio.
Los últimos Estados-nación en conformarse fueron Italia y el Imperio Alemán. A comien-
zos del siglo xix, en la península italiana existían diversos Estados: Lombardía, los Estados 
Pontificios, Piamonte-Cerdeña y el Reino de las Dos Sicilias, entre otros. En Italia pronto 
prendió el nacionalismo, en un movimiento romántico conocido como el Risorgimento (“re-
surgimiento”). Diversas fuerzas políticas intervinieron en un largo proceso de unificación. 
Después de dos guerras de independencia (1848 y 1859-1861), la Casa de Saboya, reinante en 
Cerdeña-Piamonte —con su hábil ministro, el conde de Cavour (1810-1861)— logró unificar el 
norte de Italia bajo la corona de Víctor Manuel II (1820-1878). Guiseppe Garibaldi (1807-1882), 
por su parte, se apoderó con un movimiento revolucionario, las Camisas Rojas, del Reino de 
las Dos Sicilias, y lo entregó a Víctor Manuel II en 1861. En 1866 se verificó la tercera y última 
“Cada nación un Estado, 
sólo un Estado para la 
nación entera”. 
Giusseppe Mazzini.
Para conocer más acerca de fenómenos políticos como el Estado, el poder y la nación, te recomendamos 
los libros Estado, gobierno y sociedad: por una teoría general de la política, de Norberto Bobbio, editado por el 
fce, 2018; Naciones y nacionalismo desde 1780, de Eric J. Hobsbawm, de Editorial Crítica, 1998, y Comunidades 
imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, de Benedict Anderson, fce, 1993.
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guerra de independencia, en la que Italia atacó Austria para conquistar el Véneto. Con esto se 
completó la unificación italiana.
Hacia mediados del siglo xix, los territorios que más tarde configuraron Alemania eran todavía 
una colección diversa de reinos. De entre todos, el más grande, poderosoy económicamente 
más desarrollado era Prusia, gobernado por la dinastía de los Hohenzollern. En la década de 
1860, el canciller de Prusia, Otto von Bismarck (1815-1898), con una diplomacia hábil logró 
unir a los reinos germánicos y aislar a los enemigos de Prusia. Las fuerzas armadas de Prusia 
libraron tres guerras: contra Dinamarca (1864, para arrebatarle la provincia de Schleswig-Hols-
tein), contra Austria (1866, para afirmar la independencia de los antiguos reinos) y contra 
Francia (1870-1871, para anexarse las provincias de Alsacia y Lorena). El Imperio Alemán fue 
proclamado en 1871 en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, en un acto simbólico 
muy humillante para Francia. La emergencia de un poderoso Imperio Alemán en el corazón 
de Europa rompió con el equilibrio de poder entre las potencias en el continente, y sus am-
biciones imperialistas trastocaron el orden mundial.
Durante la segunda mitad del siglo xix el nacionalismo cambió de signo, acompañado del 
desarrollo de corrientes pseudocientíficas como el darwinismo social, la eugenesia y el racis-
mo. En lugar de defender los valores liberales heredados de las revoluciones burguesas —el 
derecho a la libertad, la autodeterminación y la igualdad entre los pueblos—, se empezó a 
pensar en términos competitivos, donde unas naciones eran consideradas superiores a otras. 
Se trasladaron las tesis de la selección natural a la rivalidad entre naciones, planteando que 
los seres humanos eran violentos por naturaleza y que entre los pueblos existía una “lucha 
por la existencia” en la que se imponía la “supervivencia del más fuerte”. Este nacionalismo 
exacerbado fue una de las causas de la Primera Guerra Mundial.
Los sistemas de alianzas
En esta situación de enfrentamiento y carrera armamentística, las diferentes potencias busca-
ron alianzas para fortalecer su posición y garantizar su seguridad. A la postre, el complicado 
sistema de alianzas tuvo como consecuencia que todas se vieran arrastradas a la Primera 
Guerra Mundial.
La primera alianza que surgió fue entre los alemanes y los austriacos, que compartían el 
mismo idioma, una identidad cultural y una larga historia, además de intereses militares. 
En 1879 se firmó esta Doble Alianza. A este pacto se sumó posteriormente Italia. Aunque 
era enemiga de Austria, con la que tenía disputas territoriales en el Tirol y en el Adriático, 
Bismarck consiguió atraerla a la firma de una Triple Alianza explotando sus conflictos con 
Francia en el mar Mediterráneo. Sin embargo, cuando estalló el conflicto, Italia no honró 
el tratado y se mantuvo al margen, esperando el curso de los acontecimientos para sumarse al 
bando que le ofreciera más ventajas.
Enfrentada con Austria-Hungría, Rusia buscó un aliado militar en Francia, a la que ya estaba 
vinculada por cuantiosas inversiones para la modernización de su economía. En 1891 ambas 
potencias firmaron un tratado, la Doble Entente. Gran Bretaña, crecientemente amenazada por 
el crecimiento de la flota alemana, firmó una “entente cordial” con Francia en 1904 y, en 1907, 
firmó un tratado con Rusia, así surgió la Triple Entente. A partir de ese momento, cualquier 
conflicto entre las potencias desembocaría inevitablemente en un enfrentamiento genera-
lizado. Ese conflicto no tardaría en llegar.
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El proceso de la guerra
Numerosos y complejos problemas políticos y económicos de dimensión mundial sentaron las 
bases para la guerra. En términos generales, la división territorial del mundo, consecuencia 
del imperialismo, y la lucha por espacios y recursos que permitieran el continuado crecimien-
to de la industria condujeron inexorablemente a las potencias imperialistas al conflicto. En 
ese sentido, no puede hablarse de un acontecimiento aislado que desatara la Primera Guerra 
Mundial. De cualquier modo, una razón concreta debía dar inicio a las hostilidades.
En la península de los Balcanes, los afanes expansionistas austriacos se topaban con los 
de Serbia, apoyada por el Imperio Ruso. El conflicto se agravó con la anexión por parte de 
Austria-Hungría de Bosnia-Herzegovina, en 1908, y la Guerra de los Balcanes (1912-1913). En 
Bosnia había una importante minoría serbia que creó la organización nacionalista Mano 
Negra, que luchó con actos terroristas contra el dominio austriaco.
El 28 de junio de 1914, Francisco Fernando de Habsburgo (1863-1914), el heredero al trono de 
Austria-Hungría, fue asesinado en Sarajevo, capital de Bosnia-Herzegovina, por Gavril Princip 
(1894-1918), un terrorista vinculado a la Mano Negra. Viendo la oportunidad de aplastar a su 
enemigo balcánico, Austria-Hungría expidió un ultimátum cuya aceptación hubiera reducido 
a Serbia a mero Estado satélite del Imperio Austrohún-
garo, situación muy inconveniente para los intereses 
rusos en la región, por lo que el zar se preparó para la 
guerra con Austria. 
Serbia rechazó el ultimátum, y los austriacos le decla-
raron la guerra el 28 de julio. Dos días después, el zar 
Nicolás II ordenó la movilización de las fuerzas arma-
das. En respuesta, el káiser ordenó la movilización el 
1 de agosto. Los planificadores militares alemanes habían 
anticipado que un enfrentamiento con Rusia los expon-
dría a una invasión francesa por el oeste. Su única posi-
bilidad de evitar una guerra en dos frentes era derrotar 
primero a alguno de sus contrincantes. Privilegiaron a 
Francia, esperando que se tratara de una guerra corta. 
Los planes suponían un ataque a través de Bélgica, Esta-
do neutral, por lo que el 3 de agosto las tropas alemanas 
invadieron el país. El 4 de agosto, Reino Unido declaró la guerra a Alemania y Austria-Hungría.
El avance alemán a través de Bélgica fue veloz. Los franceses lanzaron una ofensiva contra 
Alsacia y Lorena, pero fueron repelidos, y los alemanes continuaron su avance hacia París. A 
comienzos de septiembre, los franceses y fuerzas expedicionarias británicas —desembarcadas 
en el continente a toda prisa— consiguieron detener el avance alemán en la región del Marne 
y lanzar algunas contraofensivas eficaces.
El plan alemán de envolver y destruir al ejército francés se frustró. Los alemanes retrocedie-
ron hasta la línea del Aisne, más fácil de defender, y cavaron trincheras. Conservarían esta 
posición durante los cuatro años siguientes. Lo que quedó del ejército belga y fuerzas expe-
dicionarias británicas se establecieron en torno a la ciudad belga de Ypres, donde también 
cavaron trincheras y resistieron el ataque alemán (figura 1.6). 
Figura 1.6 En la primera batalla de Ypres, soldados alemanes 
demasiado jóvenes y sin entrenamiento se enfrentaron a tropas 
británicas experimentadas. Los alemanes cayeron por millares frente 
al pueblo de Langemarck, en un episodio conocido como la Kindermord, 
la “Matanza de los inocentes”.
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La guerra móvil en el frente occidental había terminado, ahora comenzaba una prolongada 
guerra en las trincheras. En el frente oriental, Rusia tomó la iniciativa y lanzó una ofensiva 
a través de Polonia contra Prusia oriental y otra al sur contra Galitzia, región de Austria-Hun-
gría. Los rusos avanzaron hasta el Vístula, pero en agosto los alemanes les infligieron una 
derrota en la batalla de Tannenberg, con 50 mil rusos muertos o heridos y 90 mil prisioneros. 
Los alemanes prosiguieron sobre Polonia.
En invierno, un nuevo actor se sumó a la contienda: el Imperio Otomano. Éste se extendía 
por oriente medio y el norte de África, llevaba un largo periodo en franca decadencia y ya 
había sido víctima de la depredación imperialista. En 1908, el nuevo gobierno de los jóvenes 
turcos había iniciado un proceso de modernización, apoyadopor asesores militares alemanes. 
En 1914, tras los primeros triunfos de los imperios centrales, los turcos decidieron entrar en 
la guerra del lado de Alemania, lanzando una ofensiva de invierno contra el Cáucaso ruso, 
que terminó en derrota.
A fines de 1914 ya nadie recordaba los motivos que habían dado inicio a la guerra, que se pre-
sentaba ideológicamente como un enfrentamiento entre los valores democráticos, pretendida-
mente defendidos por británicos y franceses, y el militarismo prusiano. En 1915, la guerra se 
amplió a las colonias. Los japoneses, aliados de los británicos, tomaron las colonias alemanas 
en el Pacífico y China. También hubo enfrentamientos en África, donde una fuerza combinada 
anglo-francesa se apoderó de las colonias alemanas de Togo y Camerún. Fuerzas bóeres sudafri-
canas ocuparon la colonia de África Sudoccidental Alemana, que recibió el nombre de Namibia. 
La única posesión alemana que presentó verdadera batalla fue el África Oriental Alemana.
En marzo de 1915, con el objeto de asegurar la comunicación con los puertos del Mar Negro y 
apoderarse de una plataforma en Europa Oriental, los británicos lanzaron una operación anfibia 
en el estrecho de los Dardanelos (Imperio Otomano). El desembarco se llevó a cabo en la penín-
sula de Galípoli, pero las tropas sufrieron bajas en el desembarco y fueron cercadas en sus 
cabezas de puente (fortificación militar). El 26 de abril, Italia firmó un tratado secreto en 
Londres, en el que se le prometía que, si entraba en la guerra del lado de la Entente le entre-
garían los territorios de habla italiana del Imperio Austro-húngaro. Roma declaró la guerra 
en mayo y lanzó un ataque por las montañas, más allá del Isonzo. Las batallas contra los 
italianos fueron las únicas ganadas por los austriacos. Durante los siguientes dos años, Italia 
perdió cerca de un millón de hombres en sus reiterados intentos. 
En el frente oriental, los alemanes avanzaron por Polonia y establecieron una línea defensiva 
de norte a sur a través de Brest-Litovsk, y al norte por la costa báltica, hasta capturar Vilna. En 
el frente occidental hubo pocos movimientos. Los alemanes lanzaron un nuevo ataque contra 
Ypres con el único objetivo de probar una nueva arma: el gas tóxico de cloro, que pronto fue 
incorporado por ambos bandos a su arsenal, lo que hizo la guerra todavía más terrible para 
los soldados de a pie. Los alemanes fortificaron sus trincheras cavando refugios subterráneos 
con túneles reforzados y tendiendo alambre de espino, además de defenderlas con artillería 
y nidos de ametralladoras.
A comienzos de 1916, la guerra ya había durado un año y medio, y cada vez reclamaba ma-
yores sacrificios a los soldados en el frente y la sociedad civil en la retaguardia. Con toda la 
economía orientada a la producción bélica, comenzó la carestía y el racionamiento. Para 
superar el punto muerto, los alemanes querían dar un nuevo golpe al ejército francés y las 
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fuerzas británicas. La campaña se inició el 21 de febrero de 1916 y se prolongó hasta junio. Los 
alemanes infligieron importantes bajas a los franceses, pero sufrieron bajas de la misma mag-
nitud. Ambos bandos perdieron cerca de medio millón de hombres y la región quedó devastada 
por los bombardeos. Franceses y británicos también trataron de mejorar su situación en el 
frente, lanzando un ataque en el Somme, pero el saldo fue de 600 mil muertos de cada lado.
En 1917, la parálisis en el frente occidental y el bloqueo de la marina británica presionaba a los 
imperios centrales. La demanda de combustible y otros suministros para el frente hacía la vida 
de los civiles cada vez más difícil. En 1917, el ejército alemán se hizo del control de la economía 
para poder movilizar todos los recursos. 
Los alemanes comprendieron la urgencia de debilitar al Reino Unido y optaron por intensi-
ficar la guerra en el mar, para aislarla de sus colonias y del comercio con Estados Unidos. El 
objetivo del bloqueo era paralizar la base industrial británica, provocar un caos financiero 
y una hambruna en las grandes urbes, que dependían de la importación de alimentos. Se 
aprobó una guerra submarina sin restricciones, atacando no sólo buques de guerra sino barcos 
mercantes, lo que estaba prohibido por todos los reglamentos internacionales. Esto provocó 
la indignación del gobierno estadounidense.
Hasta 1917, Estados Unidos se mantuvo al margen de la contienda, no obstante, el gobierno de 
Woodrow Wilson (1856-1924) favorecía a la Triple Entente al mantener el comercio y la venta 
de armamentos con Reino Unido y suspenderlo con Alemania. La participación de Estados 
Unidos le ofrecía una oportunidad para consolidarse como potencia mundial y, decidido a 
aprovecharla, Wilson comenzó a preparar una declaración de guerra contra los imperios 
centrales. La opinión pública estadounidense no era favorable a esta medida, pero esto cambió 
con la guerra submarina ilimitada y el hundimiento de barcos estadounidenses. Previendo la 
entrada de Estados Unidos en la guerra, el 16 de enero de 1917 el ministro de Asuntos Exterio-
res alemán, Arthur Zimmermann (1864-1940), envió un telegrama al gobierno de México para 
proponerle una alianza: ofreció los territorios de Texas, Nuevo México y Arizona en caso de 
que declarara la guerra a su vecino del norte. El telegrama Zimmermann fue interceptado y 
hecho público por las autoridades estadounidenses. Esto dio a Wilson el pretexto que necesi-
taba. El 5 de abril solicitó y obtuvo del Congreso una declaración de guerra. Sin embargo, los 
estadounidenses tardaron un año en preparar su ejército para enviarlo a Europa.
La situación en el frente era cada vez peor. Los niveles de descontento en la tropa se tradu-
jeron en resistencia a luchar, deserciones y automutilaciones, con el peligro de un motín 
generalizado. En el Imperio Ruso, los sacrificios de la población, la ineficacia del gobierno y 
las repetidas derrotas habían generado profundos problemas sociales y, en febrero de 1917, 
una revolución en Petrogrado —en la que participaron unidades rebeldes del ejército— derro-
có al zar Nicolás II. Se estableció un gobierno que mantuvo a Rusia en la guerra, pero, junto a 
éste, se creó una asamblea de obreros y soldados, el Sóviet, que reclamaba la paz inmediata. 
La revolución comprometió seriamente la participación de Rusia en la contienda y pronto 
se tradujo en el total hundimiento del frente oriental. En julio los alemanes lanzaron una 
ofensiva en el norte, avanzando distancias enormes frente a la deserción en masa del ejército 
ruso, que prácticamente no opuso resistencia. Tras la Revolución de Octubre, el nuevo go-
bierno bolchevique se pronunció por una paz inmediata, sin anexiones ni indemnizaciones, 
y en diciembre emprendió pláticas de paz con el alto mando alemán en Brest-Litovsk, lo que 
determinó la salida de Rusia de la guerra. 
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La guerra también proseguía en el mar, donde a lo largo de 1917 los alemanes lograron hundir 
una media de 600 mil toneladas diarias de barcos. En junio los británicos decidieron lanzar una 
nueva ofensiva en el frente de Ypres, en la región de Flandes, para capturar los puertos belgas 
que los alemanes utilizaban como base para sus submarinos. Esta ofensiva se conoce como la 
batalla de Passchendaele. Tras algunos triunfos iniciales, la ofensiva se agotó sin avances im-
portantes y, nuevamente, con elevadísimas bajas. En el frente italiano, una ofensiva combinada 
alemana y austriaca en Caporetto destruyó completamente al ejército italiano, que no volvió 
a presentar batalla en toda la guerra.
En oriente,el ejército otomano fue rechazado por los rusos en el Cáucaso. 
Los británicos lanzaron una ofensiva desde Egipto para garantizar el trán-
sito por el Canal de Suez y apoderarse de yacimientos petrolíferos. Tras 
varios reveses, consiguieron doblegar la resistencia turca, ocupar Pales-
tina y avanzar hasta Bagdad. La hegemonía británica en Medio Oriente 
abrió la puerta a transformaciones políticas en la región. En 1916, fran-
ceses y británicos, previendo el desmoronamiento del Imperio Otomano, 
se repartieron sus territorios en los acuerdos secretos de Sykes-Picot, al 
fraccionar una región en diferentes Estados, sin consultar a la población 
local. A Francia corresponderían los territorios que hoy integran Líbano y 
Siria, mientras que Reino Unido se apropió de los actuales Iraq, Jordania 
y Palestina. En este último, los británicos aceptaron, mediante la Declara-
ción Balfour, la creación de un “Hogar Nacional Judío”, incentivando una 
masiva inmigración judía, precursora de la creación del Estado de Israel 30 años después. La 
división imperialista de Medio Oriente y la Declaración Balfour tendrían consecuencias en 
la región, a la fecha una de las más conflictivas.
Las privaciones de la guerra estaban nutriendo una creciente inestabilidad social en Alemania. Las 
huelgas en las ciudades y los puertos y los motines en las colas del pan se estaban convirtiendo en 
un problema cotidiano. En julio de 1917, el Reichstag, el Congreso alemán, había aprobado una 
resolución en favor de una paz sin anexiones ni indemnizaciones, haciéndose eco de las pro-
puestas del Sóviet de Petrogrado. La oposición a la guerra de los partidos de izquierda era cada 
vez más resuelta. La capacidad del Imperio de seguir en guerra parecía seriamente comprometida.
Los alemanes lanzaron una última ofensiva con la esperanza de obligar a sus adversarios 
a capitular. En un comienzo lograron un gran avance y estuvieron a punto de abrirse paso 
hasta la costa. Pero el empuje se acabó pronto y, el 28 de mayo de 1918, las primeras tropas 
estadounidenses entraron en acción. El avance de los alemanes se detuvo. En julio, británicos, 
franceses y estadounidenses lanzaron una contraofensiva que los hizo retroceder. En sep-
tiembre de 1918, el alto mando alemán comunicó al káiser que era imposible ganar la guerra.
Los imperios centrales se desmoronaban, las bajas por deserciones eran mayores, igualando 
a las de muertos y heridos. El primero en venirse abajo fue Austria-Hungría, que disolvió la 
En la lucha contra los 
turcos jugaron un 
papel central las tropas 
irregulares de voluntarios 
organizados por T. E. 
Lawrence (1888-1935), 
mejor conocido como 
Lawrence de Arabia.
Tras la derrota frente a los rusos en el Cáucaso, para asegurar su frontera de posibles reivindicaciones 
territoriales de minorías no turcas, el gobierno otomano implementó un programa de masacres y 
deportaciones masivas contra los armenios. Se calcula que hubo entre 650 mil y un millón de víctimas 
mortales. Esta brutal limpieza étnica es considerada como uno de los primeros genocidios de la historia 
contemporánea.
INFORMACIÓN 
IMPORTANTE
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monarquía, formó una federación y pidió la paz, seguida por el Imperio Otomano. El gobierno 
alemán buscó condiciones para la paz, al dirigirse primero a Wilson. La rigidez de los aliados 
impidió que se llegara a un acuerdo. Al mismo tiempo, se introdujeron reformas para conver-
tir a Alemania en una monarquía constitucional, pero fue demasiado tarde: el 29 de octubre 
estallaron motines en la armada que pronto se extendieron por todo el país. Los soldados y 
obreros alemanes se sentían atraídos por el comunismo, influidos por la experiencia rusa. 
Baviera, estado alemán, se declaró República Soviética. El káiser fue depuesto y marchó al 
exilio en Holanda. La revolución finalmente fue ahogada en sangre, pero el gobierno alemán 
tuvo que aceptar lo que le impusieran para rendirse. El armisticio se firmó el 11 de noviembre 
de 1918. Las condiciones de la paz serían establecidas en la Conferencia de París.
Las consecuencias de la guerra
La Conferencia de París se celebró entre las potencias vencedoras 
en enero de 1919 (figura 1.7). Concluyó con la firma de tres tra-
tados de paz: el de Versalles, con Alemania; el del Trianón, con 
Austria, y el de Sevrès, con Turquía. Alemania, acusada de des-
encadenar la guerra, fue la más castigada. Uno de los objetivos de 
las potencias era neutralizarla como amenaza militar. Para ello, 
se le impuso la devolución de Alsacia y Lorena a Francia y la des-
militarización de la provincia occidental de Renania. Las minas 
de la cuenca del Sarre pasarían a manos francesas y la región se-
ría administrada por la Sociedad de Naciones hasta 1936, cuando 
se llevaría a cabo un plebiscito. La frontera oriental de Alemania 
también sufrió cambios. Se creó un Estado polaco, utilizando an-
tiguos territorios alemanes, austrohúngaros y rusos. En muchas 
de estas provincias —como Silesia, Posnania y Prusia Oriental— 
había población alemana que había vivido ahí por generaciones. 
Para darle salida al mar al recién creado Estado, se creó un “corredor polaco” que atravesaba 
territorio alemán hasta el puerto de Danzig, de población germana, transferido a Polonia. Ale-
mania debió entregar todas sus colonias, que fueron repartidas entre Reino Unido, Francia y Ja-
pón. Además, se le impuso el pago de reparaciones, sumando los costos de la guerra, los daños 
a la población de las zonas ocupadas, los intereses de préstamos de guerra y las pensiones de 
soldados discapacitados, huérfanos y viudas de guerra a perpetuidad. Estas reparaciones tu-
vieron un enorme peso sobre la economía alemana de posguerra. 
El antiguo Imperio Austrohúngaro fue desmantelado. En el norte, las minorías checa y eslovaca 
se unieron y originaron Checoslovaquia. En una región de este nuevo país, los Sudetes, habi-
taba una minoría alemana. En el sur, los territorios de Croacia y Eslovenia se separaron para 
crear, con Serbia y otras naciones balcánicas menores, el Reino de Yugoslavia. Los territorios al 
sur de los Alpes fueron anexados por Italia. Trieste, su puerto más importante en el Adriático, 
se convirtió en una ciudad libre. Hungría se separó de Austria, pero también perdió muchos 
de los territorios que estaban bajo su jurisdicción en la monarquía dual: los eslovacos en el 
norte, los croatas en el sur y la provincia de Transilvania, que pasó a Rumania. Austria, ahora 
un pequeño país germánico, quiso unirse a Alemania, pero las potencias lo prohibieron. 
Los nuevos Estados de Europa Oriental, que dependían de la protección francesa y británica, 
debían funcionar, según las potencias, como un “cordón sanitario” para mantener el conti-
nente protegido de la influencia de la Rusia soviética. El Imperio Otomano fue disgregado. 
Figura 1.7 Los líderes de las potencias vencedoras en la 
Conferencia de París: Georges Clemenceau (1841-1929), 
primer ministro francés; Woodrow Wilson, presidente de 
Estados Unidos, y David Lloyd George (1863-1945), primer 
ministro de Reino Unido.
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En Medio Oriente se formaron nuevos Estados bajo control francés o británico (Siria, Líbano, 
Irak, Arabia Saudita, Palestina y Transjordania), obedeciendo al Tratado de Sykes-Picot. 
Otro producto de la Conferencia de París fue la Sociedad de las Naciones, que pretendía con-
vertirse en una especie de parlamento internacional en el que se resolvieran los problemas 
del futuro pacíficamente. La Sociedad fue un fracaso absoluto porque se excluyó a la Unión de 
Repúblicas Socialistas Soviéticas (urss) y porque el Congresode Estados Unidos se negó a 
participar, frustrando los deseos de Wilson.
El Tratado de Versalles fue percibido por el pueblo alemán como una injusticia, sobre todo 
por la extendida convicción de que nunca habían sido vencidos en el campo de batalla y de 
que la derrota se debió a traidores internos. El resentimiento provocado por las mutilaciones 
territoriales y las penurias económicas consecuencia de las reparaciones exigidas abona-
ron el terreno para el posterior ascenso del nazismo. Alemania no fue la única agraviada; 
Italia, aunque se encontraba en el bando vencedor, no pudo llevar a cabo sus ambiciones 
territoriales y se sintió traicionada por sus aliados. En ese país, desgarrado por conflictos 
sociales, pronto subiría al poder el Partido Fascista de Mussolini, también animado por afa-
nes expansionistas. China, que entró en la guerra junto a la Entente, se sintió igualmente 
ultrajada cuando en la Conferencia se decidió entregar el puerto alemán de Tsingtao, en 
su territorio, a los japoneses, en lugar de respetarla como nación soberana. Europa quedó 
devastada, mientras que Estados Unidos, que no sufrió la guerra en su territorio, se perfiló 
como el nuevo régimen hegemónico político y económico. El escenario estaba preparado 
para una segunda guerra mundial.
Del imperio zarista a la conformación de la Unión 
de Repúblicas Socialistas Soviéticas
En febrero de 1917, una revolución social derrocó a Nicolás II, poniendo fin al reino de una 
dinastía que llevaba 300 años al frente de Rusia. Una segunda insurrección, en octubre de 
ese mismo año, llevó al poder al Partido Bolchevique, inaugurando un nuevo periodo en la 
historia de Rusia y, en cierto sentido, de la humanidad entera. La Revolución de Octubre de 
1917 dio pie al primer estado socialista en la historia y, por esta razón, es considerada por 
muchos como el episodio más importante del siglo xx.
La autocracia zarista
A comienzos del siglo xx, el Imperio Zarista, a pesar de su extensión y poderío, era una de las re-
giones más atrasadas de Europa. La mayor parte de su población seguía dedicada a labores agríco- 
las, en un campo donde prevalecían las relaciones socioeconómicas de corte feudal. En 1861, 
con sensible retraso respecto a otras naciones europeas, se abolió la servidumbre para incentivar 
el surgimiento de trabajadores asalariados libres y la migración a las ciudades —base del desa-
rrollo industrial—, pero los resultados fueron limitados. En la práctica, la aristocracia terrate-
niente restauró la servidumbre y la más profunda desigualdad siguió reinando en el campo. La 
tierra estaba masivamente concentrada en manos de los señores y era trabajada por los 
muzhiks, antiguos siervos manumitidos, carentes de ninguna propiedad. Al mismo tiempo, 
comenzaba a desarrollarse una burguesía rural que trabajaba sus pequeñas propiedades, asis-
tida a veces por unos cuantos trabajadores. Estos granjeros recibían el nombre ruso de kulaks. 
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La industrialización era un proceso que apenas comenzaba, concentrada en unos cuantos 
centros urbanos, como la capital, San Petersburgo. Estos sectores económicos se encontraban 
en manos de extranjeros, sobre todo capitalistas franceses. En ese sentido, Rusia era una “po-
tencia colonizada”. El incipiente proletariado de las ciudades subsistía en terribles condiciones 
de explotación, lo cual favoreció su radicalización política. En materia política, el zar era 
el monarca absoluto, autocrático, sin restricción del poder. La cancelación de todo canal de 
participación provocó que la oposición recurriera a medios como el terrorismo. El 1 de marzo 
de 1861 un grupo revolucionario denominado Naródnaya Volia (“voluntad popular”) asesinó 
al zar Alejandro II (1818-1861) arrojando una bomba contra su carruaje. Su hijo, Alejandro III 
(1845-1894), que lo sucedió en el trono, reforzó la represión, apoyado por la policía secreta: la 
Ojrana. Alejandro III murió en 1894 y fue sucedido por su hijo, Nicolás II (1868-1918). 
Junto a estos movimientos de corte liberal burgués y anarquista, comenzó a desarrollarse 
un movimiento socialista influido por el marxismo. En 1898 se creó el Partido Obrero Social 
Demócrata de Rusia (pOsdr) en Minsk, entre cuyos organizadores destacaron Georgi Plejánov 
(1856-1918), Vladimir Ilich Lenin y Julius Mártov (1873-1923). En 1903, el pOsdr celebró su 
segundo congreso, en el que, por cuestiones organizativas, se dividió en dos facciones: los 
que se pronunciaban por un partido revolucionario vanguardista de cuadros profesionales, 
liderados por Lenin, y los que defendían una organización de masas, encabezados por Mártov. 
El grupo de Lenin consiguió imponerse en las votaciones, por lo que pasaron a ser conocidos 
como bolcheviques, “la mayoría”, y el grupo de Mártov como mencheviques, “la minoría”.
La guerra ruso-japonesa y la revolución de 1905
A comienzos del siglo xx, Japón buscó afirmarse como 
potencia en la región Asia-Pacífico, lo que condujo a su 
rivalidad con Rusia. Japón modernizó su ejército y 
armada con numerosos buques encargados a los bri-
tánicos, mientras que la flota rusa se anquilosaba. La 
guerra estalló el 8 de febrero de 1905, con combates 
navales en los que se impusieron los japoneses. Éstos 
desembarcaron en Inchon y ocuparon la península de 
Corea, derrotando a los rusos en batallas terrestres. En 
1905, tras la batalla de Mukden, los rusos fueron expul-
sados de Manchuria. Los intentos de enviar a la flota 
del Báltico a oriente, rodeando el continente africano, 
terminaron en desgracia cuando fue interceptada y 
hundida por los japoneses en la batalla de Tsushima.
La humillación de la derrota se sumó al descontento social que ya imperaba en Rusia, y pronto 
estallaron disturbios en todo el imperio. El escenario central de la Revolución de 1905 fue San 
Petersburgo. El 22 de enero, que pasó a la historia como “el domingo sangriento” (figura 1.8), 
una marcha pacífica de obreros se dirigió al Palacio de Invierno para entregar una carta pi-
diendo mejoras en las condiciones de trabajo. Tropas de infantería y cosacos reprimieron la 
marcha. En protesta, estallaron huelgas en toda la capital, que se extendieron a 122 ciudades y 
a 10 líneas del ferrocarril, paralizando la economía. En febrero comenzaron las revueltas en el 
campo. Se organizaron sindicatos, liderados por los socialdemócratas, que seguían divididos en 
bolcheviques y mencheviques. El 15 de junio se amotinó la tripulación del acorazado Potemkin 
en el Mar Negro. Para detener los conflictos, el 6 de agosto el zar creó, la Duma, una asamblea 
Figura 1.8 El anquilosamiento político y económico hicieron crisis en la 
revolución de 1905, a lo que Lenin se refirió como “el ensayo general”. 
Vladimirov, I. (1905). Domingo sangriento. [Pintura]. Rusia.
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consultiva, lo que significaba que no gozaba de poder soberano alguno y debía limitarse a 
dar consejos al zar, que conservaba todas sus prerrogativas autocráticas. 
En octubre estalló una huelga general que comprendió todo el imperio. El día 13 se creó una 
asamblea de obreros, el Sóviet de Petersburgo, presidido por el socialdemócrata León Trotsky (1879-
1940), que se convirtió en el epicentro de la revolución. En el campo se incendiaron dos mil casas 
de aristócratas y se asesinó a muchos señores. El día 17, el zar firmó un manifiesto en el que se 
comprometía a conceder derechos políticos, incluido el de asociación y formación de partidos y el 
sufragio universal. Esto señaló el fin de la mayoría de las huelgas. Se tomaron medidas represivas 
contra el Sóviet, encarcelando a la mayoría de sus líderes. La revolución había sido

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