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LOS ASPECTOS TRASCENDENTALES DEL ENTE

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Clavell Ortiz-Repiso, Luis; Melendo Granados, Tomás;  Alvira Domínguez, Tomás. (2013). METAFÍSICA. Eunsa
Extractos
LOS ASPECTOS TRASCENDENTALES DEL ENTE
Después de haber estudiado los principios constitutivos de los entes en cuanto tales, sus distintos niveles de composición y su estructura interna, no queda agotada la Metafísica. Resta al menos por considerar algunos aspectos derivados de modo necesario del ente, que son sus propiedades trascendentales: unidad. Verdad, bondad y belleza: características que acompañan a cualquier ente en la misma medida en que es -al Creador y a las criaturas, a la sustancia y a los accidentes, al acto y a la potencia...- y que por eso merecen un puesto de honor dentro de la Metafísica.
Históricamente el tema de los trascendentales se configura en el ámbito de la filosofía escolástica en los inicios del siglo XIII. El primer tratamiento explícito se encuentra en la Summa de bono (1236) de Felipe el Canciller. La elaboración filosófica más acabada parece ser obra propia de Santo Tomás de Aquino. Ciertamente, Aristóteles al tratar de la unidad subrayó perfectamente su identidad metafísica con el ente. En el corpus aristotelicum queda también clara la trascendentalidad del verum y del bonum. Aunque no esté tan explícitamente formulada. Lo que falta es un tratamiento sistemático del tema.
1- Las nociones trascendentales 
A nuestro alrededor observamos una gran variedad de cosas: árboles, casas, libros, hombres. A primera vista, bastantes de ellas tienen poca relación entre sí; y, sin embargo, todas ellas poseen algo en común: todas esas «son» de un modo u otro, todas son entes.
Como ya es sabido, la entidad de un objeto (el ser algo real) es lo primero que captamos al conocerlo. El ente es la primera realidad entendida por la inteligencia, aquello en lo que se resuelven los demás conocimientos. “Lo primero que concibe el entendimiento como lo más conocido, y en lo que resuelve todos sus demás conceptos, es el ente. Por eso, es necesario que todos los demás conceptos del entendimiento se tomen por adición al ente”. 
Sin necesidad de formular explícitamente el concepto de ente cada vez que conocemos, percibimos cualquier realidad como algo que se refiere al ente (el hombre, el caballo, las plantas son modos de ser determinados tipos de entes); la esencia y el acto de ser, la blancura, el tamaño y las restantes modificaciones de las sustancias, son principios constitutivos de los entes; los padres, en cuanto padres, causas de nuevos entes; los hijos, efecto de entes anteriores. Y así todo. Todo lo que nos rodea, o es un ente, o un aspecto o propiedad suyo. 
Por eso, la noción de ente se halla incluida en todos nuestros conocimientos de modo similar a como la idea de vida ilumina todas las nociones del biólogo. No podemos conocer ninguna perfección que sea ajena al ente, pues fuera de él sólo hay lugar para la nada. Sin embargo, el hombre no agota en una sola noción la riquísima variedad de las cosas: no basta con decir “ser” sino que es preciso delimitar algo más: ser hombre, ser caballo, ser bueno etc. Nuestro progreso en el conocimiento de la realidad consistirá en ir determinando con el auxilio de la experiencia, las diversas clases de entes y en ir haciendo explicitas las características y propiedades de éste, de aquél o de todos Ios entes en general.
[…]
Los conceptos trascendentales son los que designan aspectos que pertenecen al ente en cuanto tal: estas nociones expresan un modo que se sigue del ente en general, algo que conviene a todas las cosas (no únicamente a la sustancia, o a la cualidad, etc.): la bondad, la belleza, la unidad —que, como veremos, constituyen algunos de los trascendentales— se predican de todo aquello a lo que se puede aplicar el calificativo de ente: tiene la misma amplitud universal que esta noción. Por eso se llaman trascendentales: porque trascienden el ámbito de los predicamentos; por ejemplo, el bien no se restringe sólo a la sustancia, sino 
que se encuentra en todos los demás géneros (las cualidades, la cantidad, las acciones, etc., en cuanto que son, son buenas)[footnoteRef:1]. [1: El término «trascendental» ha adquirido en los últimos siglos nuevos significados radicalmente distintos Uno de los más importantes se lo dio Kant: «Llamo trascendental a todo conocimiento que se ocupa no tanto de los objetos como del modo de conocerlos, en cuanto este modo es posible a priori El sistema de tales conceptos puede ser llamado filosofía trascendental» (Critica de la razón pura, A 12/B25).] 
2- Deducción metafísica de los trascendentales
¿Cuántas y cuáles son esas nociones trascendentales? ¿Qué es lo que se puede predicar de todo ente en cuanto tal?
A) Considerado en sí mismo, sin compararlo ni ponerlo en relación con ningún otro, se puede decir de cualquier ente que es una cosa y que es uno. 
a1) De modo positivo, sin hacer negaciones, advertimos que lo único que conviene a todo lo que existe es tener una esencia, por la que es de un modo u otro. Es algo que necesariamente compete a toda realidad creada. El ente sin más, en abstracto, no se da; hay diamantes, árboles, jilgueros, hombres, cada uno con un modo de ser específico, resultado de su esencia. Esa contracción de todo ente a un modo determinado de ser es lo que en metafísica se significa técnicamente con el término res («cosa»). «Cosa» y ente no gozan de una sinonimia perfecta, pues mientras «el nombre de ente se toma del acto de ser, el de res se refiere a la quididad o esencia del ente»[footnoteRef:2], su restricción a un grado y modo de ser específicos y concretos. [2: Tomas de Aquino. De veritate, q. 1.a.1.c.] 
a2) Negativamente, rechazando la división interior, corresponde a todo ente la unidad. Cualquier cosa es unum, goza de una cierta unidad; y si la pierde, dividiéndose, deja entonces de ser ese ente, originando otros.
B) Considerado en relación con otros, podemos advertir en cualquier ente dos atributos opuestos: su distinción respecto a los demás, y la conveniencia entre unas cosas y otras.
b1) Atendiendo a la distinción de los entes entre sí, afirmamos que cada uno de ellos es «algo» (aliquid). Al ver que hay una multiplicidad de entes, entendemos de modo inmediato que cada cosa difiere de las demás. Esa separación o división, manifestada en la distinción de unas cosas respecto de otras, da origen al trascendental que nos ocupa.
Algo no debe entenderse aquí como opuesto a la nada, sino en su sentido más técnico de aliud quid, «otro qué», otra naturaleza. En dependencia de las nociones de ente y unidad, acentúa, más que la indivisión del ente en sí mismo, su distinción y separación con respecto a los demás: este ente es otro en relación con aquél.
b2) La conveniencia de un ente con todas las demás cosas sólo puede considerarse en relación a algo que pueda abarcar al ente en cuanto tal y, por eso, a todo ente: el alma intelectiva. El alma es «de algún modo todas las cosas» (quodammodo omnia), por la universalidad del objeto del entendimiento y de la voluntad; surgen de esta relación los tres últimos trascendentales: verum, bonum y pulchrum.
En su conveniencia al intelecto, el ente es verdadero (verum), en el sentido de que el ente, y sólo él, puede ser objeto de una auténtica intelección.
En su relación a la voluntad, todo ente se especifica como bueno (bonum); esto es, como amable y capaz de mover al apetito voluntario hacia él.
Finalmente, según la conveniencia del ente al alma mediante una cierta conjunción de conocimiento y de apetito, compete al ente la belleza o hermosura (pulchrum); es decir, causar un cierto placer cuando es aprehendido. La belleza suele definirse como lo que agrada al ser contemplado.
[…]
3- Resolución de las propiedades trascendentales en el ente
Los trascendentales como aspectos del ente
Los trascendentales, ¿son realidades o nociones? Las dos cosas. En cuanto realidad, se identifican de modo absoluto con el ente: la unidad, la verdad, la bondad, etc., no son realidades distintas del ente, sino aspectos o propiedades del ser.
Son, pordecir así, las «propiedades comunes» a todo ente. Del mismo modo que todos los individuos de una especie poseen, por pertenecer a ella, unas propiedades comunes (los hombres tienen entendimiento y voluntad, los leones son mamíferos, la nieve es blanca), todas las cosas, por el hecho de ser entes, son buenas y verdaderas, gozan de unidad, etc.
A este respecto conviene hacer dos precisiones. Por una parte, las «propiedades», en su acepción más técnica, dimanan de la esencia especifica; en tanto que los trascendentales se siguen del acto de ser y por eso pueden atribuirse a todo lo que de alguna manera es. Además, las propiedades son accidentes: la blancura es algo que inhiere en todos los jazmines, y la voluntad un accidente propio de todos los hombres; los trascendentales, en cambio, no son accidentes, sino que se identifican con el mismo sujeto, como estamos viendo.
Por eso, cuando decimos que el ente es bueno o uno no le añadimos nada real (una sustancia, una cualidad, una relación real); expresamos un aspecto que compete a todo ente por el hecho de serlo, por tener el ser: porque el ente es ente, es también bueno, uno, etc. Ente, bondad, verdad son realidades idénticas, cosa que suele manifestarse diciendo que ens et unum (et bonum et verum...) convertuntur: que el ente, la unidad, etc., se convierten, son equivalentes.
Se manifiesta esta equivalencia en la predicación: podemos, por ejemplo, afirmar que «todo ente es bueno, uno, verdadero»; pero no se nos ocurre sostener que «todo ente es animal, planta, etc.». Además, el ente y los demás trascendentales pueden intercambiar sus funciones como sujeto o predicado de una oración: tanto da decir «lo que es bueno, en la medida en que es bueno, es ente» como «cualquier ente, en la medida en que es ente, es bueno». Esa permutabilidad es un índice de la real identidad entre los trascendentales.
Trascendentales como nociones distintas de la de ente
Sin embargo, para nuestro conocimiento, las nociones trascendentales no son sinónimos del ente, pues manifiestan de modo explícito aspectos no significados por esa noción. Idénticos como realidades, son en cambio nociones distintas. Los trascendentales agregan a la noción de ente un nuevo matiz, pero no desde un punto de vista real, sino según la razón: para nuestro modo de conocer. A la misma cosa, por tener ser, la llamamos ente; por ser cognoscible y amable, se denomina verdadera y buena; por su cohesión interior, decimos que tiene unidad, etc.
[…]
¿Qué añaden, pues, en nuestro conocimiento los distintos trascendentales?
1) «Unum» y «aliquid» añaden a la noción de ente una negación: la unidad niega la división interior de cada ente; y el aliquid la identidad de una cosa con las demás. Y así, no agregan realmente nada, sino que manifiestan características que el ente tiene de suyo, como sucede cuando decimos «topo ciego», pues los topos no ven.
2) La verdad, la bondad y la belleza adicionan a nuestra noción de ente una relación de razón (que tampoco es nada real). Al sostener que la perfección del ente conviene a la inteligencia y a la voluntad, no afirmamos que el ente se ordene realmente a esas facultades, o que dependa de ellas; al contrario, son la inteligencia y la voluntad las que se ordenan a la verdad y al bien, y dependen de ellos en su actuarse. Por eso, la relación de esas facultades al ente en cuanto verdadero y bueno es real; pero la de la verdad y el bien no dependen de nuestro conocimiento ni de nuestro apetito, pues las cosas son verdaderas y buenas en la medida que tienen ser, no en cuanto son conocidas o apetecidas. De ahí que la verdad y el bien sean la medida de nuestra inteligencia y voluntad, mientras que no es cierto lo contrario.
3) Como ya vimos, tampoco la noción de res añade al ente algo real: res alude propiamente sólo al ente creado, designándolo en cuanto que este tiene una esencia; y la esencia es un constitutivo que acompaña de modo necesario a cualquier realidad participada.
Por ser, en nuestro conocimiento, nociones distintas a la de ente, los trascendentales tienen para nosotros un valor notable: nos permiten entender mejor la riqueza del ser de las criaturas, que se manifiestan bajo facetas diversas; así alcanzamos un conocimiento y estima mucho mayores de la realidad que Dios ha creado e incluso del mismo Dios, Verdad, Bondad... subsistente.
4- La analogía del ente y de sus propiedades
Ya se ha visto que al ente le conviene una forma de predicación que la Lógica denomina predicación análoga. Como el estudio detallado de la analogía corresponde precisamente a la Lógica, aquí sólo trataremos de ver en qué sentido el ente y los demás trascendentales se predican análogamente de la realidad, y cómo esa analogía tiene por fundamento el acto de ser, del que los entes participan en diversos grados.
Un mismo término se predica análogamente de dos realidades cuando se atribuye a cada una de ellas de manera en parte igual y en parte diversa. Es lo que sucede con el ente, que se predica de todo cuanto es, pero no se refiere a todo de la misma forma. Como cualquier otra predicación, el fundamento último de la analogía está en las realidades mismas a las que el término análogo se refiere, que son en parte iguales y en parte diferentes. Por eso, si ente se atribuye a Dios y a las criaturas de modo análogo, es porque entre el Creador y lo creado se da cierta semejanza, unida a una no menos clara desemejanza: Dios y las criaturas son (semejanza); pero Dios es por esencia, mientras las criaturas sólo son por participación (desemejanza). También en el ámbito de los predicamentos, ente se atribuye de forma análoga a la sustancia y a los accidentes: ambos son, y por eso pueden llamarse entes (semejanza); pero mientras la sustancia es en sí misma, los accidentes siempre son en otro, es decir, en una sustancia (desemejanza).
El fundamento de la predicación análoga de ente es el acto de ser, pues algo puede llamarse ente en la misma medida en que tiene «esse». Este se posee por esencia o por participación, en sí o en la sustancia, en acto o en potencia... y siempre, en las criaturas, recibido de Dios, que es el Ser subsistente. Tal cual sea la relación de cada cosa al «esse», en esa misma medida puede calificarse como ente: más la sustancia, por ejemplo, que posee el ser en sí; y menos la cantidad, la cualidad, la relación y los accidentes restantes. La raíz metafísica de la analogía es así la participación del ser, que Dios posee por esencia y de modo pleno, y las criaturas de forma gradual y según composición (de potencia y acto, de sustancia y accidentes, etc.).
Esta analogía se aplica también a los demás trascendentales, que en realidad se identifican con el ente y tienen como base el acto de ser. La unidad, la verdad, la bondad, no se apropian de igual modo a Dios y a las criaturas, a los entes más perfectos y a los menos perfectos; sino que competen a todos de la misma forma que el ser: según grados. Dios es infinitamente Bueno, Verdadero y Uno, mientras que las criaturas poseen esas perfecciones de manera limitada. Y en el ámbito de lo creado, las sustancias espirituales gozan de mayor bondad y verdad, y tienen más unidad -son más simples- que las materiales. Todo esto se comprenderá mejor al estudiar cada uno de los trascendentales por separado.
Bibliografía
Santo Tomás de Aquino. De veritate, q.l,a.1. 
K. Barthlein, Die Transzendentalienlehre im der alten Ontologie, I: Die Transzendentalienlehre im Corpus Arisiotelicum, de Gruyter, Berlín-N.York 1972. B. Montaignes. La doctrine de l'analogie selon St. Thomas. Publ. Univ., Louvain 1963. G. Schulemann, Die Lehre von den Transzendentalien in der scholastischen Philosophie, Meiner, Leipzig 1929.