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“La Argentina del Centenario” (Altamirano y Sarlo) Con el inicio del Siglo XX, sobre todo en los años del Centenario, la función del escritor adquiere perfiles profesionales. Estos sucesos tienen su origen político en la primera presidencia de Roca (1880-1886), quien inició un profundo proceso de urbanización en Buenos Aires y en el Litoral. El régimen roquista era liberal en lo económico y oligárquico en su funcionamiento. El inicio del Siglo XX arroja todas las consecuencias de este modelo. El tema central de los grupos intelectuales de la época giraba en torno a la identidad nacional. Libros como el Martín Fierro (1872) tienen su raíz en ese debate ideológico. El horizonte ideológico con respecto a la problemática del ser nacional está compuesta por diversas facetas: 1) En un nivel que no es el político, se destaca el éxito de la filosofía espiritualista y de la reacción idealista contra la ciencia. Nietzsche, como referente máximo, había llamado a fundar una civilización superior fundada sobre una ética de señores. 2) El hispanismo es otro componente del clima ideológico. Se trata de un espíritu de conciliación hacia España y la cultura española. Se alimenta así al “mito de la raza”. 3) El libro Ariel, de Rodó, es una exaltación del nacionalismo y una advertencia sobre los peligros de la democracia y el cosmopolitismo (en Buenos Aires en esa época arribaban una gran cantidad de inmigrantes). La inmigración es una componente central de la Argentina de este tiempo. La idea original que se tenía es que los inmigrantes trabajaran en el campo, de modo de poblar esa zona. No obstante, las tierras estaban en poder de grandes propietarios rurales, por lo que la inmigración fue preminentemente urbana. Hacia 1910, este fenómeno está en su apogeo. Esto introdujo un conjunto de nuevas tensiones sociales y le dio un marco nuevo a la ciudad. Hacia la primera década del Siglo XX, los escritores se profesionalizan. Aparece en el seno de los escritores el programa de reivindicaciones corporativas: defensa de las editoriales argentinas, de los derechos de autor, de los derechos del periodista profesional, fundación de una sociedad de escritores, etc. En esa época, las facultades de derecho y medicina eran los canales de acceso a los círculos intelectuales. A fines del XIX, la labor literaria iba dejando de ser un esparcimiento para convertirse en una profesión. De hecho, a comienzos del Siglo, muchos escritores se ganaban la vida como periodistas. Es decir, hay un pasaje claro de lo que era entendida la literatura como un pasatiempo, como una frivolidad a una utilización de la escritura como profesión. La vida literaria durante ese período adopta un conjunto de hábitos que por un lado son propios (los salones, los intelectuales, los debates) y por el otro algunos que son característicos de este período: la bohemia, los cafés, las conferencias, las comidas. En el desarrollo de las nuevas formas de sociabilidad intelectual, la Facultad de Filosofía y Letras pasó a desempeñar un papel importante: lugar de contactos, fuente de trabajo, acceso a los libros y acceso a comunicación con escritores ya consagrados. Asimismo, la profesionalización abrió un panorama en la que el mercado tenía mayor incidencia, por lo que los escritores debían convivir con el éxito o el fracaso de sus obras. Gálvez y José Ingenieros ganan plata con sus libros y, con estas ganancias, se convierten en editores. Asimismo, aparecen los subsidios estatales, disfrazados de diversas formas: misiones a Europa, encargos de redacción de obras, refugio en el Ministerio de Instrucción Pública. Se busca en este período, ligado al tema del ser nacional, una tradición literaria nacional y la creación de una cátedra de literatura argentina. Se da un viraje muy curioso en relación con la idea del criollo. En la segunda mitad del Siglo XIX, el criollo estaba cargado de connotaciones negativas en torno al trabajo y al progreso: lo criollo era lo primitivo, lo elemental. No obstante, esta palabra adquirió un nuevo sentido que evocará virtudes y valoraciones positivas. Así, el que cargará con las concepciones negativas serán los gringos o los inmigrantes. El criollo comenzó a ser visto como un ser generoso, desinteresado y con disposición para la vida heroica, contrapuesto con la imagen de los inmigrantes quienes no tenían miras de progreso y eran mezquinos. La tradición también sufre una modificación: el gaucho, el desierto, la carreta ya no son representantes de la barbare sino los símbolos de una tradición nacional que el “progreso” amenaza disolver. Manuel Gálvez, Ricardo Rojas, Lugones son representantes claros de la “reacción nacionalista”. El Martín Fierro es revalorizado en esta época, ya que “sintetiza el espíritu de la raza americana en lo que éste tiene de hondo y permanente”, dice Gálvez. Asimismo, Rojas compara el Martín Fierro con lo que el Cid representa para los españoles. Según Altamirano y Sarlo, el regreso al Martín Fierro no significaba únicamente un esfuerzo por evitar que se perdiera la figura del gaucho, sino que a través del mito del origen se afirmaba el derecho tutelar de los “criollos viejos” sobre el país. Los escritores fueron fundamentales para fundar esta tradición. No obstante, dentro de esta tradición, los programas no siempre eran homogéneos. Por ejemplo, Rojas exaltaba los valores liberal-democráticos y concebía a la escuela pública como instrumento por excelencia de ese programa. Para este autor, el nacionalismo debía ser laico y democrático. En cambio, Lugones se considera como el nexo entre la poesía del pueblo y la mente culta de las clases superiores. El escritor y la industria cultural (Rivera) Las transformaciones modernizadoras que se produjeron en el país a partir de 1880 (desarrollo urbano, consolidación de la clase media, alfabetización, inmigración, aparición de la industria cultural) tienden a afirmar el proceso de profesionalización del escritor, el cual busca obtener prestigio e independencia económica a través de su trabajo. No obstante, la situación económica de los escritores de este período no era decorosa. Los proyectos editoriales: en el comienzo del Siglo XX se llevan adelante algunos proyectos editoriales que tratan de dar respuesta a los nuevos lectores surgidos del proceso de alfabetización y modernización de la sociedad argentina. Entre estos se destaca la “Biblioteca de La Nación”, del diario de Bartolomé Mitre, quien se proponía editar obras de interés, atractivas y de fácil lectura, a bajo precio y contribuir al desarrollo de la naciente literatura nacional. Similar a esto fue el proyecto de la “Biblioteca Argentina” ideada por Ricardo Rojas, quien buscaba editar libros nacionales de los grandes próceres (Sarmiento, Alberdi, Avellaneda, etc.) para estudiantes y obreros al menor costo posible. Asimismo, también hay una copiosa cantidad de folletería que inunda el mercado popular urbano y rural. Se trata de pequeños cuadernillos que ponen el acento en los aspectos más catastróficos, sangrientos o grotescos del tema abordado: reelaboraciones en prosa o verso de los folletines clásicos; temas gauchescos; temas payadorescos; literatura cocoliche y literatura lunfarda. El creciente desarrollo de la actitud “profesionalista” tendrá su expresión en diferentes campos vinculados con el quehacer literario, como la crítica y el comentario de libros. Por otro lado, se destacan dos proyectos editoriales: Boedo y Florida. El primero tuvo comienzos en los años 20 por un conjunto de pensadores de la izquierda clásica quienes centraron su proyecto en la agitación política y el afán culturalista. El grupo Florida, en tanto, buscaba poner al alcance de todas las clases sociales libros de estudio, investigación y esparcimiento. La forja del escritor profesional: Se pueden oponer dos tipos de escritores. El primer caso, al que pertenece Angel de Estrada, es el ejemplo del escritor-heredero, el cual desciende del gentleman-escritor de los 80. Tiene gran fortuna personal, viaja y dispone del tiempo de ocio suficientepara escribir su obra. Es decir, es un escritor aristocrático. En la otra línea, aparecen escritores como Horacio Quiroga, fiel representante del “escritor profesional”. Quiroga había comenzado a colaborar con Caras y Caretas en donde escribía cuentos breves. El mismo Quiroga reconoció más adelante que escribió incitado por la economía. Según una carta de 1911, Quiroga vivía bien, gracias a lo que percibía por su trabajo en Caras y Caretas. No obstante, luego tuvo varios sobresaltos económicos. Si bien los escritores estaban en un proceso de profesionalización, aun muchos dependían en gran medida de su “segundo empleo”. No eran muchos los que podían afirmar haber ganado buen dinero por sus producciones. Los redactores de una revista francesa (Le Pluma) habían ideado formar una colonia de artistas y escritores para no sufrir más penurias económicas y producir con tranquilidad. En 1906, en la Argentina, se concreta la fundación de la Primera Sociedad de Escritores. Años más tarde se funda la Sociedad de Autores Dramáticos (germen del actual ARGENTORES) y años después la Sociedad de Autores y Compositores (SADAIC). Como queda expuesto, los sectores artísticos que estaban vinculados con la industria cultural y masiva son aquellos que logran organizarse con mayor facilidad. Del mismo modo, en 1901 se lleva a cabo el primer congreso nacional de periodistas. La inserción de los escritores en la industria generará reacciones encontradas: para algunos significará la crisis de los intelectuales, mientras que otros adoptarán sin inconvenientes esta nueva época. Aun así perduran algunas formas de mecenazgo por parte del Estado (pensiones a escritores, compra de obras y comisiones especiales) o por particulares (personas o instituciones). Asimismo, también hay un fuerte movimiento de bohemia en Buenos Aires: para algunos fue una réplica de la bohemia madrileña o parisina, mientras que para otros concluyó en la deserción, el alcohol, la página periodística anónima y la cama del hospital. La bohemia intentaba apartarse de los círculos comerciales y utilitaristas. Solían reunirse en bares y cafés literarios. Cine y escritores pioneros: los pioneros del cine argentino, a fines del Siglo XIX, fueron Lepage, Glucksmann, Gallo, Alsina y Valle. Estas personas crearon una base sólida para el desarrollo de este medio además de descubrir su enorme potencial. Asimismo, muchos dramaturgos como García Velloso, González Castillo y Martínez Cuitiño se acercaron al cine como guionistas. Tanto es así, que el mismo Quiroga tuvo un proyecto cinematográfico que empero fracasó y luego fue uno de los primeros en dedicarse a la crítica cinematográfica de modo más o menos sistemático. Por otro lado, este fue el período de surgimiento de la revista Caras y Caretas, dirigida por José S. Alvarez (más conocido como Fray Mocho), el dibujante Manuel Mayol y el periodista español Eustaquio Pellicier. Esta revista se inspiraba en el modelo de los magazines europeos pero con una aguda percepción de los gustos del público argentino. Se integra la caricatura, la historieta, las viñetas costumbristas, los cuentos, las poesías, el entretenimiento, el deporte, los reportajes, crónicas, etc. La revista surgió en 1898 y al año siguiente, en su primer aniversario, sus directores consideraron que el éxito se debió a la adecuación a los gustos del lector, la importancia dada a la tapa y la gran cantidad de información nacional e internacional. Existieron también otras revistas culturales de gran tirajes: Ideas, creada en 1903 por Manuel Gálvez y Ricardo Olivera y Nosotros, de 1907 y con gran importancia. Esta última, a diferencia de Caras y Caretas que era más popular, tenía segmentos más ilustrados y era culturalmente especializada. Se dedicaba al arte, la literatura, la filosofía y la política, pero sin olvidar que se trataba de una empresa con fines de lucro. En cuanto al mundo del periodismo, se destacan los diarios La Nación, La Prensa y El Diario de Láinez, los cuales fueron en este período los más influenciantes. Entre 1900 y 1930 cobraron vida publicaciones como El Pueblo (diario de militancia católica), La Razón (1905, Emilio Morales), Crítica (1913, Natalio Botana), El Mundo (1928), entre otros. Por su parte, Crítica dará origen a un nuevo tipo de periodismo, en el que estará presente el culto a las formas amenas, atrevidas y libres de comunicación. La fórmula del diario era “máxima libertad” y preocupación por los “intereses populares”. El uruguayo Botana exploró numerosas zonas del periodismo que habían pasado inadvertidas o poco exploradas: el uso atractivo de los titulares, noticias de interés humano, campañas solidarias, denuncias de corrupción, colectas, beneficencias, etc. Botana explotó la llamada veta sensacionalista o amarillista del periodismo, tanto es así que se destacaba mucho en las noticias policiales, manteniendo en vilo al lector para saber quién, cómo y por qué cometió un homicidio o un robo. En tanto, los diarios La Nación y La Prensa comenzaron a publicar en sus días domingo un suplemento especial en el que se publicaban trabajos de diversos escritores de gran prestigio (Rubén Darío, Almafuerte, Cané, Lugones, Tolstot, Mark Twain, Lafait, etc.). Estos suplementos tuvieron vida hasta aproximadamente la mitad de la década del 20. En 1924 vio la luz la revista Martín Fierro, dedicada a la investigación de los fenómenos culturales más novedosos. Por ejemplo, contribuyó a la introducción y divulgación del jazz, la obra de poetas como García Lorca, las artes plásticas, etc. La revista, que duró apenas 3 años intentó ser apolítica. En cuanto a la radiofonía, el 27 de agosto de 1920 se realiza en la Argentina la primera transmisión radiotelefónica gracias a los esfuerzos de Susini, Mujica, Guerrico y Romero (“Los locos de la azotea”). La transmisión pudo ser escuchada por 50 personas, quienes recibieron la ópera Parsifal, ejecutada desde el viejo Teatro Coliseo. La radio se irá desarrollando en forma gradual y sostenida. Más adelante, el radioteatro tuvo mucha importancia. El auge de la industria cultural (1930-1955): En el período 1936-1939 se fundan tres importantes sellos editores (Losada, Sudamérica y Rueda). La industria editorial argentina penetra en el mercado español y en los demás países latinoamericanos. De hecho, en 1942 se exportaban 11 millones de libros y en 1950 más de 14. Desde 1940 a 1950 el 80% de los libros que se vendían en España provenían de la Argentina, pero a partir de los ’50, ese predominio argentino ira cayendo. Uno de los motivos de la crisis de exportación de libros tiene que ver con la recuperación de la industria editorial española. Entre los factores internos, cabe señalar el aumento de los costos de edición, la falta de divisas para pagar derechos de autor y las crecientes dificultades para exportar mercadería. Por otro lado, entre los 30 y 40 son muchas las revistas que se incorporan: Maribel, Leoplán, Chabela, Patoruzú, Antena, entre otras. Asimismo, también aparecen nuevos géneros como la novela policial, de acción y de intriga. No obstante, hacia fines de los años 40, son muchas las dificultades que los escritores tienen para editar sus libros. Tanto es así que en 1947, la Sociedad Argentina de Escritores, la Cámara Argentina del Libro y la Sociedad de Industriales Gráficos realizaron una reunión para debatir las dificultades que tenían las personas que se dedicaban a la publicación de libros: la falta de divisas en los demás países para el pago de libros importados desde la Argentina, los problemas de transporte, etc. En esos años es prácticamente imposible localizar a un escritor que viva de sus libros. En cuanto a la radiofonía, comienza a desarrollarse con mayor rapidez el radioteatro (1930-1950). El radioteatro se dedicó preferentemente a adaptar obras que tenían relevancia a nivel mundial. El radioteatro contó, además, con mecanismos de apoyo oficiales. Por el lado del cine, entre mediados de los 30 y hasta 1956, la cinematografía nacional ganó terreno a nivel local e inclusivese expandió en los demás mercados latinoamericanos. Además, muchos escritores aceptaron adaptar sus obras al cine. La crisis en los 50 se generó sobre todo a presiones de los Estados Unidos como proveedora de material virgen y el apoyo que hacían al cine mexicano, que no representaba el potencial peligro que sí tenía el cine argentino. Asimismo, también fue evidente la falta de calidad del film argentino, sumado a las desinteligencias y la improvisación de sus dirigentes y complicaciones en el financiamiento. Las ideas del diario La Nación 1909-1989 (Sidicaro) El texto analiza las editoriales del diario La Nación en el período comprendido entre 1909 y 1989. En 1909, la tercera generación periodística de los Mitre decidió distanciar el periódico de las luchas partidarias y convertirlo en expresión y educador de las clases dirigentes de esa época. El estilo editorial sugiere, persuade y está siempre tentado de impartir órdenes. El público al que estaba dirigido el diario eran los ocupantes de las “alturas” de la sociedad y La Nación parecía entrar en diálogo con los diferentes gobiernos, a los que les decía qué es lo que debían hacer en nombre de la Constitución. Entre 19870, años de su fundación, y 1909, Sidicaro define al diario como “Tribuna de doctrina” para sintetizar su estrategia discursiva. En la primea editorial, firmada por Bartolomé Mitre, se afirmaba que el diario no buscaba ser un puesto de combate sino que aspiraba a situar su mirada por encima de los enfrentamientos. La Nación fue, aun durante largo tiempo, el soporte propagandístico de una facción partidaria, su puesto escrito de combate. Este diario había surgido para reemplazar a otro, Nación Argentina, creado ocho años antes por José María Gutiérrez para defender la obra del gobierno mitrista. No obstante, en ambos diarios había un objetivo común: construir la opinión pública, actuar como mediador entre la sociedad y el Estado. En 1909, con la llegada de Emilio Mitre como director del diario, llegaba la decisión de alejar al matutino de la identificación directa con un partido político. El pensamiento político del diario no debía estar más al servicio de un candidato, sino de una visión de la sociedad. La Nación sería una “tribuna de doctrina” de la clase dirigente argentina, a la cual le prestaría su voz pero también le hablaría. Capítulo 1: En 1910 concluía el gobierno del presidente Figueroa Alcorta y La Nación se mostró extremadamente crítica por su gestión. El matutino se encolumnaba detrás de quienes exigían nuevas leyes electorales, que garantizaran el libre ejercicio de los derechos de la ciudadanía, es por eso que también criticó el proceso electoral por el cual Roque Sáenz Peña sucedió en el cargo a Alcorta. El principio de Siglo estuvo marcado por conflictos sociales. Ante estos, había quienes señalaban que eran un hecho normal y otros que apuntaban a “agitadores subversivos” como responsables de las huelgas y los incidentes. En sus análisis referidos a los conflictos sociales, La Nación enfatizaba la necesidad de encontrar soluciones negociadas, evitando confundir las divergencias de obreros y empleadores con los hechos de violencia que protagonizaban grupos de ideologías extremistas. Es decir, diferenciaba las protestas justificadas de los obreros de los hechos de violencia que producía un grupo reducido de agitadores políticos. La represión, destacaba el diario, debía evitar extralimitarse y no violar las protecciones jurídicas fundamentales. Asimismo, se mostró favorable a las iniciativas que tomó Sáenz Peña para mejorar el clima social, como las actividades promovidas por el Departamento Nacional de Trabajo. La Nación destacaba la necesidad de dictar leyes de protección al obrero. En su relación con el Estado, La Nación ajustaba su visión económica a la teoría liberal. El proteccionismo era en este período un problema de carácter internacional que limitaba las posibilidades de la Argentina de colocar sus productos en el exterior. No obstante, La Nación pedía la intervención del Estado cada vez que fuera necesario para regular el normal funcionamiento de la economía y de las distintas empresas, además de apoyar a las empresas locales cada vez que se vieran amenazadas por la competencia extranjera. En 1916 se llevaron a cabo las primeras elecciones con la ley Sáenz Peña de voto secreto, algo que fue apoyado por La Nación. El triunfo del radicalismo (Hipólito Yrigoyen, 1916) fue visto como una amenaza para las facciones más conservadoras, pero un triunfo para La Nación por las nuevas y alentadoras regulaciones democráticas. No obstante, La Nación explicitaba sus dudas sobre la capacidad de la UCR para actuar de modo constructivo. Los magros resultados del primer año de gobierno le permitieron al diario acentuar sus críticas y subrayar la falta de programa del radicalismo. Por otro lado, desde el periódico se minimizaban las posibilidades de crecimiento del Partido Socialista. En las primeras elecciones realizadas en la Capital Federal según la ley Sáenz Peña, el socialismo logró incorporar a Juan B. Justo y Alfredo Palacios a la Cámara de Diputados. También obtuvo buenos resultados en las elecciones de senadores de 1913. No obstante, el diario consideraba que no había que alarmarse por los avances electorales del socialismo. “Argentino por definición verbal, nuestro socialismo resulta, en el hecho, un partido de extranjeros naturalizados”, sostiene La Nación en una de sus editoriales. Los mismo reiteró cuando en 1914, el socialismo volvió a obtener mayoría electoral en la Capital Federal. El diario rechazaba puntualmente del socialismo sus proyectos de ley de divorcio y de abolición del servicio militar obligatorio. El matutino se presentaba como políticamente neutral e independiente. No obstante, La Nación se mostró complacida por la creación de Partido Demócrata Progresista por parte de grupos de conservadores. No obstante, las fuerzas conservadoras se presentaron divididas en dos fórmulas en las elecciones presidenciales de 1916. La Nación no ocultó su simpatía por De la Torre-Carbó, del Partido Demócrata Progresista, el cual proponía mayor participación del Estado para mejorar las condiciones de vida de las clases populares. El Estado debía estimular la producción de energía y el desarrollo industrial., además de la necesidad de crear una flota mercante con el fin de que el país tenga independencia económica. Resumen 1909-1916: el diario coincidía en su visión de lo político y de lo social con las orientaciones de los sectores más progresistas de la clase dirigente. El matutino se colocaba en posiciones más avanzadas que los sectores empresarios. Coincidía con los políticos más abiertos a las soluciones consensuadas de los conflictos sociales. En tanto, la oposición a los caudillos del interior era la continuidad de la tradición de Mitre, esencialmente porteño. Regueros de tinta (Saitta) En 1897, Jorge Navarro Viola imaginaba el futuro del periodismo argentino al imaginar un gran edificio en cuya planta funcionen sin cesar las rotativas, un director que no escribe sino que lee todo lo que se publica y los periodistas que redactan las noticias que llegan vía teléfono o telégrafo. Esta visión se asimila con la visión norteamericana de la prensa. La idea del nuevo periodismo es que fuera el mercado el que regulara la aparición de nuevos diarios y no el sistema político. En 1896, había seis diarios que circulaban en Buenos Aires: La Prensa, La Nación, El Tiempo, El Diario, La Voz de la Iglesia y Tribuna. La Prensa es el único diario de estos (ya que La Nación por ese entonces era un diario partidario) en el que se pueden encontrar rasgos del modelo americano, como la publicidad, noticias de varios temas y corresponsales en Europa y América. Las primeras dos décadas del Siglo XX marcan el lento cambio del periodismo, que se despega de los intereses del Estado y las facciones políticas para convertirse en una práctica independiente. Es precisamente La Prensa el diario que marca el horizonte durante las primerasdécadas del Siglo XX, tanto por su tiraje como por su técnica de impresión: poseía una sala de máquinas en donde estaban las rotativas, una sala de fotografía, depósitos de papel, un telégrafo sin hilos, entre otros adelantos. En segundo lugar, se ubicaba La Nación, que poseía edificio e imprenta propios. Asimismo, se había generado una contienda por el público entre los matutinos y los vespertinos. La Razón, fundado en 1905, es el primer vespertino que intenta quebrar la tendencia del diario partidario predominante en la época. Hacia 1913, La Razón es el vespertino de mayor importancia y salía en 3 ediciones diarias. El segundo vespertino es Ultima Hora. La aparición de estos vespertinos marca el inicio de una prensa popular urbana que incorpora los rasgos más salientes del denominado “nuevo periodismo” norteamericano: la primacía de la noticia sobre la opinión, la pretendida objetividad en el criterio editorial, uso de encabezados e ilustraciones. Es Crítica el vespertino que en la década del 20 introduce el estilo sensacionalista inaugurado por Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, quienes usaban titulares llamativos, notas centradas en conflictos sociales, dramas humanos, delitos, etc. Este diario había sido fundado en 1913 por Botana. En sus páginas podían leerse notas de política nacional, teatros, crónicas costumbristas, poemas, carreras de caballos, páginas deportivas, además de contar con varias caricaturas. Pese a su independencia, Crítica era un diario que intentaba introducir un periodismo popular de signo conservador. Este diario, con el primer conflicto bélico se había mostrado a favor de los aliados e incitaba tanto a Victorino de la Plaza como a Hipólito Irigoyen a tomar partido y romper relaciones con Alemania. Por otro lado, en relación con la política nacional, Crítica expone los límites de su relación con el panorama político argentino y habla de “mera coincidencia” cuando concordaba con una posición política. Intentaba mostrarse como un periódico objetivo. En sus publicaciones al respecto, se mostró contrario al avance del radicalismo y el socialismo: al primero lo acusaba de no tener programa y tener ideales precarios; mientras que al segundo lo denomina “conglomerado de extranjeros que desconocen la esencia del país”. La inoperancia de los conservadores para frenar el avance de estos partidos es algo que exaspera a Crítica, que se oponía al voto secreto por temor a que este fuera comprado y hasta propuso una forma controlada de realizar los comicios. Con el radicalismo al Gobierno, Crítica a punta sus dardos hacia Irigoyen y descalifica permanentemente al partido radical. En 1920, Crítica entra en aprietos económicos, ya que la Guerra había encarecido el precio de los insumos y equipamientos. Se muda a un nuevo edificio en el que tenía redacción y talleres propios para poder competir con La Razón (y sobre todo contra la quinta edición de este diario, que era la más vendida de la tarde). Así, en la década del 20 Crítica logró inaugurar un estilo sensacionalista que le resultó exitoso, dejando atrás al modelo de periodismo político que había dominado la escena en el Siglo XIX, pero que ya no era redituable económicamente. Caras y Caretas, primer semanario ilustrado popular (Romano)
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