Logo Studenta

La Biblia

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

COMO LEER 
LA BIBLIA 
Ch. Haure t J . G. Gourbil lón 
G O M O L E E R 
L A B I B L I A 
PEDICIONES PAULINAS 
A I l e c t o r 
Quedamos gratamente impresionados cuando al-
guien nos relata hechos o recuerda palabras de nues-
tros antepasados. Es que nos parece vivir lo que oímos, 
rehacer nuestra misma existencia y acercarnos a cuan-
tos han tenido relaciones tan estrechas con nuestro ser. 
¿Qué decir, entonces, si la historia se refiriese a la 
misma humanidad, a su origen, a su formación, a su 
trayectoria a través del tiempo y del espacio, a su mis-
mo porvenir? Y, lo que es más aún, ¿si esta historia 
hubiese sido relatada por inspiración de Dios? Nos ha-
llaríamos frente a hechos de valor histórico-ético indis-
cutible, ds profundas e imborrables consecuencias en 
toda la vida del hombre sobre la tierra. 
Esta historia, este Libro de los libros existe: es la 
BIBLIA. Su nombre significa "el libro" o, mejor todavía 
"los libros". 
Empieza desde Moisés, en el siglo XIII antes de 
Cristo, y acaba en el segundo siglo de la Era Cristiana. 
Al principio relata la aparición del mundo, señala el ori-
gen del hombre y sus prim,eras vicisitudes para luego 
seguir la marcha de un pueblo, el judío, que aparece 
elegido por Dios para preparar la venida del Mesías, 
Salvador de la humanidad alejada de su Creador por 
el pecado del primer hombre y de la primera mujer. 
Setenta y dos libros completan el Antiguo y el Nue-
vo Testamento, componen el Libro por antomasia, la 
Biblia. 
De estos, algunos son preferentemente doctrinales, 
didácticos o sapienciales: enseñan verdades, dan nor-
mas, exponen máximas, principios o proverbios. Otros 
compendian las leyes dadas por el Señor a su pueblo, 
resumidas en les Mandamientos; anuncian las profe-
cías vor medio de las cuales se exhortaba a los judíos 
a -permanecer fieles a Dios y a la misión que El les 
había encomendado, como así también ss mantenía 
siempre viva la esperanza en el Salvador. Están los 
Evangelios, que perpetúan la vida, los milagros y las 
palabras del Maestro Divino. ¡Con cuánto consuelo re-
leemos las conmovedoras Parábolas dsl Buen Pastor, de 
la dracma perdida, del Hijo Pródigo! Al leerlas nos pa-
rece ver y oir a Jesús mismo, predicando por las co-
marcas de Galilea. Pedro, Pablo, Juan y otros apósto-
les siguen predicando a través de sus cartas, escritas a 
las primeras comunidades cristianas. Mina inagotable 
de verdades, de preceptos morales y litúrgicos, de nor-
mas y leyes universales son los textos sagrados! Por 
eso los leemos con tanto cariño y veneración. 
A todos estos libros se los ha tenido siempre en 
gran estimación, más aún se les ha acordado una je-
rarquía especial: son y los llamamos LIBROS SANTOS, 
SAGRADA ESCRITURA y esto no sólo per su contenido, 
sino porque —como dice el Concilio Vaticano— están 
"escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen 
a Dios por su autor". 
Como aurora de nuevas promesas y esperanzas, de 
fe más vivida y sentida, de acercamiento a la fuente 
misma de la Verdad y de la Revelación, saludamos go-
zosos el actual despertar de un mayor interés católico 
en torno a la lectura y conocimiento de la Biblia. Para 
facilitar este trabajo a todos los creyentes, para simplifi-
car su labor, para que la lectura de los textos sagrados sea 
más provechosa e interesante, EDICIONES PAULINAS 
presentan hoy a sus lectores de habla española la CO-
LECCION BIBLICA, unos treinta libros bien prepara-
dos y originales, publicados ya casi todos en Francia con 
el sugestivo título "Bible et Évangile". 
¡Ojalá su lectura mueva a las almas a leer, a me-
ditar y a traducir en sus mismas vidas la palabra de 
Dios, contenida en los libros de la Sagrada Escritura! 
Estos son los anhelos y los fines que se han propuesto, 
al publicar esta COLECCION BIBLICA, las 
EDICIONES PAULINAS 
¿ Q U E ES LA B I B L I A ? 
La Biblia fue, durante siglos, el manual de educa-
ción religiosa y moral de la humanidad. Hoy, en cam-
bio, pocos la conocen y muchos la ignoran. Hace algún 
tiempo, el Cardenal Mercier lo lamentaba amargamente: 
"El Nuevo Testamento debiera ser el libro de cabecera 
de todo cristiano que sepa leer; ahora b:en, estoy afligido de 
ver que hay, en mi rebaño, muchos cristianos que jamás han 
leído, que ni siquiera tienen en su biblioteca, abarrotada tal 
vez de librejos y papeluchos sin valor, el tesoro divino del 
Nuevo Testamento" (1). 
Más se desconoce aún el Antiguo Testamento. 
Sin embargo, desde hace varios años, gracias al 
renacimiento litúrgico, los fieles se interesan más y más 
en el florilegio bíblico de su misal (2). Pero, carentes 
de iniciación, a veces se desaniman, pues esos fragmen-
tos, separados de su contexto, a menudo parecen enig-
mas indescifrables. 
Ciertamente no será posible, en unas pocas pági-
nas, iniciaros de inmediato en la familiaridad con la 
Biblia; menos aún daros un detalle de todas las rique-
(1) OEuvres Pastorales, t. VI (1926) pág. 404. 
(2) "Como una reacción contra la tesis protestante, basada en 
el libre examen, los Católicos se han apartado, durante largo tiempo, 
de la riqueza infinita de la palabra de Dios. Ese peligro está hoy 
conjurado y vemos, con alegría, manifestarse una corriente siempre 
creciente, en favor de los Libros inspirados" (Carta pastoral del 
Cardenal Suhard). 
— 7 — 
zas que encierra. La familiaridad sólo es posible con 
una asidua frecuentación, y las riquezas del Libro, pro-
fundo como un abismo, son insondables. Sólo nos pro-
ponemos facilitaros el contacto con la Biblia, prepa-
raros un acceso ante esta desconocida. 
¿COMO CONOCER LA BIBLIA? 
¿El medio? Muy sencillo. 
En la vida diaria, ¿cómo os las arregláis para arran-
car a alguien su secreto? Comenzáis por observarlo, no-
táis los rasgos de su rostro, su porte, su vestimenta, sus 
actitudes, su lenguaje; os informáis sobre sus ascen-
dientes, su heredad, su lugar de origen. Esta investiga-
ción preliminar os procura ya cierto conocimiento su-
perficial y exterior. 
Pero es preciso sobrepasar la máscara y las apa-
riencias, descubrir los gustos personales, las tendencias 
profundas, las predilecciones, las preocupaciones habi-
tuales, en una palabra, alcanzar el alma. Todo esto im-
plica relaciones prolongadas, confidencias íntimas y 
una buena dosis de simpatía. ¿No es a largo plazo, al 
precio de una infatigable paciencia, como se logra des^ 
cubrir el carácter, la personalidad de otra persona? 
Pues bien, con respecto a la Biblia, adoptaremos 
un procedimiento análogo. Encuesta apasionante, a 
veces árida, pero siempre fructífera. Aprendiendo a co-
nocer a la Desconocida, aprenderemos a amarla. 
LA "FILIACION" DE LA BIBLIA 
¿Queréis que comencemos —excusad el término un 
poco vulgar— por el estado civil de la Biblia, por su fi-
liación? Recojamos cuidadosamente todos los elementos 
de información. 
— 8 — 
LA BIBLIA Y SU NOMBRE 
La Desconocida lleva un nombre singular, único, 
evocador de una nobleza original: ella se nos presenta 
como el Libro. Tal es, en efecto, el significado etimoló-
gico de la palabra "Biblia". Así pues, este nombre la 
designa como el libro por excelencia, aquél que a todos 
sobrepuja, que suplanta a todos sus competidores. Ella 
está bien denominada, porque, en verdad, ese título le 
conviene, y le conviene a ella sola. El resto de la inves-
tigación nos lo demostrará con evidencia. 
Sin embargo, esta denominación no deja de sor-
prendernos. La Biblia comprende setenta y tres libros. 
En realidad, esta costumbre de hablar de "la Biblia", en 
singular, es reciente. La palabra Biblia es, en efecto, la 
transcripción en nuestra lengua de un plural. Los an-
tiguos decían Ta Biblia, es decir, los Libros Santos. Real-
mente, a pesar de su profunda unidad, la Biblia es la 
reunión de una multitud de libros diferentes. Ella, pues, 
más se asemeja a una colección que a un libro. Es una 
obra en setenta y tres tomos, una "biblioteca concentra-
da en un solo libro". 
LAS LENGUAS DE LA BIBLIA 
La Desconocida habla varias lenguas.Ordinaria-
mente ella se expresa en hebreo, lengua pariente del 
árabe. Cuarenta y dos libros están redactados en lengua 
hebraica (1). A veces la Biblia utiliza el arameo, dialec-
to que pronto rivalizó con el hebreo y terminó por su-
plantarlo. En todas las regiones del Asia Anterior, pa-
tria de la Biblia, el arameo triunfó sobre las lenguas in-
dígenas, y llegó a ser el idioma de los diplomáticos y de 
(1) Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio; Josué, Jue-
ces, Rut, I y II de Samuel, I y II de Los Reyes, I y II Crónicas, 
Esdras, Ester, Nehemias, I Macabeos, Job, Salmos, Proverbios, Ecle-
siastés, Cantar de los Cantares, Eclesiástico, Isaías, Jeremías, Lamen-
taciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, 
Miqueas, Nahúm, Abacuc, Sofonías. Ageo, Zacarías, Malaquías. 
2.—Cómo leer. 
— 9 — 
los comerciantes. En este idioma fueron escritos tres 
libros completos, entre ellos el Evangelio de San Mateo, 
como también varios fragmentos (1). Otras veces la 
Biblia echa mano del griego, ese 
".. .lenguaje sonoro, de dulzuras soberanas, 
el más bello que brotara de criaturas". 
Los Evangelios, excepto el texto primitivo de San 
Mateo, las Cartas de los Apóstoles, el libro de Los He-
chos y el Apocalipsis, están compuestos en griego, no 
en la lengua clásica de Jenofonte y de Demóstenes,.sino 
en el griego vulgar de la conversación corriente. 
EL PAIS DE LA BIBLIA 
¿Su país de origen? No es fácil localizarlo, Sabe-
mos, por lo menos, con certeza que fue Moisés, gran 
conductor de hombres, ese genio dotado de toda la sa-
biduría del Egipto, quien firmó el acta de nacimiento 
de la Biblia, en el desierto de Sinaí. El Pentateuco es, 
en substancia, obra del Legislador de Israel. A Moisés 
le corresponde una gran parte en su elaboración, y fué 
él quien ejerció una profunda influencia en su redac-
ción definitiva (2). 
(1) Tobías, Judit (?) y el texto original de San Mateo. Se en-
cuentran fragmentos en arameo en Esdras, 4, 8 — 6, 18; 7, 12-26; Da-
niel 2,4 — 7; Jeremías 10, 11; Génesis 31, 47. 
(2) La Comisión Bíblica, en su decreto del 27 de junio de 1906, 
había pedido a los exegetas católicos salvaguardar la autenticidad 
mosaica del Pentateuco y su integridad substancial. 
El Secretario de la C. B., en su reciente carta, ha sustituido a 
los términos del antiguo decreto, expresiones muy sugestivas: "In-
vitamos a los sabios católicos a estudiar estos problemas (la compo-
sición del Pentateuco), sin prejuicios, a la luz de una sana crítica y 
de los resultados de otras ciencias interesadas en estas materias, y 
un tal estudio establecerá, sin lugar a dudas, la gran parte y la 
profunda influencia de Moisés como autor y como legislador". Moi-
sés es, pues, el autor al cual se debe "gran parte del Pentateuco'. 
Toda la legislación contenida en nuestro Pentateuco es "mosaica"; 
es decir, o bien ella deriva directamente de Moisés, como autor y le-
— 10 — 
El libro nació en las estepas de la península arábi-
ga, en las proximidades de los siglos XV y XIII A. C., 
de acuerdo con la edad que se atribuye al período mo-
saico. 
Posteriormente, como un ser vivo, él se desarrolla, 
sin que nos sea posible fijar siempre en forma precisa, 
las fechas de las diversas fases de su fevolución. El se 
acrecienta, sobre tcdo en Palestina, tierra predestinada 
a tanta gloria, la "Tierra Santa". Durante su desarro-
llo, el Libro depende de la historia judía, a tal punto, 
que refleja todas sus vicisitudes, como el niño que va 
registrando en su subsconsciente todas las peripecias 
de la vida familiar. 
Cuando el pueblo escogido sufrió la invasión ex-
tranjera y la deportación (587), la Biblia emigra, con 
los exilados, hacia la Mesopotamia, sobre las riberas 
del Tigris y del Eufrates. Pero el destierro no impide su 
progreso: ella se enriquece, entonces, con las profecías 
de Ezequiel. A la vuelta de la gran prueba, la Biblia 
continúa creciendo (1). Durante el siglo II antes de 
nuestra era, en Alejandría, capital intelectual del mun-
do civilizado, ve la luz del día una de las obras más 
acabadas del Antiguo Testamento, preludio del Nuevo, 
el libro de la Sabiduría. Finalmente, con les cuatro Evan-
gelios, los Hechos de los Apóstoles, las veintiuna epís-
tolas apostólicas y el Apocalipsis de San Juan, la Biblia 
alcanza su completa estatura. Ella no crecerá más. Ella 
no envejecerá jamás y no conocerá la decadencia. 
He aquí, bosquejada a grandes rasgos, la prodigio-
sa biografía de la Biblia. De esta rápida evocación his-
tórica, deduzcamos algunas consecuencias. 
gislador, o más bien, cuando se trata del acrecentamiento ulterior, 
éste se realizó en el espíritu de la antigua legislación mosaica, para 
adaptarla a las nuevas condiciones sociales o religiosas. 
(2) Entre los escritos posteriores al exilio, citaremos, entre otros, 
los Libros de las Crónicas, los de Esdras, y Nehemías, Tobías, Judit, 
Ester, los dos libros de los Macabeos, algunos Salmos, el Eolesiastés, 
El Cantar (?), la Sabiduría, el Eclesiástico, Jonás (?) Ageo, Zaca-
rías, Malaquías, muy probablemente Joel, y tal vez Isaías, capítulos 
50 al 60. 
UN LIBRO V A R I A D O Y V I V O 
Un libro tan cargado de años no ha podido cruzar 
tantos siglos sin sufrir su mordedura. ¡Cuántas veces ha 
sido copiado y traducido! Pero, a pesar de numerosos 
accidentes, lagunas, corrupciones e intervenciones, la 
Biblia conserva los rasgos esenciales de su fisonomía y 
permanece siempre igual a sí misma. ¡Las arrugas no 
alteran su semblante! Nuestros actuales textos repro-
ducen, por lo menos en substancia, los documentos ori-
ginales. Para establecer esta identidad substancial, los 
sabios recogen y comparan entre sí los testimonios su-
ministrados, en el correr de los siglos, por los manuscri-
tos, las versiones y las citaciones bíblicas. 
Otra consecuencia. Puesto que la Biblia ha evolu-
cionado en ambientes tan diversos: en el desierto de 
Sinaí, en Palestina, sobre las riberas del Tigris y del 
Eufrates, en Persia, a la sombra de las Pirámides, nada 
tiene de extraño que estos diferentes territorios hayan 
ejercido sobre ella sus numerosas y sutiles influencias. 
El suelo, en efecto, ha modelado la Biblia, tal como ha 
conformado al hombre. 
En ella se reflejan los más variados paisajes; ella 
se apropia imágenes, comparaciones, tomadas de estos 
ambientes dispares. Nos será posible, en el curso de 
nuestra lectura, identificar palabras, imágenes, concep-
tos científicos y un folklore pertenecientes a culturas 
profanas, asirio-babilónica o helenística. La Biblia nos 
hace recordar a esas abuelas venerables que han acu-
mulado, en una memoria sin lagunas, los recuerdos de 
su larga existencia. 
Finalmente, el Libro conserva, inscritos en su subs-
tancia, los vestigios de una rica genealogía. Sus ascen-
dientes, en efecto se escalonan a través de quince siglos 
aproximadamente. Numerosos autores, conocidos o des-
conocidos, han trabajado en su elaboración, y cada uno 
ha dejado en ella su impronta personal. De ahí la pres-
tigiosa fisonomía de la Biblia, en la que se funden ar-
moniosamente los rasgos de sus antepasados. 
— 12 — 
La Biblia ostenta la aureola de la majestad real; 
entre sus antepasados cuenta, a lo menos, con dos mo-
narcas: David, el amable cantor de Israel, autor de una 
parte de los Salmos, y Salomón, el Luis XIV de los ju-
díos, cuya sabiduría aventajaba toda la del Oriente y 
del Egipto. Descubrimos, en el acento de la Biblia, ya 
la distinción de la aristocracia: Isaías el más genial de 
los profetas, pertenecía a la clase dirigente; ya el rea-
lismo, la rudeza y el ardor de las clases populares: Amos, 
por ejemplo, arreaba los bueyes y cultivaba los sicómo-
ros; ya la delicadeza, la sensibilidad religiosa de las al-
mas sacerdotales: Jeremías descendía de una familia 
de sacerdotes y su ardiente corazón lanza gritos de una 
sonoridad única, humana y religiosa al mismo tiem-
po (1). 
Por esto, ¡cuánta variedad! 
Pero también, ¡cuántos contrastes! 
Porque estos autores no se copianmutuamente, a 
pesar de que a menudo explotan un fondo común. Lee-
mos, por ejemplo, en los primeros capítulos del Génesis, 
dos narraciones de la creación del hombre. Ahora bien, 
el que sólo conociera la primera no podría sospechar 
siquiera la segunda: tanto difiere la una de la otra. 
"El estilo es el hombre". Por consiguiente, hay en 
la Biblia tantos hombres —y ellos son numerosos— 
como estilos. Aquí, un lenguaje pulido; allí, incorrec-
ciones de vocabulario y de sintaxis, aun crudezas. Cada 
autor habla la lengua que conviene a su origen, a su 
temperamento, a su época. Imaginaos un hombre que 
se expresara, a la vez, en el dialecto y con el acento de 
todas las provincias de Francia. 
¿Se trata de sentimientos? La Biblia experimenta 
toda la gama de emociones que brotan de un corazón 
humano. Y para explayarse, utiliza, con rara felicidad, 
una gran variedad de "géneros literarios". Ella se eleva 
hasta la más sublime elocuencia: los discursos de Isaías, 
por ejemplo, superan en esplendor los arrebatos de Ate-
nas y de Roma. Ella vibra, canta y ora en los salmos, 
(1) Daniel Rops, Histoire Sainte, pág. 284. 
— 13 — 
esos poemas religiosos que con frecuencia recitamos, sin 
percibir su original poesía. Ninguna forma poética le es 
extraña; ni aun los rudimentos del arte dramático: los 
libros de Job y el Cantar de los Cantares son, a lo que 
parece, bosquejos de dramas. 
Pero ella ostenta una visible predilección por la 
historia; no, por cierto, una historia a la manera de un 
Michelet, de un Lavisse, de un Baudrillart, de un Ma-
delin o de un Carcopino, sino una historia sui generis, 
cuyas reglas, hoy mejor conocidas, se nos escapan en 
parte todavía. En efecto, se encuentran en la Biblia 
"ciertos procesos de exposición y de narración; ciertos 
idiotismos, propios especialmente de las lenguas semí-
ticas, llamados aproximaciones, ciertas expresiones hi-
perbólicas, aun, a veces, paradojales, que imprimen con 
mayor fuerza, el pensamiento en los espíritus" (1). Es-
tas formas literarias no corresponden a ninguna de 
nuestras categorías clásicas y no es posible juzgarlas 
a la luz de los géneros literarios greco-latinos o moder-
nos. Historia única en su género, pues ella despliega 
ante nuestros ojos la epopeya de la humanidad, desde 
el origen del mundo y del hombre, hasta el fin de los 
tiempos. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, la Biblia 
nos entrega los archivos del género humano. 
E N R E S U M E N 
Antes de proseguir nuestras investigaciones, resu-
mamos los numerosos informes que constituyen lo que 
hemos llamado el estado civil, la filiación de la Desco-
nocida. 
Conocemos su nombre propio: El Libro por excelen-
cia, o mejor dicho: Los Libros Santos; su idioma, o más 
bien, sus idiomas: hebreo, arameo y griego; sus princi-
pales países de origen: Arabia, Palestina, Asirio-Babi-
lonia, Persia y Egipto; su ascendencia, es decir, sus au-
(1) Encíclica Divino Afilante Spiritu. 
tores; los rasgos sobresalientes de su fisonomía, sus gé-
neros literarios: elocuencia, poesía, historia. 
Todo esto sólo constituye la máscara, las aparien-
cias. Se trata ahora de descifrar su rostro interior. 
Completemos esta primera toma de contacto, pene-
trando en seguida en la intimidad del Libro. 
EL MENSAJE DE LA BIBLIA 
Los hombres dejan traslucir, ordinariamente, su 
carácter, su personalidad, a través de sus preocupaciones 
habituales y del tema predominante de sus conversa-
ciones. 
Pues bien, la Biblia no oculta sus predilecciones, 
ella vuelve constantemente sobre sus temas predilectos. 
Encontramos en particular, des temas favoritos, muy 
característicos y especialmente sugestivos: su fe en un 
Dios único, cada vez más claramente expresada, y la 
espera de un personaje misterioso, que conducirá a los 
hombres hacia la felicidad: El Mesías. 
EL DIOS U N I C O 
Este libro tan complejo, nacido y desarrollado en 
ambientes tan dispares, obra de tantos autores, procla-
ma, desde la primera hasta la última página, su fe en 
un solo jbios, Creador del universo, Juez de todos los 
hombres, defensor y sancionador de la moral. 
¿Qué se lee en su frontispicio? Estas sencillas pa-
labras: "Al principio creó Dios el cielo y la tierra". Esta 
declaración inicial, que nos parece tan natural y obvia, 
sitúa, de hecho, a la Biblia por encima de todas las 
obras literarias de la antigüedad. En la hora presente, 
después de tantas investigaciones históricas, no cono-
cemos ningún pueblo de Oriente que haya formulado 
una profesión de fe tan categórica. 
— 15 — 
Los pueblos vecinos de los judíos poseían, todos, 
un Panteón, en el que, con prodigiosa exuberancia, pro-
liferaban los dioses y las diosas. Estos pueblos sentían, 
a veces, la necesidad de organizar una jerarquía entre 
sus divinidades, en cuya cúspide tenía su trono un Dios 
monarca, asistido por su compañera. Así, los moabitas 
veneraban a Camos y su diosa consorte, Astarté; los 
sirios, la pareja Baal y Astarté. En Babilonia, Mardouk 
preside la asamblea de los dioses; en el panteón de los 
asirios, Asur mantiene la primacía. 
Sólo los hebreos se aterran encarnecidamente a su 
Dios único< (1). Ellos le atribuyen, por cierto, variados 
calificativos, nombres diferentes. El primer capítulo del 
Génesis llama simplemente al Creador Elohím, es de-
cir, Dios; mientras que en los dos capítulos siguientes, 
el Señor acumula dos nombres: Yahvé-Elohím. Más ade-
lante, los Patriarcas invocarán al Dios Eterno, al Dios 
de la visión, al Dios que actúa, al Dios de Bethel, el Te-
rror de Isaac y la Roca de Israel; pero, "en todo esto, 
no hay más traza de politeísmo, que en la costumbre 
católica de designar a la Virgen María por los nombres 
de sus santuarios, de sus apariciones, o de sus títulos; 
nadie jamás ha creído que Nuestra Señora de Chartres, 
la Virgen de la Salette y la "Regina coeli" sean tres 
personas diferentes" (2). En todas las etapas de su his-
toria, el pueblo de la Biblia, a pesar de las seducciones 
que brillaban a sus ojos, a pesar de la presión social 
que ejercían sobre él los pueblos paganos vecinos, con-
servó inviolable su fe en El que es. Este hecho histórico, 
humanamente inexplicable, basta por sí solo, para cla-
sificar aparte el Libro de este pueblo. 
(1) Hay, sin embargo, en la antigüedad, algunos personajes, como 
el Faraón Akhnetón, siglo XIV, que supieron elevarse hasta la ado-
ración de un Dios único; por lo demás, lo fundamental en la fe 
judía, no es la creencia en el Dios único, sino en el Dios de las 
promesas, que revelará más tarde la naturaleza trinitaria de su vida 
íntima. 
(2) Daniel Rops, op. cit., pág. 69. 
— 16 — 
EL MESIAS QUE HA DE VENIR 
Esto no es todo. 
La historia bíblica, que abarca cerca de dos mile-
nios, esta historia, redactada en fragmento aparente-
mente inconexos, es en realidad una historia orientada. 
Se descubre en ella una dirección, un sentido. Una ins-
piración secreta la anima desde dentro, enlaza los acon-
tecimientos y los organiza, transforma el caos de los 
hechos en una "serie". 
En el tercer capítulo del Génesis, surge, en miste-
riosa penumbra, un personaje humano y sobrehumano, 
a la vez hijo de la mujer y antagonista del demonio. 
Miembro del linaje humano, empeñará una lucha vic-
toriosa contra el enemigo mortal de nuestra raza, y se 
convertirá en el artesano de nuestra liberación espiri-
tual. Su fisonomía emerge, poco a poco, de la sombra 
y se precisa rasgo por rasgo. El Libertador nacerá de la 
familia de los semitas. Brillante como una estrella, se 
alza en la posteridad de Jacob. Hijo de una virgen, mo-
narca universal, inaugurará, al precio de su vida, un 
reino de salvación, cuyo brillo deslumhrará a las nacio-
nes. Para describir al monarca y su reino, los escritores 
bíblicos agotan su vocabulario poético (1). El Mesías 
llena el Antiguo Testamento con su presencia invisible. 
"Por todas partes, en la Escritura, se encuentra dise-
minado el Hijo de Dios", afirmaba San Irineo; y San 
Agustín, el doctor de Hipona, no trepidó enescribir, a 
propósito del Pentateuco: "Moisés habló de Cristo en 
todo cuanto escribió". Todo, en el Libro: acontecimien-
tos y personajes, liturgia con sus ritos minuciosos, se 
orienta alrededor del Mesías, como, en un campo mag-
nético, las limaduras se agrupan al rededor del imán. 
"Jesucristo, al cual miran ambos Testamentos, el An-
tiguo como a su esperanza, el Nuevo como a su mo-
delo, ambos como a su centro" (Pascal, Pensamientos). 
Podría decirse, apelando a una nueva imagen, que las 
(1) Gen. 9, 18-29; Núm. 14, 14-19; Gén. 49, 8-12; Is. 7, 14 y si-
guientes; 9, 5; 11, 2-9; 53, etc. 
— 17 — 
3.—Cómo leer . . . 
primeras páginas de la Biblia se asemejan a un alba 
que comienza a despuntar; va clareando progresivamen-
te; la luz destella más y más, y, finalmente se esparce 
sobre el mundo, esperando aparecer en su plenitud a 
la vuelta de Cristo, al final de los tiempos. 
ASOMBRO DE LOS HISTORIADORES 
Evidentemente los temas favoritos de la Biblia han 
intrigado vivamente a los historiadores de las religiones. 
Los sabios han interrogado los anales sagrados de 
Persia; han escrutado los códigos más antiguos de la 
humanidad, el Código Hamurabi; han hurgado las cró-
nicas reales de Sargón, de Asurbanipal, de Nabucodo-
nosor; las obras poéticas de la India, de Grecia y de 
Roma. En vano; en ninguna parte, en los archivos de 
los demás pueblos han descubierto un fenómeno seme-
jante al hecho bíblico. 
Sin embargo, ¡de cuántas ventajas incontestables, 
en los dominios de las artes, de las ciencias, de la filo-
sofía, del poderío político o militar, disfrutaban las 
grandes naciones civilizadas, contemporáneas de la Bi-
blia! Pensad en la India y en el Irán, donde se suce-
dieron los imperios de los Medos, de los Persas y del Eu-
frates, altamente evolucionados, desde el punto de vista 
literario y científico. Pensad, sobre todo, en el mundo 
greco-romano, en la Hélade especialmente, célebre por 
sus pensadores, discípulos de Platón y Aristóteles. 
Pues bien, estos pueblos, tan bien dotados huma-
namente, han legado a la posteridad obras que abun-
dan en errores groseros, en el orden moral y religioso. 
Israel, por el contrario, pueblo sin arte, sin filosofía, 
sin grandes facultades naturales, ha producido esta ma-
ravilla incomparable: la Biblia. 
¿Nos inclina este hecho a pensar que un socorro 
espiritual ha sido necesario, para la elaboración de la 
Biblia? Es razonable creerlo así. Pues, allí donde la na-
turaleza se ha mostrado pródiga, es decir, entre los pue-
blos muy cultivados de Oriente y de Occidente, el fra-
— 18 — 
caso ha sido casi completo. Por el contrario, allí donde 
faltaban los elementos de triunfo, es decir, entre los 
judíos, el buen éxito ha coronado los esfuerzos. Este 
hecho histórico suscita un problema imposible de es-
quivar. Y todo espíritu leal debe examinar cuidadosa-
mente los escritos bíblicos, y "recoger atentamente lo 
que ellos dicen de sí mismos, sobre sí mismos, y lo que, 
a propósito de ellos, ha definido la sociedad religiosa 
que de ellos se ha nutrido y que los ha transmitido 
hasta nosotros" (1). 
Pasaremos, pues, a escuchar las confidencias de la 
Biblia sobre sí misma y las enseñanzas de la Iglesia. 
Así acabaremos de conocer a la Desconocida. 
LA BIBLIA. PALABRA DE DIOS 
El libro primero de los Macabeos llama a la colec-
ción del Antiguo Testamento los Libros Santos (12, 9). 
San Pablo, por su parte, califica estas obras como Sa-
gradas Escrituras (II Tim. 3, 15-16). 
¿Por qué se dice que la Biblia es "santa" y "sa-
grada"? 
¿Será porque ella encierra una enseñanza santa y 
sagrada? 
Ciertamente, la Biblia narra una historia santa: 
la del pueblo de Dios. Ella expone, además, una doc-
t r ina ' santa : la fe en un Dios único; una moral que, a 
pesar de sus reales imperfecciones, bosqueja la regla 
perfecta del Evangelio. Ella relata las biografías de per-
sonajes modelos de fe, de piedad y de sacrificio. Recor-
dad la historia de José, para no citar otras. Ella nos 
propone fórmulas-tipo de oración. La Biblia trata, pues, 
de una materia santa y sagrada. 
¿Es esto suficiente para justificar su título de "Li-
bros santos" o de "Sagradas Escrituras"? 
Ciertamente no, a los ojos de San Pablo y de toda 
la tradición judía o cristiana. También nuestro cate-
(1) J. Guitton, Portrait de M. Pouget (París 1939), pág. 138. 
_ 19 _ 
cismo contiene una doctrina divina, un compendio de 
la Historia Santa, oraciones. Sin embargo, nadie jamás 
Jo ha considerado como santo y sagrado, con igual tí-
tulo que la Biblia. 
¿Será porque la Biblia santifica a los lectores que 
la meditan con fe? 
Es indudable que, por lo menos en su mayor parte, 
el Libro ejerce sobre sus asiduos una influencia santi-
ficante: "Pues todo cuanto está escrito, para nuestra 
enseñanza fue escrito, a fin de que por la paciencia y 
por la consolación de las Escrituras, estemos firmes, en 
la esperanza". (Rom. 15, 4). Un antiguo cristiano es-
cribía así: "Las divinas Escrituras son sendas abrevia-
das de salvación. . . sus textos santifican y divinizan" 
(Clemente de Alejandría). Y santa Teresa de Lisieux 
afirmaba, a propósito del Nuevo Testamento: "Es, por 
sobre todo, el Evangelio el que me sostiene durante mis 
oraciones. Allí encuentro yo todo Lo que me es nece-
sario para mi pequeña alma. Allí descubro siempre 
nuevas luces, sentidos ocultos y misteriosos". (Historia 
de un alma, cap. VIII). 
Pero hay muchos libros, entre otros: la Imitación 
de Cristo, el Combate espiritual o la Introducción a la 
vida devota, que nos despiertan también de nuestra 
modorra espiritual y que nos arrastran hacia la santi-
dad. La Biblia, puesta siempre aparte en la tradición 
cristiana, extrae su privilegio singular de una causa no 
menos singular. 
En efecto, es su origen divino lo que confiere a la 
Biblia su carácter santo y sagrado. 
San Pablo atestigua que "toda escritura es divina-
mente inspirada" (II Tim. 3, 16), es decir alentada por 
Dios y San Pedro precisa la naturaleza de este aliento 
divino: "movidos por el Espíritu Santo, hablaron los 
hombres de Dios" (II Pedro 1, 21). 
También la Iglesia, depositaría infalible de la en-
señanza de los Apóstoles, esclarece, para uso nuestro, 
las confidencias de la Escritura sobre sí misma, al de-
finir, en el Concilio del Vaticano, que los libros del An-
tiguo y del Nuevo Testamento son tenidos como sagra-
20 —-
dos, "porque, escritos bajo la inspiración del Espíritu 
Santo, ellos tienen a Dios por autor". 
Numerosos escritores, algunos conocidos, otros —la 
mayor parte— desconocidos, han trabajado, como ya 
lo hemos visto, en la redacción del Libro. Estos hom-
bres, verdaderos autores, en todo el sentido de la pa-
labra, vivieron en diferentes siglos y, por lo tanto, re-
flejan épocas y ambientes diversos. Por otra parte, ellos 
dispusieron de fuentes intelectuales desiguales, y, se-
gún su temperamento y su propósito, ellos eligieron gé-
neros literarios muy variados. 
BAJO LA INSPIRACION DE DIOS 
Pero un carácter fundamental los congrega en una 
unidad profunda, misteriosa, sobrehumana: estos hom-
bres actuaban, todos, bajo una influencia muy especial 
del Espíritu Santo, el cual se servía de ellos como de 
instrumentos. Todos ellos vibraban, bajo el impulso di-
vino, como la lira pulsada por un artista. Dios los ilu-
minaba, sin trastornar la estructura de sus inteligen-
cias; guiaba su voluntad, sin privarlos de su libertad; 
los asistía, respetando el juego, tan delicado, de la psi-
cología humana. El Espíritu Santo los movía desde el 
interior, ccmo instrumentos vivos, dotados de razón. No 
los comparemos, pues, a un tubo acústico que comuni-
cara el mundo divino con el nuestro, ni a altoparlantes 
que nos trasmitieran la voz del Señor. Dios iluminaba, 
guiaba y asistía a les escritores sagrados, de tal mane-
ra, que esos hombres expresaban pensamientos a la vez 
humanos y divinos: el mensaje que ellos formulaban 
era, al par que un mensaje de hombre, un mensaje de 
Dios mismo, la Palabra de Dios (1). Pormuy diferentes 
(1) "Dios mismo, por una virtud sobrenatural, ha excitado y 
movido a los autores sagrados a escribir, los ha asistido mientras 
escribían, de manera que ellos comprendían exactamente que que-
rían transmitir fielmente, y que expresaban con una verdad infali-
ble, todo lo que Dios les ordenaba y sólo lo que El les ordenaba es-
cribir". León XIII, Ene. Providentissimus Deus. 
— 21 — 
que ellos sean, ellos desarrollan los mismos temas y usan 
las mismas palabras. 
UNA AUTORIDAD D I V I N A 
¿Comprendéis, ahora, por qué Jesús, los Apóstoles 
y la Iglesia, cuando se refieren al Libro, le atribuyen 
una autoridad incontrovertible? "Escrito está" "Afirma 
la Escritura" "El Espíritu Santo dice. ..", etc. Al pun-
to cesa toda discusión. Se inclina la cabeza. La Biblia, 
palabra de Dios, se impone a toda inteligencia. La Bi-
blia, no solamente no afirma ni insinúa el error, sino 
que no puede afirmarlo ni insinuarlo (1). Ella es 
infalible. 
¿Comprendéis, también, por qué el Libro encierra 
riquezas inagotables? 
Prontamente se explora la palabra humana; pero, 
siglos de exploración no han logrado avaluar los teso-
ros encerrados en la Biblia. Orígenes, San Efrén, San 
Basilio, San Gregorio de Nisa, San Juan Crisóstomo, 
San Jerónimo, San Agustín, San Beda el Venerable, y 
tantos otros, tras ellos, se han inclinado sobre las pri-
meras páginas del Libro, para extraer su vigorosa subs-
tancia. Pero, ¡cuántos valores quedan aún por inven-
tariar! Cada época pone de relieve uno u otro aspecto 
del relato sagrado; cada puebló, según su propio tem-
peramento, mira la Biblia bajo el perfil que más le 
agrada. El chino y el japonés descubre lo que había es-
capado a los ojos del occidental. Un siglo percibe lo que 
otro siglo había ignorado, o solamente entrevisto. 
"Es permitido esperar, a justo título, de nuestro 
tiempo, declara el Papa Pío XII, que aporte su con-
curso, para una interpretación más profunda y más aten-
ta de la Santa Escritura. Principalmente en lo que se 
(1) Tan lejos está el que algún error pueda adherirse a la ins-
piración divina, que, no sólo ésta excluye por sí misma todo error, 
sino que ello repugna tan necesariamente, como que Dios, verdad 
soberana, no puede necesariamente ser el autor de ningún error" 
Ene. Providentissimus Deus. 
— 22 — 
refiere a la historia, muchas cosas han sido apenas o 
insuficientemente explicadas por los comentadores de 
los siglos precedentes, porque ellos carecían, casi del 
todo, de los datos esenciales para una explicación más 
adecuada. Cómo ciertos puntos han sido difíciles o casi 
impenetrables, para los Padres mismos, podemos com-
probarlo, entre otras cosas, en los esfuerzos reiterados 
que muchos de ellos han hecho, para interpretar los 
primeros capítulos del Génesis..." (1). 
Así, a través de los siglos y en todos los países, los 
hijos de la Iglesia, en la oración y en el trabajo, han 
explotado, bajo la dirección infalible de su Madre, la 
Carta que les llega desde la patria celestial. "Camina-
mos en el destierro, entre suspiros y lágrimas. Pero, he 
aquí que nos llegan cartas de nuestra patria" (2). Por-
que, luego que el género humano se hubo precipitado 
en el abismo de todos los vicios, el Credaor no interrum-
pió todas sus relaciones con él; los hombres se habían 
hecho indignos de su familiaridad, pero Dios, querien-
do renovar su amistad con ellos, les envió cartas, tal 
como lo hacemos nosotros con los ausentes. Ahora bien, 
el portador de esas cartas fue Moisés, y ved aquí la pri-
mera línea de su mensaje: "En el principio creó Dios 
el cielo y la tierra. .." (3). 
Así se explica la unidad profunda, el misterioso 
"dirigismo" que hace poco admirábamos. 
El Libro, en todas las etapas de su crecimiento, 
conserva su homogeneidad, a pesar de los materiales 
tan dispares que incorpora, porque un solo y mismo 
Autor principal vigila su formación. Dios "ha perma-
necido constantemente a la obra, mientras sus colabo-
radores humanos se sucedían en gran número". He ahí 
por qué la doctrina, la moral, las historias bíblicas pro-
gresan a la manera de un germen. Doctrina dirigida, 
moral dirigida, historia dirigida. Dios mismo ha con-
cebido y redactado, por intermedio de hombres, de los 
cuales El guiaba, como autor responsable, la voluntad, 
(1) Encícl. Divino Afilante Epiritu. 
(2) San Agustín, Enarratio in psalmum CXLIX, 5. 
(3) San Juan Crisóstomo, Horn, in Gen. II, 2. 
— 23 — 
el espíritu y las manos, esta doctrina y esta moral ho-
mogéneas, esta historia imantada. 
Comprenderéis, finalmente, por qué, desde la más 
alta antigüedad, los cristianos gustaban llevar con ellos 
el texto de la Escritura y pedían a los sacerdotes recitar 
algunos pasajes sobre la cabeza de sus hijos. En tiem-
po de las persecuciones, muchos cristianos preferían mo-
rir, antes que entregar la Carta de Dios a los enemigos 
de la Iglesia. Protestantes y judíos manifiestan, con 
respecto a la Biblia, idéntico respeto. Hemos visto a 
algunos judíos recoger con devoción, entre las cenizas 
de las hogueras nazis, fragmentos de los rollos bíblicos 
librados del fuego. 
En cada misa solemne, vosotros sois testigos de la 
veneración con que la Iglesia rodea los Libros Santos. 
Ella designa, para la lectura del Evangelio, a un minis-
tro especial, el diácono. Antes de leer el texto, este mi-
nistro se arrodilla para pedir a Dios que purifique su 
corazón y sus labios. Porque, para leer y sobre todo para 
comprender el Libro, es preciso poner el alma en acuer-
do con el Autor. ¿Cómo se podría, sin simpatía, pene-
trar el pensamiento de un escritor? Pues bien, aquí se 
trata de simpatizar con el Espíritu Santo. Una vez pu-
rificado por su plegaria, el ministro recibe del sacer-
dote una bendición especial, prenda del socorro divino. 
Luego se organiza una procesión: se lleva solemnemen-
te el Libro. En señal de respeto, os ponéis de pie. . . el 
diácono inciensa el texto, como se inciensa el Cuerpo 
de Cristo en la'bendición con el Santísimo Sacramento. 
¿La Escritura no es el "cuerpo verbal" del Verbo de 
Dios? Por último, terminada la lectura, el sacerdote be-
sa el texto inspirado. 
Estas ceremonias, verdadera lección objetiva, ma-
nifiestan la verdad que, en adelante, dirigirá nuestras 
lecturas, nuestro estudio y nuestras meditaciones: La 
Biblia es la Palabra de Dios. 
Ch. HAURET. 
— 24 — 
C O M O LEER LA B I B L I A 
A menos de que disfrutéis de una gracia muy es-
pecial, corréis el peligro de sentiros muy desamparados 
al abordar la lectura de la Biblia. Por esto tenemos el 
deber de ayudaros, puesto que la Iglesia os recomienda 
leer la Biblia, sin hacer de ello, sin embargo, una obli-
gación. En efecto, toda la substancia del Libro os es 
presentada, constantemente, en la predicación cristia-
na y en la Liturgia. Vosotros poseéis ya todo un resumen 
de la~ Biblia, si sólo poseéis un misal cotidiano, o me-
jor todavía un misal-vesperal, que contiene un com-
pendio del salterio. 
LAS DIFICULTADES 
En realidad, en los primeros libros de la Biblia, 
vais a encontrar una religión que, a primera vista, os 
parecerá completamente diferente de la religión que pre-
dicó Jesús. 
Cuánta diferencia entre el "ojo por ojo, diente por 
diente" de la ley mosaica y el mandamiento de perdón 
y olvido de las injurias, que encontramos en la ley de 
Jesús: "Si alguno te golpea tu mejilla derecha, pre-
séntale también la izquierda. Haced bien a los que os 
persiguen y orad por vuestros enemigos". A primera 
vista, os parecerá que existe una oposición irreductible 
entre la doctrina contenida en les primeros libros de la 
Biblia y los libros escritos después de la venida de Cristo 
a la tierra. 
4.—Cómo leer. 
— 25 — 
Otra dificultad: la Biblia os es presentada como 
un libro de autoridad infalible, como un libro divino 
que no contiene y no puede contener ningún error, 
puesto que se os ha dicho que es un libro escrito por 
Dios. Ahora bien, "en la Biblia se encuentran errores 
manifiestos", suele decirse. ¿Quién puede creer ahoraque el mundo fue hecho en seis días? En seguida, que 
Dios, cuya fuerza vemos siempre en acción, haya re-
pesado el día séptimo. ¿Cómo creer en la infalibilidad 
de la Biblia, cuando se ve a la liebre clasificada entre 
los rumiantes? Cómo creer que Josué haya verdadera-
mente "detenido el sol", para que los hebreos tuvieran 
tiempo de completar su victoria? 
Otra dificultad más: La Biblia os ha sido presen-
tada como una Historia Santa, cerno la historia del 
pueblo escogido por Dios, y como la historia de per-
sonajes que casi nos son presentados como modelos, y 
que parece que Dios los haya bendecido de una mane-
ra especial. Pues bien, la Biblia nos refiere toda una 
serie de crueldades cometidas en nombre de un Dios, 
que más tarde se nos presentará como un Dios de amor; 
una historia tejida de guerras, de asesinatos y de odios; 
nos propone oraciones llenas de sentimientos de ven-
ganza; nos presenta como héroes a personajes de una 
moralidad bien diferente de la nuestra, de los que mu-
chas acciones no pueden ser admitidas: "Yo no veo, 
en verdad, lo que esta historia, llena de crímenes y de 
adulterios, lo que la vida de estos polígamos pueda te-
ner de edificante para los cristianos". 
¿COMO LEER LA BIBLIA? 
Y sin embargo, gran cantidad de almas sencillas 
pretenden encontrar en la Biblia, nos referimos a los 
libros del mismo Antiguo Testamento, un alimento del 
cual no se pueden privar, fuentes de vida y de luz tales, 
que en ninguna otra parte es posible encontrar. 
Es verdad que la Biblia, aun para los más instrui-
dos, a excepción, tal vez, de unos pocos privilegiados, 
— 26 — 
es un libro en el que constantemente la luz —y qué 
luz— está mezclada con las tinieblas; un libro que ne-
cesita ser leído a una luz más que humana, y cuya na-
turaleza y fin es preciso conocer, para que su lectura 
sea con algún fruto. 
¿Cómo leer la Biblia para encontrar allí la luz? 
He aquí la pregunta que se hace todo cristiano. 
Hemos agrupado las dificultades en tres acápites. 
Vamos a agrupar también en tres capítulos los ele-
mentos de solución. 
LA PACIENCIA DE DIOS 
Primeramente: la religión de la Biblia —ncs referi-
mos a los primeros libros de la Biblia— nos parece 
completamente diferente de la religión del Nuevo Tes-
tamento. He aquí lo que se debe responder. 
A menudo, en la Biblia Dios es comparado a un 
alfarero que modela la arcilla humana: 
Como está el barro en la mano del alfarero, 
así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel. 
(Jerem. 18, 6; ver también: Eclesiástico 33-13; Isaías 
29, 16; 45, 9; 64, 7; Rom. 9, 21; Gen. 2, 7; Job. 10, 9). 
Lo que es apasionante en la Biblia, es ver la ma-
nera cómo Dios, poco a poco, configura al hombre y 
lo conduce a una perfección más alta. Cuando un al-
farero toma una masa de arcilla, no da, de un solo 
golpe, conclusión a su obra. Todo en la naturaleza, crea-
ción de Dios, emana de un germen y de un bosquejo. 
La Biblia nos permite ver cómo Dies procede, poco a 
poco, a modelar al hombre y a conducirlo a la más alta 
perfección. 
Un antiguo filósofo griego decía: "El hombre es 
tratado por Dios como un pequeño niño, tal como un 
niño pequeño lo es por el hombre". No es de un solo 
golpe como se transmite a un niño todo el saber de un 
hombre; así sucede al hombre de parte de Dios. Toda 
— 27 — 
iniciación a la sabiduría, a las ciencias y a la vida mo-
ral es progresiva. La Biblia nos muestra en acción toda 
la pedagogía divina, una pedagogía infinitamente pa-
ciente, prudente y respetuosa de esa libertad humana, 
que el mismo Dios le ha concedido. Es admirable, en la 
Biblia, percibir el arte de Dios como educador, la in-
finita condescendencia y paciencia divinas, el infinito 
respeto y amor con el que Dios conduce al hombre, que 
El ha creado, y al cual no cesa de impulsar a una ma-
yor perfección, de encaminarlo hacia más altas verda-
des. Sin embargo, desde el origen de las intervenciones 
divinas, ya se da lo esencial: la relación con el Inco-
municable, el contacto con el Amor. 
Las intervenciones divinas del dominio de la his-
toria comienzan, si no con Noé, al menos con Abrahán. 
Desde el comienzo, cuánta ternura de parte de Dios, 
que promete al gran antepasado, que envejece sin hijos, 
y que ha consentido ponerse en marcha, bajo la orden 
divina, que tendrá una descendencia ilimitada y que 
en él serán benditas todas las naciones de la tierra. Esta 
ternura de Dios aparece en la vida de todos los patriar-
cas, al paso que Dios, poco a poco, se manifiesta a ellos, 
a pesar de sus defectos e imperfecciones, de una ma-
nera más clara, como el Unico, luego como el que Existe 
de un modo infinito; que revela a Moisés toda su bon-
dad, mostrándose a él como "por la espalda", pues su 
rostro no puede ser contemplado, por el que vive toda-
vía en esta tierra. 
¿Cómo leer la Biblia? Es muy sencillo: es preciso 
leer la Biblia con el sentido del progreso, con el senti-
do de la historia. 
No; la religión de los primercs libros de la Biblia 
no es una religión diferente de la de los libros del Nue-
vo Testamento, que es la de Jesús, aue luego fue la 
religión de San Pablo, de Santiago, de Sari Judas, de 
San Juan y de San Pedro. Esta religión es constante-
mente la religión del amor; la religión de un Dios 
que es amor y que reclama de los hcmbres el amor. 
(Deut. 4, 37; 6, 4; 7, 6-8; 10, 16; Levit. 19, 8-10; 19, 
17-18). Esta religión es constantemente la religión de la 
— 28 — 
vida (Gén. 1, 28; Deut. 4, 1; 30, 6; 30, 16; 30, 19-20). 
Es constantemente la religión de la felicidad, de cuya 
senda el hombre se aparta constantemente, pero en cu-
yo camino Dios constantemente lo vuelve a colocar 
(Gén. 2, 8; 2, 1.5; Deut. 4, 40; 5, 28; 5, 30; 6, 3; 6, 18. . 
7, 14; 10, 14). Es la religión de un Dios que, constante-
mente, deja al hombre libre, árbitro de su suerte, y que, 
sin jamás violentar su libertad, sólo lo guía por amor. 
(Deut. 11, 26-32; Eclesiástico 15, 14-17), que no inter-
viene sino por amor; lo que El muy bien manifiesta, 
reservando sus preferencias a los más pequeños y a los 
más humildes, a veces aun a los más indignos, dirigien-
do' a ellos graciosamente sus llamados (Deut. 9, 4-29). 
Y sin embargo, sólo progresivamente revela Dios a 
los hombres, primero a los santos personajes del Anti-
guo Testamento, de defectos tan patentes, luego a su 
pueblo escogido, por medio de sus profetas y sus sabios, 
en espera de que sea por Jesús y sus enviados (apóstol 
es una palabra que quiere decir enviado, mensajero), 
las sendas de la Vida y de la Felicidad, las leyes y 
todas las exigencias y profundidades del Amor. Poco a 
poco se revelan las perspectivas bíblicas acerca de la 
Vida Eterna, sobre la Felicidad infinita en la comuni-
cación de la vida divina, que es una vida interior de 
Amor, que supone en Dios toda la riqueza familiar de 
la Vida y del Amor Trinitario. 
Pero es muy útil el conocimiento de los primeros 
tiempos y de la progresión de la revelación. 
A menudo los hombres pasan inadvertidos ante to-
das las exigencias y todas las bellezas del Nuevo Testa-
mento, ante todo lo inesperado del Mensaje. Se toma 
como el mandamiento característico de Jesús el "Ama-
rás a tu prójimo como a ti mismo", que no es más que 
el resumen de la Lev Antigua, con el "Amarás al Señor 
tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma"; al pa-
so que el conocimiento del Antiguo Testamento, nos 
permitiría captar toda la novedad de mandamiento pro-
puesto por Jesús: "Amarás a tu prójimo como yo mis-
mo te he amado", lo que quiere decir, en cierta manera, 
— 29 — 
más que a nosotros mismos, y hasta el desprecio, hasta 
el sacrificio, hasta el don de nosotros mismos. 
No podréis captar todas las proporciones del edi-
ficio, construido por Dios, si no lo examináis desde la 
cúspide hasta los cimientos. 
BUSCAD LA CIENCIA 
Se dice también que la Biblia contiene toda una 
serie de errores manifiestes. ¿Cómo, entonces, puede ella 
pretender ser un libro de verdad? 
Es preciso, de nuevo, saber leer la Biblia, y distin-guir lo que la Biblia enseña, lo que nos revela de parte 
de Dios, de lo que es debido a intervenciones humanas, 
de las que Dios ha tenido la condescendencia de ser-
virse; lo que es intervención humana y lo que es ense-
ñanza divina. 
La Biblia, decís, enseña que Dios formó el mundo 
en seis días, que descansó el día séptimo, que la liebre 
es un rumiante, que la tierra es un bollo flotante colo-
cado sobre un océano y que una bóveda adornada de 
candelabros variados y movibles la separa del océano 
superior. 
Pero, ¿quién os ha dicho que la Biblia haya jamás 
enseñado tales cosas? 
La Biblia es un libro de carácter religioso, que en-
seña al hombre, más y más, el conocimiento de Dios y 
lo que debe hacer para disfrutar de la felicidad, pues-
to que la felicidad del hombre constituye también la 
alegría de Dios y le proporciona su gloria. 
Cuando leamos la Biblia, tengamos presente lo que 
nos dice la Iglesia: Las primeras páginas del Génesis 
"relatan en un lenguaje simple y figurado, adaptado a 
las inteligencias de una humanidad menos desarrollada, 
las verdades fundamentales, presupuestas a la econo-
mía de la salvación, al mismo tiempo que la descripción 
— 30 — 
popular de los orígenes del género humano y del pue-
blo escogido" (1). 
Para conocer el amor de Dios, poco importa saber 
en qué clasificación animal deba ser colocada la liebre. 
En su ley, "¿se preocupa Dios de los bueyes?" dirá San 
Pablo (I Cor. 9, 9). Para alcanzar la felicidad, poco 
importa conocer, de manera más o menos precisa, la 
constitución exacta del universo. La Biblia no es un 
libro de las ciencias, sino el Libro de la Ciencia, y esto 
es lo que hay que buscar en ella: la Ciencia de la sal-
vación, que es la de la felicidad. 
Es un nuevo atractivo de la Biblia, el habernos de-
jado el testimonio de las concepciones ingenuas, y tal 
vez más poéticas que ingenuas, de nuestros antepasa-
dos, referentes a la constitución física del universo. Ja-
más las ciencias han cambiado con tanta rapidez como 
ahora. No nos burlemos de las concepciones de los tiem-
pos bíblicos. Tal vez mañana tengamos que reimos de 
las nuestras. 
A PESAR DEL M A L 
Se objeta, finalmente, que la historia bíblica no es 
más que un tejido de guerras, de crímenes y de odio. 
Pero, siempre ha sido así en la historia humana. Nues-
tra propia historia no es más que una historia de peca-
dos, y los pecados que la Biblia nos relata, son también 
nuestros pecados. 
Y, a pesar de todo, a través de toda esta historia, 
vemos la acción de Dios. 
En los primeros tiempos, Dios elige para sí una 
raza de la cual saldrá el Redentor. Los priemros libros 
de la Biblia nos muestran a Dios eligiendo para su Me-
cí) Carta del R. P. Vosté, Secretario de la C. B. P. al Cardenal 
Suhard, 16 de Enero de 1948. "El Espíritu de Dios, que hablaba 
por boca de los Escritores Sagrados, no ha querido enseñar a los 
hombres verdades concernientes a la constitución cristiana de los 
objetos sensibles, porque ellas de nada sirven para la salvación" 
(San Agustín, citado por Pío XII). 
— 31 — 
sias, para su Hijo, una familia humana. Una familia 
llena de pecados, porque es sobre un matorral de es-
pinas, donde Dies se complacerá en hacer germinar a 
Aquél que la Biblia designa como una estrella o tam-
bién como una flor. 
La familia del Mesías ya está constituida; Dios la 
conduce,a un país, sin cesar perdido y recuperado, que 
no es más que una imagen de "la buena patria" que 
Dios reserva, en una nueva tierra, y bajo nuevos cielos, 
a los que hayan sabido merecerla, siguiendo las huellas 
del Salvador que un día les enviará. 
Más tarde, durante el destierro, durante el período 
post-macabeano, Dios excita, entre los mejores hebreos, 
el deseo de ver establecerse, aquí abajo, su reinado, y 
la esperanza de que Dios ha de enviar, primero a los 
judíos solamente, luego a toda la humanidad, un Re-
dentor y Salvador, un "Goel", como dice la Biblia he-
braica. 
¿Cómo leer la Biblia? Pues, admirando esa rotativa 
de períodos de crisis y de restablecimiento, entre los 
cuales los principales son: la cautividad en Egipto y la 
conquista de la Tierra Prometida, seguida de la instau-
ración del reino de David y de Salomón; el destierro a 
Babilonia y luego el regreso a la patria; el período de 
los Macabeos, luego las decepciones de la dominación 
romana. Crisis que, cada vez más, intensifican entre los 
pequeños, los humildes, los bondadosos, el deseo de ver 
aparecer, por fin, a un Mesías que se adapte a sus con-
diciones: humilde como ellos, muy dulce, capaz de traer 
finalmente a los hombres la paz verdadera que ellos 
anhelan (Is. 42, 1-9; Zac. 9, 9; Salmo 72, 12-13). 
Al mismo tiempo, cada una de esas crisis permite 
al pueblo hebreo ir estableciendo comunidades, en el 
seno de los países extranjeros, en todos los lugares de 
exilio y deportación, fuera del país que Dios había, no 
obstante, prometido a su pueblo como el símbolo, de-
masiado material —se lo advierte más y más— de una 
realidad más espiritual y más profunda. 
Todas estas comunidades judías de la "dispersión" 
—o de la "diáspora", para conservar un término de la 
32 —-
Biblia griega, que es comúnmente usado— preparan el 
camino del Evangelio entre todos los pueblos. Fueren 
ellas las que acogieron en un principio a San Pedro y 
San Pablo, y sin duda también a los demás apóstoles, 
cuando ellos partieron a anunciar al mundo entero la 
Buena Nueva de la verdadera felicidad. 
DISTINGUID LOS ESTILOS 
Es preciso, finalmente, leer la Biblia como un li-
bro que nos habla en varios estilos y que posee diferen-
tes sentidos. 
Es preciso leer la Biblia como un libro que nos ha-
bla en variados estilos. Cuando un poeta nos dice: "El 
primero de noviembre los cielos se oscurecieron, para 
llorar a nuestros muertos", o bien: "Todas las aves del 
cielo se pusieron a cantar, para celebrar los esponsales 
de Juan y María", nadie toma estas figuras de estilo 
al pie de la letra; se trata sólo de maneras de hablar. 
Platón decía: "Embustero como un poeta". Pues bien, 
sucede que casi todos los autores de la Biblia fueron 
poetas, y grandes poetas, y lo que es más aún, poetas 
orientales (1), que se complacen en inflar sus compa-
raciones, más aún que los nuestros; nadie los tomará 
por eso por mentirosos. Fue ásí, sin duda, como Josué 
"detuvo el sol". El autor quiso, probablemente, darnos 
a entender así que esa jornada de combate, tan llena 
de sucesos variados y fulminantes, contuvo más acon-
tecimientos que los que ordinariamente contiene una 
jornada humana. Después de toda una noche de mar-
cha de aproximación, esta jornada les pareció a todos 
(1) "Nadie que tenga una idea justa de la inspiración bíblica, 
se extrañaría de encontrar en los escritores Sagrados, como entre 
todos los antiguos, ciertas maneras de exponer y de narrar, cier-
tos idiotismos propios de las lenguas semíticas, ciertas aproximacio-
nes, ciertas hipérboles y aun, a veces ciertas paradojas, destinadas 
a grabar más firmemente las cosas en los espíritus... Es lo que 
ya el Doctor Angélico había notado, en su sagacidad, cuando decía: 
"En la Escritura, las cosas divinas son transmitidas según el modo 
que los hombres tienen de hablar" (Encicl. Divino Afilante). 
— 33 — 
felizmente interminable, prolongándose a la claridad de 
la luna, en persecuciones desenfrenadas y en la vic-
toria (1). 
Poco a poco la Biblia os hará poetas, y, bien pronto 
habituados a su estilo tan particular, con sus repeti-
ciones, su ritmo diferente del nuestro, ya no seréis sor-
prendidos por las comparaciones, las más inesperadas 
para nosotros, del Cantar de los Cantares (2), o por 
las imágenes de valor simbólico —de valor en cifras, en 
el sentido intelectual de la palabra— del Apocalipsis, o 
de Ezequiel, o aun de Daniel. Poco a pocc, un mejor 
conocimiento del medio bíblico y oriental os permitirá 
captar el valor y el sentido de estas imágenes. Cada 
vez que encontréis la palabra "cuerno" en la Biblia, 
ella despertará al punto en vosotrosla imagen de un 
rey poderoso. Así es como Zacarías, el padre de Juan 
Bautista, al cantar el próximo nacimiento del Mesías, 
primo de su hijo, alaba a Dios por haber "suscitado un 
cuerno de salvación en la casa de Da,vid, su siervo". Y 
cuando leáis, allí, la palabra "casa", sabréis que es pre-
ciso leer "familia", en el mismo sentido en que "la casa 
de Francia" designa, en los antiguos escritos, no el pa-
lacio habitado por el rey, sino la familia real de Francia. 
Tampoco debe confundirse lo que es historia, en el 
sentido propio del término —el contenido de casi todos 
los libros de la Biblia— y las historias, narraciones de 
fondo histórico y de alcance ante todo moral. Lo com-
prenderéis muy bien, leyendo en la historia de los pri-
meros antepasados, los patriarcas, algunas anécdotas 
(1) Los que hacen tal agravio a la Biblia, no han leído, en su 
mayoría, el capítulo X de Josué. Ellos habrían advertido que el autor 
glosa, en los versículos 13-15, dos versos de una antigua epopeya, 
citada en el vers. 12. Por otra parte, no habría ninguna dificultad en 
ver a Dios detener el sol: todos los prodigios son posibles al Creador. 
(2) El Cantar, según ciertos sabios, pone a nuestra vista y nos 
canta los amores de Cristo y de la Iglesia, tras los amores de Yavé 
y de su pueblo. Se trata ciertamente de Yavé y de Israel; el Esposo 
Yavé, está simbólicamente designado, bajo los rasgos tomados a los 
elementos ornamentales o arquitectónicos del Templo; y las des-
cripciones de la Esposa, Israel, son alusiones geográficas a los di-
versos distritos de la Tierra prometida: montón de trigo, etc., como 
muy bien lo ha mostrado la más tradicional exégesis judía. 
— 34 — 
que parecen ser el duplicado o el triplicado las unas 
de las otras. 
Vosotros advertiréis tal doblaje desde las primeras 
páginas de la Biblia. El Génesis trae dos relatos dife-
rentes, pero de sentido concordante, de los primeros 
orígenes del hombre y del universo. Estos dos relatos 
de la creación nos demuestran que lo que importa es 
lo que ellos tienen de común, la lección profunda que 
encierran, y no los detalles y modos de expresión, to-
mados de ía imaginación y de las maneras populares 
de hablar. 
Por otra parte, es bien difícil distinguir, a veces, 
lo que es historia e historias, como en el caso de Job y 
de Tobías. 
Dejemes a les sabios discutir estas materias, y aun 
congratulémonos de sus esfuerzos y de sus hallazgos, y, 
por lo que a nosotros toca, aferrémonos sobre todo al 
sentido religioso y profundo de estas historias, o de esta 
historia; y remitámonos, en esta materia, al juicio de 
la Iglesia, que es maestra de verdad cuando se pro-
nuncia. 
PENETRAD TODOS LOS SENTIDOS 
Advirtamos, finalmente, que la Biblia es un libro 
que encierra siempre varios sentidos. 
En primer lugar, un sentido histórico y literal, que 
no es siempre fácil de descubrir. Este sentido es, no 
obstante, el sentido principal, el sentido basal, el que 
importa más que todos los otros, pues es el que los 
comanda. 
A los sabios les toca ayudarnos a descubrirlo, y 
a nosotros nos corresponde escuchar a los sabios, con 
cierta reserva, desde luego, y con mucha prudencia. Por-
que lo que hoy le parece verdad a un sabio, es a veces 
discutido por otro; lo que parece hoy verdadero, tal 
vez será descartado mañana, yendo siempre de descu-
brimientos en descubrimientos, de esfuerzos en esfuer-
zos. Por lo demás, lo que importa ante todo es nuestra 
— 35 — 
visión de fe, la que se esclarecerá con una luz siempre 
más viva, a la medida de nuestra vida de unión con 
toda la Iglesia, sus doctores y sus santcs. 
Hay, en seguida, un sentido profundo y oculto; por-
que todos los hechos históricos de la Biblia, toda la 
historia bíblica, todos los gestos de los patriarcas y de 
los profetas, tienen un sentido, un sentido moral, un 
sentido profético, ún sentido simbólico y profundo; una 
multitud de sentidos, que el Espíritu revela, poco a poco, 
a los que saben comprender y a los humildes (1). 
Heos ya con una Biblia en vuestras manos. La me-
jor manera de leerla, es con humildad, con asiduidad y 
con paciencia. Disfrutad de la luz que se os concede y, 
para los pasajes que os parecen oscuros o fastidiosos, 
esperad humildemente que una nueva luz os dé a co-
nocer su interés y os aclare su sentido. 
Bien saben los hombres remover toneladas de are-
na, para encontrar algunas pepitas de oro. No temáis, 
leed la Biblia asiduamente, no os tropecéis orgullosa-
mente en las oscuridades que permanecerán siempre, 
para vosotros como para todos los hombres. Hay en la 
Biblia más que lo que ningún hombre jamás podrá com-
prender (2). Si sabéis disfrutar humildemente de los 
pasajes que os revelan la riqueza de los designios y de 
los pensamientos de Dios, bien pronto seréis inundados 
de luz. 
J. G. GOURBILLON, O. P. 
(1) En la Encíclica Divino Afilante, Pío XII enumera y carac-
teriza los diferentes sentidos de la Escritura. 
(2) "Dios de intento sembró de dificultades los Libros Sagrados, 
que El mismo inspiró, no sólo para que más intensamente nos ex-
citáramos a resolverlas y escudriñarlas, sino también para que, ex-
perimentando saludablemente los límites de nuestra inteligencia, nos 
ejercitemos en la debida humildad". (Divino Afilante). 
— 36 — 
U N I T I N E R A R I O 
Después de estas indicaciones generales, 
he aquí algunos consejos prácticos. Una de 
¡as mejores maneras de emprender la lectura 
de los primeros libros de la Biblia, es leerlos 
en unión con el Evangelio. En efecto, cons-
tantemente las palabras de Nuestro Señor y 
los escritos de los Evangelistas nos remiten a 
los libros del Antiguo Testamento. Es impo-
sible comprender bien el Evangelio, si no se 
conoce toda la Biblia. 
Acabáis de comprar una Biblia y os sentís un poco 
desamparados, ante las 1600 o 1800 páginas de vuestro 
grueso volumen. No sabéis cómo inventariar todas sus 
riquezas; y corréis el riesgo de sentiros bien pronto de-
silusionados, si no es escandalizados, si comenzáis su 
lectura como la de un libro cualquiera, partiendo del 
principio y tratando de proseguir la lectura página por 
página, línea por línea. Las siguientes páginas tienen 
por objeto ayudaros, aunque tengáis la suerte de dispo-
ner de una Biblia provista de una introducción general, 
seguida de una introducción particular para cada uno 
de los libros; aunque ya hayáis leído una cantidad de 
libros relativos a la Biblia. En efecto, necesitáis tam-
bién algunas indicaciones prácticas y sencillas, seme-
jantes a las que se encuentran en un guía de viajeros, 
o en los manuales para los aficionados a la alta mon-
taña. 
— 37 — 
He aquí, pues, un itinerario para principiantes. 
Más tarde, cuando seáis capaces y deseosos de prose-
guir, como paso a paso, la historia de la acción divina, 
entonces podréis y deberéis escoger otra ruta. 
PRINCIP IANDO POR LOS EVANGELIOS 
Con vuestra Biblia en las manos, vais a comenzar 
por leer los Evangelios. Al leer cada uno de ellos, no-
taréis mejor que antes, que aluden con frecuencia a una 
predicación más antigua que la del Señor. San Mateo 
os dice a menudo: "Todo esto aconteció, a fin ds que 
se cumvliera lo dicho por el Profeta..." "Una doncella 
concebirá y dará a luz un hijo, que será llamado Em-
manuel". 
Poco más adelante encontráis el "Sermón de la 
Montaña", que es el resumen que da San Mateo de la 
primera predicación del Señor. Sin cesar Jesús opone 
allí su propia ley, no tanto a la ley antigua, como a la 
interpretación que de ella han hecho los hombres. 
El Evangelio mismo os ha invitado a que vayáis a 
leer los profetas y a que toméis conocimiento de la Ley 
que Dios había dado a su primer pueblo, sobre el Sinaí, 
por intermedio de Moisés. 
Habéis leído a San Lucas. En sus cánticos, la Vir-
gen y Zacarías dan gracias a Dios por haber mante-
nido sus promesas, por haber cumplido "el juramento 
hecho por El a Abrahán"; heos aquí enviados a David, 
cuya historia está escrita en el libro de Samuel, y al 
Génesis. 
Una de lasmejores maneras de aprender a leer la 
Biblia es ir, primeramente, a buscar en sus diferentes 
libros, un número siempre creciente de textos y pasa-
jes, a los que os envía el Evangelio. Porque la Biblia es 
un libro que tiene un corazón, y este corazón son los 
Evangelios, o mejor dicho, el Evangelio, es decir, esta 
predicación del Señor, este "feliz mensaje", cuyo eco 
nos envían los Evangelios. 
— 38 — 
No hay casi una predicación del Señor, que no ha-
ga alusión a tal o cual hecho de la historia de Israel, 
a tal o cual palabra de los autores inspirados por Dios, 
que le han precedido sobre la tierra y que han anun-
ciado y preparado su venida. Casi no hay, tampoco, un 
acto, un milagro del Señor que no haya tenido su co-
rrespondiente, o sus correspondientes, en la Biblia. 
Vuestro misal, especialmente en la liturgia de la Cua-
resma, os ha ya invitado a descubrir estos hechos pa-
ralelos, de sentido concordante, en ambos Testamentos. 
Es, pues, necesario leer todo el Antiguo Testamento, en 
función del Evangelio. 
DE LOS EVANGELIOS A LOS PROFETAS 
El Evangelio os enviará en primer lugar a los Pro-
fetas. Conducidos por el Evangelio, tendréis conocimien-
to de los pasajes, cada vez más extensos, de los oráculos 
que ellos pronunciaron. 
Los Profetas eran hombres de Dios que, colocados 
en circunstancias precisas, reaccionaban ante los acon-
tecimientos a menudo trágicos y vitales para ellos. Al 
buscar la solución de un problema vital, ésta se les 
aparecía a la luz de Dios y, de pronto, se les descubría 
un porvenir mucho más que inmediato: "Tenemos aún 
algo más firme, a saber, la palabra profética, a la cual 
muy bien hacéis en atender, como a lámpara que luce 
en lugar tenebroso, hasta que luzca el día y el lucero 
se levante en vuestros corazones" (II San Pedro 1, 19-
21). "Acerca de la cual (la salud de vuestras almas) 
inquirieron e investigaron los profetas que vaticinaron 
la gracia a vosotros destinada, escudriñando qué y cuál 
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo, que en ellos mo-
raba y de antemano testificaba los padecimientos de 
Cristo y las glorias que habían de seguirlos. A ellos fue 
revelado que no a sí mismos, sino a vosotros, servían 
con esto, que os ha sido anunciado ahora por los que 
os han evangelizado, movidos por el Espíritu Santo, 
— 39 — 
enviado del cielo y que los mismos ángeles desean con-
templar" (I San Pedro 1, 10-12). 
En la Biblia todo se entrelaza, del Génesis al Apo-
calipsis, de los profetas a las cartas apostólicas. 
DE LOS PROFETAS A LOS LIBROS HISTORICOS Y A LA LEY 
Una vez que, conducidos por el Evangelio, hayáis 
tomado contacto con un número creciente de oráculos 
proféticos, querréis entonces tener un conocimiento más 
amplio y más profundo de los que los han pronunciado. 
Los "Libros Históricos" de la Biblia os permitirán co-
nocer el medio en que vivieren los profetas, las cir-
cunstancias que los indujeron a hablar y a actuar, des-
pués de haber sido poseídos, a veces bien a su pesar, 
por el Espíritu de Dios, desde el momento de su voca-
ción. Estos "Libros Históricos" tomarán para vosotros 
un valor vital, al servicio del conocimiento de los pro-
fetas, y para obtener una mejor inteligencia del con-
tenido, a la vez eterno y circunstancial, de sus oráculos. 
Constantemente los profetas, como la Virgen, ma-
dre de Jesús, como Zacarías, hacen alusión a estas "pro-
mesas dignas de confiama", hechas a los hombres de 
Dios que les han precedido. Tratan también, sin cesar, 
de reaccionar contra la interpretación demasiado es-
trecha, que constantemente quieren dar los hombres a 
la Ley transmitida por Dios a sus antepasados, cuando 
el primer pueblo de Dios fue liberado de la servidum-
bre del Egipto; de manifestar a los hombres todo el 
contenido oculto de esta Ley, infinitamente más rica y 
hermosa de lo que a primera vista parece. De esta ma-
nera, los profetas y el Evangelio os conducen a estu-
diar, por fragmentos más y más largos, los libros que 
contienen la historia de la "primera alianza" y de las 
primeras promesas, los relatos referentes a los patriar-
cas, es decir a los antepasados, y las primeras Leyes 
de Dios. 
Los profetas y el Evangelio os conducen también a 
la lectura de los libros que los judíos designaban-bajo 
— 40 — 
el nombre de "la Ley", a la lectura del Pentateuco, es 
decir los cinco primeros libros de la Biblia, cuyo autor 
principal es Moisés. 
DE LOS EVANGELIOS A LOS LIBROS SAPIENCIALES 
Y A LOS SALMOS. 
Para conocer mejor el corazón y la mentalidad 
de los auditores de Cristo, desearíais conocer también 
cuáles eran las reglas de vida de las que se habían nu-
trido. Las encontraréis en los Libros Sapienciales, lle-
nos de un buen sentido humano iluminado por la fe. 
Quedaréis maravillados del cúmulo de sabiduría de que 
dan muestra las máximas de los sabios, en tan pocas 
palabras a veces. 
Podréis seguir también los esfuerzos de esas almas, 
tras la solución de los grandes problemas de la vida y 
de los destinos humanos, que Job evoca con pasión, 
como también varios salmos. Recitaréis estos últimos 
poniendo en ellos los sentimientos con que los cantaba 
el Señor. 
PARTID DESDE EL CENTRO 
La Biblia no es un libro que deba ser leído de la 
primera a la última línea. Más bien había que seguir 
la dirección inversa, por lo menos al principio; algo así 
como esos libros hebreos, en los que la que es, para 
nosotros, la última página viene a ser la primera. 
Con más exactitud, es un libro que ha de ser leído 
partiendo del corazón: de los Evangelios a los Hechos 
de los Apóstoles; de los Hechos a las Cartas Apostóli-
cas y al Apocalipsis, que es también, a su manera, una 
carta apostólica, una carta de consolación, pero en len-
guaje secreto, dirigida, como la primera de San Pedro 
y la de Santiago, a los cristianos probados por la per-
secución, y que los consuela, anunciándoles el Gran 
— 41 — 
Retorno del que toda la Biblia ha anunciado la venida, 
como Redentor y Vengador de los pequeños y de los 
que saben vencer soportando. 
De los Evangelios a los profetas —los últimos de los 
cuales son los Sabios, como ese "Jesús", hijo de Sirach, 
cuya obra fue traducida al griego por uno de sus des-
cendientes— de los profetas a los libros históricos y a 
los libros de la "prehistoria" y a los de la Ley. 
De todas maneras, es partiendo de las obras del 
Nuevo Testamento y en su perspectiva, como se debe 
empezar a leer los libros del Antiguo, sin inquietarse 
por el hecho de que Dios siempre se sirva de los peque-
ños, como David y como la Virgen, de los pecadores o 
renegados, como el mismo David, o como Adán, o como 
San Pablo o San Pedro, a todos los cuales persigue El 
con su misericordia. 
L E E D C O N F E 
Todos estos libros deben ser leídos con fe, bajo la 
dirección del Espíritu Santo que obra en la Iglesia: 
"Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los hu-
mildes". 
"Pues debéis ante todo saber que ninguna profecía 
de la Escritura es de privada interpretación, porque la 
profecía no ha sido en los tiempos pasados proferida 
por humana voluntad, antes bien, movidos del Espíri-
tu Santo, hablaron los hombres de Dios" (II San Pedro 
1, 2 0 ) . 
Es el Espíritu que ha dictado, el que explica, por 
sí mismo, y más aún por la multitud de Santos que 
viven fraternalmente en la Iglesia, en una auténtica 
comunidad de visión y de verdadero bien. 
Ante todo, procurad cuidadosamente descubrir la 
unidad de enseñanza de estos libros. Esos grandes te-
mas que reaparecen constantemente, en los labios de 
testigos tan diversos, casi con idénticas palabras: el 
tema del Amor; el tema del Llamamiento, dirigido pre-
ferentemente a los pequeños, a los indignos, a los ex-
— 42 — 
traviados y a los pecadores; el tema del llamado divino 
a concluir una Alianza; el tema del Dios que viene como 
Rey, como Pastor, como Salvador y como Vengador; 
el tema del Dios que viene como un Esposo, al cual 
ninguna infidelidad es capaz de abatir; el tema del Dios 
que quiere tener para sí un pueblo,poco numeroso, 
perseguido, pero formado por Santos, y que realiza su 
designio poco a poco y pacientemente. 
. . . C O N INTELIGENCIA 
Sin embargo, todos estos libros deben ser leídos 
con inteligencia: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu 
entendimiento". 
Inteligencia de las circunstancias históricas, que 
orientan cada una de las etapas de una revelación con-
tinua y progresiva; Dios tomando al hombre, primera-
mente de muy bajo, para llevarlo siempre más alto, 
en situaciones siempre concretas y siguiendo el curso de 
la historia. 
Inteligencia de los símbolos materiales, que ocul-
tan y al mismo tiempo significan una realidad de fon-
do espiritual, porque en todo momento es Dios que ha-
bla al hombre y que se revela, más y más claramente, 
como el Amor Eterno. 
Inteligencia de los diversos géneros literarios: dra-
ma, historias e historia, códigos legislativos, poesía épi-
ca o de amor; porque, como dice San Pablo: "Muchas 
veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo 
a nuestros padres por ministerio de los profetas; últi-
mamente, en estos días, nos habló por su Hijo". 
Ved, pues, cuán necesarias son esas "introduccio-
nes", que las mejores Biblias ponen a la cabeza de cada 
libro. Antes de leer tal o cual libro en su integridad, 
echad una mirada sobre esas introducciones, cada vez 
que el Evangelio os invite a leer tal versículo o tal frag-
mento. 
— 43 — 
PARA CONOCER AL CRISTO 
Es de toda forma impcsible conocer a Jesús y a su 
verdadera religión, siempre olvidada y despreciada, si 
no se leen los Evangelios y las Cartas Apostólicas: "No 
sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que 
brota de la boca de Dios". Y es imposible comprender 
bien el Evangelio y los Evangelios, si no se ha leído, si 
no se continúa leyendo sin cesar, la Santa Biblia, tesoro 
en el aue siempre se descubren "joyas nuevas y joyas 
viejas". 
Imposible es comprender la resonancia que, en los 
corazones de los oyentes de Jesús, tuvieron estas pala-
bras: "Yo soy el Buen Pastor, si previamente no se ha 
leído a Miqueas, a Isaías y Ezequiel, particularmente el 
capítulo 34 de este último profeta, el deportado, al cual 
tanto amó San Juan, tal vez por haber sido él mismo 
un deportado. 
Es imposible comprender las palabras de Cristo en 
la Cruz, si no se han leído frecuentemente los salmos, 
si no se los ha cantado a menudo en el corazón. Cuando 
Jesús dice: "Sed tengo". El expresa que tiene "sed de 
su Padre"; cuando El dice: "En tus manos encomiendo 
mi espíritu", El está tranquilo, porque "nada hay que 
pueda arrancarlo de la mano del Padre" y El está se-
guro de ser rescatado. El salmo 21, del cual Jesús cita 
un versículo, lo dice enteramente. 
La escena dé'la Anunciación a María cobra un nue-
vo relieve, cuando se han leído los textos de las prome-
sas hechas a David y los relatos de las anunciaciones 
del Antiguo Testamento. 
. . . LEED LA BIBLIA 
¿Qué os queda por hacer? Al leer la Biblia, lápiz en 
mano, vais a ir de descubrimiento en descubrimiento. 
No temáis estropear un poco un libro que ha de ser 
ante todo un útil de trabajo. No temáis subrayar tal o 
cual texto, que deseáis encontrar fácilmente para rele-
—- 44 — 
erlc, de anotar al margen numerosas indicaciones, que 
os permitirán volver a encontrar, a través de toda la 
Biblia, los pasajes que se aclaran o se aluden mutua-
mente. 
No temáis encontraros a veces en la Biblia con 
grandes pecadores, hombres míseros; esto mismo debe 
daros confianza, por poco que conozcáis ya vuestra pro-
pia miseria, que es la común miseria de todos los hom-
bres. Nos habría resultado imposible vivir en la intimi-
dad de Jesús, si no hubiéramos encontrado a la Magda-
lena junto a la Virgen. Y poco importan los pecados 
pasados, con tal que en el futuro sepáis conservaros 
puros de las inmundicias de este mundo y vivir en el 
Amor y en la Misericordia. La primera historia de la 
Biblia, después de la creación, es la historia de un pe-
cado —o mejor aún, la historia del pecado-— seguida 
de la promesa del perdón. 
La Biblia es la historia de la misericordia, es la 
promesa del reino hecha a los pequeños, a los fieles, 
a los valientes. 
J.-G. GQURBILLON, O. P. 
— 45 — 
BREVE HISTORIA DE LOS HEBREOS 
Damos, a continuación un breve resumen 
de la historia de los Hebreos, que será de 
gran utilidad para ubicar los principales acon-
tecimientos, dentro clel conjunto de la Histo-
ria Bíblica. 
Hace poco menos de cuatro mil años, grandes pue-
blos vivían en las costas mediterráneas de Asia y de 
Africa. Ellos habían fundado dos reinos poderosos: La 
Caldea y el Egipto. Entre .estos dos reinos se encontra-
ban dos pequeños países: Siria y Canaán (llamado tam-
bién Palestina). En ellos vivían diversas poblaciones, 
que se mantenían del cultivo de la tierra y de los pro-
ductos de sus ganados, entre las cuales estaban los He-
breos, encabezados por el patriarca Abrahán. Este hom-
bre y su familia eran originarios de Ur, en Caldea; ha-
bían emigrado a Palestina en el siglo XIX antes de 
nuestra era. 
Corresponde a la Historia Sagrada el contarnos la 
vida de Abrahán y de sus descendientes. Las presentes 
notas sólo tienen por objeto situar estos acontecimien-
tos en el curso de la historia general del mundo antiguo. 
Abrahán -—antes del cual es imposible señalar al-
guna fecha a ninguno de los acontecimientos mencio-
nados en la Biblia— emigró, sin duda, a Palestina, ha-
cia la época en que el gran rey Hamurabi reinaba en 
Caldea. 
La vida nómade y agrícola de las tribus surgidas 
— 46 — 
de esta emigración, duró alrededor de cuatro siglos. 
Después, los hebreos, llamados el pueblo de Israel, según 
el sobrenombre dado por Dios a Jacob, emigraron a 
Egipto, sin duda al delta del Nilo, mucho más rico y 
productivo que su país. 
Allí fueron objeto de parte de los egipcios, de una 
explotación que muy pronto se convirtió en esclavitud. 
Hacia el año 1250 antes de nuestra era, Dios les sus-
citó un libertador, en la persona de Moisés; bajo su 
dirección los hebreos cruzaron el Mar Rojo, para regre-
sar a su patria. Después de una permanencia de cua-
renta años en el desierto, los israelitas emprendieron la 
conquista de Palestina, con la toma de Jericó (hacia 
el año 1200). 
El reparto en doce territorios, correspondientes a las 
doce tribus, y el establecimiento progresivo en el país 
de Canaán, fue seguido de un período difícil, lleno de 
luchas contra los antiguos moradores recalcitrantes; este 
período es llamado el período de los Jueces y duró alre-
dedor de dos siglos. 
El pequeño pueblo hebreo se desarrolla y pretende 
organizarse como un reino, al par que sus vecinos. El 
último Juez, Samuel, que es también profeta, terminó, 
después de una larga indecisión, por conceder al pueblo 
la constitución de un reino. Saúl fue consagrado rey ha-
cia el año 1000. 
Saúl no es todavía más que pequeño rey local; su 
reino no es más que un preludio. Es a David, su sucesor, 
a quien le será permitido afirmar el poder real, sobre la 
tribu de Judá en un principio, después sobre el total de 
las tribus israelitas. 
A David sucedió, en el 970, Salomón, quien organiza 
el reino de Israel, pacta alianzas con Egipto y con Tiro 
y construye el Templo de Jerusalén. 
Poco después de su muerte, bajo el reinado de Ro-
boam, en 930, estalla entre las tribus una disensión que 
las llevó al cisma: diez tribus (las del norte) se sepa-
ran de Judá y de Benjamín, para constituirse en reino 
independiente, el reino de Israel. Este reino del norte 
durará unos dos siglos; su capital, Samaría, será con-
quistada por Sargón II, rey de Asiría, en 722. 
— 47 — 
El otro reino, el de Judá, escapó a esta catástrofe, y 
continuó existiendo en la forma de un estado tampón, 
entre los dos grandes rivales: Egipto y Asiria (la que 
luego será absorbida por Babilonia). 
El rey Josías emprendió, en 622, una amplia refor-
ma religiosa y social, cuyos efectos fueron de corta du-
ración. El reino de Judá declinó lentamente hasta la 
expedición de Nabucodonosor,

Continuar navegando