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Análisis Pensamientos de un viejo y el payaso interior

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ANÁLISIS DE LA OBRA DE F. GONZÁLEZ
Posible índice:
Prólogo
Primeros años, primeros textos (Pensamientos de un viejo, el payaso interior)
Viajes y presencias (Viaje a pie, El hermafrodita, Salomé, Remordimiento, Libro de los viajes)
Historia y políticas (Los negroides, Nociones de izquierdismo, Arengas políticas)
Personajes (Mi simón bolívar, Don Mirócletes, Don Benjamín, Mi compadre, Santander, El maestro de escuela, La
tragicomedia del padre)
Correspondencias (Carlos E. Restrepo, Cartas a Estanislao, Mis Cartas de Fernando González, Cartas a Simón, Cartas
de Ripol)
Textos intelectuales (Tesis, Revista Antioquia, Estatuto de valorización)
Pasajes de otros autores (Maria Helena Uribe, Alberto Restrepo, Carolina Sanín, Javier Henao, Felix Angel Vallejo, Daniel
Restrepo, Jorge órdenes)
Conclusión
Bibliografía.
“…ante el papel blanco tiemblo como el muchacho 
ante la mujer desnuda. Un gran miedo de dañarlo,
gran temor de dañar esa posibilidad que pudiera ser 
una obra sencilla, armoniosa”. 
El hermafrodita dormido, p.70.
PRÓLOGO
Hay libros, textos que nunca terminan de leerse, comunmente, aquellos que cada vez que se cierran nos cambian la vida, o al
menos parte de esta. Ni para bien ni para mal, pues quedarse en eso es una banalidad; sino que sabemos que adentro algo
cambió, algo evolucionó, saboreamos distinto nuestro interior; que gracias a lo leído las glándulas mutaron y la saliva sabe
diferente. El cerebro se comporta dispar y el espíritu no vuelve a ser igual, revolotea con más ímpetu. Por eso, cada vez que oigo
a algún egocéntrico decir: “ese libro de Nietzsche ya lo leí”, inmediatamente las puertas hacia la credulidad, mis puertas hacia la
credulidad, se cierran completamente a dicho individuo. Toda obra trascendental nunca se agota. Es por esto, que cuando no se
oye decir tal difamación ni tampoco se busca hacerlo entender, sino que por medio del trabajo inspirado algún ser es capaz de
plasmar su pensar y sentir, su capacidad de análisis y síntesis, el alma agradece ese encuentro con la verdad, esa afirmación
impresa en el papel producto de lo que se abstrajo de los axiomas de alguien más. Esta es una de las razones por las que decidí
escribir este libro; primero por la gran conmoción que he tenido al acercarme a la basta obra de Fernando González; porque de
esta forma, puedo dar al lector mi más profundo sentir acerca de lo que ha depositado dentro de mí este gran pensador
antioqueño. Segundo, porque siempre será una nueva aventura abrir un libro de Fernando González, ya que hoy no soy el
mismo de ayer y mañana no seré el mismo de hoy, llegará a mí de forma mutante; como mencioné anteriormente, toda obra
que trasciende, que se eleva y eleva hombres, nunca termina, nunca se agota, nunca es finita; con este acercamiento a sus
meditaciones, me doy a la tarea de no decir: “yo ya leí ese libro de Fernando”. 
Cuando me topé con la obra de Fernando González, de mi muy querido Fernando (me excusará el lector tomarme el
atrevimiento de hacer una mención tan íntima de su nombre, pero es real el amor que siento hacia su legado y vida), en mí
nacieron sentimientos y sensaciones no experimentadas antes, todas causadas por las líneas del atormentado de Otraparte.
Ejemplo de ello, fue la casi expulsión del colegio jesuita al que asistí cuando cursaba bachillerato tras leer ese famoso Viaje a pie
(1929) (en ese entonces no tenía idea que a Fernando González lo habían echado de un colegio jesuita), con ese texto, la
rebeldía y el escpeticismo hacia el clero y su manera de educar, brotaron hasta el punto de escaparme de las misas que se
hacían en el colegio y faltarle el respeto a los curas que allí trataban de educar desde la vergüenza y la culpa. Y no hago una
apología contra el cristianismo ni nada de eso, simplemente pude abrir el panorama y ser crítico ante la religión, la educación y
la política; cosa que muy pocos se atreven a hacer y que muchos solo viven en la comodidad frente a un televisor y jamás
abriendo un libro. 
Estoy completamente convencido que hay autores que cambian vidas, siempre y cuando el lector conceda cambiarla. Es como
un trueque misterioso de información y sentimientos. A medida que uno va creciendo, se va topando con textos que invitan a
madurar la inteligencia y, sobre todo, a hacer acrecentar el espíritu. Primero fueron los Hermanos Grimm y las fábulas de Esopo;
después Sábato, siendo este autor, un gran ayudante a evitar una muerte temprana producto de una fuerte depresión y una
profunda angustia experimentada cuando llegaba a mis veinte años. Luego estuvo Galeano con su mensaje del sentido de
pertenencia, su recorrido por la historia latinoamericana y lo cruel que ha sido el hombre blanco y la iglesia católica hacia los
pueblos originarios de esta parte del mundo. La antropología aficionada y el estudio sobre el indígena, me hizo medrar la
contemplación y el respeto por lo vivo, lo verdaderamente vivo, desde la semilla de una planta hasta el poderoso jaguar. Y por
supuesto, González; este me hizo amar y odiar mis raíces. Un choque de fuerzas entre el karma de ser antioqueño y el orgullo de
pertenecer a una tierra que ha engendrado personajes como De Greiff, Barba Jacob, Debora Arango, Pedro Nel Gómez, Gonzalo
Arango, y el más iluminado de todos en la historia de esta triste patria, el Panida mayor, Fernando González. Mismo lugar,
donde han brotado seres tan violentos y tan poco comprensivos sobre el significado de la palabra humano, que se han
encargado de hacer perder el norte del país, dejando que esa estupidez llamada patriotismo, sea el fin y la causa mayor del
ciudadano colombiano. 
Para escribir sobre un autor, es necesario tener tres facultades. La primera, conocimiento. Conocer el contexto de la vida y obra
del autor. Segunda, tiempo. Tiempo para leer, leer y releer la producción del autor y, especialmente, tiempo para meditar en
aquello que el escritor quiso o quiere decir, a dónde quiere llegar. Tercera, AMOR (así, en mayúscula), ya que quien no conoce
no ama y quien no ama no conoce, quien no se siente profundamente enamorado -en este caso de un escritor- no puede
abordar y entrergarse a sus escritos, acciones y pensamientos, no me imagino a Indalecio Aguirre haciendo la biografía de
Bolívar sin estar enamorado del personaje, o a Javier Henao escribiendo la de Fernando González sin amar a cada instante al
autor, lo mismo sucede con los biógrafos de Jesucristo o Siddartha. Esto no significa escribir maravillas sin tener una posición
objetiva, no. Esto signficia llegar hasta el tuétano de la obra, desmenuzarla, comprenderla y, así, analizarla desde todas sus
vértices y darle una lectura íntima, propia. Resignificar el contenido. 
No creo que por ser coterráneo de Fernando González, ni por llevar el apellido Ochoa, tenga una mayor comprensión sobre sus
contenidos. Claro, hay lugares y momentos históricos que él toca, que me son muy familiares, más que lo que los puede conocer
un mexicano leyendo sus textos; ya que he pisado esos lugares, como Envigado o los pueblos mencionados en Viaje a Pie (1929),
o reconocer lapsos históricos como La Gran Colombia, tratada en Los Negroides (1936), gracias a las clases de historia en el
colegio. Pero este es un autor global, así como lo son Borges, Séneca o Goethe; su filosofía sacude otras latitudes, no es una
bagatela que literatos como Sartré o Gabriela Mistral, se acercaran y conmovieran con la obra de este carismático pensador, el
mítico González. 
Es una lástima la manera como se educa a la juventud en este país. Todo se basa en la competencia, en la vanidad, esa vanidad
que “termina allí donde principia el talento del hombre” (González, 1916, pg. 48), no el aprender por gusto y placer. Es una pena
que en las clases de historia del colegio nos mientan con la vida de Colón, eso que nos meten en la cabeza diciendo que fue un
gran conquistador y un ser importantísimo para el pasado de este continente; y se nos mencione, poco o nada, las figuras
verdaderamente trascendentalesdel país. Si acaso nos cuentan sobre los próceres y García Márquez, pero creo que hay figuras
mucho más notables en los campos de la historia y el arte, en este ramillete entra González. Me atrevo a decir que algo bueno le
veo a esto, muy poco, pero existe, y es el hecho que, como de pronto recordará, cuando se estudia en el colegio y se impone la
lectura la grave consecuencia es la pereza y el desaire que nace hacia el arte literario, ¿quién no sufrió al verse obligado a leer La
María de Jorge Isaacs, o La Vorágine de José Eustacio Rivera, y después evocar ese fastidio y escepticismo hacia la literatura (en
especial la colombiana) causado por los prefesores de colegio? Pues bien, yo lo viví. Sin embargo, retomé tales escritos por el
simple gusto de leerlos y me anonadaron, en especial La Vorágine, esa demanda pública de Rivera sobre los maltratos en las
caucherías, pero eso jamás hubiera sido posible en los años colegiales. Con González, admito que prefiero no se estudie en las
escuelas, si es que esto va a causar en el estudiante una repulsión hacia tanta grandeza intelectual. Además, como dice Alberto
Restrepo sobre leer a Fernando: 
…solo se puede comprender en la convivencia y la unificación vital. Para poder asimilar integralmente su mensaje, es preciso estar
tan vivo como él, participar de su arrolladora capacidad de apasionamiento por la vida; su ilimitado sentido de convivencia con las
múltiples formas de la manifestación vital; su asombroso poder de penetración psicológica; su desmedida lucidez de pensamiento y
análisis; su aguda percepción del futuro en las latencias del presente; su fuerza ilimitada de enfrentamiento crítico consigo mismo y
con la sociedad; su incontenible voluntad de sinceridad y desnuda inocencia; su andia inagotable de verdad; su generosa capacidad
de sacrificio de todo lo bello y lo grande a cambio de la dulzura del conocimiento; su inmenso poder de profundidad metafísica y
vivnecia mística; su decisión inquebrantable de llegar a la comunión con la realidad, más allá de toda representación. (Restrepo,
1997, p.23)
Lo maravilloso de leer a este rebelde, el encanto que hay en este personaje mitológico envigadeño, es la comprensión que hay
en temas tangibles como la política, los análisis históricos y económicos, y al mismo tiempo, temas tan íntimos como los dilemas
que trata el alma, el espíritu, el comportamiento del ser; toda esa metafísica condensada en cada página de las “libretas de
carnicero” que usaba el pensador. Leer a González es, ciertamente, la búsqueda de una verdad íntrínseca y propia, aunque este
sea constante en decir que no existe una verdad absoluta. 
En las montañas respiro a González. En el cielo veo a González. En las ceibas que todavía siguen de pie imagino a González. Basta
con detenerse y observar el país de hoy día para darse cuenta de las profecías escritas por Fernando en tiempos ya lejanos. El
sencillo Fernando González Ochoa. El viejo que nunca muere. Con la escritura, González aprendió a multiplicar sus recuerdos y a
engrandecernos la mente.
Iván Jaramillo R.
Primeros años, primeros textos
Dice González en Mi Simón Bolívar (1930), hablando como Lucas Ochoa (su alter ego), y lo confirman algunos de sus biógrafos,
que su primer ensayo fue sobre el dolor, nada más y nada menos que a la edad de 8 años; ello, producto de la tristeza causada
por orinarse en la cama, la vergüenza de no controlar los esfínteres en la noche delante de los curas del internado durante su
infancia. Así, el pequeño comenzó a rumiar sus tristezas para convertirse en el hombre del método. ¿Cómo sería ese ensayo
escrito aproximadamente en el año de 1903? Estoy seguro que fue la base de su pensamiento; se dice que sufrir genera
carácter, en González no solo generó carácter sino necesidad de desahogo y creación. Por eso, es preciso mencionar que lo
increíble de textos como Pensamientos de un viejo y El payaso interior (1916), no solo es lo profundidad y lo sublime con que
están escritos, nacidos desde su más íntimo sentir y pensar, sino la edad en que concibió esa capacidad de escribir y de
racionalizar, esa capacidad de plasmar en sus libretas emociones y análisis de lo que es el ser, no solo compuesto de carne y
hueso, sino de espíritu, reflexión, alma, sueños y soledad. 
González desde su adolescencia fue un tipo original por no decir extraño, o como dice la gente ignorante cuando se encuentra
con algún muchacho que se inquieta por cosas que van más allá del plano físico, un tipo raro. Un loco, el loco. Un adelantado en
todo el sentido de la palabra. Los textos predilectos por el joven Fernando mientras estudiaba en el colegio San Ignacio de
Loyola, fueron aquellos que contenían la firma de Nietszche y Schopenhauer, pasando por los maestros de la antigua Grecia y la
escuela romana, el Eclesiastés y los proverbios; como dice Fidel Cano (1916) en el prólogo de Pensamientos de un viejo:
“empezó a leer filósofos y a filosofar él mismo en la edad propicia para creer, esperar y amar” (p.12). Producto de estas lecturas
nació ese espíritu crítico, el verdadero libre albedrío dentro de él, que llevó a los jesuitas a expulsar del colegio a Fernando.
Anteriormente había sido expulsado del colegio La Presentación de Envigado por insultar a las monjas, aunque estas lo
recibieron de nuevo, sus padres optaron por cambiarlo de escuela.
Ese lozano, adelantado a sus años físicos, profeta; desmenuzó, se nutrió y digirió las obras de grandes pensadores para poder
crear la suya, su propia manera de meditar y de escribir, a tal punto que, tipos como Jean Paul Sartré y Thornton Wilder, vieron
en González un candidato a premio Nobel de literatura, aunque ese detalle no tiene mayor importancia, ya que candidato o no,
su obra vive y vivirá siempre dentro y fuera de Colombia; esos premios solo hacen que los creadores se limiten, se estanquen al
recibir honores de reyes y otros aduladores. No sobra mencionar que uno de aquellos que quería postularlo (Sartré), no aceptó
el galardón literario en 1964, mismo año del fallecimiento del gran pensador antioqueño. 
Volviendo al González adolescente, tengamos en cuenta algunos sucesos en la historia del pensador para así poder entender un
poco el porqué de Pensamientos de un viejo y de El payaso interior. El 22 de diciembre de 1911, se publica por primera vez, en el
periódico La Organización de la ciudad de Medellín, un ensayo suyo con el nombre de Notas:
Lo perfecto, “en sí”, no existe, sólo existe con relación al hombre; así uno puede calificar de perfecta una obra, mientras que para
otro, de superior inteligencia, no tendrá sino muy escaso mérito. No hay nada que choque tanto como ese empeño de algunos en
hacer admirar ciertos libros porque a ellos les parecen sublimes. Existe una gradación inmensa en las inteligencias, y por consiguiente
deben existir escritores que respondan a todas las necesidades. Los escritores malos son necesarios para hombres atrasados, de
cultura rudimentaria. Sucede que cuando un pensador o artista se eleva demasiado, no es comprendido más que por algunas
inteligencias excepcionales y privilegiadas que alcanzan más o menos la inteligencia del pensador o artista. Estos hombres nacieron
en época anterior a la que les correspondía y vivieron en un medio que no era el suyo, y lucharon hasta morir en el aislamiento. Tal
vez por eso dijo Hegel: “No hay más que un hombre que me haya comprendido”; y creyendo eso exagerado corrigió: “y ni aun éste
me ha comprendido”. El genio que es sabio como lo fue Spinoza aprende a esperar y guarda su dolor... Y si consideramos el artista
cómico, que es superior a su público, y no es comprendido, ¿no resulta trágico y risible? Las inteligencias mediocres se encuentran
mejor en el mundo, pues para ellas la vida es más liviana.1
Ensayo que, sin duda alguna, da los primeros rayos de instrospección y crítica en González; la manera de medir la inteligencia de
un hombre con frases como: “los escritores malos son necesarios para hombres atrasados,que respondan a todas las
necesidades”, y las personalidades que allí menciona (Hegel, Spinoza), pensadores que influirán notablemente en él a través de
su progreso espiritual y literario, y que dan fe de las lecturas que hacía el joven González cuando fue expulsado por los jesuitas. 
En los años siguientes, una serie de escritos serán publicados en el mismo periódico y en otro llamado Vox Populi, este del
municipio de Envigado. En dichos ensayos, se pueden hallar algunos de los temas que serán la puerta para la escritura
meditativa de sus primeras grandes obras. Temas como lo escéptico, el alma y el sentido común, mencionando constantemente
a filósofos alemanes y griegos, van a ir llevando a González al encierro físico, para así abrir mucho más los ojos, pero los ojos del
espíritu y de la mente. 
Una madurez intelectual que irá creciendo en su interior al punto que, tiempo después, se codeará con algunos literatos y
pensadores de la ciudad y hará parte de uno de los grupos artísticos más influyentes en la historia de Medellín y del país. Era 11
de mayo y en la plazuela de San Francisco (hoy plazuela de San Ignacio), una batalla campal se entretejía entre liberales y godos.
Los rojos, liderados por el poeta León de Greiff y Gabriel Uribe Márquez, colaboradores del periódico La Fragua, publicación de
1 Notas. Periódico La Organización n. 743, 22 de diciembre de 1911.
corriente liberal y anticlerical, se batían en duelo contra los conservadores de la Villa de la Candelaria. En dicha pelea, un grupo
de estudiantes de la Universidad de Antioquia y del Liceo Antioqueño, se unieron a los contendientes de color rojo, entre ellos,
el joven Fernando González. Tras varias horas de enfrentamiento, la policía y el ejército paró la contienda, los godos se fueron
por un lado y los rojos por otro. Así, las ideas políticas y religiosas en común de trece jóvenes no mayores de veinte años, la
mayoría expulsados de diferentes centros educativos de la ciudad e inspirados por la obra de Nietzche y los poetas malditos, y
con el apoyo del escritor Tomás Carrasquilla, fueron tejiendo una red intelectual y bohemia, un grupo llamado Los Panidas, en
honor al semidios griego Pan, padre de los poetas producto de algunos textos de Rubén Dario. La batalla bipartidista ayudó a
que esos jóvenes intelectuales e inquietos se conocieran, y tiempo después, El 15 de febrero de 1915, De Greiff, Pepe Mexía,
Ricardo Rendón, González, y otros que conformaban el erúdito grupo, celebraban en el café El Globo, sede principal de los
Panidas, la primera publicación de la revista Panida. 
Más que una colectividad artística, los Panidas fueron una declaración de una generación lúcida en busca de un aire nuevo en la
Villa de la Candelaria, luchando por un quiebre con el fanatismo religioso y conservador que sumergía a la ciudad desde décadas
atrás. Fue este grupo de intelectuales, base para aquel que posteriormente se llamaría Los Nuevos. La historia de este país es
repetitiva y muy pocas cosas han cambiado. 
Así pues, fragmentos de los primeros textos publicados de Fernando González, fueron paridos en las páginas de la revista juvenil
y en las publicaciones del periódico La Organización y Vox Populi. En esos primeros años de esa segunda década del siglo XX,
González decide retirarse física y espiritualmente en la finca de su tío Ramón. Comienza un camino solitario en cuerpo y alma, y
va plasmando en sus libretas lo que se conocería como Pensamientos de un viejo, de un viejo pensador en el cuerpo de un
joven:
En la montaña envigadeña, finca Las Palmas, de su tío Ramón Ochoa, realiza un intenso trabajo que diariamente suele prolongarse
hasta la una o dos de la madrugada. Encerrado en su cuarto, con la ayuda de un candelero, lee y escribe. Luego sale a recorrer el
prado, envuelto en sábana blanca, descalzo y con un bordón en la mano… ¡Es como si quisiera recibir la energía de la noche y de la
naturaleza, y sentir en cielo abierto las palpitaciones de la vida! (Henao, 2014, p.68)
Son estos primeros años los que impulsarán la creación literaria de González. Sus primeros versos, sus primeros ensayos y
demás, son la base de una reflexión intimista, espiritual y metafísica. Pensamientos de un viejo, constituye una serie de
enseñanzas producto de esa precoz y abundante sabiduría del maestro de Envigado. Enseñanzas que van más allá del
comportamiento y las acciones del ser humano, las cuales residen en temas como el ser, el espíritu y los sentimientos; la
soledad y la melancolía; la filosofía para saber qué somos (pero no la filosofía conceptual, de escuela, pues la detestaba) y las
parábolas; la religión y la muerte, todos enmarcados dentro del valor del silencio y la contemplación. 
QUIERO QUE SE ME LEA EN SILENCIO
Estos pensamientos los he escrito para aquellos que no leen sino en silencio.
Mis verdades huyen ante todo ruido.
Un lector sabio, cuando coge algo nuevo, al momento
se da cuentade si debe leerse al medio día o a la media noche;
acompañado o solo;
en voz alta o en silencio.
¿Cómo leer de la misma manera a Heráclito y a Demóstenes? 
SE EXPLICA EL TÍTULO…
¿Pensamientos de un viejo? Sí:
es preciso fijarse en que el movimiento del espíritu sirve 
de medida al tiempo.
Nerón, por ejemplo, murió a la edad de mil años.
(Pensamientos de un viejo, 1916)
Estos dos pasajes del texto le brindan al lector, con ese misticismo de González, la razón de la palabra Viejo en el título de la
obra. No argumentando una vejez sinónimo de cansancio o de miedo, sino una vejez en la manera de acariciar el mundo y la
vida, meditar como si se llevara cien años vivo, conociendo todas las aventuras y desaventuras del hombre, del prójimo, y así
rejuvenecer. 
El espíritu viejo de González, enseña a tomar la lectura como una ventana para poder apreciar los diversos matices de la vida
misma, vida que se adorna de acuerdo a nuestros valores, a nuestras formas de verle el lado a las cosas. Conocer la tristeza para
saber qué es la alegría; reconocer que en todo hay belleza o fealdad, luz y sombra, cuerpo y alma. 
Alma, ese vocablo tan pequeño pero con tan desbordante significado, tan lleno de verdad, tan lleno de eso mismo, de alma. Es
frecuente esa palabra en estos primeros textos, en ese desarrollo de lo que es el ser según González, y cómo no, si para este, el
alma de un hombre es suficiente para no sentir desespero en la soledad, en una sociedad que nos obliga a vivir en bullicio y
temerosos de encontrarnos solos. De forma muy creativa por no decir amena, al engendrar algunos personajes para hablar por
medio de estos, como Juan Matías y Juan de Dios, el loco de la llaga o el hombre de las barbas largas, Fernando González
impregna sus escritos con diálogos e ideas que hacen que el texto quede lejos de ser comparado con un manual para saber qué
somos y por qué somos así. Todos estos personajes (alter egos), producto de sus meditaciones Desde su tinglado.2
ASÍ CONTESTÓ EL VIEJO…
Érase un viejo filósofo que tenía unas barbas muy largas y muy blancas, y que vivía en las montañas entregado a meditaciones
sobre la vida. Era de gran saber, sobre todo en las cosas del corazón.
Cierto joven fue un día a visitarlo, y le dijo:
¿No se entristece usted viviendo tan solo? Usted no puede decir: hoy llega papá… Ahora vienen mis hijos… ¿Por qué no se casó
usted? Veo que desprecia todo lo humano, y entonces ¿en qué halla alegría? ¿Qué le retiene en la vida?
¡Oh!, los hijos, los amores todos, ¡son los dioses que protegen la vida…!
—Joven —contestó el anciano—, si caminaras por el camino del saber no dirías esas cosas. Entonces sabrías que el alma es un
mundo en donde pueden florecer flores más bellas que en el mundo exterior.
Mis hijos son mis pensamientos.
Hoy llegan mis niños sonrosados: así me digo en los días venturosos.
¿Qué amas tú en las mujeres a quienes amas? No a ellas sino al ideal que en ellas has puesto. Yo disuelvo mi alma en el universo
todo, y así amo todo el universo.
Aprende a hacer detu alma tu tesoro: allí encontrarás lo necesario para vivir una vida divina. No permitas que tu corazón esté
sometido, para alegrarse, como para entristecerse, al querer de los hombres…
Que tu novia esté en tu propia alma y tus hijos en tu propia alma…
Sigue por este sendero que conduce a la vida divina… Y sabe que los dioses no necesitan de protectores para la alegría de su
vivir…
Mide la grandeza de un hombre por la disminución de sus dioses: por eso jamás creas en aquellos filósofos que escriben para
agradar al público.
Y cuando encuentres uno que pueda vivir solo, di entonces: este debe tener un rico tesoro; se ha hecho divino, y por eso jamás
mira hacia arriba como los perros humildes…
Así dijo el viejo de las barbas blancas.
(Pensamientos de un viejo, 1916)
Entonces, es el alma un preciado tesoro que cada ser humano tiene pero que muy pocos, poquísimos saben reconocer y sobre
todo, valorar. Es, como dice en otro texto este maravilloso pensador: la creadora del valor de los acontecimientos. 3 Por eso
mismo, lo primero que el viejo de las barbas blancas le hace notar al muchacho es su notorio alejamiento por las sendas del
saber, su falta de entendimiento sobre el alma y la importancia de los pensamientos, no como fuente para el ego, sino como
principio para cultivar el alma, o sea autocultivarse. ¡Qué profundo aquello de medir la grandeza del hombre por la disminución
de sus dioses! El hombre que ama y reconoce el valor interior, no compra miedo y culpa, no necesita de la compañía de una
divinidad pues se basta a sí mismo. 
Gracias al pensamiento y a los sentidos el hombre cultiva el espírtu, el alma; se diferencia de los otros seres vivos y se hace
autosuficiente para abrazar la soledad. Como dice el autor chino Lin Yu Tang: “El hombre está hecho de carne y de espíritu a la
vez, y debería ser empeño de la filosofía ver que la mente y el cuerpo vivan armoniosamente juntos, que haya una reconciliación
entre los dos”4.
Es necesario reconocer que sin sensaciones es imposible la vida del espíritu.
Los sentidos suministran al alma elementos para sus trabajos silenciosos.
Las sensaciones son como las flores de las cuales elabora su miel la abeja del espíritu.
Por eso es necesaria la vida bulliciosa de los sentidos.
Y no digo yo que el solitario deba cerrar sus sentidos al mundo.
Lo que yo afirmo es que es preciso ser lentos y aprender a recogerse y a estar en compañía de su alma.
Es necesario huir de la manera de vivir de los zafios: sentir y no saborear las cosas sentidas.
2 Desde Mi Tinglado, es el nombre que da González a las primeras reflexiones que se encuentran en Pensamientos 
de un viejo (1916).
3 El payaso interior.
4 La importancia de vivir. Lin Yu Tang.
(El payaso interior, 1916)
Leer estas primeras reflexiones de nuestro querido Fernando, digo nuestro pues nos pertenece a todos lo que nos conmueve
cada palabra escrita con su puño, comprueba ese momento íntimo, de él con él mismo, en que encerrado en finca de su tío
quiso encontrar respuestas a lo que seguramente sentía: la trascendencia de la soledad como método de reflexión y unidad con
el alma. Qué dificil encontrar en esta ciudad de procesiones y cabalgatas, un momento para reposar en la calma, en la lentitud,
en el silencio y la contemplación hacia adentro, hacia uno mismo. Qué difícil le hubiera resultado a Fernando encontrar ese
espacio y tiempo para encerrarse en sí, para huir de los zafios, como él menciona, que solo encuentran sosiego en la fiesta y la
noche, tantos que habitan este valle del aburrá.
Cada página de Pensamientos de un viejo y de El payaso interior, acaricia a todo aquel que se ha sentido pleno en la soledad, y
que con esta ha entendido que este viaje llamado vida comprende nostalgias; hechos, lugares y personas que han pasado, y que
son culpables del nacimiento de la melancolía, ese sensato sentimiento que evoca y conmueve aquello que ya no está. González,
como hombre sensible -pues sin una gran dosis de sensibilidad nunca hubiera podido meditar y escribir lo que escribió-
reconoce dicho sentimiento, rumia esa tristeza que conlleva la melancolía, y brotan de él palabras tan excelsas, que es imposible
no aceptar que en algún momento hemos sido presas del tormento armonioso que es sentirse nostálgico. ¿No es acaso la vida,
una constante construcción de futuras melancolías? ¿no es acaso la melancolía, una respuesta para comprender que no somos
solo osamenta y carne? 
Este fragmento de El paralítico, permite apreciar esa peculiar sensibilidad del autor para expresarse, por medio de un personaje
lisiado, sobre dicho sentimiento: 
Deja que la luna haga florecer en mi corazón anhelos imposibles, 
y que la brisa me traiga olores de quereres lejanos… 
Mi alegría debe estar en mi cementerio. 
¡Déjame ver cómo sangra mi corazón! 
No es tristeza esto. 
Es melancolía… ¡Melancolía es un paralítico en cuyo corazón florecen amores imposibles…!
¡Melancolía es un sendero adormido al hechizo de la luna…! 
¡Melancolía es ver cómo sangra nuestro corazón…!
(Pensamientos de un viejo, 1916)
No solo tiene esa capacidad intelectual y poética de señalar la existencia de la melancolía en el hombre. Producto de vivencias y
lugares, Fernando recuerda y nos comparte ese recordar, de algunos espacios que marcaron su vida, su sensibilidad, su manera
de mirar las cosas, como el caño en Envigado, donde se escondía después de tener un altercado con alguno de sus hermanos, o
la casa de su abuela: 
Indudablemente voy a estar muy contento en casa de mi abuela. 
Aquellos amaneceres en la aldea son como más limpios,
y no son profanados por el ruido de los carros que tanto me atormentan en la ciudad. 
Después de fumar un cigarrillo, sentado a la puerta de la casa, recibiendo el sol nuevo y tibio, 
ir a ver la colmena del solar; después el baño y el trabajo durante tres horas.
(El payaso interior, 1916)
Se puede percibir, con este corto escrito, la importancia de mimar los sentidos. Los sentidos, como canales para hacer vibrar el
espíritu. De igual manera, la sencilla pero sincera forma como recuerda el placer de estar donde su pariente sin el fastidio de los
carros de la ciudad. Tiempos y lugares pasados que queremos volver a pisar, oler, palpar…vivir, pero que ya no existen. 
Soledad y melancolía. Dos términos que van de la mano. La una no existe sin la otra, pues sin soledad no es posible calar en la
melancolía, comprender de dónde nace tal sentimiento. No es posible hallar melancolía cuando alrededor hay tanto bullicio que
no nos deja oirnos, aunque muchas veces se necesite del bullicio para extrañar el silencio del ayer. Como escribe Nietzsche:
“Demasiado me debatí en la añoranza, con los ojos clavados en la lejanía, demasiado tiempo permanecí en la soledad, así que ya
no sé callar”. Es la nostalgia, uno de los ingredientes que nos hace ser humanos, humanos para sí mismos y el prójimo.
Fernando González medita y escribe obsesionado con el ser humano, medita en asuntos que, generalmente, no tienen mayor
importancia para una persona de veinte años. “Hay muy pocos hombres que meditan; escasos son en la tierra los filósofos” 5.
Pero, recordemos que desde muy pequeño, este autor no estaba marcado por el destino, sino por él mismo, para trascender
5 El payaso interior 1916
como un hombre reflexivo, un crítico, un ser que mamó conocimiento de las letras de grandes autores europeos y en especial
de sí mismo para, con el despertar de sus pensamientos, darle una cachetada al antioqueño que vive de misa en misa y también,
al hombre que va de libro en libro sin inquietarse por buscar respuestas en su interior, en esa novia que es el alma. “Para
encontrar belleza, es necesario disolver nuestra alma en las cosas; es necesario contemplar el constante cambio de los
fenómenos, y recordar así el irse de nuestros quereres”, dice el maestro en ¡Oh anhelo de la nada!6 Y refuerza tal reflexión con
aquello que escribe en Dolor y Alegría7: “Vivir es cambiar constantemente. Así, mientras vivas pasarás constantementede un
estado a otro…y unos serán más agradables…habrá para ti alegría y dolor”. Y qué más cambio constante que el ser humano.
Cambio que el joven González reconoce, producto de esa vejez interior, esa vejez que lo hace pensar y escribir de este modo: 
Se puede afirmar mi vejez, 
precisamente porque mi alma es lo más modificable
y variable que pueda verse. 
Bástame conversar durante un minuto con alguien
para haber perdido ya mi posición anterior. 
(El payaso interior, 1916)
Se acepta el cambio como parte infinita en la vida de todo hombre, González quiebra con la idea de Parménides en cuanto a que
el cambio es imposible pues este no es racional. González tiende a ir por la línea de Heráclito con aquello de aceptar que la
realidad es contradictoria, cambiante, que todo es dinámico y nada permanente. Las cosas pueden ser y no ser al tiempo; idea
que desafió el joven Fernando al padre Quirós en el colegio San Ignacio y por ende, expulsión del recinto escolar. “Todo cambia,
pero el ser permanece eternamente”. Sin embargo, se debe entender que para no ser lo mismo, para no ser el mismo, ha de
vivirse intensamente, de soñar y de aceptar que todo lo que nos rodea, con todo lo que nos topamos va a ser una dualidad.
Comprender este principio no es comprender filosofía, es relamente comprender la vida misma, pues todo es un como un
péndulo, nunca nada se queda estático en un solo lugar, todo cambia, y esa cambio conlleva opuestos, el yin y yang, el cielo y el
infierno, la luz y la sombra, la risa y el llanto, la paz y la guerra, la vida y la muerte. Opuestos que dependen muchas veces de
cómo los mire y comprenda el ser humano; puede que estos cambios existan sin el hombre, pero algunas veces las caras de las
cosas y la vida son percibidas de acuerdo al payaso interior que todos llevamos, a los ojos que tengamos adentro para intepretar
si existe bondad o maldad en un mismo escenario:
Es divino el dolor porque nos trae alegría,
porque es el padre de la alegría.
(La hoguera sagrada, Pensamientos de un viejo, 1916)
Sin tristeza es imposible saber qué es la alegría, sin la muerte es un absurdo la vida. Todo se compone de a dos, detrás de
determinado contexto o evento, detrás de cada forma, hay un opuesto que lo soporta. Solo con ver al hombre puede percibirse
esto, la rabia es lo que soporta la tranquilidad, es la que habla por la tranquilidad en determinadas ocasiones, y esto es
realmente maravilloso, pues el ser humano no vino a ser como una oveja detrás del rebaño, sino que con ese compendio de
dualidades, se medita y se acciona. 
Estoy convencido que Fernando González no solo se nutrió del conocimiento de grandes personalidades de occidente como
Voltaire, Victor Hugo, Nietszche, Schopenhauer, Montaigne y demás intelectuales de las épocas anteriores al siglo XX. En ese
constante discurrir del autor de Otraparte durante los años en que escribió sus pensamientos, producto de la soledad y las
sensaciones que hacían hablar al payaso interior, su espíritu; el encuentro con la sabiduría oriental, permitió dar un espectro
mayor al joven intelectual para tocar temas como los mencionados anteriormente, y componer pasajes tan prodigiosos como
este, que guarda una estrecha relación con el Tao de Lao Tse, donde la inacción, o el principio del movimiento pasivo, dice al
hombre que el no hacer hace mucho, es decir, hacer dejando fluir, no forzar nada, como las rocas que se dejan acariciar por las
olas. Este fragmento, contenido dentro de un ensayo inmerso en Pensamientos de un viejo, llamado Meditaciones, como las del
gran Marco Aurelio, con tan honda moraleja, que todo ser racional debería acercarse. Sencillamente le habla al hombre del
afán, al que quiere tenerlo todo bajo control y el que quiere imponerse. Escrito hace más de cien años, Fernando le está
hablando al hombre de hoy. 
VIII
Y cuando estuvo en mitad del lago, se tendió de largo a largo en su barca, diciendo: 
¿para qué imponer mi voluntad al viento?
Así mismo, en la vida debes abandonarte a la casualidad. 
6 Pensamientos de un viejo 1916.
7 Pensamientos de un viejo 1916.
Sólo dolores tendrás si pretendes cumplir una ruta premeditada. 
¡Es tan innumerable e intrincado el engranaje de las circunstancias,
 y tan corto el alcance de tu entendimiento! 
Considera que eso de querer imponerte a la vida es una tontería. 
Imposible es que tu querer coincida con el querer de los otros seres. 
Mira esa roca: permanece impasible a las caricias y convites de las olas, y nunca nada le sucede. 
Al contrario, medita en el leño que se deja su querer, 
y que amorosamente es llevado de una parte a otra, 
recorriendo así los caminos invisibles de las aguas.
¡Es tan grande el poder de las cosas en frente de tu poder!
Si eres voluntarioso, estarán siempre secas para ti las ubres de la vida.
(Pensamientos de un viejo, 1916)
Es tan básico y a la vez tan difícil comprender estas palabras, la sociedad nos impone el ir apresurados, incluso nos da miedo
dejar fluir las cosas, nunca tenemos tiempo para nosotros mismos, muy pocas veces nos resguardamos en la quietud, en el no
hacer. ¡Qué ardua tarea el no hacer! Somos máquinas que necesitamos del constante ir y venir, del usar incesantemente las
manos y la cabeza, sin dejar tiempo para lo esencial, el descanso del cuerpo y por ende, la atención al espíritu, oírlo, sin más.
Darnos a la meditación, siempre recogidos, silenciosos y lentos. Cuando escribo meditación, no solo tomo la palabra para
referirme al ser que tiene los ojos cerrados y está sentado en posición de loto, también se medita contemplando las nubes o
palpando la tierra. Incluso se medita cada vez que, de manera consciente, se alimenta el cuerpo. Los sentidos sirven para
contemplar al espíritu en la quietud. Fernando González (1916) toma la práctica de la meditación como algo esencial para el
hombre, sin embargo, nos advierte que realizar este profundo estudio de uno mismo, puede llegar a ser veneno para el espíritu,
puesto que cuando nos damos a la tarea de analizarnos, vamos haciendo de nuestra alma un monstruo poseedor de misterios y
de deseos quiméricos. Puede percibirse cierta contradicción en cuanto la meditación, que es fundamental en el hombre pero
que genera codicias imposibles. Tomando un fragmento del texto de Javier Henao, biógrafo de Fernando González, podemos
aceptar que el hombre cuando piensa se contradice, que es válido filosofar y llegar a contradicciones; creo yo que reflexionar
sirve para uno encontrar sus propias contradicciones. Todos somos de alguna forma contradictorios, pues son muy pocas,
poquísimas personas las que actúan de acuerdo a como piensan, y es que no es una labor sencilla; casi todos pensamos en cómo
actuamos y no al revés. En conclusión, la conciencia procede de la contrariedad.
En lo relacionado con aquella búsqueda contradictoria, conviene hacer una acotación adicional. Consiste en admitir que creyó útil y
necesaria la contradicción, la entendió como algo connatural al ser humano y en este sentido la vivió a plenitud. "El“animal hombre
es el más atormentado porque lleva en sí mismo la contradicción”, y en nuestro interior “somos un hervidero de contradicciones”.
Frases de FG que muestran el punto de referencia desde el cual experimentó y trascendió sus instintos, sometidos a permanente
combate moral y convertidos a su vez en fuente de interpretación, origen de una de sus formas –quizá la más protuberante- de hacer
filosofía. (Henao, 2015, p.77)
Como expresó Hegel: “La contradicción es la raíz de todo movimiento y de toda manifestación vital”. Y como también lo
menciona González en Pensamientos de un viejo, “el hombre que no se contradice tiene el alma esclavizada por un sueño”.
Vivimos en la contradicción ya que cada mañana cuando despertamos, no abrimos los ojos siendo los mismos de la noche
anterior, y el día de mañana no seremos los mismos de esta noche. Todos los sentimientos y raciocinios mutan, así como la
energía, se transforman. Los conceptos nacen por comparación. Por eso: 
Vivimosde la contradicción. 
¿Y cómo no hacerlo? 
¿No veis que ya no existe la verdad? 
¿No veis que la verdad para mi corazón, ahora, cuando estoy triste, es el amor a la muerte, 
y después, cuando estoy alegre, es el amor a la vida…?
(La contradicción, Pensamientos de un viejo, 1916)
¿Por qué, solo cuando se está triste, nace el amor a la muerte? ¿por qué cuando nos sorprende la muerte, nace la tristeza, si al
final todos vamos a ella? Más sensato es sentir ese amor a la muerte en todo momento, incluso cuando la felicidad brota de
cada poro; es la muerte la única verdad, el mayor axioma y la constante compañera, es la mera seguridad del hombre, el resto
es efímero. ¿Qué es la vida sino un caminar incesante hacia el deceso? Cada célula es una conciencia, como dice el maestro, y
cada conciencia va hacia el mismo lugar. Quien comprende y ve gozo en la muerte, vive la vida a pleno, pues al final de sus días
no tendrá ningún reproche para sí mismo. Quien acepta la muerte, ama; quien ama, recuerda; quien recuerda se compadece a sí
mismo. Fernando González escribe una serie de reflexiones en torno a la cesación; el joven pensador, filosofa sobre la mayor
realidad que contiene la vida. Se puede notar, en sus escritos, un acercamiento al fenómeno de la reencarnación. El sepulturero
Van-Rum, decía “no poder uno morirse”. Fenómeno que es propio de las culturas y religiones de las lejanas tierras de Asia, y
visto desde la historia de la filosofía occidental, idea trascendental en el pensamiento de Pitágoras con el nombre de
metempsicosis.
No creas tampoco que al morir terminen el dolor y la tristeza. 
La muerte es sólo un cambio de forma. 
¿Has visto un cementerio de aldea? 
¡Cuántas flores, cuántas mariposas y cuántos frutos! 
Allí comprende uno que la muerte sólo es un cambio de forma. 
Y ¿quién será capaz de asegurarte que las flores no sienten, gozan y sufren? 
Yo creo que las flores son espíritus más silenciosos que los hombres… 
Y ¿quién será capaz de asegurarte que no volverás a ser hombre, 
después de haber servido para tapar un agujero, 
como decía el melancólico Príncipe…?
(Dolor y alegría, Pensamientos de un viejo, 1916)
Desde el amanecer de la humanidad, desde que el hombre notó que tenía capacidad para pensar, la muerte ha sido una de sus
mayores inquietudes. Hacia dónde vamos cuando dejamos de existir, siendo esta reflexión la base de las religiones. ¿Por qué,
dependiendo de la geografía, se toma la muerte como un premio o como un dolor y miedo infinito? ¿de dónde esa unión y/o
separación del alma con el cuerpo? ¿vale la pena pensar en lugares como el valhalla o el infierno? Cicerón fue contundente
cuando dijo que “filosofar no es otra cosa que prepararse para morir”. Fernando expresa algo similar cuando escribe: “La losa
del sepulcro es la musa de la filosofía”. Para Hegel, el hombre es la representación de muerte, y esta es la única que hace libre al
espíritu. Fernando, asegura que la única doctrina apropiada para morir es el pesimismo, sin embargo, dice que todo aquel que
sabe morir no supo vivir, es un idiota, muy semejante a aquella frase que declara que “uno debería morir orgullosamente
cuando ya no es posible vivir con orgullo”, de uno de sus pensadores predilectos, Federico Nietzsche. 
Pasan las gentes por la casa haciendo ruido y conversando.
Quieren olvidarse; no quieren pensar en tantos atormentadores problemas;
quieren apartar su mente de la muerte que se acerca;
y de la alegría que no está en sus corazones, quieren olvidarse.
(El payaso interior, 1916)
Aceptar el destino del deceso, no significa estar todo el tiempo gastando el pensamiento y la energía en el suceso final, pues si
ha de ser así, la vida se pasa sin darnos cuenta, y así ¿para qué leer autores como Fernando González?, si son estos los que nos
toman de las orejas para decirnos: viva, sueñe y viva. Viva porque es preciso vivir para después meditar. Y es este, un autor
repleto de vida, porque ¿cómo puede analizar la vida quien no está repleta de esta? Ya lo escribió el gran poeta Khalil Gibrán: “Si
queréis contemplar el espíritu de la muerte, abrid de par en par vuestro corazón en el cuerpo de la vida. Porque la vida y la
muerte son una, así como el río y el mar son uno también”. El atormentado de Otraparte es un pensador que vibra con cada
roce en su espíritu, es un hombre cargado de amor, de vida y sueño. Sueños, porque un hombre sin sueños no se hace
pensador, son los sueños y la imaginación los que dan empuje a la vida, los que incitan al hombre a actuar. Soñar es filosofar.
¡Qué enseñanzas nos brinda el destino cuando los sueños no se cumplen! Recordar siempre que cada alegría conlleva algo de
tristeza, la alegría producto del poder cumplir un sueño, la tristeza de ver que ese momento no llega, que ese sueño no deja de
ser un sueño. Qué vacío sería el hombre sin imaginación ni sueños. Son estos los que nos hacen tocar las cosas antes de verlas,
de vivir los hechos antes de estar inmersos en ellos. Hay diálogos tan hermosos en los textos de Fernando, lecciones de vida que
nacen cuando pone a hablar a sus personajes, como en las fábulas de Esopo o De la Fontaine. 
DÉJAME IMAGINAR…
La niña iba creciendo en espíritu. 
Su padre le traía siempre, al volver de sus viajes, algún regalo: 
muñecas, cuentos de hadas y de brujas…
Mira —le dijo la niña al padre— cuando traigas algún regalo para mí, no me lo entregues sino después de algún tiempo. 
Yo pensaré: es un libro de cuentos, y los cuentos son así: érase un hada que quería mucho a los niños… 
Érase una princesita muy buena… Así imaginaré muchos cuentos, creyendo que esos son los que dice el libro que me traes.
Otras veces será una muñeca. Y yo pensaré: es una muñeca que sabe llorar… 
Es una muñeca… Y tendré muchos cuentos y muñecas, muchos regalos. ¡Y estaré tan contenta!
Cuando me entregas el regalo, me pongo triste. 
Ya no puedo imaginar. Ya no puedo pensar cómo serán los cuentos, ni cómo será la muñeca…
(Pensamientos de un viejo, 1916)
Entonces, así no se cumplan nuestros deseos, nuestros anhelos, y venga a nosotros el remordimiento, imaginar y soñar deben
estar siempre dentro de cada uno, no dejar de imaginar, pues que indigente una vida solo mirando realidades. Hay que imaginar
para alimentar nuestro espíritu, incluso para alimentar nuestro futuro, si es que vale la pena pensar en el futuro; pues la vida es
aquí y ahora, y el ocioso entiende como nadie ese principio. Compréndase bien la palabra ocio, para no albergar confusiones.
Ocioso no es aquel que se queda comiendo y rascando el ombligo y la cabeza todo el día, no. El momento de ocio es
precisamente el espacio para soñar. No es baladí recordar que estos primeros tratados filosóficos de Fernando, fueron escritos
en momentos de pura ociosidad. El joven mira con desdén al hombre que no busca el tiempo para sí mismo, el tiempo para
soñar, el tiempo de ocio: 
A veces pienso en los hombres que pasan la vida atareada, 
sin tener un momento de ocio para soñar, 
y me figuro que esos hombres no han sentido alegría…
No para todo hombre se hizo este entretenimiento.
En todos cambia constantemente el yo, 
pero no todos son capaces de llevar su alma hasta los últimos y más vagos sueños…
Fastidiarse durante los momentos de ocio es señal de incapacidad para conocerse a sí mismo; 
aquellos que odian el ocio son hombres serviles, poseídos del espíritu de la pesadez. 
Para ellos, su alma es como una estrella inaccesible.
(Así habló el solitario, Pensamientos de un viejo, 1916)
Cada parte del hombre motiva a hacer. Las piernas a caminar, las manos a crear, la boca a hablar, los órganos sexuales a amar.
Pero también estamos creados para la ociosidad. La mente sirve para reflexionar y para soñar, por ende para degustar del ocio.
“Tiempo libre, no. Libre es el tiempo para hacerle el amor a la vida, y a cada instante”, como escribió Simón González (hijo
menor de Fernando). Los grandes comprensivos son ociosos, esto le explica Fernando a la vecina de Juan Matíasen El payaso
interior. Debemos ser concientes para que cada parte del hombre también motive a SER; las cosas que motivan a ser son las
pasiones, y estas en las mieles del ocio. Qué importante cultivar las pasiones. Escribir este humilde libro nace de una pasión, no
de una imposición. Fernando y los grandes hombres que han pisado la tierra, lo han concebido todo producto de la pasión.
Porque a través de una pasión, vemos con mayor agudeza la vida, porque a través de la pasión se gesta lo absoluto. 
Sensibilidad y pujanza e intimidad, esa es la mezcla que caracteriza al Fernando de veinte años. Sensibilidad como materia
energética interior que permite desarrollar ideas hacia un plano creativo. Pujanza: dar, día a día, forma a esa idea hasta
concebirla como obra que lleve a otras sensibilidades el despertar de otras ideas. Es González el motor de muchos que vemos en
su obra una llave para abrir la puerta del pensamiento, para no ver la vida desde afuera sino sumergirnos en ella. Eso es
sabiduría. González es sabiduría, entendiendo que estos primeros años son protagonizados por un Fernando más poeta que
filósofo, pero con una prosa tan profunda y con temas tan delicados para el hombre, que van empapando de trascendencia a
este gran pensador.
Es, pues, un pensador de singulares características, no solamente en las letras colombianas sino también en las hispanoamericanas,
en donde está llamado a ejercer una creciente influencia sobre las nuevas generaciones. 
Sobre todo, porque el conjunto de su obra contiene un admirable mensaje de autenticidad. (Henao, 2014, p.37)
Intimidad, pues es evidente que el Fernando González de aquellos años no escribió lo que contienen ese par de textos para ser
publicados. Es notorio que ese Fernando escribía para sí mismo, para darle rienda a sus sentires y pensares y plasmarlos allí, en
lo que, un siglo después, seguimos conociendo como sus Pensamientos, sus pensamientos primarios y, gracias a sus parientes al
querer publicar, noventa años más adelante, aquel libro de bolsillo conocido como El payaso interior, tan íntimo, tan cálido, tan
sincero, pues es visible cuando un autor escribe para un público, preocupado por los adornos en la escritura, que por el fondo
de sus manuscritos, el contenido, la esencia. Y las meditaciones de González, son esencia pura; meditaciones producto de sus
vivencias cotidianas, eso que caracteriza su obra total. 
No quiero aburrir al lector con mis anécdotas, simplemente quiero compartirle esta, porque fue importante para tomar la
decisión de redactar este texto que tiene ahora en las manos. Constantemente voy a Otraparte, en esa casa todavía se respira,
se siente la energía del pensador, y por eso me gusta ir a tomar tinto y sentarme en alguna de sus bancas. Un día, conversando
con los amigos que manejan la casa museo actualmente, uno de ellos me comentó, sin conocer de este sencillo pero sincero
proyecto, –“cada uno tiene una percepción diferente de Fernando González cuando lee su obra, cada persona siente diferente
sus reflexiones, y todas son muy válidas”. Con esa frase, me arriesgué a dar un testimonio, como los grandes autores y
conocedores de su obra han dado, tratando que la única similitud entre sus textos y este, sea el amor y la honestidad con que se
ha tratado el papel. Precisamente es allí, en ese espejo que son estos libros de González, que he tratado de vivir siendo sincero
conmigo mismo, aunque a veces sienta que no lo alcanzo.
Pensamientos de un joven solitario mas no solo; un joven que oye y siente su espíritu y así prescinde de compañía física, pues
este le basta. Se basta. Las constantes apariciones de sus otros “yo”, las conversaciones con estos, el tormento de pensar y
repensar el ser, mas no tormento por las situaciones que presenta la vida, sino por tratar de comprender al hombre y su
existencia. Qué frutos poéticos y filosóficos más gustosos nos brinda la experiencia sensorial y sustancial de Fernando González
a nosotros los jóvenes que queremos ir por la vida, no reconciliándonos con esta, sino dándole rienda suelta y acatando todas
sus glorias y penas. Me reconcilio sí, con mi espíritu y aprendo que cada paso que doy es alimento para este; cada beso dado o
recibido, cada provocación a la piel y los poros; cada sensación, por pequeña que sea, da calor al alma. Entonces ¿leer a
Fernando no es toda una experiencia espiritual? Todo verso suyo cuestiona y da alas. Pensamientos de un joven, de un viejo,
con un espíritu que mueve montañas y remueve corazones; todo mover del espíritu es medida para el tiempo; es un viejo de
espíritu y joven de aura, pues nunca se agota. 
Trato de no imaginar el Envigado o Medellín que pisó Fernando cuando quiso encontrar en el silencio respuestas; no quiero
hacerlo porque la envidia se asoma. Por allá, en los primeros lustros del siglo pasado sí era posible regocijarse en el silencio que
ofrecía, lo que por entonces no era una ciudad con grandes distancias. Una ciudad que era agradable cuando los Echavarría
estaban chiquitos, como dijo alguna vez el pensador viajero. Hoy, no existe un centímetro al aire libre donde se pueda uno oír,
se pueda meditar, se pueda dejar de ser escarabajo8. Aquí, hoy día, el desarrollo material prima sobre el desarrollo intelectual,
parecemos cadáveres vivos que nisiquiera le damos entrada a la duda, ni esa muestra de inteligencia damos. No es posible
encontrar quietud en este valle compuesto por cerros. Actualmente, no sé si González hubiera podido dar tanta atención a su
interior. Tanta gente y “progreso”no lo permiten. Como 
Estos primeros versos son, pues, el abre bocas para lo que será una larga dosis de reflexiones, todas producto de su día a día;
tanto adentro de su país como afuera, tanto afuera de su persona como muy dentro de sí mismo. 
De Pensamientos de un viejo y El payaso interior no saco conclusiones, pues hacerlo sería limitar tan profundo escrito. Cada uno
puede sacarlas y guardárselas. Solo doy cuenta que con estos textos, el lector puede apreciar el adelanto mental de Fernando
González, ese muchacho que filosofó antes de amar. Estos pensamientos crean la puerta de entrada a la obra de González y,
creo yo, son vitales para entender la sensibilidad de este autor y su constante inquietud hacia el prójimo, el ser, que caracteriza
toda su basta reflexión. 
González conmueve tanto, que era ilógico que intelectuales como Gonzalo Arango, entre otros, no hubieran tenido una fuerte
influencia de este filósofo de la personalidad. 
Ahora considero fastidioso este cuarto
en donde vivo y escribo, 
pero si me alejase de él, 
ya verías cómo me miraba esta vida
como uno de los mejores de mis años.
(El payaso interior,1916)
Cuando abro estos textos, imagino a un Fernando inquieto, sentado en la oscuridad, mirando el resplandor de una vela,
tratando de abastecer una respuesta sobre esas cuestiones intangibles que tocan su alma. Un Fernando también meditativo,
consciente de sí mismo y su lugar en el mundo en esas noches. Un atormentado buceando por la esencia del hombre y su virtud.
Viajes y presencias
La filosofía nace de dos pilares: la duda y el asombro. Los griegos al quedar estupefactos ante la grandeza que los rodeaba,
comenzaron a preguntarse sobre el origen de todo ello. Fernando González no solo fue un hombre que, como Descartes, dudó.
En su obra se nota el poder de asombro que tenía el escritor, especialmente en textos que podrían definirse, aunque cuesta
hacerlo, literatura de viaje. Difícil enmarcar algunos de ellos en dicho género, pues aparte de encontrar vivencias físicas y
espirituales que conmocionaron a González en Europa, tales textos tienen todo para ser parte del género de crítica, en este caso
al arte, dentro del ensayo literario. Produce gran placer a la imaginación leer las descripciones del Cónsul González en Italia
mientras recorre el Museo Nacional de Roma, la poesía impresa en cada detalle que da de los mármoles que observa, la manera
de retratar los rasgos propios de cadaobra, el deseo de poseerlas, de palpar las curvas de las esculturas, el sentir del espíritu
que habita en el blanco de la piedra tallada; todo, en medio de un país que se sumerge en el nacionalismo facista del dictador
Mussolini, ese que leyó a Nietzsche de afán mientras cortaba carne. Esa facilidad de asombro que caracterizaba a González,
queda retratada en textos íntimos que comparte con quienes nos hemos acercado a su obra. Intimidad producto de lo carnal,
desde los sentidos, como sus experiencias en Francia, después de abandonar Génova, la admiración de la belleza femenina que
lo distinguió, la juventud y las conjeturas que notó de la primavera con el actuar natural, desde el instinto, de una gata, Salomé.
La delicia de poder ser testigos de los momentos que vivió con la mujer virgen de menos de veinte, la tierna y dulce Toní; y la
8 El hermafrodita dormido. 1933
contención, término tan común y constante en González, que debe tener para no ser presa de la carne jovial, para así trascender
y llegar a Dios, a la beatitud, entendida esta como la tranquilidad que produce el desprendimiento de los deseos.9 
Se toman los textos que redactó en su papel de Cónsul -El hermafrodita dormido, Salomé y El remordimiento- y uno que otro
escrito también hecho por ese mismo tiempo, como pensamientos genoveses dentro del libro Los negroides, para comprender
cómo fue el día a día del Fernando González diplomático, tratar de encontrar relaciones con ese otro viaje memorable que hizo
en compañía de su confidente y amigo, Benjamín, en su famoso Viaje a pie, y así comparar los contextos, las ideas de González
producto de las vivencias en diferentes lugares, la belleza de un lado y otro, los personajes y, por supuesto, la pasión de
González puesta en cada viaje. La gran admiración y el deleite por lo sensual y el tire y afloje entre los apetitos del placer y el
conflicto de poner o no, freno a estos. 
Dentro de la historia de la humanidad, el viaje ha sido de gran importancia para el conocimiento de otras culturas, para la
creación de relatos, y para tratar de entender quiénes somos y por qué estamos aquí, maravillarnos con la inmensidad del
universo, y angustiarnos con la pequeñez mortal que es el hombre. Con el éxodo Judío y los textos de la antigua Grecia, pasando
por las crónicas de Juan de Castellanos y los conquistadores, entre otros, el viaje siempre ha estado inmerso en la vida del
hombre y su historia. Desde los tiempos más remotos, el ser humano se desplazó, era nómada. Allí empezaron los viajes, los
recorridos por la esfera planetaria. Sin embargo, como escribió Marcel Proust: “el verdadero viaje de descubrimiento no
consiste en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”. Fernando González, fue cambiando de ojos producto de los
viajes que realizó y la edad con que hizo cada uno y su contexto. 
Viaje a pie es, sin duda, el texto que catapultó a González, especie de crónica con la que demostró ser una promesa intelectual
de la Colombia después de Silva. Años después de la publicación de dicho escrito, con las memorias de su recorrido por parte del
país, escribió un libro que, para mí, es fundamental para tratar de entender el pensamiento, con todas sus contradicciones y
directrices que conlleva, de Fernando González. Un ensayo nacido desde la trasparencia y la honestidad de su escritor hacia el
lector; es decir, González pone a sus lectores en un nivel donde, no solo se deleiten y admiren con su filosofía, sino que sean sus
confidentes, sus confesores. Nos da ese poder pastoral, en palabras de Foucault, para comprender sus razonamientos íntimos y
el jugar de sus instintos en su vida como cónsul en Marsella. El Remordimiento, es el ejemplo perfecto para seguir afirmando
que la filosofía de González es producto de sus vivencias, de sus vivencias aquí y allá, no es mera filosofía de centro comercial
que habla por hablar sin haber sido parte de la práxis, sin haber sentido. Es por eso que González es un filósofo auténtico, un
tipo que se dio a la tarea de discernir lo sentido, lo palpitado, lo palpado, y con ello lo expuso y lo meditó de forma tan honesta
que, si abren las primeras páginas del libro, la carta que escribe a su hermano Alfonso es lapidaria, entendiendo la petición, no,
la exigencia de Fernando al decir que se publica el texto completo, sin recortes ni censuras, o simplemente no se publica. Desde
ese inicio se ven demostraciones claras por parte de González de no querer mentirle al lector, de no querer ocultarle ni hablarle
desde eufemismos. Quiere, sencillamente, que se conozca lo que ocurrió para así entender el porqué de la existencia de su
Ensayo teológico moral, el remordimiento. 
En los textos que escribió Fernando González durante sus viajes, tanto en calidad de cónsul, fuera del país, como viajero
espiritual por las montañas de su lugar de origen, se encuentran temas constantemente tratados por el autor: la sensualidad, la
juventud y la vejez, la belleza, la moral, el placer, la contención, el pecado entre otros, que plasmados en sus libretas producto
de las meditaciones en cada lugar que habitó, se inmortalizaron para que las futuras generaciones, las juventudes a las que
tanto les escribía, se nutrieran con sus palabras. Temas que para los mojigatos serán vulgares, pero que para los que creemos
que el hombre se hace y se rehace gracias a los instintos y las meditaciones en ellos, serán una gratificante muestra de que la
sensibilidad es capaz de ponernos a pensar, a digerir nuestras acciones y emociones. Para Hegel, la historia comienza con el
encuentro de dos deseos, dos conciencias deseantes, allí se forma un dilema que se resuelve cuando uno de los deseos impera
sobre el otro. En González, los deseos establecen una constante lucha que, al terminar, uno de los dos es vencedor y el otro
vencido; nace el remordimiento, en todo hay remordimiento, producto de cómo pensamos y hacemos. Los ensayos de Fernando
nacieron partiendo de que todo deseo que reprimió, lo escribió. Y todo deseó que satisfizo, lo escribió igualmente. 
Juventud y belleza
Parte del pensamiento de los filósofos que conformaron la Escuela de Mileto y de algunos otros posteriores a estos, fue la
cuestión del cambio. Heráclito fue uno de los primeros pensadores que se refirió al cambio, a la metamorfósis de todas las
sustancias que existen. Parménides, desmitificó y objetó la idea del cambio, consideró que este no existe. Y así, filósofos
posteriores como Anaxágoras, entre otros, fueron discutiendo la cuestión, para hoy día, tener la posibilidad de estudiar el
pensamiento de cada uno de ellos y sus teorías sobre este fenómeno, que comprende aquello que dice que todo lo que nace
está destinado a morir. 
Todo lo que nace va a ser sepultado algún día porque todo lo que existe tiene dos lados, la luz y la oscuridad, la paz y la guerra,
inicio y fin, juventud y vejez. Aquello que es viejo fue joven, y aquello que es joven, aunque se resista, llegará a viejo. Ese es el
9 El hermafrodita dormido, 1933, pg.122 
precio de todo lo que germina, nunca quedará estático, siempre irá transmutando cosas de sí para convertirse en algo distinto a
lo que fue en un principio. Solo basta observar las fotos de los ancianos cuando eran niños o ser concientes que una planta
nutrida y fuerte nace de una pequeña semilla, para entender esta verdad. Consideremos que aquello que es viejo, se relaciona
con lo que conserva experiencia, mientras que lo que es joven, le falta mucho para llenarse de la misma. Sin embargo, tomando
como referencia a nuestro pensador envigadeño, es bello solo aquello que promete, y aquello que promete es lo que está joven,
lo que puede ascender. 
En las estatuas griegas palpita la energía interna; por eso los griegos creían en el Daimón. La salud es belleza, y ésta es
prometedora. Por eso es bella la vida, y por eso la juventud es bella: porque prometen y ascienden. 
Viaje a pie (1929)
A veces pareciera que Fernando tuvo la capacidad de presentir su futuro. Gonzálezhabla de energía interna. Es notable
encontrar en este fragmento, escrito un par de años antes de viajar a Italia, la relación que hace el escritor con las estatuas
griegas; curiosamente, esas mismas que lo dejarán estupefacto durante sus viajes a Roma, ciudad que mencionará en su viaje a
pie antes de ir a Europa, y las cuales van a ser de profunda inspiración para escribir su Hermafrodita dormido. Estatuas que
conservan la energía de aquel que las produjo, energía y espíritu impregnados en el blanco del mármol, la belleza en el arte más
puro, arte que le enseña al hombre cómo debe ser al desnudo. De allí, entender que si lo bello es lo que se quiere poseer, lo
deseable es lo que se quiere fecundar, como González a las Venus o al efebo dormido, el hijo de Hermes y Afrodita, al que
provoca hincar las uñas en sus muslos. La juventud en la piedra, en su artífice y en lo que transmite, belleza pura, belleza que
incita a tenerla. Simplemente, en palabras del cónsul, bello, aunque puede ser un término relacionado con un ego determinado
que propicia vitalidad, algo subjetivo, es lo que produce en el hombre una incitación a la perfección, ¿qué es el arte sino la
manera como el hombre quiere inmortalizarse?¿cómo no puede ser entonces este una incitación a la perfección? Entonces, si al
hablar de vida se habla al mismo tiempo de muerte, lo contrario a juventud es aquello que va perdiendo su energía, su ánimo y
su ritmo, pues gracias a estos el hombre camina, trabaja y ama. La energía es lo que hace de toda materia algo prometedor, algo
que quiere ascender; si las estatuas de la Grecia antigua contienen y contedrán esa vitalidad energética, al pueblo sacerdotal
colombiano le queda muy poca, pueblo que ama al cuerpo humano pero en la oscuridad, amor de facto, pueblo que lo
enloquece el desnudo y que de vulgar tiene mucho y de sensual muy poco; pueblo que su ánimo ya disminuyó junto con sus
niveles de tolerancia y amor. Pueblo que, como el sacerdote, no comprende el cultivo del cuerpo del hombre. Nos sobra la
vergüenza. 
Es solo ver las ideas de la Colombia del siglo XX (y del XXI también), ideas que no quieren dejar que progresemos
intelectualmente ni energéticamente, ideas que están sumisas ante el dinero, el rey de papel en estos siglos, que para Fernando,
eran y son, siglos del hombre que hace fortuna. Por eso, su desesperada aclamación: 
Venid vosotras ¡oh, ideas de juventud y de vida, a alegrar a los abandonados de la alegría de sentirse tibios, pletóricos
jugo sagrado del árbol prohibido!
¡Venid, jóvenes ideas, retozonas como muchaschas de falda corta!
Viaje a pie (1929)
Para González, existen tantas bellezas como tipos de hombre. Hay belleza objetiva, la cual contiene, en sus objetos y actos,
ciertas cualidades de determinada época que hacen que el hombre la llame belleza (pagana, cristiana, bárbara, atrasada,
normal, perversa), y otra que parte desde el sujeto, belleza subjetiva, los fenómenos dentro del hombre que causa la
contemplación de ciertos objetos y actos; esta resulta muy cercana al pensamiento kantiano, el cual argumenta que es el sujeto
quien construye el objeto, quien constituye la realidad. 
La belleza oficial de una época es el conjunto de cualidades que deben reunir los objetos
o actos para que el hombre medio, experimente las emociones estéticas.
El remordimiento (1935)
Hay temas permanentes en los textos de González, no repetitivos de forma mecánica, sino perpetuados con toda honestidad y
con la única aspiración a que, quienes lean sus escritos, se conmuevan y asimilen eso que él quiere decirles, como un maestro
desde el papel. Es notoria, por ejemplo, la preocupación y el amor de Fernando González por la juventud; eso está claro si se
retoma lo dicho anteriormente. Pero no solo el amor hacia las muchachas jóvenes, las cuales le sirvieron mucho para aprender
de sí mismo, sino hacia la juventud en general, la juventud a la que le hace tanta falta, según él, quien la dirija. 
El Remordimiento, es un texto que en palabras de González, le costó grandes dolores parirlo. ¿Y cómo no, si es un escrito hecho
desde el sentimiento vivo y la virtud y no desde la razón? ¿un texto escrito producto de la honestidad consigo mismo? Porque
ser honesto no es fácil, por eso hay tanto ladrón en grandes puestos gubernamentales. 
A la juventud suramericana dedica gran parte de su obra. La finalidad de escribir lo ocurrido en Marsella con mademoisille Toní y
los fenómenos morales que con ello nacen, no es otra cosa que dar la muchacha a los lectores y así sacar eso que lo remuerde,
una confesión a la juventud que sepa leer su mensaje, que entiendan la lección, que sepan cómo desnudarla y que no
confundan con mera pornografía el asunto. Juventud tan preciada para monsieur González, pues es esta la que toca sus más
finas fibras, a la que quiere hablar cuando dice aquello de contenerse, de dominarse a sí mismo para trascender. Y son estos, sus
jóvenes, quienes poseen la búsqueda más sincera de libertad, sus guerreros que siempre tendrán la libertad como ideal; aquel
que tiene la capacidad de sacrificio. Todo en él no es más que belleza, porque si es cierto eso que bello es lo que promete, lo
que emana vida desde el interior -como el fino marmol esculpido, que solo busca producir el embellecimiento del género
humano- qué más promesa que la juventud guerrera y sencilla. Ser guerreros, como buscó día a día dentro de sí, Fernando. 
Juventud sinónimo de aspiración, capacidad de crear mundo, de crear fantasía y delirio producto de esa vigorosa energía que
conlleva dentro de sí. La misma que ocasionó en Fernando ese remordimiento del que quiere deshacerse y el deseo de fecundar
las piezas en mármol. De un lado la institutriz Toní, ese poderoso animal con sus calzoncitos y su olor a celo como el de la gata
Salomé. Del otro, cuerpos en mármol que incitan al pecado, cuerpos tallados que eyaculan energía, que jamás envejecerán, que
con sus piezas mutiladas –penes truncos, venus mancas- producto del terrible triunfo cristiano, aumentan la impresión que
causan. Como recuerda Fernando al canciller Francis Bacon, no hay belleza sin cierta desarmonía en la proporción de las formas.
Es joven lo que se regenera, el hombre puede regenerarse o gastar la energía formando otro ser. La vejez es la disminución de
de la sinergia, y es notoria su aparición cuando el miedo a la muerte nos hace alejarnos de dicha regeneración. La búsqueda de
la belleza se debe llevar con todos los órganos actuando conjuntamente, con la sinergia al tope. Todos vivimos en busca de la
belleza desde que aprendemos a tomar consciencia. 
La belleza es lo que buscamos todos, aun el perverso y la ramera; todos vamos en
busca de la belleza, por caminos torcidos; en el más atroz delito, a ella se persigue.
El hombre es siempre atraído por ella, centro de gravedad.
(pensamientos genoveses, Los negroides, 1936)
“En el arte hay consagración de tiempo. Es un elemento psíquico de la belleza, la antigüedad”, escribe tras conocer la obra El
galo suicida (Gálata Ludovisi), pieza que conmemora el triunfo del rey Atalo I sobre los celtas, la cual hace parte de la famosa
Escuela de Pérgamo. Existe consagración del tiempo porque el mármol de la obra tiene recuerdos de la tierra seca donde estaba
enterrado, conlleva la energía terrenal; la belleza es lo que vive, lo que contiene vitalidad, voluntad, lo que hace que el hombre
se sacuda y empiece a desear, como estas obras que son capaces de sugerir más y mejor que desde otras artes, el cambio de
color con el tiempo, pues no son de un blanco cegador, hace aparecer un sentimiento casi semejante al que nace cuando se ve
una mujer que, como tales obras, sabe sugerir. Lo único que queda es dominarse a sí mismo, contenerse, ser guerrero. 
El cuerpo de la mujer de Ostia estaba moreno de aceite de coco y de sol, color excelente, 
color de Efebo del Subiaco, de mármoles enterrados.
 
(El hermafrodita dormido, 1933)
Fernando González seconvenció que hay tanta belleza en lo que promete, que por ello dedica tantos mensajes a la juventud.
Como dice su sobrino, Daniel Restrepo, “Fernando les enseñó a los jóvenes a ser auténticos, a ser egoentes, a rebosar
autoestima. Fernando les enseñó a los jóvenes que la verdadera maduración se hace desde las vivencias, y no desde los
conceptos10”. 
Las visitas de Fernando a los museos de Roma y las obras a gran escala construidas en las calles de la capital italiana, como Las
náyades de Mario Rutelli, fueron las que hicieron en él contrapeso al ver un país embriagado con el nacionalismo en exceso,
nacionalismo como parte de la ideología facista protagonizada por El duce, Mussolini. Este que, junto con algunos miembros del
gobierno colombiano por entonces, decidieron destituir a Fernando del cargo y enviarlo a Francia. Solo seis meses para
deleitarse con el arte renacentista y las obras griegas y romanas. Seis meses para dar a luz a un libro que, personalidades del
país como Pedro Nel Gómez, Tomás Carrasquilla, entre otros, van a elogiarlo y dar fe de la maravillosa crítica al arte que escribió
nuestro cónsul en sus días por la Italia de antes de la segunda guerra mundial. La manera como la estética solo puede apreciarse
donde existe vitalidad, incluso si el contexto guerrerista va en contravía con el arte elaborado siglos y siglos atrás. 
Miguel Ángel será un salvavidas para Fernando en sus momentos de contradicción y melancolía, no solo las pinturas y las obras
en mármol, en sus poemas hallará Fernando tanta belleza que la alegría tendrá como lenguaje lágrimas. Será este maestro del
arte, y esa obra que rememora la metamorfosis, la unificación en la creación humana de la belleza del hombre y la mujer, la
unión de la ninfa Salmacis con el efebo, el Hermafrodita dormido, lo que pondrá a González a pensar sobre el pecado y la
10 Mensajes de Fernando González a los jóvenes de América. Daniel Restrepo González.
tentación. Mismas manifestaciones anárquicas que llegarán a él, tiempo después, en otro lugar y en circunstancias muy
diferentes, donde la protagonista de dichas revelaciones será la joven Toní. 
Entonces, comprendiendo el paso de la juventud a la vejez, dar por sí que lo bello puede trasformarse en algo que no se desea,
algo que no se regenera, algo feo; es el cambio lo que hace que lo existente vaya mutando. Hasta la estética y la moral son
valores humanos en constante cambio. La insistencia de Heráclito de Éfeso con aquella idea de que vivimos en un mundo
cambiante. No solo con la ayuda del tiempo, también la manera como se manejan los instintos, por eso la contención ha de
servir para seguir siendo jóvenes, para seguir con la regeneración de la energía. Nada está quieto y todos vamos cambiando
constantemente, lo que puede permanecer y lo que debemos de regenerar son las ideas en nosotros, el espíritu y la energía,
que estos se mantengan jóvenes, para eso se debe vivir en modo meditativo, padecer pero meditar como vivía el maestro, y
sobre todo, buscar la belleza dentro de nosotros mismos, dominándonos, conteniéndonos. ¡Qué sensato y profundo mensaje
nos da Fernando González! Sí, se deben satisfacer los instintos para poder conocer lo que el hombre llama remordimiento, sin
satisfacerlos no se puede trascender, no se puede llegar a ser santo, no se podría educar el hombre para después vivir en
contención. Grande es su mensaje porque conoce el actuar del ser humano, se conoce a sí mismo y comprende que no se puede
llegar a la trascendencia de la noche a la mañana, se tiene que errar para así aprender a dominarse. 
En Grecia, la piedra de toque de lo bueno y lo bello era la sinergia orgánica; 
el espíritu, entre ellos, era, por decirlo así, la sonrisa de la carne organizada.
(El remordimiento, 1935)
Es la juventud un estado tan trascendental en la obra y pensamiento del atormentado de Otraparte, que, si uno lee las cartas
escritas por este a su hijo menor, Simón, se da cuenta que esas epístolas van dirigidas también a la juventud colombiana. Todo
lo que escribe a Simón lo hace pensando y sintiendo la juventud del país, lo plasmado con el puño desde el corazón sincero de
un padre que quiere infundir a sus amados jóvenes, valores y métodos para hacer de la patria y, en sobre todo de sí mismos,
personas honestas y libres físicamente, intelectualmente, y en especial, moralmente. 
Tentación y contención
Se debe ir en busca de juventud. González la buscó por las termas de Diocleciano, entre pedazos de mármol y bustos, en la
Venus de Cirene y el Apolo de Belvedere. La buscó en la gata Salomé y en la primavera. La buscó en la carne de Irene, la bailarina
parisina, la romana morena y, particularmente, en la institutriz Toní. Tras contemplar la juventud en cualquiera de sus formas,
se conmueve y se piensa en esa juventud y en la belleza; siguiendo las notas del pensador de Envigado, lo que continúa es
respirar profundamente y decidir vivir casto y contenido, ya que es el deseo el causante del dolor y la única forma de liberarnos
de ese dolor es liberando el deseo, poner en práctica la meditación y el ascetismo. Tal método proviene de los principios
budistas, retomados y analizados en la filosofía de Arthur Schopenhauer, uno de los autores de los que sin duda alguna
Fernando se nutrió. 
Buscar juventud ha de entenderse como un método desde afuera hacia adentro y no al revés, es decir, todo aquello que
produzca belleza en cada uno, que aspire a la perfección, debe ser apetencia a mantener y regenerar nuestra juventud interior.
Belleza en los animales, en los árboles, en el agua, en las hojas de la primavera, en el Ruiz, en las obras de arte, en las mujeres.
Aunque bello es algo que aspire a la perfección, también es aquello que se quiere poseer, entonces nace de allí el deseo, y del
mismo pozo, brota la tentación; en términos de González, la manifestación consciente de una tendencia anárquica 11. Aquello
que se nos presenta en objetos y entes y que es tan mal vista por el cristianismo y su imposición de culpa y pecado en el
hombre.
Manifestación consciente, pues es el sentimiento causado por un instinto que quiere desarrollarse. Tendencia anárquica, ya que
es conducta no aceptada dentro de las ideas morales de una sociedad o de nosotros mismos; diferente de tendencia acorde con
la norma subjetiva y social, la cual se llamaría inspiración o antojo. Para comprender esto último, se debe recalcar que a cada
instinto, el hombre y la sociedad le dan reglamentos respectivos, tales reglamentos, llamados moral social o individual. 
El Santo Tomás de Aquino pintado por Velázquez en 1632, es un claro ejemplo de lo que Fernando González dice cuando se
refiere a la contención para que el espíritu trascienda. Es la tentación aquello que hace que en el hombre se libre una lucha
entre dos motivos, aquel que quiere sucumbir ante el objeto tentador, y aquel que no se quiere dejar inducir.
Independientemente cual sea el motivo vencedor de la contienda, renacerá el remordimiento en el hombre; renacerá, ya que ha
estado presente en todo momento, desde que llega la tentación hasta que se evapora, producto del olvido o del deleite. 
11 El remordimiento, pag 325, 1935.

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