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1 Política, salud pública y disciplinas sociales: intersecciones necesarias. Cecilia Molina Facultad de Ciencias Políticas y Sociales UNCuyo Eje temático: Salud pública y Trabajo Social Introducción Ningún país del continente, incluso los que en años recientes avanzaron hacia estados sociales de derecho, han podido eludir los postulados neoclásicos-neoliberales que permean el pensamiento sanitario desde las tres últimas décadas. Tampoco son ajenos a este paradigma los países europeos. Las sucesivas crisis pusieron en cuestión la centralidad del Estado en la consecución de la salud y sistemas universales que hasta hace poco tiempo se consideraban dignos de imitar, incorporan progresivamente medidas que consolidan al sector como un terreno de ganancias. Para la concepción neoliberal, la salud es un bien privado. No es un derecho político que el Estado debe garantizar al conjunto de los ciudadanos, tal como propugnaban los modelos de desarrollo inspirados en la teoría keynesiana del Estado de Bienestar. En consecuencia, ésta concepción plantea que la intervención del Estado tiene que concentrarse en regular antes que en prestar servicios, en promover la competencia entre financiadores y prestadores y en enfocar sus esfuerzos hacia los sectores de población más pobres. La transformación neoliberal conceptualiza a la salud como un bien de consumo pero además la presenta como un asunto técnico, neutral, como una cuestión de especialistas. Exhibe las políticas sanitarias como una cuestión de cálculo, como fórmulas estandarizadas para afrontar los desafíos del reacomodo de la intervención del Estado en lo social, las crisis de financiamiento público y los criterios que orientan la configuración de programas y servicios. La despolitización de lo sanitario, por efecto de las transformaciones neoliberales, es quizás la consecuencia más grave del proceso. Esto es evidente en Argentina, donde desde el retorno democrático la salud está excluida del debate político, salvo por cuestiones puntuales, que remiten a reivindicaciones específicas. Sin negar que leyes recientes como las de salud reproductiva o de salud mental significan un avance respecto de épocas pasadas, estas normas no revierten el núcleo duro, la disyuntiva del sector: la concepción de la salud como un bien privado o como un derecho social, extensible a todos los ciudadanos, por su sola condición de tales. Antes de avanzar sobre los desafíos y tensiones que atraviesa la salud pública, aclaro qué entiendo por salud pública, ya que se trata de una noción cargada de ambigüedades. Ambigüedades que se reflejan en el desarrollo teórico-explicativo de los diferentes diagnósticos y propuestas de cambio con vigencia en el sector. Sostengo con Tobar (2015) que el adjetivo "pública" no significa un conjunto de servicios en particular, una forma de propiedad o un tipo de problemas, sino un nivel de análisis: el nivel poblacional. Salud pública es, por lo tanto, la salud de toda la población y su alcance comprende el proceso de salud/enfermedad/atención, los determinantes sociales que confluyen en ese proceso y las políticas para abordarlos de manera integral. El propósito de esta ponencia es reflexionar sobre algunos desafíos paradigmáticos que enfrenta la salud pública en Argentina y en América Latina y sugerir de qué modo esos desafíos interrogan a las disciplinas sociales en general, y al Trabajo Social, en particular. Argumentaré que los retos que tenemos por delante no sólo incumben a quienes trabajamos, investigamos y/o enseñamos en el campo de los servicios de salud sino que, por el contrario, demandan el análisis y la revisión de las prácticas de profesionales que operan en las más diversas áreas de política social. Argumentaré también que estos retos exigen rescatar la salud como un asunto eminentemente político. Para ello el escrito se organiza en tres apartados. Primero se describen transiciones, desafíos y tensiones que atraviesan a la salud pública en el continente. Luego se expone la trayectoria de las disciplinas sociales frente a las transiciones, desafíos y tensiones mencionadas. Finalmente se enuncian cuestiones que se consideran clave en orden a producir conocimientos, 2 intervenciones y alianzas que contribuyan a generar equidad e inclusión, los dos grandes desafíos de la salud pública en nuestro medio, con base en la estrategia Salud en todas las políticas (Health in All Policies). Las transiciones que afectan la salud Al menos tres transiciones afectan a la salud pública en el continente. La más conocida es la transición demográfica, que se expresa en el envejecimiento poblacional, esto es: en incremento sostenido de la proporción de población mayor de 60 años, como producto de la disminución de las tasas de natalidad y de mejoras en las condiciones generales de vida. Según un informe de la CEPAL de principios de este año el índice de envejecimiento en América Latina fue de 41,1 personas de 60 años y más por cada cien menores de 15 años. Cuba (con 113,8) y Uruguay (87,9) mostraron los índices más elevados, mientras que en el otro extremo se situaron Guatemala (18,6) y Haití (20,0). Argentina figura entre los países más envejecidos del continente. La situación en Mendoza es similar a la nacional, aunque algunos departamentos como la Ciudad o General Alvear muestran indicadores semejantes a los de los países desarrollados. El crecimiento de la población mayor es, sin duda, un logro. Sin embargo, plantea complejos desafíos a los servicios socio-sanitarios. En lo que se refiere a la atención de la salud, la coexistencia de enfermedades crónicas, el mayor nivel de dependencia y, muchas veces, la ausencia de sostén afectivo y familiar de los adultos mayores, hace necesario implementar nuevas alternativas de cuidado tanto en la atención primaria como en la hospitalaria (Thomas, 2011). La transición epidemiológica, por su lado, se expresa en una modificación de los patrones de morbi-mortalidad. Así los estados pasan de la lucha contra las enfermedades infecciosas a la preocupación por las enfermedades crónicas no transmisibles en procesos complejos que no implican la derrota de las primeras. Las principales causas de muerte en todos nuestros países son producto de hipertensión, diabetes y cáncer. Ello no quita la fuerte presencia de enfermedades de transmisión vectorial como el mal de Chagas y otras más actuales, como el dengue. La distribución de la incidencia del primero en nuestro país y en la provincia es casi un calco de la distribución de la pobreza. En tanto que el mapa del dengue en Latinoamérica, tiene bastante que ver con las medidas de salud pública que han tomado los países para controlarlo. Menos discutida, una tercera transición enfrentan nuestros países. La misma hace referencia a los cambios en los modelos de atención1. Los interrogantes en torno al tema giran en torno a cómo superar la asistencia episódica para pensar en término de cuidados integrados y de redes de servicios. Si bien las nuevas tendencias apuntan a la organización por cuidados paulatinos centrados en las necesidades de las personas, el modelo tradicional de distribución de servicios o divisiones basado en las especialidades y profesiones mantiene plena vigencia en la región, aun cuando se modifican los perfiles epidemiológicos y, como consecuencia, cambian las necesidades de cuidado. Son numerosos los trabajos que llaman la atención sobre la persistencia del modelo flexneriano como sustrato organizacional de los servicios de salud latinoamericanos. La sustitución de esta forma de atención fragmentada, fundada en la división anatómica de los cuerpos y las necesidades de aprendizaje médico, por otra forma organizativa cuyo eje sea la intensidad de cuidados que requieren los enfermos, interpela ordenamientos históricos en base a las clasificaciones clínicas, rutinas de formación y, en el caso puntual de los hospitales, la concepciónarraigada de las camas y los pacientes como propiedad de los servicios. Los grandes desafíos de la salud pública Inclusión y equidad son, para la mayoría de los analistas del sector, los grandes retos de la salud pública en el continente. 1 El modelo de atención comprende las definiciones acerca de cómo organizar y brindar servicios, cómo distribuir la oferta y procurar la accesibilidad (Tobar, 2010). Se trata de una dimensión compleja “y tal vez uno de los aspectos más opacados de la política sanitaria” (Chiara, 2012, p. 245). 3 Según Tobar (2015, 2008) avanzar en la inclusión implica construir “más protecciones para más personas” y “más accesibilidad”. Un atajo que han incorporado algunos países latinoamericanos para avanzar en la inclusión, entendida como ampliación de protecciones sociales, son los seguros públicos de salud. Se trata de un sistema de cobertura sanitaria que explicita una serie de protecciones para los ciudadanos no cubiertos por la seguridad social. La profundización de las desigualdades en salud y las crisis económicas y sociales de este siglo han influido para que, sin desalentar la orientación hacia el mercado, tanto el BM y el BID como la OMS promuevan este tipo de seguros, que es controversial en términos de fortalecimiento del rol del Estado y de equidad en el acceso a la salud. Para Laurell, por ejemplo, se trata de un dispositivo que no altera sustantivamente el papel del Estado como garante del mercado, según propugna el neoliberalismo. “El aseguramiento universal justifica que el gobierno instrumente subsidios focalizados financiados con recursos fiscales y constituyendo fondos con administración privada o pública que garantizan la compra de servicios” (Laurell, 2011, p. 18). Una valoración diferente es la expuesta por Cetrángolo, en un análisis del Plan Nacer, que tiene casi una década de vida en nuestro país, y hace unos años se amplió como plan Sumar. De acuerdo con el economista, los seguros son una “iniciativa innovadora en la política de salud, ya que combina elementos de política compensatoria, expansión de cobertura e incentivos por resultados para los prestadores, en un sistema altamente descentralizado” (Cetrángolo, 2011, p. 9). Entiendo la accesibilidad - el otro requisito para avanzar en la inclusión-, como la posibilidad de recibir cuidados de salud de manera oportuna cuando se requiera. Esta concepción implica centrarse en la articulación entre la oferta de servicios de salud y las características de la demanda. La accesibilidad resulta entonces un concepto relacional, pues se refiere al vínculo que se establece entre los sujetos y los servicios de salud (Landini, González y D’Amore, 2014). Para Carballeda “la accesibilidad, se cimenta como una vinculación, es decir como un lazo social entre el sistema de salud o de acción social y los usuarios de éste. De este modo, puede ser entendida como una relación cargada de significados que relaciona a las políticas, las instituciones y a la sociedad” (2013, 109). Carballeda sugiere que “la noción de accesibilidad es una vía de entrada para repensar las políticas sociales y las de salud poniendo a la perspectiva del sujeto social con relación a su situación y visión del proceso salud-enfermedad, especialmente desde su condición sociocultural y las relaciones entre las políticas sociales y las posibilidades de reconstrucción de la sociedad en un lugar central” (2013, 109). Hay cierto consenso de que, en la actualidad, el problema del acceso a los servicios de salud es menos una cuestión geográfica que de modelos de atención (Tobar 2010). De esta afirmación puede dar cuenta el Sistema de Salud brasilero, que, por ejemplo, ha ampliado de manera llamativa la cobertura de salud mental y de atención especializada incorporando la telemedicina y otros dispositivos tecnológicos que están al alcance de los recursos de nuestros países, sin que por ello sean suficientemente explotados. La equidad en salud, el gran problema en un continente con sistemas de cuidados que se caracterizan por la fragmentación y la segmentación, exige lograr respuestas equivalentes en calidad y efectividad para los diferentes sectores sociales (Tobar, 2015). Implica, entre otras cosas, desnaturalizar la idea, ampliamente extendida y tolerada en nuestros países, de que hay una salud para pobres y otra para ricos, una para un segmento de trabajadores y otra para otros, una para quienes tienen empleo y otra para los desocupados. La adopción de políticas explícitamente orientadas a la equidad es un desafío especial de la salud pública, ya que reducción de las desigualdades sanitarias requiere de enfoques sustancialmente diferentes que los que demandan influir en los problemas de salud en general. Implica mantener una perspectiva política a largo plazo, comprender que algunas cuestiones legales y medidas de política más amplias son más importantes que programas y campañas puntuales, y afrontar que el asunto requiere importantes reacomodos de poder. De acuerdo con Ståhl, Wismar, Ollila, Lahtinen & Leppo (2006) hacer frente a las desigualdades en salud supone: reducir las desigualdades de poder y riqueza vinculadas a 4 posiciones socioeconómicas; reducir las consecuencias económicas de la mala salud; reducir el efecto de la posición socioeconómica en el riesgo de exposición a los determinantes de salud específicos y reducir el efecto de estos factores determinantes en los grupos socioeconómicos más bajos. Estas cuestiones dejan al desnudo cómo muchos determinantes de las desigualdades en salud están más allá del ámbito de la atención médica y por lo tanto demandan de políticas concertadas entre distintas áreas de política pública. Tensiones a resolver Diferentes tensiones tienen que afrontar los sistemas de salud para abordar las transiciones y los retos para la salud pública antes expuestos. Sólo mencionaré dos, que considero relevantes por el papel que nos cabe a las disciplinas sociales en sus posibilidades de abordarlas. La primera tensión responde a la pregunta sobre cómo producir salud y la disyuntiva explícita es programas verticales versus abordajes horizontales. De manera resumida, mientras el enfoque vertical postula que la consecución del bienestar de la población resulta de una sumatoria de programas destinados a dar respuesta a problemas de salud específicos, el enfoque horizontal plantea que se produce más salud agregando respuestas por niveles de complejidad (Tobar, 2008). Ambos enfoques presentan cuestiones a favor y en contra. Como ventajas de los programas verticales se plantea que son formulados para atacar determinadas problemáticas de salud y que demandan la incorporación de profesionales altamente especializados. Como contrapunto, las desventajas de esta modalidad de provisión de cuidados son que no valoran al individuo en forma integral y que es segmentaria. Las aproximaciones horizontales en cambio (una de cuyas expresiones más logradas es la estrategia de atención primaria de la salud) ofrecen como ventajas que se ocupan en forma integral de la salud de la población (promoción y prevención) y que tienen fuertes componentes de intersectorialidad, lo cual posibilita abordar los factores que la determinan. Otra tensión vigente se refiere a la gestión clínica versus el enfoque poblacional. En la gestión clínica, los médicos, a través de protocolos, se embarcan en procesos para mejorar en forma continua la calidad de la atención del paciente. La gestión clínica incorpora los avances del conocimiento a través de la capacitación, la actualización y la supervisión del servicio. En la gestión poblacional, en cambio, la evidencia sobre la que se busca mejorar la práctica clínica surge de estadísticas poblacionales. Este abordaje implica una forma de gestión no fragmentada, que es, como vimos, la que se basa en servicios y programas verticales dirigidosa individuos. Para ello avanza hacia la integración de respuestas socio sanitarias buscando que la oferta y la demanda de servicios se aproximen a las necesidades y características epidemiológicas de poblaciones claramente conocidas e identificadas. Como ventajas de este enfoque se señala que permite identificar con más claridad la responsabilidad por las acciones sanitarias, que facilita el avance hacia la gestión por resultados, que trasciende la construcción de respuestas en base las demandas espontáneas que llegan a los servicios y que posibilita establecer y monitorear lógicas de cuidados progresivos en red. El abordaje poblacional, con base en el territorio, supone grandes esfuerzos de coordinación. Exige establecer alianzas con equipos de trabajo que asuman la responsabilidad por la población que habita en espacios determinados y superar la lógica fragmentada de los sistemas de información. Supone la creación de dispositivos de coordinación territorial de carácter político y técnico administrativo que colaboren articulando las respuestas de los distintos actores intervinientes. La misión de estos dispositivos es consolidar la atención programada y construir redes de atención con adecuados esquemas de referencia y contra referencia de servicios (Tobar, 2010). Las disciplinas sociales frente a las transiciones, los retos y las tensiones Las discusiones teórico-metodológicas en salud pública, un campo en el que convergen las ciencias sociales y las ciencias de la salud, tienen en su base disputas, no 5 siempre explicitadas, entre diferentes concepciones del proceso salud/ enfermedad/atención y entre el peso que le asigna a lo social y a lo biológico en la comprensión y el abordaje de los problemas sanitarios. Desde los años 50 del siglo pasado, las prácticas de la salud pública de las que participan trabajadores sociales, antropólogos y sociólogos, estuvieron orientadas por el modelo de la historia natural de la enfermedad de Leavell y Clark. Ese modelo, aún vigente, incorporó los factores ambientales, superando la concepción unicausal, biológica, de la enfermedad, pero mantuvo el énfasis en lo individual, escindiendo la salud de sus dimensiones histórico-sociales (Arredondo, 1992). La ampliación progresiva del objeto de intervención de la salud pública tuvo cabida en un contexto de cuestionamientos al rol de los Estados, de persistencia de inequidades y de objeciones a la Biomedicina como única modalidad de cuidado. Ideas que se plasmaron en reuniones internacionales como la de Alma Ata2 (1978) y Otawa (1986) - donde se visibilizaron las estrategias de atención primaria y de promoción de la salud como vías para alcanzar mejores niveles de salud atendiendo a factores sociales, políticos y del medio ambiente- desplazaron el énfasis en las respuestas (limitadas) de la atención médica y, como consecuencia, se empezó a prestar más atención a las disciplinas que analizan los determinantes sociales de la salud. Fue alrededor de los años 70, primero en los países de Europa y en Estados Unidos y algo más tarde en América Latina, cuando las ciencias sociales comenzaron a problematizar la orientación biologicista, individual y curativa del modelo biomédico y el poder de la profesión médica, como consecuencia de la hegemonía de ese modelo. En torno a ese periodo y en simultaneidad con el ascenso de la ola neoliberal emergieron profundos cuestionamientos a los efectos disciplinarios de las políticas bienestaristas, entre ellas las de salud (Foucault, 2013), a las consecuencias iatrogénicas de la Medicina (Illich, 1978) y a sus límites para responder a los problemas de las mayorías (Evans y Stoddart 1996; Menéndez, 1990; Boltanski, 1979, en Minayo 2009 p.85). Los reparos iníciales a la Biomedicina se relacionaron con su insuficiencia para dar respuesta al cambio en los perfiles epidemiológicos, en especial el incremento de los padecimientos crónico-degenerativos, con la concepción de salud restringida del enfoque y “con la recuperación de una serie de concepciones y prácticas ‘curativas’ que parcialmente ponen en duda no sólo la eficacia sino la ideología de la medicina denominada científica” (Menéndez 1994, p. 79). Estas críticas a la concepción de salud dominante -y a su énfasis en las enfermedades, los individuos y las acciones curativas-, y a la autoridad política de la Medicina desplegada en estrecha relación con esa concepción (Lewis, 2004; Menéndez, 1990, Freidson, 1970) se imbricaron con la preocupación de los Estados y los aseguradores por el incremento de los costos sanitarios y la impugnación a los montos crecientes de recursos que insume el financiamiento de la tecnología y la atención médica en desmedro de otras áreas de política pública (Evans y Stoddart, 1996). Sin embargo, el antropólogo Eduardo Menéndez quien acuño el concepto de Modelo Médico Hegemónico3 asegura que los cuestionamientos más efectivos contra ese modelo son los que plantea la perspectiva económica neoliberal. El eje de estas críticas no es “la hegemonía de lo curativo o la irracionalidad tecnológica sino el derroche, la irresponsabilidad y sobre todo la necesidad de privatizar el Estado” (Menéndez, 1990, p 114). 2 La politóloga brasilera Celia Almeida sostiene que recién con Alma Ata tomó impulso la idea de constituir un campo particular orientado a la toma de decisiones –más allá del enfoque restrictivamente sanitarista– al servicio del proceso político de implementación de cambios (Red de investigaciones en SSS del Cono Sur, 2000). 3 … el conjunto de prácticas, saberes y teorías generadas por el desarrollo de lo que se conoce como medicina científica y que ha sido legitimado tanto por criterios científicos como por el Estado, subordinando, desde el siglo XVII, el conjunto de prácticas, saberes e ideologías que dominaban en los conjuntos sociales hasta logar identificarse como la única forma de atender la enfermedad (Menéndez, 1990, p. 83). 6 Por su lado, la politóloga Jeny Lewis (2004) postula que, avanzadas las reformas neoliberales, la concepción biomédica y el conjunto de creencias y valores asociados a esa concepción, siguen siendo las orientaciones centrales de las políticas de salud, al punto de circunscribir la posibilidad de cambio político en el sector. A su juicio, la hegemonía de la biomedicina “enmarca las políticas (…), proporciona una especie de prejuicio o sesgo cultural que influye en la elección de lo que es digno de atención y lo que queda afuera (…), estructura las distintas posiciones de grupos y actores (…) determina quién puede reclamar un lugar en la mesa, qué es lo que se puede discutir y los términos de la discusión” (Lewis, 2004, p. 5). De acuerdo con Lewis y como también sugiere Menéndez, las reformas neoliberales no sólo no atentan contra el modelo biomédico sino que son funcionales a su mantenimiento. La conceptualización de la salud como socialmente determinada está lejos de ser dominante. Esta situación tiene claro reflejo en el día a día de las políticas, las organizaciones y en el quehacer de las profesiones (no sólo las sociales) que se ven tensionadas por el poderío y la eficacia práctica del complejo médico industrial4. En este escenario, un problema central para las disciplinas sociales que trabajan en salud es cómo orientar la agenda, producir y traducir los resultados de esfuerzos de sus estudios para orientar las decisiones de los decisores y la comunidad. A esta dificultad debe agregarse la percepción de lo que parece ser una sub-utilización del conocimiento producido por las ciencias sociales para orientar acciones e intervenciones, tanto en el plano programático como asistencial (Bronfman y otros, 2000, en Ramos 2006, p.12). Las construcciones posibles No obstante algunos malestares antes sugeridos, el terreno para la intervención de las disciplinas sociales en la salud pública hoy esprolífico. Los cambios en los perfiles epidemiológicos y la consiguiente prevalencia de enfermedades crónico- degenerativas lleva a poner foco en los modos de vida que producen estos problemas y en los que pueden contribuir a prevenirlos. La obesidad infantil, por ejemplo, una cuestión que afecta a uno de cada tres niños en edad escolar, en Argentina y en Mendoza y que tiene severas consecuencias para la salud en la vida adulta, no resiste ser considerada como un asunto médico. El sedentarismo de los chicos de las ciudades, las estrategias familiares de consumo y las políticas alimentarias son cuestiones que las disciplinas sociales pueden poner a consideración y desencadenar intervenciones en orden a aminorar el problema5. El envejecimiento de la población, como expresión de la transición demográfica, nos enfrenta al hecho de que cada vez más personas mayores viven más años. En una reciente Asamblea Mundial sobre Envejecimiento, la OMS propuso un marco de política “para el envejecimiento activo” basado en los determinantes de la salud. Y hay experiencias que muestran que el envejecimiento saludable puede constituirse en una prioridad para distintas áreas de política pública. Por ejemplo, cuando las áreas de educación se involucran en el desarrollo de habilidades informáticas en las personas mayores y/o las de transporte trabajan para facilitar el uso del transporte público en este grupo poblacional. Surgida en los países nórdicos como contrapunto a la Promoción de la salud y a su énfasis en los “estilos de vida”, la estrategia de Salud en todas las políticas (en adelante STP) persigue la complementación horizontal entre políticas que tienen un alto potencial 4 En una analogía con el complejo militar industrial y la expansión de su poder político-económico, Arnold Relman (1980) caracteriza al complejo médico- industrial como el dispositivo compuesto por las industrias de tecnología médica, la industria farmacéutica, las empresas de atención médica, las organizaciones sanitarias y las profesiones sanitarias que integra una base científico-técnica radicada en las universidades e instituciones de investigación, las industrias sanitarias y la investigación clínica. 5 El título de un libro de la antropóloga Patricia Aguirre Ricos Flacos y Gordos Pobres ilustra muy bien como la cuestión alimentaria en el país está profundamente atravesada por cuestiones de la estructura social y por diferentes políticas públicas. 7 para contribuir a la salud de la población y resulta un marco adecuado para repensar las intervenciones en salud pública en nuestro medio. STP se basa en el reconocimiento de que la salud no es simplemente un producto de las actividades del sector salud, sino que, en gran medida, está determinada por las condiciones de vida y por factores sociales y económicos que son principalmente controlados por sectores distintos a los servicios curativos y preventivos. Cuánto caminamos en lugar de conducir, la calidad del transporte público en el que nos desplazamos, la calidad de los productos que comemos, el tiempo del que disponen los padres de niños pequeños para cuidarlos son cuestiones que tienen un altísimo impacto en la salud y que dependen de una diversidad de decisiones políticas a nivel global, nacional, provincial y municipal. STP asume que, con mucha frecuencia, los determinantes sociales pueden ser influenciados directa y rápidamente a través de diferentes políticas e intervenciones en los ámbitos en los que la gente vive, se recrea o trabaja. En síntesis: el objetivo central de esta estrategia es lograr beneficios para la salud de la población a partir de responsabilidades compartidas por el gobierno, en sus distintos niveles y la sociedad, de manera conjunta. En materia de capacitación, incorporar la lente de STP demanda una sólida base de información, adecuada formación en salud pública y en el diseño y ejecución de políticas públicas. Se necesita capacitación en epidemiología, en el enfoque de los determinantes sociales de la salud, en negociación y en habilidades para trabajar con múltiples sectores. En materia de diseño de políticas sociales, el desafío que subyace a STP es poder conciliar valores y objetivos de diferentes políticas públicas, los cuales, cuando no son compatibles, implica profundos debates. Un ejemplo claro en nuestro medio se da en la política de control de alimentos cuando entra en conflicto con programas de apoyo a micro- emprendedores. El enfoque conjunto de formulación de políticas supone definir claramente objetivos transversales para que los acuerdos de trabajo entre sectores sean precisos; para poder identificar con claridad las barreras a la integración que demandan estrategias consensuadas y para que la ejecución se considere como parte del proceso político (Ståhl, Wismar, Ollila, Lahtinen & Leppo, 2006). En términos de formulación y diseño, el problema central a enfrentar es lograr incorporar criterios de salud que no han sido previamente considerados en las agendas de los responsables de las diferentes políticas públicas En materia de investigación y transferencia, los datos básicos para la formulación y evaluación de STP necesitan reflejar posibles desigualdades en la salud, en particular en los niveles locales. Alianzas intersectoriales de investigación podrían fortalecer asociaciones para usar los recursos de manera más eficiente, trabajando sobre perfiles de población comunes. Por ejemplo: los análisis de la situación de salud de las mujeres trabajadoras rurales. STP también supone planteos interesantes para quienes trabajamos específicamente en salud. Ampliar la comprensión de los alcances de la salud es un proceso de aprendizaje con importantes implicaciones para el desarrollo de otras políticas sociales. El sector salud debe cuestionarse la tendencia a medicalizar las numerosas causas “externas” de la mala salud y el papel de otros sectores en la promoción de la salud y prevención de la enfermedad. También debe asumir que los efectos sobre la salud de políticas y programas ambientales, de agricultura y económicos, por mencionar algunos, no son del todo dimensionados y puestos en cuestión por los equipos de salud. En síntesis: creo que necesitamos de nuevas lentes y estrategias para mejorar la comprensión de los problemas de salud/enfermedad/atención. Creo que necesitamos recrear nuestras formas de trabajo en salud y reflexionar sobre lo que hacemos y cómo lo hacemos. Necesitamos sobre todo re politizar la salud. Sólo por este camino podremos pasar de la retórica a la construcción de una salud menos medicalizada y más equitativa. Bibliografía consultada Aguirre, P. (2007). Ricos Flacos y Gordos Pobres: la alimentación en crisis. Buenos Aires, Capital intelectual. 8 Almeida, C. (2006). Reforma del Sector Salud en América Latina y El Caribe: el papel de los Organismos Internacionales al formular las agendas y al implementar las políticas. Bienestar y Política Social, 2 (1), 135-175. Arredondo, A. (1992). Análisis y reflexión sobre modelos teóricos del proceso salud- enfermedad. Cadernos de Saúde Pública, 8 (3): 254-261. Campos, G. W. S. y Amaral, M. A. (2007). A clínica ampliada e compartilhada, a gestão democrática e redes de atenção como referenciais teórico-operacionais para a reforma do hospital. 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