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PLATÓN 
Material para preparar el examen de la EBAU 
TEXTO OFICIAL: República, libro VII, 514a—518b 
I.— Y a continuación —seguí—, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o 
a la falta de ella, se halla nuestra naturaleza. Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de 
una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en 
ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente 
hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo 
más y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte 
que ha sido construido un pequeño tabique parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, 
por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas. 
—Ya lo veo —dijo. 
—Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura 
sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de mate-
rias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados. 
—¡Qué extraña escena describes —dijo— y qué extraños prisioneros! 
—Iguales que nosotros —dije—, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí 
mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está fren-
te a ellos? 
—¿Cómo —dijo—, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas? 
—¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo? 
—¿Qué otra cosa van a ver? 
—Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que 
veían pasar ante ellos? 
—Forzosamente. 
—¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de 
los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar? 
—No, ¡por Zeus! —dijo. 
—Entonces no hay duda —dije yo— de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras 
de los objetos fabricados. 
—Es enteramente forzoso —dijo. 
—Examina, pues —dije—, que pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, con-
forme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbita-
mente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de 
las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le 
dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la reali-
dad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos 
que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría 
perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba? 
—Mucho más —dijo. 
II. —Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, vol-
viéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría que estos son realmente más claros que 
los que le muestra? 
—Así es —dijo. 
—Y si se lo llevaran de allí a la fuerza —dije—, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le deja-
ran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, 
una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las 
que ahora llamamos verdaderas? 
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—No, no sería capaz —dijo—, al menos por el momento. 
—Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente 
serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más 
tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo 
mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio. 
—¿Cómo no? 
—Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino 
el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que él estaría en condiciones de mirar y contemplar. 
—Necesariamente —dijo. 
—Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna 
todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían. 
—Es evidente —dijo— que después de aquello vendría a pensar en eso otro. 
—¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de 
cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos? 
—Efectivamente. 
—Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos 
otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas 
eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados 
en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran 
de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente 
"trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio" o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel 
mundo de lo opinable? 
—Eso es lo que creo yo —dijo—: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida. 
—Ahora fíjate en esto —dije—: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le 
llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol? 
—Ciertamente —dijo. 
—Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando 
acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad —y no sería muy 
corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse—, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido 
arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y 
no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir? 
—Creo que sí —dijo. 
III. —Pues bien —dije—, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón! a lo que se ha dicho antes; 
hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda—prisión, y la luz del fuego que hay en 
ella, con el poder del sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de este, si las 
comparas con la ascensión del alma hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo 
que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me 
parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, 
hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mun-
do visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en la inteligible es ella la soberana y productora de verdad y 
conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública. 
—También yo estoy de acuerdo —dijo—, en el grado en que puedo estarlo. 
—Pues bien —dije—, dametambién la razón en esto otro: no te extrañes de que los que han llegado a ese punto 
no quieran ocuparse en asuntos humanos; antes bien, sus almas tienden siempre a permanecer en las alturas, y es 
natural, creo yo, que así ocurra, al menos si también esto concuerda con la imagen de que se ha hablado. 
—Es natural, desde luego —dijo. 
¿Y qué? ¿Crees —dije yo— que haya que extrañarse de que, al pasar un hombre de las contemplaciones divinas a 
las miserias humanas, se muestre torpe y sumamente ridículo cuando, viendo todavía mal y no hallándose aún 
suficientemente acostumbrado a las tinieblas que le rodean, se ve obligado a discutir, en los tribunales o en otro 
lugar cualquiera, acerca de las sombras de lo justo o de las imágenes de que son ellas reflejo, y a contender acerca 
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del modo en que interpretan estas cosas los que jamás han visto la justicia en sí? 
—No es nada extraño —dijo. 
—Antes bien —dije—, toda persona razonable debe recordar que son dos las maneras y dos las causas por las 
cuales se ofuscan los ojos al pasar de la luz a la tiniebla y al pasar de la tiniebla a la luz. Y una vez ha ya pensado 
que también le ocurre lo mismo al alma, no se reirá insensatamente cuando vea a alguna que, por estar ofuscada, 
no es capaz de discernir los objetos, sino que averiguará si es que, viniendo de una vida más luminosa, está cegada 
por falta de costumbre, o si, al pasar de un mayor ignorancia a una mayor luz, se ha deslumbrado por el exceso de 
ésta; y así, considerará dichosa a la primer alma, que de tal manera se conduce y vive, y compadecerá a la otra, o 
bien, si quiere reírse de ella, esa su risa será menos ridícula que si se burlara del alma que desciende de la luz. 
—Es muy razonable —asintió— lo que dice 
 
 
1. RESUMEN 
A continuación se ofrecen algunos ejemplos de textos resumidos. Debéis estudiarlos solamente a título de ejemplo, para com-
probar cómo se sintetiza lo que dicen los textos y cómo se reflejan el problema y las ideas principales de cada uno de ellos. No 
los memoricéis, porque el inicio y el final de los fragmentos son arbitrarios y, por tanto, pueden variar en cada examen. Si el 
corrector comprueba que el resumen corresponde a un fragmento distinto del que se propone en el examen, se descalifica 
automáticamente. 
FRAGMENTO 1 
(SÓCRATES) —Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la 
luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las 
piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras 
les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo más y en plano superior, y entre el 
fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiqui-
llo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos 
sus maravillas. 
(GLAUCÓN) —Ya lo veo —dijo. 
—Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura 
sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de mate-
rias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados. 
— ¡Qué extraña escena describes —dijo— y qué extraños prisioneros! 
—Iguales que nosotros —dije—, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí 
mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está fren-
te a ellos? 
— ¿Cómo —dijo—, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas? 
— ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo? 
— ¿Qué otra cosa van a ver? 
—Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que 
veían pasar ante ellos? 
—Forzosamente. 
— ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno 
de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar? 
—No, ¡por Zeus! —dijo. 
—Entonces no hay duda —dije yo— de que los tales [prisioneros] no tendrán por real ninguna otra cosa más que 
las sombras de los objetos fabricados. 
Resumen. El fragmento pertenece al libro VII de La República de Platón, concretamente al pasaje conocido como 
“alegoría de la caverna”. Sócrates describe a Glaucón una escena en la que los prisioneros de una caverna sub-
4 
 
terránea se hallan encadenados y forzados a mirar al fondo de esta, sobre cuyas paredes se proyectan las sombras 
de unos objetos transportados, por detrás de los prisioneros, por unos hombres que van hablando entre ellos. Los 
prisioneros toman por reales las sombras ya que no han visto otra durante toda su vida. La escena del texto pre-
senta el problema filosófico de la falta de educación filosófica y de la ignorancia. Habituados al mundo sensible y a 
la opinión, somos incapaces de tomar conciencia de nuestra ignorancia y tomamos por reales cosas que no lo son. 
FRAGMENTO 2 
—Y si se lo llevaran de allí a la fuerza —dije—, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le deja-
ran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, 
una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las 
que ahora llamamos verdaderas? 
—No, no sería capaz —dijo—, al menos por el momento. 
—Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente 
serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más 
tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo 
mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio. 
—¿Cómo no? 
—Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino 
el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que él estaría en condiciones de mirar y contemplar. 
—Necesariamente —dijo. 
—Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna 
todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían. 
—Es evidente —dijo— que después de aquello vendría a pensar en eso otro. 
— ¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de 
cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos? 
Resumen. El fragmento pertenece al libro VII de La República de Platón, concretamente al pasaje conocido como 
“alegoría de la caverna”. El personaje de Sócrates narra a Glaucón el momento en que uno de los prisioneros de la 
caverna es liberado a la fuerza y obligado a salir de elle. El prisionero liberado se habitúa paulatinamente a la lu-
minosidad del exterior hasta que es capaz de mirar las cosas iluminadas por el sol y, por último, el sol mismo. Tras 
comprender que el sol es causa de todo lo que ha visto, sentiría felicidad por haber sido liberado. El texto versa 
sobre el problema filosófico del conocimiento del bien, o sobre la ascensión del alma, a través de los distintos nive-
les de conocimiento, hasta el mundo inteligible. El conocimiento del Bien es la culminación de dicho proceso y 
proporciona felicidad al sabio que lo alcanza. 
FRAGMENTO 3 
— […] Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de 
cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos? 
—Efectivamente. 
—Y si hubiesehabido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos 
otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas 
eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados 
en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran 
de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente 
«trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio» o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel 
mundo de lo opinable? 
—Eso es lo que creo yo —dijo—: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida. 
—Ahora fíjate en esto —dije—: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le 
llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol? 
—Ciertamente —dijo. 
—Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando 
acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad —y no sería muy 
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corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse—, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido 
arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y 
no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir? 
—Creo que sí —dijo. 
Resumen. El fragmento pertenece al libro VII de La República de Platón, concretamente al pasaje conocido como 
“alegoría de la caverna”. Sócrates interroga a Glaucón sobre lo que podría ocurrir al prisionero liberado tras con-
templar las realidades del exterior. Este se resistiría a regresar al interior de la caverna, puesto que prefiere su nue-
va condición, pero al volver finalmente a esta, vería todo entre tinieblas y sus compañeros se burlarían de él y se 
negarían a ser liberados. El texto versa sobre el problema filosófico del conocimiento del bien. El sabio, una vez 
conocidas las ideas y el Bien, se resiste a renunciar a la felicidad que este le proporciona y dedicarse al gobierno de 
la polis. Cuando finalmente se decide a hacerlo, el pueblo ignorante se resiste a ser gobernado por el sabio. 
FRAGMENTO 4 
—Pues bien —dije—, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón! a lo que se ha dicho antes; hay 
que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda—prisión, y la luz del fuego que hay en ella, 
con el poder del sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de este, si las 
comparas con la ascensión del alma hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo 
que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me 
parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, 
hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mun-
do visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en la inteligible es ella la soberana y productora de verdad y 
conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública. 
—También yo estoy de acuerdo —dijo—, en el grado en que puedo estarlo. 
—Pues bien —dije—, dame también la razón en esto otro: no te extrañes de que los que han llegado a ese punto 
no quieran ocuparse en asuntos humanos; antes bien, sus almas tienden siempre a permanecer en las alturas, y es 
natural, creo yo, que así ocurra, al menos si también esto concuerda con la imagen de que se ha hablado. 
Resumen. El fragmento pertenece al libro VII de La República de Platón, concretamente al pasaje conocido como 
“alegoría de la caverna”. Sócrates desvela a Glaucón el significado de la alegoría que acaba de relatar. La vivienda 
subterránea, el mundo de arriba y el sol representan, respectivamente, a los mundos sensible e inteligible y al Bien, 
mientras que la salida de la caverna representa la ascensión del alma al mundo inteligible. El texto versa sobre la 
importancia del conocimiento del Bien. El Bien es la causa del ser de todas las cosas y el fundamente del conoci-
miento. Debe conocerlo por fuerza quien quiera comportarse rectamente en su vida privada y pública, aunque 
quienes lo conocen no deseen ya ocuparse de los asuntos humanos. 
FRAGMENTO 5 
—Pues bien —dije—, dame también la razón en esto otro: no te extrañes de que los que han llegado a ese punto 
no quieran ocuparse en asuntos humanos; antes bien, sus almas tienden siempre a permanecer en las alturas, y es 
natural, creo yo, que así ocurra, al menos si también esto concuerda con la imagen de que se ha hablado. 
—Es natural, desde luego —dijo. 
¿Y qué? ¿Crees —dije yo— que haya que extrañarse de que, al pasar un hombre de las contemplaciones divinas a 
las miserias humanas, se muestre torpe y sumamente ridículo cuando, viendo todavía mal y no hallándose aún 
suficientemente acostumbrado a las tinieblas que le rodean, se ve obligado a discutir, en los tribunales o en otro 
lugar cualquiera, acerca de las sombras de lo justo o de las imágenes de que son ellas reflejo, y a contender acerca 
del modo en que interpretan estas cosas los que jamás han visto la justicia en sí? 
—No es nada extraño —dijo. 
—Antes bien —dije—, toda persona razonable debe recordar que son dos las maneras y dos las causas por las 
cuales se ofuscan los ojos al pasar de la luz a la tiniebla y al pasar de la tiniebla a la luz. Y una vez haya pensado 
que también le ocurre lo mismo al alma, no se reirá insensatamente cuando vea a alguna que, por estar ofuscada, 
no es capaz de discernir los objetos, sino que averiguará si es que, viniendo de una vida más luminosa, está cegada 
por falta de costumbre, o si, al pasar de una mayor ignorancia a una mayor luz, se ha deslumbrado por el exceso 
de ésta; y así, considerará dichosa a la primera alma, que de tal manera se conduce y vive, y compadecerá a la 
otra, o bien, si quiere reírse de ella, esa su risa será menos ridícula que si se burlara del alma que desciende de la 
luz. 
6 
 
—Es muy razonable —asintió— lo que dices. 
Resumen. El fragmento pertenece al libro VII de La República de Platón, concretamente al pasaje conocido como 
“alegoría de la caverna”. Sócrates acaba de desvelar a Glaucón el significado de la alegoría y reflexiona sobre las 
dificultades que el prisionero liberado encuentra para regresar a la caverna, o sea, sobre las dificultades del sabio, 
una vez contemplado el Bien, para ocuparse de los asuntos humanos. El sabio se sentiría torpe al discutir de lo 
justo con quienes no conocen la justicia en sí, aunque esta torpeza es más dichosa que la experimenta el ignorante 
al verse cegado por la sabiduría. 
2. TEMA (pregunta 2 del examen): La teoría de las Ideas. 
La doctrina central de la filosofía platónica es la teoría de las Ideas o Formas, la cual consiste en afirmar 
que existen entidades inmateriales, absolutas, inmutables y universales independientemente del mundo 
físico: por ejemplo, la justicia en sí, la bondad en sí, el hombre en si, las entidades y proporciones ma-
temáticas en sí mismas. De ellas derivan su ser todo lo justo, todo lo bueno, todos los hombres, todo lo 
armónico y proporcionado que hay en el mundo físico. 
El término Idea (eideia) no debe inducirnos a error. No se trata de conceptos, de construcciones mentales, 
de objetos sin existencia aparte de la mente que los concibe. Se trata de realidades, más aún, de las úni-
cas realidades en sentido pleno, ya que de ellas deriva todo lo que hay de real en el mundo físico. 
La concepción platónica de la realidad es, por tanto, dualista: existe el «mundo de las Ideas» inmateriales 
e inmutables, y existe el mundofísico, material y sometido a cambios y movimiento. 
En la filosofía presocrática encontramos elementos incorporados por Platón a su teoría y que, tal vez, 
influyeron en ésta, como es el caso de las doctrinas de los pitagóricos y de Parménides: aquellos 
insistieron en las estructuras y relaciones matemáticas como principio de inteligibilidad del universo (los 
objetos matemáticos son ideas en la doctrina platónica). En cuanto a Parménides, su distinción entre lo 
que verdaderamente existe (la realidad inmutable, inengendrada e imperecedera del Ser) y el universo 
cambiante que nos muestran los sentidos, se halla también en Platón: lo que existe de verdad son las 
ideas y poseen las mismas características que la el Ser de Parménides. 
Otro punto de partida importante fue Sócrates. Platón le presenta en sus diálogos preguntando siempre 
sobre una virtud o un concepto moral: ¿qué es la justicia?, ¿qué es el valor?, etc. AL formular preguntas 
de este tipo presuponemos que hay algunos rasgos comunes a todas las acciones, instituciones, etc. 
particulares, a los que se aplica el predicado universal «justo» o «valeroso», etc. 
Esos resgos comunes, que no se identifican con ninguna acción justa particular, serán, para Platón, la 
Idea de Justicia. 
Platón separó las ideas del mundo físico. Con esta separación quiso expresar que las ideas no dependen 
en su ser, ni en su verdad ni en su permanencia, de las cosas sensibles: la idea de triángulo o "el triángu-
lo idea"l es lo que es y posee las propiedades que posee, independientemente de que tal esencia se reali-
ce o no se realice en el mundo sensible, físico. 
Por el contrario, los seres físicos sí dependen de las Ideas: una figura es un triángulo en la medida en que 
en ella se realiza la idea de triángulo, una acción es justa en cuanto que en ella se da la idea de justicia, 
etc. En sus escritos, Platón recurrió a dos términos para caracterizar esta relación entre las Ideas y las 
cosas: «participación» (los seres sensibles particulares participan de las ideas correspondientes) e «imita-
ción» (los seres sensibles particulares imitan a las ideas). En sus últimas obras, Platón tiende a utilizar 
más la noción de imitación que la de participación. 
La imitación sugiere que las ideas son modelos, son paradigmas que las cosas pretenden imitar, a los 
cuales quieren acercarse, sin conseguir igualarlos plenamente jamás: ninguna esfera física, de bronce o 
de madera, es plena y perfectamente esférica, sólo lo es la esfera ideal. Las ideas son ideales que no se 
cumplen perfectamente en el mundo sensible. Por lo demás, Platón reconoció que es difícil explicar ade-
cuadamente la separación de las ideas y su relación con los seres sensibles. 
7 
 
El mundo inteligible abarca ideas o formas de los seres físicos y también ideas matemáticas (todo el uni-
verso matemático es ideal). A él pertenece también el conjunto de los ideales morales y políticos 
(bondad, justicia, etc.) a los que han de acomodarse la conducta individual y la organización de la convi-
vencia social. 
Para Platón, las ideas no son un aglomerado inconexo de esencias, sino que constituyen un sistema en 
que todas se ensamblan y coordinan, en una gradación jerarquizada cuya cúspide ocupa la idea de Bien. 
El Bien como idea primera, como principio supremo es expresión del orden del sentido y de la inteligibili-
dad de lo real. 
En los diálogos críticos o de vejez, como el Parménides, Platón plantea importantes problemas sobre la 
teoría de las ideas, especialmente en lo que respecta al concepto de participación, a la tipología de las 
ideas (de qué tipos de realidades hay ideas: ¿solo de las cosas nobles o también de realidades corrupti-
bles y abyectas? ¿Existe una idea de la idea? ) y a la relación de las ideas entre sí (jerarquía entre las ide-
as, existencia de “ideas rectoras”, como la de Bien, Belleza, Uno, etc.). 
 
3. PAREJAS DE NOCIONES (pregunta 3 del examen) 
En la explicación de las parejas de nociones es conveniente empezar por una pequeña descripción de la 
alegoría de la caverna, al menos de lo necesario para comprender a qué se refieren las nociones. 
a) Los prisioneros y las sombras 
La alegoría de la caverna es un célebre pasaje del libro VII de La República en el que Platón expone, a 
través de Sócrates, “el estado en que se encuentra el hombre con respecto a la educación o a la falta de 
ella”. El propósito de esta alegoría es explicar en qué consiste la idea del Bien, el conocimiento más ele-
vado, que deben poseer todos aquellos que aspiren a gobernar en la polis. 
La alegoría describe una escena en la que unos prisioneros están encerrados desde niños en el fondo de 
una caverna subterránea, inmovilizados de manera que solo pueden ver unas sombras proyectadas en el 
fondo por los objetos que unos porteadores situados detrás de ellos pasan por delante del fuego de una 
hoguera. 
El escenario de la alegoría se apoya en un pilar básico de la filosofía platónica: el dualismo metafísico, la 
existencia de dos mundos o dimensiones de realidad. Estos dos mundos son el físico o sensible, por un 
lado yel inteligible o “mundo de las Ideas”, por otro. 
Desde una perspectiva antropológica, los prisioneros de la caverna simbolizan también el dualismo al-
ma/cuerpo. En el ser humano, según Platón, se da la misma dualidad entre lo sensible y lo inteligible que 
se da en el conjunto de lo real. El alma (invisible, eterna e inmortal) está unida de manera accidental y 
transitoria al cuerpo (visible, sometido al tiempo y al devenir) y por ello se ve sometida a las limitaciones 
del mundo físico, del mundo sensible. El cuerpo resulta ser así la cárcel del alma. Platón sigue aquí la 
tradición órfica y pitagórica. 
Desde una perspectiva gnoseológica, los prisioneros simbolizan el estado de ignorancia en el que se en-
cuentra el ser humano, que toma por reales las cosas del mundo sensible y sus imágenes, en lugar de 
dirigir su alma al conocimiento de las auténticas realidades, las Ideas o Formas inteligibles. Las sombras 
simbolizan las cosas visibles, que no tienen realidad propia, sino sólo en relación con nuestros sentidos; 
dependen de nuestra visión, de la luz, y de una realidad más alta (las ideas) de las que son sólo proyec-
ciones o imitaciones. Además, no se pueden definir ni conocer, porque son múltiples y cambiantes, care-
cen de identidad y son contradictorias. Son, pues, tan relativas, tan indefinidas y fugaces como las som-
bras de la caverna. 
Del mismo modo que los prisioneros no pueden darse cuenta de que ven sólo sombras (pues no conocen 
los objetos que las proyectan), nosotros no advertimos que las cosas visibles carecen de realidad propia 
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(mientras no tengamos conocimiento de las ideas). Vivimos en la ignorancia, pero nuestras opiniones y 
creencias nos parecen conocimientos; así, ignoramos nuestra ignorancia misma, y seguimos en una espe-
cie de prisión mental. 
Los prisioneros son los seres humanos habituados a contemplar la realidad a través de los sentidos, y 
aunque solo ven imitaciones imperfectas de las Ideas, toman por reales las imágenes de las cosas (repre-
sentadas por las sombras) y las opiniones (simbolizadas por las voces de los hombres que transportan los 
objetos reflejados). Esta situación plasma en su conjunto el nivel ínfimo del conocimiento humano, el 
conocimiento de las imágenes y símbolos de las cosas sensibles, la eikasia o “imaginación”. 
Desde una perspectiva política, los prisioneros simbolizan en estado de engaño y de sumisión en que se 
hallan los ciudadanos, víctimas de los creadores de imágenes y sombras, los sofistas y los políticos for-
mados por ellos, que utilizan en lenguaje como instrumento de dominación e impiden que el Alma dirija 
su mirada a las Ideas (en la alegoría, los prisioneros están inmovilizados y solo pueden mirar en una di-
rección) y gobernar la ciudad de acuerdo con la verdadera justicia (la justicia en sí). Del mismo modo que 
los prisioneros no saben que son cautivos (porqueestán allí desde niños y no han conocido la libertad), 
nosotros no podemos darnos cuenta de que no nacemos libres, no somos libres por naturaleza, sino que 
es preciso conquistar la libertad a través de un difícil proceso de liberación. 
b) El ascenso al mundo de arriba y el sol 
La alegoría de la caverna es un célebre pasaje del libro VII de La República en el que Platón expone, a 
través de Sócrates, “el estado en que se encuentra el hombre con respecto a la educación o a la falta de 
ella”. El propósito de esta alegoría es explicar en qué consiste la idea del Bien, el conocimiento más ele-
vado, que deben poseer todos aquellos que aspiren a gobernar en la polis. 
La alegoría describe una escena en la que unos prisioneros están encerrados desde niños en el fondo de 
una caverna subterránea, inmovilizados de manera que solo pueden ver unas sombras proyectadas en el 
fondo por los objetos que unos porteadores situados detrás de ellos pasan por delante del fuego de una 
hoguera. 
El escenario de la alegoría parte de un presupuesto básico de la filosofía platónica: el dualismo metafísi-
co, la existencia de dos mundos o dimensiones de realidad. Estos dos mundos son el físico o sensible y, 
por otro, el inteligible o “mundo de las Ideas”. 
Uno de los prisioneros es liberado y obligado a salir al exterior. El camino de subida es escarpado y empi-
nado, pero, con gran esfuerzo, logra escapar y habituar paulatinamente su vista a la luminosidad del ex-
terior, hasta poder ver las cosas iluminadas por el sol y el sol mismo. 
En términos filosóficos, la subida al mundo de arriba simboliza la ascensión del alma hasta el lugar que le 
es propio, la región inteligible; su proceso de purificación y liberación del cuerpo y del mundo sensible. 
Ese proceso entraña gran dificultad, puesto que el alma ha de acostumbrarse a mirar hacia la auténtica 
realidad (las ideas) y no a las apariencias engañosas que muestran los sentidos. En la subida, el alma 
descubre que las imágenes y símbolos (las sombras) son tan solo copias imperfectas de las cosas físicas 
(los objetos que llevan los porteadores) y que éstas, a su vez, son tan solo una imitación de las auténticas 
realidades, las ideas (las cosas que descubre en el exterior de la caverna). Este proceso de “dialéctica 
ascendente” recorre los cuatro grados del conocimiento expuestos en el “símil de la línea dividida”: ima-
ginación, creencia, conocimiento discursivo e intuición intelectual. 
La subida del prisionero es, asimismo, símbolo del proceso de educación que ha de seguir quien aspire a 
gobernar rectamente la polis, el cual implica deshacerse de los prejuicios y opiniones heredados de la 
tradición y del ambiente y buscar la verdadera sabiduría, lejos de las manipulaciones de los “creadores de 
sombras” (se entiende que los políticos sin escrúpulos y los sofistas que los adiestran), hasta contemplar 
no solo las ideas, sino la esencia misma de todas ellas, la idea de Bien. 
La idea de Bien, simbolizada por el sol, es según Platón el fundamento de la inteligibilidad y del ser de las 
ideas y, en consecuencia, de todas las cosas. El Bien proporciona a las ideas su ser y la capacidad de ser 
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conocidas, y al Alma, la capacidad de conocerlas, del mismo modo que las cosas del mundo sensible reci-
ben del Sol su ser (la energía, la vitalidad necesaria para el crecimiento) y la capacidad de ser vistas, y 
que la vista puede ver las cosas gracias a él. 
c) El regreso a la caverna y las tinieblas. 
El prisionero liberado de la caverna, una vez que ha contemplado en el mundo de arriba las cosas ilumi-
nadas por el sol y, muy fugazmente, el sol mismo, regresa a su antigua vivienda subterránea. Lo hace a 
regañadientes porque no añora en absoluto su vida anterior, por muchos honores que pudiera disfrutar 
entre sus compañeros. Al regresar, se siente torpe porque, al haberse acostumbrado sus ojos a la luz, las 
sombras que antes veía ahora no son más que tinieblas, completa oscuridad. 
Esta imagen simboliza el dilema ante el que se encuentra el sabio que, al final del proceso de dialéctica 
ascendente, de educación, ha contemplado las ideas y por último el Bien: su obligación es ocuparse de 
los asuntos prácticos o mundanos, del gobierno de la polis, pero se resiste renunciar a la felicidad que le 
proporciona la vida contemplativa y la sabiduría absoluta que ha alcanzado. Dice Sócrates, al final de la 
alegoría, que “no es de extrañar que las almas de los que han alcanzado este estado tiendan a permane-
cer en las alturas”. El Alma, una vez liberada del cuerpo y purificada por el conocimiento, ha llegado al 
lugar que le es propio, el mundo inteligible, y se siente atraída por la perfección absoluta de este. Por eso 
el sabio preferiría entregarse a la contemplación de las ideas en lugar de contender y discutir de lo justo y 
lo injusto con quienes solo hablan de “sombras” (el reino de la opinión, del conocimiento inexacto y pro-
bable), pero ignoran por completo qué es la justicia en sí 
Sin embargo, el sentimiento de filía o amistad lleva finalmente al prisionero liberado a retornar a la ca-
verna, también tal vez porque quien conoce el Bien y la justicia en sí ha de obrar necesariamente de ma-
nera recta y justa (intelectualismo moral de Sócrates). Una vez allí recibe las burlas y el descrédito de los 
compañeros, quienes se percatan de que solo ve tinieblas y es incapaz de distinguir las sombras que an-
tes veía con ellos. Se trata del rechazo del vulgo a la figura del sabio, de la incapacidad de la masa para 
liberarse de los prejuicios y opiniones comunes y mirar hacia otro lado. En cierto modo, podría tratarse de 
un símbolo de la actitud de Atenas hacia Sócrates, a quien aquella acabó condenando y matando, pese a 
que hablaba en nombre de la justicia; o del reiterado fracaso del propio Platón en su intento de ilustrar 
filosóficamente a los soberanos de Siracusa. 
4.- CONTEXTUALIZACIÓN 
La obra de Platón en su marco histórico 
Platón (427-347 a C.) vive en Atenas en una época de crisis y decadencia, que afecta a la vida privada y a 
la pública, al orden moral y al orden intelectual. La vida pública está marcada por las guerras del Pelopo-
neso o guerras civiles entre los griegos, con ellas comenzó la decadencia y la disolución de la ciudad-
estado. En el orden moral e intelectual, las doctrinas de los últimos sofistas (Gorgias, Calicles…) tuvieron 
el mismo efecto. Eran escépticos y nihilistas, y atacaron todos los valores tradicionales. Defendían el prin-
cipio del placer en la conducta privada (hedonismo) y el derecho del más fuerte en la vida pública (tiranía 
e imperialismo). Por eso, aunque el pensamiento de Platón tiene una dimensión universal, que sobrepasa 
su propio tiempo, también hay que entenderlo como respuesta a los problemas de su época: su teoría de 
las ideas trata de fundamentar el conocimiento y la verdad, frente al escepticismo sofista, y trata de justi-
ficar los grandes valores (la belleza, la justicia, la verdad); su teoría del Estado y de la educación intenta 
afrontar la crisis política y social. 
Lugar de Platón en la historia de la filosofía. 
I. Influencias recibidas por Platón. 
Platón recoge influencias de los filósofos presocráticos. Además de aportar en el Timeo su propia 
cosmología (con resonancias del Noûs de Anaxágoras en el Demiurgo ordenador de la materia y de los 
cuatro elementos de Empédocles en su teoría de los cuatro sólidos elementales), Platón sintetizó en su 
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metafísica dualista las dos concepciones fundamentales de la filosofía presocrática: el devenir de Herácli-
to (la naturaleza dinámica y corruptible del mundo físico), y la inmutabilidad del Ser de Parménides, cu-
yos atributos traslada al mundo de las Ideas. La influencia de Parménides es patente asimismo en la dis-
tinción entre doxa (opinión) y episteme (conocimiento). 
El contacto con círculos pitagóricos le proporcionó importantes elementos: los números como esencia 
del universo (Platón incluye a los objetos matemáticosen el reino de lo inteligible), su admiración por la 
música o la creencia en la inmortalidad del alma y en la trasmigración o metempsícosis son de origen 
pitagórico. 
Pero sin duda la mayor influencia la recibió de su maestro Sócrates. El intelectualismo socrático aparece 
constantemente en los diálogos platónicos, sobre todo en la defensa de la cognoscibilidad de la virtud y 
del vínculo entre vida contemplativa y vida práctica, entre sabiduría y ejercicio de la política. No solo el 
personaje de Sócrates (a veces el Sócrates histórico, a veces un simple portavoz de Platón), sino el méto-
do socrático, como búsqueda rigurosa de la verdad a través del diálogo, están presentes en toda su obra. 
Y por último, la convicción de que la organización justa de la polis es necesaria para la felicidad del indi-
viduo. Hablar de Sócrates en la obra de Platón exige también referirse a los Sofistas, a cuyas posiciones 
relativistas, escépticas y convencionalistas se enfrentaron ambos. 
II. Influencias generadas por Platón. 
En primer lugar, destaca su discípulo Aristóteles, cuya filosofía contiene, pese a su progresiva separación 
de las principales tesis platónicas (trascendencia o separación de las formas, inmortalidad del alma, inte-
lectualismo, reducción de la episteme al conocimiento de lo inteligible e inmóvil, etc.), una constante 
referencia a su maestro. 
A través de la corriente neoplatónica (Plotino, Porfirio) Platón contribuyó a la elaboración de la teología 
cristiana, cuyo principal representante, Agustín de Hipona abrió el paso a una hegemonía casi completa 
de la corriente platónico-agustiniana en la filosofía medieval (Boecio, Avicena, Duns Scoto, etc.) hasta la 
recuperación del aristotelismo en los siglos XII y XIII. El interés humanista por los textos clásicos dio lugar 
a la aparición de una importante corriente platónica (Nicolás de Cusa, Marsilio Ficino, Pico della Mirando-
la o Francesco Patrizzi). 
Platón ha influido incluso en corrientes aparente alejadas, como el racionalismo de Descartes (innatismo 
de las ideas, dualidad alma/cuerpo) o la fenomenología de Husserl (intuición eidética). Y, como contrafi-
gura de Platón, es inevitable referirse a Nietzsche, cuya crítica a la cultura occidental se basó en la in-
versión de los valores y supuestos defendidos por el filósofo griego. En el siglo XX, el filósofo Karl Popper 
en su La sociedad abierta y sus enemigos acusó a Platón (no sin incurrir en graves anacronismos) de 
haber sido uno de los precursores ideológicos del totalitarismo moderno y reabrió el debate sobre el pen-
samiento político de Platón, que no cesa hasta nuestros días

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