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EMILIO MIRA Y LÓPEZ Doctor en Medicina Ex-Profesor de Psiquiatría en la Universidad de Barcelona Docente libre de Psicoterapia y Psicología Médica de la Universidad de Buenos Aires LA PSIQUIATRÍA EN LA GUERRA ("PSYCHIATRY IN WAR") Editorial Médico-Quirúrgica Buenos Aires 1944 RECONOCIMIENTO El autor queda profundamente agradecido al Dr. John L. Simon Por su inapreciable colaboración en la preparación de este manuscrito Título de la Primera Edición Norteamericana "PSYCHIATRY IN WAR" Versión castellana del inglés por el autor Copyright, 1944 by Editorial Médico Quirúrgica Printed in Argentine PRÓLOGO La Ciencia debe ser más que la simple búsqueda y registro de la verdad; la Psiquiatría debe ser el esfuerzo objetivo, lógico y desinteresado para conseguir la salud mental por medio de conocimientos científicos. El autor, como psiquiatra, se considera un combatiente contra las enfermedades mentales, preocupaciones, sufrimientos y desesperación; su opinión personal es que la Psiquiatría no ha alcanzado aún la realización de todas sus posibilidades y que merece un papel más importante en los problemas vinculados a la guerra actual. Este libro trata de integrar los puntos de vista psicológicos y psiquiátricos acerca de algunos de los problemas más urgentes en el manejo de los hombres en servicio militar, de manera que el mayor peso posible de poder humano pueda apresurar la victoria de la democracia. Un propósito tan ambicioso ha sido solamente posible gracias a la amabilidad del Salmon Memorial Comittee y a la energía de su presidente, Dr. C. Burlingame. Este libro ha sido escrito en una atmósfera de guerra, mientras el autor viajaba miles de millas por el continente americano. Estas circunstancias pueden servir para explicar la pobreza de datos concretos y de referencias que solamente hubiese podido alcanzar en la paz de su perdida biblioteca. SUMARIO Capítulo I . El psiquiatra y la guerra El significado de la guerra. Interpretación psicológica y psiquiátrica del fenómeno de la guerra. Aspectos sociales y biológicos. La concepción humanista. Fines de la psiquiatría en la guerra. Ajuste de la población a la guerra. La higiene mental en la guerra, Influencias remotas e inmediatas de la guerra sobre la vida. La ley del todo o nada. Disociación del ser y la apariencia. Efectos remotos de la guerra. Capítulo II. El miedo y su significado Psicogénesis del miedo. Terribles situaciones durante la guerra española. Niveles evolutivos del miedo. Factores fobigénicos. Factores tranquilizantes. Reglas para prevenir el miedo incontrolado. Psicoterapia del miedo. Técnicas de recondicionalización en las fobias bélicas. Capítulo III. Cólera o rabia La reacción colérica y su origen. Amalgamas de miedo y cólera.. Factores determinantes de la agresividad y del poder combativo. Cólera y agresividad. Rabia y elación.. Efectos deletéreos de la envidia, los celos, el resentimiento y la venganza. Delirios persecutorios derivados del desplazamiento colérico. Capítulo IV. La Psiquiatría en el ejército nazi. Medios de selección psiquiátrica en el ejército. Principios generales de la selección personal en Alemania. La selección de oficiales. Redacción del informe caractereológico. Notas acerca de la selección alemana de aviadores. Capítulo V. La Psiquiatría en el ejército español republicano Instrucciones para la aplicación de las causas de inutilidad en el ejército español republicano. El cuestionario psiquiátrico para despistar a los neuróticos potenciales; selección de nuevos reclutas.. Reajuste de los hombres ya enrolados. Integración de los criterios psicotécnico y psiquiátrico para la selección de hombres para cargos especiales. Organización general de los servicios de Psiquiatría y de Higiene Mental en el ejército español republicano. Incidencia de las psicosis endógenas. Observaciones especiales en la epilepsia. Personalidades y reacciones psicopáticas. Reacciones de automutilación. Capítulo VI. Transtornos especiales Las reacciones psiconeuróticas. Las organoneurosis. Alteraciones psicomotrices. Tratamiento de las alteraciones psicomotrices. Alteraciones neuróticas sensoriales y perceptivas. Reglas generales de terapia psicosomática. Neurosis traumáticas. Amnesia traumática. Aprosexia. Fugas. Estados fóbicos. Psicosis tóxicas e infecciosas. Psicosis sintomáticas. Diagnóstico diferencial de los estados depresivos Capítulo VII. Recuperación y Readaptación Recuperación y reajuste de los casos curados mentalmente. Centros de recuperación y readiestramiento en el ejército español republicano. Porcentajes de incidencia y recuperación de bajas mentales en el ejército y población civil de España republicana durante su reciente guerra. Delincuentes, remisos, lisiados e inválidos. Capítulo VIII. Moral Concepción experimental de la conducta moral. Fines de la moral de guerra. Como integrar la moral. Persuasión, sugestión y coerción. Evaluación de la moral combativa en soldados y civiles. Índices de moral. Evaluación de la capacidad combativa individual. El axistereómetro. Resultados con los aviadores. El principio de la psicomioquinesis. Capítulo IX. Higiene Mental Higiene mental en época de guerra. El criterio psicosomático. Colaboración del psiquiatra con las autoridades civiles y militares Importancia de un buen compañerismo en el ejército. Vademécum de higiene mental del ejército español republicano. Puntos de vista germanos y soviéticos. Unas palabras sobre el mundo de la postguerra. Apéndice. Técnica e interpretación del Psicodiagnóstico Miokinético Objeto del Psicodiagnóstico Miokinético. Técnica actual a) material b) instrucciones previas. c) técnica propiamente dicha d) datos a considerar en el PMK. Resultados normales y patológicos. Colofón. Bibliografía. ILUSTRACIONES El axistereómetro Gráficos estreométricos (esfereogramas) P.M.K.: Lineograma de un adulto seleccionado (supernormal) : Figura 3(a) Figura 3(b) Figura 3(c) Figura 3(d) El orden de obtención es este: a) cadena egocífuga y egocípeta de la mano derecha; b) idem de mano izquierda; e)cadena ascendente y descendente de mano derecha; d) idem de mano izquierda. Figura 3(e) Figura 3(f) P.M.K.: Lineogramas en un caso de depresión endógena Figura 4 P.M.K.: lineogramas en un caso de depresión reactiva Figura 5 P.M.K.: Lineogramas en un caso de esquizofrenia antiguo Figura 6(a) Figura 6(b) Figura 6(c) Figura 6(d) Figura 6(e) CAPITULO I EL PSIQUIATRA Y LA GUERRA El significado de la guerra. La guerra, según la Enciclopedia Británica, "es una lucha entre sociedades humanas - primitivamente entre tribus salvajes; en el mundo civilizado, entre naciones -". Su explicación involucra el análisis de los términos de su definición y requiere la ayuda de ciencias que tratan de sus diversos elementos: de la Biología, para explicar la lucha; de la Sociología, para explicar el Estado, y de las Ciencias Históricas, para trazar la evolución, en conexión con la del Estado, de las fuerzas armadas y de las diversas formas de su empleo. No es de extrañar que la palabra psicología y sus derivados no estén siquiera mencionados en la definición precedente. La enorme influencia de los factores psicológicos en los motivos, incidencias y resultados de la guerra sólo ha sido bien reconocida últimamente. En una época tan reciente como la Guerra Mundial N° 1, se creía que las fuerzas combatientes estaban simplemente ocupadas en una contienda física o mecánica; cuando los factores psicológicos eran aceptados se les incluía en la estrategia militar, exclusiva propiedad del Estado Mayor. De acuerdo con este punto de vista, el conocimiento técnico, más una determinada cantidad de hombres y materiales, conduciría automáticamente a la victoria o a la derrota, según los valores correspondientes del enemigo. No hace tanto tiempo que Napoleón dijo: "Dios está del bando que tiene mejor artillería". Pero las condiciones presentes difierengrandemente de las del tiempo de Napoleón. Entonces, soldados semiprofesionales luchaban sin importarles los asuntos de aquellos por quienes luchaban; muchos ciudadanos permanecían totalmente indiferentes y alejados de los detalles del conflicto. Tan separado estaba el pueblo del combate que la moral civil se puede decir que no existía. Hoy, las guerras son de vital e inmediato interés para todo el pueblo de una nación en lucha; se han transformado en un total y global acontecimiento. La lucha ya no está confinada a la línea de fuego, sino que se extiende a todos los sectores de la vida; ya no es sostenida por mercenarios profesionales, sino por todos los ciudadanos. Además de los combatientes, hay legiones de espías, agentes secretos, guerrilleros, quintacolumnistas, etc., que emplean invisibles y sutiles armas psicológicas. Por consiguiente, ya no es posible ocultar el papel de la Psicología. Por el contrario, ésta se ha tornado tan importante que en varios de los países beligerantes hay ministerios especiales dedicados a ello, los llamados ministerios de propaganda o información, a los que sería más apropiado denominar ministerios de guerra psicológica. Una vez que estamos conformes respecto a las ventajas de aplicar conceptos psicológicos a la administración de la organización militar, ¿cuál es el papel que desempeñarán los psiquiatras? Aunque parezca raro, a pesar de que éstos fueron los primeros en llegar, los psicólogos están ahora de moda, en tanto los psiquiatras permanecen indecisos respecto a su propia función. Fue ampliamente probado por la Guerra Mundial Nº 1, que los psiquiatras deberían empezar una campaña de Higiene Mental tan pronto como la guerra se declarase, para prevenir desórdenes mentales, desadaptaciones, delincuencia y otros contratiempos. Uno puede apropiadamente preguntarse si están cumpliendo ahora plenamente su tarea. No creo que ésta haya sido totalmente valorada. Los líderes militares consideran que el hombre (soldado) medio es normal y, por lo tanto, pertenece a la esfera de la psicología normal. Aun suponiendo esto, olvidan que este hombre va a ser sumergido en situaciones anormales a través de toda la guerra, para las cuales sus formas habituales de reacción son inadecuadas. Hasta podríamos afirmar que en la medida en que una guerra es más sangrienta y fieramente conducida, se vuelve más normal conducirse anormalmente. Volveremos a este punto más tarde. Todo hombre tiene ciertas posibilidades para desenvolver reacciones anormales, que serían consideradas patológicas en tiempos de paz. Uno de los mejores jefes del Ejército Republicano Español, me dijo una vez: "Creo que durante la guerra todo el mundo está trastornado, nervioso y quizás levemente loco. No es extraño, entonces, que usted no encuentre un creciente número de locos. Simplemente carece de un fondo apropiado para establecer la comparación". La tarea que debe ejecutar el psiquiatra durante la guerra aumenta en importancia más bien que disminuye. No es posible establecer lindes artificiales entre los deberes del psicólogo y del psiquiatra. Cada uno necesita del otro y debe trabajar con espíritu de cooperación. Considerándome tanto lo uno como lo otro, nunca me pregunté cuál de los dos sería más indicado para resolver un problema determinado. E1 trabajo en equipo se muestra eficiente para tratar con las enfermedades desde un punto de vista psicosomático; ¿por qué deberíamos renunciar a él en el trato de asuntos tan complicados como selección de reclutas, mantenimiento de la moral, etc. ? Aun cuando el psicólogo está bien equipado para medir las aptitudes específicas, el psiquiatra está mucho mejor preparado para calcular la resistencia de un sujeto a un determinado esfuerzo. Más aún, prevenir y evitar una temprana fatiga en un jefe sobrecargado de trabajo es mucho más importante que hacer una regular clasificación de cien reclutas. Interpretación psicológica y psiquiátrica del fenómeno de la guerra. El primer paso para captar el significado psíquico de la guerra fue efectuado por un gran hombre, quien, no sabiendo si denominarse psicólogo o psiquiatra, inventó un nuevo nombre: psicoanalista. El psicoanálisis puede servir muy bien de puente para unir la brecha existente entre la psicología y la psiquiatría. Según Freud, la guerra puede ser considerada como "una especie de neurosis colectiva" o como "una tentativa para descargar periódicamente el exceso de impulsos libidinosos reprimidos". Ambas interpretaciones presuponen que la represión tiene un doble significado, puesto que es al mismo tiempo fuente y efecto de la civilización. Freud afirma textualmente "la conciencia es el resultado del renunciamiento intelectual". A su vez, sin embargo, la conciencia pide nuevas renunciaciones, y así se forma un círculo vicioso que conduce a la Humanidad más bien a sufrir que a aprovechar su cultura y civilización. Freud escribe con pesimismo que nuestra llamada civilización es la culpable de una gran parte de nuestra miseria y que seríamos mucho más felices si pudiéramos volver a las condiciones primitivas. Junto a los puntos de vista de Freud - que no intento discutir -, es interesante recordar que hace más de dos mil años Plotinus dijo: "E1 amor insatisfecho se trueca en rabia". Ambos autores coincidirían en afirmar que la guerra no significa la ausencia, sino más bien la privación del amor. El punto de vista no es, pues, tan malo como parece. Para el psicólogo práctico, la guerra es un período durante el cual la vida humana es completamente revolucionada. Las relaciones morales, legales, económicas, sociales y hasta materiales son alteradas de acuerdo con las nuevas necesidades. Hábitos, afectos y credos son rotos. Durante la guerra la gente debe repetir el proceso de su aprendizaje infantil respecto a los ajustes básicos de la vida. ¿Quiénes están mejor preparados para guiar en esta emergencia sino aquellos que más saben sobre el mecanismo del aprendizaje humano? A los alumnos les falta la plasticidad mental de la infancia: son de diversas edades, niveles culturales y a menudo no desean ser enseñados. Se deben esperar resistencia, dificultades y fracasos; por eso el Gobierno ha de buscar los maestros más eficientes y los métodos más didácticos para el nuevo arte de vivir la guerra. El cambio se torna más difícil en los países democráticos, especialmente en aquellos cuyo nivel de vida es elevado y confortable. La necesidad y la desesperación, según una antigua ley psicológica, impulsan al pueblo a luchar; la autosatisfacción, el "confort" y el lujo lo hacen conservador y pacífico. Esto puede explicar por qué Francia y Holanda fueron mucho más rápidamente vencidas que Grecia y Yugoslavia. Esta ley también aclara por qué las masas de los países del Eje, que han vivido bajo circunstancias adversas durante muchos años, se adaptan tan rápidamente a las condiciones de guerra. El psiquiatra, por otra parte, se dedica preferentemente al estudio de las relaciones patológicas humanas, individuales y colectivas. Considera la guerra como una reacción colectiva anormal que conduce a la substitución de las formas sociales avanzadas de conducta por otras más primitivas. Todo el progreso de la mente humana ha sido obtenido subordinando la fuerza a la razón, la opresión a la libertad, el instinto a la ética. Nadie se puede sentir libre hasta que adquiere el control de sus deseos corporales; a través de toda la historia humana, el Derecho de la Fuerza ha sido lentamente reemplazado por la Fuerza del Derecho. En la guerra, la violencia, la fuerza mecánica y hasta la brutalidad, prevalecen sobre la persuasión y la razón. Lo mismo ocurre en la locura. Como consecuencia, los psiquiatras, si fueran simples observadores profesionales, contemplarían la guerra como una psicosis nacional que afecta la mente colectiva. Entonces podrían sentarse y observar con calma ambos bandos beligerantes, o hasta podrían trasladarse de un lado a otro, paracomparar mejor las reacciones de los grupos opuestos, adquiriendo así datos más valiosos. Sin embargo, los psiquiatras no son solamente observadores curiosos, sino más bien ciudadanos que deben cumplir una tarea más fundamental. Como médicos, su obligación es aliviar los sufrimientos. Puesto que la guerra trae consigo tantas penalidades, han de reprimir sus deseos investigadores y dedicarse a obtener propósitos más concretos, que discutiremos en las páginas siguientes. Aspectos sociales y biológicos Los biólogos ofrecen una explicación muy sencilla de la guerra; para ellos ésta es simplemente un caso particular - muy lamentable por cierto - de la lucha por la existencia, tan antigua y difundida como la vida misma. De acuerdo con el punto de vista de Lamarck, el animal fuerte sobrevive y el débil perece. Pero esta ley es solamente cierta mientras tratamos con organismos faltos de inteligencia. Nicolai, en su libro sobre la biología de la guerra, niega su validez en el hombre. En aquel remoto día en que el joven y fuerte guerrero cayó de rodillas ante el mago débil y anciano, el hombre se convirtió en algo más que un simple organismo natural: había descubierto el reino de los valores. Desde un enfoque realista, la guerra, en las condiciones presentes, significa la supervivencia de los débiles - que son excluidos del servicio militar -, no de los fuertes. Por esto, cuando Hitler acude a la biología para justificar su afirmación de que la guerra es un fin humano natural, prueba estar equivocado una vez más. Sin embargo, no debemos olvidar que el hombre es también un animal natural, que todavía conserva signos de su fiera y cruel ascendencia; no es por casualidad que tenemos dientes caninos. Por eso los biólogos pueden contribuir con sugestiones para garantizar las fuentes físicas y fisiológicas de energía. La guerra española probó que si se olvida esto hasta la mejor moral de guerra puede fallar; por eso los alimentos son sujetos a bloqueo. Aquí, sin embargo, no es éste un problema que nos afecte y deseamos simplemente remarcar la insuficiencia de todos los intentos biológicos para explicar la guerra desde un punto de vista puramente naturalista. La misma inaptitud caracteriza todos los esfuerzos realizados por los sociólogos para dar explicaciones religiosas, económicas o políticas de ella. Puesto que se trata de un fenómeno humano, no puede ser bien comprendido, a menos que tomemos en cuenta todos los factores complejos que integran la vida humana. Los sociólogos siguen ocupados discutiendo cuál de las diferentes teorías de organización política y social puede explicar mejor, y si es posible prevenir, las guerras. Deseo que la sociología aumente su prestigio en un futuro próximo, pero creo que esto sucederá en la medida que se infiltren en ella la psicología y la psiquiatría. La concepción humanista. Vamos a efectuar, finalmente, una síntesis. El hombre ha sido descrito como "una perpetua oscilante e inestable síntesis de antinomias". Su vida es la expresión de fuerzas en conflicto y su conducta el inevitable resultado. En el hombre, siempre hay algo más que una lucha por la vida; hay también una lucha dentro de su vida. Los seres humanos no están simplemente en conflicto con sus congéneres; están también en conflicto con ellos mismos. La guerra es un modo de conducta que altera, en cada individuo, la proporción relativa de los problemas alternos y externos; por esto, durante ella, algunas personas cambian para mejorar y otras para empeorar. La característica general más importante de la guerra consiste en privar al hombre de sus dimensiones espirituales y trascendentales, y en limitarlo a la vida natural más simple y salvaje, en la que el único fin es asegurar la supervivencia. La guerra significaría solamente un daño para la Humanidad si no tuviera como finalidad una mejora en el estado de vida. Los dirigentes de las naciones beligerantes, por tanto, se ven forzados a prometer grandes cambios culturales, económicos y sociales como premió a la victoria. La gente quiere saber no solamente contra qué están luchando, sino para qué luchan. "Desde el punto de vista humano la guerra es un acontecimiento crucial y nuclear en la historia de la humanidad; un suceso del cual depende el destino de pueblos y naciones durante siglos y del que emergen cambios progresivos o regresivos. La forma de vida anterior a ella nunca puede ser restaurada". Fines de la psiquiatría en la guerra. La psiquiatría debe desenvolver su máxima eficiencia para alcanzar el mejor ajuste de los recursos humanos con el mínimo sufrimiento, tanto en la zona de guerra como en la retaguardia. Varias opiniones han sido expresadas recientemente respecto a los fines concretos de este deber. El profesor Overholser en los EE. UU., el profesor Moreno en México y el profesor Pacheco e Silva en Brasil, los han descrito. Creo conveniente discutir tales fines con cierto detalle, puesto que no existe un acuerdo completo acerca de sus límites. La mayor parte de los objetivos de la psiquiatría en la guerra deben lograrse por el trabajo en equipo, de parte de los psiquiatras y otros profesionales, tales como los psicólogos, psicoanalistas, sociólogos, jefes militares, etc. La supresión de interferencias e imbricaciones debe ser cuidadosamente considerada por cada una de estas categorías para obtener los máximos beneficios. Las principales tareas que deben ser ejecutadas son: I. - Ajuste de la población al esfuerzo de guerra, de acuerdo con su capacidad y su energía mental. II.- Profilaxis mental de la población militar y civil durante la guerra para mantener sus miembros adaptados a sus trabajos y para prevenir la depresión mental. III.- Cuidado apropiado de aquellos individuos o grupos que se tornen mentalmente enfermos o exhaustos a pesar de las medidas preventivas. IV.- Reajuste continuo de convalecientes mentales para prevenir recaídas. V. - Mantenimiento de una alta moral de guerra. Veamos cómo estas diferentes metas pueden ser logradas y cuál es el papel apropiado del psiquiatra en este logro. I. Ajuste de la población a la guerra. Este propósito es tan ambicioso que no puede ser alcanzado sin un plan perfecto y sin la integración del trabajo de todos los expertos responsables de él. Un previo análisis de requerimientos y necesidades debería ser efectuado para ajustar los recursos humanos a las situaciones de emergencia. Sin embargo, este análisis es imposible sin una información exacta de los recursos e intenciones del enemigo. Penetrar en tal laberinto está más allá del objeto de este libro. Nos limitaremos, pues, a estudiar el problema de selección de personal militar y civil. La frase "the right man in the right place" es, quizás, más aplicable en tiempo de guerra que en tiempo de paz. No puede haber ninguna duda de que los psicólogos deben proveer las bases para una designación adecuada de los individuos en todos los niveles de la maquinaria bélica. Pero los psiquiatras también tienen algo que decir en esta ocasión. No deben esperar a que los llamen para dar su consejo. Su función no debe ser concebida como la puramente negativa de determinar quién no debe emprender un determinado trabajo de guerra. Por su experiencia en tratar a los hombres desde un punto de vista global y por su particular conocimiento de la tipología y caracterología, los psiquiatras están mejor preparados para determinar la capacidad de acción de un determinado sujeto y predecir su rendimiento y eficiencia bajo condiciones anormales de esfuerzo. Por otra parte, no hay línea divisoria entre la reactividad normal y la anormal de un sujeto determinado. Todo el mundo tiene en su interior ambas potencialidades. Es un asunto de umbral, más bien que de calidad o esencia, lo que determina la conducta apropiada o inapropiada del individuo. Por lo tanto, debería existir una íntima colaboración entre el psicólogo y el psiquiatra; ésta permitiría hacer mejores pronósticos quesi ambos trabajasen separados. El primero podría medir las capacidades, aptitudes y habilidades vocacionales del sujeto; el segundo podría medir su poder para usarlas. Entonces, el problema del desajuste psicopático -a pesar de los cuidadosos "tests" psicológicos- no tomaría incremento, pues no solamente sería posible para los expertos designar el empleo más apropiado para cada individuo, sino también determinar cuándo, dónde y durante cuánto tiempo estará capacitado para desempeñarlo. Los psicólogos se hallan interesados en los rasgos comunes y superficiales de la mente; más bien que en tratar con los fatigosos problemas de las relaciones psicobiosociales bajo las condiciones opresivas de vida, se ocupan en ordenar los valores relativos de los instrumentos mentales. Los psiquiatras, en cambio, están más interesados en la valoración práctica e inmediata de la eficiencia individual, cuando una influencia injuriosa o nociva, heredada o adquirida, perturba la integración del equipo de hábitos mentales. Las posibilidades de compensación, sobrecompensación, desplazamiento, transferencia, inhibición temporal, cte., de los moldes de reacción deben ser cuidadosamente consideradas en el pronóstico. Resumiendo: favorecemos la adición, más bien que la substracción de esfuerzo. No se trata de cómo los psicólogos, autoridades de clasificación y psiquiatras deberían colaborar: deben colaborar a menos que se quiera perder tiempo y trabajo en el proceso selectivo. II. La higiene mental en la guerra. La higiene mental es otro objetivo para el cual los. "oficiales de moral" (Moral Officers), los psicólogos y psiquiatras, deben unirse y trabajar asociados. Aquí los últimos desempeñan el papel más importante. Nada puede afectar más adversamente el ánimo colectivo que la visión de gente enloquecida por la guerra. Aunque parezca raro, el promedio de los civiles o soldados soporta mejor la noticia de que uno de sus amigos ha sido herido o muerto que la de que ha sido internado en un hospital mental. Un hombre teme más perder su razón que su cuerpo o hasta su vida; cualquier baja mental posee, especialmente en tiempo de guerra, un poder psíquico desmoralizador. Pero los peores resultados ocurren cuando una persona desequilibrada no es reconocida y sus delirios son aceptados por su grupo. A causa de la creciente sugestionabilidad de la mayoría, tales personas semilocas son quizás más peligrosas que el verdadero psicótico y pueden ser usadas con gran éxito por los quintacolumnistas. De ahí que sea tan importante controlar y observar periódicamente no sólo a las personalidades psicopáticas previamente determinadas, sino también aquellas que no han sido reconocidas como tales. Esta es la tarea que debe desempeñar el servicio de Higiene Mental, tanto en el frente como en la retaguardia. Creemos que nadie negará el tercer objetivo de la psiquiatría en la guerra: el cuidado de bajas mentales - tanto como en la paz -. El tratamiento, sin embargo, es algo diferente del usado en épocas de normalidad; en un país pacífico no se observan epidemias de neurosis, estados colectivos paranoides, etc., tales como los que a veces se presentan en la guerra. En el cuarto fin - reajuste y colocación de los pacientes mentales curados - encontramos de nuevo la necesidad del trabajo en equipo con psicotécnicos y oficiales encargados de centros de recuperación. Los psiquiatras deben ayudar calculando la probabilidad de recaída y sugeriendo la atmósfera psicológica más apropiada para tales pacientes. Aun más importante, quizás, es la contribución de los psiquiatras para la obtención del quinto fin: el mantenimiento de la moral de guerra. Antes de que lleguemos a su análisis concreto, sin embargo, debemos tener un bosquejo de los rasgos más prominentes que caracterizan la vida en tiempo de guerra, desde el punto de vista de la psicología dinámica. III. Influencias remotas e inmediatas de la guerra sobre la vida. Hay muchas clases de guerras, así como son muy distintas las gentes involucradas en ellas. Las diferencias de origen, raza, cultura, temperamento, inteligencia, posición económica y social son las responsables de las distintas actitudes. Presentaremos lo que debe ser, más bien, una perspectiva abstracta y formal del campo, puesto que no se puede negar que, una vez juntos, el pobre no reaccionará como el rico, el joven y sano como el viejo y enfermo, ni el afortunado como el desgraciado. No obstante, para cada ciudadano, la guerra implica un cambio de deberes y derechos, una dislocación de propósitos y una ruptura de hábitos, afectos y creencias. Por eso trataremos de describir algunas de las diferencias más importantes de las formas de vida en tiempos de guerra y de paz. En términos generales, en tiempo de paz, las relaciones interpersonales se desenvuelven en un ambiente de confianza, amabilidad y amistad, mientras en tiempo de guerra están impregnadas de desconfianza y dureza. En tiempo de paz un hombre está raramente enfadado y, todavía menos, en estado de temor; pero en tiempo de guerra es un lujo estar tranquilo y de buen humor. La existencia en esos tiempos presupone una regresión psicológica hacia las condiciones primitivas de la vida emotiva que prevalecieron durante la primera infancia, cuando las actitudes negativas, de temor y rabia, predominaban sobre las positivas de simpatía y amor. Este retroceso proviene principalmente del hecho de que la guerra no se limita a privar al individuo de su "confort" y diversiones usuales, sino que rompe con el pasado y requiere la rápida creación de nuevos hábitos. A1 mismo tiempo, coloca al sujeto cara a cara con lo desconocido, impidiéndole hacer planes para el futuro. Nadie sabe, al levantarse por la mañana, qué le sucederá antes del anochecer: puede verse privado de su libertad o de sus propiedades, transferido a otra ciudad, herido, muerto, o hasta imposibilitado de dormir en la misma cama que la noche anterior. A pesar de la incertidumbre -el factor más temible y depresivo- debe continuar con su trabajo como si el peligro no existiese, y, aún más: debe aparecer entusiasta acerca del futuro, sonriente y ocultando sus dudas y temores. La gente está, de esa manera, sumergida en un presente peligroso, difícil, molesto, incierto y complicado; nuevas conquistas y, lo que es peor, privada de libertad e iniciativa personal. Puesto que en la guerra todo lo que no está prohibido tiende a ser obligatorio, hay una absorción progresiva del individuo por la máquina bélica. No es, pues, extraño que el creciente gasto de energía mental coloque al ciudadano medio en un estado de nerviosidad y lo impulse a actuar con dureza, perdiendo así su espontánea afabilidad. La pérdida de la libertad personal es, naturalmente, más marcada en los soldados, puesto que están ligados (soldados) a sus respectivas unidades del ejército. La ley del todo o nada. A causa del súbito cambio del marco ambiental de referencia y de la dislocación de los soportes, básicos y aparentes de su actividad mental, cada individuo especula considerablemente, en el comienzo de su nueva vida, sólo para alcanzar la misma incertidumbre acerca de su futuro. Finalmente, cesa de intentarlo y se abandona a la forma de vida espontánea, natural e irracional (afectiva) que prevalecía durante las fases primitivas de la evolución humana. 0 bien obedece las órdenes dócilmente, sin tratar de absorberlas; o, por el contrario, lucha con rebeldía contra su acorralamiento. La gente que vive bajo las condiciones de guerra está así expuesta a abruptos choques emocionales y se torna, como consecuencia, más sugestionable. Es imposible predecir su conducta; obedece la ley del todo o nada que caracteriza las formas más simples de vida; el organismo, o bien permanece insensible y no afectado por el estímulo, o reacciona en la forma más enérgica. Uno de los problemas más difíciles se presenta. Los encargados de la instrucción de los nuevos reclutas encuentran al tipo medio,o bien apático e inhibido o bien excitado y nervioso. Puesto que estos hombres sufren un aumento de tono emocional, se crean fuertes pulsiones que restringen su pensamiento. Es bien sabido que los estados emocionales tiñen con su tono de sentimiento peculiar todos los niveles de las actividades intelectuales del individuo, durante un largo período. Cuando éste está asustado, sus pensamientos son medrosos; no importa lo que piense, sus conclusiones serán siempre pesimistas. La escuela de Pavlov explica este hecho diciendo que las emociones básicas, por hallarse conectadas ancestralmente con situaciones de vida o muerte, tienen el máximo poder de irradiación sobre el cerebro, y así excluyen la posibilidad de un cambio voluntario, mediante el discernimiento. Para los fines militares es prudente averiguar los temores individuales específicos, odios y afectos de cada soldado. Los soldados deben obtener un completo dominio de sus emociones básicas. Deben albergar odio contra el enemigo pero no contra sus superiores; evitar cuidadosamente ciertos peligros y despreciar otros; sentir amistad y cordialidad hacia sus compañeros al mismo tiempo que estar alerta para denunciarlos en caso de traición. Lo que es peor, deben estar prontos para obedecer ciegamente las más extravagantes órdenes de sus superiores y, al mismo tiempo, poseer iniciativa, determinación y espíritu de razonamiento. Por ello, uno de los más prominentes soldados españoles republicanos resumió así la situación: "los oficiales deben estar locos. Nos ordenan comportarnos como salvajes y media hora después como gente civilizada; dos horas más tarde como bestias, y, al poco tiempo, de nuevo, como seres humanos refinados. Toma mucho tiempo convertirse en tal acróbata mental y tengo miedo de perder la razón en el proceso de tal aprendizaje". IV Disociación del ser y la apariencia. Otro aspecto importante del reajuste social en la guerra, es el súbito cambio de prestigio y poder de muchos hombres. Frecuentemente, como resultado de sucesos casuales, los individuos se tornan héroes nacionales u objetos de la admiración general. El humilde zapatero se convierte en superior del propietario del taller; el muchacho ascensorista, ahora brillante cabo de aviación, dicta órdenes al hombre de negocios que cierta vez le despidió de su empleo. No se sabe nunca quién está dentro de un uniforme ni se puede predecir cómo se conducirá. Todo lo que se sabe es que tiene más o menos poder de mando. La gente debe ser juzgada por su apariencia y no por su valor personal. Esta peculiar disociación del Ser y el Parecer (apariencia) aumenta la dificultad del ajuste psicológico en tiempo de guerra. Sin embargo, el hombre medio posee una plasticidad mental increíble y puede sobrellevar estos obstáculos si está totalmente convencido de la necesidad de hacerlo. Obtener esta convicción no es fácil. Si es estúpido, no entenderá el "porqué" de los pedidos que se le hagan; si es inteligente, presentará una docena de "peros". De ahí que una enorme cantidad de información acerca de la guerra debe ser proporcionada y las discusiones sobre su motivación filosófica estimuladas, cubriendo los ángulos de las varias ideologías. En todos los ciudadanos de la nación, a pesar de sus opiniones políticas y religiosas, debe existir la creencia de que no hay otro recurso sino luchar. Deben estar convencidos de que hay que "hacer" la guerra, no simplemente soportarla. Si este fin es logrado la gente deseará prenderse, más bien que escapar, del espíritu de guerra. Producir la convicción necesaria requiere el trabajo colectivo de los mejores cerebros del país, especialmente de aquellos mejor equipados en psicología, psiquiatría, sociología, filosofía, ética, ley y hasta política. V Efectos remotos de la guerra. Cuando se soporta una guerra durante varios años y su fin es, aún, incierto, aparece otro peligro: la gente pierde su interés en ella y se vuelve apática y deprimida. Nada les importa ya y actúan como autómatas. Ni las noticias buenas ni las malas afectan a los que desean solamente tranquilidad y paz. Observamos este estado en el final de la guerra española, cuando el pacto de Munich había borrado la única esperanza de ayuda externa, esperanza que hubiera permitido a los republicanos soportar la falta de comida, municiones, sueño y la pérdida de sus hogares. Durante los meses que siguieron al de octubre de 1938 hasta un gran accidente callejero en las calles de Barcelona, era insuficiente para revivir los instintos de curiosidad y solidaridad, antes tan fuertes entre los catalanes. Más impresionante aún, era que las propias víctimas permanecían indiferentes, sin pedir auxilio aunque estuviesen gravemente heridas. Cuando tal estado de estupor aparece (los franceses lo han denominado "n'importequisme", que podría ser traducido por el neologismo "nimportequismo"), la guerra está realmente terminada. No importa si este estupor aparece en el frente o en la retaguardia. En cualquier parte significa el fin de la lucha, puesto que si no es posible para el ejército resistir cuando la retaguardia se hunde, tampoco puede ésta efectuar resistencia cuando el ejército está moralmente destruido. Antes de que ocurra este desastre, naturalmente, muchos signos advierten su cercanía. Fuertes medidas psicoterapéuticas pueden ser aplicadas para prevenirlo. Discutiremos esto al final del libro. Aquí trataremos del obstáculo más importante que se presenta al principio de la guerra: el miedo. Numerosos países han sucumbido sin luchar -aun cuando, indiscutiblemente, quisieron oponerse a los invasores - porque un terror colectivo paralizó al pueblo y a los gobernantes. Muchos errores pueden ser evitados al principio de la guerra si los nuevos soldados pueden controlar su miedo. Por lo tanto, en el próximo capítulo nos dedicaremos al análisis de esa emoción básica y a los métodos para prevenir sus desastrosos efectos entre individuos y grupos. Sumario Indice CAPITULO II EL MIEDO Y SU SIGNIFICADO Supongamos que toda una población está concentrada en la tarea de destruir a su enemigo. A pesar de su determinación y entusiasmo, tan pronto como se vuelven perceptibles los efectos físicos de la guerra (explosiones de bombas, visión de los muertos y heridos, etc.) casi todos sienten un cambio en su interior. El miedo ha hecho su aparición y no desaparecerá completamente hasta que vuelva la paz. Para citar la Biblia: "En el comienzo, Dios creó el miedo". La Biología confirma que hasta los más simples organismos vivientes, tales como los protozoarios, poseen, no solamente la propiedad de conmoverse por determinados cambios del medio ambiente (irritabilidad), sino también la de paralizarse, parcial o totalmente, temporal o permanentemente, cuando son sometidos a acciones de estimulación perturbadora. Creo que esta propiedad, a la que denomino inactividad, es tan importante como la irritabilidad. E1 fenómeno de muerte aparente, ya desarrollado en los asteroides, y "el reflejo de la defensa pasiva inmovilizante" observado en muchos animales, cuando se ven ante seres humanos, son ejemplos de dicha propiedad. Pavlov, después de someter a mamíferos superiores a la acción de varias situaciones nocivas, extrajo la conclusión de que "en el fondo del miedo normal (timidez o cobardía) y en particular de los miedos patológicos (fobias), hallamos un predominio del proceso psicológico de inhibición". Si consideramos que este término implica la cesación de los movimientos en curso, podremos decir que, desde la humilde amiba hasta el hombre, prevalece la misma ley biológica, según la cual la vida requiere ciertas condiciones de equilibrio para seguir su curso. Fuera de estas condiciones, tiende a desaparecer. Como consecuencia, experimentamos este proceso de inactivación como un estado disfórico de creciente incapacidad, ineficiencia, duda e inseguridad. La pérdida consecutiva de nuestro poder reactivo, es vivida como un sentimiento de contraccióny empobrecimiento del yo. Simultáneamente con la exageración de esta experiencia consciente, el desasosiego y la inquietud se extienden a través de todos los niveles de la mente y el individuo experimenta el ataque del proceso inhibitorio bajo la forma de una creciente sensación de impotencia. La poderosa fuerza de este mecanismo primario de supuesta defensa de la vida contra la muerte, consiste, después de todo, en el parcial anticipo de la agonía. Contrariamente a lo afirmado por la Psicología clásica, según la cual el miedo emerge o proviene de la idea de peligro, o del sentimiento de amenaza o lesión del Yo, creo que el peligro, tanto subjetivo (imaginario) como objetivo (real) no es su causa ni siquiera su motivo. Por el contrario, el miedo es engendrado por la carencia de una reacción conveniente; en otras palabras, por la pérdida de fluidez y continuidad del curso reactivo natural, que asegura la descarga, en la vía final común, de todos los potenciales excitados por los estímulos, internos o externos. La necesidad de asegurar el libre curso y la fluidez del proceso es tan grande que el miedo puede desarrollarse, hasta sin pretensiones de justificación, siempre que la inercia del proceso decrezca o esté exhausta. Esto ocurre, por ejemplo, cuando el signo desencadenante de una acción prevista no aparece, y, por lo tanto, el efecto deseado no ocurre. Ilustraciones de este hecho en el campo de la patología son las "neurosis de expectativa" (Er wartungsneurose; neurose d'atteinte) y la intensa panfobia experimentada por los enfermos que sufren de una depresión vital (Kurt Schneider). Simplificando: el porvenir es todavía más terrorífico que lo cierto e inmediato; el conocimiento de lo que ocurrirá es menos terrible que la ignorancia o la duda. Los hombres prefieren la certeza de la muerte a la inseguridad de su destino. Como dijo Aníbal Ponce: "la duda es la raíz de la ansiedad". Puede parecer que este concepto es opuesto al primeramente defendido por Darwin y más recientemente por Walter Cannon, que conceden un significado utilitario, en sentido teológico, a la reacción del miedo. Cannon considera que la emoción del miedo resulta de una excitación anormal del sistema nervioso simpático, que sirve para el combate o la huída. Sus investigaciones de las dos "simpatinas" -una de las cuales se supone que ejerce una acción inhibitoria- coinciden estrechamente con los conceptos de Pavlov. Con todo, cuando Cannon describe como sinónimos los cambios somáticos subyacentes en el miedo, la rabia, el dolor y el hambre, me inclino a atribuir sus resultados a una infortunada selección de los animales de experimentación. Obtiene una mezcla de estos estados pero no consigue la pura respuesta inactivante. Para despertar miedo puro, más bien que obtener un "cocktail emocional", hubiera sido preferible arrojar a los animales desde un aeroplano y examinarlos inmediatamente después de su aterrizaje con paracaídas. Entonces, quizás, un reflejo de defensa pasiva, como el descripto por Pavlov, hubiese sido obtenido. Psicogénesis del miedo. La psicogénesis del miedo ha sido objeto de numerosos y recientes trabajos de los cuales solamente citaré unos pocos. Sabatier establece que el miedo es el efecto del desamparo e incapacidad para enfrentar la vida: "L'homme jeté nu et désarmé sur la planête à peine refroidie marchant en tremblant sur un sol qu'il sentait encore trembler sous ses pas . . . connut un état de misère et de détresse qui remplit son coeur d'une épouvante infinie". La opinión de Levy-Bruhl es que el miedo despertó en los seres humanos junto con la superstición a causa del "misterio de lo desconocido". "Attrait et horreur, adoration et crainte se donnent ensemble... La peur fut d'abord une engoisse diffuse, émotion du mystère". De acuerdo con el punto de vista de Rignano, el miedo sería el resultado del oscuro y primario propósito de cada organismo de subsistir de una manera fija en su estado psicológico : "tendence de l'être à perseverer dans son être, tendence a l'invariance". Lacroze cree que el miedo proviene de la lucha entre una tendencia a la inmutabilidad y otra hacia la precaución vital: "Une vie qui est essentiellement mouvement et progrès, des individus qui en sont les aspects figés et arrêtes ... telle est l'opposition fondamentale d'où nait l'angoisse." Las opiniones de Christin y Meyerson coinciden en considerar el Yo como la fuente real del temor. El primero dice "L'angoisse est la peur de soi-même"; el segundo opina "L'angoisse est surtout la peur du mystère que tout homme porte en soi". Brissaud afirma que el miedo y la angustia son "una meditación de la muerte". Janet escribe: "L'angoisse est une émotion avortée, un processus affectif arrété ou dévié dans son cours. L'angoisse se rapproche de la peur qui est la plus élémentaire des émotions. De la mime façon que l'action dégénère en agitation, l'émotion dégénère en angoisse." Freud sostiene que el miedo es un elemento mórbido que acompaña algunas veces a las reacciones defensivas. Su origen proviene del sufrimiento inherente a la acción de nacer. Su discípulo Reick, se apoya en el hecho de que el miedo de la vida precede al miedo de la muerte y que el primero - estando implícito en el llamado instinto de conservación - no es sino un reflejo condicionado del último. Por su propia cuenta, Jones, otro discípulo de Freud, cree en la existencia de una insuficiencia de gratificación libidinosa en los niveles profundos de todos los temores; coincide con la creencia popular de que el valor es el compañero de la probidad, pero esto difiere de "tests" clínicos en muchos ejemplos. Wallon sostiene el criterio de la existencia de una cierta oposición entre la luz e intensos grados del miedo, puesto que mientras los primeros son de origen externo, los segundos son debidos a "un debilitamiento del tono postural". En cierto modo similares son las opiniones de Devaux y Logre cuando sostienen que la angustia representa "le fait affectif original" y su causa debe ser buscada en la "structure psychobiologique de l'animal." Estos estudiosos que han hecho observaciones directas en pacientes que sufrían los efectos de situaciones horripilantes, no nos suministran menos variedad de opiniones. Schilder sostiene: "La expectativa de algún daño" como la causa del miedo citando el organismo tiende a evitar, más bien que a combatir el peligro. K. Go1dstein remarca que la ansiedad no se debe, generalmente, a ningún objeto concreto ("Der Anttgst ist gegenstandlos") sino que nace, como nosotros sostenemos, cuando el ejercicio de determinadas funciones constitucionales se torna imposible. W. Stern dice: "La fuente de la cual emerge el miedo es una repugnante impresión de inconstancia e indecisión (inconclusión en el futuro) con la vida y el mundo" . A pesar de su gran variedad, estas definiciones remarcan el hecho, ya verificado por Gardiner Murphy para todas las reacciones emocionales, de que es mucho más fácil discutir los efectos del miedo que sus causas, puesto que éstas no están originadas, como anteriormente se creía, en la idea de peligro, sino justamente en lo contrario: la idea de peligro brota de la experiencia de los efectos del temor. En su trabajo "Sentimiento y Emoción", Murphy afirma: "La teoría de la emoción es un problema de funcionalisrno orgánico o correlación y casualidad dentro del organismo, no entre éste y el ambiente exterior o curso de la conducta. Así pues el problema real del miedo se halla dentro del organismo". Por ello un cándido alumno replicó a la pregunta de su maestro - "¿Tiene Ud. miedo de mi pregunta?" - "No señor, tengo miedo de no saber la respuesta." Terribles situaciones durante la guerra española. Todas las guerras son terribles, pero la guerra española fue de las peores, porque no era simplemente una guerra de invasión, sino que al mismo tiempo era una guerra civil y una revolución. Algunas veces un individuo temía más a un miembrode su familia viviendo en el mimo cuarto que a las bombas que los aviones enemigos arrojaban sobre él. No describiré los innumerables casos en que el miedo fue experimentado u observado por mi en ese clima. Un solo ejemplo puede demostrar cuán terriblemente trágica era la vida durante esos días. En el frente de Madrid, los rebeldes emplearon un cierto número de mineros asturianos para comenzar peligrosos ataques contra nuestras trincheras delante del Hospital Clínico. Dichos mineros habían sido tomados prisioneros cuando la caída del frente del Norte, después de haber luchado en el bando republicano. Fueron forzados, a enfrentar el peligro de muerte en todas direcciones: detrás suyo se hallaban sus verdaderos enemigos, preparados para matarlos en cualquier momento; delante estaban sus compañeros quienes, sin embargo, debían matarlos también; bajo sus pies había un campo minado, arriba estaban explotando, por todos lados granadas; una lluvia de bombas, completaba el anillo mortal. Algunas veces tenían la suerte de ocultarse en un agujero producido por alguna bomba u obús y esperar la caída de la noche para llegar a nuestras trincheras. Aquellos que sobrevivían llegaban en un lastimoso estado. Presentaban un excelente material clínico para estudiar la evolución del miedo, cuya descripción sigue. Niveles evolutivos del miedo. Basándome en mi experiencia, tanto como en la de los otros, he llegado a la conclusión de que es de gran utilidad diferenciar diversos grados en la evolución del miedo. Estos, de acuerdo con la teoría de Hughlings Jackson corresponden a distintas fases de desintegración funcional de los más altos centros cerebrales. Kretschmer los interpretaría como "regresión adaptativa". Naturalmente no debe esperarse hallar en un determinado sujeto una seriación completa de esos niveles, Las peculiaridades constitucionales, el grado de fatiga, la constelación afectiva (estado mental previo), la duración y severidad de la situación fobígena, etc., pueden hacer cambiar en cualquier caso la rigidez de nuestra, descripción abstracta. Pero, prescindiendo de estas excepciones, creo que es posible diferenciar 6 niveles o grados de la emoción miedosa, de cada uno de los cuales puede hacerse una descripción tanto introspectiva como extrospectiva. 1. Prudencia y retraimiento.- Observado exteriormente el sujeto aparece modesto, prudente y sin pretensiones. Por medio de un retraimiento voluntario limita sus fines y ambiciones y renuncia a todos los placeres que implican riesgo. El individuo está ya en ese grado bajo la influencia inhibitoria del miedo. Reacciona entonces evitando profilácticamente la situación que se aproxima. Introspectivamente, el sujeto no está todavía consciente de tener miedo. Por el contrario, se halla bastante satisfecho y orgulloso porque se considera dotado de una previsión mayor que la de los demás seres humanos. 2. Concentración y cautela. - En el segundo nivel el sujeto ya ha entrado en el campo de la situación fobígena, pero todavía controla sus reacciones. Sus movimientos evidencian unía actitud cautelosa: ya no son espontáneos - puesto que están sometidos a un severo control de atenta autocrítica sino que son lentos, correctos y minuciosos. La concentración voluntaria está destinada a asegurar el básico e inmediato propósito de mantenerse en una situación de seguridad, propósito en el que concentra toda su energía disponible. El sujeto actúa, no solamente para lograr el éxito, sino para asegurarlo. Se observa en él una tendencia a repetir y revisar sus movimientos (reiteración). Subjetivamente la víctima está preocupada; concentra su atención e interés en los sucesos exteriores. Una pequeña nube de pesimismo invade su espíritu; para borrarla, intenta reunir todo su valor. Para el mundo externo todavía pretende, con éxito, hallarse en calma, ser confiado pero reservado. 3. Aprensión y alarma. - En el tercer nivel, el paciente está objetivamente asustado; su actitud es de preocupación y desconfianza. Los movimientos superfluos hacen su aparición; acciones secundarias e insignificantes son agrandadas; manifiesta todas sus dudas y sufre oscilaciones y alteraciones en el ritmo y precisión de movimientos esenciales. A causa de la inmoderada estrechez del campo atentivo, la conciencia del sujeto se ve oprimida. Se observan fallas práxicas que disminuyen el control, al mismo tiempo que una tendencia a la extensión de las extremidades, con repentinos temblores. Subjetivamente, la preocupación existente en los niveles anteriores es aumentada hasta producir una división en la corriente de la conciencia. La ideación desaparece y el pensamiento pierde su claridad. El Yo experimenta una creciente sensación de desamparo e inestabilidad. A medida que el sujeto se convence de su ineficiencia, aumenta esa vivencia. Ejecuta acciones sin sentido común, que frecuentemente no concluye, resultando una confusión de movimientos. Se aproxima al próximo nivel, durante el cual perderá totalmente el control de su conducta. 4. Ansiedad y angustia. - En el cuarto nivel, la conducta del individuo pierde su unidad funcional y su sentido; intenta ejecutar nuevas acciones antes de finalizar las anteriores; los moldes psicomotores se desorganizan. La creciente excitación de los centros subcorticales y mesencefálicos es responsable de continuos movimientos, obtusos, algunos de los cuales son insistentemente repetidos. El sujeto semeja un autómata, pero todavía es consciente y capaz de dar respuestas verbales atinadas. . Una tendencia a descargar en la esfera neurovegetativa los impulsos que han sido rechazados por el barrage de los efectores da lugar a la llamada "tempestad visceral". La actual anarquía en los niveles conscientes se extiende también a los órganos internos. En este grado, el diencéfalo comienza a apoderarse de la corteza que todavía no está completamente inhibida; contraolas conflictivas invaden los centros superiores y subcorticales, en tanto se observan externamente gestos estereotipados, movimientos disociados y acciones unilaterales, así como temblores y espasmos. Subjetivamente, el sufrimiento alcanza su cumbre. El sujeto experimenta una extremadamente desagradable sensación de pérdida del equilibrio y proclama que ya no puede controlarse. En algunas ocasiones actúa desesperadamente y se deja llevar por un impulso de destrucción o autodestrucción. Al hacer esto, no experimenta ningún sentimiento particular de odio o rabia; es simplemente espectador, no autor de sus impulsos. Otras veces, el Yo consciente aparece completamente disociado del arco efector del sistema nervioso. La víctima puede negar que se está moviendo y asegurar que se halla completamente tranquila y obedeciendo órdenes, al mismo tiempo que comete actos sin sentido común. 5. Pánico. - Anteriormente el sujeto estaba al borde de la pérdida completa de conciencia. Ahora su conducta es dirigida por los centros talámicos y menencefálicos. Se observan movimientos de gran violencia, que no pueden ser reprimidos, ni conscientemente por la víctima ni, externamente, por uncambio de la situación. La tempestad motriz final ha comenzado: algunas veces da origen a arrebatos y otras causa catastróficos "deflejos" defenso-ofensivos. El sujeto puede empezar a correr - y será cuestión de suerte que lo haga hacia delante o hacia atrás. Nadie puede detenerlo y se necesitan 3 ó 4 personas para asirlo, aun cuando normalmente sea de complexión débil. No es extraño que, en el campo de batalla, soldados en esta fase de pánico puedan efectuar actos que luego serán considerados como heroicos. En realidad cuando, en un instante de obnubilación cerebral, "escapan hacia delante" pueden conquistar posiciones y despertar el coraje de sus camaradas, que ignoran la ausencia de motivación voluntaria en su acción. Subjetivamente, el estado de pánico es vivido como una pesadilla consistente en una peculiar e irregular sucesión de imágenes mentales oníricas, lamayor parte de las que se olvidan prestamente, cuando la víctima se serena. La denominada subconsciencia - actividad de la persona profunda (Kraus) es la que únicamente puede rememorarlas, y es por eso que se hace necesario el tratamiento hipnótico para explorarlas a posteriori. 6. Terror. - Cuando se alcanza esta última fase del miedo es imposible diferenciar sus aspectos objetivos y subjetivos. La inhibición ha alcanzado todos los niveles encefálicos y ha paralizado incluso las reacciones automáticas, que se hallaban en su apogeo en la fase anterior. Existe, a veces, la posibilidad de conservar un suficiente tono postural como para mantener de pie al sujeto; o quizás éste se halla en una extravagante postura, inmóvil, sobre el suelo. De cualquier modo, es tan inactivo como una piedra: se halla, en realidad "petrificado", o aparentemente muerto. Su palidez y falta de expresión revelan la completa ausencia de vida psicoemocional. El retorno a la tierra - y creo que la palabra "terror" proviene de la raíz "terra" antes que de "tremor" - se ha completado. Tal inactivación, puede, incluso, hacerse permanente: esto ocurre cuando la inhibición invade los centros vitales del bulbo. He observado, en efecto, dos casos de muerte sin traumatismo, en soldados que estuvieron sometidos a un espanto prolongado, hallándose previamente exhaustos. Cannon explica tales muertes por un proceso de deshidratación, disminución del volumen sanguineo y precipitación coloidal. Cuando se recupera del estado de terror la víctima empieza por abrir sus ojos, aun cuando el cuerpo siga inmóvil. Entonces ha de ser tratada con cuidado, pues puede ocurrir que, bruscamente, entre en el estado precedente - por desinhibición súbita - y exhiba una reacción ciega y agresiva, de pánico. Otras veces el retorno a la normalidad es lento y persisten, largo tiempo, síntomas depresivos; el sujeto continúa apático, perezoso e indiferente a cuanto le rodea. Factores Fobigénicos. Los factores fobígenos o fobigénicos son los productores o agravantes de la reacción miedosa. No hay duda que unos sujetos nacen con mayor predisposición que otros al miedo. Cuando se estudia esta emoción en el neonato con la técnica propuesta por Watson puede obtenerse una idea de su acción inactivante en un determinado caso. No creo que exista una definida relación entre la constitución física y el grado de miedosidad, pero sí la hay entre el valor de la energía vital, la salud y la fuerza física, de un lado, y la resistencia individual al proceso fóbico inactivante, por otro lado. También existe una clara relación entre la concienciación de un peligro y el desencadenamiento del miedo. Esta correspondencia, empero, no ha de ser exagerada, pues como ya se ha dicho el miedo depende más de cómo ve el sujeto su situación que de los caracteres objetivos de ésta. Así, p. ej., soldados inexpertos se asustaban más durante un lejano e impreciso bombardeo de artillería que cuando marchaban a exagerada velocidad, manejando un camión por caminos desconocidos, en condiciones de peligro físico mucho mayor. Así, pues, la imaginación nos asusta más que el peligro en sí. Del propio modo, un acontecimiento inesperado, incluso cuando es inofensivo, desencadena más miedo que la anticipación de una situación realmente dolorosa o peligrosa. Uno de mis colegas de Facultad, valeroso y enérgico en deportes, casi se desmayó cuando - siendo Presidente del Comité de Atletismo - un gracioso "le dió la mano", es decir, usó un guante relleno de algodón para dejarlo en su mano al saludarlo, con pretexto de congratularle. Además de lo antes expresado, veamos las más importantes causas de la difusión del miedo en la retaguardia o en el ejército 1. Ausencia de dirección o comando. - Una experiencia vivida en la guerra española nos da un buen ejemplo de esto: en marzo de 1938 se colapsó el frente aragonés y muchas unidades de infantería huyeron a la desbandada al grito de "Sálvese quien pueda", ante el ataque enemigo. Grupos de soldados en las peores condiciones físicas y morales llegaban, huidos, por la carretera a Lérida. Pero bastaron las arengas de unos pocos oficiales salidos de dicha ciudad para reagruparlos en nuevas unidades que se batieron, nuevamente, con indómito coraje. Los hombres son incapaces de comportarse como miembros de un grupo si éste no tiene una estructura social organizada. Un número de soldados sin ,jefe se transforma en masa de elementos anárquicos, si antes no se les ha dado una pauta de conducta para tal emergencia. 2. Extenuación fisica y mental. - La falta de comida, sueño, vestido y otras necesidades físicas, así como el exceso de trabajo mental, puede originar una disminución de las energías individuales, haciendo al sujeto asustadizo, aun sin motivos lógicos para ello. Pedemos ilustrar esto, con otro ejemplo de la guerra española: el quinto y el. décimo cuerpo de Ejército figuraban entre los mejores de las tropas republicanas. Ambos se batieron bravamente varias semanas y llevaron el peso principal de la batalla en el río Ebro. Pero tras la persistencia del hambre y el insomnio, fueron incapaces de resistir otra ofensiva, menos intensa, de los rebeldes (noviembre 1938) en tanto el Ejército del Este, que había descansado varios meses, la detuvo con éxito. 3. Intensidad anormal de la estimulación sensorial. -.El exceso de luz y ruido puede asustar tanto al sujeto como la oscuridad, el silencio o la soledad. Naturalmente se observan variaciones individuales; muchas personas tienen miedos especiales. Pero la mayoría se asusta máximamente por la combinación de la oscuridad, la soledad y el silencio, periódicamente interrumpidos por ruidos inesperados y desconocidos. 4. Impredictibilidad del peligro. - E1 rápido cambio de lugar y la irregularidad en la apariencia o desaparición de los estímulos fobígenos aumentan su acción deletérea. Todos sabemos que un animal tan pequeño como el mosquito puede mantenernos inquietos toda una noche con sus bruscas e inesperadas picadas. 5. Creencia en el "rodeamiento" enemigo. - Durante la antes mencionada ofensiva de marzo de 1938, los rebeldes usaron con éxito pequeños grupos de alpinistas que infiltrándose a través de nuestras líneas, consiguieron hacer ondear banderas en cumbres montañosas de la retaguardia, originando el pánico de nuestras tropas que se creyeron rodeadas por el enemigo. 6. Misteriosidad de la situación. - Cualquier arma secreta goza del crédito de ser más peligrosa que las conocidas. Así, los técnicos alemanes aconsejaron a los rebeldes un sencillo truco para cruzar el Ebro: en un día de viento empezaron a difundir nubes de extraños colores desde la orilla opuesta; bastó este suceso para desconcertar a nuestros soldados que creyeron hallarse frente a un nuevo y terrible gas venenoso. 7. Falta de un definido plan de acción. - Siendo el miedo una emoción paralizante, su víctima no puede crear la reacción conveniente para salir de la situación. Lo más que se puede esperar de ella es que acierte a usar las respuestas que ya tiene habitualizadas. Por ello si no se le han dado instrucciones concretas de lo que ha de hacer ante cada peligro y no ha ensayado suficientemente su conducta ante él, existe la probabilidad de que el sujeto se sumerja en fases avanzadas del miedo por falta de un definido plan de acción. Un ejemplo claro nos lo dan las reacciones anormales de miedo observadas en los soldados que se hallaban con permiso en ciudades españolas bombardeadas. Tales hombres se comportaban peor que los civiles durante los raids aéreos y al no saber donde se hallaban los refugios se asustaban más que en pleno campo de batalla. Factores tranquilizantes. No hay duda que el miedo disminuye siempre si el sujeto: a) se siente ayudado por la presencia de un grupo cercano y visible; b) espera rescate, ayuda o venganza próxima; c) se halla, o cree hallarse, protegido contra un golpe directo; d) conoce la localización del peligro y sabe comopuede ser dañado por él; e) está consciente de su propia fuerza; f) sabe qué ha de hacer inmediatamente y después; g) confía en la eficacia de sus propias técnicas defensivas. Si tuviéramos que seleccionar los factores decisivos, creo que habríamos de destacar el pernicioso influjo de la ignorancia y el benéfico efecto de la determinación, para conseguir un objetivo intensamente anhelado. Por este motivo me atrevo a proponer las siguientes: Reglas para prevenir el miedo incontrolado. 1ª- Hacer que el pueblo conozca la verdad acerca de la situación. No es posible publicar cuanto ocurre, pero han de evitarse las mentiras procedentes de fuentes oficiales. 2ª- Dar al pueblo suficiente información acerca de lo que puede ganar con la victoria y perder con la derrota. 3ª-Proporcionar suficiente comida, vestido y reposo a quienes han de hacer frente al peligro. 4ª- Discutir amplia e intensamente todas las objeciones, dudas y comentarios acerca de la situación, hasta que todos comprendan la necesidad de proseguir la guerra. 5ª - Hacer querer al pueblo más intensamente la causa por la que luchan, que la vida ya pasada. 6ª - Hacer comprender al pueblo que no hay privilegios ni excepciones en el sufrimiento y en el peligro de la guerra (justicia igual para todos). 7ª -Colocar en posiciones de mando a los que las merecen por su eficiencia. No fiarse tan sólo de la teoría o la tradición: valorar el rendimiento en la acción. 8ª -Preparar rápidas y efectivas medidas para restablecer la confianza publica cuando flaquee; permitir manifestar entonces, francamente, los sentimientos sin temor a ser tachados de cobardía o traición. Para ello hay que distribuir un técnico experto en psicoterapia en cada grupo social. Psicoterapia del miedo. Hemos concluido que el miedo, subjetivamente considerado, no es más que la conciencia del fracaso individual, el anticipo de una insuficiencia reaccional o el predisgusto de la derrota. De aquí que su psicoterapia haya de tender a devolver al sujeto su confianza en sí. Mucho más importante que sacarle los estímulos fobígenos es intensificar sus medios de respuesta ante ellos. Solamente cuando el sujeto se ve libre de conflictos y peligros íntimos, sólo cuando está de acuerdo consigo y alcanza una síntesis intrapsíquica, cuando sabe qué quiere y por qué, cuando conoce los cómo y los cuándo de sus futuras reacciones podrá incluso improvisar respuestas ante lo imprevisto. En otras palabras: el psicoterapeuta ha de reajustar al sujeto y luego darle el esquema de vida más adecuado a sus recursos personales. Si el individuo sabe lo que ha de realizar y tiene fe y entusiasmo en sus ideales, es decir, si lucha para obtener o defender un objetivo amado, entonces la acción inactivante del miedo será reducida al mínimo, cualesquiera que sea el peligro, objetivo, que lo provoque. La joven más tímida se torna valiente cuando lucha, como madre, para rescatar a su hijito: ni las llamas ni las balas la arredran en su defensa del ser querido. Cuando alguien se enamora se siente transformado y efundido; ya no vive en sí, sino dentro del objeto amado. En tanto el miedo implica introversión (in-fusión) y anulación, el amor supone plenitud, desbordamiento y éxtasis ; por eso el antídoto del miedo no es el coraje sino el amor. Ser un héroe significa estar bajo el signo de Eros, el Dios del amor. Resulta imposible llegar de la actitud miedosa a la amorosa sin pasar por la fase intermedia de la afirmación del ser. Solamente quienes se sienten firmes son capaces de trascenderse y actuar. El máximo deseo y objetivo del amor es la creación, para alcanzar la eternidad. Por eso el Supremo amor es, también, el Supremo hacedor o Creador. La religión ha tenido, y seguirá teniendo, tanto poder porque promueve la fe en la eternidad. Podemos comprender por qué los mártires cristianos no temblaban en la arena circense: todos se hallaban en éxtasis -fuera de sus límites corporales. En suma: tan sólo quienes creen, pueden; tan sólo quienes aman son capaces de superar obstáculos, ignorar peligros y resistir la adversidad. El miedo ha de ser dominado mediante una educación científica, social, médica, pedagógica y psicológica. La fe no ha de estar expuesta a cambios de ánimos; las creencias no han de ser dejadas al azar. Ambas han de basarse . en una amplia y realista visión del Mundo. Los hombres han de saber quiénes son, dónde están, qué van a hacer y por qué tienen obligaciones y deberes por cumplir, así como derechos a reclamar. Solamente cuando estas premisas filosóficas han sido científicamente cumplidas la persona tiene personalidad; entonces - y sólo entonces - será algo más que un animal humano. Incluso las bestias más feroces pueden huir ante el miedo; pero los defensores de Madrid, de Guadalcanal y de Stalingrado no se rindieron ante el miedo, porque estaban orgullosos de su misión y tenían fe en su causa. Esperemos que en el mundo venidero la psicoterapia social conseguirá que cada cual tome tanto interés en la defensa y cumplimiento de sus deberes como ahora lo hacen los mejores combatientes de la democracia. Técnicas de recondicionalización en las fobias bélicas. Se ha visto, por la experiencia de la guerra española y de la actual, que algunas personas presentan formas muy peculiares de miedo absurdo, en tanto son capaces de reaccionar normalmente ante el miedo lógico. Así, p. ej., hay quien se asusta más por la sirena de alarma que por las bombas durante un raid aéreo. Un oficial republicano se angustiaba sumamente cuando veía acercarse al cuartel un grupo de soldados, porque se le ocurría que podía tratarse de espías disfrazados de republicanos. El psicoanálisis investiga y trata los motivos de estas fobias, pero en tiempos de guerra no puede dilatarse su terapéutica: el psiquiatra militar no sólo ha de readaptar sus hombres sino que ha de hacerlo pronto; nadie le preguntará de qué sufrían o cómo los curó, sino a cuántos y en cuánto tiempo los devolvió a las filas. Por eso creo que tales casos han de ser tratados de un modo personalmente enérgico, mediante una combinación de persuasión y sugestión, seguidas, inmediatamente, de la recondicionalización experimental, es decir, de la práctica de la respuesta conveniente ante la situación fobígena, que es ahora provocada experimentalmente, o sea, de un modo artificial y premeditado. Tan pronto como se logra del paciente la respuesta correcta se le insta a repetirla voluntariamente, a mayor distancia del control psicoterápico. Más adelante (capítulos 6 y 7) insistiremos en esta técnica, que había de ser adelantada aquí, ya que muchos casos de fobias obedecen a reflejos condicionales negativos engendrados en la primera infancia. Un brillante análisis de ese material ha sido hecho por Glover en su librito "The Psychology of fear and courage", pero hay que advertir que la simple explicación al paciente del origen de sus fobias, no es suficiente para suprimir en él sus efectos. Sumario Indice CAPÍTULO III COLERA O RABIA La fuente biológica de la cólera radica, al igual que la del miedo, en una propiedad genérica de la materia viva. Las células y organismos son irritables y al ser estimulados por ciertos agentes excitantes, fisicoquímicos, liberan una cantidad de su propia energía, a veces mucho mayor que la de los estímulos. A este básico fenómeno hay que añadir un factor psicológico para comprender la reacción colérica de animales superiores, incluso del hombre, a saber: la interrupción parcial del curso de la respuesta. Tan pronto como el sujeto se da cuenta de que hay algo que puede comprometer el éxito de sus planes o deseos, experimenta cólera contra ello. Así, la cólera implica ,la previa vivencia de una amenaza en la libertad de acción individual; lo que, por lo demás, puede engendrar, también, al miedo. Y es así como ambas emociones aparecen unidas en la evolución zoológica. Si el miedo es demasiado intenso la cólera no puede desarrollarse, mientras quecuando ésta domina a aquél casi se hace imperceptible. Solamente en situaciones raras y extremas pueden darse, no obstante, enteramente aisladas. Incluso en la guerra tales situaciones no son lo suficientemente intensas como para aterrorizar por completo al sujeto, y por eso lo frecuente es hallarlo sumergido en un estado emocional mixto, de miedo y de rabia. Amalgamas de miedo y cólera. Observemos a este jefe, actuando en una fase desfavorable de la batalla. Sus movimientos y órdenes son enfáticos y asetivos, pero se .muestra impaciente: desea ser obedecido demasiado rápidamente y por nada grita, rezonga, insulta y amenaza. Es evidente que está sufriendo una infiltración de su miedo y que para ocultarle refuerza su poder aparente. En la medida en que pierde su autoridad desarrolla actoridad; su enojo aparente revela su miedo interior. Pero podemos imaginar también la situación inversa: el soldado ofendido se asusta de las consecuencias de su rebelión y reprime su rabia. Aparece pálido y temblante, pero está explotando en su interior, porque desearía saltar al cuello de su ofensor y estrangularlo. En ambos casos tenemos una mezcla de miedo y de rabia; en el primero la rabia es aparente y el miedo reprimido; en el segundo, al revés. Por lo demás tales mezclas se encuentran casi siempre teñidas de ansiedad (Ver Cap. II). Siempre que las correspondientes actitudes de reacción ofensivas y defensivas, fallen en lograr sus objetivos, aparecerán sentimientos crecientes de desconfianza y desesperación. El sujeto se torna así más peligroso, hasta que alcanza un punto crítico en el que su ansiedad se descarga, ya sea hacia el mundo externo (en forma de agresión indiscriminada) ya en contra suyo (en forma de intento de suicidio). De hecho, hemos observado soldados que en una primera explosión temperamental cometieron actos de rebeldía y luego intentaron desertar, terminando por suicidarse. Factores determinantes de la agresividad y del poder combativo. La relativa proporción con que se mezclan el miedo y la cólera en un caso determinado, depende de varios factores, entre los que se destacan: a) la agresividad constitucional del sujeto; b) el poder individual de autocontrol; c) la previa disposición afectiva; d) la intensidad del autoerotismo o narcisismo; e) la inmediatez, en tiempo y espacio, del objeto odiado; f) la supuesta fuerza o poder agresivo del objeto; g) la experiencia previa respecto a las probabilidades de victoria o derrota en caso de lucha; h) las ventajas personales de enfrentar o eludir el objeto odiado. Solamente cuando estos factores se combinan para propulsar al sujeto hacia la destrucción de la causa de su rabia, esta emoción es sentida al máximo, o sea, como furia. Si no, puede ser reprimida, trasmutada o proyectada en formas anormales de reacción. Voy a describir ahora tres de éstas, toda vez que es de máxima importancia evitarlas en tiempos de guerra. La mente humana es demasiado complicada para justificar el intento de tratarla en forma esquemática, como han hecho los investigadores en el campo de la psicología animal. Su complejidad, empero, no es excusa suficiente para renunciar al intento de clasificar tales reacciones de cólera anormal en la guerra. 1. Cólera desplazada.- Esta forma; también conocida con el término de cólera transferida o proyectada, es frecuente. Aparece al principio de la guerra y consiste en substituir el objeto odiado por otro, menos difícil de dominar. Así, por ejemplo, los alemanes ahora están desplazando su odio desde las zonas militares a las civiles, en los territorios ocupados, porque se sienten frustrados en su lucha contra los ejércitos aliados. Otro ejemplo de cólera desplazada se halla en las luchas que a veces estallan entre las autoridades civiles y militares de la misma nación. A pesar de mi respeto por los ejércitos, he de confesar que todos sufren, más o menos, este tipo de reacción, al principio de la guerra. Los jefes militares están excitados, impacientes y predispuestos a la cólera y a la intolerancia con los civiles no movilizados. Dictan drásticas órdenes, leyes militares de emergencia, penas severas y prohibiciones draconianas, como si los ciudadanos a los que van a defender fuesen su real enemigo. Claro está que esta severidad, como la de todos los códigos militares, puede explicarse por la necesidad de mantener el prestigio y la disciplina militar; pero es innegable que, a veces, tales medidas causan la alarma general de la población, ya alterada, y aumenta su preocupación y temor. A su vez, los civiles, no teniendo en quien descargar su nerviosidad, la proyectan contra las autoridades políticas y el gobierno: "estamos empezando mal"; "no hemos encontrado aún los jefes propios para esta situación"; "quienes nos han lanzado a la guerra deberían ser los primeros en ir a la línea de fuego"; "el enemigo no es tan censurable como nosotros mismos por. nuestra falta de preparación". Otras veces el desplazamiento va más. allá y los ciudadanos protestan contra la falta de "sentimientos religiosos y morales"; " la estupidez humana", etc. Naturalmente, cuando Fulano de Tal hace esos comentarios, sabe que no va a ser contradicho, porque ni los "causantes de la guerra" ni la "estupidez humana" pueden objetarle. He aquí por qué habla tan libremente. Cuando el desplazamiento toma la forma de invertir el sujeto y el objeto de la cólera, lo denominamos proyección. Entonces el sujeto niega que sienta cólera, pero afirma que es odiado por el objeto de su (proyectada) rabia. Hemos de tratar con esta forma, al final del capítulo, por su importancia psiquiátrica; ella es responsable de muchos delirios de persecución y otros síntomas mentales graves. 2. Cólera crítica. - Un segundo tipo anormal, y más peligroso, de reacción colérica, es el que impulsa al sujeto a pedir "acción inmediata" para pulverizar al enemigo con un "golpe terrible" (Un coup foudroyant, como dicen los franceses). Tales gentes requieren una guerra relámpago - que ha de ser hecha no por ellos sino por tropas especializadas, claro está - dicen que las cosas van demasiado despacio, fabrican docenas de proyectos para acelerarlas y a diario interfieren con la labor de los superiores aportando quejas, críticas, sugestiones o ideas "luminosas" acerca de este o aquel detalle de organización. Al hacer esto, descuidan su propio trabajo y resultan un factor negativo en él. Es evidente que tales sujetos meten las narices en las obligaciones ajenas porque no saben o no pueden cumplir las suyas. 3. Cólera vengativa. - Un tercer tipo de reacción colérica, más propio de las guerras civiles, pero presentable en todas, es el motivado por la venganza personal. El sujeto se propone "cobrarse" del enemigo en la misma medida en que se siente injuriado. Tuvimos ocasión de observar este tipo de conducta. entre campesinos españoles, al principio de la guerra civil. De hecho, muchas obras literarias se han dedicado a la descripción laudatoria de estos vengadores populares, cuyas atrocidades son consideradas heroicas. Es discutible si tales actitudes vengativas deben ser estimuladas o reprimidas entre los soldados. Algunos peritos son de la opinión de que es preciso darles motivos concretos de odio, pero mi experiencia personal difiere de ese criterio; yo siempre prefiero el desarrollo de una actitud combativa que no se base en el odio subjetivo o personal sino en la información conveniente y en la comprensión de los fundamentos de las obligaciones morales de cada ciudadano. A1 no hacerlo así, se estimula una conducta anárquica, excepto en casos aislados, de personas muy inteligentes, capaces de operar aisladas y, no obstante, guiadas por fines trascendentes, tales como los de espía y los guerrilleros. Otro punto por considerar es la ocupación de algunos territorios por fuerzas aliadas, con fines estratégicos. Tales fuerzas se ven obligadas a invadir, en forma profiláctica, países a los que quieren defender, pero en los