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2 Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo Conceptos de Sociología Literaria CENTRO EDITOR DE AMÉRICA LATINA 3 © 1980 Cent ro Editor de Am érica Lat ina S. A. Junín 981, Buenos Aires. Hecho el depósito de ley. Libro de edición argent ina. I mpreso en marzo de 1980. Tapa: I .R.S.I .S.A., Carlos Calvo 2059, Buenos Aires. Pliegos interiores: com puesto en Tipográfica del Norte S. R. L., Reconquista 1042, Buenos Aires; impreso en: Talleres Gráficos FA.VA.RO. SAI C y F. I ndependencia - 3277/ 79, Buenos Aires. 4 A El Turco 5 Prefacio Situada en la intersección de dos cam pos part icularm ente contenciosos, la sociología de la literatura está lejos de poseer la firmeza de un cuerpo teóricamente est ructurado de objetos y métodos específicos. Propuestas a veces complementarias, a veces opuestas, se disputan los t ítulos de esta disciplina, lit igando sobre sus posibilidades y sus lím ites. Nadie puede negar, sin embargo, que bajo su nom bre se ident if ican algunas de las corr ientes m ás fuertes de la invest igación y la crít ica literarias en nuest ros días. Mentar al posit iv ismo cuando hace su aparición la sociología literaria es sólo un cam ino para eludir la confrontación con las tendencias vivas que, al interrogar la práct ica de la literatura, abren nuevas perspect ivas para su consideración. Part iendo de estas prem isas, el presente léxico no pretende regular la coherencia y el orden allí donde éstos no existen: sus autores, m ás bien, han querido t razar algunos ejes que, en su opinión, definen y const ituyen el cam po. Así la histor ia social de la literatura, del escritor y del público, la teoría social de su práct ica y del texto, la problem át ica del análisis cultural- literar io, los inst rum entos para la descripción de los sujetos implicados en la producción y el consumo de bienes simbólicos y el espacio que los art icula, proporcionaron al léxico una flexión que intenta ser, al m ism o t iempo, inclusiva y sistemát ica. Con la diversidad del repertor io conformado de este modo se quiso también disipar la idea sumaria de que la interrogación sociológica del hecho literario, se la promueva o se la impugne, suscita una cuest ión sim ple. Y menos aún en América Lat ina, donde las m ediaciones ent re lo literario y lo social encuent ran un punto de refracción en el carácter segundo —dependiente— del vínculo ent re teorías, tendencias, movim ientos y su realización en la práct ica de la escritura, del consumo y de la consagración literarias. En la Argent ina, part icularm ente, David Viñas, Adolfo Prieto y Juan José Hernández Arregui consideraron la especificidad de los problemas emanados de un sistem a literar io dependiente. Un conjunto de interrogantes quedan, por cierto, a la invest igación futura. Este léxico los ha evitado, recurr iendo en casi todos los casos a la reflexión sobre los m om entos "clásicos" de la const itución de la literatura burguesa m oderna: las form aciones culturales francesa, inglesa, alemana (privilegiadas por 6 bibliografías exhaust ivas) proporcionaron la mayor parte de las figuras concretas que ilust ran sus voces. El orden de un léxico es, por su lógica, el desorden del alfabeto. Dos art ículos nos parecen sin embargo que est ructuran fuertem ente el que ahora presentamos: cultura e ideología. Las rem isiones internas, por lo dem ás, t ratarán de hacer menos int r incado un recorr ido inevitablemente regido por algún azar. Digamos finalmente que la sociología de la literatura, al m enos en sus representes m ás lúcidos, no pretende ocupar el lugar de una estét ica ni pasar por una consideración exhaust iva de la obra literar ia. Citando a Starobinski podría afirmarse que no hay que buscar por su intermedio las condiciones suficientes de las obras, sino " las condiciones necesarias de su génesis y efectos" . Car los Al t am ir ano y Beat r iz Sar lo 7 Autor La noción de autor com o sujeto productor de la obra literaria es, en sí m ism a y tam bién histór icam ente, m oderna y problem át ica. No siem pre se consideró que escribir fuera una práct ica clasificable como profesional. Monjes, cortesanos y vagabundos fueron, en la Edad Media, escritores y seguram ente a ninguno de ellos se les hubiera ocurr ido responder com o lo hizo William Morr is ante un interrogatorio policial en el que se le inquir ió qué era. Su respuesta: "Art ista y bien conocido, según creo", es inconcebible antes del siglo XVI I I . Ya entonces existe, con toda evidencia, la com unidad art íst ica que com ienza a secretar su part icular ideología: el art ista rom ánt ico desprecia al público burgués, con el que ya no t iene un vínculo, ni m ucho m enos una sujeción, directo. Las fórmulas del arte por el arte son la expresión cultural de la escisión y las teorías que ent ronizan a la inspiración como fuente de la obra literar ia, su efecto en el plano de la estét ica. Flaubert , en su Cor r espondencia, pone al desnudo el sistema de esta comunidad literaria: rechazado por el burgués, por su incapacidad para el goce estét ico (nunca sabrán, im agina Flaubert , la sangre que ha costado cada una de estas frases; el burgués no ent iende, no im porta, ¡peor para él! , etc.) , sólo los ot ros art istas pueden ocupar a la vez el lugar de creadores y de público entendido. Abordar históricamente la cuest ión del autor obliga a plantear la perspect iva del sujeto y su relación con est ructuras t ransubjet ivas: las clases sociales. Según este punto de vista, el sujeto-autor ha sido considerado por Lucien Goldmann, para quien la evolución histórica (y en ella las producciones culturales) no const ituye la suma azarosa de intencionalidades y acciones individuales, sino que apar ece "com o resultado de acciones colect ivas de grupos humanos, acciones de las que los individuos que com ponen los grupos no son concientes sino en un grado variable" (1967) . La aseveración, deudora del materialismo histór ico, de que el sujeto de la histor ia son las clases sociales, es t rabajada por Goldmann en sus estudios sobre autores individuales: Racine, Pascal, los objet ivistas. Por este cam ino, las obras se vincularían, a un t iem po, a dos t ipos de est ructuras: la colect iva y esencialm ente social, definida en térm inos de grupos, sectores y clases; y la individual, siempre t ransubjet iva, que observa al individuo sumergido en el medio social y cultural. 8 La cultura, como comportam iento profundamente social, no puede librarse de la determ inación colect iva y, en consecuencia, queda señalado ese carácter en la escritura y la producción de bienes culturales. Pero difícilm ente el sujeto-autor alcanza a lograr en sus obras el grado de saturación significat iva de la conciencia posible (véase) de su clase; sólo los grandes escritores y filósofos (afirm a Goldm ann) alcanzarían ese grado m áxim o de coherencia y significación. Sin embargo, incluso en ese grado, el autor, no puede ser concebido sino t ransindividualmente, en el interior de la clase a la que pertenece. El carácter social del autor se dem arca m ás agudam ente aún cuando se reflexiona sobre los inst rumentos de la producción literar ia: el lenguaje, en primer lugar, las formas que la t radición ha t rasm it ido, luego. Y, fundamentalmente, los m ateriales, las tem át icas, las convenciones, las leyes de legit im idad art íst ica, que son, en lo esencial, sociales y colect ivas. En esta perspect iva, la definición del autor como individuo exige abrirse a su problemat ización como sujeto social que, conciente o inconcientem ente, según su voluntad y a veces cont ra ella, escribe su obra en un medio predeterm inado, dent ro de un sistema(véase) literar io que lo define y lo lim ita y que, incluso, t raza el horizonte de sus rupturas y sus innovaciones. Así, la producción del autor —cuanto más individual se reclam e y pese a ello— siempre es producción social y práct ica de un sujeto socialmente determ inado: de un sujeto, en últ im a instancia, t ransindividual, y de una conciencia, siem pre, colect iva. Desde ot ra perspect iva, la noción de au t or tam bién parece problem át ica. Su flexión sem ánt ica incluye no sólo a quien escribe el texto sino a quien es su primer propietar io intelectual y material. Así la noción de autor se define incluso en relación con los derechos efect ivos sobre el texto: derechos de enajenarlo a un editor, de percibir parte de los réditos que su edición arroje, etc. Esta concepción es marcadamente histórica y propia de los últ im os t res siglos. Nace, podría afirmarse, con la problemat ización —burguesa— del indiv iduo como sujeto autónomo y libre. El autor sería poseedor pleno del producto de su t rabajo intelectual y, al m ism o t iempo, se vería obligado a enajenarlo: la obra una vez escrita escapará de sus m anos. La edición y el m ercado (véanse) dispondrán de su dest ino. 9 Campo intelectual El "campo intelectual" , entendido no com o designación m ás o m enos em pír ica de un área de la act ividad social, sino como concepto de alcance a la vez teórico y m etodológico para la invest igación sociocultural, ha sido elaborado por Pierre Bourdieu. Para Bourdieu, el concepto de cam po intelectual recorta un espacio social relat ivamente autónomo, dotado de una est ructura y una lógica específicas. Se t rata de "un sistema de relaciones ent re posiciones sociales a las que están asociadas posiciones intelectuales o art íst icas" (Altam irano y Sarlo, com p., 1977) . La posibilidad de la consideración teórica autónoma del campo intelectual e, incluso, los lím ites de validez del concepto, t ienen com o presupuesto la autonom ización real, aunque siem pre relat iva, de la producción de los bienes sim bólicos. Pero este hecho no es, según Bourdieu, un fenóm eno inherente a la act ividad intelectual o art íst ica, ni emerge en toda sociedad cualquiera sea su est ructura. La autonom ización del campo intelectual —que implica la const itución de un dominio dotado de norm as propias de legit im idad y consagración— es siempre un resultado histór ico que aparece ligado a sociedades determ inadas. Y Bourdieu t iene presente, fundamentalmente, el t ipo de cam po intelectual const ituido en las sociedades occidentales m odernas a part ir de un proceso que t iene su primera manifestación en el Renacim iento, se eclipsa t ransitor iam ente bajo el peso del absolut ismo monárquico en los siglos XVI I y XVI I I , para cr istalizar en el curso del XI X. I ntelectuales y art istas, colocados en una nueva posición como resultado de la división capitalista del t rabajo y de la implantación del mercado como inst itución que afecta también a la vida de sus obras, reivindicaron la autonomía de la creación cultural frente a toda ot ra imposición exterior (polít ica, religiosa o económ ica) . El Romant icismo fue, precisamente, el pr imer movim iento que t radujo esta reivindicación de la intención creadora. Se podría decir, entonces, parafraseando a Coseriu, que el campo intelectual se const ituye diacrónicam ente y funciona sincrónicam ente, funcionam iento que Bourdieu describe según un modelo relacional de inspiración est ructuralista. Así el campo intelectual aparece como un sistema de relaciones que incluye obras, inst ituciones y un conjunto de agentes intelectuales (desde el escri- tor al editor, desde el art ista al crít ico, etc.) . Cada uno de estos agentes "está 10 determ inado por su pertenencia a este cam po: en efecto, debe a la posición part icular que ocupa en él propiedades de posición ir reduct ibles a las propiedades int rínsecas" (Bourdieu, 1967) . La lógica que r ige el campo intelectual es la de la lucha o competencia por la legit im idad cultural y esta competencia específica t iene sus instancias tam bién específicas de consagración: academ ias, salones, etc. De m odo que la "consagración" no se ident ifica necesariam ente con el t r iunfo com ercial de una obra, aunque a veces el éxito de público pueda operar también como momento de legit imación. Un escritor no se conecta con la sociedad global, ni siquiera con su clase de origen o de pertenencia, de manera directa, sino a t ravés de la est ructura del campo intelectual. Por ot ra parte, las presiones de la est ructura social y sus tendencias no obran sobre los m iem bros del campo intelectual sino por mediación de éste. De manera que, para Bourdieu, el campo intelectual const ituye el pr incipio mediador por excelencia en aquellas sociedades donde la producción de bienes sim bólicos se ha configurado com o dom inio relat ivamente autónom o. Más aún, tampoco la relación del creador con su obra es inmediata, esa relación está condicionada por "el sistema de relaciones sociales en las cuales se realiza la creación como acto de comunicación, o, con m ás precisión, por la posición del creador en la est ructura del campo intelectual" (1967) . El campo intelectual opera, además, sobre cada m iembro devolviéndole una imagen pública de su obra —su valor, su verdad, etc.—, con la que el creador debe ajustar cuentas, necesariam ente, así sea para rechazarla. Art ista "oficial" o de "vanguardia" , intelectual " integrado" o "m arginal" , su posición dent ro del campo intelectual define el t ipo de part icipación en el "capital" cultural de una sociedad en un m om ento dado. Ese pat r imonio no es sino el conjunto de problem as y tem as, modos de percibir y de razonar, hábitos m entales y códigos retór icos com unes a una sociedad y que hacen posible la com unicación cultural dent ro de ella. Trasm it ido a t ravés de mecanismos diversos —la escuela es uno de ellos—, dicho "capital sim bólico" const ituye algo así com o la infraest ructura implícita de los mensajes culturales, que éstos eliden porque está sobrentendida. La cultura, entonces, no se añade com o una determ inación exterior a una intención creadora madurada independientemente del campo intelectual en que está inscripta. Una intención se especifica como proyecto intelectual concreto, objet ivado en obras part iculares, a t ravés de la dialéct ica que se establece ent re sus exigencias y el campo intelectual ( con su correspondiente pat r imonio simbólico) del que forma parte. 11 Código El modelo de la comunicación que lingüistas, comunicacionalistas y sem iólogos, en térm inos generales, com parten, describe los elem entos que intervienen en la t rasm isión y recepción de m ensajes, así com o su relación necesaria. Existe, por un lado, la fuente em isora, el canal t rasm isor, las señales t rasm it idas (cuya organización const ituye el mensaje) y, por el ot ro, el receptor en condiciones de captar la señal y comprenderla. En esta últ im a act ividad, y en la de art iculación de las señales en mensajes, se opera por medio de un conjunto de reglas que deben ser com unes al em isor y al receptor: el código, que se caracteriza por organizar elementos de diferente naturaleza, según sea lingüíst ico, visual, cibernét ico, etc. El sem iólogo italiano Umberto Eco define el código como "sistema de posibilidades previsibles", "conjunto de reglas de t ransformación, convencionalizadas, de expresión a expresión, y reversibles" (1968) . En el mensaje lingüíst ico el código es la lengua, pero en la literatura — considerada en tanto m ensaje— la cuest ión se vuelve m ás com pleja. Está por un lado la lengua, código social por excelencia, pero sobre ella, determ inando la est ructura y el contenido del m ensaje, el conjunto de los códigos culturales, estét icosy retór icos. Si, com o afirm a Jakobson, la característ ica del m ensaje poét ico obliga a focalizar la atención sobre su propia est ructura, el manejo de los códigos que la definen y a t ravés de los que esta est ructura se const ruye, es un prerrequisito indispensable para la lectura (véase) , esto es: la decodificación literaria. De este m odo, la obra considerada como mensaje codificado según más de un código exige de su público la dest reza de su m anejo: los inst rum entos de apropiación indispensables para descifrar la. Y, como lo afirma Pierre Bourdieu, ellos son de naturaleza em inentem ente social. La percepción propiamente estét ica no se confunde con la lectura ingenua, justamente en el rasgo diferencial que int roduce la posesión de los códigos culturales. Aprendidos en el hogar, en la escuela, en las inst ituciones (véase) sociales que son mediadoras por excelencia ( la crít ica, ent re ellas, la fundamental) , los códigos de percepción y apropiación posibilitan que la lectura de la obra no se convierta en mera act ividad asim iladora, que aplique al objeto estét ico códigos de descifram iento diversos de aquellos según cuyas reglas 12 ha sido producido: leer, por ejemplo, una novela com o si lo que allí se relata sucediera realmente, como si sus personajes fueran seres de carne y hueso; despreciar la distancia estét ica y perder con ello las posibilidades de captar la ironía, la parodia o la est ilización. Como condiciones de posibilidad de la producción y el consumo art íst icos, los códigos son también condiciones sociales: su apropiación está definida por la relación que se establezca con las inst ituciones que los t rasm iten; su t ransform ación t iene que ver con las t ransform aciones de estas inst ituciones, del gusto, de la situación del art ista y del lugar que la literatura ocupe en la sociedad. Véanse también convención y género. 13 Conciencia posible Este concepto fue elaborado por Georg Lukács para plantear el problem a de la eficacia dé la conciencia de clase en el proceso histór ico, sobre la prem isa de que este últ imo t iene en las clases y en los conflictos de clase su eje de desarrollo. Sin embargo, Lukács, que lo formuló en uno de los ensayos de su célebre y discut ida Historia y conciencia de clase, de 1922, no volverá a retomar el concepto en sus t rabajos posteriores. Y fue Lucien Goldm ann quien hizo de él un uso sistemát ico en sus estudios de sociología de la cultura y la literatura. Para el Lukács de Historia y conciencia de clase, el concepto de conciencia de clase debe ser const ruido y no meramente derivado del estudio de sus m anifestaciones em pír icas en un m om ento dado. Ello requiere una operación teórica prelim inar, dist inta de la simple generalización de los datos observables, y para efectuarla Lukács pone en juego las categorías de totalidad y de posibilidad objet iva. La prim era —que t raduce el pr incipio hegeliano de que la verdad radica en el todo y que Lukács asum e com o clave de inteligibilidad del mundo social— implica referir toda forma de conciencia a la sociedad global, concebida como un todo. La segunda, tom ada en préstam o de Max Weber, supone interrogarse sobre el campo de hechos que pueden ser objet ivamente percibidos desde determ inada situación social (de clase) . Dos coordenadas delim itan el campo de la conciencia posible de una clase. Por una parte, la del conjunto de la sociedad, dado que no todo t ipo de sociedad ofrece a sus m iembros las m ismas posibilidades de captación de las relaciones económ icas que organizan su est ructura global. En este sent ido, las formaciones sociales precapitalistas const ituir ían, en vir tud de su m ism a art iculación material, unidades laxas y poco coherentes y en la propia organización en estamentos, órdenes, etc. la determ inación económ ica aparecería engastada en relaciones polít icas o ét ico- religiosas. Sólo con el advenim iento del capitalismo y bajo el imperio de su modo de producción, la sociedad adquir ir ía el carácter de organism o plenam ente unitar io, cuyas partes se hallan subordinadas al funcionam iento del todo, y, además, sólo entonces, se podría hablar de clases en el sent ido específicamente económ ico del térm ino. Cuest iones éstas que afectan a la posibilidad de representación del m undo social com o un todo y a la em ergencia de formas de conciencia que se recorten específicamente como conciencia de clase. La 14 ot ra coordenada la proporciona la m isma inserción de la clase dent ro de la est ructura social, fundam entalm ente su colocación en la est ructura económ ica. Así concebida, la conciencia de clase const ituye el conjunto de " las ideas, los sent im ientos, etc., que tendrían los hom bres en una determ inada situación vital si fueran capaces de captar com pletam ente esa situación y los intereses resultantes de ella, tanto respecto de la acción inmediata cuanto respecto de la est ructura de la entera sociedad, coherente con esos intereses o sea, las ideas, etc. adecuadas a su situación objet iva" (Lukács, 1969) . Hay que subrayar que la objet ividad de ese espacio posible de percepción y representación rem ite a las determ inaciones cent rales de la art iculación económ ico- social de una sociedad y no a las formas empír icam ente existentes de conciencia. Lukács dist ingue, pues, ent re la "conciencia posible" —atr ibuida a una clase en vir tud de un procedim iento teórico— y la "conciencia real" de sus m iembros, que indicaría, en cada caso, el grado histór icam ente variable en que la clase realiza en el plano de la conciencia las vir tualidades inscriptas en su situación material. La conciencia posible es un concepto abst racto, const ruido a la manera de los t ipos ideales weberianos, y que funciona como inst rumento heuríst ico respecto de la conciencia real, producto histór ico en cuya configuración han intervenido, adem ás de las determ inaciones claves de la est ructura económ ico-social, circunstancias cont ingentes múlt iples. Al m ismo t iempo que delim ita el cam po de lo percept ible y de lo representable, la conciencia posible t raza también el horizonte ideológico insuperable de una clase, es decir aquello que se le escapa no por razones cont ingentes sino necesariam ente, por determ inaciones tam bién objet ivam ente inscriptas en su condición de clase. De m anera que la conciencia de clase conlleva una " inconciencia" que se halla est ructuralmente fundada como la pr imera. De todo ello se puede ext raer como corolario que para el estudio exhaust ivo del "m undo" efect ivam ente m entado —en form a conceptual o imaginaria— por un individuo o grupo de individuos histór icam ente situados, es necesario conjugar t res térm inos: la est ructura objet iva de la sociedad en que viven; el m áxim o de conciencia posible que les consiente su posición dent ro de la sociedad y los lím ites y prejuicios que derivan de cont ingencias históricas part iculares. Lucien Goldm ann retom ará no sólo el concepto, sino toda la problem át ica implicada en la noción de conciencia posible para esbozar las líneas de una sociología del espír itu o de la cultura. Asim ism o, la considerará una de las claves en el estudio de las obras literar ias y ello por un doble m ot ivo: por una parte, las grandes obras literar ias son aquellas que realizan el máximo de conciencia posible de una clase y perm iten conocer por su intermedio la visión del m undo correspondiente allí donde se expresa en toda su coherencia. Por ot ra, entendida 15 como modelo teór ico, la conciencia posible es un concepto- lím ite que proporciona un marco para la invest igación y la comprensión de la obra literaria. 16 Convención Las obras literar ias no son producidas en un vacío social ni, m ucho m enos, en un m edio estét iconeut ro. Todo nuevo texto se recorta sobre el horizonte de una t radición cultural y de un sistema literario. Ambos const ituyen el campo intelectual (véase) donde está predeterm inado lo que es posible (verosím il) escribir o, por lo menos, todo aquello cont ra lo que se escribe, lo que se deforma y se fractura si el proyecto literario se const ruye en oposición a la norma estét ica aceptada. La convención lim ita el horizonte de lo posible: qué géneros, cuáles especies, qué temas, qué moral y qué ideología refracta la literatura. Más específicam ente: cóm o se concibe al personaje, qué relación se establece en el inter ior del texto ent re el dest ino de los individuos y el de la sociedad ( relación priv ilegiada, por ejemplo, en la "gran t radición" de la novela realista) , cuáles son los temas que adm iten el verso y cuáles exigen la prosa. Cada género (véase) está conform ado por un haz de convenciones que se refieren tanto a las posibilidades y form as de la representación como a lo representado propiamente dicho. La t radición (véase) literar ia es un tej ido de convenciones y rupturas y la naturaleza de este tej ido es social: ¿qué es la poesía gauchipolít ica en el Río de la Plata sino la síntesis de las convenciones de la canción popular potenciadas por las necesidades art íst ico- ideológicas de la propaganda polít ica? y, creada efect ivam ente la convención, ella fue el referente que José Hernández conservó, cam biándolo, enriqueciéndolo en el Mart ín Fierro. Sus contemporáneos, observadores tam bién cuidadosos de la convención y los niveles (véase) se resist ieron a reconocer en el poema su pertenencia a la "buena" literatura, la literatura culta. Para ellos, la convención gauchipolít ica ya era arcaica y, por añadidura, rúst ica. Su sistem a literar io incluía a la literatura europea del post romant icismo y excluía (estas exclusiones nunca son operaciones totalmente concientes) a la especie gauchesca, excepto si se presentaba como divert imento urbano. La definición de lo "natural" , de lo apropiado, en un período cualquiera de la historia literaria, es em inentemente social y, en tanto tal, define gustos y expectat ivas de la comunidad cultural. En consecuencia, la convención es a la vez producto y productor de lo literar io. "En vir tud de que así es —dice Pierre Bourdieu (1967)— la obra está siempre objet ivamente orientada con relación al m edio 17 literar io, a sus exigencias estét icas, a sus expectat ivas intelectuales, a sus categorías de percepción y pensam iento." I an Wat t , en su brillante estudio sobre el surgim iento de la novela en I nglaterra (1972) , sigue las huellas que ese proceso depositó tanto sobre el gusto del nuevo público lector, como las señales que este gusto impuso a la novela. Una de sus característ icas innovaciones técnicas, la "copiosa part icular idad de la descripción", el detalle concreto que hizo la celebr idad de Richardson y que desencadenó los prolijos inventarios de m ercancías de Robinson Crusoe, fue condición del éxito extenso de la nueva forma: "Una escritura muy explícita y, en ocasiones, tautológica puede ayudar la com prensión de los lectores m enos educados". La "ext ravagante prolij idad" de Richardson, que tanto cr it icaron algunos de sus contem poráneos m ás ilust rados, fue una de las claves de su éxito y desde entonces la novela —hasta, por lo menos, el final del siglo pasado— consideró la descripción com o una de sus convenciones m ás característ icas: recurso t ípico del realismo, la situación de la acción en sus escenarios materiales y la correspondiente vinculación de éstos con el m undo m oral de los personajes y el carácter del drama a desarrollarse, fue explotado por Balzac, Dickens y Scot t , que describieron como nunca lo había hecho la literatura hasta entonces. Había nacido el sistem a de convenciones de la novela realista, que el naturalismo llevaría hasta su exasperación y, por consiguiente, a su agotam iento. Pero antes se generalizó de Europa hasta Rusia, a Estados Unidos y América Lat ina. La novela del siglo XVI I I inglés y el XI X francés rom pe, por ot ra parte, con el código convencional de los t res est ilos (véase niveles) . Por primera vez, mot ivos "altos" y "bajos" pueden com binarse en un m ismo texto: la suerte de una sirvienta puede apasionar com o la de un príncipe ( la Pam ela de Richardson es su inaugural prueba de fuego) . De allí en m ás se podrá escribir sobre burgueses, sobre campesinos y, como Zola, sobre obreros. Sin duda, las nuevas convenciones literarias (y el género novelesco es su m anifestación m ás im portante en la época moderna) tuvieron siem pre que enfrentar a sus "apocalípt icos", sus det ractores m orales y estét icos. Ello es una prueba más del carácter sociohistór ico de la convención y de su proceso de renovación ent retej ido, a grandes rasgos, con el de la formación literar ia e ideológica en su conjunto. La convención que, en un momento, es percibida como "natural" y se impone con la muda objet iv idad de una pauta social, en ot ro cam bia con las m utaciones tam bién sociales que reest ructuran el espacio cultural y las relaciones ent re escritores, ideologías estét icas y público. Una nueva est ructura de sent im iento (véase) , afirma Raymond Williams, está en el or igen de nuevas disposiciones convencionales. 18 Esencialm ente histór icas, las convenciones definen la f isonom ía de cada época y siempre revelan una perspect iva del público y del mercado literario. La cuest ión de cóm o conservan su vigencia más allá de los lím ites histór icos del sector social y del campo intelectual que las hizo posibles, habla del desarrollo desigual de los procesos culturales respecto de la sociedad y la economía. Afirmar el carácter social de la convención no supone, siempre y en todos los casos, establecer un vínculo de hierro ent re su origen y su supervivencia, sino t razar, m ás bien, ciertas líneas de organización para una histor ia de las form as estét icas, algunos de cuyos nudos cent rales deben todavía dilucidarse. 19 Cultura La ant ropología ha elaborado una noción de cultura que, en sent ido amplio, incluye la organización social, y las pautas que la r igen, la organización de la producción; sus inst rumentos y las relaciones sociales que la hacen posible, las formas simbólicas, ideológicas, art íst icas, la est ructura de la fam ilia, de los grupos y su gobierno, las norm as y valores que cohesionan, operando sobre y dent ro de ellos, a estos sistemas. Pat r imonio com ún que se recibe y se t rasm ite por aprendizaje directo o por com unicación sim bólica, la cultura incluye sus propios m ecanism os de conservación, las condiciones de su reproducción en el t iempo y — en ocasiones— su expansión en el espacio o la subordinación de ot ras culturas. Pero alberga también la vir tualidad de su t ransformación o de su cambio radical. Exterior izada en objetos materiales, en objetos ideales y simbólicos, la cultura se presenta como un campo complejo tanto desde el punto de vista de su organización como desde el de las variaciones de su función social. La experiencia cultural está m uy relacionada con estas variaciones, a tal punto que algunos cam bios culturales pueden ser, en el lím ite, cambios de la función que los bienes culturales desem peñan en la sociedad. Nos ocuparem os acá del concepto de cultura desde una perspect iva m ás rest r ingida: los objetos simbólicos y sus leyes de const itución, t ransm isión, consum o y la est ructura conceptual y m aterial del cam po en el que son producidos y circulan: la cultura en su sent ido consagrado de arte, filosofía, usos y costum bres estét icos, formas de la experiencia art íst ica y modos que asume la educación humaníst ica. Pero también la cultura como espacio en el que conviven(no siempre en arm onía) las producciones elevadas y las populares, las obras de autor y las anónimas, el pat r imonio de la historia y las innovaciones evocadas por los cambios sociales. 1. ¿Cómo se art icula el campo de la cultura? Antonio Gramsci, interrogándose sobre esta cuest ión, adelantó un conjunto de reflexiones sobre la organización material de ese espacio donde un proceso social hace posible la formación de cultura, la existencia de intelectuales y grupos específicos, la reproducción de los bienes culturales y, tam bién, su reem plazo por una organización alternat iva, propia —claro está— de una nueva sociedad o de una 20 nueva clase. De allí la importancia que t iene, para Gram sci, la const itución de ciertos individuos com o intelectuales, es decir como t ípicos portadores y difusores de cultura (en su sent ido am plio, que puede llegar s incluir las ideas polít icas, y en su sent ido rest r ingido de cultura art íst ica, elevada o popular) . La escuela, la iglesia ( recuérdese que Gramsci reflexionaba en la I talia de las décadas del veinte y el t reinta) , los part idos polít icos son los sujetos histór icos de la preparación de intelectuales, responsables de la dinám ica cultural: no hay "espontaneidad" en este respecto. Su regulación es operada material y espir itualmente por inst ituciones (véase) y la dirección efect iva que una clase ejerce sobre el todo social depende en gran medida del cont rol que establezca sobre esta red int r incada de difusión cultural. La cuest ión de la hegem onía y, vinculada con ella, la del conflicto y su rem plazo por una nueva dirección sociocultural, part icipan de esta perspect iva teórica abierta por Gramsci. Así las relaciones ent re cultura dom inante y subalterna, ent re la cultura de los intelectuales y la cultura del pueblo —el folklore y la cultura popular— son temat izadas reiteradamente en sus Cuadernos. ¿Qué opone y qué vincula a la "cultura universal" y a las culturas regionales, arcaicas, populares, sectoriales, al folklore, a los saberes cam pesinos, a las com probaciones, las líneas casi asistemát icas del sent ido com ún y sus productos art íst icos? I nterrogación capital donde Gramsci despliega una serie de hipótesis perspicaces como líneas para invest igaciones futuras. Las producciones culturales de las clases subalternas se presentan com o un conglom erado donde fragm entos de concepciones del mundo, de saberes práct icos y de formaciones simbólicas señalan las est rat ificaciones internas a la cultura popular, sus contam inaciones, las supervivencias y, en muchos casos, su vitalidad, como sistema estét ico-moral alternat ivo. La reflexión sobre las form as de la cultura popular abre direcciones ejemplares para una sociología de la literatura. Gramsci cavila sobre una pregunta suscitada por el caso italiano (¿por qué no se produce literatura popular en I talia? ¿por qué la literatura que lee el pueblo es ext ranjera? En ot ras palabras: cuáles son las causas de la hegemonía cultural ext ranjera sobre los gustos populares italianos) . En la m archa de esta indagación, que ocupa un t ram o importante de Literatura y vida nacional, Gramsci pone al descubierto muchos de los mecanismos de funcionam iento de la novela popular y el follet ín: su público, que pract ica a menudo las lecturas colect ivas de pat io o portería, no ident ifica al autor (como hoy el público m asivo de cine) sino que cent ra su atención sobre el protagonista. Ello —observa Gramsci— explica ent re ot ras cosas el éxito de las cont inuaciones y el interés por la "vida" de los personajes que, en la experiencia estét ica popular, dejan de ser " literarios" para convert irse en "histór icos". El público popular busca en la cultura los contenidos —lee los contenidos, que son datos 21 culturales— antes que las formas estét icas, o éstas sólo en segundo y subordinado lugar. De allí que una t ipología de la novela popular pueda establecerse en correlación con la t ipología de sus héroes: el "gran delincuente", que aparece como representante de la verdadera just icia ( tema románt ico degradado) , la rehabilitación literar ia del policía luego, cuando un público más elevado se vuelca a la lectura de novelas de crímenes con enigma. Un punto clave es el de las causas de la popularidad de la literatura "no art íst ica" , del éxito determ inado por los contenidos, y de la naturaleza de algunos desplazam ientos formales. Un ejemplo: en I talia, afirm a Gramsci, el lugar de la novela popular es ocupado por el melodrama lír ico. Pero también cierta " literatura art íst ica" t iene éxito de m asas, por razones polít icas y m orales, es decir por el nexo que establece con el m undo ideológico moral de las capas populares. Y la línea de estos éxitos heterogéneos es part icularm ente reveladora de la concepción del m undo de una época determ inada. La est rat ificación de la cultura se corresponde con est rat ificaciones del gusto que, a su vez, rem iten a condiciones sociales. Parece casi obvio subrayar que la preocupación de Gramsci no es meramente sociológica: la pregunta por los contenidos del arte que gusta al pueblo versa, al m ismo t iempo, sobre su ideología, sobre la influencia de las m itologías religiosas, sobre la subordinación de las clases subalternas a la organización cultural de las hegemónicas y sobre las posibles fisuras que señalen la existencia de un "espír itu de escisión", perfil indispensable para una nueva concepción de masas. Los procesos de imposición cultural deberán (cont inúa Gram sci) ser analizados desde esta perspect iva, considerando siempre tanto la afirmación de la hegemonía intelectual como los elementos reales o latentes de una cultura subalterna, popular en el doble sent ido del térm ino. 2. Raymond Williams organiza en torno del concepto de cultura algunas de sus hipótesis m etodológicas m ás sagaces, ent re ellas la de est ructura de sent im iento (véase) y la de t radición (véase) select iva. Williams, como Gramsci, pr ivilegia el nexo ent re cultura y experiencia social. En consecuencia, la histor ia de la cultura es una empresa posible a condición de que se restablezcan las relaciones act ivas ent re m odos de vida, significados, valores, formas e inst ituciones culturales. El concepto clave para esta operación es el de modelo ( innecesario aclarar que no en un sent ido "est ructuralista") : m odelo (pat tern) de las relaciones ent re elementos en un modo de vida, modelo de las convenciones culturales y art íst icas, modelo de la colocación de los intelectuales y su funcionam iento inst itucional. El estudio de la cu l t u r a opera así con " inesperadas ident idades y correspondencias en act ividades consideradas hasta entonces separadam ente" (1971 a) . En esta dirección avanzaron los estudios de Williams sobre la t radición cultural e ideológica inglesa del siglo XVI I I al XX y sus análisis sobre medios 22 m asivos, considerados cuant itat iva y cualitat ivamente. Pero es en los últ imos años (1977) que William s encara una sistem at ización de las art iculaciones culturales. La consigna que gobierna sus análisis es la de no separar a la cultura de la vida social, interrogándose al m ismo t iempo acerca de los rasgos que diferencian a las inst ituciones culturales del resto de las práct icas sociales. La respuesta no está, sin embargo, en colocar a la cultura en la esfera de la subjet ividad: por el cont rario, la clave radica en " tornar material a la historia de la cultura" , arrancándola — reclama Williams— del reino de las "meras" ideas. En este aspecto, y en el que se verá enseguida, Williams es un heredero de Gramsci. Al considerar a la cultura como campo material, la inst ituye también en espacio de conflicto, "como dom inio vivido y subordinado de determ inadas clases" (1977) . En estemomento aparece la necesidad del concepto de hegemonía. La cultura no se impone, ni impone su hegemonía, sobre un medio neut ro y pasivo: "Debe cont inuamente ser renovada, recreada, defendida, m odificada. Siempre es resist ida, lim itada, alterada, desafiada por presiones que no le son propias. Al concepto de hegemonía debe agregarse el de cont rahegem onía y el de hegem onía alternat iva". Arr ibam os acá a uno de los puntos m ás interesantes del razonam iento dé Williams. En lugar de considerar a la cultura únicam ente com o proceso de producción y difusión de valores (no importa cuán material y social se lo conciba) cent ra una perspect iva de su análisis sobre los m om entos del cam bio y la t ransform ación. Lo hegem ónico, en el cam po de la cultura como en cualquier ot ro espacio social, no es la "sim ple t rasm isión de un dom inio invariable" . Por el cont rario, cualquier proceso de hegemonía debe estar especialm ente alerta a las alternat ivas opuestas que lo cuest ionan y am enazan". ¿Cuál es el punto de unión o diferencia ent re lo hegemónico y lo cont rahegem ónico? ¿I ntegran una est ructura ya absolutam ente determ inada? En una palabra: las invest igaciones concretas deberán dir im ir si los elem entos cont rahegemónicos se originan siempre precondicionados por la cultura hegem ónica o si, por el cont rar io, es posible que se abran brechas y se im pongan elem entos radicalm ente nuevos. Williams reform ula así la pregunta gram sciana acerca de cóm o se im pone una nueva hegem onía, si existen rupturas radicales y cuáles pueden ser las clases protagonistas de esos procesos. Art iculadas con la noción de hegemonía aparecen las de residual, y emergente, como formaciones culturales significat ivas en sí m ismas y en lo que revelan sobre la hegem onía. William s discrim ina con especial cuidado "residual" y "arcaico", dado que su función en la formación cultural es por com pleto diferente. Los elem entos residuales, aunque const ituidos en el pasado cultural, son experimentados como act ivos y presentes. Supervivencias que, en ocasiones, t ienen un sent ido contestatario respecto de la cultura hegem ónica, pueden, incluso, 23 llegar a conform arse en alternat iva. El folklore, como cultura de las clases subalternas, al que nos referim os en el com ienzo de este art ículo, t iene la posibilidad de desempeñar el papel act ivo de elemento residual (y no m eram ente arcaico) en una situación cultural dada. El carácter oposit ivo que lo residual está a veces en condiciones de asum ir, obliga a una est rategia por parte de las inst ituciones culturales hegem ónicas, "diluyéndolo —dice Williams—, proyectándolo, discrim inando la inclusión y la exclusión" . Lo residual y lo em ergente ocupan lugares homólogos en la formación cultural dom inante. En efecto, muchas veces lo nuevo aparece como desarrollo probable de tendencias hegem ónicas, pero tam bién puede surgir com o conjunto de valores estét icos, culturales e ideológicos de signo opuesto, vinculados a nuevos grupos sociales y a la const itución de una nueva hegem onía que, con esos elem entos edificará una nueva " form ación cultural" . Es preciso reconocer que la cultura hegemónica adm ite con dificultad la existencia de áreas reservadas, ajenas, alternat ivas. Por ello suele suceder que todo lo emergente sea percibido como oposicional y en tanto tal, tenderse a su anulación o —com o suele suceder con las vanguardias estét icas— su reincorporación, si es necesario al precio de reest ructuraciones globales. Residual y emergente, en la versión de Williams, sistemat izan las líneas de conflicto social, ideológico y estét ico que at raviesa el campo de la cultura. Al dest ruir el m ito de una homogeneidad cultural, quedan planteadas a la sociología de la literatura las tareas del análisis de las est rat ificaciones específicas. Richard Hoggart ha llevado a cabo un t rabajo ejemplar en esta dirección. Su libro, de 1957, The Uses of Literacy ( t ítulo part icularm ente difícil de t raducir y que podría ser: " los usos de la capacidad de leer") , se presenta como un estudio de la cultura obrera inglesa y, sobre todo, de sus cambios. Sociología de la cultura que aplica al corpus elegido las técnicas del análisis de los contenidos literarios (Hoggart es, por lo demás, crít ico de literatura) . The Uses of Li t er acy es un texto desprejuiciado y original: como afirma sobre él Jean-Claude Passeron (1970) , part icipa de la invest igación sociológica y de la ant ropológica, realizando la hazaña de "mantener sistemát icamente unidos todo un conjunto de determ inaciones y toda una constelación de act itudes que sólo revelan por completo sus relaciones en las configuraciones complejas de acciones y reacciones, captadas en situaciones realm ente significat ivas para la vida social del grupo". ¿Qué hace la clase obrera cuando no t rabaja? Pregunta cultural por excelencia es la que Hoggart responde de m anera viva, directa, impresionantemente experiencial, en su libro. Desde una perspect iva muy cercana a la del grupo social, Hoggart —que, en ocasiones, y m uchas ciertam ente, es su propio informante— averigua los ejes fundamentales de la ident idad sociocultural de un sector obrero, pr incipalm ente del norte de I nglaterra. Su indagación t iene 24 como objet ivo rast rear los restos de la vieja cultura obrera y sus t ransformaciones por la operación de los medios masivos, en especial la prensa, la literatura de kiosco, los hobbies, la diversión, el flujo concreto de la costum bre diar ia. En este marco realiza algunas descripciones de gran precisión en el detalle y, sobre todo, en las form as, siempre variables, del consumo cultural. Su análisis de la prensa popular, que incluye la crít ica al populism o inm ovilizante que ha mordido con cierta profundidad en la ideología de los sectores estudiados, reflejándose en una especie de desenvuelto cinism o frente a la polít ica y las ideas generales, se complementa con una lectura de la literatura popular de la que establece el modelo de las oposiciones ent re ella y la t radición literaria culta, pero vinculada al m undo obrero, que t iene en D. H. Lawrence uno de sus paradigm as. Propuesta cultural a la vez que análisis de la cultura de masas, The Uses of Literacy no sólo se lim ita a com probar la resistencia de los valores obreros frente a los em bates de los m edios y su literatura: tan lejos de los "apocalípt icos" como de los " integrados", juez del ar istocrat ism o que no vacila en correr los r iesgos de su ideología democrát ica hasta los bordes del populismo, Hoggart reafirma la validez de la creación cultural comunitar ia, el derecho a la cultura —y a la gran literatura— que asiste a los obreros y la pequeña gente y, finalmente, proporciona un m odelo —difícil de repet ir a no dudarlo— de descripción de un estado de cultura y de sus t ransform aciones. Como Gramsci, Hoggart opina que hay mucho en la ideología de esas masas fascinadas por la literatura de kiosco que es autént icamente revulsivo respecto de los valores que esa m isma literatura les proporciona. Como él, sost iene que la est rat ificación cultural encuent ra su clave en las est rat ificaciones sociales y su punto de resolución en una movilización radical. Con Williams, Hoggart afirma la validez de una t radición cultural —de cultura elevada, por así decir lo— que puede y debe proponerse a sectores más amplios que los del público culto o los circuitos académ icos. Con Williams, también, propone la reconst rucción de la experiencia cultural realm ente vivida, la única que puede explicar los modelos culturalmente act ivos en una sociedad y en un momento histórico. 25 Edición La edición es uno de los m om entos más evidentemente sociales de la producción (véase) literaria. Tal como hoy se laconcibe, es resultado de los t res últ im os siglos, aunque, est r ictam ente hablando, libros se editaron (en el sent ido en que se hizo pública m ás de una copia por intermedio de alguien que no era su autor) desde la ant igüedad. El bibliopola de la lat inidad romana que compraba el derecho a reproducir el manuscrito de un autor, pero que no adquiría con esta compra el derecho sobre toda difusión futura de la obra, como lo adquiere en cam bio el editor m oderno, los copistas m onacales o de las bibliotecas cortesanas de la alta Edad Media fueron (dent ro de los lím ites técnicos que imponía a la edición la carencia de un sistema m ecánico de reproducción) los primeros editores. Pero el sent ido moderno del térm ino se const ruye a part ir de dos circunstancias, una técnica y la ot ra socioeconóm ica. La invención de la imprenta y de la composición por t ipos móviles crea las condiciones técnico-m ateriales que hacen posible la edición de m iles de ejemplares idént icos, y relat ivam ente poco costosos, de una sola obra. La declinación de las relaciones de pat ronazgo (véase m ecenas) y la am pliación del público (véase) hasta abarcar a buena parte de los sectores burgueses y pequeño burgueses let rados, junto con el proceso de concent ración urbana, de alfabet ización y de surgim iento de formas de ocio no aristocrát icas, son condiciones sociales de la edición moderna. En este sent ido, como corrobora Levin Schücking (1950) , el editor es un hijo del siglo XVI I I y podría agregarse con Raymond William s que m ucho de su poder cultural y económ ico lo recibe de la novela burguesa. La novela se había t ransform ado en m ercancía y su circulación en el m ercado de libros había modificado efect ivamente muchas convenciones literarias. Con razón Adam Smith escribía en La r iqueza de las naciones que el conocim iento podía "adquir irse del m ismo modo que los zapatos o los calcet ines, de aquellos cuyo negocio es producir y preparar para el mercado ese t ipo part icular de bienes". En una palabra: los editores. Jakob Tonson y Dodsley en el siglo XVI I I inglés, Cot ta en el XI X alemán, definieron la figura del editor moderno. Sus sellos se erigían como instancia de consagración, como señal de prest igio, como seguridad de una selección crít ica que 26 había precedido a la edición, y el conjunto de sus libros cont r ibuyeron a la formación del gusto del público más amplio que hasta entonces se hubiera conocido: la edición m oderna expulsó al libro fuera de los círculos aristocrát icos y diseñó un curso de circulación que tendía a abarcar los lím ites del público alfabet izado, aunque no los alcanzara por completo. Los libros no eran, en el siglo XVI I I , baratos y la am pliación del consum o literario recurr ió a una serie de expedientes que también definieron m odalidades de edición. La biblioteca circulante o los fondos de préstam o deben m encionarse en primer lugar. Esta inst itución fue, durante buena aparte del siglo XI X, una de las formas principales de difusión de la novela y creó condiciones materiales para un t ipo de producción narrat iva: la novela en t res tomos que los editores requerían de sus autores, puesto que era a su vez la favorita de las bibliotecas de préstam o. En segundo lugar, ot ra forma de edición característ ica del siglo XI X: la publicación de literatura como follet ín de diar ios y periódicos. La Presse y Le Siècie de París inauguraron la modalidad con éxito resonante, la correlat iva ampliación del público lector, la instalación de la competencia más abierta en el mercado literar io y el surgim iento de los " talleres" de escritura de novelas. Ent re 1837 y 1847, Balzac proporciona al follet ín una novela por año, que La Presse edita junto con las de Eugenio Sue a quien Le Const itut ionnel ofrece cien m il francos por El judío errante, cifra sólo superada por los doscientos m il que ingresan en las arcas de la indust r ia novelíst ica de Dum as, donde se emplean mas de 70 colaboradores dest inados al anonimato. Esta modalidad de edición (que se generalizó al mundo entero con una rapidez sólo comparable con su éxito: recuérdese que el Facundo fue publicado en follet ín por El Mercurio chileno) como novela por ent regas exist ía también en I nglaterra: para ella Dickens compuso muchas de sus obras. Paralelamente la indust r ia del libro sigue desarrollándose: Hauser proporciona una cifra que es indicador significat ivo de la importancia alcanzada por la indust r ia editor ial en el pr imer tercio del siglo XI X: el famoso editor Touquet vendió, ent re 1817 y 1824, 31.000 colecciones de las Obras de Voltaire, lo que mult iplicado por el número de volúmenes que integraban la edición eleva la cifra a un m illón seiscientos m il ejemplares. Verdadera revolución del libro como la denom inaría Escarpit , creó un personaje poderoso económ icamente y decisivo en la implantación de la m oda literaria. Los lamentos sobre su influencia com ienzan casi en cuanto se diseña con nit idez la figura del editor moderno. Así, en 1758, un am igo y colaborador de Fielding, James Ralph, escribía en una "defensa del autor" : "El librero (se refiere al librero-editor) debe prosperar por m edio de la indust r ia de hacer libros; las reglas del com ercio lo obligan a comprar lo más barato posible y vender tan caro com o pueda ( …) . Conociendo como nadie qué t ipo de bienes conforman al Mercado, 27 hace sus encargos de acuerdo con ello; y su poder es igualm ente absoluto cuando prescribe el momento de la publicación com o cuando proporciona la paga. Con todo esto t iene bastante que ver el paroxismo de la prensa: el sagaz librero( -editor) toma el pulso de la época y de acuerdo con su r itm o decide no curar sino halagar la enferm edad: m ient ras el paciente siga t ragando, le sigue adm inist rando alimento; y al pr im er síntom a de náusea, cam bia la dosis. De allí la desaparición de los carm inat ivos polít icos y la int roducción de las cantáridas, bajo la forma de Cuentos, Novelas, etc." Esta versión profét ica de la indust r ia cultural (véase mercado) nos rem ite a ot ro de los fenómenos característ icos de la edición moderna y especialmente contemporánea: el best seller. Los estudios de Robert Escarpit sobre el éxito literario son sugerentes a este respecto. La cuest ión de la propiedad intelectual, de los derechos de autor, de la cesión del usufructo de una obra, de los t ipos de cont rato de edición, del dest ino del libro en el mercado y de qué modo este dest ino afecta toda la producción futura de un escritor, de una colección, de una editor ial, etc., han sido abordados en su ya clásica Sociología de la literatura. El éxito incide sobre la profesionalización del escritor, sobre las posibilidades que éste t iene de vivir de su producción literaria y sobre las oportunidades de nuevas ediciones. Ya en 1767, Diderot en su Let t re histor ique et polit ique adressée a un m agist rat sur le com m erce de la librair ie decía: "Una equivocación que veo com eter sin cesar a quienes se dejan guiar por m áxim as generales, es la de aplicar los principios de una m anufactura de tej idos a la edición de un libro. Razonan com o si el librero no pudiera fabricar sino en proporción a su débito y no tuviera ot ros r iesgos que correr que la excent r icidad del gusto y los caprichos de la m oda; olvidan o ignoran lo que sucede, que es posible editar una obra a precio razonable sin hacer una t irada de un cierto núm ero. Lo que quede de un tej ido pasado de moda en los depósitos t iene aún algún valor. Lo que queda de una mala obra en los depósitos de una librería ( léase editor ial) no t iene ninguno. Añadam os que, a fin de cuentas, de cada diez ediciones hay una, y es mucho, que t iene éxito, cuat ro que cubren los gastos y cinco en que se pierdedinero" . Escarpit señala que la proporción se mant iene hoy idént ica. Y ello plantea al escr itor, a la indust r ia cultural y del libro y al editor dos problemas: el de la selección de los libros "editables" com ercialm ente (y por ende el de la mediación de la asesoría literaria, una especie de t r ibunal crít ico anterior a la edición y la dist r ibución públicas) y el del manejo de los mecanismos de lo que Escarpit denom ina "éxito de choque", que asegura una venta más o m enos constante. Los best sellers son precisamente aquellas obras que suscitan una serie encadenada de éxitos de choque. El éxito comercial es el punto de bóveda del sistema así concebido y parece innecesario aclarar que poco o nada t iene que ver con la supervivencia literar ia: el const ituirse en best seller no asegura la 28 supervivencia aunque, a la inversa, algunos clásicos configuran lo que, en la jerga editor ial, se llama libros de fondo, cuya venta y edición son más o menos constantes. Escarpit ha estudiado la producción editor ial en todo el mundo, ext rayendo de una invest igación cuant itat iva algunas conclusiones interesantes para una sociología literaria. En la década del sesenta, un análisis de la producción mundial regist ra que algo m ás del veinte por ciento de los libros editados pertenecen a la literatura. Esta incidencia, sin embargo, debe ser evaluada: en función de lo que efect ivamente se considera literatura "culta" y de lo que puede denom inarse productos de la indust r ia cultural. Por ejemplo, un tercio de la literatura publicada en Portugal consiste en novelas sent imentales o policíacas de alrededor de 120 páginas pequeñas y, de ese m odo, Corín Tellado y Estefanía figuran junto a Hem ingway, Gorki y Andersen ent re los autores más editados. Ot ra variable analizada por Escarpit es la de la dist r ibución mundial de ediciones literar ias: en cifras, la m itad de los lectores que existen en el mundo t ienen a su disposición las cuat ro quintas partes de los libros publicados, figurando a la cabeza I nglaterra, URSS, Estados Unidos, Francia y China. Ent re 1950 y 1966, la indust r ia editor ial mundial duplicó su producción en número de t ítulos y t r iplicó la t irada de ejem plares (en 1966 la t irada m undial alcanzaba los 7.500 m illones) . No es ajeno a este crecim iento la aparición de una forma nueva de edición: el pocket -book o libro de bolsillo, edición popular de tapa blanda, que en países com o I nglaterra (editor ial Penguin) , Francia (Livre de Poche) y Estados Unidos inauguraron no sólo una nueva form a física sino nuevos circuitos de com ercialización y una difusión m asiva de autores clásicos, m odernos y contem poráneos. 29 Estructura de sentimiento Esta noción, producida por Raym ond William s, const ituye una de las hipótesis característ icas de sus análisis socioculturales. Captar la cultura vivida, recortada sobre las inst ituciones, form aciones y experiencias que se organizan en la fij eza de un modelo o en las líneas de la t radición (véase) es el objet ivo de las operaciones que perm iten descubrir la est ructura de sent im iento. Toda formación cultural, afirma William s, se define en una dist int iva com unidad de experiencias. Desde un punto de vista, est ructura de sent im iento es la cultura de un período determ inado, pero es más que eso: es la forma en que esa cultura fue vivida por sus productores y su público, la experiencia concreta que comprende "act ividades part iculares integradas en formas de pensam iento y de vida". En efecto, el inventario de las figuras de la conciencia social en el campo de la cultura no alcanza a agotar las flexiones de sent ido que afectan a la subjet ividad de individuos, grupos o clases, frente a las producciones art íst icas, literarias y filosóficas: precisam ente, son formas de la conciencia social cuando, vividas en sus relaciones reales, se percibe su unidad y su carácter, algo m ás que los nexos sistemát icos ent re elementos fijos de conducta o de significación. Tal es la conciencia práct ica que, operando en el interior del campo cultural, define líneas de tensión ent re los bienes producidos, las interpretaciones recibidas y t rasm it idas por la t radición y la experiencia concreta. La est ructura de sent im iento apuntaría a resaltar la calidad de la experiencia social en el campo de la cultura, calidad que no se agota en el regist ro de las formas pasadas ni sólo se refleja, por cierto, en la t radición select iva sino que, Williams lo recalca, debe ser reconst ruida dificultosamente a part ir de la documentación de las experiencias culturales reales, de los desplazam ientos que un m ism o texto, una obra literar ia, una representación teat ral, un sistema estét ico o filosófico, soportan en su funcionam iento social concreto, en su manipulación y en el pasaje por la subjet ividad individual y grupal. Las creencias, las teorías, los sistemas educat ivos, las pautas estét icas, las inst ituciones culturales operan en tanto conciencia social cuando son percibidas dinám icam ente, en sus relaciones reales. 30 La especificidad de estos elem entos, su part icular t ipo de socialidad, const ituye el m aterial organizado por la est ructura de sent im iento. Williams subraya la noción de "sent im iento" ( feeling) , diferencial respecto de conceptos como visión del mundo (véase) e ideología (véase) , ya que es algo más que la organización sistem át ica de ideas, creencias y act itudes, pues las incluye en la t ram a peculiar de lo vivido: "Nos refer im os a los elem entos t ípicos del im pulso, la prohibición y el tono; elementos específicamente afect ivos de la conciencia y de las relaciones: no se t rata de oponer el sent im iento al pensam iento, sino considerar al pensam iento en tanto sent ido y al sent im iento en tanto pensado: la conciencia práct ica viva y en su cont inuidad interrelacionada" (1977) . Así concebida, la noción es crít ica respecto del automat ismo implícito en el modelo est ructural de la ideología como mecanismo exterior que opera pese a la conciencia intersubjet iva y det rás de ella. Ent re las est ructuras culturales definidas y art iculadas abst ractam ente y el m odo en que son vividas existe una distancia que t iende a ser colmada con esta m ediación (véase) . Claro está que no toda la literatura regist rada o producida en un determ inado período integra del m ismo modo la est ructura de sent im iento. Por lo demás, en este respecto, debe invest igarse la relación complicada ent re diferentes est ructuras de sent im iento y clases sociales, su coexistencia y su conflicto, la correspondencia ent re cultura (véase) em ergente y est ructura de sent im iento, etc. La tensión, la cont radicción y la lucha que desencadena la ruptura o la imposición de una nueva est ructura de sent im iento resulta en la const itución de nuevas figuras sem ánt icas. De ese m odo, la est ructura de sent im iento que, en principio, opera como organizador y tam iz de las experiencias culturales, se convierte —por la dialéct ica de su inserción histór ica— en cent ro productor de nuevos complejos significat ivos y de sus form as sociales de difusión, consumo y evaluación. 31 Estructura significativa I nspirándose fundam entalm ente en ciertas tesis de Lukács, Lucien Goldm ann ha elaborado un m étodo general para el estudio de los hechos del m undo hum ano —el est ructuralism o genét ico— que t iene com o una de sus categorías analít icas cent rales la de est ructura significat iva. El est ructuralismo genét ico asum e com o presupuesto teórico que los actos, indiv iduales o colect ivos, del hombre t ienden, por una cualidad que les es int rínseca y específica, hacia la totalidad, es decir const ituyen respuestas globales y m ás o m enos coherentes asituaciones o problemas dados. De modo que —y según la perspect iva del Lukács de Histor ia y conciencia de clase— sólo colocándose en el punto de vista de la totalidad se posee el pr incipio de inteligibilidad de los hechos del cam po histórico social. Esta es la " filiación teórica del térm ino est ructura en Goldmann y la que le otorga su principal contenido. Un acto humano, cualquiera sea su naturaleza, posee propiedades "est ructurales" en tanto t iende a organizar los diferentes elem entos que pone en juego, en una unidad m ás o m enos coherente de significado. Pero este at r ibuto, el de significar, es también una cualidad específica de los hechos del mundo humano. Estos son significat ivos porque intencionan o pautan siem pre hacia un fin y tal dim ensión finalista, que const ituye el sent ido, requiere de un inst rum ento conceptual adecuado para su captación. Conjugando, entonces, la dist inción ent re "ciencias de la naturaleza" y "ciencias de la cultura" — establecida justamente a part ir del carácter significat ivo de los hechos humanos— con la instancia lukacsiana de la totalidad, Goldmann define la pert inencia de la categoría de est ructura significat iva para el campo de las ciencias humanas. Ahora bien, la significación que poseen los hechos humanos no debe ser asim ilada a las intenciones concientes o deliberadas de sus agentes. Se t rata de una significación inscripta objet ivamente en la est ructura de los hechos. Estos t ienen, por ot ra parte, cualquiera sea su grado de coherencia, una com plej idad cuya comprensión exige ir más allá de la psicología indiv idual de los actores, hacia esas est ructuras m ás vastas e inclusivas que const ituyen las visiones del mundo (véase) . Las visiones del m undo son est ructuras m entales que implican una act itud global ante el mundo social y la naturaleza y expresan siem pre las posiciones de 32 una clase social frente a los problemas fundam entales de una época histór ica. Lucien Goldmann considera a las clases sociales como la clave sociológica de las visiones del m undo y a las clases, definidas en térm inos m arxistas, com o la clave del proceso social. Sobre la base de estos principios teóricos, la categoría de est ructura significat iva halla un campo privilegiado de análisis en el estudio de las producciones filosóficas, literar ias y art íst icas. En efecto, normalmente la coherencia y la unidad implicadas en las visiones del m undo sólo existen como tendencia, y sólo en coyunturas histór icas part iculares o a t ravés de la act ividad creadora de ciertos individuos toman forma todas esas virtualidades. Los escritores representat ivos son para Goldmann aquellos que logran dar forma más o menos plena a una visión del mundo y sus obras configuran la línea maest ra de la histor ia de la literatura. De modo que si la inclusión de una obra en esas est ructuras significat ivas más vastas que son las visiones del m undo const ituye un paso necesario para el conocim iento efect ivo del texto, éste, a su vez, por su alto grado de elaboración y coherencia, representa una vía de acceso fundamental para el conocim iento de las visiones del m undo. El estudio sociológico de las obras literar ias según las reglas del est ructuralism o genét ico com porta, pues, un cam bio m etódico cuyo punto de part ida se halla en la comprensión inm anente del texto considerado com o est ructura significat iva. A part ir de allí se inicia un m ovim iento que, enlazando progresivam ente determ inadas est ructuras o totalidades relat ivas en ot ras m ás inclusivas, resuelve el dilema ent re comprensión y explicación: "este método presenta ( …) la doble ventaja de concebir desde el pr incipio de manera unitar ia el conjunto de los hechos hum anos y, adem ás, ser a la vez comprensivo y explicat ivo, ya que la puesta en claro de una est ructura significat iva const ituye un proceso de com prensión, mient ras que su inserción en una est ructura m ás vasta es, respecto de ella, un proceso de explicación. Por ejemplo, poner en claro la est ructura t rágica de los Pensam ientos de Pascal y del teat ro de Racine es un proceso de comprensión; insertarlos en el jansenismo ext rem ista, despejando la est ructura de éste, es un procedim iento de com prensión con relación al últ im o, pero de explicación respecto de los escritos de Pascal y de Racine; insertar el jansenismo ext rem ista en la histor ia global del jansenismo, es explicar al pr imero y comprender al segundo" (1964) . Ahora bien, la relación de una obra literar ia con la visión del mundo correspondiente no se da en térm inos de reflejo, sino en térm inos de hom ología y ésta no puede ser captada en el nivel de los contenidos sino en el de las est ructuras. En vir tud de esta hipótesis, a la vez teórica y metodológica, Goldmann crit ica todas las aproximaciones sociológicas a la literatura que cent ran su atención sobre los contenidos de la obra literaria y parten del presupuesto de que ésta 33 configura un reflejo de instancias sociales ( ideologías, clases, etc.) . Un enfoque semejante sólo puede resultar eficaz cuando se t rata de estudiar obras m enores, que m ant ienen con respecto de la vida social relaciones poco com plejas, pero no cuando hay que abordar las llam adas obras maest ras o representat ivas. Se podría decir que para Goldmann cuanto mayor sea la complej idad de las mediaciones (véase) que art iculen una obra literar ia con la totalidad social, m ayores serán sus cualidades art íst icas. Las grandes obras son, entonces, universos im aginarios cuya est ructura es hom óloga a las est ructuras m entales que son las visiones del m undo elaboradas en el seno de las clases sociales. En la form ulación de esta hipótesis, Goldm ann le confiere al térm ino est ructura una acepción que equivale a algo m ás que la reafirmación del punto de vista de la totalidad (véase más arr iba) o el sent ido genérico de conjunto cuyas partes son interdependientes y cuyas propiedades, en tanto conjunto, son irreduct ibles a la de sus partes aisladas. Est ructura, en este caso, t iene el m ismo sent ido que el térm ino form a en los escritos juveniles de Lukács sobre sociología de la literatura. Lukács, en los escritos de ese período pre-m arxista de su obra, considera que las visiones del mundo no son sólo expresión de determ inada act itud ante la vida, sino tam bién form a y existen siempre como forma. Tales formas son como el a prior i de toda creación art íst ica y la configuración form al de las obras const ituye la dimensión verdaderamente social de la literatura. En Goldmann, el térm ino est ructura reasum e este sent ido part icular de form a, y designa así el m odo de configuración de la conciencia de clase o visión del mundo. De ahí que sea en el nivel de las est ructuras donde haya que invest igar las relaciones ent re la obra y la concepción del mundo y que estas relaciones tengan el carácter de una hom ología, ya que lo que la obra reproduce no es una experiencia dada, sino un m odo de enfrentar la realidad que t iene su equivalente est ructural en determ inada visión del m undo. Pero para Goldmann, la categoría de est ructura significat iva no funciona sólo como inst rumento teórico en la interpretación de los textos. Vale también como norm a del juicio sobre las obras. Si estas aparecen como universos coherentes, serán grandes obras, m ayor será su capacidad de significación así como su perdurabilidad en virtud de que apuntan hacia la totalidad, un principio que en Goldmann no es únicamente epistemológico sino tam bién ét ico y estét ico. 34 Evaluación social La noción se inscribe en la reflexión metodológica de P. N. Medvedev y M. Bacht in, invest igadores rusos que, en 1928, encararon, con su propuesta para una poét ica sociológica, la superación del formalismo que enMoscú y Pet rogrado influyó sobre el clima intelectual de las dos primeras décadas de este siglo. Y es precisamente en el contexto de este proyecto que pueden definirse los alcances de la evaluación social. En efecto, el problema del nexo de la literatura con lo social es una cuest ión clave para la resolución de las tareas teóricas de una poét ica sociológica. De cómo se defina y evalúe esta relación dependerá, en últ ima instancia, el conjunto de las hipótesis sobre el carácter y la est ructura del hecho literario. Medvedev y Bacht in suponen que todas las formas de la conciencia social y de la subjet ividad, así como sus productos art íst icos, literarios y, en general, culturales, están orientados en y por el medio ideológico que los determ ina (y al que, a su vez, determ inarán alterándolo por su presencia) . La ét ica, las teorías cient íficas, las ideas polít icas y religiosas son refractadas y reflejadas en las producciones culturales, cuyo contenido, entonces, no sería imagen de las realidades económ icas y sociales sino a t ravés de su elaboración en ideologías part iculares. El sistem a (véase) literario com o globalidad soporta, reflejándola, la act ividad que sobre él realiza el medio ideológico: su vínculo fundamental con la sociedad en su conjunto. Y, al m ism o t iem po, t rabaja los m ateriales que las ideologías sociales le proporcionan, t ransformándolos estét icamente. La relación de la const rucción poét ico- literaria con las ciencias, la retórica, la vida práct ica — afirm an Bacht in y Medvedev (1978)—, proporciona la clave de su significación y de su est ructura. Desde este punto de vista, un problema importante para las invest igaciones de los formalistas rusos, el de la relación de la serie (véase) fónica con la sem ánt ica, recibe un principio de solución en la propuesta de Medvedev y Bacht in. La " interrelación const ruct iva" de la forma fónica y el significado es percept ible sólo cuando se considera a la obra com o totalidad. Por ot ra parte, "el problema del sonido significat ivo y de su organización se conecta con el del público social, con el problem a de la m utua organización del hablante y del oyente, y la 35 distancia jerárquica que se ext iende ent re ellos ( …) . El público social es const itut ivo del sonido significat ivo y de su organización". Así el sent ido de la obra literar ia sólo podría ser captado cuando se ha reconocido su orientación en el espacio ideológico: los valores estét ico-semánt icos son de naturaleza histór ica y se definen en la tensión ent re su materialidad individual (el enunciado en tanto tal, el texto com o enunciado) y la generalidad social del sent ido. Esta tensión se resuelve, precisamente, por intermedio de la evaluación social que establecen las mediaciones ent re el lenguaje como sistema abst racto y general y el lenguaje com o realidad concreta. Así la evaluación social organiza la comunicación de sent ido y las form as de esa com unicación: "La disposición del mater ial, sus digresiones, retornos, repet iciones, etc., —dicen Bacht in y Medvedev— están impregnados por la lógica de la evaluación social" . La or ientación de la evaluación es, por lo tanto, decisiva no sólo en la producción sino en la lectura del texto literario. Dará cuenta del lugar especial que la literatura ocupa en el medio ideológico, las modalidades de su refracción de la realidad social y de la base económ ica y los mecanismos ( también t ransindividuales) de la const itución del sent ido y de las formas ( temas, argumentos, figuras, recursos, procedim ientos) de la obra literar ia. Véase también mediación. 36 Función El concepto de función soporta desplazam ientos significat ivos ya se lo considere en el arsenal teórico de los formalistas rusos (especialm ente en Tiniánov) o en el de la sem iót ica art íst ica del crít ico checoslovaco Jan Mukarovsky. Sin em bargo, para am bos const ituye una noción fundam ental, que com parte con toda probabilidad un común origen en la lingüíst ica que afectó a la teoría poét ica del form alism o ruso y a la reflexión estét ica de Mukarovsky, uno de los m iem bros conspicuos del Círculo Lingüíst ico de Praga. Más aún, no es inverosím il que la mediación de Jakobson, m ilitante primero del formalismo ruso y luego act ivo inter locutor praguense, haya sido decisiva en la fam iliar idad que se puede regist rar en ambos usos del térm ino función. Comenzaremos con la exposición del concepto en Tiniánov, ya que éste se adelanta en diez años, con su famoso art ículo "Sobre la evolución literaria" de 1927 (1970) , al ensayo "Función, norm a y valor estét ico" de Mukarovsky (1977) , publicado en 1936, base de su consideración social de la comunicación art íst ica. Para Tiniánov, la noción de función se apoya en la de sistem a (véase) : "Llam o función const ruct iva de un elem ento de la obra literar ia (en tanto que sistem a) a su posibilidad de ent rar en correlación con los ot ros elementos del m ismo sistema." El Curso de lingüíst ica general de Ferdinand de Saussure había sido objeto de exposición y discusión en Leningrado en 1923 y Grigori Vinokur publicaba, en ese m ismo año, en la revista Lef, algunas consideraciones sobre la oposición saussuriana Lengua-Habla. Por lo demás, las invest igaciones funcionalistas de la escuela de Baudouin de Courtenay, ent re las que se destacan las de Jakubinski, sobre las funciones lingüíst icas de diferentes t ipos de discursos, son parte del clim a intelectual en el que Tiniánov aborda la definición de función, dent ro de su concepción del sistem a literario. Por su parte Rom an Jakobson, en sus ensayos sobre la poesía rusa contemporánea publicados en Praga en 1921, subraya la necesidad de un estudio fonológico tanto de la lengua com o del discurso literarios, definiendo algunos de sus principios básicos al considerar los fonem as en su art iculación sistemát ica, según una perspect iva que retom ará Trubetskoi y los lingüistas de Praga. 37 I lum inados por esta teoría de or igen lingüíst ico, los estudios de Tiniánov no afirman solamente la interrelación funcional en el inter ior de un m ismo sistema (el de la lengua, el poét ico, el narrat ivo, el del discurso literario) , sino que postulan también la existencia de una " función autónom a": correlación de un elem ento de una serie con elem entos pertenecientes a ot ras series ( véase) . Y es desde este punto de vista que el concepto de función podría interesar a una consideración sociológica de la literatura. Así la función que un determ inado rasgo o elemento desempeña en un momento de la "evolución literaria" sería una variable que, en ot ro momento y en el inter ior de un sistema reformado, cambiaría según el sistem a donde se incluya y los ot ros sistemas (sociedad, histor ia, literatura) . De esta m anera, Tiniánov define la evolución com o una t ransformación de funciones dent ro del sistema. Pongamos un ejemplo: la función que desempeña el personaje como elem ento cent ral de la const rucción novelíst ica durante el siglo XI X está en correlación, por un lado, con una psicología, por el ot ro, con las ideas acerca del lugar del individuo en la sociedad, de la libertad, responsabilidad y voluntad del sujeto. Los com ienzos del siglo XX advierten a los escritores sobre un cam bio radical: el espacio que en la ideología liberal era ocupado por el indiv iduo com ienza a ser invadido o dest ruido; la teoría m isma del liberalismo económ ico, clásica en el pensam iento burgués, ent ra en quiebra, jaqueada en la práct ica por el proceso de m onopolización y concent ración; al m ism o t iem po, se produce, con el psicoanálisis, un giro copernicano en la concepción de la psique. Todos estos rasgos de las "series" ext raliterar ias codeterm inan un desplazam iento de la función del
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