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Psicología del poder y de mal - Zimbardo

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PSICOLOGIA POLTICA – CATEDRA II – TITULAR: LIC. JORGE A. BIGLIERI 
Traducción de Catedra 
Texto de Teóricos 
 
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Psicología del poder y de mal: ¿Todo el poder a la persona? 
¿A la situación? ¿Al sistema? 
Philip G.Zimbardo. Departamento de Psicología, Univ.de Stanford1 
 
 
Resumen 
Para comprender el comportamiento antisocial de los individuos, que incluye violencia, tortura 
y terrorismo, estoy a favor de una mayor dependencia en las variables y en los procesos 
tradicionales de la psicología. La orientación disposicional a la dominancia, inserta en una 
psicología del individualismo, se focaliza en factores internos que la gente exhibe en distintas 
situaciones, tales como genética, personalidad, carácter y factores patológicos de riesgo. Si bien 
esta perspectiva es obviamente importante para apreciar en forma integral el funcionamiento 
del individuo, es vital agregar una apreciación del alcance hasta el cual las acciones humanas 
pueden llegar bajo influencias situacionales que pueden ser muy poderosas. Estas infuencias no 
han sido totalmente reconocidas en la psicología de la sociedad en su intento de explicar 
comportamientos inusuales o “malignos”, tales como los abusos contra los prisioneros iraquíes 
por parte de los guardias de la policía militar de los EEUU en la prisión de Abu Ghraib. La 
forma en que uno entienda las raíces causales de tales comportamientos impactará en las 
estrategias de tratamiento y prevención. Esta visión fue influida y formada por todo un cuerpo 
de investigación y teoría en psicología social. El enfoque situacional es al disposicional lo que 
los modelos de enfermedad en salud pública son a los modelos médicos. Se siguen principios 
básicos de la teoría de Lewin que lleva los determinantes situacionales del comportamiento a 
un primer plano, mucho más importante que el de ser meramente circunstancias de fondo 
atenuantes. Es singular a este método situacional el uso de experimentos de laboratorio e 
investigación de campo para probar fenómenos de la vida real, que los otros abordajes analizan 
sólo verbalmente, o confían en archivos de datos correlacionales para sus respuestas. 
 
1 Este capitulo es una versión modificada de mi presentación PowerPoint para el curso del DHS (Departamento de 
Defensa Interior de los EEUU. N.del T.) “La Psicología del Terrorismo”, organizado por la facultad del Centro 
Nacional de Psicología del Terrorismo. Descansa en mi reciente capítulo “La psicología social del bien y el mal: 
comprensión de nuestra capacidad para la amabilidad y la crueldad”, publicado en “The Social Psychology of 
Good and Evil”. Athur Miller (Ed.), pp.21-50, New York: Guilford. 
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El paradigma básico que se presentará ilustra la relativa facilidad con la cual hombres y mujeres 
buenos “ordinarios” son inducidos a comportarse de modos “malignos”, encendiendo o 
apagando una u otra variable situacional. El plan de este capítulo es delinear algunos de mis 
estudios de laboratorio y de campo sobre desindividuación, agresión, vandalismo, el 
Experimento de la Prisión de Stanford, junto a un análisis del proceso de los estudios de 
obediencia de Milgram, y el análisis de Bandura sobre la “desvinculación moral”. Este cuerpo 
de investigaciones demuestra el poder, poco reconocido, de las situaciones sociales para alterar 
las representaciones mentales y el comportamiento de individuos, grupos y naciones. Exploro 
brevemente instancias extremas del comportamiento “maligno” en sus bases disposicionales o 
situacionales – torturadores, miembros violentos de escuadrones de la muerte y hombres bomba 
terroristas. Finalmente nos volvemos para considerar el lado opuesto de la moneda, 
focalizándonos en las virtudes positivas de heroísmo y las vías en las cuales los sistemas 
sociales y educacionales pueden promover valores a favor de lo social. 
El mal es comportarse intencionalmente –o causar que otros lo hagan- en formas que degraden, 
deshumanicen, dañen, destruyan o maten gente inocente. Esta definición focalizada en el 
comportamiento hace a un agente o a una agencia responsable por las acciones deliberadas y 
motivadas que tengan un rango de consecuencias negativas sobre otras personas. Excluye 
resultados accidentales o no intencionados, así como las formas más amplias y genéricas de 
mal institucional, tales como la pobreza, el prejuicio o la destrucción del ambiente por la 
ambición de agentes corporativos. Pero incluye la responsabilidad corporativa por promocionar 
y vender productos que se sabe que causan enfermedades, o que tienen propiedades letales, 
como los fabricantes de cigarrillos y otros traficantes de drogas. Se extiende también más allá 
del agente inmediato de la agresión, tal como se estudia en la investigación sobre violencia 
interpersonal, para incluir a aquellos en posiciones distantes de autoridad cuyas órdenes o 
planes son llevados a cabo por funcionarios. Esto es así en comandantes militares y en líderes 
nacionales, tales como Hitler, Stalin, Mao, Pol Pot, Idi Amin, Saddam Hussein y otros tiranos, 
por su complicidad en crear sistemas políticos de destrucción en sus propias naciones y en el 
mundo. 
La misma mente humana que crea hermosas obras de arte y extraordinarias maravillas de la 
tecnología es igualmente responsable por la perversión de su propia perfección. El órgano más 
dinámico del universo ha sido una fuente visiblemente infinita de creación de viles cámaras de 
tortura e instrumentos de horror en siglos anteriores, la “maquinaria bestial” desatada sobre los 
ciudadanos chinos por los soldados japoneses en su violación de Nanking (ver Iris Chang, 
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1997), y la demostración reciente de “mal creativo” en la destrucción del World Trade Center 
transformando vuelos comerciales en armas de destrucción masiva. ¿Cómo puede lo 
inimaginable volverse tan rápidamente imaginable? 
Mi preocupación se centra en cómo gente buena, común, puede ser reclutada, inducida, 
seducida a comportarse de modos que podrían ser clasificados como malignos. En contraste al 
tradicional enfoque que trata de identificar a la “gente maligna” para tener en cuenta el mal que 
hay entre nosotros, me focalizaré en el intento de delinear algunas condiciones centrales 
involucradas en la transformación de gente buena, o común, en perpetradores del mal. En la 
investigación experimental que se describirá, el “mal” realmente asciende a las acciones de los 
participantes de un montaje de investigación que dañan a otros en ese mismo montaje. 
 
Localización del mal en ciertas personas: la carrera hacia lo disposicional 
“¿Quién es responsable por el mal, dado que hay un Dios todopoderoso y omnisciente, que es 
también el Dios de todo?” Este enigma comenzaba el andamiaje intelectual de la Inquisición 
en los siglos XVI y XVII en Europa. Como lo revela el Malleus Maleficarum, el manual de los 
inquisidores germanos de la Iglesia Católica Romana, la indagación concluía que el Diablo era 
la fuente de todo el mal. Sin embargo, estos teólogos argüïan que el Diablo efectúa su mal a 
través de intermediarios, demonios menores y, por supuesto, brujas humanas. Así, la caza del 
mal se focalizó en las personas marginadas que actuaban o lucían diferentes de la gente 
ordinaria, y que podían calificar, bajo rigurosos exámenes de conciencia, y tortura, para ser 
expuestas como brujas y luego ejecutadas. Eran mayormente mujeres que podían ser explotadas 
fácilmente, sin fuentes de defensa, en especial cuando tenían recursos que pudieran ser 
confiscados. Un análisis de este legado deviolencia institucionalizada contra las mujeres es 
detallado por la historiadora Anne Barstow (1994) en “Witchcraze”. Paradójicamente, este 
esfuerzo temprano de la Inquisición por entender los orígenes del mal y desarrollar 
intervenciones que lo afrontaran, creó en cambio nuevas formas de mal que completaron todas 
las facetas de mi definición. Pero ejemplifica la noción de simplificar el complejo problema de 
generalizar el mal a través de la identificación de individuos que son supuestamente culpables, 
y hacerlos pagar luego por sus acciones malignas. 
El síndrome de personalidad autoritaria fue desarrollado por un equipo de psicólogos (Adorno, 
Frenkel-Brunswick, Levinson & Sanford, 1950) después de la Segunda Guerra Mundial, en un 
intento de dar sentido al Holocausto y al extendido atractivo del fascismo y de Hitler. Su 
tendencia disposicional los llevó a focalizarse en un conjunto de factores de la personalidad 
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subyacente a la mentalidad fascista. Sin embargo, lo que pasaron por alto fue el núcleo de 
procesos que operaban en niveles de análisis políticos, económicos, sociales e históricos para 
influir y dirigir a tantos millones de individuos a un forzado canal de comportamiento de odio 
hacia los judíos y admiración hacia la aparente fortaleza de su dictador. 
Esta tendencia a explicar el comportamiento observado por referencia a las disposiciones, 
ignorando o minimizando el impacto de las variables situacionales, ha sido llamada el Error de 
Atribución Fundamental (FAE, por sus siglas en inglés) por mi colega Lee Ross (1977). Todos 
estamos sujetos a este prejuicio dual de sobreutilizar análisis disposicionales y subutilizar 
explicaciones situacionales cuando afrontamos escenarios causales ambiguos que queremos 
comprender. Sucumbimos a este efecto porque gran parte de nuestra educación, entrenamiento 
social y profesional y organismos sociales están dirigidos hacia la focalización en la orientación 
individual, disposicional. Los análisis disposicionales son una característica operativa central 
de las culturas basadas en valores individualistas, en lugar de colectivistas (ver Triandis, 1994). 
Así, son los individuos quienes reciben elogios y fama y riqueza por sus logros, y quienes son 
honrados por su unicidad, pero son también los individuos los culpados por las enfermedades 
de la sociedad. Nuestros sistemas legales, médicos, educacionales y religiosos están fundados 
en principios de individualismo. 
El análisis disposicional de comportamientos antisociales o antinormativos incluye estrategias 
para modificación del comportamiento que hagan encajar mejor a los individuos desviados, con 
educación o terapia, o que los excluyan de la sociedad con prisión, exilio o ejecución. Ubicar 
el mal dentro de individuos o grupos seleccionados tiene siempre la “virtud social” de 
representar a la sociedad o a sus instituciones como “sin culpa”. La focalización en las personas 
como causas de mal exonera entonces a las estructuras y a la toma de decisiones políticas por 
contribuir a las circunstancias fundamentales de su contribución a la creación de pobreza, 
existencia marginal de algunos ciudadanos, racismo, sexismo y elitismo. 
La mayor parte de nosotros está cómodo con la ilusión de que hay una línea impermeable que 
separa a las malas personas de los que somos buenos. Sus límites rígidos contienen al bien de 
volverse mal, o al mal de revertirse en buenos resultados. Esta visión significa también que 
tenemos poco interés en comprender las motivaciones y las circunstancias que contribuyeron a 
cómo los malos se involucraron por primera vez en un comportamiento malvado. Encuentro 
bueno recordarme el análisis geopolítico de novelista ruso Alexander Solzhenitsyn, una víctima 
de la persecución de la KGB soviética, que afirma que la línea entre el bien y el mal descansa 
en el centro de todo corazón humano. 
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La transformación de buen Dr.Jekyll en el maligno Mr.Hyde 
Estoy seguro de que la mayor parte de los lectores quedaron tan fascinados como yo con el 
relato de Robert Louis Stevenson de la transformación de conducta del buen Dr.Jekyll en el 
criminar Mr.Hyde. Este cambio dramático requería de cierta extraña fórmula química. Me 
pregunté, como otros, si tal transformación podía lograrse sin drogas. ¿Había otros medios que 
la gente pudiera usar para cambiar el comportamiento humano de tal modo? Descubrí más tarde 
que la psicología social tenía recetas para esta transformación. 
Ha sido mi misión como psicólogo entender mejor cómo virtualmente cualquiera podría ser 
reclutado para comprometerse en acciones malvadas que privaran a otros seres humanos de su 
dignidad, humanidad y vida. Así, comienzo mis análisis de todo tipo de conducta antisocial, 
incluso de las más horrendas instancias del mal, con la pregunta: “¿Qué podría llevarme a mí a 
hacer lo mismo?”. Y más aún, me pregunto cuál fue el conjunto de circunstancias estructurales 
y situacionales que impulsó a otros –tal vez similares a mí- a comprometerse en actos que 
también alguna vez pensaron ajenos a su naturaleza. Esto me llevó en primer lugar a dejar de 
lado cualquier falso orgullo de que “no soy esa clase de persona”, una vez que reconocí las 
circunstancias bajo las cuales podría volverme tal clase de persona. A continuación, me condujo 
a querer investigar un rango de condiciones bajo las cuales la gente ordinaria como yo podría 
hacer cosas que violasen el sentido tradicional de la moralidad. 
Sostengo que la mente humana es tan maravillosa que puede adaptarse a virtualmente cualquier 
circunstancia del entorno conocida a fin de sobrevivir, y crear y destruir en la medida de su 
necesidad. No nacemos con tendencias hacia el bien o el mal, sino con patrones mentales para 
hacer cualquiera de las dos cosas, más gloriosamente que nunca antes, o más devastadoramente 
de lo antes experimentado –como el desastre del World Trade Center el 11 de septiembre de 
2001 reveló. Es sólo a través del reconocimiento de que somos parte de la condición humana 
que la humildad se antepone al orgullo infundado en el reconocimiento de nuestra 
vulnerabilidad a las fuerzas situacionales. Si bien la investigación que presentaré a continuación 
ha sido absorbida con la identificación de las variables y los procesos por los cuales la gente 
ordinaria puede ser seducida o iniciada a comprometerse en acciones malignas, es evidente que 
ha llegado el tiempo de comprender mejor cómo hacer que la gente ordinaria resista tales 
fuerzas y cómo promover un comportamiento pro-social. Si queremos desarrollar mecanismos 
para combatir las transformaciones de buenas personas en perpetradores del mal, es esencial 
aprender primero los mecanismos causales subyacentes a estos cambios de comportamiento. 
Necesitamos descubrir el rango de variables identificables involucradas en los complejos 
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procesos que influencian a tantos de nosotros a hacer tanto mal, a comprometernos tanto con el 
mal alrededor del globo. El espacio no me permite revisar las múltiples contribuciones de mis 
colegas a estas cuestiones, así que recomiendo sus trabajos a los lectores interesados. Por favor 
ver la amplitud de ideas que fueron presentadas por colegas psicólogos sociales (Baumeister, 
1997; Darley, 1992; Staub, 1989 y Waller, 2002) para comenzar. 
 
Obediencia ciega a la autoridad: la investigación de Milgram 
Stanley Milgram (1974) desarrolló un ingenioso procedimiento de investigación para demostrar 
el alcanceen el cual las fuerzas situacionales pueden sobreponerse a la voluntad individual de 
resistir. “Asombró al mundo” con su hallazgo inesperado de proporciones extremadamente 
altas de obediencia a las demandas de una autoridad de continuar dando descargas eléctricas a 
una víctima inocente hasta el máximo nivel posible (ver también Blass, 2004). Encontró que 
aproximadamente el 67% de los participantes de la investigación “fueron hasta el final” del 
nivel máximo de descarga eléctrica de 450 voltios sobre la persona a la que supuestamente 
estaban ayudando. El estudio de Milgram reveló que los ciudadanos estadounidenses ordinarios 
podrían ser llevados tan fácilmente a comprometerse con “electrocutar a un agradable extraño” 
como los nazis fueron llevados a asesinar judíos. 
Tras su demostración inicial con estudiantes universitarios de Yale, Milgram condujo 18 
variantes experimentales en más de mil sujetos de distintos antecedentes, edades, géneros y 
niveles educacionales. En cada uno de esos estudios cambió una variable psicosocial y observó 
su impacto en el alcance de la obediencia a la presión de una autoridad injusta para continuar 
las descargas eléctricas al “estudiante-víctima”. Los datos cuentan la historia de la extrema 
flexibilidad de la naturaleza humana. Casi cualquiera podría ser totalmente obediente o casi 
cualquiera podría resistir las presiones de la autoridad. Todo depende de las variables 
situacionales que introdujo en cada estudio. Fue capaz de demostrar que las proporciones de 
obediencia podrían dispararse al 90 por ciento de la gente que dieron los 450 voltios máximos 
al “estudiante-víctima”, o podrían reducirse a menos del 10 por ciento de obediencia total –al 
introducir una variable en la receta de obediencia. 
¿Quiere máxima obediencia? Provea modelos sociales de obediencia haciendo que los 
participantes vean a sus pares comportarse en forma obediente. ¿Quiere que la gente resista las 
presiones de la autoridad? Provea modelos sociales de pares que se rebelen. De modo 
interesante, casi nadie descargó electricidad sobre el “estudiante-víctima” cuando éste pidió ser 
electrocutado. Los participantes rehusaron la presión de la autoridad cuando la persona a la que 
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dirigían sus descargas actuaba como un masoquista que quería que lo electrocutaran. En cada 
una de las variantes de este rango diverso de ciudadanos estadounidenses de dos pueblos de 
Connecticut, pudieron obtenerse niveles bajos, medios o altos de obediencia como si uno 
simplemente hubiera girado un Dial Humano Natural. 
¿Cuál es la proporción básica esperada de tal obediencia en el montaje de Milgram, de acuerdo 
con los expertos en naturaleza humana? Cuando cuarenta psiquiatras recibieron la descripción 
básica del experimento, ¡su estimación promedio del porcentual de ciudadanos de los EEUU 
que habrían dado los 450 voltios fu sólo del uno por ciento! Sólo los sádicos se comprometerían 
en ese comportamiento sádico, creyeron. Estos expertos en comportamiento humano estaban 
totalmente equivocados porque ignoraron las determinantes situacionales del comportamiento 
en la descripción procedural del experimento. Su entrenamiento en psiquiatría los había llevado 
a confiar totalmente en la perspectiva disposicional que proviene de su entrenamiento 
profesional. Esta es una instancia fuerte de operación del error fundamental de atribución en 
acción. 
En un sentido, lo que fue también único en el paradigma de Milgram fue su cuantificación del 
mal en términos del nivel de descarga que cada persona eligió o resistió elegir [para la descarga] 
en el aparato que supuestamente generaba descargas eléctricas a un tranquilo cómplice que 
jugaba el rol de alumno [víctima], mientras el sujeto de la experimentación hacía de maestro 
(nadie fue en realidad electrocutado, pero los participantes creían que estaban realmente 
infligiendo descargas cada vez más dolorosas al incrementar el botón de voltaje). 
 
Diez pasos en la creación de trampas malignas para buena gente 
Describamos algunos de los procedimientos en este paradigma de investigación que sedujo a 
muchos ciudadanos ordinarios como para comprometerse en esta conducta aparentemente 
dañina. Para hacerlo, quiero dibujar paralelos con las estrategias de obediencia (o conformidad) 
usadas por “profesionales de la influencia” en situaciones del mundo real, tales como gente de 
ventas, reclutadores de cultos y nuestros líderes nacionales (ver Cialdini, 2001). 
Entre los principios de influencia que deben extraerse del paradigma de Milgram para hacer 
que la gente ordinaria haga cosas que originalmente cree que no debería, están los diez 
siguientes: 
1) Ofrecer una ideología, de modo tal que una gran mentira proporcione justificación para 
cualquier medio que se use en conseguir el objetivo esencial que supuestamente se 
desea. Presentar una justificación aceptable, o racional, para comprometerse con la 
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acción no deseada, tal como querer ayudar a la gente a mejorar su memoria a través de 
un uso sensato de estrategias de castigo. En los experimentos, esto se conoce como la 
“historia de tapadera”, porque es una “tapadera” para los procedimientos que siguen, 
que podrían no tener sentido en sí mismos. El equivalente en el mundo real es conocido 
como “ideología”. La mayor parte de las naciones confía en una misma ideología de 
“amenazas a la seguridad nacional” antes de ir a la guerra o suprimir a la oposición 
política disidente. Es un tema ideológico familiar conveniente que los gobiernos 
fascistas y las juntas militares han usado para destruir a la oposición socialista o 
comunista. Cuando los ciudadanos temen que su seguridad nacional esté amenazada, 
están dispuestos a entregar sus libertades básicas cuando el gobierno les ofrece ese 
intercambio. En los EEUU, el temor de amenaza a la seguridad nacional planteado por 
los terroristas ha llevado demasiados ciudadanos a aceptar la tortura de prisioneros 
como una táctica necesaria para garantizar información que podría prevenir ataques 
adicionales. Este razonamiento contribuye al trasfondo de abusos por parte de los 
guardias estadounidenses en la prisión de Abu Ghraib. Véase el provocativo análisis de 
Susan Fiske y sus colegas acerca de por qué la gente ordinaria tortura a los prisioneros 
enemigos (Fiske, Harris & Cuddy,2004); 
2) Acuerde algún tipo de obligación contractual, verbal o escrita, para aprobar el 
comportamiento; 
3) Brinde a los participantes roles significativos que deben jugar (maestro, alumno) que 
conlleven valores positivos e instrucciones de respuesta previamente aprendidos; 
4) Presente reglas básicas a seguir, que parezcan tener sentido con anterioridad a su uso 
efectivo, pero que puedan ser arbitrariamente utilizadas para justificar una ciega 
conformidad. Haga las reglas vagas y cámbielas si es necesario; 
5) Altere la semántica del acto, del actor y de la acción (de herir a víctimas a ayudar a 
estudiantes castigándolos) –reemplace la realidad con la retórica de lo deseable; 
6) Propicie oportunidades para la difusión de la responsabilidad por resultados negativos; 
otros serán responsables, o bien no es evidente que el actor pueda ser tomado como tal; 
7) Comience el camino hacia el mal absoluto con un primer paso pequeño e insignificante 
(sólo 15 voltios); 
8) Haga que los pasos sucesivamente incrementales en el camino sean graduales, de modo 
tal que difícilmente se noten como distintos de la acción más reciente previa realizada 
(al incrementar cada nivel de agresión en pasos graduales de 30 voltios, ningún nuevo 
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nivel de daño es visto como una diferencia perceptible para los participantes de 
Milgram); 
9) Cambie la naturaleza de la influencia de la autoridad, de un inicio “justo” y razonable a 
“injusto” y demandante, incluso irracional, para obtener obediencia inicial y posterior 
confusión, pero obediencia continuada; 
10) Haga altos los “costos de salida”, y haga difícil el proceso de salida permitiendo formas 
usuales de disenso verbal (esto hace que la gente se sienta bien consigo misma), 
mientras insiste en un comportamiento obediente (“Sé que usted no es esa clase de 
persona, sólo siga haciendo lo que le digo”). 
Estos procedimientos son usados en situaciones de influencia variadas, donde aquellos con 
autoridad quieren que los otros sigan su órdenes, pero saben que muy pocos se comprometerían 
en una solución del tipo “fin del juego” sin ser antes psicológicamente preparados de modo 
adecuado para hacer lo “impensable”. 
 
Sobre ser anónimo: desindividualización y destructividad 
La idea de mi investigación en la que utilicé el anonimato como una variable independiente en 
el estudio del comportamiento agresivo proviene no de una teoría psicológica, sino más bien de 
una novela. La novela ganadora del Premio Nobel de William Golding (1962) sobre la 
transformación de buenos niños cristianos británicos de un coro en pequeñas bestias asesinas 
se centra en cómo el cambio en la apariencia externa de uno lleva a un cambio en el estado 
mental y en el comportamiento. Pintarse, cambiar la apariencia exterior, hace posible que en 
algunos niños se desinhiban impulsos antes restringidos, para matar un cerdo a fin de obtener 
comida. Una vez que la acción extraña de matar una criatura fue realizada, pueden continuar 
matando con placer, tanto animales como personas. ¿Es psicológicamente válido que la 
apariencia externa puede impactar en los procesos internos y del comportamiento? Esa es la 
pregunta que respondí con un conjunto de experimentos y estudios de campo sobre la psicología 
de la desindividualización (Zimbardo, 1970). 
El procedimiento básico implica hacer que mujeres jóvenes den una serie de dolorosas 
descargas eléctricas a otras dos jóvenes mujeres que pueden ver ante ellas en un espejo de una 
vía. La mitad fueron asignadas al azar a la condición de anonimato, o desindividuación, y la 
mitad a la de unicidad, o individuación. Las cuatro estudiantes universitarias en cada grupo de 
desindividuación estaban ocultas por capuchas, sus nombres fueron reemplazados por números, 
y fueron tratadas como grupo, no como individuos El grupo de comparación consistía en 
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aquellas tratadas como individuos, que llevaban puestas etiquetas con el nombre y a quienes se 
hizo sentir únicas. Ambos tipos estaban en grupos de cuatro, y se les pidió que llevaran a cabo 
las mismas respuestas de efectuar descargas eléctricas a dos mujeres “víctimas” en el curso de 
20 pruebas. La “tapadera” fue que esas “víctimas” estaban tratando de ser creativas bajo estrés, 
por lo que el trabajo de nuestros sujetos era estresarlas administrándoles dolorosas descargas 
eléctricas mientras yo, como experimentador, les tomaba un test de creatividad. A diferencia 
del paradigma de Milgram, no había ninguna autoridad insistiendo en conductas agresivas, 
porque yo estaba en el cuarto adyacente, y era visto en el espejo de dos vías por los sujetos 
junto a cada una de las dos mujeres del supuesto estudio de creatividad. La variable dependiente 
fue la duración de la descarga administrada, no el nivel de intensidad de la misma. 
Los resultados fueron claros: las mujeres en condición de desindividuación realizaron descargas 
del doble a las dos víctimas que las mujeres en condición de individuación de la comparación. 
Más aún, en el curso de las 20 pruebas dieron descargas a las dos víctimas por igual, una 
previamente clasificada como la víctima agradable y la otra como la víctima desagradable, 
mientras que los sujetos del grupo de individuación administraron menos descargas a la mujer 
agradable, a lo largo del tiempo, que a la desagradable (de nuevo, ninguna descarga fue en 
realidad administrada, aunque todas las participantes creían que estaban descargando 
electricidad en cada una de las dos mujeres, que actuaban haciéndose las heridas por las 
descargas. Una conclusión importante fluye de esta investigación y de sus varias replicaciones 
y extensiones, algunas usando personal militar del Ejército belga. Todo lo que hace que alguien 
se sienta anónimo, como si nadie supiera quién es, reduce la sensación de responsabilidad y 
crea el potencial para que esa persona actúe de modos malignos –si y cuando la situación le da 
permiso para la violencia). 
 
Niños anónimos se vuelven agresivos en Halloween 
Sabemos que la gente también se enmascara para placeres hedonistas, como en los rituales de 
Carnaval en muchos países católicos. Los niños en América y en algunos otros países se ponen 
máscaras y disfraces para las fiestas de Halloween. Mi antiguo estudiante, Scott Fraser (1974) 
organizó que unos niños de la escuela primaria fuesen a una fiesta especial, experimental de 
Halloween, dada por su maestra. Había muchos juegos para jugar, y por cada juego ganado, se 
ganaban fichas que podían ser cambiadas por regalos al final de la fiesta. La mitad de los juegos 
eran de naturaleza no agresiva, y la mitad eran confrontaciones entre dos niños a fin de alcanzar 
la meta. El diseño experimental fue con grupos de formato A-B-A; disfraces (A), sin disfraces 
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(B), disfraces (A). Inicialmente, mientras los juegos se jugaran, la maestra dijo que los disfraces 
venían en camino, así que podían comenzar la diversión mientras esperaban. Luego llegaron 
los disfraces, y fueron usados mientras continuaban los juegos, y, finalmente, los disfraces 
fueron removidos para darlos a otros niños en otras fiestas, y los juegos pasaron a una tercera 
fase; cada fase por aproximadamente una hora. 
Los datos son un impactante testimonio de poder del anonimato. La agresividad se incrementó 
significativamente tan pronto como los disfraces se usaron, más que duplicando el nivel 
promedio de la base inicial. Pero cuando los disfraces fueron quitados, la agresión cayó hacia 
debajo de los niveles de base iniciales. Igualmente interesante fue el segundo resultado, de que 
la agresión le costó a los niños una pérdida de fichas. Actuar en juegos agresivos llevaba más 
tiempo que hacerlo en los no agresivos, y sólo uno de los dos jugadores podía ganar, así que, 
por sobre todo, ser agresivo costaba dinero, pero no importó cuando los niños estaban 
disfrazados y eran anónimos. El menos número de fichas ganadas fue durante la segunda fase 
(la anónima), cuando la agresión era máxima. Un tercer hallazgo importante fue que no hubo 
traslación del comportamiento agresivo de la alta fase B al último nivel de fase A, que fue 
comparable a la fase A inicial. El cambio de comportamiento debido al anonimato no creó un 
cambio en la disposición interna, sólo un cambio en la respuesta externa. Cambie la situación, 
voila, la conducta cambia de forma predecible. 
 
Sabiduría cultural: cómo hacer que maten a los guerreros en batalla pero no en casa 
Dejemos el laboratorio y la diversión y los juegos en fiestas infantiles para ir al mundo real, 
donde estas cuestiones de anonimato y violencia pueden tener un significado de vida o muerte. 
Algunas sociedades van a la guerra sin que los jóvenes guerreros cambien su apariencia, 
mientras que otras siempre incluyen el ritualde transformación de la apariencia pintando o 
enmascarando a sus guerreros (como en “El Señor de las moscas”). ¿Produce este cambio en la 
apariencia externa una diferencia en cómo se trata a los enemigos de guerra? El antropólogo de 
Harvard John Watson (1974) planteó esta pregunta luego de leer mi capítulo del Simposio de 
Nebraska (1970). Los Archivos del Area Humana fueron su fuente de datos para tomar dos 
conjuntos de datos sobre sociedades que cambian o no cambian la apariencia de sus guerreros 
antes de ir a la guerra, y el alcance con el que éstos matan, torturan o mutilan a sus víctimas. 
Los resultados son una impactante confirmación de la predicción de que el anonimato promueve 
el comportamiento destructivo –cuando también se da permiso a comportarse de formas 
agresivas que están ordinariamente prohibidas. De las 23 sociedades para las que estos dos 
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conjuntos de datos estaban presentes, la mayoría (12 de 15,80%) de las sociedades en las cuales 
los guerreros cambiaban su apariencia eran aquellas destacadas como más destructivas, 
mientras que esto era cierto de sólo una de cada ocho cuando los guerreros no cambiaban su 
apariencia antes de ir a la batalla. Noventa por ciento del tiempo en que las víctimas eran 
muertas, torturadas o mutiladas, lo eran por guerreros que habían primero cambiado su 
apariencia. 
Así, la sabiduría cultural dicta que un ingrediente clave en la transformación de jóvenes 
ordinariamente no agresivos en guerreros que pueden matar a la orden de hacerlo es cambiar 
primero su apariencia externa. La guerra consiste en viejos que persuaden a jóvenes para que 
dañen y maten a otros jóvenes como ellos en una guerra. Se vuelve fácil hacerlo si primero 
cambian su apariencia, para alterar su fachada externa habitual, poniéndose uniformes o 
máscaras, o pintando sus caras. Con este anonimato, se va la habitual focalización interna en la 
compasión o la preocupación por los otros. Cuando la guerra se gana, la cultura dicta que sus 
guerreros vuelvan a su status pacífico –fácilmente logrado removiendo el uniforme, sacándose 
la máscara, y volviendo a su antigua fachada externa. 
 
El modelo de Bandura de desvinculación moral y deshumanización 
El mecanismo psicológico involucrado en volver mala a la buena gente está encarnado en dos 
modelos teóricos, el primero elaborado por mí (1970) y modificado por subsiguientes 
variaciones de mis conceptos de desindividuación de modo notable por Dienner (1980). El 
segundo es el modelo de Bandura de desvinculación moral (1988), que especifica las 
condiciones bajo las cuales cualquiera puede ser llevado a actuar inmoralmente, incluso 
aquellos que usualmente adscribe a niveles altos de moralidad. 
El modelo de Bandura describe cómo es posible desvincularse moralmente de la conducta 
destructiva utilizando un conjunto de mecanismos cognitivos que alteran: a) la propia 
percepción de la conducta reprensible (entrando en justificaciones morales, realizando 
comparaciones paliativas, usando nombres eufemísticos para la propia conducta); b) el propio 
sentido de los efectos perjudiciales de esa conducta (minimizando, ignorando o tergiversando 
las consecuencias); c) el propio sentido de la responsabilidad por el vínculo entre la conducta 
reprensible y sus efectos perjudiciales (desplazando o diluyendo la responsabilidad); y d) la 
propia visión de la víctima (deshumanizándola, y atribuyendo la culpa del resultado a ella). 
Bandura y sus discípulos (Bandura, Underwood y Fromson, 1975) diseñaron un poderoso 
experimento que es una simple y elegante demostración del poder de las marcas de 
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Texto de Teóricos 
 
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deshumanización. Revela cuán fácil es inducir a estudiantes universitarios inteligentes para que 
acepten una marca deshumanizante sobre otras personas y actúen luego agresivamente, basados 
en ese término estereotipado. Un grupo de cuatro participantes fue llevado a creer que estaba 
oyendo, sin querer, al asistente de investigación decir al experimentador que los estudiantes de 
otra universidad estaban presentes para iniciar el estudio en el cual ellos tendrían que darles a 
esos estudiantes descargas eléctricas de distinta intensidad (supuestamente como parte de un 
estudio grupal de solución de problemas). En una de las tres condiciones asignadas al azar, los 
sujetos oyeron sin querer decir al experimentador que los otros estudiantes parecían 
“agradables”. En la segunda condición, oyeron que los otros estudiantes parecían “animales”, 
en tanto que para el tercer grupo el asistente no etiquetó a los estudiantes del otro grupo. 
La variable dependiente de intensidad de la descarga reflejaba claramente esta manipulación 
situacional. Los sujetos del experimento dieron más descargas a aquellos marcados como 
“animales”, y sus niveles de voltaje se incrementaron linealmente durante las pruebas. Aquellos 
etiquetados como “agradables” recibieron las descargas menores, mientras que el grupo no 
marcado estuvo en el medio de estos dos extremos. Así, una simple palabra -“animales”- fue 
suficiente para incitar a estudiantes universitarios inteligentes a tratar a otros así marcados como 
si los supieran bien que merecían ser dañados. 
Es también interesante que un examen detallado de los datos gráficos muestra que en el primer 
ensayo no hay diferencia en los tres tratamientos experimentales en el nivel de descarga 
administrada, pero con cada oportunidad sucesiva, los niveles de descarga divergen. Aquellos 
que debían realizar las descargas a los así llamados “animales” lo hacían más y más en el 
tiempo, un resultado comparable con el nivel incremental de descarga de las estudiantes 
desindivualizadas de mi estudio previo. Este crecimiento de la respuesta agresiva en el tiempo, 
con práctica, o con experiencia, ilustra que un efecto de auto-refuerzo de la agresividad o una 
respuesta violenta –es incrementalmente placentero. Tal vez el placer no está tanto en infligir 
dolor a otros como en el sentimiento de poder y control que uno siente en tal situación de 
dominación. 
 
Suspensión de los controles cognitivos usuales que guían la acción moral 
Lo que mi modelo agrega a la mezcla de lo que se necesita para hacer que buenas personas se 
comprometan en acciones malignas es un foco en el rol de los controles cognitivos que 
usualmente guían el comportamiento hacia formas socialmente deseables y personalmente 
aceptables. Puede ser logrado derribando estos procesos de control, bloqueándolos, 
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Texto de Teóricos 
 
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minimizándolos o reorientándolos. Hacerlo suspende la autoconciencia, el sentido de 
responsabilidad personal, la obligación, el compromiso, la responsabilidad, la moralidad y el 
análisis en término de costo/beneficio de ciertas acciones. Las dos estrategias generales para 
lograr este objetivo son: reducir las pistas de responsabilidad social del actor (nadie sabe quién 
soy, ni le importa), y reducir las preocupaciones por la auto-evaluación del actor. Lo primero 
elimina preocupaciones por la evaluación social, por la aprobación social, y lo logra haciendo 
que el actor se sienta anónimo. Funciona cuando uno funciona en un entorno que transmite 
anonimato y difumina la responsabilidad personal a través de otros en la situación. La segunda 
estrategia detiene el auto-monitoreo y la consistencia en el monitoreo confiando en tácticas que 
alteran el propio estado de conciencia (a través de drogas, elevación de emociones fuertes, 
acciones híper-intensas, ingreso en una orientación extendida del presentedonde no hay 
preocupación sobre el pasado o el futuro), y proyectando la responsabilidad afuera, sobre otros. 
Mi investigación sobre desindividuación y la de otros psicólogos sociales (ver Prentice-Dunn 
& Rogers, 1983) difiere del paradigma de los estudios de Milgram en que no hay una figura de 
autoridad presente urgiendo al sujeto a obedecer. En su lugar, la situación es creada de modo 
tal que los sujetos actúan de acuerdo con caminos que se les ponen a disposición, sin pensar el 
sentido de las consecuencias de esas acciones. Sus acciones no son guiadas cognitivamente 
como lo suelen ser típicamente, sino dirigidas por las acciones de otros que están próximos a 
ellos, o por sus estados emocionales fuertemente exacerbados, y por las señales situacionales 
disponibles, tales como la presencia de armas (ver Berkowitz, 1993). 
 
Los males del vandalismo se difunden en entornos de anonimato 
Es posible para ciertos entornos transmitir una sensación de anonimato en aquellos que viven o 
se comportan en ellos. Cuando esto ocurre, la gente que vive allí no tiene un sentimiento de 
comunidad. El vandalismo y los graffiti pueden ser interpretados como un intento individual de 
notoriedad pública en una sociedad que los desindividualiza, que no les da una salida legítima 
para el reconocimiento público. El vandalismo puede ser un intento de tener un impacto en el 
entorno de uno, a través de la destrucción, cuando hacer las cosas constructivamente no parece 
posible. 
Realicé un simple trabajo de campo para demostrar las diferencias ecológicas entre un lugar 
donde reina el anonimato versus un sentimiento de comunidad dominante en la escena. 
Abandoné autos usados, pero en buen estado, en el Bronx, New York City, y en Palo Alto, 
California, a una cuadra de la Universidad de Nueva York y de la Universidad de Stanford, 
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respectivamente. Las placas fueron removidas, y se dejaron unas capuchas levemente alzadas 
–para servir como “pistas etológicas” al comportamiento atacante de potenciales vándalos. 
Trabajé rápidamente en el Bronx, mientras veíamos y filmábamos desde un punto escondido al 
otro lado de la calle. Dentro de los 10 minutos del inicio oficial de este estudio, aparecieron los 
primeros vándalos. Este desfile de vándalos continuó por dos días; cuando ya no quedaba nada 
de valor para despojar, los vándalos comenzaron a destruir los restos. En 48 horas grabamos 23 
contactos destructivos distintos, realizados por individuos o grupos, que a veces tomaban algo 
del vehiculo abandonado y otras destruían algo. Sólo uno de estos episodios, curiosamente, 
involucró a adolescentes; el resto fueron adultos, muchos bien vestidos y muchos que 
manejaban automóviles, de modo tal que podrían calificar por lo menos como clase media baja. 
El anonimato puede volvernos vándalos desvergonzados a todos. ¿Pero qué pasó con el destino 
del auto abandonado en Palo Alto? Nuestro film reveló que nadie vandalizó parte alguna del 
vehículo en un período de 5 días. Cuando sacamos el auto, tres residentes locales llamaron a la 
policía para decir que un auto abandonado estaba siendo robado (la policía local había sido 
oficialmente notificada de nuestro estudio de campo). Esta es una definición de “comunidad” 
donde la gente se preocupa acerca de lo que pasa en su territorio incluso cuando por la persona 
o la propiedad extrañas. Pienso que lo hacen basados en parte en la recíproca suposición de que 
otros en ese vecindario se preocuparían también por ellos. 
Siento ahora que cualquier condición del entorno, o social, que contribuya a hacer que algunos 
miembros de la sociedad se sientan anónimos, que nadie sabe quiénes son, que nadie reconoce 
su individualidad y por lo tanto su humanidad, los vuelve potenciales asesinos y vándalos, un 
peligro para mi persona y para mi propiedad –y para la suya (Zimbardo, 1976). 
Curiosamente, esta pequeña demostración de campo, que fue publicitada por la revista Time 
(28 de febrero de 1969, “Diario de un automóvil vandalizado”), fue la única investigación 
empírica presentada en apoyo de una teoría controversial sobre el crimen, conocida como “la 
teoría del Vidrio Roto”. El cientista político James Q.Wilson y el criminólogo George Kelling 
delinearon su novedosa teoría acerca de las causas gemelas de crimen en un artículo de la 
popular Atlantic Monthly (marzo de 1982). El crimen es producto de criminales individuales y 
de condiciones situacionales de desorden público. Cuando la gente ve autos abandonados en las 
calles, graffiti en todas partes y ventanas rotas y no cubiertas, es un signo de que a nadie le 
importa realmente ese vecindario. Esta percepción de desorden público o desarreglo baja las 
inhibiciones contra mayores acciones destructivas o criminales de aquellos que no son 
ordinariamente criminales. Su solución al crimen: remover los autos abandonados, tapar los 
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graffiti y reparar las ventanas rotas. Cuando este consejo fue seguido en la ciudad de Nueva 
York, las proporciones del crimen bajaron significativamente en el año posterior. Me complace 
que este pequeño estudio haya podido tener un efecto indirecto tan grande. 
 
La imaginación hostil creada por caras del enemigo 
Necesitamos añadir uno pocos principios operacionales más a nuestro arsenal de armas que 
disparan actos malignos entre hombres y mujeres que son ordinariamente buenos. Para hacerlo 
necesitamos elevarnos por sobre la investigación focalizada en actores individuales y mirar a 
los Estados-nación. Podemos aprender acerca de algunos de estos principios considerando 
cómo las naciones preparan a sus jóvenes a comprometerse en guerras mortales y preparan a 
sus ciudadanos para apoyar los riesgos de ir a una guerra, en especial una guerra de agresión. 
Esta difícil transformación se logra con una forma especial de condicionamiento cognitivo. 
Imágenes del “Enemigo” son creadas por la propaganda nacional a fin de preparar las mentes 
de los soldados y ciudadanos para odiar a aquellos que entran en la nueva categoría de tu 
enemigo. Este condicionamiento mental es el arma más potente del soldado, sin la cual 
probablemente nunca dispare su arma para matar a otro joven que está en el blanco de su mira. 
Un fascinante recuento de cómo esta “imaginación hostil” es creada en las mentes de los 
soldados y sus familias se presenta en “Faces of the Enemy” [“Caras del Enemigo”] de Sam 
Keen (1991; 2004), y su compañía de DVD. 
Los arquetipos del enemigo son creados por la propaganda, fabricados por los gobiernos de la 
mayor parte de las naciones contra aquellos considerados los peligrosos “ellos”, “externos”, 
“enemigos”. Estas imágenes visuales crean una paranoia social consensual que se focaliza en 
el enemigo, que podría dañar a las mujeres, niños, hogares y dios de los soldados de la nación, 
al modo de vida, y así siguiendo. El análisis de Keen de esta propaganda en una escala mundial 
revela que hay un número selecto de categorías utilizadas como “homo hostilitis” para inventar 
un enemigo maligno, en las mentes de los buenos miembros de tribus honestas. El enemigo es: 
agresor, sin cara, sin dios, violador, bárbaro, codicioso, criminal, torturador, la muerte, un 
animal deshumanizado, o simplemente una abstracción. Por último, está el enemigo como 
valioso, un oponente heroico que debe ser aplastado en un “combate mortal” –como en el video 
game del mismo nombre. 
 
 
 
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¿Pueden los hombres mayores ordinarios volverse asesinos de la nochea la mañana? 
Una de las ilustraciones más claras de mi tema fundamental sobre cómo la gente ordinaria puede 
ser transformada para comprometerse en acciones malignas que son extrañas a su historia 
pasada y a su desarrollo moral, viene del análisis del historiador británico Christopher 
Browning. Narra en “Ordinary Men: Reserve Police Battalion 101 and the Final Solution in 
Poland” (1993)2 que, en marzo de 1942, aproximadamente el 80 por ciento de todas las víctimas 
del Holocausto estaban aún vivas, pero apenas 11 meses después aproximadamente el 80 por 
ciento estaban muertas. En este corto período de tiempo, la Endlösung (Solución Final de Hitler) 
fue energizada por medio de una intensa ola masiva de escuadrones móviles de asesinos en 
Polonia. Este genocidio requería la movilización de una máquina de matar en gran escala, en 
un momento en el que los soldados alemanes aptos eran necesarios en el frente de Rusia que 
colapsaba. Dado que la mayor parte de los judíos polacos vivían en pequeños pueblos y no en 
grandes ciudades, la pregunta que Browning formuló acerca del alto comando alemán fue 
“¿dónde encontraron el personal durante este año crucial de la guerra para el asombroso éxito 
logístico del asesinato masivo?” (p.xvi). 
Su respuesta viene de los archivos de crímenes de guerra nazis, en la forma de las actividades 
del Batallón de Reserva 101, una unidad de unos 500 hombres de Hamburgo, Alemania. Eran 
hombres de familia, mayores, demasiado viejos para ser convocados al ejército, de clases 
trabajadora y media-baja, sin experiencia en policía militar; simples reclutas novatos enviados 
a Polonia sin aviso ni entrenamiento en su misión secreta –el exterminio total de todos los judíos 
que vivían el los pueblos remotos de Polonia. En sólo 4 meses, mataron disparándoles a 
quemarropa al menos a 38.000 judíos, y enviaron otros 45.000 deportados al campo de 
concentración de Treblinka. 
Al principio, el comandante les dijo que era una misión difícil que el batallón debía obedecer. 
Sin embargo, agregó que cualquiera individualmente podía rehusarse a ejecutar a estos 
hombres, mujeres y niños. Los registros indican que al principio alrededor de la mitad de los 
hombres se rehusaron, y dejaron que otros reservistas de la policía se comprometieran en el 
asesinato masivo. Pero andando el tiempo, los procesos de modelización social cobraron su 
cuota, como lo hizo toda persuasión sobre la inducción a la culpa realizada por los reservistas 
que habían realizado los disparos. Para el final de aquella jornada hasta un 90 por ciento de los 
hombres en el Batallón 101 se habían involucrado en los disparos, incluso tomando 
 
2 Hay versión en español. Browning, C.(2002): “Aquellos hombres grises. El Batallón 101 y la Solución Final en 
Polonia”. Barcelona: Edhasa (N.del T.). 
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orgullosamente fotos de sus primeros planos y de sus matanzas de judíos. Como las fotos de 
los guardias en la prisión de Abu Ghraib, estos policías se incluyeron en sus “fotos trofeo” como 
orgullosos eliminadores de la amenaza judía. 
Browning deja claro que no hubo selección especial de estos hombres, que eran tan “ordinarios” 
como se pueda imaginar –hasta que fueron puestos en una situación en la cual tenían permiso 
“oficial” y estímulo para actuar sádica y brutalmente contra aquellos arbitrariamente marcados 
como el “enemigo”. También compara el mecanismo subyacente que opera una tierra tan lejana 
y en un tiempo tan distante con los procesos psicológicos que operan en la investigación de 
Milgram y en el Experimento de la Prisión de Stanford. 
 
Educación de imaginaciones llenas de odio y destructivas 
La segunda gran clase de principios operacionales a través de los cuales gente de otra forma 
buena puede ser reclutada para el mal es a través de procesos de educación/socialización 
sancionados por el gobierno en el poder, representados en los programas escolares y apoyados 
por padres y maestros. Un primer ejemplo es la forma en la cual los niños alemanes en los 
1930’s y 40’s fueron sistemáticamente adoctrinados para odiar a los judíos, para hacerlos sus 
enemigos a todos los efectos de la nueva nación germana. La limitación de espacio no permite 
una documentación completa de este proceso, pero incluiré varios ejemplos de una forma por 
la cual los gobiernos son responsables de sancionar el mal. 
En Alemania, en cuanto el Partido Nazi tomó el poder, en 1933, ningún objetivo de nazificación 
tuvo una prioridad mayor que la reeducación de la juventud alemana. Hitler escribió: “No tendré 
entrenamiento intelectual. El conocimiento es ruin para mis jóvenes. Una juventud violenta, 
activa, dominante, brutal –eso es lo que busco” (“El Nuevo Orden”, 1989, pp.101-2). Para 
enseñar a la juventud geografía y raza, se ordenaron y crearon manuales básicos como inicio de 
lectura en el primer grado de la escuela primaria (ver Brooks, 1989). Estos “manuales del odio” 
eran libros de historieta con colores brillantes, que contrastaban la belleza rubia de los arios con 
la despreciablemente fea caricatura del judío. Se vendieron cientos de miles. Uno se titulaba: 
“No confíes en ningún zorro en el prado verde y en ningún judío en su promesa”. Lo más 
insidioso en esta clase de condicionamiento del odio es que las cuestiones se presentaban como 
hechos que debían ser aprendidos y sobre los que había que dar examen, o sobre los cuales 
había que practicar nueva caligrafía. En la copia de “No confíes en ningún zorro”, texto que 
revisé, una serie de historietas ilustra todas las formas en la que los judíos engañan a los arios, 
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se vuelven ricos y gordos al dominarlos, son lascivos, crueles y sin compasión por el ruego de 
los arios pobres y ancianos. 
Los escenarios finales describen la retribución que los niños arios logran en primer lugar por 
expulsar maestros y niños judíos de sus escuelas –así, el “orden y disciplina correctos” pueden 
de nuevo enseñarse, prohibiéndoles el acceso a áreas comunitarias, como parques públicos, y 
luego expulsándolos de Alemania. El texto en la historieta dice ominosamente: “Calle de mano 
única”. De hecho, era una calle de mano única que llevaba eventualmente a los campos de 
concentración y crematorios que fueron la pieza central de la Solución Final de Hitler para el 
genocidio de los judíos. Así, el mal institucionalizado se difundió perversa e insidiosamente, a 
través de pervertir la educación alejándola de los ejercicios de pensamiento crítico que abren 
las mentes de los estudiantes a nuevas ideas, y se cerró las mentes en torno a aquellos indicados 
como enemigos del pueblo. Controlando la educación y los medios de propaganda, cualquier 
líder nacional puede producir los escenarios fantásticos descriptos en la aterradora novela de 
George Orwell “1984”. 
El mal institucionalizado que Orwell retrata vívidamente en su recuento ficcional de la 
dominación del estado por sobre los individuos va más allá de la imaginación del novelista 
cuando es su profética visión es llevada a validez operativa por poderosos líderes de un culto, 
o por agencias y departamentos dentro de la actual administración nacional de los EEUU. He 
descripto los paralelos directos entre la estrategias de control de la mente y las tácticas que 
Orwell atribuye al “Partido”, y las que el reverendo Jim Jones usó para dominar a los miembros 
de su culto político/religioso, El Tempo del Pueblo (Zimbardo, 2005). Jones orquestó los 
suicidios/asesinatos de más de 900 ciudadanos estadounidenses en las junglas de Guyana 
veinticinco años atrás, el final de su gran experimento encontrol institucionalizado de la mente. 
Supe de antiguos miembros de este grupo que Jones no sólo leyó “1984”, sino que habló sobre 
ella con frecuencia y encargó al cantante de la iglesia una canción titulada “1984 está llegando”, 
que todos tenían que cantar en algunos servicios. 
 
El Experimento de la Prisión de Stanford: corromper el poder institucional y sistémico 
Esta investigación sintetizó muchos de los procesos y variables delineadas con anterioridad; las 
de anonimato de lugar y de persona que contribuyen a crear estados de desindividuación, de 
deshumanización de las víctimas, de dar a algunos actores (guardias) permiso para controlar a 
otros (prisioneros), y situar a todos en un único escenario (la prisión), que la mayor parte de las 
sociedades del mundo reconocen que provee cierta forma de sanciones institucionalmente 
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aprobadas para el mal a través de los diferenciales extremos de control y poder que la prisión 
fomenta. 
En 1971, yo y mis estudiantes (Zimbardo, Haney, Banks & Jaffe,1973) diseñamos un 
experimento dramático que se extendería por un período de dos semanas, a fin de dar a los 
participantes de nuestra investigación tiempo suficiente como para involucrarse totalmente en 
sus roles, experimentalmente asignados, de guardias o prisioneros. Tener a los participantes 
viviendo en ese montaje noche y día, si eran prisioneros, o trabajando allí por turnos de 8 horas, 
si eran guardias, permitía también tiempo suficiente para que se desarrollaran las normas 
situacionales y para que emergieran, cambiaran y cristalizaran los patrones de interacción 
social. La segunda característica de este estudio fue garantizar que todos los participantes de la 
investigación fueran inicialmente tan normales como fuese posible, saludables física y 
mentalmente, y sin historia alguna de haberse visto involucrados en drogas, crímenes o 
violencia. 
Estas precondiciones eran esenciales si queríamos desenredar el nudo de lo situacional versus 
lo disposicional. Qué obtenía la situación de esta colección de jóvenes similares, 
intercambiables, versus qué emanaba de los participantes de la investigación basado en las 
disposiciones únicas que traían al experimento. La tercera característica del estudio fue la 
ausencia de cualquier entrenamiento previo acerca de cómo desempeñar los roles asignados al 
azar de prisionero y guardia, a fin de dejar como estaba el aprendizaje social previo de cada 
sujeto acerca del significado de las prisiones y las instrucciones de comportamiento asociados 
con los roles opuestos de prisionero y guardia. La cuarta característica fue elaborar el montaje 
experimental tan cercano a una simulación funcional de la psicología de la prisión como fuese 
posible. Los detalles acerca de cómo creamos un montaje menta comparable al de los 
prisioneros y guardias reales se brindan en múltiples artículos que escribí sobre el estudio (ver 
Zimbardo et.al., 1973; Zimbardo, 1975). 
Fueron centrales a este montaje mental cuestiones de poder y falta de poder, dominación y 
sumisión, libertad y servidumbre, control y rebelión, identidad y anonimato, reglas coercitivas 
y roles restrictivos. En general, estos constructos psicosociales tomaron realidad operacional 
poniendo a los sujetos uniformes apropiados, usando utilería apropiada (esposas, porras de 
policía, silbatos, señales en puertas y pasillos), reemplazando las puertas de los corredores por 
barras de prisión para crear celdas, eliminando ventanas y relojes que mostraran la hora o el 
momento del día, con reglas institucionales que removían/sustituían los nombres individuales 
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por números (prisioneros), o con títulos para el staff (señor Oficial Correccional, Alcalde, 
Superintendente), y dando a los guardias poder de control sobre los prisioneros. 
Los sujetos fueron reclutados entre alrededor de 100 que respondieron a nuestros avisos en el 
diario local de la ciudad. Se tomó una evaluación de sus antecedentes que consistía en una 
batería de cinco tests psicológicos, historia personal, y entrevistas en profundidad. Los 24 
evaluados como más normales y saludables en todo aspecto, fueron asignados aleatoriamente, 
la mitad al rol de prisionero y la mitad al de guardia. Los estudiantes-prisioneros padecieron un 
arresto sorpresa realista llevado a cabo por oficiales del Departamento de Policía de Palo Alto, 
que cooperó con nuestro plan. El oficial a cargo del arresto procedió con un arresto formal, 
llevando a los “delincuentes” a la estación de Policía para ser fichados, tras lo cual cada 
prisionero fue llevado a nuestra prisión en el sótano reconstruido de nuestro Departamento de 
Psicología. 
El uniforme de los prisioneros era un guardapolvo con número de identificación. Los guardias 
vestían uniformes de estilo militar, y anteojos oscuros de cristal espejado para aumentar el 
anonimato. Todo el tiempo había 9 prisioneros en el “patio”, 3 en la celda y 3 guardias 
trabajando en turnos de 8 horas. Los datos fueron recogidos en términos de grabaciones de 
video, grabaciones secretas de audio de conversaciones de los prisioneros en sus celdas, 
entrevistas y tests en distintos momentos durante el estudio, reportes posteriores a la 
experimentación, y observaciones directas a escondidas. 
Para una cronología detallada y un recuento completo de las reacciones de conducta que 
siguieron, referimos a los lectores a las referencias dadas más arriba, y a Zimbardo, Maslach y 
Haney (1999), y a nuestro sitio web, www.prisonexp.org (una traducción al italiano fue 
realizada recientemente por Piero Bocchiaro). 
Para los propósitos actuales, permítanme simplemente afirmar que las fuerzas situacionales 
negativas abrumaron a las tendencias disposicionales positivas. La situación de Mal triunfó por 
sobre la gente de Bien. Nuestro experimento, proyectado para 2 semanas, tuvo que ser 
terminado sólo 6 días después, por la patología que estábamos viendo. Jóvenes pacifistas se 
comportaban de modo sádico en su rol de guardias, infligiendo humillación, dolor y sufrimiento 
a otros jóvenes si tenían el status inferior de prisioneros. Algunos guardias incluso reportaron 
que disfrutaban haciéndolo. Otros, siendo estudiantes inteligentes y saludables, se comportaban 
patológicamente, sufriendo muchos “colapsos emocionales” como en los trastornos por estrés, 
a un extremo tal que cinco de ellos tuvieron que ser retirados dentro de la primera semana. Los 
prisioneros que se adaptaron mejor a la situación fueron los que siguieron las órdenes sin pensar, 
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se volvieron ciegamente obedientes a la autoridad, y permitieron a los guardias 
deshumanizarlos y degradarlos cada vez más con el paso de los días y las noches. La única 
variable de la personalidad que tuvo algún valor predictivo significativo fue la de la escala F de 
autoritarismo: cuanto más alto era el puntaje, mayor era la cantidad de días que el prisionero 
sobrevivía en ese ambiente totalmente autoritario. 
Terminé el experimento no sólo por el nivel incremental de violencia y degradación por parte 
de los guardias contra los prisioneros, que fue evidente al ver los videos de sus interacciones, 
sino también porque tomé conciencia de la transformación personal que estaba padeciendo. Me 
había vuelto un Superintendente de la Prisión, el segundo rol que jugué junto al de Investigador 
Principal. Comencé a hablar, caminar y actual como una figura institucional autoritaria rígida, 
más preocupada por la seguridad de “mi prisión”que por las necesidades de los jóvenes 
confiados a mi cuidado como investigador en psicología. En un sentido, considero que la 
medida más profunda del poder en esta situación fue el alcance hasta el cual me transformó. 
Finalmente, tuvimos al final del estudio largas sesiones informativas para guardias y 
prisioneros, chequeos periódicos durante muchos años. Por fortuna, no hubo consecuencias 
negativas duraderas de este poderoso experimento. 
 
El Mal de la inacción 
“Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada”, es el 
mensaje importante a destacar en nuestra próxima sección, que proviene del estadista Edmund 
Burke. 
Nuestra comprensión habitual del mal se focaliza en las acciones violentas y destructivas, pero 
la inacción puede también volverse mal, cuando la ayuda, el disenso y la desobediencia son 
necesarias. Los psicólogos sociales escucharon la alarma cuando el caso del infame Kitty 
Genovese llegó a la portada de los diarios nacionales. Mientras era atacada, apuñalada y 
finalmente asesinada, 39 personas en un complejo de viviendas oyeron sus gritos y no hicieron 
nada para ayudar. Pareció obvio que era un óptimo ejemplo de la insensibilidad de los 
neoyorkinos, como muchos medios masivos reportaron. Un argumento contrario a este análisis 
disposicional vino en la forma de una serie de estudios clásicos de Bibb Latane y John Darley 
(1970) sobre la intervención de los espectadores. Un hallazgo clave fue que la gente es menos 
propensa a ayudar cuando está en un grupo, cuando percibe a otros disponibles que podrían 
ayudar, que cuando está sola. La presencia de otros difumina el sentido de responsabilidad 
personal de cualquier individuo. 
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Una poderosa demostración de la falta de ayuda a extraños en peligro fue montada por John 
Darley y Dan Batson (1974). Imagine que es un estudiante de teología en camino a dar el 
sermón del Buen Samaritano a fin de que sea grabado en video para un estudio de psicología 
sobre comunicación efectiva. Imagine que mientras se dirige desde el departamento de 
psicología hacia el centro de grabación en video, pasa junto a un extraño acurrucado en un 
callejón, en extremo sufrimiento. ¿Hay alguna condición que pueda concebir que pueda hacer 
que no se detenga para ser el Buen Samaritano? ¿La presión del tiempo? ¿Cambiaría algo si 
estuviera llegando tarde a dar el sermón? Apuesto a que le gustaría creer que no cambiaría nada, 
que se detendría y lo ayudaría sin importar las circunstancias. ¿Correcto? Recuerde que usted 
es un estudiante de teología, pensando en ayudar a un extraño que sufre, lo cual es ampliamente 
recompensado en el relato bíblico. 
Los investigadores asignaron aleatoriamente a los estudiantes del Seminario Teológico de 
Princeton tres condiciones que hacían variar cuánto tiempo pensaban que tenían entre recibir 
de los investigadores sus encargos e ir al departamento de comunicación a grabar sus discursos 
sobre el Buen Samaritano. La conclusión: no sea una víctima que sufre cuando la gente está 
demorada y apurada, ¡porque el 90 por ciento de ellos es probable que lo pase de largo, sin 
prestarle ninguna ayuda! Cuanto más tiempo pensaban los seminaristas que tenían, más 
probable era que se detuvieran y ayudaran. Así, la variable situacional de presión del tiempo 
daba cuenta de una variación mayor en la ayuda, sin necesidad alguna de recurrir a 
explicaciones disposicionales sobre el carácter insensible, cínico o indiferente de los estudiantes 
de teología, tal como se asumió que eran los que no ayudaron a Kitty Genovese. 
Junto a los perpetradores del mal, están casi siempre los que saben qué está pasando y no 
intervienen para ayudar, para desafiar el mal, y permiten de ese modo que el mal persista por 
su inacción cuando debieran haber actuado. Había buenos guardias en el Experimento de la 
Prisión de Stanford, que no dañaban a los prisioneros, pero ni una vez se opusieron a los actos 
degradantes de los malos guardias. En el caso de los abusos en la prisión de Abu Ghraib, está 
claro que mucha gente sabía de los abusos, incluso médicos y enfermeras, pero nunca 
intervinieron (ver Zimbardo 2004). 
 
Torturadores y verdugos: ¿tipos patológicos o imperativos situacionales? 
Hay pocas cuestiones menos debatidas que el hecho de que la tortura sistemática de personas 
sobre sus congéneres representa uno de los lados más oscuros de la naturaleza humana. 
Seguramente, mis colegas y yo razonamos que hay un lugar donde el mal disposicional podría 
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manifestarse entre esos torturadores que realizaron sus sucias acciones a diario durante años en 
Brasil, como policías aprobados por el gobierno para obtener confesiones a través de la tortura 
a los enemigos del estado. Comenzamos por focalizarnos en los torturadores, tratando de 
entender sus psiques y las formas en las que fueron moldeados por las circunstancias, pero 
tenemos que expandir nuestra red analítica para capturar a sus camaradas de armas que eligieron 
o fueron asignados a otra rama del trabajo violento –los verdugos de los escuadrones de la 
muerte. Todos compartían un “enemigo común” –hombres, mujeres y niños que, siendo 
ciudadanos del mismo estado, incluso vecinos, eran declarados por “las autoridades” como 
amenazas a la seguridad nacional del país. Algunos tenían que ser eliminados eficientemente, 
mientras que otros que podían retener información secreta debían ser quebrados y confesar su 
traición. 
En el cumplimiento de esta misión, esos torturadores podían confiar en el “mal creativo” 
encarnado en los dispositivos de tortura y en las técnicas refinadas durante siglos desde la 
Inquisición de los representantes de la Iglesia, y más tarde en el Estado nacional. Pero 
agregaban una cuota de improvisación para acomodarse a las resistencias y capacidades de 
adaptación particulares del enemigo que tenían ante ellos, que proclamaba inocencia, se 
rehusaba a admitir su culpabilidad, o no era intimidado. Tomó a esos torturadores tiempo y 
percepción de las debilidades humanas que podían explotarse el volverse expertos en su oficio, 
en contraste con la tarea de los escuadrones de la muerte, que con capuchas y anonimato, buenas 
armas, y apoyo del grupo, podían despachar su deber con la patria rápida e impersonalmente. 
Para el torturador, el trabajo nunca puede estar terminado. La tortura siempre involucra una 
relación personal, esencial para comprender qué clase de tortura emplear, qué intensidad de 
tortura usar en esa persona en ese momento. Si se usa la clase se equivocada, o muy poco: no 
hay confesión. Si se excede, la víctima muere antes de la confesión. En cualquier caso, el 
torturador fracasa. Aprender a seleccionar el tipo y grado correcto de tortura que entrega la 
información deseada, hace abundantes las recompensas, y el elogio de los superiores. 
¿Qué clase de hombres pueden hacer tales actos? ¿Necesitan tener impulsos sádicos y una 
historia de experiencias de vida sociopáticas para cortar y rasgar la carne de seres como ellos 
día tras día durante años? ¿Son estos trabajadores de la violencia de una estirpe separada del 
resto de la humanidad, malas semillas, troncos de árbol malos, malas flores? ¿O es concebible 
que pudieran ser programados para llevar a cabo sus deplorables actos por medio de programas 
de entrenamiento identificables y replicables? ¿Puede un conjunto de condiciones externas, 
situaciones variables y que contribuye a la creación de estos torturadores y asesinos ser 
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identificado? Si los actos malignos no fueran rastreables en defectos internos, sino más bien 
atribuibles a fuerzas externas que actúan sobre ellos –las componentes de experiencia políticas, 
económicas, sociales e históricas de su entrenamiento policial- podríamos estar en condiciones 
de generalizar a través de las culturas y los escenarios aquellos principios responsables por esta 
notable transformación. Martha Huggins, Mika Haritos-Fatouros y yo entrevistamos a varias 
docenas de estos trabajadores de la violencia en profundidad, y recientemente publicamos un 
resumen de nuestros métodos y hallazgos (Huggins, Haritos-Fatouros & Zimbardo, 2002). 
Mika tenía un estudio previo similar de torturadores entrenados por la junta militar de Grecia, 
y nuestros resultados fueron ampliamente congruentes con los de ella (Haritos-Fatouros, 2003). 
Los sádicos son excluidos por los entrenadores en el proceso de entrenamiento, porque no son 
controlables, obtienen placer infligiendo dolor a otros y, por ello, no sostienen el foco en el 
objetivo de extraer una confesión. Por toda la evidencia que podemos exhibir, estos trabajadores 
de la violencia no eran inusuales ni desviados en ninguna forma antes de practicar su nuevo rol, 
ni había tendencias o patologías desviadas persistentes entre ninguno de ellos en los años 
posteriores a su trabajo como torturadores y verdugos. Su transformación era totalmente 
entendible como una consecuencia del entrenamiento que se les daba para jugar su nuevo rol; 
camaradería de grupo; aceptación de la ideología de la seguridad nacional, y creencia en que 
los socialistas-comunistas eran los enemigos de su estado. Eran también influenciados 
haciéndolos creer especiales, por encima y mejores que sus pares en el servicio público, por el 
secreto de sus tareas, por la presión constante para producir resultados sin tomar en cuenta la 
fatiga o los problemas personales. Reportamos varios casos de estudios detallados que 
documentan lo ordinario de estos hombres involucrados en la más atroz de las acciones, 
aprobada por su gobierno en ese momento de la historia, pero reproducible en este tiempo en 
toda obsesión de la nación con la seguridad nacional y en los miedos al terrorismo que permiten 
la suspensión de las libertades básicas individuales. 
 
Hombres-bomba: ¿fanáticos sin sentido o mártires conscientes? 
Sorprendentemente, lo que es verdad para estos trabajadores de la violencia es comparable con 
la naturaleza de la transformación de jóvenes palestinos de estudiantes en hombres-bomba 
suicidas que matan israelíes. Recientes informes de los medios coinciden en hallazgos de 
análisis más sistemáticos de los procesos de volverse un asesino suicida (ver Atran, 2003; 
Bennet, 2003; Hoffman, 2003; Merari, 1990,2002; Myer, 2003). Hubo más de 95 bombardeos 
suicidas de palestinos contra israelíes desde septiembre de 2000. Al principio, y con mayor 
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frecuencia, los terroristas eran hombres jóvenes, pero de modo reciente media docena de 
mujeres se unieron al rango de bombarderas suicida. Ha sido declarado crimen insensato y sin 
sentido por los atacados y por los observadores externos, y se ha dicho de todo sobre el tema, 
excepto cómo son en realidad aquellos íntimamente involucrados. Se creyó que quienes 
adoptaban este rol fatalista eran jóvenes pobres, desesperados, socialmente aislados, y sin 
instrucción, carrera ni futuro. Este estereotipo queda roto por los retratos reales de estos jóvenes 
hombres y mujeres, muchos estudiantes con esperanzas de un futuro mejor, inteligentes, 
atractivos, conectados con su familia y comunidad. 
Ariel Merari, un psicólogo israelí que ha estudiado este fenómeno por muchos años, delinea los 
pasos comunes en el camino a estas muertes explosivas. Los miembros superiores de un grupo 
extremista identifican primero gente joven en particular que parece tener un intenso fervor 
patriótico, basado en sus declaraciones en una campaña pública contra Israel, o que apoyan una 
causa islámica o la acción palestina. Estos individuos son invitados a discutir cuán serios son 
en el amor a su país y en su odio a Israel. Se solicita luego que se comprometan a un 
entrenamiento dedicado a poner sus maldiciones en acción. Quienes aceptan, son puestos en un 
pequeño grupo de 3 o 5 jóvenes similares que están en distintas etapas de progreso para volverse 
agentes de la muerte. Aprenden las artimañas del tema de los mayores, fabricación de bombas, 
disfraces, selección de objetivos y toma de tiempos. Luego hacen público su compromiso 
privado filmando un video, donde se declaran “mártires vivientes” para el Islam, y por el amor 
a Alá. En una mano sostienen el Corán, un rifle en la otra, y una banda en torno a su cabeza 
declara su nuevo status. Este video los ata a la acción final, dado que se envía a casa de la 
familia del recluta antes de ejecutar el plan. Los reclutas saben también que no sólo ellos 
ganarán un lugar junto a Alá, sino también sus familiares tendrán derecho a un alto lugar en el 
paraíso por su martirio. Después hay un incentivo financiero que va a la familia como regalo 
por su sacrificio. 
Sus fotos son blasonadas en pósters que se colocarán en las paredes en todas partes de la 
comunidad en cuanto tengan éxito en su misión –para que se vuelvan modelos de inspiración. 
Para suprimir preocupaciones sobre el dolor por las heridas infligidas cuando exploten clavos 
y otras partes de la bomba, se les dice que antes de que la primera gota de su sangre toque el 
suelo ya estarán sentados junto a Alá, sintiendo no dolor, sino placer. Como un último incentivo 
para los jóvenes está la promesa de felicidad celestial con montones de vírgenes en la próxima 
vida. Se vuelven héroes y heroínas, modelando el autosacrificio para la próxima camada de 
bombarderos suicida. 
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Podemos ver que este programa usa una variedad de principios psicosociales y motivacionales 
para ayudar en la transformación del odio colectivo y el frenesí general en un programa 
dedicado y seriamente calculado de adoctrinamiento y entrenamiento para que los individuos 
se vuelvan jóvenes mártires vivientes. No es ni insensato ni sin sentido, sólo un montaje mental 
muy diferente y con distintos sentimientos de los que se usan y vemos entre adultos jóvenes en 
nuestro país. Un programa de televisión reciente acerca de mujeres-bomba suicidas fue tan lejos 
como para describirlas más parecidas a la chica común que a fanáticas extranjeras. Eso es lo 
aterrador en la emergencia de este nuevo fenómeno social, que tantos jóvenes inteligentes 
puedan ser persuadidos y dirigidos a imaginar y dar la bienvenida al final de sus vidas en una 
explosión suicida. 
Para contrarrestar las poderosas tácticas de los agentes de reclutamiento se requiere 
proporcionar alternativas plenas de sentido de afirmación de la vida a esta nueva generación. 
Se requiere un nuevo liderazgo nacional que explore toda estrategia de negociación que pueda 
llevar a la paz y no a la muerte. Se requiere que estos jóvenes compartan sus valores, su 
educación, sus recursos, para explotar sus aspectos comunes, y no destacar sus diferencias. El 
suicidio o el asesinato de una persona joven es una cuchillada en la fábrica de conexión humana 
que nosotros, los mayores de cada nación, debemos unirnos para prevenir. Alentar el sacrificio 
de los jóvenes por el bien del avance de las ideologías de los viejos debería ser considerado una 
forma de malignidad desde una perspectiva cósmica que trasciende la política local y las 
estrategias apropiadas. 
 
Recapitulando antes de seguir adelante 
Terminaré con

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