Logo Studenta

Discurso_ingreso_Antonio_Tovar_Llorente

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

A c . e . 8 C? 
REAL A C A D E M I A ESPAÑOLA 
LATÍN DE HISPANIA: 
ASPECTOS LÉXICOS 
DE LA ROMANIZACIÓN 
DISCURSO LEÍDO EL DÍA 3 I DE MABZO 
DE 1968 EN SU EECEPCIÓN PUBLICA, POR EL 
EXCMO, SR. DON ANTONIO TOVAR LLORENTE 
Y CONTESTACIÓN DEL 
EXCMO. SR. DON PEDRO LAÍN ENTRALGO 
M A D R I D 
1 9 6 8 
mmmmm 
L A T I N D E H I S P A N I A : 
A S P E C T O S L É X I C O S D E L A R O M A N I Z A C I Ó N 
F 
Ir 
i ^ f T -
•Sii. 
••MX' 
• 
•ji,-«. 
. . . . . . ^ ., 
g ; 
rV 
• • i 't-ÂTÊ'ivïfc,»'''^ •.'/lii-'.'ï,.. ' X'^-. 'ííi^.'r-... 
- ii-
, --..lì". 
••áVi'si-V, 
Í "W < 
iij.'.-ifc l'i > 1. . • 
f • _ , -- . 
« I l i 
'J-'. . 
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA 
LATÍN DE HISPANIA: 
ASPECTOS LÉXICOS 
DE LA ROMANIZACIÓN 
DISCURSO LEÍDO EL DÍA 3I DE MARZO 
DE 1968 EN SU RECEPCIÓN PÚBLICA, POR EL 
EXCMO. SR. DON ANTONIO TOVAR LLORENTE 
V CONTESTACIÓN DEL 
EXCMO. SR. DON PEDRO LAÍN ENTRALGO 
M A D R I D 
1 9 6 8 
Depósito legal - M-6.142-1968 
IMPRENTA AGUIRRK.-GRNERAL ALVAREZ DE CASTRO, 38.-TELÉFONO 2 2¡ 03 66.-MADRID 
D I S C U R S O 
DEL 
EXCMO. SR. DON A N T O N I O T O V A R L L O R E N T E 
SEÑORES ACADÉMICOS : 
( OMBNZARB dándoos las gracias rendidas por haberme 
concedido el honor de poder figurar junto a vosotros. 
La elección para ser miembro de la Academia es, en una 
sociedad como la nuestra, y en un momento de crisis en 
la cultura y en sus órganos, un honor tanto más apre-
ciable. Encontrarme incorporado a una tradición española 
viva y continuada de dos siglos y medio me da seguridad y 
apoyo. 
Me encuentro aquí entre mis nuevos e ilustres compa-
ñeros, comenzando por nuestro venerado Director, con 
varios de los antiguos colaboradores del inolvidable Centro 
de Estudios Históricos, donde me inicié yo también como 
alumno en los estudios de filología y lingüística, y aprendí 
hábitos de tx-abajo y constancia, y moral de eficacia y de 
modestia, y conciencia de los límites. Allí aprendí, conti-
nuando mis estudios en las Universidades de Valladolid y 
Madrid, el trabajo asiduo y metódico, la continuidad en la 
tradición científica, avanzando paso a paso sobre lo ga-
nado por los antecesores en el estudio de un tema, la mo-
deración en la discusión, la disposición a rectificar siem-
pre, en una palabra, los hábitos sin los que no puede des-
arrollarse de modo continuo el conocimiento humano. 
No considero todavía merecido el honor de pertenecer a 
esta Academia, y más cuando, no pudiendo invocarse mi 
actividad como creador literario, mis méritos como culti-
vador de la lingüística no son los de una carrera colmada. 
Espero dedicar en lo que de ella me reste buena parte a 
servir a la Academia en sus tareas. 
De la tradición histórica de nuestro país quizá el mo-
numento más grande y durable sea la universal lengua que 
hablamos. Ingresar en esta Academia, que cuida de ella, y 
que puede gloriarse de sus Diccionarios, desde el de Aitto-
ñdttdes hasta el iniciado y monumental histórico, es una 
invitación a su estudio, tanto más. tentador e interesante 
para mí cuando trabajo buena parte del año lejos del que-
rido suelo de España. Procuraré corresponder, pues, al 
crédito que Ía Academia me concede, y. habré de colaborar 
con mi diligente trabajo, sii'viéndola en su cotidiana lal>or 
de cuido de nuestro patrimonio lingüístico. 
Me corresponde suceder en esta Academia al Excelentí-
simo Señor Don Luis CebaJlos y Fernández de Córdoba, 
distinguido por sus estudios botánicos y que, desgraciada-
mente por corto tiempo, representó en ella ciencia tan im-
portante en la lexicografía. Continuó en esta casa la tradi-
ción de sabios como Colmeiro y Bolívar, y con lo que él 
modestamente en su discurso de entrada calificó de "afi-
ciones botánicas" pudo aportar conocimientos que son in-
dispensables en el seno de la Academia de la Lengua. Los 
vocabularios de Andrés Laguna, el traductor de Dioscórides, 
y de José de Acosta, por no hablar sino de los clásicos pri-
meros de nuestra ciencia botánica, inundan el diccionario. 
Como filólogo siempre he envidiado a los contados co-
legas que, como Bertoldi o Rohlfs, son capaces de distin-
guir por sí mismos las especies vegetales. Por eso necesi-
tamos de la ayuda de los conocedores de la naturaleza como 
mi ilustre antecesor en la Academia, en cuyas obras, se-
gún decía al recibirle el Sr. Sánchez Cantón, se admira 
el "escrúpulo científico, la claridad y sencillez en la for-
ma". Al comentar la flora del Quijote, describiéndonos los 
árboles y las plantas, ya echa de menos en Cervantes mis-
mo la curiosidad por la naturaleza, esa curiosidad que los 
españoles han tenido cuando su espíritu aventurero les ha 
llevado a descubrir medio mundo y que tan poco frecuen-
te es cuando se quedan en casa, por culpa acaso de una 
educación que cultiva la memoria y yo creo que la rutina. 
En las tareas que absorben, como más de una vez he 
oído decir, a la Academia, en el estudio de los neologismos 
y los términos técnicos que en nuestro mundo actual son 
cada vez más importantes, se notará la falta del señor 
Ceballos y Fernández de Córdoba, profesor de Botánica y 
Geografía botánica en la Escuela de Ingenieros de Montes, 
autor de libros cuyo título (por ejemplo. La reconstrucción 
de nuestras selvas, Pasado y presente del bosque en. la 
región mediterránea) atrae al que ama el suelo de España 
o al que se preocupa por las distintas condiciones econó-
micas en que se hallan en la actualidad muchos países de 
historia antigrua. 
No he tenido el honor de conocer al Sr. Ceballos y Fei-
nández de Córdoba, mas para mí es un lejano vínculo cor-
dial saber que era descendiente de la familia condal de Gon-
domar, de tan ilustres pergaminos y con un antepasado 
cuyos méritos como embajador en Londres en la época 
de Felipe I I I aprendí a admirar en Valladolid, pasando 
por delante del viejo palacio filipino, todavía adornado con 
los blasones gallegos de la estirpe, y asomándome con 
mi maestro y admirador suyo don Julián Rubio a los le-
gajos de Simancas donde se puede seguir su excepcional 
habilidad diplomática. 
Durante largos años he enseñado latín, he leído con 
mis alumnos en Salamanca, y en otras universidades, o 
los he repasado para mí, una y otra vez, los autores y las 
inscripciones, los documentos de la lengua. Más de una 
vez, al pensar en español, saltaba una chispa al contacto 
con aquellos textos, y descubría, o creía descubrir, los 
orígenes de las palabras nativas que he aprendido en la 
cuna. Hoy liega la ocasión de dar un orden a muchas de 
mis desordenadas papeletas para presentar ante la Aca-
demia algunos rasgos del latín español. 
Viniendo, pues, al tema que tengo el honor de expo-
ner, quisiera ofreceros algunas consideraciones sobre la 
conquista de Hispania por el latín, sobre qué palabras 
latinas caracterizaron desde el principio el latín de la 
Península, y cómo se estableció en ella la continuidad 
ininterrumpida que pervive hoy en los labios de caste-
llanos, catalanes, portugueses, como herencia de la coloni-
zación. 
Desde tiempos de estudiante, cuando me asomé, aún 
sin preparación, a los Orígenes del español de Menéndez 
Pidal, confieso que ya la primera frase de su prólogo me 
dejó inquieto y curioso : "No trataré en [este libro, decía,] 
los orígenes remotos de la lengua española, sino los oríge-
nes próximos, haciendo que lo que antes era una especie 
de prehistoria del español, entre, mediante la aportación 
de documentos nuevos, dentro de la historia propiamente 
dicha." 
La ambición de estudiar algo de los orígenes también 
remotos de nuestra lengua despertaba en mí al leer esto, 
y a la vez se me indicaba el método para lograrlo: se 
debía, mediante la aportación de datos nuevos, convertir la 
prehistoria en historia. Me confieso, pues, deudor en esta 
incitación y en este método a nuestro Director, y qui-
siera por ello en esta ocasión ofrecer a la Academia al-
io 
gunos indicios para aclarar el problema capital de los orí-
genes latinos del español. 
Los documentosque podemos examinar son desgracia-
damente escasos, y los resultados serán por consecuencia 
muy fragmentarios. Los orígenes próximos de nuestra 
lengua, que Menéndez Pidal ha estudiado con perfección 
que no tiene paralelo en las otras lenguas románicas, 
presentan un cuadro rico y coherente basado 6n los car-
tularios y documentos numerosos de la Edad Media. Pero 
en el estudio de los antecedentes remotos del español no 
podemos ofrecer sino atisbos incompletos. La lingüística 
nos ha enseñado primero que entre el latín y las lenguas 
románicas no hay solución de continuidad, pero nos en-
seña también que, aun sin solución de continuidad, el 
paso del tiempo va transformando una lengua hasta, di-
ríamos, desnaturalizarla, y modificar su tipo y su estruc-
tura (1). Las lenguas románicas, el español entre ellas, 
son latín vivo, la forma en que hoy se presenta la lengua 
de Roma; pero en esta verdad late una paradoja: son latín 
vivo, pero son lenguas distintas, y si Cicerón levantara la 
cabeza, no creería su latín lo que se oye en las calles y 
en las casas de Madrid o de la misma Roma. 
Los latinistas y romanistas han llegado a la convicción 
de que las dos posiciones extremas sobre el origen de las 
lenguas románicas tienen algo de cierto: el "latín vul-
gar" que sobrevive y se continúa en nuestras lenguas era 
por un lado uniforme y, al menos como ideal y norma, 
llegó sin diferenciar hasta el Medievo; mas, por otro lado, 
el germen de diferenciación local había sido llevado por 
cada grupo de colonos que imprimían su sello lingüístico 
(1) De este problema de la lengua en ol tiempo inc he ocupado en 
mi lección de presentación en la Universidad de Tübingen. que se 
Iwüa en prensa. 
I I 
a cada región de la futura Romania. Desde el siglo in, y 
sobre todo desde el ii antes de Cristo, cuando Roma co-
mienza a establecer a sus soldados y sus comerciantes fuera 
de Italia, los nuevos colonos de Cerdeña, de Hispania, etc., 
al separarse de su antigua patria, inician ya la diferen-
ciación. 
La teoría de la uniformidad, exigida por el método re-
constructivo de la lingüística histórica, llevaba al que fue 
maestro de romanistas en Nueva York, H. F. Muller, a 
defender que el latín de los documentos era lengua viva 
aún en el siglo viii, mientras que M. Kfepinsky, el emi-
nente romanista checo bien conocido entre nosotros por 
su trabajo sobre la inflexión fonética en el español, sos-
tiene que una vez establecidos los portadores de la roma-
nización en una provincia no hacían sino continuar un des-
arrollo autónomo e independiente (2). La diferenciación 
de los dialectos románicos se habría iniciado en España, 
según esto, casi mil años antes de la fecha en que los 
partidarios de la uniformidad ponen la muerte del latín. 
En realidad lo que se opone en estas opiniones extre-
mas son dos concepciones metodológicas, que son legítimas, 
y no tan incompatibles como parece, sino ambas necesita-
das de mutuo complemento y ayuda. Los materiales que 
nos quedan del "latín vulgar" son por esencia contradic-
torios y caóticos, como puede verse en la extensísima te-
sis doctora! del gran Hugo Schuchardt sobre el vocalismo, 
y muchas veces los romanistas han preferido desenten-
derse de este desorden, abandonar las formas reales que 
emergen en las "incorrecciones" de una ti^adición confu-
sa y refundir sobre la base de las lenguas románicas una 
reconstrucción unitaria y supuesta, obedeciendo a las le-
(2) Referencia a estos aulores citados, y a oíros muchos, puede 
hallarse en nil presentación del estado actual del estudio del latín 
vulgar, en Kratylos, IX { I96 i ) 113-134. 
12 
yes de la mente humana, que trabaja y se orienta en la 
caótica realidad mediante la abstracción. 
Si en los primeros tiempos de la filología románica 
predominó ese método de la reconstrucción, del asterisco 
puesto en formas deducidas, que tal vez se despreciaban 
cuando existían, después ha ido haciéndose lugar, dentro 
de los cuadros sistemáticos y coherentes del método riguro-
so basado en el postulado de la "unidad del latín vulgar", 
la variedad infinita y el desorden. Busquemos en esta di-
rección algunas peculiaridades del latín de Hispania. 
Un gran maestro de la filología románica, G. Grö-
ber (3), formulaba hace ya más de ochenta años una 
teoría que ha demostrado su solidez, y que precisamente, 
se vuelve a probar en los ejemplos que voy a presentar: 
conforme a ella, las características de los dialectos romá-
nicos dependen en buena parte de los rasgos del latín fun-
dacional, es decir, de la época en que los colonizadores 
romanos se instalaron en la región. Así tendríamos que, 
fuera de Italia, primero Cerdeña, luego Hispania (y en 
ella, por orden de arcaísmo, español, portugués, catalán), 
más tarde Galia (donde el occitano es un siglo anterior al 
francés) y finalmente Recia y Dacia, representan la im-
plantación de latín de distintas épocas, con lo cual la cro-
nología l'esulta determinante. 
Esta teoría, combinada con las geográficas de la es-
cuela italiana, de la neolingüística, tal como la han expues-
to M. Bartoli (4) y más recientemente G. Bonfante (5), nos 
(3) Vulgiii'! a Leinische Substrate romanischer Wörter, en Archiv für 
luMniscJie Lexikographie. I (1884), 204-54, 539-51: 17, 100-07, 276-88, 
421-13; III, 138-43. 264-75, 507-31; IV. 116-30, 422-54; V, 125-32. 234-42. 
453-36; VI, 117-49. Véanse on pai'ticular las páginas 210 y sigs., de la 
primera colaboración. 
(4) Sus principales trabajos se hallan reunidos en su libro Soj^i 
Oi linr/iiiatica spaziale.'Tarín. 1945. 
i'>) Apai'te de oíros trabajos suyos nos remitiremos al reciente-
13 
orienta muy bien sobre los aspectos léxicos del latín de 
Hispania que vamos a examinar, y nos explica sus rasgos 
arcaicos, fijados, como veremos en el léxico, a partir del 
desembarco de los romanos en 218 a. C. Así se han seña-
lado como arcaísmos léxicos de los dialectos románicos de 
Hispania: oír, hermoso, mesa, comer, hablar, feo, heder, 
enfermo, ir, malo, madera, mujer, preguntar, querer (en 
los dos sentidos de amo y de uolo), trigo, barrer, pedir, 
ciego, cojo, casos bien conocidos en que el esp. y el port., no 
siempre acompañados del cat., mantienen un latín más 
antiguo que los otros dialectos románicos. 
Pero la lectura asidua de los autores latinos arcaicos 
sirve para documentar en más de un caso rasgos del latín 
hispano y algo de los caminos por donde llegó. Tres de 
los más grandes escritores latinos de la época preclásica, 
Catón en la primera mitad del siglo ii, Lucilio en la se-
gunda y Varrón en el siglo l a. C., estuvieron en España. 
Catón y Varrón fueron generales: el primero cónsul, con 
mando en la Citerior en 195-94; el segundo legado de la 
Ulterior contra César en la guerra civil. Ambos escri-
bieron de agricultura, y del segundo sabemos, por él mismo 
que estuvo durante años en España y se ocupó aquí del 
cultivo del campo. El otro escritor, del que no poseemos 
más que fragmentos, es el poeta Lucilio, el creador de la 
sátira latina, tribuno con Escipión Emiliano en la campa-
ña de Numancia. 
Si para el nacimiento y desarrollo del español de Amé-
rica habremos de acudir a los cronistas o a los primeros 
descriptores de la naturaleza americana, seguros de hallar 
sus inicios en las páginas de, por ejemplo, Bernal Díaz 
nienLe piililinado L'lljeria nelle norme areali di JM, Bàrioli, en Siuili 
di lingua e letteratura spagnola, Pubbl. della Facollk di Magistero. 
Universidad de Turin (1965), 7-GO. Del tema trata también S. Mariner. 
F.IJI, I. 230-33, con oLras orienlaciones interesantes. 
li 
del Castillo o Gonzalo Fernández de Oviedo, de la misma 
manera tendremos en los escritores latinos que estuvieron 
en la conquista de España, aunque sean pocos y conoz-
camos fragmentariamente su obra, por un lado palabras 
hispánicas que eran .admitidas, con las cosas, en latín, y 
por otro, palabras, giros, usos gramaticales que con los 
soldados, comerciantes, empresarios de minas, colonos 
agricultores, tomabanpie en nuestro suelo y constituían 
el germen primero de la futura romanidad peninsular. 
El estudio de los restos de la obra de Catón ofrece al-
gunas sorpresas, más numerosas de lo que se podría es-
perar. Pero explicables si se piensa que especialmente su 
libro de agricultura refleja la técnica y las expresiones 
del siglo en que los romanos penetran en España y des-
arrollan el legado de las colonizaciones anteriores y de la 
tradición indígena. Catón (6) quedó especialmente vincu-
lado a la provincia que gobernó en un momento decisivo, 
y el nombre de Porcío, que se halla en inscripciones ro-
manas de Cataluña, Valencia y la región de Cuenca, con 
ejemplos dispersos valle del Ebro arriba y en la Héti-
ca (7), precisamente en las regiones donde el cónsul gue-
rreó con habilidad militar y política, atestigua que en la 
romanización fue adoptado el nombre del gobernante que 
repetidas veces a lo largo de su carrera intentó salvar a 
los indígenas de la depredación y abusos de los conquis-
tadores. 
De las palabras agrícolas catonianas que perviven en 
España me voy a limitar a tres o cuatro que descubren, 
a mi juicio, varios rasgos de la implantación del latín: 
{6) Algunas consideraciones más extensas sobre el tema de Gatrtn y 
el latin de Hispania las he enviado para el homenaje en prensa al 
profesor J. M. Piel, eminente lusista y romanista. 
(7) Véase el mapa 64 de FAementoK para un atlas antroponimico de 
la Hispania antigua de J. Untcrmann (Madrid, 1965). 
15 
se trata de palabras que llegaron en la primera época de 
la conquista, demuestran la continuidad de esta primitiva 
tradición romana en las regiones mozárabes del Sur, y son 
rastro visible de la agiicultura romana en la colonización. 
Sea la primera la palabra lebrillo, que se encuentra 
además en valenciano, balear y catalán (8). Nuestro sabio 
etimologista J. Corominas (9) señala que tanto la forma 
lebrillo como las catalanas Ilibrell, etc., son mozárabes, y 
como mozárabes se documentan ya en Sevilla hacia 1100. 
La palabra latina, cuya etimología es Umore y designaba 
toda clase de palanganas y barreños, para remojar aceitu-
nas o altramuces, para echar el aceite a que se limpiara 
de alpechín y heces, para medir vino, como vemos en el 
texto del propio Catón, más tarde, con el enriquecimiento 
y refinamiento de los romanos, labrum significa 'piscina 
para bañarse', y así la hallamos en Virgilio, Ovidio, Plinio 
el joven. Sólo como tecnicismo la tenemos en Plinio el na-
turalista y en Columela, y una vez en Virgilio (Georg., II, 
6) como concesión sin duda al viejo latín campesino. Por 
eso la palabra se perdió en todas las lenguas románicas y 
sólo quedó en la España oriental y mozárabe, donde Ca-
tón guerreó y sus contemporáneos se estaban establecien-
do y empezaban a ocuparse de la explotación del aceite, 
de tan gran poi'venir en la. Bética romana. 
Al cultivo del aceite corresponde también otra de es-
tas palabras catonianas : trapetum, término griego que se 
extendió con la industria en Italia, sobre todo en el Sur. 
Como en el caso de lebrillo, la difusión es también cato-
niana: se encuentra en esp. tra/piche 'molino de aceite, y 
luego de azúcar'. Hay que añadir que también se conser-
va con el mismo sentido en italiano del Sur. Y también 
tenemos en cat. trepitjar 'pisotear, especialmente pisar la 
(8) Meyer-Lübke, IÌEW, 4812. 
(9) Dlcc. crít. elimol. de la lengua castellana, II!, 61. 
16 
uva', que le parece a Corominas (10) un derivado mozára-
be, como la forma castellana, de trapetum; señala el mis-
mo etimologista, también de zonas mozárabes, los equiva-
lentes de trapiche: trapig en Gandía, 1536, y trayitz de 
c-onyamel en Mallorca, 1466. En la vitalidad de la palabra 
en la Península no cabe duda que fue determinante la 
importancia de la explotación aceitera en el Sur y Levante : 
el propio Catón (agr., 10, 4) habla de las molas Hispanien-
ses, ingenio que es una variedad perfeccionada del tra-
petum ( 1 1 ) . 
Otra palabra catoniana es pocillum. Catón (agr., 156, 
3) habla de un pocilio de barro, un pocillum fictile en el 
que se ha de poner una medicina al sereno de la noche. 
La palabra queda anticuada y no se registra más que como 
arcaísmo religioso (Livio y Plinio, con referencia a un mis-
mo hecho) o en un pasaje del anticuario Suetonio que nos 
habla de una taza que el itálico Vespasiano usaba de su 
abuela. Corominas (12) señala el aislamiento en que se 
encuentra la palabra castellana pocilio, que carece de 
todo otro paralelo románico, y no se encuentra en el 
Rom. etymol. Wörterbuch de Meyer-Lübke. Y sin embar-
go, como dice Corominas, "aunque es singular la tardía 
documentación del vocablo, apenas cabe duda de que es 
descendiente popular del lat. pocillum." Toda duda se des-
vanece si colocamos la palabra en el ambiente catoniano 
y explicamos así la supervivencia del arcaísmo. 
Otro téi-mino catoniano no pertenece a la agricultura, 
(10) IV, 547 y sig. 
fJ l ) La mola es el procedimiento más perfeccionado; sigue el Ira-
peiiiin, y llnaimonte, el más nidimentario es la solea, un rodillo de 
piecii'a que vuelve una •j' oLra vez. Tenemos algunos monumentos an-
tiguos que ilustran estos distintas tipos de almazara, reproducidos y cx-
pliciaUus en la conocida obra de H. Blíinmer, ijn el Daremberg-Saglio y 
ei P.'í.ulv-"\Vissnwa, 
(12) III, 535 b. 
17 
sino a la cocina popular. Se trata del pequeño problema 
del origen de la forma mostachón 'pasta de mazapán', que 
a mi me es familiar en la forma mostacho 'especie de 
bizcocho redondo' de Morella, en el Maestrazgo. Coromi-
nas (13) se pregunta si tendríamos aquí una derivación del 
italiano mostacciiiolo, de semejante significado y origen, 
pero que ofrecería dificultades fonéticas y de cambio de 
sufijo, las cuales piensa él que se resolverían mejor con 
una derivación mozárabe, como precisamente ocurre con 
las otras palabras catonianas que estamos comentando. 
Catón en su librito (agr., 121) nos da la receta de los 
mustacei, para los que se requería harina, anís, comino, 
grasa y queso, palo de laurel y hojas del mismo árbol para 
poner debajo de las pastas al cocerlas en el horno. El 
nombre se ha mantenido hasta ahora en nuestro romance, 
aunque en vez de con mosto se endulcen con azúcar, y los 
nuevos gustos los hayan hecho sin duda más suaves al pa-
ladar. 
Vemos, pues, en estas palabras de Catón que sobre-
viven cómo llegaban los colonos romanos con su agricul-
tura, sus vasijas, su vieja repostería. Si nos acercamos 
ahora a los fragmentos de Lucilio, nos vamos a encontrar 
con fuertes términos de jerga soldadesca. El caballero la-
tino escribió en sus sátiras recuerdos de su campaña en 
España, en aquella ocasión en que Escipión tuvo que co-
menzar por devolver moral y disciplina a su ejército. 
En el millar de versos sueltos e incompletos que po-
seemos en citas de Lucilio hay algunas palabras que pa-
rece se las estamos oyendo a los rudos soldados del cuerpo 
de guardia de Escipión. Alguna ha quedado acaso en nues-
tro romance para decirnos que los rasgos léxicos de la len-
gua arraigan en los tiempos de la misma conquista. En 
(13) ni, 454 y s!g. 
18 
Lucilio nos hablan los conquistadores, y oímos las palabras 
que aprendían los indígenas romanizados de los soldados 
y colonos que se quedaban en su nueva patria. Son pala-
bras expresivas y groseras, insultos o términos de jerga 
soldadesca, que reconocemos en Lucilio como antepasados 
de voces nuestras. 
En un caso se trata de una expresión originariamente 
vulgar y grosera. En latín significaba rostrum 'pico' de 
ave o 'espolón de nave', o bien 'hocico o boca de animal', y 
es en un tono jergal e insultante como lo hallamos signi-
ficando 'cara humana, rostro'. Así aparece en la literatura 
latina comenzando por Plauto (Men., 89) : komini rostrum 
deliges, algo así como 'coser el pico a un hombre'. Pero 
el tono violento lo tenemos en tres pasajes de Lucilio: 
' designati rostrum praetoris pedesque (210 Marx). 
i rosti'um lÁbeasque hoc uoeiferantispercutió (336). 
i baronum ae rupicum squarrosa, incondita rostra (1121). 
i 
1 No puedo menos de traducir estos versos, pero habré 
I de excusarme por verme obligado a buscar equivalentes de 
; estas expresiones en un lenguaje bien poco académico (si 
! aceptamos el sentido más convencional de esta palabra). El 
I satírico latino alude al "morro y las patas del pretor elec-
to", dice alguien en sus versos que "golpea en la jeta y 
1 en los hocicos al que así vocea", y finalmente Lucilio 
j alude a "las barbas casposas y sin afeitar de rústicos y 
i ganapanes". Pero rostro es en español y en portugués una 
palabra noble, que precisamente no se halla en las otras 
lenguas románicas (14). 
(14) Tamhitín he desarrollado con pruebas más minuciosas, que 
aqiii serían insoportables, e! lema do Lucilio y el latín de España, 
enviado a Milán para el liomenajp, al profesor V, Pisani. Con referencia 
en especial a rostro, el rumano rost signiflcaba 'boca, voz', nunca 
'cara', por lo que lo consideramos de otra tradición, distinta de la 
que ha pervivido en español y portugués fdisoutido sí en catalán). 
19 
El último verso aludido nos lleva a tratar de una eti-
mología románica muy difícil : la de varón y harón, con 
V y con h. ¿Son dos palabras? ¿Son sólo una? Coromi-
nas (15) se inclina en el último sentido, y con él casi todos 
los etimologistas que se han ocupado del problema. Pero 
nuestro don Vicente García de Diego (16) deriva sin du-
dar varón con v del latín baro, es decir, de la palabra que 
hallamos en Lucilio, y nosotros creemos que esta opinión 
está perfectamente justificada. La hemos traducido como 
'ganapán, bruto', y en otros textos latinos se halla con el 
significado de 'necio, tonto' (Cicerón), 'torpe' (Persio), 'at-
leta, hércules' (Petronio). Pero con valor no peyorativo, de 
'ganapán, atleta' se pasa a 'varón', es decir, en términos 
menos académicos, lo que algunos llaman ahora 'macho' o 
algo así. En un pueblo que ha conservado sus rudas cos-
tumbres, el de los albaneses, el latín baro pervive en la 
palabra beruo 'pastor' (17). 
Los romanistas han preferido, en general, identificar 
varón y barón y aceptar para ambas voces la noble deri-
vación germánica, pero la vei'dad es que en italiano 6a-
rone se halla con la significación de 'infame, miserable, 
canalla', y esto procede mucho mejor del baro luciliano, 
el mismo que en nuestra lengua se ha ennoblecido de mane-
ra explicable, aunque siempi-e con una uve que lo distin-
gue de su aristocrático homófono. 
Todavía tengo un par de términos insultantes que apa-
recen como en boca de soldados de la guerra numantina. 
Uno es gumía, vocablo raro, que se halla sólo en Lucilio 
(y en pasaje de Apuleyo que lo imita), y escrito, como otras 
muchas voces insultantes (uinose, fatue, moece) en unas 
fichas de marfil que los romanos usaban, no sabemos cómo. 
(J5) T, 403. 
(IG) Dinriontirio etimológico espafiol e hisptìnico (Madrid. lOB'O- 045. 
(17) E. gabej, Die Sprache, XITT. 48. 
20 
para un juego bastante divulgado (18). Como ya señaló 
F. Bücheler (19), uno de los más grandes latinistas que 
ha habido, gvmia reaparece con el mismo significado en 
el esp. gomia, 'tragón'. La palabra se registra misteriosa-
mente en nuestra lengua y en niguna otra románica, por 
lo menos desde el siglo xv, y la usa el propio Cervantes. 
No hay ninguna dificultad fonética en derivar gomia 
de gumia, que además podría ser más itálica, es decir, 
umbra, que latina, pues en las tablas íguvínas hallamos 
por dos veces s i f k u m i a f , si gomia, con el significa-
do de 'puercas preñadas'. Se trata, pues, de una palabra 
popular, que desde los soldados de la guerra de Numancia 
ha quedado con vida en la lengua hasta el Quijote y el 
Persiles, y en Valladolid todavía. 
Contrasta, como sabe todo estudiante de filología romá-
nica, la forma antigua comer, en español y portugués, con 
los derivados de tipo más reciente, de un origen bajo y 
jergal que es manducare, en catalán, francés, provenzal, 
itahano, etc. Pero Lucilio nos da la clave de la vitalidad de 
comedere con otro insulto equivalente a gumia, que es el 
antecedente de nuestro comilón. El poeta que invocamos 
como testigo del latín llegado a España dice en uno de sus 
versos : 
uiuite lureones, comedones, uiuite uentñs (75 Marx). 
Y con Lucilio sólo Varrón, el tercero de nuestros autores, 
vuelve a usarla en lo que poseemos de literatura latina 
(Menipeas 317 Bücheler). La palabra pervive en el esp. co-
milón y comelón, port. comiláo, con desinencia seguramen-
te asimilada a dormilón, pero más fiel a la forma latina 
(18) Ch. Hülsen, Rom. Mitteil, XI, 2.̂ 0 y 232. 
(19) Rhñnischi'.s Museum, XXXVII I , 52.V25. 
21 
antigua en esp. comedón, port, come.dào 'acne o granito 
con un punto negro'. 
En una expresión satírica y vivaz llama Lucilio a unos 
viejos 
rugosi passique (557). 
Les aplica el término, vivo en las lenguas románicas, que 
se usa para las frutas secadas al sol y al aire, para las 
pasas, los higos, etc. Pero la extensión del sentido de 
passu3, part, de pando, a otra cosa que a frutas, para sig-
nificar 'secar, arrugarse' no va más allá de los romances 
de nuestra Península y de Occítania. 
Y terminaremos los hispanismos que rastreamos en 
Lucilio con el adverbio demagis (528), cuyo mantenimiento 
en el texto fue defendido por Bücheler (20) contra Lach-
mann, precisamente alegando el esp. demás, cat. demés. El 
gran latinista explicó precisamente el pasaje del poeta 
comparando la sintaxis de la expresión nuestra "el de-
más vino". 
Del tercer escritor latino que vino a España, el gran 
polígrafo Marco Terencío Varrón, comenzaré por decir que 
por una parte nos confirma negativamente que los-térmi-
nos de nuestra agricultura proceden no de su siglo, sino 
del anterior. La línea que lleva del labrum catoniano a 
nuestro lebrillo no pasa por él, ni tampoco la de pocilio o 
mostachón. En cambio hallamos en su obra palabras sol-
dadescas lucilianas : rostrum, comedo, que ya hemos visto 
perduran en nuestro romance. 
En Varrón enconti-amos también un antecedente de 
cabeza., palabra que "reemplazó a caput en port, cabeca, 
en castellano, en corso cavezza y en el antiguo dialecto de 
(20) Trabajo citado en la nota anlerior, también publicado en sus 
Kleinc Schriften, H, 467 y sig. 
22 
Sásari kapitha" ; en catalán, nos sigue diciendo Coromi-
nas (I, 556), cabeca subsiste, pero restringida frente al 
más conservador cap, y aplicada "donde predomina el em-
pleo colectivo: cabecea de bestiar, ... cabeces d'alls" (ibid., 
557 a). Capitium llamaban los romanos al agujero de la 
túnica por donde se pasaba la cabeza o a la túnica misma, 
y en este sentido lo usa Varrón (De Ung. Lat., V, 131), con 
una explicación etimológica falsa; otra vez vuelve a usai' 
Varrón la palabra (Men., 58 Bücheler) en un contexto 
bastante difícil. Y también la tenemos en Laberio, un es-
critor de mimos contemporáneo suyo (fr. 61 Ribbeck), 
que parece explicarla con las palabras tunicae pittacium. 
Estos significados de la palabra parece que aproxima-
damente se conservan en el esp. cabezón 'tira de lienzo dô 
biado que se cose en la parte superior de la camisa' (lo que 
según los Diccionarios académicos también se llama ca-
bezo), o 'abei'tura que tiene cualquier vestidura para po-
der sacar la cabeza'. Un plural de capitium, que en latín 
también significaba 'capucha', capitia, terminó sin duda 
por servir para designar familiarmente la 'cabeza', sobre 
todo en los romances peninsulares, español y portugués, 
aunque, a pesar de Sofer, el estudioso de los elementos 
románicos en San Isidoro, no se halle ya en el etimologista 
visigodo el significado (21). 
Varrón, por otro lado, es el gobernante culto, que hace 
una campaña colonial y da noticia de las cosas y palabras 
que observa. Más aún es un erudito, un infatigable cu-
rioso, que anota y recuerda: de la comida hispana, la mu-
raena Tartessia y la bellota del interior, la glavis Iberica, 
en sus sátiras (403 B.). También en ellasmenciona la 
caf.t.ra, el típico escudo de los celtíberos (88 B.). Nos da 
también el nombre español del vino, bacca (Be Ung. Lat., 
(21) Corominas I, 557 y 558. 
23 
VII , 87), nombre misterioso, que sobrevive en el gallego 
hago de uva, o en el término bago 'uva', que se conserva 
en el Bierzo, Salamanca, Extremadura y Canarias (22) ; se 
trata, sin duda, de una palabra cultural, emparentada con 
el nombre de Baco, y venida, con el designado, del Medi-
terráneo oriental, la tierra del bíblico Noé. 
El conejo, animal heráldico español, nos dice el gene-
ral pompeyano en su libro Res rusticae (III, 12, 6) que 
se ha llamado así con nombre originario de la Península, 
y a propósito presenta a uno de los interlocutores del diá-
logo que es esta obra recordándole que pasó tantos años en 
España, que introdujo en Italia conejos domésticos (23). 
También escuchó el latín que se habla en España por 
familias de colonos que llevaban tal vez siglo y medio eu 
el país, y una palabra, cenaculwn, encuentra que se dice 
lo mismo en Córdoba que en Lanuvio en el santuario de 
Juno y en todo el Lacio (De ling. Lot., V, 162). 
Los tres grandes escritores romanos que tomaron paite 
en las guerras de España nos confirman, pues, en lo que 
latinistas y romanistas han deducido del estudio de los 
romances peninsulares : que rasgos decisivos de ellos ai'ran-
can de los días de la conquista. 
Para aportar alguna luz más al capítulo de la lexico-
grafía hispano-romana (24) voy a recordar unas palabras 
más que son peculiares de nuestro romance, heredadas 
sólo o principalmente en la Península, y atestiguadas eii 
autores de los siglos de la conquista, especialmente en el ir 
antes de nuestra Era. Un libro titulado Lo plautiTW y lo ro-
mánico, es decir, los elementos del latín preclásico con-
servados en el latín viviente luego en nuestras lenguas, 
(22) Corominas 1, 3i>4, 
(23) Res rust, III, 12. In Hispania annis Ha fuisti multis, ui 
inde te cMnicvlos persecutos credam. 
(24) Puede verso un.T revisión del fema del léxico latino en la Pca^ 
Insula hispánica en la ELll, I, 199-236, por S. Mai'incr Bigorra. 
84 
me ha tentado siempre, pues el gran latinista que lo pu-
blicó no hizo sino rozar el tema e iniciar así un gran pro-
grama de estudio. La lectura de los autores arcaicos latinos 
despierta en el lector español muchas veces la sorpresa de 
encontrarse con algo propio. 
Por ejemplo, cuyo, vivo hasta por lo menos ayer en 
nuestra lengua, se encuentra en la litei'atura de los siglos 
de la conquista, en Plauto, en Terencio, en Lucilio (25) : 
cuius, cuia, cuium, nos dice uno de los más recientes tra-
tadistas del latín vulgar (26), "reaparece apenas en Vir-
gilio y Cicerón en contextos particulares y hace pensar 
que es arcaísmo. Pero el testimonio de las lenguas romá^ 
nicas (log. kuyu, esp. cuyo, port. cujo) devuelve a esta pa-
labra la vida que los monumentos escritos le niegan" (27). 
Había quedado viva, podemos precisar, en las provincias 
de colonización más antigua, pero en Roma era un ar-
caísmo, un rustícismo que sabemos que los literatos de la 
época le echaron en cara a Virgilio cuando la usó en boca 
de uno de sus pastores. 
Tenemos en esp. la palabra berrido, y muy vivo el verbo 
herrar en el noroeste, desde la Montaña hasta el portugués. 
Se trata de una onomatopeya, cierto, que Corominas y 
García de Diego (28) derivan de uerres 'verraco', pues 
decimos chillar como un verraco. Pero pudo quedar en Es-
paña la voz harritus (ciertamente atestiguada tarde, en 
Suetonio, Paulo-Festo, Apuleyo, Vegecio, Amiano, Porfi-
rión, las glosas: v. Thes. l. Lat., 11, 1756 s.) porque es el 
(25) Ncue-V^''agener, Formenlehre der lateinischen Sprache, II, 471 
y sig. 
(26) V, Vüäniinen, Inlroducciön al latín vulgar, Irad. esp, (Madrid. 
Í967), 20. 
(27) La geografia hace inaceptable la difusión de la palabra cums 
a consecuencia del uso de Virgilio como texto en las escuelas, según 
propone Manner, l iLI I I, 204. 
(28) Respectivamente en. el Dicc. crlt, I, 448 y en.Bíimo/. españo-
las, 460. 
' 25 
téi'tnino latino que se aplica al 'berrido' del elefante, que 
sin duda impresionó a los habitantes de la Península en 
el primer siglo de la conquista, desde Aníbal hasta por lo 
menos el año 141, cuando el rey africano Micipsa sumi-
nistra aún elefantes a los romanos para sus guerras en 
España (29). 
Otra palabra antigua, ausente de la literatura, excepto 
en un uso en Ennio (Ann.', 328 Vahien) y en glosas tardías, 
es cansar. No es castiza latina, sino griega, tomada por 
los romanos en sus primeras aventuras náuticas en las 
guerras púnicas, y significa 'doblar, especialmente un 
cabo'. Es palabra que se halla en italiano, pero como Co-
rominas dice (I, 637) "en el sentido de 'fatigar' es propia 
del port., el cast, y el cat. y las hablas languedocianas del 
Hérault". 
Del verbo fardo 'embutir' tenemos en latín dos parti-
cipios, uno antiguo, fartus (y fartura, que se halla en Va-
rrón, Columela, etc.), y otro más reciente, analógico, far-
Su distribución en románico ya fue señalada por Grö-
ber (30), que dice que fartus caracteriza a los tres roman-
ces peninsulares, frente a los descendientes de farsu^ del 
francés, provenzal e italiano. Otra vez la palabra hispano-
romana coincide con textos preclásicos : se halla en Ennio 
(Ann., 514, V., equus qui de praesepibv^ fartus) y pervi-
ve hasta un tardío escritor español, San Paciano, culto 
obispo barcelonés del siglo iv, que dice conuiuio farti 
(Paraen., 10, 2, pág. 152, Rubio). 
Se ve que el sentido especial de 'harto' que tiene la pa-
labra en nuestra Península se encuentra preludiado en la 
época de la conquista. El sentido propio nos lo da Varrón 
(De ling. Lat., V, 111) al hablar de un embutido: fOA'tum 
(89) Blocli-Carcopino, Ilistoire romalne, II. 1 (París, 1940), 290. 
(30) Archiv für lat. Lexikogr., II, 283. Véase también Corominas, 
II, 884. 
26 • 
intestinium a crassundiis Lueanam dicunt. También otros 
escritores, como Cicerón (Ad fam., IX, 16,- 8), Marcial 
(IV, 46, 8; XII I , 35), Estacio (Silu., IV, 9, 35) recuerdan 
esta variedad de chorizo, cuya receta nos da Apicio (IV, 
61). La palabra Lucana, un tanto desfigurada por etimo-
logía popular, pervive en nuestra lengua como longaniza, 
y para confirmarnos de su verdadera etimología ahí tene-
mos las formas vascas lukainka y lukaika, que han 
conservado mejor el nombre de la lucanica (31). 
Otra peculiaridad del español, acompañado como de 
costumbre en este tipo de palabras por el portugués, y con 
algún resto en la Italia meridional (32), es el uso de pema, 
que en latín clásico se aplica a la 'pata' o —en la carnice-
ría o la cocina— a la 'pierna' de animal. Pero pierna 
prueba que, como ya vio Wólfflin (33), los legionarios de 
la conquista de España aplicaban el término a la pierna 
humana, y así lo tenemos en Ennio (279 V.), que se refiere 
a que en una batalla a los vencidos romanos 
pemas succddit iniqxia superbia Poeni. 
Cuando Tito Livio se refiere seguramente al mismo suce-
so se cuida mucho de usar la palabra anticuada y decaída, 
y nos dice que los romanos (XXII , 51, 7) quosdam uiuos 
suecisis feminihtís poplitibnsque inuenerunt. El lexicógrafo 
Festo (396, 24 y 397, 7 Lindsay), que representa la más 
sabia tradición gi-amatical romana, al transmitirnos este 
fragmento enniano, nos prueba que una palabra viva en 
la lejana Hispania, con vida que dura aún, podía no ser 
(SI) Véase para la misma etimología que defendemos Corominas. 
IJl, 129 y sig. 
(.32) Corominas, III, 783b. 
(33) Archiv für lat. Lexikogr., VIII, 598 y sig'. Vi'ase lamliiiín 
Bonfante, art. cít., 39, 
27 
ya entendida en las escuelas de la capital, y así glosa el 
castigo púnico explicando que los mppernati son aquellos 
quibus f emina sunt succisa in modum suillai'um pemainm 
'a quienes se les cortan las piernas al modo de los jamones', 
mas en realidad no se parecía en nada a ese corte de la 
matanza de los cerdos, sino que era desjarretar. 
Dos indefinidos peculiares del español,nada (que es 
también portugués) y nadie, previenen del antiguo latín de 
los cómicos Plauto y Terencio: res nata significa en una 
serie de pasajes plautinos (34), en uno de Terencio (Ad., 
295), otro de Lucilio (962 M.) y en cartas de Cicerón (35), 
así como más tarde en Apuleyo (36), 'circunstancias, tal 
como están las cosas', y Donato al comentar el pasaje, te-
renciano que nos interesa dice que e re nata "proprie di-
cimus de his qui contra uoluntatem nostram acciderunt". 
Como dice Corominas (III, .490) esta locución empleada 
con negación pudo tomar "el valor pronominal e indefinido 
que es propio de nada". 
En efecto, la expresión latina subsiste rehecha en la 
forma nata causa en documento leonés del siglo X, y se 
registra en la Crónica del Condestable M. L. de Iranzo 
(año 1461): nada otra cosa fazían... sino cortar y co-
ser (37). 
Paralela a esta expresión es natus nemo, que se halla en 
cinco pasajes plautinos (38), exactamente casi como omne 
nado en el Cantar del Cid o en Juan Ruiz (39). De este 
natus tenemos nuestro antiguo nodi (como otH, otrio de 
otro, explica Menéndez Pidal l. cit.). 
'34) Cas. 343. liacch. 218. Truc. 962; niül transmiUfln en Men. 737, 
Soíirc la palabra puede verse Vaanilnen, op. cit., pág. 204, 
(35) Ai% Aft., VII . 14, 3, XIV. 6, 1. 
(36) Met. IV, 3. 11 y 14; V, 71 IX, 6. 
(HT] Meníndez Pid.il. Orígenes, S5i. 
(38) Moi-C. 402 y 451, Pseud. 26 y 297, Cfl.s, 294. 
(39) Menéndoz Pidal. Cantar de Mió Cid, I. 259. 
28 
Para el origen de ninguno (y cat. ningú, pero prov. 
negú), cuya segunda n se ha de explicar analógicamente, 
como las de nin y aun (40), yo creo que hemos de acudir 
a una forma ningulus que hallamos en Ennio (Ann., 
180 V.), la cual Meillet (41) proponía colocar entre las 
creaciones artificiales del poeta poliglota. Pero es el caso 
que, en poesía tradicional, en una cita del legendario vate 
Marcio, que fue el primero, al decir de San Isidoro 
(Orig., VI, 8, 12), en componer por escrito proverbios, 
y cuyos dichos estaban de moda durante la segunda 
guerra púnica (Liv., XXV, 12, 2), volvemos a hallar 
la palabra (Fragm. poet. lat., 6 Morel) Dado que se ex-
plica como una consti'ucción analógica sobre singulus, pudo 
influir en su consei'vación en Hispania precisamente la 
vitalidad de este distributivo, que pervive exclusivamente 
en nuestro sendos. 
Para confii-mar este arcaísmo de la edad enniana ale-
garé otro ejemplo curioso: del poeta Nevio cita Varrón 
(De Ung. Lat., VII , 108) una forma sarrare como variante 
de serare, verbo derivado de sera, la 'tranca' o 'pestillo'. 
La forma románica se halla extendida, pero con el signifi-
cado preciso de cerrar es característica del español (42), 
(40) Mein5ndez Pidftl. iWrt., 152 y 290-
(41) F.xquisse d'une histoire de In luJifiue ¡atine, pág. 196. 
(42) Bonfanle. art. dt . 34. Ernout-Meíílet DELL^ 1887, dan una ex-
plicación excelente de la forma con doble r: es por analogl,i. de serrn, 
debido a la forma del peslillo en cerraduras antiguas que los arqueó-
logos han podido estudiar. La forma sarrare está atestiguada perfec-
tamente on el texto de Varrón. donde los editurea suelen dar sardure, 
tomado de Paulo (429. 8 Lindsay). Desgraciada men le no poseemos en 
este punto el texto de Posto, pero la autoridad manuscrita de Varrón 
y la confirmación en las glosas y en la dosccndencia románica no debe 
prevalecer contJ'a saneare. Mas con todo, el último editor -do Novio 
(Deli. Puri. fr. 50 Strzelecld) sigue con sardure, abandonando e! narrare 
de Klussmann y otros antiguos editores. Sarrare en Nevio significaba 'en-
tender', figurado del literal 'abrir'. El cambio a! sentidn niodernn de 
cerrar' proviene de compuestos como obséro y resero, y no aparece 
sino en aulores medievales como Venando Porlunato, Los diccionarios 
29 
incluso con formas sarrar en esp. y port. ant. que quizá 
no sean tan del todo fonéticas como las explica Corominas 
(I, 780). Que se trata de un arcaísmo arraigado en sarrare 
se confirma por el hecho de que el verbo serare no se halla 
atestiguado en ningún autor, salvo gramáticos, hasta la 
Edad Media. 
Para terminar con otra supervivencia arcaica del la-
tín de Hispania vamos a buscar los problemáticos oríge-
nes latinos del sabroso plato que él diccionario académico 
define como "pedazos del estómago de la vaca, ternera o 
camero, que se comen guisados". Que yo sepa, sólo en es-
pañol se llaman callos, y en contra de un abolengo antiguo 
estaría el hecho de que callos en este sentido no se remon-
ta en los testimonios recogidos más allá del Gnzmán de 
Alfarache y de la definición del lexicográfico Oudin: "ca-
llos de vientre: tripes dures" (43). 
Pero hallamos en latín precisamente antiguo usos de 
callum o incluso calli en plural que tal vez no han sido 
bien entendidos por los lexicógrafos. Acudamos a unos pa-
sajes de comedias de alrededor del año 200 a. C. : 
praecisum omasum pernam callos (44) glires (4-5) glandia, 
leemos en un fragmento de Nevio (65 Ribbeck, pali. 104 
WaiTnington) que significa "filete, manto, pierna, callos, 
lirones, criadillas". Haciéndoos gracia de los numerosos 
d i m o lógicos (Walde-Hofmann, Ernoul-Meillet) repilen pai'a san'" re nna 
fantástica derivación de Sardus: "entender como un sardo', 
(43) Corominas, I, 605. 
(44) Tomo esta forma de una corrección de Onions (en Warinlng-
ton); la tradición manuscrita daba galius y las correcciones más ad-
mitidas son callus y callum. 
(45) Los manuscritos leen glifiK o r.lifiK, pero se impone la lección 
glires, ya que por muchos textos nos consta que los romanos estimaban 
la carne de este animal, v. J. Andrt*, f/alimentation et la cuif^irje á 
lióme, París, 1961, 122 y sig. 
30 
textcs litei-arios en )os que vemos que los romanos consi-
deraban un manjar delicado los lirones, quiero insistir en 
que es posible que en ese plural callos tengamos un ante-
cedente del guiso de callos. El problema no es sencillo, 
pues otras veces tenemos la mención de callum con otro 
sentido: callum aprugmim en Plauto (Persa, 305; Poen., 
579) aparece en un dicho proverbial aplicado a la corteza 
o cuero del jabalí, y en dos versos plautinos más: 
pernam callum glandium sumen facito in aqv/i iaceant 
[(Pseud., 166), 
ego pernam sumen sueres spetile callum gkindia (Carbo-
[naria fr. 1), 
y en una lista de manjares de la comedia Captiui (903-05) 
hallamos callum en singular citado junto a pierna, criadi-
llas, ubres de cerda, costillas de puerco, sabanilla o grasa 
del vientre del cerdo, tocino en general. 
Los estudiosos, en estos pasajes, suelen entender callum 
en el sentido de 'corteza' o 'cuero' de cerdo, que se come 
frito (46), pero la cuestión no es sencilla, pues el libro de 
cocina de Apicio (I, 10) nos trasmite una receta para ado-
bar callum porcinum uel bubulum et ungellae coctae ut diu 
durent. Pero, ¿cómo coloca bajo la misma rúbrica la 'cor-
teza o cuero del cerdo' con un callum bubtdum, que en lo 
que yo sé de cocina no resulta comestible ni aun en el 
asado con cuero de los criollos argentinos? ¿Tendremos en 
este callum buluòum los callos de ternex'a? ¿Qué son otros 
callos, de que el propio Apicio (VII, 256) nos habla junto a 
despojos como morros (labelli) (47), rabo (codiculae) y pies 
(ungellae) de no sabemos qué animales? ¿No tendremos 
(46) J. An-dré, op. cit, pág. 140. 
(47) Seguimos en esta palabra y la siguiente a J. André, que co-
rrige en su edición de Apicio los Iransmitidos lihelii y coiiculae. 
31 
en estos textos el mismo uso de callum que en nuestros 
famosos callos a la madrileña? ¿No será una objeción a 
nuestra hipótesis que la única vez que, parece, en toda la 
literatura latina se habla de los callos de cordero llevan el 
nombre, en el cómico Titinio (90 R.), de lactes agninae? 
Grave cuestión lexicográfica y etimológica que dejamos 
pendiente para ulteriores estudios o para investigadores 
más sutiles en las artes culinarias, pero, junto a las nu-
merosas palabras que tenemos de la época de la conquista, 
no desentonaría nada que los guisosplautinos y de la co-
media togata fueran un antecedente del de los callos. 
Y pidiendo perdón por detenerme en una palabra más, 
recordaré que en Lucrecio (I, 187) hallamos salire dicho 
de las plantas. En latín clásico significa 'saltar' este ver-
bo, y se comprende que en italiano, por ejemplo, haya lle-
gado a significar 'subir'. Pero para el uso del español y 
portugués (con algunos restos en el Sur de Francia y en 
el Piamonte, e indicios en catalán) nos parece muy inte-
resante este poético salire del arcaizante Lucrecio, que ve 
así "saltar de repente a los arbustos en el suelo". Para la 
semántica de nuestro salir me parece que el excepcional 
sentido lucreciano habría de añadirse a las explicaciones de 
Corominas (IV, 129). 
Vemos, pues, que el estudio de los escritores romanos 
de la época acrece un tanto las fuentes que ilustran el 
latín de España, que sin contar con ellos tenía razón mi 
colega el Sr. Díaz y Díaz (48) en señalar que son muy 
pobres, ya que la literatura hispano-romana es siempre 
culta, y en los mismos autores visigodos, con una cultura 
más alta que sus contemporáneos de la Galia merovin-
gia y la Italia lombarda, se esconden bajo un barniz clá-
sico caracteres peculiares. 
(48) )¡Llí, 1, J53. 
.•¡a 
Sin embargo, en cuanto al léxico, ya hemos visto que el 
estudio combinado de las formas románicas peninsulares 
con los autores latinos de la época colonizadora determi-
nante de los rasgos locales en el sentido de Gröber, ayuda 
grandemente a buscar el enlace de la vieja latinidad con la 
herencia nuestra, según pedía mi ilustre amigo el latinis-
ta de Bolonia G. Fighi en ocasión solemne (49). 
Si con tantos ejemplos de palabras atestigruadas en el 
latín arcaico y características del español y demás roman-
ces peninsulares, probamos que el latín hispano tiene un 
léxico basado en la primera colonización, en la de los dos 
primeros siglos, como se ve en rasgos característicos, haría 
falta probar que algunas de esas características del latín 
hispano se mantienen en los siglos intermedios. 
Un estudio de Séneca (50) descubre en su vocabulario 
al menos unas pocas palabras del latín hispano. Quizá en 
su afán de renovar la lengua latina y de crear, después 
de la perfección ciceroniana, una prosa completamente 
nueva, el filósofo cordobés acudiría alguna vez al latín que 
se hablaba en su casa, en la de su padre-y en la de su tía 
la que le educó, en el ambiente de gentes de la vieja colonia 
de Bética. Yo creo que por eso para él las fronteras de la 
prosa y del verso, tan seguras para Cicerón o para Vir-
gilio, eran distintas que para los escritores nacidos en otra 
parte, y también los límites de lo vulgar y lo arcaico. 
Así el verbo atar, de aptare, una particularidad hispano-
portuguesa, con el cat. deixatar 'desleír*, tiene sus prece-
(49) Les formes du latin dit "vulgaire" , Actes du Premier Congrès 
cie la Fédération Internationale des Associations d'Études Classiques, 
Paris, 1951, 199-206. 
(50) Lo he realizado con más pormenor en el homenaje al profesor 
G. Rohifs, que se halla en prensa. 
33 
dentes en Ennio, y se encuentra aptare con el sentido de 
'atar' en la poesía hasta Virgilio. Pero un poetismo no' 
viviría en los romances peninsulares si no tuviera hondas 
raíces en la lengua hablada. Séneca el filósofo lo usa en 
prosa 18 veces, y coincide en ello con autores técnicos y 
vulgares (Petronio, Celso, la Historia Augusta, Amiano, la 
Vulgata). Es un vulgarismo que Séneca se atreve a usar, 
sin duda, por la vitalidad que la voz tenía en el latín ha-
blado en Córdoba. 
También el esp. supitaño (51), que aparece ya en el 
Calila, coincide no con el románico general suhitanus que 
tenemos desde el latín de] siglo v hasta el italiano, francés 
y provenzal, sino con el que se encuentra atestiguado en 
dos españoles. Séneca y Columela, en la forma subitáneos. 
En Séneca se encuentra un refuerzo muy interesante 
' para la etimologia prauvs de bravo, que propuso Diez y 
ha sostenido Menéndez Pidal. Séneca habla (De ira, I, 
18, S) del severo Cn. Pisón, al que Tiberio utiliza para 
destruir a Germánico, y dice de él que era uir a mulbis 
uitiis integer, sed prauus et cui placébat pro constantia 
rigor. Este uso de prauus con un significado no de 'malo', 
sino de 'duro, riguroso, violento', que preludia al bravo 
de los romanees peninsulares de Italia y de Occitanía, se 
halla también en un verso de Horacio (52), y en una 
inscripción pompeyana en la que un horao prauessinvus et 
bellus, un bravucón que se jacta de ser guapo, desafía a 
un rival en amores (53). 
(51) Corominas, IV, 295a. 
(52) Yo creo que esta interpretación se impune, aunque en I j que 
sé nadie la lia señalado, cn Sát., II, 7, 70 y sig. : quae bellua rüptis, cum 
semel effuglt, reddit se praua catenis. 
(53) CIL, IV, 8259- La derivación bravo < prauus ia han aceptado' 
también, aun sin el apoyo de nuestros nuevos testimonios, M, Dírtz y 
Diaz y M, Dolç KLH, I, Í65 y 418 respectivamente, y la .admit-e de olios 
V. Pisani en su reseña de Paldeia, XVI I I , 211. 
34 
Nuestra opinión favorable a colocar a Séneca en la 
línea del latín hispan'o se encuentra reforzada con la auto-
ridad del más insigne de los lexicógrafos latinos, Eduard 
Wolfflin, el creador del Thesaurus. En el primer tomo de 
su revista especial (54) defendía que el uso por Séneca de 
la palabra pan<kcs era en sus tragedias una continuación 
del empleo de esta voz poética, admitida desde Ennio (pan-
dam... carinam. Ami., 560 V.), Plauto (Men., 832, pan^ 
diciüams) y Lucilio hasta Tibulo, que en su famoso elogio 
de la vida del campo llama panda a los yugos de los bueyes 
(I, 10, 46), no sin que manuscritos y humanistas corrijan 
indiscretamente curua., más literario que panda. Pero por 
una vez en prosa (fragm. De matr., 62 H.) el filósofo ha-
bla de un hombre muy feo que entre otras tachas tenía la 
de ser repandis cruribus, es decir, 'patizambo', de piernas 
que se pandeaban, como acaso podríamos decir hoy toda-
vía. Séneca, piensa Wolffl in (55), se puede suponer que 
conocía la arcaica voz de su tierra natal, adonde la lleva-
ron las legiones en tiempo de Ennio y Plauto, y la dejaron 
con raíces que la mantendrían en español mientras se ex-
tinguía en el resto de la Romanía. Por si pensáramos que 
Séneca en ese pasaje en que usa repandus no hace más que 
un poetiamo, otro nativo de España, Quintiliano, correctí-
simo escritor y maestro de literatura, dice una vez qué el 
orador no debe sacar el pecho y el vientre, porque entonces 
pandant posteriora, la línea de detrás se curva (Inst., XI, 
3, 122), y en otra ocasión, entre las comparaciones litera-
rias recuerda la de fíbula o broche de hierro aplicada a un 
hombre que era nigrum et macrum et po.nduvi 'negro y 
delgado y tirado para atrás' (VI, 3, 58). 
(54) Archiv citado, 329-43. 
(55) Ibid. 342. Sobre descendientes de pandus en la toponimia pea-
insular, V. J. IVI. Piel, Festschrift A. Back. 264. No todos sus ejemplos 
son admisibles. 
35 
Está por hacer todavía un estudio de los elementos his-
panos en el latín de Columela, pero creo que en ellos en-
contraríamos la confirmación de que, sin negar la comu-
nicación de Hispania con el restante mundo latino, los 
rasgos característicos provienen de la época de la con-
quista. Por ejemplo, ya se ha señalado (56) que la conti-
nuidad en España del uso de uulfwnus, el actual bochorno, 
se acredita en el escritor gaditano. Ya hemos visto que en 
él se descubre una línea de vocabulario hispánico (fartura 
y farctus, subitaneus, eruncare, trapetum), y como un in-
dicio más vamos a recordar que él es de los pocos autores 
que registran la palabra bífera, es decir, breva. Corominas 
(I, 517) anota bien que la palabra "sólo se ha conservado 
en el Sur de Italia, en Africa y en el Centro y Oeste de 
la Península", es decir, en esp. y en port. El femenino 
bífera se aplicaba al árbol, y así lo tenemos en Columela 
en su libro poético: 
praecox bífera descendit ab arbore ficus <X, 403) 
y en otro pasaje(V, 10, 11)! Plinio el naturalista (XV, 71) 
habla entre las variedades de higueras de las biferae, alba 
et nigra, cum messe uindemíaque maturescentes. Y es Sue-
tonio el único autor latino que usa el término aplicado no 
al árbol, sino al fruto, cuando entre los gustos sencillos del 
emperador Augusto en la comida nos dice que fieos uirides 
bíferas maxime appetebat (76, 1). La vacilación del gé-
nero de fieus, a veces mase. (Thes. l. Lit., VI , 650), se ob-
serva todavía comparando nuestra forma con la sudita-
liana biferu. 
(56) Díaz y Díaz, EIJÍ, I, 245. 
36 
Hemos visto que el estudio de los autores nos da indi-
caciones preciosas sobre la lexicografía del latín de Es-
paña tal como fue implantado, pero el cuadro ha de ser 
trazado con toda su complejidad. 
Simultáneamente con la conquista, la colonización em-
pieza. Ya en 189, como un ejemplo de actividad coloniza-
dora, el general Paulo Emilio, en nombre del pueblo ro-
mano,. da un status de libertad a los esclavos de Hasta ins-
talados en Láscuta (CIL, I?, 614), En 171 se concede una 
situación legal a los hijos de soldados romanos y mujeres 
españolas en la ciudad de Carteya. Las riquezas mineras 
de la Península, en especial del Sudeste, provocan en se-
guida la llegada de ávidos empresarios y comerciantes ro-
manos e itálicos (57), deseosos de heredar a los púnicos en 
la explotación esclavista de las riquezas mineras. Entre 
estos empresarios se ha señalado (58) que nombres como 
luuentius, Roscius, Pontieiemis y Tundlius, que se leen 
en lingotes de plomo de Cartagena, son en parte itálicos. 
Un período de guerras se inicia por la rebelión de los 
celtíberos en 154, a la que se suma la de Viriato al fren-
te de los lusitanos en 147. Escipión Emiliano termina con 
el desafío de Numancia destruyéndola (131). Mientras 
tanto la expedición de D. Junio Bruto, que ganó con ella el 
sobrenombre de Callaims, inició en 138 la penetración en 
el bárbaro Noroeste, atractivo por sus riquezas minerales, 
sobre todo por el oro del Sil. Las guerras seríorianas 
(80-72), tanto por la política de Sertorio como por la in-
tervención de generales prestigiosos y numei-osos soldados 
(57) Se cita a este propósito un pasaje de Diodoro de Sicilia (V, 36, 
3) : tjotspov 8t Tdiy 'Pcu|i«ícuv *patt]aávT(i>v t í ] ; 'IpTjpín, «í.'^Ooí 'ITOXIUV ÈITETO).a3sv 
ToisiiatáUoi?. No sabemos si realmente se contraponen aquí en un sen-
tido muy preciso los términos de "romanos" e "itálicos". Cf. el libro de 
Thouvenot Essai sur la province romaine <ie DétUjue (París 1940), 184. 
(58) Cf. A. J. N. Wilson, Emigration from. Italy in the Republican 
Age of Rome, Manchester University Press, 1966, 27. 
37 
de la metròpoli, intensifica la romanización entre núcleos 
tan rebeldes como los lusitanos. Supone A. J. N. Wilson 
(Qp. cit., 29) que entre los sertorianos habría gentes esca-
padas del Samnio, donde la represión de Sila fue impla-
cable (Estrabón, V, 4,11, pág. 249). El propio autor (ibid.) 
intei-preta el pasaje de Plutarco (Sertorio, 12, 2) en que 
Sertorio llama romanos a sus soldados, precisamente como 
una prueba de que con este nombre reconocía las preten-
siones de los itálicos a ser igualados con los romanos, las 
cuales eran negadas por Sila. La heterogeneidad de las 
fuerzas sertorianas se confirma por la presencia de etrus-
cos como Perperna (Wilson, op. cit., 30), 
Estos datos nos explican por sí mismos cómo debió 
ser en el aspecto lingüístico la conquista romana. El cua-
dro social de soldados y comerciantes romanos e itálicos 
distaba mucho en el siglo ll de estar unificado. El oseo 
competía en difusión y casi en prestigio con el latín. La 
misma situación de aliados en que se hallaban los itálicos 
hacía recaer sobre ellos el duro y peligroso sei'vicio en la 
lejana Hispania. Sabemos (Livio, XXXI I , 28, 11) que, 
por ejemplo, en 197 cada uno de los dos pretores en Es-
paña recibió 8.000 nuevos soldados reclutados entre latí-
nos y aliados. Por otros datos que nos da el mismo histo-
riador Tito Livio nos consta que, por ejemplo, en 181 a. C., 
de los nuevos contingentes enviados a la guerra de España 
son romanos un tercio, y dos tercios son aliados, y en 171 
la proporción de romanos en aún menor (59). 
Un poeta cómico que escribió seguramente en el si-
glo lí, Titinio, habla (fr. 104 Ribbeck) de gentes 
qui Obsce et Volsce fabulantur, nam Latine nesciunt, 
'50) Hespoclivamente en Livto XL. 18. 5 y XMI , 31, 2 y alp. Cf. 
tainbii^n Blocíi-Carcopino, op. cff., IT, 1. KiO. 
38 
"que hablan en oseo y volsco, porque no saben latín" —y 
notemos de paso en fabulcmtur el hablar, falar peninsu-
lar (60). Estas lenguas itálicas, de las que el oseo sobre-
vivió a la catástrofe de la guerra social, mantenían su 
personalidad, a pesar de que en el. ambiente urbano pe-
saba sobre ellas el desprecio de los romanos. En Catón, 
que sabemos procedía de Tusculum, y en su libro de his-
toria no centraba los acontecimientos exclusivamente en 
Roma, sino que explicaba unde quaeque ciuitas orta sit 
Italica (Nepote, Cat., 8, 8), leemos en los libros que es-
cribió para la educación de su hijo (fr. 1, pág. 77 Jordan) ; 
nos quoque dictitant barbaros et spurcius nos qua/m aZios 
Opicon appellatione foedant. Los elementos dialectales, que 
se mezclaban con el latín mismo de la urbe, coloreaban 
el de los latinos y se mantenían como una lengua distinta 
entre los pueblos del Centro y Sur de Italia : samnitas, 
campanienses, brucios y lueanos. 
Estudiando la onomástica hispano-romana es sorpren-
dente el número de elementos no romanos, sino itálicos, que 
se descubren en ella, y el hecho ha llamado la atención de 
estudiosos como V. Bertoldi (61) y P. Aebischer (62); Sin 
más que hojear el índice del tomo de Hispania del CIL, po-
demos citar seis hombres llamados Campa/mis y seis mu-
jeres Campana, también hay seis Bnittim y otro Bruttius 
domo Tucci, es decir, procedente de Martos, en Jaén, se 
registra, por ejemplo, en Francia (CIL, XII I , 6856). Nada 
menos que 16 hombres y seis mujeres se llaman Lucanus 
(60) Véase L. R. Palmer, The Latín Language, 171, Bontante, Studi 
di ünguü e leti, spagn., 45. 
(51) Colonizzazione nell'antico Mediterraneo ocddentále, Nápoles, 
1950, 200. Idem, Episodi dialettali. F.H. dedicados a Menéndez Pidol, 
nr (Madrid, 1952), 33 y sigs. 
(02) Extracto de una comunicación sobre La romanisation de la 
PénìTisiile Thérique à la liuniiTo de l'épigraplile, Acles du colìague inler-
jwíioncí di' civilisation. lilU'ralures et ìangues romanes, Bucarest, 1959. 
286 y slR. 
39 
y Lucana, con nombre que si nos recuerda al de! poeta 
cordobés, comenzó por significar 'naturai de Lucania'. 
Hay dos docenas de Sabinus y una de Sabina, y el nombre 
Tuseus y Tu^ca tiene una difusión por todo el sudoeste 
que puede verse en el libro de J. Untermann (63). Tam-
bién tenemos por lo menos un Apuhís. Naturalmente que 
no vamos a pensar que cada uno de estos nombi'es repre-
senta un nacido en el territorio de origen, pero nadie 
negará que originariamente los nombres se referían a la 
patria de los emigrantes, que procuraban conservar el re-
cuerdo de ella en la tradición onomástica familiar. P. Aebis-
cher anuncia un estudio en el que demostrará que "genti-
licios de los colonos que han ido a Iberia son originarios del 
Sur de Italia, de las regiones de Nápoles y Benevento". 
Menéndez Pidal ha señalado (64) elementos itálicos en 
la toponimia sobreviviente en España. Queremos añadir 
algunos más de la geografía antigua: no lejos de Itálica 
hay un Spoletinum, cuyo nombre recuerda a la ciudad um-
bra de Spoletum. Como señalando un constraste con el 
carácter itálico, no urbano, de otras ciudades romanas de 
la región, pregona Urso, la actual Osuna, su romanidad 
con el orgulloso nombre de Colonia Genetiua Vrbanonim, 
según leemos en Plinio (cf. RE, IX, A 1064). Entre Se-
villa y Osuna sabemos hubo una ciudad llamada Calliada; 
pues bien, su nombre repite el de un monte de Campa-
nía vecino a Casilino (RE, III, 1360). Repiten nombres 
de Etruriauna Succosa en la vía de Huesca a Lérida y 
una Cortona en el conuentus zaragozano. Marruca, ciudad 
no localizada en el conuentus de Écíja, lleva un nombre 
de planta (65), pero es probable que sus pobladores fue-
(63) Elementos para un atlas antroponimico, mapa 70, 
(64) ELII, I, págs. Lix-Lxvnr, cxs iv y sig. 
(65) G. Alessio, Le lingue indeuroupee nell'ambiente mediterraneo, 
(Bari. 1955), 317. 
40 
ran Mcmucini, es decir, itálicos de la ladei-a oriental del 
Apenino. 
Mendiculeia es un nombre que, por lo menos desde 
Humboldt (66), se ha prestado a especulaciones etimológi-
cas en relación con vasc. mendi 'monte', pero es el caso 
que se conoce en Lucania un MendicvÀeius uicus (RE, XV, 
784), y por si la semejanza no fuera completa demuestra 
que Mendiculeia debe ser nombre importado por colones, 
el hecho de que se repita en zonas de lengua indígena tan 
distinta como Lusitania y la región entre Lérida y Huesca. 
De Apulia y de Calabria se citan sendas Caelia que pueden 
ser el modelo de una homónima que cabe ganar de 
los manuscritos de Plinio (III, 12) en la región de 
Huelva. 
En cuanto al nombre de Itálica ya lo ha estudiado don 
Ramón Menéndez Pidal. A propósito de sus colonos origi-
narios, es decir, de las familias de más abolengo, de las 
que descendían Trajano y Adriano, recordaré la impor-
tante observación de Sir Ronald Syme (67) sobre el con-
traste que durante el principado ofrecen los senadores his-
panos, es decir, los Annaei, los Dasumii, los Ulpii, con sus 
nombres raros, no romanos, sino oscos, etruscos e ilirios, 
que caracterizan de modo inequívoco a "los aliados itáli-
cos de la república romana". Las propias familias recor-
daban sus orígenes, y así los Aelii descendían de Hadria 
en el Piceno, según su tradición; los Dasumii, de quienes 
procedía el emperador Marco Aurelio, señalaban un an-
tepasado suyo entre los príncipes mesapios del extremo 
Sudeste de Italia, y los Ulpii proceden de Tuder, en Um-
bría (68). 
(66) Primitivos pobladores de España y lengua vasca (Madrid, 
1059), 83, 
(07) raclius (Oxford. 195S). 690, 
(68) Syme, op. cit, 604, TJiouvenot. op. cit., 183. 
41 
Se ve, pues, que la teoría de Menéndez Pidal que busca 
rastros itálicos en las lenguas peninsulares tiene buenos 
argumentos, tanto históricos como lingüísticos, en su fa-
vor. Bertoldi (69), Baldinger (70), Pisani (71) y otros 
autores han aceptado la contribución itálica a los i-oman-
ces de la Península hispánica. El propio don Ramón la 
ha apoyado con argumentos fonéticos principalmente, en 
los que parece una confirmación el hecho de que la zona 
galaico-portuguesa sea la más pobre en rasgos itálicos, 
como él mismo señala (ELH, I, pág. cxxxviii), que ca-
racterizan en cambio al "catalán, aragonés, castellano y 
leonés". En efecto, la Lusitania fue colonizada más tarde, 
ya que en el primer siglo de la conquista sólo la campa-
ña de Metelo dejó colonias como Meteüinum, Castra Caeci-
lia y Viciis Caecilius en la parte más oriental de ella. Eme-
rita no se fundó hasta el 25 a. C. 
A los rasgos fonéticos en que Menéndez Pidal funda-
menta su teoría podríamos añadir algunas notas del léxi-
co, que continúan la caracterización que intentamos del 
latín colonial español. El Sr. Lapesa (72) ha señalado la 
importancia como posiblemente osea de la forma Octuber, 
en lugar del correcto October, en una inscripción de- Pam-
plona (CIL, II, 2959) fechada en 119 d. C. Recordemos 
que Pamplona es una fundación de Pompeyo precisamente 
en los tiempos de la guerra de Sertorio, cuando los itá-
licos vivían su suprema crisis nacional. 
En favor del elemento itálico en la Península alegaré 
(69) otiras, cit, en n. 61. 
(70) La formación de lof dominios lingüísticos en la P,enlnsul,a 
Ibérica (Madrid, 1963), Si, 91 y sig-, 93, con bibliogratla, pero sin deci-
dirse del todu. 
(71) Krotylos, XI, 133. 
(72) Historia de Ui Inngua española, 68 y sig. Ya cn Menéndez Pidal 
Orig. 304. No sé por qué se opone a esta inlcipretación .Dla2 y Díaz. 
ELH, I, 246. 
42 
otra vez, como ya hizo don Ramón, la autoridad del gran 
especialista en lenguas itálicas Emil Vetter, el .cual señaló 
el precedente umbro de fui como pasado a la vez de sum 
y de ire: A los textos latinos de esta confusión, que se re-
montan a Terencio, el comediógrafo del círculo de Escipión 
Emiliano, añadiré un testimonio más, el del poeta umbro 
Propercio, que termina una elegía a Mecenas con estas pa-
labras : 
ferar in partis ipse fuisse tuas (III, 9, 60) 
"sea yo ensalzado por haberme pasado a tu grupo", con 
fui como verbo de movimiento. 
Otro dialectalismo léxico entre los pocos que descubri-
mos es seguramente tierno, en port, también temo. En 
lugar de una metátesis trivial que procediera del lat. tener, 
_ tendríamos aquí un descendiente de la forma sabina tere-
num, perfectamente atestiguada en una cita de Macro-
bio (73). Tal forma conserva la indoeuropea que tenemos 
en ser. tárunah 'joven, tierno', gr. Tép-/¡v (xspu Hesiq.) 'débil, 
gastado', etc. Es un caso más de arcaísmo de nuestros ro-
mances que añadir a coua en lugar de cavA, sorum en lu-
gar de seincm, pero en este caso la base de la conservación 
no ha sido el latín, sino el itálico. 
Tales son algunos datos históricos y lingüísticos que 
nos permiten atisbar lo que fue la colonización romana 
de la Península, sobre todo en sus dos primeros, y sin 
duda decisivos, siglos. El cuadro es, lo reconocemos, por 
demás incompleto, pero insistimos en que se trata de 
los orígenes remotos del español. Nada ha llegado a nos-
otros de literatura que refleje precisamente el latín de 
(7.3) La recoge E. Vel.ler. Ilanclbncli der ilaüsclien Dinlektc I (Heidel-
berg, 1953). 376. 
43 
España, y todo escritor antiguo tendió siempre a escribir 
una lengua unifonne, fijada por un largo uso literaiio 
desde la época clásica. El mismo lapicida que graba en 
latín tenía sus formularios y reglas, muy uniformes en 
todo el Imperio romano. 
Las inscripciones latinas de España que estudió hace 
sesenta años el profesor belga A. Carnoy (74), a quien 
tuve todavía el honor de conocer y tratar, ofrecen un cua-
dro poco claro, y a mi juicio dicen sobre la implantación 
del latín en la Península mucho menos que lo que los es-
casos y fragmentarios escritores que asistieron a la con-
quista. El arcaísmo del latín hispano se confirma en las 
coincidencias, a veces estupendas, que se descubren entre 
nuestro romance y los escritores del siglo ii a. C. 
Junto al vocabulario preclásico, habría que hablar del 
color local que fue tomando ese latín en el ambiente pen-
insular. Sabemos, sí, que los poetas cordobeses que ce-
lebraban al procónsul Q. Metelo Pío le parecían a Cicerón 
(pro Areh., 26) pingue sonantes atque peregrinum en su 
latín. Sabemos también que el emperador Adirano, cuan-
do iniciaba su carrera política que le llevó a heredar a su 
tío y tutor Trajano, levantó las risas del senado agrestivs 
pronuntians (Hist. Aug., Vita Hadr., S, 1) (75),.lo que 
parece quiere decir que no sólo en la niñez en la nativa 
Itálica, sino en las personas que le rodeaban en su juven-
tud en Roma misma, dominaba el acento local de la Bé-
tica. Pero esa fonética local no se descubre en las ins-
(74) Le latin d'Espagne d'après les inscriptions (Bruselas, 1906;. 
(75) -Menéndez Pidal supone (BRAE, XXXIV 204), que quizá la 
falla de .Adriano consistía en palatalizar la l en ll, como ocurre en 
Hadria, lugar de origen de su familia, y en muchas partes de España, 
incluso en mozárabe andaluz. Del lema de la relación de Adriano con 
Ilálica ha tratado reciontemente B. Nierhaus en la CoroUa memoñae 
Erick Swoboda dicato (1966), refiriéndose précis amen le a la prontm-
ciación del emperador en la pág. 155. 
44 
cripciones y los docuínentos de las regiones de profunda 
romanización y elevada cultura latina. 
Es la barbarie indígena del Oeste y del Norte, en las 
regiones más tai'díamente romanizadas de Lusitania, Ga-
licia, Asturias y Cantabria, la que rompe la uniformidad 
de la gramática ypermite descubrir preludios de fenóme-
nos románicos como la sonorización, y la inflexión vocáli-
ca. No he de repetir aquí lo que por primera vez expuse 
en el Boletín de esta Academia hace veinte años, y lo que 
he vuelto a defender y ampliar en otras ocasiones, incluso 
discutiéndolo en polémicas. 
La reacción indígena de esas regiones matizó el latín 
peninsular de una manera más decisiva que el de las de 
temprana y completa romanización. Pues a consecuencia 
del desastre de la invasión árabe con la dgstruición de Es-
paña, fueron los dialectos del Norte los que se impusieron 
en toda la Península. Seguramente un desarrollo del latín 
de Córdoba y Toledo, Sevilla y Valencia, Cartagena y Lis-
boa, Mérida y Tarragona, Zaragoza y Bílbilis, hubiera 
dado, con una distribución dialectal distinta, caracteriza-
ciones locales diferentes. Pero fue el latín de los confines 
de Cantabria, y ei de la remota y rural Callaecia, y el de 
las Asturias, y el de la Cataluña y Aragón pirenaicos, el 
que, en definitiva, se impuso. 
Mas no nos remontemos a síntesis que explican ya los 
orígenes próximos de nuestro idioma y sus hermanos pe-
ninsulares, los orígenes estudiados por Menéndez Pidal. 
Lo único que hemos podido ofreceros de los orígenes remo-
tos de nuestra lengua son unas pocas palabras que nos ha 
parecido sorprender en los labios de los soldados romanos 
de la conquista: llamaban baro al 'ganapán', al 'torpe', al 
'necio', al 'atleta', lo que luego se ennoblecería en nuestro 
varón con v, y se combinaría con el aristocrático barón 
germánico con h; se insultaban de 'tragones' con las pa-
45 
palabras gumía y comedo, que pervivieron en gomia y en co-
milón; el adjetivo prautís 'malo' pasó a designar ai bravo, 
bravucón; eran los soldados y demás gente sin educación 
quienes encontraban passv^, 'paso', como decimos todavía, 
a un viejo arrugado, y quienes desgarradamente llamaban 
rosti'um, es decir, 'pico, boca', o más groseramente aún 
'jeta', a lo que se ha ennoblecido otra vez en nuestro idioma 
para designar el rostro. 
Son esa misma gente la que se expresa sin remilgos y 
designan a la pierna humana con una palabra que en su 
significación primitiva se mantiene en pernii. A la cabeza 
la llamamos con un nombre que tal vez se ha repetido en 
la expresión por los cabezones. 
También nos ha parecido oír a humildes colonos, a la-
bradores que montan en la colonia sus trapiches, que ha-
cen del barro peninsular sus lebrillos y sus pocilios. Son 
gente pobre, que siguen comiendo como en el terruño de 
Italia sus callos y su longaniza, con sus mostachones y sus 
brevas para postre, hasta quedar por fin hartos. De la len-
gua de la antigua comedia trájo esta gente las palabras 
nada y nadie, y tal vez de antes, de los refranes del legen-
dario Marcio, el indefinido ninguno. 
En estos pequeños incidentes léxicos descubrimos la 
peripecia histórica por la que la Península, salvo el área 
vasca, recibió otra legua, y nos imaginamos que a través 
de ellos vemos algo del cómo, del cuándo, del a través de 
quién se produjo el cambio. Hemos buscado en los romanos 
de la conquista las bases de las lenguas peninsulares, las 
que suplantaron, salvo en cuanto al vasco, a aquellas que 
don Manuel Gómez-Moreno presentaba ante la Academia 
en su discurso de ingreso hace más de un cuarto de siglo 
para despertar nuevas investigaciones sobre ellas. Qui-
siéramos haber descubierto algunos de los gérmenes que 
se desarrollan siglos más tarde en la época magistralmen-
48 
te estudiada, en toda su complejidad, por nuestro Direc-
tor en sus Oñgenes. Si mis interpretaciones resultan me-
recedoras de vuestra aceptación, me daré por contento 
con haber ofrecido alguna perspectiva nueva sobre un ho-
rizonte histórico que el transcurso de los siglos ha ido de-
jando cada vez más lejano e irrecuperable. 
47 
•X 
' V C 
Vi' . 
> 
; > 
w 
' "'í ' ' ' ' ' ' 
imW^tíQ iOíMMíiríCToqvíwtói^^^ • . • i 
Olj/Tftl ^̂ \ 
""t • •' '.".i 'a ' '' t ik>'. 
• • 'j. '̂ÄiiifrsÄ - r-.-MUin 
:' ^ . t' I. ú i -j.̂ i. Íj 
'''rtí̂ .'j :'̂ "áfífí -fíait'-írr.yi:* 'V-'îlii ••. '",7r'"jçu, 
. ' • Itfi ' . S'ïfi •. • ' s M íV- <, ! t V17, ' • - ' : ' « 'ifUf ; 'í 
'./n'ííí^'-. . t^. , .. '»r'íuií** í;'''í!'- " -'ti i ••.'lu. ••ti'-
TSfUi? -ji- 'i:: s • ' • pÁi^íbi^kí 
' ! Í!!H">) til ir;y>:jiiVHÍW i., ••('!/• - . . . . 
f^iüé-: -I ••ir'í&rA^' 
•íiiXTanqt̂ V-iVs-̂ -'jS in. ..îjl^vflÇtiJ^ 
. tjtw'-eâ'pîàutnï'ôï;'.. c . - ' - i i a t ú ' ' -"¡.V»)?'!^ 
^ííév'- ..--•'•igTiCÌGìjtì«' .- ••.". Vi -i^l-
V:- ' ' • í^íib?^ ,• • (i: r ñ 
. s f i ^ 
iM 
r 
-V ' 7 • ..••'ÇJ'.'.'I;-
C O N T E S T A C I O N 
DEL 
EXCMO. SR. DON P E D R O L A Í N E N T R A L G O 
• ( « . ' . . . . • 
I 
FER.: 
, • > 1 • -.•r*., •'• • 
•'•-• •'¿'•.•••i- ' . • • 
: . , - t Ï.-
Î4- ' -J 
• w 
. I- > 
'• , "''t' 5 . .'i. 
•-JV-"' 
A : 
A .-A; ; 
> h , - J 
• -i. » • • 
-r- IÍ;*-". '. 
C; : / • 
' r • s : ' 'S •.' •••••'-.. ^ ' • ' > w " 
m S 
• ' > w " 
m S - • 
% 
f i 
M ' 
S. 
it 
' .y .»Vv/," 
'x' 
• V' 
• • 
• Jr 
- ' -
ry 
SEÑORES ACADÉMICOS: 
C s tan natural, tan de clavo pasado, la presencia de An-
tonio Tovar en esta Casa, que al verle ahora dentro 
de su frac académico me parecía, que era él, y no yo, quien 
había de celebrar la presencia entre nosotros de un nuevo 
compañero. Lo cual me obliga tanto más a agradecer vues-
tro encargo de responderle y darle la bienvenida. 
Acabamos de oír un estudio en el cual, como en un 
bien trabajado camafeo, muestran su perfil los tres per-
sonajes que con Antonio Tovar vienen a colaborar en 
nuestras tareas: el filólogo, el escritor y el varón de Es-
paña. A los tres conocéis ; pero tal vez no sea ocioso que 
hoy, cuando en el cráneo que los unifica ya hay más bri-
llo que sombra, trate yo de dibujar su figura; y acaso sea 
conveniente que este triple retrato mío tenga por fondo, 
hechas paisaje, las dos situaciones .entre las cuales ha 
transcurrido hasta hoy la fecunda vida pi-ofesoral y lite-
raria de nuestro compañero. 
Este primer paisaje, el de la más alta Castilla, apal-ece 
entre la penumbra del atardecer a los dos lados de un va-
gón de ferrocarril. En su marcha lenta y saltona sobre 
los rieles, el cansado vidrio de la ventanilla va enmarcando 
los últimos berruecos de la Paramera y los pinares con 
que la tierra llana de Arévalo viste a trechos su casta 
51 
desnudez. Brillan entre las nubes, sobre el cielo frío, las 
primeras estrellas. Dentro del vagón, dos hombres con-
versan entre sí. Uno de ellos es profesor de lenguas clá-
sicas en Salamanca, y regresa a su Universidad después 
de haber resuelto —o de no haber resuelto— los asuntos 
que le trajeron a la capital. El otro es un poeta antiguo, 
"con su lira y su manto y su cabellera perfumada y su 
barba rizosa y sus sandalias y su libro de papiro enrollado". 
Aquél se llama Antonio Tovar; este otro, Baquílides de 
Keos. ¿ Qué hablan entre sí el profesor de lenguas clásicas 
y el poeta antiguo? Quien sienta deseo de sabeiio, lea el 
ensayo en que el profesor nos lo contó. Yo recuerdo ahora 
el lance sólo para ilustrar la importante realidad de que 
él es anécdota: que por vez primera desde que España 
existe, y precisamente por esta obra de nuestro compañero, 
suenan sobre la meseta castellana muchas de las palabras 
en que tiene su raíz la cultura de Occidente. 
Han pasado veinticinco años y ha cambiado el paisaje. 
Ahora nos rodea, combadas por la nieve las ramas de sus 
árboles, el denso bosque germánico; ese que según uno de 
sus más ilustrados hijos, el filósofo Guillermo Dilthey, 
hace inimaginable la naturaleza en torno y obliga al hom-
bre a recluirse en la experiencia religiosa o intelectual de 
su vida interior. Dócil al genio del lugar, el hombre que a 
través del ventanal contempla ese paisaje, el profesor de 
Lingüística comparada Antonio Tovar, va destilando lenta-
mente dentro de sí el fruto y el poso de su vida ; pero a la 
vez, movido por un ímpetu secreto que le llega a través de

Continuar navegando

Materiales relacionados