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1913_2013_the_centennial_of_Janets_Psych (1)

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ISSN 1808-4281 
Estudos e Pesquisas em Psicologia Rio de Janeiro v. 13 n. 1 p. 320-376 2013 
 
ARTI GOS 
 
1 9 1 3 - 2 0 1 3 : a un siglo de ‘El Psico- análisis’ según 
Janet 
 
 
1 9 1 3 - 2 0 1 3 : the centennial of Janet ’s ‘Psycho- analysis’ 
 
 
Alejandro Antonio Dagfal* 
Universidade de Buenos Aires-UBA, Buenos Aires, Argent ina. 
 
 
RESUMO 
Este t rabalho ocupa-se, em detalhes, com a célebre crít ica de Janet à 
psicanálise, de 1913. Em prim eiro lugar, detém -se em seus antecedentes, 
part icularm ente no período 1893-1895, no que se produziram os prim eiros 
intercâm bios ent re Janet e Freud. Em segundo lugar, reconst rói-se o 
contexto dessa crít ica: o Congresso Internacional de Medicina de Londres, 
tendo em conta o lugar que Janet e Freud ocupavam nesse m om ento no 
plano internacional. Em terceiro lugar, exam ina-se a crít ica em si, 
quest ionando as interpretações estabelecidas sobre o tem a. Finalm ente, 
avalia-se o im pacto dessa crít ica no período 1913-1915, a part ir de sua 
publicação em cidades tão dist intas com o Londres, Boston, Paris, Viena e La 
Plata. Por out ra parte, no plano conceptual, este t rabalho destaca a 
especificidade dos term os “análise psicológica” e “subconsciente” , que 
erroneam ente costum am opor-se, de m aneira sim ét rica, à psicanálise e ao 
inconsciente freudiano. 
Palavras- chave : Janet , Freud, Psicanálise, Subconsciente. 
 
ABSTRACT 
This paper deals with Janet ’s fam ous crit ique of psychoanalysis, of 1913. I n 
the first place, it looks into it s background, part icularly the period 1893-
1895, in which the earliest exchanges between Janet and Freud took place. 
Secondly, it reconst ructs the context of that crit ique: the Internat ional 
congress of Medicine held in London, t rying to take into account the place 
that Janet and Freud occupied at the t im e in the internat ional sphere. 
Furtherm ore, the crit ique it self is exam ined in detail, quest ioning established 
interpretat ions on the subject . Finally, an assessm ent of the im pact of that 
crit ique is provided, paying at tent ion to it s publicat ion, between 1913 and 
1915, in cit ies as different as London, Boston, Paris, Vienna and La Plata. I n 
addit ion, on a theoret ical level, this paper points out the specificit y of term s 
such us “psychological analysis” and “subconscious” , that have m istakenly 
been opposed, in a sym m et rical m anner, to psychoanalysis and Freudian 
unconscious. 
Keyw ords: Janet , Freud, Psychoanalysis, Subconscious. 
 
 
1 I nt roducción 
 
A menudo se ha presentado el problema de las diferencias ent re 
Janet y Freud com o una apasionante querella por la paternidad del 
psicoanálisis, que habría term inado saldándose a favor del médico 
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Alejandro Antonio Dagfal 
1913-2013: a un siglo de ‘El Psico-análisis' según Janet 
Estud. pesqui. psicol., Rio de Janeiro, v. 13, n. 1, p. 320-376, 2013. 3 2 1 
vienés, en razón de la fama mundial que finalmente adquir ieron sus 
teorías, y del olvido en que cayeron las ideas janet ianas. No obstante, 
esta perspect iva t iende a relat ivizar la importancia de las 
concepciones de Janet , cent rando su atención sobre el psicoanálisis. 
Por esa razón, en este t rabajo t rataremos de most rar dist intos 
aspectos de una larga disputa (pr im ero teór ica y luego también 
personal) ent re los inventores de dos teorías divergentes sobre las 
neurosis y sus modos de t ratam iento, que, pese a tener var ios puntos 
de contacto (sobre todo en sus orígenes) , rápidamente se fueron 
diferenciando. 
En ese sent ido, luego de pasar revista a la pr imera gran 
sistemat ización teór ica de Janet , de 1889, t rataremos de most rar 
cómo se desarrollaron sus diferencias con Freud. Con ese fin, nos 
detendremos en dos momentos cruciales: el período 1893-1895, por 
un lado, en el que ambos autores cent raban sus preocupaciones en el 
or igen t raumát ico de la hister ia (y, por lo tanto, comenzaron a citarse 
asiduamente) , y el bienio 1913-1915, en el que Janet formuló su 
célebre crít ica del psicoanálisis en el Congreso I nternacional de 
Medicina de Londres, de 1913, que implicó ásperos debates “por 
interpósita persona” , tanto en el evento m ismo como en 
publicaciones inm ediatamente poster iores, que t rataremos de 
exam inar. En esos dos períodos, si se sigue de cerca la bibliografía 
pr imaria, salta a la vista que las posiciones de uno y de ot ro fueron 
cambiando (Freud muy rápidamente y Janet de manera más lenta) . 
Por ese mot ivo, t rataremos de explicitar esos virajes, rescatándolos 
como un problema a estudiar más que como parte de una disputa 
carente de ar istas y resuelta de antemano. 
 
 
2 El autom at ism o psicológico: la hister ia y la persistencia 
subconsciente del pasado 
 
En 1889, antes de conocer los t rabajos de Breuer y Freud, que aún 
no habían sido publicados, Pierre Janet defendió una tesis de filosofía 
(para un doctorado en let ras) sobre “el automat ismo psicológico” . El 
subt ítulo de esa tesis definía muy bien su proyecto: se t rataba de un 
“ensayo de psicología experimental sobre las formas infer iores del 
alma humana” (JANET, 1889) . Es que, a part ir de esas formas 
elementales, rudim entar ias y simples, según un pr incipio canónico del 
evolucionismo, esperaba dar cuenta de las formas m ás elevadas y 
complejas. Esas formas infer iores, a su vez, rem it ían a lo que él 
denom inaba una “act iv idad automát ica” (conservadora) , que oponía a 
una “act iv idad sintét ica” (creadora o innovadora) . Esta últ ima, 
encarnada por “ la voluntad, la resolución y el libre albedrío” , no podía 
explicarse sino a t ravés del automat ism o en el que se apoyaba, con el 
que mantenía un equilibr io conflict ivo (del m ismo modo en que el 
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presente podía ent rar en conflicto con el pasado) 1. 
No obstante, la act iv idad regular y determ inada, pese a ser 
automát ica, no era mecánica. Para Janet , en el hombre, hasta el más 
m ínimo movim iento exter ior implicaba cierto grado de conciencia, de 
sensibilidad y de inteligencia. En ese sent ido, afirmaba que su fin no 
sólo era “demostrar que hay una act ividad humana que merece el 
nombre de autom at ismo, sino que también es legít im o llamar lo 
automat ismo psicológico” (JANET, 1889, p. 3) . Al m ismo t iempo, ese 
concepto iba a dar le las herram ientas para pensar toda una ser ie de 
fenómenos patológicos que ponían en cuest ión la unidad de la 
voluntad y de la conciencia. En efecto, “movim ientos incoherentes y 
compulsivos, actos inconscientes ignorados por aquél que los realiza, 
deseos impulsivos cont rar ios a la voluntad a los que el sujeto no 
puede resist irse” (p. 4) podían hacerse inteligibles a part ir del estudio 
de las formas infer iores de la act ividad, con la ayuda del método de 
las ciencias naturales, esto es, la observación y la experimentación 2. 
Sin em bargo, en este intento de hacer de la psicología una ciencia 
por derecho propio, el filósofo francés se encont raba con una gran 
dificultad: “es que en la ser ie de las asociaciones, a cada instante, 
nos chocamos con representaciones inconcientes” 3. Para muchos 
contemporáneos (como su maest ro Ribot ) , ese t ipo de 
representaciones const ituían fenómenos fisiológicos, a los cuales 
debían reducirse los fenómenos del espír itu. Para Janet , empero, las 
leyes de la conciencia no podían ext raerse de los hechos físicos. “Para 
acceder a fenómenos simples, precisos y completos, hay que 
observar los en los ot ros apelando a la psicología objet iva. Sin duda, 
sólo conocemos indirectamente los fenómenos psicológicos de los 
ot ros, y la psicología no podría comenzar por ese estudio. Aúnasí, a 
part ir de los actos, los gestos, el lenguaje, podemos inducir [ sic] su 
existencia, al igual que el quím ico determ ina los elementos de los 
ast ros según los rayos del espect ro” ( JANET, 1889, p. 5) . De este 
modo, Janet comenzaba a legit imar todo un campo de invest igaciones 
“conjeturales” , que iba a ser el suyo, pero también el de Breuer y 
Freud. 
Lo cierto es que, a part ir de estas prem isas, Janet dedicaría su vida al 
estudio de la psicopatología, destacando el hecho de que “si se 
conocieran bien las enfermedades mentales, no sería difícil estudiar la 
psicología normal” (p. 5) . No obstante, este conocim iento de los 
experimentos que la naturaleza ofrecía a la observación a t ravés de 
las enfermedades era muy lento y poco preciso. Por esa razón, según 
él, las verdaderas experiencias psicológicas requerían la m odificación 
art ificial del estado de conciencia de una persona, “de manera 
determ inada y calculada de antemano” (p. 6) . Se inscr ibía así en la 
senda de Moreau de Tours (que había experimentado con el 
haschisch) y de Taine (quien había indicado los usos del 
sonambulismo en psicología) ; pero también de los magnet izadores. 
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En esa línea, la opción metodológica de Janet apuntaba al sueño 
hipnót ico, por lo que, para desmarcarse de eventuales acusaciones de 
charlatanismo y superchería, explicitaba las condiciones en las que lo 
había ut ilizado: “Los sujetos con los cuales se han realizado estos 
estudios eran casi todos… mujeres afectadas por enfermedades 
nerviosas más o m enos graves, part icularmente por esa enfermedad 
muy var iable que se designa con el nombre de hister ia. Esas 
neurosis, al tener como carácter principal una gran inestabilidad 
mental, nos ofrecen, tanto por los accidentes naturales que ocasionan 
como por la predisposición al sonam bulismo que engendran, el campo 
más favorable para los estudios experimentales de psicología y, sobre 
todo, para los estudios sobre el automat ismo” (p. 7-8) 4. 
Por ot ra parte, agregaba que en razón de la ext rema var iabilidad de 
ese t ipo de casos, para apreciar las dist intas fases de la enfermedad, 
había que estudiar los durante largo t iempo. Esas fueron las 
condiciones que Janet t rató de cumplir en sus invest igaciones sobre 
“catorce mujeres histér icas e hipnot izables, cinco hom bres afectados 
por la m isma enfermedad y ot ros ocho individuos que padecían de 
alienación mental o de epilepsia” (p. 8) . No obstante, las experiencias 
fueron repet idas part icularmente con cuat ro sujetos: Léonie, Lucie, 
Rose y Marie. “Estas cuat ro personas, más que todas las ot ras, nos 
parecieron sat isfacer las condiciones de una buena experiencia 
psicológica. Estudiadas durante mucho t iempo, eran perfectamente 
conocidas en todos los detalles de su enfermedad y de su carácter; 
exam inadas con precaución y sólo por personas competentes, fueron 
modificadas lo menos posible por ejemplos o palabras imprudentes” 
(p. 9) . 
A part ir del estudio de estos casos, Janet comprobó, por un lado, que 
los accidentes histér icos implicaban una suerte de “desagregación de 
la personalidad” , con el surgim iento de una “segunda forma de 
existencia” 5. Si bien el desarrollo de este “grupo secundario de 
fenómenos” ya podía constatarse en los sueños o en los estados de 
conciencia inducidos por el éter, el cloroformo o el alcohol, se hacía 
mucho más patente y duradero en los estados mórbidos. Por ot ra 
parte, “aunque este hecho no siempre se haya observado, es posible, 
por medio del hipnot ismo, llevar al sujeto a sus diversas 
personalidades anormales, devolv iéndole el carácter y los recuerdos 
que tenía en ese estado” (p. 123) . Finalmente, para nuest ro autor, 
estos fenómenos mórbidos (que iban desde la catalepsia hasta la 
anestesia, pasando por la parálisis y las ideas fijas) obedecían a un 
rasgo propio de los neurópatas en general y de los histér icos en 
part icular, que él dio en llamar “angostam iento del campo de la 
conciencia” . “Este carácter es producido, según nuest ra hipótesis, por 
esta debilidad de síntesis psíquica, que llega más lejos de lo habitual, 
y que no les perm ite reunir en una m isma percepción personal un 
gran número de fenómenos sensit ivos que realmente ocurren en 
Alejandro Antonio Dagfal 
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ellos” (p. 208) . Si bien en este momento aún no decía gran cosa 
sobre el or igen de esa debilidad, ya quedaba en claro que, en la 
psicopatología, se producía un t r iunfo del pasado sobre el presente. 
Un “espír itu normal” sólo dejaba librados al automat ismo (y a la 
desagregación de los fenómenos subconscientes) algunos actos 
infer iores, cuya repet ición no era problemát ica ni sintomát ica, 
m ient ras dedicaba la mayor parte de sus fuerzas a la adaptación a las 
condiciones actuales. Un espír itu enfermo, en cambio, al ver 
debilitada su capacidad de síntesis, no lograba poner lím ite “a esa 
fuerza automát ica que quiere mantener inmutables las emociones y 
las percepciones del pasado” (p. 487) . 
Hasta aquí, los pr imeros desarrollos teór icos de un filósofo que había 
ejercido la docencia secundaria en Le Havre y comenzaba a 
destacarse por sus t rabajos sobre las neurosis, a la par que, 
siguiendo el mandato r ibot iano, iniciaba sus estudios de medicina en 
París, bajo la dirección de Jean-Mart ín Charcot . 
 
 
3 Pr im eras referencias de Freud a Janet . Del reconocim iento a 
la cr ít ica. 
 
El temprano interés de Freud por las ideas janet ianas no necesita ser 
demostrado. Basta con rem it irse a sus escr itos poster iores a 1893 
para encont rar sus pr imeras referencias a quien fuera discípulo de 
Ribot y de Charcot 6. A part ir de ese año, en su abordaje “dinám ico” 
de la hister ia, Freud iba a recurr ir a Janet insistentemente, tanto más 
cuanto que él m ismo, por oposición a la escuela vienesa, buscaba 
inscr ibirse en la t radición charcot iana 7. Así, en su “Estudio 
comparat ivo de las parálisis motr ices orgánicas e histér icas” (basado 
en observaciones propias, aunque efectuadas en la Salpêt r ière por 
indicación de Charcot ) , Freud afirmaba no poder dejar de asociarse 
plenamente a la opinión que Janet había expuesto en los últ imos 
números de los Archives de Neurologie, tanto sobre las parálisis 
histér icas como sobre las anestesias y los síntomas psíquicos 8. “Con 
Janet , afirmamos que en las parálisis histér icas, como en las 
anestesias, es la concepción vulgar, popular, de los órganos y del 
cuerpo en general la que ent ra en juego. [ …] La lesión de la parálisis 
histér ica será, pues, una alteración, por ejemplo, de la concepción o 
idea del brazo. Pero, ¿de qué clase es esta alteración para producir la 
parálisis? Considerada psicológicamente, la parálisis del brazo 
consiste en que la concepción del brazo queda imposibilitada de 
ent rar en asociación con las demás ideas que const ituyen el yo, del 
cual el cuerpo del individuo forma una parte importante. La lesión 
sería, pues, la abolición de la accesibilidad asociat iva de la concepción 
del brazo” (FREUD, 1893a, p. 199) . 
Ese m ismo año, en el mes de agosto, en su homenaje póstumo a 
Alejandro Antonio Dagfal 
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Charcot , Freud le at r ibuía el lugar de “pr imer esclarecedor” de la 
hister ia, en la medida en que había sabido dist inguir las parálisis 
histér icas de las orgánicas, había logrado reproducir art ificialmente 
las pr imeras (por medio de la sugest ión hipnót ica) y había 
demostrado que tales parálisis “eran consecuencia de 
representaciones dom inantes en elcerebro del enfermo” (FREUD, 
1893b, p. 22-23) . Según él, así quedaba explicado, por pr imera vez, 
“el mecanismo de un fenómeno histér ico” . “A este incomparable 
resultado de la invest igación clínica enlazaron sus estudios Janet , 
discípulo de Charcot ; Breuer y ot ros, desarrollando una teoría de la 
neurosis coincidente con el concepto medieval de esta afección, con 
la única diferencia de sust ituir el ‘demonio’ por una fórmula 
psicológica” (FREUD, 1893b, p. 23) . Freud reconocía entonces a Janet 
como discípulo de Charcot , al m ismo t iempo que lo diferenciaba de 
este últ imo, en la m edida en que, al alejarse en parte de las doct r inas 
hereditar ias de su maest ro, había logrado desarrollar una concepción 
propia de la neurosis que, a su vez, abría la posibilidad de una 
práct ica psicoterapéut ica, que aún estaba en ciernes. 
Pero las referencias más precisas a Janet (y ciertamente las más 
conocidas) se dieron en la “ comunicación prelim inar” sobre los 
mecanismos psíquicos de los fenómenos histér icos, que había sido 
publicada conjuntamente por Josef Breuer y por Freud también en 
1893, en Berlín, en los pr imeros dos números de enero del 
Neurologisches Centralblat t (y reeditada dos años después en los 
Studien über Hyster ie) : “Cuando más detenidam ente fuimos 
estudiando estos fenómenos, más firm e se hizo nuest ra convicción de 
que aquella disociación de la conciencia, que tan singular se nos 
muest ra como ‘double consciencie’ en los conocidos casos clásicos, 
existe de un modo rudimentar io en toda hister ia, siendo la tendencia 
a esta disociación, y con ella a la aparición de estados anormales de 
conciencia, que reuniremos bajo el calif icat ivo de ‘hipnoides’, el 
fenómeno fundamental de esta neurosis. En esta opinión coincidimos 
con Binet y con los dos Janet [ Jules y Pierre] , sobre cuyas 
singularísimas observaciones en sujetos anestésicos carecemos, por 
lo demás, de experiencia (BREUER; FREUD, 1893, p. 29) 9. 
En este momento, es claro que Freud ( junto con Breuer) suscr ibía sin 
ambages a la concepción según la cual la tendencia a la disociación 
de la conciencia (es decir , a la formación de estados hipnoides) era la 
condición pr incipal para la formación de síntomas histér icos. Sin 
embargo, apenas un año después, en “Las neuropsicosis de defensa” , 
basándose en ese m ismo t rabajo de 1893, iba a decir algo muy 
diferente, dejando de lado la tendencia ( térm ino de filiación r ibot iana 
y janet iana) para poner el énfasis en los estados: “A la teoría de 
Janet , cont ra la cual pueden elevarse, a nuest ro juicio, numerosas 
objeciones 10, se opone la desarrollada por J. Breuer en nuest ra 
comunicación sobre la hister ia. Según Breuer, es ‘base y condición’ 
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de la hister ia la existencia de singulares estados de conciencia 
onir iformes, con dism inución de la facultad asociat iva, para los cuales 
propone el nombre de ‘estados hipnoides’. La disociación de la 
conciencia es entonces una disociación secundaria adquir ida, 
mot ivada por el hecho de que las representaciones surgidas en los 
estados hipnoides se hallan excluidas del comercio asociat ivo con los 
restantes contenidos de la conciencia” (FREUD, 1894, p. 174) . 
Este desplazam iento de la condición de la disociación ( la tendencia) a 
la ocasión en la que esa disociación se producía ( los estados 
hipnoides) , no sólo t raía aparejada una inversión respecto de su 
carácter (pr imario o secundario) , sino que implicaba a su vez todo un 
cambio de juicio respecto del peso que Janet aún daba a la herencia, 
tal como Freud iba a aclarar en 1895, a propósito del caso Emmy: 
“Confieso también que me es imposible hallar en el histor ial de esta 
paciente el menor rasgo de ‘dism inución funcional psíquica’, de la que 
P. Janet hace depender la génesis de la hister ia. La disposición 
histér ica consist ir ía, según este autor, en un angostam iento anormal 
del cam po de la conciencia ( resultante de la degeneración 
hereditar ia) , que da ocasión a la negligencia de ser ies enteras de 
percepciones y, ulter iormente, a la disociación del yo y a la 
organización de personalidades secundarias” [ …] . “A m i juicio, ha 
elevado aquí Janet , erróneamente, estados resultantes de la 
modificación histér ica de la conciencia a la categoría de condiciones 
pr imarias de la hister ia” (FREUD, 1895, p. 63) . 
Se operaba así, en apenas dos años, un giro considerable respecto de 
lo afirmado en 1893, cuando Breuer y Freud destacaban la tendencia 
a la disociación como “ fenómeno fundamental” en toda hister ia, 
pasando rápidamente a una concepción según la cual Janet , 
equivocadamente, habría invert ido el orden de los factores, al 
sostener que el producto de los mecanismos histér icos ocupaba el 
lugar de condición de posibilidad de los síntomas. Si se considera que 
los intercambios ent re Freud y Janet sobre las neurosis comenzaron 
de esta manera ambigua, con elogios que luego se convert ían en 
crít icas, no es de ext rañar que, durante casi medio siglo, la relación 
ent re ambos autores estuviera marcada por ese m ismo sino, ent re el 
franco reconocim iento, el recelo, la ironía y la r ivalidad abierta. 
 
 
4 Pr im eras referencias de Janet a Freud. El “análisis 
psicológico” revisitado. 
 
Un mes antes de la defensa de su tesis doctoral en medicina, en junio 
de 1893, el filósofo francés publicó un art ículo sobre “definiciones 
recientes de la hister ia” en el cual, por pr imera vez, tom aba nota de 
los comentar ios que Breuer y Freud habían realizado sobre sus 
teorías en el mes de enero 11: “El t rabajo más importante que ha 
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confirmado nuest ros viejos estudios es sin duda el ar t ículo de los 
Sres. Breuer y Freud, recientemente aparecido en el Neurologisches 
Centralblat t . Estam os muy contentos de que estos autores, en sus 
invest igaciones independientes, hayan podido ver ificar las nuest ras 
con tanta precisión, y les agradecemos su amable cita. Muest ran con 
numerosos ejemplos que los diversos síntomas de la hister ia no son 
manifestaciones espontáneas, idiopát icas de la enfermedad, sino que 
están en est recha conexión con el t rauma provocador” (JANET, 
1893c, p. 437, apud NI COLAS, 2004, p. 6) . Dicho de ot ro modo: 
luego de echar un rápido vistazo al conjunto de las nuevas teorías 
sobre la hister ia, el profesor francés destacaba una que no hacía más 
que confirmar la propia, que era más ant igua (cosa que se encargaba 
de señalar con mucha politesse) . 
Esta pr imera referencia de Janet a las teorías de Breuer y Freud 
marcaría el tono de las numerosas citas por venir . En pr imer lugar, 
Janet iba a destacar siempre la anter ior idad de sus teorías sobre el 
tema (hecho que Freud no iba a cuest ionar) . En segundo lugar, iba a 
resaltar que los v ieneses ver ificaban sus propios hallazgos, aunque 
más no fuera por cam inos diferentes. Por últ imo, iba a reconocer que, 
en esa dirección, Breuer y Freud habían aportado observaciones 
clínicas de valor, aunque fueran demasiado opt im istas en sus 
pretensiones terapéut icas (sobre todo en lo relat ivo al valor curat ivo 
del descubrim iento del recuerdo t raumát ico) . Al m ismo t iempo, cabe 
recordar que, en la comunicación prelim inar, el “ factor sexual” aún no 
tenía todo el peso que Freud pronto iba a dar le en la et iología de las 
neurosis. Por ese mot ivo, para un lector no advert ido de lo que se 
expresaba ent re líneas, en esta época, Janet sim plemente elogiaba el 
t rabajo de sus colegas vieneses 12. Podría pensarse, incluso, que, 
ent re el método ecléct ico (basado en diversos procedim ientos) 
propuesto por el francés y elmétodo catárt ico ut ilizado por Breuer y 
Freud (que tam poco era un método unificado) no había una oposición 
sino una relación de complementar iedad. No obstante, salvo por la 
incidencia de la sexualidad y la importancia del simbolismo, ya se 
encont raban allí la mayoría de los elementos que const ituir ían los 
pilares de la famosa crít ica que Janet dir igir ía al psicoanálisis dos 
décadas más tarde. 
Volviendo entonces al breve período que se inicia en enero de 1893, 
el 29 de julio de ese año, Janet defendió su tesis de medicina bajo la 
dirección de Jean-Mart ín Charcot , quien iba a morir pocos días 
después, el 16 de agosto. Esa tesis, denom inada Contr ibut ion à 
l'étude des accidents mentaux chez les hystér iques (JANET, 1893a) , 
recién iba a ser publicada un año m ás tarde, con el t ítulo L’État 
mental des hystér iques. Les accidents mentaux ( JANET, 1894) . 
Previamente, en 1893, simultáneamente a la defensa de de su tesis, 
ya había publicado una pr imera parte de ese t rabajo, con un breve 
prólogo de Charcot y con el nombre L’État mental des hystér iques: 
Alejandro Antonio Dagfal 
1913-2013: a un siglo de ‘El Psico-análisis' según Janet 
Estud. pesqui. psicol., Rio de Janeiro, v. 13, n. 1, p. 320-376, 2013. 3 2 8 
Les st igmates mentaux , que incluía las t res conferencias de 1892 
mencionadas por Freud en 1893 (JANET, 1893b, 1892a, 1892b, 
1892c) 13. En ese prólogo, fechado en noviembre de 1892, el “pat rón” 
de la Salpêt r ière destacaba que “esos estudios, comenzados hace 
mucho t iempo, han sido com pletados en m i servicio…” . “Vienen a 
confirmar un pensam iento expresado a menudo en nuest ras clases: 
que la hister ia es en gran parte una enfermedad mental” (CHARCOT, 
1893, p. 5) 14. Podría decirse que Charcot actuaba con Janet como 
Janet con Breuer y Freud. Esto es, elogiaba sus invest igaciones en la 
medida en que confirmaban las propias, soslayando toda or iginalidad 
o diferencia teór ica. En esta dirección, de manera indirecta, señalaba 
el hecho de que al menos una parte de la hister ia no podía reducirse 
al ámbito de lo psíquico. 
En este punto, no podría decirse que Charcot no hacía just icia a las 
ideas janet ianas, tanto más cuanto que, en esta época, el médico-
filósofo no sólo daba gran importancia al componente hereditar io de 
las tendencias, sino que también ponía de relieve los “est igmas 
mentales” , que, según la definición clásica, a diferencia de los 
“accidentes” , eran esenciales y permanentes, es decir , const itut ivos 
de la enfermedad (en un sent ido que no perm it ía dejar de lado su 
relación con la herencia) . Así, desde la int roducción de Les Accidents 
mentaux , fechada en junio de 1893, situaba su empresa bajo los 
auspicios de su “em inente maest ro” , por lo que, sin negar la 
existencia de todas las alteraciones orgánicas suscept ibles de 
encont rarse en la hister ia, buscaba “poner en evidencia la 
perturbación psicológica que siempre las acompaña” (Janet , 1894, p. 
2) . Al m ismo t iem po, iba a t ratar de demostrar que, dent ro de la 
aparente var iedad de los accidentes histér icos, si se prestaba 
atención a los aspectos morales (y no ya a los orgánicos) , m uy 
fácilmente podía encont rarse una sim ilitud que implicaba una unidad 
mórbida. “No será necesario, para hacerla aparente, reunir los hechos 
por medio de teorías o de interpretaciones psicológicas; alcanzará 
con yuxtaponer observaciones. Este libro no es más que un 
compendio de observaciones psicológicas sobre las histér icas, 
observaciones que han sido vinculadas ent re sí.” (Janet , 1894, p. 3-
4) . Aquí tam bién puede verse el germen de una diferencia 
fundamental ent re Janet y Freud. El afán descr ipt ivo del pr imero 
desembocaba en una exaltación de la observación clínica, que 
requería de un sólido apoyo empír ico (centenares de casos) y 
desconfiaba del espír itu de sistema. El segundo, por el cont rar io, 
basado en el estudio en profundidad de unos pocos casos, term inaría 
const ruyendo, años después, un edificio teór ico tan ambicioso como 
complejo. 
En este marco, muchas de las crít icas de Janet al método catárt ico (e 
incluso, luego, al psicoanálisis) pueden entenderse tomando en 
consideración estos rasgos divergentes, sin necesidad de 
Alejandro Antonio Dagfal 
1913-2013: a un siglo de ‘El Psico-análisis' según Janet 
Estud. pesqui. psicol., Rio de Janeiro, v. 13, n. 1, p. 320-376, 2013. 3 2 9 
considerar las como ataques ad hom inem u oportunas crít icas ad hoc. 
Por ejemplo, ya en 1889, en su tesis de filosofía (es decir , antes de 
conocer los t rabajos de Breuer y Freud) , luego de exponer sus éxitos 
terapéut icos con los diversos síntomas de su paciente histér ica Marie, 
Janet expresaba: “Yo no doy a esta curación más importancia de la 
que merece, y no sé cuanto t iempo durará. Pero esta histor ia me 
pareció interesante para most rar la importancia de las ideas fijas 
subconscientes…” (JANET, 1889, p. 440) . Este escept icismo 
terapéut ico, que at ravesaría toda la obra janet iana (y se 
cont rapondría en gran medida al entusiasmo con que Freud tomaba 
sus propios avances) , también puede ayudar a entender la decena de 
comentar ios que Janet dedicó a la “ comunicación prelim inar” en 
1894, en su tesis de medicina: “En el pasado he most rado muy a 
menudo que había que ir en busca, por decir lo de alguna manera, de 
estos fenómenos subconscientes para atacarlos, y que no se podía 
t ratar el accidente histér ico antes de haber alcanzado esas capas 
profundas del pensam iento en las que se disimulaba la idea fija. Me 
complace ver hoy que los señores Breuer y Freud expresan la m isma 
idea. ‘Es necesario, dicen, hacer conciente ese evento provocador, 
sacarlo a plena luz; los accidentes desaparecen cuando el sujeto se 
da cuenta de esas ideas fijas’ 15. No creo que la cura sea tan fácil, ni 
que baste con hacer expresar la idea fija para suprim ir la; 
desafortunadamente, el t ratam iento es mucho más delicado, pero, en 
todo caso, es seguro que este descubrim iento de los fenómenos 
subconscientes es una operación prelim inar e indispensable” (JANET, 
1894, p. 189-190) . En ot ras palabras, el recuerdo y la catarsis eran 
condiciones necesarias pero no suficientes, de tal suerte que, a nivel 
terapéut ico, no había que confundir la parte con el todo. 
Lo anter ior muest ra que las crít icas que Janet comenzaba a dedicar a 
los t rabajos de Freud, en gran medida, ya se las había aplicado a sí 
m ismo. Algo sim ilar podría decirse sobre su posición respecto de la 
“ falsabilidad” de las ideas cient íficas. Respecto de este tema, ya en 
1889, al refer irse a sus propias invest igaciones, afirmaba que “uno de 
los grandes méritos de estos nuevos estudios de psicología es que 
son suscept ibles de error . Se puede demostrar de manera r igurosa, 
como indudablemente se hará con muchos de estos estudios, la 
inexact itud involuntar ia de tal o cual observación, lo erróneo de tal o 
cual interpretación. Ése es un mérito y una ventaja: para la mente, 
es sat isfactor io constatar que uno se equivocó en algún punto, 
porque eso hace esperar que uno haya sido o sea capaz de ent rever 
la verdad en algún ot ro punto. Las hipótesis generales de la f ilosofía 
no son pasibles de error [ …] . Es por ello que no debemos 
comprometernos con esas teorías, que por su naturaleza están por 
encima y por fuera de toda discusión precisa (JANET, 1889, p. 479, 
apud VALSI NER; VAN DER VEER, 2000, p. 71) . Si bien estos 
preceptos epistemológicos no fueron esgrim idos en cont ra de los 
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primeros estudios sobre la hister ia, sí serían ut ilizados a rajatabla 
para descalificar el psicoanálisis como doct r ina filosófica. Pero eso 
recién sucedería casi un cuarto de siglo más tarde, según veremos 
más adelante. 
En este momento,si bien es claro que el método terapéut ico 
empleado por Freud y Breuer era el método catárt ico (modificado 
luego por la “ técnica de la presión” ) , solidar io de una teoría de la 
“abreacción” que, a su vez, se apoyaba en una pr imera forma del 
“pr incipio de constancia” (STRACHEY, 1957) , del lado de Janet las 
cosas aparentaban ser más complejas. Aunque la gran mayoría de la 
bibliografía especializada ut ilice el rótulo de “análisis psicológico” para 
refer irse a lo que él hacía en esta época (ent re fines de los ‘80 y 
mediados de los ’90) , parece t ratarse de una visión ret rospect iva que 
da una importancia desmedida a un térm ino que el m ismo Janet casi 
no iba a ut ilizar a lo largo de su vida (de hecho, no aparece ni una 
sola vez en su tesis de filosofía y sólo una en Les États mentaux ) . Las 
escasísimas veces en las que mencionó esa expresión en sus t rabajos 
del siglo XI X, más que a un método terapéut ico, parecía hacer 
referencia a un análisis cient íf ico de los hechos psicológicos 16. Era un 
pr imer paso indispensable en la observación clínica de cualquier 
hecho psicopatológico. 
Por ejemplo, en 1894, para establecer la unidad de la hister ia como 
enfermedad, esperaba que “el análisis de esos fenómenos morales” le 
perm it iera most rar que todas las enfermedades no se confundían 
ent re sí, ya que la histér ica no era simplemente “una alienada como 
todas las ot ras” . “Sin duda, este diagnóst ico es difícil; requerir ía un 
análisis psicológico de las diferentes formas de la alienación que está 
muy lejos de estar term inado” ( JANET, 1894a, p. 5) . E incluso, cuat ro 
años más tarde, precisaría aún más esa m isma idea: “Para 
comprender bien a una alienada, habr ía que pasar revista a todas sus 
facultades psicológicas, y determ inar exactamente, en cada grupo de 
fenómenos, qué se aparta de la ley normal, del m ismo modo en que 
se exam ina cada órgano físico para advert ir una enfermedad 
orgánica. Lamentablemente, los medios de invest igación son aún 
muy poco precisos, y las leyes normales de la psicología todavía son 
generales y vagas; por consiguiente, este análisis psicológico se 
reduce forzosamente a algunos comentar ios aislados, a algunos datos 
aproximat ivos. Por insuficiente que sea esta invest igación, no 
debemos descuidar la (JANET, 1898, p. 36) . 
Es decir que el análisis psicológico, en ese período, no sólo no era 
presentado por Janet como su método terapéut ico, sino que era 
apenas un equivalente ( lim itado) del examen físico en las 
enfermedades orgánicas. Él m ismo se iba a ocupar de dar cuenta de 
cuál consideraba “su método” : “Estoy convencido de que es por el 
estudio de las experiencias naturales, más que por el de las teorías y 
las mediciones matemát icas que llegaremos a comprender nuest ra 
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inteligencia y nuest ra acción…” . “Es por eso que he t ratado de aplicar 
a estos estudios [ sobre las ideas fijas] un método que he tomado 
prestado de la clínica médica y que me parece muy apropiado para 
las invest igaciones en psicología experimental: el de las 
observaciones indiv iduales. Para alguien como yo, que confiesa no 
comprender las teorías generales de las ideas fijas, cada enfermo es 
interesante en sí m ismo y requiere ser analizado aisladamente” 
(JANET, 1898, p. 1-2) . Con esta afirmación, Janet se desm arcaba por 
un lado de Charcot , ya que la observación indiv idual cont rastaba con 
las presentaciones de enfermos de carácter público, tan caras a su 
maest ro. Por ot ra parte, una vez más, se alejaba del espír itu de 
sistema de sus colegas vieneses. Y, f inalmente, se apartaba tam bién 
de la obsesión cuant if icadora de la psicología diferencial 
norteamericana y la psicología experimental alemana. No obstante, 
se inscr ibía sin hesitaciones en la t radición patológica francesa. 
Más allá de la observación individual, a nivel práct ico, al carecer de 
un modelo terapéut ico unificado, Janet recurría, por ensayo y error, a 
toda una ser ie de técnicas y procedim ientos, empezando por la 
detección del recuerdo t raumát ico, la disociación de ese recuerdo de 
la idea fija asociada y su supresión o sust itución por sugest ión 
hipnót ica 17. Asim ismo, como puede verse en sus casos m ás célebres 
(Léonie, Marcelle, I rène, Just ine, Lucie, Marie, etc.) , estos 
procedim ientos también incluían la ut ilización de la escr itura 
automát ica, la dirección de conciencia, la educación de la atención 
voluntar ia y, en suma, todo aquello que tendiera al fortalecim iento de 
la capacidad de síntesis del sujeto, perm it iéndole reconst ituir su 
unidad mental 18. En sus años de madurez, en su autobiografía de 
1930, Janet ni siquiera iba mencionar el análisis psicológico. “En esa 
época [ los años ‘80] , me resolví a exam inar a los pacientes tan lejos 
como pudiera sin la molest ia de test igos. Además, adquir í un hábito 
que siempre mantuve: el de tomar nota constantemente durante las 
sesiones de todo lo que pasaba, escr ibiendo las palabras 
pronunciadas por los test igos, por el paciente, por m í m ismo, y 
absteniéndome de tomar en cuenta cualquier ot ro recuerdo, a menos 
que coincidiera exactamente con alguna nota escr ita. Mi psicología se 
t ransformó en la “psicología del bolígrafo” , y, lamentablemente, m is 
descr ipciones de los pacientes se hicieron inusualmente largas y 
pesadas, por la reproducción exacta de las palabras que se decían y 
que yo anotaba” (JANET, 1930, p. 126) . 
Considerando todo lo anter ior, llama la atención que Henri 
Ellenberger, en su obra monumental ( y excelentemente 
documentada) sobre la histor ia de la psiquiat r ía dinám ica, haya 
t itulado el extenso capítulo (de casi cien páginas) dedicado al filósofo 
y médico francés “Pierre Janet y el análisis psicológico” . De hecho, en 
el apartado dedicado específicamente al análisis psicológico, después 
de exam inar var ios casos clínicos de los años ’80 y ‘90, term inaba 
Alejandro Antonio Dagfal 
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reconociendo que, “ cuando hablaba de análisis psicológico, Janet 
nunca afirmaba que éste fuera su propio método” (ELLENBERGER, 
1976, p. 429) . No obstante, en una nota al pie, sin aportar ninguna 
fuente específica, aclaraba que el análisis psicológico de Janet “ tuvo 
desde el pr incipio implicaciones terapéut icas, pero, como todavía no 
había comenzado sus estudios médicos, no podía hacer resaltar este 
aspecto de su t rabajo” (ELLENBERGER, 1976, p. 427) . 
Sin embargo, lo cierto es que en 1907 y 1908, cuando Janet ya era 
un médico de fama internacional, todavía ut ilizaba esa expresión en 
un sent ido muy general e inespecífico, tal como puede apreciarse en 
el curso que dictó durante esos años en su cátedra de Psicología 
Experimental y Comparada en el Collège de France, dest inado al 
“análisis psicológico y la crít ica de los métodos de psicoterapia” 
(JANET, 1908a) . Pese a lo que ese t ítulo pueda sugerir (que el 
análisis psicológico implicaría un m étodo oponible al de ot ras 
psicoterapias) , en realidad, Janet dedicó sus clases a estudiar 
diversos procedim ientos terapéut icos (desde las curas m ilagrosas 
hasta el hipnot ism o, pasando por la gim nasia, la educación de la 
sensibilidad y la emot ividad, “ y las diversas excitaciones que se 
proponen elevar el nivel mental” ) 19. Del m ismo modo, ent re 1908 y 
1911, iba a dedicar sus cursos al “análisis psicológico” de la emoción, 
las tendencias y la percepción (JANET, 1909, 1910, 1911) . Es decir 
que el análisis psicológico, para nuest ro autor, seguía const ituyendo 
un método de estudio (analít ico, por cierto) , pero no un método 
terapéut ico. Como veremos más adelante, recién en 1913, 
finalmente, Janetut ilizaría esa apelación para comparar su forma de 
ejercer la psicoterapia con el método propuesto por Freud. 
 
 
5 El congreso de Londres 
 
La célebre crít ica de Janet al psicoanálisis se produjo en el marco del 
“XVI I Congreso I nternacional de Medicina” , que tuvo lugar en 
Londres, ent re el 7 y el 12 de agosto de 1913. Al profesor francés se 
le había solicitado que presentara un informe sobre las ideas 
freudianas en la sección XI I , dedicada a la psiquiat r ía 20. Freud, por 
su parte, no iba a concurr ir , aunque estaría representado por dos de 
sus discípulos más notor ios: Carl Jung, quien aún presidía la 
I nternat ional Psychoanalyt ical Associat ion (aunque semanas después 
iba a romper con Freud de manera est r idente) y Ernest Jones ( futuro 
presidente de la I PA durante dos décadas y biógrafo oficial de su 
fundador) . ¿Pero quiénes eran Janet y Freud en esa época? ¿Qué 
lugar ocupaban en el plano internacional? Hacia 1900, el médico y 
filósofo francés ya había alcanzado gran notor iedad, y sus t rabajos 
eran citados por los pr incipales especialistas de su campo. Después 
de reemplazar inter inamente a Théodule Ribot , ent re 1895 y 1897, 
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en su cátedra del Collège de France, en 1902 lo sucedió de manera 
definit iva, contando para ello con el apoyo de Henri Bergson 21. A las 
clases de sus cursos (que cambiaban de tema cada año) asist ía un 
público nut r ido, que incluía numerosos visitantes ext ranjeros. En 
1904, con su am igo Georges Dumas, fundó el Journal de Psychologie 
Normale et Pathologique, la segunda revista francesa dedicada a la 
psicología cient íf ica (después de L’Année psychologique, creada por 
Alfred Binet en 1895) (CARROY; PLAS, 2008) . Ese m ismo año fue 
invitado por pr imera vez a EEUU, en ocasión de la Exposición 
I nternacional de Saint Louis, Missour i, donde dio una conferencia 
sobre psicopatología en el marco del I nternat ional Congress of Art 
and Science, además de ot ras en Boston y Chicago. Dos años 
después fue invitado por la universidad de Harvard para dar una 
quincena de conferencias sobre la hister ia (JANET, 1907) . En 1907, 
finalmente, le fue confiada una de las sesiones (dedicada a la génesis 
de la hister ia) del “Pr imer Congreso I nternacional de Psiquiat r ía, 
Neurología, Psicología y Asistencia de los alienados” , que tuvo lugar 
en Amsterdam, en el mes de sept iembre (JANET, 1908) . Allí 
part iciparon también los ot ros dos protagonistas que, seis años 
después, volverían a encont rarse en el Congreso de Londres en los 
m ismos roles: Carl Jung (como conferencista) y Ernest Jones (como 
asistente y comentador) . No obstante, en esa oportunidad, el tono de 
las intervenciones fue muy dist into. Mient ras Jung afirmaba que “ los 
presupuestos teór icos de la invest igación freudiana residen, sobre 
todo, en los hallazgos de los experimentos de Janet ” , Jones se refería 
al “notable ensayo del profesor Janet , que no ha recibido la atención 
que se merece” (ELLENBERGER, 1976, p. 895-896) 22. Si a esto se 
suma el rol estelar que le cupo a Janet en los congresos 
internacionales de psicología de Roma (el 5º , en 1905) y Ginebra (el 
6º , en 1909) , se puede tener una idea más acabada de cuál era el 
lugar que ocupaba en ese momento. 
En cuanto a Freud, su dest ino estaba emparentado con el creciente 
reconocim iento internacional del que gozaba el psicoanálisis, después 
de sus inicios marginales en Europa cent ral. Es claro que las ideas 
freudianas no tenían en su cuna el m ismo prest igio que empezaban a 
adquir ir en ot ras partes del mundo. En Aust r ia y Alemania, por 
ejemplo, tanto el ámbito clínico como el académ ico ostentaban una 
organización secular y jerárquica, con figuras y teorías sólidamente 
instaladas, por lo cual, en esos países, los espacios inst itucionales 
resultaban muy poco permeables a nuevas ideas como las 
psicoanalít icas (HALE, 1978) . Por el cont rar io, en Estados Unidos, la 
situación era exactamente la opuesta. Como ejemplo, baste recordar 
que, en 1909, Freud había sido invitado por Stanley Hall ( fundador de 
la American Psychological Associat ion) a dar cinco conferencias en 
ocasión del v igésim o aniversar io de la Clark University (por la que 
Janet ya había pasado en 1906) 23. Esto cont rastaba con el 
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sesquicentenario de la Universidad de Leipzig, al que Freud tam bién 
había sido invitado. En todo caso, el psicoanálisis iba a obtener en la 
joven psiquiat r ía norteamericana y en el sistema universitar io de 
EEUU, en vías de organización, el reconocim iento del que había 
carecido en el viejo cont inente. Y esto como paso previo a una 
implantación cultural cada vez más extendida. 
Por ot ra parte, en los últ imos años se habían creado asociaciones 
analít icas en Zurich (1907) , Berlín y Viena (1908) , Nueva York y 
EEUU (1911) y var ias revistas. Asim ismo, en 1910, en el Congreso de 
Nuremberg, se decidió la creación de la I nternat ional Pychoanalyt ical 
Associat ion, lo cual implicaba una creciente inst itucionalización de un 
movim iento que había comenzado de manera m uy hum ilde e 
informal, y que muy rápidamente se había dotado de una est ructura 
supranacional (no exenta de conflictos polít icos, disensos teór icos y 
tensiones ent re asociaciones) . En resumen, podría decirse que Janet 
y Freud eran sin duda dos de los representantes más destacados de 
la psiquiat r ía dinám ica de pr incipios del siglo XX. Sin embargo, el 
lugar que ocupaban no era equivalente. Janet era un clásico 
académ ico, un profesor universitar io que gozaba del máximo 
prest igio en el seno de las inst ituciones europeas t radicionales, donde 
sus invest igaciones const ituían una referencia cient íf ica altamente 
respetable. Freud, por el cont rar io, era el líder de un movim iento 
at ípico, que había prosperado por fuera del establishment médico y 
del ámbito académ ico, que nunca habían aceptado de buen grado 
ideas y práct icas que se apartaban claramente de los cánones 
imperantes. Al m ismo t iempo, era indudable que el psicoanálisis 
estaba en vías de expansión y que, con su carácter sui generis, 
promet ía nuevas respuestas para viejos problemas, suscitando la 
cur iosidad de un público que iba m ucho más allá del grupo rest r ingido 
de los especialistas. En ese sent ido, la reputación de Janet y la fama 
de Freud tenían orígenes muy dist intos. 
En cuanto a Jung y Jones, los pr incipales representantes del 
psicoanálisis en el congreso, al que Freud decidió no asist ir , ambos se 
encont raban en una situación compleja. Jung venía distanciándose de 
Freud aceleradamente desde el año anter ior, en que había dado una 
ser ie de conferencias en Nueva York, en las que había puesto en 
evidencia sus diferencias teór icas sobre el carácter sexual de la libido 
y la importancia de la represión, más claramente aún que en su libro 
Transformaciones y símbolos de la libido ( JUNG, 1912) . La 
desconfianza de Freud ya era manifiesta y la ruptura definit iva 
parecía inm inente. Jones, por su parte (que había ent rado en 
contacto con Freud a t ravés de Jung) , acababa de volver a Londres 
luego de un exilio de cuat ro años en Toronto (1908-1912) , mot ivado 
por denuncias de sus pacientes. A su vez, en Canadá, había sido 
denunciado por una alum na de la universidad, por lo que regresó a 
Gran Bretaña. En esa época, int imado por Freud, debió realizar un 
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rápido análisis con Sandor Ferenczi, en Budapest (GROSSKURTH, 
1990) . No obstante lo anterior, Jones se perfilaba com o el gran 
art ífice de la organización inst itucional del psicoanálisis y como el 
hombre de confianza de Freud para estos menesteres. En 1911 fue 
m iembro fundador de la American Psychoanalyt ical Associat ion, y, en 
1912, luego de las disidencias de Adler y Stekel, y en medio de la 
disputa con Jung, logró convencer a Freud de la necesidad est ratégica 
de crear un “com ité secreto” compuesto por los discípulos más 
cercanos (ROUDI NESCO ; PLON, 1997) . 
Respecto del congreso en sí, para destacar su relevancia y su alcance 
verdaderamente internacional, cabe citar la manera en que lo 
anunciaba, var ios meses antes, un per iódico neocelandés: “El 
Congreso I nternacional de Medicina que tendrá lugar en Londres en 
agosto será uno de los eventos internacionales de mayor 
envergadura en muchos años, dice The Times. Para indicar su 
importancia, basta con citar los nombres de los invitados y la 
cant idad de part icipantes. El com ité organizador prevé la presencia 
de no menos de 5000 delegados médicos. Ent re ellos, cerca de 2000, 
probablemente, provendrán de Gran Bretaña y de ot ros países de 
habla inglesa; alrededor de 1000 de Alemania, 1000 de Francia y 
1000 de ot ros países. Para sus reuniones más importantes, el 
congreso sesionará durante t res días en el Albert Hall. Las reuniones 
de las dist intas secciones serán muy numerosas, ya que habrá 26 
secciones con sus subsecciones, la mayoría de las cuales se reunirán 
diar iamente. Por lo tanto, necesariam ente, los lugares de reunión 
estarán un tanto dispersos en var ias partes de Londres” 24. 
En 1881, esa ciudad ya había sido sede de la sépt ima edición de ese 
m ismo congreso, que contó con la presencia de figuras como Louis 
Pasteur y Thomas Henry Huxley. Para esta edición, en cambio, no se 
esperaban quizás tantas figuras, pero sí una concurrencia mucho más 
masiva. Ya en junio de 1913, el Brit ish Medical Journal anunciaba 
algunas partes del programa. El jueves 7 de agosto, Joseph Babinski 
y Max Rothmann (el director de Berlín) , debían inaugurar las sesiones 
de la sección de neuropatología, con una discusión sobre los síntomas 
del cerebelo y su signif icación. La intervención de Janet y Jung sobre 
el psicoanálisis estaba prevista para el viernes 8. Ese m ismo día, 
paralelamente, Joseph Déjer ine (el neurólogo franco-suizo) y Hugo 
Liepmann (un ant iguo asistente de Carl Wernicke, de Berlín) , 
animarían una charla sobre la afasia m otora, la anart r ia y la apraxia, 
que sería cont inuada por Henri Claude y Constant in von Monakow, 
ent re ot ros. A las 5 de la tarde, finalmente, en el Hospital Nacional 
Queen Square, se servir ía un té, para el que también se esperaba la 
concurrencia de las damas 25. 
 
 
6 La cr ít ica centenaria de Janet : el papel de los recuerdos 
Alejandro Antonio Dagfal 
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t raum át icos 
 
Según el relato de É. Roudinesco, en un día caluroso y húmedo, 
además de tormentoso, los organizadores invir t ieron el orden de los 
oradores, dando primero la palabra a Janet , que en realidad debía 
presentar su informe después del de Jung 26. El profesor francés 
comenzó explicitando su proyecto, en una muy larga alocución, que 
ocuparía más de 50 páginas de las actas (JANET, 1913). Frente al 
“psico-análisis” del vienés, cuyos discípulos presentaban “como un 
punto de vista nuevo” 27, como una “ revolución en la ciencia 
psicológica” , no sin cierta ironía, Janet decía no poder exponer todos 
esos estudios, tan numerosos como var iados. “Tam poco puedo 
aspirar a em prender aquí una discusión completa del psico-análisis, 
que no sólo toca todas las cuest iones de la psicología y de la 
psiquiat r ía, sino que aborda con la m ism a resolución todos los 
problemas de la gramát ica, de la lingüíst ica, de la literatura, de las 
artes y de las religiones; me siento incapaz de seguir el psicoanálisis 
en todos esos niveles. Me propongo un objet ivo mucho más modesto: 
quiero sim plemente buscar, en algunos puntos determ inados, lo que 
hay de característ ico y de nuevo en dichos estudios, para que así se 
encuentren los m iembros del Congreso en condiciones de discut ir los y 
de elegir –con conocim iento de causa– ent re la ant igua y la nueva 
psicología” (Janet , 1914a, p. 1) . Es decir que Janet , desde el inicio, 
situaba las doct r inas vienesas en el lugar de una supuesta novedad 
(cuya or iginalidad era necesario determ inar) , que se oponía a las 
teorías aceptadas por la comunidad m édica. Al m ismo t iempo, ent re 
líneas, denunciaba justamente aquello que hacía al éxito m ismo del 
psicoanálisis: el hecho de que t rascendiera el marco rest r ingido de las 
disciplinas psi para insertarse en debates intelectuales y culturales 
mucho más amplios, que no podían exam inarse a la luz de los 
métodos clínicos. 
En todo caso, las dos décadas t ranscurr idas desde los pr imeros 
intercambios de Janet con Freud habían dejado su huella. Janet ya no 
podía refer irse solamente a los pr imeros estudios publicados en Berlín 
y Viena, que rem it ían al método catárt ico (aunque se detuviera 
part icularmente en ellos) , sino que se vería obligado a tomar en 
cuenta el “psico-análisis” en sus dist intas acepciones, como teoría 
sobre el funcionam iento psíquico, com o método de exploración del 
inconsciente y como procedim iento terapéut ico, pero tam bién como 
movim iento inst itucional. No obstante, frente a esta polisem ia de la 
creación freudiana, Janet no disponía aún de un térm ino que le 
perm it iera unif icar toda su producción bajo un m ismo sintagma. Por 
ese mot ivo, probablemente, en este debate promovió el ant iguo 
“análisis psicológico” a esa categoría, lo cual le perm it ió contar con 
una apelación pasible de oponerse al psicoanálisis que pretendía 
impugnar. “Mis propios t rabajos me dan, tal vez, el derecho de t ratar 
Alejandro Antonio Dagfal 
1913-2013: a un siglo de ‘El Psico-análisis' según Janet 
Estud. pesqui. psicol., Rio de Janeiro, v. 13, n. 1, p. 320-376, 2013. 3 3 7 
de establecer esa dist inción [ ent re la ant igua y la nueva psicología] : 
El Sr. Freud ha destacado en sus pr imeras observaciones –con una 
amabilidad que le agradezco– m is invest igaciones sobre la hister ia. Y 
el Sr. K. Jung [ sic] , en su informe sobre las teorías de la hister ia, 
presentado en el Congreso de Amsterdam, ha tenido la bondad de 
señalar m i nom bre ent re los hum ildes precursores de la buena 
palabra 28. Los estudios aludidos cortésmente por los mencionados 
autores no tenían nada de revolucionario: se esforzaban en aplicar el 
análisis psicológico –con sus ant iguos métodos de observación y de 
inducción– a diversos síntomas patológicos. Puesto que de allí ha 
salido br illantemente el psico-análisis, es interesante constatar en 
qué dif iere. Y m i t rabajo t ratará de echar luz sobre la diferencia ent re 
el psicoanálisis y el análisis psicológico” (Janet , 1914a, 1-2) . En estas 
pocas líneas Janet resumía el objet ivo y los supuestos de su empresa, 
según veremos a cont inuación. 
En pr imer lugar, es claro que Janet no aspiraba a que se le 
reconociera la paternidad del psicoanálisis. Pretendía más bien, una 
vez más, dejar sentado el carácter pionero de sus estudios y teorías 
sobre las neurosis y de sus procedim ientos para abordarlas. Y daba 
por supuesto que el psicoanálisis no era más que una prolongación de 
esos estudios, teorías y procedim ientos, que entonces unificaba bajo 
el rótulo de “análisis psicológico” . De todos modos, para él, “pionero” 
no significaba “ radicalmente or iginal” ni “ revolucionario” . Janet 
consideraba sus propios t rabajos com o un paso más en la aplicación 
del método cient ífico en el dom inio de la clínica, basado 
pr incipalmente en la formulación de hipótesis acotadas y 
comprobables, y en la paciente acum ulación de observacionesa lo 
largo de los años. Por ese mot ivo, no podía dejar de atacar, una y 
ot ra vez, las pretensiones revolucionarias tan comunes ent re los 
freudianos, a tal punto que parecían cimentar su ident idad colect iva. 
En ese aspecto, no se t rataba tanto de una disputa ent re enunciados 
teór icos divergentes, como de una profunda diferencia sobre los 
modos de concebir la labor del cient íf ico y el avance de la ciencia. 
En segundo lugar, por oposición al psicoanálisis, ante ese público tan 
selecto, Janet buscaba inscr ibir su análisis psicológico en toda una 
t radición médica y psicopatológica que incluía a Charcot pero también 
a Claude Bernard. Desde esa posición de insider , t rataba a Freud 
como a un outsider , cuyas teorías, supuestamente or iginales, aún 
debían dar pruebas de cient ificidad. Su línea argumental tendía a 
most rar que lo que esas teorías tenían de verdadero no era nuevo, en 
la medida en que se basaba en el ant iguo análisis psicológico. Y lo 
que tenían de nuevo, según veremos, no era verdadero, toda vez que 
se t rataba de generalizaciones e hipótesis arr iesgadas, que se 
alejaban imprudentemente del cam ino de la ciencia. En ese sent ido, 
la opción ent re la vieja y la nueva psicología no era tal, ya que exist ía 
una sola psicología: la cient íf ica. Y el t rabajo de Janet sólo iba a t ratar 
Alejandro Antonio Dagfal 
1913-2013: a un siglo de ‘El Psico-análisis' según Janet 
Estud. pesqui. psicol., Rio de Janeiro, v. 13, n. 1, p. 320-376, 2013. 3 3 8 
de most rar hasta que punto la declamada revolución psicoanalít ica 
quedaba por fuera del dom inio de la ciencia psicológica. En ot ras 
palabras, la opción que presentaba a sus colegas era una falsa 
opción, un mero recurso retór ico, que tendía a subrayar los méritos 
de su propia teoría, m ient ras demolía la teoría r ival. 
Con este fin, Janet dividió su exposición en t res partes. La pr imera, 
dedicada a los “ recuerdos t raumát icos” , era una oportunidad para 
repasar, sobre todo, sus pr imeros t rabajos sobre la hister ia, 
destacando la deuda que Breuer y Freud tenían en ese respecto. 
“Tales invest igaciones [ las de Janet ] siempre fueron presentadas 
como interpretaciones hipotét icas y parciales de t rastornos 
neuropát icos. Los recuerdos t raumát icos parecen desempeñar un rol 
esencial en cierto número de casos, pero es incontestable que pueden 
no tener más que una importancia rest r ingida, o incluso pueden no 
tener ningún papel en ot ras observaciones” (JANET, 1914a, p 6) 29. 
Es decir que los m édicos vieneses se habían apoyado en estudios 
janet ianos que, si bien subrayaban la relevancia de los recuerdos 
t raumát icos, no pretendían tener la últ ima palabra al respecto, ni 
aspiraban a generalizar su existencia a todos los casos de neurosis. 
Se sobreentendía que esa generalización corría por cuenta de Breuer 
y Freud, que confundían el “algunos” con el “ todos” (del m ismo modo 
en que t ransformaban hipótesis provisor ias en ambiciosas teorías) . 
Respecto de la et iología de las neurosis, empero, el médico francés 
parecía hacer una concesión a los vieneses. Si bien hacía alusión a 
una mult itud de causas posibles, para que los recuerdos devinieran 
patológicos, ya no hablaba en térm inos de “ tendencia” sino de 
“estados” . Pero no se refería a los estados hipnoides mencionados por 
Breuer. “Para que [ el recuerdo] se vuelva peligroso hace falta que se 
encuentre con un estado mental m uy part icular, capaz de favorecer 
su desarrollo [ …] . Traté de resum ir lo con las expresiones 
angostam iento del campo de la conciencia, debilidad de la síntesis 
psicológica, descenso de la tensión psicológica, etc. El evento, para 
volverse peligroso y dejar un recuerdo t raumát ico, debe coincidir con 
este estado de depresión mental” (JANET, 1914a, p. 6-7) 30. 
Finalmente, más allá de las apariencias, lo que en 1893 se exponía en 
térm inos de “ tendencia a la disociación” ahora se explicaba 
directamente a part ir del estado resultante. Al m ismo t iempo, en 
algunos casos, ese “estado depresivo” podía ser consecuencia del 
m ismo hecho que había generado el recuerdo t raumát ico. Pero en 
ot ros, podía ser el or igen de una neurosis carente de recuerdos 
t raumát icos. 
“Ese era el balance de los estudios iniciados por el análisis psicológico 
sobre esta cuest ión cuando aparecieron, en el m ismo terreno, los 
t rabajos del Sr. S. Freud y de sus numerosos alumnos, que, según 
parece, debían revolucionarlo todo. Tengo que confesar, con mucha 
vergüenza, que al pr incipio no comprendí para nada la im portancia de 
Alejandro Antonio Dagfal 
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esa conmoción, y cándidamente consideré los pr imeros estudios de 
los Sres. Breuer y Freud como una de las más interesantes 
confirmaciones de los m íos [ …] . En efecto, esos autores most raban, 
con ejemplos muy bien escogidos, que algunos t rastornos eran 
consecuencia de “ rem iniscencias t raum át icas” , y sus observaciones –
constataba complacido– eran totalmente análogas a las m ías. A lo 
sumo cam biaban algunas palabras en su descr ipción psicológica. 
Llamaban psico-análisis lo que yo llamaba análisis psicológico, 
nombraban como ‘complejos’ lo que yo había nombrado ‘sistema 
psicológico’…; baut izaban con el nombre de ‘catarsis’ lo que yo 
designaba como una disociación de ideas fijas o como una 
desinfección moral [ …] . Considerando esas pr imeras doct r inas y 
observaciones, es un tanto difícil comprender en qué difiere tanto el 
psicoanálisis del análisis psicológico y dónde reside el ‘nuevo punto de 
vista’ que aporta a la psiquiat r ía” ( JANET, 1914a, p. 9-10) . 
Curiosamente, en lo sucesivo, t ratando de desent rañar “ la novedad” 
del psicoanálisis, Janet iba a aferrarse casi exclusivam ente a las 
concepciones freudianas decimonónicas (es decir , las menos alejadas 
de las suyas) . Para períodos poster iores, en una época en que 
práct icamente no había textos de Freud t raducidos al francés, iba a 
recurr ir a lecturas de segunda y tercera mano, ya sea de sus 
discípulos (Jung, Maeder, Jones, Ferenczi, Sadger, Putnam), de sus 
comentar istas (Regis y Hesnard) y, sobre todo, de sus crít icos 
(Ladame y Wells, part icularmente) . Era manifiesto que tenía 
dificultades con el alemán 31, y que prefería manejarse con el inglés. 
Así, se refería a algunas t raducciones de Brill y citaba numerosos 
art ículos recientes del Journal of Abnormal Psychology , de Boston, 
que el año siguiente publicaría una t raducción del texto completo del 
informe que estamos comentando (JANET, 1914d, 1914e) . Esa 
revista, dir igida por Morton Prince, ilust raba m uy bien la rápida 
penet ración del psicoanálisis en la psiquiat r ía norteamericana, de tal 
suerte que Ernest Jones se había convert ido en su director asistente, 
y que los pr imeros analistas bostonianos publicaban en sus páginas 
(como James Putnam, I sador Coriat , presente en el congreso de 
Londres, y John Donley) . Todos ellos eran citados en la conferencia 
de Janet tanto o m ás que Freud. La ot ra gran revista de referencia 
era L’Encéphale, Journal de Neurologie et de Psychiat r ie, dir igida por 
Joseph Déjer ine y Henri Claude, quienes exponían en ese m ismo 
momento en la sección de neurología 32. 
Janet tampoco encont raba en su método el aspecto novedoso del 
psicoanálisis. Por un lado, cr it icaba a Jung, quien alegaba que no se 
podía refutar el método analít ico sin haberlo ut ilizado. Por el ot ro, 
citando a Brill, a Maeder y a Jones, consideraba que el análisis 
prolongado del enfermo, durante var ios años, incluso, no tenía nada 
de or iginal. En cuanto a la asociación libre, la abordaba de una 
manera singular, como un mero procedim iento técnico de 
Alejandro Antonio Dagfal 
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Estud. pesqui. psicol., Rio de Janeiro, v. 13,n. 1, p. 320-376, 2013. 3 4 0 
observación, sin hacer alusión a su relación con los determ inismos 
inconscientes. En todo caso, el test de asociación de palabras de 
Jung, que Janet vinculaba a los laborator ios de psicología, le parecía 
más interesante que el disposit ivo freudiano, que descartaba sin 
mayores m iram ientos. “Los discípulos del Sr. Freud aconsejan ubicar 
simplemente al sujeto en un sillón, m ient ras que el médico se sitúa 
det rás de él y le dice que se deje llevar, que exprese en voz alta 
todos los pensam ientos que espontáneamente le vengan a la mente. 
Me parece un procedim iento mediocre y un tanto ingenuo, ya que, a 
pesar de todo, el enfermo se siente vigilado y acomoda sus palabras 
más de lo que uno se imagina, buscando producir cierto efecto. Creo 
que no habría que recurr ir a él a menos que no se disponga de ot ra 
posibilidad mejor. El enfermo debe ser observado muy a menudo, sin 
que lo sepa, cuando cree estar solo, como yo solía hacerlo (JANET, 
1914a, p. 11-12) . 
En cuanto a la interpretación de los sueños, le restaba or iginalidad, 
diciendo que ya en 1851, Antoine Charma, ent re ot ros, en su libro Du 
Sommeil, había m ost rado que las pasiones y los deseos de los 
hombres se manifiestan más libremente en los sueños. “Hallándose el 
alma en profundo reposo y en calma descubre como en un fondo 
claro sus verdaderos afectos y anhelos, y, m uy a menudo, lo que 
despiertos no osam os decir ni hacer se nos presenta en los sueños 
m ient ras dorm imos” (CHARMA, 1851, p. 851, apud JANET, 1914a, p. 
16) . No obstante, la crít ica apuntaba al método de interpretación. En 
vez de provocar los sueños, o de regist rar los m ient ras se producían, 
Freud se lim itaba a escuchar los relatos que los enfermos hacían de 
ellos horas o días después. Y luego, en lugar de cr it icar esos relatos, 
t rataba de explicar los por un pr incipio general: el sueño implica la 
realización disfrazada de un deseo sexual repr im ido. “Así, es bueno 
saber, para no perderse, que en los sueños una caverna o una casita 
significan siempre el órgano sexual femenino: la vulva; que una 
serpiente o un bastón significan el órgano masculino: el pene. Y soñar 
que se cam ina por un bosque significa que uno se pierde en el vello 
púbico” ( JANET, 1914, p. 18) . Una vez más, como en el caso del 
recuerdo, para Janet , a part ir de una hipótesis parcial (que algo se 
expresa en los sueños) el psicoanálisis llegaba a una generalización: 
que todo en el sueño expresa algo. 
 
 
7 El m ecanism o patológico de los recuerdos t raum át icos y su 
relación con la sexualidad 
 
La segunda parte de la exposición del filósofo-médico se refería al 
mecanismo patológico del recuerdo t raumát ico. Según él, ya Charcot 
había puesto el énfasis en la sugest ión como mecanismo psicológico. 
No obstante, él m ismo había propuesto un mecanismo mucho más 
Alejandro Antonio Dagfal 
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sencillo, el automat ismo psicológico, que hacía posible la persistencia 
del sistema de hechos, imágenes y movim ientos que const ituían el 
recuerdo. 
“Enriquecido de esta manera y fortalecido en medio de un conjunto 
de pensam ientos debilitados por la depresión general, se realizaba 
por sí m ismo, automát icamente, sin pasar por el intermediar io de la 
idea y la sugest ión, dando nacim iento a actos, act itudes, sufr im ientos 
y delir ios de dist intas clases” ( JANET, 1914a, p 20) 33. Y esta 
concepción del m ecanismo patológico, que desembocaba en la 
desagregación de la personalidad, a su juicio, ya había sido 
corroborada por sus am igos Morton Prince y Frédéric Paulhan, e 
incluso por psicoanalistas norteamericanos como Coriat y Donley, que 
ut ilizaban el concepto de automat ismo, sin necesidad de refer irse a 
expresiones como “conversión, t ransferencia y desplazam iento” , que 
probablemente aludieran a los m ismos hechos. “En realidad, pues, no 
se t rata en esas expresiones del psico-análisis más que de cambios 
de palabras, sin mayor importancia” (p. 22) . 
No obstante, en este respecto, quedaba un problema que sí parecía 
prestarse a disidencias mayores: el de las “causas de la 
subconciencia” , que Janet explicaba a part ir de la desagregación 
producida por la depresión, y que los freudianos entendían como 
resultado de la represión. “Ellos se preocuparon, sobre todo, de 
descubrir el mecanismo por el que se producía esta subconciencia, la 
razón que hacía pasar tal o cual hecho del dom inio de los fenómenos 
psicológicos concientes al grupo de los fenómenos subconscientes” 
(p. 26-27) . Janet prestaba especial atención a la explicación sobre los 
pensam ientos repr im idos que, por su carácter inadm isible, ent raban 
en conflicto con la conciencia y, según él, se convert ían en 
subconscientes. “La disociación ha sido el resultado de la represión. 
De esta manera, la conciencia no sufre más del conflicto, pero se 
angosta y se debilita” (p. 28) . Y aquí cabe hacer dos aclaraciones. En 
ningún momento Janet se refiere al inconsciente en su sent ido tópico, 
como un sistema con leyes propias, cuya existencia es anter ior a la 
represión de representaciones part iculares. Al m ismo t iempo, para 
t raducir el inconsciente freudiano a su propia term inología, se veía 
obligado a sustant ivar lo que antes no había sido m ás que un 
adjet ivo: además de mencionar actos y fenómenos subconscientes, 
comenzaba hablar de “ la subconciencia” y de “ lo subconsciente” 34. Y 
se asombraba de que esa concepción, que él había elaborado ent re 
1886 y 1889, hubiera tenido “ tan br illante dest ino” . Por un lado, los 
espir it istas y los ocult istas habían hecho de ella “un pr incipio 
maravilloso de conocim iento y de acción” . Por ot ro lado, “ la 
subconciencia se ha convert ido para los psicoanalistas en el pr incipio 
general y en la definición a pr ior i de toda neurosis” (p. 35-36) . 
De todos modos, el médico francés habría aceptado de buen grado la 
noción de represión, pero a modo de hipótesis a comprobar. Según 
Alejandro Antonio Dagfal 
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él, no bastaba con que esa explicación fuera posible para tenerla 
como exacta. Y ot ro tanto podía decirse sobre el problema de la 
t ransferencia. Si bien era sabido que m uchos pacientes 
experimentaban hacia su médico “una afección par t icular, a veces 
ext raña” , ella podía obedecer a fenómenos psicológicos muy diversos, 
como “ la sugest ión, la abulia, la incapacidad de concluir por sí m ismo, 
la necesidad de ser comprendido, la necesidad de ser dir igido y, 
sobre todo, la necesidad de ser excitado, tan importante en los 
deprim idos” (p. 34) . El psicoanálisis pretendía explicar estos m ismos 
hechos de manera mucho más sim ple: por la t ransferencia de las 
tendencias sexuales del complejo “hijos-padres” al complejo “sujeto-
hipnot izador” . “Una vez que se ha adm it ido que toda docilidad, sea 
cual fuere, es un símbolo de sent im ientos erót icos, que en toda 
neurosis hay una t ransferencia inconsciente de algo, las cosas pueden 
explicarse de este modo (p. 34) 35. 
La m isma crít ica podía ser extendida a la explicación analít ica de los 
lapsus, que más allá de la t ransferencia y la represión, podían 
obedecer a una mult iplicidad de factores, como “perezas de la 
voluntad y de la atención, detenciones en el desarrollo de tal o cual 
tendencia cuya tensión es insuficiente, fenómenos de agotam iento, 
preocupaciones, hábitos, asociaciones de ideas, sugest iones, etc.” (p. 
33-34) . Una vez más, la discusión se planteaba ent re un esquema 
monocausal, basado en la eficacia simbólica de complejos 
inconscientes, y una concepción plur icausal, que no tenía 
m iram ientos en contemplar factores heterogéneos, de diversos 
órdenes, en lamedida en que se t ratara de los agentes usualmente 
pr ivilegiados en las t radiciones imperantes. 
Si Janet no podía encont rar la diferencia ent re análisis psicológico y 
psicoanálisis en la interpretación de los recuerdos t raumát icos, en 
ot ros aspectos, esa diferencia no dejaba de parecerle “ real” y 
“profunda” . “No hay que buscarla en las observaciones y doct r inas, 
que son más o menos idént icas, sino en el método de estudio y en la 
concepción general que se hace de esas doct r inas” (p. 32) . En ese 
punto, el sim bolismo (y las interpretaciones a las que habilitaba) 
quedaba claramente por fuera de los cánones establecidos, tal como 
lo explicitaba el médico bostoniano Frederic Wells, en su “Crit ique of 
impure reason” , que Janet glosaba: “La t ransformación de los 
hechos… puede ser enorme; y de ella resultar que un hecho 
cualquiera signif ique lo que uno quiera. El autor agrega que se t rata, 
para él, de una concepción ingenua del determ inismo psicológico. 
Sobre todo, si no me equivoco, es una consecuencia de la confianza 
de los autores [ psicoanalít icos] en un pr incipio planteado de ent rada 
como indiscut ible; pr incipio que no se t rata de demost rar por los 
hechos, sino de aplicar a los hechos” (WELLS, 1912, apud JANET, 
1914, p. 35) . Así, una vez más, la dist inción ent re el psicoanálisis y el 
análisis psicológico se situaba menos en sus enunciados teór icos que 
Alejandro Antonio Dagfal 
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en un plano epistemológico, en el que lo fundamental era el t ipo de 
relación que se establecía ent re las leyes, los pr incipios y las hipótesis 
y su base empír ica. 
La tercera parte de la exposición de Janet se cent raba, finalmente, en 
el problema de la sexualidad. Las operaciones de lectura eran 
sim ilares a las empleadas en el resto del texto. Y a su vez no diferían 
mucho de las ut ilizadas dos décadas más temprano. Por un lado, se 
disolvía la or iginalidad del planteo de Freud, inscr ibiéndolo en una 
larga t radición que lo precedía (de Hipócrates a Charcot , pasando por 
Fillermay, Br iquet , Axenfeld y Huchard) . Por ot ra parte, se subrayaba 
que lo verdaderam ente novedoso era la generalización de ideas que 
ya habían sido aceptadas por la comunidad médica. “Me parece difícil 
afirmar que el análisis psicológico se haya desentendido de este 
problema y que no haya estudiado las relaciones de las 
perturbaciones sexuales con las neurosis” (p. 98) . Más aún, Janet 
adm it ía que t res cuartas partes de sus neurópatas padecían 
recuerdos penosos de contenido sexual. No obstante, era necesario 
determ inar cuál era el lugar que esas perturbaciones ocupaban en la 
enfermedad en su conjunto. “Pero poco importa, estamos de acuerdo 
con el Sr. Freud en relacionar el inicio de la enfermedad con el evento 
sexual. Por ot ra parte, desde hace mucho t iem po, todos los autores 
estaban de acuerdo en adm it ir la existencia de hechos de este t ipo” 
(p. 113) . Dicho de ot ro modo: a la luz de las invest igaciones 
existentes sobre el rol de la sexualidad en el las enfermedades 
mentales, resultaba r idículo situar en ese plano la supuesta 
revolución freudiana. 
Pero la parte más virulenta de la crít ica a las teorías analít icas sobre 
el rol de la sexualidad era la que se basaba en un t rabajo de Paul-
Louis Ladame, un psiquiat ra y neurólogo suizo que se había formado 
con Griesinger, en Wurzburgo, pero también en París, con Charcot . 
Durante los meses de enero y febrero, en L’Encéphale, había 
publicado un art ículo (div idido en dos partes) , “Névrose et 
sexualité” , que Janet citaba abundantemente (casi tanto como el 
t rabajo de Acher) . No obstante, a diferencia de Acher, Ladame 
forzaba los textos que comentaba de una manera un tanto inusual, 
haciendo decir a sus autores cosas muy alejadas de las que 
realmente afirmaban. Y Janet se servía de esos pasajes como si se 
t ratara de citas textuales. Así, por ejemplo, llegó a pensar que Freud 
aún daba un lugar preponderante a la neurosis de angust ia, y 
consideraba que esta últ ima se debía a un goce sexual incompleto, a 
un goce fallido causado, ent re ot ras razones, por el mal hábito del 
coitus interruptus. Pero esta prem isa, bastante fiel a la vieja 
concepción freudiana de las neurosis de angust ia, según Janet -
Ladame, el psicoanálisis también la hacía extensiva a las 
neuropsicosis de defensa, por lo que arr ibaba a las siguientes 
conclusiones: “Un coito normal y regular bastará siempre para curar 
Alejandro Antonio Dagfal 
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todos los t rastornos neuropát icos” 36. Así, supuestamente, Freud 
rogaba a los médicos que inventaran un preservat ivo capaz de 
prevenir las enfermedades y la concepción, para br indar un placer sin 
peligros. Más aún, Ladame hacía decir a Freud (el ent recom illado es 
de Janet ) : “Quien llegue a llenar esa laguna de nuest ra técnica 
médica habrá conservado la salud y la dicha de innumerables 
personas” (LADAME, 1913b, p. 179, apud JANET, 1914a, p. 106) . De 
este modo, con la ayuda de Ladame, Janet hacía que Freud llegara a 
generalizar justamente aquello que nunca había generalizado. 
En general, en toda la conferencia, llama la atención el hecho de que 
su autor se refiera la mayor parte del t iempo a la et iología t raumát ica 
de las neurosis, pasando por alto el viraje conceptual que implicó el 
abandono (o al menos la reformulación) de sus teorías 
decimonónicas. El lugar otorgado a las fantasías y las zonas erógenas 
(que aparece claramente en la bibliografía mencionada por Janet , 
aunque no en las partes que él elige citar) sería casi nulo, si no fuera 
por una alusión bur lesca de Ladame. Éste últ imo citaba a Kurt Mandel 
(en realidad, se t rataba de Kurt Mendel, un psiquiat ra ber linés, nada 
menos que el ant iguo director del Neurologisches Zent ralblat t ) , quien 
habría recreado la siguiente conversación sat ír ica ent re un padre y su 
pequeño: “Quizás no quisiste ir al inodoro antes de acostarte y 
rechazaste vaciar tu recto porque esperas obtener un goce 
voluptuoso de la defecación. Es por eso que te da placer retener tus 
excrementos” (LADAME, 1913b, p. 163, apud JANET, 1914a, p. 101-
102) . ¿Qué causas podrían haber llevado a Freud a urdir 
teor izaciones semejantes? Una vez más, Janet citaba a Ladame, 
quien, por su parte, se basaba en una explicación enunciada por 
Albert Fr iedländer en 1909: “Es que hay en Viena una atmósfera 
sexual especial, una suerte de genio, de demonio local que reina de 
manera epidém ica sobre la población. En ese medio, fatalmente, un 
observador es llevado a otorgar una importancia excepcional a las 
cuest iones relat ivas a la sexualidad” (LADAME, 1913b, p. 160, apud 
JANET, 1914a, p. 119) 37. 
Finalmente, el profesor francés term inaba de refutar a su colega 
vienés con la ayuda de un caso clínico. Se t rataba de Newy, una 
mujer de t reinta años, embarazada y recientemente casada, que era 
completamente indiferente a las solicitaciones de su esposo. Pero sus 
t rastornos no se agotaban en la esfera sexual, sino que se extendían 
a toda su personalidad. Por eso, Janet sostenía que su abulia genital 
era una manifestación de su abulia general: “Nada es m ío en este 
departamento… Pueden venir a llevarse todo, que no me quedaré con 
nada. No estoy atada a ningún objeto ni a ninguna persona” (p. 116-
117) . Según Janet , esos t rastornos, de carácter general, eran 
anter iores al inicio de las relaciones sexuales con el marido, por lo 
que resultaba incorrecto at r ibuir les un or igen genital. “Lo que prueba 
la exact itud de nuest ra interpretación es que esta enferma se 
Alejandro Antonio Dagfal 
1913-2013: a un siglo de ‘El Psico-análisis' según Janet 
Estud. pesqui. psicol.,

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