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Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 El tocapu 285: Consideraciones acerca de la llamada “escritura incaica” Margarita E. Gentile L.* Resumen El registro andino de datos y su comunicación están asociados a un objeto, el quipu, que los incas perfeccionaron y potenciaron. No obstante, hay dibujos que se reiteran, conservando su forma aun sobre diferentes soportes y pautas estilísticas, sugiriendo con su materialización la comunicación de alguna idea. Aquí se describe y ubica en espacio y tiempo uno de dichos dibujos, y se propone su interpretación. Abstract The andean system of keeping records and its communication are associated with an object, the quipu, which was perfected and potentiated by the Incas. However, there are also repeating drawings, which keep their form in different materials and styles, suggesting with their materialization the communication of an idea. Here we describe and locate in space and time one of those drawings, and we offer a proposal for its interpretation. Introducción Las formas de registro y transmisión de datos estuvieron en la base de los logros de las culturas andinas prehispánicas, notables en la clasificación de materias primas, los ciclos vitales y el calendario agropecuario, entre infinidad de otros conocimientos científicos cuya aplicación, en algunos casos, aún es viable. Durante la Colonia a veces se entrevieron estas posibilidades en la lectura de un quipu durante una probanza (Murra 1981), o en el dibujo del quipu y una “tabla de calcular” (Guamán Poma 1980); pero la falta de demostraciones contundentes acerca de la existencia de una “escritura incaica” descalificaron por anticipado el estudio de los sistemas de registro en general, excepto el quipu. En los primeros diccionarios de quechua se decía: “Tocapo, labor en lo que se brosla o texe o en vasos, tablas &c.” (Anónimo 1951: 84). Otro: “Tucapu. Los vestidos de lauores preciosos, o paños de lauor texidos.” (Gonçalez Holguin 1952: 344). En cambio, en aymara era: “Tocapu amaotta: Hombre de gran entendimiento. / Tocapu chuymani; Idem. / Tocapu isi: Vestido, o ropa del Inga hecha a las mil marauillas, y assi llaman agora al Terciopelo, Telas, y Brocados &c quando quieren alabarlos. / Tocapu quellcata: Cosa bien pintada, y asi de otras cosas.” (Bertonio 1879: 357). Acerca del origen de este tipo de trabajo tenemos que “Este inga [Viracocha] fué industrioso y inventor de ropas y labores polidas, a que llaman en su lengua Uiracochatocapo, ques como entre nosotros el brocado.” (Sarmiento 1943: 162); pero el fraile Murúa, experto en textilería, agregó unos datos sugestivos: * Licenciada en Antropología Social, UNMSM. Investigadora CONICET-Museo de La Plata. E-mail: margagentile@yahoo.com.ar Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 “[el inca Viracocha y sus ministros] Tiznábanse los días festivos o mandábales que enseñasen a sus ministros por figuras. Pero no los comunicaban ni descubrían sus secretos. Muchos dellos no se casaban por la dignidad que tenían. Quieren decir algunos indios antiguos que Viracocha Ynga tomó también este oficio, que vino a saber más que los susodichos y que así vino a desaparecer.” (Murúa 1986: 72). Según Molina, el cuzqueño, el Hacedor tenía su asiento en Tiahuanaco, y sus dos hijos se llamaban Ymay mana Viracocha y Tocapo Viracocha. Al primero lo envió por el camino de los Andes y montañas poniendo nombre a la flora y enseñando a la gente el uso de cada planta; al menor, Tocapo, lo envió para lo mismo por el camino de los llanos. Además, Tocapo Viracocha “... quiere decir en su lengua haçedor en que se iyncluyen todas las cossas.” (Molina 1916: 10-11). En los diccionarios de época no hay referencia a un diseño en particular sino a la calidad del tejido; en cambio, Sarmiento y Murúa abrieron la posibilidad de que en tiempo de Viracocha Inga se hayan incorporado los dibujos enmarcados a la textilería de la elite cusqueña, los cuales tenían significados -se “decía” mediante figuras- pero que, según Murúa, luego que Viracocha murió dichos significados se perdieron. Quedaron en las crónicas coloniales: Tocapo Viracocha como dios y el inca Viracocha como inventor de viracochatocapo, un tipo de tela de alta calidad. En la literatura científica del siglo XX se llama tocapu a los dibujos prehispánicos que consisten en cuadrados conteniendo otros dibujos y puestos en hilera. Si bien los mostraban algunos llautos Moche y Paracas, gorros Tiwanaku y ropa Chancay, entre otros, la relación directa con lo incaico partió de la crónica de Guaman Poma, publicada en 1936, quien describió e hizo dibujar puntualmente la ubicación de los tocapo en el uncu de cada Inca. La denominación cobró cierto sentido a partir de las investigaciones de Victoria de la Jara (1967; 1972), quien llamó tocapu o tocapo a cada uno de aquellos cuadrados suponiendo que formaban parte de un sistema de escritura incaica (Fig. 1). Esta afirmación se basaba en su interpretación de un párrafo de Murúa acerca de las cosas que los indios adoraban en tiempo de Huayna Capac (de la Jara 1967: 241) que decía: “...que entre sus muchos ídolos tenían un aspa y un signo como de escribir cuadrado y atravesado como cruz; muchos decían ser cruz, porque con ella se defendían de las fantasmas de la noche y la ponían a los niños en naciendo; que parece que fue como una manera de profecía de la venida de los cristianos en este mismo tiempo a este dicho Reino, que fue el año de mil y quinientos y treinta y tres.” (Murúa 1946: 78). La expresión subrayada por mí describía uno de los tantos dibujos que Murúa observaba en las piezas textiles que hacía fabricar a las indias de su parroquia (Capachica), y lo comparó con los “signos de escribano”, con los que los escribanos de la época acompañaban sus nombres (Fig. 2). En ese párrafo Murúa no dijo que esos cuadrados formaran parte de un sistema de escritura, aunque sí lo sugirió en otro. De la Jara identificó 294 tocapu, uno de los cuales lleva el número 285; la primera vez que este dibujo me llamó la atención fue porque se duplicaba en los anillos de cobre del niño que, envuelto en un poncho rojo, fue ofrecido en capacocha en las Salinas Grandes de Jujuy, lugar relativamente cercano a Peñas Coloradas donde había un petroglifo similar. El color rojo tenía relación con capacocha, lo mismo que el amarillo Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 Fig. 1. “Croix traversée ou aspe”, según de la Jara 1967: 241. Esta autora decía que este dibujo era el signo de Atahualpa. Fig. 2. Signos de escribanos, siglos XVI-XVII. Cortesía Ada Arrieta (Archivo IRA-PUCP, Lima). (Gentile 1996). En un trabajo previo (1998) señalé la posibilidad de que este dibujo fuese un signo cusqueño en el Collasuyu, es decir, algo que representaba algo para alguien en algún aspecto, sensu Peirce (1931-1935),. En lo que sigue describiré las variedades de este dibujo, mostraré las evidencias halladas desde 1998 y propondré una interpretación de su significado ajustada a las mismas. El tocapu 285 y sus variantes Está formado por una figura central que puede ser círculo, rombo o cuadrado; de ella parten hacia arriba y hacia abajo del observador dos curvas que se abren en sentidos opuestos, doblan sobre sí mismas y pueden llegar o no a cerrarse. Cuando el centro es un rombo o un cuadrado, el eje de simetría pasa por los vértices. Dicho cuadrado o círculo puede tener, a su vez, un redondel central. El centro también puede ser un rostro (como en el caso del aretede Turín y las lajas de Copacabana y Chiripa). o estar dividido en dos partes por una línea horizontal (como en el hacha de La Aguada, el petroglifo de Yavi y la alfarería Huari en Moche). Si el centro es un cuadrado, entonces los ejes de simetría pasan por los vértices y éstos siempre se cruzan en noventa grados, pero en el llauto de Paracas el dibujo central descansa sobre uno de los lados y está enmarcado por otro, también cuadrado, que tiene los vértices desplazados como si fuese un rombo. Los soportes condicionan la representación de los ángulos de los cuadriláteros y la redondez del círculo. Sin embargo, en todos los casos, tenga el centro la forma que tenga y esté contenido en otra figura similar o diversa, las cuatro curvas que parten de los bordes se reproducen por reflexión especular y pueden multiplicarse, siendo éste su rasgo principal. Desconozco su nombre pre o posthispánico; las descripciones-interpretaciones siguieron el canon europeo de representaciones realistas, como “... motivos libres formatizados: ... “alacrán” (Fernández Distel 1975); “... otros motivos geométricos que tienen cuatro garfios o ganchos y un núcleo romboidal, como si fuera una estrella de mar.” (Mejía Xesspe 1975-1976: 32); “... una representación constituida por una elipse Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 que posee en cada uno de sus extremos un par de espirales (fig. 7). Se origina así una hermosa combinación que, dada la regularidad del grabado, se asemeja a un adorno de piedra o de metal.” (Krapovickas 1978: 7); “... diseño zoomorfo ...” (González 1983). Por eso, para facilitar las referencias lo llamé tocapu 285. Los datos están resumidos en el cuadro siguiente; su ubicación cronológica es relativa, y forman una secuencia según se antecedan o precedan unos a otros: Bibliografía Soporte Cronología relativa Dibujo Cereceda 1990: fig. 6. Tejido en llijlla o awayo. Fines del siglo XX. De la Jara, 1967: tocapu 285. The Textile Art of Peru, 1991: 319. Faja tejida en uncu Colonial temprano? The Textile Art of Peru, 1991: 319. Uncu tejido; los signos son contigüos en tres de los cuatro diseños en dicho uncu. Colonial temprano? Boman, 1918: fig.4. Dos anillos de cobre en los dedos anulares de un niño; capacocha. Salinas Grandes de Casabindo, Jujuy. Colonial? Krapovickas, 1978: 7. Dos petroglifos similares en Cerro Colorado, La Quiaca. Inca tardío? Fernández Distel, 1975: 12. Petroglifo en Cerro Peñas Coloradas, La Quiaca. Inca tardío? Fernández Baca, 1989: 126, figura 162. Pintado sobre alfarería hallada en los alrededores del Cusco, c. 1920 Inca Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 Bibliografía Soporte Cronología relativa Dibujo Chávez & Mohr, 1975, plate XXIV Dos placas de piedra; una procedente de Copacabana y la otra de Chiripa. Mejia Xesspe, 1975- 1976: 10 Bordado sobre capellada de calzado hallado en Pachacamac Museo Amano, n/d, p.33, fig.0300 Pintado sobre alfarería estilo Chincha Chincha? González, 1992, lám.54, 4. Placa de metal recortado. Cultura Santa María Ibarra Grasso, 1967: 497, fig.1. González, 1975 Relieve en el cruce del mango con la hoja de un hacha de metal estilo Santa María. Cultura Santa María González&Montes, 1998: 218, fig.167 Puco de alfarería estilo Hualfín gris grabado. Cultura La Aguada Serrano, 1953. Sin datos González&Montes, 1998: 225, fig. 188. Puco de alfarería estilo Hualfín gris grabado. Cultura La Aguada Schindler, 2000 Anillo de plata Chimú? Servicio Aerofotográfico Nacional - Perú Geoglifo en la Pampa de San José Cultura Nasca? Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 Bibliografía Soporte Cronología relativa Dibujo Tello&Mejía, 1979: XIII a Llauto tejido; fardo funerario Paracas de Wari Kayan Paracas Necrópolis Interpretación del tocapu 285 Como hipótesis de trabajo propongo una interpretación del significado de este dibujo basada en los datos del cuadro anterior; dada la variedad de soportes, dispersión geográfica y amplitud cronológica, avanzaré mediante aproximaciones. Es de esperar contar en el futuro con más datos originados en excavaciones puntuales que permitan ajustar esta propuesta o desecharla. Primera aproximación Dos versiones de este dibujo están en un llauto Paracas y un geoglifo de la pampa de San José, Nasca. Uno de los puntos en común entre estas culturas es que sus restos se encuentran en zonas áridas en las que, al llegar allí, el agua de las cumbres se subsumía en el terreno y los ríos fluían a pocos metros bajo la arena. En Nasca el agua se captaba mediante canales y reservorios subterráneos para reducir su evaporación. También tienen en común unas figuras en actitud de volar bordadas en los mantos de Paracas y pintadas en la alfarería de Nasca representando, según María Rostworowski (1993; 2003), al dios Con, un ser que no tenía huesos y era el viento que soplaba desde el mar hacia el continente, anunciando el deshielo en las cumbres y, por ende, la próxima llegada del agua que bajaba de las montañas hacia la costa para regar las chacras. Los geoglifos en las pampas y valles bajos de la costa peruana se habrían dibujado para avisarle a Con que en ese sitio lo aguardaban sus devotos. También comparten Paracas y Nasca los atributos de esta divinidad voladora quien con una mano sujeta los cabellos de una cabeza humana cercenada y con la otra sujeta un cuchillo con punta de obsidiana, un rompecabezas o un bastón. Hay semillas en su ropa. En un manto Paracas hay figuras de pie, rodeadas de cabezas humanas y hasta el uncu que viste el personaje está cubierto de probablemente placas de metal que las representan. Estas imágenes dejan suponer que hubo una relación directa entre el agua para riego, la divinidad invocada para conseguirla y un determinado tipo de ofrenda, que Makowski (2002) extendió a los cadáveres de los que brotan las plantas, tal como se ven en los mantos Paracas y la alfarería Nasca. Las cabezas solas también se hallaron en entierros en territorio Huari (Lumbreras 1974), y en sitios Nasca de la costa de Arequipa (Penteado Coelho 1972), entre otros. Chávez y Mohr (1975) pusieron a estas figuras de personajes volando en paralelo con el diseño de sendas lajas de Copacabana y Chiripa. No obstante, tanto las lajas y huancas halladas en los alrededores del lago Titicaca como los menhires de El Mollar (Tafí, Tucumán) y el arete de Tablada de Lurín, si bien representan a una divinidad relacionada con la fertilidad de las chacras (Gentile ms), tienen un rostro central y, en mi opinión, fueron parte de otra forma de culto con el mismo propósito (Fig. 3). Resumiendo esta primera aproximación tenemos que, en la época preincaica, un dibujo similar al tocapu 285 formó parte de los mensajes dirigidos a una divinidad que Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 a b c d Figura 3. Menhirs o huancas de El Mollar, Tucumán. a) Alto: 3,10m., ancho 0,50cm y grueso 0,20cm.. b) Tafí. Alto aproximado: 1,25 m.. c) Alto aproximado: 2m.. d) Menhir con un rostro y líneas curvas grabadas; alto: 3,11m.. Dibujos de Marcela Minkévich (Artes Visuales - IUNA). Revista Electrónica de Arqueología PUCPVol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 era un viento que soplaba desde el sudoeste, y que se hacía presente cuando se necesitaba agua para regar. Sin embargo, este viento también arrastraba arena que podía tapar las plántulas, entonces para conseguir su gracia ¿se le ofrecían cabezas humanas?, ¿sus cuerpos se dejaban “fructificar” en otro sitio? Segunda aproximación En San José de Moro, una versión del tocapu 285 está pintada sobre el cuerpo de vasijas globulares de alfarería que tienen un rostro modelado en el gollete. También está dibujado sobre el cuerpo de otras vasijas sin rostro (Castillo 2000) pero, en general, la posición de las asas como si fueran brazos indica que las vasijas ventrudas andinas representan personas. Dicha alfarería muestra influencia Huari -una cultura de la sierra- en la última época de Moche, una cultura de la costa cuyas chacras dependían del agua de los nevados. De esta manera, en la costa norte peruana hubo una elite especializada en rituales originarios de Huari (Castillo 2000). También se encuentra otra versión del tocapu 285, en relieve, en la parte superior del mango de un hacha de metal de la cultura Santa María (Período Tardío del noroeste argentino). Sobre él hay un rostro y debajo, siguiendo la forma del mango del hacha, espirales cuadrados, representando en conjunto a un personaje con el dibujo en el pecho, como en las vasijas Moche-Huari. Los siete rayos que se despliegan en abanico hacia un costado del hacha y se unen en el enmangue, además de cumplir una función ofensiva, contribuyen a representar al tipo de guerrero que viste un atuendo de plumas de avestruz o suri que le caen sobre la espalda (como en el arte rupestre incaico de Chayamayoc y el colonial de Cerro Colorado de Córdoba, Gentile 1995; 2002). En mi opinión, tras los rituales Huari se ocultarían conocimientos de orden tecnológico agropecuarios, traspasados bajo ciertas condiciones sociopolíticas. Esto puede haber sucedido a partir del momento en que la producción de alimentos en la costa insinuó el comienzo de su colapso al que contribuyó, entre otros factores, la gran producción alfarera que en su demanda de madera facilitó el avance de las arenas sobre las chacras. Moche y Huari decayeron casi simultáneamente (Castillo 2000); es decir, la tecnología Huari no llegó a tiempo o no fue suficiente, pero que, en general, era adecuada lo muestra el que los conocimientos agropecuarios Huari pasaran al Tahuantinsuyu. Amaro Topa Inca, uno de los hijos de Pachacutec, nació en territorio Huari y de él se contaba que se apartó de las luchas por la sucesión en el gobierno de su padre y que inventó un sistema de calendario solar, los andenes de cultivo, los sistemas de riego y las colcas (Gentile 2007). Resumiendo la segunda aproximación tenemos entonces que los personajes que muestran sobre el pecho una versión del tocapu 285 representarían a los especialistas en temas agropecuarios y sus rituales, pero no se sabe si eran seres humanos, divinos o semidivinos. Huari parece ser el espacio geográfico y la época de irradiación. Tercera aproximación En la costa sur peruana, Huari en Ica deja ver en su alfarería otra versión del tocapu 285; la seriación de Patricia Lyon (1966) mostró que se trataba de la cabeza de un felino (Fig. 4). Con relación a este animal, algunos dibujos sobre la alfarería Moche permitieron reconstruir parte del relato acerca del origen semihumano de los tigres, del que también hay una microsecuencia en la alfarería La Aguada del noroeste argentino Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 Fig. 4. Cambios en las cabezas de los felinos en la alfarería de Ica, según Lyon 1966, plate VI. (Sempé y Gentile 2004), más precisamente, Hualfín Gris Grabado, que muestra influencia Tiwanaku, uno de cuyos epígonos fue Huari. Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 En cuanto al felino, tomando en cuenta que siempre se lo muestra con la piel manchada, podría ser tanto el yaguareté adulto (Pantera onça) como el puma cachorro (Felis concolor), ambos domésticos si se los cría desde pequeños. En La Aguada (Período Medio en el noroeste argentino) se suelen representar solamente sus dientes, o el cuerpo entero a veces con la cabeza asemejando, según se la mire, la de un loro (Gentile, 2007: Fig. 1). Otro dibujo en el altar del Coricancha mostraba al felino manchado como productor de granizo (Santa Cruz Pachacuti 1993; Kauffmann Doig 1989). Los datos recopilados permiten pensar que un gran felino estuvo en la base de las creencias y rituales andinos referidos a la agricultura. En ese sentido, es notable que en el sector sur del área andina donde hubo elaboradas representaciones prehispánicas de este animal -las imágenes anatrópicas La Aguada- todavía circulaban a principios del siglo XX relatos cuyos protagonistas podían transformarse en tigres a voluntad, creencia diferente de la del Lobison europeo, que era un ser predestinado en su desgracia (Gentile 1999: cap.I; 2007). Resumiendo esta tercera propuesta tenemos que el felino está representado sintéticamente en el tocapu 285 en la alfarería costeña influenciada por Huari. También tenemos un refuerzo de los vínculos entre creencias y rituales andinos que abarcaron un amplio espacio geográfico y temporal. Comentarios finales Uno de los modos de organizar y transmitir datos se basa en combinaciones de formas y colores que, aun sobre diversos soportes, remiten al observador a asuntos precisos mediante un ejercicio de abstracción ya que “El signo es todo aquello que hace que nos venga a la mente algo diferente, más allá de la impresión que la cosa produce en nuestros sentidos (Agustín, De doctrina christiana II, 1, 1). No todas las cosas son signos, pero sin duda todos los signos son cosas...” (Eco 1997: 81) Muchos objetos andinos prehispánicos, descontextualizados mediante el huaqueo, fueron apreciados desde la estética por su refinada calidad y cantidad de trabajo. Entre ellos, la ropa incaica es interesante porque sus colores estuvieron relacionados con momentos de rituales como la citua y la capacocha, y parece que eran precisos los colores de los uncu que vistió cada Inca (Molina 1916; Guaman Poma 1980; Gentile 1996). Como otros rasgos incaicos, la importancia de los colores del vestuario también tiene un antecedente, en este caso en Nasca, en los mantos formados por grandes planos de color recortados y combinados entre sí; y en Paracas, en el uso del espacio de las grandes o pequeñas telas bordadas con motivos reiterados y estrictamente pautados en su distribución. En cuanto a los llamados tocapu, el “uncu Bliss” presenta entre la variedad de diseños (48 repartidos entre 312 cuadros) el “uncu axedrezado” y el que denominé “alianza entre suyus”; ambos se corresponden con piezas tejidas a escala humana y, en miniatura, visten las figuritas que acompañan las capacocha. De esta manera es verosímil que cada uno de los cuadros de dicho uncu, además de los de otros uncu, formen parte de un sistema de comunicación basado en forma, color y contexto por lo menos durante el Tahuantinsuyu, aunque hay evidencias del uncu axedrezado en Moche y Nasca, por ejemplo (Gentile 1996), como también es innegable el “aire de familia”, para expresarlo de alguna manera, entre los dibujos de la ropa que visten los personajes Recuay, y los de Santa María y Portezuelo (Catamarca). Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 El tocapu 285 cuenta con versiones en casi todos los estilos andinos y sobre diversos soportes. Esta diversidad abre la posibilidad de que se trate de homónimos gráficos,dibujos que tuvieron significados distintos en cada época y lugar, en lugar de ser versiones locales de una misma idea andina. La seriación de Lyon descarta este punto, quedando en pie la reducción de la imagen del felino a su cabeza mediante las líneas propuestas para Huari en Ica, pero en La Aguada se centró esta abreviatura en sus dientes. La explicación de esta imagen roza, hasta ahora, siempre los mismos temores: la eventual falta de agua para riego y asegurar la producción en terrenos que de por sí no eran fértiles. Me pregunto si tanto el personaje que llevó el arete hallado en Lurín como el que vistió un uncu con ese dibujo en la alfarería Moche-Huari, o el del hacha La Aguada y el que vistió ese otro uncu tardío, fueron quienes poseían conocimientos agropecuarios suficientes y sabían los rituales propiciatorios. De ser así, no sería el único caso; hay una escena en Moche en la que los dibujos en la ropa “dicen” cuál era el tema de consulta al oráculo (Gentile 2008); asimismo, los personajes de los “cántaros con asas asimétricas”, alfarería tardía de la puna de Jujuy y alrededores, tienen dibujos en la ropa relacionados con el agua (Gentile 1991: fig.6). En cuanto al dibujo en la ropa, según González, era una placa de metal recortado que llevaba colgada del cuello la persona encargada de reflejar el sol sobre las mieses para que la chacra fructifique; sin embargo, sobre el uso de pequeñas placas de metal en el marco de la cultura santamariana tardía, una recopilación del siglo XVIII decía que los calchaquíes prehispánicos “No adoraban solas estas deidades en aquellos sus Templos, pues rendian culto tambien en ellos a otros Idolos, que llamaban Caylles, cuyas Imagenes labradas en laminas de cobre traian consigo, y eran las joyas de su mayor aprecio: y assi dichas laminas, como las varitas emplumadas, las ponian con grandes supersticiones en sus casas, en sus sementeras, y en sus Pueblos, creyendo firmemente, que con estos instrumentos vinculaban a aquellos sitios la felicidad, sobre que decian notables desvarios, y que era imposible se acercasse por alli la piedra, la langosta, la epidemia, ni otra alguna cosa, que les pudiesse dañar.” (Lozano 1970: 425). En orden cronológico, amplia y flexiblemente considerado, tenemos por ahora dos piezas Recuay, no obstante que Huari parece haber sido el punto geográfico y cultural de distribución de una creencia, su culto y la tecnología anexa todo lo cual tiene, a su vez, rastros en Tiwanaku, y esto sin excluir la posibilidad de que Chavín haya sido también un precedente, pero se necesitarían estudios más puntuales. La creencia relacionada con conocimientos agropecuarios la retomaron los incas y la potenciaron; pero a la Colonia llegaron los relatos acerca de los huarirunas, devotos del dios Huari, dador de fuerza agrícola, según la región donde los cronistas recopilaron sus noticias. Durante el Tahuantinsuyu el dios Huari cedió su poder en beneficio de Pachamama, la energía femenina agropecuaria, con un santuario en un ceque y ofrendas de ropa miniatura. En el altiplano se conservó hasta fines del siglo XX la complementariedad Pachatata-Pachamama (Gentile 1989, entre otros), tal como los grandes litos prehispánicos de la región mostraban dos figuras, una femenina y otra masculina, unidas por la espalda. El animal más “visible” en el registro relacionado con este dibujo es un felino, evidenciado en la seriación de Lyon, y propongo entonces que el tocapu 285 corresponde a dicha versión abreviada. Sus características, evidentes en las Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 representaciones realistas, fueron las de poder andar por el aire, sintiéndoselo como un viento; en la costa podía cubrir de arena las plántulas en tanto que en la sierra el granizo, a su manera, también las destruía. Las manchas en la piel permitieron esta asociación con granizo y arena que, desde cierto punto de vista, son diferentes pero no diversos. Al mismo tiempo, el viento del sudoeste en la costa anunciaba la buena época para la agricultura, de manera que el felino pasó a formar parte del grupo de animales que podían considerarse indicadores meteorológicos, y por eso mismo eran representados en los objetos relacionados con el culto, como el felino antropomorfizado de Paracas; el boto, el felino antropomorfizado y el vencejo de Nasca (Yacovleff 1932). De igual modo, el gallinazo reiteradamente representado en textiles -incluidos los que acompañaban la capacocha de Aconcagua- a los que los sacerdotes del templo de Pachacamac dejaban anchovetas en una terraza, y si no bajaban a comer era señal de que el dios estaba enojado, es decir, anunciaban con su comportamiento un movimiento telúrico próximo. Igualmente, los pescadores pudieron relacionar la presencia de la almeja Mulinia coloradoensis en la costa peruana con un aumento de la temperatura del mar; en la Ciudad Perdida de Huayurí se la encontró en excavación con un fechado aproximado de 1350 d.C., asociada con alfarería Ica 6 sensu Menzel (Gentile 1978 ms), En enero de 2004 se observó la presencia de Mulinia en Huanchaco, y en diciembre se produjo un maremoto en la costa sur de Asia. Dicho de otra manera, las señales dadas por determinados animales se asociaron al animal mismo y su figura pasó a formar parte de un código visual que trascendió la representación con fines decorativos de la naturaleza circundante. Los devotos de estas divinidades preincaicas se beneficiaron con un calendario agropecuario regional e ingeniosos sistemas de canalización y almacenamiento de agua; los rituales para propiciarlas tenían, entre otros pasos, ofrendas de cabezas humanas, que eran cercenadas y exhibidas, sea cargándolas a la espalda envueltas en redes (Chavín), llevándolas sujetas por los cabellos (Paracas, Nasca, Tiwanaku, Huari), colgadas en postes (Nasca), a modo de cetro (Huari), entre otras maneras. En algunos casos, se trata de la cabeza y la columna vertebral en una sola pieza (bordado Paracas), o la cabeza y las 3 ó 4 vértebras siguientes, lo que lleva a pensar que el ritual pudo reproducir el accionar del tigre, felinizando el aspecto de los humanos que lo oficiaban, es decir, ropaje y acción. Durante el Tahuantinsuyu, el conocimiento agropecuario se centró en un calendario basado en el curso del sol y algunas constelaciones, plasmado en los ceques que irradiaban de Coricancha; el único ritual que incluía personas fue la capacocha, caracterizada por la placidez de los rasgos de las personas elegidas, cuyos cuerpos fueron bien tratados y en los todos los casos se los halló enteros. Esta última circunstancia indicaría que los cusqueños no compartieron con sus vecinos la creencia acerca del origen de los alimentos en la siembra de las distintas partes de un cuerpo (Calancha 1975: 932), ni que fuese necesario reiterar esa acción en el tiempo para obtener una buena cosecha. Además, refuerza mi propuesta de que la persona ofrecida en capacocha se convertía en un intermediario ante el Hacedor, y sus oráculos incluían respuestas no solamente agropecuarias sino, sobre todo, acerca de la fidelidad de sus parientes al Inca. El interés en el tocapu 285 partió de la observación de que el niño hallado en las Salinas Grandes tenía dos anillos de cobre; pero, finalmente, el rictus y la forma violenta cómo fue muerto muestran ignorancia -o desprecio- del ritual incaico. En ese sentido, soy de la opinión de que dicha ofrenda humana podría haber sido realizada, tal vez, durante la Colonia. Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 Finalizando este ensayo vuelvo al tema del registro, conservación y traspaso de datos en época prehispánica, conocimientos que -junto con los sistemas para mejorarel rendimiento agropecuario- fueron patrimonio de una elite y motivo de alianzas estratégicas. El último sistema político andino que continuó la tradición agropecuaria de los huariruna fue el Tahuantinsuyu. Amaro Topa Inca reorganizó el calendario y los rituales según el curso del sol, sistema en el que el huanca (ancestro litomorfizado) era el punto de referencia sideral. Moche, en cambio, parece que basó su cuenta del tiempo en las fases de la luna y las mareas. Si bien el estudio del registro, conservación y uso de datos en los Andes durante la etapa prehispánica se centró en el quipu, y los estudios sobre tocapu incaicos no dieron los resultados masivos que se esperaba de ellos, parece que hubo, no obstante, otras maneras de comunicar ideas mediante forma y color, que podían variar según la época, pero que conservaron un diseño básico reconocible a través del espacio y el tiempo andinos. Uno de esos casos fue el del tocapu 285. Revista Electrónica de Arqueología PUCP Vol . 3 - Nro. 2 – Agosto 2008 Referencias Anónimo (¿Alonso de Barzana?) 1951 [1586] Vocabulario y phrasis en la lengua general de los indios del Perú llamada quichua y en la lengua española, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima. Bertonio, Ludovico 1879 [1612] Vocabulario de la lengua aymara compuesta por el padre... . Julio Platzman, Leipzig. 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