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EMILIO MIRA Y LÓPEZ 
Doctor en Medicina 
Ex-Profesor de Psiquiatría en la Universidad de Barcelona 
Docente libre de Psicoterapia y Psicología Médica de la 
Universidad de Buenos Aires 
LA PSIQUIATRÍA EN LA GUERRA 
("PSYCHIATRY IN WAR") 
Editorial Médico-Quirúrgica 
Buenos Aires 
1944 
 
RECONOCIMIENTO 
El autor queda profundamente agradecido al 
Dr. John L. Simon 
Por su inapreciable colaboración 
en la preparación de este manuscrito 
 
Título de la Primera Edición Norteamericana 
"PSYCHIATRY IN WAR" 
Versión castellana del inglés por el autor 
Copyright, 1944 by Editorial Médico Quirúrgica 
Printed in Argentine 
PRÓLOGO 
La Ciencia debe ser más que la simple búsqueda y registro de la verdad; la 
Psiquiatría debe ser el esfuerzo objetivo, lógico y desinteresado para conseguir la 
salud mental por medio de conocimientos científicos. 
El autor, como psiquiatra, se considera un combatiente contra las enfermedades 
mentales, preocupaciones, sufrimientos y desesperación; su opinión personal es 
que la Psiquiatría no ha alcanzado aún la realización de todas sus posibilidades y 
que merece un papel más importante en los problemas vinculados a la guerra 
actual. 
Este libro trata de integrar los puntos de vista psicológicos y psiquiátricos acerca 
de algunos de los problemas más urgentes en el manejo de los hombres en 
servicio militar, de manera que el mayor peso posible de poder humano pueda 
apresurar la victoria de la democracia. Un propósito tan ambicioso ha sido 
solamente posible gracias a la amabilidad del Salmon Memorial Comittee y a la 
energía de su presidente, Dr. C. Burlingame. 
Este libro ha sido escrito en una atmósfera de guerra, mientras el autor viajaba 
miles de millas por el continente americano. Estas circunstancias pueden servir 
para explicar la pobreza de datos concretos y de referencias que solamente 
hubiese podido alcanzar en la paz de su perdida biblioteca. 
 
SUMARIO 
Capítulo I . El psiquiatra y la guerra 
El significado de la guerra. Interpretación psicológica y psiquiátrica del fenómeno de la guerra. 
Aspectos sociales y biológicos. La concepción humanista. Fines de la psiquiatría en la guerra. 
Ajuste de la población a la guerra. La higiene mental en la guerra, Influencias remotas e inmediatas 
de la guerra sobre la vida. La ley del todo o nada. Disociación del ser y la apariencia. Efectos 
remotos de la guerra. 
Capítulo II. El miedo y su significado 
Psicogénesis del miedo. Terribles situaciones durante la guerra española. Niveles evolutivos del 
miedo. Factores fobigénicos. Factores tranquilizantes. Reglas para prevenir el miedo incontrolado. 
Psicoterapia del miedo. Técnicas de recondicionalización en las fobias bélicas. 
Capítulo III. Cólera o rabia 
La reacción colérica y su origen. Amalgamas de miedo y cólera.. Factores determinantes de la 
agresividad y del poder combativo. Cólera y agresividad. Rabia y elación.. Efectos deletéreos de la 
envidia, los celos, el resentimiento y la venganza. Delirios persecutorios derivados del 
desplazamiento colérico. 
Capítulo IV. La Psiquiatría en el ejército nazi. 
Medios de selección psiquiátrica en el ejército. Principios generales de la selección personal en 
Alemania. La selección de oficiales. Redacción del informe caractereológico. Notas acerca de la 
selección alemana de aviadores. 
Capítulo V. La Psiquiatría en el ejército español republicano 
Instrucciones para la aplicación de las causas de inutilidad en el ejército español republicano. El 
cuestionario psiquiátrico para despistar a los neuróticos potenciales; selección de nuevos reclutas.. 
Reajuste de los hombres ya enrolados. Integración de los criterios psicotécnico y psiquiátrico para 
la selección de hombres para cargos especiales. Organización general de los servicios de 
Psiquiatría y de Higiene Mental en el ejército español republicano. Incidencia de las psicosis 
endógenas. Observaciones especiales en la epilepsia. Personalidades y reacciones psicopáticas. 
Reacciones de automutilación. 
Capítulo VI. Transtornos especiales 
Las reacciones psiconeuróticas. Las organoneurosis. Alteraciones psicomotrices. Tratamiento de 
las alteraciones psicomotrices. Alteraciones neuróticas sensoriales y perceptivas. Reglas generales 
de terapia psicosomática. Neurosis traumáticas. Amnesia traumática. Aprosexia. Fugas. Estados 
fóbicos. Psicosis tóxicas e infecciosas. Psicosis sintomáticas. Diagnóstico diferencial de los 
estados depresivos 
Capítulo VII. Recuperación y Readaptación 
Recuperación y reajuste de los casos curados mentalmente. Centros de recuperación y 
readiestramiento en el ejército español republicano. Porcentajes de incidencia y recuperación de 
bajas mentales en el ejército y población civil de España republicana durante su reciente guerra. 
Delincuentes, remisos, lisiados e inválidos. 
Capítulo VIII. Moral 
Concepción experimental de la conducta moral. Fines de la moral de guerra. Como integrar la 
moral. Persuasión, sugestión y coerción. Evaluación de la moral combativa en soldados y civiles. 
Índices de moral. Evaluación de la capacidad combativa individual. El axistereómetro. Resultados 
con los aviadores. El principio de la psicomioquinesis. 
Capítulo IX. Higiene Mental 
Higiene mental en época de guerra. El criterio psicosomático. Colaboración del psiquiatra con las 
autoridades civiles y militares Importancia de un buen compañerismo en el ejército. Vademécum de 
higiene mental del ejército español republicano. Puntos de vista germanos y soviéticos. Unas 
palabras sobre el mundo de la postguerra. 
Apéndice. Técnica e interpretación del Psicodiagnóstico Miokinético 
Objeto del Psicodiagnóstico Miokinético. Técnica actual a) material b) instrucciones previas. c) 
técnica propiamente dicha d) datos a considerar en el PMK. Resultados normales y patológicos. 
Colofón. 
Bibliografía. 
ILUSTRACIONES 
El axistereómetro 
Gráficos estreométricos (esfereogramas) 
P.M.K.: Lineograma de un adulto seleccionado (supernormal) : 
Figura 3(a) 
Figura 3(b) 
Figura 3(c) 
Figura 3(d) El orden de obtención es este: a) cadena egocífuga y egocípeta de la 
mano derecha; b) idem de mano izquierda; e)cadena ascendente y descendente 
de mano derecha; d) idem de mano izquierda. 
Figura 3(e) 
Figura 3(f) 
P.M.K.: Lineogramas en un caso de depresión endógena 
Figura 4 
P.M.K.: lineogramas en un caso de depresión reactiva 
Figura 5 
P.M.K.: Lineogramas en un caso de esquizofrenia antiguo 
Figura 6(a) 
Figura 6(b) 
Figura 6(c) 
Figura 6(d) 
Figura 6(e) 
CAPITULO I 
EL PSIQUIATRA Y LA GUERRA 
El significado de la guerra. 
La guerra, según la Enciclopedia Británica, "es una lucha entre sociedades humanas - 
primitivamente entre tribus salvajes; en el mundo civilizado, entre naciones -". Su explicación 
involucra el análisis de los términos de su definición y requiere la ayuda de ciencias que tratan de 
sus diversos elementos: de la Biología, para explicar la lucha; de la Sociología, para explicar el 
Estado, y de las Ciencias Históricas, para trazar la evolución, en conexión con la del Estado, de las 
fuerzas armadas y de las diversas formas de su empleo. 
No es de extrañar que la palabra psicología y sus derivados no estén siquiera mencionados en la 
definición precedente. La enorme influencia de los factores psicológicos en los motivos, incidencias 
y resultados de la guerra sólo ha sido bien reconocida últimamente. 
En una época tan reciente como la Guerra Mundial N° 1, se creía que las fuerzas combatientes 
estaban simplemente ocupadas en una contienda física o mecánica; cuando los factores 
psicológicos eran aceptados se les incluía en la estrategia militar, exclusiva propiedad del Estado 
Mayor. De acuerdo con este punto de vista, el conocimiento técnico, más una determinada 
cantidad de hombres y materiales, conduciría automáticamente a la victoria o a la derrota, según 
los valores correspondientes del enemigo. No hace tanto tiempo que Napoleón dijo: "Dios está del 
bando que tiene mejor artillería". 
Pero las condiciones presentes difierengrandemente de las del tiempo de Napoleón. Entonces, 
soldados semiprofesionales luchaban sin importarles los asuntos de aquellos por quienes 
luchaban; muchos ciudadanos permanecían totalmente indiferentes y alejados de los detalles del 
conflicto. Tan separado estaba el pueblo del combate que la moral civil se puede decir que no 
existía. 
Hoy, las guerras son de vital e inmediato interés para todo el pueblo de una nación en lucha; se 
han transformado en un total y global acontecimiento. La lucha ya no está confinada a la línea de 
fuego, sino que se extiende a todos los sectores de la vida; ya no es sostenida por mercenarios 
profesionales, sino por todos los ciudadanos. Además de los combatientes, hay legiones de 
espías, agentes secretos, guerrilleros, quintacolumnistas, etc., que emplean invisibles y sutiles 
armas psicológicas. 
Por consiguiente, ya no es posible ocultar el papel de la Psicología. Por el contrario, ésta se ha 
tornado tan importante que en varios de los países beligerantes hay ministerios especiales 
dedicados a ello, los llamados ministerios de propaganda o información, a los que sería más 
apropiado denominar ministerios de guerra psicológica. 
Una vez que estamos conformes respecto a las ventajas de aplicar conceptos psicológicos a la 
administración de la organización militar, ¿cuál es el papel que desempeñarán los psiquiatras? 
Aunque parezca raro, a pesar de que éstos fueron los primeros en llegar, los psicólogos están 
ahora de moda, en tanto los psiquiatras permanecen indecisos respecto a su propia función. Fue 
ampliamente probado por la Guerra Mundial Nº 1, que los psiquiatras deberían empezar una 
campaña de Higiene Mental tan pronto como la guerra se declarase, para prevenir desórdenes 
mentales, desadaptaciones, delincuencia y otros contratiempos. Uno puede apropiadamente 
preguntarse si están cumpliendo ahora plenamente su tarea. No creo que ésta haya sido 
totalmente valorada. Los líderes militares consideran que el hombre (soldado) medio es normal y, 
por lo tanto, pertenece a la esfera de la psicología normal. Aun suponiendo esto, olvidan que este 
hombre va a ser sumergido en situaciones anormales a través de toda la guerra, para las cuales 
sus formas habituales de reacción son inadecuadas. Hasta podríamos afirmar que en la medida en 
que una guerra es más sangrienta y fieramente conducida, se vuelve más normal conducirse 
anormalmente. Volveremos a este punto más tarde. 
Todo hombre tiene ciertas posibilidades para desenvolver reacciones anormales, que serían 
consideradas patológicas en tiempos de paz. Uno de los mejores jefes del Ejército Republicano 
Español, me dijo una vez: "Creo que durante la guerra todo el mundo está trastornado, nervioso y 
quizás levemente loco. No es extraño, entonces, que usted no encuentre un creciente número de 
locos. Simplemente carece de un fondo apropiado para establecer la comparación". La tarea que 
debe ejecutar el psiquiatra durante la guerra aumenta en importancia más bien que disminuye. 
No es posible establecer lindes artificiales entre los deberes del psicólogo y del psiquiatra. Cada 
uno necesita del otro y debe trabajar con espíritu de cooperación. Considerándome tanto lo uno 
como lo otro, nunca me pregunté cuál de los dos sería más indicado para resolver un problema 
determinado. E1 trabajo en equipo se muestra eficiente para tratar con las enfermedades desde un 
punto de vista psicosomático; ¿por qué deberíamos renunciar a él en el trato de asuntos tan 
complicados como selección de reclutas, mantenimiento de la moral, etc. ? 
Aun cuando el psicólogo está bien equipado para medir las aptitudes específicas, el psiquiatra está 
mucho mejor preparado para calcular la resistencia de un sujeto a un determinado esfuerzo. Más 
aún, prevenir y evitar una temprana fatiga en un jefe sobrecargado de trabajo es mucho más 
importante que hacer una regular clasificación de cien reclutas. 
Interpretación psicológica y psiquiátrica del fenómeno de la guerra. 
El primer paso para captar el significado psíquico de la guerra fue efectuado por un gran hombre, 
quien, no sabiendo si denominarse psicólogo o psiquiatra, inventó un nuevo nombre: psicoanalista. 
El psicoanálisis puede servir muy bien de puente para unir la brecha existente entre la psicología y 
la psiquiatría. 
Según Freud, la guerra puede ser considerada como "una especie de neurosis colectiva" o como 
"una tentativa para descargar periódicamente el exceso de impulsos libidinosos reprimidos". 
Ambas interpretaciones presuponen que la represión tiene un doble significado, puesto que es al 
mismo tiempo fuente y efecto de la civilización. Freud afirma textualmente "la conciencia es el 
resultado del renunciamiento intelectual". A su vez, sin embargo, la conciencia pide nuevas 
renunciaciones, y así se forma un círculo vicioso que conduce a la Humanidad más bien a sufrir 
que a aprovechar su cultura y civilización. Freud escribe con pesimismo que nuestra llamada 
civilización es la culpable de una gran parte de nuestra miseria y que seríamos mucho más felices 
si pudiéramos volver a las condiciones primitivas. 
Junto a los puntos de vista de Freud - que no intento discutir -, es interesante recordar que hace 
más de dos mil años Plotinus dijo: "E1 amor insatisfecho se trueca en rabia". Ambos autores 
coincidirían en afirmar que la guerra no significa la ausencia, sino más bien la privación del amor. 
El punto de vista no es, pues, tan malo como parece. 
Para el psicólogo práctico, la guerra es un período durante el cual la vida humana es 
completamente revolucionada. Las relaciones morales, legales, económicas, sociales y hasta 
materiales son alteradas de acuerdo con las nuevas necesidades. Hábitos, afectos y credos son 
rotos. 
Durante la guerra la gente debe repetir el proceso de su aprendizaje infantil respecto a los ajustes 
básicos de la vida. ¿Quiénes están mejor preparados para guiar en esta emergencia sino aquellos 
que más saben sobre el mecanismo del aprendizaje humano? A los alumnos les falta la plasticidad 
mental de la infancia: son de diversas edades, niveles culturales y a menudo no desean ser 
enseñados. Se deben esperar resistencia, dificultades y fracasos; por eso el Gobierno ha de 
buscar los maestros más eficientes y los métodos más didácticos para el nuevo arte de vivir la 
guerra. 
El cambio se torna más difícil en los países democráticos, especialmente en aquellos cuyo nivel de 
vida es elevado y confortable. La necesidad y la desesperación, según una antigua ley psicológica, 
impulsan al pueblo a luchar; la autosatisfacción, el "confort" y el lujo lo hacen conservador y 
pacífico. Esto puede explicar por qué Francia y Holanda fueron mucho más rápidamente vencidas 
que Grecia y Yugoslavia. Esta ley también aclara por qué las masas de los países del Eje, que han 
vivido bajo circunstancias adversas durante muchos años, se adaptan tan rápidamente a las 
condiciones de guerra. 
El psiquiatra, por otra parte, se dedica preferentemente al estudio de las relaciones patológicas 
humanas, individuales y colectivas. Considera la guerra como una reacción colectiva anormal que 
conduce a la substitución de las formas sociales avanzadas de conducta por otras más primitivas. 
Todo el progreso de la mente humana ha sido obtenido subordinando la fuerza a la razón, la 
opresión a la libertad, el instinto a la ética. Nadie se puede sentir libre hasta que adquiere el control 
de sus deseos corporales; a través de toda la historia humana, el Derecho de la Fuerza ha sido 
lentamente reemplazado por la Fuerza del Derecho. 
En la guerra, la violencia, la fuerza mecánica y hasta la brutalidad, prevalecen sobre la persuasión 
y la razón. Lo mismo ocurre en la locura. Como consecuencia, los psiquiatras, si fueran simples 
observadores profesionales, contemplarían la guerra como una psicosis nacional que afecta la 
mente colectiva. Entonces podrían sentarse y observar con calma ambos bandos beligerantes, o 
hasta podrían trasladarse de un lado a otro, paracomparar mejor las reacciones de los grupos 
opuestos, adquiriendo así datos más valiosos. 
Sin embargo, los psiquiatras no son solamente observadores curiosos, sino más bien ciudadanos 
que deben cumplir una tarea más fundamental. Como médicos, su obligación es aliviar los 
sufrimientos. Puesto que la guerra trae consigo tantas penalidades, han de reprimir sus deseos 
investigadores y dedicarse a obtener propósitos más concretos, que discutiremos en las páginas 
siguientes. 
Aspectos sociales y biológicos 
Los biólogos ofrecen una explicación muy sencilla de la guerra; para ellos ésta es simplemente un 
caso particular - muy lamentable por cierto - de la lucha por la existencia, tan antigua y difundida 
como la vida misma. De acuerdo con el punto de vista de Lamarck, el animal fuerte sobrevive y el 
débil perece. Pero esta ley es solamente cierta mientras tratamos con organismos faltos de 
inteligencia. Nicolai, en su libro sobre la biología de la guerra, niega su validez en el hombre. En 
aquel remoto día en que el joven y fuerte guerrero cayó de rodillas ante el mago débil y anciano, el 
hombre se convirtió en algo más que un simple organismo natural: había descubierto el reino de 
los valores. Desde un enfoque realista, la guerra, en las condiciones presentes, significa la 
supervivencia de los débiles - que son excluidos del servicio militar -, no de los fuertes. Por esto, 
cuando Hitler acude a la biología para justificar su afirmación de que la guerra es un fin humano 
natural, prueba estar equivocado una vez más. 
Sin embargo, no debemos olvidar que el hombre es también un animal natural, que todavía 
conserva signos de su fiera y cruel ascendencia; no es por casualidad que tenemos dientes 
caninos. Por eso los biólogos pueden contribuir con sugestiones para garantizar las fuentes físicas 
y fisiológicas de energía. La guerra española probó que si se olvida esto hasta la mejor moral de 
guerra puede fallar; por eso los alimentos son sujetos a bloqueo. Aquí, sin embargo, no es éste un 
problema que nos afecte y deseamos simplemente remarcar la insuficiencia de todos los intentos 
biológicos para explicar la guerra desde un punto de vista puramente naturalista. La misma 
inaptitud caracteriza todos los esfuerzos realizados por los sociólogos para dar explicaciones 
religiosas, económicas o políticas de ella. Puesto que se trata de un fenómeno humano, no puede 
ser bien comprendido, a menos que tomemos en cuenta todos los factores complejos que integran 
la vida humana. Los sociólogos siguen ocupados discutiendo cuál de las diferentes teorías de 
organización política y social puede explicar mejor, y si es posible prevenir, las guerras. Deseo que 
la sociología aumente su prestigio en un futuro próximo, pero creo que esto sucederá en la medida 
que se infiltren en ella la psicología y la psiquiatría. 
La concepción humanista. 
Vamos a efectuar, finalmente, una síntesis. El hombre ha sido descrito como "una perpetua 
oscilante e inestable síntesis de antinomias". Su vida es la expresión de fuerzas en conflicto y su 
conducta el inevitable resultado. En el hombre, siempre hay algo más que una lucha por la vida; 
hay también una lucha dentro de su vida. 
Los seres humanos no están simplemente en conflicto con sus congéneres; están también en 
conflicto con ellos mismos. La guerra es un modo de conducta que altera, en cada individuo, la 
proporción relativa de los problemas alternos y externos; por esto, durante ella, algunas personas 
cambian para mejorar y otras para empeorar. 
La característica general más importante de la guerra consiste en privar al hombre de sus 
dimensiones espirituales y trascendentales, y en limitarlo a la vida natural más simple y salvaje, en 
la que el único fin es asegurar la supervivencia. 
La guerra significaría solamente un daño para la Humanidad si no tuviera como finalidad una 
mejora en el estado de vida. Los dirigentes de las naciones beligerantes, por tanto, se ven forzados 
a prometer grandes cambios culturales, económicos y sociales como premió a la victoria. La gente 
quiere saber no solamente contra qué están luchando, sino para qué luchan. 
"Desde el punto de vista humano la guerra es un acontecimiento crucial y nuclear en la historia de 
la humanidad; un suceso del cual depende el destino de pueblos y naciones durante siglos y del 
que emergen cambios progresivos o regresivos. La forma de vida anterior a ella nunca puede ser 
restaurada". 
Fines de la psiquiatría en la guerra. 
La psiquiatría debe desenvolver su máxima eficiencia para alcanzar el mejor ajuste de los recursos 
humanos con el mínimo sufrimiento, tanto en la zona de guerra como en la retaguardia. Varias 
opiniones han sido expresadas recientemente respecto a los fines concretos de este deber. El 
profesor Overholser en los EE. UU., el profesor Moreno en México y el profesor Pacheco e Silva en 
Brasil, los han descrito. Creo conveniente discutir tales fines con cierto detalle, puesto que no 
existe un acuerdo completo acerca de sus límites. 
La mayor parte de los objetivos de la psiquiatría en la guerra deben lograrse por el trabajo en 
equipo, de parte de los psiquiatras y otros profesionales, tales como los psicólogos, psicoanalistas, 
sociólogos, jefes militares, etc. La supresión de interferencias e imbricaciones debe ser 
cuidadosamente considerada por cada una de estas categorías para obtener los máximos 
beneficios. 
Las principales tareas que deben ser ejecutadas son: 
I. - Ajuste de la población al esfuerzo de guerra, de acuerdo con su capacidad y su 
energía mental. 
II.- Profilaxis mental de la población militar y civil durante la guerra para mantener 
sus miembros adaptados a sus trabajos y para prevenir la depresión mental. 
III.- Cuidado apropiado de aquellos individuos o grupos que se tornen mentalmente 
enfermos o exhaustos a pesar de las medidas preventivas. 
IV.- Reajuste continuo de convalecientes mentales para prevenir recaídas. 
V. - Mantenimiento de una alta moral de guerra. 
Veamos cómo estas diferentes metas pueden ser logradas y cuál es el papel apropiado del 
psiquiatra en este logro. 
I. Ajuste de la población a la guerra. 
Este propósito es tan ambicioso que no puede ser alcanzado sin un plan perfecto y sin la 
integración del trabajo de todos los expertos responsables de él. Un previo análisis de 
requerimientos y necesidades debería ser efectuado para ajustar los recursos humanos a las 
situaciones de emergencia. Sin embargo, este análisis es imposible sin una información exacta de 
los recursos e intenciones del enemigo. 
Penetrar en tal laberinto está más allá del objeto de este libro. Nos limitaremos, pues, a estudiar el 
problema de selección de personal militar y civil. La frase "the right man in the right place" es, 
quizás, más aplicable en tiempo de guerra que en tiempo de paz. No puede haber ninguna duda de 
que los psicólogos deben proveer las bases para una designación adecuada de los individuos en 
todos los niveles de la maquinaria bélica. 
Pero los psiquiatras también tienen algo que decir en esta ocasión. No deben esperar a que los 
llamen para dar su consejo. Su función no debe ser concebida como la puramente negativa de 
determinar quién no debe emprender un determinado trabajo de guerra. Por su experiencia en 
tratar a los hombres desde un punto de vista global y por su particular conocimiento de la tipología 
y caracterología, los psiquiatras están mejor preparados para determinar la capacidad de acción de 
un determinado sujeto y predecir su rendimiento y eficiencia bajo condiciones anormales de 
esfuerzo. 
Por otra parte, no hay línea divisoria entre la reactividad normal y la anormal de un sujeto 
determinado. Todo el mundo tiene en su interior ambas potencialidades. Es un asunto de umbral, 
más bien que de calidad o esencia, lo que determina la conducta apropiada o inapropiada del 
individuo. Por lo tanto, debería existir una íntima colaboración entre el psicólogo y el psiquiatra; 
ésta permitiría hacer mejores pronósticos quesi ambos trabajasen separados. El primero podría 
medir las capacidades, aptitudes y habilidades vocacionales del sujeto; el segundo podría medir su 
poder para usarlas. Entonces, el problema del desajuste psicopático -a pesar de los cuidadosos 
"tests" psicológicos- no tomaría incremento, pues no solamente sería posible para los expertos 
designar el empleo más apropiado para cada individuo, sino también determinar cuándo, dónde y 
durante cuánto tiempo estará capacitado para desempeñarlo. 
Los psicólogos se hallan interesados en los rasgos comunes y superficiales de la mente; más bien 
que en tratar con los fatigosos problemas de las relaciones psicobiosociales bajo las condiciones 
opresivas de vida, se ocupan en ordenar los valores relativos de los instrumentos mentales. Los 
psiquiatras, en cambio, están más interesados en la valoración práctica e inmediata de la eficiencia 
individual, cuando una influencia injuriosa o nociva, heredada o adquirida, perturba la integración 
del equipo de hábitos mentales. Las posibilidades de compensación, sobrecompensación, 
desplazamiento, transferencia, inhibición temporal, cte., de los moldes de reacción deben ser 
cuidadosamente consideradas en el pronóstico. 
Resumiendo: favorecemos la adición, más bien que la substracción de esfuerzo. No se trata de 
cómo los psicólogos, autoridades de clasificación y psiquiatras deberían colaborar: deben 
colaborar a menos que se quiera perder tiempo y trabajo en el proceso selectivo. 
II. La higiene mental en la guerra. 
La higiene mental es otro objetivo para el cual los. "oficiales de moral" (Moral Officers), los 
psicólogos y psiquiatras, deben unirse y trabajar asociados. Aquí los últimos desempeñan el papel 
más importante. Nada puede afectar más adversamente el ánimo colectivo que la visión de gente 
enloquecida por la guerra. Aunque parezca raro, el promedio de los civiles o soldados soporta 
mejor la noticia de que uno de sus amigos ha sido herido o muerto que la de que ha sido internado 
en un hospital mental. Un hombre teme más perder su razón que su cuerpo o hasta su vida; 
cualquier baja mental posee, especialmente en tiempo de guerra, un poder psíquico 
desmoralizador. 
Pero los peores resultados ocurren cuando una persona desequilibrada no es reconocida y sus 
delirios son aceptados por su grupo. A causa de la creciente sugestionabilidad de la mayoría, tales 
personas semilocas son quizás más peligrosas que el verdadero psicótico y pueden ser usadas 
con gran éxito por los quintacolumnistas. De ahí que sea tan importante controlar y observar 
periódicamente no sólo a las personalidades psicopáticas previamente determinadas, sino también 
aquellas que no han sido reconocidas como tales. Esta es la tarea que debe desempeñar el 
servicio de Higiene Mental, tanto en el frente como en la retaguardia. 
Creemos que nadie negará el tercer objetivo de la psiquiatría en la guerra: el cuidado de bajas 
mentales - tanto como en la paz -. El tratamiento, sin embargo, es algo diferente del usado en 
épocas de normalidad; en un país pacífico no se observan epidemias de neurosis, estados 
colectivos paranoides, etc., tales como los que a veces se presentan en la guerra. 
En el cuarto fin - reajuste y colocación de los pacientes mentales curados - encontramos de nuevo 
la necesidad del trabajo en equipo con psicotécnicos y oficiales encargados de centros de 
recuperación. Los psiquiatras deben ayudar calculando la probabilidad de recaída y sugeriendo la 
atmósfera psicológica más apropiada para tales pacientes. 
Aun más importante, quizás, es la contribución de los psiquiatras para la obtención del quinto fin: el 
mantenimiento de la moral de guerra. Antes de que lleguemos a su análisis concreto, sin embargo, 
debemos tener un bosquejo de los rasgos más prominentes que caracterizan la vida en tiempo de 
guerra, desde el punto de vista de la psicología dinámica. 
III. Influencias remotas e inmediatas de la guerra sobre la vida. 
Hay muchas clases de guerras, así como son muy distintas las gentes involucradas en ellas. Las 
diferencias de origen, raza, cultura, temperamento, inteligencia, posición económica y social son 
las responsables de las distintas actitudes. Presentaremos lo que debe ser, más bien, una 
perspectiva abstracta y formal del campo, puesto que no se puede negar que, una vez juntos, el 
pobre no reaccionará como el rico, el joven y sano como el viejo y enfermo, ni el afortunado como 
el desgraciado. 
No obstante, para cada ciudadano, la guerra implica un cambio de deberes y derechos, una 
dislocación de propósitos y una ruptura de hábitos, afectos y creencias. Por eso trataremos de 
describir algunas de las diferencias más importantes de las formas de vida en tiempos de guerra y 
de paz. 
En términos generales, en tiempo de paz, las relaciones interpersonales se desenvuelven en un 
ambiente de confianza, amabilidad y amistad, mientras en tiempo de guerra están impregnadas de 
desconfianza y dureza. En tiempo de paz un hombre está raramente enfadado y, todavía menos, 
en estado de temor; pero en tiempo de guerra es un lujo estar tranquilo y de buen humor. La 
existencia en esos tiempos presupone una regresión psicológica hacia las condiciones primitivas 
de la vida emotiva que prevalecieron durante la primera infancia, cuando las actitudes negativas, 
de temor y rabia, predominaban sobre las positivas de simpatía y amor. 
Este retroceso proviene principalmente del hecho de que la guerra no se limita a privar al individuo 
de su "confort" y diversiones usuales, sino que rompe con el pasado y requiere la rápida creación 
de nuevos hábitos. A1 mismo tiempo, coloca al sujeto cara a cara con lo desconocido, impidiéndole 
hacer planes para el futuro. Nadie sabe, al levantarse por la mañana, qué le sucederá antes del 
anochecer: puede verse privado de su libertad o de sus propiedades, transferido a otra ciudad, 
herido, muerto, o hasta imposibilitado de dormir en la misma cama que la noche anterior. A pesar 
de la incertidumbre -el factor más temible y depresivo- debe continuar con su trabajo como si el 
peligro no existiese, y, aún más: debe aparecer entusiasta acerca del futuro, sonriente y ocultando 
sus dudas y temores. La gente está, de esa manera, sumergida en un presente peligroso, difícil, 
molesto, incierto y complicado; nuevas conquistas y, lo que es peor, privada de libertad e iniciativa 
personal. Puesto que en la guerra todo lo que no está prohibido tiende a ser obligatorio, hay una 
absorción progresiva del individuo por la máquina bélica. No es, pues, extraño que el creciente 
gasto de energía mental coloque al ciudadano medio en un estado de nerviosidad y lo impulse a 
actuar con dureza, perdiendo así su espontánea afabilidad. La pérdida de la libertad personal es, 
naturalmente, más marcada en los soldados, puesto que están ligados (soldados) a sus 
respectivas unidades del ejército. 
La ley del todo o nada. 
A causa del súbito cambio del marco ambiental de referencia y de la dislocación de los soportes, 
básicos y aparentes de su actividad mental, cada individuo especula considerablemente, en el 
comienzo de su nueva vida, sólo para alcanzar la misma incertidumbre acerca de su futuro. 
Finalmente, cesa de intentarlo y se abandona a la forma de vida espontánea, natural e irracional 
(afectiva) que prevalecía durante las fases primitivas de la evolución humana. 0 bien obedece las 
órdenes dócilmente, sin tratar de absorberlas; o, por el contrario, lucha con rebeldía contra su 
acorralamiento. La gente que vive bajo las condiciones de guerra está así expuesta a abruptos 
choques emocionales y se torna, como consecuencia, más sugestionable. Es imposible predecir su 
conducta; obedece la ley del todo o nada que caracteriza las formas más simples de vida; el 
organismo, o bien permanece insensible y no afectado por el estímulo, o reacciona en la forma 
más enérgica. 
Uno de los problemas más difíciles se presenta. Los encargados de la instrucción de los nuevos 
reclutas encuentran al tipo medio,o bien apático e inhibido o bien excitado y nervioso. Puesto que 
estos hombres sufren un aumento de tono emocional, se crean fuertes pulsiones que restringen su 
pensamiento. Es bien sabido que los estados emocionales tiñen con su tono de sentimiento 
peculiar todos los niveles de las actividades intelectuales del individuo, durante un largo período. 
Cuando éste está asustado, sus pensamientos son medrosos; no importa lo que piense, sus 
conclusiones serán siempre pesimistas. La escuela de Pavlov explica este hecho diciendo que las 
emociones básicas, por hallarse conectadas ancestralmente con situaciones de vida o muerte, 
tienen el máximo poder de irradiación sobre el cerebro, y así excluyen la posibilidad de un cambio 
voluntario, mediante el discernimiento. 
Para los fines militares es prudente averiguar los temores individuales específicos, odios y afectos 
de cada soldado. Los soldados deben obtener un completo dominio de sus emociones básicas. 
Deben albergar odio contra el enemigo pero no contra sus superiores; evitar cuidadosamente 
ciertos peligros y despreciar otros; sentir amistad y cordialidad hacia sus compañeros al mismo 
tiempo que estar alerta para denunciarlos en caso de traición. Lo que es peor, deben estar prontos 
para obedecer ciegamente las más extravagantes órdenes de sus superiores y, al mismo tiempo, 
poseer iniciativa, determinación y espíritu de razonamiento. Por ello, uno de los más prominentes 
soldados españoles republicanos resumió así la situación: "los oficiales deben estar locos. Nos 
ordenan comportarnos como salvajes y media hora después como gente civilizada; dos horas más 
tarde como bestias, y, al poco tiempo, de nuevo, como seres humanos refinados. Toma mucho 
tiempo convertirse en tal acróbata mental y tengo miedo de perder la razón en el proceso de tal 
aprendizaje". 
IV Disociación del ser y la apariencia. 
Otro aspecto importante del reajuste social en la guerra, es el súbito cambio de prestigio y poder 
de muchos hombres. Frecuentemente, como resultado de sucesos casuales, los individuos se 
tornan héroes nacionales u objetos de la admiración general. El humilde zapatero se convierte en 
superior del propietario del taller; el muchacho ascensorista, ahora brillante cabo de aviación, dicta 
órdenes al hombre de negocios que cierta vez le despidió de su empleo. No se sabe nunca quién 
está dentro de un uniforme ni se puede predecir cómo se conducirá. Todo lo que se sabe es que 
tiene más o menos poder de mando. La gente debe ser juzgada por su apariencia y no por su valor 
personal. Esta peculiar disociación del Ser y el Parecer (apariencia) aumenta la dificultad del ajuste 
psicológico en tiempo de guerra. 
Sin embargo, el hombre medio posee una plasticidad mental increíble y puede sobrellevar estos 
obstáculos si está totalmente convencido de la necesidad de hacerlo. Obtener esta convicción no 
es fácil. Si es estúpido, no entenderá el "porqué" de los pedidos que se le hagan; si es inteligente, 
presentará una docena de "peros". De ahí que una enorme cantidad de información acerca de la 
guerra debe ser proporcionada y las discusiones sobre su motivación filosófica estimuladas, 
cubriendo los ángulos de las varias ideologías. En todos los ciudadanos de la nación, a pesar de 
sus opiniones políticas y religiosas, debe existir la creencia de que no hay otro recurso sino luchar. 
Deben estar convencidos de que hay que "hacer" la guerra, no simplemente soportarla. 
Si este fin es logrado la gente deseará prenderse, más bien que escapar, del espíritu de guerra. 
Producir la convicción necesaria requiere el trabajo colectivo de los mejores cerebros del país, 
especialmente de aquellos mejor equipados en psicología, psiquiatría, sociología, filosofía, ética, 
ley y hasta política. 
V Efectos remotos de la guerra. 
Cuando se soporta una guerra durante varios años y su fin es, aún, incierto, aparece otro peligro: 
la gente pierde su interés en ella y se vuelve apática y deprimida. Nada les importa ya y actúan 
como autómatas. Ni las noticias buenas ni las malas afectan a los que desean solamente 
tranquilidad y paz. 
Observamos este estado en el final de la guerra española, cuando el pacto de Munich había 
borrado la única esperanza de ayuda externa, esperanza que hubiera permitido a los republicanos 
soportar la falta de comida, municiones, sueño y la pérdida de sus hogares. 
Durante los meses que siguieron al de octubre de 1938 hasta un gran accidente callejero en las 
calles de Barcelona, era insuficiente para revivir los instintos de curiosidad y solidaridad, antes tan 
fuertes entre los catalanes. Más impresionante aún, era que las propias víctimas permanecían 
indiferentes, sin pedir auxilio aunque estuviesen gravemente heridas. 
Cuando tal estado de estupor aparece (los franceses lo han denominado "n'importequisme", que 
podría ser traducido por el neologismo "nimportequismo"), la guerra está realmente terminada. No 
importa si este estupor aparece en el frente o en la retaguardia. En cualquier parte significa el fin 
de la lucha, puesto que si no es posible para el ejército resistir cuando la retaguardia se hunde, 
tampoco puede ésta efectuar resistencia cuando el ejército está moralmente destruido. 
Antes de que ocurra este desastre, naturalmente, muchos signos advierten su cercanía. Fuertes 
medidas psicoterapéuticas pueden ser aplicadas para prevenirlo. Discutiremos esto al final del 
libro. Aquí trataremos del obstáculo más importante que se presenta al principio de la guerra: el 
miedo. Numerosos países han sucumbido sin luchar -aun cuando, indiscutiblemente, quisieron 
oponerse a los invasores - porque un terror colectivo paralizó al pueblo y a los gobernantes. 
Muchos errores pueden ser evitados al principio de la guerra si los nuevos soldados pueden 
controlar su miedo. Por lo tanto, en el próximo capítulo nos dedicaremos al análisis de esa emoción 
básica y a los métodos para prevenir sus desastrosos efectos entre individuos y grupos. 
Sumario 
Indice 
CAPITULO II 
EL MIEDO Y SU SIGNIFICADO 
Supongamos que toda una población está concentrada en la tarea de destruir a su enemigo. A 
pesar de su determinación y entusiasmo, tan pronto como se vuelven perceptibles los efectos 
físicos de la guerra (explosiones de bombas, visión de los muertos y heridos, etc.) casi todos 
sienten un cambio en su interior. El miedo ha hecho su aparición y no desaparecerá 
completamente hasta que vuelva la paz. 
Para citar la Biblia: "En el comienzo, Dios creó el miedo". La Biología confirma que hasta los más 
simples organismos vivientes, tales como los protozoarios, poseen, no solamente la propiedad de 
conmoverse por determinados cambios del medio ambiente (irritabilidad), sino también la de 
paralizarse, parcial o totalmente, temporal o permanentemente, cuando son sometidos a acciones 
de estimulación perturbadora. Creo que esta propiedad, a la que denomino inactividad, es tan 
importante como la irritabilidad. E1 fenómeno de muerte aparente, ya desarrollado en los 
asteroides, y "el reflejo de la defensa pasiva inmovilizante" observado en muchos animales, cuando 
se ven ante seres humanos, son ejemplos de dicha propiedad. 
Pavlov, después de someter a mamíferos superiores a la acción de varias situaciones nocivas, 
extrajo la conclusión de que "en el fondo del miedo normal (timidez o cobardía) y en particular de 
los miedos patológicos (fobias), hallamos un predominio del proceso psicológico de inhibición". Si 
consideramos que este término implica la cesación de los movimientos en curso, podremos decir 
que, desde la humilde amiba hasta el hombre, prevalece la misma ley biológica, según la cual la 
vida requiere ciertas condiciones de equilibrio para seguir su curso. Fuera de estas condiciones, 
tiende a desaparecer. 
Como consecuencia, experimentamos este proceso de inactivación como un estado disfórico de 
creciente incapacidad, ineficiencia, duda e inseguridad. La pérdida consecutiva de nuestro poder 
reactivo, es vivida como un sentimiento de contraccióny empobrecimiento del yo. 
Simultáneamente con la exageración de esta experiencia consciente, el desasosiego y la inquietud 
se extienden a través de todos los niveles de la mente y el individuo experimenta el ataque del 
proceso inhibitorio bajo la forma de una creciente sensación de impotencia. La poderosa fuerza de 
este mecanismo primario de supuesta defensa de la vida contra la muerte, consiste, después de 
todo, en el parcial anticipo de la agonía. 
Contrariamente a lo afirmado por la Psicología clásica, según la cual el miedo emerge o proviene 
de la idea de peligro, o del sentimiento de amenaza o lesión del Yo, creo que el peligro, tanto 
subjetivo (imaginario) como objetivo (real) no es su causa ni siquiera su motivo. Por el contrario, el 
miedo es engendrado por la carencia de una reacción conveniente; en otras palabras, por la 
pérdida de fluidez y continuidad del curso reactivo natural, que asegura la descarga, en la vía final 
común, de todos los potenciales excitados por los estímulos, internos o externos. 
La necesidad de asegurar el libre curso y la fluidez del proceso es tan grande que el miedo puede 
desarrollarse, hasta sin pretensiones de justificación, siempre que la inercia del proceso decrezca o 
esté exhausta. Esto ocurre, por ejemplo, cuando el signo desencadenante de una acción prevista 
no aparece, y, por lo tanto, el efecto deseado no ocurre. Ilustraciones de este hecho en el campo 
de la patología son las "neurosis de expectativa" (Er wartungsneurose; neurose d'atteinte) y la 
intensa panfobia experimentada por los enfermos que sufren de una depresión vital (Kurt 
Schneider). 
Simplificando: el porvenir es todavía más terrorífico que lo cierto e inmediato; el conocimiento de lo 
que ocurrirá es menos terrible que la ignorancia o la duda. Los hombres prefieren la certeza de la 
muerte a la inseguridad de su destino. Como dijo Aníbal Ponce: "la duda es la raíz de la ansiedad". 
Puede parecer que este concepto es opuesto al primeramente defendido por Darwin y más 
recientemente por Walter Cannon, que conceden un significado utilitario, en sentido teológico, a la 
reacción del miedo. Cannon considera que la emoción del miedo resulta de una excitación anormal 
del sistema nervioso simpático, que sirve para el combate o la huída. Sus investigaciones de las 
dos "simpatinas" -una de las cuales se supone que ejerce una acción inhibitoria- coinciden 
estrechamente con los conceptos de Pavlov. Con todo, cuando Cannon describe como sinónimos 
los cambios somáticos subyacentes en el miedo, la rabia, el dolor y el hambre, me inclino a atribuir 
sus resultados a una infortunada selección de los animales de experimentación. Obtiene una 
mezcla de estos estados pero no consigue la pura respuesta inactivante. Para despertar miedo 
puro, más bien que obtener un "cocktail emocional", hubiera sido preferible arrojar a los animales 
desde un aeroplano y examinarlos inmediatamente después de su aterrizaje con paracaídas. 
Entonces, quizás, un reflejo de defensa pasiva, como el descripto por Pavlov, hubiese sido 
obtenido. 
Psicogénesis del miedo. 
La psicogénesis del miedo ha sido objeto de numerosos y recientes trabajos de los cuales 
solamente citaré unos pocos. 
Sabatier establece que el miedo es el efecto del desamparo e incapacidad para enfrentar la vida: 
"L'homme jeté nu et désarmé sur la planête à peine refroidie marchant en tremblant sur un sol qu'il 
sentait encore trembler sous ses pas . . . connut un état de misère et de détresse qui remplit son 
coeur d'une épouvante infinie". 
La opinión de Levy-Bruhl es que el miedo despertó en los seres humanos junto con la superstición 
a causa del "misterio de lo desconocido". "Attrait et horreur, adoration et crainte se donnent 
ensemble... La peur fut d'abord une engoisse diffuse, émotion du mystère". 
De acuerdo con el punto de vista de Rignano, el miedo sería el resultado del oscuro y primario 
propósito de cada organismo de subsistir de una manera fija en su estado psicológico : "tendence 
de l'être à perseverer dans son être, tendence a l'invariance". 
Lacroze cree que el miedo proviene de la lucha entre una tendencia a la inmutabilidad y otra hacia 
la precaución vital: "Une vie qui est essentiellement mouvement et progrès, des individus qui en 
sont les aspects figés et arrêtes ... telle est l'opposition fondamentale d'où nait l'angoisse." 
Las opiniones de Christin y Meyerson coinciden en considerar el Yo como la fuente real del temor. 
El primero dice "L'angoisse est la peur de soi-même"; el segundo opina "L'angoisse est surtout la 
peur du mystère que tout homme porte en soi". 
Brissaud afirma que el miedo y la angustia son "una meditación de la muerte". 
Janet escribe: "L'angoisse est une émotion avortée, un processus affectif arrété ou dévié dans son 
cours. L'angoisse se rapproche de la peur qui est la plus élémentaire des émotions. De la mime 
façon que l'action dégénère en agitation, l'émotion dégénère en angoisse." 
Freud sostiene que el miedo es un elemento mórbido que acompaña algunas veces a las 
reacciones defensivas. Su origen proviene del sufrimiento inherente a la acción de nacer. Su 
discípulo Reick, se apoya en el hecho de que el miedo de la vida precede al miedo de la muerte y 
que el primero - estando implícito en el llamado instinto de conservación - no es sino un reflejo 
condicionado del último. Por su propia cuenta, Jones, otro discípulo de Freud, cree en la existencia 
de una insuficiencia de gratificación libidinosa en los niveles profundos de todos los temores; 
coincide con la creencia popular de que el valor es el compañero de la probidad, pero esto difiere 
de "tests" clínicos en muchos ejemplos. 
Wallon sostiene el criterio de la existencia de una cierta oposición entre la luz e intensos grados del 
miedo, puesto que mientras los primeros son de origen externo, los segundos son debidos a "un 
debilitamiento del tono postural". 
En cierto modo similares son las opiniones de Devaux y Logre cuando sostienen que la angustia 
representa "le fait affectif original" y su causa debe ser buscada en la "structure psychobiologique 
de l'animal." 
Estos estudiosos que han hecho observaciones directas en pacientes que sufrían los efectos de 
situaciones horripilantes, no nos suministran menos variedad de opiniones. Schilder sostiene: "La 
expectativa de algún daño" como la causa del miedo citando el organismo tiende a evitar, más bien 
que a combatir el peligro. 
K. Go1dstein remarca que la ansiedad no se debe, generalmente, a ningún objeto concreto ("Der 
Anttgst ist gegenstandlos") sino que nace, como nosotros sostenemos, cuando el ejercicio de 
determinadas funciones constitucionales se torna imposible. 
W. Stern dice: "La fuente de la cual emerge el miedo es una repugnante impresión de inconstancia 
e indecisión (inconclusión en el futuro) con la vida y el mundo" . 
A pesar de su gran variedad, estas definiciones remarcan el hecho, ya verificado por Gardiner 
Murphy para todas las reacciones emocionales, de que es mucho más fácil discutir los efectos del 
miedo que sus causas, puesto que éstas no están originadas, como anteriormente se creía, en la 
idea de peligro, sino justamente en lo contrario: la idea de peligro brota de la experiencia de los 
efectos del temor. En su trabajo "Sentimiento y Emoción", Murphy afirma: "La teoría de la emoción 
es un problema de funcionalisrno orgánico o correlación y casualidad dentro del organismo, no 
entre éste y el ambiente exterior o curso de la conducta. Así pues el problema real del miedo se 
halla dentro del organismo". 
Por ello un cándido alumno replicó a la pregunta de su maestro - "¿Tiene Ud. miedo de mi 
pregunta?" - "No señor, tengo miedo de no saber la respuesta." 
Terribles situaciones durante la guerra española. 
Todas las guerras son terribles, pero la guerra española fue de las peores, porque no era 
simplemente una guerra de invasión, sino que al mismo tiempo era una guerra civil y una 
revolución. Algunas veces un individuo temía más a un miembrode su familia viviendo en el mimo 
cuarto que a las bombas que los aviones enemigos arrojaban sobre él. No describiré los 
innumerables casos en que el miedo fue experimentado u observado por mi en ese clima. Un solo 
ejemplo puede demostrar cuán terriblemente trágica era la vida durante esos días. En el frente de 
Madrid, los rebeldes emplearon un cierto número de mineros asturianos para comenzar peligrosos 
ataques contra nuestras trincheras delante del Hospital Clínico. 
Dichos mineros habían sido tomados prisioneros cuando la caída del frente del Norte, después de 
haber luchado en el bando republicano. Fueron forzados, a enfrentar el peligro de muerte en todas 
direcciones: detrás suyo se hallaban sus verdaderos enemigos, preparados para matarlos en 
cualquier momento; delante estaban sus compañeros quienes, sin embargo, debían matarlos 
también; bajo sus pies había un campo minado, arriba estaban explotando, por todos lados 
granadas; una lluvia de bombas, completaba el anillo mortal. Algunas veces tenían la suerte de 
ocultarse en un agujero producido por alguna bomba u obús y esperar la caída de la noche para 
llegar a nuestras trincheras. Aquellos que sobrevivían llegaban en un lastimoso estado. 
Presentaban un excelente material clínico para estudiar la evolución del miedo, cuya descripción 
sigue. 
Niveles evolutivos del miedo. 
Basándome en mi experiencia, tanto como en la de los otros, he llegado a la conclusión de que es 
de gran utilidad diferenciar diversos grados en la evolución del miedo. Estos, de acuerdo con la 
teoría de Hughlings Jackson corresponden a distintas fases de desintegración funcional de los más 
altos centros cerebrales. Kretschmer los interpretaría como "regresión adaptativa". 
Naturalmente no debe esperarse hallar en un determinado sujeto una seriación completa de esos 
niveles, Las peculiaridades constitucionales, el grado de fatiga, la constelación afectiva (estado 
mental previo), la duración y severidad de la situación fobígena, etc., pueden hacer cambiar en 
cualquier caso la rigidez de nuestra, descripción abstracta. Pero, prescindiendo de estas 
excepciones, creo que es posible diferenciar 6 niveles o grados de la emoción miedosa, de cada 
uno de los cuales puede hacerse una descripción tanto introspectiva como extrospectiva. 
1. Prudencia y retraimiento.- Observado exteriormente el sujeto aparece modesto, prudente y sin 
pretensiones. Por medio de un retraimiento voluntario limita sus fines y ambiciones y renuncia a 
todos los placeres que implican riesgo. El individuo está ya en ese grado bajo la influencia 
inhibitoria del miedo. Reacciona entonces evitando profilácticamente la situación que se aproxima. 
Introspectivamente, el sujeto no está todavía consciente de tener miedo. Por el contrario, se halla 
bastante satisfecho y orgulloso porque se considera dotado de una previsión mayor que la de los 
demás seres humanos. 
2. Concentración y cautela. - En el segundo nivel el sujeto ya ha entrado en el campo de la 
situación fobígena, pero todavía controla sus reacciones. Sus movimientos evidencian unía actitud 
cautelosa: ya no son espontáneos - puesto que están sometidos a un severo control de atenta 
autocrítica sino que son lentos, correctos y minuciosos. La concentración voluntaria está destinada 
a asegurar el básico e inmediato propósito de mantenerse en una situación de seguridad, propósito 
en el que concentra toda su energía disponible. El sujeto actúa, no solamente para lograr el éxito, 
sino para asegurarlo. Se observa en él una tendencia a repetir y revisar sus movimientos 
(reiteración). 
Subjetivamente la víctima está preocupada; concentra su atención e interés en los sucesos 
exteriores. Una pequeña nube de pesimismo invade su espíritu; para borrarla, intenta reunir todo 
su valor. Para el mundo externo todavía pretende, con éxito, hallarse en calma, ser confiado pero 
reservado. 
3. Aprensión y alarma. - En el tercer nivel, el paciente está objetivamente asustado; su actitud es 
de preocupación y desconfianza. Los movimientos superfluos hacen su aparición; acciones 
secundarias e insignificantes son agrandadas; manifiesta todas sus dudas y sufre oscilaciones y 
alteraciones en el ritmo y precisión de movimientos esenciales. 
A causa de la inmoderada estrechez del campo atentivo, la conciencia del sujeto se ve oprimida. 
Se observan fallas práxicas que disminuyen el control, al mismo tiempo que una tendencia a la 
extensión de las extremidades, con repentinos temblores. 
Subjetivamente, la preocupación existente en los niveles anteriores es aumentada hasta producir 
una división en la corriente de la conciencia. La ideación desaparece y el pensamiento pierde su 
claridad. El Yo experimenta una creciente sensación de desamparo e inestabilidad. A medida que 
el sujeto se convence de su ineficiencia, aumenta esa vivencia. 
Ejecuta acciones sin sentido común, que frecuentemente no concluye, resultando una confusión de 
movimientos. Se aproxima al próximo nivel, durante el cual perderá totalmente el control de su 
conducta. 
4. Ansiedad y angustia. - En el cuarto nivel, la conducta del individuo pierde su unidad funcional y 
su sentido; intenta ejecutar nuevas acciones antes de finalizar las anteriores; los moldes 
psicomotores se desorganizan. La creciente excitación de los centros subcorticales y 
mesencefálicos es responsable de continuos movimientos, obtusos, algunos de los cuales son 
insistentemente repetidos. El sujeto semeja un autómata, pero todavía es consciente y capaz de 
dar respuestas verbales atinadas. . 
Una tendencia a descargar en la esfera neurovegetativa los impulsos que han sido rechazados por 
el barrage de los efectores da lugar a la llamada "tempestad visceral". La actual anarquía en los 
niveles conscientes se extiende también a los órganos internos. En este grado, el diencéfalo 
comienza a apoderarse de la corteza que todavía no está completamente inhibida; contraolas 
conflictivas invaden los centros superiores y subcorticales, en tanto se observan externamente 
gestos estereotipados, movimientos disociados y acciones unilaterales, así como temblores y 
espasmos. 
Subjetivamente, el sufrimiento alcanza su cumbre. El sujeto experimenta una extremadamente 
desagradable sensación de pérdida del equilibrio y proclama que ya no puede controlarse. En 
algunas ocasiones actúa desesperadamente y se deja llevar por un impulso de destrucción o 
autodestrucción. Al hacer esto, no experimenta ningún sentimiento particular de odio o rabia; es 
simplemente espectador, no autor de sus impulsos. 
Otras veces, el Yo consciente aparece completamente disociado del arco efector del sistema 
nervioso. La víctima puede negar que se está moviendo y asegurar que se halla completamente 
tranquila y obedeciendo órdenes, al mismo tiempo que comete actos sin sentido común. 
5. Pánico. - Anteriormente el sujeto estaba al borde de la pérdida completa de conciencia. Ahora su 
conducta es dirigida por los centros talámicos y menencefálicos. Se observan movimientos de gran 
violencia, que no pueden ser reprimidos, ni conscientemente por la víctima ni, externamente, por 
uncambio de la situación. 
La tempestad motriz final ha comenzado: algunas veces da origen a arrebatos y otras causa 
catastróficos "deflejos" defenso-ofensivos. El sujeto puede empezar a correr - y será cuestión de 
suerte que lo haga hacia delante o hacia atrás. Nadie puede detenerlo y se necesitan 3 ó 4 
personas para asirlo, aun cuando normalmente sea de complexión débil. 
No es extraño que, en el campo de batalla, soldados en esta fase de pánico puedan efectuar actos 
que luego serán considerados como heroicos. En realidad cuando, en un instante de obnubilación 
cerebral, "escapan hacia delante" pueden conquistar posiciones y despertar el coraje de sus 
camaradas, que ignoran la ausencia de motivación voluntaria en su acción. 
Subjetivamente, el estado de pánico es vivido como una pesadilla consistente en una peculiar e 
irregular sucesión de imágenes mentales oníricas, lamayor parte de las que se olvidan 
prestamente, cuando la víctima se serena. La denominada subconsciencia - actividad de la 
persona profunda (Kraus) es la que únicamente puede rememorarlas, y es por eso que se hace 
necesario el tratamiento hipnótico para explorarlas a posteriori. 
6. Terror. - Cuando se alcanza esta última fase del miedo es imposible diferenciar sus aspectos 
objetivos y subjetivos. La inhibición ha alcanzado todos los niveles encefálicos y ha paralizado 
incluso las reacciones automáticas, que se hallaban en su apogeo en la fase anterior. 
Existe, a veces, la posibilidad de conservar un suficiente tono postural como para mantener de pie 
al sujeto; o quizás éste se halla en una extravagante postura, inmóvil, sobre el suelo. De cualquier 
modo, es tan inactivo como una piedra: se halla, en realidad "petrificado", o aparentemente muerto. 
Su palidez y falta de expresión revelan la completa ausencia de vida psicoemocional. El retorno a 
la tierra - y creo que la palabra "terror" proviene de la raíz "terra" antes que de "tremor" - se ha 
completado. Tal inactivación, puede, incluso, hacerse permanente: esto ocurre cuando la inhibición 
invade los centros vitales del bulbo. He observado, en efecto, dos casos de muerte sin 
traumatismo, en soldados que estuvieron sometidos a un espanto prolongado, hallándose 
previamente exhaustos. Cannon explica tales muertes por un proceso de deshidratación, 
disminución del volumen sanguineo y precipitación coloidal. 
Cuando se recupera del estado de terror la víctima empieza por abrir sus ojos, aun cuando el 
cuerpo siga inmóvil. Entonces ha de ser tratada con cuidado, pues puede ocurrir que, 
bruscamente, entre en el estado precedente - por desinhibición súbita - y exhiba una reacción 
ciega y agresiva, de pánico. Otras veces el retorno a la normalidad es lento y persisten, largo 
tiempo, síntomas depresivos; el sujeto continúa apático, perezoso e indiferente a cuanto le rodea. 
Factores Fobigénicos. 
Los factores fobígenos o fobigénicos son los productores o agravantes de la reacción miedosa. No 
hay duda que unos sujetos nacen con mayor predisposición que otros al miedo. Cuando se estudia 
esta emoción en el neonato con la técnica propuesta por Watson puede obtenerse una idea de su 
acción inactivante en un determinado caso. No creo que exista una definida relación entre la 
constitución física y el grado de miedosidad, pero sí la hay entre el valor de la energía vital, la salud 
y la fuerza física, de un lado, y la resistencia individual al proceso fóbico inactivante, por otro lado. 
También existe una clara relación entre la concienciación de un peligro y el desencadenamiento 
del miedo. Esta correspondencia, empero, no ha de ser exagerada, pues como ya se ha dicho el 
miedo depende más de cómo ve el sujeto su situación que de los caracteres objetivos de ésta. Así, 
p. ej., soldados inexpertos se asustaban más durante un lejano e impreciso bombardeo de artillería 
que cuando marchaban a exagerada velocidad, manejando un camión por caminos desconocidos, 
en condiciones de peligro físico mucho mayor. 
Así, pues, la imaginación nos asusta más que el peligro en sí. Del propio modo, un acontecimiento 
inesperado, incluso cuando es inofensivo, desencadena más miedo que la anticipación de una 
situación realmente dolorosa o peligrosa. Uno de mis colegas de Facultad, valeroso y enérgico en 
deportes, casi se desmayó cuando - siendo Presidente del Comité de Atletismo - un gracioso "le 
dió la mano", es decir, usó un guante relleno de algodón para dejarlo en su mano al saludarlo, con 
pretexto de congratularle. 
Además de lo antes expresado, veamos las más importantes causas de la difusión del miedo en la 
retaguardia o en el ejército 
1. Ausencia de dirección o comando. - Una experiencia vivida en la guerra española nos da un 
buen ejemplo de esto: en marzo de 1938 se colapsó el frente aragonés y muchas unidades de 
infantería huyeron a la desbandada al grito de "Sálvese quien pueda", ante el ataque enemigo. 
Grupos de soldados en las peores condiciones físicas y morales llegaban, huidos, por la carretera 
a Lérida. Pero bastaron las arengas de unos pocos oficiales salidos de dicha ciudad para 
reagruparlos en nuevas unidades que se batieron, nuevamente, con indómito coraje. 
Los hombres son incapaces de comportarse como miembros de un grupo si éste no tiene una 
estructura social organizada. Un número de soldados sin ,jefe se transforma en masa de 
elementos anárquicos, si antes no se les ha dado una pauta de conducta para tal emergencia. 
2. Extenuación fisica y mental. - La falta de comida, sueño, vestido y otras necesidades físicas, así 
como el exceso de trabajo mental, puede originar una disminución de las energías individuales, 
haciendo al sujeto asustadizo, aun sin motivos lógicos para ello. Pedemos ilustrar esto, con otro 
ejemplo de la guerra española: el quinto y el. décimo cuerpo de Ejército figuraban entre los mejores 
de las tropas republicanas. Ambos se batieron bravamente varias semanas y llevaron el peso 
principal de la batalla en el río Ebro. Pero tras la persistencia del hambre y el insomnio, fueron 
incapaces de resistir otra ofensiva, menos intensa, de los rebeldes (noviembre 1938) en tanto el 
Ejército del Este, que había descansado varios meses, la detuvo con éxito. 
3. Intensidad anormal de la estimulación sensorial. -.El exceso de luz y ruido puede asustar tanto al 
sujeto como la oscuridad, el silencio o la soledad. Naturalmente se observan variaciones 
individuales; muchas personas tienen miedos especiales. Pero la mayoría se asusta máximamente 
por la combinación de la oscuridad, la soledad y el silencio, periódicamente interrumpidos por 
ruidos inesperados y desconocidos. 
4. Impredictibilidad del peligro. - E1 rápido cambio de lugar y la irregularidad en la apariencia o 
desaparición de los estímulos fobígenos aumentan su acción deletérea. Todos sabemos que un 
animal tan pequeño como el mosquito puede mantenernos inquietos toda una noche con sus 
bruscas e inesperadas picadas. 
5. Creencia en el "rodeamiento" enemigo. - Durante la antes mencionada ofensiva de marzo de 
1938, los rebeldes usaron con éxito pequeños grupos de alpinistas que infiltrándose a través de 
nuestras líneas, consiguieron hacer ondear banderas en cumbres montañosas de la retaguardia, 
originando el pánico de nuestras tropas que se creyeron rodeadas por el enemigo. 
6. Misteriosidad de la situación. - Cualquier arma secreta goza del crédito de ser más peligrosa que 
las conocidas. Así, los técnicos alemanes aconsejaron a los rebeldes un sencillo truco para cruzar 
el Ebro: en un día de viento empezaron a difundir nubes de extraños colores desde la orilla 
opuesta; bastó este suceso para desconcertar a nuestros soldados que creyeron hallarse frente a 
un nuevo y terrible gas venenoso. 
7. Falta de un definido plan de acción. - Siendo el miedo una emoción paralizante, su víctima no 
puede crear la reacción conveniente para salir de la situación. Lo más que se puede esperar de 
ella es que acierte a usar las respuestas que ya tiene habitualizadas. Por ello si no se le han dado 
instrucciones concretas de lo que ha de hacer ante cada peligro y no ha ensayado suficientemente 
su conducta ante él, existe la probabilidad de que el sujeto se sumerja en fases avanzadas del 
miedo por falta de un definido plan de acción. 
Un ejemplo claro nos lo dan las reacciones anormales de miedo observadas en los soldados que 
se hallaban con permiso en ciudades españolas bombardeadas. Tales hombres se comportaban 
peor que los civiles durante los raids aéreos y al no saber donde se hallaban los refugios se 
asustaban más que en pleno campo de batalla. 
Factores tranquilizantes. 
No hay duda que el miedo disminuye siempre si el sujeto: a) se siente ayudado por la presencia de 
un grupo cercano y visible; b) espera rescate, ayuda o venganza próxima; c) se halla, o cree 
hallarse, protegido contra un golpe directo; d) conoce la localización del peligro y sabe comopuede 
ser dañado por él; e) está consciente de su propia fuerza; f) sabe qué ha de hacer inmediatamente 
y después; g) confía en la eficacia de sus propias técnicas defensivas. 
Si tuviéramos que seleccionar los factores decisivos, creo que habríamos de destacar el pernicioso 
influjo de la ignorancia y el benéfico efecto de la determinación, para conseguir un objetivo 
intensamente anhelado. Por este motivo me atrevo a proponer las siguientes: 
Reglas para prevenir el miedo incontrolado. 
1ª- Hacer que el pueblo conozca la verdad acerca de la situación. No es posible publicar cuanto 
ocurre, pero han de evitarse las mentiras procedentes de fuentes oficiales. 
2ª- Dar al pueblo suficiente información acerca de lo que puede ganar con la victoria y perder con 
la derrota. 
3ª-Proporcionar suficiente comida, vestido y reposo a quienes han de hacer frente al peligro. 
4ª- Discutir amplia e intensamente todas las objeciones, dudas y comentarios acerca de la 
situación, hasta que todos comprendan la necesidad de proseguir la guerra. 
5ª - Hacer querer al pueblo más intensamente la causa por la que luchan, que la vida ya pasada. 
6ª - Hacer comprender al pueblo que no hay privilegios ni excepciones en el sufrimiento y en el 
peligro de la guerra (justicia igual para todos). 
7ª -Colocar en posiciones de mando a los que las merecen por su eficiencia. No fiarse tan sólo de 
la teoría o la tradición: valorar el rendimiento en la acción. 
8ª -Preparar rápidas y efectivas medidas para restablecer la confianza publica cuando flaquee; 
permitir manifestar entonces, francamente, los sentimientos sin temor a ser tachados de cobardía o 
traición. Para ello hay que distribuir un técnico experto en psicoterapia en cada grupo social. 
Psicoterapia del miedo. 
Hemos concluido que el miedo, subjetivamente considerado, no es más que la conciencia del 
fracaso individual, el anticipo de una insuficiencia reaccional o el predisgusto de la derrota. De aquí 
que su psicoterapia haya de tender a devolver al sujeto su confianza en sí. Mucho más importante 
que sacarle los estímulos fobígenos es intensificar sus medios de respuesta ante ellos. Solamente 
cuando el sujeto se ve libre de conflictos y peligros íntimos, sólo cuando está de acuerdo consigo y 
alcanza una síntesis intrapsíquica, cuando sabe qué quiere y por qué, cuando conoce los cómo y 
los cuándo de sus futuras reacciones podrá incluso improvisar respuestas ante lo imprevisto. En 
otras palabras: el psicoterapeuta ha de reajustar al sujeto y luego darle el esquema de vida más 
adecuado a sus recursos personales. 
Si el individuo sabe lo que ha de realizar y tiene fe y entusiasmo en sus ideales, es decir, si lucha 
para obtener o defender un objetivo amado, entonces la acción inactivante del miedo será reducida 
al mínimo, cualesquiera que sea el peligro, objetivo, que lo provoque. La joven más tímida se torna 
valiente cuando lucha, como madre, para rescatar a su hijito: ni las llamas ni las balas la arredran 
en su defensa del ser querido. Cuando alguien se enamora se siente transformado y efundido; ya 
no vive en sí, sino dentro del objeto amado. En tanto el miedo implica introversión (in-fusión) y 
anulación, el amor supone plenitud, desbordamiento y éxtasis ; por eso el antídoto del miedo no es 
el coraje sino el amor. Ser un héroe significa estar bajo el signo de Eros, el Dios del amor. 
Resulta imposible llegar de la actitud miedosa a la amorosa sin pasar por la fase intermedia de la 
afirmación del ser. Solamente quienes se sienten firmes son capaces de trascenderse y actuar. El 
máximo deseo y objetivo del amor es la creación, para alcanzar la eternidad. Por eso el Supremo 
amor es, también, el Supremo hacedor o Creador. 
La religión ha tenido, y seguirá teniendo, tanto poder porque promueve la fe en la eternidad. 
Podemos comprender por qué los mártires cristianos no temblaban en la arena circense: todos se 
hallaban en éxtasis -fuera de sus límites corporales. En suma: tan sólo quienes creen, pueden; tan 
sólo quienes aman son capaces de superar obstáculos, ignorar peligros y resistir la adversidad. 
El miedo ha de ser dominado mediante una educación científica, social, médica, pedagógica y 
psicológica. La fe no ha de estar expuesta a cambios de ánimos; las creencias no han de ser 
dejadas al azar. Ambas han de basarse . en una amplia y realista visión del Mundo. Los hombres 
han de saber quiénes son, dónde están, qué van a hacer y por qué tienen obligaciones y deberes 
por cumplir, así como derechos a reclamar. Solamente cuando estas premisas filosóficas han sido 
científicamente cumplidas la persona tiene personalidad; entonces - y sólo entonces - será algo 
más que un animal humano. Incluso las bestias más feroces pueden huir ante el miedo; pero los 
defensores de Madrid, de Guadalcanal y de Stalingrado no se rindieron ante el miedo, porque 
estaban orgullosos de su misión y tenían fe en su causa. Esperemos que en el mundo venidero la 
psicoterapia social conseguirá que cada cual tome tanto interés en la defensa y cumplimiento de 
sus deberes como ahora lo hacen los mejores combatientes de la democracia. 
Técnicas de recondicionalización en las fobias bélicas. 
Se ha visto, por la experiencia de la guerra española y de la actual, que algunas personas 
presentan formas muy peculiares de miedo absurdo, en tanto son capaces de reaccionar 
normalmente ante el miedo lógico. Así, p. ej., hay quien se asusta más por la sirena de alarma que 
por las bombas durante un raid aéreo. Un oficial republicano se angustiaba sumamente cuando 
veía acercarse al cuartel un grupo de soldados, porque se le ocurría que podía tratarse de espías 
disfrazados de republicanos. El psicoanálisis investiga y trata los motivos de estas fobias, pero en 
tiempos de guerra no puede dilatarse su terapéutica: el psiquiatra militar no sólo ha de readaptar 
sus hombres sino que ha de hacerlo pronto; nadie le preguntará de qué sufrían o cómo los curó, 
sino a cuántos y en cuánto tiempo los devolvió a las filas. 
Por eso creo que tales casos han de ser tratados de un modo personalmente enérgico, mediante 
una combinación de persuasión y sugestión, seguidas, inmediatamente, de la recondicionalización 
experimental, es decir, de la práctica de la respuesta conveniente ante la situación fobígena, que 
es ahora provocada experimentalmente, o sea, de un modo artificial y premeditado. Tan pronto 
como se logra del paciente la respuesta correcta se le insta a repetirla voluntariamente, a mayor 
distancia del control psicoterápico. 
Más adelante (capítulos 6 y 7) insistiremos en esta técnica, que había de ser adelantada aquí, ya 
que muchos casos de fobias obedecen a reflejos condicionales negativos engendrados en la 
primera infancia. Un brillante análisis de ese material ha sido hecho por Glover en su librito "The 
Psychology of fear and courage", pero hay que advertir que la simple explicación al paciente del 
origen de sus fobias, no es suficiente para suprimir en él sus efectos. 
Sumario 
Indice 
CAPÍTULO III 
COLERA O RABIA 
La fuente biológica de la cólera radica, al igual que la del miedo, en una propiedad genérica de la 
materia viva. Las células y organismos son irritables y al ser estimulados por ciertos agentes 
excitantes, fisicoquímicos, liberan una cantidad de su propia energía, a veces mucho mayor que la 
de los estímulos. 
A este básico fenómeno hay que añadir un factor psicológico para comprender la reacción colérica 
de animales superiores, incluso del hombre, a saber: la interrupción parcial del curso de la 
respuesta. Tan pronto como el sujeto se da cuenta de que hay algo que puede comprometer el 
éxito de sus planes o deseos, experimenta cólera contra ello. Así, la cólera implica ,la previa 
vivencia de una amenaza en la libertad de acción individual; lo que, por lo demás, puede 
engendrar, también, al miedo. Y es así como ambas emociones aparecen unidas en la evolución 
zoológica. Si el miedo es demasiado intenso la cólera no puede desarrollarse, mientras quecuando ésta domina a aquél casi se hace imperceptible. Solamente en situaciones raras y 
extremas pueden darse, no obstante, enteramente aisladas. Incluso en la guerra tales situaciones 
no son lo suficientemente intensas como para aterrorizar por completo al sujeto, y por eso lo 
frecuente es hallarlo sumergido en un estado emocional mixto, de miedo y de rabia. 
Amalgamas de miedo y cólera. 
Observemos a este jefe, actuando en una fase desfavorable de la batalla. Sus movimientos y 
órdenes son enfáticos y asetivos, pero se .muestra impaciente: desea ser obedecido demasiado 
rápidamente y por nada grita, rezonga, insulta y amenaza. Es evidente que está sufriendo una 
infiltración de su miedo y que para ocultarle refuerza su poder aparente. En la medida en que 
pierde su autoridad desarrolla actoridad; su enojo aparente revela su miedo interior. 
Pero podemos imaginar también la situación inversa: el soldado ofendido se asusta de las 
consecuencias de su rebelión y reprime su rabia. Aparece pálido y temblante, pero está explotando 
en su interior, porque desearía saltar al cuello de su ofensor y estrangularlo. En ambos casos 
tenemos una mezcla de miedo y de rabia; en el primero la rabia es aparente y el miedo reprimido; 
en el segundo, al revés. 
Por lo demás tales mezclas se encuentran casi siempre teñidas de ansiedad (Ver Cap. II). Siempre 
que las correspondientes actitudes de reacción ofensivas y defensivas, fallen en lograr sus 
objetivos, aparecerán sentimientos crecientes de desconfianza y desesperación. El sujeto se torna 
así más peligroso, hasta que alcanza un punto crítico en el que su ansiedad se descarga, ya sea 
hacia el mundo externo (en forma de agresión indiscriminada) ya en contra suyo (en forma de 
intento de suicidio). De hecho, hemos observado soldados que en una primera explosión 
temperamental cometieron actos de rebeldía y luego intentaron desertar, terminando por 
suicidarse. 
Factores determinantes de la agresividad y del poder combativo. 
La relativa proporción con que se mezclan el miedo y la cólera en un caso determinado, depende 
de varios factores, entre los que se destacan: a) la agresividad constitucional del sujeto; b) el poder 
individual de autocontrol; c) la previa disposición afectiva; d) la intensidad del autoerotismo o 
narcisismo; e) la inmediatez, en tiempo y espacio, del objeto odiado; f) la supuesta fuerza o poder 
agresivo del objeto; g) la experiencia previa respecto a las probabilidades de victoria o derrota en 
caso de lucha; h) las ventajas personales de enfrentar o eludir el objeto odiado. 
Solamente cuando estos factores se combinan para propulsar al sujeto hacia la destrucción de la 
causa de su rabia, esta emoción es sentida al máximo, o sea, como furia. Si no, puede ser 
reprimida, trasmutada o proyectada en formas anormales de reacción. Voy a describir ahora tres 
de éstas, toda vez que es de máxima importancia evitarlas en tiempos de guerra. 
La mente humana es demasiado complicada para justificar el intento de tratarla en forma 
esquemática, como han hecho los investigadores en el campo de la psicología animal. Su 
complejidad, empero, no es excusa suficiente para renunciar al intento de clasificar tales 
reacciones de cólera anormal en la guerra. 
1. Cólera desplazada.- Esta forma; también conocida con el término de cólera transferida o 
proyectada, es frecuente. Aparece al principio de la guerra y consiste en substituir el objeto odiado 
por otro, menos difícil de dominar. Así, por ejemplo, los alemanes ahora están desplazando su odio 
desde las zonas militares a las civiles, en los territorios ocupados, porque se sienten frustrados en 
su lucha contra los ejércitos aliados. 
Otro ejemplo de cólera desplazada se halla en las luchas que a veces estallan entre las 
autoridades civiles y militares de la misma nación. A pesar de mi respeto por los ejércitos, he de 
confesar que todos sufren, más o menos, este tipo de reacción, al principio de la guerra. Los jefes 
militares están excitados, impacientes y predispuestos a la cólera y a la intolerancia con los civiles 
no movilizados. Dictan drásticas órdenes, leyes militares de emergencia, penas severas y 
prohibiciones draconianas, como si los ciudadanos a los que van a defender fuesen su real 
enemigo. Claro está que esta severidad, como la de todos los códigos militares, puede explicarse 
por la necesidad de mantener el prestigio y la disciplina militar; pero es innegable que, a veces, 
tales medidas causan la alarma general de la población, ya alterada, y aumenta su preocupación y 
temor. 
A su vez, los civiles, no teniendo en quien descargar su nerviosidad, la proyectan contra las 
autoridades políticas y el gobierno: "estamos empezando mal"; "no hemos encontrado aún los jefes 
propios para esta situación"; "quienes nos han lanzado a la guerra deberían ser los primeros en ir a 
la línea de fuego"; "el enemigo no es tan censurable como nosotros mismos por. nuestra falta de 
preparación". Otras veces el desplazamiento va más. allá y los ciudadanos protestan contra la falta 
de "sentimientos religiosos y morales"; " la estupidez humana", etc. 
Naturalmente, cuando Fulano de Tal hace esos comentarios, sabe que no va a ser contradicho, 
porque ni los "causantes de la guerra" ni la "estupidez humana" pueden objetarle. He aquí por qué 
habla tan libremente. 
Cuando el desplazamiento toma la forma de invertir el sujeto y el objeto de la cólera, lo 
denominamos proyección. Entonces el sujeto niega que sienta cólera, pero afirma que es odiado 
por el objeto de su (proyectada) rabia. Hemos de tratar con esta forma, al final del capítulo, por su 
importancia psiquiátrica; ella es responsable de muchos delirios de persecución y otros síntomas 
mentales graves. 
2. Cólera crítica. - Un segundo tipo anormal, y más peligroso, de reacción colérica, es el que 
impulsa al sujeto a pedir "acción inmediata" para pulverizar al enemigo con un "golpe terrible" (Un 
coup foudroyant, como dicen los franceses). Tales gentes requieren una guerra relámpago - que 
ha de ser hecha no por ellos sino por tropas especializadas, claro está - dicen que las cosas van 
demasiado despacio, fabrican docenas de proyectos para acelerarlas y a diario interfieren con la 
labor de los superiores aportando quejas, críticas, sugestiones o ideas "luminosas" acerca de este 
o aquel detalle de organización. Al hacer esto, descuidan su propio trabajo y resultan un factor 
negativo en él. Es evidente que tales sujetos meten las narices en las obligaciones ajenas porque 
no saben o no pueden cumplir las suyas. 
3. Cólera vengativa. - Un tercer tipo de reacción colérica, más propio de las guerras civiles, pero 
presentable en todas, es el motivado por la venganza personal. El sujeto se propone "cobrarse" del 
enemigo en la misma medida en que se siente injuriado. Tuvimos ocasión de observar este tipo de 
conducta. entre campesinos españoles, al principio de la guerra civil. De hecho, muchas obras 
literarias se han dedicado a la descripción laudatoria de estos vengadores populares, cuyas 
atrocidades son consideradas heroicas. Es discutible si tales actitudes vengativas deben ser 
estimuladas o reprimidas entre los soldados. Algunos peritos son de la opinión de que es preciso 
darles motivos concretos de odio, pero mi experiencia personal difiere de ese criterio; yo siempre 
prefiero el desarrollo de una actitud combativa que no se base en el odio subjetivo o personal sino 
en la información conveniente y en la comprensión de los fundamentos de las obligaciones morales 
de cada ciudadano. A1 no hacerlo así, se estimula una conducta anárquica, excepto en casos 
aislados, de personas muy inteligentes, capaces de operar aisladas y, no obstante, guiadas por 
fines trascendentes, tales como los de espía y los guerrilleros. 
Otro punto por considerar es la ocupación de algunos territorios por fuerzas aliadas, con fines 
estratégicos. Tales fuerzas se ven obligadas a invadir, en forma profiláctica, países a los que 
quieren defender, pero en los