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S O R O L L A . A R T E D E L A L U Z EXPOSICIÓN ComisariA Consuelo Luca de Tena ComisariO ADJUNTO José Manuel Pascual ORGANIZACIÓN MUSEO SOROLLA COLECCIONES Lorena Delgado Belén Topete DIFUSIÓN Y COMUNICACIÓN Covadonga Pitarch ADMINISTRACIÓN Y SECRETARÍA J. Mariano Velasco Carlos Fernández Vega Amigos de la Fundación Museo Sorolla Cristina Asensio Restauración Belén Topete Carlos San Pedro Lina San Román DISEÑO Y DIRECCIÓN DEL MONTAJE Vélera MONTAJE Castellanos B-M CATÁLOGO DISEÑO GRÁFICO Vélera Impresión Artes Gráficas Palermo agradecimientos Blanca Pons-Sorolla Cristina Heeren FUNDACIÓN IBERDROLA FUNDACIÓN MUTUA MADRILEÑA AÑO INTERNACIONAL DE LA LUZ Introducción .... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 1. Hacia la luz .... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 2. Sombra y reflejo ..... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 3. Luz filtrada ..... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83 4. Resplandor..... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103 5. Arte de la luz .... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131 Bibliografía citada ..... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 143 Índice SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 12 13 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 1. Sorolla, ci!ado por Philips 1912, p. 791. 2. Ibíd. introducción La lumière c’est la vie. Por lo tanto cuanta más luz en las pinturas más vida, más verdad y más belleza.1 En la misma línea de otras exposiciones anteriores, Sorolla. Arte de la luz se propone utilizar las colecciones del Museo para profundizar en un determinado aspecto de la obra de Sorolla. Esta vez el tema es difícil de abarcar, ya que podríamos decir que todos sus cuadros tratan de la luz, y que por encima de cualquier anécdota, la luz es la verdadera protagonista de su pintura la mayor parte de las veces. No obstante, llama la atención el hecho de que, en una época en la cual toda la pintura estuvo dominada por el interés por la luz, Sorolla viniera a ser conocido como “el pintor de la luz” por antonomasia, y que sea su forma de iluminar el aspecto que siempre haya llamado más la atención en sus cuadros. Y así lo fue desde el principio. En 1912, Duncan C. Philips, en un artículo breve pero memorable,2 acertó ya a subrayar la peculiaridad que singularizaba a Sorolla: Cualquiera que sea el rango que definitivamente se reconozca a Sorolla cuando, desde la perspectiva adecua- da, se haya escrito la historia del arte pictórico de nuestro tiempo, una distinción al menos parece asegurada. Los futuros cronistas del arte no podrán por menos de recordar que él fue el primero en transcribir con éxito la luz del sol, deslumbrante y sin nubes. Esta peculiaridad ha sido, en efecto, unánimemente reconocida, aunque no del todo explicada. Como si esa luz que irradian sus pinturas nos cegara impidiéndonos aplicarnos a un análisis objetivo de sus métodos. Por razones de espacio y por los límites de la propia colección del museo no podemos aspirar a presentar todos los tipos de iluminación que Sorolla utilizó en sus cuadros, pero aunque el Museo carezca de algunos ejemplos importantes, su colección no deja de ser la más completa, y posee en cambio la ventaja de su gran fondo documental, y en par- ticular la colección fotográfica que en muchos casos nos ayuda a comprender sus tácticas. Intentaremos llamar la atención sobre esos métodos reuniendo en el espacio de la exposición grupos de cuadros que tengan afinidad en su manera de tratar la luz y de manejar la iluminación, esperando que su mera yuxtaposición haga por sí misma parte del trabajo de explicación. SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 14 HACIA LA LUZ SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 16 Cat. 1 Joaquín Sorolla Boulevard de París Óleo / lienzo pegado sobre cartón 15,2 x 10 cm París, primavera y otoño 1885 Museo Sorolla, inv. 1438 17 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 1. Pinchon 2011, p. 147 y ss.: “Les lumières de la ville”. 2. Fariello 2000, pp. 245 y ss. Luces cotidianas Desde finales del siglo XIX, la experiencia cotidiana de la luz cambió a medida que los progresos técnicos fueron haciendo de la luz, tanto natural como artificial, un bien cada vez más accesible. Algunas ciudades importantes habían tenido iluminación nocturna desde el siglo XVII: París fue la primera, y luego Ámsterdam, Berlín, Lon- dres o Viena. En España a lo largo del siglo XVIII se empezaron a iluminar muchas ciudades, pero con sistemas de aceite todavía muy costosos y complicados de mantener. El cambio decisivo se debió al uso del gas: desde principios del siglo XIX la luz de gas empezó a iluminar en las grandes ciudades las farolas de las calles, los esca- parates y los cafés, haciendo de la calle por la noche una experiencia cada vez más agradable en lugar de peligrosa; en España las principales ciudades se empezaron a iluminar con gas desde mediados del siglo. Pero la verdadera revolución de la iluminación doméstica fue la generalización de la luz eléctrica a principios del siglo XX.1 A la vez que avanzaba el uso de la luz artificial, mejoró el aprovechamiento de la luz natural. Los arquitectos apli- caron nuevos recursos técnicos creados para edificaciones industriales, como las estructuras de hierro y el vidrio, que ahora se podía fabricar en paneles de tamaño mucho mayor. Un hito importante sería el Palacio de Cristal creado por Joseph Paxton para la exposición universal de Londres de 1851, una gigantesca construcción de hie- rro y cristal basada en los invernaderos tradicionales pero en enormes dimensiones. Este tipo de arquitectura se generalizó para los pabellones de las grandes exposiciones, que eran entonces visitadas por millones de personas, ante las cuales se desplegaban espacios de una diafanidad desconocida hasta entonces, donde la luz natural reina- ba sin obstáculos. Pero también la construcción doméstica se benefició de la posibilidad de abrir ventanas cada vez mayores y dejar entrar en el interior de las casas cada vez más luz. El ocio al aire libre se introdujo también entre las costumbres de todas las clases sociales; en Europa y América empezaron a crearse parques para aliviar las condiciones poco salubres de las grandes ciudades: ya a mediados del siglo, Londres estaba atravesada por una larga cadena de jardines públicos: St. James’ Park, Green Park, Hyde Park y Kensington Gardens; en París, Haussmann incluyó en sus planes de urbanismo grandes espacios verdes como el Bois de Boulogne o el Bois de Vincennes en las zonas periféricas, y jardines en el interior de la ciudad como el parque Monceau, el Buttes-Chaumont y Montsouris. En los Estados Unidos se crearon grandes jardines como el Central Park de Nueva York y sistemas completos de parques conectados entresí, como el llamado “collar de esmeraldas” de Boston, y muchos otros.2 En España se abrieron al público algunos antiguos jardines reales, como el Parque del Retiro, y se crearon numerosos paseos arbolados. El ferrocarril también contribuyó a que los habitantes de las ciudades pudieran escapar de ellas con cierta faci- lidad y disfrutar de paseos por el campo, meriendas bajo los árboles y chapuzones en los ríos. Y finalmente, el mar, último descubrimiento de la higiene, del turismo de salud y del descanso burgués y aristocrático, ofrecía a la contemplación de los ociosos el entretenimiento de un panorama inmenso donde cualquier variación de la luz se magnificaba en efectos espectaculares. La luz, pues, estaba más presente y recibía más atención que nunca. SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 18 Las luces del pintor La atención a la luz es inseparable de la historia de la pintura, y en algunas épocas y algunos países esa atención se percibe con particular intensidad: pensemos en la pintura holandesa, que del siglo XV al XVII hizo de la luz en todas sus manifestaciones un objeto de escrutinio, y, a la vez, casi diríamos de adoración: en algunas pinturas holandesas (pensemos en cuadros de Vermeer o De Hooch) la luz que entra por una ventana iluminando -y cal- deando- un interior doméstico parece resumir todo un sueño de paz, bienestar, felicidad. La experiencia de la luz al aire libre, por otra parte, era ya común a muchos pintores que desde el siglo XVIII venían pintando habitual- mente paisajes del natural;3 sin embargo, la forma en que la luz se adueña de la pintura a lo largo del siglo XIX es nueva: si hasta entonces había servido para iluminar los objetos, podríamos decir que desde mediados del siglo XIX los objetos sirven como soportes de la luz: ésta es la que importa. Se trata de un cambio de énfasis. La pintura al aire libre fue el distintivo de la época de Sorolla, pero no siempre era posible ni oportuno pintar en exteriores: de hecho la pintura de interiores, fueran domésticos o de lugares públicos, fue tan abundante como la pintura de paisajes o jardines. Los estudios de los pintores tuvieron también su transformación. Tradicionalmente se habían iluminado con luz de norte, que entraba en el interior a través de ventanales más o menos grandes y que se controlaba con cortinas; la luz norte es la más homogénea a lo largo del día, no produce sombras fuertes, y es muy neutra, pues no falsea el color, como puede ocurrir con la luz de mediodía, que al ser más cálida puede engañar al pintor sobre el verdadero tono de lo que está pintando. El pintor se situaba con respecto a la ventana de forma que la luz le entrara por la izquierda y su mano no hiciera sombra sobre el lienzo.4 Las paredes se pintaban en colores relativamente oscuros, tostados, grises o verdosos: estos tonos fueron cam- biando a lo largo del siglo hacia colores más claros. El actual Museo Sorolla, que fue la casa que Sorolla se hizo construir y que habitó desde 1911 hasta su muerte, tiene las paredes de los talleres pintadas en rojo oscuro, un tono que se usó mucho en la época, tanto en los estudios como en los museos: es el color que tuvo originalmente, según se pudo ver en las catas arqueológicas que se hicieron en 2002, aunque es necesario tener en cuenta que en vida de Sorolla las paredes estaban casi totalmente cubiertas de telas y cuadros. Las entradas de luz también cambiaron y se multiplicaron en los talleres, y podemos ver en la época de Sorolla estudios con luces cenitales que se matizaban con telas o papeles encerados, y ventanales con otras orientacio- nes: a pintores acostumbrados a la viveza y la intensidad de la luz al aire libre, la iluminación tradicional de los estudios les parecería necesariamente mortecina, como sabemos además por testimonios escritos.5 El estudio de Sorolla (en la casa que ahora es su museo) tenía luz cenital, luz norte (hoy tapada por la maquinaria de aire acondicionado), luz de mediodía (que en las fotos tomadas en vida de Sorolla vemos siempre cubierta por una cortina gruesa y oscura), y finalmente luz de poniente, pues Sorolla abrió un enorme ventanal (el “ventanón”, lo llamaba) en la pared oeste, que entonces daba al espléndido jardín de la casa de la actriz María Guerrero, vecina 3. López Manzanares 2013. 4. Callen 2000, p. 122 y ss., “Making !he Light Modern” explica extensamente los nuevos modos de iluminación introducidos por los impresionis!as. 5. Ibídem. 19 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ y amiga del pintor. Este ventanal se cubría parcialmente con una gran cortina cuando era necesario, pero tuvo que ser posteriormente cegado al cambiar la casa de dueños. Se abría en la pared donde ahora está colgado el cuadro Paseo a orillas del mar. Las posiciones del pintor respecto a la fuente de luz adquieren variedad e importancia: cada posición produce sobre el lienzo una iluminación diferente, con consecuencias en el modelado, la construcción espacial y la am- bientación general del cuadro. La principal diferencia radica, claro está, entre la pintura hecha en el estudio, que normalmente tiene una fuente de luz concentrada (aunque ya hemos visto que incluso dentro del estudio la iluminación se enriquece en esta época), y la pintura al aire libre, que tiene una luz generalizada, aunque también los desplazamiento del sol a lo largo del día modifican sustancialmente las sombras, y con ellas todo lo demás: modelado, espacio, ambiente luminoso. Lo primero que el pintor percibe ante la luz natural es la variedad e intensidad del color, que desafía su paleta: “la pobre miseria de los colores” diría Sorolla, refiriéndose, claro está, a los colores de los tubos de pintura. Pero además, al aire libre la luz es inquieta, y su propia inconstancia llama la atención sobre efectos seductores, reflejos, matices, sombras coloreadas, efectos que bajo la luz más homogénea del estudio tienen mucha menor presencia. Il. 1 Ricardo del Rivero Sorolla en su estudio Noviembre-diciembre 1911 Positivo antiguo Museo Sorolla, inv. 80160 Es visible el caudal de luz que entra por la dere- cha de la fotografía (ven!ana norte): el pintor la recibe por su izquierda. Tras él, un espejo en el que se re"leja la obra que tiene a medias. En la pared del fondo, Sorolla abrió otra gran ven!ana, que posteriormente hubo de ser cegada.. Il. 2 El estudio de Sorolla, actual sala III del Museo Sorolla. Es visible la cris!alera ceni!al, la ven!a- na norte (a la derecha, !apada con un lienzo blanco) y la ven!ana sur (a la izquierda de la fotografía). SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 20 Frente a la preferencia tradicional por la luz lateral, la pintura a partir de los impresionistas busca deliberadamen- te efectos más insólitos, posiciones que pongan de relieve la cualidad viva y cambiante de la luz natural. Manet, por ejemplo, utilizó a menudo la luz frontal, que elimina las sombras y aplana los relieves, y produce una sensa- ción de luz fuerte, muy blanca. La luz lateral intensifica en cambio el modelado y el relieve y produce sombras, pero al aire libre éstas no son oscuras sino claras y coloreadas. La luz de amanecer o de atardecer, tan rápidamente cambiante y tan llena de color y de matices, resulta muy atractiva, y las sombras alargadas que se crean bajo estas luces llaman la atención hacia elementos del cuadro que son puros fenómenos luminosos; el contraluz, tan difícil de manejar, sitúa los planos más iluminados al fondo del cuadro y deja en sombra los primeros planos pero puede crear aureolas en torno a los cuerpos y hacer que la luz parezca irradiar del cuadro mismo; la luz del mediodía a pleno sol minimiza las sombras, que quedan recogidas bajo los cuerpos mismos, y devora el color, que resulta blanquecino; pocos se atrevieron con esta luz pero algunos, como Sorolla, hicieron de ella su favorita. La presencia de la luz en la pintura adopta las formas más variadas: en su forma extrema, que sería la del impre- sionismo de Monet, por ejemplo, la presencia vibrante dela luz al aire libre transforma los objetos en imágenes inmateriales de sí mismos, deshace sus contornos y pulveriza su corporeidad. Junto a esta tendencia, coexiste la de pintores cuyo interés por la luz se concreta en una atenta observación de la misma tanto en exteriores como en interiores, y una búsqueda constante de sus efectos más interesantes y sugestivos, pero manteniendo la solidez del dibujo y del volumen. … Sorolla pertenece a una generación de pintores europeos que aceptan del impresionismo su pasión por la luz y la paleta clara, sin admitir a ciegas su sistema de pincelada menuda. Sin partido previo ni prejuicio, usan preferentemente una pincelada amplia que modela la forma y la sintetiza, afirmándola con energía vigorosa, sin disolverla en matices ni en toques independientes. Coinciden también estos pintores en preferir motivos de sencillez máxima, sin esa referencia, que asoma una y otra vez en los cuadros de los impresionistas, a la Il. 4 Anders Zorn (1860-1920) El baño matinal 1888 Óleo / lienzo, 60 x 36 cm Firmado “Zorn/88” (a.i.d.) The Isabella Stewart Gardner Museum, Boston Il. 3 Il. 4 Il. 3 Claude Monet (1840-1926) Mujer con sombrilla 1886 Óleo / lienzo, 131 x 88 cm Firmado: “Claude Monet 86” (a.i.i.) Musée d’Orsay, París 21 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ vida urbana de gran metrópoli. Una cierta nota de curiosidad por lo primario y una cierta salud popular y plebeya se observa asimismo en Sorolla y en estos pintores de franca ejecución fácil y rápida, tanto, que se supera en ellos toda afectación de virtuosismo. Me refiero, por ejemplo, no solo al sueco Zorn, sino también al ruso Maliavin o a los alemanes Liebermann y Corinth, que tienen con Sorolla evidente parentesco de temperamento pictórico y de voluntad artística. A ellos puede, en general, aplicarse una justa expresión que Woermann utiliza al hablar de Corinth pues no son, realmente, impresionistas, sino realistas a plena luz.6 6. Lafuente Ferrari 1987, tomo II, p. 530. Il. 5 William Merrit Chase (1849-1916) Vestíbulo en Shinnecock 1892 Pastel, 81,6 x 104,14 cm Firmado “W.M. Chase” (a.i.i.) Terra Museum of American Art, Chicago, Illinois Il. 5 Il. 7 Il. 6 Il. 6 Wilhelm Hammershoi (1866-1916) Mo!as de polvo danzando en los rayos del sol 1900 Óleo / lienzo, 70 x 59 cm Ordrupgaard Museum, Charlo#tenlund, Dinamarca Il. 7 John Singer Sargent (1856-1925) Desayuno en la loggia 1910 Óleo / lienzo, 51 x 71 cm Washington, Smi!hsonian Institution SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 22 Sorolla, hacia la luz Sorolla empieza su aprendizaje en la escuela de artesanos de Valencia en 1876, y tres años más tarde continuará su formación en la Academia de Bellas Artes, dependiente de la Real Academia de San Carlos, en 1879. Cecilio Plá (1860-1934), compañero de estudios de Joaquín Sorolla en aquel periodo, cuenta cómo cuando todos entraban en clase, Sorolla venía ya de pintar paisajes en las afueras de Valencia:7 desde el principio la luz, el natural. Sorolla reco- rrerá un largo camino, no siempre recto, hasta lograr el dominio de la luz que conseguirá en la plenitud de su carre- ra, pero lo cierto es que era un camino trazado. La luz y el natural serán los fundamentos principales de su pintura. En nuestra juventud sustituyó la labor educadora de Pinazo a la de Domingo. Si en alguna cosa perdimos, ganamos, en cambio, en otras muchas: olvidamos la pastosidad y cierto brío iniciado, pero ganamos en amor a la línea, viviendo más en contacto con la vida bulliciosa de Valencia; no había fiesta a la que no fuésemos con nuestras cajas, siguiendo el hermoso ejemplo del maestro de sorprender los espectáculos públicos en su máximo apogeo. Realmente, en este sentido la juventud de entonces le debe mucho. Pinazo estaba en todas partes sin abandonar jamás su caja de apuntes; veíasele en las fiestas, en los mercados, en la playa, descu- briendo y persiguiendo los encantos del arte popular, y quizá fue el maestro que en tal sentido trabajó más de todos los de su época; fue un incitador de las energías artísticas regionales...8 Pinazo coloca la luz como tema central de su pintura, que en ocasiones se sustenta casi únicamente con sugestivos campos de color y luz, simplificando enormemente la forma. Su estilo es rápido y gestual; trabaja muchas veces en pequeñas tablillas con manchas sueltas de factura inacabada y abocetada, combinando empastes, pinceladas ligeras y líneas de dibujo que necesita para sostener unas composiciones tremendamente aligeradas de elementos figurativos. En muchas zonas deja el soporte en crudo, lo que genera un contrapunto entre la textura física del material sobre el que se pinta y la ilusión de realidad producida por la imagen recreada en la pintura. Su obra aborda temas populares, y costumbristas de ambiente marinero y escenas de playa, de las que recogerá el testigo posteriormente un Sorolla ya avanzando con seguridad en su carrera artística: Sorolla se encuentra todavía en pleno proceso de aprendizaje y búsqueda, y la beneficiosa enseñanza de Pinazo tardará tiempo en dar sus frutos. En 1881, Sorolla viaja a Madrid para presentarse a un certamen nacional, con tres marinas que, para su decep- ción, pasaron totalmente desapercibidas. Sin embargo, el viaje fue decisivo en su carrera, pues supuso su primer contacto directo con la pintura de Velázquez en el Prado. Deseoso de comprender la técnica del gran maestro, regresa dos años después para copiar sus cuadros en el Museo.9 7. Lo ci!a Pantorba 1970, p. 12. 8. Sorolla se re$ere a Francisco Domingo Marqués (1842-1920) e Ignacio Pinazo Camarlench (1848-1916). Discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, leído postmorten en una sesión pública celebrada en su memoria. Homenaje a la gloriosa memoria del excelentísimo señor don Joaquín Sorolla, académico electo: discursos leídos en la sesión pública celebrada el día 2 de febrero de 1924 / Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid, 1924. Ci!ado en Epistolarios, I, p. 53, no!a 2. Véase !ambién Pantorba 1970, p. 108. 9. Quedan en el Museo Sorolla varias de es!as copias: de un retrato de Mariana de Austria (inv. 23), del Menipo (inv. 22) y de una de las hilanderas (inv. 21). 23 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Allí delante del maestro sevillano, padre en espíritu y técnica de tantos pintores, descubrirá Sorolla de primera mano lo que se intuía en la obra de su también admirado Domingo Francisco Domingo Marqués (1842-1920) y de tantos otros coetáneos. Debió de fascinar a Sorolla la forma en que Velázquez sumerge sus figuras en una atmósfera luminosa, manteniendo la coherencia del dibujo y de la forma sólida mediante trazos visibles del pincel que en la distancia construyen la ilusión de la imagen pero que en la visión de cerca revelan su naturaleza de pura pintura. Y lo suponemos porque él se refiere alguna vez expresamente a esa dificultad de mantener la corporei- dad, y porque en su obra es evidente que persigue ese mismo efecto. Podemos considerar este momento como un punto de inflexión importante en su manera de hacer, pero todavía le quedarán años para madurar estas nuevas ideas reconocidas en un pintor del que le separaban dos siglos y medio.10 La huella de Velázquez aparecerá, de manera intermitente, en numerosas citas u homenajes que le dedica en su obra a lo largo de toda su vida: siempre se ha mencionado la inspiración en Las Meninas que es tan patente en el cuadro Mis hijos, o en su Autorretrato de 1904. Encontramos esos homenajes incluso en elementos de su casa, como la gran reproducción enmarcada del Inocencio X que se conserva en su estudio, o el espejo con marco negro a la holandesa, igual al que aparece en Las meninas, que Sorolla tenía también en el estudio. Pero por encima de esas evidencias, la impronta más profunda la encontraremos en la relación entre luz, dibujo y pincelada, per- manente punto de análisis de Sorolla sobre su antecesor. La pincelada de Sorolla es una continua indagación en las relacionesentre el espacio y la forma, y su traslado a la superficie bidimensional del lienzo. La función de la luz es aquí esencial, pues las interacciones entre la forma y el espacio se establecen por las distancias sugeridas a 10. “…luego he hecho una cor!a visi!a a Velázquez, que aunque cariñoso y comunicativo, te pone serio y de mal humor, vaya un coloso, eso es lo mejor del mundo…” De Sorolla (Madrid) a Clotilde (Valencia). 28 de enero de 1891, Epistolarios, I. Véase !ambién Menéndez 2009. Il. 8 Joaquín Sorolla Mis hijos 1904 Óleo / lienzo, 160,5 x 230,5 cm Firmado “J. Sorolla Bastida / 1904” (a.i.i.) Museo Sorolla, inv. 651 Il. 9 Joaquín Sorolla Autorretrato 1904 Óleo / lienzo, 66 x 100,5 cm Firmado “A mi Clotilde su Sorolla. 1904” (a.s.d.) Museo Sorolla, inv. 687 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 24 través del claroscuro o variaciones de color, que acercan o alejan espacios entre planos y pinceladas. La luz como materia de dibujo: esos hallazgos del Prado fueron su primera toma de contacto con una pintura con la que debió de sentirse profundamente identificado. 1884 es un nuevo hito tanto en el cursus honorum de Sorolla como en su determinación de pintar del natural y hacer de la luz su principal objetivo: se presenta a la Exposición Nacional de Bellas Artes con una enorme compo- sición histórica, Dos de mayo, consiguiendo con ella una segunda medalla. Es su primer éxito pero sobre todo una declaración de intenciones, ya que el pintor, decidido a “destruir todo tipo de convencionalismo”,11 esperó al mes de mayo para lograr la luz precisa y pintó su cuadro al aire libre en la plaza de toros de Valencia, utilizando a familia y amigos como modelos y documentándose cuidadosamente sobre las circunstancias del hecho y de la época.12 1885 es otro año decisivo, de enorme alcance en la formación de Sorolla. Su cuadro El Palleter dando el grito de independencia, una nueva composición histórica pintada con los mismos criterios que la anterior, es decir, al aire libre y con luz natural, le había valido una pensión de la Diputación de Valencia para ir a Roma. La Academia Española de Bellas Artes en Roma estaba entonces dirigida por Francisco Pradilla (1848-1921), y eran profesores en ella José Villegas Cordero (1844-1921) y Emilio Sala (1850-1910), todos los cuales dejaron alguna huella en el joven artista, como la dejaría Mariano Fortuny (1838-1874), que aunque ya fallecido cuando Sorolla llegó a Roma, seguía siendo una figura ineludible entre la colonia española de artistas. Pero más importante que la estancia en Roma fue el viaje a París, donde pasó la primavera y el verano de aquel año, gracias a su nuevo amigo Pedro Gil,13 que le ofreció su casa en la ciudad. Los seis meses que pasó allí debie- ron de ser para Sorolla de un continuo deslumbramiento, pues París era el centro del mundo artístico y el esca- parate de todas las novedades. Aureliano de Beruete, escribiendo en 1901 y con datos recogidos directamente del artista,14 menciona la intensidad con que Sorolla trabajo en esos meses, y también los nombres de los artistas que en aquel momento llamaron su atención: En esta visita a París ante las obras expuestas en el Salón de aquel año, en la exposición de Menzel, y es- pecialmente en la de Bastien-Lepage, abrió sus ojos por primera vez al movimiento iniciado entonces en la pintura moderna. La obra de Menzel (1815-1905) presenta un naturalismo de una gran frescura compositiva y plástica, que debió de resultar sorprendente para nuestro pintor en comparación a lo que le había rodeado en su estancia romana: escenas cercanas, en ocasiones de marcado carácter social, en las cuales la luz tiene una gran presencia y está claramente fundada en la observación directa del natural. De los dos pintores, Sorolla menciona especialmente a 11. Gil 1913, p. 25. 12. Pons Sorolla 2001, p. 67 y ss.; Pantorba 1970, p. 16; Doménech 1910, p. xi; Beruete 1901, p. 39. 13. Sorolla y Pedro Gil Moreno de Mora se conocieron en Roma y fueron desde entonces amigos fraternales. Pedro Gil era un hombre rico gracias a los negocios familiares, y gozaba de una excelente posición social. Tenía casa en París y se la ofreció a Sorolla, animándole a visi!ar la ciudad. Felipe Garín, Facundo Tomas, “Introducción. El epistolario entre Joaquín Sorolla Bastida y Pedro Gil Moreno de Mora”; Blanca Pons-Sorolla, “Pedro Gil Moreno de Mora y Joaquín Sorolla. Historia de una amis!ad”, Epistolarios, I. 14. Beruete 1901. Aureliano de Beruete (Madrid, 1845-1912) fue una $gura decisiva en la vida de Sorolla. Fue Doctor en Derecho y ejerció cargos políticos, pero se pudo dedicar a la pintura, que era su vocación, gracias a su posición acomodada. Se formo en la Escuela de Bellas Artes, fue profesor en la Institución Libre de Enseñanza y director del Museo del Prado. Su amis!ad facilitó a Sorolla buenos con!actos sociales; a su muerte, Sorolla le organizó en su casa recién estrenada (hoy Museo Sorolla) una exposición conmemorativa. 25 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Bastien-Lepage (1848-1884). Sus figuras en el paisaje, temática que Sorolla consolidará como principal en su pro- ducción, renovarán intensamente la visión del valenciano con un lenguaje muy cercano al realismo. Campesinos y personajes retratados en el campo junto a sus herramientas, en plena faena o descansando sobre el terreno de su esfuerzo cotidiano: ellos se convierten en los verdaderos protagonistas de la escena, agrandándose y llenando el espacio del lienzo, todo ello con un enfoque que se alejaba de la pintura española de escenas teatrales que él obser- vaba en Italia. El principal impacto sobre Sorolla tiene que ver con las temáticas de los dos pintores y con el interés por acercarse a una experiencia directa de la vida, sin convencionalismos, y por supuesto bajo una luz real, natural. A partir del testimonio de Beruete se ha insistido mucho en la influencia de esas dos figuras; sin embargo Sorolla pasará todavía unos años indeciso, buscando su lugar y tanteando las distintas posibilidades que el complejo panorama artístico de su tiempo desplegaba ante sus ojos. Durante estos años, Sorolla no dejó campo por expe- rimentar: bodegones y paisajes, escenas orientales, evocaciones de la antigua Roma, costumbrismos… Mesalinas, odaliscas, labradoras valencianas, moros, monaguillos. Años después, Sorolla mencionará en una entrevista sus dudas y vacilaciones: Inconscientemente, mejor involuntariamente, sentí yo en Roma la influencia de la época… […] Me sometía, sin quererlo, al medio, marchaba con todos, pero no obedecía mi obra á la expresión de un sentimiento sano, no me explicaba, no aprobaba mi conciencia que pudieran pintarse cosas y monumentos de un lugar determinado en lugares distintos…”15 Il. 11 Joaquín Sorolla Dos de Mayo 1884 Óleo / lienzo, 387 x 580 cm Firmado: “Sorolla / Valencia / 1884” Museo Víctor Balaguer, Villanueva y Geltrú, Barcelona 15. “Los veinte años de los consagrados. Joaquín Sorolla”, La Tribuna, Burgos, 3 de julio de 1912. Entrevis!a Il. 10 Joaquín Sorolla Copia de un fragmento de Las Hilanderas de Velázquez Realizado en el Museo del Prado, Madrid, agosto de 1883 Óleo / lienzo, 61 x 88 cm Museo Sorolla, inv. 21 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 26 Porque lo cierto es que el artista tiene que hacerse un nombre, y eso pasaba entonces por los certámenes de las Academias, y vivir mientras tanto, lo que implicaba hacer concesiones al mercado. De regreso a Roma, Sorolla acometió una obra monumental, El entierro de Cristo, con el deseo de lograr el reconocimiento académico. Su fracaso fue al final una bendición para Sorolla, que dejó de intentar aquel camino; y uno de los reproches que se le hicieron fue, sin duda, un involuntario elogio: “Ha pintado no el entierro de Cristo, sino la hora que le enterra- ron”: 16 es decir, que es la luz, en definitiva, lo que más llama la atención.17 Aquel fracaso reencauzó su trabajo. Después de casarse en Valencia en 1888, regresó a Italia, decidido a empezarde nuevo, y se instaló con su mujer en Asís, donde en torno a los hermanos Benlliure se había formado una colo- nia de artistas españoles. Il. 13 Anónimo Joaquin Sorolla pin!ando en Roma Ha. 1866 Positivo a la albúmina, 16,6 x 22,7 cm Museo Sorolla, inv. 80.009 Il. 12 Joaquín Sorolla El entierro de Cristo (fragmento) Entre el otoño de 1885 y la primavera de 1887 Óleo / lienzo, 47 x 31 cm (el fragmento; la obra tenía 430 x 685 cm) Museo Sorolla, inv. 78 16. Isidro Fernández Flórez (Fernan"lor), “Exposición Nacional de Bellas Artes”, La Ilustración Española e Iberoamericana, Madrid, 8 de julio, 1887. Año XXI, Número XXV, pp. 6 a 10. Ci!ado por Pons Sorolla 2001, p. 108, no!a 28. 17. El gigantesco cuadro fue enrollado y arrumbado por Sorolla; sólo quedan de él cuatro fragmentos, que se conservan en el Museo Sorolla (inv. 158, 159, 160, 161), junto con un boceto, inv. 1433. 27 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ En Assisi me escondí; y con Clotilde, mi mujer, decidí atenerme a lo escaso de mi pensión para vivir. Sufrí una penuria artística espantosa. No vendí un solo cuadro. Fácil es figurarse lo que tuve que pasar con los únicos cincuenta duros que mi pensión me proporcionaba. Trabajé mucho, y, á pesar de mi desfallecimiento moral, con gran ahínco, con gran fe; y aun creo que, de esa misma fe, brotó el chispazo de la pintura que llevaba yo dentro. Ese estudio [se refiere a Contadina de Asís] vaciado todavía en la manera tranquila y me- tódica de los primitivos, tiene ya los atisbos, los orígenes de mi pintura de hoy. En esa cabecita vi mucho más que cuanto había visto hasta entonces; fué el comienzo de mi camino recto, del que no me he separado un solo punto. Seguí pintando; había visto mucho de Dostienne (sic) Lepage, y su modo de hacer era algo mío. Era un puntal que me señalaba, y me recordaba el camino que, con mi cuadrito, empecé en Assisi.18 Sorolla se refiere en este texto a su cuadro Contadina de Asís de 1888, pequeño lienzo cercano a las imágenes de Bastien-Lepage y que el artista se quedó en su colección personal. En él inicia un naturalismo diferente, aún bal- buciente pero que marca un camino. Las tablillas de los huertos de almendros y olivos del periodo de Asís son de un color delicado y fresco y sobre todo de una naturalidad que nos recuerda también a los macchiaioli italianos, su búsqueda de la luz y de la construcción de la imagen con toda libertad ante el paisaje. Y entonces empecé a pintar lo que sentía; lo que me impresionaba… ¿No?...¡Es lo más lógico!...¡Y comenzó la lucha!...19 18. “Los veinte años de los consagrados: Joaquín Sorolla”, La Tribuna, Madrid, 3 de julio de 1912. 19. El duende de la colegia!a, “Sorolla”. Por esos mundos, Revis!a mensual, 1 de junio de 1913. Il. 14 Jules Bastien-Lepage (1848-1884) La cosecha 1877 Óleo / lienzo, 160 x 195 cm Musée d’Orsay, París ©RMN Grand Palais (Musée d’Orsay) Hervé Lewandowsky SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 28 Cat. 2 Joaquín Sorolla Con!adina de Asís Asís 1888 Óleo / lienzo. 39,5 x 55,5 cm Firmado “J. Sorolla / 1888” (a.i.d.) Museo Sorolla, inv. 196 29 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 3 Joaquín Sorolla Afueras de Roma 1885-1886 Óleo / papel pegado sobre cartón, 14,2 x 19,5 cm Firmado “J. Sorolla B / Roma” (a.i.i.) Museo Sorolla, inv. 58 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 30 Cat. 4 Joaquín Sorolla Olivos de Asís 1887-1889 Óleo / !abla, 8,9 x 13,6 cm Museo Sorolla, inv. 188 31 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 5 Joaquín Sorolla Casa de Asís 1887-1889 Óleo / !abla, 14 x 25,9 cm Museo Sorolla, inv. 95 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 32 En 1890 abandona Italia para instalarse en Madrid, su residencia definitiva. Llegé á Madrid y conocí á Jiménez Aranda, y aquellos comienzos, aquellos principios tan sanos que Pradilla inculcó en mí, Aranda, con su perfecto equilibrio, con su ecuanimidad artística, tan sana y admirable, los ratificó, los aseguró de modo firme. …Sólido en mi base, empecé á crearme, ya sin temor alguno, mi modo de hacer, bueno o malo, no lo sé, pero verdad, sincero, real, reflejo de lo visto por mis ojos y sentido por mi corazón, la manifestación exacta de lo que yo creía que debía ser el arte. ¿Cuánto tiempo he tardado en limitar ese arte? ¡Veinte años!20 Sorolla sitúa en este momento el comienzo de su estilo personal, el momento en que toma conciencia del estilo de pintura que quiere hacer: pintura naturalista, no impostada por los convencionalismos del mundo académico. La amistad con Jiménez Aranda (1837-1903) resultó muy fecunda, y sus ideas pictóricas nutren y dan un giro importante a la obra de Sorolla. Teniendo como referencia el realismo de su amigo, Sorolla pinta ¡¡Otra Margarita!! (1892), situado en el inte- rior de un vagón, pero, como sabemos, de un vagón real y realizado del natural; en él aborda por primera vez el 20. “Los veinte años de los consagrados: Joaquín Sorolla”, La Tribuna, Madrid, 3 de julio de 1912. Il. 16 Joaquín Sorolla Tra!a de blancas 1894 Óleo / lienzo, 166,5 x 165 cm Firmado “J. Sorolla / 1895” (a.i.i.) Museo Sorolla, inv. 320 Il. 15 José Jiménez Aranda Una desgracia 1890 Óleo / lienzo, 108 x 158 cm Colección particular 33 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ realismo social que le encauzará definitivamente en su trayectoria de éxitos y por el camino de la “verdad”; pero en ese mismo año vemos a Sorolla mostrar sus impecables capacidades académicas en un registro totalmente distinto: Después del baño es un desnudo de exquisito dibujo donde los blancos de la piel, el mármol y la sábana compiten en delicadeza. Después vendrán Trata de blancas y Aún dicen que el pescado es caro en 1894, pero junto a estas obras más estrictamente enmarcadas en el realismo social, van asomando otras: escenas sencillas de traba- jo, constructores de barcos, cordeleros, pescadores remendando redes, donde el juego de la luz entre cañizos y salpicándose sobre paredes blancas es ya el protagonista evidente. En su trayectoria hacia el dominio de la luz, Sorolla explorará muchos caminos distintos, algunos de los cuales quedarán abandonados como vías muertas, mientras otros cobrarán cada vez mayor fuerza en su pintura desa- rrollándose hasta constituir no solamente las marcas de su estilo, sino sus principales aportaciones a la historia de la pintura. Desde muy pronto encontramos en sus pinturas y en sus “notas de color” estudios de luces filtradas entre cañizos o entre el follaje de los árboles, y cayendo en salpicaduras sobre los suelos o paredes, y más adelante, sobre los rostros y cuerpos de los retratados. Esta será en cambio una de las vías más atractivas de su pintura y en la que produjo verdaderas obras maestras. Las penumbras son otro motivo de interés: sin embargo Sorolla desarrollará las penumbras claras mucho más que las oscuras tales como las que se pueden ver en las notas de color 255 y 34 (cat. 9 y 10). Igualmente los nocturnos tientan a Sorolla alguna vez pero no llegan nunca a tener un papel importante en su obra. Il. 18 Joaquín Sorolla Las redes 1893 Óleo / lienzo, 70 x 90 cm Firmado “J. Sorolla / 1893” (a.i.i.) Colección particular Il. 17 Joaquín Sorolla Después del baño 1892 Óleo / lienzo, 128 x 193 cm Firmado “J. Sorolla” (a.i.d.) Colección particular Depósito temporal en el Museo Sorolla SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 34 Cat. 7 Joaquín Sorolla Puer!a de una alquería Hacia 1890 Óleo / !abla, 13,6 x 7,1 cm Museo Sorolla, inv. 36 Cat. 6 Joaquín Sorolla Jardín I!alia, entre 1885 y 1889 Óleo / papel pegado a cartón, 25,1 x 18,1 cm Museo Sorolla, inv. 132 35 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 8 Joaquín Sorolla Emparrado de Valencia Hacia 1890 Óleo / lienzo, 18,2 x 31,7 cm Museo Sorolla, inv. 242 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 36 Cat. 9 Joaquín Sorolla Jardín de Valencia Hacia 1898 Óleo / !abla, 15,3 x 23,7 cm Museo Sorolla, inv. 255 37 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 10 Joaquín Sorolla Puer!a de un jardín Playa de la Malvarrosa, 1898 Óleo / !abla, 15 x 23,1 cm Museo Sorolla, inv. 34 SOROLL A. ARTE DE LA LUZ 38 Cat. 11 Joaquín Sorolla Niños ¿Jávea?, entre los veranos de 1900 y 1901 Óleo sobre papel pegado a cartón 12,7 x 18,6 cm Museo Sorolla, inv. 456 39 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 12 Joaquín Sorolla Efecto de noche en El Cabañal 1904 Óleo / cartón 22,7 x 32,9 cm Museo Sorolla, inv. 682 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 40 Cat. 13 Joaquín Sorolla Efecto de luna en la playa, Jávea 1900 Óleo / !abla, 13,5 x 25,5 cm Museo Sorolla, inv. 335 41 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ En su recorrido hay un hito importante que el propio Sorolla señaló, y es el cuadro Cosiendo la vela, de 1896. Dos años antes ha pintado La vuelta de la pesca, su primer gran triunfo internacional, un cuadro enorme compuesto a partir de estudios del natural. Pero el propio Sorolla ve en Cosiendo la vela un cambio de rumbo y dice encon- trarse con este cuadro (“de mucho arriesgo”) en el “camino nuevo”21. Se lanza de lleno a la “pintura clara” traspa- sando a gran formato una forma de pintar normalmente reservada formatos medios, más manejables. Esta hazaña había sido intentada años antes por Monet en su Déjeuner sur l’herbe (1865-1866), que medía originalmente 4 x 6 m, y que fue pintado a partir de estudios tomados del natural pero luego compuesto en el estudio; pero Monet nunca lo terminó y finalmente lo cortó en varios pedazos (se conserva un fragmento en el Musée d’Orsay de 248 x 217 cm, y un estudio del cuadro completo en el Museo Puchkin de Moscu); y luego en Mujeres en el jardín (1866-67; 255 x 205 cm, Musée d’Orsay), este sí pintado enteramente al aire libre en el jardín de su casa; pero los formatos grandes no fueron apenas utilizados por los pintores al aire libre. Sorolla terminó el cuadro, al parecer, en Madrid, pero lo planteó directamente del natural en un patio del Cabañal, en Valencia. A partir de este trabajo, Sorolla avanza decididamente en la dirección que él mismo se ha trazado: la luz natural, tomada del natural; y sobre todo la luz intensa, la luz solar de la que llegará a ser el maestro indiscutido. Aproximándonos al siglo XX nos encontramos con unos cuadritos de los hijos del pintor, o con Cordeleros de Jávea de 1898. En ellos se perciben ya otras gamas de color, una manera diferente de expresar las sensaciones y la “verdad” de la imagen. Cordeleros es un ariete, un cuadro que parece avanzar hacia una pintura casi actual. Abre camino con su frescura de trazos jugosos y direccionales muy modernos, en un escenario solo concebible desde la pintura y aun así tan natural. El contraste de luz y las filtraciones traspasando el cañizo tienen una fuerza descono- cida en el impresionismo y que podríamos alinear en la pincelada constructiva de los postimpresionistas, aunque conservando un gesto más clásico: el destello sobre la viga de madera en primer plano creando volumen es un recurso que descubrimos en cuadros del valenciano ya en pleno siglo XX. Este cuadro es una perfecta síntesis de clasicismo y modernidad. Destacan sobre todo el efecto de la luz, casi cegadora al fondo, y la sombra luminosa de la caseta de cañas. Los trazos del suelo nos explican la cubierta llena de ranuras que no vemos, el rostro y las manos de los personajes desaparecen, son elementos secundarios, la luz es la protagonista y todo lo demás una excusa para mostrarnos el poder del contraluz. Il. 19 Joaquín Sorolla Cosiendo la vela 1896 Óleo / lienzo, 222 x 300 cm Firmado “J. Sorolla / Valencia 1896” (a.i.d.) Venecia, Fundazione Musei Civici di Venecia, Galleria Museo Internazionale d´Arte Moderna di Ca´Pesaro 21. De Sorolla a Pedro Gil, 26 de diciembre de 1896, Epistolarios, I, p. 119. SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 42 Cat. 14 Joaquín Sorolla Elena Valencia, verano de 1897 Óleo / cartón, 8,5 x 10,5 cm Museo Sorolla, inv. 420 43 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 15 Joaquín Sorolla Joaquín, María y Elena Valencia, verano de 1897 Óleo / !abla, 7,5 x 12 cm Museo Sorolla, inv. 422 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 44 Cat. 16 Joaquín Sorolla María y Joaquín Valencia, verano de 1897 Óleo / cartón, 8,5 x 12 cm Museo Sorolla, inv. 423 45 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 17 Joaquín Sorolla Cordeleros de Jávea Jávea, junio de 1898 Óleo / lienzo, sobre imprimación blanca, 66 x 96 cm Firmado “J. Sorolla y Bastida 1897” Museo Sorolla, inv. 415 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 46 Sorolla se centra en la observación directa de las escenas, analizadas y pintadas in situ, y transforma las bases de su color, las imprimaciones de los fondos (en Cordeleros utiliza una imprimación blanca) y las gamas y ar- monías que en sus comienzos, todavía dentro del siglo XIX, habían estado ligadas a los ocres, los pardos, los grises y el negro, dando a su producción anterior ese característico color cálido dominante. Los nuevos conceptos de iluminación llevarán al pintor a buscar otras soluciones espaciales y compositivas y afectarán de manera significativa a su trabajo sobre el color. Investigará en resoluciones de pincelada, gestos y direcciones, tipos de trazos y empastes, en grafismos; una fisonomía del cuadro que empieza con el sopor- te en crudo y sobre el que va creando volúmenes pictóricos no basados en el claroscuro sino en la diferente materialidad de las capas y en las variaciones y modulaciones del color. Profundiza en soluciones personales controlando la disposición, la dirección y la intensidad de la luz. No será casual su elección de velas hinchadas al viento, de velos y parasoles, todos ellos inflamados de luz y llenos de transparencias, como tampoco el predominio del blanco en su obra, color que mutará, absorberá y reflejará a los circundantes. La creación de ambientes de luz natural con acordes de color adecuados; los cambios de color y ambiente luminoso según las horas del día o la orientación, o según las diferentes posicio- nes relativas entre el foco luminoso, el motivo y el pintor, que crean dimensiones espaciales y gamas de color diferenciadas, se irán convirtiendo en el tema principal de su pintura. Su ambición es trasladar al lienzo esos efectos luminosos que descubre ante el natural y que en ocasiones llegan a emocionarle hasta la exaltación. Justo en el umbral del siglo encontramos Madre, cuadro pintado en 1900 aunque planteado mucho antes, en el verano de 1895. Representa a su mujer, Clotilde, con su hija menor recién nacida, Elena. En la desnudez de la casa veraniega, reducida a dos simples planos lisos, el artista acota las dos cabezas en un espacio bañado en una penumbra clara. La luz parece guiarnos por la dulzura de la escena, envolviéndola con suavidad, como si fuera una emanación de la propia mirada del pintor. Estamos ahora ante otro registro en el uso de la luz, un uso emocional. Il. 20 Joaquín Sorolla Clotilde en el lecho Valencia, junio 1895 Óleo / lienzo pegado sobre cartón 12,6 x 19,4 cm Museo Sorolla, inv. 323 47 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 18 Joaquín Sorolla Madre 1900 Óleo / lienzo, sobre imprimación blanca, 125 x 169 cm Firmado “J. Sorolla Bastida” (a.i.d.) Museo Sorolla, inv. 324 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 48 Cat. 19 Joaquín Sorolla Joaquín a la luz de una lámpara 1900 Óleo / lienzo, sobre imprimación blanca, 42 x 52 cm Firmado “J. Sorolla Bastida / 1900” (a.i.d.) Fundación Museo Sorolla, inv. 488 49 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 20 Joaquín Sorolla Retrato de D. José Jiménez Aranda 1901 Óleo / lienzo, sobre imprimación ocre, 55,5 x 65 cm Firmado “A la Sra. de Sousa / Dº Dolores Jiménez Aranda / J. Sorolla 1901” (a.i.i.). Museo Sorolla, inv. 1431 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 50 En esta misma fecha encontramos otras pruebas de luz interior o luz artificial. Joaquín a la luz de una lámpara de 1900 es ejemplo del tipo de retrato que Sorolla practicó con su familia: cuadros hechos al impulso de un momento, en que su mujer o sus hijos le sirven de modelos siempre disponibles para la captación de efectos que le han llamado la atención de repente. No es un verdadero retrato, sino más bien un estudio de luz resuelto con extraordinariarapidez. El hijo del pintor gira su cabeza como sorprendido por su padre mientras escribe, en una especie de instantánea fotográfica. Su perfil cercano a la lámpara verde se mezcla con los planos más iluminados mientras el resto del rostro, en contraluz, se modela con otras luces y reflejos que vienen desde la izquierda. La luz construye y crea volúmenes en unas zonas, pero también se utiliza para desdibujar y fundir en las zonas sobreexpuestas. La base de tonos grises potencia el tapete rojo y las transparencias de los verdes de la lámpara. La pincelada de trazo grueso y marcado dirige las sensaciones espaciales junto a la luz, y prescinde de describir las texturas o calidades de las diferentes superficies, en beneficio de la unidad. El retrato que Sorolla hace a amigo Jiménez Aranda en 1901 representa uno de esos caminos que Sorolla dejaría de transitar con el tiempo: retrato en interior con iluminación muy contrastada y sombras muy oscuras. Retra- to excelente, por lo demás, que nos presenta a su amigo elegante y vestido de etiqueta, con un rostro lleno de carácter. Una luz intensa brilla sobre el perfil de la frente y la nariz dándoles relieve, e ilumina la camisa blanca, mientras el resto del rostro recibe una luz más suave, en un lienzo que registra desde el negro hasta el blanco puro. Sorolla en los retratos de interior practica a menudo esa sobriedad del retrato clásico, donde la figura se aís- la del entorno realzándose la fisonomía, la psicología y los atributos sociales del retratado, volviendo a las gamas tradicionales de color. Con los años, y a medida que se consolide su técnica y su prestigio como retratista, Sorolla preferirá situar al modelo en un exterior, generalmente un jardín, donde él podrá desplegar esa técnica personal y deslumbrante de pintura naturalista con la que tanto disfruta. El concepto de iluminación bajo estas condiciones cambiará absolutamente el tratamiento de sus retratos. Y cierra esta sección un cuadro plenamente “sorollesco”, un cuadro de mar azul, sol espléndido y vertical y jue- gos revoltosos de las sombras violetas sobre el suelo. La noria, Jávea, es ya un Sorolla del siglo XX. 51 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 21 Joaquín Sorolla La noria, Jávea 1900 Óleo / lienzo, sobre imprimación blanca 68 x 85,50 cm Firmado “J. Sorolla / 1900” (a.i.d.) Museo Sorolla, inv. 476 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 52 SOMBRA y REFLEJO SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 54 1. Véase Baxandall 1995; !ambién Gombrich 1995; y Stoichi!a 1997. 2. Baxandall 1995. La naturaleza se presenta a veces a nuestros ojos previamente convertida en imagen. Enmarcada por una ventana, reflejada en un espejo, duplicada en su sombra. Estas réplicas espontáneas de la realidad han fascinado siempre a los pintores, que las han visto como una prefiguración de su arte. Aunque las sombras, compañeras inseparables de la luz, forman parte de nuestra experiencia visual cotidiana, normalmente les prestamos poca atención. Simplificando mucho, distinguimos normalmente dos tipos de som- bras, las sombras “propias” y las sombras proyectadas. Las sombras propias son las que se crean en los cuerpos sólidos en las zonas que quedan de espaldas a la fuente de luz; las sombras proyectadas son las que los cuerpos arrojan fuera de ellos al interceptar con su volumen la llegada de la luz a otro cuerpo o superficie.1 Las sombras propias han sido utilizadas en la pintura como herramienta para representar el volumen y crear el modelado en los cuerpos, y han sido objeto de estudio y un pilar básico de la enseñanza académica. Con las som- bras proyectadas ocurre lo contrario. Las sombras que los cuerpos arrojan sobre una superficie exterior a ellos son un objeto normal de curiosidad desde la infancia: todos hemos jugado con nuestra sombra, cuando la hemos visto proyectada delante de nosotros, y hemos intentando perseguirla, engañarla, correr más que ella. Su realidad independiente, separada del cuerpo que las proyecta, las convierte en un fenómeno digno de observación. Pero no son fáciles de representar, y aunque en la vida cotidiana sean más llamativas que las sombras propias, la pin- tura las ha evitado normalmente, por la dificultad de tratarlas y porque cuando unos cuerpos las proyectan sobre otros, pueden crear efectos distorsionantes que a veces resultan demasiado llamativos. En su magnífico estudio sobre el tema,2 Michael Baxandall señala el interés por las sombras como un campo es- pecífico de los pintores, dado que ellos son “analistas profesionales de la percepción visual”. Y enumera aquellos aspectos de las sombras que han sido objeto de estudio: sus contornos, la forma y medida en que la luz con su movimiento y su refracción y difracción las afecta, las razones para sus diferencias de intensidad, su comporta- miento bajo luz difusa, cómo afecta la sombra al color de los objetos, y por qué se colorean las sombras. Todos estos aspectos han sido, en efecto, objeto de atención, pero esporádicamente. Las sombras han vivido en la pin- tura discretamente, como un subproducto, un efecto secundario de la luz. A lo largo de la historia de la pintura, podemos ver que los pintores han representado las sombras proyectadas, y en ocasiones con gran finura, pero rara vez les han dado mucho protagonismo en el cuadro. El propio Baxandall señala que todos estos aspectos de las sombras –contornos, deformaciones, diferencias de intensidad, color, etc.- nos informan no tanto sobre los objetos que las proyectan sino sobre las circunstancias de la luz, la atmósfera y la distancia. El interés de las sombras es meramente visual, rara vez tienen alguna relevancia para la historia representada en el cuadro, y por ello no han tenido normalmente un papel destacado en la pintura hasta la época de los Impresionistas, que hicieron de la visualidad su principal objeto. La revolución impresionista, al centrarse en la visualidad misma, sí prestó nueva atención a las sombras, servido- ras de la luz. Al aire libre las sombras dejan de ser percibidas con un mero agrisamiento, y la pintura empieza a 55 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 3. Theodore Duret, Les peintres impressionistes, Librairie Heymans et Perois. París, mayo de 1878. Ci!ado por Solana 1997, p. 123. 4. Baxandall 1995, pp. 32 y ss. 5. Rewald 1972, vol. I, p. 192. registrar su color: “Ha llegado el invierno, el impresionista pinta la nieve. Ve que al sol las sombras proyectadas sobre la nieve son azules, pinta sin vacilar sombras azules.” 3 En realidad, la coloración azul de las sombras en determinadas circunstancias era un fenómeno ya observado desde el siglo XVIII y comentado por algunos auto- res,4 y la coloración de las sombras en general había sido ya tratada por Leonardo, por ejemplo, pero no formaba parte del lenguaje corriente de los pintores. Precisamente la coloración de las sombras y la relativa claridad de las mismas serán en parte responsables del efecto de luminosidad de la pintura impresionista: Poco a poco, abandonaban el procedimiento habitual consistente en sugerir la tercera dimensión representando el llamado color local de cada objeto cada vez más oscuro, a medida que el mismo objeto parecía alejarse más de la fuente de luz y se sumergía en la sombra. La observación les había enseñado que las partes de la sombra no quedan totalmente privadas de luz, ni más oscuras que el resto, sino que solo son colores menos vivos. Al estar menos penetradas por la luz, las partes oscuras no ofrecen los mismos valores de color que las expuestas al sol, pero poseen igual riqueza de tonalidades en las que dominan los colores complementarios, sobre todo el azul. Al observar y al reproducir esos colores, se hacía posible indicar su profundidad, sin necesidad de recurrir a los sepias empleados corrientemente para sombrear. Al mismo tiempo, toda la pintura tomaba automáticamente un aspecto más luminoso. 5 Sorolla, agudo observador y experimentador constante, no podía dejar de fijar su atención en este reverso de laluz, y, como haría con otros desafíos de la vista, se concentró en su análisis durante algún tiempo, pintando algunos estudios, notas de color o cuadros pequeños donde la sombra proyectada, esta vez sí, es el verdadero protagonista del cuadro. Es interesante detenerse un poco en el uso que Sorolla hace de las sombras, tanto las propias como las proyecta- das. La pintura a partir de los impresionistas, en contra de lo tradicionalmente enseñado por las Academias, dejó de dar importancia al uso del sombreado en las figuras para modelar su volumen. El control de la luz dirigida para dar a los cuerpos sólidos un volumen convincente, el deleite en representar la convexidad, pacientemente aprendido en el dibujo académico, copiando blancos yesos clásicos con carbonillo y difumino; el gusto por la luz homogénea que acaricia la superficie del modelo produciendo gradaciones suaves, matices delicados de gris, pertenecen ya a otro mundo. Al aire libre y bajo el sol interesan otras cosas, principalmente la calidad de la luz misma, su capacidad transformadora de la realidad, y muy especialmente el carácter de “aparición” que la reali- dad más cotidiana puede asumir cuando, bajo una luz determinada, se nos revela de repente como algo nuevo, distinto, a veces casi milagroso por el efecto de un momento particularmente hermoso de la luz. SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 56 El sombreado para modelar interesa relativamente poco a Sorolla, como a la mayoría de sus contemporáneos. De hecho la falta de volumen y modelado fue uno de los principales reproches que se hicieron a la Olimpia de Manet:6 el propio Courbet, “al ver aparecer en 1864, en el Salon, la Olimpia no pudo aceptar este arte moderno y exclamó: es plana, no está modelada, se diría una dama de picas saliendo del baño”7 (aunque hay que señalar que Courbet fue uno de los pocos que la criticó por razones formales, pues la mayoría lo hizo por razones de decoro). Pero esta planitud que escandalizó al principio sería uno de los signos distintivos de la pintura moderna. “Los Impresionistas emplearon recursos pictóricos que subrayaban una planitud bidimensional de la superficie en su pintura. Y a la vez explotaban recursos que les permitían sugerir espacio, profundidad o volúmenes sólidos: pin- celada descriptiva, efectos naturalistas de luz y contrastes de color. La dinámica pictórica resultante entre “arte” e “ilusión”, entre dibujo de la superficie y espacio ficticio es crucial para la pintura impresionista”.8 En la obra de Sorolla las formas mantienen su volumen; su pincelada es constructiva y crea una ilusión convincen- te de la solidez de los cuerpos, pero la tridimensionalidad no es un objetivo primordial. De hecho, la obra de Soro- lla manifiesta palmariamente esa tensión entre la composición en profundidad -la composición de los volúmenes y los vacíos en el espacio tridimensional imaginario que el cuadro recrea- y el reparto de las masas sobre la superficie de la tela. Sorolla tiende a dar prioridad a la composición bidimensional, a la superficie de la tela, pero al mismo tiempo intenta crear espacio precisamente en aquellos escenarios donde la falta de referencias podría anularlo. El Museo Sorolla conserva algunas obras interesantes en el uso de las sombras proyectadas, particularmente de los años 1903 y 1904, pero resultaría engañoso centrarse en ellas sin mencionar algunas de sus grandes obras de estos años, pues son años fructíferos en la producción de Sorolla, marcados por algunas pinturas espectaculares, por numerosas razones, pero sobre todo por la singularidad de su luz. Sol de tarde (1903), obra enorme, es rotunda por la propia naturaleza de la escena, el esfuerzo de hombres y ani- males, su lucha con el empuje del agua y del viento. Aun estando frente al mar abierto, la composición es apreta- da, los cuerpos voluminosos de los bueyes llenan el primer plano y el peso de la lona de la vela es bien aparente. La luz de atardecer crea sombras intensas, calienta los colores, da volumen a los cuerpos: la potencia del cuadro es arrolladora, la épica del trabajo difícilmente encontraría ejemplo más convincente: “algo de homérico”, Pan- torba dixit, con total acierto.9 Pero el título mismo nos hace entrar directamente en materia: pescadores, bueyes, barcas, velas, lucha del hom- bre y la naturaleza. Todo ello apasionante, pero Sorolla llama al cuadro “Sol de tarde”: ese es su tema verdadero. Cuesta trabajo no abandonarse a la sugestión de la escena, escapar a la sensación física de calor, de tener “la espalda llena de sol” (Juan Ramón Jiménez),10 para analizar su luz. Luz rasante, que pasa sobre el agua sin entrar en ella y la deja oscura, un punto amenazadora aun en un día de sol; sol que atraviesa oblicuamente la atmósfe- ra densa de calima y humedad, enrojeciéndola. Es una luz muy coloreada, intensa y muy contrastada, que deja 6. Greenbergh 1960, señala la tendencia a la planitud como el rasgo más de$nitorio de la pintura moderna: “Con Manet y los Impresionis!as la cuestión dejó de es!ar entre el color y el dibujo y pasó a tra!arse de la experiencia puramente óptica frente a la experiencia óptica revisada o modi$cada por asociaciones !áctiles. Los impresionis!as se dedicaron a socavar el sombreado y el modelado y todo cuanto en la pintura pareciera conno!ar lo escultórico, no en nombre del color, sino de lo pura y literalmente óptico”. 7. Albert Wolf, “Edouard Manet”, Le Figaro, 1 de mayo 1883. Ci!ado por G.H. Hamilton, Manet and his Criticis, Nueva York, 1969, p. 69, n. 31, y por Callen 2000, p. 226, n. 37. 8. Callen 2000, p. 182 9. Pantorba 1970, p. 57. 10. Jiménez 1904, pp. 2-3. 57 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ fuertes sombras: y el efecto general del color del cuadro es relativamente oscuro. “Estoy muy entusiasmado de las cosas que veo en la playa, he empezado [a] hacer apuntes, son 6 toros que entran en el mar [a] por una gran barca, sol de frente, así que la vela es una nota potente y luminosa….” 11 Toros en el mar (1903) sucede, en cambio, al amanecer. El sol, que no vemos y seguramente no ha salido todavía, clarea el horizonte desde el fondo del cuadro, dándole el característico tono rosado, y el contraluz transforma totalmente una escena por lo demás muy parecida a la anterior. La luz viene hacia el espectador, y resbala sobre la superficie del agua, arrancando reflejos plateados y dando a las figuras un aire ingrávido, espectral. El mar está encalmado, el encuadre es mucho más espacioso, y el trabajo parece más tranquilo, pero es sobre todo la luz, más fría, la que envuelve la escena en una atmósfera serena. Las sombras esta vez avanzan hacia el espectador y son menos oscuras. La hora del baño (1904) es un “reciclaje” de la obra anterior, que aparece utilizada como fondo, mientras que en primer plano Sorolla deja espacio para que llegue hacia el espectador la luz que está avanzando desde el lado derecho del fondo: el sol ya está aquí más alto que en la escena anterior y , aunque no lo vemos, percibimos su claridad sobre el plano del mar, ahora ya más azul; y en ese espacio delantero no obstruido por los cuerpos de los bueyes, Sorolla construye uno de los más hermoso efectos de contraluz: la joven que abre una sábana blanca para secar a la pequeña que sale del agua crea un primer plano muy luminoso, gracias a la transparencia de la sábana, y toda la escena se cuaja de reflejos de plata por esa luz que llega desde atrás aureolando las siluetas y salpicando el agua. También aquí las sombras son importantes y crean el contrapunto para esas ráfagas de luz clara que dan 11. Sorolla a Pedro Gil, verano de 1903, en Epistolarios, I, pp. 173-174. Il. 22 Joaquín Sorolla Toros en el mar 1903 Óleo / lienzo, 131 x 190 cm Firmado “J. Sorolla Bastida / 1903” (a.i.d.) Colección particular Il. 21 Joaquín Sorolla Sol de !arde 1903 Óleo / lienzo, 299 x 441 cm Firmado “J. Sorolla y Bastida / 1903” (a.i.d.) Nueva York, The Hispanic Socie#y of America SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 58a este cuadro su particular fascinación. Ese interés por las sombras y su manejo para dar a la luz mayor relieve se irá refinando en Sorolla cada vez más, pero aquí interesa subrayar un aspecto decisivo en la evolución posterior del tratamiento de la luz: el dominio general del azul en la tonalidad general del cuadro, mezclado con rosas y amarillos claros, y la gran cantidad de blanco, combinación que será decisiva para lograr ese efecto de luz propia, de luz que se irradia desde el cuadro mismo, y que será una de las marcas más definitorias de su pintura. Verano (1904) es otra obra célebre en su carrera. También una obra grande, espectacular y, como en la anterior, el mundo esforzado del trabajo cede el protagonismo al puro disfrute: es la misma playa, siempre el mismo mar, pero ahora es el escenario del bullicio y la alegría de los niños jugando en el agua. Y del sol: sol nuevamente de tarde, que caldea los colores y empieza a alargar las sombras hacia el mar. Como en la mayoría de sus composicio- nes, y más si son de playa, Sorolla elimina el cielo –un cielo que sería de inmutable azul- y se fija en las superficies del mar o de la arena donde ocurren cosas interesantes: variedad infinita de color, reflejos, sombras. Junto a estos grandes cuadros, Sorolla sigue, como de costumbre, ejercitándose en sus estudios y “notas de co- lor”, apuntes rápidos en los que registra rápidamente detalles que le van llamando la atención. En estos pequeños formatos, que abundan en la colección del Museo, Sorolla se expresa de manera especialmente sincera, aportan- do un diálogo intenso entre la naturaleza y la pintura, descubriendo soluciones que luego llevará a los cuadros mayores. Estos estudios son una línea de trabajo en sí misma que camina en paralelo a la otra, son el germen de sus ideas pictóricas: en ellos trabaja sin concesiones a la galería, a veces con gran sobriedad. Y en ellos podemos rastrear sus curiosidades y pruebas, los ensayos que a veces abren nuevos caminos y a veces quedan absorbidos en intereses más complejos. En estos años de 1903-1904 encontramos con frecuencia entre esos ensayos y notas, estudios que se centran en el uso de las sombras proyectadas. Uno de los usos peculiares que vemos en algunos apuntes, al principio, y después en cuadros mayores, es la colocación de sombras proyectadas sobre el primer plano del cuadro por objetos que están fuera del campo de visión. Il. 24 Joaquín Sorolla Verano 1904 Óleo / lienzo, 149 x 252 cm Firmado “J. Sorolla Bastida / 1904” (a.i.i.) Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, La Habana Il. 23 Joaquín Sorolla La hora del baño 1904 Óleo / lienzo, 84 x 119 cm Firmado “J. Sorolla Bastida / 1904” (a.i.d.) Colección particular 59 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 22 Joaquín Sorolla Jardín Hacia 1902 Óleo / cartón, 11,2 x 15 cm Museo Sorolla, inv. 578 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 60 Vemos este recurso utilizado en dos apuntes de 1902: uno es el pequeño Jardín, que tiene en primer plano la sombra de un seto recortado que no está en el cuadro; pero más interesante es un diminuto apunte, Playa de Va- lencia, en que esa sombra de algo que no vemos y no es posible identificar ocupa la mayor parte de la superficie. Este recurso, aplicado por ejemplo por Pissarro muchos años antes en Escarcha (1873, Musée d’Orsay, París), le valió una reprimenda de la crítica: “Pissarro es sobrio y fuerte. Su ojo sintético abarca el conjunto de un trazo. Comete el grave error de pintar en los terrenos las sombras proyectadas que arrojan los árboles situados fuera del marco, y que por consiguiente el espectador se ve forzado a suponer, al no poder verlos...”12 En los años 1903-1904, en la playa de Valencia, Sorolla vuelve a insistir en el tema, esta vez fijándose en las sombras de las barcas, que avanzan sobre el espacio ocupando la mayor parte del primer plano. En estos apuntes que hemos seleccionado (años 1903 y 1904), la sombra actúa decididamente como un elemen- to compositivo, ocupando como protagonista una parte importante de la superficie pictórica y, al mismo tiempo, actuando como repoussoir y alejando espacialmente la escena representada. A veces la sombra se convierte en un elemento más anecdótico, al servir de refugio a los grupos de pescadores que se apiñan bajo ella para comer o descansar. 12. Jules Antoine Cas!agnary, “Exposition du Boulevard des Capucines. Les impressionnistes”, Le Siècle, 29 de abril de 1874, ci!ado por Solana 1997, p. 67. Il. 25 Camille Pissarro Escarcha 1873 Óleo / lienzo, 65 x 93 cm Musée d‘Orsay, París 61 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 23 Joaquín Sorolla Playa de Valencia Hacia 1902 Óleo / cartón, 8,6 x 12,2 cm Firmado “J, Sorolla” (a.i.i.) Museo Sorolla, inv. 365 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 62 Cat. 24 Joaquín Sorolla Playa de Valencia Entre 1903 y 1904 Óleo / cartón, 11,2 x 15 cm Museo Sorolla, inv. 328 63 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 25 Joaquín Sorolla Playa de Valencia Entre 1903 y 1904 Óleo / cartón, 10 x 15 cm Firmado: “J. Sorolla” (a.i.i.) Museo Sorolla, inv. 574 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 64 Cat. 26 Joaquín Sorolla Barca Entre 1903 y 1904 Óleo / lienzo pegado sobre cartón, 17 x 32,7 cm Museo Sorolla, inv. 575 65 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 27 Joaquín Sorolla Cosiendo la vela Entre 1903 y 1904 Óleo / lienzo pegado sobre cartón, 20 x 30 cm Firmado “J. Sorolla B.” (a.i.d.) Museo Sorolla, inv. 706 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 66 Sorolla le da vueltas al tema pero no lo desarrolla todavía en cuadros de más envergadura, excepto en La sombra de la barca (cat. 28), un cuadro de mediano tamaño donde, esta vez sí, la sombra llena atrevidamente la mayor parte del cuadro con una silueta muy definida y un color violeta no muy oscuro. Los románticos habían recurrido a la capacidad sugestiva y ambiental de las dramáticas y exageradas sombras proyectada en interiores iluminados con lámparas o quinqués para crear misterio, y los impresionistas utilizaron con cierta frecuencia esas sombras en primer plano: claro testimonio de la posición del pintor, de espaldas al sol, al aire libre, e incluido él mismo en esa zona de sombra en primer plano. Este poder compositivo de la sombra será también abundantemente explotado por la fotografía, pero no es fácil encontrar en la pintura un uso tan decidido como el que Sorolla le da en este cuadro. Resulta además excepcional por la nitidez y precisión de su contorno, producto lógico del potente sol mediterráneo. 13 Victor Stoichita14 señala el uso de estas sombras de objetos que están fuera del campo de visión como un elemento introducido por el Impresionismo, consecuencia de la familiaridad con la fotografía y la nueva forma de compo- ner propiciada por ella, y que hace del cuadro un fragmento recortado, a veces arbitraria o casualmente, de una realidad más amplia. Esta forma de “componer”, que persigue precisamente evitar el aspecto de un orden previo al cuadro, fue prontamente percibida por la crítica: Si nos volvemos a la perspectiva natural [...] y miramos las marinas de Manet, donde el agua en el horizonte se eleva hasta la altura del marco, que sólo la interrumpe, sentimos una nueva delicia al recobrar una verdad largo tiempo olvidada. El secreto de esto se encuentra en una ciencia absolutamente nueva, la manera de cortar los cuadros, que da al marco todo el encanto de un límite meramente imaginario, como al abarcar de una ojeada una escena enmarcada por las manos, o al menos todo lo que de ello se juzga digno de preservarse. Éste es el cuadro...”15 Señala también Stoichita que al introducir la presencia indirecta de lo que está fuera del cuadro, éste se vincula con lo exterior a él; y añadiremos que eso que es exterior al cuadro es no sólo todo lo que desborda su marco, sino muy principalmente el pintor, que queda unido a su obra como testigo ocular de la escena que se veía desde su preciso punto de vista y que aparece recortada por donde él la quiso recortar. Para que no quede ninguna duda de que el cuadropintado refleja lo que él estaba viendo y lo que él quiso escoger, Sorolla pinta en la parte superior de algunos cuadros el borde inferior de su propia sombrilla, y en otros su propia sombra sobre la parte inferior. Una cualidad más resalta Stoichita: el hecho de que la sombra, en la naturaleza, corresponde a una hora precisa del día, y por tanto el momento en que se pintó el cuadro queda irremisiblemente incorporado a él. Y desde luego Sorolla era muy preciso en su manera de registrar en el cuadro las horas del día: de hecho para Sorolla esa concreción en la luz de cada momento era crucial, y a menudo se sirvió de las sombras proyectadas para reforzar la impresión general producida por la luz. Véanse, si no, dos cuadros de un momento posterior, 1908: La sombra de la vela (Cat.29), donde, como en el caso anterior, la sombra llena casi todo el cuadro; y también Pescadora con su hijo (Il. 26), donde la fuerte sombra ancla la figura al suelo y equilibra con su fuerte acento el peso del cuerpo, que ocupa solo una mitad del cuadro mientras su sombra llena en diagonal la otra mitad. 13. Véase Stoichi!a 2009. 14. Stoichi!a 1997, pp. 103 y ss. 15. Stéphane Mallarmé, “The Impressionists and Édouard Manet”, The Art Mon!hly Review, 30 de septiembre de 1876, ci!ado por Solana 1997, p. 104. 67 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 28 Joaquín Sorolla La sombra de la barca 1903 (Playa de Valencia) Óleo / lienzo, 61,7 x 93 cm Firmado “J. Sorolla Bastida 1903” (a.i.d.) Museo Sorolla, inv. 605 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 68 Son sobre todos las horas del atardecer, cuando el sol poniente alarga las sombras proyectadas, las que dan a Sorolla más motivo de juego. Si en las escenas de playa vemos las sombras limpiamente recortadas sobre la arena, en otros casos las sombras proyectadas se superponen a las sombras propias organizando una densa red de inter- ferencias, de intrigas visuales: Fuente de Carlos V en Granada recoge, como los anteriores, ese momento de la luz muy horizontal que da todo el vigor al relieve de los sólidos y los multiplica en fantasmas violáceos sobre el suelo o las paredes. Los árboles que no vemos extienden dramáticos sus brazos de sombra sobre el cuadro tejiendo una red en toda su superficie, y dan a la fuente solitaria una extraña y sorprendente animación. “Hablar de Sorolla es hablar de la luz”; así se viene diciendo con inconsciente intención laudatoria desde los dias, aún no lejanos, de su triunfo. Yo, por mi parte, en afán de precisar más los conceptos, digo que hablar de Sorolla vale tanto como hablar de la sombra. [...] Nadie como Sorolla alcanzó a “iluminar” las sombras. Los trozos de sombra en sus cuadros tienen delicados matices, transparencias, justezas insospechadas, acordes de noble, lim- pia y grave sonoridad. Es la orquestación de una gran sinfonía, en la que el canto principal –el trozo plenamente iluminado- se enlaza sin estridencias, en lógico y amoroso acorde, con los valores complementarios.16 La sombra de un objeto duplica su silueta, deformada por la proyección perspectiva, lo convierte en un fantasma, una figura sin sustancia corpórea, una mera imagen. Lo mismo ocurre con el reflejo sobre el agua, sobre una su- Il. 26 Joaquín Sorolla Pescadora con su hijo Valencia, 1908 Óleo / lienzo, 90,55 x 128,5 cm Firmado ”J. Sorolla B. / 1908” (a.i.d.) Museo Sorolla, inv. 814 16. Antonio Méndez Casal, prólogo a Pantorba 1933. Reproducido en Bernardino de Pantorba, Sorolla, 1963, p. 153. 69 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 29 Joaquín Sorolla La sombra de la vela, Valencia Verano de 1908 Óleo / lienzo, 47,5 x 70 cm Firmado “J. Sorolla B. 1908” Museo Sorolla, inv. 813 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 70 perficie brillante, un espejo. La naturaleza tiene estos recursos para convertirse espontáneamente en imagen por la acción de la luz, en un caso dejando la huella de su ausencia y en el otro rebotando la imagen del objeto reflejado. Sorolla materializó varias veces su interés por los espejos, autorretratándose en ellos en el fondo de algunos retra- tos de grupo: se trata en estos casos sin duda de un homenaje a su admirado Velázquez, un juego con el famoso espejo del fondo de Las Meninas, un espejo que le fascinaba tanto que instaló en su propio estudio uno con el mismo tipo de marco negro holandés (ver ilustración 1). Este espejo, según vemos en la fotografía, estaba coloca- do frente al caballete donde pintaba y le serviría para mirar su cuadro durante su ejecución desde otro punto de vista y percibir mejor sus defectos, como era práctica habitual entre los pintores. Pero la imagen en el espejo, con toda su dificultad, es relativamente sencilla de representar para el pintor, ya que la superficie plana y lisa del espejo devuelve una imagen limpia, sin interferencias. La superficie del espejo no se interpone, no es visible. De hecho Sorolla, como todos los pintores, usó espejos para autorretratarse, y en la ima- Il. 28 Joaquín Sorolla Mi familia 1901 Óleo / lienzo, 185 x 159 cm Firmado “J. Sorolla Bastida / 1901” (a.i.d.) Ayun!amiento de Valencia Il. 27 Joaquín Sorolla Lucrecia Arana y su hijo 1906 Óleo / lienzo, 126,7 x 92 cm Firmado: “a Mariano Benlliure / J. Sorolla Bastida / 1906” (a.i.d.) Colección particular 71 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ Cat. 30 Joaquín Sorolla Fuente de Carlos V en Granada 1910 Óleo / lienzo, 82 x 104,5 cm Firmado “J. Sorolla / 1910” (a.i.d.) Museo Sorolla, inv. 858 SOROLL A. ARTE DE L A LUZ 72 gen final del cuadro el espejo desaparece, sustituido por la imagen reflejada: a no ser que él voluntariamente haya representado su marco, como en los cuadros Lucrecia Arana y su hijo o Mi familia (Il. 27 y 28), donde el grueso marco del espejo deja muy clara la intención del pintor. Pero otra cosa son los espejos del agua, que mezclan la imagen reflejada con lo que puede transparentarse por debajo, y que, además, se suelen mover. Sorolla acometió a menudo la representación de los reflejos, a veces quietos como sobre un espejo y otras, las más, sobre el agua en movimiento. Un motivo favorito de Sorolla fue el de los bañistas o paseantes reflejándose en el agua somera de la orilla de la playa, pero en otros casos, como en los que veremos continuación, son arquitecturas duplicándose en el agua quieta de estanques o de albercas, o en el agua fugitiva de un río. El motivo arquitectónico, con sus líneas claras, produce sombras limpias y reflejos espectaculares, y Sorolla les da una relevancia absoluta: allí donde aparecen, se adueñan de la composición. No son presencias residuales, accesorias: en tanto que fenómenos visuales desafiantes, difíciles de captar, Sorolla los afronta con decisión y los convierte en el centro mismo de atención del cuadro. La sombra del puente de Alcántara, Toledo (1906) es un ejemplo extraordinario: el puente, que está fuera del campo visual, arroja su sombra sobre el río trazando sobre el cuadro una fuerte diagonal que lo divide en dos: la parte en sol y la parte en sombra. Un ejemplo más de la utilización compositiva que Sorolla hace de las sombras. Pero la sombra cae no solamente sobre los márgenes quietos de piedra, sino sobre el agua, en la que se reflejan las rocas y el verdor de las orillas, y también arquitecturas que están fuera del cuadro y de las que solo vemos ese reflejo, movido por el discurrir del agua, cuyo curso se revuelve al pasar bajo los ojos del puente. Reflejos sobre las sombras: pocas veces se ha visto una afirmación del interés visual de la sombra como en este cuadro, que la convierte en protagonista ab- soluta: pero además, Sorolla se atreve con el desafío simultáneo del reflejo en movimiento. No cabe pensar imagen más escurridiza, más difícil de aprehender con la mirada y seguramente más tentadora para el ojo curioso del pintor. Los reflejos se hacen más difíciles de entender como tales cuando los objetos reflejados están fuera del campo de visión. Lo vemos en este mismo cuadro, La sombra del puente, en la torreta cuyo reflejo tiembla
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