Logo Studenta

Arqueologia-Introduccion-a-la-historia-material

¡Este material tiene más páginas!

Vista previa del material en texto

ISBN 978-84-7908-658-9
EDIT000303__PUB013558/fv portada V3
ARQUEOLOGÍA 
Introducción a la historia material 
de las sociedades del pasado 
Sonia Gutiérrez Lloret 
ARQUEOLOGIA 
Introducción a la historia material 
de las sociedades del pasado 
UNNERSIDAD DE ALICANTE 
I.S.B.N. eBook: 978-84-9717-100-7
A Lorenzo Abad, mi profeor de arqueología, y a todos 
mis alumnos, en especial los del 5." curso de 1989-90, 
que me enseñaron que para enseñar hay que seguir 
aprendiendo. 
Púg . 
2.1. Los límites de la Arq~eologia .................................................................. 28 
2.1.1. La construcción del documento arqueológico ............................... 33 
2.2. Arqueología y Arqueologías ..................................................................... 
2.2.1 . La Arqueología Prehistórica .......................................................... 
2.2.1 . 1. Concepto ........................................................................... 
2.2.1 .2 . Desarrollo histórico .......................................................... 
2.2.2. La Arqueología Protohistónca ....................................................... 
2.2.2.1. Concepto ........................................................................... 
2.2.2.2. Periodización y desarrollo histórico ................................ 
2.2.3. La Arqueología de las sociedades del Próximo Oriente antiguo ... 
2.2.3.1. Concepto ........................................................................... 
2.2.3.2. Desarrollo histórico ......................................................... 
2.2.4. La Arqueología Clásica ................................................................. 
2.2.4.1. Concepto y desarrollo histórico ....................................... 
2.2.4.2. Perspectivas actuales ....................................................... 
2.2.5. La Arqueología Medieval .............................................................. 
2.2.5.1. Concepto ........................................................................... 
2.2.5.2. La Arqueología del Altomedievo ..................................... 
2.2.5.2.1. Desarrollo histórico ........................................ 
2.2.5.2.2. El problema de la terminología ...................... 
2.2.5.3. La Arqueología del Pleno y Bajo Medievo ...................... 
2.2.5.4. La Arqueología de al-Andalus ......................................... 
2.2.5.5. Perspectivas actuales ....................................................... 
2.2.6. La Arqueología Postmedieval ..................................................... 
2.2.6.1 . Desarrollo histárico ........................................................ 
10 Soniu Gutiérrez Lloret 
2.2.6.2. Concepto .......................................................................... 
2.2.6.3. Perspectivm actuales ...................................................... 
2.2.7. La Arqueología Industrial ............................................................ 
2.2.7.1 . Concepto tradicional y desarrollo histórico .................... 
2.2.7.2. Perspectivas actuales: hacia un nuevo concepto de la Ar- 
queología de las sociedades contemporáneas .................. 
2.3. El debate epistemológico actual sobre la naturaleza científica de la dis- 
ciplina arqueológica ................................................................................. 
.................... 2.3.1. Introducción: las comentes teóricas en Arqueología 
2.3.2. Del Evolucionismo a Gordon Childe: la arqueología positivista y 
................................................................................... difusionista 
2.3.3. La "revolución epistemologica": la Nueva Arqueología y el enfo- 
................................................................................... que analítico 
2.3.3.1 La Nueva Arqueología ...................................................... 
2.3.3.2 La Arqueología Analítica ................................................... 
2.3.4. El Materialismo Histórico .............................................................. 
2.3.5. La reacción idealista en Arqueología ............................................. 
2.3.5.1. El Estructuralismo ............................................................ 
..... 2.3.5.2. El neohistoricismo postestructuralista y postprocesal 
2.3.5.2.1. La Arqueología Contextual ............................ 
2.3.5.2.2. Postestructuralismo y deconshtctivismo ........ 
2.3.5.3. La cn'tica al relativismo extremo y las expectativas def i - 
3.1. Tipos y naturaleza ..................................................................................... 
3.2. Las fuentes materiales ............................................................................. 
3.2.1. Las fuentes arqueológicas .............................................................. 
3.2.2. Las fuentes artísticas . El problema de la arquitectura ................... 
3.2.3. Las fuentes etnogrstficas ................................................................. 
3.2.4. Las fuentes epigrkficas ................................................................. 
3.2.5. Las fuentes numismáticas .............................................................. 
3.3. Las fuentes escritas ................................................................................... 
3.3.1. Las fuentes documentales .............................................................. 
3.3.2. Las fuentes cariogrsficas y gráficas en general ............................. 
3.4. Las fuentes verbales ................................................................................. 
3.4.1. La historia oral ............................................................................... 
3.4.2. La toponimia ............................................................................... 
3.5. Las fuentes visuales .................................................................................. 
4.1. Las técnicas de excavación arqueológica ...................................................... 
4.1.1. Procesos y estrategias de excavación .......................................... 
4.1.2. Sistemas de registro y documentación ....................................... 
Pág . 
Arqueologia de la muerte 11 
4.2. Las técnicas poco destmctivas o "ligeras" de investigación arqueológica . . ............................................................................... 4.2.1. La prospeccion 
............................................... 4.2.2. La Arqueología de la arquitectura 
.................................................................... .. 4.3. Las técnicas de datación ..,. 
4.4. Las técnicas de catalogación. representacián y clasificacián de vestigios 
arqueológicos ............................................................................................ 
........................................................................... 4.5. Las técnicas de análisis 
............................................... 4.6. Las técnicas de la arqueología subacuática 
............................ 5 . LA ARQUEOLOG~A Y SUS RELACIONES CON OTRAS DISCIPLINAS 
5.1. Arqueología. Historia y Prehistoria .......................................................... 
................................ 5.2. Arqueología, Antropología y otras ciencias sociales 
................................................................ 5.3. Arqueología e Historia del Arte 
................................................... 5.4. Arqueología, Epigrafia y Numismática 
............................................................................ 5.5. Arqueología y Filología 
6 . CONCLUSI~N: LOS RETOS DEL FUTURO ................................................................ 
6.1. La extensión temporal de la Arqueología ................................................. 
6.2. El ejercicio de la Arqueologia como profesión liberal ............................. 
6.3. La valoración social de la Arqueología ....................................................Pág . 
- 
159 
159 
161 
E STE libro es consecuencia de una propuesta docente emprendida cuan- 
do comencé a enseñar Arqueología en la Universidad de Alicante, más 
tarde contrastada en la práctica con la elaboración del nuevo Plan de Estu- 
dios de la Licenciatura de Historia y que, por fin, cristalizó en el Proyecto 
Docente presentado al concurso de provisión de la Plaza de Profesor Titular 
de Arqueología que hoy ocupo en la Universidad de Alicante, celebrado en 
septiembre de 1996. * En él se refleja, sobre todo, la reflexión interna que 
generó esa empresa en el seno del Área de Arqueología de esta Universi- 
da4 convencida, además, de la necesidad de replantear el objeto y los con- 
tenidos comúnmente impartidos en la disciplina, obsoletos en relación con 
su evolución científica, técnica y profesional; pero también expresa la enri- 
quecedora dialéctica mantenida con colegas de otras áreas históricas, igual- 
mente implicadas en el estudio de las sociedades desaparecidas. En esta 
discusión participaron tanto historiadores empeñados en el análisis históri- 
co del pasado de la humanidad a través de sus restos materiales, con los 
que me une el uso de la técnica arqueológica, como historiadores que utili- 
zan exclusivamente la documentación escrita y las técnicas de la Diplomá- 
tica con idéntica finalidad, a los que me acercan problemas históricos co- 
munes. De todo ello surgió este ejercicio de retlexión, que no pretende ser 
definitivo pero sí útil para aquel que se aproxima por vez primera al estudio 
material del pasado. 
Una de las primeras cuestiones que se plantea en estas páginas es preci- 
samente la de los límites de ese "pasado". Si preguntásemos a cualquiera 
¿hasta dónde llega el pasado?, la respuesta sería, sin duda, ¡hasta hace un 
momento! En tal caso, ¿por qué los límites de la Arqueología -que no es 
* En esta publicación se recoge una versión resumida y actualizada de su funda- 
mentación teórica. 
14 Sonia Gutiérrez Lloret 
otra cosa que el estudio material de las sociedades "pasadas" o, si se prefie- 
re, desaparecidas- se fijan en un momento establecido arbitrariamente por 
la tradición académica y la inexistencia o la poca relevancia, cuando la hay, 
de documentación escrita? De esta forma, se consagra un prejuicio positi- 
vista y obsoleto -L'la historia se construye con documentos escritos1-, que 
establece una prelación indebida entre las fuentes históricas, y del que to- 
dos los historiadores somos responsables en una u otra medida. 
Este libro no nace con vocación de manual; ni lo es, ni pretendió serlo 
nunca. El lector no debe buscar en él temas correlativos donde se desmenu- 
ce la historiografia de la Arqueología, se explique en detalle las diversas 
técnicas arqueolbgicas de campo y laboratorio (excavación, prospección, 
sistemas de documentación, técnicas de análisis, etc.) o se describa los pro- 
cedimientos de datación. Para esto existen en el mercado excelentes ma- 
nuales -como el de Victor Fernández Martínez (Teon'a y Método de la 
arqueología, 1990) o el de Colin Renfrew y Paul Bahn (Archeology. n e o - 
ries, Methods and Practice, 1991), traducido al castellano en 1993- que en 
conjunto resultan dificilmente superables, por más que se señalen algunas 
de sus carencias. El libro que ahora se inicia pretende, eso sí, entrar en una 
discusión más conceptual que técnica y, por tanto, discutible, y espero que 
discutida. En él se quiere dar cuenta, en la medida de mis limitaciones y de 
acuerdo con mi propia opinión, de algunos problemas a los que se enfrenta 
la práctica de nuestra disciplina en el actual panorama científico, social y 
académico, que a menudo se eluden en los manuales. 
Y no es uno de los menores el problema de la extensión de la aplicación 
de las técnicas arqueológicas a periodos caracterizados por la abundancia y 
versatilidad de las fuentes escritas, superando la "tradicional" identifica- 
ción de la Arqueología con la Antigüedad. Esto ha supuesto desde proble- 
mas puramente técnicos -especialmente de adaptación y exploración de 
nuevas tecnologías- a problemas profesionales y académicos, que no es po- 
sible eludir por más tiempo con vagas referencias a los intereses corporati- 
vos o a la compartimentación convencional del conocimiento. La asunción 
de la raíz genética del problema no cuestiona ni contribuye a superar una 
indefinición académica y social con la que docentes, investigadores y pro- 
fesionales, presentes y futuros, tenemos que enfrentarnos día a día, ni tan 
siquiera la explica. Por esta razón, se ha intentado tratar la Arqueología 
desde una perspectiva diacrónica, analizando todas las "arqueologías" que 
la especialización temática, la periodización histórica, la compartimenta- 
ción académica o la tradicibn cientifica han consolidado, por más que mu- 
chas nos parezcan conceptualmente inadecuadas o poco rigurosas. 
Soy consciente de que la parte del libro dedicada a la "Arqueología y 
Arqueologías" está voluntariamente descompensada, ya que se ha prestado 
Arqueología 15 
mayor atención a la problemática de las arqueologías "postclásicas". Tras 
esta decisión subyace seguramente mi condición de arqueóloga medievalis- 
ta, interesada a pnori en todo aquello que supone la aplicación de las técni- 
cas arqueológicas al estudio de sociedades que produjeron y conservaron 
abundantes testimonios escritos; pero también está presente la evidencia de 
que habitualmente son estas aplicaciones "postclásicas" de la Arqueología 
las que se ignoran en las publicaciones especializadas, donde -por contra- 
el lector interesado encontrará normalmente toda la información que persi- 
ga sobre las sociedades antiguas, puesto que su historia se construye en 
gran medida a través de la Arqueología. Comprender qué son, qué quieren 
o qué deben ser estas arqueologías "más modernas" en un sentido tempo- 
ral, precisa necesariamente analizar su origen y su evolución, y esa ha sido 
mi intención al plantear sus problemas. Como además resulta que este "ser 
o no ser" depende, en última instancia, de cómo se "piense" teóricamente 
la Historia y, en consecuencia, la Arqueología, me ha parecido necesario 
discutir las posiciones teóricas y, evidentemente, "posicionarme" en este 
debate. 
El convencimiento personal de que la Arqueología es necesariamente 
una disciplina histórica -una especialización dentro de la ciencia de la His- 
toria- y de que ésta no se construye ni se explica únicamente con los textos 
escritos, nos lleva necesariamente a plantear el problema de la distinta na- 
turaleza de las fuentes históricas. Esta discusión ha sido planteada para las 
sociedades antiguas y medievales como una dialéctica sobre la complemen- 
tariedad o no del documento escrito y del material como fuentes históricas, 
pero al defender la potencialidad histórica del estudio arqueológico más 
allá del Medievo, se hace necesario introducir también en la discusión 
fuentes de diversa naturaleza, como las verbales o las visuales. 
De otro lado, la creciente preocupación social por el patrimonio histó- 
rico y el desarrollo de nuevas técnicas de documentación estratigráfica, 
aplicables a los restos arquitectónicos emergentes, obliga a reformular una 
discusión planteada hasta ahora en términos exclusivamente técnicos o es- 
téticos. En este debate sobre la restauración y conservación del patrimonio 
histórico "construido", los arqueólogos han comenzado a intervenir en pie de 
igualdad con otros profesionales implicados -arquitectos, historiadores del 
arte, abogados, etc.- y, en general, con toda la sociedad, que tiene derecho 
a opinar sobre criterios que, las más de las veces, son exclusivamente jui- 
cios -o prejuicios- estéticos. Por ello, más que explicar en qué consisten 
las diversas técnicas arqueológicas, en este libro se intenta reflexionar so- 
bre los problemas y posibilidades de su aplicación, insistiendo en la impor- 
tancia de la formación técnica del arqueólogo, en tanto que historiador es- 
pecializado en la aplicaciónde técnicas que permiten convertir los vestigios 
16 Sonia Gutiérrez Lloret 
materiales en documentos históricos; esta formación, en razón precisamen- 
te de su carácter empírico, no se adquiere -por más que se proclame- con 
la lectura de un par de manuales al uso. El dato arqueológico se construye y 
si no se sabe construirlo no hay más que discutir: el edificio histórico que 
lo emplee está abocado a la ruina. 
Cómo formar en Arqueología; cómo aunar la imprescindible formación 
histórica con la no menos necesaria preparación de profesionales cualifica- 
dos, sin olvidar la función científica e investigadora de la Universidad, son 
algunas de las preguntas que se plantean ahora en la Arqueología. Sin duda 
habrá que comenzar a discutirlas dentro y fuera de la disciplina, pero sin 
crispar el debate, pues en los tiempos que se avecinan será necesario aunar 
esfuerzos para defender la necesidad social del conocimiento histórico, 
contra conocimientos tecnológicos mucho más "rentables". Este libro pre- 
tende únicamente suscitar esa discusión y si lo logra, su autora estará ple- 
namente satisfecha. 
En último lugar, tengo que advertir que aunque sólo yo firmo este libro 
-y, por tanto, sólo yo me hago responsable de sus equivocaciones-, en él 
hay muchas voces y muchas reflexiones; tantas y tan profundas que en oca- 
siones ni yo misma sé quién está detrás de cada una. Por ello debo de reco- 
nocer y agradecer desde aquí todos esos diálogos, en unos casos "materia- 
les" y en otros "escritos", que he recreado en estas páginas. En primer lugar 
a Lorenzo Abad y a Manuel Acién, a quienes sí sé cu&to debe este libro; 
también a Juan Manuel Abascal, Carolina Doménech, Antonio Espinosa, 
Franca Galiana, Antonio Guilabert, Mauro Hernández, Javier Jover, Juan 
López Padilla, Alberto Lorrio, Feli Sala, José Luis Simón, Mercedes Ten- 
dero y un largo etcétera que incluye a todos los compañeros de departa- 
mento con los que he discutido, reflexionado y tomado demasiado café. Por 
fin, a Rafael Azuar, Marga Borrego, Alberto Canto, Juan José Castillo, Pa- 
trice Cressier, Paolo Delogu, Patxuca De Miguel, Angel Fuentes, Blanca 
Gamo, Carlos Gómez Bellard, José María Gurt, Rosana Gutiérrez, Héctor 
Lillo, Consuelo Mata, Javier Martí, M.a Antonia Martínez, Lauro Olmo, 
Pepa Pascual, Fernando Quesada, Sebastián Ramallo, Vicente Salvatierra, 
Rubí Sanz, Begoña San Miguel, Trini Tortosa, Antonio Vallejo, y otro etcé- 
tera, aún más largo, que incluye a todos aquellos amigos y colegas que co- 
laboraron, aportaron, discutieron o simplemente opinaron sobre este ma- 
nuscrito. A todos ellos, que en muchos casos se reconocerán en estas pági- 
nas, mi gratitud. 
LA ARQUEOLOGÍA, UNA DISCIPLINA HIST~RICA 
E N el seno de la disciplina arqueológica es notoria una cierta indefini- 
ción en su caracterización científica, que ha dado lugar a un profundo 
y amplio debate epistemológico. Dicho debate adquiere una doble dimen- 
sión de controversia teórica, cuando atañe "al concepto mismo de la disci- 
plina", y de discusión metodológica cuando "hace referencia alproceso de 
trabajo y a las técnicas de investigación" (Ruiz Rodríguez et alii, 1986, 
47). Como A. Ruiz, M. Molinos y F. Hornos señalan, este debate concep- 
tual se explica desde la caracterización de la "Arqueología como ciencia in- 
tegrante de la Historia" o bien "ciencia histórica", parafraseando a R. 
Bianchi Bandinelli (1982,27); ello nos obliga a situarnos en el marco de un 
debate conceptual más amplio: el de la naturaleza y concepción del conoci- 
miento histórico l . 
El término Historia es ya ambiguo de por sí, puesto que, como señalaba 
P. Vilar, designa a la vez el conocimiento de una materia y la materia de ese 
conocimiento (Vilar, 1980, 17). No obstante, la Historia, como cualquier 
otra ciencia, viene definida por su objeto de estudio, además de por sus 
métodos y técnicas de análisis. Su objeto son los "hombres en el pasado" 
(Bloch, 1975,24-6); en otras palabras, la Historia explica el cambio, "la di- 
námica de las sociedades humanas" (Vilar, 1980, 43). Sin emljargo, el es- 
tudio de la transformación de las sociedades en el tiempo se convierte en 
verdadera ciencia histórica cuando se basa en el conocimiento científico y 
no en la especulación filosófica, la creencia religiosa o la intuición mágica, 
La bibliografia sobre este particular es extensa y participa de diversos enfoques. 
No obstante podemos destacar algunas de las aportaciones más significativas: AA.W., 
1976 a; Cardoso y Pérez Brignoli, 1976; Chesneaux, 1977; Le Goff y Nora, 1978-80; 
Topolski, 1981; Fontana, 1982; Lozano, 1987; Heller, 1982; Dosse, 1988; Duby, 1988; 
Fontana, 1992; Ruiz, 1993. 
18 Sonia Gutiérrez Lloret 
por mencionar otros tipos de conocimiento no científicos que ha empleado 
el ser humano para comprender la realidad que le circunda. 
El requisito fundamental de esa cientificidad es, al menos desde la "re- 
volución científica moderna", el uso del método científico, es decir, una es- 
trategia general, un conjunto de procedimientos ordenados que sirven para 
plantear problemas históricos verificables, sometiendo a prueba las solu- 
ciones propuestas (Cardoso, 1982, 54). El conocimiento así obtenido tiene 
una lícita pretensión de objetividad, la aspiración de convertirse en "ver- 
dad" científica, pero también es falible puesto que no formula verdades de- 
finitivas, ni admite certezas o seguridades (Bunge, 1975, 9); de hecho, el 
conocimiento científico es siempre histórico y provisional, su respuesta a 
los problemas es diferente en cada época, como también lo son las pregun- 
tas planteadas 2. Obviamente la ciencia histórica no puede revivir el pasado, 
ni tan siquiera puede reconstruirlo certeramente, pero puede formular nue- 
vas preguntas sobre su naturaleza, replantear las antiguas o simplemente 
reinterpretarlo cuantas veces sea necesario en cada contexto histórico y cul- 
tural (Ruiz Torres, 1993, 57 y 77). 
Desde esta perspectiva, la Historia es una ciencia factual y humana, en 
tanto que tiene un objeto definido y exclusivo -el pasado de la humanidad- 
y una forma de proceder científica: un método. Dicha ciencia utiliza para 
su construcción fuentes textuales -los documentos escritos- y fuentes no 
textuales -los vestigios arqueológicos, los documentos visuales o los testi- 
monios orales-, siendo precisamente la diversidad de estas fuentes la que 
genera la necesidad de estrategias particulares dentro del método científico, 
es decir, procedimientos y técnicas especiales que dependen de la naturale- 
za específica de la fuente de información. La Arqueología es, por tanto, 
una disciplina histórica, que se ocupa específicamente del estudio de las 
sociedades del pasado mediante las fuentes materiales y busca el conoci- 
miento científico de las mismas, utilizando para ello un conjunto de técni- 
cas, llamadas en el seno de la disciplina, de forma genérica e imprecisa, el 
"método arqueológico" 3. De la misma forma, otras fuentes requieren espe- 
El desarrollo de una nueva conciencia histórica de la ciencia debe mucho a la re- 
flexión de T. S. Kuhn, quien en su obra La estructura de las revoluciones científicas 
(1962) propone una concepción discontinuista del desarrollo histórico de las ciencias, 
que niega la idea de su progreso lineal y acumulativo y cuestiona su paradigma de 
racionalidad,.basado en la existencia de hechos objetivos independientes de la propia 
investigacibn. Cfr. Ruiz RoMguez ef alii, 1990,384 y Ruiz Torres, 1993,65 y SS. 
Es necesario advertir que pese a lo usual de la expresión '"método arqueológico", 
ésta resulta en rigor conceptualmente impropia puesto que el método científico es uno y 
la expresión designa en realidad el conjunto de técnicas y procedimientos específicos de 
que se sirve la Arqueología. 
Arqueologia 19 
cializaciones distintas, como la Diplomática, que utiliza la crítica textual 
interna y externa como procedimiento científico específico para abordar el 
estudio de las fuentes escritas.El objetivo de ambas es pues idéntico y no 
es otro que, en palabras de M. Barceló, el de c>roducir informaciones ade- 
cuadamente contrastadas sobre la estructura, funcionamiento y cambios de 
las sociedades humanas" (Barceló et alii, 1988, 12). 
De acuerdo con esta reflexión, no debería existir ningún inconveniente 
conceptual en aceptar que la Arqueología es una disciplina histórica defini- 
da por su dimensión técnica; es decir, la Arqueología es realmente una es- 
pecialización de la Historia como ciencia global y única del pasado de la 
humanidad, que pone al servicio de ésta un conjunto de técnicas y procedi- 
mientos que permiten construir documentos históricos a partir de las fuen- 
tes materiales. En este sentido la Arqueología sería una disciplina auxiliar 
de la Historia, puesto que todas las técnicas lo son respecto a las ciencias, 
equiparable en su finalidad y condición técnica a la Diplomática, mientras 
que el arqueólogo sería un historiador especializado en la investigación his- 
tórica realizada a través de las fuentes materiales. Sin embargo, a menudo 
se observa una cierta reticencia por parte de los arqueólogos a la hora de 
asumir de buen grado esa dimensión "técnica" de nuestra disciplina. Hay 
que preguntarse, por tanto, cuál es la causa última de esta prevención. 
En realidad el problema parte de la identificación tradicional entre la 
Historia como ciencia y una de sus fuentes -el texto escrito-, con la consi- 
guiente asimilación de la Ciencia con las técnicas desarrolladas desde el si- 
glo mr para el estudio crítico del documento escrito y agrupadas en el cor- 
pus disciplinar de la Diplomática, hasta el punto de acabar identificando la 
Historia con la investigación de las fuentes escritas (Salvatierra, 1990, 85). 
Esta identificación arranca de una conceptuación histórica decimonónica, 
empírica y positivista -supuestamente superada pero más extendida y acep- 
tada de lo que se reconoce-, que hacía del documento escrito su única 
fuente de conocimiento, como se proclama en la Introduction aux études 
historiques de Langlois y Seignobos (1898): "La historia se hace con do- 
cumentos ... Porque nada suple a los documentos y donde no los hay no hay 
historia"4. Esta convención conduce a aceptar fmalmente que historiadores 
son "...quienes trabajan con documentos escritos", por más que se conside- 
re esta definición "sumamente restrictiva" (Malpica, 1993, 29), con lo que 
se excluye de tal condición a quienes trabajan con documentos materiales, 
esto es, los arqueólogos. 
De esta forma, la historia construida exclusivamente con una de sus 
técnicas, la Diplomática, adquiere un rango superior al de las otras formas 
Citado en ñuiz Torres et alii, 1993,52. 
20 Sonia Gutiérrez Lloret 
de hacer historia, como la propia Arqueología, que en razón exclusivamen- 
te de esta desfasada convención, queda constreñida a una conceptuación 
peyorativa, que no entraña a priori la dimensión técnica de la disciplina 
como tampoco la entraña en el caso de la Diplomática, pero que adquiere 
de manera automhtica al subordinar su reflexión a otra de supuesto rango 
cualitativo superior, capaz de formalizar problemas y producir un conoci- 
miento histórico privilegiado, que únicamente puede emanar -aunque no se 
reconozca- del documento escrito y ser construido por los historiadores 
que con él trabajan. La consecuencia de este análisis es clara: la Arqueolo- 
gía deja de ser lo que realmente es, una disciplina auxiliar de la Historia 
como ciencia total, para convertirse en mera "técnica auxiliar" de una "his- 
toria" donde se privilegia lo escrito, erróneamente identificada con una de 
sus técnicas, como si el objeto de la Arqueología fuera ajeno al de la Histo- 
ria. Este contenido peyorativo, implícito en la convención antes expresada, 
es, en mi opinión, el que explica las reticencias de los arqueólogos ante el 
epíteto "auxiliar", con que habitualmente la historia hecha desde los textos 
escritos define su papel y su "oficio descriptivo" (Barceló, 1997, 11). 
Por. esta razón, la Historia con mayúscula no debe confundirse nunca 
con la historia construida únicamente con los documentos escritos, aunque 
la convención habitual de designar esta última prhctica como Historia a se- 
cas favorezca tal confusión. La Historia debe ser, como señaló Piene Vilar, 
una ciencia "a la vez global y dinámica de las sociedades" y en consecuen- 
cia la "única síntesis posible de las otras ciencias humanas" '; en otras pala- 
bras, es la ciencia que se ocupa del proceso histórico en su conjunto, incor- 
porando los discursos de todas las disciplinas o especialidades histbricas: la 
arqueología, la historia textual, la historia oral, etc. No obstante, antes de 
adentrarnos en la naturaleza de la Arqueología, ahora ya definida como una 
disciplina histórica, es necesario referirnos brevemente a algunos argumen- 
tos que afectan a su condición científica, en tanto que cuestionan la cienti- 
ficidad de la propia Historia. 
Las objeciones epistemológicas más comunes a la cientificidad de la 
Historia afectan a la ausencia de experimentación y a la imposibilidad de 
establecer leyes generales del comportamiento humano o al menos regula- 
ridades en la evolución social. El experimento es una modificación o repe- 
P. Vilar, "?robl&mes thboriques de l'histoire économique", Aujourd'hui 1 'histoire, 
París, 1974, 121-2 (citado por Ciro F. S. Cardoso, 1982,99). Concepción globalizadora 
de la historia compartida por el materialismo histbrico (Thompson, 1981, 118) y por la 
escuela francesa de los Annales, si bien abandonada totahente por los que se conside- 
ran sus últimos epigonos en lo que ha dado en llamarse la nouvelle histoire (sobre el 
particular cfr. Dosse, 1988; Fontana, 1992,81 y SS.; Ruiz Torres, 1993,60). 
Arqueología 21 
tición comprobada de los fenómenos estudiados, que caracteriza los proce- 
sos de verificación o falsación de numerosas ciencias empíricas y que se 
convierte, en la ortodoxia positivista del Círculo de Viena, en la única for- 
ma de verificación científica de una teoría. Sin embargo, como se ha seña- 
lado en diversas ocasiones, la experimentación per se es un procedimiento 
técnico -un medio por el cual se puede verificar una interpretación, en opi- 
nión de Peter J. Reynolds (1988, 12)- que no define la ciencia, en tanto que 
numerosas ciencias formales, como las matemáticas, o factuales, como la 
geología o la astronomía, no la utilizan, sin que esto suponga en ningún 
caso un cuestionamiento de su carácter cientifico; pero además, la revisión 
epistemológica actual del modelo de ciencia positivista, con un concepto 
del método cientifico artificial e idealizado, en beneficio de una imagen de 
ciencia "sin certezas", más plural en sus métodos y sobre todo sometida a 
las diversas valoraciones históricas y culturales (Ruiz Torres, 1993, 65-6), 
ha puesto en evidencia la variedad de modelos lógicos y metodológicamen- 
te científicos para la falsación de las hipótesis (Cardoso, 1982,94). 
No obstante, tampoco conviene olvidar que la contrastación empírica 
no es totalmente ajena a la práctica arqueológica, habiéndose desarrollado 
en las últimas dticadas una nueva vía de estudio en arqueología basada en la 
experimentación. La llamada Arqueología Experimental pretende recrear 
empíricamente los sucesos, procesos o técnicas y abarca diversas prácticas, 
desde la inferencia etnoarqueológica a la simulación empírica pasando por 
el experimento directo 6. La etnoarqueología utiliza a menudo la observa- 
ción experimental de comunidades actuales -la "arqueología viva'- para 
aplicar sus resultados a las evidencias materiales de sociedades desapareci- 
das y poder así explicar el pasado, partiendo a menudo de la asunción de 
correlaciones entre determinados comportamientos humanos y sus produc- 
tos materiales (Hernando Gonzalo, 1995, 18) '. La experimentación directa 
Algunos trabajos básicos sobre Arqueología experimental -especialmente en el 
ámbito de la construcciónde estructuras y de la agricultura- son los de Peter John Rey- 
nolds (1986 y 1988), especialmente éste Último. Sin duda, esta preocupación por la ven- 
ficaci6n empírica de las teorías debe mucho a la llamada Arqueología Procesal o Nueva 
Arqueología, sobre la que más adelante volveremos. Sobre este particular véase A. Her- 
nando Gonzalo (1995). 
7 Sobre las aplicaciones de la etnoarqueología y su caracterización como disciplina 
cfr. el m o n o ~ f i c o editado por C. W. Clewlow en Archaeological Survey, Monograph 
iV (Ethnoarchaeology, 1974); los dos dossieres publicados en Nouvelles de 1 'Archéolo- 
gie (L'Ethnoarchéologie, 1980) y en Lethes d'lnfonnation Archéologie Orientale 
(L'Ethnoarchéologie-Etat de la question, 1982) con diversas aportaciones individuales; 
el coloquio editado por Y. Sugiura y M. C. Serra, Etnoarqueologia. Coloquio Bosch- 
Gimpera (México, 1990); los libros de Lewis R. Binford (1988, especialmente pp. 27- 
29); Colii Renfiew y Paul Bahn (1993, pp. 10-1 1 y en general el capítulo 8." del mismo 
22 Sonia Gutiérrez Lloret 
aborda campos tan variados como el de la agricultura, la tecnología extrac- 
tiva y productiva o el de los procesos postdeposicionales. La experirnenta- 
ción agrícola se ha aplicado con resultados interesantes, aunque no siempre 
exitosos, a diversas épocas históricas con la intención de cuantificar la pro- 
ducción y productividad agrícola de agrosistemas desaparecidos, pero ar- 
queológicamente estudiables 8. En el capitulo de la experimentación tecno- 
lógica se incluyen las reconstmcciones de arcos, objetos de sílex, hachas, 
hoces u otros instrumentos, con el fin de simular matanzas, descarnados o 
siegas controladas, que reproduzcan determinadas condiciones queridas por 
el investigador y permitan responder a cuestiones previamente planteadas 
sobre eficacia, rendimiento, desgaste o señales de uso de los instrumentos 
arqueológicos 9, o bien la experimentación en reproducción de procesos 
productivos y extractivos preindustriales, como la minería, la extracción de 
piedra, la metalurgia o la fabricación de cerámicas lo. Por último existen 
también experimentaciones relativas a la simulación de condiciones de 
abandono y sedimentación de diversos tipos de estructuras, que permiten 
analizar los procesos de formación y transformación de los yacimientos ar- 
queológicos hasta el momento de su observación: procesos deposicionales, 
libro, dedicado a la tecnología) o los trabajos de J. Onrubia Pintado (1988), con una de- 
tallada bibliografía sobre el tema y diversas reflexiones sobre la relación de la Etno- 
arqueología con la Prehistoria; M. Gándara (1990); V. Fernández Martínez (1994) y el 
de síntesis de A. Hemando Gonzalo (1995). 
Un buen ejemplo de la aplicación de la experimentación agrícola (cultivo, reco- 
lección y siega experimental de cereales) a la interpretación de artefactos prelllstóricos 
lo constituye el trabajo de P. C. Anderson-Serfaud (1992). En ámbitos históricos más 
recientes destaca el proyecto de L'Esquerda (Osona, Barcelona) sobre agricultura me- 
dieval, surgido en el marco de una investigación experimental más amplia, en la línea 
de la planteada por P. J. Reynolds, a raíz del hallazgo arqueológico de un granero me- 
dieval incendiado con gran cantidad y variedad de especies almacenadas. El descubri- 
miento generó un proyecto destinado a lograr unos ciclos de cosechas anuales, cultivan- 
do antiguas áreas agrícolas y simulando los sistemas de cultivo medieval, con el fin de 
cuantificar la producción y la productividad (Ollich et alii, 1994,701 y SS.). 
Es necesario señalar que en el campo de la experimentación tecnológica las inves- 
tigaciones pioneras proceden generalmente de la prehistoria. Entre los numerosos traba- 
jos existentes quisiéramos señalar únicamente algunos de técnicas de talla en industrias 
liticas (Tixier et alii, 1980, 17-30), señales de uso en instrumentos tallados en sílex 
(González e Ibáñez, 1993) o microdesgastes de útiles líticos pulimentados relacionados 
con trabajos de tala (Fabregas, 1993). 
l o Valgan como ejemplo los experimentos de cocción cerámica en hornos simples 
realizados por la Asociación de Ceramologia en Agost en 1992 (AA.W., 1992) o los 
de producción de cobre según los datos obtenidos en la excavacibn del asentamiento 
medieval de Rocca. San Silvestro in Campiglia Marittima Francovich, 1993, 629 
y SS.). 
Arqueología 23 
interdeposicionales y postdeposicionales ' l . En este sentido, dentro de una 
reflexión general sobre la articulación entre método arqueológico y con- 
trastación empírica del hecho histórico, destaca una reciente experiencia 
emprendida por las Areas de Arqueología y Prehistoria de la Universidad 
de Jaén sobre las condiciones postdeposicionales de diversos suelos de ca- 
setas feriales, con trabajos de prospección, analítica química, contrastación 
con documentación gráfica, oral y escrita, publicada recientemente en for- 
ma de libro (Molinos et alii, 1996). 
El segundo argumento utilizado por quienes niegan la cientificidad de 
la Historia también se deriva de la concepción neopositivista de la ciencia y 
hace referencia a la imposibilidad de trascender los hechos particulares 
para establecer leyes generales capaces de predecir el comportamiento 
humano 12. Es indiscutible que los hechos históricos son por definición irre- 
petible~ y que la Historia no puede predecir el futuro, pero al igual que 
ocurría con la experimentalidad, esta incapacidad que se consideraba un 
escollo insalvable en la ansiada reivindicación del carácter científico de la 
Historia, no es tal si se parte de un concepto de ciencia más flexible. En 
un momento en el que el cientifismo determinista ha entrado en crisis y la 
epistemología revisa completamente el "universo intelectualpopperiano en 
el que la ciencia era identificada con la capacidad de predecir" -cerrando 
la brecha que supuestamente separaba las ciencias puras y duras de aque- 
llas que no disfrutaban de este estatuto (Fontana, 1992, 31)-, la pretendida 
incapacidad de la Historia para descubrir regularidades parece carecer de 
importancia; en otras palabras, "estamos mejor preparados para aceptar 
que aunque no tengamos leyes inmutables, un conocimiento puede preten- 
der el nombre de cientSfico" (Ruiz Torres, 1993, 66) y aspirar a una objeti- 
vidad que le distinga netamente de otras formas de conocimiento que no lo 
son ni aspiran a serlo. 
La Arqueología, en tanto que disciplina histórica, participa de esta mis- 
ma visión más plural y menos determinista de la ciencia y no debe por tan- 
to renunciar a su condición científica. Esto implica, en mi opinión, alejarse 
del subjetivismo especulativo tan de moda en estas últimas décadas, que 
hace de la Historia narración '3 y que de aplicarse a la Arqueología termina- 
l 1 Cfi. la obra general de K. Butzer (1989) y el trabajo de M. Molinos et alii (1993). 
Una aplicación experimental concreta puede verse en el proyecto de L'Esquerda antes 
citado (Ollich ef alii, 1993). 
l2 Sobre este particular véase P. Ruiz Torres (1993,58 y SS.). 
l 3 Sobre el renacer de la historia narrativa puede verse, entre otros, el célebre articu- 
lo de L. Stone, "El resurgimiento de la narrativa: reflexiones acerca de una nueva y vie- 
ja historia", publicado en Past and Present en 1979, y traducido al castellano junto con 
24 Sonia Gutiérrez Lloret 
ría por reducirla a mero divertimento romántico y diletante, destinado a 
ilustrar esa historia literaria, o bien la empujaría hacia un relativismo absur- 
do, en el que la incapacidad de verificación conduce necesariamente a la 
renuncia de cualquier explicación global, en beneficio de las interpretacio- 
nes particulares de una "ciencia con minúscula", que en realidad no lo es, 
puesto que niega cualquier grado de objetividad14. Pero desde luego, la per- 
secución de ese ideal de objetividad que todavía defme la ciencia tampoco 
supone refugiarse en el positivismo decimonónico basado en la exposición 
de datos yhechos supuestamente objetivos per se, que reducen la disciplina 
a una mera compilación. 
En conclusión, la Arqueología como disciplina histórica debe, desde 
distintos marcos teóricos, construirse de forma científica. Su especificidad 
respecto a otras formas de hacer historia no procede tanto de su objeto ge- 
neral -el estudio de las sociedades humanas, que es el propio de la 
Historia-, como de sus fuentes -los vestigios materiales de las sociedades- 
y de las técnicas particulares que se aplican en su análisis. 
algunas réplicas en Debuts, 4, 1982, 91-1 10; el dossier "La historia como ficción", De- 
bats, 27, 1989, 3-26; A. C. Danto, Historia y narración, 1989, Barcelona, así como los 
articulas de J. J. Carreras, S. Sevilla en el volumen sobre La HistoriograJa publicado 
en la revista Ayer, 12. Cfr. también las opiniones de P. Ruiz Torres (1993, 61 y SS.) y J. 
Fontana (1992, 17-24). 
l4 En este punto avanzo mi desacuerdo genérico con la llamada Arqueología Con- 
textual de 1. Hodder, a la que luego tendremos ocasión de referirnos (vid. inza). Cfr. 
una reflexión crítica en Ruiz Rodríguez et alii, 1990. 
EL CONCEPTO DE ARQUEOLOGÍA 
u N concepto, en tanto que idea concebida por el entendimiento huma- 
no, es siempre una construcción histórica, que modifica su signifi- 
cado en función de la realidad social o de la evolución del pensamiento. 
Arqueología es una palabra de origen griego, formada por el adjetivo "anti- 
guo" y el sustantivo "discurso" o "tratado", que etimológicamente quiere 
decir "discurso sobre lo antiguo" con una significación amplia de estudio 
de las antigüedades. Sin embargo, en las culturas griega y latina el término 
significó "Historia Antigua" y en este sentido fue utilizado por Platón 
-como Historia antigua mítica-, Estrabón -Historia antigua de Grecia-, 
Dionisio de Halicarnaso -Historia antigua de Roma- o Flavio JosefO -13s- 
toria del pueblo judío-, sin que su uso entrañase ninguna referencia al estu- 
dio o recuperación de los restos materiales de dichas épocas, con excepcio- 
nes notables como las de Tucídides, que atribuyó tumbas halladas en Delos 
a los carios, o Pausanias, que describió sistemáticamente edificios y obras 
de arte griegos (Trigger, 1992,38; Ripoll Perelló, 1992, 15). 
Aunque el interés por la Antigüedad y todas sus manifestaciones artísti- 
cas y literarias fue un fenómeno típicamente renacentista, en relación con 
el anticuarismo, la recuperación del viejo término griego "arqueología" fue 
un logro ilustrado, vinculado a la aparición de la historia crítica. La "histo- 
ria" medieval y renacentista era una historia fabulada, poblada de "falsos 
cronicones", y carente de periodización cronológica. La construcción de 
una historia rigurosa se apoyó en un conjunto de técnicas eficaces, alum- 
bradas en el siglo m, y destinadas a avalar su cientificidad por medio de 
la crítica interna y externa de documentos y monumentos pretéritos. Dichas 
técnicas fueron la Epigrafia (el estudio de las inscripciones en materias du- 
ras como la piedra o el metal), la Paleografía (el estudio de la escritura en 
soportes suaves como papiro, pergamino o papel), la Diplomática (el estu- 
dio total de los diplomas o documentos), la Numismática (el estudio de las 
26 Sonia Gutiérrez Lloret 
medallas y las monedas) y la Arqueología (el estudio de los monumentos 
entendiendo por tales todos los testimonios notables de la antigüedad). Es- 
tas disciplinas recibieron el nombre de "ciencias auxiliares" de la Historia, 
en razón de su carácter instrumental, ya que constituyeron la base de la 
crítica histórica moderna y fueron perfilando y matizando sus contenidos 
originales, hasta convertirse en especializaciones en el seno de la Historia 
como ciencia del pasado de la humanidad. 
Este concepto de disciplina científica que estudia los monumentos anti- 
guos fue el que adquirió el término "arqueología" en la bibliografia cien- 
tífica del siglo mn, por ejemplo en la revista Archaeologia publicada en 
Londres en 1770, y como tal se consagró definitivamente al refundarse 
en 182 1 la Accademia di Antichitd Profane, instituida por Benedicto XIV 
en 1740, como Accademia Pontijicia Romana di Archeologia. Con los tra- 
bajos del investigador alemán Johann Joachim Winckelmann (Geschichte 
der Kunst des Altertums en 1764 y Monumenti Antichi Inediti en 1767), los 
monumenta adquirieron el sentido más restrictivo de obra artística y la Ar- 
queología pasó a significar el estudio riguroso y ordenado del arte griego y 
romano. No obstante, el nacimiento de la arqueología científica en el siglo 
m demostró la obsolescencia de tal conceptuación y permitió, ya en el 
presente siglo, su afianzamiento como ciencia histórica plural, orientada al 
estudio de los vestigios materiales del pasado de la humanidad, en un senti- 
do laxo y no restringido al mundo clásico. 
Podríamos traer a colación numerosas definiciones modernas de la Ar- 
queología, casi tantas como autores se han ocupado del tema, aunque la 
mayoría comparten determinados pahnetros. Así Víctor M. Fernández 
Martínez, parafraseando a David L. Clarke (1 984) en una concepción de la 
Arqueología que considera clásica y por tanto podemos suponer convencio- 
nal, la define como "la recuperación, descripción y estudio sistemáticos de 
la cultura material del pasado" (Fernández Martínez, 1991, 10); se trata 
evidentemente de una concepción inductiva y taxonómica de la disciplina, 
si bien incluye un concepto procedente del materialismo histórico aunque 
globalmente asumido por la investigación arqueológica: el de cultura mate- 
rial 15. ES también una definición más técnica que cientifica, puesto que 
l5 Se trata de un término que aparece en la literatura manrista desde fechas muy 
tempranas para designar, en palabras de Jan Rutkwoski, los problemas relativos a la 
produccibn, circulación y consumo de los bienes materiales (Mazzi, 1985, 578). Ad- 
quiere un gran desarrollo de la mano de la Escuela Polaca tras la creación en 1953 del 
Instituto de Historia de la Cultura Material de la Academia de Ciencias Polaca, pasan- 
do a la historia económica -W. Kula, Problemas y métodos de Historia económica, 
Barcelona, 1973 (Varsovia, 1963)-. En la década de los sesenta el concepto se incorpo- 
ra a la histonografia ftancesa a través de la Escuela de los Annales -F. Braudel, Civili- 
Arqueología 27 
pone el acento en las herramientas técnicas que utiliza la disciplina para re- 
cuperar restos, y entraña un evidente riesgo de confusión entre el objeto de 
la ciencia, que no es otro que el de la Historia de la que forma parte, y sus 
medios técnicos de aplicación 1 6 . 
En una línea más reivindicativa de la naturaleza científica de la arqueo- 
logía se sitúan las definiciones de L. Abad Casal (1993, 348) -"la arqueo- 
logía es una forma de hacer historia a partir de los vestigios materiales de 
una cultura, con un método propio -que comparte en algunos aspectos con 
otras disciplinasy'-; de G. Ripoll López (1992, 9) "ciencia -sobre todo me- 
todológica y analítica- que estudia el pasado del hombre a través de sus 
restos materiales (..) no es una ciencia auxilial; sino una ciencia histórica, 
que existe por sí misma y en si misma" y de Emili Junyent (1993, 337) 
-"ci2ncia social que estudia les formacions socials, mitjancant una teoria i 
una metodologia prdpies, a través de la recuperació, descripció i analisi 
sistemcitica i estudi sintetitzador de la cultura material"-. Todas parten de 
su carácter de ciencia histórica y no confunden su objeto, el estudio de las 
sociedades del pasado, con sus fuentes, los restos materiales de su activi- 
dad, es decir, la cultura material; de la misma forma, insisten en su carácter 
científico, incorporando así la dimensión técnica de la definición clásica 
recogida por V; M. Fernández Martínez. 
Así pues y al igual que la historia construida con documentos escritos, 
la Arqueología aspira a explicar de forma científica problemas históricos 
previamente planteados, a partir dela recuperación y el estudio de los res- 
tos materiales de las sociedades del pasado. Ahora bien, ¿de qué pasado se 
ocupa la arqueología? 
sation matérielle, économie et capitalisme, me- IMI" sikcle, París, 2." ed. (1." 1967)- 
y en la de los setenta a la historiografia italiana, influyendo enormemente en el campo 
de la arqueología, como se aprecia en la línea editorial de la revista Archeologia Medie- 
vale (fundada en 1974) -"la storia della cultura materiale studia gli aspetti rnateriali 
delle attivita fkalizzate dalla produzione, dism'buzione e consumo dei beni e le condi- 
zioni di queste attivitb nel loro divenire e nelle connessioni con il processo storico"-, 
en el libro de A. Carandini, Archeologia e Cultura Materiale (Bari, 1975), o los núme- 
ros 3 1 (1976) y 43 (1980) de la revista Quaderni Storici con artículos y dossieres espe- 
ciales dedicados a la Historia de la Cultura material. Una reflexibn sobre la evolución 
conceptual del término puede verse en Mazzi (1985), mientras que algunas matizacio- 
nes a la ambigüedad del concepto se hallan en M. Barcelo (1992) y A. Malpica (1993). 
l6 Esta confusión entre los medios y el fin era ya denunciada desde la arqueología 
tradicional en los años cincuenta. Cfr. S. Piggott, citado por G. Daniel, 1986,23. 
28 Sonia Gutiérrez Lloret 
2.1. Los limites de la Arqueología 
Parece una paradoja plantear los límites de una disciplina que se ocupa 
por definición del pasado de las sociedades, puesto que éste, al terminar en 
el presente -en el tiempo actual-, carece en rigor de límite final. De hecho, 
este sentido laxo de pasado es el que recoge y normaliza la legislación so- 
bre el patrimonio arqueológico. Según el artículo 1.2 del Convenio Euro- 
peo para la Protección del Patrimonio Arqueológico, celebrado en La Va- 
lette el 16 de enero de 1992, el patrimonio arqueológico se define como 
"todos los vestigios, bienes y otras huellas de la existencia de la humani- 
dad en el pasado", mientras que la Ley del Patrimonio Histórico Español 
16/85 de 25 de junio en su artículo 40.1 aclara que en tal categoría se inclu- 
yen todos los "bienes muebles o inmuebles de carácter histórico, suscepti- 
bles de ser estudiados con metodología arqueológica, hayan sido o no ex- 
traídos y tanto si se encuentran en la superficie o en el subsuelo, en el mar 
territorial o en la platafirma continental" 17. Ambas definiciones evitan la 
limitación cronológica de la práctica arqueológica y rechazan la mayor o 
menor antigüedad como rasgo definitorio del valor patrimonial de los res- 
tos, inclinándose por el criterio metodológico en el caso de la legislación 
española; de esta forma, la normativa vigente permite incluir en esta defini- 
ción el patrimonio más reciente, siempre que pueda ser estudiado con di- 
chas técnicas (Simón García, 1995,332). 
Sin embargo, la evolución histórica de la Arqueología ha consagrado, 
sobre todo en los ambientes académicos europeos, un concepto de su mate- 
ria mucho más restrictivo. Dicha concepción iguala Arqueología y Antigüe- 
dad, entendiendo por tal el período comprendido desde el nacimiento de las 
civilizaciones con escritura, en los albores del tercer milenio en el Medite- 
rráneo oriental, hasta el final del mundo clásico grecolatino. Resulta evi- 
dente que esta visión de la arqueología deriva de las condiciones históricas 
de su nacimiento en el siglo WII, de la mano de J. J. Winckelmann, como 
historia del arte griego y romano; con este sentido, la Arqueología Clásica 
17 Un análisis detallado de la legislación actual del Patrimonio Arqueológico puede 
verse en J. L. Simón Garcia (1995). Con posterioridad a la redacción definitiva de este 
manuscrito he podido conocer el libro de M." Angeles Querol y Belén Martinez Diaz, 
La gestión del Patrimonio Arqueológico en España, publicado por Alianza Universidad 
(AUT 161), en Madrid (1996). Sin duda este libro será desde ahora un referente funda- 
mental para muchas de las cuestiones que aquí se tratan, especialmente en lo relativo a 
la extensión de la arqueología a los sociedades post-clásicas @p. 43-4) y a su situacibn 
universitaria (p. 342 y SS.). 
Arqueología 29 
se convirtió en una rama de la "Ciencia de la Antigüedad", la Altertumwis- 
senschaft, que presidió la investigación en las universidades alemanas a lo 
largo del siglo m (Bianchi Bandinelli, 1982, 11 y SS.). 
El paulatino desarrollo de unas técnicas científicas susceptibles de ser 
aplicadas a otras épocas históricas más antiguas -como la prehistoria euro- 
pea o la protohistoria del Mediterráneo oriental en el siglo m- y más re- 
cientes -como la Edad Media o la sociedad industrial ya en el siglo xx-, 
hizo evidente la contradicción entre el concepto disciplinar y su práctica 
metodológica. El desarrollo sin precedentes de la urbanización y el ritmo 
acelerado de destrucción consecuente, que conoció Europa después de la 
Segunda Guerra Mundial, hizo que comenzara a tener sentido la cuestión 
que el prehistoriador Carl-Axel Moberg planteó en 1968: "¿es razonable 
aplicar las técnicas de investigación arqueológica hasta la época moderna, 
inclusive?"; su respuesta no pudo ser más contundente: "Estamos convenci- 
dos de que es necesario contestar positivamente" (Moberg, 1992,2 13). 
Apenas ocho años después, la pregunta formulada desde la Prehistoria, 
era ya asumida por algunos de los sectores de la Arqueología Clásica más 
vinculados a la tradición winckelmanniana de estudio del arte antiguo. Así, 
R. Bianchi Bandinelli en la advertencia preliminar de su ya clásica Intro- 
ducción a la arqueología clásica como historia del arte antiguo, declaraba: 
"...Hoy la imestigación arqueológica, unida a la etnología, se extiende a 
cualquier edad y a cualquier lugar. La antigüedad clásica no es sino uno 
de sus temas, y su intención es exclusivamente histórica" (1982, 12). Este 
temprano reconocimiento de las "otras arqueologías" por parte de la Arqueo- 
logía Clásica italiana, precisamente el mejor laboratorio de los estudios 
clásicos, dice mucho en favor del dinamismo conceptual que caracterizará 
la arqueología de este país en la segunda mitad del siglo xx. Si bien es ver- 
dad que el primer empuje procedió de los países de la Europa centro-sep- 
tentrional (Inglaterra junto con los países nórdicos principalmente y Fran- 
cia en menor medida), Italia será la pionera en el ámbito mediterráneo en la 
asuncibn de la práctica arqueológica postclásica y en su incorporación a 
la docencia universitaria. En este sentido cabe recordar que la creación de 
la primera cátedra de Arqueología Medieval en Italia se produjo a mediados 
de los años sesenta (Francovich, 1992, 17). 
Por el contrario, esta temprana asunción no fue general en los ambien- 
tes académicos españoles, a pesar de contar con un interés más temprano 
por la Arqueología Medieval, plasmado en la dotación de una cátedra de 
Arte y Arqueologia árabe en la Universidad Central de Madrid en 1934, li- 
gada al magisterio de D. Manuel Gómez-Moreno aunque lamentablemente 
carente de continuidad (Valdés, 1991, 305). Desde la Guerra Civil hasta 
nuestros días, el divorcio entre la arqueología académica -centrada en un 
30 Sonia Gutiérrez Lloret 
único período histórico- y la arqueología real -que debe hacer frente a la 
creciente demanda social de profesionales capaces de abordar un amplio 
espectro cronológico (Junyent, 1993, 338)- se hizo cada vez más evidente, 
teniéndose que desarrollar la formación arqueológica postclásica de ma- 
nera autodidacta, en ambientes extrauniversitarios (museos, centros muni- 
cipales de arqueología, etc.) o, cuando lo hacía en su seno, en áreas no 
estrictamente arqueológicas, que si bien gozaban de los beneficios de una 
necesaria preparación histórica, carecían en ocasiones de la correcta 
formación técnica la. 
Sin embargo, en los últimos años se ha comenzado a observar indicios 
significativos de la superación de esta contradicción, que constreñía el de- 
sarrollo de la disciplina arqueológica universitaria.Se aprecia cada vez con 
mayor nitidez un consenso generalizado que reconoce el estatuto científico 
de las arqueologías postclásicas. En esta línea es particularmente ilustrativo 
el dossier dedicado por la Revista d 'Arqueologia de Ponent (1993) a la Ar- 
queología como Area de Conocimiento universitaria; en la práctica totali- 
dad de las intervenciones encontramos referencias a que b'L'arqueologia pot 
reivindicar la capacitat per estudiar qualsevol ipoca ..." (Junyent, 1993, 
337), o bien que las arqueologías medieval e industrial "ofrecen hoy en día 
perspectivas altamente sugerentes en campos hasta ahora restringidos a 
aproximaciones textuales" (Lull, 1993, 342), reclamando "su extensión como 
ciencia con un método particular a todos los periodos de la Historia" 
(Martín Bueno, 1993,346), para subrayar, por fin, que "la identificación de 
la arqueología con la antigüedad, tan querida por alguno de nuestros ma- 
yores, ya no resulta en absoluto válida" (Abad, 1993,348). 
En cualquier caso, sería falaz suponer que las objeciones al desarrollo 
del estudio arqueológico después del mundo clásico surgían únicamente en 
el seno de la propia disciplina arqueológica y que se superarían con un de- 
bate epistemológico interno. La valoración de las fuentes materiales en el 
estudio de las sociedades postclásicas ha contado con la indiferencia, el 
desprecio y, en ocasiones, el rechazo manifiesto de los historiadores de las 
fuentes escritas, que se ocupaban de estos mismos períodos. Desde este 
punto de vista, la cuestión se ha centrado principalmente en la relación en- 
tre los documentos materiales y los documentos escritos, dando lugar a un 
enconado debate entre "historiadores" y arqueólogos 19, debate que, en mi 
l8 Sobre el particular cfr. las reflexiones de L. Abad en la introducción al libro Ar- 
queologia en Alicante, 1976-1986, Alicante, 1986, pp. 9-12 y en el prólogo a la obra de 
R. Azuar, Denia islámica, publicada en Alicante en 1989, pp. 9-10. 
l9 En pro de la claridad semántica, utilizaremos desde ahora el término "historia- 
dor" en su sentido convencional de historiadores que estudian las sociedades desapare- 
Arqueologia 3 1 
opinión, resulta la mayoría de veces tendencioso, interesado y estéril. La 
discusión se basa en prejuicios a menudo inconfesados que atañen al valor 
cuantitativo y cualitativo de las fuentes materiales. Inicialmente el debate 
se planteó a propósito de la Edad Media, pero pronto alcanzó a otras épo- 
cas históricas más recientes. 
La argumentación, expresada de forma somera, es la siguiente: los res- 
tos materiales son fundamentales para estudiar los períodos más antiguos 
del pasado humano, su prehistoria, puesto que carecen de cualquier otra 
fuente de información (concepción que no por asumida deja de ser menos 
peyorativa, puesto que niega la historicidad de las sociedades que no cono- 
cen la escritura). En el caso de la antigüedad "histórica", aunque ya posee 
textos escritos, no se discute demasiado el valor de los restos materiales, 
porque sólo se conservan '"..j?agments t d s mutilés de son capital scriptu- 
raire et encore: une part de celui-ci, gravée sur la pierre ou enfouie dans 
les tombeaux n 'est accessible quepar la fouille" (Pesez, 1982,296). 
La consecuencia de la argumentación expuesta es de una lógica aplas- 
tante: dado que la Edad Media y aún mas los períodos posteriores, han de- 
jado documentos escritos "en telle abondance que les historiens n 'en sont 
pus encore venus a bout " y "nous a Iégué, debout, sinon toujours intacts du 
moins hors de terre, tant de monuments que I'inventaire n 'en estpas encore 
achevé", ¿vale la pena interrogar "...les archives de la terre quand il y en a 
tant d'autres qui sontplus facilement accessibles. plus directement aussi, et 
plus sdrement d'echifiables"? (Pesez, 1982, 296). Si continuamos avan- 
zando en la Historia desde estos planteamientos, la conclusión a la que se 
llega no puede ser más meridiana: "...para el estudio de algunas épocas, 
como por ejemplo los siglos m 1 y m, resulta poco productivo utilizar la 
ciencia arqueológica, ya que disponemos de información escrita ..." (Esté- 
vez et alii, 1984, 24; Lull, 1993, 342). Si el argumento de la productividad 
se utiliza con tanta fluidez en el seno de nuestra propia disciplina o de dis- 
ciplinas afines como la Prehistoria, no debe extrañarnos su recurrencia por 
parte de los que trabajan con la "abundante información escrita" *O. Ade- 
cidas a través de los documentos escritos, mientras que reservamos el de arqueólogos 
para aquellos historiadores que persiguen idéntico objetivo a través de los documentos 
materiales, sin negar por ello la naturaleza igualmente histórica de la reflexión de los 
segundos ni establecer ningún criterio de relevancia entre las diversas fuentes y técni- 
cas, que intervienen en la construcción de la Historia y que utilizan todos los que la 
practican científicamente -los historiadores sin comillas- en cualquiera de sus especia- 
lidades: diplomátistas, arqueólogos, epigrafistas, numismáticos, etc. 
En nuestra opinión, el argumento de la "productividad" es siempre incorrecto, 
pero es justo reconocer que su utilización en sendos trabajos de arqueología prehistórica 
es menos ngida de lo que podría desprenderse de las citas descontextualizadas reprodu- 
32 Sonia Gutiérrez Lloret 
más, a este argumento habría que añadir otro igualmente pernicioso: el ar- 
queólogo tiene que producir sus datos en la excavación o en la prospección, 
lo que significa una considerable inversión de tiempo y dinero -el "handi- 
cap" de la lentitud con la que la Arqueología construye sus documentos 21- 
y se traduce en una menor "rentabilidad" de la arqueología respecto al do- 
cumento como fuente histórica (Guichard, 1990, 179). 
La argumentación expuesta se basa en Última instancia en una prelación 
subjetiva de las fuentes históricas. En primer lugar, supone un prejuicio 
cualitativo, puesto que presume que los testimonios materiales son de me- 
nor calidad que los testimonios escritos, dado que aquellos sólo se utilizan 
cuando carecemos de éstos -en la Prehistoria- o bien son escasos -en la 
Antigüedad Clásica-, incurriendo ahora en el prejuicio cuantitativo: el incre- 
mento de las fuentes escritas supone la devaluación de las fuentes materia- 
les. El problema sin duda se agrava cuando los propios arqueólogos, en lu- 
gar de denunciar esta discriminación cualitativa, la aplicamos a nuestra 
práctica científica, privilegiando "antihistóricamente" un período respecto 
a otro, como denunció precisamente un arqueológo clhsico, D' Andna, en la 
Tavola rotonda sulla Archeologia Medievale celebrada en Roma en 1975 
(AA.W, 1976 b, 56). 
Con esta perspectiva es lógico que incluso desde las posiciones más 
dialogantes -aquellas que supuestamente "no pretenden ningún tipo de va- 
loración despectiva"-, se entienda que "la Arqueología es una ciencia apli- 
cada y, como tal, auxiliar" de la Historia (Ladero Quesada, 1992, 167), es 
decir (aunque no se diga, se sobreentiende), de una "Historia" cualitativa- 
mente superior, la que se hace con documentos escritos. Evidentemente, 
cuanto más reciente sea la época histórica que investiguemos más abundan- 
tes serán las fuentes escritas, pero también son más numerosos los restos 
materiales conservados, muchos más sin duda que los prehistóricos, los 
ibéricos o los romanos, por poner un ejemplo. Como señalamos reciente- 
mente, los registros documentales -tanto escritos como materiales- crecen 
a lo largo del tiempo en proporción directa, pero esto no entraña a priori 
ninguna prelación cualitativa entre ellos. Lo que supone la diversificación 
de fuentes históricas es, en todo caso, el fin de la primacía hegemónica de 
que hasta ese momento disfi-utaba una de ellas: así ocumó con las fuentes 
materiales a partir de la aparición de los registros escritos y seguramente 
- - - 
cidas aquí (Estévez et alii, 1984; Lull, 1993); de hecho, se matiza que su escasa produc- 
tividad"no significa que no se pueda llegar a conclusiones igualmente válidas a través 
de aquélla" (Esthvez et alii, 1984,24). 
2L J . M. Pesez en la "Introduction" al volumen Habitats fortr$Rs et organisation de 
I'espace en Méditevanée médiévale Fyon, 1982), Lyon, 1983, 12. 
Arqueología 3 3 
así ocurrirá cuando, en un futuro no muy lejano, el desarrollo de los regis- 
tros gráficos y orales desborde el hasta ahora incuestionado imperio de las 
fuentes escritas en la Historia (Gutiérrez Lloret, 1995,240-1). 
El interés del estudio de los restos materiales, incluso cuando conserva- 
mos abundantes documentos escritos, emana pues de la distinta naturaleza 
de las fuentes históricas. M. Barceló tenía razón al afirmar que los dos 
tipos de fuentes -textuales y arqueológicas, a los que habría que añadir 
visuales y orales en las épocas más recientes- son fundamentales para hacer 
historia, pero no son exactamente complementarias, es decir, producen in- 
formaciones distintas y no siempre comparables (Barceló et alii, 1988, 11- 
12; Barceló, 1992 b. 458). De hecho, A. M. Snodgrass ya había sugerido el 
argumento de la incomplementariedad de las informaciones, al señalar las 
peculiaridades del dato arqueológico y advertir sobre los riesgos que com- 
porta la correlación forzada entre éstos y los hechos históricos documenta- 
dos por las fuentes escritas (Snodgrass, 1990, 49 y SS.). Como R. Franco- 
vich señala, los historiadores y los arqueólogos construyen modelos sobre 
distintas bases documentales y no pueden menospreciar el "documento" 
construido por los otros (1992, 18); el trabajo con cada uno de ellos tiene 
distintos ritmos, requiere técnicas específicas y entraña problemáticas par- 
ticulares, lo que les hace adecuados para problemas históricos diferentes. 
Los "historiadores" tienen razón al denunciar la imprecisión cronológica 
del dato arqueológico respecto al documento escrito (Guichard, 1990, 178 
y SS.), pero esto no merma un ápice su valor explicativo; evidentemente, la 
Arqueología rara vez sirve para describir sucesos pero resulta especialmen- 
te valiosa para explicar procesos, de la misma forma que a menudo -y más 
en las sociedades contemporáneas- se convierte en el Único testimonio de 
los sectores sociales que no generan documentación escrita o no la conser- 
van. 
Así pues, no creo que pueda ni deba establecerse un límite temporal 
para la práctica de la Arqueología; su valor como disciplina científica de- 
penderá en cada época de la dimensión teórica de la investigación y del 
problema histórico planteado, siempre que se disponga del método y las 
técnicas precisas para construir objetivamente su reflexión. 
2.1.1. La construcción del documento arqzreológico 
Hay otro aspecto que afecta directamente al procedimiento científico de 
que se vale la Arqueología a la hora de transformar las fuentes materiales 
en documentos históricos: el problema de la constnicción del dato arqueo- 
lógico. Este aspecto entronca directamente con el problema de la autono- 
34 Sonia Gutiérrez Lloret 
mía disciplinar de la Arqueología respecto a otras formas de hacer historia, 
y se ha visto planteado con nuevo vigor, aunque casi nunca abiertamente, 
con la extensión temporal de la práctica arqueológica a sociedades postclá- 
sicas, caracterizadas por la abundancia y diversidad de las fuentes escritas. 
El problema se ha formulado a la luz de la ambigüedad "Técnica" ver- 
sus "Ciencia", que caracteriza el debate epistemológico de la Arqueología 
respecto de la Historia; es decir, la cuestión de fondo no es otra que la de 
qué debe primar en la "arqueología histórica" -especialmente en la desa- 
rrollada en las sociedades medievales, modernas y contemporáneas-: la 
dimensión científica (la formación histórica) o la dimensión técnica (el do- 
minio y rigurosa aplicación de los procedimientos técnicos) de quien la 
practica. Este problema, que en mi opinión es falso como luego intenta- 
ré exponer, se ha visto agravado con la indefinición académica creada por 
una extensión temporal de la disciplina arqueológica, en la que no siempre 
creían ni los departamentos de Arqueología, tradicionalmente volcados 
en el estudio de las socitciades antiguas, ni los de Historia Medieval, Moder- 
na o Contemporánea, caracterizados por una aproximación a la Historia ex- 
clusivamente textual. 
La cuestión de la dimensión científico-técnica de la Arqueología no es 
banal, pero creo que no ha sido planteada correctamente. De entrada, fue la 
consecuencia lógica de un prejuicio criticado por Vicente Salvatierra: "La 
idea, tan extendida, de que el arqueólogo 'debe proporcionar datos o testi- 
monios para que el 'historiador' elabore sus síntesis '". Quienes esto sos- 
tienen reducen, como señala Salvatierra, el papel de la Arqueología a 
"mera suministradora de datos empíricos desconectados, que el historiador 
recoge e integra en el conjunto" (Salvatierra, 1990, 14), es decir, incatdina 
en un conocimiento histórico privilegiado que sólo compete a los "historia- 
dores" que trabajan con documentos escritos. Esta visión se vio reforzada 
por el carácter fuertemente empirista y positivista de la arqueología tradi- 
cional, interesada únicamente por exponer datos, confundiendo lo que no 
era más que la elaboracibn de fuentes (presentación, descripción y clasifi- 
cación de vestigios materiales) con la reflexión histórica que debía explicar 
problemas a la luz de estos datos empíricos (Salvatierra, 1990,83). 
Ante este problema, que no es otro que el de la superación del positivis- 
mo al que debieron enfkentarse todas las ciencias, surgieron, como en todos 
los debates, diversas respuestas, acordes con la posición adoptada por los 
distintos investigadores. Así, la tradición anglosajona, en la que la periodi- 
zación histórica no desdibujaba la visión unitaria de la Arqueológica (Ca- 
randini, 1984, 247), reivindicó a fines de los años sesenta su naturaleza 
científica y la necesidad de trascender el nivel descriptivo para explicar y 
no s610 exponer los datos. En el caso de la Nueva Arqueología nortearneri- 
Arqueología 35 
cana se optó por un modelo epistemológico intencionadamente antropo- 
lógico, mientras que la Arqueología Analítica británica se inclinó por una 
autonomía de naturaleza metodológica, influida por la Cibernética y la Nue- 
va Geografia. En ambos casos existe una renuncia consciente a la naturale- 
za histórica de la disciplina arqueológica, que condicionó, como luego se 
verá, la orientación "ágrafa" de su práctica22. 
La consecuencia inmediata de esta concepción que hace de la Arqueo- 
logía una ciencia distinta de la Historia, cuyo valor científico sólo puede 
ser técnico, es la conversión de1 arqueólogo en arqueógrafo. Según este 
planteamiento, un arqueólogo es antes un técnico que un historiador y con 
una adecuada formación técnica puede abordar, por ejemplo, cualquier ex- 
cavación o investigación arqueológica con independencia de sus épocas o 
de los problemas históricos que plantee, ya que supuestamente es más im- 
portante -en tanto que define la disciplina- la forma de abordar el registro 
que el conocimiento de la problemática histórica. En mi opinión tal enfo- 
que es incorrecto, puesto que confunde ciencia con técnica y entraña el 
riesgo de convertir la actuación arqueológica en un desafortunado instru- 
mento, riguroso en su aplicación pero carente de reflexión histórica. 
Sin embargo, y esto es más preocupante, a este mismo tipo de conclu- 
sión "técnica" se ha llegado desde posturas que reivindican la naturaleza 
histórica de la Arqueología. Este hecho resulta paradójico porque, en prin- 
cipio, su consecuencia inmediata debería de ser otra: la consideración de 
que el arqueólogo debe ser, ante todo, un historiador, si bien especializado 
en el manejo de unas fuentes y de sus técnicas específicas. En apariencia, 
éste es el deseo que inspira las críticas al trabajo arqueológico de algunos 
historiadores que se aproximan a la Arqueología desde los documentos es- 
critos.Las reflexiones críticas más significativas, que en ocasiones han 
sido saludadas por los propios arqueólogos, proceden generalmente de la 
Arqueología Medieval, la más consolidada de las arqueologías postclásicas, 
pero pueden aplicarse a otras arqueologías más "jóvenes", en tiempo y 
práctica, como la Arqueología Industrial. Un ejemplo procedente del me- 
dievalismo puede leerse en el siguiente texto de A. Malpica: 
Por otra parte, los arqueólogos de formación esencialmente arqueológica, 
es decir los que proceden de un campo distinto a los medievalistas, carentes 
de su "cultura hi~ttírica"~3, han llegado a este campo por las necesidades que 
se han ido generando y para stplir las deficiencias existentes, de manera 
que era preciso entrar a través de la Arqueologia a la Edad Media. Su justi- 
22 Vid. infra, capitulo 2.3. 
23 En cursiva en el original. 
36 Sonia Gutiérrez Lloret 
jcación ha venido dada por una técnica aparentemente muy depurada pero 
que no sirve para resolver los problemas que se nos han planteado (Malpi- 
ca, 1993,41). 
Por esta razón, y continuando con la reflexión de A. Malpica (1993, 
37), "la Arqueología se ha ido deslizando de un contenido histórico a otro 
más puramente técnico. Con ello, el más brutal de los empirismos ha vuelto 
aJlorecerY'. En el mismo sentido, M. Barceló insiste en que "...la calidad 
de la excavación sin un proyecto que persiga un conocimiento histórico 
preciso se vuelve insign$cante" (Barceló et alii, 1988, 12) o bien que "Las 
técnicas aprendidas sólo sirven -y es, sin duda, mucho- para excavar res- 
tos arqueológicos, describirlos y claszjicarlos. A menudo, la clasificación 
pretende furtivamente pasar por explicación. Es un ardid demasiado fie- 
cuente entre los practicantes de la arqueologia" (Barceló, 1997, 11). 
Dejando a un lado la trasnochada identificación entre arqueología y ex- 
cavación que traslucen estos textos, el problema principal radica en que tras 
estas críticas, que aparentemente inciden en la necesidad de trascender el 
nivel descriptivo de ciertas prácticas arqueológicas, subyace la vieja carac- 
terización de la Arqueología como ancila de la Historia y el convencimien- 
to de que el arqueólogo es un tecnógrafo, cuya misión se limita a la obten- 
ción de datos empíricos, en espera de que otros investigadores más capaces 
-¿los que trabajan con el "privilegiado" documento escrito?- los transfor- 
men en verdadero conocimiento histórico. Cómo entender, si no, la afirma- 
ción que M. Barceló formula al hilo de la anterior: "Todo ello conduce a 
que los pocos arqueólogos que deciden ir notoriamente, y sin necesidad 
por otra parte, más allá de su oficio descriptivo tengan enormes dificulta- 
des en formalizar articuladamente problemas. Y está claro, o debería de 
estarlo, que se trata justamente de eso, de formalizar con fundamento pro- 
blemas. Sin esta formalización no hay siquiera 'datos' y los que pasan por 
tales entre la literatura de la profesión no se sabe, si lo son, por qué lo son" 
(Barceló, 1997, 11). 
Puesto que de lo que se trata en Última instancia es de obtener "datos" y 
"formalizar problemas", conviene tratar el problema de cómo se construyen 
los documentos arqueológicos. La f i i e creencia de que la Arqueología es 
y debe seguir siendo una disciplina histórica en la que 'cL'esforc dels in- 
vestigador~ hauria d'ésser la construcció d'una disciplina que totalitzi 
l'andlisi histhrico-critica de l'evidincia física com font de coneixernent del 
passat i en conseqGncia tumbé del present" (Riu i Barrera, 1987, 3), no 
presupone tampoco el que cualquier historiador esté capacitado para practi- 
carla, y basta con recordar algunas empresas emprendidas sin la necesaria 
cualificación arqueológica, como la excavación del asentamiento de Mar- 
Arqueología 37 
muyas en Málaga, que han contribuido a reafirmar, con la inconsistencia de 
sus resultados, el rechazo del medievalismo convencional hacia la Arqueo- 
logía (Acién, 1992,30-1). 
Conviene tener presente que las dos dimensiones del trabajo arqueoló- 
gico -la formación histórica y la preparación técnica- son igualmente im- 
portantes y que si bien la producción de conocimiento histórico es la única 
justificación posible de la práctica arqueológica, la "técnica depurada" es 
siempre necesaria e ineludible, pues aunque no baste para resolver proble- 
mas, sin ella la respuesta es inconcebible; es más, la complejidad específica 
del trabajo arqueológico requiere del historiador que desee realizarlo, una 
formación técnica sólida que no se adquiere con un par de someras lecturas 
de manuales al uso, puesto que "...tutto il sistema dello scavo stratigrafico, 
che pu6 avere risultati tanto analitici e complessi, si funda in ultima analisi 
sulla capacita empírica de riconoscere gli strati da parte di chi scava", 
como señala P. Delogu (1994, 243) en el que para mí constituye uno de los 
mejores y más brillantes ejemplos de compresión de la documentación ma- 
terial por parte de un historiador ocupado en la investigación del docurnen- 
to escrito 24. ES cierto que muchos arqueólogos no aciertan a convertirse 
plenamente en historiadores, pero no lo es menos que difícilmente de un 
historiador "del texto" se improvisa un arqueólogo (Carandini, 1981,209). 
Si tenemos en cuenta las dificultades y la irreversibilidad que la lectura 
de un documento arqueológico entraña, puesto que se destruye a medida 
que se obtiene y explica, no tiene sentido discutir qué es más importante, si 
leerlo bien (el símil de la técnica arqueológica depurada) o comprender los 
conceptos que contiene (la metáfora de la necesaria formación histórica), 
puesto que el segundo enunciado depende necesariamente del primero: no 
es posible una correcta formalización de problemas históricos a partir de 
los documentos arqueológicos si éstos no han sido bien construidos y, por 
tanto, ambos enunciados son siempre inseparables. Como acertadamente ha 
señalado V. Salvatierra "los datos empíricos, no convertidos por el arqueó- 
logo en hipótesis históricas, no son susceptibles de utilización puesto que 
el 'dato arqueológico' no existe fuera del contexto general en el que debe 
interpretarse, y que le da sentido" (Salvatierra, 1990, 14-5). No hay, pues, 
ciencia sin técnica y pretender interesadamente lo contrario evidencia úni- 
camente falta de competencia en la materia. 
El "método arqueológico" es una estructixa pensada para reconstniir la 
Historia (Carandini, 1981, 210), mediante el cual el arqueólogo crea sus 
24 En este sentido es especialmente recomendable la lectura del capítulo "La docu- 
mentazione materiale" de su libro Introduzione allo studio della storia medievale, 1994, 
233-52, Bologna. 
3 8 Sonia Gutiérrez Lloret 
propios documentos (Torró, 1994, 58) haciéndolos utilizables por los estu- 
diosos (Delogu, 1994,243); este proceso de obtención y explicación simul- 
tánea se resume en la siguiente reflexión de Paolo Delogu: "Si comprende 
dunque come la perizia del1 'archeologo injluisca in misura determinante, 
positivamente o negativamente, nella costruzione dell'infimazione archeo- 
logica, e come da essa dipenda I'attendibilita e la completezza di questa" 
(Delogu, 1994, 244-5). Así pues, el intento de restar importancia a la di- 
mensión técnica, dándola por supuesta (Barceló et alii, 1988, 12; Malpica, 
1993,41), es peligroso y tan incorrecto como pretender subordinar el traba- 
jo del arqueólogo al del "historiador" del texto, considerando al primero un 
tecnógrafo que prepara los datos para que el segundo los "interprete" (des- 
de luego, nunca los podrá explicar). Ningún avance significativo surgirá de 
esta añeja, rígida, interesada e infértil compartimentación que establece 
prelaciones indebidas en el conocimiento histórico. 
Por tanto, de lo que se trata es de que historiadores correctamente for- 
mados en Arqueología sepan qué preguntar al registro arqueológico y cómo 
obtener las respuestas adecuadas. Desde dónde o quién haga las preguntas 
debería ser