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Relaciones Civiles Militares (Tudela)

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Relaciones Civiles Militares 
Francisco Tudela van Breugel Douglas
Los políticos e intelectuales peruanos rehúyen constantemente el tema de la relación optima entre la clase política y las fuerzas armadas peruanas, refugiándose en el precepto constitucional de la subordinación militar al poder político. Esa subordinación, para ser efectiva, implica que la clase política debiera estar en capacidad de asumir y definir los objetivos políticos y estratégicos de la defensa nacional. Por desgracia, ellos creen que ese asunto es solo cosa de militares, sin darse cuenta de que las grandes democracias de Occidente no existirían si hubiesen cometido semejante error intelectual.
El problema de las relaciones entre civiles y militares tuvo un punto de inflexión con la dictadura militar de Velasco, llamada también “La Revolución de las Fuerzas Armadas” (1968 – 1980). Antes de 1968, la izquierda y los intelectuales culpabilizaban constantemente a las FF.AA. por ser defensores del orden estatuido. Con esta idea en mente, se instaló un grupo de civiles de izquierda en el Centro de Altos Estudios Militares, hoy CAEN, donde terminaron convenciendo a la elite militar de la necesidad de aniquilar al orden constitucional y económico entonces existente.
A partir del golpe militar del 3 de octubre de 1968, los altos oficiales de las fuerzas armadas ocuparon casi todos los cargos públicos de importancia en el país y expropiaron el agro, la pesca, la banca, los supermercados, el petróleo, los medios de comunicación, los teléfonos y la gran minería, entre muchos otros desmanes y desaciertos. Si hoy uno quisiera hacerse una idea de lo que fue la revolución de las fuerzas armadas en el Perú, basta con mirar hacia Caracas. La Venezuela de hoy es una réplica casi exacta del Perú de la dictadura militar de Velasco Alvarado.
Durante los doce años de la dictadura militar, los civiles, cuando hablaban del régimen militar, decían a secas: “los militares”. Por desgracia, todo el estamento militar fue desprestigiado ante la civilidad por los velasquistas. Astutamente, los golpistas llamaron a su dictadura “la revolución de las fuerzas armadas”, presentando como actores activos de la revolución a toda una oficialidad que en realidad no tenía ninguna capacidad deliberativa y obedecía castrensemente al comando.
A partir de 1980, los militares pasaron del gobierno al campo de batalla antiterrorista, cosechando de primera mano las consecuencias de la revolución hecha en su nombre. Mientras las FF.AA. luchaban contra un terrorismo anticipado por doce años de demagogia velasquista, sus recursos para librar la guerra fueron disminuyendo a medida que aumentaba la crisis económica heredada de la dictadura. Aprendieron en carne propia una dura lección de economía: el socialismo genera miseria y nada debilita tanto a la defensa nacional como la hiperinflación. Pero peor aún fue la lección política: la izquierda, tan obsecuente con la dictadura militar velaquista, se volteó abruptamente contra las fuerzas armadas en cuanto estas defendieron a la sociedad peruana de la agresión comunista de SL y el MRTA. 
Imprudentemente excomulgadas por los partidos tradicionales desde 1980, las FF.AA. se encontraron súbitamente atacadas por el extremismo marxista sin encontrar ninguna defensa constitucional o legal desde la institucionalidad democrática, replegándose entonces sobre sí mismas. Será sobre todo a partir de la guerra del Cenepa, en enero de 1995 – la cual confrontó al país con la necesidad real de la existencia de las FF.AA. -, que este aislamiento militar, no desprovisto de resentimiento hacia los civiles, fue arteramente explotado por una cúpula inescrupulosa, liderada desde el SIN por un civil sin ningún cargo ni responsabilidad política.
Una de las lecciones históricas más importantes de estas terribles tragedias políticas, es acaso que ocurrieron al amparo de una pésima cultura nacional respecto a lo castrense, caracterizada por la exclusión mutua, la ignorancia académica de los asuntos militares y un secretismo generador de corrupción y desconfianza, cosas todas que ponen en peligro a cualquier democracia.

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