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R C Sproul - El Poder de la Palabra

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El poder de la Palabra
 y la chatarra del Papa - Martín Lutero
 
R. C. Sproul
El día 18 de Febrero de 1546, Martín Lutero, el titánico reformador magisterial del cristianismo, murió.
Irónicamente murió en la ciudad de Eisleben en presencia de su amado amigo Justus Jonas. Eisleben llegó
a ser entonces no solamente el sitio del nacimiento de Lutero, sino también de su muerte. 
Durante su tiempo en Eisleben, Lutero ejerció su ministerio de predicación. Con toda probabilidad su
último sermón fue predicado el día lunes 15 de Febrero, ante una gran multitud de todas partes de la región.
En su último sermón público Martín Lutero predicó sobre su tema favorito, el evangelio. Sus
comentarios preliminarios eran «Este es un Evangelio maravilloso, con mucho contenido» (véase Luther’s
Works 51:383s). Su texto era Mateo 11:25-30 que habla de la revelación de la verdad del evangelio a los
niños pero escondida de los sabios y entendidos. 
Durante sus últimos años Lutero con frecuencia avisó que la luz gloriosa del evangelio que fue
redescubierta durante y por la Reforma (Post tenebras, lux) estará en cada época en peligro de caer en
eclipse. Lutero entendía que dondequiera que esté predicado el evangelio con claridad y ánimo, causará
controversia y hostilidad. Lutero sabía que al ser amantes de la paz y el deseo de ser libre de controversia,
los predicadores tendrían la tendencia a silenciar aquello que el evangelio cause dicho conflicto. La iglesia
tiende a buscar en lugares diferentes que el evangelio para encontrar «poder» para su pueblo.
En su último sermón Lutero reprendió al pueblo por haber dejado el evangelio para buscar poder en otro
lugar.
«En otros tiempos hubiéramos ido hasta el fin del mundo de haber sabido que había un lugar en donde
podríamos escuchar la voz de Dios. Pero hoy en día escuchamos eso todos los días en sermones . . .
no vemos que eso ocurre. Al fin y al cabo, hay predicaciones todos los días . . . y estamos aburridos
. . . Entonces, adelante querido hermano, si no quieres que Dios hable contigo . . . entonces sé sabio,
buscando algo diferente; en Trier está el abrigo de nuestro Señor Dios; en Aachen están los pantalones
de José y la camisa de nuestra bendita Dama; vayan allí y pierdan su dinero, compren indulgencias y
la chatarra de segunda del Papa . . . ¿No somos tontos y locos? . . . mientras cualquier persona puede
ir al bautismo y al púlpito . . . Pero estos bárbaros dicen: ¿Qué? ¿Bautismo, sacramento, la Palabra
de Dios? – ¡los que sirven son los pantalones de José!»
Una de las ironías supremas de la Reforma era que Lutero fue protegido por Federico el Sabio, Elector
de Saxony. Este mismo Federico, en su deseo de establecer Wittenburgo como un importante centro
religioso y comercial en Alemania, gastó una fortuna en amasar una colección de reliquias que contenía más
de 19,000 artículos, cuyo valor como indulgencia fue equivalente a poco menos que dos millones de años
en el purgatorio. A pesar de su amor y apreciación por Federico, Lutero nunca dejó de predicar contra la
locura de las indulgencias. Su experiencia en la crisis en la Iglesia Lateran en Roma durante su visita en
el año 1510, le despertó del error de buscar el poder de Dios en reliquias y peregrinaciones.
Hasta hoy día los pasos sagrados en Roma en el Lateran (Scala Sancta) atraen centenares de miles de
peregrinos cada año para recibir las valiosas indulgencias actuales. La gente buscan el «poder del las
Llaves» antes que el poder del evangelio.
¿Somos diferentes como protestantes? Nosotros rechazamos la chatarra del Papa mientras al mismo
tiempo buscamos la «Bendición de Toronto» o «caer en el Espíritu» en las manos de Benny Hinn.
Buscamos poder en nuestros métodos y estrategias de iglecrecimiento, nuestros programas innovados,
nuestras nuevas formas de adoración. Buscamos el poder de Dios en todas partes, menos donde él lo ha
puesto. Como Pablo declara en Romanos 1:16, «Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder
de Dios para salvación a todo aquel que cree.»
Los pantalones de José son impotentes. Solamente la Palabra y los sacramentos pueden hacer lo que
los pantalones de José nunca podrían realizar.

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