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Sociología de la ciencia

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Sociología ]
de la ciencia
f l Jesús A . Valero (coordinador)
J. Beriaín, J. Echeverría Ezponda, E. Fernández Gijón, 
A. Gupta, A. Ovejero Bernal, F. Morentes, R. Ñola,
L. R. Olivé Morett
R
oben King Merlon (1910-2003), prem io Nobel 
de Economía en 1997, padre de la teoría de las 
funciones manifiestas y latentes, y autor de 
obras como El análisis estructural en la sociología, fue uno 
de los clásicos de la escuela estadounidense de esta dis­
ciplina. Alcanzó su reputación de pionero en la sociolo­
gía de la ciencia estudiando el com portam iento de los 
científicos y aquello que los estimula, recom pensa o 
intimida.
En este volumen, coordinado por Jesús A. Valero, pro­
fesor de la Universidad de Valladolid, se recoge una 
serie de ensayos de eminentes especialistas (Joselxo 
Beriaín, Javier Echeverría Ezponda, Eduardo Fernández 
Gijón, Amitabha Gupta, Anastasio Ovejero Bernal, 
Felipe Morentes Mejía, Robert Ñola, León Rogelio Olive 
Morett) que, a partir de las teorías mertonianas, nos 
ofrecen un balance de la visión de la sociologi;ules| me, 
de Merton y de la interrelación de la sociología di- la 
ciencia y el conocimiento científico. I
Sociología de la ciencia
J e sú s A . V a le r o (coord in ad or) 
JOSETXO BERIAÍN 
J a v ie r E c h e v e r r ía 
L e ó n O l iv é 
J e s ú s A . V a le r o M a ta s 
R o b e r t Ñ o l a 
A m ita b h a G u p ta 
A n a s ta s io O v e je r o B e r n a l 
E d u a r d o F e r n á n d e z G ijó n 
F e l ip e M o r e n t e s M e jía
EDAFfcUENSAYO
<D 2004. Óe los textos, sus respectivos autores.
© 2004. De esta edición, lúliloiial 1 I JAI S. A. Jorge Juan, 30. 28001 Madrid
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Abril 2004
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A
Indice
Págs.
P r e s e n t a c ió n .................................................. ................................. 9
I n t r o d u c c ió n . Sociología del límite: Esquemas clasifí­
catenos y sociedades, por Josetxo B eria ín ............... 13
P r im e r a P arte 
LA VISIÓN DE LA SOCIOLOGÍA DESPUÉS
DE MERTON
El ethos de la ciencia, a partir de Merton, por Javier Eche­
verría ............................................................................ 31
De la estructura normativa de la ciencia a las prácticas
científicas, por León Olivé .......................................... 57
Sociología de la ciencia: Un análisis posmertoniano, por 
Jesús A. Valero Matas ................................................ 81
S e g u n d a Pa rte
SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA
Y DEL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO
La sociología es un modo de adormecemos: El uso de 
Wittgenstein por la sociología de la ciencia, por Robert
Ñ o la .............................................................................. 141
Epistemología y ciencia social, por Amitabha Gupta . . . 191 
La psicología social de la ciencia y el giro «sociopsicoló- 
gico» en el análisis de la ciencia y del conocimiento 
científico, por Anastasio Ovejero Bernal ................. 231
SOCIOLOGÍA DE LA CIENCIA
Págs.
Las ciencias sociales en la crítica de la tecnociencia, por
Eduardo Fernández G ijón ............................................ 257
Anomia y complejidad social, por Felipe Morentes Mejía . 307
Sobre los autores ............................................................... 337
X
Presentación
E s t a obra reúne una serie de escritos con enfoques discipli­nares diferentes sobre la sociología de la ciencia. Con ello 
se intenta analizar desde diversas perspectivas la evolución de la 
sociología de la ciencia y el estado actual de la disciplina.
La sociología del conocimiento inmersa en discusiones episte­
mológicas llevó a un sociólogo americano, R. K. Merton, a dis­
tanciarse del estudio interno de la ciencia —por entonces domi­
nante—, dando paso a una nueva forma de analizar y valorar la 
ciencia. Este nuevo enfoque dio lugar a la sociología de la cien­
cia. Las tesis mertonianas se inscriben en la identificación de la 
ciencia como institución social, en donde se desarrollan unos 
imperativos normativos (cudeos) que van a regir el comporta­
miento científico de la institución. Un tiempo después de esta 
formulación emprende una nueva revisión de sus propuestas teó­
ricas, donde aprecia la existencia de otros aspectos fundamenta­
les para el desarrollo de la ciencia, como la búsqueda de reco­
nocimiento de los científicos. Su permanente estudio sobre los 
comportamientos científicos lo llevó a reforzar el ethos definido 
en sus primeros escritos.
El análisis funcionalista explicó el control social interno de la 
ciencia, así como el entramado habido en la institución científica 
en tomo al reconocimiento de los científicos. También encontró 
que en el modelo de recompensas de la comunidad científica 
habitan ciertas actitudes disfuncionales para la ciencia, como el 
plagio y el fraude.
En los años setenta de la pasada centuria, tras varias décadas 
de influencia de las tesis mertonianas, algunos teóricos empren-
9
S(K'IOLOGÍA DE LA CIENCIA
den una renovación en la sociología de la ciencia, surgiendo el 
Programa Fuerte de la Sociología del Conocimiento Científico 
(Strong Programme), abanderado por Bloor y Bames. A esta pri­
mera iniciativa de reforma le siguen otras reflexiones metodoló­
gicas: el Programa Empírico del Relativismo (EPOR), el Cons­
tructivismo Social, la Etnometodología, etcétera.
La aparición de estas nuevas comentes metodológicas con­
llevó que el modelo mertoniano quedara solapado por estas nuevas 
tendencias en el estudio de la sociología de la ciencia en favor de 
planteamientos que aseguraban una comprensión más fidedigna 
de la práctica científica. Sin embargo, estas corrientes metodoló­
gicas han olvidado un aspecto importante en la interpretación de 
la práctica científica, los condicionantes éticos; aunque no que­
dan resueltos por las tesis mertonianas, sirven como puente para 
emprender nuevas indagaciones teórico-metodológicas en el 
estudio de la sociología de la ciencia, desde la representación 
ética.
Esta obra colectiva que recogemos en un volumen se encuen­
tra estructurada en dos partes. El libro comienza con una intro­
ducción de Beriaín, que reflexiona sobre la sociología del lími­
te. La primera parte desea ser un homenaje a R. K. Merton, pero 
también una reflexión sobre la impronta dejada por este sociólo­
go en la sociología de la ciencia. En este apartado se recogen los 
textos de Echeverría, Olivé y Valero Matas donde analizan aspec­
tos relevantes de la obra mertoniana. En la segunda parte se ana­
lizan cuestiones sobre la sociología de la ciencia y el conoci­
miento científico con textos de Ñola,
Gupta, Ovejero, Fernández 
y Morentes. No obstante, no se ha querido centrar los textos úni­
camente en la obra de Merton, sino abrir reflexiones a otros 
espacios donde la sociología de la ciencia tiene fuertes discusio­
nes, de ahí la división en dos bloques.
La compilación de estos textos nació la noche del 24 de 
febrero tras el comunicado recibido de Elizabeth Needham por 
correo electrónico del fallecimiento de R. K. Merton. Entonces 
pensé en la posibilidad de compilar textos donde se meditara sobre 
la obra de Merton y también se abordaran cuestiones actuales de 
la sociología de la ciencia. En esas fechas me encontraba en el
1 0
PRESENTACIÓN
Science Studies Unit de la Universidad de Edimburgo y empecé 
a comunicar con profesores e investigadores que habían trabaja­
do sobre estos temas. Tras este contacto, y conocidas las aporta­
ciones de los autores, se ensamblaron los textos según conteni­
dos, dando como resultado este volumen.
Como compilador de la obra, entiendo que no se abarcan 
todas y cada una de las comentes sociológicas que vertebran la 
sociología de la ciencia, pero encontramos importantes reflexio­
nes sobre el actual estado de la sociología de la ciencia, así como 
la calidad de los textos que enriquece el proyecto. Debo mi más 
profundo agradecimiento a los participantes por su aportación y 
esfuerzo. También quiero hacer extensiva la gratitud a editorial 
Edaf por su complicidad en la edición y a Andoni Alonso por la 
excelente traducción.
J. A. V. M.
Palencia, marzo 2004
11
Introducción
Sociología del límite: 
Esquemas clasificatorios y sociedades
Por Josetxo BERIAÍN 
Universidad Pública de Navarra
En el principio... la tierra era caos y confusión... y dijo Dios: 
«Haya luz», y apartó la luz de la oscuridad, y llamó Dios a la luz 
«día» y a la oscuridad la llamó «noche».
(Génesis 1, 1-5)
I
Co m o vemos, el primer acto de la creación, al menos dentro de la comunidad de pensamiento judeocristiana, es uno que 
se ocupa de dividir distintos ámbitos de realidad; los tres prime­
ros días de la creación lo mantienen a Dios ocupado haciendo 
distinciones. Del caos 1 extrae Dios un cierto orden basado en 
una lógica binaria de distinciones. El saber aparecería de esta 
guisa como ese ámbito delimitado de la infinitud desprovista de 
sentido del acaecer universal al que Dios — o mejor, el autor 
javista anónimo responsable de la escritura del Génesis— otor­
gan sentido y significación 2. Nuestro entero orden social es un 
producto de las maneras en que separamos al pariente del no
1 Esto no es algo exclusivo del judeocristianismo sino que está presente 
en casi todas las cosmogonías y teogonias de las grandes civilizaciones. Sobre 
la lógica de las distinciones ver el interesante trabajo de R. Jokisch: Metodolo­
gía de las distinciones, UNAM, México D. F.( 2002, pp. 179 y ss.
2 M. Weber, Gesammelte Ausatze zur Wissenschaftslehre, Tubinga, 
1988, p. 180.
13
JOSETXO BERIAÍN
pariente, lo moral de lo inmoral, lo serio de lo lúdico, lo que es 
nuestro de lo ajeno, lo masculino de lo femenino, el norte del sur, 
etcétera. Clasificar las cosas es situarlas dentro de grupos distin­
tos entre sí, separados por líneas de demarcación claramente 
determinadas3. Hay, en el fondo de nuestra concepción de la cla­
sificación, la idea de una circunscripción de contornos fijos y 
definidos. Clasificar consiste en actos de inclusión y de exclusión. 
Clasificar es dotar al mundo de estructura: manipular sus proba­
bilidades, hacer algunos sucesos más verosímiles que otros4. La 
naturaleza presenta cosas sin divisiones firmemente estableci­
das. Todo se transforma en todo con matices imperceptibles.
Y si, en este océano de objetos que nos rodean, aparecieran algu­
nos que destacan y dominan sobre el resto como las montañas 
sobre los valles, la razón no sería otra que convenciones socia­
les que no tienen nada que ver con la disposición física de los 
objetos. La clasificación es un proceso de «esculpir», «dibujar» 
islas de significado más que de identificar simplemente tales islas 
como si fueran algo natural ya existente. La sociedad solo es 
posible si los individuos y las cosas que la componen se repar­
ten en grupos diferentes, es decir, se clasifican unos en relación 
con otros, por tanto, la vida en sociedad presupone una cierta 
organización consciente de sí, lo que no es otra cosa que una cla­
sificación5. La palabra definir, proviene de la palabra latina finís, 
límite, así, definir algo sería marcar sus límites. Para definir la 
situación (W. I. Thomas) o para organizar la experiencia en un 
contexto de contingencia (Goffman) precisamos de un marco de 
análisis 6 en el seno del cual están las claves interpretativas a 
cuyo través adquiere sentido la realidad. Aunque una gran parte 
de las categorías y conceptos que usamos habitualmente los 
damos por supuestos en la vida social, sin embargo, en realidad,
3 E. Durkheim, M. Mauss, «Sobre algunas formas primitivas de clasifi­
cación» en E. Durkheim, Clasificaciones Primitivas, Barcelona, 1996, p. 26.
4 Z. Bauman, «Modernidad y ambivalencia» en J. Beriain (Editor), Las 
consecuencias perversas de la modernidad, Barcelona, 1996, p. 74.
5 E. Durkheim, Las formas elementales de la vida religiosa, Madrid, 
1982, p.411.
h E, Goffman, Frame Analysis, Nueva York, 1974.
INTRODUCCIÓN
son construidos socialmente y experimentan una génesis social 
y, por tanto, tales límites varían en el tiempo y en el espacio.
Clasificar conlleva percibir de una determinada manera, por 
tanto, una clasificación, un «esquema de clasificación y de repre­
sentación» en los términos de Durkheim y Mauss, o un «esque­
ma conceptual» en los términos de Davidson, es una cosmovi- 
sión, una forma de ver-percibir-evaluar el mundo, por tanto, una 
sociología cognitiva sería strictu sensu una sociología de la per­
cepción o de las percepciones.
Como los leopardos, las tortugas o las cigüeñas, toda perso­
na, por ejemplo, distingue lo que es comible («comida») de 
aquello que no lo es y, por la misma razón, como los ratones, los 
antílopes o los tiburones, todos los humanos distinguen lo que es 
peligroso de lo que es seguro. Clasificar es un acto social y un 
acto individual, la sociedad distingue y nosotros también. Hay 
algo que nos une, un cierto universalismo cognitivo, a todos los 
humanos, en cuanto pensamos como seres humanos, algo que 
Descartes ha puesto de manifiesto en el cogito, en el «pienso 
luego soy» y que Lévi-Strauss vuelve a recordar cuando afirma 
que «los hombres siempre han pensado igual de bien», sin embar­
go, hay algo que nos separa, en cuanto pensamos como miembros 
de comunidades de pensamiento, de memoria o de interpretación: 
húngaros, vegetarianos, sociólogos, metodistas. Veamos esto en 
el caso de un universal cultural como los hábitos alimenticios, 
lodos y todas comemos lo que comemos, pero, ¿lo hacemos por 
satisfacer una pura necesidad primaria, en los términos de Mali- 
nowski, o más bien operamos con arreglo a la premisa de que es 
«bueno para comer porque es bueno para pensar», es decir, nos 
gusta o disgusta algo según nuestro esquema clasificatorio cul- 
(uralmente determinado, en los términos de Lévi-Strauss y 
Marshall Shalins 7? La cultura norteamericana actual, tan devo­
la del vigor físico y coextensivamente del vigor sexual, extrae 
sus «energías» de un tipo de alimento que representa el arqueti­
7 Ver el trabajo de M. Shalins: Culture and Practical Reason, Chicago, 
1976, pp. 166-179.
15
JOSETXO BF.R1AÍN
po de la energía física y la virilidad, la carne de vacuno. Los nor­
teamericanos sacralizan a las vacas por motivos muy distintos a 
los hindús. Por esa razón, cuando veían sacrificar crías de perro 
destinadas a abastecer los restaurantes en China y Corea del Sur 
en los pasados campeonatos mundiales de fútbol se escandaliza­
ban estigmatizando a los pobres chinos y coreanos de «bárba­
ros». Para ellos el perro, el caballo o el gato son animales domés­
ticos, pero, más aún, son uno más
de la familia, por eso les ponen 
nombres como si fueran personas. Por la misma razón, es decir, 
por la «prescripción» culturalmente construida por el esquema 
clasificatorio, los norteamericanos pueden comer cantidades 
ingentes de atún o de pollo, pero harían huelga de hambre antes 
de comer un filete de delfín o un guisado de conejo, animales tan 
graciosos y juguetones en el imaginario cotidiano norteamerica­
no. Recuerdan ustedes las famosas hambrunas irlandesas del 
siglo xix, ocasionadas por las malas cosechas de patata, que pro­
dujeron emigraciones masivas a Estados Unidos. Pues bien, al 
mismo tiempo, las costas irlandesas estaban infestadas de rico 
y nutritivo pescado, pero este no formaba parte sustancial del 
esquema clasificatorio de la alimentación en Irlanda en ese 
momento. Pero todavía no hemos acabado con las distinciones, 
incluso dentro de la carne de vaca no todo es lo mismo. Hay partes 
«nobles» como el filete, el solomillo o la chuleta, frente a par­
tes menos nobles, por no decir, «innobles» como las tripas (los 
famosos callos), el hígado, la lengua u otras partes que son 
rechazadas, cuando en realidad, no solo tienen un sabor más exqui­
sito sino que también tienen, en algunos casos, más propiedades 
alimenticias. Por tanto, podemos decir, sin ningún temor a equi­
vocamos, que el gusto está condicionado por el esquema clasifi­
catorio operante, que como sabemos varía de un lugar a otro, 
como el comer «sincrónicamente», mezclando arroz o legu­
minosas con carne o pescado o ave, como ocurre en los países 
anglosajones, o el comer «diacrónicamente» estableciendo un orden 
de sucesión entre el primer plato, el segundo y el tercero, como 
ocurre en los países mediterráneos.
16
INTRODUCCIÓN
Hay una diversidad cognitiva que se manifiesta en que ante 
determinadas preguntas, nuestras respuestas son distintas y en 
muchos casos tal diversidad se manifiesta en batallas cognitivas 
en pos de la plausibilidad o validez del esquema conceptual en 
cuestión 8. No solo diferentes culturas dibujan diferentes archi­
piélagos de significado de la misma realidad, a menudo también 
promueven diferentes «estilos» de cortar el mundo en múltiples 
provincias de significado 9. Algunas sociedades, por ejemplo, 
promueven un esquema clasificatorio rígido, un mundo institui­
do de significado altamente inflexible caracterizado por una 
adherencia estricta a una lógica purista del «o esto o lo otro». 
Tales «esquemas» dibujan distinciones agudas y claramente 
delimitantes y tienen aversión a los híbridos ambivalentes y a los 
estadios «entre lo uno y lo otro» que pudieran desafiar la exclu­
sividad percibida de sus categorías. Estas sociedades están preo­
cupadas con el mantenimiento de los límites y están extremada­
mente obsesionadas con la preservación de la «pureza» 10 del 
esquema clasificatorio evitando cualquier «contaminación» con 
realidades o sujetos «peligrosos». Un ejemplo clásico de socie­
dades de esquema clasificatorio rígido es la representada por el 
judaismo ortodoxo. Los judíos ortodoxos tienen una especial 
preocupación en evitar la «mezcla» de categorías, rituales y per­
sonas ajenos a su propio mundo. Así, se manifiesta su firme 
compromiso con la endogamia, con una fuerte aversión a las 
anomalías zoológicas, con una separación dietética cuidadosa de 
la carne y de los derivados de la leche y con una estricta prohibi­
II
8 Mi punto de partida se circunscribe aquí no a un tratamiento de la 
M uría de la ideología en su sentido partisano particularista, apuntado por 
k Mannheim, sino más bien a explorar la génesis y estructura de la noción de 
perspectiva» más propia de la sociología del conocimiento, aspecto este tam­
bién apuntado por Mannheim en su Ideología y utopía de 1930.
y E. Zerubavel, The Fine Line, Chicago, 1991, pp. 21-22.
111 Mary Douglas ha investigado esto en celebrado texto: Purity and Dan- 
H ? i ; Londres, 1996.
17
JOSETXO BERIAÍN
ción del uso de tejidos hechos de lino y lana, aspectos estos con­
tenidos en las prescripciones que aparecen en el Deuteronomio 
y sobre todo en el Levítico. La ortodoxia fundamentalista del 
Islam también suscribe una interpretación rígida de la sharia, 
con los correspondientes rituales de evitación de la «polución» a 
través del contacto con lo extraño y sus portadores. Pero no pense­
mos que este tipo de sociedades se dan únicamente en el pasado, 
en sociedades organizadas en tomo a una conciencia colectiva 
fuertemente integrada por el universo simbólico religioso. Ver­
siones sectarias, totalistas, jacobinas y totalitarias 11 procedentes 
de la ilustración del siglo xvni en Europa occidental, tanto en su 
versión fascista como en su versión comunista, utilizan meca­
nismos de represión político-policial para preservar frente a la 
crítica sus respectivos constructos ideológico-políticos. También 
en la cultura gitana se pone de manifiesto una obsesión con la 
pureza y una aversión a la promiscuidad y la ambivalencia.
III
Al mismo tiempo existen otras sociedades que promueven 
de alguna manera un esquema clasificatorio flexible, un mundo 
instituido pero sobre todo instituyente de significado, más carac­
terizado por el cambio que por la permanencia y, por tanto, con 
una aversión a cualquier límite que pudiera impedir la existencia 
de fronteras borrosas y porosas al cambio y a la crítica. Si lo que 
caracterizaba al modelo de sociedad anterior era una lógica del 
«o esto o lo otro», a este otro modelo lo caracteriza una lógica 
clasificatoria que rechaza de forma contundente el encasilla- 
miento rígido y promueve, por tanto, una posición más centrada 
en el «ambos/y». En las sociedades segmentadas, los navajos, 
los trobriandeses y los esquimales disponen de definiciones flui­
das y flexibles de la realidad en lo que concierne a la familia y
11 Ver el trabajo de S. N. Eisenstadt Fundamentalism, Sectarianism and 
Revolution. The Jacobin Dimensión ofModemity, Londres, 1999.
12 G. Simmel, El individuo y la libertad, Barcelona, 1986, p. 36.
IH
INTRODUCCIÓN
al género, pero donde más y mejor se pone de manifiesto esto es 
en la sociedad moderna y sobre todo en las sociedades modernas 
tardías. Si la sociedad de esquema rígido pretende naturalizar un 
conjunto de convenciones que fungen como mundo instituido de 
significado, la sociedad de esquema flexible, por el contrario, 
trata de mantener siempre el límite como frontera transgredible, 
apoyándose en el criterio de que el individuo es ese «ser fronte­
rizo que no tiene fronteras» n . Si bien en el esquema clasifica- 
torio rígido existe una determinación religiosa o política de la 
conciencia colectiva, es decir, existe un marco de referencia o 
una instancia necesaria de mediación que relaciona todas las 
actividades sociales proporcionándoles un sentido unitario, 
como hemos visto, en el esquema clasificatorio flexible existe una 
indeterminación de la conciencia colectiva 13, son «sociedades 
sin centro», «descentradas», producto de una diferenciación en 
relación al pasado y al mismo tiempo de una importante diferen­
ciación interna en la que hay una lucha entre diversos esquemas 
clasificatorios sin poder determinar el predominio de uno de ellos 
sobre el resto.
En una cosmovisión flexible del mundo, la realidad no está 
hecha de fragmentos insulares separados unos de otros, sin nin­
gún tipo de ambivalencia, por límites claramente diferenciados, 
sino de entidades con contornos vagos y borrosos que a menudo 
«se vierten» unas en otras. Normalmente se presenta no en blan­
co y negro, de forma inequívoca, sino con matices grises y con 
zonas ambiguas así como con esencias intermedias que conec- 
lan entidades varias. La labor de segmentación de tales archipié­
lagos de significado —políticos, económicos, territoriales, reli­
giosos— frecuentemente se apoya en alguna convención social, 
y la mayor parte de los límites son, por tanto, meros artefactos 
sociales. Tales marcos de significación, así como las líneas que 
li is separan, a menudo varían
de una sociedad a otra, así como a lo 
largo de periodos históricos, dentro de una misma sociedad. Por
1' I ¡. Durkheim detalla esta posición en La división del trabajo social, 
Mttdiid, 1082.
19
JOSETXO BERIAÍN
este motivo, la precisa localización — sin hacer mención ya a su 
existencia— de tales clasificaciones es a menudo objeto de dis­
puta dentro de una sociedad dada14. La aversión a las divisiones 
sociales rígidas se manifiesta, por ejemplo, en el movimiento 
hacia la de-segregación racial, representado en las luchas por los 
derechos civiles de los afroamericanos, en el explícito esfuerzo 
feminista para «des-generizar» unas relaciones sociales generi- 
zadas asimétricamente que discriminan a la mujer y a las identi­
dades «borrosas» homosexuales, así como también en el ininte­
rrumpido intento marxista de crear una sociedad sin clases o en 
el intento del sistema de salud mental de la comunidad para inte­
grar a los enfermos mentales en el resto de la sociedad. La 
modernidad, y esto nos resulta hoy evidente, promueve la obli­
teración de las divisiones tradicionales de grupo en el nivel 
macrosocial. Cuando los americanos de ascendencia escandina­
va comen pizza y consumen aceite de oliva, cuando los nigeria- 
nos juegan al fútbol y los coreanos escuchan rock, la noción de 
«culturas» insulares deviene obsoleta.
Como muy bien lo expresa el antropólogo Clifford Geertz, 
lo que caracteriza distintivamente al esquema moderno (y posmo- 
demo, podemos añadir) de pensamiento «no es otra redefinición 
del mapa cultural, el desplazamiento de unas pocas fronteras 
en disputa, sino una alteración de los principios de definición 
misma. Algo está ocurriendo a las formas en que pensamos 
sobre las formas en que pensamos...»15. Karl Marx, hace ya más 
de ciento cincuenta años, advertía con visión profética que «todo 
lo sólido se desvanece en el aire» 16, y ya estaba prefigurando 
algo que hoy nos resulta meridianamente claro, que todo «lo 
líquido» permanece en la realidad, que la realidad está sometida 
a permanente proceso de mutación y cambio, que la metáfora 
que mejor refleja la experiencia moderna es «lo fluido», «lo líqui-
14 E. Zerubavel, The Fine Line, Chicago, 1992, p. 62.
15 C1 Gertz, «Blurred Genres: The Refiguration of Social Thought» en 
Local Knowledge, Nueva York, 1983, p. 20.
16 K. Marx, El manifiesto comunista, 1848. Varias ediciones.
JO
INTRODUCCIÓN
lo 11. Solo la «licuefacción», la «fluidez», representan al cam- 
lianle esquema de clasificaciones y representaciones moderno18. 
Mientras que para la filosofía clásica, con Platón y Aristóteles a 
■i cabeza, la sustancia era esencial y el accidente relativo y con­
nivente, hoy observamos una inversión de este supuesto, ya que 
I accidente se ha convertido en absoluto y la sustancia, cual- 
|iiier sustancia (incluido el ser humano), en relativa y contin- 
tiiic. Georg Simmel también advirtió que en la cultura moderna 
■\isle un problema que está relacionado con el desplazamiento 
l( las viejas formas por nuevas, es decir, por el movimiento de 
i ración sin fin procedente de la vida. En el presente estamos 
-’iperimentando una nueva fase de la vieja lucha, no una lucha 
Ir una forma contemporánea, repleta de vida, contra una vieja 
t n ina, sin vida, sino una lucha de la vida, del alma humana, con- 
i a la forma en cuanto tal, contra el principio de la forma. Mora- 
islas, integristas de viejo y nuevo cuño y una parte respetable de 
a gente llevan razón cuando protestan contra la creciente «falta 
Ir forma» 19 en la vida moderna, fíjense ustedes, a modo de 
irmplo, tanto en el arte de las vanguardias modernistas como en 
•1 arte posmodemo. La modernidad lucha por deshacer la «soli- 
Irz» de la tradición heredada de la Edad Media para crear un 
nievo e improvisado sólido: la expansión del dominio racional 
•n lodos los ámbitos, pero tal «nuevo e improvisado sólido» es 
iiexorablemente engullido por esa fuerza social invisible que 
lamamos contingencia y que nos sitúa ante la paradoja de que 
uanto más pretendemos dominar una situación más somos 
(inscientes de la futilidad del intento 20.
17 Z. Bauman, Liquid Modemity, Londres, 2000, 3 y ss. También aplica­
do a la esfera del amor y la sexualidad, del mismo autor: Liquid Love, Londres, 
2003.
18 E. Zerubavel ha profundizado en el carácter borroso de las distinciones 
modernas: The Fine Line, Chicago, 1991, p. 106.
19 G. Simmel, «Der Konflikt der modemen Kultur» en Das Individuelle 
(1esetz, Frankfurt, 1987, 150, p. 173.
20 Esta idea la pone de manifiesto con rotundidad B. Latour en «Is Re- 
modemization Occuning-and if so How to Prove it?» en Theory, Culture and 
Society, vol. 20, n.° 2, 2003, pp. 35-49.
21
JOSETXO BER1AÍN
La contingencia —la posibilidad de que ocurra lo otro de lo 
esperado, la negación de lo imposible y de lo necesario— es infi­
nitamente mayor ahora que hace mil años porque, cuanto más 
sabemos, más sabemos que sabemos menos, debido a la presen­
cia insoslayable de la indeterminación 21 en todo ámbito de la 
existencia humana. Es como si hubiéramos llegado a un estadio 
en el que todo pudiera cambiar —y de hecho cambia—•, pero 
nada pudiéramos hacer para controlarlo o evitarlo en su caso. En 
las sociedades tradicionales la eternidad era conocida y a partir 
de ella podía ser observada la totalidad temporal, siendo el 
observador Dios, ahora es cada presente, el de cada individuo, el 
de cada sistema, quien reflexiona sobre la totalidad temporal, 
parcelándose en pasado y futuro y estableciendo una diferencia 
(que en la modernidad tiende a infinito y en las sociedades tra­
dicionales es cero) y el observador es el hombre22 y los sistemas 
sociales que incluyen su propia reflexividad. Cada observador 
usa una diferencia para caracterizar a un lado o al otro, ya que la 
transición de un lado al otro (generalmente del pasado al futuro) 
precisa de tiempo, esa diferencia es lo que produce el tiempo. El 
observador no puede observar ambos lados simultáneamente, a 
pesar de que cada lado es simultáneamente el otro del otro. Esto 
es debido a la asimetría de los prismas de observación, produ­
cida por la temporalización de la observación. La aceleración de 
las secuencias históricas de los acontecimientos impiden que las 
expectativas se refieran a las experiencias anteriores 23 y de esta 
manera lo improbable deviene probable, por la razón de que todo,
o casi todo, es transformado en un futuro previsible. El tiempo 
aparece en cada presente de forma diferente, cada presente «se 
mueve» en el tiempo, debido a esa diferencia que existe entre 
el presente futuro y el futuro presente. Vivir contingentemente 
— «vivir hipotéticamente» 24 diría Musil en El hombre sin atri­
butos— significa vivir sin garantías, con solo una certeza provi-
21 O. Marquard, Apologie des Zufalligen, Stuttgart, 1986, pp. 117-140.
22 N. Luhmann, Soziologie des Risikos, Berlín, 1990, p. 48.
23 R. Kosselleck, Vergangene Zukunjt, Frankfurt/M , 1979, p. 359 y ss.
24 R. Musil, El hombre sin atributos, Barcelona, 1961, vol. 1, p. 304.
INTRODUCCIÓN
aonal, pragmática, pirrónica, que sirve solo hasta que logramos 
lalsarla. La modernidad es lo que es — una marcha obsesiva 
hacia adelante— no porque quizás siempre quiere más, sino por­
que uunca avanza bastante; no porque incrementa sus ambicio­
nes y retos, sino porque sus retos son encarnizados y sus ambi-
■ iones frustradas. La marcha debe proseguir ya que todo lugar 
de llegada es una estación provisional25. Norbert Elias, en su 
teoría de la civilización26, ya nos advertía del despliegue de una 
i educción continua de los contrastes agudos en el comporta­
miento de los diversos grupos sociales, al tiempo que aumentan 
la . variaciones o los matices del comportamiento civilizado, es 
lUrir, el desencantamiento de la jerarquía verticalizadora, con su 
distinción directriz fundamental establecida entre el arriba y el 
til tajo, como principio de orden social tradicional, da paso al des­
pliegue de la heterarquía transversalizadora
21, con su distinción 
directriz establecida entre uno al lado del otro (nadie por encima 
de nadie), como principio de un orden social más flexible.
Que la localización así como la existencia de límites es a 
menudo objeto de disputa es incluso más comprensible hoy dada 
la presencia persistente de la ambivalencia en nuestras vidas. La 
ambivalencia es el producto colateral que surge en el acto de cla- 
al ¡catión. Al comienzo de este trabajo situábamos a Dios, al 
Motor Inmóvil, movilizándose, dispersándose, en el mundo a tra- 
\ es de sucesivas diferenciaciones o distinciones, hasta el punto
■ le proceder a una humanización de lo divino a través de Jesús de 
Na/.areth, pero, hoy, las preguntas que interrogan por el quién 
distingue y por el qué distingue ya no pueden ser respondidas 
por lal metaobservador ni por su esquema rígido, religiosamen- 
ie centrado, sino que son respondidas en el seno de representa- 
i iones colectivas autonomizadas de la esfera de lo sagrado, así, 
el <tener/no tener» en el sistema económico, «gobiemo/oposi­
25 Z. Bauman, Modemity and Ambivalence, Londres, 1991, pp. 10-11.
26 N. Elias, El proceso de la civilización, México D. F., 1986, pp. 466-472. 
11 Ver el interesante trabajo de W. Wesch: Vemunft Die Zeitdiagnóssische
Vemunftkritik und des Konzept des Transversalen Vemunft, Frankfurt, 1996, 
p|). 613 y ss.
23
JOSETXO BERIAfN
ción» en la política, «verdad/falsedad» en la ciencia, «justicia/injus­
ticia» en el derecho, «belleza/monstruosidad» en el arte, etcétera; 
ellas configuran el peculiar horizonte de respuestas en el que no 
existe una preferencia socialmente condicionada hacia un orden 
caracterizado por la abundancia, la gobemabilidad, la verdad, la 
justicia y la belleza sino la posibilidad de la coexistencia entre 
órdenes asincrónicos y el desorden a causa de la producción de un 
umbral social de ambivalencia. «Orden y desorden son, por tanto, 
dos gemelos modernos» 28. Dicho en lenguaje heideggeriano, 
hemos sustituido la Verdad del Ser por las verdades del acaecer, 
a la esencia por la existencia y sus devenires.
El esquema clasificatorio flexible, predominante en las 
sociedades modernas, sustituye la Verdad y la Razón sólidas y 
naturalizadas, en el esquema rígido, por las verdades y las razo­
nes frágiles y también sustituye el límite claro y «natural» por 
fronteras borrosas y en permanente proceso de mutación. Por 
tanto, y si esto es así, la cultura no sería un esquema original y 
originante que funge como canon del que se pueden sacar miles 
de copias para definir infinitas situaciones, sino más bien el 
campo de lucha simbólica en pos de la definición de la situación. 
La cultura sería el espacio social en donde los portadores de 
esquemas de clasificación crean, recrean y negocian las claves 
interpretativas y los límites imaginarios de su realidad social29. 
El esquema rígido y el esquema flexible mantienen una disputa 
(que pretende y debe ser democrática) sin fin a través de sus por­
tadores y en sus portadores. El arte moderno, tanto el de las van­
guardias modernistas como las actuales versiones posmodemas, 
promueven la promiscuidad mental desafiando un cierto canon 
de convenciones clásicas que partían, dividían, la realidad en 
compartimentos mutuamente exclusivos. Comparemos, a título 
de ejemplo, El Entierro del Conde de Orgaz de El Greco, en 
donde el cuadro refleja una cosmovisión religiosa con el otro 
mundo, este mundo y el inframundo, claramente delimitados
28 Z. Bauman, «Modernidad y ambivalencia» en J. Beriain, op. cit., 1996, 
p. 77.
29 S. Benhabib, The Claims of Culture, Princeton, NJ, 2003, p. 8.
INTRODUCCIÓN
jerárquicamente, mientras que en El Gran Masturbador de Dalí, 
las instancias anteriores aparecen invertidas, más bien subverti­
das, por cuanto que el inframundo del deseo, la pasión y la materia 
reocupan el espacio y el tiempo centrales del cuadro. Lo mismo 
sucede en la pintura negra Muerte a garrotazos de Goya en donde 
lo grotesco-monstruoso ha desplazado totalmente a lo bello de la 
realidad. Por la misma razón, en el mundo del arte son explíci­
tamente aceptadas e incluso reverenciadas imágenes de trans­
gresión del género como las que representan Marlene Dietrich, 
David Bowie Michael Jackson, Robert Maplethorpe, La Cage 
aux Folies de Jean Poiret o de Crying Game de Neil Jordán. En 
el ámbito de la intimidad es donde probablemente mejor se pone 
de manifiesto esa presencia del esquema flexible que permite 
superar las divisiones sociales. Nada desafía tanto (quizá a 
excepción de la atracción sexual) nuestras divisiones en nacio­
nes separadas, en clases sociales, en grupos étnicos, en géneros, 
en comunidades religiosas, como la transgresión que supone el 
matrimonio entre miembros de los distintos grupos. Así lo pone 
de manifiesto D. H. Lawrence por boca de Lady Chatterly y su 
uníante, tan distanciados en sus orígenes sociales y tan unidos 
por el amor. En la esfera del juego, en el carnaval y en la fiesta, 
la regla es el desafío de la regla, la risa el contramundo cómico 
ublimado del mundo trágico real; desde el bufón medieval 
hasta el payaso moderno, se trata de transgredir el esquema habi- 
lualizado y los límites entre naturaleza y cultura, animal y humano, 
hombre y mujer, rey y plebeyo, niño y adulto, rico y pobre. El 
peregrino30 (y su versión secularizada en el turista) aquel que atra- 
\ icsa un camino místicamente a diferencia del místico que rea­
liza una peregrinación introvertida, y el extranjero31, aquel que 
viene hoy y se queda mañana, aquél que está próximo física­
mente pero lejano culturalmente, son los grandes transgresores 
i le esquemas, tiempos y espacios.
i() Ver el trabajo de V. Tumer y E. L. B. Tumer: Image and Pilgrimage in 
i hi ¡alian Culture, Nueva York, 1978, p. 33.
11 G. Simmel, Sociología, vol. 2, Madrid, 1977, p. 716.
25
JOSETXO BERIAÍN
Pero no son estos los únicos ámbitos en donde se deja sen­
tir la flexibilidad del nuevo esquema de clasificación, sino que 
hacemos frente a realidades como el «ahora en todos los sitios» 
que surge producto de las revoluciones en el transporte, las 
transmisiones de información y los implantes genéticos configu­
rando una nueva experiencia del tiempo y del espacio. Se ha pro­
ducido una transformación del tiempo «aquí-ahora» en un tiem­
po «ahora-en todos los lugares», en donde el espacio y el tiempo 
son «vacíos», cuyo centro no está en ningún sitio y cuya circun­
ferencia está en todos los lugares. Esa comunalidad temporal 
imaginada 32 por cuanto compartida por todos aquellos que coha­
bitan (aun sin saberlo) en una contextura espacio-temporal pla­
netaria hace posible la «coordinación de las acciones de muchos 
seres humanos físicamente ausentes el uno del otro; el «cuando» 
de estas acciones está conectado al «donde», pero no como en 
épocas premodemas, vía mediación del lugar»33. «Encontrarse 
a distancia, es decir, ser telepresente, aquí y en cualquier otra 
parte, al mismo tiempo, en el así llamado «tiempo real» no es, sin 
embargo, sino una clase de espacio-tiempo real, por cuanto que 
los diferentes eventos tienen «lugar», incluso si ese lugar es al 
final el no lugar de las técnicas teletópicas (el interfaz hombre- 
máquina, los nodos de intercambio de teletransmisiones)»34.
No es menos importante «el creciente distanciamiento entre 
la experiencia y el horizonte de expectativas»35 que reinventan 
una nueva representación y una nueva experiencia de compre­
sión del tiempo. Esta se ha conseguido por la concurrencia de 
varios factores: por el incremento de actividad dentro de la 
misma unidad de tiempo a través de la introducción de máqui­
nas y de la intensificación del trabajo, sobre todo en los comien­
zos del capitalismo industrial en el siglo xix, por la reorganiza­
ción de las secuencias y el ordenamiento de las actividades —tay­
32 B. Anderson, Comunidades imaginadas, México D. F., 1990.
33 A. Giddens, Modernidad e identidad del yo, Barcelona, 1995, pp. 28-29.
34 P. Virilio, Open Sky, Londres,
1997, p. 10.
35 Ver los trabajos de R. Koselleck: Vergangene Zukunft, Francfort, 1979, 
y Zeitschichten, Francfort, 2000.
2 6
INTRODUCCIÓN
lorismo, fordismo y toyotismo— , usando los puntos más altos y 
los más bajos de forma más efectiva a través de la flexibilización, 
convirtiendo a los trabajadores en flextimers y, finalmente, eli­
minando del proceso todos los tiempos improductivos a través 
de la fórmula just-in-time.
Desde dentro del Estado nacional han surgido procesos de 
contestación interna que problematizan y obligan a reinventar 
los logros de los procesos de nacionalización originaria36 que 
dieron origen a los estados nacionales en Europa en el siglo xix. 
Si bien el estado aparece como un constructo de poder y coac­
ción, sin embargo, el proceso de formación de la identidad 
nacional, al estar sujeto a luchas en tomo a tramas de significa­
ción sobre la historia y la memoria, ha segregado constelaciones 
posnacionales que redefinen las agendas políticas actuales. 
I )esde fuera, el proceso de globalización capitalista que sitúa al 
capital y a las multinacionales como globales (aunque el trabajo 
siga siendo local) han socavado fuertemente la autonomía del 
I ísiado y, de la misma forma, la configuración de una geopolíti- 
i a global, superada la división intercontinental de la Guerra Fría, 
lia creado organizaciones militares supranacionales que debilitan 
v en buena medida anulan los ejércitos nacionales. Tanto en la
< i i ierra del Golfo, como en el conflicto de Kosovo e incluso en 
la Guerra de Irak son grandes conglomerados militares los que 
nr sitúan, de forma enormemente ambivalente, por encima de los 
I .lados.
1,1 Ver los trabajos de E. Weber en el caso de Francia, de G. Mooser en el 
‘auM Ir Alemania, de L. Colley en el caso inglés y de J. Alvarez Junco en el caso
§§SifÍQl,
27
031-5000
1 • • I <
PRIMERA PARTE
La visión de la sociología 
después de Merton
El ethos de la ciencia, 
a partir de Merton
Por Javier ECHEVERRÍA 
Instituto de Filosofía, CSIC 1
1. Introducción
La ciencia posee su propio ethos y este es diferente al de otras instituciones sociales. Esta convicción mertoniana adquirió 
su expresión canónica en los célebres «cudeos» (comunismo, 
universalismo, desinterés y escepticismo organizado) del artícu­
lo «Science and Technology in a Democratic Order» (1942) 2. 
Casi todos los comentaristas se han centrado en ese texto a la hora 
de analizar el ethos de la ciencia, según Merton. Sin embargo, 
Merton se había ocupado bastante antes de esa cuestión, desde 
su tesis doctoral3. Ulteriormente volvió sobre ella en numerosos 
artículos.
Esta contribución al libro de homenaje a Merton pretende 
estudiar con más detalle sus análisis del ethos científico. Merton
1 Esta contribución ha sido elaborada en el marco del proyecto de inves­
tigación BFF2002-04454-C01-01 sobre «Tecnociencia y Cultura», financiado 
por el Ministerio de Ciencia y Tecnología. La Unidad Asociada CSIC-UPV de 
«Estudios de ciencia y tecnología» fue el ámbito institucional donde se deba­
tió este artículo.
2 Publicado en el Journal of Legal and Political Sociology, 1 (1942), 
pp. 115-126, y luego republicado por el propio Merton en su célebre libro 
Social Structure and Social Theory (1949), bajo el título «Science and Demo­
cratic Social Structure».
3 R. K. Merton, Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo 
XVII, Alianza, Madrid, 1984. Esta tesis es de 1933, pero fue completada en 
1935 y reeditada en 1970.
31
JAVIER ECHEVERRÍA
fue el primer sociólogo que se interesó en lo que hoy en día 
se denomina axiología de la ciencia, campo más amplio que la 
ética de la ciencia. Le siguieron otros sociólogos, historiadores y 
filósofos de la ciencia. Conforme hemos propuesto en publica­
ciones anteriores 4, la axiología de la ciencia es un nuevo ámbi­
to en los estudios de ciencia y tecnología, y en particular en los 
estudios CTS (Ciencia, Tecnología y Sociedad). La axiología de 
la ciencia surge a partir de Merton. Se trata de destacar el papel 
de Merton en la emergencia de esos estudios axiológicos, así 
como de reinterpretar sus aportaciones desde una perspectiva 
actual.
2. Primeros estudios de Merton sobre el ethos 
de la ciencia
En su tesis doctoral Merton mostró con datos empíricos que 
«el desarrollo científico en Inglaterra se hizo especialmente acen­
tuado aproximadamente a mediados del siglo xvn» 5. Durante 
esa época fueron surgiendo diversas instituciones científicas 
(Royal Society, Cátedra Lucasiana de Matemáticas en Cam­
bridge, Cátedra de Botánica en Oxford, observatorios astro­
nómicos, etc.) con el apoyo de la monarquía, de algunos nobles 
y de parte de la burguesía inglesa, que apreciaba ante todo la uti­
lidad y el valor práctico de las investigaciones científicas, con­
forme al programa baconiano. En conjunto, la ciencia se fue 
constituyendo a finales del x v ii como una nueva institución 
social.
La comunidad científica fue configurando sus propios valo­
res, como cualquier otra institución social. Merton subrayó la 
influencia del ethos puritano sobre la ciencia emergente, siguien­
do una sugerencia de Max Weber'1 I i salvación mediante las
4 VerJ. Echeverría, Ciencia y Valotrs, Destino. Bmcelona, .’OO.1,
s Merton, 1984, op. cit„ p. 72,
•’ M, Webcr, ReUgi<m.wr:ji>lo^ir,'IXilungu, I C H, Mohr, ll)20, p. 188, nota.
32
EL ETHOS DE LA CIENCIA, A PARTIR DE MERTON
buenas obras, la investigación científica como aproximación al 
conocimiento de la creación divina, el bienestar social, el empi­
rismo, la exaltación de la razón frente al entusiasmo, el interés 
por la educación, la diligencia, la laboriosidad y, sobre todo, 
el principio utilitario, fueron valores relevantes del puritanismo 
inglés. En mayor o menor medida se trasladaron a la ciencia ingle­
sa de finales del siglo xvu, o al menos potenciaron su desarrollo: 
«Los valores sociales inherentes al ethos puritano eran tales que 
llevaban a la aprobación de la ciencia a causa de una orientación 
básicamente utilitaria, envuelta en términos religiosos y promo­
vida por la autoridad religiosa» 1. Contrariamente a la tesis usual 
que opone la ciencia y la religión, Merton halló una raíz del 
ethos científico inglés en los valores del puritanismo. Los pro­
blemas y contenidos científicos no los marcó la religión, sino otras 
influencias externas 8. Sin embargo, el puritanismo sí incidió en 
la componente normativa de la ciencia.
Una vez consolidada una institución, sus valores constituti­
vos pasan a ser considerados como evidentes y no requieren nin­
guna justificación 9. Por eso es preciso atender a los momentos 
de cambio social e institucional para analizar los valores institu­
cionales: «Un nuevo orden social presupone un nuevo esquema 
de valores; lo mismo ocurrió con la nueva ciencia» 10. Aunque el 
sistema de valores puritanos favoreciera la creación de institu­
ciones científicas, estas generaron un ethos específico, que Mer­
ton investigó a lo largo de toda su obra.
La tesis doctoral de Merton incluyó otras propuestas de interés 
para la axiología: siguiendo en este caso a Alfred Weber, Merton 
distinguió entre sociedad, civilización y cultura. La primera alude a 
la interacción entre personas y a la estructura social. La segunda, al 
conocimiento empírico y científico y los medios técnicos disponi­
7 Merton, 1984, op. cit., p. 108.
8 Siguiendo a G. N. Clark, Merton distingue seis grandes influencias en 
la investigación científica: la economía, la guerra, la medicina, las artes, la reli­
gión y la búsqueda desinteresada de la verdad (op. cit., p. 230).
9 Ibídem, p. 112.
10 Ibídem.
33
JAVIER ECHEVERRÍA
bles en una sociedad. En cuanto a la tercera, «la cultura comprende 
el esquema de valores, de principios normativos e ideales que sir­
ven para definir lo bueno y lo malo, lo permisible y lo prohibido, lo 
hermoso y lo feo, lo sagrado y lo profano» 11. Según Merton, los 
valores forman parte de la cultura. Tesis problemática, puesto que 
hay valores transculturales
en la ciencia, los valores epistémicos, 
como veremos más adelante. Las propuestas de Merton en este 
punto suscitan un nuevo problema: caracterizar la cultura científi­
ca, y hoy en día la cultura tecnocientífica12. Esta última surge por 
hibridación de varias tradiciones culturales diferentes y tiende a 
expandirse por las diversas sociedades. Si nos atenemos a lo dicho 
por Merton, «la civilización y la cultura impregnan concretamente 
la sociedad, pero son teóricamente distintos de ella» l3. Cabe decir, 
por analogía, que el ethos de la ciencia impregna a las comunida­
des y sociedades científicas, pero no se confunde con ellas. Desde 
una perspectiva más general, la cultura científica ha sido capaz de 
impregnar con sus valores y normas a diversas sociedades a lo largo 
de la modernidad, razón por la cual plantea problemas teóricos que 
no se resuelven con la distinción establecida por Alfred Weber.
Merton se interesó ante todo en los valores culturales que inci­
den en la ciencia, por ejemplo, los valores del puritanismo inglés del 
siglo xvn. Sin embargo, también analizó otro tipo de valores rele­
vantes hoy en día: los valores propiamente sociales, y no solamen­
te culturales, aunque él no los denominara así. Algunos de ellos se 
derivan de la necesidad de comunicar (y publicar) el conocimiento 
para que este pueda ser considerado como científico, previa con- 
trastación y crítica por parte de otros especialistas. Merton siempre 
afirmó que «la ciencia es conocimiento público, no privado»14. Un
11 Ibídem, p. 233. Obsérvese que en esta enumeración no aparece «lo ver­
dadero y lo falso», cuestión típica de la ciencia moderna.
12 Ver J. Echeverría, La revolución tecnocientífica, FCE, Madrid, 2003, 
capítulos 1 y 2.
13 Merton, 1984, op. cit., p. 233.
14 Ibídem, p. 242. La misma afirmación se hace en el artículo «El efecto 
Mateo en la ciencia» (1968), donde se afirma taxativamente que «en última 
instancia, la ciencia es un cuerpo de conocimiento socialmenle compartido y 
convalidado» (Merton, 1977, op. cit., II, p. 567).
34
EL ETHOS DE LA CIENCIA, A PARTIR DE MERTON
científico ha de comunicar sus descubrimientos a otros, y en últi­
mo término hacerlos públicos. La comunicabilidad y la publicidad 
del conocimiento científico son valores relevantes de la ciencia 
moderna, porque sin ellos no hay sociedades ni comunidades cien­
tíficas l5. Como dice Merton:
Un científico puede hacer observaciones para las que no 
tiene ninguna explicación. Si estas observaciones no fueran 
comunicadas a otros investigadores, no tendrían ninguna impor­
tancia para el desarrollo científico. Pero una vez expuestas a 
otros para hallarles explicación, una vez establecida la interacción 
social, existe la posibilidad (de probabilidad cada vez mayor 
cuantas más sean las mentes en contacto) de que estas observa­
ciones puedan ser unificadas y sistematizadas por una teo ría ,6.
Obsérvese que la comunicación de las observaciones posibi­
lita la generación de nuevo conocimiento, al plantear nuevos 
problemas a las comunidades científicas. En la perspectiva de 
Merton no es un fin en sí misma, sino un medio para que avan­
ce el conocimiento. Tras poner varios ejemplos históricos al res­
pecto, Merton extrajo consecuencias de gran interés:
Las teorías y leyes científicas son presentadas de una mane­
ra rigurosamente lógica y «científica» (de acuerdo con las reglas 
de prueba corrientes en la época) y no en el orden en que la teo­
ría o la ley fue obtenida. Es decir, mucho después de que la teoría 
ha sido hallada aceptable por el científico sobre la base de su 
experiencia privada, debe continuar ideando una prueba o 
demostración en términos de los cánones aprobados de la veri­
ficación científica existentes en su cu ltu ra17.
De esta afirmación extraeremos dos conclusiones. En primer 
lugar, Merton propuso una fundamentación sociológica (en tér­
minos de interacción social y comunicación) de la célebre dis­
15 Alrespecto, ver J. Echeverría,Fibsofíade la Ciencia,Akal, Madrid, 1995.
16 Merton, op. cit., pp. 240-1.
17 Ibídem, pp. 243-4.
35
JAVIER ECHEVERRÍA
tinción de Reichenbach entre contexto de descubrimiento y con­
texto de justificación, que tantos nos de tinta ha hecho correr 
entre los filósofos de la ciencia. En segundo lugar, Merton tenía 
claro que hay cánones de prueba y de verificación compartidos 
en cada época histórica y en cada disciplina. Es decir, lo que hoy en 
día denominamos valores epistémicos: una observación debe ser 
precisa, una demostración coherente y rigurosa, una teoría con­
testable empíricamente, etc. Obsérvese que este tipo de valores, 
aunque Merton no los denomine así, serían valores propios de la 
cultura científica (y de los paradigmas científicos, como luego 
dirá Kuhn). Las comunidades científicas comparten un sistema 
de valores transculturales, como la exigencia de comunicación y 
contrastación de todo resultado por parte de otros científicos. Por 
eso los científicos han desarrollado lenguajes formales, aptos 
para expresar transculturalmente el conocimiento. La norma de 
hacer públicas las observaciones, las hipótesis y las teorías, 
sometiéndolas a una contrastación intersubjetiva e internacional, 
es típica de la ciencia. No es lo mismo la contrastación empírica 
que la contrastación intersubjetiva, en la que intervienen exper­
tos de todo el mundo. También por esta vía tenemos a Merton 
como un precursor de la axiología de la ciencia, puesto que dis­
tingue entre valores subjetivos e intersubjetivos (sociales, com­
partidos). El imperativo mertoniano del «comunismo» irá en este 
sentido, que ya se prefigura en su tesis doctoral.
Por tanto, en esta obra primeriza se anticipan algunas de las 
componentes de lo que en 1942 será el ethos mertoniano de la cien­
cia. Por ejemplo cuando se dice que:
La ciencia exige la interacción de muchas mentes, de pen­
sadores actuales y el pensamiento pasado; de igual modo, impli­
ca una división del trabajo más o menos formalmente organiza­
da; presupone desinterés, integridad y honestidad de los cientí­
ficos, y, por ende, está orientada hacia normas morales; y, final­
mente, la verificación de las concepciones científicas es en sí 
m isma un proceso fundamentalmente soc ia l18.
18 Ibídem, pp. 248-9.
36
EL ETHOS DE LA CIENCIA, A PARTIR DE MERTON
Como puede observarse, en 1935 ya hablaba de desinterés, 
integridad y honestidad de los científicos como valores morales 
de la ciencia, así como de interacción entre múltiples personas 
y de verificación intersubjetiva. En esta obra Merton mencionó 
valores culturales y sociales que son relevantes para la ciencia, 
no solo valores morales. Esta ampliación de la esfera de los valo­
res es clave para la axiología de la ciencia, puesto que el ethos 
científico incluye diversos tipos de valores (epistémicos, cultu­
rales, sociales, religiosos, etc.), no solo valores morales.
Si pasamos ahora a comentar brevemente alguno de sus 
artículos posteriores, merece la pena recordar su «Science and 
Social Ordre» de 1938 19, donde afirmó taxativamente que el 
ethos de la ciencia puede entrar en conflicto con otros sistemas 
de valores, por ejemplo, con los valores políticos imperantes en 
la Alemania nazi. Este tema es típicamente mertoniano, puesto 
que varias veces volvió a analizar conflictos entre los valores de 
la ciencia y los valores de una sociedad u organización política 
en una época histórica determinada. Merton siempre tendió a 
afirmar que la democracia favorece el desarrollo de la ciencia, 
tesis muy frecuente en los años 40 20.
La hipótesis de trabajo de Merton en esta época era la siguien­
te: «Entre las variables culturales que siempre influyen en el 
desarrollo de la ciencia se cuentan los valores y sentimientos 
dominantes» 21. En el artículo de 1938 se afumaba claramente 
que el escepticismo organizado es una de las componentes del 
ethos científico y que dicho escepticismo puede amenazar el statu 
quo de una sociedad, al descreer de algunos valores predomi­
nantes.
«Los resultados o métodos de la ciencia pueden ser con­
trarios a la satisfacción de importantes valores» 22, por ejemplo,
19 R. K. Merton, «Science and Social Ordre», Philosophy of Science, 5 
(1938), pp. 321-37. Citamos por la traducción de Néstor Alberto Mínguez en 
R. K. Merton, La sociología de la ciencia, Alianza, Madrid, 1977, vol. 2, 
pp. 339-354.
20 Piénsese, por ejemplo, en La sociedad abierta y sus enemigos de Popper.
21 Merton, La sociología de la ciencia, op. cit, 2, p. 310.
22 Ibídem, p. 340.
37
JAVIER ECHEVERRÍA
los religiosos. El ethos científico puede chocar con los sistemas 
de valores de otras instituciones. La ciencia se adecúa mejor a 
una sociedad democrática y liberal que a un Estado totalitario, 
porque «el ethos de la ciencia implica la exigencia, funcional­
mente necesaria, de que las teorías o generalizaciones sean eva­
luadas en términos de su coherencia lógica y su consonancia con 
los hechos» 23, lo cual puede llevar a los científicos a chocar con 
creencias religiosas, culturales y sociales firmemente asentadas. 
En el caso de la Alemania nazi, «los sentimientos encamados en 
el ethos de la ciencia —caracterizados por expresiones tales como 
honestidad intelectual, integridad, escepticismo organizado, des­
interés e impersonalidad— son ultrajados por el conjunto de los 
nuevos sentimientos que el Estado quiere imponer en la esfera 
de la investigación científica» 24. Como puede verse, los «cudeos» 
ya están prácticamente configurados en 1938, al igual que la 
existencia de una ethos propio de las instituciones y comunida­
des científicas.
En este mismo artículo, el ethos de la ciencia es caracteriza­
do de la manera siguiente: «El ethos alude a un complejo emo­
cionalmente teñido de reglas, prescripciones, costumbres, creen­
cias, valores y presuposiciones que se consideran obligatorios 
para el científico» 25. En esta época Merton siempre subrayó la 
componente emocional de los códigos sociales, incluidos los 
científicos. «Los símbolos y los valores institucionalizados exigen 
actitudes de lealtad, adhesión y respeto» 26, y la ciencia no es una 
excepción: «La misma institución de la ciencia supone la adhe­
sión emocional a unos valores» 21. La institucionalización social 
de la ciencia conlleva necesariamente la constitución de un sis­
tema de valores específico de dicha institución y su interioriza­
ción por parte de sus miembros. Dicho sistema pasa a ser cons­
23 Ibídem, p. 344. La coherencia y la adecuación empírica también son 
valores epistémicos, no morales.
24 Ibídem, p. 345.
25 Ibídem, p. 344.
26 Ibídem, p. 352.
27 Ibídem. Esta componente emocional muestra la faceta subjetiva de los 
valores institucionales.
38
EL ETHOS DE LA CIENCIA, A PARTIR DE MERTON
titutivo de las comunidades científicas y orienta las acciones y 
las decisiones de los científicos. Valores como la utilidad y el 
progreso, pese a tener sus orígenes en la cultura de la época, fueron 
firmemente interiorizados por los científicos ingleses del siglo xvn, 
pasando a formar paite de lo que nosotros denominamos núcleo 
axiológico de la ciencia moderna. Pero no eran los únicos: la 
contrastación empírica, la comunicabilidad, la publicidad, el des­
interés, la impersonalidad, la honestidad, la racionalidad y otros 
muchos valores fueron destacados por Merton en sus escritos de 
los años 30, aunque su reflexión sobre los valores de la ciencia 
todavía no fuera sistemática.
3. Los «cudeos» de Merton y su noción de ciencia
En su célebre artículo sobre la estructura normativa de la 
ciencia 28, Merton incluyó unas consideraciones muy interesan­
tes sobre el concepto de ciencia:
Ciencia es una palabra engañosamente amplia que se refiere 
a una variedad de cosas distintas, aunque relacionadas entre sí. 
Comúnmente se la usa para denotar: 1) un conjunto de métodos 
característicos mediante los cuales se certifica el conocimiento; 2) 
un acervo de conocimiento acumulado que surge de la aplicación 
de estos métodos; 3) un conjunto de valores y normas culturales 
que gobiernan las actividades llamadas científicas; 4) cualquier 
combinación de los elementos anteriores. Aquí nos ocuparemos, de 
manera preliminar, de la estructura cultural de la ciencia, esto es, de 
un aspecto limitado de la ciencia como institución. Así, considera­
remos, no los métodos de la ciencia, sino las normas con las que se 
los protege. Sin duda, los cánones metodológicos son a menudo 
tanto expedientes técnicos como obligaciones morales, pero solo 
de las segundas nos ocuparemos aquí. Este es un ensayo sobre 
sociología de la ciencia, no una incursión en la metodología» 29.
28 Merton, 1977, II, pp. 355-368, anteriormente citado. Fue publicado en 
1942 y luego republicado varias veces, por lo que cabe considerarlo como la 
exposición canónica de las tesis axiológicas de Merton.
29 Ibídem, pp. 356-7.
39
JAVIER ECHEVERRÍA
Como puede verse, Merton distinguió claramente entre la 
metodología, la epistemología y la axiología de la ciencia. Al insis­
tir en que esas tres componentes de la ciencia pueden combinarse 
entre sí de diferentes maneras, parecía anticipar la tesis de Larry 
Laudan (modelo reticular) 30, según la cual esas tres ramas de la 
filosofía de la ciencia son mutuamente irreductibles. Sea así o no, 
lo cierto es que Merton afirmó con toda claridad que la ciencia tiene 
una componente axiológica y que no se reduce a conocimiento y 
método, contrariamente a lo que el positivismo lógico mantenía 
desde los años 30. Si nos centramos en esa tercera componente, 
como hizo Merton, hay que subrayar que habla de valores y nor­
mas culturales, conforme a su tesis ya mencionada de adscripción 
de los valores a la cultura. Asimismo, es destacable que Merton 
vinculara los valores y las normas a las actividades científicas y que 
afirmara que estas son gobernadas por valores y normas. En los 
estudios de axiología de la ciencia también se vinculan los valores, 
las normas y las acciones humanas, pero suelen utilizarse términos 
más suaves: los valores y las normas orientan (o rigen) las acciones 
científicas. Una de las tesis de Kuhn consistió en decir que los valo­
res son una de las cuatro componentes de los paradigmas científi­
cos 31. Merecería la pena investigar si hubo una influencia directa 
de Merton sobre Kuhn al hacer este tipo de afirmaciones.
Nuestro objetivo no es ese, sino resumir y comentar breve­
mente las concepciones de Merton sobre el ethos de la ciencia en 
este artículo de 1942. Lo definió como
ese complejo, con resonancias afectivas, de valores y normas que 
se consideran obligatorios para el hombre de ciencia. Las normas se 
expresan en forma de prescripciones, proscripciones, preferen­
cias y permisos. Se las legitima basándose en valores institucio­
nales. Estos imperativos, transmitidos por el precepto y el ejemplo, 
y reforzados por sanciones, son internalizados en grados diversos 
por el científico, moldeando su conciencia científica32.
30 L. Laudan, Science and Valúes, Berkeley, Univ. of California Press, 1984.
31 Ver T. S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, FCE, 
México, 1975.
32 Merton, 1977, op. cit., p. 357.
40
EL ETHOS DE LA CIENCIA, A PARTIR DE MERTON
Merton no se preocupó por definir lo que sean los valores, o 
al menos por distinguir tipos de valores, aunque remitió para ello 
a algunos autores (Sumner, Speier, Scheler y Bayet). No es de 
extrañar, dada la enorme complejidad de la cuestión, como bien 
saben los numerosísimos filósofos que, a lo largo de los siglos xix 
y xx, se han ocupado de la teoría de los valores33. Sin embargo, 
siempre subrayó el carácter imperativo y obligatorio de los valo­
res y las normas científicas, así como su doble faceta: por una 
parte, los valores son subjetivos y tienen carga emocional; por 
otra, son institucionales y desempeñan una función social. Tras 
subrayar que «el ethos de la ciencia no ha sido codificado» 34, 
dijo que es posible inferirlo del «consenso moral de los científi­
cos tal como se expresa
en el uso y la costumbre, en innumera­
bles escritos sobre el espíritu científico y en la indignación moral 
dirigida contra las violaciones del ethos» 35. Como fundador de 
la sociología de las instituciones científicas, Merton incluyó esa 
cuestión en un problema mayor: el estudio comparativo de la 
estructura institucional de la ciencia. Por nuestra parte consi­
deramos que no solo hay valores en las instituciones científicas, 
también en el propio conocimiento científico y en las diversas 
acciones que lo generan. Los valores de la ciencia no solo impreg­
nan a las comunidades científicas y a las personas: las diver­
sas acciones científicas y sus resultados han de satisfacer dichos 
valores para que sean admisibles. La axiología de la ciencia tiene 
un aspecto social, pero plantea desafíos más amplios, que solo 
pueden ser abordados mediante una investigación interdisci- 
plinar.
En cualquier caso, Merton recalcó que la ciencia no solo es 
un acervo de conocimientos acumulados y un conjunto de méto­
dos conforme a los cuales se logra ese conocimiento. También
33 Para un breve resumen al respecto, así como para conocer la postura 
del autor sobre esta cuestión, ver Echeverría, 2002, op. cit., capítulo 1.
34 Merton, 1977, op. cit., p. 357. Ello era cierto en su tiempo, pero hoy en 
día se ha avanzado mucho en esa dirección. Es una de las tareas principales de 
la axiología de la ciencia.
35 Ibídem.
41
JAVIER ECHEVERRÍA
incluye una serie de prácticas sociales o comunitarias que están 
regidas por normas, valores, prescripciones y proscripciones. La 
epistemología, la metodología y la sociología de la ciencia no 
bastan. Los estudios de la ciencia pueden incluir además una 
axiología de la ciencia, puesto que hay un ethos científico com­
puesto por valores y normas, de los que se derivan recompensas, 
premios y castigos.
A la hora de estudiar dicho ethos, Merton se atuvo a una con­
cepción clásica de la ciencia:
«El objetivo institucional de la ciencia es la extensión del cono­
cimiento certificado»... «Los imperativos institucionales (normas) 
derivan del objetivo y los métodos»... «Toda la estructura de nor­
mas técnicas y morales conducen al objetivo final»36.
Estas afirmaciones suscitan dudas, porque mantienen que los 
valores y normas de la ciencia están subordinados al objetivo de 
ampliar el conocimiento certificado. Esto pudiera ser cierto en 
algunas modalidades de la ciencia moderna, por ejemplo la inves­
tigación básica, pero no resulta adecuado en el caso de la cien­
cia aplicada, y mucho menos en la tecnociencia contemporánea37. 
Estas concepciones teleológicas de la racionalidad científica tie­
nen el inconveniente de ser axiológicamente monistas, puesto que 
subordinan todos los valores a uno predominante, en este caso 
el conocimiento. Además, afirman que los sistemas de valores 
de la ciencia tienen una estructura jerárquica, con la búsqueda de 
conocimiento certificado como valor supremo, cosa que está por 
demostrar. Es una tesis muy mertoniana, y también popperiana, 
típica de la tendencia monista y reduccionista que ha imperado 
entre muchos filósofos y sociólogos de la ciencia de mediados 
del siglo xx. Si el objetivo de la ciencia es uno y los valores y 
normas están subordinados al logro de dicho objetivo, el ethos
36 Ibídem, p. 358.
37 En el caso de la tecnociencia los objetivos epistémicos, aun existiendo, 
suelen estar subordinados a otros objetivos (militares, políticos, empresariales, 
sociales, etc.). Ver Echeverría, 2003, op. cit, apartado 1.4.
42
EL ETHOS DE LA CENCIA, A PARTIR DE MERTON
de la ciencia tiene su vértice en dicho objetivo y adopta una 
estructura jerárquica y piramidal. A nuestro modo de ver, esta es 
la postura de Merton. Por ejemplo: al centrarse exclusivamente 
en el conocimiento científico, dejó de lado la utilidad de dicho 
conocimiento, pese a que en su tesis doctoral había subrayado 
la importancia de este valor como objetivo de la ciencia inglesa 
del x v i i . Hoy en día, en la época de la tecnociencia, podrían 
ponerse límites a la búsqueda de conocimiento, si se tiene en cuen­
ta la potencialidad destructiva de determinados conocimientos 
científicos. Esta es una de las cuestiones claves de la axiología 
actual.
Retornemos a las tesis de Merton, que afectan directa­
mente a los «cudeos», puesto que los cuatro imperativos ins­
titucionales que los componen están subordinados a un prin­
cipio más importante, la búsqueda de conocimiento. Convie­
ne subrayar este punto, porque caracteriza el fondo de su con­
cepción:
El ethos de la ciencia moderna incluye cuatro conjuntos de 
imperativos institucionales: el universalismo, el comunismo, el 
desinterés y el escepticismo organizado38.
El universalismo se expresa mediante un canon normativo: 
«La afirmación que algo es verdad, cualquiera que sea su fuente, 
debe ser sometida a criterios impersonales preestablecidos: la 
consonancia con la observación y con el conocimiento anterior­
mente confirmado» 39. La raza, la nacionalidad, la religión, la 
clase y las cualidades personales del científico no deben influir 
en la aceptación o el rechazo de una propuesta científica. «La 
objetividad excluye el particularismo... El imperativo del uni­
versalismo está profundamente arraigado en el carácter imper­
sonal de la ciencia... El etnocentrismo no es compatible con el 
universalismo» 40.
38 Merton, 1977, op. cit., p. 358.
39 Ibídem, p. 359.
40 Ibídem.
43
JAVIER ECHEVERRÍA
Estas tesis mertonianas han sido criticadas desde diversas 
perspectivas 41. Por nuestra parte, nos interesa más subrayar que 
Merton acepta valores como la objetividad y la contrastabilidad 
empírica, así como la coherencia con el conocimiento científico 
pre-existente. Estos tres valores son típicamente epistémicos y 
por ello forman parte del ideal de universalidad. Por otra parte, 
el universalismo es un valor-medio, por decirlo en términos de 
Max Weber, puesto que contribuye a expandir el conocimiento 
certificado.
Otro tanto ocurre con el «comunismo»: «Los derechos de pro­
piedad en la ciencia son reducidos a un mínimo por el código de 
la ética científica; el derecho del científico a “su” propiedad inte­
lectual queda limitado al reconocimiento y la estima que, si la ins­
titución funciona con un mínimo de eficiencia, son proporciona­
les al incrementado al fondo común de conocimiento» 42.
El conocimiento científico es un bien común que hay que 
incrementar progresivamente. En la medida en que dicho cono­
cimiento se comunique y se comparta, el avance del conoci­
miento será mayor, como Merton había argumentado en artícu­
los anteriores. No debe haber secretos ni apropiación del cono­
cimiento, porque entonces menguaría su crecimiento. De nuevo 
comprobamos que ese imperativo institucional está subordinado 
al fin de la ciencia previamente postulado.
Otro tanto cabría decir respecto al desinterés y el escepticis­
mo organizado, aunque aquí no vayamos a insistir en ello, para 
no alargamos. Concluiremos que los cuatro imperativos institu­
cionales son medios adecuados para lograr el principal objetivo 
de la ciencia: la búsqueda de conocimiento. Al menos en la for­
mulación de 1942. Por supuesto, sería fácil buscar contraejem­
plos a esos imperativos. No seguiremos esa vía, tan habitual 
entre los comentaristas de Merton. Nos interesa más subrayar 
que los «cudeos» están subordinados a la búsqueda de conoci­
miento, porque ello nos permite profundizar en la estructura del
41 Por ejemplo, Mulkay, y en general los sociólogos del conocimiento 
científico.
42 Ibídem, p. 363.
44
EL ETHOS DE LA CIENCIA, A PARTIR DE MERTON
ethos de la ciencia tal y como fue concebido por Merton. Desde 
esta perspectiva axiológica, sus tesis se asemejan bastante a las 
de Vannevar Bush 43, quien subrayó por esa misma época la 
importancia estratégica del conocimiento científico para el pro­
greso militar, económico, médico y social de un país. El cono­
cimiento científico es un bien en sí, y en el caso de Merton debe
ser un bien común. V. Bush, por el contrario, tenía claro que 
determinados conocimientos científicos debían ser secretos, tanto 
en tiempos de guerra como en épocas de paz. El fue el primer 
gran teórico de la tecnociencia contemporánea. Sería interesante 
comparar más a fondo sus respectivas concepciones sobre el cono­
cimiento científico como valor supremo de la ciencia y dilucidar 
si hubo algún tipo de influencia mutua o, como es previsible, 
este tipo de tesis formaba parte del acervo cultural de aquella 
época.
4. Otros estudios de Merton sobre el ethos de la ciencia
En su artículo de 1957 sobre «Las prioridades en los conoci­
mientos científicos»44, Merton reformuló sus tesis de 1942, man­
teniendo lo básico, pero con adiciones significativas. Veámoslo 
brevemente.
En este texto Merton añade un nuevo valor a los «cudeos», 
la humildad, contraponiéndola a la originalidad, de la que llega 
a decir que es el «valor supremo» de la institución científica45. 
Por el modo en que introduce la originalidad es claro que no es 
así. A lo sumo será el valor supremo desde un punto de vista 
individual, no institucional. En efecto:
Por todas partes se le recuerda al científico que su rol es pro­
mover el conocimiento, y su más feliz realización de ese rol es
43 Science: the Endless Frontier, Washington, 1945.
44 Lo citaremos por la edición del mismo en R. K. Merton, La sociología 
de la ciencia, vol. II, op. cit., pp. 377-422.
45 Ibídem, p. 387.
45
JAVIER ECHEVERRÍA
hacer un gran avance en el conocimiento. Esto solo equivale a 
decir, por supuesto, que en la institución de la ciencia la origi­
nalidad es muy valorada. Pues el conocimiento avanza por la 
originalidad, en incrementos mayores o menores 46.
Lo importante es el conocimiento, los descubrimientos ori­
ginales son el modo que tiene un científico concreto para contri­
buir al logro de dicho objetivo. De nuevo prima el objetivo de la 
ciencia sobre los valores, en este caso sobre la originalidad. Para 
los científicos individuales, sin embargo, este es el logro mayor, 
y por ello Merton le atribuye un peso muy alto entre los valores 
institucionales de la ciencia. De hecho, hay todo un sistema de 
recompensas para premiar la originalidad (eponimias, premios, 
prestigio, autoridad reconocida, menciones en la historia, etc.), 
así como de castigos contra el plagio, en la medida en que niega 
y falsea la originalidad en los descubrimientos. Sin embargo, 
Merton precisa rápidamente que dicho valor no es único, y tam­
poco el supremo, pese a haberlo presentado como tal:
Si la institución de la ciencia asignase gran valor solamente 
a la originalidad, quizá los científicos atribuirían una importan­
cia aún m ayor al reconocimiento de la prioridad que la que ya le 
atribuyen. Pero, por supuesto, ese valor no es el único. Solo es 
uno de un complejo conjunto que constituye el ethos de la cien­
cia; el desinterés, el universalismo, el escepticismo organizado, 
el comunismo de la propiedad intelectual y la humildad son 
algunos de los otros valores 47.
Obsérvese que los cuatro «cudeos» han pasado a ser cinco, 
porque la humildad se ha puesto a su mismo nivel. Y no olvide­
mos que la originalidad acababa de ser destacada como valor cuasi- 
supremo. Al comunismo, universalismo, desinterés y escepticis­
mo organizado hay que añadir estos dos nuevos valores para ana­
lizar mejor el ethos de la ciencia según Merton, e incluso cabe 
mantener la lista abierta, como seguiremos mostrando y como el
46 Ibídem, p. 385.
47 Ibídem, p. 397.
46
EL ETHOS DE LA CIENCIA, A PARTIR DE MERTON
propio Merton autoriza a hacer en este pasaje, en el que dice que 
los cuatro «cudeos» son algunos de los valores relevantes de la 
ciencia48. En nuestros propios términos, Merton defiende el plu­
ralismo axiológico de la ciencia, si bien es cierto que hace depen­
der todos esos «valores supremos» de un objetivo general de la 
actividad científica que prima sobre todos ellos: la búsqueda 
de conocimiento. De esta manera damos un paso más a la hora de 
analizar la concepción mertoniana, que, por lo que respecta este 
punto, fue constante a lo largo de su obra. En un artículo publica­
do en 1972 en colaboración con Haniet Zuckerman 49, se encuen­
tra una de las formulaciones más generales de esta subordinación 
de los diversos valores de la ciencia al conocimiento:
Los valores de la ciencia exigen llevar al máximo el ritmo 
de avance del conocimiento y de los procedimientos y equipos 
requeridos para promover tal conocimiento 50.
Obsérvese que el ethos de la ciencia no solo está subordina­
do al objetivo institucional de promover el avance del conoci­
miento, sino que en este texto tardío los valores institucionales 
han de acelerar al máximo ese ritmo de avance. Podemos con­
cluir, por tanto, que esta subordinación de los valores a un obje­
tivo primordial de la ciencia forma parte fundamental de la con­
cepción mertoniana del ethos científico.
Retomemos ahora el artículo de 1957, porque en él se hallan 
otras muchas observaciones de interés para la axiología de la 
ciencia. Por ejemplo, Merton destacó allí un hecho muy impor­
tante: la existencia de conflictos de valores en la actividad cien­
tífica. Las tensiones entre la originalidad y la humildad son un 
ejemplo claro, que Merton analizó exhaustivamente:
48 En un artículo de 1971 escrito en colaboración con Harriet Zuckerman 
(«Pautas institucionalizadas de evaluación en la ciencia»), Merton afirmaba 
que «la responsabilidad es un componente muy importante del ethos de la cien­
cia» (ibídem, pp. 616-7).
49 «Edad, envejecimiento y estructura de edades en la ciencia», en Mer­
ton, 1977, op. cit., II, pp. 622-697.
50 Ibídem, p. 671.
47
JAVIER ECHEVERRÍA
Parecería, pues, que la institución de la ciencia, al igual que 
otras instituciones, incorpora valores potencialmente incompati­
bles, entre ellos el valor de la originalidad, que conduce a los 
científicos a desear que se reconozca su prioridad, y el valor de 
la humildad, que los lleva a destacar la pequeñez de sus realiza­
ciones. Estos valores no son realmente contradictorios, pero exi­
gen tipos de conducta opuestos. M ezclar estas incompatibilida­
des potenciales en una sola orientación, reconciliarlas en la prác­
tica, no es tarea fác il51.
Esta es una de las claves explicativas que utiliza Merton a la 
hora de analizar los múltiples conflictos por la prioridad en los 
descubrimientos: los conflictos de valores generan pautas contra­
dictorias de acción. No dio el paso que, a nuestro juicio, conviene 
dar: la originalidad y la humildad pertenecen a subsistemas distin­
tos y heterogéneos de valores y por ello entran en conflicto. En 
el caso de la tecnociencia contemporánea, cuyo ethos involucra 
muy diversos subsistemas de valores (epistémicos, tecnológicos, 
económicos, políticos, militares, jurídicos, sociales, culturales, 
ecológicos, estéticos, religiosos y morales), dichos conflictos son 
estructurales. El proyecto Manhattan, primer canon de la tecno­
ciencia, fue un buen ejemplo de ello. Pero Merton también descu­
brió que los conflictos de valores se dieron en la ciencia moder­
na, lo que le permitió desarrollar toda una teoría para explicar las 
numerosas contiendas entre científicos e instituciones en tomo a 
la prioridad de los descubrimientos. Asimismo mostró repetidas 
veces que el ethos de la ciencia puede entrar en conflicto con otras 
instituciones sociales. A nuestro modo de ver, estas aportaciones 
de Merton son de gran interés y suministran un poderoso argu­
mento para desarrollar a fondo la axiología de la ciencia. La hete­
rogeneidad de los valores es un principio explicativo de numero­
sos conflictos de la práctica científica, no solo los de prioridad.
Por otra parte, Merton también señaló que unos valores tienen 
un peso relativo mayor que otros, aunque no investigara a fondo 
este punto:
51 Ibídem, p. 399.
EL ETHOS DE LA CIENCIA, A PARTIR DE MERTON
«Los valores institucionales de la modestia y la humildad 
manifiestamente

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