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Revista del Salomé, 2016, 1(1): 163-164. ISSN: 2518-4415 
 
La función de tutoría: carta de navegación para tutores 
Antonio González Pérez 
José María Chía 
 
Narcea, Madrid, 2015 
 
Educar y enseñar no son exactamente lo mismo: se enseña una disciplina, pero se educa para la vida; se 
enseña desde el conocimiento, pero se educa desde y con el ejemplo. 
 
El tutor del que nos habla este libro guía es ante todo un educador que se encarga de la coordinación de 
la acción educativa dirigida a jóvenes de entre 12 y 16 años. Como tal, debe no solo formular y adecuar 
la propuesta educativa para cada uno de los estudiantes a su cargo, sino también acompañarlos 
individual y colectivamente en ese difícil tránsito por el que atraviesan. En este último sentido, debe ser 
el compañero y guía de viaje de sus estudiantes, a quienes debe mostrar tanta firmeza como afecto, a 
fin de que su labor pueda ser efectiva. 
 
Este libro es una sistematización de la experiencia acumulada por los autores en este trabajo tan 
delicado y central. En efecto, en los sistemas escolares en los que está prevista e incorporada la función 
del tutor, esta opera como columna o elemento pivote del que depende, en buena medida, el paso 
exitoso de los estudiantes por la secundaria. Es que el tutor es quien adapta la propuesta educativa a las 
necesidades, capacidades, posibilidades y condiciones de los estudiantes bajo su tutela. Para ello debe 
conocer a cada uno individualmente y trabajar en coordinación con sus familias y el cuerpo de 
profesores correspondiente. 
 
A fin de obtener el conocimiento adecuado de los estudiantes, el libro propone una serie de variables 
que el tutor debe tomar en consideración en relación con cada alumno: los datos personales, su historial 
académico, sus capacidades intelectuales, las medidas de atención especial que con respecto a él hayan 
sido tomadas con anterioridad, sus competencias curriculares, la forma en que ha ido evolucionando su 
proceso de aprendizaje, posibles datos confidenciales de su historia particular y su situación familiar. 
Con toda esta información —que se conseguirá mediante entrevistas personales a los estudiantes y a 
sus familias cercanas, y mediante los archivos académicos, las pruebas de medición académicas que 
sean necesarias (en los casos en que se sospeche de baja capacidad intelectual) y los datos aportados 
por el tutor y los profesores anteriores—, el tutor establecerá un cuadro del proceso educativo de cada 
uno de sus estudiantes que le permitirá determinar si están siguiendo un círculo de desarrollo o fracaso. 
 
En el primero, a metas académicas alcanzables, que están conformes con el nivel de logro del 
estudiante, responde este con una actitud y aptitud de trabajo regular en el que encuentra su propia 
satisfacción al margen de los posibles resultados. Casi siempre, como consecuencia, los resultados son 
positivos, lo que ocasiona el debido reconocimiento y refuerzo positivo por parte del profesor, que a su 
vez genera una mayor satisfacción personal y social en el estudiante. Así, aumenta su autoestima y ello 
hace que espere más de sí mismo, que asuma nuevas expectativas positivas. Como resultado de todo 
esto, el estudiante alcanza una motivación más alta que lo determina a aceptar nuevas metas. 
 
Cuando este círculo se rompe, se produce el círculo de fracaso, por el que el estudiante se convence de 
que no puede lograr los objetivos académicos. A metas inexistentes o inalcanzables, responde el 
estudiante con un trabajo irregular o con la no voluntad de trabajar; ello genera resultados insuficientes 
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Reseñas 
que provocan la ausencia de refuerzos positivos. Sin satisfacción personal y social, el estudiante ve 
disminuir su autoestima y, por tanto, sus expectativas y su motivación para el trabajo académico. 
Solo cuando el tutor establezca el diagnóstico de la situación que esté viviendo el estudiante, podrá 
intervenir. Dicha intervención tenderá a reafirmar el círculo de desarrollo o a crearlo. Pues lo importante 
es que los estudiantes se convenzan de que pueden lograr los aprendizajes y el éxito académico. 
 
Para la intervención, que atacará a la vez todos los puntos que deban ser reforzados o modificados, los 
autores recomiendan que se tengan en cuenta cinco principios fundamentales: 
 
— El principio de autonomía, por el que se deja un espacio (dentro de un marco establecido por el 
tutor) para que el estudiante pueda asumir sus propias decisiones. 
— El principio de diferenciación, por el que se reconoce y se acepta que cada estudiante es 
distinto, único. 
— El principio de autocontrol, por el que la intensidad del control ejercido por el tutor disminuirá 
con el aumento de la madurez del estudiante. 
— El principio de responsabilidad, por el que el estudiante va ganando libertad educativa en la 
medida en que asuma responsabilidades. 
— El principio de autoestima, por el que el tutor acepta de manera incondicional al estudiante, 
independientemente de su conducta. 
 
 Como se ha dicho, La función de tutoría: carta de navegación para tutores es más que nada una guía o 
prontuario del debido proceder de los tutores. A este respecto, su principal aporte probablemente sea 
el conjunto de "protocolos" (procedimientos o estrategias) que el buen tutor deberá seguir ante 
determinados tipos de estudiantes, grupos de estudiantes y familias. Fruto de la experiencia y del 
conocimiento ganado con los años, resumen y síntesis del saber hacer de los autores a la hora de 
afrontar la tutoría, dichos protocolos facilitan el proceso por el que el tutor puede ir personalizando su 
intervención de acuerdo a las peculiaridades de cada uno de sus estudiante y del grupo que esté bajo su 
tutela. 
 
Es evidente, por otra parte, que este libro puede ayudar a los maestros de todos los niveles aun cuando 
no sean propiamente tutores. Sus consejos, reflexiones y pautas pueden ser seguidos por todos los 
docentes que se consideren a sí mismos como educadores, y que en tal virtud procuran ante todo el 
desarrollo y crecimiento intelectual y espiritual de sus alumnos. 
 
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